Estrada, fanzines de viaje nº2 # Perder el norte

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Perder el norte

Nada importa, no hay problemas, no hay emociones, no hay dolor… has conseguido llegar a la NADA. ¡Tanto que buscaste y corriste! ¡Tantos intentos ya! ¡Cuántas veces caíste para levantarte! ¡Cuántas veces intentaste seguir hacia adelante, sonriendo como tan bien aprendiste de pequeño a sonreír! Salvaste obstáculos tan difíciles de superar que creíste desaparecer, pero a ti te habían enseñado a sonreír. Huías, pero ¿De qué intentabas huir? ¿De qué?… pero, ahora, ya…¡Qué más te da! Ya nada volverá a ser lo que fue…y, por fin, has encontrado la NADA. Estás aquí y te están DEVORANDO.

David Pérez Busto



Finis Terrae

Durante la noche viajó hacia el oeste. Soledad y olvido a sus espaldas. Al amanecer, la desfigurada carretera que conduce a los acantilados, se extinguió sin aviso. Allí un día escuchó hablar de los muertos de este mundo, y de los juegos de los vivos que, entre tanto, cuentan historias de miedo, para no tener miedo. Un viento vertiginoso asciende por el escarpe y la bruma crece para rodearle en el sendero haciéndole perder toda referencia mientras se aleja. Escuchó la violencia del mar bajo sus pies y un susurro retorcido dando forma a narraciones extraordinarias sobre los muertos de este mundo, terribles monstruos marinos que habitan profundidades y barcos hundidos en alguna parte. Y es que, siempre hay tormentas en el mar cuando los fantasmas que acuden a los acantilados del fin de la tierra, se vacían con el viento.

Javier F. Granda


Victoria Partera



Victoria Partera


El sol es frío, la mañana una coordenada sin rumbo Las señales para glaciólogos nos indicaban una dirección errónea que seguimos por inercia, aún sabiendo que no nos llevarían hasta el volcán helado que buscábamos. Caminamos hacia la entrada del glaciar, rodeando un lago inmenso, y escuchamos el eco gélido de nuestros pasos. Resonábamos en Islandia. No caminamos tanto aquel día, pero el silencio entre nosotros hizo que pareciese toda una mañana, perdidos en el glaciar. No sé en que pensabas tú, pero yo ya me había olvidado del nosotros. En mi cabeza se repetían las advertencias de la entrada, aquellas que miramos de reojo mientras abríamos la reja que daba acceso al glaciar y que, de nuevo, revisaban la historia de un lugar no tan ajeno al tiempo: Aquí murió mi hijo, perdido en el glaciar. Descanse en paz mi esposa, cuyo cuerpo nunca encontramos. Intentaba hacer de guía, seguro de saber como llegar hasta el volcán helado, pero estaba aterrorizado, con miedo de que nos perdiésemos en el aquel resonante glaciar y que el destino final nos llevase a una tristeza sin solución. Había que llegar al volcán helado, los dos lo sabíamos, pero en un momento te giraste y me dijiste que era mejor volver, que hacía mucho frío y nos podíamos caer, que el sol te daba de frente y el volcán cada vez se veía más lejos y menos poderoso. Cada vez más feo, cada minuto como una peor opción. Los dos sabíamos que no podía llegar al volcán helado solo, así que volví contigo y el camino de vuelta fue igual de silencioso, igual de pesado, aunque habíamos sobrevivido y nadie tendría que escribir una placa con nuestra pérdida. Aquella misma noche, cuando descansábamos en el albergue, no pude evitar escribir una inscripción en la litera superior: La esperanza murió allí, perdida en el glaciar. Raúl Barreras



Alejandro NafrĂ­a



David P茅rez Busto

http://proyectoestrada.blogspot.com.es

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