Accidental fate m a stacie

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 Portada  Título del libro  Tabla de Contenido  Dedicatoria  Capítulo 1  Capítulo 2

 Capítulo 3  Capítulo 4  Capítulo 5  Capítulo 6  Epílogo  Sobre el autor  También por M.A. Stacie


Para mis tres mosqueteros, Jen,

Amber, y Maylin. No puedo agradecerles lo suficiente. ÂżQuizĂĄs una dedicatoria?


P

or favor, Joe. Por favor, deja de llorar, —le rogó Leo al bebé de cuatro semanas de edad.

La desesperación entrelazó su tono. Su hijo había llorado por lo que parecieron días. Leo no pudo hacer nada para consolarlo, no importa lo mucho que lo intentara. Leo estaba agotado. Funcionar con poco sueño y sin tener a nadie para ayudar le fue pasando factura. La desesperación le hizo meter desordenadamente al bebé en el coche, con la intención de conducir a la tienda. ¿Tal vez una nueva marca de fórmula lo resolvería? Joe había gritado todo el camino alrededor de la tienda de comestibles, avergonzando a Leo y haciendo que la gente lo mirara. Ellos asumían que era un mal padre, pero no sabían la verdad. Ellos no entienden que sólo había conocido a su hijo durante siete días, y antes de eso no tenía idea de que Carlie estaba embarazada. Había sido una noche, una pérdida de balón en estado de ebriedad con alguien que no debería haber tocado, y ahora era un padre. El bebé lloraba más fuerte en su soporte en la parte posterior del coche de Leo. Hizo una mueca cuando los gritos resonaron alrededor del vehículo. Era como una tortura, para él y para el bebé Joe. —Vamos, hombrecito. Juro que estaremos pronto a casa. Voy a hacer lo mejor. Lo siento. Lo siento tan malditamente, —murmuró Leo, tratando de maniobrar para salir de la plaza de aparcamiento.


Su concentración decayó al que tratar desesperadamente de callar a Joe. Leo miró a la izquierda, empujando la mano por el pelo castaño enmarañado, mientras sacaba adelante y comenzó a salir del estacionamiento. El tráfico sólo hizo que sus pensamientos se apresuraran más. Su celular sonó, lo que indicaba la pérdida total de energía de la batería en el momento exacto en que giró el volante y condujo directamente a otro coche. — ¡Mierda! —gritó Leo, cuando el conductor del otro coche bajó, sosteniendo su frente. Leo apoyó la cabeza en el volante, maldiciendo mientras trataba de hacerse con el control de su corazón martilleando. Su vida se tambaleaba de una desordenada situación a otra. Sólo necesitaba que alguien le ayudara un poco; necesitaba un descanso. La gente se paraba a ver qué había pasado, claramente curiosa por saber si habría una escena. Leo bajó del coche, preocupado por el daño que había hecho y del tipo de reacción que obtendría de la mujer que caminaba hacia él. Ella parecía en calma, pero sus ojos marrones se estrecharon mientras se acercaba. Le temblaban las manos, reflejándose. Una fuerte ráfaga de viento tenía el pelo largo y negro, azotando alrededor de su cabeza, ocultando temporalmente su rostro a la vista. —Lo siento, —saltó Leo—. Yo... lo siento mucho. Me distraje. El bebé estaba llorando. Nunca deja de llorar. El agotamiento lo venció. Cada músculo de su cuerpo se tensó mientras esperaba la reacción de la mujer. Él esperaba ira, pero en cambio su expresión era preocupada. —Yo no creo que haya ningún daño. Tal vez sólo un poco de pintura. Miró a su coche, alisándose el pelo sobre los hombros. Leo nunca había conocido a nadie con el pelo tan largo o tan oscuro. Caía en


cascada por su espalda, más allá de sus caderas, y estaba seguro de que debía apoyarse en la curva de su culo. —Voy a pagar por lo que necesita ser arreglado. Acabo de perder la concentración. —Um, —interrumpió Erin, señalando hacia el asiento trasero de su coche—. Creo que tu bebé te necesita. El hecho de que ella había señalado que su hijo lo necesitaba antes de que él se diera cuenta lo picó. Leo ni siquiera había comprobado si el niño fue herido después del golpe. Se sentía inadecuado a la hora de ser padre, aunque se comprometió a seguir intentándolo. Joe siguió llorando, con la cara roja y enojada. El asiento del coche lo había protegido durante el golpe, manteniendo su frágil cuerpo a salvo de cualquier daño. Leo lo levantó del asiento, descansándolo en lo alto en su pecho, y se dirigió de nuevo a la mujer de pelo negro. Los ojos de la mujer se posaron en su brazo, deteniéndose evidentemente en las piezas del rompecabezas en tinta que se extendían hasta el final abajo a su muñeca. Al estar acostumbrado a la fascinación de la gente con su tatuaje, abrazó a su hijo cerca, tratando de detener sus gemidos. Sus rápidas miradas no mostraron daños en cualquiera de los dos coches, pero necesitaba una mirada más cercana. Como si leyera su mente, ella extendió la mano, sosteniendo sus brazos abiertos por el bebé. — ¿Quieres que lo tome? Podrías ver el daño, entonces. Tal vez pueda calmarse. —No lo hará. —Exhalo Leo en derrota—. Simplemente no lo hará. Lo he intentado todo.


Erin puso las manos en el bebé, le tiró suavemente hacia ella, y le dejó acariciar su pecho. Leo se quedó boquiabierto cuando después de unos momentos Joe se calló y se calmó. —Esta es la primera vez en una hora que ha estado en silencio, — graznó. Con un nudo en la garganta por la emoción—. Gracias. Soy Leo, por cierto. Ella sonrió, meciendo al bebé. —Erin. ¿Y quién es el hombrecito? Leo tocó la cabeza de su hijo, encogiéndose de nuevo cuando el bebé gimió. —Joe. Joe es su nombre. —Lindo. Se encogió de hombros, abriendo su boca de nuevo y diciendo mucho más de lo que debería. —Yo no sabía cómo llamarlo. No tenía un nombre cuando ella lo dejó. Una mirada de horror se extendió por todo su rostro por su revelación. Al parecer, su filtro verbal estaba parpadeando, lo que le causó que dejara escapar todo tipo de secretos. Probablemente pensó que estaba loco ahora. Los nervios le tenían arreglando su pelo enmarañado mientras le daba la espalda a la salida de los coches y escondiéndose de su escrutinio. —No hay nada importante. Te voy a dar más detalles de todos modos, en caso de que encuentres algo cuando llegues a casa, —dijo, notando que Joe había caído en el sueño, su pequeña boca abierta.


Vio su mirada revoloteando por su mano izquierda, por su brazo, hasta que hizo contacto con los ojos. Su ceño se frunció mostrando su confusión a la situación. Algo sobre esta situación le preocupaba, y en verdad, entendió por qué. —El bebé es tuyo, ¿verdad? Leo se acercó a su hijo, asintiendo en confirmación. —Su madre no me dijo. Lo dejó en la puerta de mi casa hace una semana con una carta y cien dólares, —respondió fríamente. Ella abrió la boca, besando automáticamente la cabeza de Joe antes de darle la espalda. — ¿Estás bromeando? Leo negó con la cabeza. —Gracias por solucionarlo. Aquí es donde puedes encontrarme. Lo siento, Erin. No esperó una respuesta. La simpatía y tristeza brillando en sus ojos tenían su pecho apretado. Él había estado inmerso en la paternidad sin una sola idea de cómo tratar con ello, pero él continuó al frente. Su simpatía le podía romper. Después de abrochar a Joe de nuevo en su silla, se metió en el coche. La gente había empezado a irse poco a poco, volviendo a lo que habían estado haciendo, desestimando el accidente. Leo miró en el espejo retrovisor, viendo a Erin mientras miraba hacia abajo en la tarjeta arrugada que había empujado en su mano. Antes de Joe, él habría hecho un movimiento. Ahora sólo se alejó.


Erin aparco su coche, reflexionando sobre el accidente. Leo parecía estar luchando, ¿pero qué nuevo padre no lo hacía? Recordó cómo su hermana se ocupó después del nacimiento de los gemelos y la forma en que fracasó de una alimentación a la siguiente. Su hermana había tenido dificultades a pesar de que estaba en una relación comprometida. Parecía que Leo estaba haciendo esto por sí solo. Después de comprobar la dirección de la tarjeta que Leo le había dado, Erin evaluó la vieja tienda de música y el apartamento arriba. Era sin duda el lugar correcto, la caja de cartón de fórmula y la mamadera en la ventana del apartamento confirmada por ella. Salió del coche, arrastrando una enorme bolsa de mercadería por encima del hombro, y buscó una manera de llegar al apartamento por encima de la tienda. Se acercó a la parte delantera, y notando que estaba, de hecho, abierto. Ella oyó el llanto del bebé en cuanto se abrió la puerta. El sonido hizo que se le encogiera el corazón, y esperaba que Leo aceptara para lo que ella estaba aquí. —Buenos días, —la chica joven detrás del mostrador gritando a través de la tienda. De repente, la música rock bombeo a través de los altavoces, llenando la habitación con golpes de batería. Erin sonrió a los dos clientes. Se dio la vuelta a través de las pilas de discos de vinilo, obviamente tratando de localizar un tesoro escondido o dos. Se miraron fijamente, preguntándose por qué ella estaba sonriéndoles.


—Um, hola, —gritó—. ¿Puede usted decirme cómo llegar al apartamento de arriba? La joven mordió el chicle, un poco pegándosele a su aro del labio. Erin luchó contra el impulso de llegar y quitarlo. Asqueroso. — ¿Por qué pregunta? Sus ojos fuertemente alineados adelgazados, esperando a Erin para responder. —Conocí a Leo ayer. Yo le he traído algunas cosas para Joe, — respondió ella. La niña asintió con la cabeza, levantando el mostrador para que Erin pudiera pasar. —Esta es la única manera de subir. Leo nunca llegó a fijar la escalera de incendios en la parte posterior, y supongo que ahora que él tiene al niño, no podrá conseguir subir el cochecito por allí de todos modos. —Señaló hacia las escaleras—. La puerta de su apartamento se encuentra en la parte superior. Erin le dio las gracias, mirando hacia la puerta de madera. Estaba entreabierta, y cuando entró en el hueco de la escalera se dio cuenta de que el bebé todavía lloraba. No es extraño que Leo se hubiera distraído ayer. Si Joe lloraba todo el tiempo, entonces debía dormir muy poco. Tomando una respiración profunda, mientras caminaba por las escaleras y llamó a la puerta. Algo cayó, golpeando en el suelo. Una maldición en voz alta y una súplica baja para Joe siguieron. — ¿Leo? —Gritó Erin, sólo para escuchar maldecir de nuevo—. ¿Estás bien? —Entra. Estoy en la cocina.


Caminó con cautela en el apartamento. Parecía más ordenado de lo que había previsto inicialmente. Había asumido que el interior se parecería al exterior, pero estaba limpio, aparte de la manta de bebé descartada o juguetes de peluche. Una canasta moisés, descansaba en el sofá, pero Joe no estaba allí. No podía ver nada, aunque ella lo oyó, y él tenía un gran conjunto de pulmones. Erin dejó caer la bolsa en el suelo, dando un paseo hacia donde ella asumió era la cocina, y asomó la cabeza por la puerta. —Hola, —dijo suavemente, riendo ante la mirada atónita en el rostro de Leo mientras giraba para mirarla. Joe se acurrucó en sus brazos mientras trataba de limpiar la sopa derramada en el suelo. El bebé estaba con la cara roja, sus pequeñas manos fuertemente cerradas. Leo balbuceó, meciendo al bebé y barriendo un paño por el suelo con el pie. — ¿Um, hola? Él lo dijo más como una pregunta que un saludo, probablemente perplejo en cuanto a lo que estaba haciendo allí. Llevaba sólo pantalones de chándal sueltos, evidencia que no había esperado compañía. El hecho de que llevaba muy poco hizo el ambiente un poco extraño, dado que no la conocía. —Lo siento por simplemente pasar. La chica del mostrador me dijo que entrara aquí. Ambos se encogieron cuando Joe dejó escapar un grito desgarrador. Erin se acercó instintivamente, le acarició la cabeza al bebé, e hizo un sonido de “Shhh”. En su contacto, Joe comenzó a asentarse, cerrando los ojos y gimiendo. — ¿Cómo haces eso?, —preguntó.


Erin sonrió, tomando a Joe de él y meciendo al bebé hasta que comenzó a ir a la deriva. —Mi hermana tiene gemelos de seis meses de edad. Estoy acostumbrada a su comportamiento de mal humor. —Pero, ¿cómo lo calmas? Trato tan duro. Él me odia. Ella se puso seria, sosteniendo al bebé apretado para detenerse de a tocar a Leo. Se volvió de espaldas a ella y se inclinó sobre el lavabo en derrota. —Estoy segura de que no. Estás a tan estresado alrededor de él. Él lo siente, —trató de razonar—. Mira, te he traído algunas cosas para él. Mi hermana iba a llevar la ropa de los gemelos a una tienda de caridad, pero yo pensé que podrías estar agradecido. Puso algunos juguetes para Joe también. Leo se volvió, frotando en su pecho desnudo y mordiéndose el labio inferior. Se aclaró la garganta, mirando a Joe, su expresión llena de amor. —No tienes que hacer eso. He chocado tu coche. Debería estar ayudando. —Yo no soy la que acaba de descubrir que tenía un hijo. —Es cierto, —resopló, señalando hacia la sala de estar y arrastrando los pies hacia adelante. Erin asintió a la bolsa que había traído con ella, sentándose en el sofá con Joe. El bebé le gustaba; se tranquilizó ante su toque, dando a Leo un poco de respiro de su incesante berrear.


Acarició la cabeza del bebé cuando Leo empezó a comprobar el contenido de la bolsa y escuchó un pequeño suspiro de alivio cuando vio la pequeña ropa, baberos y ropa de cama. El miedo de que él fuera a rechazar su ayuda mantuvo sus nervios a fuego lento hasta que él le lanzó una rápida sonrisa. Sus manos estaban apretadas, sin embargo, la mandíbula apretada con dureza. Su ira se dispersó rápidamente, lo que la hizo preguntarse qué la había causado. Leo se acercó a ella, colocando su mano sobre su hombro mientras las lágrimas brotaban de sus ojos. Erin levantó la cabeza, tratando de no centrarse demasiado en su torso musculoso, pero la había hipnotizado. Los tendones agrupados bajo su inspección. —Gracias, —dijo Leo con voz áspera. —No es nada. Estaba preocupada de que no los aceptaras. — Sonrió. Joe gorgoteó en sus brazos, apretándose más. —Durante la última semana he aprendido a aceptar lo que ofrece la gente. No tengo nada para él. Ella lo dejó sin nada, y yo ni siquiera sabía que estaba embarazada. —Ha sido difícil, —declaro Erin más que preguntar. Él, asintió con la cabeza sentándose a su lado. —Ha sido terrible. Joe se debe confundir. Por eso llora mucho. No tengo ni idea de qué hacer con un bebé, y ni siquiera puedo trabajar en mi propia tienda porque llora constantemente, ahuyentando a los clientes. —No puedo imaginarlo.


—No, no puedes, pero entonces, espero que nunca tires a tu hijo como basura. Apenas nos conocemos, y has hecho mucho más por mí y Joe de lo que Carlie hizo. No tienes idea de cómo agradecido estoy, Erin. Realmente. —Puedo ver. —Bajó la mirada hacia Joe, al notar que la mano de Leo aún descansaba sobre su hombro—. Él es precioso, absolutamente hermoso. Tiene tu pelo... y barbilla. Leo miró al bebé, moviendo la cabeza en negación. —Yo no lo veo, pero seguro que tiene un montón de pelo. Pensé que todos los bebés eran calvos. —Está claro que no, —afirmó, ajustando al bebé en sus brazos cuando Leo tocó el hoyuelo de la barbilla de Joe, el orgullo que sentía era evidente en su sonrisa. —Él es lindo cuando está dormido, y conmigo no lo está muy a menudo. Erin intentó quitarse un mechón de pelo de la cara, pero no tuvo éxito. Él, alzó la mano alisándolo detrás de la oreja, sus dedos persistieron. Su toque le puso piel de gallina. Fue la sensación más extraña, y una que quería volver a experimentar. Sin embargo, era consciente de que no podía permitirse ese tipo de desvío; Joe tenía que ser su único objetivo. —Él va a asentarse. Has tenido tanto, un montón de cambios. Se deslizarán en una rutina muy pronto. Tomó meses a mi hermana para empezar a sentirse como ella de nuevo. Leo puso su brazo sobre el respaldo del sofá. Erin se preparó, dispuesta mentalmente para que la tocara, pero la sensación nunca llegó,


sus dedos a milímetros desde el hueco de su cuello. Su piel se estremeció en la conciencia. —Tu hermana tiene dos, sin embargo. De hecho, me siento mejor al tener otro adulto aquí. Hay mucho para hablar y tener a alguien que responda. Riendo ligeramente, ella estuvo de acuerdo con él. —Creo que más bien, te estás aislando a ser un padre soltero. —Cristo, —jadeó—. ¡Sólo tengo veintiséis años! El término padre soltero me hace sentir viejo. —Bueno, eso es lo que eres, amigo. Lidia con eso. Se puso de pie, colocando a Joe suavemente en su cesta de moisés, y le puso una manta de vellón sobre él. Leo puso su mano sobre la de ella y la detuvo de salir. —No te vayas. Por favor, quédate. Durante una hora. Eso es todo lo que pido. El pecho de Erin se apretó. Necesitaba a alguien, y algo dentro de ella se negó a negarse. Ella se sentó de nuevo, volteando su pelo sobre su hombro, pero porque era tan largo terminó golpeando su mejilla. —Sabes, nunca he conocido a nadie con el pelo tan largo como el tuyo, —balbuceó, mirando cómo se alisó los mechones de ébano. —Bueno, ahora lo haces. —Sonrió ella, poniéndose más cómoda—. ¿Puedo decir que nunca he conocido a nadie con un gran tatuaje así? Es increíble.


Erin pasó los dedos por el rompecabezas entintado, sorprendida que no estaba lejos de inmutarse por su toque. Él exhaló con fuerza, mirando hacia abajo a sus dedos sobre su piel. —Eso nos deja atados entonces, —rió Leo, pero Erin negó con la cabeza. —Yo nunca he pasado tanto tiempo con un padre que me atraiga. Él alzó las cejas en evidente sorpresa, su boca abierta ligeramente. Su pulso se aceleró cuando ella se hizo cargo, enlazando sus dedos con los suyos. La ansiedad se levantó, esperando que su contacto no fuera rechazado. Su sonrisa calmó sus nervios deshilachados. — ¿Quieres un café, Erin? Ella asintió con la cabeza, sintiendo sus dedos apretarse suavemente a los de ella. —Me encantaría uno. Café y una charla en la tarde con un chico lindo suena como una gran receta para mí. Joe se retorció en su moisés, gimiendo como si estuviera de acuerdo. El bebé se había establecido ahora y Leo estaba menos estresado, y a pesar de que se movían más rápido de lo que tal vez deberían, ella se negó a presionar los frenos.


E

rin regresó al apartamento de Leo al día siguiente. Y el día después de ese. De hecho, volvió cada día por la próxima semana. Cada uno de esos días fue más fácil para Leo con el

bebé. Erin le mostró cómo calmar a Joe, trucos para llegar a terminar toda una alimentación, y cómo conseguir calmarlo más rápido. Leo nunca había estado tan agradecido. Leo había comenzado a mirar el reloj, contando los minutos hasta que ella llamara a la puerta de su apartamento. Se dijo que no debía confiar en ella; sólo estaba haciendo esto porque sentía pena por él. Sin embargo, él no podía ignorar los ligeros toques entre ellos o las chispas que volaban cuando sus ojos se encontraban. En los últimos días, se había retirado a sí mismo de nuevo al tocar su largo cabello de ébano al menos diez veces. Tenía sueños de lo que se sentiría si acariciara su pecho y estuviera envuelto en una cortina de ella mientras la besaba hasta dejarla sin sentido. Mirarla se había convertido en casi doloroso, porque su cabeza peleaba con su corazón. Uno le decía que fuera por ella, para mostrarle la atracción que sentía, pero el otro le decía que se centrase en su hijo, y lo hiciera la prioridad principal. Confusión lo envolvía. No había oído nada de Carlie. La ira estaba agarrada en su estómago cada vez que pensaba en ella. Carlie debía ser parte de la vida de su hijo, no un extraño. Todavía no entendía cómo podía irse y no


importarle lo que le pasó a su hijo. Ni siquiera se había quedado para asegurarse de que Leo lo había sacado del frío. Ella no se había preocupado en absoluto, volviendo la vida de todos, boca abajo y la forma en que ella se había quitado a su hijo... eso era algo que nunca podría perdonar. El golpeteo en la puerta le hizo sonreír como un tonto. Leo verifico que Joe durmiera, asegurándose de que el ruido no le había molestado, después comprobó su propia apariencia en el espejo. Fórmula manchaba su camiseta blanca. Pelusa de uno de los juguetes de peluche de Joe cubría sus arrugados jeans oscuros, sin embargo, su felicidad eclipsó todo eso. Él finalmente se sintió en control, y la mujer llamando a su puerta tenía mucho que ver con eso. —Buenas tardes, señor Sommers. —Sonrió Erin mientras abría la puerta. Saludó con una bolsa de papel en una mano y una lata de fórmula en la otra. Tenía las mejillas sonrojadas del viento cortante exterior, el flequillo en punta por la lluvia ligera. Leo se dio cuenta con pesar de que había trenzado su pelo, y le caía por la espalda. Trató de no hacer pucheros. —Hola, señorita Miles. ¿Qué tienes ahí? —Te he traído el almuerzo. Erin irrumpió en el apartamento, arrojó su bolso en el sofá, y miró por encima de la canasta de Moisés para mirar al bebé dormir. Pasó a Leo la fórmula. —No tienes que traer esto. Puedo conseguir la fórmula. —Trató de ocultar una mueca.


Ella se acercó, colocando su palma de la mano en el pecho y encontrando su mirada avellana. —Lo sé, pero yo pensaba traer el almuerzo para dos de mis hombres favoritos. Eso no es malo, ¿verdad? Sacudió la cabeza, tratando de pensar en algo que decir, pero ella volvía papilla sus pensamientos siempre que lo tocaba. O cada vez que la tenía tan cerca. La negación era cada vez más difícil de tratar. —Entonces, ¿qué hiciste hoy, querido? —bromeó Erin, dando un paso hacia atrás y encogiéndose de hombros bajo su abrigo. Leo se rió entre dientes, excavando alrededor de la bolsa para ver lo que ella le había traído. Había aprendido a apoyarse en ella demasiado rápido, toda la situación sorprendiéndolo. Todavía se sentía culpable, pero Erin no parecía oponerse; ella realmente parecía disfrutar de su compañía y la de Joe. —Bueno, —reflexionó, llevando un panecillo a la boca—. Las cuatro y media fue el comienzo del día de Joe, así que ha sido cuesta abajo desde entonces. Hasta que abrí la puerta a tu rostro sonriente, eso es. Erin rodo sus ojos en la forma más seductora. A veces se burlaba de ella a propósito sólo para ver su reacción. La atracción hacia ella era tan fuerte que parecía incorrecta. Sólo se habían conocido el uno al otro por una semana, sin embargo, no se cansaba. — ¿Qué tal tu día? —preguntó Leo con la boca llena de comida. Ella se dejó caer junto a él, con los ojos cada vez ampliándose ya que prácticamente inhalaba el bagel. —Oh, ya sabes, lavado, corte, cepillado.


—Lo amas. Erin sonrió, cogiendo su bolso. —En realidad, me gusta tanto que traje mis tijeras aquí. Él frunció el ceño, observando la forma en que manejaba las tijeras como un arma mortal. Joe hizo un sonido lamentándose desde la canasta, pero se conformó casi de inmediato. — ¿Por qué las has traído aquí? —preguntó con cautela, alejándose un poco cuando ella se acercó. Sus dedos peinaron la parte posterior de la cabeza; sus uñas raspando suavemente sobre su cuero cabelludo. Él casi ronroneó en la intimidad. Quería rogarle por más, y tropezó por algo que decir. Él tartamudeó, la lengua trabada por primera vez desde su adolescencia. Erin se rió de su torpeza, lo que le causó que balbuceara un poco más. —Pensé que podría hacerte un recorte. Sólo media pulgada. Lo prometo. — ¿Quieres cortarme el pelo? —preguntó él, cerrando los ojos mientras pasaba sus dedos por sus cabellos de nuevo. Cada vez que sus dedos acariciaban su cuero cabelludo, las chispas volaban, todas convergiendo en su ingle. Sus bolas apretadas, el endurecimiento de su polla presionando contra su ropa interior. Cambiando su posición en la silla no lo ocultó tampoco. Mientras más sus manos permanecieron en su cuerpo más lo encendía. Se aclaró la garganta. —S…sí. ¿Te gustaría eso?


— ¿Va a tomar tiempo? Es que Joe estará despierto pronto, exigiendo que le dé de comer. Sin darse cuenta de sus acciones, él inclinó la cabeza hacia ella. Ella sonrió, girando su cuerpo para que pudiera descansar su cabeza sobre su hombro. Ambos se detuvieron por un momento, pero no se separaron. Sus dedos seguían un ritmo lento y constante, peinando sus hebras suaves, cuando Leo inhaló su dulce aroma. —No habría superado esta semana sin ti, —murmuró. —Habrías estado bien. Yo no he hecho mucho por ti. Estabas metido en algo que no tenías idea. Sólo te guié. Su voz se volvió ronca cuando respondió. —Y no tienes idea de lo mucho que aprecio lo que has hecho. Creo que alguien me estaba enviando algo de buena suerte el día en que me estrelle contra ti. Leo no quería que se moviera, pero si ella realmente quería cortarle el pelo necesitaba hacerlo antes de que Joe se despertara. Sería bueno tener este pequeño momento con ella, incluso si era sólo un corte de pelo. Así que lamentablemente se alejó, poniéndose de pie para mover una silla del comedor en el espacio. —Es mejor que quites tu remera. Obtendrás pelo por todas partes. Leo resopló, mirando hacia abajo en el lío de algodón blanco. —No es como si puedo hacer que esté más sucio. —Es cierto. Es un desastre, pero confía en mí. Esos pequeños cabellos se pegan en las fibras, y no importa cuántas veces lo laves, todavía te hacen picar.


Él levantó las manos en señal de rendición, haciendo que sus cejas bailaran antes de quitar su camiseta blanca. La mirada de Erin se disparó directamente a su tatuaje de piezas de rompecabezas. Su lengua salió, lamiéndose los labios mientras examinaba su tinta. Él consiguió una patada de su evidente atractivo, prometiéndose estar a medio vestir la próxima vez que viniera. —No sé cómo te controlas a ti misma alrededor de mí, —bromeó, recibiendo una palmada en el hombro, pero él no se perdió su respuesta murmurada. —Yo tampoco lo sé. Su corazón comenzó a latir el doble de tiempo. Su ingle se apretó en comprensión de que lo que sentía no era unilateral. La esperanza se hinchó dentro de su pecho mientras sus dedos comenzaron a deslizarse por su pelo. Se retorció. —Quédate quieto o voy a terminar cortándote. —Erin forzó su cabeza hacia adelante cuando intentó girar hacia ella. Era fácil para ella decirlo. Su polla estaba dolorosamente dura, y cada vez que lo tocaba iba a peor. Convencerse de que ninguna mujer querría a un chico con equipaje no ayudaba tampoco. El corte de pelo debía haber sido un tiempo para relajarse antes de que Joe empezara chillar de nuevo. En su lugar cada segundo se estaba convirtiendo en una auténtica tortura. Leo se quedó en silencio, inclinando la cabeza cada vez que se la retorcía. Mentalmente, recitaba el alfabeto, tratando de no dejarse llevar con el rasguño de sus uñas en el cuero cabelludo, o la caricia de sus dedos por los mechones de pelo. Llegó a la letra L antes de darse cuenta que había dejado de cortar.


— ¿Acabas de tararear? —preguntó confundida, desdoblando sus dedos sobre sus hombros mientras se movía para estar delante de él. —Yo... yo estaba de acuerdo contigo, —mintió, con la esperanza de que sería el final de la conversación. No lo fue. Ella frunció el ceño, colocando sus manos en cada hombro. Ella le dio un golpecito antes de descansar sus manos. —Yo no te he dicho nada para que estés de acuerdo. Un destello de su ombligo por debajo de su camiseta apretada estaba al nivel de sus labios. Su boca se hizo agua por el entusiasmo mientras se preguntaba a qué sabía su piel. Tuvo que forzar su mirada hacia arriba, arrancándola de su carne cremosa. No sabía qué decir, ni siquiera había sido consciente de que había tarareado. Él sabía por qué lo hacía sin embargo. El toque de Erin había hecho quererla desnuda y en sus brazos. Leo le puso las manos en las caderas, esperando que se apartara. Siempre pensé que lo haría cuando la tocara. Ella no lo hizo; lo miró, esperando. El aire alrededor de ellos crujió con intensa atracción, una excitación que se hacía cada vez más difícil de negar. —Leo, tú tarareabas. Lo escuché y lo sentí. Tú... —hizo una pausa—. No tienes que contenerte mí alrededor. Sus dedos se flexionaron en sus caderas antes de que él apoyara su frente contra su abdomen. Murmuró humilde, esperando que no pudiera oír y que sus sonidos fueran amortiguados por su estómago. La piel de gallina se deslizó por su piel, provocando un delicioso escalofrío. —Es demasiado pronto, —susurró—. Demasiado.


Erin pasó los dedos por su cabello recién recortado, exhalando. —Entiendo. Tienes que pensar en Joe, pero lo siento y sé que tú también. Yo no lo estoy imaginando. Sus labios rozaron su ombligo, y se dijo que era sólo una muestra rápida. Él mintió, porque una vez que lamió sus labios, su sabor irrumpió a través de su lengua. La tentación de besar su carne burbujeó de nuevo en su sangre, pero se contuvo. —No estás imaginando. Yo simplemente no quiero que pienses que esto se trata de Joe. —Sé que no lo es, —Erin dijo en voz baja—. Mira, si me hubieras conocido en un club o en una cafetería no estaríamos teniendo esta conversación. Entiendo tu necesidad de precaución, pero tienes sentimientos también. No puedes pasar el resto de tu vida negándote a ti mismo. Ella tenía razón, pero su hijo había pasado por muchas cosas ya. Tenía que pensar en esto. No podía negar su atracción por Erin; era evidente en su mirada, en su tacto... y en sus pantalones. En este momento, lo único que quería hacer era besarla, pasar sus manos sobre su piel suave, perfumada y escuchar sus suaves gemidos de placer. En el fondo intuía que no iba a hacer nada para herirlo a él o a Joe, aunque su juicio claramente no era el mejor. — ¿Quieres que me vaya? —Erin graznó, sus dedos apretando en su cabello. Sus manos reflejaban las de ella, agarrando sus caderas. Estaba dividido, con la cabeza y el corazón luchando por el dominio de nuevo. Joe arrulló en su cesta cuando Leo se perdió temporalmente a sí mismo


en la piel de Erin. Él le acarició el abdomen, su lengua lanzándose en una probada suave. No era suficiente. Tiró de sus caderas, gimiendo mientras arremolinaba su lengua alrededor de su ombligo. Ella sabía a picante, salado, y puro. Hizo que su boca se secara más que el Sahara, y que anhelara más. Por la forma en Erin se empujó contra él, no le iba a negar. De hecho gimiendo exigió más. —No te vayas, —jadeó—. Por favor. Quédate. Erin bajó la cabeza, ahuecando su rostro en sus manos antes de bajar sus labios a los suyos. Ambos se quedaron boquiabiertos cuando sus labios se apretaron contra los suyos. El corazón de Leo tronó, haciéndole congelar todo el cuerpo por un instante. No se sentía mal; sólo le había sorprendido. La intensidad fue extrema, pero se relajó un poco, la boca de Erin moviéndose lentamente contra la suya. Comenzó casto, una serie de picotazos persistentes. Sin embargo, cuando ella se apartó, sus labios aún se estremecieron. Se miraron el uno al otro, shock reflejado en sus rostros. Era vagamente consciente de que aún agarraba sus caderas, pero no podía arrastrar los ojos de sus mejillas sonrosadas y los ojos muy abiertos. Ninguno de los dos dijo nada más; no lo necesitaban. Las chispas habían empezado a encenderse. Leo se puso de pie rápidamente, empujando la silla sobre su espalda. Dio un paso hacia ella, esperando que retrocediera. Ella no lo hizo. Sus brazos se enrollaron alrededor del cuello; sus labios se encontraron primero. El beso se hizo intoxicante, suave al principio, pero cada vez más profundo con cada barrido de la lengua de Leo.


La emoción rápidamente se convirtió en lujuria, pero Leo trató de no empujar demasiado pronto. El agarre de su camiseta regaló su creciente pasión; su propia necesidad salió de él en olas. Joe gimió, separándolos, pero no por mucho tiempo. Los labios de Leo comenzaron a arrastrarse sobre su mandíbula, pequeños picotazos y lamidas rápidas. Se movió hacia abajo, hacia la garganta, sintiendo sus respiraciones aumentar. Animándose, él lamió la zona sensible, disfrutando en sus pantalones de la anticipación, pero Leo no lo llevó más abajo que su lóbulo de la oreja. No estaba seguro de donde esto los conducía. Él no quería apresurarlo. Se sentía bien. Su suave suspiro produjo un gruñido retumbando de Leo, cuando tomó el lóbulo de la oreja en la boca, chupando lentamente. El sonido fue directo a su ingle, lo que le hizo cambiar de posición. Él quería que ella supiera el efecto que tenía sobre él, pero le preocupaba que sus acciones se basaran únicamente en la lujuria. Quería su cuerpo y mente y no sólo por esta noche. Erin alisó las manos por la parte posterior de su cuello, masajeando suavemente sus hombros mientras se separaron. Él no quería que terminara más de lo que parecía, pero sólo se conocían de una semana. A pesar de que la atracción era fuerte, tenían que andar con cuidado. Por sí mismos, así como por Joe. —Um... wow... —Leo tropezó. Erin sonrió, tirando de él hacia el sofá. Ella le hizo cosquillas en los dedos por su tatuaje, bajando la cabeza y colocando tres pequeños besos en su bíceps. Se sentó detrás de él, moviendo a Leo haciendo que su espalda se apoyara contra su pecho. Sus piernas descansaban a cada lado de sus caderas, los brazos colgando perezosamente sobre sus hombros. Tocar a Erin se sintió tan fácil como respirar. Era como si se conocieran entre sí mucho más tiempo.


—Sí, —Erin exhaló—. Los sueños no tienen nada en realidad. — ¿Soñaste conmigo? —Desde el primer día. ¿Tú? Leo se rió entre dientes, dando a su rodilla un rápido apretón. —No creo que los sueños de los hombres sean exactamente los mismos que los de las mujeres. — ¿Quieres apostar? —Erin bromeó, pero se sonrojó, murmurando acerca de un sueño más erótico que había tenido la noche anterior—. Pensándolo bien todo es bastante embarazoso. — ¿Oh enserio? —Leo canturreó, girando la cabeza para poder mirarla a los ojos y darle un beso rápido en los labios—. Creo que me gustaría saber más acerca de esos sueños. Erin estaba negando cuando su teléfono sonó. Leo gimió, alejándose de ella para que pudiera sacarlo de su bolsillo. El sonido despertó a Joe, quien gritó tan fuerte como sus pequeños pulmones permitirían. Su pequeño remanso de deseo se astilló y agrieto, lo que permitió a la realidad inundarlo. Sólo habían sido unos cuantos besos cortos, pero fue suficiente. Lo suficiente para saber que se sentiría la pérdida de ella cuando fuera a su casa. Cogió a Joe, le cayó y murmuro al oído del bebé. Él lo acunó tiernamente, mirando a los ojos de su hijo y sintiendo que su corazón se hinchaba. Oyó a Erin gruñendo en su celular. Él la observó mientras ella recogió sus tijeras, colocándolas en el bolso. Su pecho comenzó a estrecharse, sabiendo que iba a tener que irse. No quería, pero tenía una vida fuera de su tienda, de su apartamento, y de su hijo.


—Lo siento, me tengo que ir. —Ella hizo una mueca, tirando de su bolso de mano en su hombro—. Sammie, la recepcionista, se olvidó de anotar a un cliente en el libro, y ella ha estado esperando por un corte y color durante veinte minutos. Extendió la mano y acarició la espalda de Joe. Su labio inferior sobresalía, en protesta. —No me quiero ir. Sobre todo después de que... ¿Puedo volver después? Voy a traer pizza. Leo levantó una ceja, con la esperanza de aligerar el ambiente. — ¿Vino también? —Lo tienes, Señor Sommers. Dame un par de horas, ¿de acuerdo? Un momento incómodo colgaba entre ellos, uno en donde ninguno de los dos sabía qué hacer a continuación. Trasladaron provisionalmente sus caras más cerca, sin saber si debían besarse o no. Leo fue quien finalmente tomó la delantera, aplastando sus labios contra los suyos en un beso rápido pero apasionado. —Voy a estar esperando, aunque va a ser hora de la siesta del hombrecito. Su sonrisa era absolutamente contagiosa. —Hasta pronto, Leo. —Tú también. ¿Ah, y Erin? Ella se volvió hacia él cuando llegó a la puerta. —Gracias por el corte de pelo. Nunca he sido manejado de una manera tan espectacular.


Erin resopló suavemente, dando un paso hacia la escalera, y estaba seguro de que ella murmuró—, Puedo hacerlo mejor.


E

rin terminó corte de pelo de la clienta con la velocidad del rayo, una sonrisa se dibujó en su cara todo el tiempo. La clienta había quedado impresionada con su cabellera recién

decorada, pero la mujer debía haber pensado que Erin estaba loca. El pago apenas había cambiado de manos, antes de que ella estuviera corriendo de la tienda, con la intención de ver a Leo. Emoción burbujeaba a través de su torrente sanguíneo, sabiendo que dentro de poco podría pasar más tiempo con Leo y el bebé Joe. Ambos habían robado su corazón, a pesar de haber transcurrido un tiempo corto. Su madre le había advertido que tuviera cuidado, sin saber lo que podía sacrificar. Después de todo, él ya había dejado a alguien embarazada, pero Erin sabía la verdad. Ella lo observó con su hijo, al ver el brillo de devoción en sus ojos. Leo era un buen hombre. Ella no trató de cuestionar a donde se dirigía esto; estaba segura que Leo tampoco lo sabía. No tenía prisa, simplemente disfrutaría cada momento como llegara. No se detuvo de controlar su apariencia y asegurarse de que se veía mejor sin embargo. Arregló el cabello oscuro y ondulado, volvió a aplicar su brillo labial, y se aseguró de que Leo tuviera un tentador flash de su ombligo asomando de su camiseta un poco.


La asistente de la tienda de discos mascaba chicle y charlaba con un chico de aspecto gótico. Sus codos presionados sobre el mostrador, empujando su pecho junto, en una seducción obvia. Erin estaba a punto de abrir la boca cuando la chica asintió, señalando el piso de arriba. Ella, obviamente, no estaba de humor para ser interrumpida, y con ganas de llegar a Leo lo más pronto posible, Erin agarró las compras y corrió escaleras arriba. Música flotaba suavemente de su apartamento, las notas más atrayentes. Su ruido sordo mientras cantaba ya la hizo temblar. — ¿Puedo unirme a ustedes? —susurró, riendo cuando él se dio la vuelta, los ojos muy abiertos. La boca de Leo se balanceaba abierta y cerrada. Parecía estar en una pérdida de palabras. — ¿Yo... um... estaba limpiando? —él contestó, como si fuera una pregunta. Erin sonrió, metiendo la mano en su bolso por la pizza congelada. —Eres gracioso. Congelada. Lo mejor que podía hacer en realidad. —Suena delicioso. —Él se acercó, poniendo sus manos en sus caderas y acariciando un poco de la piel con los pulgares—. A pesar de que hay algo más que realmente me gustaría en primer lugar. Con la esperanza de que él quisiera lo mismo que ella quería, ella se apoyó en su abrazo, suspirando cuando sus labios se conectaron. Saboreó pasta de dientes de menta y olía a gel de ducha amaderado. A ella le gustaba que él se hubiera bañado y cepillado los dientes a la espera de su regreso. Ella se dejó llevar por el beso, deslizando su lengua contra la suya y amando ser devorada.


Erin estaba embelesada con él. Había peleado contra la atracción, se había dicho a sí misma que no podía permitirse la distracción, pero simplemente fue demasiado. La necesidad de tocar, besar, acariciar creció hasta que fue tan intensa que no podía negarse. Con el tiempo, se había reconciliado; sólo porque él era un padre ahora no significaba que tenía que permanecer soltero. Erin sonrió. —Hmm, me gusta tu idea para la cena, Sr. Sommers, pero no creo que me vaya a llenar. Pensamientos jugosos revoloteaban en su cabeza acerca de cómo él podría llenarla. Sus grandes ojos confirmaron que había seguido su línea de pensamiento. —Lo siento, —murmuró, rozando sus manos por su espalda y abrazándola—. Estoy limpio e inocente, de verdad. —Mentiroso, —bromeó, empujando su pecho—. El pequeño bulto en la cuna contradice su declaración. —Cierto. La besó en la frente, una acción tan natural. Le asombraba cómo encajaba perfectamente su cuerpo contra el suyo. — ¿Puedo ir y echar un vistazo a Joe? Prometo no despertarlo. Leo frunció el ceño cuando ella llevaba una bolsa de papel a la pequeña habitación. Se sintió complacida cuando no la cuestionó. En los pocos días anteriores, había comprado al bebé unas baratijas y juguetes. Esperaba que Leo pensara que eran otras. Había hablado con ella sobre cómo ella lo echaría a perder. Ella no escuchó. Se sentía bien


comprar cosas para Joe junto con sus dos sobrinas. Se apresuró, ocultando el paquete en la habitación de Joe y comprobando que todavía estaba durmiendo. Leo estaba colocando la pizza en el horno cuando regresó, y exhaló ruidosamente cuando ella envolvió sus brazos alrededor de su cintura. Trató de darse la vuelta; ella no se lo permitió. —Quiero decir algo. Me plantaré si veo tu cara, por lo que quédate ahí y déjame abrazarte. Leo tarareó de acuerdo, aunque trató de darse la vuelta otra vez. —Me gustas, Leo. Me refiero a realmente como tú. Me gustas más debido a la forma en que has sido con Joe. No has conseguido a otra persona para cuidar de él. Sé que ya has pasado por mucho. Sé que es pronto, pero quiero que esto vaya en alguna parte. Sus manos apretaron las suyas en comunicación silenciosa, júbilo inundo su cuerpo. Frotando su mejilla contra su espalda, ella trató de encontrar la manera de conseguir la siguiente parte. Ella no necesitaba. Leo se volvió, tirando de ella contra él y bloqueo sus labios. Su lengua se adentró, enviando pequeñas chispas de excitación en una dirección. Movió la mano a la parte posterior de su cabeza, sosteniéndola mientras profundizaba el beso. Gemidos escaparon de su boca en la suya mientras pasaba sus manos a lo largo de su pecho, por debajo de su abdomen y se adentró bajo el borde de sus pantalones vaqueros. Su jadeo rompió el beso. Entonces ella lo miró, él quería ver la necesidad de que se apoderó de ella. Leo levantó una ceja solitaria en cuestión, cuando sus dedos rozaron los pelos gruesos que rodeaban su erección. Esperó a que la detuviera y como nunca sucedió, provocó que otro gemido retumbara por su pecho mientras envolvía sus dedos alrededor de su erección y la bombeo lentamente. Sus ojos se cerraron; resistió sus caderas más cerca. Más, ella quería más.


Erin se perdió, dejándose llevar en una ola de excitación. Sus pezones rogaban por atención, y sus bragas ya estaban húmedas. Ella mordisqueó la fina piel de su cuello, todavía burlándose suavemente en su eje y con la esperanza de aliviar el creciente dolor entre sus muslos. —Cristo, —Leo gruñó—. Eres alucinante. ¿Lo sabes? — ¿En serio? —Ella se echó a reír, pero se convirtió en un chillido rápidamente cuando él la cogió en brazos y la llevó a su dormitorio. Él la tiró sobre la cama, besándola mientras lentamente, poco a poco, se quitó la ropa. Ya no le importaba si era demasiado pronto; ella sólo quería sentir su piel junto a la suya. — ¿Está esto bien? —retumbó en el hueco de su cuello, moviendo su pezón con la trayectoria de su pulgar. —Perfecto, —suspiró, meciendo sus caderas contra él—. No te detengas. Leo silbó, empujando su polla contra su centro. Ella rodó sus caderas, provocando otro fuerte siseo de Leo. Los sonidos que hacía estaban volviéndola loca, incitando a su lujuria y haciendo que ella se burlara de él aún más. Él era un buen hombre y cada día aprendía a cómo convertirse en un padre maravilloso. Fue una combinación que encontró irresistible. Erin no podía dejar de tocarlo. Ella lamió su brazo entintado, deleitándose en la sensación de su cuerpo tonificado cubriendo el de ella. Sus

caderas

se

movían

por

su

propia

voluntad,

pidiendo

desesperadamente más, mientras empujaban contra su erección. La forma en que la miraba la hacía sentirse hermosa, querida, y cuidada. Él todavía estaba herido, seguía perdido en la confusión de la paternidad, pero aquí, en sus brazos, lo encontró.


Rodaron por la cama, una serie de besos, lamidas y mordiscos, descubrieron sus cuerpos entre sí. Se dio cuenta que estaba más duro, más excitado, cuando ella le rozó sus dientes en la nuca. Cuanto más se endurecía, más húmeda se volvía. Sus pechos hinchados, ansiaban ser tocados, pero Leo estaba agarrando sus caderas, ralentizando sus movimientos. Aunque cuando ahondó su mano entre sus cuerpos y envolvió a su alrededor, su empuje se hizo rápido. Él rodó sobre su espalda, gruñendo y tirando de ella con él. Su pelo cayó hacia adelante, un telón negro de privacidad. Se sentía como si estuvieran en su propio mundo: caliente, intenso y desesperado. —Dime que pare, —Leo rogó, salpicando su labio inferior con besos. Su tono era de pánico, exactamente cómo se sentía, pero pedirle que parara no era una opción. Ella a horcajadas sobre sus caderas. —Pero yo no quiero que lo hagas. —Entonces un condón. Cajón. Erin resopló ante su incapacidad para formar una frase completa, inclinándose y empujando sus pechos en su rostro mientras cogía un condón. Él gruñó, pellizcándolos y lánguidamente lamiendo sus pezones. —Tan bueno, —se quedó sin aliento—. Realmente no quieres parar, ¿verdad? Erin se estaba hablando a sí misma, cuando Leo estaba ocupado burlándose de su cuerpo. Rodó su pico tenso entre los dientes antes de lamer para tranquilizar la piel. Echando la cabeza hacia atrás, empujó su pecho más cerca, exigiendo más. Su único deseo iba de mal en peor cuando ella puso el látex sobre él, apretando su polla antes de regresar a


su cuerpo, enclavado contra su entrada. Erin luchó contra el impulso de empujar hacia abajo hasta que la llenara. Lujuria estalló entre ellos. Jadeaban, moviendo sus cuerpos lentamente mientras se miraban a los ojos del otro. — ¿Sin remordimientos? —Leo susurró, jugando con los pezones de Erin. Ella no podía responder. La necesidad de tenerlo dentro de ella consumía todo su tiempo. Sacudiendo la cabeza, utilizo hasta la última gota de fuerza de voluntad para detenerlo de entrar en su cuerpo. Cuando unió sus labios con los suyos en un beso profundo a fondo, todo el control se perdió. Ninguno de los dos podía mantener el secreto por más tiempo, y cuando su lengua entró en su boca, su polla entraba en su cuerpo. Gimió en voz alta por las sensaciones golpeando a través de ellos. Erin tomó la iniciativa, marcando el ritmo, atronadora lujuria a través de cada célula de su cuerpo. Sus movimientos eran lentos al principio, cada uno de ellos absorto en los sentimientos que corrían a través de ellos. El ritmo cambió pronto cuando se hizo increíblemente mantenerlo tan suave. Erin quería, calor intenso, calor feroz. —Necesito más, se quedó sin aliento, comenzando a mecerse más rápido. Sus manos se apoderaron de sus caderas, atrayéndola hacia él. Sus ojos encapuchados, los labios hinchados, y comenzaron a empujar a un ritmo feroz. Erin tomó sus pechos, rodando sus pezones entre sus dedos y el pulgar. —No es justo, —se quejó. Él se levantó y sustituyo sus dedos con los labios.


Su cabeza cayó hacia atrás, chispas derribaron en su torso a su sexo. Ellos encajan entre sí de una manera que Erin nunca había conocido, y después del primer descubrimiento ahora no podía conseguir lo suficiente de él. Los besos volviéndose duros, los toques tan feroces, que Erin estaba segura que dejarían marcas. Su pasión en espiral fuera de control. Se quedó sin aliento. Más aún cuando él llevó sus dedos hasta su calor. Un gemido incoherente escapó de sus labios mientras apretaba con más fuerza contra su clítoris. Necesidad de agarrarse, pasó los dedos en su pelo enmarañado, levantando sus pechos, más alto, con la intención de llevarlo más cerca de su finalización. La excitación se filtraba desde su núcleo mientras empujaban por más. Las burlas fueron olvidadas. Cada pensamiento se centraba en torno a tocar a Leo y la necesidad de tocar de nuevo. La piel de Erin quemaba, pequeñas corrientes empezando a construirse, alertándola de su creciente orgasmo. Ella apretó su agarre en su cabello y lo sintió estremecerse en respuesta. Besándolo en una rápida disculpa, ella giró sus caderas. La pasión la llevó adelante, y trabando sus miradas fue hundida en el sentimiento de rectitud. Se sentía tonta de verbalizar, pero era cierto. El hombre empujando en su cuerpo se sentía divino. —Oh, Leo, —exhaló. Ella se iba a venir. Su estómago se arremolinó con la lujuria y algo que no estaba dispuesta a nombrar. La conexión era perfecta, más de lo que jamás hubiera esperado encontrar cuando se había estrellado en su coche en la tienda. —Necesitamos... ahora —casi respondió, dejando su cuerpo antes de empujar de nuevo en su sexo con un empuje duro.


Sus ojos no se apartaban de ella. La intensidad que reflejaba le quitó el aliento. Entonces quiso presionarlo al borde, ella empujó sus caderas agresivamente, bombeando su polla más profundamente en ella. Eso fue todo lo que tomó para que Erin se rompa en sus brazos. Ella cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás. Las olas de felicidad la recorrieron, dejándola jadeando y gimiendo su nombre. —Oh... Leo. ¡Oh, mierda! Leo sonrió, pero su imagen nadó delante de ella. Su piel ardía, su estómago todavía en espasmos. Tenía la intención de hacer que Leo se viniera pero había llegado a la cima primero. Sus corazones golpeaban contra el otro, el aumento creciente cuando Leo gruñó contra su oído. Mirar a Leo venirse era cautivante, todo su cuerpo temblando de las sensaciones. Trató de ahogar su grito enterrando la cara en su cuello, pero con el tiempo se derramo, haciendo eco alrededor de la habitación. Se quedaron en silencio por un tiempo. Erin estaba completamente sorprendida por la velocidad a la que había sucedido, pero ella no lo lamentaba. —Wow, —Erin respiró, ralentizando sus caderas oscilantes. Jadeaban pesadamente, ampliamente sonriéndose el uno al otro. Los temblores en su cuerpo comenzaron a disminuir, y su abdomen sólo tembló una vez más. Él la envolvió con sus brazos, piel resbaladiza conectando con piel resbaladiza. Erin apoyó la cabeza en el hueco de su cuello, tratando de regular su respiración. Todo su cuerpo se estremeció, y no era sólo por el orgasmo. Había algo más que habían sobredesarrollado constantemente en su tiempo juntos. Empujó a un lado el pensamiento e inhaló profundamente.


—Creo que la pizza esta probablemente un poco bien hecha por ahora, —susurró Leo. Erin se echó a reír, sacudiendo la cabeza. —No es la cosa más romántica que jamás he oído después del sexo. —Creo que nosotros podríamos pedir algo. Me muero de hambre ahora. —Apuesto a que sí. Volvieron a besarse tiernamente. Leo sonrió, acariciando su espalda desnuda. —Alguien parece haber ayudado a abrir el apetito. Su expresión se volvió seria, causando que su ansiedad aumente. Ajustó la posición, gimiendo cuando dejó su cuerpo. Él estaba tratando de ser discreto, dándole la espalda mientras se quitaba el condón, pero no funcionaba. Ella lo vio todo, la forma, incluyendo las manos le temblaban. Hizo reír a Erin, aligerando el estado de ánimo lo suficiente. — ¿Necesitas un poco de ayuda allí, Shaky1? Alargó la mano sólo para que le golpeara su mano juguetonamente antes de dedicarse a tirar el condón a la basura. Los pensamientos llenaron a su cabeza, deseando que subiera de nuevo a la cama con ella, pero como si fuera una señal, Joe lloraba en voz alta desde su cuna. —Voy a ir a arreglarlo. Hay algunos menús por el teléfono. ¿Quieres llamar? Tu elección.

1

Shaky: Tembloroso.


Erin lo dejó ir, tumbada en el colchón e inhalando el olor de Leo en el edredón. Ella no tenía la intención de ir tan lejos esta noche. Su lujuria por él la llevó. La realidad de su relación sexual fue mucho más allá de lo que nunca podría haber imaginado. Por supuesto, esta nueva relación tomaría mucho trabajo. Ella siempre venía en segundo lugar por Joe, aunque ella lo entendía. Cada día sus sentimientos crecían, adorando al niño tanto como a su papá. Su cuerpo todavía zumbaba, y todavía podía sentir su tacto. Cada roce del edredón en su piel sensible presentó una nueva ola de hormigueo pasando con velocidad hacia su sexo hinchado. Leo tarareó a Joe, podía oír su voz ahogada por la pared fina del papel, así que se quedó repleta en la cama, escuchando. Su estómago gruñó, pero escuchar a Leo con su hijo la distrajo. La forma en que hablaba a su hijo, calmante para que volviera a dormir, provocó que una enorme sonrisa se extendiera por su rostro. Él realmente amaba al niño. — ¿Qué es esto? —preguntó Leo en voz baja, arrastrándose hasta la cama con ella. Erin se había olvidado por completo de su pequeño regalo. No parecía enfadado con ella, así que se arriesgó a mirarlo. —Yo no quería que lo vieras hasta mañana. —Entonces colocarlo en la habitación de mi hijo no era la mejor idea, —señaló, besando su nariz. Se acurrucó contra él, apoyando la barbilla en el pecho por lo que todavía tendrían contacto con los ojos. —Mañana es el Día del Padre. Joe quería comprar algo bueno para su papá. — ¿Joe lo hizo?


—Sí. —Ella asintió con la cabeza, bajando sus labios y besando a su pezón—. Tuvimos una charla. Pensó que merecías algo increíble. — ¿Así que él me compró un oso de peluche azul y una tarjeta? ¡Su letra es excelente! Erin asintió de nuevo, cerrando los ojos mientras su mano ahuecó su culo y apretó con ternura. Al instante sintió florecer la excitación; rodó sus caderas contra su pierna. Su sexo palpitaba, exigiendo atención. Necesidad de él se elevó rápidamente, sus manos la única distracción. — ¿No te gustan? Leo se aclaró la garganta, su dedo deslizándose a lo largo del pliegue de su trasero, continuando por la espalda. La hizo estremecerse con delicadeza, lo hizo de nuevo. Erin chilló, tratando de apartarse, pero su brazo estaba envuelto a su alrededor. — ¿No me quieres tocándote ahora, has tenido un mal camino conmigo? —Él preguntó. Ella le dio una palmada en el pecho, resoplando cuando él fingió dolor. —Creo que será tu camino. —Estabas arriba, —él replicó infantilmente. —Eres tan gracioso... ¡no! ¿Así que vas a contestarme? Sus dedos habían comenzado con sus pechos; desvió su atención una vez más. No podía negar que estaba desviándola ciertamente, pero era importante para ella que él respondiera la pregunta. —Hmm, ¿cuál era la pregunta?


— ¡Leo! ¡Escúchame! —Erin hizo un mohín—. ¿Te gustó, tu sorpresa? Los labios de Leo se unieron con los de ella, cortando su queja y robándole el aliento. Era lento, erótico, y ella no tenía que adivinar a dónde se dirigía. —Fue la mejor sorpresa, —él exageró, moviendo su mano por su cuerpo para acunar su sexo—. Gracias. Erin se derritió contra él, sus palabras hinchando su corazón. Un corazón que ahora pertenecía a Leo.


I

ban a tener una cita. Leo insistió, con ganas de hacerlo oficial. Sería en su apartamento, con Joe durmiendo en su dormitorio, pero Leo pensó que necesitaban una. No había nadie en quien

podía confiar para cuidar de su hijo mientras él llevara a Erin a un restaurante, por lo que la cita tenía que ser en su apartamento. Estaba decidido a que fuera memorable, decorar la habitación con velas aromáticas, cubrir la mesa de café con una sábana blanca, y con la esperanza de que Erin no pensara que era una tontería. Se sentía culpable por no salir con Erin como debería. Ella se había reído. Se habían encontrado en la más extraña de las circunstancias y la falta de citas no lo hacía menos real. Se había bañado e instaló a Joe antes de lo habitual, tratando de asegurarse de que tuviera tiempo suficiente para limpiar y cocinar la cena antes de que Erin llegara. No funcionó de esa manera, porque Joe no se conformó. Quería que lo abrazaran, balancearan, y acariciaran hasta dormir. Leo se puso impaciente, aunque amaba cada momento de su tiempo juntos. Se sentía tonto cuando comenzó a leerle un cuento, pero lo hizo de todos modos. Por el momento, Joe estaba durmiendo en la cuna, Erin estaba presionando el timbre abajo. Miró a su camiseta y pantalones de chándal arrugados, haciendo una mueca. Él había querido que fuera perfecto, y había fallado de nuevo. Ni siquiera había comenzado la cocción. Así


murmurando para sí mismo, pulsó el timbre para abrir la puerta delantera de la tienda y comenzó a vaciar la bolsa de papel. Trató de ser indiferente cuando Erin entró en la habitación, aunque una mirada en ella tenía su pulso acelerado. Ella le sonrió, torciendo sus caderas en una pose bastante infantil. Ella había atado el pelo recogido, para su decepción. Lo hizo, sin embargo exhibiendo su cuello y garganta de porcelana acentuando la forma en que su blusa gris se sumergía tentadoramente entre sus pechos. Llevaba una falda, y tomando sus piernas hizo que su tienda de campaña sudara. Parecía que estaba a merced de sus hormonas esta noche. —Wow, —exclamó en voz baja, caminando alrededor del mostrador hacia ella. No le importaba si ella vio a su erección. Ella era la causa de todos modos. Esa falda y esos tacones... sería la muerte de él. Mujer malvada. Ella se encogió de hombros, colocando una botella de vino en el mostrador. —Pensé que me gustaría hacer el esfuerzo para ti. —Bueno, seguro que lo hiciste. La atrajo contra su cuerpo, rozando su mano por su muslo y casi gimiendo al sentir su piel. —Te extrañé, —susurró, moviendo su mano en la parte delantera de la pierna. —Yo también te extrañé.


—Me gusta la falda, —continuó. Su nudo en el estómago con la lujuria. Él hizo todo lo posible por ignorarlo; no quería que esto fuera acerca del sexo. Erin se merecía algo real, algo normal, pero era muy difícil con Joe, aunque ella no parecía envidiar a su hijo. Su cerebro necesitaba comunicarse con los dedos sin embargo, porque ellos estaban arrastrándose lentamente por su muslo. — ¡Leo! ¡Sin tocar hasta después de que comamos! —Se alejo un poco, pero nunca trató de quitar su mano de su pierna. Él se rió, abriendo mucho la boca. El tirón de tocarla era tan fuerte. Era difícil mantener la cita en la vanguardia de su mente, cuando lo único que quería hacer era llegar a ella en su espalda y enterrarse a sí mismo en su calor, caliente y húmedo. — ¿Problemas? —preguntó él inocentemente, lanzándole una sonrisa de medio lado. —No, —ella chilló. Su mano estaba ahora a milímetros de sus bragas, habiendo trabajado para arriba debajo de la camiseta corta. Se detuvo en el borde y flexionó los dedos. Cada vez que lo hacía, ellos le acariciaban los pliegues cubiertos de algodón. Manteniendo la sonrisa en su rostro, continuó burlándose, tocándola fugazmente antes de alejarse. —Quiero decir, señor Sommers. Manos fuera. Sonaba débil; que no creyó ni por un segundo que ella quería sus manos fuera de su cuerpo, pero podría esperar. Por ahora, era importante dar a Erin esto. — ¿Qué pasa si no quiero? Tal vez he decidido saltarme la cena en conjunto, —él exagero, cuando su dedo trazó su montículo.


Se mordió el labio, un gemido bajo escapándose. —No me vengas con la línea cursi acerca de tener tu postre primero. Eso es viejo Leo, muy viejo. —No iba a hacerlo. Levantó la mano, peinando sus dedos por el pelo. No podía ser discutido lo que había sucedido en su habitación, simplemente continuaron como lo habían hecho antes. Todavía tocado y besado, pero no habían tenido relaciones sexuales. Leo quería ese pequeño paso atrás. Esperaba que le daría un poco de espacio a Erin. Él quería que ella estuviera segura sobre esto. Ellos daban de vuelta entre si ahora, ambos esperando al otro para hacer un movimiento. — ¿Está Joe dormido? Ella trató de ignorar los dedos inquisitivos, aunque se estaba haciendo casi imposible. Especialmente cuando él bajó sus labios a su cuello, salpicando de besos mientras tarareaba su respuesta. Sus dedos se apretaron en su pelo, agarrando con fuerza. Vibraciones diminutas corrieron a través de su piel de sus suspiros suaves, y cada uno hizo que su ingle se apriete con necesidad. Su rostro se acarició el hueco de su cuello, su lengua lamiendo a lo largo de su garganta. Al pulsar los nudillos contra su sexo, sintió la humedad de sus bragas. Sus labios estaban cerca de su oído cuando él susurró—, Erin, quiero tocarte. ¿Por favor? Tragó saliva, a la espera de su respuesta. Ella lo estaba matando. Trató de atenerse a las reglas que habían hecho para la noche y una oración y un toque, fue suficiente para hacer que se desmorone. Cada


vez que se movían sus labios, acariciaba la sensible piel de su cuello, provocando pequeños escalofríos de placer. Erin abrió la boca, pero detuvo sus palabras mientras él estrelló sus labios contra los suyos. Fue necesitado, caliente, devorando. Un beso que era la lujuria bajo en su abdomen. Sus pechos apretados contra su pecho, sus pezones presionando contra la tela. Cada vez que él acarició sus bragas, su lengua acarició la suya, lenta y suavemente, construyendo su excitación. No era necesario; él la quería con pasión ya. Leo podía sentir el corazón acelerado, junto con la calefacción de su piel. Ella era embriagadora, y él era muy consciente de lo que le esperaba debajo de la ropa sexy. Anhelaba poder levantarla, empujarla contra la pared del fondo, y penetrarla hasta que ella gritara su nombre. Quería abandonarse sin preocupaciones, pero con Joe aquí, ya no podía tenerlo. No podía hacer las cosas que solía, no él iba a cambiar eso ahora. Amaba a su hijo. Él sonrió contra sus labios. Él sólo tendría que asegurarse de que ella se mantuviera en silencio. Erin suspiró cuando él comenzó a darle un beso con la boca abierta a lo largo de su cuello. Su atracción por ella consumió cada sentido. Su mente le decía continuamente que él debía tomar esto lentamente; tenían que ser prudentes, pero su cuerpo exigía atención. Ella la exigía. Apretó la espalda contra la pequeña mesa junto a la puerta. —Abre las piernas, —instó. No hubo debate de ella. Ella hizo lo que le pedía; manteniendo los ojos conectados mientras lentamente separó sus muslos. Se lamió los labios, esperando hasta que ella le permitía entrar. — ¿Un poco exigente esta noche, Sr. Sommers?


—Puede ser. Ella sonrió, sus ojos revoloteando cerrados por un momento mientras sus dedos tiraban del elástico. Él tiró suavemente del material húmedo hasta que empezó a bajarlo. — ¿Señor? —susurró, su voz flotó como seda sobre su piel. — ¿Tiene usted alguna objeción? —Apretó su pecho con anticipación. Ella negó con la cabeza, y disparó todo lo que tenía para no parar de ella en ese instante. —Déjame hacerte sonreír, Erin. —P…pero ya lo haces, —ella tartamudeó, mirando como él bajaba sus bragas por sus piernas. Su deseo de prolongar esto se disipo cuando se frotó los muslos juntos. Estaba tan desesperada por esto como él. Esto era un espiral rápidamente, tal como lo había hecho antes. —Entonces déjame... hacerte... —Llevo sus labios de nuevo a su oído y dijo—, gritar. Leo la vio tomar una respiración profunda. Ella lo apartó tentativamente antes de levantar la delgada blusa gris. Flotó en el suelo, pero lo único que podía hacer era mirar. Sus pezones estaban erectos al instante, rogando por su toque. Leo pasó la lengua por los labios, diciendo—: Jodidamente hermosa.


Sus ojos se abrieron en su exclamación, sus maldiciones al parecer choqueándola. Tratando de distraerla, empezó a girar su dedo índice alrededor de su pico. Ella echó la cabeza hacia atrás, gimiendo. — ¿Sabes cómo de impresionante te ves en este momento? — Preguntó con voz ronca. —Dime, —ella gimió. Trajo la cabeza hacia adelante para que sus labios entraran en contacto con el otro pecho. Erin se apoderó de la mesa de madera, estabilizándose mientras le besaba los pechos. —Yo nunca podría ponerlo en palabras. Tócame, Erin. Ella extendió la mano, desató sus sudores, y empujó su mano por debajo del borde. No hubo necesidad de pedirle dos veces. —Oh, Erin, —exhaló. Ella se calmó, ahuecando su rostro en sus manos. — ¿Qué? —Sólo ignórame. Estoy teniendo un momento de chica. Su ceño le dijo que no creía una palabra de lo que acaba de decir. —Yo simplemente no veo lo que tengo que ofrecer. Siento cosas por ti que realmente no debería en este momento, pero está ahí. Miro a mí alrededor y veo a este lugar, yo, mi hijo. Mereces algo mucho mejor. Ella lo miró. De alguna manera él le había molestado. —Yo decido que quiero, Leo. No dudo de lo que eres. —Ella lo besó con fiereza—. Ahora besarme. Tómame.


Cerró los ojos, flexionando la mandíbula mientras apretó los dientes. Él se estaba diciendo a sí mismo que la dejara ir, poner fin a esto antes de que no hubiera vuelta atrás. El problema era que sabía que habían llegado a ese punto ya. Su batalla se había perdido el momento en que se estrelló en su coche. Se abalanzó, labios chocando contra labios, las palmas y los dedos burlándose de sus pezones. El rastro de besos por su cuello, lamiendo la piel suave en su pecho. Las rodillas de Erin se doblaron, aunque ella no se cayó. Leo la presionó contra la pared, manteniendo su posición vertical, y mientras que chupaba y lamía un seno, comenzó a acariciar el otro. El olor de su excitación les rodeaba. Él la deseaba tanto, quería sentirla retorciéndose y gimiendo en su contra. Tarareó en agradecimiento mientras se arremolinaba su lengua lentamente. —Te quiero, —dijo con voz ronca. Él se apartó, pero sólo para que pudiera levantarla hasta la pared y envolver sus piernas alrededor de su cintura. Su boca nunca salió de su pecho mientras devoraba cada centímetro de su carne. Su respiración ya era fuerte y superficial, y con cada ruedo de sus caderas, sus uñas arañaban su espalda, sus dientes contra su cuello. Esta vez el sexo fue salvaje, un hambre que era necesario saciar. Leo ansiaba sentirse querido por ella, desesperado porque ella entendiera lo que significaba para él. Así que se lamieron, se besaron, y se empujaron en el olvido. Gruñidos y gemidos llenaban la habitación cuando el éxtasis comenzó a construirse. Renunciaron a quitarse la ropa por completo. En cambio, colgaban de los codos, los hombros o los tobillos, y cuando Leo decidió que era suficiente busco una caja de condones de la bolsa de papel sobre el mostrador.


—Necesito sentirte a mí alrededor. Quiero que te vengas a mis brazos. —Sí, —Erin se quedó sin aliento—. Date prisa. Le temblaban las manos cuando abrió el envoltorio, volviendo a permitir un poco de espacio para patear resto de su ropa por el suelo. Apenas en posición vertical, chilló cuando él la apretó contra la pared. Arrastró su mano de su cuello lentamente por entre los pechos y a lo largo de su torso hasta el ombligo. Su piel erizándose por su toque. —Me encanta el contraste de tu brazo contra el mío, —murmuró ella, tocando su tatuaje. —Silencio, —canturreó, besando sus labios con ternura. Su erección se acurrucó contra ella, a pesar de que no se quedó allí. Fijó su boca a la de ella y empujo, haciéndolos gemir. Él no vaciló, hundiéndose en ella con movimientos largos y lentos ya que se perdió en bombear su erección en su mancha de carne. Su cuerpo ardía, encendido, cuando su orgasmo golpeó. Tiró su cabeza hacia atrás, gruñendo y llevando a Erin a terminar. —No puedo... sostenernos, —jadeó, luchando por enderezar su equilibrio, cuando él los bajó al suelo. El sudor rodó por el pecho de Leo, pero no podía alejarse de ella para buscar una toalla. De hecho, él la atrajo hacia sí, acariciando su cabello e inhalando su aroma. —Tenía una gran cita planeada, —susurró—, antes de que mis hormonas tuvieran lo mejor de mí. Ella lo besó en la mandíbula, pasando los dedos por su brazo.


—Esta fue una gran cita. — ¿Qué? ¿En mi piso de la sala? —Él resopló—. ¿Con mi hijo bebé en la habitación de al lado? Erin asintió, besándolo de nuevo. —No tienes ni idea de tu tirón, ¿verdad? Yo sólo quiero estar contigo. Leo no pudo detener la sonrisa extendiéndose por su rostro. —Dices todas las cosas correctas, señorita Miles. En realidad, podría mantenerte. —Sólo te dejaría. Él la abrazó, manteniéndola cerca mientras dibujaba círculos perezosos en su brazo con la punta de su dedo. Ella tarareó cada vez que se acercaba a su muñeca, acurrucándose más cerca de él. — ¿Sensible? —Él preguntó: Colocando un prolongado beso allí. Erin asintió, girando alrededor y envolviendo sus brazos alrededor de su cuello. Estaba sonriendo hacia ella, sorprendido de que quería quedarse. —Eres bastante increíble. ¿Sabes? Erin rió, peinando sus dedos por el pelo. —No, no lo soy. Acabo de ver a alguien bastante bien y no quería que caminar o conducir, bastante lejos. —Incluso con…


Ella dio una palmada en el pecho, disparándole una mirada de advertencia. —Si estás a punto de hablar de Joe, no. Él no es tu equipaje. Él es tu hijo, una parte de ti, y cualquiera que piense de otra manera es patético. —Sí, señora. —Hizo un puchero, reprendido a fondo. Leo volvió a besarla antes de empujarse a su alrededor. —Tengo que limpiar.

Erin lo vio alejarse, las mejillas de su culo dándole una visión tentadora, mientras paseaba al baño. Ella se puso la descartada camiseta y le dio un vistazo a Joe antes de que Leo volviera. La vista del niño durmiendo hizo a su pecho hincharse con amor. Era adorable, y ella todavía luchaba por entender por qué su madre no quería tener nada que ver con él. El zumbido del timbre de la puerta la hizo dejar a Joe rápidamente. No quería que se despierte, así que después de cerrar la puerta de su dormitorio, corrió al monitor. La pantalla borrosa, parpadeo y al azar fuera de foco. Erin pudo distinguir a una mujer joven con el pelo oscuro. Abrazándose a su cintura como si tuviera frio y fumando un cigarrillo. Golpeando sus tacones altos con impaciencia, alcanzó a tocar el timbre de nuevo. Erin tomó el teléfono para hablar con ella. — ¿Hola?


— ¿Dónde está Leo? —la mujer exigió, su tono cortante como un latigazo, sin dejar espacio para el debate. —Um, él está en el baño. ¿Puedo ayudarle? — ¿Quién es usted? —espetó ella, mirando al monitor. Buscó a tientas qué decir, confundida en cuanto a cómo describir lo que era de Leo y Joe. Sin embargo, mientras más pensaba en ello, más se preguntó por qué. ¿Quién era esta mujer? Ella optó por ignorar la pregunta anterior e hizo una de las suyas. — ¿Puedo darle un mensaje a Leo? — ¡No! —la mujer gritó—. Puedes conseguir que se abra la maldita puerta. Erin parpadeó, sorprendida por la furia de la mujer. Cuando Leo llegó a su alrededor para pulsar el timbre se dio cuenta de que la mujer seguía gritando en el monitor. — ¿Leo? Se aclaró la garganta, inhalando profundamente antes de que él la mirara a los ojos. — ¿Quién es ella? —Preguntó Erin, su estómago hundiéndose con una multitud de escenarios jugando en su cabeza. —Esa... ella es... Carlie, —tropezó—. La mujer que está fuera es Carlie, la madre de Joe. — ¡Oh!


Los puños de Leo apretados, supurando molestia por todos los poros. ¿Qué tipo de mujer se presentaba a esta hora de la noche, sabiendo que su hijo estaba dormido? Su propia rabia floreció, recorrió su cuerpo. Colocó una mano en su espalda en una muestra de apoyo y para evitar correr por las escaleras. — ¿Leo? ¿Está ella...? —No lo sé. —Leo tragó saliva—. Pero si cree que ha venido a llevarse a mi hijo, está muy, muy mal.


L

eo estaba hecho una furia. ¿Qué tipo de mujer juega con vidas de la manera en que Carlie lo hizo? Sólo que ahora él se estaba adaptando a la vida como un padre. Ella no tenía una

esperanza en el infierno, si buscaba quitarle eso. Él iba a luchar con todo lo que poseía. — ¿Debo irme? —Preguntó Erin, mordiéndose el labio inferior con nerviosismo. Leo negó con la cabeza, extendiendo la mano y ahuecando su rostro. —No, pero sería mejor si te vistieras. Yo no sé qué esperar de ella. Voy a pedirte disculpas por adelantado si dice algo que te moleste. —Yo puedo cuidar de mí misma. —Ella acarició su palma—. Simplemente no quiero que mi presencia, empeore las cosas. —Por su reacción ahora, dudo que podría suceder. Además, te necesito, —confesó, besando sus labios suavemente. Erin exhalo suavemente mientras unió sus labios con los de ella otra vez. Este beso fue rápido, lo suficiente para calmarlo. —No me gustaría irme. Quiero apoyar. Me quedaré siempre y cuando no sea una espiral fuera de control.


Las pisadas fuertes por las escaleras hicieron a Leo pestañear y a Erin jadear. Leo se quedó inmóvil, desesperado por calmar su latido errático. Él no debería invitarla adentro; debía consultar a un abogado acerca de su deserción. Observó a Erin cuando ella se escabulló de vuelta al dormitorio, disparándole una sonrisa ansiosa antes de que desapareciera. Cuidar de Joe había sido difícil, pero no iba a permitir que vuelva a la vida de su hijo. No hasta que hubiera ganado algunas respuestas. Su necesidad de proteger a Joe del dolor corría tan profundo que lo sacudió hasta la médula. Él haría cualquier cosa para asegurarse de que su hijo estuviera a salvo, incluso de su propia madre. El fuerte golpe en la puerta le hizo inhalar bruscamente y murmuro para sí que se calmara. No sería de ayuda ser tan agresivo como Carlie; sólo despertaría a Joe. Así que tanto como quería gritarle, cuando abrió la puerta, simplemente aplastó su nombre. — ¿Quién es la vagabunda? —Carlie escupió antes de que sólo entrara en el apartamento. Leo respiro profundo, tratando de no dejar que lo enfadara más de lo que ya hacía. —No creo que te importe, ¿verdad? —Dijo él con calma. Ella frunció el ceño, sus ojos verdes estrechándose en ranuras. La ira tiñó sus mejillas de color rosa, y una rápida mirada a sus manos apretadas lo alertó de lo enojada que estaba. — ¿Sabe ella que no es permanente? ¿Le dijiste que una noche es la única manera para ti? —Mi relación con Erin no está en discusión.


— ¿Relación? —Carlie se quedó sin aliento. No estaba seguro de qué decir, no es que importara. Carlie no iba a enfriarse, aunque no quería hacerlo peor. —Mira, ¿podemos dejar a Erin fuera de esto y por qué has venido? Leo se dejó caer en el sofá, esperando que tomara su ejemplo e hiciera lo mismo. No lo hizo. En cambio, parecía disfrutar mirándolo. — ¿Nuestro hijo? —Señaló cuando ella no respondió. Carlie puso los ojos. — ¿Qué? ¿El jugador no quiere ser papá? Poco tarde, ¿no? Hizo una mueca ante su tono condescendiente. También lo sacudió que no le preguntara por Joe. Ella lo estaba mirando como si esperara una respuesta, mascaba chicle mientras ladeó la cadera con impaciencia. — ¿No vas a preguntar por él? Carlie se encogió de hombros. —Si hubiera algo malo ciertamente me habrías llamado. —No dejaste tu número, —susurró Leo, apenas aferrándose a su calma. —Oops. Lo siento. Iba a escribirlo en la carta. —Ella finalmente se sentó en la silla frente al sofá. Cruzó las piernas, parpadeando cada centímetro de su pálida, amoratada cara—. ¿Así que está bien, entonces? ¡Por fin! —Él ya no está confundido, si eso es lo que estás preguntando. Un minuto estaba contigo, entonces al siguiente con un extraño hombre que


no tenía idea de qué hacer con un bebé. Nos llevó un poco de tiempo, pero gracias a Erin, Joe y yo estamos muy bien. — ¿Joe? —Carlie se rió—. Su nombre no es Joe. ¿Se me olvidó decirte eso también? — ¿Está alto? Carlie se rió de nuevo, sólo que esta vez algo más histéricamente. Ella sacó su bolso del hombro, saqueando través de él, y le entregó un pedazo de papel arrugado. Cuando Leo notó el brazo magullado; ella le estaba preocupando. — ¿Qué es esto? —le espetó, su paciencia desapareciendo rápidamente. —Es el certificado de nacimiento del bebé. Su nombre es Leo también. Carlie sonrió como satisfecha de sí misma. Leo había oído lo suficiente; lo que necesitaba saber era por qué estaba allí. ¿Y dónde diablos estaba Erin? — ¿Qué deseas? —Preguntó abruptamente. Ella parpadeó, evidentemente sorprendida por la dureza de sus palabras. Se recompuso rápidamente. —Quería decir adiós a Leo. Me voy de gira con la banda de Mick. — ¡Espera! —Él apretó el puente de la nariz—. Realmente es necesario empezar por el principio. ¡Como cuando abrí mi tienda para encontrar a un bebé en la puerta! Y mientras estás explicándolo, puedes también decirme por qué nunca me dijiste que estabas embarazada.


Joe gimió, rápidamente estallo en un llanto lleno de lamento, pero como Leo se puso de pie, Erin salió de puntillas de su habitación a la de Joe. —Voy a verlo, —Erin murmuró, desapareciendo rápidamente. Carlie continúo su conversación, aparentemente ajena a la angustia de su hijo. —Tuvimos sexo. ¡Estoy segura de que recuerdas, joder, que estuvo caliente! Yo quería más, pero me echaste. Me quedé embarazada. Todo el tiempo me dijiste que era solo una noche, y para ser honesta, en el momento en que pensé que estaba embarazada ya era demasiado tarde para hacer algo al respecto. Después de tenerlo, por cierto dolía como una perra, no dejaba de llorar. Pensé que estaría mejor contigo. — ¿Tienes alguna idea de lo cruel que suenas? — ¿Qué? Todo lo que hice fue dejar a su padre cuidar de él. Leo tomó una respiración profunda. Ella simplemente no entendía, o mejor dicho estaba demasiado ebria para probar. Durante las últimas semanas se había tratado de imaginar lo que este momento sería. Esto no era lo que había pensado. — ¿Así que ahora has venido a despedirte de él? ¿No te preocupas por él? ¿No quieres saber cómo ha estado? ¿Cómo me las he arreglado con un hijo que nunca sabía que tenía? ¡No tenía nada, Carlie! ¡No había pañales, ni ropa, ni leche! —Encontraste una manera de conseguir esas cosas, sin embargo, ¿no es así? Y ahora parece que tienes a alguien que es más que sólo una noche para ti. ¿Tal vez ella puede ser su mamá? —Eso es cruel. Tú eres su madre.


Carlie sacudió la cabeza tan fuerte que hebras de su pelo se batieron en sus mejillas. Sus ojos brillaban de emoción mientras hablaba. —Yo no quiero serlo. Nunca lo hice. Bert no lo quiere, y yo no puedo tener un bebé en un autobús de la gira, ¿verdad? Erin salió de la habitación de Joe, acunando al bebé contra su pecho. Se había puesto una de las camisetas de Leo y un par de pantalones vaqueros flojos. Ella los miró con cautela, claramente preparándose para la ira de Carlie. Carlie apenas miró a su hijo, mirando a Leo en su lugar. —No aspiraba a ser madre y tú lo sabes. —No, no, yo no, —Leo entre dientes, todo su cuerpo temblaba—. ¡Ni siquiera estás tratando! No puedes sólo darle un beso y luego irte. No me puedes dejar solo con ello, Carlie. —Yo puedo. Es lo mejor para él. Pareces estar haciéndolo bien sin mí, y tienes tu pequeña ayudante allí. —Ella sobresaco su barbilla hacia Erin. Leo pudo ver a la hostilidad en su postura. Él prefirió ignorarla por ahora, ya que no parecía agresiva hacia Erin. Sólo podía esperar que fuera porque no quería herir a su hijo. Él desearía que hubiese una pequeña parte de ella, que se preocupara por el niño que ella había ayudado a crear. Leo vio la lucha de Erin. Ella no sabía si tomar Joe a Carlie o no. Ella había se escondido en su habitación, obviamente deseando que hablara de esto sin ella dando vueltas. No obstante cuando las voces se elevaron, y Joe había empezado a llorar, ella había vuelto a aparecer. Joe se había estado quejando, probablemente necesitando la comodidad de


todos los ruidos, porque tan pronto como ella lo había abrazado él gimió, pero se volvió a dormir. Ella miró a Leo, en busca de alguna dirección mientras se acercaba. Él extendió sus brazos por el bebé, lanzándole una sonrisa tensa. Dejó las presentaciones a Leo, pero señaló que Carlie no dijo hola. Ella ni siquiera asintió en dirección de Erin. —Voy a repetirlo, —dijo Leo en tono más tranquilo ahora que tenía su hijo—. No me puedes dejar hacer esto solo. — ¿Quieres que me quede entonces? Joder a nuestro hijo por completo. ¡Mírame, Leo! Mira. Soy un desastre. Él negó con la cabeza. — ¿Así que estás haciendo esto para salvar a tu hijo? No te creo. Vas a pasar un buen rato y estar con... Bert. Erin acarició su brazo mientras esperaba a que ella respondiera. —Está bien, está bien. Soy una perra egoísta. Estoy haciendo esto porque quiero. — ¿Y te estás proponiendo volver? Porque en serio, Carlie, no puedes aparecer cuando quieras y desaparecer cuando te aburres. Debería estar gritándote ahora. Quiero decir, yo debería estar tan enojado por lo que has hecho, pero no lo estoy. ¿Sabes por qué? La mujer se encogió de hombros, sin molestarse en ahogar sus ojos en blanco. Leo se tensó, y luchó para mantener su malestar oculto. —Tengo a Joe. Es por eso. No me gusta lo que hiciste, odio lo que estás haciendo, pero lo tengo. Este pequeño muchacho me da más de lo que jamás pensé que quería. ¿Así que sabes qué? Vete. Vete y haz lo que


quieras, pero recuerda una cosa: cada día que estás lejos de nuestro hijo, te estás perdiendo. Y cuanto más tiempo te hayas ido, más difícil será para que ti mirar a tu hijo a los ojos. No importa nada, Carlie. Haz lo que quieras. Estoy aquí para nuestro hijo, tú no. Sus ojos se abrieron en estado de shock, su reacción mostrándole que había esperado un argumento por lo menos. Leo no podía decidirse a preocuparse. Su hijo se había convertido en el aspecto más importante en todo esto, y si su madre insistía en descartarlo, se aseguraría de que Joe recibiera el doble de amor. —Así que si realmente sólo viniste a decir adiós, pues, dilo y déjame en paz para seguir adelante con criar una familia. Erin se inclinó y le besó la mejilla. El corazón de Leo se estaba rompiendo por su hijo, aunque resolvió ser fuerte. Ser padre era algo que no tenía planeado, o quería particularmente en este momento en su vida, pero él no iba a darle la espalda a su pequeño hijo ahora. Este último mes con Joe le había enseñado mucho, encontró el amor, incluso cuando no lo buscaba. Lo había encontrado. — ¿Te puedo pedir una cosa, Carlie? Hizo un globo con su goma de mascar, asintiendo con la cabeza. —Quiero tu número y te pido que nunca lo cambies sin decírmelo. Necesito contactarte si Joe enferma. Lo que hagas con esa información, es tu elección en ese momento. Sólo quiero que sepas que estoy haciendo lo que puedo para ser un buen padre. — ¿Se supone que eso significa que yo no lo soy? —espetó ella.


—Toma eso de la forma que quieras. Ya no me importa. Ella hizo una mueca; lo vio. Dejar a Joe aquí realmente era su elección. Él podía ser un padre, pero no ayudaría a Joe. Sólo tenía que concentrarse en sus propias acciones. De esta manera, en los próximos años podía mirar a la cara de su hijo y saber que hizo lo correcto. —Sólo considérate afortunada que incluso te deje atravesar la puerta después de que dejaste a Joe, —continuó fríamente—. Te estoy tratando de esta manera porque compartimos un niño. Esa es la única razón. —T…tú no lo entiendes, —tartamudeó, de pie y llegando por un cigarrillo de su bolso. — ¿Yo no? ¿En serio? No estoy seguro de donde sacaste eso. Yo soy el que no tenía idea de que era un padre hasta que lo encontré en la puerta. Yo soy el que tuvo que pasar noche tras noche consolándolo porque estaba tan confundido y lo único que quería era a su mamá. Yo soy el que va a estar a cuando se caiga, y soy el que va a estar llorando cuando salga a hacer una vida. Estoy bastante seguro de que no, así que no me digas que no lo entiendo. Creo que eres tú quién no lo hace. —No me voy a quedar aquí para ser insultada. Vine a ver a mi hijo. —Y sin embargo, no has mirado hacia él ni una vez desde que está en la sala, —Leo intervino. —Me voy. Se acercó a la puerta principal luego sacó una pluma del tablero blanco detrás de la puerta y garabateo su número a través de ella. Leo resopló, haciendo que Joe saltara, cuando ella dibujó un pequeño corazón debajo.


—Adiós. — ¿No vas a tenerlo? ¿Besarlo? Él espero que se diera la vuelta; en su lugar Carlie abrió la puerta, sin mirar atrás. Leo quería llorar. Esta mujer realmente iba a alejarse de su hijo, sin ni siquiera un beso. Dolía con simpatía, cada hueso de su cuerpo en busca de consuelo. Joe era un bebé; bueno no podía comprender lo que estaba sucediendo, pero Leo sentía cada paso como un cuchillo en el pecho. Cerró la puerta detrás de ella, el sonido haciendo eco en las paredes. — ¡Erin! —gritó, necesitando más que nunca de su comodidad. Apretó su pecho, revolvió el estómago, y su fuerza tocó fondo cuando oyó cerrarse la puerta de la planta baja. Carlie se había ido.

Erin se apoderó de Joe, llevándolo de vuelta a su habitación. Podía ver cómo había sido para Leo de difícil mantener su agresión en jaque, pero lo había hecho, y lo había hecho por su hijo. No importa cuántas veces trató de decirse a sí misma que era demasiado pronto, o que ella podría posiblemente no sentirse de esta manera, la verdad no era algo que quería negar por más tiempo. Ella amaba a este hombre.


Erin estaba desesperada por decirle, pero ahora realmente no era el momento. Necesitaba su apoyo esta noche. Ella besó la frente de Joe, el dolor casi la asfixia mientras lo puso suavemente en su cuna. Las lágrimas caían por su rostro cuando caminaba de regreso hacia Leo. Estaba acurrucado en el sofá, viéndose como un niño perdido. Lo único que podía hacer era calmarlo, mostrarle que aún estaría aquí en la mañana. —Oh, Leo, —susurró ella, sentándose a su lado y peinándolo con los dedos por el pelo—. Vamos a estar bien. Podemos hacerlo, bebé. — ¿Nosotros? Erin asintió, colocando un pequeño beso en los labios. —Nosotros. Leo, sé que es pronto, y tal vez no quieres oírlo, pero tengo que decirlo. Tengo que sacarlo... Te amo. Leo le dirigió una sonrisa llorosa. — ¿En serio? Ella asintió de nuevo. Sus lágrimas se dejaron caer en su mejilla, mezclándose con las de él. —Realmente. —Erin, bésame. Por favor, sólo dame un beso. Hazme sentir algo bueno. Para llevar este dolor. Por favor. No le hacía falta hacerse de rogar. Ella lo besó con todo lo que había esperado y lavó todos los rastros de la oscuridad que le había hecho llorar.


Erin se comprometió a hacerlo sonreír de nuevo. No iba a lamentar lo que había hecho hoy. Ella haría a ambos felices. Estaba decidida.

A Leo le costó mantener la calma. Él continuó boquiabierto ante la reacción de Carlie, confundido en cuanto a cómo podía abandonar a su hijo y ni siquiera mirar atrás. Ni siquiera tuvo a su bebé por última vez. Lo único bueno que había salido de la llegada de Carlie fue la cruda realidad de que amaba a Erin. Esta relación se había convertido en más que un poco de diversión. Se sentía real, pero tanto como él trató de decirle a ella, algo lo detuvo. No deseaba asustarla. ¿Sabía que había dicho esas palabras, pero podría posiblemente querer decirlas? No era exactamente el chico limpio, libre de equipaje.


Tratando de mantener todo lo más normal posible, él preparó a Joe para la hora de dormir. Se mantuvo besándolo, abrazándolo, o simplemente mirando fijo a sus ojos azules. La tristeza pesaba mucho en su corazón cada vez que miraba a Joe, y de nuevo cuando él veía a Erin mirando. Ella no lo interrumpía y él apreciaba el tiempo a solas con su hijo. No estaba sintiendo lástima de sí mismo; todo lo que sentía era por Joe. Sin embargo, dudaba de su capacidad para cuidar de él. Apenas lo había logrado antes de Erin. ¿Realmente era posible hacer esto? —Ven siéntate conmigo, —dijo ella cuando Leo finalmente cerró la puerta del dormitorio de Joe. Ella estaba sentada en el sofá, moviendo su pierna para que Leo pudiera sentarse entre ellas. Él apoyó la espalda contra su frente, cerrando sus ojos y relajándose con su toque. Ella pasó los dedos por su pelo, murmurando que necesitaba otro corte de pelo. — ¿Vamos a hablar de mi pelo? —Preguntó él—. Porque yo realmente no estoy para un tema tan poco profundo en este momento. — ¿Así que preferirías hablar de Carlie?


—En realidad no. —Él se volvió, empujándolos alrededor del sofá hasta que estaban acostados. Esta vez era la espalda de ella contra su frente y sus labios contra su oído—. No quiero hablar en absoluto. — ¿Oh? Una enorme sonrisa se extendió por su cara. Él necesitaba olvidar y si podía hacerlo tocando, besando y haciendo el amor con ella, entonces se perdería en Erin. La giró en sus brazos, besando la punta de su nariz antes de que los pensamientos sobre Carlie entraran en su cabeza. —Hazme olvidar, Erin. Él se tragó las lágrimas, sintiendo tanta emoción inundándolo que amenazaba con desbordarse. —No es que no quiera esto, Leo. Es sólo que tengo que decirte algo primero. Él levantó las cejas mientras esperaba a que ella hablara. —Dime, —susurró, tomando su cara entre las manos. Ella lo besó ferozmente, evitando claramente responderle. No importa lo que había pasado aquí, él todavía quería que estuvieran juntos. Cuando ella acomodó el pelo desordenado de su frente y trató de profundizar el beso, él se apartó, pidiéndole de nuevo que hablara con él. —Me preocupo por ti. Odio verte tan triste. Nunca he sentido esto por nadie más. Por favor, no me digas que está mal o que es demasiado pronto. Es correcto, y sé que tú también lo sientes. Ella deslizó sus dedos por debajo de su camiseta y luego los llevó hasta su torso. —Dime que estoy equivocada y me voy.


— ¿Por qué haría eso? —graznó él, tratando de ignorar su dedo haciendo círculos alrededor de su pezón. —Dime cómo te sientes entonces. Leo pasó los pulgares sobre sus pómulos, sorprendido de que esta mujer todavía estuviera aquí, que ella fuera suya. —Yo no quiero arruinar esto. —Lo sé, —dijo Erin—. Pero eso no va a arruinarlo. Ser honesto y compartir hará esto mejor. Ella besó sus labios de nuevo, esta vez persistiendo un poco más. Sus dedos se flexionaron donde sostuvieron su mandíbula, su nariz frotando suavemente contra la de ella. Estaba en lo cierto. Esto se sentía perfecto. La conexión entre ellos no podía ser negada. —Te amo, —confesó él, preparándose. Erin enganchó su pierna sobre su cadera y continuó acariciando su pecho debajo de su camiseta. Sus labios se encontraron con su nuez de Adán, susurrando—, Yo también te amo, —antes de besar su camino hacia el hueco de su cuello. El mundo de Leo se inclinó sobre su eje; su tacto, su olor, el sabor de ella en sus labios, todo aumentaba la sensación. Pero la sensación más excitante de todo era su amor. Ella lo amaba. Realmente había querido decir esas palabras, a pesar de que a él le resultaba difícil de comprender. — ¿En serio? ¿De verdad lo haces? ¿Y Joe? Su ligera risa aflojó la opresión en su pecho. —Estás loco. ¡Yo los adoro a ambos, ha sido así desde el día en que casi destruiste mi auto!


Su cuerpo rugió a la vida, exigiendo que le mostrara lo mucho que la amaba. Este gritaba que Erin era suya. —Te estás tomando demasiado tiempo, —ella sonrió, segundos antes de que se abalanzara. Lo rodó sobre su espalda, cubriendo su cuerpo con el de ella antes de que él se riera y los tumbara al suelo. Esta vez él se cernía sobre ella. —Te quiero. Yo quiero esto, pero estaría maldito si tú te estás haciendo cargo, señorita Miles. —Me gusta ser exigente. Ella no terminó su declaración; sus labios se unieron en un apasionado y hambriento beso, y una vez que empezaron, rápidamente todo giró fuera de control. La necesidad y el consuelo los condujo mientras manos acariciaban y dedos buscaban. Leo besó un camino a lo largo de su mandíbula, bajo por su cuello hacia su pezón. Le quitó apresuradamente la camiseta entonces envolvió su pezón con su boca. Él lamió el nudo con su lengua, riendo cuando Erin jaló su pelo. —Te amo, —murmuró en su pecho, lamiendo a lo largo de la piel pálida. —Malditamente cierto, —jadeó ella, empujando sus caderas hacia arriba para encontrarse con las suyas. La tristeza que él había sentido, momentos antes, se dispersó mientras tomaba el consuelo de ella. Su camiseta siguió a la suya, y ellos suspiraron cuando piel desnuda tocó piel desnuda. Leo vio sus ojos aletear cerrándose por la excitación, y se echó hacia atrás para pasar sus manos a través de su pecho. Él arrastró su dedo alrededor de sus pechos, abajo por su torso, y lo arremolinó alrededor de su ombligo. Cuando sus dedos llegaron a la hebilla del cinturón, su lengua salió, lamiendo sus


labios. Un gemido escapó de él y se hizo más profundo cuando ella desabrochó sus pantalones vaqueros. —Demasiada ropa, bebé, —él jadeó, empujando sus pantalones y ropa interior por sus piernas antes de retirarlos completamente—. Tócame. Erin sonrió, tirando de él hacia atrás por encima de ella y besando al azar su pecho. Sus labios se encontraron con la piel debajo del lóbulo de su oreja, lo que la hizo zumbar. Lo tocó ligeramente, y luego lo besó de nuevo. —Me encanta este lugar, —confesó, sintiéndola temblar bajo sus dedos—. Me encantan tus labios en mi piel. Ahora deja de hablar y comienza a hacer. Él estaba pensando demasiado, en lugar de centrarse en la sensación de su piel contra la de él, sus manos bajando por su espalda y sus uñas clavándose en su culo. Sus dientes jalaron su labio inferior, distrayéndolo por completo antes de que ella respirara—, Demuéstrame que me quieres. Erin susurró las palabras tan bajo que él casi no las escuchó, pero sus caderas corcoveando las puntualizaban. Incapaz de aguantar por más tiempo, se quitó los pantalones vaqueros con prisa. Se aseguró de dejar tiernos besos a lo largo del borde de sus bragas antes de retirarlas. Sus manos rozaron sus piernas, empujándolas suavemente para abrirlas así él podía anidar entre sus muslos. Siseó mientras su polla presionaba contra su coño, la sensación increíblemente erótica. Erin frotó sus brazos mientras ellos abrazaban su pecho. Ella envolvió sus piernas alrededor de su cintura mientras besaba su pecho de nuevo.


Leo les dio la vuelta, dejando que ella lo montara a horcajadas y marcó el ritmo, pero no había esperado que ella lo quisiera al instante. Se sentó en su polla hinchada y capturó sus gemidos unidos con un beso. Ella rodó sus caderas lentamente, jugando con su labio inferior, al mismo tiempo. Su mano jugó su pecho, sus caderas empujando con un ritmo suave. —Por favor... —jadeó ella. Él comprendió, aumentando su velocidad y sosteniendo sus manos con fuerza. Erin bajó, conectando su pecho al suyo y acariciando el hueco de su garganta. Su rostro se levantó y cayó con agudos jadeos. Con cada golpe ella besaba su cuello, sus dedos agarrándole los bíceps. Esta mujer lo había salvado del fracaso, aunque ella nunca aceptaría su razonamiento. Él la jaló hacia su abrazo, y pronunció en su oído—, Eres todo lo que alguna vez quise. Ante esas palabras, ella gimió. Su abdomen se apretó, y sus movimientos se desaceleraron. Observarla en medio de su orgasmo era fascinante, y suficiente para tenerlo girando hacia su propio infierno. Él jadeó, gimió, acarició y besó mientras bajaba de su clímax, finalmente fluyendo, aunque sólo fuera por un corto tiempo.

Cuando Erin despertó, Leo los había movido sobre sus costados. Ella captó una mueca de dolor, mientras él tocaba las quemaduras en su espalda hechas por el piso de madera. Él apartó los mechones de su pelo de sus hombros y la besó en la punta de su nariz.


Ella se sentía extrañamente tímida. El sexo había sido rápido, agresivo, y no quería que él lamentara la forma en que se había apoyado en ella. — ¿Realmente vamos a hacer esto? ¿Tú, yo, y Joe? Supongo que debería empezar a llamarlo Leo. Ella lo abrazó con fuerza, oyendo la incertidumbre, mientras se deslizaba en su tono. —Esa es una decisión que sólo tú puedes hacer, pero le cuadra el nombre que le diste. Dudo que pudiera pasar un solo día sin ti o Joe. Los amo a ambos. Él se aclaró la garganta, antes de impulsivamente soltar—. Eres la única mamá que Joe ha conocido. ¿Estás lista para eso? Quiero decir, yo no te estoy pidiendo que te sacrifiques… Ella colocó un dedo en sus labios, acallando sus dudas. —Sé lo que estás diciendo, y confía en mí, yo no entro en esto con los ojos cerrados. Estoy dispuesta a ser lo que Joe necesite que sea. Además, no sabemos a ciencia cierta si Carlie se ha ido para bien. —Es cierto. ¿Daremos un paso a la vez, entonces? —Seguro que lo haremos, pero ¿te importaría si el siguiente paso fuera el sofá? ¿O tal vez el dormitorio? Este piso es duro. Leo se levantó y la jaló para ponerla de pie. Ella esperaba un abrazo o tal vez un beso rápido, pero en cambio él la levantó por encima de su hombro y la llevó a través de la habitación. Él se detuvo en la puerta de la habitación, y ella supo que él estaba escuchando. Asegurándose de que su hijo estaba durmiendo. Golpeando su culo, la


llevó hacia el dormitorio y la arrojó sobre la cama antes de seguirla rápidamente. Ella empujó su pecho, riendo. — ¡Calla, despertarás a Joe! —Tú fuiste la que chilló, —le soltó él en respuesta, metiendo las sabanas alrededor de ellos. Se miraron el uno al otro, el ambiente calmante. Erin quería memorizar cada peca, cada hoyuelo, y el tono exacto de sus ojos. Su sorprendente buena apariencia le hacía difícil dejar de mirar. —Estoy muy orgullosa de lo que le dijiste a Carlie. —Fue necesario. Yo le fallé desde el principio. No iba a estar haciendo eso ahora. —Tú no le fallaste. No sabías de él. —Ella pasó su palma sobre su pecho, sintiendo el rápido latido de su corazón—. Todo lo que puedes hacer es ser el mejor padre que puedas desde este punto en adelante. Ese bebé adora a su papá, y tengo que decir que yo misma estoy bastante afectada. Una lenta y sexy sonrisa jugueteó en la comisura de sus labios mientras él arrastraba las palabras—, ¿En serio? Ahora eso es tener suerte, porque yo tengo que admitir que estoy completamente perdido por ti, cariño. —Muéstrame. La atrajo contra él, presionando su erección contra su estómago. —Sí, señora. —Él se rió entre dientes, sujetando sus muñecas por encima de su cabeza y poniéndose serio—. Te amo, Erin.


—Será lo mejor, —bromeó ella, besándolo antes de decir—: Yo también te quiero, Leo. —Nosotros vamos a ser increíbles en esto. Erin asintió, completamente sin palabras cuando él la penetró. La relación puede ser nueva, y puede tener sus problemas, pero ella sabía con certeza que esta era. Leo y Joe eran suyos.


11 meses más tarde... — ¿Estás dormido? —Sí, —retumbó Leo, rodando sobre su espalda y deslizando su brazo alrededor de los hombros de Erin. Ella entrelazó sus dedos con los suyos, besando su pecho. Él suspiró profundamente deleitándose con su toque. —Los hombres que están durmiendo no hablan. —Las prometidas que saben lo que es mejor para ellas no despiertan a sus hombres, —bromeó él, recibiendo una fuerte bofetada en su pecho desnudo. —Hay tantas cosas malas con esa declaración. — ¿Prometida? Erin sonrió, mirando el anillo de diamantes que él le había dado la semana anterior. —No, eso es probablemente lo único que era correcto.


Leo la abrazó con fuerza, sabiendo que tenía todo lo que él nunca supo que quería. Ella había sido la luz en su oscuridad y le había dado a su hijo, tanto. Había caído enamorado tan fuerte por ella, cuando había estado demasiado confundido, para saber de qué lado estaba. Carlie nunca había vuelto, ni se había contactado con él. Leo todavía la llamaba una vez al mes, dejando un mensaje en su correo de voz. Él mantuvo su parte del trato al hablarle de Joe, incluso si ella no parecía estar preocupada. — ¿En qué estás pensando? —Preguntó Erin, levantando sus labios a su oreja. Él se estremeció; su pene despertando al instante. —Acerca de lo agradable que sería dormir. —Un hombre divertido, Leo Sommers. Un hombre divertido. Ahora, ¿en qué estabas realmente pensando? —En Joe, —él exhaló, volviéndose hacia ella—. En Carlie. En nosotros. Erin sonrió, pasándole la mano por su mejilla. —Ha sido un viaje extraño, ¿eh? La besó en la nariz, deslizando su rodilla entre sus muslos y meciéndose contra ella. —Me gusta la idea de un viaje. Ella tarareó, empujándose hacia atrás y pellizcando su mandíbula, pero, evidentemente, ignorando su comentario.


—Claro que te gusta. Pero estás a punto de conseguir uno un poco accidentado. Leo se quedó inmóvil, tirando su cabeza hacia atrás para mirarla a sus ojos oscuros. Su corazón se estrelló contra su pecho. Ella estaba asustándolo. —Bueno... —ella arrastró las palabras, sentándose y alcanzando una pequeña bolsa de regalo—. Hace once meses, te di tu primer regalo del día del padre. —Y yo nunca lo olvidaré, —interrumpió. —Sí, bueno, este es… definitivamente es uno que no olvidarás. Ella le entregó la bolsa, su sonrisa iluminándole el rostro mientras esperaba que él lo abriera. La miró con cautela, sumergiendo sus dedos dentro y recuperando una barra larga y blanca. Él frunció el ceño, su corazón pateando a toda marcha cuando vio las dos líneas rosadas. — ¿Estás...? Erin asintió, mordiendo su labio inferior. — ¿Vamos a tener otro...? Ella se rió. —Sí. — ¡Mierda! —Exclamó él, lanzando la barra en el suelo y envolviendo sus brazos alrededor de ella. Muchas personas dirían que era demasiado pronto. Ellos negarían que esto pudiera ser real, pero todos estaban equivocados. Leo había


encontrado su esperanza cuando había estrellado su auto contra el de Erin, y el tiempo sólo les haría más fuertes. El tiempo y un apartamento mucho más grande.


M.A. Stacie nunca está sin un libro o eReader. Un lector voraz con una pasión por lo atractivo, pero angustiosas novelas, le encanta perderse en nuevos mundos. Su necesidad de escribir no la tuvo hasta después de que su segundo hijo nació, cuando sus paseos anteriores se convirtieron en historias de pleno derecho. Ella se describe como una gran contradicción, y aunque no es la más convencional de las aficiones, ella cuenta con conseguir nuevos tatuajes como uno de los suyos. Junto con tejer, escuchar música a alto volumen y jugar al Wii con sus hijos. M.A. Stacie vive en el Reino Unido con su esposo y dos hijos. Sitio Web: http://www.mastacie.com Facebook: http://www.facebook.com/pages/MAStacie/146482328742585?sk=app_112078882147346 Twitter: MAStacie Blog: http://masrambles.blogspot.com/


Disponible en Silver Publishing:

Accidental Fate

Disponible en TWCS Publishing House:

Unwritten Rules


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