Códigos y valores caballerescos El ataque de
los vikingos
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pe de rson a E le Co l Cid ye jes r La azó , Ri nd nc n c a Ro e l o d e a r d o b in t , R L e ó H o o l d á n, o d n, ...
¿Por qué luchaban en la Edad Media? Cruzadas: la obsesión por Tierra Santa Armas, castillos y tácticas militares Samuráis, soldados míticos de oriente La invasión a los reinos cristianos Constantinopla y el fin de una era
GUERRAS DE TRONOS
GRANDES BATALLAS Y GUERREROS MEDIEVALES
49.00 pesos El Salvador 3.75 Guatemala 23 Costa Rica 1,550
sumario 10 guerreros 55
medievales 4 Batallas idealizadas
En la Edad Media, realidad y ficción solían mezclarse en el imaginario colectivo a través del folclor (cantares, mitos). De este modo, los protagonistas de las batallas y gestas más importantes fueron tanto personajes históricos como literarios.
En el Medievo la guerra fue lucrativa y una expresión de las luchas religiosas y de poder, aunque leyendas y gestas la elevaron a categoría de noble ideal.
12 Los soldados
Caballeros de leyenda
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de la cristiandad La disputa de monarcas europeos por los Santos Lugares a los “infieles” musulmanes se volvió una obsesión: del siglo XI al XIII se organizaron nueve expediciones militares de los cristianos.
3 Héroes reales 1. El Cid Campeador 2. Alfonso I el Batallador 3. Ricardo Corazón de León 4. William Wallace 5. Tamerlán
6. Roldán 7. Tristán 8. Lancelot du Lac 9. Robin Hood 10. Amadís de Gaula
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18 Dios, mi rey y mi dama
30 Guerra Santa
en Al-Ándalus
Los caballeros medievales llegaron a ocupar el escalafón social más alto. Eran los defensores del coraje, la piedad, la cortesía y la generosidad, valores que sólo pocos podían alcanzar.
Apoyados por órdenes militares, los monarcas cristianos se enfrentaron durante ocho siglos a los musulmanes para recuperar la península Ibérica, lo que concluyó hasta 1492.
24 Soldados de hierro En el cerrado mundo feudal, la fuerza estaba en manos de nobles caballeros cuyo poder se basaba en el acero, los caballos y los castillos. Sólo en la Baja Edad Media –siglos XI-XV– la infantería fue tan decisiva como los jinetes. muyinteresante.com.mx
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sumario 36 La batalla
78 La gesta
El 14 de octubre de 1066, anglosajones y normandos combatieron en una colina del sur de Inglaterra. Ahí el destino de las islas británicas cambió.
En 1415, durante la Guerra de los Cien Años, Enrique V llevó a cabo una de las hazañas más famosas de la historia de inglaterra.
de Hastings
del rey
42 Curiosidades
Editorial Ventas José Alberto Sánchez Montiel Chief Content Officer Jorge Morett Chief Print Officer Francisco Villaseñor Director Editorial Gerardo Sifuentes Coordinador Editorial Sarai J. Rangel Reyes Redactora Alberto Calva Corrector de Estilo
Marielos Rodríguez Directora General de Ventas
Marketing Comercial y Relaciones Públicas Karla Piña Directora de Marketing Comercial y Relaciones Públicas
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Arte Directora de Relaciones Públicas
84 Constantinopla, la
última sangre medieval
En 1453 la mítica capital de la cristiandad en Oriente cayó en manos del islam. Supuso el final de la Edad Media.
46 Sets de rodaje
Gustavo Rincón Director de Talento
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Colaboradores Adriana Palma Salinas Diseño Luis Felipe Brice Mondragón Redacción Adriana Cataño Vergara Información
Digital Sandra Pérez González Editora Web Paola Prado Fuertes Coeditora Web
La conocida serie de televisión Juego de tronos se centra en violentas luchas dinásticas por el poder inspiradas en la Edad Media.
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66 Vikingos al ataque Desde las actuales Noruega, Suecia y Dinamarca, saquearon y conquistaron media Europa e incluso llegaron a América.
Manuel Arrubarrena Luna Coordinador de Arte Carlos E. Balan Lara Diseñador
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Porfirio Sánchez Galindo Director General LA REVISTA MENSUAL PARA SABER MÁS DE TODO Suscripciones: 01-800-222-2000 Página web: tbgsuscripciones.com Atención a suscriptores: 01 800 REVISTA (738-47-82)
90 Reconstrucción 3D Así eran los asedios medievales.
72 Samuráis Su legendaria imagen de soldados dotados de un código de honor suicida y armados con catanas surgió en su etapa de decadencia. En su origen, fueron una casta de especializados caballeros feudales.
92 Guía de
lugares
Las huellas de la convulsa Edad Media están en toda Europa y parte de Asia. Vestigios de esa época aún mantienen su esencia y aquí te mostramos algunos.
96 Días clave El Macbeth histórico fue un rey que vivió en la Escocia del siglo XI. Cinco siglos y medio después protagonizaría una de las grandes tragedias de Shakespeare.
ventasTBG@editorial.televisa.com.mx © MUY INTERESANTE HISTORIA. Marca Registrada. Año III N° 16. Fecha de publicación: 16-11-2017. Revista bimestral, editada y publicada por EDITORIAL ZINET TELEVISA, S.A. DE C.V., Av. Vasco de Quiroga N° 2000, Edificio E, Col. Santa Fe, Del. Alvaro Obregón, C.P. 01210, México, D.F., tel. 52-61-26-00, mediante convenio con GRUPO TELEVISA, S.A. Contenido licenciado por ZINETMEDIA GLOBAL, S. L. S. EN C. bajo los derechos exclusivos de EDITORIAL ZINET TELEVISA, S.A. DE C.V. Editor responsable: Porfirio Sánchez Galindo. Número de Certificado de Reserva de derechos al uso exclusivo del Título MUY INTERESANTE HISTORIA: 04-2015-030213083500-102 de fecha 30 de mayo de 2017, ante el Instituto Nacional del Derecho de Autor. Certificado de Licitud y Contenido en No. 16611 de fecha 25 de noviembre de 2016 ambos con expediente No. CCPRI/3/TC/15/20545 ante la Comisión Calificadora de Publicaciones y Revistas Ilustradas. Distribuidor exclusivo en México: Distribuidora Intermex S.A. de C.V., Lucio Blanco N° 435, Azcapotzalco, C.P. 02400, México D.F. Tel. 52-30-95-00. Distribución en zona metropolitana: Unión de Expendedores y Voceadores de los Periódicos de México A.C., Barcelona N° 25, Col. Juárez, México D.F. Tel. 55-91-14-00. ATENCIÓN A CLIENTES: a toda la Republica Mexicana tel. 01 800 REVISTA (7384782). Impresa por: Reproducciones Fotomecánicas, S.A. de C.V. Durazno No. 1 Esquina Ejido, Col. Las Peritas, Tepepan Xochimilco, México, D.F. CP 16010. Tel 5334-1750 EDITORIAL GyJ TELEVISA S.A. DE C.V. investiga sobre la seriedad de sus anunciantes, pero no se responsabiliza con las ofertas relacionadas por los mismos. Las opiniones expresadas por los autores no necesariamente reflejan la postura del editor de la publicación. Queda estrictamente prohibida la reproducción total o parcial del contenido e imágenes de la publicación sin previa autorización de Editorial Televisa, S.A. de C.V. IMPRESA EN MÉXICO - PRINTED IN MEXICO. TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS. ALL RIGHTS RESERVED. © Copyright 2017
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GUERRAS DE TRONOS
Sociedad militarizada. La visión tradicional de las guerras europeas de la Edad Media sostenía que los dueños de los campos de batalla eran los caballeros, y que éstos se lanzaban a la carga diezmando y arrollando a la infantería campesina que encontraban a su paso. Pero la realidad histórica es que las contiendas medievales se resumen en su mayor parte en asedios y guerras de desgaste, en el marco de una sociedad progresivamente militarizada.
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¿Cómo y por qué luchaban en la Edad Media?
Idealización de la
batalla
La guerra fue uno de los negocios más lucrativos del Medievo y una expresión de las luchas religiosas y de poder, pero leyendas y gestas la elevaron a la categoría de un noble ideal. Por José Luis Corral
FOTO: GETTY IMAGES
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urante ocho siglos Roma se construyó, creció y se convirtió en Imperio a través de la guerra. Con un promedio de 30 legiones operativas –unos 250,000 hombres–, el ejército romano fue una formidable maquinaria militar que aplicó la fuerza para conquistar otros pueblos y la mantuvo para imponer su cultura, su economía y su sistema político. Pero, paradojas de la Historia, el peso abrumador y el inmenso costo económico de ese ejército fue una de las causas de la caída de Roma. A finales del siglo V, cuando se derrumbó el Imperio Romano de Occidente, la guerra era el oficio de las aristocracias de los pueblos bárbaros instalados sobre las ruinas de Roma. Caudillos como el hérulo Odoacro, el visigodo Alarico, el huno Atila o el vándalo Genserico eran jefes militares que dirigían grupos de guerreros. En la configuración de los reinos germánicos, esa aristocracia armada, llamada gefolge por los germanos y comitatus por los latinos, se consolidó enseguida como la base de la primera nobleza medieval europea, surgida por tanto de la guerra como fuente de poder y fortuna. La instalación de los bárbaros en Occidente supuso un notable cambio en la consideración de la violencia. Si Roma aplicó su derecho a los territorios sometidos, los bárbaros ejercieron la “venganza de la sangre” (wergeld, en antiguo ger-
mano) por la cual la familia de un muerto en una lid tenía derecho y deber de vengar esa muerte con el homicidio del asesino o de un miembro de su linaje; se aplicaba la vieja máxima del “ojo por ojo, diente por diente”, que se consideraba absolutamente justa e institucionalizada. La aristocracia de la temprana Edad Media nació de una sociedad guerrera en la que el poder se conseguía y se mantenía mediante la fuerza de las armas. Esta idea estaba tan extendida que las crónicas de la época convirtieron a la guerra en la actividad más destacada y contribuyeron de modo decisivo a prestigiar el oficio del guerrero, exaltando a los reyes, nobles y caballeros que descollaban en el ejercicio de las armas. Carlomagno, Guillermo el Conquistador, El Cid, Alfonso I el Batallador, Guillermo el Mariscal o Ricardo Corazón de León fueron considerados grandes hombres en crónicas y cantares debido a su destreza militar y ganaron un prestigio que los hacía comparables a grandes guerreros de la Antigüedad como Alejandro Magno, Aníbal o Escipión.
Más propaganda que verdad No en vano, el manual del “arte de la guerra” más usado y leído en la Edad Media fue De re militari, obra de Vegecio, autor romano de oscura biografía quien a finales del siglo IV escribió este libro donde se encuentra la famosa y reiterada máxima “Si quieres la paz, prepárate para la guerra”. Las crónicas medievales tratan la guerra de una muyinteresante.com.mx
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GUERRAS DE TRONOS
Un belicismo justificado por la fe
Urbano II (arriba, en un óleo de Francesco Hayez, 1835) es conocido por su predicación de la Primera Cruzada (1095-1099) para la recuperación de Tierra Santa, por entonces bajo dominio musulmán. Murió antes de que se culminara la conquista de Jerusalén.
LIBRO El caballero del templo José Luis Corral, Edhasa, 2009. El autor muestra la etapa final de la Orden del Temple, la más conflictiva y problemática, con una historia en la que confluyen episodios de las Cruzadas, las fuerzas mercenarias de Roger de Flor y la búsqueda del Grial.
manera idealizada y destacan a esos grandes hombres, antes que las circunstancias propias del conflicto bélico. Como ha ocurrido siempre a lo largo de la Historia, en lo que se escribe acerca de la guerra prevalece más la propaganda que la verdad, de ahí que los textos medievales sobre este tema sean, en general, parciales, tendenciosos, incorrectos, imprecisos y exagerados. En la Edad Media la guerra era una actividad inherente a la forma de entender, al menos teóricamente, la organización de la sociedad. El obispo Adalberón de Laón escribió en el año 998 un poema dedicado al rey franco Roberto II en el que describía una sociedad de tres órdenes: los que rezan (oratores), los que luchan (bellatores) y los que trabajan (laboratores). Los que luchaban eran los nobles, el grupo que defendía a los otros dos, junto a los que configuraba una sociedad estable y equilibrada. La guerra se presentaba como una actividad necesaria que generaba un oficio, el de caballero y soldado, equiparado a la nobleza. La guerra fue uno de los negocios más lucrativos de la Edad Media: entre los siglos V y VII, los pueblos germánicos instalados en el desaparecido Imperio Romano de Occidente combatieron para enriquecerse y asentar su poder; entre los siglos VII y VIII, los árabes incentivaron su expansión con la promesa del botín; entre los siglos VIII y X, los vikingos saquearon las costas de Europa occidental y usaron la fuerza para instalarse en el norte y este de Inglaterra, Normandía y Sicilia; los cristianos de los reinos de la península Ibérica usaron la guerra entre los siglos XI y XV para ganar asimismo tierras y fortuna.
Fue en la segunda mitad del siglo XI cuando la guerra en defensa de la religión cristiana se convirtió en una empresa Santa. 6
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Nacimiento de los cruzados La Iglesia predicó que la guerra contra el islam, y por extensión contra todos los herejes, era justa. San Agustín ya había apuntado a comienzos del siglo V esta idea, pero fue en el siglo IX cuando el papa Juan VIII señaló que el cristiano que muriera en defensa de su fe iría directamente al cielo. En la segunda mitad del siglo XI se dio un paso más: la guerra en defensa de la fe cristiana se sacralizó y, para que no hubiera duda alguna, se convirtió en una empresa santa. Los cristianos ya tenían un objetivo por el cual luchar y morir, y no era otro que la defensa de su fe; frente al yihad, la Iglesia católica promovió la Cruzada. Después de varios siglos de enfrentamiento, a mediados del siglo XI el mundo islámico y la cristiandad habían alcanzado una posición de equilibrio de poder y de fronteras, pero éste se rompió en Oriente cuando los turcos seléucidas aplastaron al ejército de Bizancio en la batalla de Manzikert en 1071. En esa frontera se forjaron guerreros cuyas vidas dieron lugar a canciones de gesta como el poema bizantino Digenis Acritas. Bizancio, que había sostenido desde mediados del siglo VII la frontera oriental ante la presión de los musulmanes, se resquebrajó; los turcos gana-
FOTO: GALLERIE DI PIAZZA SCALA/ ITALY
“Dios lo quiere”
Por otra parte, la sociedad medieval estuvo marcada por la religión, y los credos suelen postular principios de paz y armonía que chocan frontalmente (en teoría) con la idea de la guerra. Para solventar esta contradicción, el islam apeló a la voluntad de Dios para expandirse. El profeta Mahoma instauró hacia el año 624 el yihad (en árabe es masculino) como expresión máxima de la defensa, por todos los medios, de su religión, y desarrolló la idea de guerra justa. “Quien combate por Dios, combate, en realidad, en provecho propio”, se lee en el Corán (99, 6), que en textos contradictorios prohíbe la agresión a la vez que incita a pelear por una sociedad “justa y decente” mediante el yihad, que es mucho más que una lucha militar, pues incluye que todo el mundo debe unirse para acatar la voluntad de Dios, que es crear una sociedad justa donde todas las personas sean buenos musulmanes. La expansión militar y proselitista del islam amedrentó a la cristiandad, que no obstante tardó mucho –pues no se hizo hasta finales del siglo XI– en elaborar una respuesta teológica al yihad. Entre los siglos VI y X, la Iglesia se había erigido como la única institución garante de la moral, el derecho y la definición de lo delictivo, identificado con lo pecaminoso. “Todo poder emana de Dios”, proclamaron papas y obispos, arrogándose la interpretación exclusiva de la voluntad divina.
GUERRAS DE TRONOS
Lucha contra los infieles en la península. Alfonso VI de León, llamado “el Bravo”, fue el rey de la cristiandad que liberó la ciudad de Toledo de la ocupación musulmana liderada por el emir Al-Qádir. Aquí vemos esa histórica escena representada en los azulejos de la Plaza de España, en Sevilla.
Los cruzados en Bizancio. En la Cuarta Cruzada (12021204), la expedición que había partido para conquistar Tierra Santa saqueó Constantinopla. Abajo, una escena que representa la entrada de los cruzados en la capital bizantina.
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ron Armenia, el norte de Siria y media Anatolia y avanzaron hasta Nicea, cerca de Constantinopla. La victoria seléucida provocó un giro sustancial. El statu quo mantenido hasta entonces entre Bizancio y el islam se alteró y el emperador Alejo I Comneno, abrumado y temeroso, pidió ayuda al papa. La cristiandad tembló. El papado ya había intervenido en la pugna entre ésta y el islam. En 1063 Alejandro II concedió indulgencia a los cristianos que combatieran contra los musulmanes y en 1064 los convocó a participar en una guerra santa para la conquista de la ciudad de Barbastro. A efectos prácticos, la Cruzada de Barbastro no supuso gran cosa, pero significó algo importante: que los cristianos podían unirse bajo una misma bandera, la de la cruz, y con un mismo objetivo: la recuperación de los territorios en manos musulmanas.
Todo un enorme aparato de propaganda se puso en acción de inmediato: se escribieron canciones de gesta, poemas y relatos en los que heroicos caballeros cristianos, modelos para los del siglo, servían con sus armas y sus vidas a la expansión de la fe y triunfaban en su empeño alcanzando gloria y riquezas; se incentivó la peregrinación a los Santos Lugares y se proclamó que la guerra contra el infiel musulmán era grata a los ojos de Dios. En las campas de la ciudad de Clermont, el papa Urbano II hizo en 1095 una proclama y convocó a los cristianos a combatir al islam en una guerra santa. Algunos cronistas que aseguraron ser testigos de sus palabras, como Geoffroi de Vendôme, pusieron estas frases en boca del papa: “Guerreros cristianos que en vano buscan una y otra vez pretextos para la guerra, regocíjense, pues hoy han encontrado un pretexto legítimo. Ustedes, que han sido el terror de su prójimo, vayan y luchen contra los bárbaros, vayan y luchen por la redención de los Santos Lugares. Ustedes, que por una vil soldada venden el vigor de sus brazos a la ira de otros, ármense con la espada de los macabeos, vayan y merezcan la recompensa eterna. Si triunfan sobre nuestros enemigos, los reinos del Este serán su recompensa. Si ellos los vencen, tendrán el honor de morir en el mismo lugar que Cristo, y Dios no olvidará jamás que los halló en los santos batallones. Es el momento de demostrar que los anima el verdadero valor, el momento de expiar la violencia cometida en plena paz, las muchas victorias obtenidas a expensas de la justicia y de la humanidad. Si es que necesitan sangre, mojen sus espadas en la sangre de los infieles”.
La cruz, señal de compromiso La recuperación de Tierra Santa La experiencia puesta en marcha en la península Ibérica y en Sicilia demostraba que era posible derrotar al islam, lo que se ratificó en 1085 con la conquista de Toledo; la idea de recuperar Tierra Santa se abrió paso.
Urbano II estaba emulando en cierto modo el llamamiento al yihad de los imanes musulmanes. El objetivo primordial de esta Primera Cruzada fue la conquista y liberación de Jerusalén, y para ello se incentivó la participación de caballeros expertos en ese oficio. La llamada del papa resultó eficaz. Durante los siglos XII y XIII, los cruzados –caballeros que cosieron sobre sus capas la cruz como señal de compromiso– pugnaron con los musulmanes por Tierra Santa. En esas dos centurias, emperadores, reyes, nobles, artesanos, comerciantes, aventureros, mercenarios, monjes, indigentes, mujeres, incluso niños, partieron hacia Oriente imbuidos de diferentes ideales e intereses; unos lo hicieron henchidos de un espíritu religioso inflamado por predicadores y visionarios que aseguraban que el camino más rápido para alcanzar el Paraíso era morir luchando por la causa de Dios; otros buscaron honor, fama y gloria y, con ello, el ascenso social que en su tierra se les negaba por su nacimiento
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GUERRAS DE TRONOS
Escaramuzas y combates decisivos
L
Dentro de las guerras de la Independencia escocesa, la batalla de Bannockburn (en la imagen, una recreación que conmemora los 700 años del enfrentamiento) significó la victoria decisiva para Escocia.
o condición; y no pocos procuraron enriquecerse ganando tierras y señoríos o comerciando con los ricos y lujosos productos que se importaban desde el lejano Oriente a través de Palestina y Siria.
Profesionalización del ejército La guerra en defensa de la fe alcanzó un estatus casi divino, y ser un soldado de Dios se convirtió en el mayor motivo de orgullo de todo caballero cristiano. Además, la Iglesia estaba muy preocupada 10
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El emperador de Europa. Desde 800 hasta 814, Carlomagno gobernó la mayor parte de Europa y luchó contra todas las tribus bárbaras que amenazaban su imperio, además de convertir a los sajones al cristianismo. Aquí, en una miniatura, el rey carolingio en el campo de batalla.
por los conflictos entre los propios católicos, por lo que propició las llamadas treguas de Dios y encauzó fuera de Europa a gente muy violenta. En la Edad Media los ejércitos nacionales no existían. Las mesnadas que se organizaban para participar en guerras de conquista o de defensa corrían a cargo de los grandes señores o de los propios monarcas, bajo cuyos estandartes se formaban guerreros vasallos y soldados mercenarios. Los combatientes, muchos de ellos profesionales, luchaban a pie o a caballo según su estatus social. La mayoría de los soldados combatían a pie, apenas equipados con una lanza, un arco, un machete o un hacha de combate. Parte de la infantería ligera ni siquiera disponía de elementos de defensa corporal; sólo algunos infantes se protegían con cotas de malla, cascos y escudos de madera o de cuero.
Equipamiento de la caballería Los nobles combatían a caballo, aunque en ocasiones debían echar pie a tierra, sobre todo en la Alta Edad Media. La aparición del estribo, que se inventó en Persia en el siglo VI y llegó a Europa occidental a mediados del VII, supuso una revolución al combatir a caballo, pues el jinete podía apoyar sus pies en los estribos, liberar sus piernas y cabalgar con mayor seguridad y firmeza. Hacia el año 890, al estribo se sumó la herradura, que permitió
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as batallas no abundaron en la Edad Media, al menos hasta el año 1300. Muchos conflictos bélicos se limitaron a escaramuzas o asedios. Formar un ejército era bastante costoso y reemplazar a los caídos no resultaba fácil; incluso los vencedores quedaban mal parados, muy afectados, tras un combate. En general, las crónicas exageran el número de combatientes que participaban en las batallas; por ejemplo, el historiador Procopio multiplicó por 10 el número real de guerreros bárbaros para magnificar la victoria del general bizantino Belisario sobre el vándalo Gelimer en la batalla de Tricamerón, cerca de Cartago, en el año 533. Una batalla duraba poco tiempo, apenas una hora, aunque hubo algunas de más larga duración, de hasta dos o tres días. Hubo varias decisivas, como la de Guadalete en julio del año 711, tras la cual se derrumbó con tal estrépito el reino visigodo que desapareció; o la de Lechfeld en 955, en la cual Otón I frenó a los magiares y se convirtió en emperador; o la de Hastings en 1066, en la que Guillermo de Normandía ganó el trono inglés; o la de las Navas de Tolosa en 1212, donde una coalición de reyes cristianos derrotó a los almohades y abrió el valle del Guadalquivir a la Reconquista; o las de Stirling Bridge en 1297 y Bannockburn en 1314, en las que William Wallace y Bruce I derrotaron a los ingleses y mantuvieron la independencia de Escocia; o la de Bosworth en 1485, donde Enrique VII venció a Ricardo III e instauró la dinastía Tudor en Inglaterra. Gestas en la literatura. También hubo batallas cuya trascendencia se exageró por los cronistas por motivos propagandísticos, como la de Poitiers en 732, una victoria de los francos sobre una avanzadilla del ejército musulmán que la propaganda convirtió en la salvación de la cristiandad ante el islam; o la de Roncesvalles en 778, en la que la derrota de la retaguardia del ejército de Carlomagno dio lugar al Cantar de Roldán; o la de Bouvines en 1214, presentada como la gran victoria de Francia. Incluso hubo batallas imaginarias que nunca se libraron pero que los cronistas inventaron para mayor gloria y lustre de su historia nacional, como por ejemplo las batallas de Covadonga, Clavijo o Calatañazor.
reforzar las pezuñas de los caballos, sobre todo en climas húmedos y fríos, otorgando una nueva ventaja a los caballeros. Por fin, la silla de montar con pomo delante y borrén detrás se generalizó en el siglo XII y permitió asentar sobre su montura al jinete y convertirlo en un arma formidable. Con todas estas mejoras, la caballería ligera podía maniobrar con suma rapidez, acudiendo a los flancos de la batalla, en tanto la pesada, compuesta por jinetes completamente cubiertos de hierro al estilo de los catafractas sármatas, persas y bizantinos, realizaba cargas cerradas que rompían las formaciones de la infantería enemiga con asombrosa facilidad. Carlomagno, consciente de este nuevo papel de la caballería, reguló en los años 792 y 805, con dos leyes, que todos los nobles de su imperio poseyeran un armamento completo, es decir, caballo, lanza, escudo, casco y espada como mínimo. Durante la Edad Media, los guerreros de ciertas naciones, órdenes o etnias alcanzaron una notoriedad legendaria debido a su forma y sus técnicas de combate: los vikingos descollaron por la contundencia y el furor con los que se emplearon en la lucha; los jinetes mongoles, equipados con sus arcos de doble curva, destacaron por la rapidez y precisión en sus ataques; los almogávares de la Corona de Aragón, armados con sus jabalinas arrojadizas y su cuchillo de hoja ancha, fueron temidos por su fiereza y su arrojo en la lucha cuerpo a cuerpo; los mercenarios suizos y alemanes lograron fama por su disciplina y su lealtad a quien les pagaba la soldada; los galeses se convirtieron en soldados temibles por su habilidad, precisión y destreza en el manejo del arco largo; los templarios alcanzaron prestigio por su arrojo en las cargas de caballería y por mantenerse firmes en el campo de batalla mientras ondeara el estandarte. Las armas con las que se equiparon, tanto ofensivas como defensivas, fueron diversas: lanzas de tres metros para las cargas de caballería, jabalinas de metro y medio para arrojar sobre los jinetes y sus monturas, espadas de todo tipo, hachas, mazas, arcos, machetes y puñales fueron las armas individuales de ataque. También usaron armas defensivas como cascos, cotas de malla, corazas y variadas piezas metálicas para cubrir todas las partes del cuerpo, y escudos de múltiples formas y tamaños. Un caballero en la Baja Edad Media podía ir cubierto con un equipo de combate cuyo peso llegaba hasta los 40 kilos.
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Técnicas de defensa y ataque También existieron armas colectivas de defensa y ataque. Las ciudades se protegieron y fortificaron con murallas, torres y fosos para defenderse de los asedios, la forma más habitual de practicar la
Expedición a Oriente. Procedentes de Aragón, los mercenarios conocidos como almogávares tuvieron un activo papel en el Mediterráneo. En 1303 lucharon contra el emperador bizantino Andrónico II (aquí, en un cuadro del siglo XIX).
Las ciudades se fortificaron con torres, murallas y fosos para defenderse de los frecuentes asedios medievales. guerra en el Medievo. La poliorcética –técnica de defensa y ataque de una plaza fuerte– mejoró mucho tras la experiencia en Tierra Santa, sobre todo con las máquinas de asedio experimentadas en 1099 en la toma de Jerusalén. Con el surgimiento de la pólvora, un invento chino, desde el siglo XIII se usaron cañones y bombardas capaces de derribar las más fuertes murallas, como hicieron los otomanos en 1453 en el asedio de Constantinopla. La guerra también se practicó en el mar: los bizantinos lograron defender y conservar su capital, Constantinopla, durante 10 siglos debido a su dominio militar en el mar sobre los musulmanes y al uso de los dromones, unos formidables barcos equipados con sifones que lanzaban proyectiles con el célebre fuego griego, una mezcla explosiva de nafta y azufre que incendiaba las naves enemigas; los vikingos debieron el éxito de sus expediciones y la eficacia de sus ataques al uso de sus drakkars, unos barcos rapidísimos y capaces de navegar tanto en el océano como en ríos poco profundos; la expansión de la Corona de Aragón en el Mediterráneo fue posible tanto por las galeras de guerra como por la habilidad de sus marineros en el combate sobre las aguas. Pero la guerra en la Edad Media comenzó a cambiar con la generalización de las armas de fuego y la aparición de los primeros ejércitos nacionales en el siglo XV. La forma de guerrear se transformó para dar paso a nuevos modos de combatir, y con ellos se perfeccionó la manera de matar a más gente y más rápido en los nuevos tiempos del Renacimiento. Poco tiempo después, los caballeros pasaron a ser Historia.
LIBRO La cruz, la tiara y la espada Jean Flori, Edhasa, 2013. Este ensayo recorre la evolución del concepto de Cruzada, un nuevo género de guerra nacido en 1095 y más tarde desviado de su misión inicial: la liberación de Tierra Santa.
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GUERRAS DE TRONOS
Santos batallones. Así calificó Urbano II a los integrantes de la Primera Cruzada, entre los que destacaron integrantes de la nobleza europea en busca de fama y fortuna como Godofredo de Bouillon (en este cuadro decimonónico, en la iglesia del Santo Sepulcro tras la victoria de Ascalón, el 12 de agosto de 1099).
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Grandes batallas de las Cruzadas
Los soldados de la
cristiandad
Las guerras de religión fueron constantes en el curso de la Edad Media, y la disputa de los Santos Lugares a los “infieles”, una obsesión: del siglo XI al XIII se organizaron nueve expediciones militares de los cristianos. Por Fernando Cohnen
FOTO: GETTY IMAGES
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n noviembre de 1095, el papa Urbano II acudió a Clermont, Francia, para tratar la reforma de la Iglesia francesa, aunque el sínodo concluyó con una arenga del pontífice a los caballeros de la cristiandad para que engrosaran las filas de una Cruzada contra los ejércitos turcos y fatimíes que acosaban a los cristianos de Constantinopla y Tierra Santa. Los cronistas de la época recogieron su discurso: “Si triunfan sobre nuestros enemigos, los reinos del este serán su recompensa. Si ellos los vencen, tendrán el honor de morir en el mismo lugar que Cristo, y Dios no olvidará jamás que los halló en los santos batallones”. Las palabras del papa enardecieron el fervor religioso de los caballeros europeos, muchos de los cuales se sumaron a las huestes de la Primera Cruzada. Integrantes de la nobleza como Bohemundo de Tarento, Roberto de Normandía, Godofredo de Bouillon o su hermano Balduino de Boulogne se convirtieron en guerreros de Cristo. Aunque no sólo los movió el ardor de la fe, pues todos esperaban hacerse de un gran botín en Medio Oriente. El punto de partida de los cruzados fue Constantinopla, adonde llegaron en la primavera de 1097. Tras jurar devolver al Imperio bizantino los territorios que había perdido frente a los turcos, los líderes de los cerca de 30,000 hombres que componían la Primera Cruzada partieron hacia Tierra Santa y asediaron la ciudad de Antioquía durante siete meses. Pero, una vez conquistada, los cruzados no la devolvieron a los bizantinos, muyinteresante.com.mx
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GUERRAS DE TRONOS
Godofredo de Bouillon. Este destacado líder
Antioquía, primera victoria. El asedio de esta ciudad turca tardó siete meses entre 1097 y 1098 (arriba). El cruzado Bohemundo de Tarento, en lugar de devolverla a Bizancio, tomó posesión de ella como príncipe de Antioquía.
sino que Bohemundo se la quedó, creando para sí mismo el Principado de Antioquía. Animados por su primera victoria, los guerreros cristianos llegaron a Jerusalén el 7 de julio de 1099 bajo el mando de Godofredo de Bouillon. Con torres de asalto, catapultas y ballestas, los cruzados conquistaron la ciudad en el primer ataque. A continuación, perpetraron una terrible matanza entre los habitantes de la ciudad. Fueron tres días de rapiña y asesinatos que culminaron con el ofrecimiento de la corona y el título de rey de Jerusalén a Raimundo de Tolosa, quien declinó la oferta. A continuación, se los ofrecieron a Godofredo de Bouillon, quien también los rechazó, aunque sí aceptó el cargo de Defensor del Santo Sepulcro. A su muerte lo sucedió su hermano, que fue coronado como primer rey de Jerusalén con el nombre de Balduino I. Una de sus primeras decisiones fue ceder a un grupo de cruzados la mezquita de Al-Aqsa. En aquel lugar, Hugo de Payns y otros ocho cruzados fundaron la Orden del Temple, probablemente en el año 1119. El Concilio de Troyes celebrado en enero de 1129 votó mayoritariamente a favor de la Orden del Temple y aprobó su primera regla (que estaba basada en la de san Benito), cuya redacción corrió a cargo de Bernardo de Claraval, el más prestigioso hombre de la Iglesia en la época, posteriormente canonizado.
El islam contraataca y recupera terreno En 1145, el líder musulmán Imad ad-Din Zengi tomó Edesa, una de las ciudades de Tierra Santa que los cristianos habían conquistado en la Primera Cruzada. Las noticias que llegaron a Europa sobre los asesinatos, violaciones y saqueos cometidos por los hombres de Zengi provocaron la reacción de Bernardo de Claraval, quien convocó la Segunda Cruzada, encabezada por Luis VII de 14
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Francia y el emperador germánico Conrado III. Para desesperación del rey Balduino III, los cruzados decidieron atacar Damasco, un Estado aliado de Jerusalén. Pero lo peor de todo fue que, tras una semana de asedio, los soldados de Cristo se retiraron y regresaron a sus países. La desastrosa estrategia de los monarcas europeos hizo que Damasco cayera en manos de Nur al-Din, hijo y sucesor de Zengi. Cuando los cruzados atacaron Egipto en 1163, los fatimíes pidieron ayuda a los gobernantes seléucidas (turcos), quienes enviaron un ejército al mando del kurdo Shirku y de su sobrino Salah al-Din (al que conocemos en Occidente como Saladino). Este gran guerrero fundó el sultanato ayubí en Siria y Egipto en 1174 y expulsó a las tropas cristianas del valle del Nilo. Saladino fortificó El Cairo y ordenó la construcción de madrasas (escuelas religiosas) para que la población retomara el credo suní, tras 200 años de dominio chií. Unos años más tarde, en el otoño de 1177, su ejército de mamelucos se encaminó hacia Tierra Santa para combatir a los cruzados. A pesar de estar afectado por la lepra, el joven rey de Jerusalén, Balduino IV, derrotó al poderoso ejército de Saladino en la batalla de Montgisard, lo que elevó la moral de los cristianos. Pero la euforia duró apenas dos años. En 1179, Saladino contraatacó y logró vencer a los cristianos. De una sola estocada, el líder musulmán capturó el estratégico castillo de Beaufort y propinó un durísimo golpe a los cruzados al ejecutar a 80 de sus mejores guerreros. Por esas fechas, murió a los 24 años de edad Balduino IV, el rey leproso. Lo sucedió Balduino V, quien falleció un año después dejando el gobierno de la Ciudad Santa en una situación precaria. Su sucesor, Guido de Lusignan, contó con el apoyo del nuevo maestre del Temple, Gerardo de Ridefort, un hombre violento y poco inteligente.
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militar (1060-1100) de la Primera Cruzada rechazó el título de rey de Jerusalén una vez conquistada por los cristianos, aunque la gobernó de facto desde el puesto de Defensor del Santo Sepulcro.
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Saladino entra en Jerusalén Tras obtener la victoria en la batalla de los Cuernos de Hattin [ver recuadro], una auténtica carnicería en la que perecieron centenares de soldados de la cristiandad, el nuevo líder musulmán Saladino conquistó Jerusalén el 30 de septiembre de 1187. Las noticias de Tierra Santa que llegaron a Europa consternaron tanto a los reinos cristianos, que en 1188 el rey Felipe II de Francia, el rey Ricardo I de Inglaterra (Ricardo Corazón de León) y el emperador Federico I de Alemania (Federico Barbarroja) decidieron encabezar la Tercera Cruzada. Federico tuvo la mala suerte de ahogarse en un pequeño riachuelo en julio de 1190, lo que provocó que sólo una parte de su ejército decidiera continuar la Cruzada en Tierra Santa. Tras la conquista de Acre, el rey francés debió pensar que ya había cumplido sus votos de buen cristiano y regresó a su país cuando la Cruzada apenas había comenzado. Por su parte, justo en el momento en que Ricardo Corazón de León se disponía a asaltar Jerusalén, llegaron noticias inquietantes de Inglaterra sobre los intentos de su hermano menor, Juan sin Tierra, de tomar el trono en su ausencia. En septiembre de 1192, Ricardo I y Saladino acordaron una tregua de cinco años. Acuciado por la conspiración de su hermano Juan, el monarca inglés partió para su país el 9 de noviembre de ese año, pero la mala suerte se cruzó en su camino y fue capturado y apresado en Austria. Tras dos años privado de libertad, su madre, la reina Leonor de Aquitania, reunió el dinero suficiente para que fuera liberado en 1194.
La batalla de los Cuernos de Hattin
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n junio de 1187, el carismático líder turco Saladino dirigió a su ejército de 60,000 hombres hacia Tiberíades. A unos 20 kilómetros se encontraba el ejército cristiano, que contaba con 6,000 caballeros y unos 12,000 infantes. Los cristianos tuvieron que caminar casi cuatro horas a través de un terreno muy árido para alcanzar una zona con agua, dominada por dos cerros entre los cuales se abría una vaguada conocida como los Cuernos de Hattin. Los jefes militares cristianos enviaron a sus hombres hacia esa vaguada, donde Saladino les preparaba una emboscada. Los templarios trataron de romper el cerco enemigo, pero fueron rechazados una y otra vez. Las tropas de Saladino los cercaron y fueron presionando poco a poco hasta que cayó la tienda en la que el rey Guido de Lusignan tenía su estandarte de mando. En la batalla de los Cuernos de Hattin murieron centenares de caballeros cristianos. El rey, preso en Damasco. El propio Saladino degolló al Templarios muertos en la caballero templario Chatillon, un batalla de Hattin (xilografía de 1877, hombre cruel y sin escrúpulos, y basada en un dibujo de Doré). a continuación le cortó la cabeza, pero perdonó la vida al maestre del Temple, Ridefort, y al rey Guido, a los que llevó presos a Damasco. A continuación, el líder musulmán conquistó Jerusalén, el 30 de septiembre de 1187. Las noticias de Tierra Santa que llegaron a Europa consternaron a los reinos cristianos y acabaron con la vida del papa Urbano III, quien murió de pena una semana después de saber que Jerusalén volvía a estar en manos musulmanas. La victoria le permitió a Saladino fortalecer el sultanato ayubí que había fundado en Siria y Egipto unos pocos años antes.
Un tiempo de relativa calma Aunque Ricardo Corazón de León siempre lamentó no haber podido reconquistar Jerusalén, su ejército logró recuperar algunos enclaves cruciales de Tierra Santa, como Acre, donde los templarios
Protector de la Orden del Temple. Bernardo de Claraval (1090-1153), monje cisterciense francés y uno de los mayores eruditos del catolicismo de su época, inspiró la regla de los templarios y les consiguió el favor del papado; también convocó la Segunda Cruzada. Fue canonizado en 1174 (aquí, Aparición de la Virgen a San Bernardo de Claraval, óleo de Filippino Lippi, siglo XV).
Ricardo Corazón de León siempre lamentó no haber podido reconquistar Jerusalén, aunque rescató varios enclaves cruciales. construyeron un edificio bautizado con el nombre de El Temple, que fue su sede principal desde entonces y donde falleció su maestre Robert de Sablé en 1193. Por esas fechas también murió Saladino, cuyo imperio fue disputado por sus tres hijos, lo que proporcionó un tiempo de relativa calma a los cristianos de Oriente Medio. El papa Inocencio III hizo el llamado a una nueva Cruzada al que acudieron miles de guerreros europeos, quienes se reunieron a las afueras de Venecia en la primavera de 1202 para tratar de llegar a Palestina por la ruta marítima. El dux de Venecia, Enrico Dandolo, convenció al jefe de los cruzados, Bonifacio de Montferrato, de unir sus fuerzas para ayudar a Alejo IV a derrocar a Alejo III del trono bizantino, razón por la que cambiaron el destino de la Cruzada y la dirigieron hacia Constantinopla. muyinteresante.com.mx
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Los mongoles atacan Bagdad
Toma y daca Siguiendo la tónica general de las Cruzadas, la toma de la ciudad egipcia de Damieta por los cristianos, el 21 de agosto de 1219 (arriba, miniatura del siglo XV), fue inmediatamente contrarrestada por una masacre a manos de los musulmanes.
califato (1258) y una gran devastación en la parte oriental del imperio, la victoria de los mongoles hizo que el islam se replegara sobre sí mismo. Por primera vez los seguidores del Profeta sintieron que su propia supervivencia estaba amenazada. El vertiginoso avance del ejército mongol, con el apoyo de los cristianos de Armenia, estaba a punto de lograr lo que no habían podido resolver siete Cruzadas en algo más de 50 años. Batalla del Pozo de Goliat. Sin embargo, aquel escenario desfavorable al islam dio un vuelco inesperado en septiembre de 1260, cuando el ejército mongol fue
En el año 1203, los cruzados desbancaron a Alejo III y pusieron en su lugar a Alejo IV, que incumplió su promesa de pagar a los caballeros europeos los servicios que le habían prestado. Tras varios meses de continuos conflictos, los habitantes de Constantinopla derrocaron a su vez a Alejo IV y lo sustituyeron por Alejo V, lo que provocó la intervención de los cruzados, que conquistaron la ciudad y la saquearon brutalmente en abril de 1204. Una vez concluido el banquete de sangre, establecieron un Estado latino cuyos gobernantes dirigieron Bizancio con puño de hierro. Tuvieron que pasar varias décadas para que las autoridades bizantinas pudieran volver a su capital.
De la Quinta a la Séptima Cruzada El papa Honorio III organizó más tarde la Quinta Cruzada, cuyo resultado fue otro estrepitoso fracaso. Luego de desembarcar en Tierra Santa, el rey Andrés II de Hungría se dedicó a adquirir reliquias y poco después regresó a su reino con parte de su ejército. Con menos hombres de los esperados, los
La caída de Acre (28 de mayo de 1291) fue el fracaso definitivo del esfuerzo cristiano por recuperar los Santos Lugares. 16
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Ilustración de la caída de Bagdad en manos de Hulagu Khan contenida en la crónica mongola Jami’ al-tawarikh (1305).
derrotado por los mamelucos en la batalla del Pozo de Goliat, cerca del río Jordán. Cinco días después, los mamelucos liberaron Damasco y pusieron en marcha un plan para matar a la población cristiana de Siria. La victoria musulmana puso fin así a las ambiciones mongolas en Tierra Santa.
cruzados se encaminaron hacia Egipto con el objetivo de borrar al ejército mameluco de la faz de la Tierra. La expedición cristiana se dirigió al delta del Nilo y el 21 de agosto de 1219 los cruzados tomaron Damieta. Una vez conquistada la ciudad, las tropas cristianas se situaron en un terreno muy pantanoso del delta del Nilo. Al advertir la posición del enemigo, los musulmanes abrieron las compuertas de agua de tierra adentro, lo que provocó la inundación del terreno ocupado por los cruzados, que de esta manera no pudieron maniobrar ante el ataque sorpresa de los mamelucos. El desastre que sufrió la cristiandad aquel infausto verano de 1219 no desanimaría al nuevo papa, Gregorio IX, quien hizo un llamamiento para organizar la Sexta Cruzada. Federico II, emperador de Alemania, se puso al frente de la nueva expedición militar en 1227. Cerca de la Ciudad Santa, el emperador llegó a un acuerdo con el sultán de Egipto, según el cual los musulmanes conservarían Hebrón y los cristianos obtendrían Jerusalén, Nazaret y Belén. En marzo de 1229, el emperador alemán entró triunfalmente en la ciudad y se proclamó rey de Jerusalén. Sin embargo, tan sólo dos meses después Federico II abandonó Palestina a toda prisa, dejando sin jefatura a la Ciudad Santa reconquistada. El desaliento de los cristianos aumentó con su derrota en la batalla de La Forbie, cerca de Gaza, ante el poderoso ejército mameluco encabezado por el general Baibars, quien desde aquel momento se iba a convertir en una pesadilla para los cruzados. En 1244, los musulmanes volvieron a conquistar Jerusalén, pero los monarcas europeos, acuciados por problemas domésticos, apenas reaccionaron ante la pérdida. El único rey europeo que reaccionó ante el peligro que se cernía sobre Palestina fue el francés Luis IX, quien declaró su firme intención de defender los
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n el año 1215, el jefe mongol (tártaro) Gengis Khan unificó las tribus de las estepas y creó un gran imperio. Uno de sus sucesores, llamado Mongka, organizó dos ejércitos al mando de sus hermanos Kublai Khan –que invadió China– y Hulagu Khan –cuyas tropas aniquilaron el califato abasí de Bagdad–. Kublai se proclamó emperador de la dinastía china Yuan, pasando así los territorios del gigante asiático a formar parte de un enorme imperio. Su hermano Hulagu dirigió sus ejércitos hacia Bagdad y derrocó a la dinastía abasí. Además de provocar la destrucción de la capital del
Santos Lugares. En 1245 se celebró el Concilio Ecuménico de Lyon, presidido por el papa Inocencio IV, en el que se convocó la Séptima Cruzada... que fue otro sonado fracaso cristiano. Los mamelucos acabaron con los cruzados y Luis IX fue hecho prisionero. La corona francesa y el Temple tuvieron que aportar una fabulosa suma de dinero para liberar al monarca, que poco después regresaría a Francia.
Acre: el último bastión cristiano
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Luis IX organizó una nueva cruzada en Túnez para iniciar desde allí la conquista de Tierra Santa. De esa manera pretendía aliviar su mala conciencia por el fracaso experimentado 20 años antes en su intento de recuperar Jerusalén, pero falleció poco después, lo que supuso el drástico final de la nueva aventura militar. En 1279, el nuevo sultán de Egipto, Qala'un, arrebató la ciudad de Trípoli, lo que limitó las posesiones cristianas a una franja costera de apenas 20 kilómetros en la que destacaba la ciudad de Acre, el último bastión de los templarios en Tierra Santa. El nuevo maestre de la Orden, Guillermo de Beaujeu, organizó la defensa de Acre, cuya poderosa muralla y su ubicación a espaldas del mar la hacían casi inexpugnable. El 5 de abril de 1291, el nuevo sultán de Egipto, Al-Ashraf Khalil –hijo de Qala'un, fallecido poco antes–, encabezó un ejército integrado por 40,000 jinetes y más de 150,000 hombres. Frente a ellos se encontraban unos pocos miles de templarios, hospitalarios, venecianos, genoveses, franceses e ingleses y un puñado de caballeros del rey de Chipre. Los que no pudieron escapar de Acre se defendieron en la fortaleza del Temple. El sultán los engañó prometiéndoles que respetaría sus vidas si entregaban el edificio. Parte de los agotados defensores cedieron a la propuesta y se entregaron en las puertas de la ciudad: fueron decapitados de inmediato. Poco después, los últimos defensores fueron masacrados por las tropas mamelucas. El 28 de mayo de 1291, Khalil hizo su entrada triunfal en la ciudad, donde ya no quedaba un solo cristiano con vida.
Pasión por las Cruzadas. El papa Inocencio III (aquí, en un fresco del siglo XIII) puso tal celo en expurgar el cristianismo de herejías y ataques que no sólo impulsó la Cuarta Cruzada a Tierra Santa, sino también la Cruzada Albigense en Francia (contra los cátaros), la antialmohade en España e incluso la deleznable Cruzada de los Niños, en la que miles de ellos fueron vendidos como esclavos.
Los templarios tuvieron que replegarse a Chipre, donde organizaron su nueva sede. La caída de Acre dio la puntilla al esfuerzo cristiano por recuperar los Santos Lugares y anunció el triste final que iba a tener el Temple pocos años después. Por aquel tiempo, Felipe IV se había enfangado en numerosas guerras que vaciaron las arcas de Francia. El monarca pidió dinero a los templarios para organizar la dote de su hermana Margarita, que se casó con el rey Eduardo I de Inglaterra. Felipe sabía que no podría devolver las enormes sumas que el Temple le había prestado; al mismo tiempo, no podía exigir impuestos a la Iglesia, pues el papa Bonifacio VIII había publicado una bula que penaba con la excomunión a quien exigiera tributos al clero sin permiso de la Santa Sede.
Los templarios en la hoguera. Las cuantiosas deudas contraídas con el Temple por el rey de Francia, Felipe IV, llevaron a éste a urdir una conspiración contra la Orden para quedarse con sus bienes: sus caballeros fueron acusados de herejes y sodomitas y su Gran Maestre, Jacques de Molay, fue quemado vivo en 1314 (imagen arriba, grabado coloreado del siglo XIX).
Felipe IV, verdugo del Temple En 1297 expulsó al obispo de París e impuso un nuevo impuesto a la Iglesia que también afectaba al patrimonio de los templarios. Mientras los agentes de la corona francesa iniciaban una campaña de desprestigio del papa, al que acusaron de sodomía y herejía, la Santa Sede reaccionó excomulgando a Felipe IV. Bonifacio VIII murió poco después y fue nombrado como su sucesor Benedicto XI, envenenado en julio de 1304. Angustiado por los extraños acontecimientos, el nuevo papa, Clemente V, se plegó a los deseos de la corona francesa. Sin el apoyo del papado, los templarios poco pudieron hacer cuando los acusaron de sodomía, de escupir en crucifijos, de adoración satánica y herejía. El empeño de Felipe IV de acabar con el Temple tuvo que ver con sus problemas económicos: el monarca pensó que la manera de solucionarlos era arrebatar a los templarios las riquezas que atesoraban en Chipre y Francia. En 1314, el maestre Jacques de Molay y una treintena de caballeros fueron quemados en una pequeña isla del Sena. Su muerte fue el capítulo final de las Cruzadas, cuyos últimos contingentes habían salido precipitadamente de Tierra Santa unos años antes, dejando la ciudad de Acre en manos de los mamelucos. muyinteresante.com.mx
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El mundo caballeresco
Dios, mi rey y mi dama Guiados por códigos estrictos, los caballeros medievales llegaron a ser considerados el escalafón más alto de la sociedad. No en vano eran los defensores del coraje, la piedad, la cortesía y la generosidad, valores supremos que sólo unos pocos podían alcanzar. Por Janire Rámila
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n el año 1281, el filósofo y teólogo mallorquín Ramon Llull publicó Llibre de l’orde de cavalleria. En sus páginas, este prolífico autor español describía el nacimiento de la caballería como resultado de un mundo falto de verdad, justicia y caridad, en el que los hombres luchaban entre sí con deslealtad y falsedad: “Y por eso se hicieron del pueblo grupos de mil, y de cada mil fue elegido y escogido un hombre más amable, más sabio, más leal y más fuerte, y con más noble espíritu, con más educación y mejores modales que todos los demás. Se buscó entre todos los animales cuál es el más bello y el que corre más y pueda sostener más trabajo, y cuál es el más conveniente para servir al hombre, y se le dio al hombre que había sido elegido entre mil hombres; y por eso aquel hombre se llama caballero”.
El caballero, espejo de virtudes Cuando Llull publicó este libro, la figura del caballero llevaba años poblando con sus hazañas los libros de gesta y los relatos de aquellos trovadores medievales que deambulaban de pueblo en pueblo, de corte en corte, amenizando a la gente con canciones que causaban la admiración y la 18
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envidia de aquel que las escuchara. Y no era para menos, pues el caballero era “paradigma y modelo, y su emblema, un ejemplo permanente en el que debía verse reflejado el hombre que era movido por el interés de la consecución del más alto honor”, como asegura el medievalista Francisco J. Flores Arroyuelo en el libro Del caballero y otros mitos (Editum, 2009). Pero ¿qué valores eran esos que se presuponían a los caballeros y que, según Llull, sólo cumplía un hombre de cada mil? El primero de ellos, el coraje. “La función primera de los caballeros es combatir. No es de extrañar, pues, que la mayoría de las obras literarias medievales elogien las cualidades que se esperan de todo soldado: valentía, coraje físico y moral”, explica Jean Flori en su obra Ricardo Corazón de León (Edhasa, 2002). Un buen ejemplo lo encontramos en Roldán, el héroe dispuesto siempre a emplear su espada para granjearse el amor del rey y que, como cuenta La Chanson de Roland o Cantar de Roldán, se negó a tocar el cuerno para pedir ayuda para su retaguardia, que quedó de esta manera exterminada. ¿Fue Roldán un temerario o, aún peor, un soberbio por no querer ayuda? Según la mentalidad imperante entonces no, pues era común que un caballero jurara ante Dios no retroceder un paso ante el sarraceno en el campo de batalla. No debe extrañarnos, por lo tanto, que en la batalla de Hastings, en el año 1066, un juglar envalentonara a los caballeros normandos cantándoles las gestas de Roldán antes de su enfrentamiento contra los anglosajones del rey Harold. O que, por esa cultura del valor a toda costa, los príncipes y reyes se fueran involucrando cada vez más como jefes guerreros y no sólo como estrategas, dando ejemplo a sus soldados de un coraje sólo reservado a las élites.
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Todo un caballero. Para serlo en el Medievo, según Ramon Llull, había que aunar el valor en combate con la misericordia y la cortesía, que sólo a partir del siglo XI adquirió el sentido de galantería amorosa. En la imagen, el cuadro La bella dama sin piedad (1901), del pintor victoriano Frank Dicksee, inspirado en un famoso poema de Keats.
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Y es que, como afirma el investigador Philippe Contamine, “el valor se concibe como un comportamiento ante todo aristocrático, nobiliario, vinculado a la raza, la sangre, el linaje, como una acción individual cuyo resorte es la ambición y la avidez en el ámbito de los bienes temporales, la preocupación por el honor, la gloria, el renombre póstumo. Conviene evitar la vergüenza frente a uno mismo y frente a los suyos causada por la dejadez, la pereza, la cobardía”. Una tentación, la de la cobardía, que era más lógico que afectara al caballero por la facilidad que tenía, al ir montado a caballo, para escapar del campo de batalla.
Lo valiente no quita lo piadoso Pero el valor siempre debía ir acompañado de piedad y misericordia, otros dos grandes valores, de modo que no es raro encontrarse con batallas en las que se perdonó la vida al adversario vencido (eso sí, siempre que también fuera un caballero). “En esta batalla entre los dos reyes participaron unos 900 caballeros. Solamente tres murieron. Estaban completamente cubiertos de hierro y, por las dos partes, se perdonaban mutuamente a causa de su temor de Dios y su confraternidad de armas, tratando menos de matar a los fugitivos que de capturarlos”, relató el monje Orderic Vital sobre la batalla de Brémule en el año 1119. Al margen de las posibles exageraciones vertidas por este cronista, lo cierto es que el perdón tenía en los caballeros una finalidad social. Era una forma de reconocimiento mutuo, de saberse partícipes de un mismo grupo: el de la caballería, la élite. Por ello, el perdón no se otorgaba nunca a
Gestas cantadas. Los juglares y trovadores fueron esenciales en la transmisión del ideal caballeresco: recorrían las cortes y villas cantando las hazañas de héroes como Roldán. Aquí, en un fresco de Simone Martini de 1317-1320, dos juglares acompañan a la flauta y la mandolina un canto coral.
los herejes, ya que no eran ni caballeros ni cristianos. Ya lo había dicho san Bernardo: aquellos que mataran a “infieles” en Tierra Santa no podrían ser denominados homicidas, sino sólo malicidas. Pero hubo una salvedad en esta filosofía. Durante la Segunda Cruzada, la valentía de los guerreros seléucidas admiró tanto a los cristianos que éstos acabaron reconociéndolos como miembros de su selecto grupo, en una especie de “ideal universal de la caballería”, hasta el punto de que Saladino sería considerado un modelo de caballero a pesar de ser musulmán. Los cruzados adornaron esta salvedad de un modo muy poético, creando la leyenda de que sólo los turcos y los francos podían revindicar el título de caballeros al ser ambas razas descendientes de los troyanos, los antepasados más antiguos de la caballería medieval.
Justas y torneos medievales
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Cuadro que reproduce una típica justa medieval entre caballeros armados con lanzas.
“El manejo de lanzas ligeras los hace más ágiles, pero el lujo de los festines los habitúa todavía más a gastos locos”. Pese a ello, los caballeros viajaban por toda Europa buscando justas en las cuales batirse y probar su valía, bajo la excusa de que, cuando tuvieran que enfrentarse a los sarracenos, estarían mejor preparados en el uso de las armas.
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ontra lo que pudiera creerse, las justas y los torneos medievales no fueron una actividad bien vista en todos los países. Por ejemplo, en Inglaterra estuvieron prohibidos hasta el año 1194, cuando Ricardo Corazón de León los autorizó previo pago de un impuesto, pero sólo en lugares muy específicos y vigilados y enfrentándose a la Iglesia, que los repudiaba. Y es que, bajo el lema “Dios, mi rey y mi dama”, lo que las justas intentaban era dirimir mediante el combate disputas entre caballeros, ya fueran controversias mundanas o luchas por el amor de una dama. Otras veces lo que se disputaba era simplemente el orgullo por su país, llegándose al extremo de que quien perdía se convertía en prisionero del vencedor hasta el pago de un rescate por su liberación, o un pago algo menor por su liberación provisional. Sin embargo, lo más normal era que se dejara marchar al prisionero bajo la promesa de que regresaría cuando así se le requiriera. Fiestas lujuriosas. Tampoco gustaba a la Iglesia que la justa fuera seguida de festejos en los que la lujuria hacía acto de presencia, lo que pervertía, a su juicio, el ideal caballeresco:
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Invención del amor cortés Pero no todo era violencia en aquel mundo. Para ganarse una buena reputación, un noble caballero también debía ser generoso y cortés. En un primer estadio, se llamaba cortés a quien no desentonaba con el medio, a quien se comportaba de manera conveniente según las costumbres de la época y del lugar. Tal concepción, como explica Jean Flori, hoy podría alarmarnos; por cortés se entendía, por ejemplo, “la masacre sin piedad de adversarios, el incendio o la desolación de sus tierras, la utilización de estratagemas guerreras eficaces”. Sería el refinamiento de las sensibilidades el que, con el tiempo, fuera modelando este concepto. Y así, en el siglo XI se pensaba que quien ostentase este título debía “brillar, o al menos participar, en las conversaciones, los juegos y las danzas, devolver un cumplido, cantar, incluso componer un poema. La palabra cortés se carga cada vez más de esos valores vinculados a la presencia del bello sexo”, afirma Flori. Desde entonces, ya no habría novela de caballería sin bella dama ni canción en la que el trovador no hablara del amor. Para investigadores como Georges Duby, sin embargo, el amor cortés surgió por una necesidad más mundana: la de apaciguar las tensiones sociales dentro de las mesnadas (gente de armas). “En el seno de la caballería, el ritual cooperaba de otro modo, complementario, en mantener el orden: ayudaba a dominar el tumulto, a domesticar a la juventud (...). Se trataba, superando a los contrincantes, de ganar el premio, la dama. Y el senior, el jefe de la casa, aceptaba poner a su esposa en el centro de la competencia, en situación ilusoria, lúdica, de primacía y poder. La dama negaba a uno sus favores, los concedía a otro. Hasta un cierto punto: el código proyectaba la esperanza de conquista en un espejismo con límites difusos de un horizonte ficticio. La dama tenía la función de estimular el ardor de los jóvenes, de apreciar con sensatez, juiciosamente, las virtudes de cada uno. Coronaba al mejor”. Completarían este ideal otras tres grandes virtudes caballerescas: la generosidad, la justicia y la búsqueda de belleza. Curiosamente, aún no se conoce con exactitud cómo y cuándo nació este ideal caballeresco. Para encontrar un antecedente hay que retroceder hasta los tiempos de la militia, término latino con el que se designaba al ejército formado por milites o soldados. La distinción clave llegó en el siglo XI, cuando éstos se dividieron en dos clases muy bien diferenciadas: los milites o caballeros –soldados montados a caballo– y los pedites o infantería. ¿Por qué se produjo esta diferenciación? Algunos estudiosos creen que todo se debió al desarrollo del estribo y al nuevo modelo de ataque introducido a finales de la Alta Edad Media, consistente, según
Flori, en “situar el escudo delante en el momento de la carga, bajar la lanza a la posición horizontal y dejarla fija durante todo el asalto, bien metida en la axila y apretada contra el cuerpo con el antebrazo. La mano sirve sólo para dirigir la punta de la lanza hacia el adversario que se abate, para espolear el caballo y lanzarlo al galope”. Claro está, formar parte de esta caballería pesada exigía tener la capacidad económica necesaria para dotarse de armadura, lanzas, un buen caballo bien alimentado, paje y la ociosidad suficiente para poder entrenar de modo habitual sin preocuparse por el sustento: algo que sólo podía costearse la nobleza. Si pensamos, además, en las pocas oportunidades de progreso social que existían en la Edad Media, hablamos de personas que, necesariamente, debían ser nobles de nacimiento, lo que
Por el amor de una mujer. Junto a la épica, la lírica de temática amorosa servía para apaciguar tensiones y elevar los espíritus. Arriba, miniatura del Codex Manesse (1340), recopilación de canciones cortesanas; en ella, un noble caballero le entrega un pergamino con versos a su dama.
La piedad y el perdón estaban reservados a los caballeros cristianos, y por ello, nunca se otorgaban a los infieles.
Sólo para ricos. Formar parte de la caballería exigía tener capacidad económica para poseer armadura, lanzas, un buen caballo y la ociosidad necesaria para entrenar; es decir, ser noble. En la foto, reproducción de una armadura medieval.
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Las Órdenes de Caballería
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Las novelas de caballerías de los siglos XV y XVI expandieron una imagen muy deformada de este mundo. aún hacía disminuir un poco más el número de posibles caballeros. “La armadura se convierte, más que nunca, en un medio de filtro que permite a algunos penetrar en el círculo cada vez más elitista y restringido de la caballería, la cofradía de nobles caballeros de la élite social”, en palabras de Flori. En cuanto a los valores asociados al buen caballero, no fueron sino un desarrollo de la imagen típica del noble, esa persona que basaba todo su poder y riqueza en el honor. Porque, para aquella mentalidad, el noble lo era por sangre, por tradición, por unos orígenes familiares casi místicos. “Desde entonces, el término caballero evocará todo comportamiento considerado digno y conforme a la ética admitida por la caballería en el momento en que ésta, a finales del siglo XII y todavía más durante el siglo XIII, adquiere valor 22
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Pese a ser musulmán. En la Segunda Cruzada, la valentía de los guerreros del islam admiró tanto a los cristianos que reconocieron a su líder, Saladino (1138-1193), como un caballero más.
institucional, imponiendo hasta el final de la Edad Media un modelo cultural, el ideal caballeresco”. Para entender en toda su dimensión la creación de esta élite, basta apreciar que ni siquiera la pequeña nobleza podía acceder a ella. A sus integrantes se les llamaba “pobres caballeros”, guerreros cuyo cometido era sostener a la caballería, servir como escoltas de los príncipes o sobrevivir participando en torneos. Para la mentalidad de la época, sin embargo, los orígenes debían poetizarse. Por ello no se dudó en remontarlos hasta emparejarlos con el mismísimo rey Arturo, recuperado para la tradición caballeresca alrededor del año 1136 con la publicación de Historia de los reyes de Britania, del clérigo Geoffrey de Monmouth.
Arturo y su mito Aunque fuera en esta obra donde se citara por primera vez la leyenda artúrica con apariencia histórica, ya existían desde el año 950 referencias al mito que hablaban de un caudillo bretón que luchó contra los invasores anglos, jutos y sajones, sucesores de los romanos en Gran Bretaña. Geoffrey de Monmouth, de origen posiblemente galés, presentó su obra como un tratado histórico, aunque en modo alguno lo era; entre otros motivos, porque el autor lo convirtió en un alegato político, en una reivindicación del glorioso pasado celta de la isla, subyugada por los invasores anglosajones. En este sentido, Arturo se mostraba como el héroe de un pueblo derrotado que algún día regresaría para devolver la justicia a los suyos: un caballero noble, justo y piadoso, que aunaba en su persona todas las cualidades de la alta nobleza. Era el ideal del perfecto caballero al que todos, desde entonces, intentarían imitar. Tanto triunfó esa imagen que, cuando el rey español Felipe II viajó a Inglaterra para casarse con
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n el año 1118 o 1119, el señor del Castillo de Martigny (Borgoña, Francia), Hugo de Payns, se autoproclamó ante el patriarca de Jerusalén protector de los peregrinos que viajaban entre esa ciudad y Jaffa. Al caballero, vestido casi con harapos, lo acompañaban siete nobles. Todos juraron los votos de pobreza, obediencia y castidad en tal cometido, sin ser ninguno de ellos monje. San Bernardo de Claraval, sorprendido por la fe y la audacia de aquellos hombres, convenció al rey Balduino de la conveniencia de protegerlos con estas palabras: “Ellos pueden pelear las batallas del Señor y ser a la vez soldados de Cristo”. Había nacido la Orden del Temple, la primera orden militar propiamente dicha, a la que pronto se le irían añadiendo otras como la Orden de los Caballeros Hospitalarios, la de Calatrava, la de Montesa o la de los Caballeros Teutónicos. Desde los tiempos de Roma, ningún país había contado con un ejército profesional, y estas órdenes podían hacer esa función debido a su dedicación, sus exhaustivos entrenamientos y, por encima de todo, su creencia En esta recreación histórica de los caballeros templarios, vemos a uno de inquebrantable de guerrear por ellos orando ante un “altar de campaña”. mandato divino. Mundanos pero divinos. Estas órdenes no habrían surgido de no haber aunado los ideales religiosos y los típicos ideales caballerescos, de tal modo que aquellos principios mundanos y de orgullo de estirpe “se vieron revestidos del manto de lo sagrado y de lo monástico, siendo encauzados a una acción colectiva y a jugar un papel crucial en la aventura de la cristiandad en las Cruzadas”, en palabras de Francisco J. Flores.
María Tudor, llegó a jurar que sólo renunciaría al trono si Arturo regresara para reclamarlo. Otros que también se aprovecharon del mito artúrico para sus propios fines fueron los Plantagenet, dinastía reinante en Inglaterra entre 1154 y 1399. No en vano, Ricardo Corazón de León combatió en las Cruzadas con una espada llamada Excálibur y emprendió varias búsquedas durante su reinado para localizar la tumba del rey Arturo. Incluso afirmó haberla localizado hacia el año 1191 cerca de Glaston, con la siguiente inscripción: “Aquí yace el ilustre rey de los bretones, Arturo, enterrado en la isla de Avalon”.
Proteger a los desvalidos Tanto este falso hallazgo como el interés de los Plantagenet en la figura artúrica tenían la misma finalidad: acabar con los intentos de los celtas y los sajones de resistirse al poder normando, del que era sucesora esta dinastía. Y no sólo eso; también proyectarse como los descendientes legítimos del poder y la realeza de Arturo, bajo los ideales caballerescos –una caballería unida en torno a un rey– que él y su Corte representaban y que los libros de gesta tanto habían ensalzado. Esos libros estimularon la imaginación del europeo medieval y lo hicieron soñar con tiempos pasados, con un mundo en declive y por entonces ya inalcanzable. O así fue al menos hasta el siglo XIII, cuando la Iglesia intentó cristianizar la figura del caballero dotándolo de una misión que hasta entonces no era típica en él: proteger al clero y a los débiles, especialmente viudas y huérfanos. Ese cambio está perfectamente ejemplificado en la obra anónima Lancelot du Lac (1230), en la que la Dama del Lago asegura a sir Lancelot: “Así podéis saber que el caballero debe ser el señor del pueblo y el sargento de Dios. Debe ser el señor del pueblo en todas
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Tras los pasos de Arturo. El mito de este rey bretón fue utilizado por Ricardo Corazón de León para dotarse de un aura legendaria: dijo haber hallado su tumba y combatió en las Cruzadas con una espada llamada Excálibur. Aquí, Ricardo y sus soldados en el grabado de Gustave Doré Cruzados rezando antes de entrar en combate.
las cosas. Pero debe ser el sargento de Dios, pues debe proteger, defender y sostener a la santa madre Iglesia, es decir, el clero, que sirve a la santa Iglesia, las viudas, los huérfanos, los diezmos y las limosnas que se asignan a la santa Iglesia”. Fue entonces cuando se generó la imagen del caballero andante que vagaba por los campos y bosques con el cometido de imponer la justicia y el orden, un asunto capital en títulos novelescos como Baladro del sabio Merlín con sus profecías (1498), Los cuatro libros del virtuoso caballero Amadís de Gaula (1508) o Tirante el Blanco (1511).
Desfacedor de entuertos. La imagen del caballero andante que vaga por campos y bosques para proteger a los débiles e imponer la justicia y el orden surgió en el siglo XIII en el relato anónimo Lancelot du Lac y fue parodiada por Cervantes en Don Quijote. Arriba, el mítico Lancelot, según una ilustración de dicha obra en una edición posterior (1494).
El fin del ideal caballeresco Sin embargo, para entonces la caballería ya estaba herida de muerte. Y en realidad esas obras, aunque muy leídas, sólo habían logrado deformar la imagen del auténtico caballero medieval hasta convertirlo en una caricatura de sí mismo. El golpe final llegaría con la introducción de las armas de fuego y los arcos largos (longbows), cuando los escudos, las lanzas, las espadas y las armaduras demostraron no ser rivales de peso para los arcabuces y los dobles arcos. “Cuando en 1346, en Crécy, el rey inglés Eduardo III utilizó el gran arco destrozando al ejército francés, que cantó victoria antes de la batalla, una revolución bélica impuso su ley. Las flechas caían a 250 metros de distancia y podían atravesar dos cotas de malla superpuestas. El caballero se vio obligado a revestirse con más hierro, pero las flechas atravesaban también las corazas. El caballero sintió que no tenía escapatoria”, describe el profesor Francisco J. Flores. Sería el comienzo de una lenta agonía que terminó, al menos en países como España, con la publicación del último libro de caballerías escrito en castellano. Su nombre, Policisne de Boecia, de Juan de Silva y Toledo. El año, 1602.
LIBRO La luz de la Tierra Daniel Wolf, Grijalbo, 2017. La apasionante continuación de La sal de la Tierra, una saga medieval con intrigas, venganzas y amores caballerescos, ambientada en la Alta Lorena en 1218, que fue todo un best seller en Alemania y España.
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Armar y dar montura. Era algo muy caro, de modo que la caballería medieval aparece ligada al fenómeno del feudalismo, en el que los caballeros (aquí, una imagen) eran señores o vasallos aventajados con poder social y económico, que formaban una casta aparte.
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En el cerrado mundo feudal, la fuerza estaba en manos de nobles caballeros cuyo poder se basaba en el acero, los caballos y los castillos, elementos sobre los que se desarrolló la guerra medieval. Sólo en la Baja Edad Media la infantería fue tan decisiva como los jinetes. Por Juan Carlos Losada
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n la Alta Edad Media, los dos núcleos de poder más sólidos eran el Imperio carolingio y Bizancio. En ambos Estados, así como en el resto de reinos, la caballería era la esencia del ejército y asumía el protagonismo del choque y la iniciativa en el campo de batalla, mientras que la infantería contaba con menor presencia. Con la difusión de la silla de montar, el estribo y la herradura a partir de los siglos VII y VIII, los jinetes no sólo podían apoyarse con mayor fuerza y ser más estables, sino que eran capaces de maniobrar en cualquier terreno. Una carga de caballería adquiría ahora una fuerza de choque brutal, al proyectar todo el peso de hombre y animal. Con sus lanzas en ristre podían atravesar fácilmente a los infantes enemigos y desbaratar su formación para luego, tras la carga inicial, proseguir la matanza con sus espadas, hachas o mazas. En caso de cargar contra otra fuerza de caballería el resultado era más incierto, dependiendo del número, de la acometividad y de la calidad del armamento y, por supuesto, de la fortaleza y el entrenamiento de los caballos, necesarios para soportar el peso de los jinetes equipados. El simple arrojo, la capacidad de resistencia física y el número de combatientes eran los factores que solían decidir los choques, que casi nunca duraban más que unas pocas horas diurnas. El choque entre caballeros de dos ejércitos acababa cuando uno de los dos se rendía o emprendía la huida. Tras ello, el vencedor solía perseguir y aniquilar a la infantería vencida (plebeyos), mientras que los nobles derrotados eran apresados para pedir rescate por ellos. Las batallas solían derivar en una melé (desorden, tumulto) de chillidos, polvo y sangre en la que se mezclaban el choque de metales, los gritos, los lamentos y los relinchos de los caballos. En este ambiente la visibilidad era escasa porque, además, los yelmos dificultaban la visión. La confusión era tal que se hizo imperioso identificar dónde estaban los respectivos jefes de los ejércitos, así como la retaguardia con sus campamentos, refuerzos y vituallas, hacia donde se debían reagrupar y reordenar. Así, a partir del siglo XI se idearon pendones de colores que, elevados en lo más alto, indicaban esa información. Esa práctica identificativa llevaría a cada noble a crear su propia bandera o su escudo de armas: había aparecido la heráldica.
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La importancia de la forja La artesanía del hierro era indispensable en este tipo de guerra para fabricar las herraduras, los estribos, las armas (espadas de un metro o más, puntas de lanza, flechas, mazas, hachas...) y, por supuesto, las armaduras y protecciones (cotas de malla, yelmos, escudos, etc.) que debían llevar los combatientes y en especial los caballeros. Los bizantinos fueron los primeros en acorazar a sus jinetes y monturas, las catafractas, pasando la experiencia a Europa, donde los caballeros fueron primero equipados con cotas de malla y yelmo, y más tarde con armaduras más completas y pesadas, que podían llegar a pesar hasta 30 kilos. Por todo ello proliferaron en Europa miles de fraguas, artesanos herreros y minas de hierro y carbón, controladas por las élites debido a su importancia. La metalurgia del hierro era muy costosa: requería muchos kilos de material, horas de trabajo y artesanos cada vez más calificados (y valorados) que compitieran por hacerla cada vez más ligera, resistente y eficaz. Por ejemplo, sólo cuatro herraduras requerían de siete kilos de carbón, dos de hierro y tres horas de trabajo. Prueba del valor que se daba a las armas de hierro fue la prohibición generalizada de venta de espadas y hachas de guerra a pueblos enemigos como los vikingos, los musulmanes o los eslavos.
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Artesanos imprescindibles. Controladas por la élite, proliferaron fraguas (fogones para forjar metales) por toda Europa durante la Edad Media. De las herrerías salían espadas, cotas de malla, yelmos, etc. Arriba, herreros trabajando en el siglo XIV.
Protecciones metálicas. Con la aparición de la ballesta (abajo, en la ilustración), a partir de los siglos XII y XIII, las defensas de hierro de hombres y caballos se hicieron más pesadas para que no fueran atravesadas por las potentes flechas.
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Con el paso de los siglos las armas se fueron abaratando y mejorando y las espadas se hicieron más ligeras y manejables, pero las defensas se volvieron más complejas y pesadas (cotas de malla, escudos), por lo que siguieron siendo caras y al alcance sólo de los más ricos (los nobles). El motivo fue la difusión de la ballesta y del arco largo a partir de los siglos XII y XIII, capaces de atravesar metales, lo que exigió el reforzamiento y el aumento de tamaño de las protecciones metálicas de hombres y caballos, manteniéndose así el carácter elitista de los equipos de hierro. En la Baja Edad Media las cotas de malla podían tener ya 25,000 anillos de hierro engarzados, y las armaduras se hacían cada vez más rígidas y reforzadas con placas. Con ello se aumentó aún más el peso del jinete y la necesidad de contar con una montura fuerte. En consecuencia, tanto la protección como la fuerza de choque aumentaron pero, si en los campos de batalla europeos demostraron su utilidad, cuando los caballeros tuvieron que enfrentarse en ambientes calurosos –como en Tierra Santa– a los musulmanes, con monturas mucho menos cargadas, se vieron ampliamente superados.
La base del poder feudal Los castillos proliferaron en Europa a partir del siglo IX tras la descomposición del Imperio carolingio y la fragmentación del poder político,
como respuesta a la amenaza de las invasiones y el bandolerismo. Los distintos señores levantaron sus castillos, desde los que controlaron y protegieron tierras y siervos, colisionando con otros nobles vecinos o incluso con los mismos monarcas en su ambición por dominar más territorios y recursos. Refugiarse tras los muros de un castillo, con buenas defensas, hombres y reservas, podía desalentar al enemigo y, con frecuencia, obligarlo a replegarse derrotado, a pesar de ser mucho más numeroso. Con ello las guerras pasaban, casi siempre, por el intento de toma de las fortalezas, lo que suponía iniciar tareas de asedio y, en respuesta, de defensa, en las que la astucia jugaba un papel primordial. En un inicio eran de madera; la piedra fue incorporándose progresivamente hasta que, a partir del siglo XI, ya eran todos de este material, lo que los hacía más resistentes al fuego. Solían estar en lo alto de una colina dominando valles y caminos, y siempre con una fuente de agua. Podían estar protegidos por zanjas o fosos, con o sin agua. Dentro de la muralla (de 5 a 10 m de altura) había una torre central (torre del homenaje), residencia noble, y a sus pies estaban los establos, los almacenes, las fraguas y las viviendas de sirvientes y soldados (casi todos de madera), así como el imprescindible pozo. Una gruesa puerta protegida por una doble empalizada, a la que podía accederse mediante puente levadizo, era el único acceso al recinto.
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Los bizantinos y el fuego griego
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l Imperio bizantino mantenía sus propias guerras por la supervivencia contra vikingos, eslavos, persas y árabes, empleando en ello un arma específica que sólo él conocía: el llamado fuego griego. Parece ser que fue inventado en el año 673, durante el reinado de Constantino IV Pogonato. El padre de la fórmula definitiva fue un tal Calínico de Heliópolis. Aplicada inmediatamente, permitió que una flota árabe fuera totalmente incendiada, salvándose Constantinopla de la invasión. Durante los siglos siguientes, la flota bizantina venció de esta manera tan contundente a toda armada enemiga que pretendió asaltar sus costas. Su mecanismo era sencillo y se basaba en lanzar una sustancia inflamable desde unos sifones hacia las naves enemigas, a través de unos tubos metálicos ubicados en la proa de los buques, lo que provocaba el inmediato incendio de los barcos afectados. Dada su eficacia, desde el principio fue un secreto de Estado, celosamente guardado durante los siglos posteriores, de tal manera que aún hoy no se conoce exactamente su composición.
Con los años, y sobre todo tras las experiencias de las Cruzadas, los castillos se fueron haciendo más grandes y sus defensas mejoraron. Ante el riesgo de un asedio se limpiaba y excavaba el foso, se talaban árboles para impedir que sirvieran al enemigo como camuflaje o madera y se evacuaba a toda población cercana con sus bienes, tras destruir sus infraestructuras. Las murallas se reforzaban con nuevos parapetos y salientes que ampliaran los ángulos de tiro y la visión sobre sus bases, al tiempo que se acumulaban en ellas taludes de tierra inclinada que facilitaran el lanzamiento de objetos desde la altura sobre los atacantes y sus máquinas (piedras, líquidos y productos ardientes, flechas...) y dificultaran la excavación de minas. También se reforzaba la puerta con rastrillos, muros y zanjas y se preparaban las catapultas defensivas, que debían tratar de destrozar la maquinaria de los
De la madera a la piedra. A partir del siglo XI, proliferaron las construcciones fortificadas como respuesta a la amenaza de invasores y bandoleros. Los castillos se erigían en piedra, evitando la madera y así los incendios. En la foto, el castillo oscense de Loarre.
Perteneciente a un manuscrito bizantino datado entre los siglos XIII y XIV, el dibujo representa un ataque marítimo con fuego griego.
Napalm medieval. Lo que sí sabemos es que era una sustancia líquida o pastosa que podía ser lanzada, que flotaba sobre el agua sin apagarse y que se adhería a los cuerpos, sin poder ser sofocada más que con tierra o arena. Recuerda al napalm y, con toda probabilidad, estaba compuesta de una base de petróleo, cal viva y salitre, así como una serie de resinas, entre otros productos, lo que permitía que ardiera en las condiciones descritas. Hacia el siglo XIII la fórmula desapareció en medio del caos que se apoderó de Constantinopla, sumida en guerras civiles.
Con los años, y sobre todo tras las experiencias de las Cruzadas, los castillos se fueron haciendo más grandes y sus defensas mejoraron. atacantes. Asimismo se preparaban para hacer incursiones nocturnas por sorpresa, con el fin de inutilizar las máquinas de guerra atacantes.
Intentar vencer por hambre Los asediadores, por su parte, trataban de lograr la rendición en un primer momento por métodos disuasorios y poco costosos, fuera prometiendo respetar vidas y bienes si se rendían los defensores o, en caso contrario, amenazando con el exterminio, el soborno, el ataque nocturno por sorpresa, el apresamiento a traición de enviados enemigos en conversaciones de paz, el envenenamiento de las aguas, etc. Obviamente, tenían prisa por conquistar el castillo; no sólo para ahorrar costos, también para evitar la aparición de epidemias –frecuentes en la época a causa del hacinamiento de la tropa– o la llegada de ayuda para los asediados. En caso de que estos métodos fallaran comenzaba el asedio formal, que suponía, en caso de culminarse con éxito, que el atacante podía disponer a su antojo de vida y hacienda de los vencidos. En un primer paso, se intentaba vencer por hambre y sed a los asediados, pero si ello no era posible porque tenían importantes reservas de alimentos, o porque los asediadores también se desgastaban, se lanzaban al ataque tras estudiar los puntos más débiles de las defensas, donde las máquinas de asedio eran imprescindibles. Generalmente se actuaba sobre puntos distintos de la fortaleza para dispersar las defensas de los asediados. muyinteresante.com.mx
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La llegada de la pólvora y la artillería
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a pólvora era conocida desde la Antigüedad, pero no fue sino hasta los inicios del siglo XIV cuando se aplicó a las primeras armas de fuego conocidas: los cañones. Fueron los árabes quienes los introdujeron en sus guerras contra Castilla en la península Ibérica, como arma de asedio para los castillos; a los pocos años, los cristianos también los utilizaron. Lanzaban bolas de piedra o hierro a unos pocos centenares de metros y, en esos primeros tiempos, tan demoledor era su efecto sobre las murallas como sobre la capacidad de resistencia psicológica de los combatientes, debido al estruendo que producían.
Rápidamente la novedad se extendió por toda Europa: en 1377 ya hay crónicas sobre la toma de castillos en Normandía con la ayuda de disparos de cientos de cañonazos, aunque hubo que esperar hasta mediados del siglo XV para que se emplearan en campo abierto. El fin de los castillos. Su progresivo perfeccionamiento y aumento de calibre y potencia supuso el comienzo del fin de los castillos. Sus muros debieron aumentar su grosor y alterar su diseño, pero ya nunca serían las barreras inexpugnables que hasta ese momento habían sido. Con ello los cañones no sólo ponían fin a los castillos, sino a toda la Edad Media,
El que resiste, gana
Para asaltar fortalezas. Para el asedio de murallas se utilizaron trabucos (en la ilustración, de abajo) y –heredadas de las legiones romanas– catapultas. Generalmente, la munición utilizada eran pesadas piedras.
El ataque se basaba en lanzar mediante catapultas todo tipo de proyectiles (piedras de hasta 150 kilos con 300 o 400 metros de alcance, objetos impregnados en sustancias inflamables, cadáveres de animales o personas en descomposición para provocar enfermedades, cabezas decapitadas para inducir el terror, etc.), fuera contra las murallas y almenas o al interior del recinto. También las flechas volaban en miles sobre los defensores. El objetivo era acercarse hasta la base de las murallas y, una vez allí, mediante arietes con puntas metálicas, golpear la puerta o las partes debilitadas de los muros para intentar abrir una brecha. Algunos arietes precisaban del trabajo de hasta 60 hombres y necesitaban estar cubiertos de una estructura que los protegiera de los proyectiles y líquidos lanzados por los defensores. Al mismo tiempo se asaltaban las murallas con escalas o con torres de ataque protegidas por pieles
Los asedios cambiaron por completo con los primeros cañones.
y abrían la puerta a la ciencia (metalurgia de la artillería, cálculos de tiro parabólico, química de explosivos...) del Renacimiento.
(campanarios), que llevaban soldados en su interior y eran arrastradas por hombres o bueyes. Su misión era alcanzar las almenas de la fortaleza mientras arqueros y ballesteros disparaban incesantemente. Esta aproximación requería haber rellenado y aplanado el terreno y el foso que pudiera rodear el castillo, y solía culminar el ataque final. Sin embargo, este método podía costar un elevado número de bajas. Por ello, si el terreno lo permitía, se solía intentar la excavación de minas, túneles que disimuladamente tenían que penetrar hasta el interior del castillo o hasta los cimientos de las murallas, mientras se apuntalaban con vigas para que no se derrumbaran sobre los zapadores. En el primer caso el objetivo era irrumpir de noche por sorpresa; en el segundo, acumular leña y material inflamable (más tarde, pólvora), al que se prendía fuego para que se derrumbara la mina y con ella el lienzo de muralla que estaba encima para, a continuación, atacar
ariete cubierto (aquí, uno conservado en el castillo de la Orden de los Caballeros Teutones en Malbork, Polonia) fue desarrollado en Oriente Próximo durante las campañas del segundo Imperio asirio.
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Protegido. Como arma de asedio, el
por la brecha abierta. Pero ello exigía una labor de sigilo y engaño para que los defensores no se percataran de la excavación ni del punto al que se dirigía. En el bando contrario, podían excavar galerías aún más profundas llamadas “contraminas”, con el fin de hundir las de los atacantes, o construir nuevos muros tras el lienzo de muralla que presumiblemente se iba a derrumbar. Para detectar las vibraciones de una excavación de minas, los asediados solían dejar recipientes descubiertos con agua, para poder ver en ellos ondas que delataran los trabajos subterráneos. Al final, de no mediar acuerdo de rendición, el asedio de un castillo concluía o bien con la caída más o menos pactada del mismo o bien con el abandono del asedio por parte de los atacantes, agotados por el esfuerzo. A diferencia de las batallas campales, en las que primaba el número de efectivos y la acometividad, en los asedios quien más resistía era el vencedor.
Hacia el siglo XII aparecieron nuevas armas para la infantería, que dejaba de ser auxiliar: la ballesta y el arco largo.
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La nueva infantería Hasta la Baja Edad Media, la infantería no era casi nada en el campo de batalla. Mal armada y adiestrada, se limitaba a tareas de apoyo y logística, reconocimiento, guardia y saqueo, sin ser rival para los caballeros. Pero hacia el siglo XII aparecieron nuevas armas que les permitieron dejar de ser meros auxiliares: la ballesta y el arco largo (1.90 metros de alto). Aunque conocidas desde la Antigüedad, ahora se habían perfeccionado: ambas podían ser disparadas con gran precisión, alcance y poder de penetración. Pero su trascendencia era mucho mayor, porque ahora un simple plebeyo podía matar a distancia a un noble caballero, lo que era un escándalo para el orden medieval al subvertir el código de valores y la jerarquía social. Tanto es así que el segundo Concilio de Letrán, en 1139, prohibió el uso de la ballesta entre cristianos bajo pena de excomunión. Esta arma tenía más alcance y fuerza que el arco (300 frente a 150 metros) y era más sencilla de manejar, pero su cadencia de tiro era 10 veces más lenta que la del arco que, aunque con menor alcance y mucho más difícil de usar, podía disparar una docena de f lechas por minuto en manos de un arquero entrenado. A partir de entonces, los arqueros cobraron un peso creciente en los ejércitos; los arqueros ingleses fueron decisivos, por ejemplo, en las batallas de Crécy y Agincourt, en la Guerra de los Cien Años, cuando derrotaron por completo a la orgullosa caballería gala. Las nuevas armaduras de placas fueron una respuesta a estas novedosas armas, pero, a partir de aquel momento, los arqueros y ballesteros fueron imprescindibles en los ejércitos modernos.
La disciplina del mercenario En el siglo XIV se dio un paso más con la aparición de los piqueros. Estos campesinos suizos armados sólo con una larga pica (de 5 a 7 metros) demostraron que, bien entrenados para mantener una formación cerrada y dominar el pánico, podían desbaratar una carga de caballería y descabalgar al jinete, que quedaba inerme en el suelo por el peso de su armadura. Clavándose en el suelo a modo de erizo y con distintos ángulos de inclinación, formaban una cortina impenetrable. Rápidamente se extendieron por toda Europa y en el siglo XV ya eran codiciados por todos los ejércitos europeos; esta arma acabó siendo la columna vertebral de los tercios españoles. Junto con los piqueros fueron extendiéndose a lo largo de los siglos XIV y XV las compañías de mercenarios, soldados profesionales de infantería que habían demostrado que con un armamento mucho más barato que el de los caballeros podían ser tan decisivos como ellos o más en las batallas. Solucionaban, de paso, la falta de hombres y el reclutamiento forzoso de campesinos, que resultaba poco útil y afectaba la economía agraria. Eran disciplinados, combatían por paga o botín y se ponían al servicio de un rey encabezados por un jefe prestigioso o condottiero, aunque en época de paz podían suponer un problema al estar faltos de recompensa. Ejemplo de ellos fueron las Compañías Blancas francesas o los Almogávares de la Corona de Aragón. Estos soldados profesionales, junto con las nuevas armas, estaban anunciando el fin de la Edad Media y de la élite política y militar que la sustentaba, la de los nobles caballeros, y la aparición de las nuevas monarquías absolutas.
Victoria inglesa decisiva. Una de las batallas más importantes de la Guerra de los Cien Años fue la de Crécy (arriba), en 1346. El empleo de nuevas armas y tácticas hace que muchos historiadores la consideren el principio del fin de la Edad de la caballería.
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La reconquista cristiana de la península Ibérica
Guerra santa en
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Con el apoyo de las órdenes militares, los monarcas cristianos se enfrentaron durante ocho siglos al invasor musulmán para recuperar los territorios perdidos. La reconquista no concluyó hasta 1492. Por Fernando Cohnen
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a noche del 27 de abril del año 711, unos 7,000 hombres al mando de Tariq, lugarteniente del gobernador de Ifriqiya, cruzaron el Estrecho, desembarcaron en Gibraltar y derrotaron al ejército de Rodrigo, el último rey visigodo. En poco tiempo, se adentraron por las antiguas vías romanas hacia el centro de la península Ibérica (hoy conformada por España, Portugal, Andorra y Gibraltar) echando abajo a su paso las defensas del Estado visigodo, un reino en fase terminal debido a la profunda crisis política, social y económica que padecía. Si los invasores ocuparon la península Ibérica en algo más de tres años, los reinos cristianos tuvieron que emplear ocho largos siglos para recuperar el terreno perdido.
Poner freno a los invasores El primer paso lo dio un noble visigodo llamado Pelayo, quien se rebeló contra los invasores poco después de que éstos desembarcaran en el litoral andaluz. Fue el germen de la resistencia cristiana al poder de los musulmanes en la Península. Poco a poco, los reyes astures incorporaron a su corona los territorios de la actual Galicia y a mediados del siglo XI tomaron León, que a partir de entonces se convirtió en el centro urbano más importante de la cristiandad peninsular. Pronto, otras ciudades se fueron incorporando al reino, como Astorga, Zamora y Burgos. Mientras se vertebraba el territorio de la Corona de León, el omeya Abderramán II (788-852) organizó el gobierno de Al-Ándalus al sur de la península Ibérica. Durante su reinado floreció una sociedad refinada y culta y se formó una eficaz estructura administrativa. Abderramán II, entre otras cosas, creó los monopolios estatales de acuñación de moneda y fabricación de telas preciosas y amplió el oratorio de la mezquita de Córdoba. Años más tarde, Abderramán III (891-961) restauró la antigua dinastía omeya en Al-Ándalus, haciéndola independiente del califato abasí de Bagdad. En el año 981, la frenética actividad militar de Abu Amir Muhammad, más conocido como Almanzor, se plasmó en casi 60 expediciones contra los cristianos, lo que incrementó los presupuestos y devaluó la moneda. Cada victoria de Almanzor reforzaba el prestigio de Al-Ándalus a la vez que hundía más y más la ya frágil economía del reino musulmán. Tras la muerte del militar andalusí, el califato de Córdoba se desmembró en una constelación de reinos de taifas que se enfrascaron en continuas intrigas y luchas de poder, lo que favoreció el contraataque de los reinos cristianos, que volvieron a cruzar el río Duero, penetrando de este modo en los territorios del actual Madrid y de Castilla-La Mancha.
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El Cid los enfrenta
La ciudad del agua, en guerra. Conocida como Medina Bahiga durante el periodo del Califato, Priego de Córdoba fue capital de una de las coras (demarcación territorial) de Al-Ándalus hasta su reconquista definitiva por parte del rey castellano Alfonso XI (al centro del grabado) en 1341.
Fue entonces cuando los almorávides, bajo el mando de Yusuf Ibn Tashfín, desembarcaron en Algeciras. Tras derrotar a los cristianos, aquellos fanáticos provenientes de los poblados bereberes saharianos conquistaron Sevilla y, en menos de dos años (1090-1091), dominaron todas las ciudades del ámbito musulmán peninsular a excepción de Zaragoza. Los almorávides restauraron la pureza religiosa y las costumbres islámuyinteresante.com.mx
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Un rey con inmensa herencia
Triunfo cristiano. En 1212 las tropas castellanas de Alfonso VIII, las navarras de Sancho VII, las aragonesas de Pedro II y las portuguesas de Alfonso II lucharon contra el ejército del califa Muhammad an-Nasir en la localidad jienense de Santa Elena, en la batalla de las Navas de Tolosa (arriba, cuadro de 1892).
¿Héroe nacional? El caballero castellano Rodrigo Díaz de Vivar, también conocido como el Cid –del árabe “señor”–, o el Campeador, a lo largo de su vida se puso a las órdenes de diferentes caudillos, tanto cristianos como musulmanes, prestando sus servicios a cambio de una paga. Abajo, una estatua ecuestre del Cid.
micas hasta que sucumbieron a las comodidades de una vida fácil en Al-Ándalus, lo que relajó su ardor militar. Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid, fue el único que los enfrentó con éxito, conquistando grandes territorios en torno a la ciudad de Valencia, donde reinó hasta su muerte. Durante los siglos XI y XII, la reconquista de la península Ibéricafue un proceso cambiante en el que se produjeron continuos avances y retrocesos y en el que las fronteras se desvanecían de un día para otro. Fue una época de alianzas entre los reinos cristianos y árabes a cambio de paz o de apoyo para combatir a facciones rivales. No eran inusuales los pactos entre enemigos y la contratación de mercenarios cristianos por parte de los musulmanes para luchar contra otros cristianos.
A la muerte del rey leonés Alfonso VI, que en 1085 había conquistado Toledo, su hija Urraca lo sucedió en el trono, contrayendo matrimonio con Alfonso I el Batallador, rey de Aragón. Tras el fallecimiento de este último, los nobles aragoneses nombraron rey a Ramiro el Monje, frustrando la última voluntad de Alfonso I, que había legado en su testamento todos sus territorios a las órdenes militares. La hija de Ramiro, Petronila, se casó con Ramón Berenguer IV, conde de Barcelona. El hijo de este matrimonio, Alfonso II de Aragón (1157-1196), heredó un inmenso territorio que con el paso del tiempo incluiría Aragón, Valencia, Mallorca, Barcelona, Sicilia, Cerdeña, Nápoles, Atenas y el Rosellón. Tras sufrir la presión de los almorávides, los pequeños reinos cristianos de la Península sintieron la nueva amenaza de los almohades, que cruzaron el Estrecho y se impusieron a los almorávides. En 1170 Alfonso VIII fue proclamado rey de Castilla, momento en que se concertó su matrimonio con Leonor de Plantagenet, hija de Enrique II de Inglaterra y de Leonor de Aquitania. Una vez en el trono, su principal objetivo fue recuperar el territorio que habían perdido sus antecesores. El 19 de julio de 1195, el monarca organizó un ejército al que acompañó un grupo de caballeros de las órdenes militares de Calatrava y Santiago para enfrentarse a los musulmanes. Alfonso VIII ordenó el ataque sin esperar el apoyo de sus aliados navarros y leoneses, lo que propició la victoria de los almohades del califa Al-Mansur y la pérdida de los principales enclaves defensivos cristianos de la zona, entre ellos el de Calatrava, sede de la orden militar del mismo nombre, cuyos caballeros tuvieron que replegarse más al norte, dejando en manos musulmanas un amplio territorio que hasta entonces había servido de colchón protector de Toledo, la capital castellana.
Cada victoria de Almanzor reforzaba el prestigio de Al-Ándalus a la vez que hundía más la frágil economía del reino musulmán. 32
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La derrota de Alarcos [ver recuadro] obligó a Alfonso VIII a acordar una tregua con el califato almohade que se prolongó hasta 1210, 15 años en que se mejoró el entrenamiento de los “monjes guerreros”. Tras el desastre de la Cuarta Cruzada en Tierra Santa, el papa Inocencio III convocó una nueva Cruzada en la península Ibérica contra los almohades, a instancias del arzobispo de Toledo, Rodrigo Jiménez de Rada, y del propio Alfonso VIII. El monarca castellano utilizó el respaldo del pontífice para zanjar su enfrentamiento con los reinos de Navarra y León, obligándolos a aportar hombres y pertrechos para la lucha que se avecinaba contra los “infieles”. El ejército cristiano, al mando de Alfonso VIII, llegó a las tierras que rodean el actual municipio jienense de Santa Elena,
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Creación del ejército cristiano
La batalla de Alarcos
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e libró junto al castillo de Alarcos, cerca de Ciudad Real, entre tropas almohades y castellanas. En 1194 el monarca Alfonso VIII envió una misiva a los almohades del norte de África en la que los retaba a un enfrentamiento armado. El 1 de junio de 1195, los almohades desembarcaron en Tarifa y llegaron a Sevilla, donde reunieron un imponente ejército que poco después cruzó Despeñaperros y se dirigió al castillo de Salvatierra; allí, un grupo de caballeros de la orden militar de Calatrava fue prácticamente aniquilado por los musulmanes. El monarca castellano se alarmó y consiguió el apoyo de los reyes de León, Navarra y Aragón para frenar al enemigo. Sin embargo, Alfonso
VIII no esperó los refuerzos que había pedido a aragoneses y navarros y se enfrentó con sus hombres al poderoso ejército almohade que dirigía Al-Mansur el 19 Alarcos es un parque arqueológico de la historia de la Reconquista castellana de Ciudad Real. En el Medievo de julio de ese año. era una ciudad fortificada, capital del sur de Toledo. En la batalla murieron miles de hombres, entre ellos tres obispos A consecuencia de la batalla se perdieron y el maestre de la Orden de Santiago. Calatrava, Plasencia, Huete, Uclés, etc. Si Victoria de los almohades. La supelos almohades celebraron su victoria con la rioridad de los almohades y la habilidad construcción de la espectacular Giralda en de su caballería ligera para cansar con Sevilla, los cristianos sintieron amenazado continuas maniobras a la caballería pesada su esfuerzo de reconquista. Tendrían que cristiana fueron determinantes en la depasar 15 años para que los reinos cristiarrota que sufrió el ejército de Alfonso VIII. nos volvieran a levantar la cabeza.
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donde divisaron a las tropas del califa Muhammad An-Nasir, llamado Miramamolín por los castellanos. Los medievalistas actuales creen que el ejército cristiano debió estar compuesto por unos 7,000 o 10,000 hombres y el almohade por unos 12,000. El 16 de julio de 1212, la caballería de los cristianos cargó contra las primeras líneas del ejército almohade, cuyo jefe se encontraba en la retaguardia. En medio de brutales combates, los arqueros musulmanes no pudieron impedir el ataque de los ejércitos de reserva cristianos, cuyos hombres lograron romper el cinturón defensivo que protegía a Miramamolín, quien aquel día sufrió una derrota que lo obligó a abdicar en favor de su hijo. La victoria de las Navas de Tolosa (1212) no sólo supuso el final de la dinastía almohade en Al-Ándalus, sino también la apropiación de un extenso territorio. La frontera con Al-Ándalus pasó del sur de Toledo a Sierra Morena, lo que permitió a los castellanoleoneses controlar toda la plataforma central de la península Ibérica. Esa gran victoria frente a los almohades convirtió a los monjes guerreros en la fuerza de élite que iba a controlar los territorios arrebatados a los musulmanes. La brutalidad y radicalización religiosa de los almohades recrudeció la violencia de los caballeros de las órdenes militares, que respondieron con contundencia a los ataques musulmanes bajo la consigna de la guerra santa.
Enfrentamientos y pactos con los musulmanes Pocos días después de la batalla de las Navas de Tolosa, los castellanos se hicieron de gran parte de la provincia de Jaén. A partir de entonces, los reinos cristianos decidieron acosar a Levante y Andalucía desde los dos extremos. El monarca
aragonés Jaime I el Conquistador arremetió contra Mallorca en 1229. Tres años después cayó Morella, al año siguiente Burriana, Benicarló, Peñíscola y Castellón. En 1238, el monarca aragonés conquistó Valencia y después Alicante. Cientos de miles de mudéjares (población musulmana) se quedaron en sus tierras a cambio de aceptar el vasallaje de los nobles aragoneses. Por su parte, el monarca castellano Fernando III el Santo tomó Córdoba en 1236 y poco después Murcia, que se sometió a los cristianos a cambio de protección. El monarca pensaba que había una forma más inteligente de acrecentar su poder que el enfrentamiento directo con los musulmanes. En 1246 Fernando III firmó el pacto de Jaén con Granada, cuyo texto dejaba claro que el rey musulmán se convertía en vasallo de la corona de Castilla y León.
La Temeraria. Así era como llamaban sus coetáneos y los historiadores de la época a Urraca I (izquierda, en un cuadro de Carlos Múgica y Pérez de 1857), madre de Alfonso VII, proclamado rey de Galicia en 1111.
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GUERRAS DE TRONOS
Rendición de la taifa. Fernando III de Castilla recibió las llaves de la ciudad de Córdoba de manos del príncipe Abul-l-Casan, con lo que la antigua capital califal volvió a estar bajo control cristiano a partir de 1236. Arriba, un cuadro rememora ese momento histórico.
La última gran empresa militar de Fernando III el Santo fue la conquista de Sevilla en 1248, en la que colaboraron las órdenes militares hispánicas (calatravos, santiaguistas y alcantarinos) y también los templarios, hospitalarios e incluso los caballeros teutónicos. Su hijo, Alfonso X el Sabio, que reinó hasta 1284, conquistó Jerez de la Frontera y Cádiz y reprimió las revueltas mudéjares en Murcia y en el valle del Guadalquivir. Otro de sus grandes logros fue la fundación de la Escuela de Traductores de Toledo, que reunió a intelectuales judíos, musulmanes y cristianos.
Control sobre los castillos El Concilio de Vienne de 1312 acordó la disolución de la Orden del Temple, noticia que pronto fue conocida en los reinos cristianos de Castilla y León y Aragón. Los templarios que no fueron ejecutados pasaron a depender de otras órdenes militares, como la de Montesa, en la Península. El 18 de mayo de 1314 el maestre Jacques de Molay y una treintena de templarios fueron quemados en una pequeña isla del Sena. Tras casi dos siglos
de existencia, la Orden desapareció por completo, aunque las que siguieron en pie todavía tuvieron gran protagonismo en la reconquista de los reinos cristianos peninsulares. En 1328, el rey castellano Alfonso XI nombró al maestre de la Orden de Santiago, Vasco Rodríguez de Coronado, como Adelantado Mayor de la Frontera en recompensa a sus servicios frente a los musulmanes. Los santiaguistas estuvieron presentes en las campañas de Archidona, Ronda y Antequera, localidades que habían vuelto a manos enemigas, y también participaron activamente en la batalla del gaditano río Salado en 1340. Pero el destino de las órdenes militares hispánicas se fue torciendo con el paso de los años. Su creciente poder y su riquísimo patrimonio comenzaron a chocar con los intereses de las coronas castellanoleonesa y aragonesa, poco dispuestas a dejar en manos ajenas las fortalezas y los territorios que sus antecesores habían ido cediendo a las milicias. El Ordenamiento de Alcalá (1348) materializó el control regio sobre los castillos de las órdenes militares, con lo que se llevó a
Órdenes militares y religiosas
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Orden de Alcántara estuvieron sometidas a la rígida regla del Císter. La hermandad de Santiago, que fue elevada al rango de orden de caballería en 1175, mantuvo con el paso del tiempo su carácter de milicia caballeresca dependiente del rey. Al contrario que las otras, sus integrantes no estaban obligados a la soltería. Los monarcas de las coronas de Aragón, Portugal, León, Castilla y Navarra premiaron el esfuerzo de las órdenes militares en su lucha contra los musulmanes concediéndoles territorios, fortalezas y ciudades amuralladas en la misma línea de frontera. Monjes y guerreros. El creciente nivel de especialización de sus caballeros los
Grabado a color del siglo XIX (de izquierda a derecha se representa a los caballeros del Temple –a caballo–, Alcántara, Santiago y Calatrava).
hizo imprescindibles en operaciones tales como ataques rápidos, abastecimiento de guarniciones fronterizas o como fuerza de vanguardia en la conquista de fortalezas. Los monjes guerreros pasaron a ser los “atletas de Cristo”, tal y como los denominaba la documentación de la época.
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a primera orden militar fue la de los caballeros de San Juan, fundada antes de la Primera Cruzada. Eran hermanos que podían portar armas, aunque cumplían los votos monásticos de pobreza, castidad y obediencia. Nació en los monasterios que estaban situados en zonas fronterizas, tanto en Tierra Santa como en la península Ibérica, para defenderse de los ataques musulmanes. La Orden del Temple, constituida formalmente en Troyes en 1129, tenía como objetivo la defensa de los peregrinos que se encaminaban a Jerusalén. La orden española más antigua fue la de Calatrava (1158). Tanto ésta como la posterior
cabo de hecho la unificación jurídica de todos los bienes del reino castellanoleonés. Pedro I de Castilla, también llamado Pedro el Cruel, selló un acuerdo de no agresión con el monarca Muhammed V, al que consideraba su amigo. Sin embargo, la tregua se rompió cuando el califa fue destronado por Muhammed VI. En 1361, un ejército granadino compuesto por unos 600 jinetes y cerca de 2,000 soldados tomó la localidad de Peal de Becerro. El maestre de la Orden de Calatrava y otras fuerzas jienenses contraatacaron para liberar el municipio y en diciembre de 1361 derrotaron a las tropas musulmanas. Pocos meses después, en la batalla de Guadix, fuerzas granadinas lograron vencer a las castellanas al mando del maestre de la Orden de Calatrava, Diego García de Padilla, que fue capturado. En un gesto de buena voluntad, Muhammed VI lo liberó y luego viajó a Sevilla para solicitar a Pedro I el cese de las hostilidades, pero el monarca castellano lo mató con su propia lanza en los campos de Tablada. Los 37 caballeros granadinos de su escolta también fueron asesinados. Sus cabezas fueron expuestas en Sevilla y posteriormente enviadas al rey Muhammed V, que volvió al trono con la ayuda prestada por Pedro I de Castilla. Los musulmanes lograron sobrevivir durante más de un siglo en el último reducto que les quedaba en la Península. Y eso fue posible debido a su papel de vasallaje respecto a Castilla: anualmente, el reino cristiano recibía como tributo un sustancial pago del emir. Pero el acuerdo comenzó a resquebrajarse cuando los cristianos se sintieron más fuertes. En pleno auge de los valores caballerescos, la idea de Reconquista volvió a cobrar brío. Finalmente, con la llegada al poder de los Reyes Católicos, la monarquía adquirió un carácter absolutista cuya concepción religiosa no admitía infieles en sus territorios. Los vasallos musulmanes que pagaban escrupulosamente sus tributos ya no tenían cabida en el nuevo modelo monárquico. Los Reyes Católicos reactivaron la guerra santa poniendo en pie un importante ejército, que fue reforzado con los caballeros de las órdenes de Santiago, Alcántara, Calatrava, Hospital y Montesa. El objetivo era la conquista del reino nazarí de Granada, el último reducto islámico de la Península. Fue en aquel tiempo cuando los granadinos tomaron la localidad de Zahara, lo que dio un pretexto a los castellano-aragoneses para iniciar la guerra.
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La Península vuelve a ser cristiana En aquella peligrosa tesitura, al último rey nazarí no se le ocurrió mejor idea que lanzar un ataque sobre Lucena, cuyo resultado final fue la derrota de los granadinos y el apresamiento del propio Boabdil, que poco después fue liberado por los
Un reino más para la corona de Aragón. Jaime I el Conquistador (en este grabado) fue el artífice de la anexión de la isla balear de Mallorca, acabando así con la amenaza de los piratas mallorquines a los mercaderes catalanes.
El creciente poder y rico patrimonio de las órdenes militares hispánicas comenzó a chocar con los intereses de las coronas de la Península. Reyes Católicos para que actuara como infiltrado suyo en la corte granadina. El resultado de aquella operación fue una guerra civil entre Boabdil, su padre, Muley Hacé, y su tío El Zagal. La potente maquinaria bélica cristiana y las divisiones de los granadinos dieron como resultado la inmediata toma de Ronda y Marbella. Los bien pertrechados ejércitos castellanos, compuestos por unos 80,000 hombres –entre ellos, mercenarios suizos, ingleses y franceses– y apoyados por abundante artillería, dirigida por maestros alemanes y flamencos, tomaron Málaga en 1487. Cuatro años después, los castellanos exigieron a Boabdil que les entregara la soberanía del reino nazarí. El 25 de noviembre de 1491 se firmaron las condiciones y el 2 de enero de 1492 Granada se rindió, momento en que el joven Boabdil y los suyos abandonaron la Alhambra y se dirigieron a las Alpujarras, cuya propiedad les fue otorgada por los monarcas cristianos. Sin embargo, meses después Boabdil decidió trasladarse a Fez con la indemnización que le habían pagado los Reyes Católicos. A partir de entonces, toda la Península volvió a ser cristiana, aunque en ella permanecieron las comunidades judía y musulmana durante unos años, hasta que fueron expulsados definitivamente por los Reyes Católicos. La conquista de Granada también supuso el golpe de gracia que acabó con las órdenes militares, cuyo enorme poder se esfumó por la presión de la corona, temerosa de mantener vivas unas instituciones que podían hacerle sombra. A partir de entonces, los monjes guerreros hispanos dejaron su actividad armada. muyinteresante.com.mx
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GUERRAS DE TRONOS
Batalla de Hastings
La madre de todas las
derrotas
A Rey muerto... Eduardo el Confesor falleci贸 en enero de 1066 sin descendencia y habiendo prometido la corona al anglosaj贸n Harold y al normando Guillermo: la guerra estaba servida y se libr贸 en octubre cerca del pueblo costero de Hastings (贸leo historicista).
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El 14 de octubre de 1066, anglosajones y normandos combatieron en una colina del sur de Inglaterra. La lucha estaba igualada, pero al caer la tarde una flecha acabó con la vida del rey Harold. Con él pereció toda la nobleza anglosajona y el destino de las islas británicas cambió para siempre. Por Rodrigo Brunori
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i miramos a la Inglaterra del año 1065, nos encontramos con un país que, hasta cierto punto, es la envidia de Europa. Fuentes como la Crónica Anglosajona y el Domesday Book hablan de un largo periodo de abundantes cosechas, prosperidad, ciudades florecientes y construcción de iglesias. Una serie de alianzas, conseguidas a través de matrimonios y relaciones familiares, garantizan la estabilidad internacional, mientras que a la vez, en el interior de la isla, las frecuentes tensiones con los condados del norte –especialmente el de Northumbria–, que en el pasado han dado lugar a cruentas disputas, se encuentran relativamente atemperadas. Pero todo este entramado, en apariencia plácido, se asienta sobre una enorme falla que está a punto de ceder: la incertidumbre sobre lo que ocurrirá cuando muera el rey. Eduardo el Confesor, llamado así por su carácter piadoso, fue un monarca débil e ingenuo, entregado a Dios y a la caza, que reinó sometido a los intereses de la todopoderosa familia Godwin. Eduardo había crecido en el exilio, en Normandía, en la época en que los vikingos ocuparon el trono inglés.
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Un trono con muchos pretendientes Durante esas décadas, Godwin, conde de Wessex, acumuló un gran poder como hombre fuerte del rey Canuto el Grande y de sus sucesores, Haroldo I y Canuto el Recio. En 1042, poco antes de la muerte del último rey Canuto, Godwin jugó un papel central en el regreso de Eduardo a Inglaterra en calidad de heredero. Luego, tanto él como su hijo Harold ejercieron sobre el rey una influencia aplastante. Cuando en enero de 1066, después de 24 años de reinado, Eduardo el Confesor muere sin descendencia, se comprueba que la situación es explosiva. El conflicto fundamental se produce entre Guillermo, duque de Normandía, a quien en algún momento Eduardo ha prometido el trono –seguramente para contar con un apoyo frente a la presión de la familia Godwin–, y Harold, al que efectivamente, en una decisión de última hora y en el mismo lecho de muerte, nombra sucesor. Pero también entran en liza más aspirantes: el rey noruego, Harald Hardrada, que aduce una promesa similar de Eduardo y la supuesta validez de un pacto entre reyes vikingos, y el joven Edgar Ætheling, que desde el punto de vista dinástico es el que presenta credenciales más sólidas –es hijo de Eduardo el Exiliado y nieto del rey Edmundo II–, pero es poco más que un adolescente sin protectores ni poder. muyinteresante.com.mx
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Cómic medieval
Harold, coronado rey
Aunque la tradición lo llamó Tapiz de Bayeux, es un lienzo de casi 70 metros de largo que narra, con imágenes e inscripciones en latín (como una suerte de cómic), la batalla y su antes y después. Arriba, escena de la coronación de Harold.
Es importante recordar que en el medievo anglosajón la corona no se obtiene exclusivamente por herencia. Aunque el factor dinástico es importante, cuentan también la decisión del monarca –de ahí las promesas– y la opinión de la witan, que es la asamblea de nobles de las distintas regiones. En los últimos años de Eduardo queda claro que el mundo inglés no está dispuesto a aceptar un rey normando. El problema es que también hay constancia de la palabra dada a Guillermo, así como de su intención de hacer que ésta se cumpla. Por eso no hay tiempo que perder. En menos de 24 horas, Harold es coronado rey con la aprobación de la witan, que descarta al joven Edgar debido a su bisoñez. Harold, caudillo audaz y militar experto, de enorme ambición e inagotable energía, con probada destreza en el campo de batalla, es a juicio de la asamblea –y de todo el país, que lo apoya masivamente– el hombre apropiado.
Hay que recordar que en el Medievo inglés el trono no siempre se heredaba: la opinión del rey y de la nobleza contaba.
Stamford Bridge: el antecedente inmediato. Un elemento crucial en la derrota anglosajona en Hastings fue el agotamiento de las tropas, que acababan de obtener una resonante victoria contra los vikingos en la batalla de Stamford Bridge (25 de septiembre de 1066), pero a costa de quedar diezmadas. El combate en un cuadro historicista de 1870, del noruego Peter Nicolai Arbo. 38
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Al otro lado del Canal de la Mancha, Guillermo –líder curtido también en mil conflictos, caracterizado por el tesón y la paciencia– está convencido de la legitimidad de su causa. Alega además que Harold, en un viaje hecho en el pasado a Normandía, ha prometido no interponerse entre él y el trono inglés (parece que este hecho es cierto, pero no se sabe si Harold actuó voluntariamente u obligado por Guillermo o el rey Eduardo). El duque lleva tiempo preparando un formidable ejército en el que hay normandos, franceses, bretones y flamencos, para el que incluso ha conseguido la bendición papal. Durante todo el verano de 1066, Guillermo espera un viento favorable para cruzar el Canal e iniciar la conquista, mientras Harold patrulla las costas con sus hombres dispuesto a hacerle frente. Es entonces cuando resurge un personaje inesperado: Tostig, hermano menor de Harold, que después de la muerte de Godwin fue nombrado conde de Northumbria y, debido a su brutalidad, se ganó el odio de toda la región. Tostig fue enviado en su día al exilio por el propio Harold, para evitar un baño de sangre, y desde entonces no ha dejado de conspirar contra él. Animado por un secreto deseo de aspirar también al trono, Tostig convence al pretendiente noruego, Harald Hardrada, de que unan fuerzas e invadan la isla por el norte.
La batalla de Stamford Bridge A mediados de septiembre, una flota de 300 navíos vikingos llega a las costas de Yorkshire y, el día 20, las fuerzas unidas de Harald Hardrada y Tostig derrotan a los señores locales, Morcar de Northumbria y su hermano Edwin de Mercia, en la batalla de Fulford. Los términos de la rendición incluyen una entrega masiva de rehenes que debe producirse más tarde en la localidad de Stamford Bridge. Harold se entera del ataque y se ve obligado a abandonar la vigilancia en el sur y a subir a mar-
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chas forzadas hasta Yorkshire. El día de la entrega pactada de rehenes, lo último que esperan Tostig y Harald Hardrada es ver aparecer por Stamford Bridge a Harold con sus fuerzas. Tan relajados están los soldados, que incluso han dejado las armaduras en los barcos. Aun así, cuando Harold cae sobre ellos por sorpresa, la lucha es feroz, pero se salda con una derrota total y absoluta de los vikingos. Tostig y Hardrada mueren, y de los 300 barcos iniciales sólo regresan a Escandinavia 24 (en un gesto magnánimo, se permite volver al heredero Olaf, que se convierte en rey). Siguen días de celebraciones en los que la moral de Harold y sus hombres no puede estar más alta. Y es entonces cuando llega la noticia de que el viento en el Canal de la Mancha ha cambiado al fin y Guillermo acaba de desembarcar en Penvensy. Qué pasa en ese momento por la cabeza de Harold ha sido materia de especulación para los historiadores. La realidad es que se lanza como un relámpago hacia el sur y, en una decisión de gran trascendencia, decide ir al encuentro de Guillermo, con un ejército diezmado en Stamford Bridge y agotado por la marcha, y provocar la batalla.
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Fuerzas desiguales El enfrentamiento tiene lugar a 11 kilómetros del pueblo costero de Hastings, yendo hacia el interior, en un lugar que ahora se conoce simplemente como Battle (batalla). El número de combatientes varía según las distintas estimaciones, que dan entre 7,000 y 10,000 hombres a cada lado, quizá con una cierta ventaja numérica para Guillermo. La gran diferencia, sin embargo, se encuentra en el tipo de fuerzas. El normando era un ejercito más moderno y con un alto nivel de especialización, del tipo de los que se estaban imponiendo en Europa continental. La infantería constituía la mitad de sus efectivos, a los que se sumaba un importante número de arqueros y ballesteros y, la joya de la formación, una poderosa caballería de entre 1,000 y 2,000 hombres. Los caballeros habían incorporado recientemente el estribo, cuya sujeción adicional les permitía ser efectivos con la lanza. Entre los anglosajones había dos jerarquías claramente diferenciadas. Algo menos de la mitad de los efectivos la componían los huscarles, un cuerpo de élite formado por soldados profesionales que dependían directamente del rey y lo acompañaban siempre, a modo de guardia pretoriana. Formaban la parte estable del ejército y tenían como arma preferida la temible hacha danesa, de gran longitud, con la que podían cortar la cabeza de un caballo de un solo golpe. Los huscarles eran guerreros al estilo escandinavo –los introdujo en Inglaterra Canuto el Grande– y combatieron por última vez en Hastings, donde fueron exterminados.
El castillo de Windsor, una de las residencias de la familia real británica en la actualidad, comenzó a erigirse en el siglo XI tras la victoria de Guillermo I el Conquistador en Hastings.
La nueva nobleza en sus castillos
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a nobleza anglosajona, aniquilada en Hastings, fue sustituida por otra normanda. Guillermo consideraba traidores a quienes habían apoyado a Harold y con esa excusa se dedicó a confiscar tierras y entregarlas a sus partidarios como recompensa; con frecuencia, incluyó en el botín a las mujeres de los antiguos señores, en forma de matrimonios forzosos. A los pocos años, la cuarta parte del país pertenecía a sólo 11 nobles, ninguno de los cuales hablaba inglés. El paisaje también se transformó sustancialmente debido a la construcción de castillos, hasta entonces casi desconocidos en Inglaterra. Los nuevos aristócratas se atrincheraron en los llamados “castillos de mota y bailey”, que se construían sobre un montículo artificial de tierra (la mota) y contaban con un patio cerrado (el bailey) y un torreón. A finales de siglo, había entre 500 y 1,000 a lo largo de toda Inglaterra. Domesday Book. Se reemplazó igualmente por la fuerza a toda la jerarquía eclesiástica. En 1070, Turold, nuevo abad del monasterio de Peterborough, tomó posesión apoyado por 160 soldados franceses. En 1082, el abad de Glastonbury, un tal Thurston, quiso hacer unos cambios en el servicio y recurrió para imponerlos a los arqueros normandos, que mataron a tres monjes e hirieron a 18. Del masivo traspaso de propiedades da cuenta el Domesday Book, un impresionante registro encargado por Guillermo 20 años después de Hastings en el que se recoge la identidad de los nuevos dueños de edificaciones, tierras y animales. Emerge así la fotografía de un país radicalmente distinto.
El resto de las tropas anglosajonas estaba compuesto por los llamados fyrd, soldados de leva mucho peor equipados y reclutados para cada ocasión entre la población local; es decir, campesinos sin un entrenamiento específico, en su mayoría. Esto supone que el contingente que combatió en Hastings no es exactamente el mismo de Stamford Bridge, del cual quedan sólo los huscarles, y para Harold presenta el problema de que debe ir reuniendo fuerzas a medida que se desplaza. Las tácticas empleadas eran también muy distintas. Frente a la gran organización normanda, en la que las tareas se dividían por armas y nacionalidades, los anglosajones se mantenían fieles al modo de guerrear antiguo y oponían el muro de escudos, de efectividad probada a lo largo de los siglos. El muro consistía en una apretada formación de soldados que se protegían solapando los escudos. Resultaba imponente e impenetrable, tan denso que, según se dice, los muertos se muyinteresante.com.mx
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... Y la verdadera de Harold
Dos ejércitos, dos estilos. En la batalla se enfrentaron fuerzas parejas en número –unos 7,000 hombres– pero desiguales en eficacia. El normando era un ejército moderno, con muchos arqueros y ballesteros (abajo, recreación histórica del combate) y una poderosa caballería. El anglosajón estaba peor equipado, pese a sus temibles hachas danesas (arriba).
mantenían en pie por la presión de los vivos. Otra diferencia importante era que, aunque los anglosajones utilizaban el caballo para desplazarse, combatían siempre a pie. Lo peor era que no estaban acostumbrados a enfrentarse a caballeros y eso les colocaba en una situación de desventaja.
La falsa muerte de Guillermo... La batalla comenzó alrededor de las nueve de la mañana y duró hasta el atardecer. Harold se valió de su conocimiento del terreno y se hizo fuerte con sus hombres en la colina de Senlac, lo que obligaba a sus oponentes a combatir cuesta arriba. Durante horas los normandos estuvieron intentando romper las filas anglosajonas, primero con los arqueros y la infantería y luego con la caballería, pero las flechas se estrellaban contra los escudos y lo que se recibía como respuesta era una lluvia de proyectiles diversos: jabalinas, hachas arrojadizas y hasta piedras. La caballería, con dificultades para avanzar entre los cuerpos de los muertos y heridos por una ladera muy empinada y resbaladiza por la sangre, también fracasó inicialmente. La situación de los normandos llegó a ser desesperada. En un momento se extendió el rumor de la muerte de Guillermo y cundió el pánico, pero Guillermo se quitó el casco para que lo vieran y animó a seguir luchando.
La suerte de los invasores empezó a cambiar a primera hora de la tarde, y nunca se sabrá con exactitud qué hubo de casualidad y qué fue premeditado (aún se discute sobre la táctica de la huida fingida). Todo comenzó con la retirada en desbandada del flanco bretón. Un grupo de fyrd salió a campo abierto a perseguirlos, se supone que espontáneamente, y quedó a merced de la caballería normanda, que actuó con contundencia. La brecha en el muro fue tapada enseguida, pero ya se había encontrado una forma de romperlo y Guillermo repitió la estrategia varias veces hasta que consiguió penetrar en las filas enemigas y combatir cuerpo a cuerpo. Entonces ocurrió un hecho imprevisible: Harold recibió una flecha en el ojo y murió en el acto. En un instante, todo el conflicto dinástico quedó hecho añicos y la batalla dejó de tener sentido. A continuación, cayó la noche y los combatientes se vieron sumidos en la más completa oscuridad (se sabe que no hubo luna). Los huscarles siguieron luchando hasta el final y perecieron todos. Los demás se dispersaron por entre los bosques aledaños donde, a lo largo de los días siguientes, fueron perseguidos por los victoriosos soldados de Guillermo, rebautizado ya El Conquistador. La batalla de Hastings podría haberla ganado cualquiera de las dos partes. De hecho, siempre se argumenta que la suerte favoreció a Guillermo y que lo normal es que, en otras circunstancias, la victoria hubiera caído del lado anglosajón. ¿Qué hubo de extraordinario para que no ocurriera así? Un elemento crucial fue el choque en Stamford Bridge sólo 19 días antes, pero surge la pregunta de por qué Harold no esperó hasta reunir un ejército más potente. Se sabe que en la marcha hacia el sur se detuvo en Londres, donde podría haber reclutado tropas. ¿Por qué no lo hizo? Hay muchas posibles respuestas, pero ninguna deja de ser una elucubración. Harold juega la estrategia de la rapidez porque se supone que intenta sorprender a Guillermo del mismo modo en que antes sorprendió a los vikingos. Parece también que quiere elegir el campo de batalla y que tiene perfectamente localizada la colina de Senlac. Y se baraja igualmente una razón más visceral: acaba de obtener una resonante victoria debido a su audacia y se encuentra eufórico. Es, además, impetuoso y siente que está en buena racha.
A Harold se le han reprochado numerosos errores: que no reuniera más hombres, que no contara con la ayuda de los condes de Mercia y Northumbria (en realidad, no se sabe si los llamó y no acudieron) y que no supiera aprovechar el pánico que 40
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El Tapiz de Bayeux
El surgimiento del idioma inglés actual
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o se sabe qué habría ocurrido con el idioma de haber ganado Harold en Hastings, pero sí está claro que el inglés, tal como lo conocemos, no existiría. En la Inglaterra anglosajona se utilizaba el inglés antiguo, idioma derivado de los dialectos que hablaban las tribus germánicas que invadieron la isla en el siglo V. Se trata de una lengua completamente distinta a la actual, con un complejo sistema de declinaciones y un vocabulario que en gran parte se ha perdido, y que ningún angloparlante nativo es hoy capaz de entender sin una formación especializada. Con la conquista normanda se introdujo el francés como lenguaje de la Corte y la aristocracia. Se produjo entonces una
división entre la lengua de las élites y la del pueblo, que se mantuvo casi inamovible durante 200 años. Era una división de marcado carácter social, pues no sólo las personas de origen normando hablaban francés, sino que éste se convirtió en el lenguaje habitual de las clases altas. Fusión de lenguas. Es en esta época cuando entra en el idioma la enorme cantidad de términos de origen latino con que cuenta en la actualidad, que llegan fundamentalmente a través del francés y, en menor medida, del latín eclesiástico y académico (no son en absoluto restos del paso por Britania de las legiones romanas, como podría pensarse). La situación empieza a normalizarse en el siglo XIII, cuando a partir de la fusión
siguió al rumor sobre la muerte de Guillermo. Al final el argumento definitivo lo tuvo la flecha que acabó con él y que, del mismo modo, podría haber matado a su rival. Para comprender la batalla y los hechos que condujeron a ella, contamos con una obra de importancia incalculable y enorme belleza, el Tapiz de Bayeux. No se trata de un tapiz, en realidad –no está tejido–, aunque la tradición lo haya llamado así , sino de un gran lienzo de lino bordado de casi 70 metros de largo en el que, en 58 escenas con inscripciones en latín, se cuenta paso a paso el conflicto. Comienza con el viaje a Normandía en el que Harold jura no oponerse a las pretensiones de Guillermo y termina con la desbandada final de los anglosajones derrotados. En medio, un cuidadoso relato de todos los hechos fundamentales: el cruce del Canal, el muro de escudos, la flecha en el ojo de Harold... También hay gran variedad de imágenes anecdóticas, como la construcción de los barcos para la invasión o la aparición del cometa Halley, que se vio antes de la batalla y se consideró un mal augurio. El Tapiz fue encargado por Odo, arzobispo de Bayeux y hermanastro de Guillermo, que aparece blandiendo una maza: por lo visto, su condición de religioso le impedía derramar sangre, pero no partir huesos.
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Un país dividido Tras la muerte de Harold, la witan nombró rey al joven Edgar, pero sus fuerzas no pudieron hacer frente a Guillermo, que el día de Navidad de 1066 fue coronado en la abadía de Westminster. La resistencia duró más en el suroeste, oeste y norte del país, lo que llevó al nuevo monarca a practicar una política de tierra quemada. En el invierno
Códice Nowell (s. XI), única copia del poema épico anglosajón Beowulf, escrito en inglés antiguo.
de ambas lenguas –y las aportaciones de otras– se va creando un idioma nuevo que acabará siendo la lengua de Shakespeare.
De Hastings surgió un país dividido y regido por extranjeros, lo que propició tensiones que llevarían a la Guerra de los Cien Años.
de 1069-1070 se produjo la llamada “masacre del norte”, un verdadero genocidio con quema de cosechas y matanza de animales en el que, según el monje historiador Orderic Vital, se hizo morir de inanición a más de 100,000 personas. De Hastings surgió un país dividido entre una clase gobernante extranjera, que sólo hablaba francés y poseía el poder y las propiedades, y el pueblo llano anglosajón. Esta fractura se cerró muy poco a poco, y sólo con el paso de los siglos se creó una nueva identidad inglesa. La situación de estos nobles recién llegados, con inmensas posesiones a ambos lados del Canal de la Mancha, fue fuente de grandes tensiones tanto en Inglaterra como en Francia y acabaría dando lugar, dos siglos y medio más tarde, a la Guerra de los Cien Años.
Señal de mal augurio. Está documentada históricamente la aparición del cometa Halley antes de la batalla de Hastings. Su irrupción en los cielos se tomó como un presagio de la derrota anglosajona, y como tal es representada en una de las 58 escenas del Tapiz de Bayeux, momento que podemos ver arriba.
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MUY INTERESANTE
HISTORIA
GUERRAS DE TRONOS
CURIOSIDADES
EPIDEMIAS
La peste
recorre Europa E
Arribo en barco. Un fresco siciliano del siglo XIV representa a la Muerte a caballo entre los afectados por la peste.
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FOTOS: PALAZZO ABATELLIS
n el año 1346 llegaron a Europa rumores de una terrible pandemia, supuestamente surgida en China, que a través del Asia Central se había extendido a India, Persia, Mesopotamia, Siria, Egipto y Asia Menor. Se hablaba de regiones enteras que habían quedado despobladas, de modo que hasta el papa Clemente VI en Aviñón se mostró interesado y, reuniendo los informes que iban llegando, calculó que el número de víctimas ascendía a casi 24 millones de personas. Sin embargo, como en aquel entonces se desconocía el concepto de contagio, no hubo ninguna alarma en Europa hasta que la peste fue introducida en Italia por los barcos genoveses y venecianos que venían del mar Negro. A los pocos meses ya había penetrado en Francia, España y el norte de África, pasando poco más tarde a Inglaterra a través del Canal de la Mancha. A Noruega llegó un barco fantasma con un cargamento de lana y toda la tripulación muerta, y desde allí la peste se extendió al resto de países nórdicos. La rata negra, pasajera de los barcos, la propagó a lo largo de las costas y los ríos navegables.
GUERRAS DE TRONOS
CURIOSIDADES
LA PREGUNTA
CINE HISTÓRICO
Juana en la pantalla
Sobre estas líneas, la actriz ucraniana Milla Jovovich en un fotograma de Juana de Arco (Luc Besson, 1999).
L
a historia de Juana de Arco, la doncella de Orleans, es toda una leyenda épica del siglo XV: una campesina sale de su pequeña aldea para dirigir a los ejércitos franceses contra el invasor inglés y, contra todo pronóstico, la gente la sigue, porque desde años atrás se ha propagado una profecía en la que todos creen ciegamente; a saber, que una doncella se alzaría en armas y llevaría a Francia por los senderos de la victoria. No es de extrañar que el cine se haya interesado muchas veces por semejante relato. Así, algunos de los rostros cinematográficos más conocidos de la legendaria Juana han sido los de la francesa Maria Falconetti (La pasión de Juana de Arco, Carl Theodor Dreyer, 1928), la estadounidense Jean Seberg (Santa Juana, Otto Preminger, 1957), la ucraniana Milla Jovovich (Juana de Arco, Luc Besson, 1999) y, sobre todo, la sueca Ingrid Bergman, que la encarnó en dos ocasiones: Juana de Arco (Victor Fleming, 1948) y Juana de Arco en la hoguera (Roberto Rossellini, 1954). Esta última es la adaptación de un montaje teatral del propio Rossellini para el lucimiento de su esposa en aquellos momentos.
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¿Cómo se llegaba a ser caballero?
L
a palabra “caballero” la relacionamos con un selecto grupo de guerreros que protagonizaron grandes batallas en la Edad Media. Sin embargo, para llegar a serlo se necesitaba algo más que coraje y fuerza. Los caballeros medievales fueron personajes de gran importancia en su época. Por ello, existen muchas historias acerca de ellos, algunas reales y otras imaginarias. Aunque todos conocemos a los caballeros de la Edad Media por portar grandes y pesadas armaduras y por su valor al presentarse en el campo de batalla, muchos ignoran que, para ser uno de ellos, se necesitaba carácter, disciplina y mucho dinero. 1. Para llegar a caballero hacía falta ser rico. No cualquiera podía ser investido con tal nombramiento, ya que se requería tener la cantidad suficiente de dinero para comprar el equipamiento necesario. Además, tenía que pertenecerse a una familia noble. 2. El origen de la palabra. El término proviene lógicamente de “caballo”, pues en esa época los que iban a luchar al frente de batalla lo hacían montados sobre este animal: tener uno era imprescindible. La palabra no se originó en la era medieval, sino que se cree que surgió en la época del Imperio romano. 3. Ser caballeroso. Lo que hoy en día conocemos como caballerosidad está estrechamente relacionado con las obligaciones de los caballeros en la Edad Media. Éstos hacían un juramento por el que se comprometían a ser leales al rey o a su señor, respetar a las mujeres y a los débiles y proteger a la Iglesia católica. 4. Diferentes niveles y estatus. No todos los guerreros medievales tenían el mismo rango. Los caballeros que luchaban bajo el mando de otros eran denominados “caballeros solteros”, mientras que los que comandaban grandes grupos de soldados eran conocidos como “caballeros banneret”. Para subir de rango había que demostrar logros, valentía y habilidad en la lucha. En los tiempos
FOTOS: COLUMBIA PICTURES; EDMUND LEIGHTON
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HISTORIA
El óleo de Edmund B. Leighton La consagración (1901) muestra la ordenación de un caballero medieval.
SUPERSTICIÓN
Mitos, magia,
milagros... T
FOTOS: SANTO DOMINGO DE LA CALZADA
iempo de leyendas y misterios, los siglos medievales de la Ruta Jacobea o Camino a Santiago, en España, fueron una fuente incesante de relatos sobrenaturales. Uno de los ejemplos es la historia de un matrimonio alemán y su joven hijo, Hugonell, que se dirigían en peregrinación a Compostela. Al llegar a la villa riojana de Santo Domingo de la Calzada, se hospedaron en un mesón. La hija del posadero se enamoró del joven, pero al no ser correspondida decidió vengarse ocultando una copa de plata en su equipaje. Cuando Hugonell abandonó la ciudad, la muchacha denunció el robo. Al ser capturado, se encontró la copa entre sus pertenencias, por lo que fue acusado de robo y condenado a la horca. Al día siguiente, sus padres fueron a ver el cuerpo y Hugonell, sorprendentemente, estaba vivo y les dijo: “El bienaventurado Santo Domingo me ha conservado la vida contra el riguroso cordel... Dad cuenta de este prodigio”. Los padres acudieron a contar el suceso al corregidor de la ciudad pero éste, escéptico, comentó con ironía que el joven estaba tan vivo como el gallo y la gallina asados que se disponía a comer. Al instante, las aves recuperaron las plumas y la vida, dando fe del milagro.
modernos, el título de banneret se integró en la jerarquía aristocrática: se encuentra entre caballero y barón. 5. Aún existen los caballeros. El título de caballero sigue existiendo, aunque los de hoy no llevan pesados escudos ni grandes espadas. En Reino Unido se utiliza el título de Sir, que otorga la reina de Inglaterra. Entre los así nombrados hay, por ejemplo, genios de la música pop como Paul McCartney o Elton John, actores como Anthony Hopkins, etc.
El gallinero de la catedral de Santo Domingo (en la foto) cobija las figuras de un gallo y una gallina como recuerdo del famoso milagro.
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HISTORIA
GUERRAS DE TRONOS
Reinos en
pie de guer
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Basada en la serie de novelas Canción de hielo y fuego, del escritor George R. R. Martin, la serie de televisión Juego de tronos se centra en violentas luchas dinásticas por el poder inspiradas en la Edad Media. Por María Fernández Rei
Norte de África
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ientras que en Juego de tronos la ficticia ciudad de Astapor está al sur de Yunkai, Essaouira se halla a unos 100 kilómetros al oeste de Marrakech, en la costa atlántica de Marruecos. La ciudad tiene el muro fortificado –en la foto, construido por los portugueses en 1506– que hace a Astapor verse tan convincente en pantalla. En ella, Daenerys Targaryen consigue su ansiado Ejército de Inmaculados, un verdadero cuerpo de élite. Los fans de la serie reconocerán rápidamente los muros de la fortaleza donde la Khaleesi libera a los soldados esclavos. Las calles de este encantador puerto del siglo XVI también aparecen en algunas escenas como en Desembarco del Rey, la ciudad capital de los Siete Reinos. A diferencia de su gemela de Juego de tronos, Essaouira es conocida por su relajada atmósfera. En los años 60 adquirió un aire hippie por la admiración que le profesaban estrellas de la música como Cat Stevens o Jimi Hendrix. Abajo, un fotograma donde Daenerys (Emilia Clarke) y Jorah Mormont (Iain Glen) llegan a la Bahía de los Esclavos (Essaouira, Marruecos).
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Bellas ruinas norirlandesas
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ecuerdas a Theon antes de que se convirtiera en Hediondo? ¿Te acuerdas de que viaja hasta Pyke en busca de una alianza con Balon? Ese puerto de las Islas del Hierro en el que atraca es el de Ballintoy, en el condado de Antrim, Irlanda del Norte, un lugar mucho más tranquilo en la vida real. Ballintoy, la localización utilizada en la serie para Lordsport, es una pintoresca aldea de pescadores con un puerto que conforma una de las zonas más bonitas de Antrim. El equipo de producción de Juego de tronos escogió este lugar para recrear el puerto de Pyke, donde Theon Greyjoy desembarca por primera vez en años en las Islas del Hierro. También en este condado norirlandés se encuentra otro importante escenario de la serie, aunque bastante alterado por los efectos especiales. Las ruinas del Castillo de Dunluce (en la imagen), situadas en los acantilados rocosos de Antrim, hacen en la popular serie al Castillo de los Greyjoy en Pyke. Arriba a la izquierda, en un fotograma, el puente que une en la ficción el castillo con el continente.
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GUERRAS DE TRONOS
En la provincia de Sevilla
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spaña fue uno de los últimos países en sumarse al mundo de la serie más vista de la cadena estadounidense HBO aportando diversos escenarios a la quinta temporada; por ejemplo, el palacio más antiguo del mundo que se mantiene en uso, el Real Álcazar de Sevilla (aquí, el Patio de las Doncellas), se transformó en Dorne, el quinto reino sureño de la popular saga. Encajando muy bien los vestigios de la antigua Al-Ándalus para crear la ambientación de Dorne, el equipo de Juego de tronos desembarcó en tierras andaluzas –en Sevilla primero, y también en la localidad de Osuna– y consiguió representar un mundo racial y caluroso, aunque plagado de fuentes y agua. Las similitudes entre la capital hispalense y Dorne son patentes: toda la zona alta de este reino ficticio es un conglomerado de instituciones asentadas dentro de un recinto fortificado, lo que permite una fácil defensa como necesita la dinastía de la Casa Martell, que gobierna la región más meridional de Poniente desde la capital del reino de Dorne, Lanza del Sol, bañada por el mar del Verano. A la derecha, en el fotograma aparecen los maravillosos Jardines del Agua pertenecientes al palacio de Lanza del Sol, donde Ellaria Arena (Indira Varma) busca venganza contra los Lannister.
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Lugar épico en Croacia
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apital del Reino de Poniente y sede del deseado Trono de Hierro, Desembarco del Rey –peligrosa ciudad, sobre todo para los Stark, en cuyos palacios vive la realeza, conspiran los nobles y mandan los Lannister– está localizada en esa perla del Adriático que es Dubrovnik. Los escenarios de la serie se multiplican en la bella ciudad croata: el monasterio de los benedictinos en la isla de Lokrum, las torres de Bokar y Minceta de las murallas de la ciudad, el palacio del Rector y el de Sponza, la fortaleza de Lovrijenac... En la costa dálmata, las tres antiguas fortalezas de la ciudad de Dubrovnik (Minceta, Bokar y Lovrijenac) han dado forma en la pantalla al Castillo de los Lannister. En la foto, Lovrijenac, situada sobre un acantilado de 37 metros de altura, es el lugar donde se filmó la Batalla de Aguasnegras, un enfrentamiento entre las fuerzas de dos de los pretendientes al Trono de Hierro, Joffrey Baratheon y Stannis Baratheon, a las puertas de la capital, Desembarco del Rey. Abajo, en un fotograma, la actriz Sibel Kekilli, quien interpreta el papel de una esclava llamada Shae, al servicio de Tyrion Lannister.
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10 guerreros
medievales
En la Edad Media, realidad y ficción solían mezclarse en el imaginario colectivo a través del folclor (cantares, mitos). De este modo, los protagonistas de las batallas y gestas más importantes fueron tanto personajes históricos como literarios.
Caballeros de leyenda 6 Roldán pág. 61 7 Tristán pág. 62
1
8 Lancelot du Lac pág. 63
2 6
3
9 Robin Hood pág. 64 10 Amadís de Gaula pág. 65
4
Héroes reales
7
8
9
10
1 El Cid Campeador pág. 56 2 Alfonso I el Batallador pág. 57 3 Ricardo Corazón de León pág. 58 4 William Wallace pág. 59 5 Tamerlán pág. 60
5
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DOCUMENTO 10 GUERREROS MEDIEVALES
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Un caballero a la medida del franquismo
L soldado profesional
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l caballero por antonomasia de la Edad Media hispana es el personaje que mayor huella ha dejado en España, el héroe perfecto que sigue cautivando a muchos y que se ha usado como modelo de virtud. Dechado de cualidades patrias, El Cid Campeador encarna al caballero cristiano ideal, fiel vasallo y padre de familia ejemplar. Y como tal ha sido utilizado y falseado durante siglos, modelándose según la necesidad del momento y el lugar. La imagen que hoy tenemos de él es la suma de las contribuciones de historiadores, militares, políticos, poetas, pintores, actores... Todos ellos han ayudado a forjar el mito atemporal que “forma parte de la conciencia nacional española”, como constató Ramón Menéndez Pidal en La España del Cid (1929). Eso sí, ha llegado hasta nosotros bastante desvirtuado por una doble razón: la casi nula diferenciación entre el personaje histórico y el literario y el uso de fuentes casi exclusivamente cristianas. Para aproximarse a la verdad hay que intentar contextualizarlo en su época y su espacio, la Castilla del siglo XI, un pequeño reino plagado de guerras y drásticos cambios político-sociales.
Dentro de la Corte castellana Rodrigo nació probablemente en Vivar, Burgos, entre 1040 y 1050, en una familia de cierto abolengo. Se formó como caballero en la Corte de Fernando I, cuyo hijo Sancho heredó Castilla y se adueñó de las herencias de sus 56
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Estatua ecuestre de El Cid en Burgos, España, esculpida por González Quesada e inaugurada en 1955.
hermanos: León y Galicia. A la muerte de Sancho II, fue su hermano Alfonso VI quien se quedó con los tres territorios y Rodrigo hubo de retirarse. En 1079 decidió ponerse del lado de la taifa de Sevilla en su guerra contra la de Granada. Venció y volvió junto a Alfonso cargado de riquezas. Dos años después organizó una mesnada (grupo de seguidores armados) que asoló tierras musulmanas del valle del Henares hasta Guadalajara y Alcalá, pero eran tierras del rey de la taifa de Toledo, Al-Qádir, aliado de Alfonso, por lo que éste lo castigó con el exilio. No tardó en ofrecerse como mercenario al rey de Zaragoza, Al-Muqtádir, a quien sirvió cinco años. Ni tampoco en movilizarse ante la amenaza de los almorávides. Pero sus enemigos lo acusaron de traición y el rey volvió a exiliarlo, confiscándole bienes y feudos. Sólo pudo llevarse a su mujer, Jimena, y a sus tres hijos. Hubo de ganarse el pan como pudo hasta que en 1092 se lanzó a la conquista de Valencia. Por fin era señor de un territorio, y sin tener sangre real. Lo gobernó cinco años, sin dejar de mostrar su habilidad como estratega militar. Los cristianos lo tildaban de “guerrero invicto”, hombre culto y buen político, mientras que para los musulmanes era un tirano y enemigo de Dios, aunque reconocían su superioridad en el campo de batalla. Murió en 1099.
Un hombre hecho a sí mismo El Cid se debatió entre ser fiel a su rey o buscar fama y fortuna por su cuenta;
En un fotograma de El Cid (Anthony Mann, 1961), Sophia Loren y Charlton Heston.
entre su condición de caballero cristiano y su admiración hacia ciertos soberanos musulmanes. Durante generaciones se le ha visto como una víctima que se impuso a su injusto destino y logró cuanto se propuso, un ejemplo de hombre hecho a sí mismo. Justo lo que necesitaban los cristianos hispanos de la época, en plena Reconquista.
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El Cid Campeador,
a película más famosa sobre El Cid fue una superproducción de Hollywood producida por Samuel Bronston, dirigida por Anthony Mann y protagonizada por Charlton Heston y Sophia Loren. Se rodó en España y se estrenó en 1961, un año después de que la dictadura franquista concluyera el aislamiento del país, por lo que el régimen aceptó de buen grado un filme sobre el héroe. Aunque Bronston, en busca de credibilidad histórica, se asesoró por el mayor experto en El Cid, Ramón Menéndez Pidal, la película está llena de errores, empezando por la voz en off que anuncia que “en el año 1100, El Cid convocó a todos los hombres a luchar contra el emir africano Ibn Yusuf”. Rodrigo murió un año antes. Inventadas son también la jura de Santa Gadea, la conjura de Jimena con el conde Ordóñez para matar a Rodrigo y la batalla final en la que éste vence después de muerto. El objetivo era ensalzar al héroe a través de la familia, el honor y la lealtad, valores con los que se quería identificar el franquismo, lo que terminó por ridiculizar su figura; por ejemplo, cuando Heston entra triunfante en Valencia... ¡a ritmo de pasodoble!
HÉROES REALES
Alfonso I el Batallador, un rey con espíritu guerrero
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e ganó a pulso el sobrenombre de “el Batallador”. Luchador incansable contra Al-Ándalus (la zona de ocupación musulmana) e impregnado del espíritu de las Cruzadas, a sus conquistas se debe gran parte del territorio aragonés. Figura clave en la reconquista cristiana de la península Ibérica, el rey de Aragón (1073-1134) demostró sus dotes de guerrero, pues salió victorioso de más de 20 batallas. Fue un gran militar y un gran político. Expandió los límites del reino de Aragón por sus combates y su matrimonio con la princesa Urraca, que lo convirtió también en soberano de Pamplona y de Castilla y León. Aunque ni su relación con Urraca fue buena ni la nobleza castellana lo aceptó. Pese a todo, Alfonso dejó huella. Tanto, que por su peculiar personalidad y por su implicación en las Cruzadas ha sido comparado con Ricardo Corazón de León. Como éste, resultó polémico. Si bien para las fuentes cristianas no había nadie con mayor habilidad en las armas, las crónicas de sus enemigos lo tildan de tirano. Y, como Ricardo, no parecía tener interés por las mujeres. Adiestrado en las armas, con 21 años se implicó en las campañas de conquista de su hermanastro Pedro, a quien le tocó heredar el trono por ser el hijo mayor de Sancho I, fruto del primer matrimonio de éste con la catalana Isabel de Urgell. Alfonso era hijo del segundo matrimonio, con Felicia de Roucy. Ya entonces mostró su valentía y se im-
pregnó del espíritu de lucha contra el islam que imbuía a Europa. Aunque había musulmanes en la misma Península, sentía deseos de viajar a Jerusalén. Pero su sueño se truncó en 1104, al morir Pedro: su hermano pequeño, Ramiro, había tomado los hábitos religiosos, así que le tocaba a él sustituirlo. Prosiguió la política de conquistas y alianzas con otros Estados cristianos. Tras pacificar las revueltas nobiliarias en Pamplona, llegaría su gran hazaña: la conquista del valle del Ebro (que incluyó Zaragoza).
Fundación de órdenes militares Fiel a su espíritu de cruzado e imitando a los defensores de Tierra Santa, creó dos órdenes militares: Belchite y Monreal del Campo, predecesoras de otras famosas órdenes medievales españolas. Como paladín de la cristiandad necesitaba más retos y su siguiente objetivo fue más ambicioso: liberar a los mozárabes (cristianos en Al-Ándalus) de Granada de los almorávides. Aunque no lo logró, volvió con muchos mozárabes que ayudaron a repoblar Aragón. En 1131, con casi 60 años, dictó su polémico testamento: cedía el reino a las órdenes militares de Tierra Santa. Dos años después, aún preparó otra expedición: llegar al Delta del Ebro, la ansiada salida de Aragón al Mediterráneo. La campaña prometía, pero durante el sitio de Fraga los almorávides masacraron al ejército cristiano y el rey escapó de milagro. Murió poco después,
Rey de Aragón y de Pamplona entre 1104 y 1134, Alfonso I (aquí, retrato de Francisco Pradilla) legó sus reinos a las órdenes militares.
sin haber perdido su espíritu guerrero y sin descendencia. Su testamento desató una grave crisis política, poniéndoles las cosas difíciles a sus sucesores. Pero Alfonso había abierto la puerta para que remataran la conquista del Ebro. Su hermano hubo de tomar las riendas, como Ramiro II, y logró la unión dinástica con el condado de Barcelona debido al matrimonio de su hija Petronila con Ramón Berenguer IV. Arrancaba así la Corona de Aragón, que no hubiera sido posible sin los primeros pasos de Alfonso. Otro gran monarca, Jaime I el Conquistador, se encargaría de hacer realidad el objetivo de aquél: conquistar Valencia y Baleares. Sin “el Batallador” ni la Edad Media hispana se entendería ni la Corona de Aragón hubiera sido como fue.
El gran objetivo: la toma de Zaragoza
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principios del siglo XII, Zaragoza era la tercera ciudad de Al-Ándalus (tras Córdoba y Sevilla), un poderoso centro económico donde vivían 20,000 personas y un punto esencial en las comunicaciones. Alfonso sabía que sería una excelente base para seguir sus campañas y que, para conquistarla, necesitaba aliados. Los halló en el sur de Francia, desde donde el vizconde Gastón IV de Béarn y
otros caballeros acudieron en su ayuda. El ejército se organizó en dos frentes. Alfonso iba a la cabeza del primero, con los nobles aragoneses y navarros. En el segundo iban los cruzados. El 4 de junio de 1118, los hombres de “el Batallador” llegaron a la ciudad y optaron por rendir la urbe por hambre. En diciembre, Zaragoza se rindió tras perder a su líder, Ibn Mazdali. La victoria tuvo un enorme eco en toda la cristiandad. El Valle del Ebro
Construido en Zaragoza en el siglo XI por Al-Muqtádir, el palacio fortaleza de la Aljafería (en la foto) sufrió el asalto de las tropas de Alfonso I.
por fin pertenecía a Aragón y Alfonso tenía la ciudad que terminaría siendo capital del reino.
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GUERRAS DE TRONOS
DOCUMENTO 10 GUERREROS MEDIEVALES
Ricardo Corazón de León, el monarca aventurero
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icardo I de Inglater ra, conocido como Ricardo Corazón de León, fue el segundo de los tres monarcas ingleses muertos en un campo de batalla. Sus ansias de aventura, su protagonismo en la Tercera Cruzada y su aureola de líder han llegado al siglo XXI. Nacido en 1157, era hijo de Enrique II y Leonor de Aquitania y no estaba destinado a ser rey, pues tenía por delante a dos hermanos: Guillermo y Enrique. Pero ambos fallecieron, dejándole a él el trono. Era el favorito de su madre, quien le inculcó una exquisita educación y le enseñó occitano y francés. Sumamente atractivo y apodado Corazón de León por su larga y ondulada melena rubia, fue coronado en 1189, por todo lo alto, en Westminster. De naturaleza inquieta, Ricardo siempre buscó aventuras y sobre todo gloria, influenciado por su progenitora. Por eso, al proclamarse la Tercera Cruzada vio su oportunidad de oro. En Tierra Santa compartiría protagonismo con otros dos soberanos: el emperador germano Barbarroja y Felipe Augusto de Francia, de quien era amigo íntimo. El objetivo conjunto era recuperar Jerusalén y vengar la afrenta sufrida por los soldados cristianos en 1187, en la batalla de los Cuernos de Hattin (Palestina), a manos de las fuerzas de Saladino.
La conquista de Tierra Santa Impaciente, Ricardo partió a Tierra Santa desde Marsella sin esperar a su f lota. La situación no empezó nada bien y, aparte de un desacuerdo con Felipe Augusto que les hizo romper su relación, Barbarroja falleció al intentar vadear un río. Entre batalla y batalla, Ricardo se casó en Chipre con una navarra, Berenguela, hija de Sancho IV. Pero el matrimonio no se consumó; ella ni siquiera llegó a pisar suelo inglés. El punto álgido de los ataques cruzados fue San Juan de Acre, ciudad que asediaron durante meses causando terribles estragos en la población civil. Para demostrar a Saladino su poder, Ricardo ordenó ejecutar a sus 3,000 prisioneros. Finalmente, ambos firmaron una tregua por la que durante años los peregrinos cristianos pudieron transitar libremente hasta Jerusalén.
Largo camino a casa De regreso a Inglaterra, pese a disfrazarse de mercader, los hombres de otro de sus enemigos, Leopoldo de Austria, lo reconocieron y arrestaron. Pidieron por él un rescate imposible: 150,000 marcos, varias veces el presupuesto del Estado inglés. Pero Leonor removió cielo y tierra: tardó dos años en conseguirlo, y Ricardo pudo volver a su Corte. En su ausencia, su hermano
Ricardo I de Inglaterra (aquí en una xilografía francesa del siglo XIX) participó en la Tercera Cruzada.
Juan sin Tierra había asumido la regencia y se rumoraba que había conspirado con Felipe Augusto para que Ricardo nunca fuera liberado. El rey decidió no vengarse de Juan, quien terminaría firmando, ya como su sucesor en el trono, la Carta Magna. “Por mi fe que no puedo matarlo”, reconoció. Pero sí formó un gran ejército para someter a los señores que se le habían opuesto y se mostró implacable con ellos. Pese a lo vivido, sus ganas de aventura no se acababan. En 1199 fue a guerrear a Francia y una flecha lo hirió en el hombro. Él mismo se la arrancó, pero le causó una infección mortal. Ricardo Corazón de León había reinado sólo nueve años y medio, de los cuales pasó en Inglaterra menos de uno. Aun así, es uno de los personajes más importantes de la historia británica y de la mundial.
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espetado por musulmanes y por cristianos, Saladino fue el primer sultán de la dinastía ayubí. Nació en 1138 en Tikrit (hoy en Irak), en una familia kurda procedente de la ciudad armenia de Dvin. Fue sultán de Egipto y de Siria y unificó Oriente Próximo. Tras propinar una aplastante derrota a los cruzados en los Cuernos de Hattin, conquistó Jerusalén y acabó así con casi nueve décadas de ocupación cristiana, lo que desencadenaría la Tercera Cruzada. En el curso de ésta, la crueldad de Ricardo en Acre desató su cólera y, en represalia, ordenó que llevaran
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una valiosa reliquia cristiana, la Vera Cruz (o santa cruz), a su palacio de Damasco. Ambos líderes desconfiaban el uno del otro, pero terminaron por firmar la paz. Saladino no permitió a su enemigo volver a tener Jerusalén, pero sí recuperar las plazas costeras que había reconquistado. Saladino falleció en 1193, seis años antes que Ricardo Corazón de León; aunque a diferencia de éste no murió en una batalla sino por enfermedad, se convirtió en el héroe por excelencia del mundo islámico. Y en Occidente, en protagonista de multitud de leyendas.
Saladino (retrato del siglo XVI) venció a los cruzados en la batalla de los Cuernos de Hattin, en 1187.
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Saladino, noble contrincante
HÉROES REALES
William Wallace, rebelde con causa Tras matar a éste y a 240 soldados, ya no había quien lo parara. Su rebelión prendió la mecha de la independencia y miles de escoceses se sumaron a la cruzada. Pero, ante la cercanía de un poderoso ejército inglés, los nobles decidieron no luchar junto a un plebeyo.
El guardián de Escocia
Wallace, ícono de la independencia escocesa de la corona inglesa, en una estatua en la ciudad de Aberdeen.
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nmortalizado en la película Braveheart (Mel Gibson, 1995), el héroe nacional de Escocia murió como un auténtico rebelde con causa tras luchar contra la opresión inglesa. Más de siete siglos después, su leyenda sigue viva. El peso de Wallace en la historia escocesa es enorme: la figura de quien osó enfrentarse al monarca inglés Eduardo I, llamado“martillo de los escoceses”, sigue omnipresente en todo el país. Todo empezó en 1292, cuando Eduardo I de Inglaterra coronó a John Balliol como un rey títere para Escocia. El país quedaba a merced de los ingleses, y los incidentes entre invasores y locales serían constantes. En uno de ellos, un modesto terrateniente llamado Malcolm Wallace murió a manos de un caballero inglés. Aquello alimentó el odio de su hijo William, quien pronto daría muerte, en una emboscada, al asesino y a un centenar más de soldados. Se convirtió así en un forajido, pero su odio alcanzó el máximo cuando su esposa Marion fue asesinada por el alguacil de Lanark.
Pese a todo, Wallace protagonizó en Stirling una de las míticas batallas medievales, en la que contra todo pronóstico resultó vencedor. Gracias a aquel triunfo, empezó a contar con las simpatías de los nobles y en 1298 fue nombrado Guardián de Escocia, un rey de facto. Fortaleció el comercio escocés y buscó aliados en el continente, pero sólo duró un año en el cargo. Eduardo I no estaba dispuesto a tolerar aquella rebelión y ambos ejércitos volvieron a encontrarse, esta vez en Falkirk. En esa ocasión, aparte de la superioridad inglesa, el enfrentamiento fue en campo abierto; 12,000 escoceses murieron. Wallace siguió desempeñando labores diplomáticas y lideró una guerra de guerrillas, dejando el liderazgo del país a dos aspirantes al trono de Escocia: Robert Bruce y John Comyn, que compartieron el título de Guardián. Mientras tanto, Eduardo I no olvidaba y buscaba venganza. Usó como arma a un antiguo amigo de Wallace, John de Menteith, quien lo preparó todo para que fuera sorprendido por soldados ingleses. Llevado a Londres, se le acusó de traición, a lo que respondió que no podía ser traidor porque nunca había reconocido al rey inglés. Tras un simulacro de juicio, su sentencia de muerte quedó firmada. El 23 de agosto de 1305, mientras lo arrastraban por las calles de Londres, la multitud aprovechó para golpearlo y tirarle piedras. Lo colgaron el tiempo justo para que no perdiera la conciencia y a continuación, aún vivo, le extrajeron las entrañas, para terminar decapitándolo y descuartizándolo. Su cabeza colgó de un puente y sus brazos y piernas fueron enviados a Escocia para exhibirlos como escarmiento.
Inesperada victoria en Stirling
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l 11 de septiembre de 1297, Wallace tomó posiciones en Abbey Craig, frente al fuerte de Stirling, al noroeste de Edimburgo. Contaba con 16,000 soldados sin armadura –con sólo cuchillos, lanzas y hachas– y menos de 200 caballos. El ejército del duque de Surrey, John de Warenne, lo formaban 50,000 hombres entre infantería, arqueros y caballería pesada, así que no debía tener problemas para imponerse. Pero entre ellos y el enemigo se extendía un estrecho puente de madera que debían atravesar. Cuando Wallace consideró que sobre éste había el máximo de soldados posible, los lanceros escoceses cargaron. Mientras la caballería se hundía en el terreno pantanoso, quienes intentaban regresar quedaban atrapados por los que continuaban avanzando. La mitad de los ingleses perdieron la vida. El eco de aquel inesperado triunfo resultó enorme. Hoy, una alargada torre gótica en el National Wallace Monument recuerda el lugar exacto donde Wallace lanzó a sus soldados amateurs y mal armados contra las poderosas fuerzas inglesas. El mito de la superioridad inglesa ya era historia.
En la fotografía, el monumento dedicado a William Wallace, uno de los héroes nacionales de Escocia, en la colina de Abbey Craig, Stirling.
Semilla de independencia Aquel cruel ajusticiamiento tenía un claro objetivo: evitar que se convirtiera en mito. Pero todo cuanto sembró daría su fruto. Sólo seis meses después de su muerte, Robert Bruce se levantó en armas y fue coronado rey de Escocia como Robert I. Y, tras imponerse al ejército de Eduardo II en 1314, logró la independencia escocesa. El camino iniciado por William Wallace llegaba a su meta. muyinteresante.com.mx
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MUY INTERESANTE
HISTORIA
GUERRAS DE TRONOS
DOCUMENTO 10 GUERREROS MEDIEVALES
Un guerrero sanguinario
Tamerlán,
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l creador del mayor imperio de Asia –el llamado Segundo Imperio mongol– nació para conquistar. Sólo contemplaba una opción: vencer. Y esa aura de invencible lo sigue acompañando. Decir que ganó más de 200 batallas (todas las que libró excepto una) y que conquistó más de ocho millones de km2 (el doble que Alejandro Magno) debería bastar para reconocer los méritos de Timur Lang, vocablos que significan, respectivamente, “hierro” en turcomano y “cojo” en persa. Conocido en Occidente como Tamerlán, nació en 1336 en la Transoxiana, histórica región de Asia Central, específicamente en la aldea de Kesh. Hijo de un líder tribal de la aristocracia menor, de joven hubo de lidiar con los jefes turcos, exiliarse y formar una milicia desde fuera o robar ganado para sobrevivir. Aunque no disfrutó de una gran educación, aprendió el arte de la guerra, imprescindible si quería prosperar.
A imagen de Gengis Khan A los 16 años entró al servicio del gobernador de la Transoxiana, el emir Qazghan, y se casó con su hija. Ella murió prematuramente, Qazghan fue asesinado y el padre de Timur también falleció. La dureza de aquella vida debió fortalecerlo y con sólo 26 años empezó a hacer realidad su gran objetivo. Lo tenía claro: quería imitar al conquistador más famoso de todos los tiempos, Gengis Khan, quien logró unificar a las tribus nómadas de Mongolia hasta fundar el mayor imperio del mundo. Para el siglo XIV, dicho imperio 60
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Mural de Timur el Cojo en el Museo de Tamerlán, en Tashkent, Uzbequistán. En esta miniatura del siglo XV, Tamerlán
se había desmembrado en multitud de kanatos que pugnaban entre ellos. El ansia unificadora había dado paso a las luchas fratricidas. Y Timur el Cojo se creía llamado a recuperar la ambición de su antecesor y modelo. Así, en 1362 se lanzó contra sus vecinos hostiles. Los combates eran atroces, pues los mongoles podían pasar horas y horas sobre el caballo sin dejar de disparar. Tras ocho años sojuzgando a sus rivales, se proclamó emir independiente. Mientras embellecía Samarcanda, capital de su imperio, se concentró en crear el mayor y más perfecto ejército del mundo, al que se alistaron miles de guerreros. Empezó la campaña, en 1380, con una única consigna: avanzar a toda costa, a sangre y fuego. Fueron extendiéndose por los actuales territorios de Afganistán, Irak, Irán, Turkmenistán, Uzbekistán, Kazajistán, el norte de la India, Siria... Nadie podía frenarlos. Su batalla más celebrada fue la de Ankara, en 1402. Al frente de los otomanos estaba Bayaceto I, en aquel momento a punto de derribar las murallas de Constantinopla. Para hacer frente a los mongoles, tuvo que levantar el sitio de la ciudad bizantina (los otomanos terminarían conquistándola en 1453, fecha que marca el fin de la Edad Media). Tamerlán también inició la conquista de China, su mayor sueño, pero durante la misma lo sorprendió la muerte, en 1405.
Generoso e inteligente Pese a sus increíbles logros, Tamerlán ha pasado a la historia como uno de los “malos”. Sin embargo, hizo cosas buenas: dejó libre de peligros la Ruta de la
ataca a los Caballeros de San Juan en Esmirna.
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o mismo que en su día se dijo de Gengis Khan, se decía de Tamerlán: que era el enviado del demonio. Fue feroz en extremo con los que creía débiles; es decir, a los que vencía. Una vez conquistada una población, castigaba muy dura y sistemáticamente a sus habitantes, en especial si se habían rebelado. Baste un ejemplo: Bagdad opuso cierta resistencia y él ordenó decapitar allí a 90,000 personas. Además, practicaba una siniestra costumbre: apilaba los cráneos decapitados a la entrada de la ciudad formando grandes pirámides, que se hicieron sumamente populares. Resultaba un más que eficaz método disuasorio, de modo que muchos habitantes de pueblos o urbes ni siquiera presentaban batalla: simplemente, dejaban paso a su ejército por temor a formar parte de una de aquellas macabras pirámides. Y a los enemigos a los que perdonaba la vida, siempre encontraba alguna razón para humillarlos. Así, tras apresar al sultán Bayaceto I, lo utilizó de taburete, subiéndose sobre él cada vez que montaba su caballo.
Seda, de Samarcanda a Bagdad, construyó espléndidos monumentos y fue generoso con sabios y artistas. Pese a su fama de sanguinario, era inteligente, observador, meticuloso y astuto en extremo. Encarnó como nadie al perfecto guerrero medieval: fuerte, invencible, temido, influyente y carismático.
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conquistador nato
CABALLEROS DE LEYENDA
Roldán, el paladín de Carlomagno
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l protagonista del Cantar de Roldán murió en una batalla real, la de Roncesvalles. La Historia ha trazado un relato épico de cristianos muertos por musulmanes, pero ¿qué hay de verdad y qué de ficción en el paladín de Carlomagno? En las tierras navarras, el siglo VIII se caracterizó por la pugna entre cristianos y musulmanes. Por aquel entonces y en ese contexto, en el año 778 pasó por allí una gran expedición encabezada por Carlomagno, rey de los francos. A la altura de Luzaide-Valcarlos, cuando regresaba de Zaragoza tras una infructuosa campaña, la retaguardia de su ejército fue aniquilada. A la cabeza de la misma iban el caballero Roldán y los llamados “doce pares de Francia”, que lo acompañaban. Si hacemos caso a la leyenda, antes de morir Roldán hizo sonar su olifante (cuerno de marfil) para advertir al resto del ejército del peligro inminente y, cuando los 12 pares y él mismo resultaron heridos, lanzó al agua su inseparable espada, Durandal, para que no cayera en manos enemigas.
Personaje literario Los atrayentes elementos de esta leyenda proceden del Cantar de Roldán, poema escrito en lengua romance en el siglo XI, tres centurias después de los hechos. Conocido durante largo tiempo sólo por vía oral, está compuesto en verso, la forma habitual de aquella
época para presentar los hechos, siempre magnificados y cargados de épica, con el objetivo de que quedaran grabados en la memoria de los oyentes. El texto alude, efectivamente, a la batalla del 15 de agosto de 778. Con el tiempo los acontecimientos “inventados” fueron tomando fuerza hasta que Roldán se convirtió en un héroe mítico, repleto de virtudes como corresponde a un buen caballero, y también en sobrino de Carlomagno e hijastro de Ganelón (el traidor de la historia), ambos puntos ficticios. El Cantar tuvo una inmensa influencia en la Edad Media, cuando realidad y ficción acostumbraban a mezclarse y confundirse en el imaginario colectivo. Y al margen de su innegable dosis de fantasía, es un excelente testimonio de cómo se vivía y se entendían virtudes como la lealtad, la valentía y el honor en la Baja Edad Media. Richard Dübell, quien noveló la historia de Roldán en El héroe de Roncesvalles, asegura que “era un hombre joven en el que nadie creía, excepto su tío, el propio Carlomagno, quien sí le dio su confianza. Por ese motivo se hizo guerrero, para demostrar de lo que era capaz”. El autor sostiene que el miedo del joven a ser vencido resultó su perdición, su talón de Aquiles, y que no quiso pedir ayuda porque eso hubiera supuesto admitir su fracaso ante su tío.
Derrocado en una emboscada Sigue ignorándose quiénes derrotaron a las huestes francas, quiénes les
El caballero Roldán sirvió, según la leyenda, a las órdenes de Carlomagno. Aquí, una estatua dedicada a su figura en la capital de Letonia, Riga.
tendieron la emboscada. Los expertos barajan tres candidatos: una coalición de vascones y musulmanes, vascones de ambos lados del Pirineo o vascones ultrapirenaicos disconformes con el fortalecimiento del régimen franco en Aquitania. Dübell, por su parte, también se inclina por los vascones, basándose en que Carlomagno había destruido su capital, Iruña (la actual Pamplona): habrían buscado venganza una vez que el grueso del ejército de Carlomagno ya había pasado. “Creo que el Cantar de Roldán infravaloró a los vascones y se centró en el conflicto entre musulmanes y cristianos, entre sarracenos y francos”. En cualquier caso, la imaginación popular convirtió a Roldán, un personaje literario, en un caballero de leyenda.
Tragedia (y misterio) en Roncesvalles
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ás de 12 siglos después de la mítica batalla de Roncesvalles, todavía se desconoce el enclave donde tuvo lugar la emboscada al ejército franco. Eso sí, como suele pasar, la tradición ha escogido su propia realidad. En este caso se ha encaprichado del Alto de Ibañeta, conocido como “la puerta de los Pirineos”. Allí, un monolito recuerda los hechos. La tradición quiere asimismo que fuera Carlomagno quien levantara aquí una capilla en honor a Roldán. Pero la realidad va por otros senderos, puesto que la primera referencia escrita a una ermita medieval en el lugar data de 1071, y en 1110 es citada como Sanctus Salvator de Yuenieta. En un principio en manos del monasterio de Leyre, pasó a ser propiedad de la Colegiata de Roncesvalles. Para acabar de adobar la leyenda, en 1934 se hallaron, en unas excavaciones en la ermita de Ibañeta, 12 cadáveres que se identificaron con los “doce pares de Francia”. Los restos se extraviaron, así que se convirtieron en uno de tantos misterios para la Historia.
Arriba, monumento a Roldán en el Alto de Ibañeta, Roncesvalles (Pirineo de Navarra).
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MUY INTERESANTE
HISTORIA
GUERRAS DE TRONOS
DOCUMENTO 10 GUERREROS MEDIEVALES
Tristán, la historia del eterno enamorado
Adulterio y perdón Se trata de la historia de un adulterio, pero al mismo tiempo de una historia de fidelidad, pues pese a todo Marcos perdona a los amantes y éstos entran en razón y deciden hacer lo correcto: separarse. Aun así, él sigue echándola de menos y, cuando va a morir en Bretaña, la manda llamar. Al llegar Isolda, Tristán ha fallecido, pero el filtro amoroso no ha perdido fuerza y ella muere sobre el cadáver del joven. Viñas entrelazadas cubrirán eternamente las tumbas de los condenados a amarse por siempre jamás. Las primeras versiones del mito, incompletas, datan del siglo XII y son 62
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obra de un francés, Béroul, y de un inglés, Thomas. Parece ser que también Chrétien de Troyes, para algunos el primer novelista de Francia, escribió sobre ellos, pero su obra se ha perdido. En la aventura de los amantes aparecen el mundo cortés de la Provenza, el de Bretaña, repleto de magia y paladines, y la ancestral leyenda gaélica, impregnada de supersticiones e intrincados bosques. En esta atractiva mezcla de universos –junto con los ingredientes básicos para que cualquier “novela” triunfe: amor, erotismo, misterio...– radican su encanto y su fuerza.
Raíces mitológicas. Música de Wagner Distintas versiones de la obra original ayudaron a que la historia se difundiera por toda Europa hasta llegar a la actualidad. A ello contribuyó, por encima de todos, Richard Wagner (1813-1883). A él se deben tanto la música como el libreto de una ópera en tres actos que ha sido considerada su obra maestra: Tristán e Isolda se estrenó en Múnich en 1865, bajo la batuta de Hans von Bülow.
El tenor Fritz Soot (1878-1965) en el rol de Tristán, de la ópera de Wagner, en una producción de la Staatsoper de Berlín.
La célebre leyenda de Tristán e Isolda, que tiene sus raíces en la mitología y en la literatura del Medievo y que debió circular con anterioridad al siglo XII, es la historia de un amor arrebatado con un final desdichado. Como anunciaba la versión de Joseph Bédier: “Escuchen cómo con gran alegría y dolor se amaron y luego murieron el mismo día, él por ella, ella por él”.
El mito en la pintura y el cine
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a historia de Tristán e Isolda se ha emulado y reconstruido hasta la saciedad. Los famosos amantes han ocupado un sinfín de cuadros; bastantes de ellos de pintores simbolistas y prerrafaelitas, pero también de muchos otros. De la larga lista de autores destacan John William Waterhouse, John Everett Millais, Rogelio de Egusquiza, Edmund Blair Leighton o Gustav Klimt. También se hallan en los frescos del castillo de Neuschwanstein, en Baviera. Y tampoco Salvador Dalí se libró de su influjo y dio su personal visión en 1944. En cuanto a las aportaciones del cine, hay que mencionar una versión francesa animada, de Thierry Schiel, estrenada en 2002, y otra estadounidense de 2006 protagonizada por James Franco y Sophia Myles y dirigida por Kevin Reynolds. Y no hay que pasar por alto la versión libre que hizo François Truffaut en 1981: La femme d’à côté (La mujer de al lado), con Gérard Depardieu y Fanny Ardant. Aunque ubicada en la década de 1980, describe la pasión de los amantes como algo prohibido de lo que sólo puede Fotograma de Tristán e Isolda (Kevin Reynolds, 2006), protagonizada salvarlos la muerte. por James Franco y Sophia Myles.
FOTOS: LATINSTOCK; TWENTIETH CENTURY FOX FILM CORPORATION
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ristán e Isolda simbolizan mejor que ninguna otra pareja el amor incondicional y eterno. Su leyenda, plasmada en el siglo XII, se expandió por toda Europa y ha llegado hasta nuestros días en un excelente estado de salud. “Señores, ¿les agradaría oír un hermoso cuento de amor y de muerte?”. Con esta sencilla y poderosa frase arranca el relato de una de las leyendas medievales más conocidas. Sus protagonistas son el atractivo caballero de la Mesa Redonda Tristán y la reina Isolda (o Iseo). Hay quien cree que esconde la esencia del concepto del amor occidental. Sea así o no, se trata de una historia trágica ya desde el principio. Tristán es hijo de la reina Blancaflor, hermana del rey Marcos de Cornualles, y de Rivalin, rey de Leonís. Su madre muere al nacer él y su padre durante una batalla, y nuestro héroe promete a su tío Marcos traerle a la princesa irlandesa Isolda para que pueda casarse con ella. Pero a lo largo del camino, después de haber ingerido un “filtro de amor”, se enamora locamente de ella y no puede resistir la tentación. Isolda, quien en un primer momento no quiere saber nada de Tristán –es más, lo odia por haber matado a su hermano–, también siente la pasión y cae rendida a sus pies.
CABALLEROS DE LEYENDA
Lancelot du Lac, el traidor de Camelot Alvar, quien ha traducido la obra al castellano, debieron ser varios.
Fatal destino
Lancelot (en el óleo) jugó un papel importante en muchas de las victorias de Arturo, pero es más conocido por su historia de amor con la reina Ginebra.
FOTOS: VIVIEN EN IDYLLS OF THE KING DE ALFRED LORD TENNYSON, LONDRES: HODDER & STOUGHTON; BRITISH MUSEUM:
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s uno de los personajes clave del universo artúrico. Encarna al caballero ideal y al amante perfecto, pero Lancelot du Lac terminará por llevar la desgracia a Camelot y sus acciones precipitarán el fin de la Mesa Redonda. Érase una vez un perfecto caballero que arribó a Camelot. Tan perfecto, que pronto despuntó entre la élite del reino de Arturo. Allí habían acudido los guerreros más diestros de todo el oeste europeo y sólo unos pocos elegidos compondrían la célebre Mesa Redonda. Aquel joven era conocido como Lancelot du Lac o Lanzarote del Lago (o del Estero). Su historia se explica en los libros que conforman el Ciclo de la Vulgata, una de las principales fuentes de la leyenda artúrica. Recogen la historia de Lanzarote, su amor por la reina Ginebra y la búsqueda del Grial, pero también aparecen unos 400 personajes más. En realidad son numerosas historias. Fueron escritas en francés y empezaron a publicarse en Francia alrededor de 1225. Aunque se desconoce su autor, en opinión de Carlos
Entre estos libros se encuentran Historia de Merlín, que repasa los antecedentes de los que se convertirán en héroes; Lanzarote del Lago, protagonizado por éste y su relación con Ginebra; La búsqueda del Santo Grial, acerca de las aventuras del supuesto cáliz que Jesucristo usó en la Última Cena, y La muerte de Arturo, sobre el fatal destino que espera a los que corrompen el ideal caballeresco. La obra tuvo gran repercusión desde su misma publicación y su popularidad se mantuvo a lo largo del tiempo, adquiriendo especial empuje con el Romanticismo inglés. Los prerrafaelitas retomaron la historia y la plasmaron en sus lienzos. En realidad, cada época y cada artista ha reinterpretado el mito según sus valores. Aparte de la pintura, éste ha perdurado en el teatro y el cine. Broadway y Hollywood cuentan con diversas versiones, destacando la película de Robert Bresson Lancelot du Lac (1974). Y no podía faltar la literatura; cabe mencionar, por ejemplo, a John Steinbeck con Los hechos del rey Arturo y sus nobles caballeros. Han sido muchos los que han resucitado y mantenido viva la leyenda. En la Vulgata se explica que, ya de niño, Lancelot “era tan hermoso que cualquiera que lo viera pensaría que era tres veces mayor”. Además, era “prudente, discreto y avezado” y bello y fuerte, con un tono de piel “claro oscurecido”, la boca y los dientes pequeños, la frente alta y el pelo castaño, “rizado y agradable”. Al margen de su atractivo, en su leyenda parecen pesar más las virtudes, pues “honraba a los nobles” y era generoso y leal.
Desastre en Camelot Así, no extraña que la mismísima reina Ginebra, su señora, cayera rendida a sus pies. Y que fuera ella la que tomara la iniciativa de besarlo, dando así pie a una de las relaciones
El amor prohibido de la reina Ginebra
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a relación adúltera entre Lancelot y la reina Ginebra termina revolucionando Camelot y convirtiéndose en el principio del fin de la Mesa Redonda, que se terminará cuando la mayor parte de caballeros mueran en la batalla de Camlann. Lanzarote no lucha en ella, así que le toca hacer la vida imposible a los hijos del usurpador Mordred, acompañar a Ginebra hasta un convento y refugiarse él mismo en una ermita donde purgará sus pecados. El perfecto caballero se ganó el corazón de la esposa de su señor, a la que “amó por encima de todas las otras dueñas y doncellas de su vida, y por ella llevó a cabo muchos hechos de armas, y la salvó de la hoguera con su noble caballería”, en palabras de Thomas Malory, quien en el siglo XV reelaboró las leyendas artúricas en La muerte de Arturo. Fue Lancelot quien salvó a Ginebra de la hoguera, a la que había sido condenada por adúltera. Su relación inmoral con ella terminó por vetarle el acceso al Santo Grial, pues para poder vislumbrar sus destellos se precisaban dos requisitos: pureza y castidad. Eso sí, dicho honor recaería en su hijo Galaz.
El último encuentro entre Lanzarote y Ginebra en la tumba de Arturo, del británico Dante Gabriel Rossetti (1854).
adúlteras más famosas de la Historia. El enamoramiento, mutuo, conduciría al desastre a Camelot. Como recuerda Alvar, pese a la Vulgata, la imagen que tenemos de Lancelot procede de El Caballero de la Carreta, novela de Chrétien de Troyes del siglo XII donde se le otorga el papel del mejor de los caballeros y el amante perfecto. muyinteresante.com.mx
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GUERRAS DE TRONOS
DOCUMENTO 10 GUERREROS MEDIEVALES
Robin Hood, un personaje casi real De clase media
Arquetípico héroe, Robin Hood (en la foto, estatua en el Memorial de Nottingham) es un personaje del folclor medieval inglés que vivía fuera de la ley, escondido en el bosque de Sherwood.
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u fama se la dio ser mitad héroe, mitad bandido, pero la falta de pruebas apunta a que nunca existió. Pese a los muchos esfuerzos por convertirlo en alguien de carne y hueso, seguirá siendo un personaje de ficción hasta que se demuestre lo contrario. Los abusos de los señores y de la Iglesia, el descontento y las rebeliones marcaban la realidad de la Inglaterra rural de mediados del siglo XIV, azotada por la peste. Cuando estalló el levantamiento campesino de 1381 ya se oía hablar de un proscrito que vivía en el bosque de Sherwood con un grupo de amigos y repartía los beneficios de sus pillajes entre los más necesitados. Desde muy pronto, Robin Hood protagonizó baladas y romances. Aunque la primera referencia a él en la literatura inglesa, de 1377, está en los versos de William Langland conocidos como Pedro el Labriego, su primera historia “completa” llegó en 1492 con A Gest of Robyn Hode (La gesta de Robyn Hode). Este poema anónimo da una imagen bastante distinta de la que tenemos hoy, nacida de la imaginación de William Stukeley, que en el siglo XVIII situó sus aventuras en la época de Ricardo Corazón de León (siglo XII).
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Todo hace pensar en un noble caído en desgracia; en un rebelde que se burlaba del sheriff de Nottingham, representante de un rey usurpador; en un héroe sajón que luchaba contra la ocupación normanda. Sin embargo, en la balada original es de “clase media”, vive en el bosque de Barnsdale y lo acompañan el pequeño John, Will Scarlet y Much, pero no el fraile Tuck ni la doncella Mariam. Viven de la caza y de asaltar a viajeros, aunque no practican la caridad. Robin no lucha contra grandes señores ni está relacionado con la revuelta campesina y, pese a rendir pleitesía a un rey, éste no se llama Ricardo, sino Eduardo. Puesto que la primera referencia sobre Robin es de 1377, todos los Eduardos posteriores a Eduardo III, que reinó hasta ese año, se descartan. De los candidatos, sólo podría ser Eduardo II, en el trono entre 1307 y 1327. Se sabe que fue al norte para intentar acabar con la revuelta contra el rey de su primo Thomas, conde de Lancaster, y que éste estuvo en Nottingham. Y aunque no existen pruebas, la revuelta explicaría por qué se convirtió en proscrito. Además, según las crónicas, el conde de Lancaster fue detenido y juzgado y sus seguidores salvaron la vida ocultándose en los bosques.
En busca del Robin de carne y hueso
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ese a que los historiadores apuestan por un personaje legendario, ha habido varios candidatos al Robin Hood real. Para empezar, los apellidos Hood, Hode y Hod, así como el nombre o su variante Robyn, eran habituales en la Inglaterra medieval. Una de las teorías que en su momento parecieron más convincentes fue la de Joseph Hunter, quien a mediados del siglo XIX dio con un tal Robert Hood que había vivido hacia 1317 en Wakefield, cerca del bosque de Barnsdale. En la balada La gesta de Robyn Hode se explica que Robyn es perdonado por el rey y trabaja 15 meses para él, para volver luego a su vida de proscrito. Y que más tarde desaparece, sin constar en ningún registro hasta 1323, cuando reaparece como Robyn Hode, justo 15 meses después. Pese a las muchas coincidencias, la tecnología se encargó de echar por tierra la teoría. En 1980, la aplicación de luz ultravioleta en los registros reveló que ya había un Robyn Hode trabajando para Eduardo II entre abril y julio de 1323, meses antes de su visita a Nottingham.
¿Una creación de juglares? Otra pista clave es el arma que se supone empleaban hábilmente Robin y sus compañeros. En el siglo XII el arco estaba poco difundido, pero en el XIV era básico y lo usaban todos los estratos sociales. Pese a las numerosas pesquisas y teorías, hasta hoy son muchos los que aseguran que Robin Hood es un personaje ficticio, una creación de los juglares o fruto de una leyenda. Algo que no le quita fama. Como apunta el historiador Eric J. Hobsbawm en su obra Bandidos: “Robin de los bosques, el ladrón noble, es el tipo de bandido más famoso y universalmente popular, el héroe más celebrado en baladas y canciones; aunque respecto a su personaje
En esta foto la placa indica que ese lugar –el puente que cruza el bosque de Barnsdale– se ha identificado como la zona donde vivía Robin Hood, según La gesta de Robyn Hode.
una cosa es la teoría y otra la práctica”. Representado como vulgar bandido o como noble caído en desgracia, existiera o no, sigue en el imaginario colectivo. Su universalidad y atemporalidad se deben probablemente a que simboliza la oposición a la tiranía, la incansable búsqueda de justicia. Algo tan válido en el siglo XIV como en el XXI.
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HISTORIA
CABALLEROS DE LEYENDA
Amadís de Gaula, el “Arturo español”
A
unque inspirado en las historias del rey Arturo y sus caballeros, ambientadas en Bretaña, el Amadís de Gaula tiene una marcada identidad y personalidad propias, con un protagonista ciento por ciento español. Protagonista de un texto medieval convertido en best seller durante el Siglo de Oro, Amadís de Gaula es el héroe de la obra homónima, compuesta primero en España o Portugal sobre la base de fuentes francesas. La versión primitiva es de finales del siglo XIII o inicios del XIV y existe otra de alrededor de 1420, en tres libros, de la que se conservan breves fragmentos. Pero no se fijó en papel hasta octubre de 1508, en la imprenta de George Cocci de Zaragoza y gracias a una iniciativa de Garci Rodríguez de Montalvo, regidor de la ciudad castellana de Medina del Campo. Éste reelaboró esa versión, le añadió un cuarto libro y continuó con un quinto, titulando éste Las sergas de Esplandián. En el primer volumen se aclaraba que había sido “corregido y enmendado por el honrado y virtuoso caballero Garci Rodríguez de Montalvo”. Si hacemos caso de lo que el editor escribió en el prólogo dedicado a los Reyes Católicos, Montalvo buscaba con su iniciativa pasar a la posteridad: “Y yo estoy considerando, deseando, que de mí alguna sombra de memoria quedara…”.
Popularidad de los libros de caballerías A partir de entonces, su difusión resultó enorme tanto en Europa como en América, alargándose en el tiempo y el espacio hasta alcanzar de pleno el Siglo de Oro español. Baste decir que gozó de 19 ediciones en menos de ocho décadas. A su repercusión sin duda ayudó la gran popularidad que tuvieron los libros de caballerías en Amadís de Gaula (portada de la edición de 1533) fue el libro de caballerías más la península Ibérica, en espe- difundido en la Europa del siglo XVI. cial en el siglo XVI. El Amadís despuntó entre todos ellos y sus per- resto de la población? Sabemos que, sonajes, andanzas y escenarios fueron antes de su impresión, era ya un hapronto enormemente conocidos. bitual de los cancioneros, y que en el Medievo estaba muy arraigada la cosTransmisión oral tumbre de leer en público los libros de Esta popularidad no deja de sorprender caballerías, uno de los actos sociales si se tiene en cuenta que por entonces habituales. Además, en diversos fragapenas el 20% de la población sabía leer mentos de la obra se detecta su posible y que, al haber sido impreso en tamaño transmisión oral. En el capítulo XV, “folio”, como solía hacerse con las no- por ejemplo, consta: “Desta manera velas de caballerías, resultaba muy caro, que oís quedó Amadís en la casa del por lo que estaba únicamente al alcance rey Lisuarte...”. El “oís” podría referirse de los bolsillos de los nobles, una mino- a una lectura en voz alta. Otras pruería. La única explicación a su éxito es bas de su popularización son las nuque se transmitiera por vía oral. merosas variaciones de contenido que A su difusión ayudó asimismo el con- sufrió antes de ser impreso. texto bélico de aquel tiempo, en el que De cualquier modo, sigue siendo Carlos V puso de moda la imagen del uno de los grandes títulos de la litecaballero victorioso. Está claro que, ratura peninsular y su protagonista como materia de ficción, el Amadís es el primer y más famoso caballero circuló ampliamente por las cortes, español... Por supuesto, con permiso pero ¿y fuera de ellas? ¿Cómo llegó al de Don Quijote.
Similitudes con Don Quijote
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C
omo recuerda el hispanista británico Hugh Thomas, “aun cuando en El Quijote, su obra maestra, Cervantes condena, directa o indirectamente, las imitaciones y continuaciones del Amadís de Gaula, siempre lo alaba”. De hecho, como nos transmite el escritor, a su hidalgo, un asiduo lector de novelas, le sirvió como ejemplo a seguir. Y según el filólogo Bienvenido Morros, se inspiró en él “por dos motivos muy importantes: por ser un
caballero muy fiel a su amada y por ser bastante casto”. Aun así, en cuestiones amorosas las diferencias entre ambos personajes son muchas. Cuando opta por convertirse en caballero andante, Don Quijote roza los 50 años, mientras que Amadís vive su época dorada a los 20. Para entonces ya ha tenido su primera relación sexual, con Oriana; mientras que el manchego no ha conocido mujer y sólo habla de Aldonza Lorenzo, su amada Dulcinea. Pese a todo, Don Quijo-
En este óleo decimonónico de Victor Vincent Adam se representa una escena de la inmortal novela de Cervantes.
te incorpora las cualidades de Amadís e incluso la propia estructura de la novela se deriva de la de su antecesora.
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GUERRAS DE TRONOS
Los guerreros del norte
Vikingos, el azote pagano
Procedentes de las actuales Noruega, Suecia y Dinamarca, saquearon y conquistaron media Europa e incluso llegaron a América, sembrando el pánico a su paso. Por José Ángel Martos
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Lindisfarne, su irrupción en la historia Aunque también es cierto que no todas las actuaciones vikingas se limitaban al asalto y el pillaje, que es como los presentan los relatos de sus víctimas occidentales. Como veremos, los hubo que se dedicaban más bien al comercio, para lo cual emprendían grandes periplos con un elevado componente de aventura. “Dividía su tiempo entre incursiones vikingas y viajes comerciales”, se dice en la Saga de Egil sobre uno de sus protagonistas. En realidad, a veces resulta difícil distinguir dónde acaba la actividad mercantil y dónde empieza la piratería: es habitual el caso de los que robaban un botín en una ciudad para luego venderlo en cualquier puerto pacíficamente, como un mercader más. La guerra y la paz estaban muy mezcladas en la sociedad escandinava. Sea como fuere, los vikingos irrumpen en la Historia con letras de sangre, por méritos de guerra más que por logros civiles. Es en el año 793, momento en que se produce su primera incursión documentada: fue en la isla de Lindisfarne, al norte de la actual Inglaterra, que no era un lugar cualquiera ya que, por el monasterio cristiano allí levantado y la importancia de algunos de sus primeros monjes (se custodiaban las reliquias de San Cutberto, uno de sus abades), tenía un carácter sacro. Pero eso no lo sabían los vikingos –o no les importaba–, de manera que el 8 de junio asaltaron el cenobio sin miramientos y se llevaron cuanto de valor había, destrozando todo a su paso. Pronto corrió la voz de lo sucedido y se consignó en la Crónica Anglosajona: “La devastación de miserables paganos destruyó la iglesia de Dios en Lindisfarne”. Este episodio sería la piedra fundamental sobre la que se edificaría la terrible fama de los vikingos como sangrientos guerreros.
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ran vikingos y forajidos, y todos los bergantes que Ulfkel el Hechicero pudo convocar.” Así se describe en un antiguo relato islandés a un grupo de gente poco recomendable que se lanza al pillaje siguiendo el llamado de un líder carismático. En las famosas sagas islandesas, fuente principal de información sobre las hazañas escandinavas de esta época, podemos encontrar con facilidad menciones a personajes tales como “un redomado ladrón y un vikingo”. El término casi siempre aparece unido a actividades ilícitas; la más frecuente, la práctica de la piratería. Y es que esos eran en realidad los vikingos; al menos así los vieron sus primeros contemporáneos y de ahí surgió una denominación que hoy tiene un alcance mucho más vasto, fruto de la leyenda romántica del siglo XIX que los presentó falsamente ataviados con cascos de cuernos que les daban una apariencia temible (nunca los llevaron). Se tiende con facilidad a identificar a todos los escandinavos de la segunda mitad del primer milenio con los vikingos, pero no era así. De hecho, posiblemente en los pueblos escandinavos nadie era vikingo como profesión única. Los estudios parecen indicar que los escandinavos que asolaban las costas de Europa occidental en realidad pasaban buena parte del año trabajando como esforzados agricultores y cuidando tranquilamente de los animales de su granja. Sólo se dedicaban a ser guerreros “a tiempo parcial”, como una actividad extra para completar unos ingresos bastante escasos. En un contexto en que la subsistencia resultaba difícil por la dureza del clima, para los vikingos el pillaje se convertía en la forma más sencilla de conseguir los bienes que necesitaban.
Piratas de medio tiempo. Hoy sabemos que los escandinavos que asolaron Europa entre los siglos VIII y XI se dedicaban al pillaje sรณlo para subsistir en los meses mรกs crudos.
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HISTORIA
GUERRAS DE TRONOS
La Rus de Kiev. El caudillo varego Rúrik gobernó el asentamiento de Stáraya Ládoga, en Rusia, desde el año 862 hasta su muerte en 879. La dinastía que fundó estableció la llamada Rus de Kiev, el primer Estado eslavo de la Historia. Aquí, en una litografía del siglo XIX, Rúrik y sus hermanos a su llegada a Stáraya Ládoga.
vikingo Rollón –también llamado Rollo– llegó con su flota por el Sena hasta París en 885 y la sitió (arriba, una xilografía a color). El rey de Francia pactó con él y le cedió Normandía, donde fundó una dinastía muy longeva.
La devastación de la iglesia de Dios El ataque al monasterio de la isla de Lindisfarne, el 8 de junio de 793 (abajo, sus ruinas), es la primera incursión documentada –en la Crónica Anglosajona, que los llama “miserables paganos”– de los vikingos en Inglaterra.
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Ataques en Irlanda e Inglaterra A partir de entonces empiezan a abundar las incursiones marítimas de los vikingos en todas las costas de la Europa bañada por el océano Atlántico. Además de la isla de Gran Bretaña, enseguida cayeron también sobre el mar de Irlanda, donde en 795 ya existe constancia de un ataque a la ínsula de Rechru, que probablemente se corresponda con la actual Lambay, a poca distancia de la costa dublinesa. De hecho, hacia 841 conquistaron la propia Dublín, por entonces una población sin especial significación política, que los vikingos contribuirían a engrandecer al instalar allí uno de sus campamentos navales. Los monjes irlandeses de la época denominaron a estos asentamientos vikingos longphorts, que significaría “puerto largo”. Su estructura era la de unas fortalezas establecidas junto al mar y están en el origen de varias ciudades de Irlanda, como la propia Dublín o Limerick. En Inglaterra, los vikingos protagonizaron ataques “estivales” durante toda la primera mitad del siglo IX, pero a partir del año 850 su presencia empezó a incrementarse. Desde entonces, algunas expediciones vikingas no volvieron a Escandinavia después de sus tropelías, sino que se quedaron a pasar el invierno.
Y en 865 ya no fue una pequeña expedición, sino un considerable grupo militar al que los ingleses llamaron “el Gran Ejército Pagano”. Tras pasar el invierno en el reino de Anglia Oriental, en el año 866 se dirigieron al de Northumbria y atacaron su principal plaza, la importante ciudad de York, ya entrado el invierno, en el Día de Todos los Santos. La conquistaron y se establecieron de modo permanente. La llamaron Jorvik. Al año siguiente, 867, resistieron un contraataque de los northumbrios y, a partir de entonces y durante 13 años más, fueron ampliando sus dominios cada verano y pasando el invierno en alguna ciudad base, cuidadosamente fortificada. Casi toda Inglaterra cayó en sus manos en este periodo y todos los reyes anglosajones fueron derrotados, con excepción de uno: Alfredo de Wessex, en el sur, que quedaría como la gran referencia anglosajona en esta época. Pero por encima del Támesis todo el noreste de Inglaterra era vikingo, Londres incluida.
El imperio de la ley danesa A partir de 874, el Gran Ejército Pagano se dividiría en dos grupos con objetivos diferenciados, y desde 876 se encuentran ya bastantes pruebas de un establecimiento más continuado en las zonas que han quedado bajo sus dominios. Los nórdicos se repartieron las tierras conquistadas, a las que dieron nombres escandinavos que han perdurado hasta hoy. Los contemporáneos anglosajones, a su vez, denominaron de forma muy significativa a toda la zona de influencia vikinga: Danelaw, que significa “ley danesa” y hace alusión a que la legislación y costumbres imperantes en esa tierra venían de Dinamarca, una sinécdoque para referirse al conjunto de Escandinavia. Allí se aplicaban normativas traídas de sus tierras natales como la del wergeld, una multa compensatoria que se imponía a cualquiera que hubiera matado a un hombre y que debía abonarse a la familia del difunto.
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Francia, del asedio a la asimilación. El
El enigmático arte de la navegación vikinga
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l dominio de la navegación en mar abierto fue el aspecto fundamental que permitió a los vikingos aventurarse por el Atlántico con más audacia que ningún otro pueblo hasta entonces. Lo más llamativo es que carecían de instrumental avanzado: no conocían la brújula. Sólo se sabe que utilizaban plomadas para medir la profundidad del agua, como refleja una de las imágenes del famoso Tapiz de Bayeux, y que recurrían a las llamadas piedras solares (cristales de espato de Islandia) para orientarse. Su destreza náutica se debía a una larga experiencia práctica: armar naves era ya una especialización de los escandinavos mucho antes de iniciarse la época vikinga, porque el mar era parte intrínseca de la comunicación humana en esa región, ya fuera en Noruega, con sus asentamientos a lo largo de la línea de costa de sur a norte accediendo por los fiordos, o en Dinamarca, con su miríada de islas. Esta experiencia se trasluce en su precisión consignando los puntos de referencia en cualquier costa: por ejemplo, en el sur del País de Gales todos los accidentes identificables por los marinos siguen teniendo nombres en nórdico antiguo. Dragones y serpientes. Otro aspecto enigmático es que conocieron tardíamente las velas: el remo fue el medio de propulsión de sus naves hasta el siglo VIII. No obstante, cuando pasaron a utilizar la fuerza del viento lo hicieron con enorme
habilidad. Sus velas características estaban hechas en lana con tiras de diferentes colores. En lo que sí fueron pioneros es en el uso de la quilla, hoy considerada la pieza más importante de un barco. Es en los barcos vikingos desenterrados por los arqueólogos donde encontramos las primeras quillas, que permitieron aprovechar mucho más el impulso del viento. Las flotas vikingas eran muy diversas. El tipo de embarcación más conocido es el drakkar (dragón, por la proa en forma de este animal mitológico). Era una nave de guerra o de prestigio. También muy utilizado en batalla era el snekke (serpiente), gran bajel para la época, de hasta 30 metros de eslora y que podía embarcar a 90 hombres.
Los vikingos fueron continuadores de la destreza escandinava armando navíos. En la ilustración, construcción de un snekke.
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El Danelaw comprendía desde el Támesis hasta el estuario Humber, cerca de York en el Mar del Norte. Esto equivalía a los reinos por entonces existentes de Northumbria, Mercia, Estanglia y Essex. El historiador especialista en la época Richard Hall ha escrito que “sería paradójico que resultara que el arquetípico pueblo inglés, un claro producto medieval, debiera sus orígenes a vikingos invasores”. Que se instalaran más establemente no significó que cesaran los conflictos. Su rey Guthrum mantuvo constantes enfrentamientos desde 874 contra el sajón Alfredo de Wessex. Ambos estuvieron al filo de la derrota en varias ocasiones, hasta que en 878 Alfredo venció a los escandinavos en la batalla de Ethandun (Edington). Guthrum se batió en retirada a una fortaleza en Chippenham, pero fue sitiado y acabó por rendirse. Para concederle la paz Alfredo lo conminó a abrazar el cristianismo, lo que el danés aceptó. Se bautizaría en el año 878 en la villa real de Wedmore, en un acto en el que el rey sajón aceptó ser su padre adoptivo para acogerlo en la fe. Este paso del cambio de religión marcaría el inicio de una etapa de convivencia y mayor asimilación de los vikingos, aunque mantuvieron muchas de sus peculiaridades –lo que hoy llamaríamos “hechos diferenciales”– en el territorio del Danelaw.
Hasta la península Ibérica y más allá Por supuesto, los vikingos llegaron mucho más al sur de las Islas Británicas. En 844 está registrado
En 844 atacaron Sevilla, lo que da idea de su destreza como navegantes: 2,500 km por mar y 100 más por el Guadalquivir. nada menos que un ataque sobre Sevilla, lo que da una idea de su destreza en la navegación: no sólo arribaron a una ciudad alejada 2,500 kilómetros al sur, sino que después del complicado viaje por mar también remontaron el curso del Guadalquivir durante casi cien kilómetros para alcanzar su objetivo. Se trataba, según los Anales Complutenses, de una nutrida flota de 54 naves que previamente había asolado Gijón, La Coruña, Lisboa y Cádiz, entre otras ciudades, y es posible que también pisara África. En Andalucía se hicieron con grandes riquezas, aunque también sufrieron muchas bajas en sus luchas con los ejércitos de Abderramán II. Esto pudo influir en que tardaran más de 15 años en volver a los reinos musulmanes de Al-Ándalus. Pero cuando regresaron, los vikingos se internaron en el Mediterráneo y establecieron pronto una base invernal –al estilo de lo que habían hecho en Irlanda e Inglaterra–. En este caso se encontraba en Camarga, en la Provenza francesa, desde donde acometerían incursiones en las cercanas Arlés y Nimes, pero también se atreverían a ir hasta Pamplona, adonde llegaron en 859 remontando el Ebro para apresar al rey navarro García I Iñíguez. Lo liberaron previo pago de un millonario rescate: 70,000 monedas de oro. muyinteresante.com.mx
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GUERRAS DE TRONOS
Escandinavos en Vinland. El primer explorador vikingo que pisó estas tierras americanas –entre la península del Labrador y la isla de Terranova–, Leif Eriksson, las llamó así, Vinlandia, por la abundancia de viñas. Otros colonos lo siguieron, entre ellos su concuñado Thorfinn Karlsefni, un comerciante islandés que fue el último en llegar (representado en el cuadro arriba).
En Francia ya habían hecho estragos años antes. Pusieron sitio a París en varias ocasiones, la primera de ellas en 845, cuando llevaron hasta allí una enorme flota de 120 bajeles. El rey Carlos II el Calvo, nieto de Carlomagno, se vio obligado a pagar 7,000 libras de oro y plata (unas 2.5 toneladas) para que aceptasen marcharse. Tal fue su presión sobre los reinos europeos, que los monarcas de Francia y otros lugares acuñaron a la fuerza un nuevo impuesto que denominaron danegeld, que los vasallos debían pagar para poder luego abonar con él el tributo a los daneses (vikingos) para que los dejaran tranquilos.
Los primeros rusos eran vikingos En sus andanzas por la Europa del sur, los guerreros del norte llegarían hasta Sicilia, donde fundaron un reino normando que se prolongó durante los siglos XI y XII. Pero los vikingos no solamente se dedicaron a asolar las costas occidentales. Menos recordadas que esas correrías son sus impor-
Los vikingos acabaron por convertirse al cristianismo y quedaron asimilados a las culturas de los pueblos que conquistaron.
tantes huellas en el este de Europa. De hecho, se les puede considerar uno de los pueblos fundadores de lo que hoy conocemos como Rusia. En las estepas eslavas, su presencia fue continuada y perdurable: se les conocía con el apelativo de varegos y se sabe que en el año 859 ya exigían tributo a los pueblos eslavos y fineses establecidos en el norte y centro de Rusia; también que, en el año 860, los varegos participaron en la guerra ruso-bizantina que culminó con un ataque contra Constantinopla. Por aquel entonces, los escandinavos probablemente tenían un papel preponderante en el gobierno del Jaganato de Rus, una especie de protorreino o ciudad-Estado creado por “hombres del norte” (“nortmannos”, en los documentos de la época) en Rusia, cuyo líder recibía el título de Jagán. Más adelante, estos “normandos” siguen protagonizando la Historia de Rusia: en 862, el vikingo Ulrich funda la ciudad de Nóvgorod; en 879, los herederos del varego Rúrik establecen Kiev como la capital del dominio de los llamados “vikingos rus”, nombre que está en la raíz etimológica del país.
Islandia, esencia normanda en la “tierra del hielo” En Rusia es donde primero los escandinavos tenderán a fusionarse con los pueblos que asaltan y conquistan. Lo mismo ocurrirá más adelante en Inglaterra, Irlanda o Francia (cuando leamos “normandos”, tenemos que pensar que esencialmente eran vikingos, o sus hijos y nietos). Un factor que aceleró esta asimilación fue la corta esperanza de vida en la sociedad vikinga. También contribuyó a ello, más adelante, la creación de reinos estables y organizados.
Apodos muy curiosos
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viajeros Erik el Rojo (por su cabellera y barba pelirrojas) y su hijo Leif el Afortunado (por sus descubrimientos y suerte, al encontrar a unos náufragos a la vuelta de su viaje a América). También hay apodos que no tienen fácil explicación y que han dado pábulo a multitud de teorías. Es el caso de Ivar el Deshuesado, importante caudillo hijo de Ragnar Lodbrok. Se ha especulado con que su apelativo pudiera deberse a que padeciera un tipo de osteogénesis imperfecta, la enfermedad conocida como “huesos de cristal”, lo que explicaría también por qué se dice de él en las sagas que era llevado sobre un escudo por sus soldados.
Estatua dedicada a Leif Eriksson el Afortunado en Reikiavik, capital de Islandia.
Harald Diente Azul. Hay apodos que han gustado tanto que hoy designan objetos de nuestra vida cotidiana. Por ejemplo, los móviles y tabletas que utilizan la tecnología inalámbrica bluetooth (diente azul) deben su nombre al apodo del rey de Dinamarca y Noruega Harald Diente Azul. No es de extrañar que la denominación se le ocurriera a una empresa sueca, Ericsson, autora de la patente.
FOTOS: GETTY IMAGES; LATIN STOCK
L
os vikingos tienen sin duda la onomástica más curiosa y divertida de toda la Edad Media. En la denominación de sus reyes y personajes destacados, ya sean históricos o legendarios, el nombre propio siempre va acompañado de un apodo muy gráfico que hace alusión a atributos físicos o a virtudes y defectos del individuo en cuestión. Desde Erik Hacha Sangrienta a Harald Cabellera Hermosa, Sven Barba Hendida, Ragnar Calzas Peludas o Gaulag Lengua de Víbora, podemos encontrar los más sorprendentes apodos en las sagas islandesas que han perpetuado la memoria de estos personajes. Dos de los más conocidos, sin duda, son los muy
Hay un lugar donde el espíritu vikingo se mantendría con más integridad que en ningún otro. Se trata de Islandia. Cuando los exploradores vikingos llegaron a esta “tierra del hielo” por primera vez en el año 870 y la circunnavegaron, se encontraron con que estaba deshabitada. Algunos tripulantes de esa expedición y de otras posteriores se quedaron y se transformaron en los primeros colonos. Así, los vikingos dominarían Islandia sin oposición durante 400 años, impregnándola de su cultura “anárquica y descentralizada”, en palabras del historiador Paddy Griffith. Por eso, en la historia islandesa es en donde mejor se puede buscar para conocer los datos y los nombres de los significados líderes vikingos. Allí se escribieron sagas –en fechas tan avanzadas como el siglo XIII– dedicadas a recordar a los primeros héroes de este pueblo, cuando en otros lugares los escandinavos preferían dar lugar a pueblos nuevos. No sería hasta 1262 cuando Islandia caería finalmente dentro de la égida de la corona noruega.
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En América antes que Colón Cada vez ofrece menos dudas la historicidad de la presencia vikinga en territorios norteamericanos mucho antes de Cristóbal Colón. Si la llegada a Groenlandia a finales del siglo X es un hecho más que documentado arqueológicamente, en tiempos más recientes se ha empezado a hallar el rastro de una implantación en el continente americano, en concreto en Terranova, Canadá. Erik el Rojo, un aventurero, fue el primero en llegar a Groenlandia hacia el año 982. Allí establecería, tras una segunda expedición con 25 barcos, dos importantes asentamientos (llamados Oeste y Este), preludio de una implantación que llevaría siglos después a que Groenlandia formara parte de los dominios de la corona danesa. Erik también impulsaría a sus hijos a seguir la tradición familiar, después de escuchar los relatos de otro islandés, Bjarni Herjólfsson, que, intentando alcanzar Islandia, había sido desviado por los vientos hacia una lejana tierra mucho más al oeste. De este modo, Erik envió a su segundo hijo, Leif Eriksson, en una expedición que llevaría a éste a pasar el invierno del año 1000 en la isla de Terranova (actualmente perteneciente a Canadá), un lugar mucho menos inhóspito, por su latitud más al sur, que las tierras groenlandesas. La presencia de viñas en aquel lugar propició que denominaran al lugar Vinland. Después de Leif, también su hermano Thorvald y su hermana Freydis viajarían a la nueva tierra de promisión. Una última expedición fue liderada por un comerciante islandés llamado Thorfinn Karlsefni, vinculado familiarmente a los Eriksson, ya que se había casado con la viuda de otro de los hermanos, Thornstein.
A pesar de la idílica descripción de Vinland, con sus parras y sus prados, las cosas no fueron fáciles para los vikingos allí. Se vieron enfrentados a constantes luchas con los nativos –a los que ellos llamaban skraeling– y esto parece que acabó por persuadirlos de la imposibilidad de mantener un asentamiento estable en tan agresivo lugar. Se han encontrado restos de poblamiento, con instrumental para la reparación de barcos, en la zona de L’Anse aux Meadows, en Terranova, y la datación de los objetos con carbono-14 indica que la ocupación duró tan sólo hasta 1020; es decir, menos de 40 años después del primer viaje.
L’Anse Aux Meadows. En este paraje al norte de Terranova, Canadá, un equipo de arqueólogos desenterró entre 1961 y 1968 un asentamiento vikingo de casas de adobe –en la foto, arriba– que incluía asimismo una fragua, un horno y un cobertizo con instrumental para reparar barcos.
Fin de la era de los hombres del norte En América los vikingos carecieron de los medios humanos y materiales para instalarse permanentemente. Era un confín demasiado lejano para los ya de por sí escasos colonos de Groenlandia. En el resto de lugares donde se habían implantado, la historia de su final fue algo distinta, aunque en general cabe resaltar la falta de masa crítica suficiente (ya se ha mencionado su escasa esperanza de vida) para mantener una “era vikinga”. Así que no estamos tanto ante la desaparición de un pueblo como ante el final de una cultura. Los pueblos escandinavos acabaron por convertirse al cristianismo; ya vimos cómo, en el caso de Inglaterra, ésa fue la condición para la paz. Junto a eso, hay dos acontecimientos políticos que también influyen en gran manera: la derrota en la batalla de Stamford Bridge, en 1066, del ejército del rey noruego Harald III el Implacable, en su intento fallido de hacerse con el trono de Inglaterra (lo que hubiera podido cambiar la relación de fuerzas de la Historia); y un siglo antes, en 911, el pacto por el que el rey de Francia Carlos el Simple cedió la futura Normandía a los vikingos. Su líder Rollón el Caminante (Hrolf Ganger) iniciaría allí una dinastía que jugó un papel crucial en la historia de Europa, al vencer a los sajones en la batalla de Hastings y apoderarse del trono inglés. Pero eran ya más normandos que vikingos, igual que, en el este, más rusos que normandos. La civilización de los lugares que durante 200 años habían asaltado acabó por conquistarlos.
LIBRO Los vikingos: el terror de Europa Paddy Griffith, Ariel, 2013. Este innovador y bien documentado estudio establece los hechos que explican el origen de dicho pueblo y su terrible reputación.
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HISTORIA
GUERRAS DE TRONOS
sa
El camino del caballo y el arco. Eso significa “Kyuba no michi”, el primer código caballeresco de los samuráis, surgido en el s. XII. En su origen, fueron los militares de más alto rango –apenas un 10% de la población–, pues sólo los pudientes podían costearse la montura y el entrenamiento. En este grabado a color, un samurái medieval con toda su parafernalia. 72
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Guerreros del Japón medieval
Realidad y mito
muráis de los
Su legendaria imagen de soldados dotados de un código de honor suicida y armados con catanas surgió en su etapa de decadencia. En su origen, formaron una casta de caballeros feudales especializada en el arte militar. Por Roberto Piorno
FOTO: GETTY IMAGES
B
ushido es un vocablo que evoca atávicos valores marciales y filosóficos; el alma misma del samurái, forjada en torno a una lealtad inquebrantable a su daimio (señor feudal); el sentido del honor a prueba de sables; una actitud desprendida y temeraria ante la muerte; la devoción por el deber... La estampa legendaria del guerrero nipón que, en última instancia, ante la inminencia de una muerte indigna, empuña su wakizashi para abrirse el vientre, cometer seppuku y morir así como un samurái digno de su nombre. La realidad, sin embargo, está muy lejos del mito. El término bushido, de hecho, está completamente ausente de las fuentes y la literatura japonesas hasta muy entrado el siglo XVII. Para entonces Japón era un país unificado y en paz, gobernado con mano de hierro por el shogún Tokugawa Ieyasu. La guerra endémica –característica de los siglos precedentes y estado natural de un país militarizado en el que, forzosamente, la casta guerrera ocupaba una posición jerárquica de gran privilegio– era sólo un vago recuerdo del pasado. La batalla de Sekigahara en 1600 y la caída de Osaka 15 años después marcan, estrictamente hablando, el final de la era samurái propiamente dicha. Sin guerras en las que luchar, el país no necesitaba más espadas. El bushido forma parte de un proceso dilatado en el tiempo de reinvención y justificación ideológica de una casta que se sabía obsoleta e inútil en el contexto de un país sin batallas y que, por ello, buscaba desesperadamente una coartada ética para conservar sus cada vez menores privilegios.
El bushido, una coartada ética y estética Esa coartada la proporcionaron fundamentalmente dos personajes: el erudito confuciano Yamaga Soko, que en sus textos defendía la posición de los samuráis como garantes del orden y ejemplo moral para el conjunto de la sociedad, y Yamamoto Tsunetomo, samurái del clan Saga sin la menor experiencia militar a sus espaldas y autor del célebre Hagakure, una suerte de codificación de los principios éticos del guerrero nipón rubricada con la lapidaria sentencia “El camino del samurái reside en la muerte” (una frase, en la práctica, carente de todo contenido). La realidad es que el bushido y los supuestos ideales del buen samurái tomaron vuelo especialmente a partir del siglo XIX, con el país en pleno frenesí ultranacionalista e imperialista y la guerra Chino-Japonesa (1894-1895) como telón de fondo. En la edad dorada de los samuráis –el periodo que se extiende entre el siglo XII y el XVI– jamás existió un código de valores guerreros, la traición estaba a la orden del día, servir al mejor postor no estaba mal visto y ningún samurái en su sano juicio se abría el vientre en canal si podía huir para luchar otro día. Ni siquiera la imagen del guerrero espadachín, diestro con la catana y esgrimista infalible, corresponde a la realidad medieval. El daisho (nombre del juego de espadas formado por la catana y el wakizashi) sólo se popularizó en el siglo XVII y dentro del periodo Sengoku de guerra endémica entre clanes por la supremacía en el país; e incluso entonces el yari –la lanza– era el arma por antonomasia del samurái, como siglos antes lo había sido el arco.
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GUERRAS DE TRONOS
En este grabado, los principales ejércitos y sus movimientos de tropas en el transcurso de la decisiva batalla de Sekigahara.
La madre de todas las batallas
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i Oda Nobunaga ni Toyotomi Hideyoshi lograron su objetivo de unificar Japón bajo su hegemonía antes de morir. A la muerte del segundo se constituyó un Consejo de Cinco Regentes que debía pilotar la transición hasta que Toyotomi Hideyori, sucesor de Hideyoshi y un niño por aquel entonces, fuera mayor de edad. Uno de los cinco regentes, Tokugawa Ieyasu, tenía sus propios planes y no estaba dispuesto a respetar la voluntad de Hideyoshi. En abierta rebelión, Ieyasu forjó una alianza que englobaba a una decena de clanes, mientras que Ishida Mitsunari, fiel a la facción de los Toyotomi, lideró el bando de los leales al heredero. Así se formaron los ejércitos del este (con Ieyasu al frente) y del oeste (con Mitsunari como líder), que chocaron en la batalla de Sekigahara el 21 de octubre de 1600. Fue la mayor confrontación en suelo japonés de la Historia, con entre 160,000 y 200,000 soldados desplegados en el campo de batalla. Hideaki dio la victoria a Ieyasu. El encuentro tuvo un desarrollo incierto y la victoria no parecía inclinarse hacia ningún bando hasta que Kobayakawa Hideaki, en un principio alineado con Mitsunari y siempre indeciso con respecto al ejército al que apoyar, decidió en última instancia lanzar a sus tropas contra el ejército del oeste. Así desbarató la estrategia de los leales a Toyotomi y decidió la suerte de la batalla en favor de Tokugawa Ieyasu, quien aplastó toda resistencia, fue nombrado shogún y unificó Japón bajo su yugo.
De la irrupción de los bushi a la era Kamakura
Arqueros a caballo antes que espadachines. En contra de la imagen popular que existe de los samuráis, los de la Edad Media usaban como arma principal el arco japonés, si bien recurrían a la tachi (abajo), espada precursora de la catana, para la lucha cuerpo a cuerpo.
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Los samuráis del Medievo se parecían muy poco en realidad a los samuráis ociosos del periodo Edo. Fue a finales del siglo XII cuando comenzó a forjarse la espina dorsal de un nuevo orden en el país del Sol Naciente. El viejo orden del periodo Heian se resquebrajaba irreversiblemente ante el colapso paulatino del poder central, como resultado de décadas de enfrentamientos y desencuentros entre el centro y la periferia, entre la nobleza tradicional y las nuevas élites provinciales que basaban su riqueza e influencia en la tierra. Es en
este contexto en el que se produce la irrupción en la Historia de los bushi (samuráis), terratenientes que ante el vacío de poder en la capital, Kioto, dan un paso al frente procurándose sus propios medios de defensa y emergiendo así como una nobleza guerrera que se extiende imparable. Estos bushi tejieron redes clientelares a base de proteger a los pequeños propietarios más débiles, lo que dio lugar a la formación de poderosos clanes. Esta nueva clase social pronto se convertirá en un formidable contrapeso al poder cada vez más debilitado del emperador; contrapeso especialmente encarnado en los dos clanes predominantes del periodo: los Taira y los Minamoto. Ambos se enzarzaron entre 1180 y 1185 en una cruenta guerra sin cuartel que volaría por los aires de una vez por todas el viejo orden, relegando al emperador a la posición de mero títere y formalizando el relevo de poder desde la nobleza cortesana tradicional a esta nueva nobleza guerrera. En ésta emergió la prominente figura de Minamoto no-Yoritomo, quien, tras la batalla de Dan-no-ura, llevó a su clan a la victoria en la Guerra Genpei, estableciendo su base en Kamakura. Desde allí gobernó Japón de facto como shogún (gobernador militar), dando así inicio a la era de hegemonía samurái y al periodo Kamakura, que se extendió desde 1192 a 1333. Minamoto dotó de una dimensión legal e institucional a su poder con la constitución de un nuevo régimen, el bakufu, que habría de mantenerse en pie hasta mediados del siglo XIX.
El camino del caballo y el arco El samurái del periodo Kamakura en poco se parece al héroe legendario del imaginario colectivo. Los oficiales –esto es, los bushi de alto rango– eran seleccionados de entre aquellos vasallos con habilidades demostradas en el manejo del arco y el caballo. Sólo los más pudientes podían costearse una montura y dedicar el tiempo a entrenar la precisión en el disparo al trote o al galope. Así, los primeros samuráis eran arqueros a caballo y no espadachines. Apenas hay referencias en las fuentes del periodo al empleo de espadas en los campos de batalla entre los samuráis; el arma por excelencia era el arco japonés, muy similar al que en la actualidad se emplea para la práctica del kyudo. Nace así el Kyuba no michi (el camino del caballo y el arco), una suerte de código caballeresco que, entre otras cosas, determinaba el valor y la excelencia de un guerrero de acuerdo con su nivel de pericia con el arco. Los combates se libraban entre contingentes de caballería armados con arco y flechas y en ellos era frecuente, según el testimonio de las fuentes contemporáneas, la celebración de duelos individuales entre los arqueros más expertos y diestros de cada bando. Naturalmente,
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el acero no estaba completamente ausente de la rutina guerrera del samurái: en el cuerpo a cuerpo podía hacer uso de su tachi –espada precursora de la catana– o de su tanto, una pequeña daga muy útil como último recurso de ataque y defensa.
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Kusunoki, héroe nacional La guerra a caballo, y con ella el Kyuba no michi, fue perdiendo peso progresivamente a partir del siglo XIV. Poco a poco el arte de la guerra nipón fue transformándose y adaptándose a nuevos terrenos, muy especialmente a partir de las guerras Nambokucho, a finales de siglo, libradas entre dos cortes paralelas que se disputaban la legitimidad y la hegemonía sobre todo el país. Es en este conflicto cuando emerge la figura legendaria de Kusunoki Masashige, quintaesencia de samurái leal a su señor y dispuesto a inmolarse en defensa de sus ideales. Kusunoki se posicionó a favor del emperador Go-Daigo, al que sirvió con eficacia y devoción, y en el empeño revolucionó el arte de la guerra. Resistió como un león al acoso de las tropas del bakufu construyendo numerosas fortificaciones en las montañas de la región de Yoshino, lo que llevó los combates a un terreno pedregoso y accidentado en el que las tácticas convencionales no servían, y recurriendo a una guerra de guerrillas atípica, de infantería, que dejaba completamente fuera de juego a los jinetes arqueros del periodo Kamakura. Poco a poco, los códigos caballerescos de los viejos tiempos dejaron paso a un modelo de guerra mucho más cruenta y definitivamente más sucia y práctica. Kusunoki, por su parte, fue fiel a su leyenda hasta el último aliento. Perdida definitivamente la causa de Go-Daigo ante el ascenso imparable de Ashikaga Takauji, que inauguró una nueva dinastía de shogunes, el samurái leal por excelencia vendió cara su piel y decidió morir matando. Así, ofreció su última y feroz resistencia en Minatogawa en 1336, una batalla campal convencional en la que el astuto maestro de la guerrilla no se sentía tan cómodo. Aun sabiendo que no tenía opciones de victoria, no rehuyó el combate ni su responsabilidad pese a estar en abierto desacuerdo con la táctica elegida. Allí, a la orilla de un río, tras seis horas
de heroica resistencia, el león Kusunoki, completamente rodeado, se quitó la vida, muriendo en pie y convirtiéndose en un héroe nacional.
El periodo Sengoku 1467 marca un antes y un después en la historia de Japón. Ese año estalló la Guerra de Õnin entre dos clanes, los Hosokawa y los Yamana, que hicieron de Kioto y sus calles su campo de batalla. Fueron 10 años de destrucción que pusieron de relieve la absoluta debilidad del shogún, incapaz de embridar las ambiciones de los shugo (gobernadores provinciales) y de imponer su autoridad en un país que, en la práctica, se había sumergido en el caos, lo que desató las ambiciones de los diferentes clanes por aprovechar el vacío de poder para engrandecer sus territorios e independizarse de facto de ese poder central ya prácticamente inexistente. Los señores de la guerra competían entre sí reclutando ejércitos cada vez más numerosos y recurriendo a los servicios de un nuevo tipo de soldado de infantería: los ashigaru, campesinos en armas que nutrían en gran número las huestes de los líderes más poderosos del caótico panorama político del periodo. La Guerra de Õnin inaugura un siglo ininterrumpido de conflicto civil sin tregua, de militarización
Tradición y modernidad. Ese contraste emblemático de Japón se aprecia en esta imagen de Osaka, con su skyline de rascacielos al fondo y en primer término su castillo medieval. La proliferación de estas fortalezas y la introducción de las armas de fuego marcaron la época “de Estados combatientes” o guerra civil endémica.
Los bushi irrumpieron en la historia de Japón a finales del siglo XII ante el vacío de poder en la capital imperial, Kioto.
La gesta del león Kusunoki. Quintaesencia del samurái leal a su daimio y dispuesto a inmolarse por sus ideales, Kusunoki Masashige (1294-1336) pasó a la historia nipona con su resistencia y suicidio en la batalla de Minatogawa.
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Ejércitos ingentes. Durante el periodo Sengoku (1467-1615) Japón se militarizó al máximo y en sus enormes contingentes convivieron lanzas, espadas, arcos y arcabuces. Este tríptico de 1843, obra del maestro del ukiyo-e (grabado) Kuniyoshi, nos lo muestra.
Los ronin fueron samuráis que habían perdido su empleo y vagaban por Japón ofreciendo sus servicios al mejor postor. total y absoluta del país, y, precisamente por ello, es la edad de oro de los samuráis. Es sobre todo a partir de mediados del siglo XVI cuando el arte de la guerra samurái sufre su definitiva transformación condicionado, justamente, por el espectacular incremento del volumen de los ejércitos de los diferentes daimios. La proliferación de castillos –y, con ellos, el desarrollo de las técnicas de asedio– y la introducción de las armas de fuego son las principales características del periodo Sengoku (de Estados combatientes), que cubre el tiempo que transcurre desde la Guerra de Õnin hasta la caída del castillo de Osaka en 1615. Tokugawa Ieyasu, el unificador. Una alianza de 11 clanes lo llevó a la victoria en la batalla de Sekigahara (1600). Tras la toma del castillo de Osaka puso fin a las guerras civiles, unificó el país bajo su shogunato e inició una dinastía que duró hasta el siglo XIX. Abajo, en un grabado.
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Nuevos tiempos, nuevas armas La fisonomía del samurái cambia también sustancialmente en este periodo de guerra endémica. El caballo sigue siendo un elemento de estatus relevante, pero cada vez más proliferan los samuráis sin recursos suficientes para costearse una montura. El “camino del caballo y el arco” ya había entrado en franca decadencia en el periodo de
las dos cortes, pero es durante Sengoku cuando se producen cambios significativos en el armamento y en las tácticas de combate samuráis, comenzando por la proliferación de la lanza como arma principal de los guerreros nipones. La longitud de la misma variaba, pero solía rondar los tres metros, aproximadamente, y tenía un doble uso: podía usarse como arma arrojadiza o a modo de pica, en el cuerpo a cuerpo. El arco no desaparece del todo, pero la abrumadora mayoría de representaciones pictóricas contemporáneas de samuráis muestran guerreros empuñando lanzas, independientemente de que se trate de unidades de infantería o caballería. No hay duda de cuál era el arma predilecta en los campos de batalla nipones durante este convulso periodo. Los ejércitos desplegados por unos y otros daimios eran ingentes. Frecuentemente resultantes de la coalición de varios clanes aliados, estos contingentes se subdividían en unidades según el armamento que portaban en batalla. Cada ejército se componía de samuráis montados de alto rango acompañados de sus propios vasallos –samuráis a pie, armados con lanza– y de ashigaru, armados con arcos, lanzas o arcabuces. Eran estos soldados de bajo rango los encargados de portar y disparar las armas de fuego que tan poco tiempo de adiestramiento requerían, y que fueron introducidas en Japón por los portugueses y empleadas por primera vez en batalla en 1549.
Batalla de Sekigahara y toma del castillo de Osaka Con frecuencia tiende a asumirse que los samuráis detestaban las armas de fuego por ser contrarias a sus códigos caballerescos de combate; nada más lejos de la realidad. Los arcabuces fueron una constante en los ejércitos de los señores de la guerra en el periodo Sengoku, y jamás su uso tuvo una connotación negativa. Si su empleo estaba frecuentemente restringido a los ashigaru no era por ningún apego romántico a las armas de acero, sino más bien porque podían ser usadas con gran eficacia y precisión por los efectivos peor entrenados para el combate, permitiendo a los samuráis centrarse en el empleo de armas que requerían mayor pericia y dotes guerreras. Samuráis tan prominentes como Takeda Shingen, Uesugi Kenshin, Oda Nobunaga o Toyotomi Hideyoshi escribieron con sangre la historia de este periodo, pero al final sólo podía quedar uno: Tokugawa Ieyasu, quien derrotó a Ishida Mitsunari en la célebre batalla de Sekigahara, en 1600, en la que chocaron dos ejércitos de más de 80,000 hombres y donde la traición, en última instancia, de Kobayakawa Hideaki, inclinó la balanza del lado de las huestes de Tokugawa Ieyasu,
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¿El arma del samurái?
A
pesar de ser uno de los emblemas de la cultura japonesa, la catana fue una creación china. Forjadas por vez primera entre el siglo X y el siglo XII, eran conocidas como zhanmadao (destripadores de caballos) por su idoneidad para atacar a las unidades de caballería golpeando en el vientre del animal. Pasaron muchos siglos hasta que acabaron por convertirse en las armas japonesas por antonomasia. Símbolo de estatus. El arco y la lanza fueron las dos armas características de los ejércitos samuráis hasta comienzos del siglo XVII y, aunque ya en el periodo Sengoku la catana formaba parte de la panoplia del estamento guerrero nipón, no dejaba de ser un elemento secundario y, desde luego, aún vacío de cualquier connotación simbólica. Fue con el final de las guerras civiles y la pacificación de Japón a manos de Tokugawa Ieyasu cuando se convirtió en el arma distintiva y emblemática de los samuráis formando pareja con el wakizashi, un sable más pequeño con el que conformaba el daisho, la célebre pareja de espadas de los bushi. La catana, al menos desde que se convirtió en ícono por excelencia del samurái, no fue un arma de batalla: cuando se produjo su difusión Japón era un país en paz, sin enemigos exteriores, de tal manera que la espada era poco más que un símbolo de estatus.
a cuyas órdenes combatió una alianza de hasta 11 clanes. Éste rubricó su supremacía 15 años después con la toma del castillo de Osaka y puso fin así a las guerras civiles, unificó el país e inauguró una era de paz que se iba a prolongar durante más de dos siglos y medio.
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“Ronin desempleado busca daimio...”. En Sekigahara y Osaka los ejércitos samuráis velaron armas por última vez, pero los clanes no desaparecieron. Confinados detrás de los muros de sus aparatosos castillos de piedra, los daimios siguieron manteniendo a sus vasallos samuráis, que con el paso de los años se convirtieron en meros burócratas que sólo ponían a prueba sus habilidades marciales, eventualmente, mediante la práctica del kendo (esgrima japonesa). La mayoría de estos samuráis –que son aquellos que leían el bushido y se sometían a sus estrictas normas– jamás desenfundaron su catana, convertida en un mero símbolo de estatus y privilegios insostenibles en un país pacificado, cuyo excedente de guerreros ociosos se había convertido en un lastre para el progreso social y económico de la sociedad japonesa. Muchos de ellos perdieron su empleo y se vieron obligados a vagar por el país en calidad de ronin (en la práctica, un samurái desempleado y vagabundo), en busca de un daimio que se hiciera con sus innecesarios servicios y asumiera su manutención. De entre todos ellos, el más célebre fue sin duda Miyamoto Musashi, que encarna como ningún otro el ideal de espadachín romántico e insensible ante el peligro.
que servir y se convirtió en un ronin errante, un maestro espadachín itinerante en busca de adversarios contra quienes medir sus habilidades con la catana en combate a muerte. La esgrima se convirtió para él en un camino de perfección espiritual, y su leyenda alimentó todo un ideal de vida samurái, el “Musha-shugyo” (peregrinaje del guerrero), de monasterio en monasterio, de dojo en dojo y de duelo en duelo. La realidad es que Musashi –cuyas hazañas con demasiada frecuencia se diluyen en el mito– fue más la excepción que la regla en una era de crepúsculo para los guerreros nipones. Poco a poco, la administración Tokugawa fue tomando medidas para desmantelar el obsoleto estamento samurái. Con todo, agonizaron hasta muy entrado el siglo XIX convertidos ya en una mera reliquia, paladines de las ideas más tradicionalistas y reaccionarias de Japón. La rebelión de Satsuma, protagonizada por Saigo Takamori (en él se inspira el Katsumoto del film El último samurái), fue el último y baldío intento de evitar lo inevitable: el ocaso de una casta guerrera que hacía siglos había perdido toda razón de ser.
En una fotografía de la década de 1890, un samurái ataviado al modo tradicional porta el wakizashi y la icónica catana.
El canto del cisne En 1877, la fracasada rebelión de los samuráis de la región de Satsuma contra el gobierno Meiji fue el ocaso definitivo de esta obsoleta casta guerrera. Abajo, fotograma de la película El último samurái (2003, Edward Zwick), con Tom Cruise en el –ficticio– rol de un estadounidense implicado en la revuelta.
Los últimos samuráis Musashi sí era un samurái de vieja escuela: combatió en el bando perdedor en la batalla de Sekigahara y se forjó en los años finales del periodo Sengoku. Al acabar la guerra quedó sin daimio al muyinteresante.com.mx
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La cansada y enferma “banda de hermanos” Los ingleses llegaron a la batalla de Agincourt (25 de octubre de 1415, día de San Crispín) tras una larga y agotadora marcha y mermados por la disentería y el hambre. Pero Enrique V apeló al patriotismo, la unión y la justicia de su causa y logró una épica victoria.
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En 1415, durante la Guerra de los Cien Años, Enrique V llevó a cabo una de las hazañas más famosas de la historia de Inglaterra. Su muerte impidió que esa victoria diera sus frutos y, 40 años más tarde, el país se sumió en una guerra civil. Por Rodrigo Brunori
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n 1413, Enrique V fue coronado rey de Inglaterra y, al poco tiempo, tomó una medida que, entonces igual que ahora, pareció extrema: exigió a Francia la devolución de todos los territorios que consideraba suyos –nada menos que un tercio del reino– y reclamó su derecho a heredar el trono. Tales pretensiones eran mucho más que una ocurrencia pasajera. Enrique amenazó primero con la guerra, luego invadió el país y, en 1415, contra todo pronóstico, ganó la batalla de Agincourt, una de las victorias más recordadas, celebradas y alabadas de toda la historia inglesa. Pero para entender la exigencia de Enrique V hay que retroceder tres siglos y medio, hasta la batalla de Hastings de 1066, cuando Guillermo, duque de Normandía, se apoderó de las Islas Británicas. Surgió entonces un escenario nuevo en el que los reyes de Inglaterra mantuvieron enormes posesiones a ambos lados del Canal de la Mancha, lo que provocó gran irritación y fundados recelos en los sucesivos reyes de Francia.
Francia e Inglaterra, una eterna disputa Con el paso del tiempo, la situación no mejoró, sino todo lo contrario. A mediados del siglo XII, Enrique II llegó a poseer toda la mitad occidental de Francia gracias a su propia herencia y a lo que obtuvo debido a su matrimonio con Leonor de Aquitania. En 1204 Juan sin Tierra perdió Normandía y esto generó en Inglaterra una profunda frustración. Se vivió durante décadas en un estado de conflicto permanente, una especie de “guerra fría” con ocasionales enfrentamientos armados, hasta que, en 1337, un rey inglés, Eduardo III, intentó por primera vez hacer valer sus credenciales dinásticas y reclamó su derecho al trono francés, lo que desencadenó la Guerra de los Cien Años [ver segundo recuadro]. La pretensión de Enrique V se enmarcó dentro de esa amplia disputa y se explica también por razones de política interna. Enrique V era hijo de Enrique IV, quien accedió ilegalmente al trono en 1399 tras deponer a su primo Ricardo II, a quien hizo morir en prisión. Fue el primer rey de la dinastía Lancaster, que nació así con el estigma de una gran indignidad, un pecado original que desató una guerra civil y se convirtió en la semilla de futuros conflictos. El joven Enrique V fue entonces famoso por su vida disoluta y su gusto por los barrios bajos, que frecuentaba junto a juerguistas irredentos, pero esto no le impidió tomar parte en los asuntos de su tiempo: con 16 años entró por primera vez en combate en la batalla de Shrewsbury (1403), donde se desempeñó con heroísmo y fue horriblemente herido en la cara. Enrique creció, pues, en un ambiente de violencia fratricida y en estrecho contacto con el pueblo llano, lo que tuvo un inmenso impacto en la formación de su carácter. Por eso, cuando el rey murió –se cree que de lepra, castigo divino– y él subió al trono, se impuso como prioridad restañar las heridas y unir al país. Es significativo que la primera medida que tomó fue sepultar al depuesto Ricardo II en Westminster con todos los honores, lo cual ilustra ese deseo de reconciliación y su interés por comenzar una nueva etapa. muyinteresante.com.mx
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Agincourt como fuente de inspiración
Él lo empezó todo Eduardo III (13121377; arriba, retrato anónimo) fue el primer rey inglés que intentó hacer valer sus credenciales dinásticas para acceder al trono de Francia. Sucedió en 1337 y desencadenó la Guerra de los Cien Años entre ambas naciones.
La imagen que da Shakespeare de Ricardo III es en cambio atroz, un villano sin redención posible. Esta visión tan negativa ha sido discutida, pero con escasa fortuna. La forma en que se hizo del poder y la desaparición de los Príncipes de la Torre lo condenan para siempre al papel de malvado.
Dibujo que ilustra una edición de Enrique V (1600), de William Shakespeare. Recrea la famosa arenga del rey a sus soldados antes de combatir en Agincourt: “Nosotros, pocos y felices...”.
El nuevo rey mostró enseguida una gran personalidad y enormes dotes de persuasión, además de una capacidad inédita para comunicarse con la gente común. Destacó sobre todo su uso del lenguaje. Desde la conquista normanda, fue el primer monarca que escribió su correspondencia en inglés y se dirigió al pueblo en inglés y no en el francés de las élites. Así logró insuflar en el país un verdadero espíritu de unidad nacional y, cuando planteó su reivindicación sobre la corona de Francia basándose en el precedente de Eduardo III, consiguió que el Parlamento aprobara los impuestos con los que debía financiar la campaña. En agosto de 1415, un ejército inglés compuesto por 12,000 hombres desembarcó en Francia y puso sitio al puerto de Harfleur. La operación fue una gran victoria, pero duró más de lo esperado –seis semanas– y el ejército sufrió numerosas bajas por una epidemia de disentería. En esas circunstancias, lo más recomendable era volver a Inglaterra a reponer fuerzas y pasar el invierno. Sin embargo, en lugar de embarcar directamente, Enrique decidió volver por Calais –en ese momento, en poder de los ingleses–, lo que supuso una larga marcha a través de Normandía. Por qué tomó Enrique esa decisión no está claro, pero se ha apuntado que Harfleur le supo poco y que, a pesar de la enfermedad y el cansancio, lo que buscaba era entrar en batalla.
El rey de cristal y el delfín glotón Parece obvio que Enrique intentaba aprovechar los problemas de sus adversarios, que no eran pequeños. Durante el sitio de Harfleur, lanzó un 80
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desafío público al heredero al trono francés para que resolvieran la disputa en un combate mano a mano. Dadas las características de su oponente, esto tenía una importante carga de ironía. El hijo del rey de Francia, el llamado ‘delfín’ Luis, era un joven de 18 años con problemas de sobrepeso y aficionado a la buena mesa que resulta completamente inútil para la lucha, porque era incapaz de dar un simple paseo por París sin desfallecer. Su padre, el rey Carlos VI, no estaba mejor. Llevaba décadas sufriendo problemas mentales que le producían alucinaciones en las que creía llamarse Jorge y estar hecho de cristal. Para colmo, el país se encontraba sumido en una guerra civil entre el bando de Borgoña, dirigido por el duque Juan sin Miedo, y el de Armagnac, del duque de Orleans. El odio entre estos dos hombres fue determinante para que al final el mando francés en Agincourt fuera un verdadero caos. Enrique y su ejército se dirigieron hacia el norte, en dirección a Calais, y los franceses los adelantaron y les fueron cerrando el paso. A la altura del río Somme se vieron obligados a desviarse hacia el interior, hasta encontrar un vado que no estuviera defendido por el enemigo. La estrategia francesa optó por retrasar al máximo el encuentro, puesto que aún esperaban recibir más fuerzas. Enrique, en cambio, sabía que la batalla era inevitable y se decidió por la provocación, para lo cual se dedicó a pasearse a tiro de piedra del enemigo con una corona de oro de insultantes dimensiones. La presencia del ejército inglés desfilando por Normandía supuso para los franceses
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a figura de Enrique V ha tenido gran influencia en los siglos posteriores. Shakespeare le asignó un importante papel en tres obras (la que lleva su nombre y las dos que dedica a su padre, Enrique IV), de aliento nacionalista inglés. El retrato del personaje es complejo, como corresponde al genio de Shakespeare. Enrique es un gran líder, con una capacidad de persuasión y un magnetismo fuera de lo común, pero también un político frío que aplica la razón de Estado sin remordimientos. Esto se ve en cómo repudia a Falstaff –personaje basado en Sir John Oldcastle, un viejo amigo al que Enrique hizo quemar en la hoguera–, así como en la amenaza de violaciones y rapiñas en el sitio de Harfleur y la muerte en la horca de su antiguo compinche Bardolph. Héroe de cine, villano teatral. En plena Segunda Guerra Mundial, Churchill convenció a Laurence Olivier para que hiciera una película sobre el personaje que diera moral a las tropas, coincidiendo con el desembarco de Normandía. Enrique V (1944) deja fuera el Complot de Southampton –conspiración contra el rey anterior a Agincourt–, para eliminar cualquier voz discordante, y también pasa por alto que los enemigos de Enrique, los franceses, eran en ese momento los aliados.
Fuerzas dispares La victoria de Inglaterra en esta batalla fue más meritoria si cabe porque los efectivos franceses los doblaban en número (si bien la disparidad se exageró hasta límites absurdos en las crónicas). A la izquierda, arqueros y caballeros de ambos bandos en una miniatura francesa del siglo XV.
una afrenta cada vez más difícil de soportar. Y así, tras dos semanas y media de marcha y 420 kilómetros recorridos, el 25 de octubre, día de San Crispín, los dos ejércitos al fin se encontraron.
Enrique V fue el primer rey desde la conquista normanda que hablaba al pueblo en inglés y no en el francés de la élite.
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Una “banda de hermanos” El número de soldados que participaron en Agincourt ha sido muy discutido. En las crónicas de la época, la disparidad de fuerzas se exageró hasta límites absurdos a fin de exaltar la épica (se hablaba de 100,000 franceses frente a un puñado de ingleses). Casi dos siglos más tarde, Shakespeare, en Enrique V, se sumó a esa visión con la famosa arenga del rey a los soldados: “Nosotros, pocos y felices, banda de hermanos...”. Investigaciones más fiables hablan, sin embargo, de una proporción de dos a uno (unos 16,000 frente a 7,000 u 8,000), lo cual es mucho, pero no tanto como se pretendía. Sí es verdad que los ingleses se encontraban exhaustos, hambrientos y devastados por la enfermedad. El campo de batalla fue decidido por Francia, lo que según los cánones de la guerra medieval constituía una ventaja. Pero en este caso la máxima no se cumplió. El choque tuvo lugar en una estrecha extensión de terreno situada entre dos bosques, lo que permitió a Enrique colocar a sus arqueros entre los árboles, protegidos por barreras de estacas clavadas en el suelo. Tanta capacidad de previsión sugiere que Enrique pudo haber tenido acceso al plan de ataque a través de espías. Los franceses se equivocaron también en la elección de la ballesta como arma de combate. La estrella de Agincourt fue el arco largo inglés –el longbow–, de gran potencia, cuyo disparo llegaba más allá de los 300 metros, una distancia en la que causaba heridas y hacía rodar caballos, y que en rangos más cortos resultaba letal; de cerca, las f lechas incluso penetraban en las armaduras de los nobles. Pero lo que marcaba una enorme diferencia era la velocidad de re-
carga: cinco o seis f lechas por minuto frente a las dos o tres de la ballesta. Los arqueros constituían nada menos que el 75% del ejército inglés. Fue una apuesta arriesgada de Enrique, en la que sin duda acertó. Cobraban, además, sólo siete peniques al día, la mitad que el resto. Uno de los muchos errores colosales de los franceses en Agincourt fue despreciar la capacidad de los arqueros a los que iban a enfrentarse.
La trampa mortal La batalla duró tres horas y fue un infierno para los franceses de principio a fin. En primera línea se había colocado la caballería, con una serie de nobles deseosos de hacer prisioneros por los que luego pedir rescate (una costumbre habitual en la época). Debido a problemas de coordinación, la caballería cargó en un momento inadecuado y con efectivos insuficientes y quedó a merced de los arqueros, que disparaban protegidos tras las estacas. El terreno estaba embarrado y era demasiado estrecho y por detrás venía presionando la infantería con los ballesteros. Pronto se produjo una acumulación de hombres y caballos –algunos vivos, otros muertos– en la que nadie podía maniobrar ni moverse y contra la que los ingleses se dedicaron a practicar el tiro al blanco desde los árboles. Esto explica que Agincourt haya sido para Francia una derrota sin paliativos, en la que la diferencia en el número de víctimas sí es indiscutible. Por supuesto no hay cifras exactas, no obstante se habla de entre 200 y 400 ingleses muertos frente a una horquilla que va de los
El arma estrella de Agincourt. Se trató sin duda del arco largo inglés o longbow (arriba, grabado), cuyo potente disparo llegaba a más de 300 metros de distancia y que podía recargar cinco o seis flechas por minuto. Ante tal eficacia, poco pudieron hacer las ballestas del ejército de Francia.
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Regreso triunfal de Enrique V Ruan, el lado oscuro. Durante el sitio de esta ciudad fortificada francesa (1418-1419), Enrique V mostró su faceta más fría, cruel y despiadada cortando la salida a los que huían para dejarlos morir de hambre en el foso. A la derecha, el asedio reproducido en una miniatura de 1484.
6,000 a los 10,000 franceses. Este catastrófico resultado se debió también a la falta de unidad en el mando francés, compuesto por tres duques (el de Borgoña y el de Orleans, enfrentados en la guerra civil, más Juan I de Alençon) y dos competentes militares profesionales, Carlos de Albret y Juan Le Maingre. Muy a su pesar, estos últimos se vieron obligados a obedecer las órdenes de los aristócratas, con las desastrosas consecuencias ya analizadas. El lado inglés, en cambio, contó con el brillante liderazgo de Enrique V, quien además de acertar en las cuestiones tácticas fue capaz de unir e inspirar a sus soldados. Enrique se esforzó en todo momento por transmitir la justicia de la causa por la que combatían (lo que suponía que tenían a Dios de su parte) y presentarla como la lucha del hombre común contra la prepotencia de los aristócratas. Su capacidad para comunicarse con el pueblo fue evidente. Con su hábil uso del lenguaje logró también tocar la fibra nacionalista inglesa y dotar a la lucha de un sentido casi religioso: los pocos justos, hambrientos y desharrapados contra los muchos injustos y poderosos.
Una vez de regreso en Inglaterra, el triunfo en Agincourt fue recibido y celebrado como un milagro. Inmediatamente se organizó una gran operación publicitaria en la que se comparaba al rey con figuras religiosas (Jesucristo, David frente a Goliat) y de la Antigüedad clásica (Alejandro Magno). Esa popularidad le permitió recaudar nuevos impuestos para continuar la campaña. Una vez más, Enrique V apareció como un maestro de la comunicación política. La guerra se reanudó en 1417 con la conquista de Normandía y el sitio de Ruan, que cayó en 1419; allí Enrique se comportó de manera despiadada con quienes intentaron huir de la ciudad (les impidió la salida y los dejó morir de hambre en el foso). También supo aprovechar el enfrentamiento entre franceses y, tras el asesinato del duque Juan sin Miedo, consiguió el apoyo del bando de Borgoña para su candidatura al trono. En 1420 se firmó el Tratado de Troyes, por el que Enrique V se casaba con la hija de Carlos VI, Catalina de Valois, y era reconocido por ello como heredero de la corona de Francia. El rey Carlos se encontraba muy enfermo y era difícil que sobreviviera mucho tiempo. El trono estaba, por fin, al alcance de su mano. Lo que nadie podía prever era que Enrique moriría poco después –en 1422, de disentería, dos meses antes que el propio Carlos VI–, dejando a un niño de sólo nueve meses, Enrique VI, como monarca nominal de ambos reinos. Enrique VI nunca llegó a ser nombrado rey de Francia. Su legitimidad fue inmediatamente contestada por otro hijo de Carlos VI (coronado como Carlos VII), lo que llevó de nuevo al campo de batalla. A los 16 años, después de un periodo de re-
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consiguieron las importantes victorias de Crécy y Poitiers. Aquí fue apresado el rey francés, Juan II, quien tuvo que pagar por su libertad y se vio obligado a firmar el Tratado de Brétigny, por el que cedía a Inglaterra diversas posesiones, entre ellas Aquitania y Calais. La segunda fase (1369-1389) comenzó cuando el nuevo rey francés, Carlos V, reanudó la guerra para recuperar las posesiones perdidas, lo cual consiguió de manera parcial. Al cabo de 20 años, su sucesor, Carlos VI, firmó la paz con Ricardo II. La tercera fase (1415-1453) la inició Enrique V con la victoria de Agincourt (1415), la conquista de Normandía
Xilografía decimonónica a color que representa a las tropas inglesas a la espera de entrar en acción en la batalla de Crécy (1346), en la primera fase de la Guerra de los Cien Años.
(1417-1418) y el Tratado de Troyes (1420). Con la aparición de Juana de Arco y la ruptura del sitio de Orleans (1429) Francia empezó a recuperar territorios, y en la batalla de Castillon (1453) expulsó a los ingleses del país. No obstante, la reclamación inglesa sobre el trono francés se mantuvo formalmente hasta 1801.
FOTOS: HISTOIRE-FR.COM/LANCASTRE; GETTY IMAGES
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ntre los siglos XIV y XV, Francia e Inglaterra protagonizaron una serie de enfrentamientos armados por el trono francés y el control de las posesiones inglesas en ese país. El conflicto comenzó cuando, en 1337, Eduardo III reclamó la corona francesa por ser nieto del rey Felipe IV por parte de madre, lo que respondió también a su malestar por el apoyo francés a Escocia y por la confiscación de Aquitania. Francia rechazó la petición haciendo valer la Ley Sálica, que impedía reinar a las mujeres y, por tanto, transmitir la corona. Tres etapas. La guerra se dividió en tres fases. En la primera (1337-1360), Eduardo III y su hijo, el Príncipe Negro,
La Guerra de las Dos Rosas fue una serie de sangrientas luchas por el trono entre las casas de Lancaster y York. gencia, Enrique VI ascendió al trono inglés. Fue un monarca débil, ingenuo y ausente, dominado por favoritos muy impopulares, como el duque de Suffolk. Durante su reinado, además, se acabó perdiendo la Guerra de los Cien Años, y eso lo arrastró a un importante deterioro de su salud mental. Esta incapacidad, la pérdida de las posesiones francesas y el generalizado descontento social acabaron derivando en una nueva guerra civil.
FOTOS: GETTY IMAGES; NATIONAL MUSEUM IN POZNA
La Guerra de las Dos Rosas Se le conoce así a la serie de sangrientos conflictos que enfrentaron a las casas de Lancaster y York entre 1455 (primera batalla de St. Albans) y 1485 (batalla de Bosworth). Después de la derrota en Francia, ambas facciones intentaron controlar al rey –quien sufría periodos de locura intermitentes– y determinar quién sería el heredero. El germen de la disputa se remontaba a 1399, cuando Enrique IV, el primer Lancaster, accedió ilegalmente al trono. Esa ilegitimidad de origen es lo que permitió a los York impugnar la dinastía que ocupaba el poder y reclamar su propio derecho a reinar. El principal pretendiente, Ricardo de York, murió en combate en 1460, pero su hijo ganó la batalla de Towton al año siguiente y se coronó rey como Eduardo IV. El depuesto Enrique VI se vio obligado a refugiarse en el norte del país, donde al cabo de unos años fue hecho prisionero. A finales de 1470, sin embargo, un golpe organizado por un rico noble conocido como Warwick “el Hacedor de Reyes” lo liberó y lo devolvió brevemente al trono. Pero Warwick murió en la batalla de Barnet (abril de
El triste destino de Enrique VI. El hijo del héroe de Agincourt fue diametralmente opuesto a su padre: débil, ingenuo y mentalmente inestable, perdió el derecho al trono de Francia, la Guerra de los Cien Años y, en el marco de la de las Dos Rosas, la corona inglesa y la vida. En este cuadro, de 1860, tras ser depuesto en la batalla de Towton (1461).
1471) y, un mes más tarde, al final de la batalla de Tewkesbury, el único hijo y heredero de Enrique VI era ejecutado. Acto seguido, Enrique fue encerrado de nuevo y esta vez asesinado, con lo que se extinguió la dinastía Lancaster.
El fin de la Edad Media inglesa y la llegada de los Tudor Eduardo IV volvió así al trono y reinó en paz hasta su muerte en 1483. Lo sucedió su hijo Eduardo V, de 12 años, quien junto a su hermano de 9 fue entregado al cuidado de su tío Ricardo de Gloucester, a quien se nombró Lord Protector. Ricardo actuó entonces con extrema rapidez. Mandó a asesinar o encarcelar a los partidarios de sus sobrinos –amigos y familia materna– y además, consiguió que se declarara nulo el matrimonio de su hermano Eduardo IV, lo que convertía a los príncipes en ilegítimos. Posteriormente los encerró en la Torre de Londres –de donde desaparecieron misteriosamente al poco tiempo– y se coronó rey como Ricardo III. El último episodio de este drama tuvo lugar dos años más tarde, en la batalla de Bosworth. Enrique Tudor, noble más bien insignificante y de escasos recursos que vivió en el exilio francés, decidió reclamar para sí el trono como descendiente de los Lancaster, aunque sus argumentos dinásticos eran extremadamente endebles. Tras desembarcar en Inglaterra con un ejército compuesto por mercenarios franceses, Enrique venció a Ricardo III en Bosworth Field, donde Ricardo murió. Era el fin de la Guerra de las Dos Rosas. Luego, para cerrar las heridas, el ya Enrique VII se casaría con Isabel de York, hija de Eduardo IV, y así terminaba la Edad Media inglesa y comenzaba la dinastía Tudor, con la que se inició el Estado moderno.
El malo de la película. Aunque algunos historiadores han cuestionado su villanía –que Shakespeare llevó al límite pintándolo como deforme y monstruoso–, Ricardo III arrastra el estigma de haber secuestrado y probablemente asesinado a sus sobrinos, Eduardo V y Ricardo, para hacerse del poder (arriba, la escena en un óleo de 1836).
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HISTORIA
GUERRAS DE TRONOS
El fin del Imperio bizantino
Constantinopla: la última sangre medieval
Del 28 al 29 de mayo de 1453, la mítica capital de la cristiandad en Oriente cayó en manos del islam. Fue la postrera batalla de la Edad Media y supuso el final de esa etapa histórica. Por Alberto Porlan
Carta blanca para la masacre. Para estimular
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lo largo de los siglos XV y XVI, los turcos otomanos no cesaron de soltar sus zarpazos contra los límites orientales de la cristiandad. Como prueba de lo cerca que los europeos sintieron la amenaza, cabe decir que los textos publicados en Francia sobre América durante esos siglos no llegan a la mitad de los publicados sobre los otomanos. Excelentes jinetes originarios de las infinitas estepas centroasiáticas, eran un pueblo alentado por un designio fijo: cabalgar hacia el oeste. Habían franqueado los límites del Imperio musulmán convirtiéndose al islam al llegar a las fronteras de Persia, donde gobernaba la dinastía samaní. Pronto se consolidaron como una fuerza militar de choque y fueron seleccionados por los califas para integrar su tropa personal de seguridad, una suerte de guardia pretoriana que
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terminó convirtiendo a los califas en sus hombres de paja y asesinando o cegando a los que no cumplían sus órdenes. Tras ellos llegaron los turcos seléucidas, quienes tomaron Bagdad en 1055 y establecieron su propio imperio hasta que, a finales del siglo XIII, llegaron los tártaros mongoles a sus fronteras orientales y el Imperio seléucida se vino abajo, fragmentándose en varios Estados pequeños o taifas. Una de ellas, la de los otomanos del mar de Mármara, se impuso militarmente a las demás y avanzó hacia el oeste. En el siglo XV ya se habían convertido en un imperio que gobernaba el sultán Murat II, cuyas tropas se internaron en Europa y obtuvieron grandes éxitos en los Balcanes. En 1440 cayó Serbia y la presión se sintió muy próxima en los reinos cristianos. Al año siguiente, el Sacro Imperio Romano, Venecia, Hungría, Albania y Polonia se unieron para hacer frente a Murat, pero fueron derrotados en Varna, Bulgaria.
FOTO: MUSÉE DES AUGUSTINS
a los asaltantes, se les prometió entregarles durante tres días la ciudad para que mataran, torturaran, robaran y violaran a placer. En esta escena, el sultán rodeado por las hordas de jenízaros en un cuadro de Benjamin Constant (1876).
FOTOS: PARK INSTAMBUL; GETTY IMAGES
Mehmet II y los jenízaros Los otomanos eran magníficos jinetes, aunque su infantería dejaba mucho que desear. Para subsanar ese defecto desarrollaron un grupo militar de élite: los jenízaros. Cada año un contingente variable de varios miles de niños cristianos de entre 10 y 15 años eran secuestrados en los territorios sometidos y enviados a centros de entrenamiento militar para nutrir la infantería jenízara. Por supuesto, todos eran educados fanáticamente en el islam suní y forjados como guerreros con los mejores maestros; pronto se convirtieron en uno de los mejores cuerpos de élite del mundo. Eran como monjes soldados, al estilo de las órdenes cristianas de caballería o los derviches de las rábidas musulmanas: especialistas que entregaban su vida a la guerra de religión. A cambio, gozaban de una serie de privilegios de los que se sentían acreedores por derecho, y cualquier reducción de ese estatus provocaba un peligroso mar de fondo en la hermandad jenízara, a la que el sultán estaba obligado a contentar y, en ocasiones, obedecer. En 1451 falleció Murat y subió al trono su hijo Mehmet II. No era el preferido de su padre, pero había demostrado capacidad militar derrotando a los húngaros en la segunda batalla de Kósovo y los jenízaros confiaban en él. Después de asesinar a su hermano menor Ahmet para evitar problemas sucesorios, Mehmet se dispuso a encarar la gran empresa que se había fijado: la toma de Constantinopla, centro del poder cristiano en Oriente. Esta ciudad había sido en origen una consecuencia de la expansión del Imperio romano, necesitado de un apoyo logístico próximo para sus campañas orientales. Y ningún lugar mejor para ese propósito que el estrecho del Bósforo, donde Europa y Asia están separadas por un brazo de agua de apenas 700 metros. La había fundado el emperador romano Constantino en el año 330 sobre el solar de la antigua Bizancio, que a su vez había sido fundada mil años antes por los griegos de Megara. El propio Constantino, que le dio nombre, la declaró oficialmente la Nueva Roma y la dotó de todos los privilegios de la antigua capital. En su condición de puerta de Euro-
pa, la ciudad mantuvo un próspero comercio que la llevó a ser el faro político, económico, religioso e intelectual de su tiempo. En los siglos más prósperos, su recinto albergaba 400,000 almas de las más variadas procedencias, que además de comerciar fabricaban productos textiles y artesanía de todas clases: joyas, esmaltes, vidrio, manuscritos o marfiles apreciadísimos en Occidente. Todo ello la convirtió en presa codiciada por sus numerosos enemigos orientales, lo que a su vez la transformó en una fortaleza inexpugnable dotada de dos muros concéntricos por la parte de tierra y toda una serie de elementos de control en su línea de costa. El complejo defensivo de Constantinopla era considerado el más fuerte de Europa.
Los jefes de ambos bandos. Por el lado turco (arriba a la derecha), el sultán Mehmet II (1432-1481). Arriba, Constantino XI Paleólogo, quien encabezó la defensa de la ciudad.
Las armas secretas A comienzos de abril de 1453, Mehmet puso sitio a la ciudad al frente de un ejército de 200,000 hombres cuyo núcleo duro eran los feroces jenízaros. Frente a esa masa guerrera, los cristianos sólo podían oponer a 10,000 combatientes, lo que significaba luchar en la proporción de uno a 20. Al mando de los sitiados se encontraba Constantino XI Paleólogo, hijo del emperador Manuel II y de la princesa serbia Helena, un guerrero que había probado su valor conquistando media Grecia. Al ver a los otomanos ante su capital, Constantino pidió ayuda a Occidente, pero todos sus posibles aliados rehusaron prestársela. Eso los condenaba a resistir apoyándose tan sólo en las formidables defensas de la ciudad, porque si los turcos logrababan rebasarlas sería imposible contenerlos. Mehmet se pasaba las noches en vela ideando procedimientos y estrategias para superar dichas defensas. Los cristianos disponían de grandes cadenas que cruzaban de una orilla a otra del Cuerno de Oro impidiendo el acceso por mar, así que el turco decidió transportar por tierra sus navíos al otro lado del Cuerno para mantener cerrado el puer-
La ciudad era un bastión casi inexpugnable: dos murallas y, por mar, cadenas de orilla a orilla la protegían. muyinteresante.com.mx
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GUERRAS DE TRONOS
La noticia llega a Europa
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ras conocerse en Europa la noticia de la caída de Constantinopla, el Dux de Venecia recibió una carta del cardenal católico de la ciudad, Bessarion, que decía: “Ha sido un hecho espantoso ante el que deben llorar cuantos conserven un punto de humanidad, y antes que ningún otro, los cristianos. Una ciudad floreciente, imperial, con tantos hombres ilustres y tan gran número de familias famosas y de abolengo, una ciudad próspera, capital de toda la Grecia, gloria y esplendor del Oriente, escuela de las bellas artes y sede de todas las excelencias, acaba de ser conquistada, despojada, devastada y saqueada hasta los cimientos con la ferocidad de las bestias salvajes por los más inhumanos, sanguinarios y crueles enemigos de la religión cristiana. Ahora, el peligro se cierne sobre Italia y los demás países de Europa, que sufrirán una suerte parecida si no se reprimen de alguna manera los violentísimos ataques de estos bárbaros feroces…”.
to por ambos accesos antes de poner en marcha el plan de asalto, que incluía tres armas secretas. La primera fue la guerra de minas: ya que las murallas parecían infranqueables, trataría de pasar por debajo. Pero los bizantinos, alertados por los ruidos que llegaban del subsuelo, descubrieron la mina y la echaron abajo por medio de una contramina. La segunda arma secreta de Mehmet fue la construcción de un enorme cañón capaz de pulverizar las murallas. Los turcos amaban los cañones monstruosos y la ocasión llegó tras la propuesta de un fundidor húngaro llamado Orban que, descontento con Constantino, se ofreció a los turcos. En poco tiempo, Orban fundió el mayor de los cañones visto hasta entonces. Bautizado con el nombre de “Mehmetta”, podía disparar proyectiles de piedra de media tonelada y era tan pesado que se requería el esfuerzo de 140 bueyes para ponerlo en movimiento. Un equipo de cien hombres tardaba dos horas en cargarlo y sus estallidos eran tan brutales que se decía que provocaban el aborto a las mujeres embarazadas. Pero estaba mal calculado y se rompió al segundo día de asedio.
Arriba, el cardenal de Constantinopla en la época, Basilio Bessarion, en un óleo sobre tabla de Berruguete (s. XV).
A la espera de un milagro En mayo, los cristianos descubrieron con espanto la tercera idea militar de los turcos. Se trataba de una máquina infernal, una torre de madera provista de ruedas que superaba la altura de las murallas. Arqueros y arcabuceros turcos, protegidos por una capa doble de pieles de camello, defendían la torre, en cuyo piso superior se habían emplazado varios cañones ligeros. La máquina consiguió abrir una brecha que los sitiados, incluidos mujeres, ancianos y niños, lograron taponar trabajando incansablemente hasta el amanecer. Los turcos volvieron a poner en marcha su máquina infernal pero, cuando parecía que todo estaba perdido, el ingenio comenzó a arder tan violentamente que en pocos minutos se convirtió en cenizas. Los cristianos, que ya se veían muertos o esclavizados, celebraron el hecho como si hubiera sido un milagro. Y verdaderamente necesitaban un milagro. Su única esperanza era recibir ayuda exterior por parte de la cristiandad, pero un navío que había partido en busca de auxilio regresó informando que tal ayuda no llegaría. Aquéllos fueron momentos muy
armas secretas del ejército invasor fue un gigantesco cañón, bautizado “Mehmetta” en honor del caudillo otomano y realizado por un fundidor húngaro de nombre Orban; pero era tan pesado y descomunal que se rompió. A la derecha, el cañoneo general sobre las murallas en un cuadro historicista decimonónico.
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FOTO: LOUVRE MUSEUM; ASC
Orban y su gran cañón. Una de las
Un huracán de ferocidad salvaje
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sí relató la caída de la ciudad un testigo ilustre, Miguel Cristóbulo, cristiano que presenció lo ocurrido y que, a pesar de haber redactado estas frases, acabaría pasándose al lado otomano: “Ninguna tragedia venidera podrá equipararse en espanto a este espectáculo terrible y desgarrador. Se asesinaba a los desgraciados que, atraídos por los gritos, corrían por las calles y eran abatidos a golpe de cimitarra antes de saber lo que estaba sucediendo. Se asesinaba a quienes se habían refugiado en sus viviendas y a quienes habían buscado albergue en las iglesias. Los feroces otomanos no hacían distinciones. Cuando se hartaron de matar empezaron con el pillaje
y las violaciones, haciendo esclavos a hombres, mujeres, niños, viejos, monjes, curas y gente de toda edad y condición. Hubo vírgenes que fueron sorprendidas durmiendo en sus lechos y asaltadas brutalmente por docenas de estos abyectos salvajes. Entraban desenfrenados en las casas y cometían los más abominables excesos con sus habitantes. Las iglesias fueron sacrílegamente expoliadas. Los objetos sagrados rodaron por los suelos junto con los cálices y los iconos profanados. Las reliquias de los santos fueron pisoteadas y aventadas.” Destrucción minuciosa. “Las vestiduras eclesiásticas se quemaron para recoger el oro que contenían sus tejidos. Constantinopla parece haber sufrido un
amargos para los bizantinos, quienes tuvieron que aceptar finalmente lo desesperado de su situación. Sin embargo los turcos ignoraban esa noticia, y estaban convencidos de que la ayuda cristiana a Constantinopla era inminente. En cualquier momento podía aparecer una escuadra para atacar su retaguardia y ese temor, aliado a la frustración provocada por los repetidos intentos fallidos de tomar la ciudad, hizo pensar a Mehmet en la posibilidad de negociar con los sitiados antes de que recibieran ayuda. Envió un heraldo a Constantino proponiéndole que rindiera la ciudad a cambio de respetar la vida de sus habitantes, que serían libres de permanecer en ella o abandonarla llevándose sus bienes consigo. El propio emperador podría seguir gobernando sus amplias posesiones en Grecia; tutelado, eso sí, por los otomanos. La reacción de Constantino a la oferta fue rotunda y colérica. Aunque todos en la ciudad sitiada eran ya conscientes de que no recibirían la imprescindible ayuda, el correo turco volvió con esta respuesta del emperador: “Ni yo ni ninguno de los que me rodean tiene poder para rendir esta ciudad. Has de saber que estamos preparados para morir, y lo haremos gustosos antes que abandonarla”. El 27 de mayo, mientras los cristianos acudían a la misa dominical, Mehmet II reunió en su tienda a los jefes del ejército y les expuso su decisión de abandonar el sitio.
Miniatura árabe que representa la entrada de los turcos en la ciudad con cimitarra en mano.
huracán. Se ha convertido en una sombra. Los turcos han sido minuciosos destruyéndola. Saquearon los templos, las capillas, las criptas, y hasta las tumbas. Registraron todo y reunieron el botín en el campo antes de transportarlo a los barcos. La ciudad quedó despoblada y arrasada. Los turcos la han convertido en un inmenso panteón.”
inexpugnables. Además, en el caso de conseguir tomar la ciudad había que pensar en defenderla después, pues los cristianos –para quienes Constantinopla era un símbolo sagrado– enviarían todas sus fuerzas para recuperarla. Seguramente ya lo habían hecho, y cualquier mañana podían encontrarse con un ejército poderoso a sus espaldas que los obligara a combatir en dos frentes. Tras esas palabras del sultán, apoyadas por varios de los jefes principales, la decisión parecía tomada. Pero entonces tomó la palabra la tercera autoridad otomana, un cristiano renegado llamado Zaganos Pasha, y su discurso lo cambió todo. Acusó a los presentes de cobardía e incuria y les recordó las inmensas riquezas que aguardaban tras aquellos muros, así como la gloria que alcanzarían los primeros que los franquearan después de tantos siglos. La elocuencia de Pasha apelando a la hombría y el coraje de los suyos
Retirarse o perseverar. Tras el fracaso de los primeros asaltos, Mehmet decidió tirar la toalla, pero el encendido discuso de Zaganos Pasha lo hizo cambiar de idea. Abajo, los jefes militares turcos en primer término y el ejército detrás (ilustración).
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La decisión final Las razones que dio eran convincentes: tanto las armas secretas como los esfuerzos de las tropas para asaltar las murallas habían fallado. Aquellas fortificaciones habían resistido muchos otros asaltos con éxito, así que tal vez fueran muyinteresante.com.mx
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Los turcos nunca llegaron a entender que la cristiandad no acudiera en auxilio de sus hermanos de Constantinopla.
Constantinopla 1453. El último gran asedio Roger Crowley, Ático de los Libros, 2015. Una excelente recreación que narra el combate, saltando ágilmente del campamento otomano de Mehmet II a la ciudad bizantina.
Por la puerta chica Por su parte, los sitiados estaban agotados. Cuando cesaba la lucha tocaba reconstruir las defensas, y el esfuerzo duraba ya dos meses. Los otomanos lo sabían, de modo que al amanecer enviaron una segunda oleada de atacantes; estaba siendo repelida cuando un gran cañonazo hizo un boquete en la muralla, por el que entraron en tropel. Pero los cristianos los rechazaron sable en mano, y la segunda oleada también falló. Completamente agotados, estaban a punto de rechazar la tercera cuando vieron que el estandarte de Mehmet se desplegaba en el interior de los muros: los turcos habían logrado pasar. Como en tantas otras ocasiones históricas, el resultado final se debió a un error humano. Había un viejo portillo en la muralla, la Kerkoporta o Puerta del Circo, que no se usaba desde hacía tiempo y daba acceso al interior de la ciudad. Muchos 88
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Ataque anfibio fallido. El plan incluía llevar a cabo sendos desembarcos de las flotas sitiadoras por los dos extremos del Cuerno de Oro y a los pies de las murallas de Constantinopla, pero este asalto anfibio acabó por fracasar ante la solidez de las defensas constantinopolitanas. Arriba, el asedio de las naves otomanas recreado en una miniatura francesa.
ciudadanos desconocían su existencia pero, por descuido o por traición, los otomanos la encontraron abierta. Ya no había remedio: las hordas turcas se desbordaron por las calles y plazas de la ciudad exterminando a los últimos defensores; el propio emperador se hizo matar penetrando a pecho descubierto en el mar de enemigos. Y llegaron los días del horror, un horror como no habían podido imaginar siquiera sus víctimas.
Tres días en el infierno Los jenízaros, dueños de la ciudad durante tres días de acuerdo con la promesa de Mehmet, la convirtieron en un absoluto infierno. Al sentir que forzaban las puertas de su casa, muchos padres degollaron a sus hijos, hijas y esposas antes de precipitarse sobre la punta de sus espadas. Los muertos corrieron mejor suerte que los vivos. Al banquete de sangre y al pillaje desenfrenado siguieron torturas y violaciones interminables. Largas filas de jóvenes y damas de la nobleza caminaban atadas por las calles, solamente cubiertas por sus cabellos. Las torturas se reservaron para los personajes principales y los clérigos, que fueron martirizados para hacerlos confesar dónde habían escondido sus riquezas. Las mejores autoridades de la cristiandad se sintieron culpables de aquel espanto, y los turcos nunca llegaron a entender por qué los cristianos europeos no habían acudido en auxilio de sus hermanos de Constantinopla, la que a partir de entonces se llamó Estambul, capital del Imperio otomano. La caída de la ciudad supuso la llegada de un nuevo orden mundial y el fin de un ciclo milenario al que ahora llamamos Edad Media, lo que coincidió (sólo 40 años los separan) con otro gran suceso que señalaba el comienzo de ese nuevo ciclo: el descubrimiento de América. Pero ésa es otra historia.
FOTO: GETTY IMAGES
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conmovió a la asamblea hasta el punto de hacerla cambiar de opinión. En lugar de abandonar, decidieron redoblar sus esfuerzos. El nuevo plan consistía en un gran ataque simultáneo por tres puntos diferentes. Los dos extremos del Cuerno de Oro serían atacados por las flotas sitiadoras, que tratarían de llevar a cabo sendos desembarcos a los pies de las murallas. Mientras tanto, el ataque terrestre se centraría en los puntos más débiles del recinto: las puertas de San Román y de Andrinópolis. Para motivar a sus hombres, Mehmet les hizo la promesa solemne de entregarles la ciudad durante tres días, en los cuales podrían saquear cuanto pudieran llevar encima, así como violar, matar o torturar sin ningún límite. La madrugada del 28 de mayo de 1453 empezó el último acto. Constantino recorrió a caballo todo el recinto interior de las murallas comprobando su estado y arengando a las tropas. A esas alturas del sitio, todos los ciudadanos tenían su cometido en la defensa; todos sabían que estaban luchando por su vida. A las 2 de la mañana, un clamor salido de miles de gargantas señaló el momento del ataque. El asalto anfibio por los dos extremos del Cuerno de Oro produjo escasos resultados. Se esperaba más del ataque terrestre, pero en la oscuridad de la noche los 700 genoveses de Constantinopla, mandados por el heroico Giustiniani, defendieron la puerta de San Román a costa de grandes pérdidas. Como ocurriría mucho más tarde en Stalingrado, los turcos que retrocedían se encontraban con las cimitarras de los oficiales. La confusión era enorme, y en la oscuridad no se distinguía al amigo del enemigo. Los turcos se retiraron.
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RECOSTRUCCIÓN 3D
Todas las claves de un asedio
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saltar una fortaleza no era fácil. En la época clásica tenía sus propias normas y técnicas, practicado por especialistas: la poliorcética (“arte de atacar y defender plazas fuertes”). Roma utilizó las técnicas de los griegos, ejecutando algunos asaltos tan increíbles como la toma de Masada en el año 74. Las características de la guerra en el Medievo diferían mucho de las de la Antigüedad. Los ejércitos feudales eran muy reducidos, vivían sobre el terreno y carecían de recursos logísticos. Las campañas dependían de las estaciones; la llegada del otoño y las lluvias impedía mover hombres y suministros. De ahí que muchos asedios concluyeran al final del verano: el hambre afectaba antes a los sitiadores, alejados de sus cosechas, que a los sitiados, bien provistos tras sus muros. En la Europa feudal, la guerra era una sucesión de escaramuzas y pocos combates resultaban decisivos. Una fortaleza bien situada podía paralizar una campaña y cambiar el signo de una contienda, como sucedió en la Guerra de los Barones, cuando el ejército de Juan sin Tierra permaneció tres meses atascado ante el Castillo de Rochester, lo que a la larga le costaría la guerra y la vida. Lejos de las engalanadas fortalezas nobiliarias, los castillos de Francia, Inglaterra y las dos mesetas castellanas –o las imponentes edificaciones de los cruzados en Siria– eran graníticos, sin lujos ni comodidades, con la única función de resistir a la espera de que llegara la ayuda o el enemigo agotara sus recursos. Sin posibilidades de asaltos masivos, las mesnadas medievales volvieron la vista a las viejas técnicas, adaptándolas a sus circunstancias e incluso mejorándolas con artefactos como el fundíbulo o trabuquete, que llegaría a Europa desde la lejana China. Se requería pericia para montar y manejar las máquinas de guerra, por lo que la figura del ingeniero, el antiguo poliorceta, recobró relevancia. Pero, aunque todavía en el Renacimiento hombres como Leonardo da Vinci ganaron prestigio desarrollando nuevos ingenios bélicos, la poliorcética tenía los días contados. Desde China llegó el arma que, finalmente, acabó con la guerra de asedio y las viejas fortalezas de muros impenetrables: la pólvora.
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Tras medir los muros, era posible construir escaleras para el asalto. Salvo que los atacantes contaran con una gran superioridad numérica, utilizarlas a plena luz del día era un suicidio, pero eran muy útiles en escaramuzas nocturnas e incursiones rápidas.
Resultaba difícil incendiar un castillo, pero el lanzamiento de materiales ardientes como brea o aceite podía cegar o distraer a los defensores, facilitando un asalto por sorpresa.
Las máquinas de asedio eran, a su vez, protegidas con zanjas y picas.
A veces bastaba la aparición de humo, anunciando la mina, para que los defensores se rindieran.
La propia mina era apuntalada para evitar que los trabajadores fueran sepultados por un derrumbe prematuro.
Torres a tierra
medieval Las torres de asedio sólo podían usarse una vez cegado el foso. Eran aparatosas y su construcción requería mucho tiempo y recursos, pero si lograban llegar hasta el muro el asalto sería casi imposible de detener. A partir del siglo XII cayeron en desuso, pero todavía en el año 1356 el rey Juan II de Francia utilizó una torre móvil para asaltar, infructuosamente, la fortaleza de Breteuil.
Los arietes medievales eran más pequeños que los carneros usados por griegos y romanos. Se empleaban para atacar las puertas, una vez que caía el puente levadizo. Como protección, el ariete iba cubierto por un tejadillo a dos aguas, forrado de pieles poco curtidas o corteza fresca de árbol para evitar que se le pudiera prender fuego.
Si el terreno era propicio y se disponía de tiempo, una forma de abrir brecha era minar las torres. Para ello se excavaba una galería desde el campo sitiador, pasando bajo el foso hasta los cimientos de la torre. Una vez allí, se excavaba y apuntalaba un espacio por debajo de ellos. Posteriormente se llenaba la mina de madera, paja y brea y se le prendía fuego, usando la propia galería como tiro del horno. El intenso calor debilitaba la estructura y la torre se venía abajo. La única defensa posible de los sitiados era excavar una contramina antes de que los sitiadores llegaran a los cimientos.
Tiro de aire Foso
Aunque no podían lanzar grandes pesos, el impacto de un trabuquete podía llegar a derribar una pared debido a la enorme velocidad que alcanzaba el proyectil.
Trabuquete: la catapulta sofisticada
TEXTO E ILUSTRACIÓN: JOSÉ ANTONIO PEÑAS
El trabuquete o fundíbulo era, en esencia, una catapulta de contrapeso con un brazo largo, que aprovechaba el principio de la palanca para lanzar pesos con gran fuerza y precisión a distancias de hasta 250 metros. Su aparición dejó obsoletas a las catapultas de torsión, pero por otra parte su construcción requería una gran pericia técnica.
Además de rocas, los trabuquetes se usaban para lanzar recipientes llenos de materias incendiarias y cuerpos putrefactos para provocar epidemias.
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GUÍA DE LUGARES
Escenarios de otro tiempo Las huellas de la convulsa Edad Media recorren la totalidad de Europa y parte de Asia. Hoy podemos visitar vestigios de esa época que todavía mantienen su esencia. Aquí mostramos algunos ejemplos destacados.
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Reims, Francia
La mejor arquitectura gótica
La fachada de la catedral de Nuestra Señora de Reims (en la foto) es la parte más destacada del edificio y una de las grandes obras maestras de la Edad Media.
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FOTOS: GETTY IMAGES /ISTOCK
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n 816 Ludovico Pío, hijo de Carlomagno, eligió la ciudad de Reims para su consagración como emperador de Occidente y rey de los francos. Así, desde el siglo XII hasta el XIX, Reims se convirtió en el lugar tradicional de coronación de los reyes de Francia. El último monarca entronizado en esa ciudad fue Carlos X, el 28 de mayo de 1825. La importancia que esto otorgó a la urbe llevó al arzobispo Ebón a iniciar, en ese mismo año 816, las obras de una nueva catedral. Para la construcción se utilizaron piedras de las murallas que se creían innecesarias (lo que demuestra la sensación de seguridad que había en la época en Reims), pero los ataques normandos obligaron a restaurar las murallas entre los años 883 y 887, para lo cual se emplearon a su vez las piedras de una iglesia destruida por los guerreros del Norte. Siglos después, durante la Primera Guerra Mundial, Reims fue bombardeada y más tarde ocupada por tropas del Imperio alemán. Gran parte de la catedral resultó destruida por los aviones alemanes, pero con el esfuerzo de los ciudadanos sería reconstruida y pudo abrirse de nuevo en 1938, en parte debido a las donaciones de la filantrópica familia Rockefeller.
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Sheffield, Reino Unido
El símbolo de la Casa de York: la rosa blanca
Siglo IX. En Sheffield se construyó una fortaleza para controlar los asentamientos locales, que poco a poco se convirtió en el núcleo urbano actual.
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urante el siglo XV, la Guerra de las Dos Rosas ensangrentó Inglaterra. Dos dinastías luchaban por el trono: la Casa de Lancaster y la Casa de York. En los bosques de la bella comarca deYorkshire se libraron algunas de las batallas más sonadas de esta larga guerra civil, así como en una población situada en el anfiteatro natural creado por varias colinas y la confluencia de varios ríos: Sheffield (cuyo nombre deriva del río Sheaf que la atraviesa). Cuenta con la particularidad de ser una de las pocas ciudades que lindan con un parque nacional –Peak District– y tiene más árboles por persona que cualquier otra urbe en Europa: el 61% es un espacio verde. Sheffield creció como una pequeña ciudad-mercado en la Edad Media y a partir del siglo XIV se hizo célebre por la producción de cuchillos, como menciona Geoffrey Chaucer en sus Cuentos de Canterbury. Hoy día, todavía es conocida en Reino Unido como “la ciudad del acero”. La historia del condado de Yorkshire queda reflejada en el escudo del equipo de futbol Sheffield United con la rosa blanca de los York, detalle que rememora la Guerra de las Dos Rosas. Las dinastías beligerantes utilizaron las rosas roja y blanca, aunque se terminó con la fusión de las mismas en una sola rosa de doble color, como símbolo de la unión del poder de Inglaterra en la Casa de los Tudor.
FOTOS: GETTY IMAGES /ISTOCK
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Xanadú, China
La residencia de verano del emperador mongol
a mítica Xanadú era la capital donde residía durante el estío la corte de Kublai Khan (12151294), cuyo Imperio ocupó gran parte de Asia. Así, entre los siglos XIII y XIV el Palacio de Verano de la dinastía Yuan se convirtió en la zona metropolitana más espléndida del mundo. Junto a Dadu, en Pekín, formaba la llamada
Casa Blanca de China. La existencia de ese complejo medieval es un ejemplo vivo de cómo dos culturas diferentes, la agraria y la nómada, se encontraron y se enriquecieron mutuamente. Para el pueblo mongol, Xanadú evoca su sentido de identidad nacional. Los hallazgos arqueológicos han concluido que la ciudad estaba situada en la
En su apogeo, Xanadú (en la imagen, tiendas llamadas yurtas en la región) tuvo más de 110,000 residentes y mansiones, pabellones, monasterios...
actual provincia de Mongolia Interior, en China. Xanadú se dividía en tres partes: la «ciudad exterior», la «ciudad interior» y el Palacio de Verano. Se cree que este palacio era la mitad de grande que la Ciudad Prohibida de Pekín. Los restos modernos más visibles del complejo son las murallas en tierra y la plataforma circular de ladrillo en el centro de la ciudad interior. muyinteresante.com.mx
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Dragør, Dinamarca
cara oeste del Castillo de Belmonte (Cuenca).
Un encantador puerto danés
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Los apacibles callejones adoquinados con casas amarillas y jardines con malvas reales (en la foto) son parte del encanto de la villa pesquera de Dragør.
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Belmonte, Cuenca, España
Torneos como los de antaño
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l suroeste de la provincia de Cuenca y a las afueras de la villa de Belmonte, se eleva en el cerro de San Cristóbal el Castillo de Belmonte, un singular edificio que, por su estado de conservación, su estructura y su aspecto exterior –prácticamente el mismo que tuvo en el momento de su construcción, en la segunda mitad del siglo XV–, constituye un valioso tesoro patrimonial. Aparte del interés que tiene la visita al propio Castillo de Belmonte, el lugar se ha convertido en punto clave de las competencias deportivas de ambiente medieval. Allí se ha celebrado el Torneo Mundial de Combate Medieval y cada octubre tiene lugar el Torneo Internacional de esta misma disciplina, con la participación de luchadores de diferentes países. Estos torneos, para los cuales hay que estar federado, pretenden recrear los combates medievales con todo el rigor histórico posible: armaduras de acero que pesan 30 kilos, espadas, mazas y otras armas construidas con los pesos y proporciones de la época (aunque sin punta ni afiladas, para no hacerse daño), escudos, cascos, yelmos y demás parafernalia. Además, el Castillo de Belmonte ha sido retratado por el cine en las películas El Cid (1961), dirigida por Anthony Mann y con Charlton Heston y Sophia Loren como protagonistas, y Los señores del acero (1985), de Paul Verhoeven.
FOTOS: SMILINGGLOBE.; JOSE LUIS FILPO CABANA
n la costa sureste de la isla de Amager, a 12 kilómetros del centro de Copenhague, se encuentra Dragør, un idílico pueblecito pesquero con mucho encanto que, a pesar de su cercanía de la capital danesa, no forma parte de su área metropolitana. Dragør fue fundado en el siglo XII y creció rápidamente como puerto pesquero. La Liga Hanseática obtuvo privilegios comerciales en esta población en 1370, lo que contribuyó a que Dragør se convirtiera en el puerto de atraque de una de las mayores flotas pesqueras del país, sirviendo de base para la salazón y el procesamiento del pescado. Allí se habían descubierto enormes bancos de arenques que fueron una mina de oro para el país y que hicieron de este lugar un importante foco comercial en el estrecho de Øresund. Hoy en día, desde un fuerte construido en 1910 en una isla artificial tenemos una magnífica vista sobre Øresund y el puente que une Dinamarca con Suecia. También se conserva gran cantidad de edificios históricos y una parte antigua de la ciudad trazada como un laberinto de callejuelas empedradas, acogedor y pintoresco, con las casas pintadas de amarillo y los tejados rojos al estilo más típico y tradicional de Dinamarca. El centro neurálgico del pueblo continúa siendo el puerto, con sus barcos pesqueros, sus yates y la torre de vigilancia. En verano, a la hora de comer, se llenan de gente las terrazas de los cafés junto a los muelles.
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HISTORIA
Malcolm III, en este dibujo que lo muestra orando frente a sus soldados alrededor de 1060, después de pasar un exilio en la corte inglesa vengó la muerte de su padre, Duncan I, asesinando a Macbeth. Fue rey de 1058 a 1093 y comenzaría a introducir el feudalismo en Escocia.
Rey de Escocia. El Macbeth
Días clave
Antes de Shakespeare
Macbeth
E
l 15 de agosto de 1057 el rey de Escocia Macbeth, tras ser derrotado en la batalla de Lumphanan, moriría asesinado por Malcolm III. El padre de éste, el rey Duncan I, había sido asesinado por Macbeth 17 años antes, el 14 de agosto de 1040, durante una batalla en Bothgounan, coronándose monarca. Cinco siglos y medio después, durante la primera década del XVII, en 1606, sería estrenada la conocida tragedia teatral del inglés William Shakespeare (1564-1616) que lo tendría como protagonista. En la obra de cinco actos, que trata acerca de la ambición en un entorno tenebroso, de brujería y elementos sobrenaturales, Macbeth decide asesinar a su rey y hacerse de la corona al amparo de las engañosas profecías de las Hermanas Fatídicas, las brujas del destino. Así, creyéndose invencible y eterno, se deja poseer por el mal que nace del ansia del poder desmedido; una introspección a un asesino, con su horror y su misterio. El gran dramaturgo tuvo una vasta producción teatral –21 obras de base histórica pero sólo como fuente de ambientación, sin el contexto riguroso de la época–. En Macbeth, por ejemplo, hay la presencia de leyendas célticas. La historia de Escocia indica hechos muy distintos a los que aparecen en la 96
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obra de Shakespeare. Para desarrollarla él se limitó a reflejar y dramatizar las narraciones que de la vida del rey Macbeth contenían varios libros coetáneos –Chronicle of England, Scotland and Ireland (1577), de Holinshed; De Origine, Moribus, et Rebus Gestis Scotorum (1578), de John Leslie, y Rerum Scoticarum Historia (1583), de George Buchanan– basados a su vez en una obra anterior, Scotorum Historiae (París, 1526), de Hector Boethius, un tratado en el que se mezclan la historia, la tradición, la fábula y leyendas –como la de las tres brujas que se le aparecen a Macbeth y a Banquo, y les anuncian su futuro–, que Shakespeare también adapta para dar mayor intensidad dramática a la obra o ajustarlas a las condiciones de un escenario. En la Escocia del siglo XI, sobre todo en la segunda mitad, escriben Víctor Beser Sastre y Félix Calero Sánchez en Macbeth y la historia, había una continua sucesión de deposiciones y asesinatos de reyes que se mantenían en el trono durante poco tiempo debido a una ruptura en el tradicional sistema de sucesión escocés, el llamado tanistry, llevada a cabo por Malcolm II, en 1034, pues en lugar de nombrar sucesor suyo al tanist correspondiente (Macbeth o su segunda esposa, Grouch), dejó como su heredero a su nieto Duncan, quien reinaría seis años. Macbeth era gobernador de la provincia de Moray, una extensa región del norte de Escocia, y se rebeló contra el monarca ilegítimo, asesinándolo y proclamándose rey. Años después, Malcolm III, hijo de Duncan que había sido desterrado por Macbeth, tomaría venganza con apoyo de los ingleses acabando con la vida de éste. A 960 años de la muerte del Macbeth histórico, Macbeth aún se encuentra con las tres brujas.
FOTOS: GETTY IMAGES; ROYAL COLLECTION TRUST/© HER MAJESTY QUEEN ELIZABETH II 2016/ SANDY YOUNG
histórico fue monarca de 1040 a 1057. Aunque la realidad fue diferente, en la tragedia de Shakespeare se le presenta como traidor, ambicioso y criminal.
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