Yo era una joven que iba viajando por todos los pueblecillos entre 10 a 100 habitantes. Me mudé a un pueblecillo de 15 habitantes, llamado Jaes. Ahora me tocaba irme a este pueblecillo de quince habitantes. Aunque 15 habitantes sean poquísimos, y penséis que es pequeñito, pues no es así. Las casas eran muy, muy grandes. Cuando las vi por primera vez cuando llegué, pensé: ¡Estoy soñando, y esas casas que tenían unos 300 metros cuadrados lo mínimo sin contar el jardín ni el garaje! ¡No pueden ser las casas tan grandes! Para mí, solita, que yo medía un metro y pocos centímetros. En esos tiempos yo tenía sobre unos 20 años, era bajita y esas casas tenían unos 300 metros cuadrados lo mínimo de una casa de allí y sin el jardín contado ni el garaje. Al cabo de un mes o menos, ya conocía a todos, como eran poquitos, pues… En Jaes había: un bar, dieciocho casas de esas grandes ,una piscina municipal para el verano y una cubierta para el invierno, una discoteca, un supermercado en donde trabajaba yo, un centro médico, tienda de chuches, una guardería y un colegio. En fin, todo lo que necesita un pueblecillo para vivir bien. Junto al pueblo había un pequeño lago con merenderos. Lo bueno de tener un pueblo tan pequeño era que nos sabíamos los nombres de todos:
Juan, Laura, Raúl, Miguel Ángel, Alexia, Ismael, José, David, Jaime, Antonio, Andrés, Ana, Marta, Lucia y Paula. Yo con todos ellos me llevaba genial y desde un sábado que nos juntamos una vez para ir a ver el lago y a pescar pececillos, a comer y a merendar allí, desde entonces nos vamos cada sábado y no nos saltamos ni uno. Si alguna vez queríamos cambiar de actividad, nos íbamos a andar por ahí y a ver a los animales correr y todo eso. En verano lo típico que era ir a la piscina y después nos íbamos a casa a ducharnos, (cada una a la suya), y después nos arreglábamos y íbamos a pasar un rato a la discoteca de allí bailando todos con todos. En otoño, salíamos a dar una vuelta, y cogíamos hojas chulas y al final se elegía una de ellas y se llevaba un premio que poníamos todos unos 50 céntimos y se los llevaba quien tenía la mejor hoja de nosotros. En invierno, pues lo típico, cuando nevaba pues salíamos todos a la nieve y también algunas tardes íbamos todos a la piscina. Éramos una pandilla y sobre todo teníamos todos sobre unos veinte y pocos años. Nos lo pasábamos genial todos juntos. Un día decidimos ir a la playa que había a diez kilómetros, al lado
había un pueblecillo de 7 habitantes. Ese pueblo se llama Jaech, un nombre como en ingles.
Pasaron unos cinco o seis meses y llegó un chico nuevo a Jaes. Era un chico de nuestra edad y quería que fuésemos amigos suyos y que se uniera a nosotros a todos los sitios que íbamos y eso, es decir para ir a todos los sitios donde íbamos nosotros. Ese chico se llamaba Albert, era alto y compró una casa iguañ que la de todos. Cuando pasó el tiempo, éramos 16 personas. Cuando pasó el tiempo, muchos nos hicimos novios. Mi pareja era Juan y, diez años después, la mayoría se habían casado y tenían trabajo en los pueblecillos de alrededor pero venían los niños a la guardería o al colegio. Los amigos dejamos de vernos y dejamos de tratarnos incluso nos enfadamos. Pero todas estas pequeñas peleas se fueron solucionando y, aunque vivimos en sitios distintos, intentamos juntarnos todos de vez en cuando.