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A IMAGEN Y SEMEJANZA Jordi Güell

EDICIÓN DEL AUTOR



A IMAGEN Y SEMEJANZA Jordi G端ell



ji de qi mu yi zhi qi zi ji zhi qi zi fu shou qi mu (Una vez alcanzada la madre, conoce al hijo. Una vez conocido el hijo, atente de nuevo a la madre). Tao te king. Lao zi. (provablemente del S.VI a.c.)

Debajo del manzano, Allí conmigo fuiste desposada, Allí te di la mano, Y fuiste reparada Donde tu madre fuera violada.

Cántico Espitual. San Juan de la Cruz. (1542-1591)

El filósofo quiere poseer la palabra, conventirse en su dueño. El poeta es su esclavo; se consagra y se consume en ella. Se consume por entero, fuera de la palabra él no existe, ni quiere existir. Quiere, quiere delirar, porque en el delirio la palabra brota en toda su pureza originaria. Hay que pensar que el primer leguaje tuvo que ser delirio. Milagro verificado en el hombre, anunciación, en el hombre, de la palabra.

Filosofía y poesía, 1939. María Zambrano. (1904-1991)

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A ti madre, que me enseĂąas la inmensidad de la poesĂ­a.

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Nota al lector El texto original que gestó éste libro ha sufrido sucesivas revisiones, posteriores. Hoy sigo sin comprender exactamente la naturaleza y orígen del mismo. Aunque perseveré en no comprenderlo totalmente, sí he deseado completarlo. El lector podrá percibir esos añadidos, esos cambios, que concivo inseparables de la totalidad. Sin dudar de su valor, de su contenido, sentí necesario enfrentarlo a diferentes autores clásicos y contemporáneos. Quisiera sólo concretar que un año después de ser concluído ha sido contextualizado, con notas de autores que puedan completarlo, enriquecerlo. Esa ha sido la intención final. Mi principal objetivo ha sido en lo posible dar continuidad y coherencia a la versión definitiva. Por lo tanto el lector dispone libremente del texto original si omite las notas que encontrará. Desde el inicio me han sido necesarios otros dos años más de relecturas. Concluí limitarme a pequeñas notas cuando advertí que ya me era imposible retomar la emoción de esos días.

22 de octubre de 2006

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Preámbulo Pensé este preámbulo con el primer impulso, con esa primera intención de explicarme ante aquellos que amo y considero imprescindibles. Ese fue el origen de ésta narración, explicarme. Posteriormente, así como el texto avanzaba, fui descubriendo que también cumplía con la necesidad de presentarme ante mí mismo. Me he sentido inmensamente desconocido a mí. Esta narración fue concebida en mi breve visita a Rotterdam. Entorno a las fechas que he mantenido y detallo a modo de homenaje a ese tiempo. Hay confusión. Y aún hoy no logro fijar conclusiones. No creo que deba hacerlo. De todo acto creativo queda, y así debe ser, una inmensa penumbra para ir deshilachando. Sí creo cierto, y agradezco a la escritura por ello, que estando mi persona hoy impresa aún de emociones irreflexivas e impredecibles, me siento fortalecido ya para abrazar todo aquello precioso mio en este mundo. Como jamás pude hacer antes. 15 de mayo de 2005

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Del tránsito a la realidad, y viceversa Mediante una síntesis del recuerdo está la posibilidad de reconocer. La memoria es selectiva. La cotidianidad reconoce parcelas de penumbra. Y por la susceptibilidad de la palabra a lo que es cierto, a lo que es bello, algo permanece en nosotros débilmente, dispuesto para ser reconocido. Algo permanece en mí frágilmente. La palabra es susceptible a nosotros, pero el mensaje es ajeno, impropio. La belleza, la verdad, son nuestras pero no son reales. La palabra es susceptible a la interpretación, a ser descifrada, a ser verdadera, pero jamás adquiere estabilidad ni perdurabilidad. Toda conversación con lo profundo es una demostración de la confianza en lo extraño. Toda disposición hacia la escucha rebosa mística, es un acto de fe. El mensaje, la recepción de la realidad, siempre quedará incompleto. No logro escuchar con acierto su significado. A menudo se prolonga sobre mi ensoñación, sobre mi enigma, y en ninguna de esas veces alcanzo plenamente a ese mensaje, la realidad. Confirmo, de ese modo, una y otra vez, que en mi palabra hay algo inexplicable, y que su origen está más allá de lo comprendido. El mensaje, se muestra a mí de un modo que difícilmente alcanzo a describir. Como una sustancia porosa, extrañamente traslúcida. Como una presencia mía en una ausencia.

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Y su visita es breve, posado fugaz en lo visible. Lo misterioso, lo desconocido, es breve. Se presenta nublando lo aceptado, invitando a iniciar el delirante sinsentido, que nos muestra la vida, y alumbra. Alumbra con esa media luz, y nos permite ser ciertos. La realidad viene a nosotros, se manifiesta, cuando la disposición es amplia y el reconocimiento de su valor intenso y sin condiciones. Lo ajeno se muestra precioso en ese instante. Se proyecta sobre la forma tangible, robusta, de cualquier pensamiento ya nuestro. Mi rigidez se contrae y me embriago de dudas. Y después se ausenta, se aleja, de nuevo envuelto por lo misterioso y ajeno. Por lo tanto, anterior a la comprensión de la realidad, sin duda, hay un primer instante sorprendente, desconcertante, que sin preverlo nos lanza lejos de nosotros, o se proyecta desde la distancia1. El mensaje, en sí, se manifiesta mediante lo ajeno, anterior a la comprensión. El mensaje está presente, anterior a la comprensión. Jean-François Billeter, en su ensayo Leçons sur Tchouang-tseu, destaca y analiza las características personales de este autor chino, contemporáneo a Lao Tse, y a menudo considerado erróneamente taoísta. Describe en los textos de Zhuangzi una particular postura ante aquellos instantes donde la confusión perturba el conocimiento de la realidad. Según Billeter, Zhuangzi nos invita a dejar a la actuación libre del cuerpo, de sus facultades, en una quietud donde se da el nacimiento, en oposición a la tradicional preferencia de occidente por la búsqueda de la autonomía, la separación, del individuo en pleno dominio consciente de sus actos y del objeto observado. Zhuangzi valora la capacidad de crear el vacío como origen y fuente de la vía, el camino (dâo). En ese vacío se apacigua la confusión, se origina el pensamiento al margen de la misma, y el resultado queda fuera de lo previsible. 1

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Por lo tanto es la presencia de la totalidad, que toca, que altera. Y la posibilidad de escuchar, de percivir ese mensaje inexplicable, interminable, proviene de una otra presencia amplia, nuestra, dilatada, más allá de los límites culturales que nos permiten definirnos, o ser definidos, o que me permitan sentirme propietario de mi comprensión en ese instante claro y breve. Concluyo, que cuando me alejo de mi comprensión la realidad se hace visible. Es un estado que emerge aceptando esa imposibilidad de alcanzar, con ese yo más aquí y reconocible, la comprensión del todo. Un estado que embriaga, una emoción que descompone el sujeto, que desmiembra la autoría, que sólo puedo describir utilizando quizá, la palabra amor en su acepción más amplia. Y es esa imposibilidad de atribuirme la comprensión, ante lo inexplicable, aquello que me empuja a dudar de la comprensión, por sí misma, hasta llegar al consentimiento, finalmente, de esa incomprensión que irresuelta permanece siempre oculta en el mensaje. Inevitablemente, el consentimiento de lo inexplicable es ese amor. Una emoción imprescindible para la recepción de la realidad. Por ser extraña y ajena la realidad persiste incomprensible. La palabra es susceptible a nosotros, y susceptible de ser verdadera en nosotros. Embriagarnos intencionadamente de comprensión es incompatible a la escucha, y a cualquier conversación con lo profundo. Pues la suposición de comprensión es simplemente una aprobación, una apropiación fruto de una urgencia por sustituir la

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escucha por la voz. Un aplazamiento a la aceptación de lo incomprensible, de lo inexplicable en el todo. Una demora fruto del miedo a las penumbras. Sentir miedo es incomprensión no tolerada, incapacidad por aceptar la incomprensión. La palabra estará incompleta, siempre estará incompleta. Y el pánico al caos impone cierta celeridad al lenguaje para terminar, completar, consumando una verdad intransigente y pactada, un malabarismo de la razón que podrá ser verdad, sí, pero jamás realidad. Y ese temor, es el obstáculo para la expresión pura y definitiva de amor a lo inexplicable. Lo inexplicable es connatural. La comprensión queda incompleta. Y ese amor a lo inexplicable, esa aceptación de lo inexplicable, óptimo para la interrelación de culturas2, óptimo para la reunión, para la comunión, queda aplazado indeterminadamente. Me digo a menudo que mi voz no tiene sentido, cuando es tan sólo la expresión de aquello que tiene forma en mi. Y entonces, prisionero de una verdad, decido escuchar el silencio, el vacío, y liberarme de nuevo. Y es muy placentero ese descubrimiento en lo En 1946 se publicaría en el libro Krieg und Frieden la correspondencia que Hermann Hesse mantuvo durante años con algunos de sus amigos y lectores. En una de ellas, escrita en el año 1916, Hesse hacía una intensa defensa de la cognición de la realidad capaz de suprimir la autonomía. Apelaba a lo que los hinduistas llamaban “atman”, los chinos dâo, o los cristianos gracia. Hesse consideraba que en personajes como Jesús, Buda, Platón, o Lao-Tse, se dio esa visión capaz de eliminar la conciencia de lo ajeno para convertirlo en parte inseparable del sujeto. 2

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inexplicable, esa sorpresa en lo ajeno, en lo diferente. Con el amor doy cabida a la diferencia, a la improbabilidad de comprender. Con el amor dispongo de ensoñación y sobrevivo a la imperdurabilidad del lenguaje en el sentido. El lenguaje es imperdurable en el sentido. Todo está en la irreflexión del amor. Pienso que amor pudiera ser una actitud que describe la sabiduría3. Y quizá la ley es el respeto al amor, ajeno o propio. El lenguaje no tiene sentido inmanente. Con el amor sobrevivo a la imperdurabilidad del lenguaje. Subjetivamente concedo a la palabra susceptibilidad a mí, para que posea o no sentido en mí. Y después la rechazo. Cuando me reconozco hablándome, repitiéndome convencido qué creo cierto y qué es mentira, le rechazo y En el famoso diálogo que Sócrates rememora, de su encuentro con Diotima, Platón escenifica a un Sócrates que junto a sus compañeros de tertulia narra lo que la mujer le afirmó sobre el amor. Sócrates explica cómo la mujer describe entre las virtudes del amor su capacidad de interpretar y transmitir a los dioses las cosas humanas, así como a los humanos las cosas divinas. De modo que todo queda unido consigo mismo, indisoluble, siendo el todo expresión del amor, y a través de Eros por donde discurre todo arte adivinatorio. 4 En un ciclo de conferencias realizadas por George Steiner el otoño de 1974, y recopiladas en el volumen Nostalgia for the Absolute, podemos leer una encendida defensa de la necesidad de regenerar el método discursivo de occidente. Una vez sustraída la religión de la cultura occidental, y con ello todo sentido moral o mítico, más allá de la verdad, la tecnología o las utopías sociales; ya en esos años lanza una clara advertencia a un abandono de la condición de Homo sapiens por lo que él pasó a llamar con tono irónico Homo ludens. 3

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quedo en silencio, salgo del delirio de la palabra, de la cultura, y regreso al contacto con lo incomprensible. Quedo en silencio. Cuando tan sólo me concedo un argumento impregnado de comprensión, cuando logro desenmascarar una explicación de aquello que carece de comprensión, la vida, quedo prudentemente en silencio y espero. Y volveré para provocar el delirio4 de esa palabra convencida de su verdad. Aunque me rechazo al reconocerme provisto de comprensión, de forma mía. ¿Por qué?. La comprensión es un espejismo que nos concede tranquilidad, certidumbre con nosotros, con aquello nuestro. Es una respuesta que me concedo, que me doy. Pero me aleja del todo, me delimita, me priva de amar lo incomprensible5, ese espacio de infinito recorrido. Necesito amar lo incomprensible, por responsabilidad ante lo vivido. Quizá ser inexplicable nos hace complejos para ser amados. Pero nuestro individuo no existe. No hay nombre posible, no debo obtener respuestas definitivas, nadie debe obtener respuestas. La « Bon! voici que mon esprit veut absolutement se charger de tous les développements cruels qu’a subis l’esprit depuis la fin de l’Orient... Il en veut, mon esprit !/ ...Mes deux sous de raison sont finis !- L’esprit est autorité, il veut que je sois en Occident. Il faudrait le faire taire pour conclure comme je volulais». De éste modo se expresa Rimbaud en la que sería antesala de su despedida de la escritura, alrededor del año 1873. Une saison en enfer es uno de sus libros brillantes, malditos, conjurados por una naturaleza endiabladamente libre e imperecedera. 5

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respuesta definitiva es una improbabilidad. La respuesta en sí es una limitación. Tan sólo la pregunta, la escucha, ofrece la posibilidad de relacionarnos. La objetividad no es posible. La existencia nuestra es una presunción. La ley es el respeto al amor6. Y tan sólo la escucha, la participación, nos concede la posibilidad de obtener una existencia.

“ L’alt amador, dolor punt no el tormenta,/ car la major, de mort, no l’és extrema./ Tant ardentment lo foc d’amor lo crema/ que tot l’és fred quant pot tocar ne senta./ Ix fora si, res de si no el delita/ si doncs delit en l’altre no li porta./ Sa voluntad envers si está morta:/ en la gran cort fa la vida ermita.” Este fragmento describe uno de los momentos más fecundos de la Europa anterior al definitivo divorcio entre cultura occidental y oriental. El Eros, capaz de reunir a los humanos con los dioses, y de engendrar todas las artes adivinatorias, toma forma en el Platonismo de Dante y en la mística de Ausiàs March. Supuestamente nacido el 1397, éste último uno de los poetas europeos más importantes del siglo XV, relata en versos maravillosos la naturaleza de un amor surgido sin definición posible, pero con gran parecido a la ahimsa descrita por Gandhi, quinientos cincuenta años después. 6

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22 de julio de 2004 ¿Hay dudas?. ¿A quién concierne ordenar la venida de las constelaciones?. ¿Y la caída de cada agitado capítulo de los días?. ¿Y el beneficio de esa juerga de las estrellas?. En lo más profundo me pregunto: ¿quién recibe esa comprensión suprema que le permita definir su misterio?. ¿Quién puede afirmar que dirige con determinación los caprichos del amor?. Sin duda nadie. Amor es la palabra de la sabiduría, ante el amor jamás hay voluntad ni comprensión suficiente. Muchas fraudulencias giran entorno a las emociones, muchas emociones suspiran por algún día reconocerle. Y quienes divagamos en la incertidumbre, entre dos mundos irresueltos, no podemos prescindir de ti amor, si has sido casi alcanzado ya. Hoy decido describir el amor. Y te lloraré apenado mientras cruza en tu ausencia, amor, mi comprensión de lo profundo en una nada. Es temeridad esta escritura. Y reposo a sentirte en silencio, cuando una brisa calma este flujo de palabras sin cauce y ajenas. ¿De qué dos mundos hablas?. Amar, o escribir sobre el amor. Comprender, es una indigna fracción de tiempo que se arrodilla, que no llega a sucederse. ¿El tiempo?. ¡Es un endecasílabo para nuestras almas tartamudas! Es una apasionada intermitencia que no llega a reordenarse.

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Sentir y comprender. Amar, y escribir sobre el amor. Esa es la endiablada incertidumbre que detallo. ¿Por qué escribes?. Hoy me conjuro para dar cabal a una vivencia, que quizá jamás debiera relatar. Pues no hay argumento posible en una comprensión comprometida con el infinito. Y tú, que verdaderamente presumes comprender, debes declararte inepto para la reflexión. Y permeable considerar la única y maravillosa alternativa a la imperdurabilidad del lenguaje. Dejar que de nuevo se imprima en el uno la huella del todo, esa es la única alternativa a toda presunta comprensión. Es sentirte finalmente terminado, concluido, completo. Y mediante esa permeabilidad del uno reconocer tu presencia plena en el todo. Y de ese modo sentir con en el uno en el todo la realidad. Pues todo está en esa irreflexión del amor. Y si amor es la sabiduría en el todo, ¿qué debes si no antojarte reunido finalmente?. Desear un Edén, construir un Edén, una respuesta, es un fracaso si la voluntad es el estímulo. Construir una respuesta es siempre dejar que la palabra impere por encima del amor. El lenguaje incapacita para obtener respuestas definitivas. El Paraíso está en la inocencia, en la incomprensión. Toda palabra sobre el amor es una

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herejía. No es posible el Paraíso. No hay Edén en la belleza. No hay belleza en el Edén. Las escrituras advierten, que justo en el instante que hay conciencia se padece la expulsión. Pero no hay duda sin la toma de conciencia. Y no hay paso atrás a la toma de conciencia si no hay duda. Por lo tanto, la poesía es inmanente, humanidad. Pienso que la distancia entre objeto y sujeto no es definitiva. Y por lo tanto la reunión es posible, de modo intermitente. Hoy, a instantes atrapado por la belleza, por la verdad, a menudo me pregunto qué es la comprensión del amor si no una esterilidad absoluta, perpetua. Lejos de la certidumbre, e incapacitado de llegar a la unidad, es la comprensión del amor la negación del todo. Pero hoy insisto en dar respuestas, en detallar ese momento del poeta en su reunión. Inhabilitado, excluido de la experiencia con en el uno en el todo, mi “yo” se distancia, reconoce aquello ajeno, y le da nombre, sin participar. Pienso que siendo el arte una emoción que atrapa y atrae el uno hacia la totalidad, ¿cómo puede alguien sentarse a comprender mientras ama?. ¿Acaso no se incluirá en ese amor?. Recuerdo ese amor con nostalgia y ternura. El artista vive sustraído, alienado, poseído de una certidumbre emplazada más allá de cualquier explicación, de cualquier comprensión. Esa vivencia es

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su reunión, su Paraíso. Hay una contundente rivalidad, entre lo vivido por el artista y lo comprendido por el artista. Cada vez que regresa de lo ajeno y se contempla, se desvive y mancilla dando nombre y comprensión a su misterio. Padece un empirismo irreverente. Se desenvuelve con torpeza. Y cualquier explicación es incorrecta. Hoy, cuando me concedo a explicarme, creo que si mi regreso y mi incierta verdad confirman mi duda irreparable, será mi deber reconocerme incapaz de amar de nuevo y aceptar los instantes del destierro delirante, de la divagación en el lenguaje, sin más. Si por el contrario ese regreso confirma la persistencia del misterio presiento, entonces, que estoy a salvo de la impermanencia y amo, amo con locura, con devoción y para siempre atrapado en el vientre de una niebla más allá del tiempo. La expulsión no es una elección libre, es un hecho consecuente a la debilidad del yo más aquí en impermanencia. Cuando elije separarse, de la experiencia amplia en el uno en el todo, y se explica. Es el sendero del divorcio, de la negación, de la inconclusión. Es la tentación que se abalanza y atrapa, con esa voluntad de comprender. No hay belleza en el Edén. Ni Edén en la belleza. Hoy, vivo esa impermanencia, y con ella me decido a crear. Temerario me aventuro a recrear el origen y fuente misma de creación.

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Puesto que tan sólo sin fe puedo desafiar la arcilla del misterio hoy, sobrevivo, sin alma, en una cascada de palabras hacia mi. Aquellos que a menudo no acceden jamás a ser terminados y deambulan, penitentes en la búsqueda del irrealizable yo más aquí, negando para sí mismos la virtud del todo, sustituida la plenitud, por la divagación y ociosidad en el lenguaje. Son quienes hablan y hablan, a menudo sin vida. ¡Hay tantos mercaderes7 y farsantes en el arte!. La expulsión, ni es decisión, ni es libre. En sí constituye la vulnerabilidad de un “yo” irresuelto, irrealizable. Quizá yo sea uno de ellos. Quizá algún día yo desea ser uno de ellos. No lo sé.

Leo con cierta melancolía y desconcierto la traducción del libro Zur Welt kommen Zur Sprache kommen. Frankfurter Vorlesungen, de Peter Sloterdijk. Publicado en enero de 2006: “Cuando se encogen los espacios en los que uno puede dar un paso adelante para decir o mostrar cómo le va por el mundo desde su perspectiva de protagonista, éste enseguida deja de ser un mundo al que valga la pena salir. El hecho de venir al mundo del ser humano llama la atención desde el comienzo sobre las propiedades que el mundo como tal posee como escenario y arena. Si se cerrasen los escenarios y las arenas bien porque los actores empezaran a refugiarse en su esfera privada, bien porque los más poderosos del mundo organizasen el mundo como su domicilio doméstico y sólo permitiesen mostrar su propio show de trivialidad, podría decirse que la era del venir-al-mundo habría llegado totalmente a su fin. Y éste es precisamente el signo de nuestro tiempo: una época de resignación y de show, una época de privacidad oficializada y de apocalipsis de la intimidad. Quién todavía hoy quiere escapar a lo grande, busca el escándalo en algo que ya no es un afuera… hasta que la caverna se alborota”. 7

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23 de julio de 2004 1 ¡Y dichosos aquellos que se miran resueltos en el todo!. Pues en su naturaleza viene dada la aceptación, la permeabilidad, la reunión. Y así algo inmenso concreta su amor. Un maravilloso círculo de amor, de aceptación del todo, de inherencia en el todo. ¿No es el primer amor la aceptación de la totalidad?. ¿No es el milagro ese amor que el recién nacido sabe reconocer?. ¿Cómo creer éste mundo? Los incrédulos, a menudo, padecemos la expulsión. Y Dios irrealizable reaparece entonces, cuando os sentís terminados. ¡Ah, Dios! Qué fértil alabanza de los escribas al amor. ¡Qué bella exaltación de los manuscritos!. No voy a hablar jamás de ti. Puedes tentarme, pero luego te esfumarás. No te creo como palabra. La palabra Dios es herejía. Y trastocado por tu apariencia, con mi pedazo de lenguaje, sintiéndome propietario de algo tuyo, yo divagaré laberintos maniatado a mi criatura monstruoso. Primogénito y suficiente. Sólo es apariencia lo que escucho. ¿Cómo puedo hablar de ti realidad, si toda palabra permanece en la penumbra, en sinsentido?. Cada noche que mi alma enjuago entre espejismos, me digo que

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da igual, sí. Y me decido a perseguirte, realidad, atrapando caminos, misterio, sólo compensado con releer mis manuscritos. Hilvanado profundo el ovillo del pensamiento, te persigo realidad. Y escribir es finalmente una mezcla extraña, de aceptación de lo incierto y vulnerabilidad ante la apetencia mía de belleza. Con el espejismo de la palabra, entre aquello que escuché y aquello que cuento sobre lo que escuché, hay días que siento un placer insustituible. ¿Y cómo puedo hablar de ti realidad?. ¿Y cómo puedo hablar de ti amor? ¿Y cómo volver a creerte, mundo?. Me digo que no es posible. ¿Cómo vivir el arte si la palabra le comprende?. ¿Cómo puedo sentirme, si es el espejismo la fuente?. ¿De qué mundo real debo tomar mi mensaje, y llevarlo en mi viaje?. ¿Resuelto está aquél que se sabe, o aquél que en la escucha para siempre no se sabe?. Me reconozco confuso, distanciado. Y me concedo ese viaje en lo pagano hoy. Poder describirme es recrearme. 2 Si persistiera en evanescencia, alejado de mi yo más aquí, concluyo que con en el uno en el todo impregnaría en mí ese amor con plenitud. Y entonces debería sentir de nuevo el arte, la reunión. En la definición de un estado completo, resuelto.

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No. Me alejo. Viajo hacia adentro, penitente. ¡Pero qué espejismos, qué placer!. Hoy decido persistir en el lenguaje. Y a cada paso aventurado en un paraje vírgen y oscuro reconozco ese mordisco, cada vez más cercano, de mi paso, monstruoso, rompiendo el Paraíso. Ovillo pensante. Perseo y Minotauro. Hoy confuso, quizá certero, por ahora decido no estar terminado. O quizá decido descomponerme, reinventarme. No puedo reconocer aún mi pensamiento como propio, determinado, concluido. ¡Le vi tan cercano y le temo tanto!. Pero el reto es persistir, acercádome al misterio, alcanzar un audaz estallido, una fragmentación inexacta, incomprensible, inexplicable. ¡Para estallar la presión debe ser máxima!. Debo escribir, huir, reiterar en la duda, escuchar, sentir permanentemente esa maravillosa impresión en mí de lo extraño. Puesto que estoy encontrándome, y sigo incompleto hoy. Y no alcanzo la reunión definitiva. Aquí, infinito en la expulsión, me pregunto ¿quién puede negarme lo mio? ¡Yo mismo! ¡Sí!. Hablar y hablar más.

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Con mi escritura acuerdo conmigo mismo ser muchos, en el mismo cuerpo. Y fragmentado el sujeto de ese modo confirmo cierta dualidad, entre de lo recordado, lo sentido, y lo visto cada día. Y me doy explicaciones, me explico, y me comprendo. Después urgentemente me olvido, para nunca más retomar las conclusiones. No debo consentir pertenecer a mi palabra, jamás accedo a creerme nada. Vivo irresuelto pues, expulsado, irremediablemente pagano. Si palabra de Dios fue el mejor modo de estar sin nombre en esas viejas escrituras, si el dâo aparece claro en esa pausa que todo genera, si en la belleza del gesto es el dharma fuente de armonía, concluyo que no deseo pensamientos de mi arte cuando viajo a mi reunión. Decidme oraciones, antepasados, tiempo de palabras y herejía, ¿cómo no debo continuar escuchando más allá?. ¿Qué puedo decir de la realidad que no pueda decir ella sobre sí misma?. ¿Y qué valor tengo ante la observación de la inmensidad?. Alcanzas ya las puertas de la palabrería, de la divagación, justo en éste instante que persistes rehuyendo la reunión con tu arte. El yo más aquí se revuelca y exibe su cómoda parcela, de lenguaje, de comprensión. Y con ese paganismo te aproximas a la belleza en tu escritura, a la verdad, a menudo en un tan sólo bello equilibrio con la tentación. Escritura, tentación.

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3 Con la belleza expresa su paganismo el “yo” irresuelto, el “yo” expulsado, el yo más aquí. Y así padecieron los primeros la fruta preciada. No es bello aquello que es real, tan sólo es bello aquello que la humanidad decide bello. El arte no es bello, es expresión de lo real. La comprensión del arte es belleza. Te escucho y decido que eres bello. Y con tu belleza, ¡ah, tú, misma belleza!, acordamos cada una de esas porciones de autosuficiencia. Autosuficientes son los bellos, que se consienten terminados, que se consienten bellos, que consienten aquello bello, que en ellos deciden bello y gozan el Paraíso. Insuficientes son los que construyen belleza y vuelven a dudar tendenciosos, amantes del imposible, del informe. La belleza no es amor. La belleza surge de la comprensión del amor. Y es bello todo aquello comprensión de la experiencia del uno que es completado en el todo. ¿O acaso es bello algo que no integre a ese “yo” que comprende?. Concretemos. El amor es la disolución del “yo” con en el uno en el todo, la reunión. Pero la belleza, la verdad, es posterior. Es la comprensión después del amor, es la aceptación del uno que comprendió el todo, después de sentirlo, y decide la comprensión del todo, y aprueba la distancia del amor. Es la belleza ¡un consentimiento!, un estado de sometimiento a la palabra, ante la imposibilidad de

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lo real. Los insuficientes volvemos una y otra vez a la marisma, a dudar. ¡Palabras! Afortunados aquellos dóciles8, reverentes a su comprensión y a su razón. Pues las palabras surcan costuras abiertas que derraman siempre misterio en mí. Y persisten viciando mi criterio, hasta lo ilimitado, insuficiente. No creo esa verdad. Me embriago de un extraño sinsentido cada noche besando las mejillas de la misteriosa. ¡Y ah, poesía!, de ese modo permanezco concuvina de lo bello. No puedo evitar el sinsentido. ¡Ah, el sinsentido!. Esa es la virtud que reposa inherente en la palabra una vez desnuda. Cruzando precipicios, realidad funambulista, toda representación del lenguaje se articula entorno a un sinsentido inevitable. Irremediablemente la belleza no tiene sentido y no debe tener sentido. Tan sólo ocurre que nosotros se lo damos. El 11 de mayo de 2005 Rüdiger Safranski realiza en el Círculo de Bellas Artes de Madrid un ciclo de conferencias sobre Heidegger, examinando la inquietud del autor alemán, ya en sus últimos años, por reempezar. “(…) ¿Cómo logramos propiciar un movimiento de apertura desde el mundo de lo fabricado hacia la experiencia de un mundo que es más que aquello que nosotros somos capaces de producir?”. 8

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Pero el estímulo se encuentra en lo circunstancial, en lo voluble. ¿Y cómo puede la impermanencia alcanzar jamás un sentido?. ¿Acaso no es la realidad el único sentido posible?. ¿Acaso no es la belleza el resultado de una delirante y tierna aproximación del “yo” que comprende?. La humanidad se aproxima, vive a tientas, manoseando el rostro del mensaje, la marisma, la realidad. ¿Quién es el presuntuoso que eleva su visión, su propósito, circunstancialmente, hasta el espacio de lo real?. La realidad quizá existe, allá afuera, sí. ¡Pero la susceptibilidad de la palabra a nosotros es tan intensa recreando espejismos ilusorios!. Buscar la verdad es aproximarse a lo real con la comprensión. Una búsqueda pagana de excepcional valor. Irreverente, irrenunciable. Es la malla que va filtrando la humanización, la exclusión, la distancia. Toda palabra es excluyente dijo Nietzche. ¡Pero qué bello comprender el amor!. Buscar el mensaje, aquello que es, es participar del sinsentido. ¡Y ah, la verdad!. Si lo real es, en sí mismo, la búsqueda de lo real no es, ¡no puede ser!. ¡Realidad irrealizable!. ¿Cómo podemos los artistas buscar y reinventarse inacabados, siendo amantes, hoy en interminable insatisfacción del amor?. ¡Cómo puedo vivir sin vivir en mi!.

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26 de julio de 2004 1 No alcanzo a revisar esa pregunta con suficiente claridad. Hay un compás que se repite ancestralmente. Generaciones enteras continuaron divagando en la duda. El Paraíso se detuvo en la conciencia, sintiendo esa desnudez. Empezó ese primogénito a dar nombre a las cosas y hoy continúo yo dudando, heredero de ese instante. En la expulsión persisto delirando y desterrado. Y ese es mi germen, mi herencia, ¡mi huida cada noche que insisto en dar nombre al misterio!. La expulsión es el primer instante de existencialismo. Con ese principio, en lo más profundo, en lo más recogido, continúo en la escritura reubicándome, repensándome, reinterpretándome. Permanezco en la comprensión del amor con palabras sobre el amor. Y palabras y más palabras se embarazan y soportan mi impermanencia en lo real. Afortunadamente en un sendero próximo a la consecución última de la belleza. Pues eres tú belleza, criatura, quien me rescatas a menudo, de la más absoluta nada. Reconozco que cierta violencia de la emotividad, que en una pasión sin cauce desgarrando la razón, naufraga la palabra, en la poesía, y da una última descripción del sinsentido en el lenguaje. Justo

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cuando construye, para la representación, en la escena del desengaño, la palabra muestra su espejismo. Somos bellos levantando sortilegios, sí. ¡Patéticos luchando por ello!. ¡Ah!, no puedo creerte palabra. Puesto que no es posible consumarte real. Veo espejismos, aproximaciones, encauzado en la expulsión. Las palabras se ofrecen a mí para darme explicaciones. Pero con esa porosidad de las penumbras, de membranas que sujetan las miradas entre luces y tinieblas. Dudo, no tienen nada cierto y persisten mostrando su belleza. Quizá es la maestría, el virtuosismo, un don para morir tempranamente consumando sortilegios, que devoro, que mastico, sin saciar ese apetito de diablo intermitente. Dudar, cruzar la grieta que se abre entre mi desconocimiento y mi conciencia. ¿Y la sabiduría?. Quizá es generar el silencio suficiente para amar de nuevo, para la reconciliación, con en el uno en el todo. Y a pesar de tantas dudas, hoy me concedo un placer insustituible. Irremediablemente, mientras creo con la duda, desconozco y escribo. Precioso cortejo con la luz atardecida del cielo. ¡Ah, divagaciones sobre el arte!. ¿Cómo pensarte y hablar de ti?. Tú eres quién me arrebataste tantos días, tanta vida, para unirme a todo. ¡Jamás podré olvidarlo!. Creo a menudo que mi camino se hará amplio, extenso, y para

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siempre. Y dejará de apuntarme un recorrido ya descrito. Puesto que han sido tantas las veces que he dudado. Y tantas son las noches que he deseado apartarme de lo bello. ¿Amar es la llegada al horizonte, o empezar en el horizonte a perder el camino?. Preguntas. Más preguntas que debiera recoger y lanzar a esos perros salvages que perviven en mi cráneo. Para que sean devoradas, masticadas, desmembradas y esparcidas, con inmensa furia de misterio. Y de ese modo ser de una vez sustraído de la belleza, para siempre. Y por la claridad trastocado de nuevo hasta ese amor que tanto recuerdo, cuando aún era todo inocencia inexplicable, mi arte, mi fe en éste mundo. Y a pesar de todo, ¿cómo puedo esperar de la vida otro camino a la expulsión?. Y a pesar de todo siento belleza, placer. Y regreso, siempre regreso a la palabra. Hoy, mientras persevero en la palabra, me ofende su imperdurabilidad. Y reconozco esa inercia extraña que me empuja, a circular sin recorrido, en un interminable debate sobre el amor. Y quedo en silencio, olvidando lo posible. Escribir, sobre el amor, es una confirmación del desencuentro. La máxima expresión de la distancia es la poesía sobre el amor irresuelto, sobre el amor que vino y se ausentó. Después provocaré el regreso de mi arte, mi enamoramiento. Pero ahora puedo concretar, que cuando se trata de llevar la escritura hasta Dios, de aproximarla a su estado más elemental y sublime. Cuando se trata pues de hallar el misterio en la palabra. Es finalmente la poesía del

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silencio, el delirio, una proeza ilimitada, ¡sí!. Por lo tanto no hay más que comprender. Pero apenas se trata tan sólo de ser afortunado vendedor de un espejismo compartido por todos. Pues soy penumbra, intermitencia, malabarismo del lenguaje. Nada más. Participar en la realidad es un espejismo inacabado. Aunque debo vivir, vivir y recrearme en la mentira colectiva, explicando una proeza, cualquiera, próxima al misterio aquí, que sin alejarme demasiado maraville mis recuerdos y nostalgia. El sueño que vendrá después es el sinsentido que encierra el lenguaje. El lenguaje es sinsentido. Ninguna utopía tiene sentido más allá del lenguaje utópico. El mensaje siempre quedará oculto. Pero es aproximarse suficiente, precioso, tierna sacudida de los vientos caprichosos. Justo con la tensión entre el mensaje y la concepción del mismo, alcanzamos la intensidad suficiente para llevar nuestra fragilidad hasta el deseo de trascendencia. Y con la susceptibilidad del lenguaje a nosotros, nos consentimos verdaderos, reales. Es espeluznante. Irreversible. Precioso. La metafísica del lenguaje se desvanece, en cada reconocimiento de su sinsentido. La visión del sinsentido nos desintegra del ensueño. El mensaje sigue lejos. Con el lenguaje tan sólo nos compren-

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demos, delimitamos una porción, la ensalzamos hasta la misma deformidad y sobrevivimos, adorándola con devoción. Pero no es suficiente, jamás, siempre habrá incomprensión. Sortilegios y más sortilegios. Devoramos cada pedazo de metafísica que podamos reconocer, y no es suficiente. El nihilismo aparece inevitable. Y entonces yo descubro la importancia del amor. Sin amor no es posible superar el límite del lenguaje, del yo más aquí. No trasciende nada con el deseo, la voluntad incapacita. No hay estética posible que perdure, sin una ética acorde a la misma. Finalmente, con el amor, la belleza muestra su compleja y última sofisticada condición: el transito. Sólo de ese modo una cultura sobrevive embriagada de sí misma. Cualquier pensamiento debe estar impregnado de ética para trascender. Toda belleza es comprensión del amor. Pero el tránsito es la experiencia del amor, la expresión de la experiencia del amor. Hoy padezco, incrédulo a mi contexto, a mi cultura. Y huérfano, desheredado, mi espejismo se disuelve y la expulsión es irreversible. No alcanzo a creer la verdad de mi cultura. Y sin verdad, sin ética, sin belleza, puesto que soy prisionero, escribo y sobrevivo en la expulsión con palabras sobre el amor mientras lloro, por no alcanzar a dar al mundo mi pasión. ¿Acaso quién presume de crear en éste mundo nuestro, puede excluirse y renunciar al amor, a la ética?. Nosotros, que hemos vencido por la fuerza,

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hemos perdido. Por precaución, debo ubicarme en un espacio limítrofe y ajustado, entre la comprensión y el recuerdo a la experiencia del amor. Se puede describir como un tránsito la concupiscencia de ese ir y venir, del amor hacia el lenguaje, de esa sorprendente invocación de lo irreconocible9. De lo incomprensible, de la presencia del misterio y del regreso a la belleza, a la explicación. Comprendo ese proceso y a menudo me pregunto mientras trabajo, ¿por qué esa permanente duda?. 2 Pensar una ética. No hay quién puede erigirse mentor de su alma con suficiencia. No llego a revisitarme con suficiente claridad. De lo pagano, de la comprensión, se puede suscitar lo real, el mensaje, puesto que la humanidad siempre es imagen maravillosamente presa del espejo. Pero del mensaje jamás se suscita lo pagano. El viaje está fragmentado, inacabado, intermitente. La palabra es a “Ese estar sosteniéndose la existencia dentro de la nada, apoyada en la recóndita angustia, hace que el hombre ocupe el sitio a la nada. Tan finitos somos que no podemos, por propia decisión y voluntad, colocarnos originariamente ante la nada”. Heidegger se pregunta de ese modo en 1929, en su ensayo Was ist Metaphysik, refiriéndose al ser, a su imperativa necesidad de llenar el vacío absoluto con esa amalgama de tentativas, de indagaciones provistas de tanta belleza inestable y perecedera. 9

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imagen y semejanza. Podemos ir, llegar, y ser expulsados10. Y esa probabilidad es maravillosa, inevitable, suficiente para aleccionarnos y consentirnos reales más aquí. Y ese tránsito, ese viaje intermitente, es inalienable a la condición humana. ¡Es precioso!. Con ese proceso voy reconociendo y olvidando, construyendo y apartando, aquello indeseable de aquello que apetece. Y esa apetencia es el barómetro de la estética. Aquello que siento placentero es finalmente verdad. Ética y estética se funden de nuevo. Nos consentimos aquí, somos expulsamos de allá. Vivo irresuelto, maravillado, con el sentimiento desbordado por la imperdurabilidad. No debo retenerme en la validez, en lo perdurable. La impronta de las dudas es la textura de la humanización. Tras cada duda, cuando alcanzo a desnudar un juicio y me acerco al mensaje, siento una breve y dulce sacudida del amor. Intermitentemente me comprendo. Y de cada caída surge el reinvento de un retorno. Y con esa penitencia mi pequeño Sísifo, de Para esta postura es decisivo: en primer lugar, hacer sitio el ente en total; después, soltar amarras, abandonándose a la nada, esto es, librándose de los ídolos que todos tenemos y a los cuales tratamos de acogernos subrepticiamente; por último, quedar suspensos para que resuene constantemente la cuestión fundamental de la metafísica, a que nos impele la nada misma: ¿Por qué hay ente y no más bien nada? Heidegger concreta de ese modo la venida del lenguaje a responder, a darnos realidad. Al cierre del libro se pregunta sobre esa naturaleza del ser. Y deja suspendida la respuesta, no podría ser de otro modo, consciente de que toda intención por responder es inaceptable, inestable. 10

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nuevo, parece devolverme al sinsentido del lenguaje. Pero el amor está allí, cercano. Nada más debe tener sentido exceptuando esa experiencia cercana a lo real. La humanidad es un artificio, una lucha por mantener en pié el destello, la imagen, ese espejo que deforma y nos apetece. ¡Ah, nuestra imagen!. La humanidad es entrañable, fecunda, provista de tanto sortilegio y devoción. Son tantas las culturas, espejismos que embriagan, que explican. Que nos conceden y asientan. ¡Que nos dictan creíbles11!. Es la experimentación de algo trinitario. Una violenta fragmentación del sujeto “yo”, con “tú”, de “él”. Cuando me interrogo y dudo y habla de “tú”, como de “él”. Siento la complejidad del momento. A menudo logro la fluidez entre todas las presencias del ser, y otras veces me demoro en confusiones. Después no debo creerme nada mientras fluye y se dispone lo irreversible, ese camino que aparece en la inacción. Todas las culturas compartimos ese sinsentido del lenguaje. Y la Retomo las lecciones de Frankfurt, de Peter Sloterdijk. “Si el hombre es el animal narrador por antonomasia es porque también es la criatura condenada a comenzar que está obligada a orientarse en el mundo sin poder estar presente en su comienzo real como testigo despierto. No está destinado a poder comenzar consigo mismo como una animal privado de lenguaje que olfatea la apertura del afuera, sino a hacerse cargo de sí sólo desde el momento en que el lenguaje me da a mí mismo. De ahí que tapone el agujero del comienzo con relatos, y comience a enredarse en estos relatos, porque él es la criatura que no dispone de su comienzo”. 11

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cercanía al espejo es un supuesto suficientemente placentero. Penitentes, entre el mensaje y el espejismo del lenguaje, nos acompañamos y nos recreamos, viajamos y regresamos. De aquí, nuestra imagen, hasta allá, donde jamás lograremos llegar. “Yo” conversa, divaga, sobre “tú”. Y ese viaje alcanza su plenitud cuando llega a la reunión con suficiente claridad. Y cuando volvemos sentimos impregnado el cuerpo de algo, de una sutileza, de una textura diferente que nos delimita de otro modo. Nos humaniza, nos maravilla y nos amplía, mientras reconocemos nuestro algo que era ajeno. Quizá en la ciencia, en la poesía, en la ética. Entonces el “yo” se siente “él”, y comprende, y le descubre. Y valora que “él” fué posible con en el uno en el todo. Ese transito es precioso. Es un viaje a la esencia de lo humano, a sus confines. No hay utopía. Más allá del lenguaje propio tan sólo nos queda el altruismo, el altruismo expresión del amor a la totalidad, a lo inexplicable, más allá, más allá de lo propio. Más allá de cualquier conclusión, de cualquier voluntad por dar a lo real una intención, un reflejo de la razón. ¡Palabras y más palabras!. Es amor, posible, interrumpido, delicado. Un ardid de la emotividad que llega a un altruismo insospechadamente placentero. Una ética válida, para la relación con lo desconocido, en silencio. Cuando el uno deja de pertenecer al “yo”, está ante el todo dis-

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puesto a señalarle y determinarle en “tú”; y ocurre la reunión con en el uno en el todo una vez vaciado de toda palabra, y desvanecidos “yo” y “tú” en “él”, que todo le es propio. El proceso es claro, fluido, diáfano. La participación es plena. Hay una sorprendente vacilación de la propiedad de los hechos. En un instante sientes haber perdido todo lo propio, para tomar todo lo impropio. Para sentirte partícipe de la compleja y fértil encrucijada de un tiempo, que pertenece a lo comunitario, y se aleja de lo individual. El tránsito de ese modo muestra, intermitente, su sorprendente disposición a invocar el no-tiempo. 3 Hablas del amor en constante alternancia. Hablas y después das espacio al sentimiento. Reconoces la palabra,y quedas en silencio, escuchando. Luego escribes un poco más, sin saber aún. El tiempo no es lineal. Lo reconoces en esa materia envolvente que reúne todo. Sabes que la voluntad se genera como un breve estímulo. Eres impetuoso, frágil, y a menudo arrebatado hasta el delirio debes, sin más, ser incomprensible para todos, sustituible, reconvertible, su-

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plantable. Ese yo más aquí, en ese instante muestra su verdadera condición. Estás incompleto y hablas, escribes. Y descubres el sentimiento en ti cuando callas. Buscas acordar contigo mismo una mentira suficientemente perdurable, y resistir en ese espejismo en común. Quisieras que el alma no subsistiera sujeta y temerosa, siempre, a esa posibilidad: ser abrasada por la impermanencia, por la desintegración. El tránsito invoca el no-tiempo, sí, pero esa intermitencia de la comprensión, esa intensidad de tus dudas, es irreverente incluso con el infinito. Quizá finalmente no debas ser poeta para siempre, si no para nunca. 4 La poética entorno al mensaje concierne a todos quienes no alcanzan la conclusión del ser definitivamente, y persisten dudando sin alternativa. Entonces, concluirte definitivamente es un antónimo de poesía. La validez de la yuxtaposición de los estados, la ida y la venida, la suma de tiempos perdidos. Esa es quizá una posibilidad, cuando la rotura del presente es de modo alarmante misteriosa.

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Entonces al ser irrealizable no tienes sentido de lo real. Tan sólo participas de un sinsentido de lo real. Es suficiente, bello. La belleza es tu modo de tolerar la impermanencia. La belleza es algo que concierne a lo real, que se desprende de lo real, pero no es real, es comprensión. Pero complejo de aceptar, cuando confirmas no tener explicación. Volverás y obtendrás algo, en ti, una verdad, un reconocimiento de la belleza, pero no será perdurable. Sí, ante la expulsión requieres del amor para reunirte, para socorrerte del nihilismo. Y la convivencia con la poesía te lleva irremediablemente a revisitarte. Del desorden aparece pues un supuesto sentido. Y cuando reconoces que dar sentido a lo tuyo es vivir la expulsión, reinterpretas de nuevo esa belleza, y el amor es aquello que te ampara. Sí, eres consecuente con lo vivido. Y mientras quedan casirealidades, encauzadas en el no-tiempo. Espejismos dispuestos para siempre que observan, desde el más allá. Y volverás a revisarte, infinitamente. Puesto que ante todo la belleza no tiene sentido. El artista tan sólo es un oyente, un médium, capaz de atrapar momentos de belleza articulando la conversación con ese ir y venir de la comprensión. Ir y venir.

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27 de julio de 2004 1 Reconozco el tránsito. Quizá un ritual hacia el mensaje, el retorno a la escucha. Quizá en lo trinitario. Quizá en el reconocimiento de la belleza ante mi, comprendida, surgida de la experiencia del amor, razonada bellamente. No puedo darle nombre, ni es necesario. Pero sí sé que todas las culturas, a su modo, explican ese instante. Te oigo y te escribo. Me callo y te siento. Un saludable sinsentido brota de cada aproximación a ti. La belleza tiene sinsentido. Ser oyente, o ser emisor, o sentirme como mensaje, es un instante que se articula mediante ese proceso, el tránsito. La invitación al hecho en sí. El hecho invitado. Primero la naturaleza de un estado en el tercero, que es con en el uno en el todo. Después la escucha cargada de fe. Y finalmente la comprensión de lo ocurrido. Siempre hay mística en la escucha. Puesto que jamás alcanzo la realidad plenamente, y siempre veo y oigo con imperfección, la comprensión queda inacabada. A pesar de todo logro reconocer aquello más allá, que no me pertenecía, pero que está en mí ahora,

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por un extraño motivo. Sí. Lo real continúa provocando extenuantes sacrificios al “yo” irresuelto. Cualquier escucha, debidamente sincera, implica la fragmentación del individuo, el reconocimiento de su práctica inexistencia. El “yo” es un fluido inagotable, indeterminado. Una postura que deforma y no escucha cuando niega la experiencia en el uno en el todo con los prejuicios. Hay un prejuicio generacional. Dividir sujeto y objeto no es definitivo. Los artistas reconocen ese instante. La experiencia ante una obra no es tan sólo un hecho estético. ¡Ni mucho menos!. El reconocimiento del arte en una obra no pasa necesariamente por la sola presencia de la estética. Poesía, matemática y mística se funden de nuevo. El “yo” no se distancia, no se divorcia con claridad. Hay una experiencia que une y dispone en el todo de modo irreflexivo, en el tránsito. Ante lo real no es posible concebir una explicación única, ni una respuesta satisfactoria. Ante lo real, desde la comprensión de lo real, nos podemos conceder con el lenguaje la belleza, la verdad, pero no la certidumbre sin amor. ¡Amor!.

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Escribes y callas, te miras y concluyes. Ese esfuerzo por delimitar con la palabra representa para ti momentos de divorcio, de duda, de distancia con tu amor el arte. Y si no es posible amar sin incluirte en el amor, ¿dónde estás sujeto cuando escribes?. ¿Y dónde estás cuando te comprendes?. Todo formará parte finalmente del aprendizaje. Sientes y escribes, reconoces y callas. Y nada te permite olvidar tu necesidad de unirte al todo de nuevo mañana. 2 No hay objetividad, el lenguaje está incapacitado sin enamoramiento. La palabra no alcanza jamás a concretar lo real, siempre es susceptible a nosotros. La religión es una metáfora ante lo real. La ciencia es una confirmación sostenida por la fe en el lenguaje. Ambas sin la mística carecen de sentido. Poesía, matemática y mística se funden. Y seguirás reconociendo después la mentira en ti, dando lugar a lo misterioso. La escucha es fe, es mucho más la realidad ajena que una fenomenología propia ante lo real. Pues toda impresión empírica de la realidad en ti, viene dada por tu presencia más aquí. Cualquier

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trabajo en el campo del arte, la ciencia, o la ética, deben permanecer embriagados de esa fe. Reconozco mi impericia, a menudo, por reconocer en la palabra su susceptibilidad a mí. La devaluación de mi ser viene dada por mi incapacidad por escuchar infinitamente, sin concluir jamás. A esa necesidad por desenmascarar la susceptibilidad de mi palabra sustento mi trabajo. ¿Quién puede, definitivamente, considerarse oyente sin fe en la incomprensión?. ¡Sí!. No te comprendo realidad.

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3 de agosto de 2004 1 Con la escucha se manifiesta el todo en el uno. El mensaje es el gesto de lo real sobre el oyente. Y el artista es un mensajero, capaz de advertir, con suficiente claridad, sobre la infinita improbabilidad de la realidad. Sabes que la realidad no es probable. Creas susceptibilidad a la existencia de la realidad y es suficiente. No alcanzas definitivamente la realidad con el lenguaje y es imprescindible. Aunque no sea permanente el amor permite, con intermitencia, aceptar lo incomprensible. Lo tuyo es sinsentido, y lo incomprensible es sinsentido cuando le nombras. En el sinsentido ves ubicarse todo aquello que tus manifestaciones puedan dar. Tuyas o ajenas son escuchadas, y en ti incompletas siempre. Compartes lo incomprensible con el amor. La ley es el respeto al amor, ajeno o propio. Es suficiente la escucha para crear susceptibilidad a la existencia de lo inacabado. Con la escucha das posibilidad a lo incompresible. Con la susceptibilidad del lenguaje a ti hay la posibilidad de existir. Pero la escucha prevalece siempre incompleta, es una posibilidad mĂ­stica. El amor es quiĂŠn te da la

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certidumbre, quién te auxilia del nihilismo. Y la belleza te consiente una verdad metafísica, inacabada, que te acomoda. Dar posibilidad a lo incomprensible y consentir su existencia es integrar la diferencia. La presencia o ausencia de amor impide el reconocimiento de lo misterioso. Debates sobre la propia existencia cuando es probablemente inalcanzable. Certificas la propia existencia cuando irremediablemente es improbable darle sentido. La naturaleza de la cultura es la exclusión. A pesar del permanente viaje de ida y vuelta al sinsentido, eliges, delimitas y comprendes inacabado, a menudo irreverente con la diferencia. Sí. Es difícil desenmascarar esa susceptibilidad del lenguaje a nosotros. Quien olvida el valor de la duda, quien gesticula palabras sobre la realidad permanentemente, alcanza la deformidad del pensamiento, puesto que no reconoce el sinsentido en su lenguaje. Y ese es el embrión de la exclusión, de la intolerancia. 2 Palabras y más palabras. Palabras sobre el amor. Escribo y siento. Y permanezco en el viaje delirante sin recordar

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cuándo elegí la comprensión. No sé en qué instante dejé apartada la vivencia y el amor. Sobrevivo con la belleza hoy, sin olvidar la susceptibilidad del lenguaje a mí. La mentira es valiosa. El tránsito permite disponer y recrear. De ese modo vivo aproximándome, inacabado. La susceptibilidad del lenguaje a mí persiste intensa y debo preverlo. La necesidad, tras decidirme a divagar en la duda, exige sentir el amor y reconocer la belleza con la comprensión del mismo, para después negarla urgentemente. Puesto que es el amor, capaz de aceptar la incomprensión, la máxima expresión de sabiduría. Sobrevivo mediante la belleza explicando, y debo prever sus mentiras. Reconozco el sinsentido del lenguaje. La belleza puede concederme la razón, pero siempre inacabada, imperdurable, no debo olvidarlo. Y reconozco por ello la necesidad de una ética, cuando alcanzo la metafísica sin lograr lo definitivo. Puesto que es el amor finalmente aquello que perdura, respetando lo diferente. Por lo tanto, en un mismo espacio incluyo toda manifestación del lenguaje. Con el amor reconozco el amor en toda expresión humana, en todas las culturas. Y preveo la deformidad de toda verdad. La ley es el respeto al amor, ajeno o propio. ¿Qué presuntuoso eleva su visión, su propósito, circunstancialmente, hasta el espacio de lo real, y se concede a sí mismo para siempre?. Permanezco intermitente a la verdad.

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No olvido que el lenguaje no es la realidad. No se representa el mundo, se terminan las visiónes en los límites de un reflejo. No puede dirigirse la credulidad, no alcanzan las palabras a poseer jamás. Soy tan sólo una participación. Y si hoy de algún modo debo darme justificaciones, y debo concederme una respuesta suficientemente estable, dime palabra que siempre tu mensaje será ese inicio amplio y virginal. Pues en tránsito el lenguaje será susceptible a mí, y yo regresaré sin olvidar amar lo incomprensible. Me pregunto qué es la realidad si la palabra es a imagen y semejanza. ¿Cómo debo nombrarle mientras reconozco el misterio incomprendido?. La realidad es innombrable. 3 La experiencia con en el uno en el todo, no devino del deseo o de la voluntad. Se manifiestó en el ser que en misterio se descubre y se da lugar. Siento esos días, en mi memoria, a pesar de la distancia. La transformación es un hecho invitado, una invitación al hecho en sí.

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Algo ocurrió, sí, pero inaprensible. Más allá de la palabra el mensaje se manifestó por un instante. Se resistió misterioso a ser descifrado, nombrado, delimitado, pero hubo una transformación. La transformación, hacia el todo de hacia el uno, es consecuente a la sutilidad del yo más aquí que desea participar. De una profunda escucha del misterio, ante la posibilidad de lo inexplicable, ante el reconocimiento de lo extraño, ante la súbita aparición de lo real. Con el tránsito. Con el golpe de esa voz invocada que trastoca, altera. Con la impresión de esa imagen surgida de la caverna. Con la abstracción de las cifras, tejiendo el ensueño de la física. Y con el regreso. Cuando es confirmada la consumación del hecho invitado, de la invitación al hecho. Entonces acontece una transformación. Algo permanece. Una intuición, una impresión ajena que no es posible reconocer como propia. Consentimos el misterio y de ese modo nos transformamos. La fe da lugar a todo. En el uno está el todo. Mediante la participación se manifiesta el todo. Lejos del juicio, de la valoración. De la memoria. La impermeabilidad del yo más aquí incapacita para la transformación. Y la deformidad se abalanza sobre aquél que persiste en lo razonable. El todo se manifiesta en el lenguaje, con la escucha, en la medida

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que decidimos su probabilidad y le reafirmamos ante el prejuicio. La distancia objeto-sujeto no es absoluta, hay un prejuicio generacional que niega la reunión. Debemos estar advertidos. Si afirmamos que algo existe, es así. Y con la susceptibilidad de la palabra a nosotros, si negamos la existencia de algo no existe. Hacer de lo incomprensible algo improbable y permanecer dispuestos a creer permanentemente en el yo más aquí divorciado del todo, son prejuicios que cierran la posibilidad de tolerar lo desconocido. La palabra es susceptible a nosotros y nos concede la verdad, por lo tanto la obtendremos. Concluyo que no se trata de dar verdad a lo desconocido. Se trata de no concedernos la verdad, y conversar siempre con lo desconocido, con lo diferente. 4 La diferencia es valiosa. Lo desconocido es valioso. La belleza es la manifestación de una ética fisiológica que se establece entre verdades diferentes. Y es el lenguaje quién dispone diferencias o semejanzas. Con el lenguaje creamos puentes para la aceptación de la incomprensión de la realidad. Y ese proceso es compartido y común en todas las culturas. Ante un mundo que desea ser uniforme, homogéneo, debemos prever que la belleza es mentira, y hacer

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prevaler las diferencias sin miedo. Hay días que sin dudar reitero en la memoria, en mis recuerdos, en mi cultura. Sé que rehuir la intangibilidad de lo desconocido no da cabida a la transformación, y sustituye tan sólo todas mis dudas, mis temores, por un sosiego que me concede la palabra. Sí. A menudo necesito estar tranquilo y sereno en un espacio reconocible, recordado. Pero nosotros vivimos en interrelación. Y pronto sentimos la urgencia del hecho invitado, de la invitación al hecho en sí. “Yo”, “tú”, “él”. Negar una de esas partes es una constante del yo más aquí. Y hacer posibles cada una de esas voces supone una duda permanente. Un complejo estado, en permanente alteración que nos transforma, que nos capacita para la aceptación de lo incomprensible, para la tolerancia de lo diferente, finalmente para la reunión con el todo, para la escucha del mensaje. 5 Es difícil superar con serenidad mi impermanencia en el amor. Entre esas dos atracciones me debato escribiendo intermitente. Amar, o escribir sobre el amor.

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Elegida la senda del destierro divago sobre el lenguaje. Y centro mis esfuerzos en esta escritura sobre el amor. Palabras y más palabras. Escribo y escucho agotado ya. Finalmente concluyo que la naturaleza del ser se manifiesta siempre en la medida que es consentida. La escucha es suficiente para dar susceptibilidad a la existencia. Toda escucha es una aparición de la mística en el yo más aquí. No hay escucha sin fe. Toda forma de lenguaje se articula entorno a la fe. Toda aproximación a la verdad es mediante la fe.

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4 de agosto de 2004 1 Dios no se alcanza. La objetividad no se alcanza. La realidad no se alcanza. El mensaje no se alcanza. Tan sólo es posible creer y ser susceptibles a su existencia. La realidad es susceptible de existir. Cualquier determinación del lenguaje es susceptible de ser verdadera. La verdad es impermanente y variable. La fe le imprime mística. Le da posibilidad. En cualquier presunción de verdad hay cierta dosis de mística. Puesto que la palabra siempre está inacabada, y por lo tanto el mensaje no es escuchado ni comprendido jamás en su totalidad. Es toda creencia, toda ciencia, en sí, válida. Es toda presunción de verdad, en sí, falsa. Es toda escucha, en sí, fe. Y ante la imposibilidad de participar, de aprehender el sentido de la realidad, el lenguaje es sublimado hasta la obtención de belleza. ¿Quién puede decidir sobre la verdad si siempre es fruto de un espejismo, de un impulso irreconciliable, irreparable?. Hoy ningún concepto ni explicación es suficiente. El lenguaje me adjudica la belleza y la razón, pero jamás será perdurable. Es un

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breve instante de proximidad. Es una presunta permeabilidad de la realidad. Eso es todo. Y por sentir la belleza no debo apropiarme de ella. La constatación de la belleza, de la verdad, no tiene valor alguno. Pues la presencia y aceptación de lo misterioso es siempre aquello que previene del rechazo a lo diferente. Es en lo incomprensible donde escucho cada noche. Ninguna parte de todo lo escrito es verdad, pero no puedo reconocerme mintiendo. Mi objetivo es sublimar el lenguaje en lo incomprensible. Reconociendo que en otro instante, en otro espacio y otro tiempo, en otra realidad, mi sujeto otro por un instante, concluyó con su experiencia todo lo aquí descrito. Y ese es el diálogo con mi otra esencia. 2 La ciencia es válida, pero ninguno de sus principios fundamentales son definitivos12. La ciencia es el consenso que hoy reduce la

Ninguna de las maneras de tratar los objetos supera a las demás. El conocimiento matemático no es más riguroso que el histórico-filológico; posee, tan sólo, el carácter de exactitud (…). Heidegger. Was ist Metaphysik?. 12

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incertidumbre, pero se sustenta en dos supuestos indemostrables: la existencia de una realidad afuera, y la verdad de sus principios. La conclusión es asombrosa. Cualquier presunción de verdad es siempre fruto de la mística, de la fe, de un primer instante incierto que es aceptado. La escucha supone siempre la aceptación de lo misterioso13. La oficialidad de lo que es cierto es un conflicto eterno. Y compartir el fruto de la belleza es el diálogo posible que concede el amor. De ese modo aceptamos lo diferente. La ley es el respeto al amor, ajeno o propio. Humildemente pienso que toda aproximación a la realidad es “El haber tenido una formación matemática me hace más fácil apreciar que hay cosas que no son computables y aun así son perfectamente válidas desde el punto de vista matemático. Cuando digo ‘no computable’ no quiero decir aleatorio. Ni tampoco incomprensible. En matemáticas hay cosas que son meridianamente claras y que no son computables”. Roger Penrose, físico matemático, titular de la cátedra Rouse Ball de matemáticas en la Oxford University, el físico más importante después de Einstein que ha trabajado en la teoría de la relatividad, participa con un pequeño ensayo para la publicación The Third Culture, Beyond the Scientific Revolution. Con motivo de la iniciativa que desde 1991 promueve John Brockman, para la difusión científica y el pensamiento empírico, Penrose describe sus investigaciones en el campo de la conciencia y de la inteligencia artificial. “Lo que sostengo es que tiene que haber algo en la física que aún no comprendemos, algo muy importante y de carácter no computable. No es algo específico de nuestros cerebros; está ahí fuera, en el mundo físico. Pero su papel suele ser insignificante. Tendría que residir en el puente entre el mundo cuántico y el mundo de la física clásica”. Quisiera señalar la fuerza admirable y tenacidad con la describe su intuición, entorno a una concepción física de la realidad que sólo se sustenta con su convencimiento. Es considerado uno de los genios más brillantes de la ciencia contemporánea. 13

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impermanente, carece de valor metafísico estable. Su naturaleza es efímera, transitoria. Su apariencia aprehensible, humanizable, suplantable, transferible. Es belleza. Y en ese orden del tránsito un acto de fe que comparten todas las culturas, todas las realidades, todas las criaturas, toda naturaleza. 3 Escribes y callas, palabras sobre el amor. Sabes que el lenguaje es ingrávido en plena sublimación. Es el viaje indeterminado a ninguna parte que te hace criatura y humaniza. ¿Dónde está el Edén?. ¿Qué Paraíso puedes recrear, consentirte?. La plenitud de toda conversación está en compartir la fe, en concederle al sujeto otro la fe en sus palabras, en su comportamiento, en su naturaleza. Ningún diálogo es posible sin esa generosidad. La realidad se inscribe entre sus ausencias. Toda palabra es excluyente. Dios no existe en su término, si no en todo aquello que no recibe su término. Dios debe ser innombrable. El principio es el silencio, en la inacción está el camino. La voz es bella, por ser un reflejo que oyes, una escucha de lo real. Y todo en sí es fecundo por que el “yo” se vacía para llenarse de “tú”, y en “él” transita el todo. Ese tránsito se origina en el amor. El yo más aquí se fertiliza, se

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poliniza. En ese amor el altruismo se manifiesta. Y de ese modo es mi otra esencia quién se expresa. 4 Amor. Palabras sobre el amor. Consumado el tiempo individual no es posible imaginar una respuesta. No hay distancia entre el uno y el todo. No hay espacio para las grandes ideas ni para los grandes personajes. Toda presencia de misterio es susceptible de ser un reflejo. La distancia entre objeto y sujeto no es definitiva. La realidad es irrealizable y el sujeto es improbable. El amor, la relación entre el sujeto y la realidad, mediante el erotismo del lenguaje, es una sofisticada evolución en el misterio, para sobrellevar lo desconocido y creer en la realidad. Toda proximidad con el todo viene dada por el erotismo, el amor a lo incomprensible. Toda distancia con el todo viene dada por el miedo y ocultación del amor. De la emotividad en el tránsito, hacia el todo de hacia el uno, surge el reconocimiento de la belleza, para lo propio y para lo ajeno. Para explicar ese instante, el hecho invitado, la invitación al hecho, puedo abstraerme, describirlo, pero toda palabra carecería de sentido y quedaría incompleta. Concluyo simplemente que el recono-

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cimiento cualquiera de belleza está establecido dentro mismo del tránsito. Que por lo tanto no hay razón estable, y toda intención por utilizar el entendimiento quedará fuera de ese instante. Jamás alcanzamos el mensaje plenamente, siempre hay incomprensión. No hay objetividad. No hay razón válida. No hay argumento válido. No hay divorcio. Eros es el vehículo para la reunión. Indisolubles amamos la realidad. Y vivimos en reunión con el objeto. Carece de valor la dualidad objeto-sujeto. Y por lo tanto toda experiencia de vida es fruto del tránsito. Las conclusiones son posteriores, serenas y distanciadas, pero incapacitadas para concretarse. No hay explicación definitiva. No hay respuesta posible. El lenguaje es susceptible a nosotros y nos concederá la verdad. Por lo tanto la obtendremos. Pero siempre sujeta a la inestabilidad. Debemos recordarlo, preverlo, y permanecer atrapados en ese viaje, indefinidamente, sintiendo simplemente el placer de aprender a tolerar lo desconocido. Concluyo que compartir el misterio es mi pregunta. Toda proximidad con el todo viene dada por una presencia previa del amor. No hay razón, no hay discurso. Tan sólo hay fe, escucha de lo misterioso. Tolerancia de lo diferente. La duda sobre el amor es ya, en sí, prueba de una lejanía infranqueable. La duda ante el amor nos impide reconocer nuestra belleza. La duda, ante el amor al misterio, la ausencia de amor a lo dife-

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rente, nos impide reconocer en el sujeto otro su belleza y tolerarle. La duda, ante el amor a lo diferente, persiste con el deseo de resolverse en la dimensión metafísica, y siempre fracasará. La duda sobre el amor no se concluye mediante valoración objetiva ni argumentos de ningún tipo, es improvable. La duda ante el amor apenas corresponde al lenguaje. La duda, ante el amor a lo diferente, rehuye todo pensamiento y toda razón, y tan sólo se solventa con amor. No es posible responder desde lo propio. No hay respuesta. Ante lo diferente la posibilidad es reconocerle belleza con la fe, y dar amor. No hay opción para la comprensión. Ante el misterio tan sólo es posible la escucha, la fe, el amor. Todo argumento, desde lo propio, es redescubrir la obsesión del instinto por defenderse y excluirse de lo desconocido. El principio es el misterio. Y desde ese principio todas las posturas florecen y se embriagan con amor. Eros es la atadura al mundo. Y en el amor a lo diferente germina mi otra esencia.

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5 de agosto de 2004 1 Amar, o escribir sobre el amor. ¿Es una duda?, ¿o la duda me impide amar?. No hay respuestas para el amor. No hay juicios para el amor. El yo más aquí cierra esa duda en el instante que en el uno se imprime la huella del todo. En ese instante que “yo” está frente “tú”, le conversa y se reconoce “él”, el que es en el uno en el todo. Y entonces es posible la transformación. 2 Has detallado ese proceso. Te has dispuesto en la distancia. Callas de nuevo y esperas a sentir. Estás cansado, desfalleces. Necesitas tiempo y recoges tus palabras. Empiezas a reconocer en los instantes de misterio la embriaguez del amor, que vuelve a buscarte sin cauce, sin forma, en el delirio. Y ya no podrás persistir mucho más en tu descripción. Sabes que tu deseo es abrazar y sentir cercanas incomprensibles

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y extrañas imágenes, formas confusas y voces venidas tintando el silencio, con esas casi verdades que yacen en ti invocando paisages del alma. Comprendes la muerte, lo inaprensible, lo misterioso de la nada. Y escribes recorriendo ese sendero que cruza territorios de poesía y descripción. Respetar y comprender, interrelación de culturas. La invocación de la palabra es fecunda en sutilezas cuando es esa marisma informe la superficie que pisas. Hay una disposición innata a la lejanía, a la cercanía. Al ir, al venir, al reconocimiento. Y hay un prejuicio que incapacita y aturde ante la diferencia. Hay un desencuentro que gestaron los antepasados, que prevalece, connatural a la humannidad. De ahí proviene la conciencia tribal, la apropiación de la belleza, la definición de lo deforme. El temor ante el misterio es una constante generacional. Ah, ¿qué forma impone el lenguaje ante el temor?. La duda es la ausencia de amor. El principio es el misterio y en esa nada la palabra siempre es inestable. El lenguaje propio, la verdad, no persiste. De hecho la duda sobre lo desconocido no concierne al lenguaje, es propiamente un fallecimiento, una carencia, una incapacidad hereditaria. Lo desconocido sólo es vivido por mi otra esencia. Con la sublimación del lenguaje que no es reconocido propio, y es realizado en otro instante, en otro tiempo, por el otro, de modo misterioso.

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Tolerando lo diferente, reconociendo la belleza en lo ajeno. No es el misterio quien da sinsentido al lenguaje. El lenguaje ya es sinsentido por sí mismo, permanentemente, y el misterio es sinsentido rechazado, temido, venido de otro lugar y no reconocido como belleza por ser ajeno. Sentir que el lenguaje propio es real, vivir sus espejismos sin desnudar jamás su inestabilidad, su desorden, su fracaso. Ese es el origen de la intolerancia. Debo añadir que finalmente el amor a lo desconocido, al misterio, invalida todo nihilismo. Si bien parecería que esa desnudez venía anunciando su apoteosis, en absoluto es justificado y cabe remarcar aún, la incapacidad actual de occidente por recordar completo el trayecto ante la duda. Quizá ese es el precio tras secularizar el Paraíso. Pero aunque se llevó a cabo la eliminación del culto, del ser superior, la destitución de Diós a un grado inferior, su caída no impide que el amor permanezca, y Eros nos sirva de nuevo ese puente, siendo el sostén necesario para la existencia de la realidad. Puesto que es por ausencia de amor que aparece lo grotesco, la burla, la banalidad y finalmente la barbarie. La obstinación por alcanzar la respuesta definitiva sin el amparo del espíritu, de la mística, finalmente engendra barbarie. Razonablemente se cometen auténticas atrocidades. Pero la eliminación del argumento metafísico no supone mejoría. Posteriormente, tras ese vacío de trascen-

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dencia, un apetito insaciable por vivir tres mil veces una vida es lo que hoy queda sin amor. 2 En otro tiempo, en otra generación, dispuse los nombres de cada criatura. Alcé la belleza por encima de todo lo real hasta entronar a los míos y a mí mismo. Rechacé el amor a lo desconocido, al tránsito, y vi como al diablo ese Jardín. ¿Cómo volver al Paraíso?. ¿Cómo volver al misterio?. El amor es la participación. Sabes que la utopía se ha extinguido. Divagas en el lenguaje buscando y no alcanzas a dejarte poseer por la verdad. Tan sólo la sustituyes, la utilizas. Pero más allá de ese eslabón de posmodernidad consideras una revelación: el amor. Aceptar la huida de la verdad, sobrevivir al desvanecerse de cualquier argumento, al nihilismo, revela con claridad la urgencia de ese amor en ti, capaz de mostrarte de nuevo el misterio como principio14. 14

Abro el Tao Te King y leo: “Fan zhe dao zhi dong”, (el retorno es el movimiento del ca-

mino).

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3 Preso de lo imperdurable, carente de metafísica, hoy sabes que no hay libertad en la verdad. La libertad, como un estado previsto, esperado, no existe en ninguna expresión de verdad. Puesto que no queda ideal estable tampoco hay persecución, no hay búsqueda posible. La verdad no es buscada, tan sólo puede ser encontrada. Y una vez la reconoces desaparece, se desvanece. Es por lo tanto un espejismo. Y debe ser sustituida constantemente. ¡Eres un poeta!. No hay libertad posible en tu lenguaje. El lenguaje es belleza. Simple utopía del espejismo. Que si no es sustituida, suplantada, finalmente deforma la condición humana puesto que impide la aceptación de lo desconocido, la tolerancia con lo diferente. Pero existe la liberación. Puesto que ese proceso de apariciones contínuas, de casi verdades, es vivido casi realmente. ¡Y qué placer el espejismo de tu belleza!. Es un hecho vivido, inacabado y casi verdadero. Fruto del tránsito. Y en permanente transformación. De ese modo se dilata la percepción, y amplifica la capacidad por aceptar lo incomprensible. Tránsito o posmodernidad. Amar o escribir permanentemente so-

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bre el amor. Esa es tu duda finalmente. 4 No hay argumento posible. La expulsión fue posible en mi otra vida, y siempre ahora, después, aparece en mí la gestación, encuentro mi segundo nacimiento, en mis palabras un interminable espejismo. 5 Reconozco el primer tránsito, el primer sortilegio. Veo ese instante del primogénito, justo en la aparición del yo más aquí, del ser, comprendiéndose, tomando conciencia de su desnudez. Ese instante cuando nombra todas las cosas, alejándose de “tú”. Pues ya no concede libertad a lo que le rodea, y se expropia el todo de sí. Ese instante, cuando se aleja de “él”, el que es con en el uno en el todo. Veo ese instante, cuando el todo me expulsa, consumado mi instinto por nombrar, por alumbrar. Fraguado el lenguaje en mí, y

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recreado el todo en belleza, en fruta. Ese instante, cuando el divorcio es. Ah, el poeta es un embriagado de la intermitencia, de reinventar, de crear espejismos y negarlos. Esa magia, lo incomprensible. Ver ese espejismo en mis palabras, reconocer que el lenguaje es impermanente, que la verdad debe ser suplantada, reajustada. Acepto lo incomprensible, y es innecesario el nihilismo. Puesto que la belleza es comprensión del amor. Y la belleza, ¡ah la belleza!. ¡Ha sido maravilloso ese pecado durante tantas generaciones!. Y nunca será suficiente. El misterio regresa, retoma su espacio, encumbra su cima amplia y envolvente. 6 Amor es la emoción de la sabiduría. La ley es el respeto al amor, ajeno o propio. Dejarme tocar por lo incomprensible y volver. Participar del inevitable yo más aquí, y recrearlo, indefinidamente, con la mi otra esencia. Pecar con la belleza, una y otra vez, y comprender, y negar después infinitamente. Y no hay tierra prometida. Y son múltiples los no-mundos. Son múltiples los primogénitos. No hay Edén en la belleza. Ni belleza en el Edén. El Paraíso es intermitente, compartido. Y la expul-

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sión propia, individual. Un erotismo, un amor precioso, para ir buscando allá afuera, con la palabra, lo que quizá sea realidad, sin jamás llegar a la realidad, tan sólo regresando, bellamente. Eres poeta, delincuente atrapado por la tentación que en mí la duda ejerce. Es en parte a esa necesidad de comprender, en esa senda precipitada hacia la consciencia. Y a ese tejer del lenguaje encima la marisma, el pantano informe, de un Edén irrealizable, que vuelve, que regresa intermitentemente. Es el erotismo a imagen y semejanza. Y el Paraíso reaparece intermitente.

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6 de agosto de 2004 1 ¡Ah, los textos antiguos!. Esos textos son fruto de la escucha. Esa palabra es a imagen y semejanza. Y ese desplazamiento más allá, es la pulsación que eleva y rescata, durante unos segundos que jamás podrán ser demostrados, hacia lo místico, lo ajeno. Hay una intuición de la trascendencia. El artista debe sentir la indemostrable existencia de la realidad, la inevitable ausencia de pruebas que certifiquen el espejismo de la palabra. Ilusiones que quizá juran devotos sus monjes, pero siempre improbables, ¡siempre inacabadas!. 2 No te aflijas ante la advertencia. El libre albedrío, maniatado por los acontecimientos, apenas empieza a deambular la senda de las supersticiones. No reconocerás jamás la sombra como atuendo, pero te desplazarás por los alrededores del misterio ofrecido a su

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apetito. ¡Ah!, manifestaciones sobre el amor. Hay un malhechor y un sacrilegio. ¡Sí!. Escribir sobre el amor es escribir sobre la realidad. ¿Qué te queda ahora si no dejarte impregnar por el todo, y en silencio escuchar todas las voces?. Y seguir recreando en la intermitencia de un Paraíso a menudo visible, tomando sus manjares, maravillado hasta la muerte. Escribir sobre el amor es el último jadeo, de una vida consentida en la expulsión. La impregnación de auto-cultura incapacita para la transformación. Los textos invitan a la preeminencia del misterio, siempre. Y ese pecado será originario en nuestra cultura, una y otra vez. ¿Puede Adán recurrir a sus palabras para volver?. No, jamás. Tan sólo puede amar lo incomprensible, el misterio. Y de ese modo descubrir que finalmente su verdad destruyó su Paraíso. ¿ Y hasta cuándo esa intolerancia a lo desconocido?. ¿Cuánto tiempo más necesitamos vencer con la fuerza de la razón, y perder?.

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7 de agosto de 2004 Ya no se trata sólo de esa presencia del inconsciente, de jugar con los sueños o resolver acertijos; o de una cartomancia sobre los mitos de la conducta. Mi otra esencia es como dar cabida y admitir esa marisma del orígen, que engendra, para todos, imágenes que se esconden, órdenes siempre irresueltos, palabras sin fondo ni límite, verdades que dilatan el espacio de la lógica, para que seamos libres. Susurrando casi verdades de la existencia, que nos asientan, sí, que nos consientan un escenario, un escenario finalmente siempre imposible. Mi otra esencia es sentir la intermitencia de delirios, alucinaciones que en éste “mundo nuestro” a menudo avergüenzan. Pero necesarios. Aceptemos que es improvable la coherencia, irreverente esa penumbra que oscila entre el pensamiento y el sueño. La ley, única ley posible, es el respeto al amor, ajeno o propio. Y con esa premisa el espacio a recorrer es amplio, vigoroso, fértil. Una humanidad en pleno ajetreo, coloreando el mundo, danzando el silencio. ¡Tolerando el caos de la diferencia!. ¿Hasta cuándo esa intolerancia, esos miedos?. ¡Hasta cuándo la negación del incomprensible!.

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15 de agosto de 2004 ¿Cómo puedo pensar en romper el cielo?. ¿Qué deseo de permanencia puede el lenguaje concederme?. Hay quién se observa siempre desprovisto de una porción de sí mismo. Poesía, matemática, mística. Una extraña distorsión confunde aquello que simplemente es con aquello que debiera. No tolerar la venida de la imagen es un desperdicio de revelaciones. Y la gran y única revelación, es aquella que te identifica por completo. ¡Ah!, ¡premoniciones del misterio!. Consiento la caída en la ensoñación. Las palabras circulan ya desordenadas. ¡No te consiento aquí!. Ve, cercano a esa frontera entre la nada y el siempre. ¡Te espero allá!. Es en ese espacio donde te manifiestas completo. La premonición es una porción. El todo es la embriaguez que nos arrebata hasta vernos. Y ese ir y venir es el irreverente círculo.

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17 de agosto de 2004 ¿Qué le deberé a la vida cuando no quede tiempo?. ¿Cuanta improvisación se convirtió en un herida irreparable?. Si en algún ademán de certidumbre decido de nuevo la comprensión, aquí, ahora, me comprometo a morir. Puesto que finalmente he sido espectador de la mayor de las revelaciones que la vida pudo disponer para mí. Si no depongo por completo la búsqueda, finalmente deberé aceptar mi muerte prematura. Y si no alcanzo a venerar aquello que tan certeramente me fue dado, ¿qué quedará de mí, si no una porción irreverente de voluntades sin orden?. En esos términos se manifiesta, con toda claridad, el discurso de lo inevitable en mí. Los profetas se detuvieron justo en el mismo peldaño. En ese instante debían creer, tener fe, sin más. No queda más opción, ante la observación de la vida, que creer en la vida y sumergirte. Ese zambullido, es el maravilloso parto que nos concedemos, otra vez, aquellos que no llegamos a creernos el primero.

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18 de agosto de 2004 Puedo reaparecer con intempestivas maravillas. La certidumbre conjura una supuesta calma hoy. Pero no olvidaré que mis manuscritos son la consecución de lo desordenado. ¿Pudo jamás calmarse el gemido de las lechuzas, así mientras un secuestro perturbaba todo?. No debemos sonrojarnos los que volvemos de tan lejos. Si de algún modo se consuman los tiempos, supuestamente estoy determinado hoy a finalizarme, sin más. Es por lo tanto atribuíble al silencio la poesía. Poesía para nunca, ¡interminable!. ¡Ven aquí!.

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21 de agosto de 2004 Siempre cabrá pensar en la noche. Y es hoy la calma mía hallarme en el inicio de un camino que termina. ¿Quién puede revelarse a esa irrenunciable secuencia de las edades de la mente?. Pues sí, hoy me retiro a esperar tendido la venida de lo venido.

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23 de agosto de 2004 Finalmente tomo lo concedido, enamorado de vivir, de la belleza de ser. En Rotterdam todo es más simple, más claro. No comprendo aún de qué modo alcanzar con mis manos el mundo. Pero creo, con placer irreversible, próximo al deseo de lo mio. No hay nada más que decir. Retomar y recrear la palabra es un artificio. Pero, ¡qué maravillosos momentos cuando se refieren a lo vivido!. El viento puede tumbarme, y el agua ahogar todos mis gestos. Mis intentos por arraigarme en movimientos conocen la imperdurabilidad de lo conocido. Dejo que el río me lleve, que el mar me sorprenda y me aturda, que los lagos me adviertan de mi tiempo perdido. No pongo los pies sobre la arena sin aprender antes sus límites. Cada mota de polvo es mi mirada, un horizonte para el morir que me concede vida. No puedo negarme a ser porque todo es una alabanza a la vida que es. Las montañas son grandeza, las brumas el manto de miedos y tristezas regresando. La tormenta me conoce con sus formas, y la lluvia es el camino que sigo vaciando.

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Todo es vida y cada paso, cada decisión, es parte de una ceremonia. ¿Qué puede ocultarme finalmente?. ¿Qué puede enmascarar mi mundo si mi corazón está cercano al aliento de lo irreversible?. Cuando miro el cielo, ¿puedo negar la magnitud de su silencio en mi?. ¡No!. No puedo evitar concederme a ese silencio que todo me da. Pues es con esa ausencia de resistencia cómo doy camino a mi alma. ¿Dónde se genera el movimiento si no en la pausa?.

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Respetar y comprender, interrelación de culturas. La invocación de la palabra es fecunda en sutilezas cuando es esa marisma informe la superficie que pisas. Hay una disposición innata a la lejanía, a la cercanía. Al ir, al venir, al reconocimiento. Y hay un prejuicio que incapacita y aturde ante la diferencia. Hay un desencuentro que gestaron los antepasados, que prevalece, connatural a la humannidad. De ahí proviene la conciencia tribal, la apropiación de la belleza, la definición de lo deforme. El temor ante el misterio es una constante generacional. Ah, ¿qué forma impone el lenguaje ante el temor?


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