¿Por qué Dios lo permite?

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¿Por qué Dios lo permite? Muchas veces las catástrofes en el mundo y los sufrimientos humanos dan lugar a preguntarse cómo se pueden compatibilizar estos acontecimientos con la bondad de Dios. ¿Es posible que tengan su origen en la voluntad de Dios? El siguiente artículo trata de aproximarse a esta pregunta.

Observación previa En la vida cotidiana surge frecuentemente la pregunta sobre cómo evaluar las desgracias y sufrimientos, esos acontecimientos incomprensibles que parecen no tener explicación. Lo que le sucede a uno u otro, puede transformarse en una crisis existencial que lleva a tambalear todas las certezas existentes hasta el momento. También la Sagrada Escritura contiene ejemplos para esas situaciones.

Job y el tema de la justificación del mal En el libro de Job se expone a manera de ejemplo a un hombre que debe padecer a pesar de no tener culpa alguna frente a Dios. Desde la perspectiva de una persona temerosa de Dios, la historia de Job describe la irrupción del maligno en la vida de una persona haciendo surgir con toda agudeza el tema de la justificación del sufrimiento y la responsabilidad de Dios. La historia de Job pretende dejar en claro que lo malo que le sucede a una persona en forma de una desgracia, no tiene su origen en Dios. Al mismo tiempo, el relato que esta historia incluye acerca de una conversación ficticia entre Dios y Satanás da a entender que el mal en este mundo no es independiente de la voluntad de Dios. Dado que todo lo existente está fundamentado en la voluntad de Dios, lo malo no tiene la posibilidad de existir fuera del marco permitido por Dios; sólo existe y se desarrolla en tanto Dios le concede lugar, aunque sin tener participación en ello. El hecho de que Él permite que suceda, no toca su perfección. Job no encuentra explicación para su desgracia y hace responsable a Dios. Al final tiene que reconocer que el hombre no puede discutir con su Creador: “Yo conozco que todo lo puedes, y que no hay pensamiento que se esconda de ti. ¿Quién es el

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que oscurece el consejo sin entendimiento? Por tanto, yo hablaba lo que no entendía. Cosas demasiado maravillosas para mí, que yo no comprendía” (Job 42:2-3). Job comprende que el hombre no es capaz de concebir a Dios en toda su grandeza y que la justicia de Dios no se puede sujetar a la felicidad en la vida de cada individuo. Reconociendo los límites de su comprensión, al mismo tiempo se devela para él el misterio de la omnipotencia y la omnisciencia de Dios. Ahora, al saber que no puede entender todo y que tampoco tiene que entenderlo, la pregunta por el “por qué” ya no tiene razón de ser. Job ya no pretende una respuesta de Dios y por lo tanto no se queja más. De allí en más su destino se torna favorable. Sin embargo, al finalizar la historia de Job, el lector se encuentra con un giro totalmente distinto y sorprendente. En lugar de una respuesta a la pregunta sobre cómo se puede justificar el sufrimiento (como examinación, como medio para reconocerse a sí mismo, etc.), está la justificación de Job por Dios. Como alguien que debe padecer a pesar de ser inocente, Job es declarado justo. Con lo cual indirectamente se da respuesta a la pregunta sobre la finalidad del sufrimiento de Job: sirvió para ser justificado ante sus amigos y, en definitiva, ante los hombres. En el judaísmo temprano (aprox. 200 a.C. – 100 d.C.) todo Israel se podía reconocer en Job: es el pueblo que sufre al que Dios se confiesa.

El mal como culpa – el pensamiento de devolver mal por mal

vigente en el Antiguo Testamento En el Antiguo Testamento, la explicación más aproximada para la desgracia y la iniquidad personal es el pecado: a una persona o a un pueblo le sucede una desgracia porque el pecado ha adquirido poder o bien, por haber cometido pecado contra Dios. El relato bíblico de la historia del pueblo de Israel ofrece múltiples ejemplos de cómo los tiempos de declinación, necesidad y opresión por otros pueblos fueron entendidos como un acto divino de represalia por la infidelidad del pueblo: “Y cuando dijeren: ¿Por qué Jehová el Dios nuestro hizo con nosotros todas estas cosas?, entonces les dirás: De la misma manera que me dejasteis a mí, y servisteis a dioses ajenos en vuestra tierra, así serviréis a extraños en tierra ajena” (Jer. 5:19). Este contexto en que se toma una represalia como explicación, halla límites ya en el Antiguo Testamento. La experiencia de algunos creyentes y devotos no habla de que por voluntad de Dios su vida haya quedado a salvo del mal y que el impío haya tenido que sentir las consecuencias de su conducta. Profetas como Jeremías deben luchar contra la contradicción que se suscita entre su prédica y las situaciones reales: “Justo eres tú. Oh Jehová, para que yo dispute contigo; sin embargo, alegaré mi causa ante ti. ¿Por qué es prosperado el camino de los impíos, y tienen bien todos los que se portan deslealmente?” (Jer.12:1). También al salmista le cuesta explicar la contradicción entre su propia existencia tan atormentada y la vida libre de preocupaciones de aquellos que no preguntan por Dios:

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“He aquí estos impíos, sin ser turbados del mundo, alcanzaron riquezas. Verdaderamente en vano he limpiado mi corazón, y lavado mis manos en inocencia” (Sal. 73:1213). Para él las contradicciones recién se resuelven considerando el final de la vida: “Cuando pensé para saber esto, fue duro trabajo para mí, hasta que entrando en el santuario de Dios, comprendí el fin de ellos. Ciertamente los has puesto en deslizaderos; en asolamientos los harás caer. ¡Cómo han sido asolados de repente! Perecieron, se consumieron de terrores” (Sal. 73:16-19).

Lo malo y cómo es vencido – el cambio de perspectiva

en el Nuevo Testamento En el Nuevo Testamento, a partir de Jesucristo la visión del sufrimiento, la desgracia y la fatalidad es otra. Cuando en Siloé sucedió una dura desgracia al caer una torre que sepultó a varias personas, el Señor deja en claro que la catástrofe no debe ser entendida como una represalia por una culpa individual: “Aquellos dieciocho sobre los cuales cayó la torre en Siloé, y los mató, ¿pensáis que eran más culpables que todos los hombres que habitan en Jerusalén? Os digo: No; antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente” (Lc. 13:2-5). Él rechaza la idea vigente en el Antiguo Testamento de que existía una relación con la culpa y contradice el pensamiento de devolver mal por mal proveniente de la ley mosaica. La manera en que esta idea dominaba la percepción, también queda demostrada en la reacción de los discípulos de Jesús al ver a un ciego. Cuando Jesús pasó con sus discípulos delante de un ciego de nacimiento, inmediatamente ellos preguntaron por la responsabilidad que le cabía por su impedimento: “Rabí, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que haya nacido ciego? Respondió Jesús: No es que pecó éste, ni sus padres, sino para que las obras de Dios se manifiesten en él” (Jn. 9:1-3). La visión “del Nuevo Testamento” revelada por Cristo acerca del mal, no ve lo malo bajo el punto de vista de una culpa o una represalia, sino bajo el aspecto de cómo éste es vencido. En el caso del ciego, la enfermedad es, en definitiva, sólo un medio para demostrar el poder de Dios. Al ser vencido el mal a través del sacrificio de Cristo, se revela el amor de Dios a los hombres en una nueva dimensión. Jesucristo venció el mal total y definitivamente, lo que conforma el núcleo del Nuevo Testamento y hace que la pregunta por el “por qué” del mal no tenga razón de ser: en Él sólo se debía manifestar el tanto más grande poder del bien, por el cual se vence. Visto de esta manera, no se puede pensar en Job en el Nuevo Testamento. El hombre que sufre, que es vejado y atormentado ya no tiene que desesperar en Dios, dado que por el sufrimiento y la muerte de Cristo, puede estar seguro de tener el amor de Dios. También Jesucristo en la cruz se sintió abandonado por Dios y en su muerte lo superó. Por ello el hombre que sufre puede tener la certeza de que también en instantes en que se siente abandonado, está en manos de Dios.

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En vista del amor de Dios revelado en Cristo, el sufrimiento, la desgracia y la tribulación, como así también otras formas de contrariedades, ya no constituyen una amenaza existencial: “Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse. [...] ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada? Como está escrito (Salmos 44:22): ‘Por causa de ti somos muertos todo el tiempo. Somos contados como ovejas de matadero.’ Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro” (Rom. 8:18, 35-39). Su padecimiento personal, el “aguijón en la carne”, el Apóstol Pablo aprendió a verlo a partir del sacrificio de Cristo, que le hace observar más claramente la grandeza de la gracia, la cual debe bastarle, y el poder Cristo activo en él (comparar con 2 Co. 12:7-9). La 1ª epístola de Pedro ve el padecimiento desde la misma perspectiva: “Mas el Dios de toda gracia, que nos llamó a su gloria eterna en Jesucristo, después que hayáis padecido un poco de tiempo, él mismo os perfeccione, afirme, fortalezca y establezca. A él sea la gloria y el imperio por los siglos de los siglos. Amén” (1 P. 5:10-11).

El mal como señal del tiempo final Es importante para la interpretación del mal en el mundo, no por último la visión revelada por Cristo de lo malo como señal de la historia de salvación. Lo malo al mismo tiempo hace ver que ha llegado la hora de tomar conciencia sobre la premura de la salvación mediante la intervención de Dios: “Porque habrá entonces gran tribulación, cual no la ha habido desde el principio del mundo hasta ahora, ni la habrá. Y si aquellos días no fuesen acortados, nadie sería salvo; mas por causa de los escogidos, aquellos días serán acortados” (Mt. 24:21-22). El hecho de que a la venida del Hijo del Hombre le antecedan acontecimientos que son vividos como agravamiento de situaciones infaustas, es, por un lado, la señal infalible de un distanciamiento manifiesto de la humanidad de Dios y por otro lado, la señal para los escogidos de que pongan de relieve con mayor énfasis el llamado: “¡Ven, Señor Jesús, ven pronto!”

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