La soberanía de Dios

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Iglesia Nueva Apostólica Internacional

La soberanía de Dios El concepto “soberanía” pertenece al contexto del tema de la omnipotencia de Dios. El reformador Juan Calvino fue el primero que relacionó con Dios el concepto de la soberanía. La entendía como la plena libertad e imparcialidad de Dios en sus decisiones. La gracia y la voluntad salvífica de Dios son expresiones de su soberanía.

La soberanía como un aspecto de la omnipotencia de Dios Al comienzo del Apostolicum y de la Confesión de fe nuevoapostólica dice: “Yo creo en Dios, el Padre, el Todopoderoso, el Creador del cielo y de la tierra”. Esto da testimonio de la fe en que: Dios puede todo, nada es imposible para Él, para Él no hay ningún tipo de límites para imponer su voluntad. Salmos 135:6 lo expresa así: “Todo lo que Jehová quiere, lo hace, en los cielos y en la tierra, en los mares y en todos los abismos”. La omnipotencia de Dios también se muestra a los hombres en la creación. Sólo por su palabra, lo que se ve fue hecho de lo que no se veía (comparar con He. 11:3). La afirmación de que Dios creó todo a partir de lo que no se veía, destaca lo incondicional que es el obrar divino. La omnipotencia de Dios incluye su autonomía. Dios no está sujeto a condición alguna más que aquellas que Él mismo ha puesto o las que están en su propia esencia. Sin embargo, la soberanía de Dios y su obrar sin condicionamientos no significan que Dios actúe oponiéndose a su esencia, sino que Él actúa en respuesta incondicional a sí mismo. En su omnipotencia, Dios pone el principio y el fin: “Yo soy el Alfa y la Omega, principio y fin, dice el Señor, el que es y que era y que ha de venir, el Todopoderoso” (Ap. 1:8). Por consiguiente, la nueva creación asimismo será expresión de la omnipotencia de Dios. Jesucristo también habla de la omnipotencia de Dios: “[...] todas las cosas son posibles para Dios” (Mr. 10:27); asimismo da testimonio de ella el ángel que le anuncia a la virgen María que ha quedado encinta por el Espíritu Santo: “Porque nada hay imposible para Dios” (Lc. 1:37). La omnipotencia de Dios comprende la omnisciencia y la omnipresencia. Salmos 139:2-4 hace referencia a la omnisciencia: “Tú has conocido mi sentarme y mi levantarme; has D&E © 2012 Iglesia Nueva Apostólica Internacional

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entendido desde lejos mis pensamientos. Has escudriñado mi andar y mi reposo, y todos mis caminos te son conocidos. Pues aún no está la palabra en mi lengua, y he aquí, oh Jehová, tú la sabes toda”. El mismo salmo además alude a la omnipresencia de Dios: “Si subiere a los cielos, allí estás tú; y si en el Seol hiciere mi estrado, he aquí, allí tú estás. Si tomare las alas del alba y habitare en el extremo del mar, aun allí me guiará tu mano, y me asirá tu diestra” (versículos 8-10).

La soberanía de Dios como problema teológico La soberanía de Dios, de la cual se hablará a continuación, es un aspecto de la omnipotencia de Dios. El primero que habló de la soberanía de Dios fue el reformador ginebrino Juan Calvino (1509-1564) en su obra “Institutio Christianae religionis” 1 (publicada por primera vez en 1536). La pregunta es por qué Calvino introduce el concepto de la soberanía en la doctrina sobre Dios. Juan Calvino desarrolló la doctrina de la soberanía absoluta de Dios en un tiempo en el que el absolutismo evolucionaba en la práctica política y la teoría filosófica. En 1532, Maquiavelo había publicado su libro “Il Principe” (El príncipe), en el cual exhortaba al príncipe a dejar de lado las normas éticas cuando esto sirviere a su ejercicio ilimitado del poder para los efectos del bienestar general. En tiempos de Calvino se desarrolló la idea de que el príncipe tenía el derecho a ejercer un dominio ilimitado y completamente libre sobre el Estado y sus ciudadanos. En el curso de la evolución posterior, esto condujo finalmente a una amplia identificación entre el gobernante y el Estado. Mientras que Maquiavelo y sus seguidores destacaban la libertad completa del gobernante frente al Estado haciéndolo partícipe de la omnipotencia divina, Calvino acentuaba que tan sólo Dios es plenamente libre y soberano. La soberanía significa la plena libertad e imparcialidad de Dios en sus decisiones. No se debía glorificar al gobernante ni tampoco destacar su libertad y soberanía, sino que sólo Dios debía ser glorificado. Poner el acento en la soberanía de Dios debía dejar en claro que todo poder y toda legislación básicamente le competen sólo a Dios y no a una persona, por más poderosa que sea. Esto también está dirigido a la idea moderna de la soberanía del pueblo.

La soberanía de Dios en la imputación de la salvación: la elección El concepto “soberanía de Dios” expresa la libertad fundamental de Dios en su imputación de la salvación: el hecho de que Dios se manifieste, hable a los seres humanos, los escuche y sea misericordioso con ellos, está fundamentado en su soberanía.

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”Introducción a la religión cristiana”

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Dios se da a conocer al hombre, como testifica el Nuevo Testamento, como Señor y único fundamento de la salvación. Su imputación de salvación tiene el carácter de elección como una realidad salvífica concedida por gracia en Cristo antes de todos los tiempos: “Según nos escogió en él [Cristo] antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado” (Ef. 1:4-6). Aquí se expresa que Dios es el único que escoge y concede gracia. Los Sacramentos, que en ese momento aún no eran percibidos en forma evidente, son señales de la elección que ya ha ocurrido antes de todos los tiempos. Brindan al creyente certeza y seguridad. En la elección de gracia, la soberanía de Dios se le hace al hombre realidad directa. En lo incomprensible que resulta la propia elección se percibe la libertad del obrar de Dios. Esto ya sucedió en la elección de Israel, que era el más insignificante de todos los pueblos (comparar con Dt. 7:7). En la epístola a los Romanos se rechaza toda objeción a la libertad de Dios en su elección de gracia: “¿Qué, pues, diremos? ¿Que hay injusticia en Dios? En ninguna manera. Pues a Moisés dice [Éxodo 33:19]: Tendré misericordia del que yo tenga misericordia, y me compadeceré del que yo me compadezca. Así que no depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia. Porque la Escritura dice a Faraón [Éxodo 9:16]: Para esto mismo te he levantado, para mostrar en ti mi poder, y para que mi nombre sea anunciado por toda la tierra. De manera que de quien quiere, tiene misericordia, y al que quiere endurecer, endurece. Pero me dirás: ¿Por qué, pues, inculpa? porque ¿quién ha resistido a su voluntad? Mas antes, oh hombre, ¿quién eres tú, para que alterques con Dios? ¿Dirá el vaso de barro al que lo formó: ¿Por qué me has hecho así? ¿O no tiene potestad el alfarero sobre el barro, para hacer de la misma masa un vaso para honra y otro para deshonra?” (Ro. 9:14-21). El obrar de Dios dirigido a la elección queda en el “misterio de su voluntad” y escapa al juicio humano y a la necesidad humana de tener una motivación apropiada.

La soberanía de Dios en la consumación de su voluntad salvífica Muchas veces se levanta la pregunta de si en el retorno de Cristo podrán participar exclusivamente los que han sido sellados. Preguntándolo de otra manera: ¿Es concebible que también puedan formar parte de las primicias quienes no están sellados, que vivieron fielmente su fe y esperaron al Señor? Esta pregunta, por cierto, no puede ser respondida en forma concluyente, pero observando el Evangelio con precisión, resultan las siguientes reflexiones:

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Jesucristo enseñó el camino hacia la redención, diciendo: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí” (Jn. 14:6). Este camino, que es el del seguimiento a Cristo, lo recorremos según nuestra convicción de fe. Dios queda fiel a las disposiciones que Él mismo estableció y a las promesas dadas. Esto significa que cada sellado que pone todos sus esfuerzos en vivir su fe y mantenerse fiel al Señor, alcanzará la meta de la fe, que es el arrebatamiento en el día del Señor. ¿Qué pasa con los no sellados? Aquí entra en juego la soberanía de Dios. Algunos enunciados bíblicos nos dan qué pensar. Está lo expresado por Jesús frente al malhechor en la cruz: “De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lc. 23:43). Ese fue un acto soberano de gracia del Señor. Asimismo el hecho bíblico que sigue, habla al respecto, refiriéndose a la amplitud de la voluntad salvífica divina: “Y alguien le dijo: Señor, ¿son pocos los que se salvan? Y él les dijo: Esforzaos a entrar por la puerta angosta; porque os digo que muchos procurarán entrar, y no podrán... Y he aquí hay postreros que serán primeros, y primeros que serán postreros” (comparar con Lc. 13:23-30). Jesucristo evitaba adoptar una postura concreta ante la pregunta formulada. En este contexto habría podido mencionar criterios claros y unívocos, pero no lo hizo. De todo esto se desprende que básicamente no debe excluirse que también los no sellados podrán participar del retorno de Cristo. El Apóstol Mayor Bischoff ya señaló que podemos suponer que seguramente serán aceptados los niños no sellados de fieles padres nuevoapostólicos; asimismo los adoptados que han llegado a tener fe en el Evangelio podrán estar presentes por gracia de Dios en el día del Señor. Por lo tanto, partimos de la base de que el Señor tendrá en cuenta las circunstancias individuales. Hasta qué punto y dónde el Señor posiblemente ponga un límite, va más allá de las posibilidades del conocimiento humano. Una respuesta completa a la pregunta de quién será arrebatado en el día del Señor y consiguientemente será parte de la novia de Cristo, no es posible, pues Dios obra soberanamente y no se deja imponer las limitaciones de sistema alguno. Hoy como siempre tiene validez la exhortación de Jesús citada en Lucas 13:24: “Esforzaos a entrar por la puerta angosta”.

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