abril 2011 / No. 23
luis david canul suárez
http://lja.mx/guardagujas
la mecánica cuántica y la teoría de la relatividad en juan josé arreola omar nieto
L
a literatura fantástica mexicana no sólo ha aportado a la literatura latinoamericana de imaginación nombres de relevancia como Rubén Darío, Francisco Tario o Juan Rulfo, a quienes se les puede ubicar como hacedores de una fantástica clásica y moderna, respectivamente. Se cree que en América, Jorge Luis Borges inauguró lo que se considera narrativa posmoderna. En México, el genio de Juan José Arreola, autor de Varia Invención, La Feria o Bestiario, también aportó adelantos sin parangón a este tipo de literatura, en la que la metáfora filosófica, científica o metafísica, crea espacios que dejan detrás el halo romántico y la trama inocente, para dibujar espacios aterradores que surgen de devastar el mundo dinamitando los conceptos en los que fincamos nuestro concepto de “realidad”. La posmodernidad es un término polémico aunque algunos teóricos como Gianni Vattimo, Umberto Eco o Jean Francois Lyotard ya han delineado su estética puntualmente. El término “fantástico” registra una polémica similar. Sin embargo, podemos decir que lo fantástico se produce cuando uno de los ámbitos, transgrediendo el límite, invade al otro para perturbarlo, negarlo, tacharlo o aniquilarlo. No se trata, como piensa Tzvetan Todorov, sólo de textos que refieren fantasmas, vampiros, hombres lobo, brujas o muertos. La estrategia de lo fantástico radica en que un ente codificado como “extraño” o “sobrenatural” irrumpa en el terreno de “lo familiar”.
De esa manera, el paradigma clásico de lo fantástico se inaugura en El castillo de Otranto de Horace Walpole, fórmula que se rompe en La metamorfosis de Franz Kafka, relato paradigmático de lo fantástico moderno donde lo sobrenatural se presenta como natural. En la narrativa fantástica posmoderna la estrategia es distinta: lo extraño y lo familiar se mezclan para poner en entredicho, a través de una metáfora filosófica, o una paradoja, el concepto de “realidad”. Arreola, escritor fantástico posmoderno En “El Guardagujas” de Juan José Arreola, publicado en 1952, el tema de la relatividad del tiempo y el espacio, así como de la observación por el Principio de Incertidumbre de Heinsenberg, constituyen su materia prima. En 1905, Albert Einstein publicó un artículo que sería la base de la Teoría de la Relatividad General. En él, Einstein postula que ningún objeto puede viajar a una velocidad mayor que la de la luz, y si hubiese alguno que pudiese hacerlo, no podría ser observado por estar fuera del espectro de la luz. Dicha postura, como diría Einstein, debía ser aceptada por todo aquel que estuviese “dispuesto a abandonar la idea de un tiempo absoluto”. De ahí deriva la idea de Tiempo Relativo. Einstein descubrió que la luz tarda en llegar a un punto específico tiempos diferentes dependiendo del lugar en el que se encuentre el observador, que es de donde parte la medición. Así, a diferentes observadores, diferentes tiempos. Hawking señala: “en la teoría de la relatividad no existe un tiempo absoluto único, sino que cada individuo posee su propia medida personal del tiempo, medida que depende de dónde está y de cómo se mueve...” En cuanto a la mecánica cuántica, la concepción de la materia, como una esencia estable de la que estamos hechos todos los objetos y todas las cosas, no posee un sentido absoluto. En 1926, Werner Heisenberg se percató de que para predecir la posición y la velocidad futuras de una partícula, había que ser capaz de medir con precisión su posición y velocidad actuales. El modo de hacerlo era iluminar con luz la partícula en cuestión. Heisenberg se dio cuenta que la luz perturbaba a la partícula, de tal manera que si insistía en determinar con mayor precisión su posición y su velocidad irradiándola de más cuantos de luz, ésta modificaba su vibración y su posición. Así, si la ciencia no puede describir con precisión ni la materia ni el tiempo, y por ende, no puede establecer una verdad central, ni verdades alternas confiables, ¿quién puede decirse poseedor de la verdad absoluta?
“El Guardagujas”, relatividad y mecánica cuántica En “El Guardagujas” de Arreola se pone en juego una metáfora filosófica que cuestiona la verdad y la percepción de la realidad. El cuento narra la historia de un viajero que es advertido por un guardagujas de la posibilidad de que el tren que espera tal vez no llegue a pesar de que exista la estación y existan las vías. Incluso, en caso de subir, corre el riesgo de otros viajeros que por lo tardado de sus trayectos se han enamorado y creado comunidades enteras a la mitad de la ruta. Por si fuera poco, la falta de puentes ha obligado a los viajeros a desarmar el tren para poder pasar al otro lado del abismo, entre otros tantos casos extraños. El asunto central de “El Guardagujas” es que los “espacios tiempos” son una serie de historias relativas a la experiencia (el tiempo experimentado en un haz de luz) de varios observadores sobre un hecho real único, un viaje de rutina en un tren. En suma, una fábula donde cada individuo posee su propia medida personal del tiempo. Al desplegar un horizonte de sucesos posibles, Arreola dibuja un estado de cosas sin verdad absoluta. El drama consiste en que no sea posible predecir –como en la mecánica de Heisenberg- un hecho físico con precisión. Afirmar que por ahí ha pasado un tren o lo contrario “equivaldría a cometer una inexactitud”, dice el guardagujas.
Se sabe que Einstein, parado en la orilla de las vías del ferrocarril, vio pasar a un hombre jugando ping pong en uno de los vagones. Entonces se preguntó cómo era posible observar un tiempo (el del hombre jugando ping pong) dentro de otro tiempo (el del tren que avanza a una velocidad determinada), sin dejar de lado el único elemento que permanecería constante: la gravedad que permite que ambos no salgan disparados al espacio. “El Guardagujas” ficcionaliza esta idea exponiendo que la realidad que todos concebimos es sólo una posibilidad, y que en todo caso, es producto de una observación personal. Por si fuera poco, “El Guardagujas” usa la idea de simulacro, la cual pone aún más en entredicho el concepto de realidad en el que todos creemos. Así se lee: “- ... Sólo le recomiendo que se fije muy bien en las estaciones. Podría darse el caso de que usted creyera haber llegado a T., y sólo fuera una ilusión...” Tal vez es por ello, que en el propio prólogo de Confabulario, libro que contiene a “El Guardagujas”, Arreola confiese: “Amo el lenguaje por sobre todas las cosas”. Y en efecto: ¿qué mayor aspiración del lenguaje que crear un mundo posible únicamente a base de palabras? Tal es el espíritu de lo fantástico posmoderno de uno de nuestros máximos exponentes de la literatura mexicana, Juan José Arreola. onieto75@hotmail.com
agua de luceros
-B
regina kalach atri
eber agua serenada es como beber agua de luceros— dijo Aída recostada en el diván. —Es cierto— le respondí, sin saber que mi declaración, dicha casi al aire, sería tomada tan en cuenta. — ¿Estás seguro? —Sí – volví a responder extrañado de la insistencia. —Pues entonces bebe y veremos qué sucede —me dijo acercando a mis labios la copa transparente colmada de agua clara. Estaba acostumbrado a sus caprichos, a sus frases enigmáticas, a su cuerpo ondulante siempre desnudo sobre el diván en medio de esa selva, rodeada de mil ojos: sus súbditos silentes. Obedecí.
ésta era una vez un mexicano, un catalán y un argentino... Todos somos adictos a estos juegos de artificio Soda Stereo
M
i primer encuentro con Enrique Serna fue a principios de los noventa, cuando cursaba la carrera de letras hispánicas y tuve la oportunidad de asistir, junto con algunos compañeros y maestros, a un congreso de lingüística a Veracruz. En una mesa de lectura literaria, Serna leyó un cuento extraordinario, La extremaunción, que nos dejó pasmados a los alumnos con pretensiones de escritores que comenzábamos a descubrir las infinitas posibilidades de la literatura. Y Enrique Serna fue uno de nuestros más grandes descubrimientos. Está de más enlistar los libros que ha publicado este autor, pero con la lectura de Uno soñaba que era rey o El miedo a los animales, reafirmábamos con mayor contundencia que estábamos ante un hallazgo –personal– muy gratificante: el destino, por fortuna, nos lo había puesto en bandeja de plata. Leer a Enrique Serna es leer la historia contemporánea de la cultura latina: cada texto suyo es el espejo de la actualidad donde el reflejo es tan nítido que o en la lectura nos remitimos a circunstancias reales y, por lo tanto concretas, o en la apreciación de la realidad inevitablemente encontramos las referencias literarias. Entonces la confirmación de que la literatura es una alternativa de la realidad o una realidad alterna a la que vivimos, pero ambas posibilidades nos permiten adquirir experiencias particulares. La sangre erguida, su más reciente novela publicada, es una cátedra de lengua y discurso. El punto de partida es el sexo, así, sin metáforas ni laberintos, sin eufemismos ni moralinas. El sexo como el motor que acciona a hombres y mujeres, el sexo como rito de la cotidianidad y como el misterio que nos empeñamos desvelar en cada encuentro, más allá del mito o del tabú, por lo que, en palabras de los protagonistas según su nacionalidad, coger, follar, cepillar o echar un polvo es una de la actividades que más realizamos en la vida, indudablemente. Serna es un mago del lenguaje: hace que aparezcan y desaparezcan términos y expresiones de un mismo idioma pero en sus diferentes dialectos, con el dominio de quien ha crecido con
—Ahora esperemos a que surta efecto. —¿De qué me hablas? —Agua serenada, agua de luceros. ¿No entiendes? No tuve tiempo de responder. Surgió en mi cuerpo un resplandor plateado, me hice ligero, tan ligero que comencé a flotar. Algo dentro me quemaba. Ascendía sin poderlo evitar. Quedé como pequeña luminaria en la bóveda celeste. — Aída, Aída, bájame de aquí. Aída me miraba un tanto sorprendida pero estática. Se reclinó sobre el diván, pidió a las cacatúas que se callaran, a los monos que colgaran y a las flores que cerraran sus corolas. Bostezó, estiró su cuerpo y se quedó dormida. esta lengua materna en los tres países. Controla a la perfección los modismos y conceptos del castellano de España, Argentina y, por supuesto, México. Cuando cede la palabra a cada protagonista, cambia como por arte de magia las expresiones, no sólo por la personalidad tan bien definida de los personajes que involucra el tono, sino por su nacionalidad. Pero aún consigue más: aunado a la palabra, el discurso de cada individuo está determinado por la cultura de su país de origen. Entonces encontramos un mexicano “para servirle”, “a sus órdenes”, “mande usted”, a un seco catalán “mosqueado” por “la cortesía azteca” y a un argentino sabedor de sus encantos, vanidoso hasta las “cachas” que a las primeras de cambio revela un cursi empedernido y meloso. Y aquí está la cátedra: La sangre erguida es un manual de terminología sexual para sobrevivir satisfactoriamente en México, Argentina y España, pues nos presenta las diferentes formas de decir pene (pito, pija, polla, paquete) o vagina (chocho, coño, concha), entre otras muchas, muchas expresiones, tan reveladoras como divertidas. Los protagonistas, que enlistarlos sonaría como el chiste “había una vez un catalán, un argentino y un mexicano...”, lo cual probablemente sea un guiño del autor porque en realidad eso es: un chiste donde la potencia sexual es el meollo en cuestión, a partir de la idiosincrasia de cada uno. Por supuesto que el catalán es un “guaperas” maduro, con “pinta” de seductor pero con el estigma de la impotencia, coartado por la doble moral de Cataluña; el argentino, obviamente, un semental de porte escultural que controla su pene con poderes mentales y que se gana la vida como actor porno; y el mexicano, un típico jarocho que abandona su vida convencional para seguirle los pasos a su amante, una exótica y fogosa dominicana con ambiciones de estrella, quien disfruta del sexo con plenitud y sin contemplaciones. Entonces el remedo de chiste continuaría: “Había una vez un mexicano, un catalán y un argentino que querían saber quién era el más potente de los tres...”. Bulmaro Díaz sucumbió a la calentura desde que vio por primera vez a Romelia en un bar de Veracruz y se fue con ella a buscar suerte en Barcelona. Sobrevivía con la incertidumbre de si valió la pena dejarlo todo por ella, pues no estaba seguro si en realidad lo amaba, pero lo que sí sabía era que la tenía satisfecha con su desempeño sexual: Bulmaro vivía subordinado a las órdenes de su miembro viril. Ferrán Miralles arrastraba, nunca mejor dicho, la impotencia sexual desde un evento traumático en la adolescencia: toda la escenografía estaba dispuesta para que perdiera la virginidad con una compañera del instituto, pero los nervios lo traicionaron y no consiguió penetrarla. A sus 47 años era adicto a las películas porno y a la masturbación. Juan Luis Kerlow provenía del seno familiar de dos intelectuales que se avergonzaban del camino que su hijo había elegido: estando en Los Ángeles para estudiar inglés, sus erecciones voluntarias lo habían hecho abandonar sus pretensiones de científico y descubrió su potencial como actor porno. Tres personajes masculinos de edad madura cuyas coincidencias son el sexo y Barcelona. Sus destinos se entrecruzan a través de los avatares de la vida: Bulmaro es traficante de viagra pirata, orillado por las circunstancias; Ferrán, por supuesto, es su cliente, y Juan Luis se enamora de una catalana de izquierda barata que es amiga de Romelia, la mujer del mexicano. El punto de encuentro es Bulmaro quien establece relación con los otros dos.
En el desarrollo de la novela es perceptible que la obsesión por el sexo, aun el motivado por el amor, es el nubarrón que empaña las “buenas costumbres” inculcadas en la familia: la voz de la conciencia ronda en los ires y venires de los protagonistas según sus circunstancias: Ferrán proviene de una familia conservadora a ultranza, Juan Luis vive con el complejo de haber desperdiciado su intelecto y Bulmaro carga el peso de una familia abandonada y la subordinación de su yomachomexicanoponedor a la satisfacción de su pene. El escenario es Barcelona, la ciudad que no cesa de invitar a la fiesta salvaje y a la promiscuidad en su interior, pero cuya imagen es la de una ciudad cultural y conservadora, en la que cada calle es una clase de historia y de arte. Con esta doble moral, entonces, se invierten los papeles: en el desarrollo de la novela las “buenas costumbres” son el nubarrón que empaña el placer del sexo, aun el motivado por el amor. Cada personaje debe vencer frustraciones y miedos alrededor del sexo, y desmitificar lo preestablecido por la ética de una sociedad convencional según su origen, ya sea la inteligencia, la moral o la integridad. Por lo tanto, los protagonistas se inician en el placer de las relaciones sexuales que han dado una vuelta de tuerca a sus vidas: Juan Luis “estrena” su piel enamorada, Ferrán por primera vez siente el poder de su miembro que se le trepa hasta la conciencia del dominio febril y Bulmaro rompe con la añeja educación que lo moldeó. Y, por supuesto, los tres constatan la sentencia de la amante del mexicano, Romelia “El sexo es un juego y hay que jugarlo con alegría”. La novela concluye con el desenlace de cada protagonista y el autor en ningún momento vende la trama, aunque el lector tenga expectativas, cada final sorprende gratamente sin ser disparatado pero sin caer en la obviedad. En el transcurso de la novela los personajes van urdiendo su final e indudablemente, a mi modo de ver, terminan como se merecen, y no lo digo con afán de ángel exterminador, como tampoco lo hace el autor, sino que aquí cabrían las relaciones de causa efecto de las que habla Ferrán Miralles en las últimas páginas, certificadas por el “refranero popular”: “el que a hierro mata a hierro muere” o bien “quien siembra odios recoge tempestades” o “con la vara que midas serás medido”. La sangre erguida es, pues, una novela interracial que relata la necesidad del individuo por crear lazos que lo vinculen con su yo interior a través del otro, quien lo acepta o rechaza según las circunstancias, pero que indudablemente lo hace redescubrir la posibilidad de transgredir los valores inculcados desde la cuna, que lo reivindica tanto como lo condena, a partir de las decisiones tomadas en los lances de alcoba.
madera Y cuando le llegara el turno, ¿qué podría decir, qué podría ofrecer en un día como aquél, para hacer el viaje algo más sencillo? Hay un tiempo para todo. Sí. Una época para derrumbarse, una época para construir. Sí. Una hora para guardar silencio y otra para hablar. Sí, todo. Pero, algo más. ¿Qué más? Algo, algo... Fahrenheit 451
E
ran tiempos en los que cualquier nombre funcionaba mejor que el real, así que vamos a llamarlos Erika, Joaquín y Guillermo. Erika y Joaquín recientemente habían tenido una niña con un problema de hidrocefalia. Para aquella mañana la niña tendría alrededor de dos años. Erika despertó aquél día y al llegar a la cocina, Joaquín y Guillermo terminaban de desayunar a la mesa. Joaquín tenía noticias importantes pero podrían esperar, Erika tenía que ir a recoger un paquete de impresos a unos veinte minutos de ida y otros veinte de vuelta. Charlarían luego. Se tomó una taza de café, se alistó y se fue. Los impresos se llaman así: Madera, los trae de vuelta en una mochila. Va caminando por una acera. Un paso después del otro. No viene pensando en nada. Pasos hasta el final de la cuadra y luego vuelta a la izquierda sobre la esquina para entrar a la calle que colinda con la privada en donde Joaquín, ella y su hija han estado viviendo desde unos meses atrás. Erika dio vuelta a la esquina y se detuvo ahí, las razones son varias, a saber: la multitud de gente que ahora permanece detrás del cerco de policías que rodean su casa, los agentes federales, el silencio, las armas levantadas a las ventanas, las ventanas rotas, la silueta de Guillermo respondiendo el fuego de los policías desde la azotea y por supuesto, el fuego que asoma desde dentro de la casa. He aquí el día de los días, el más hermoso de todos, para vivir o para morir. Es un hermoso día para los hijos de la tierra y de la vida, ¡pero ah, aún lo es más hermoso para las hijas del cielo y de la muerte! Una vecina le acaba de pedir que se vaya. La van a matar a ella también. Los federales traen una foto suya, traen una foto de Guillermo, traen una foto de Joaquín; incluso traen una foto de la bebé, de su hija. Erika sabe que eso es precisamente lo que debe de hacer. Erika intenta dirigir sus pies para dar media vuelta y comenzar a caminar en la dirección contraria que venía siguiendo hace unos momentos. Joaquín sale por la puerta principal, arma en mano, gritando y soltando tiros. Viva, alcanza a escucharlo gritar, antes de que una ola de detonaciones apague su voz. El ángulo es imposible, pero Erika lo está viendo. Erika observa como uno de los uniformados camina hacia su esposo en el suelo. Erika observa el tiro de gracia, los ojos cuando se vuelven un vacío inmóvil, una fotografía imposible, Erika ya no puede ver a su esposo desde donde está, Erika ya no puede ver nada, Erika sigue escuchando el disparo. Un Disparo. Ya no hay nadie en la azotea. Las llamas salen desde la ventana que da a la pequeña sala. Todo ese papel en llamas, todos los nombres en llamas.
Erika ya no está. Se ha convertido en un fantasma. Camina por esa misma avenida por la que había ido y venido, sin el mismo paso, sin el mismo nombre, sin el mismo rostro. Tiempo después, una vecina le contaría que la policía y el ejército entraron a la casa y encontraron a un hombre muerto en la azotea y a una niña abandonada en el interior del baño de la segunda planta, dentro de la bañera, con la regadera abierta. Ahora, Erika deambularía por la calle, sin saber su nombre ni a dónde dirigirse; poblaría todas las bancas de cada parque y jardín con su silueta, cada parada de camión, cada baño público, cada rincón de la ciudad en donde nadie esperaría encontrarse con alguien inmóvil, con los ojos fijos. Pasarían milenios en su cabeza antes de que recordara a sus familiares en algún lugar de este mundo, antes de que recordara que llevaba con ella lo suficiente para hacer una llamada desde un teléfono público; antes de que lograra escapar de este vacío vuelto historia; este momentito cíclico de locura que a fuerza de dar y dar vueltas sobre sus propios goznes se ha olvidado casi de todo, a excepción de las llamas.
instructivo para derrotar una dictadura
L
a infección empezó en Tunisia, en diciembre del año pasado, enfermando a Albidine Ben Ali. El virus después se trasladó a Egipto y atacó a Mubarak. Unos pasitos más y llegamos al Hermano Gadaffi, en Libia. Las destituciones de los dos primeros dictadores parecen un sueño y el último hombre, que cada minuto pierde control de su territorio mientras exclama que la gente lo ama y daría la vida por él, parece un epílogo. Las tres resistencias tienen como premisa evitar el uso de armas, hacer de la suya una resistencia pacífica y no ceder hasta que el gobierno cambie porque desean mejores oportunidades económicas, mejor educación escolar y una vida más digna. Las tres resistencias, aparentemente, lograron su cometido. ¿Cómo lo hizo la gente? ¿Cómo lograron detener a estos hombres que controlan a sus países a través de la violencia, de un rígido control militar, de limitar las comunicaciones, de crear violencia entre un grupo y otro, de establecer esa línea tan marcada entre el militar y el civil, entre el pobre y el que sí tiene lana? Obama convocó a una cena con los presidentes, los dueños, los grandes creadores y pensadores de la tecnología después de la liberación de Egipto. Ellos tienen un control sobrenatural del mundo. Ellos dirigen ahora dónde va la información y crean herramientas que facilitan su distribución. Resultó que las redes sociales, ese lugar qué tenemos para la granjita, el póker y la caza de tesoros, fueron el inicio y el desarrollo de muchos de estos movimientos. En Facebook, servicios de Google, Twitter, se compartían documentos que insistían que el éxito de movimiento era hacerlo de manera pacífica y se compartían las fechas, los horarios y los detalles de cada manifestación. Gente que sin importar religión y status social, respondía la convocatoria para ese fin común, ese deseo por una vida mejor. Gracias a Internet, ahora los dictadores me parecen unos perros viejos y cansados, que babean y que todavía se visten bonito, como si fueran a dar un paseo en la exhibición donde los hacen saltar arillos y sentarse por los premios. ¿Qué le pasó a los dictadores que aparecen en las películas y que son unos personajes sanguinarios, detractores de la humanidad y enfermos, ya corruptos, por los años de poder que tienen en las manos? ¿Qué le pasó a los titulares de los periódicos de los años setenta, donde se veía lo mordaces que eran estos hombres para tener a su pueblo en cintura? En un libro, hay un dictador que empalaba a sus enemigos y a los traidores. Era un escenario común que este dictador, pidiera que el bastón les atravesara todo el cuerpo y les pulverizaba las entrañas. Este dictador se regodeaba en la sangre de cada muerto, se hacía más fuerte con cada muerto y su nombre de Vlad Tepes, cambió a Drácula. No digo con esto que me decepcione la ausencia de sangre y los conflictos lánguidos. Al contrario, me entusiasma saber que es posible derrocar a un dictador de manera pacífica. Donde hay voluntad, ya sólo necesitas abrir una página de Facebook y una cuenta de Twitter para iniciar el detonante que habrá de cambiar una nación. Con razón no le resulta raro a la gente pensar que este intercambio binario es una especie de sortilegio, un soplo de magia que con las palabras indicadas puede lograrlo todo. Derrocar dictadores es, tal vez, lo menos solicitado en las búsquedas... cuando la magia también tiene granjas virtuales, fotografías de nuestro próximo amor y los relatos picantes de un anónimo que se hace llamar Gabriela. Para que la magia funcione, necesita haber suficientes creyentes que estén dispuestos a dar su tiempo y derrochar su energía vital a través del monitor y los teclados, de los cables de red y las redes inalámbricas, de las cámaras web y los nombres de usuario y contraseñas. Ahora que estos personajes han caído, alguien debería escribir el instructivo definitivo para derrocar una dictadura. Qué mejor que aprovechar que todavía tenemos frescos estos sucesos en la memoria del mundo. Debería escribirse antes de que alguien más descubra como parchar o corregir los errores que cometieron esos hombres. Dictadores viejos cuya vida jamás pudo identificarse con los chavitos que vuelcan su vida a través de los medios electrónicos y poseen una pericia de origen incierto que les ayuda a usar las herramientas para destruir lo establecido. Claro, eso cuando no están sembrando tomates digitales que se colectan en cuatro horas. Sí, es hora... alguien debería escribir el instructivo para derrocar una dictadura, para que todos los países que no estén conformes con su gobierno, tengan a la mano un paso a paso de como destituirlo.
testamento moisés ortega Si te llega este baúl, papá es que por fin estoy muriendo o he muerto por completo. Sí, es rosa y tiene flores decorativas no te asustes. Te dejo mi rubor carmín de mis labios delgados, ahora incapaces al beso. Un vestido de leopardo luis david canul suárez
recuerdo de la noche del canto estridente de los grillos. También una peluca de cabello natural tejida a mano. Son para ti los aretes de fantasía brillosa
déjame que te cuente
los abalorios que cascabeleaban en las noches de rumba sobre mis muñecas finas.
itzul de la rosa núñez
Te regalo todo, incluso el amor que nunca dejé de prodigarte
Últimamente
en el rincón silencioso de los sueños.
siento estrellas en las plantas de los pies,
Si te ha llegado, es que tengo un capricho de moribundo Ponte la peluca y píntate los labios
nunca las he visto
la viejita primorosa en el espejo me querrá más que tú.
pero sé que son efervescentes porque a veces las siento hasta detrás de las rodillas y luego revientan bajo el lóbulo
sal
pi
cán
do
me
tu nombre.
y tengo que cerrar los ojos para atraparte y después seguir flotando y besar todas tus letras
y jugarte
tocarte
atravesarte
hasta que estalles http://lja.mx/guardagujas
con los ojos cerrados
y tu nombre en mi boca.
editores: edilberto aldán / joel grijalva
guardagujas@lajornadaaguascalientes.com.mx