GUARDAGUJAS

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abril 2011, n° 24

jesús ricardo flores márquez

Y es que en esta ciudad no hay puentes de los cuales lanzarse; no hay saltos que, a fuerza del asombro arrancado en un golpe seco y un grito, sean capaces de arreglar estas cosas.

E

juegos malabares

l problema es que los los gustos no eran los mismos, que hombres somos seres si el Tuco veía cosas donde no las de batallas, no de guehabía, que si ella había cambiado y rras... Estamos siempre ahora se sentía especial, que si una a la espera de la siguiencosa, que si la otra… Y no, hay que Para Edilberto Aldán, que confía y salta en estas letras. te oportunidad para equilibrar el decirlo, la novia del Tuco no estaba marcador en contra de la mujer en saliendo con nadie más… El misturno… O debido a ella, dado el caso… Somos el sexo que no sabe de mo Tuco lo decía, y no es que no hubiera buscado culpables… Nadie la despecho, no importa lo que suela decirse… Sabemos, en cambio, de andaba rondando, nadie la pretendía… derrotas que hay que revertir, de ofensas que deben ser vindicadas… Me gustaba de Alfonso, que tenía siempre claro el idioma en que tenía No se trata de ganar, sino de quedar a mano. que hablar en cada ocasión. Odiaba ese dialecto que es tan habitual en Sucesión de frases y sorbos de cervezas: esas eran las conversaciones los barrios latinos de las afueras de Chicago, en el que nadie habla cien que tenía con Alfonso en aquellos días en que estar en Chicago era la por ciento inglés ni cien por ciento español sino una mezcla burda, ramejor manera de estar en ninguna parte. Aterido, la mirada pérdida en yana en el chiste. el lago, me limitaba a validar lo que escuchaba con una sucesión esLo que pasa es que hay amores que se van gastando, o bien que nunca paciada de monosílabos y movimientos de cabeza ambiguos, que bien fueron realmente amores, ¿ves?... Eran más bien pequeños engaños que podían decir “Vale, yo te entiendo” o “Mira tú, lo que son las cosas”. De duraron poco, a los que se les fue cayendo el esmalte, el brillo… Porque ahí que siempre terminara bebiendo más que Alfonso. Lata tras lata, la primera condición para que un engaño funcione es que él que engaparecía que utilizaba la cerveza para no atragantarme con los temas que ña se crea también un poco de la mentira que dice… Al parecer un día me iba arrojando, le escuchaba, pasivo pero tenso, llenaba oídos y áni- ésta muchachita dejó de creerse su parte del engaño… Y, pues… -dejó mo con sus discursos y su peculiar manera de ver la vida: categóricos y escapar un sonido parecido al que hace un balón cuando se desinfla-. enérgicos, densos. Así cuando sentía que una buena cantidad de palaLos sorbos que daba Alfonso a su cerveza eran siempre cortos, limbras se había alojado en mi atención, daba un gran trago a la lata, y casi pios, privados de ese sonido molesto y habitual que hace el liquido al podía sentir como deglutía esa mezcla de sonidos y alcohol a la que, chocar entre la lata y los labios, al crear un vacío entre las mejillas y la dicho sea de paso, atribuía mis intensas resacas al siguiente día. lengua, especie de chasquido húmedo que nunca he logrado tolerar, a Alfonso en cambio, acompañaba cada frase con un sorbo corto y es- menos que se trate de criaturas, de bebés con vasos entrenadores. Eso paciado, gesto ensayado, crónico, con el que parecía apenas refrescar la también me gustaba de Alfonso y en parte por eso le perdonaba aquegarganta, cual si quisiera remojar un poco la siguiente frase y así suavi- llas pausas mínimas y alevosas entre cada frase. El ritmo de su charla zarla, atenuar su sabor, por intenso que fuera. Tal vez por eso no impor- se asemejaba al del oleaje que podíamos ver desde la cerca en la que taba lo que dijera, Alfonso no lograba ofender o contrariar. estábamos acodados. Está, por ejemplo, aquél muchacho… -continuó Alfonso aquella vez, Y resulta que a éste Tuco… El tal Omar… No se le ocurrió mejor la cerveza fija en su mano izquierda, en arco constante de noventa gra- forma para ponerse a mano… Para recuperar el balance perdido en ese dos entre la escuadra de su antebrazo y la altura de su boca– El del bar de tablero en el que sólo él llevaba cuentas... No hallo mejor forma de resla esquina… Le decían el Tuco… Omar se llamaba, creo… Su novia, su tablecer el equilibrio que tirarse de un puente que está en la 294… el exnovia, siempre fue de las que estudian, de las que no saben quedarse puente en Cicero… Sobre la misma avenida que tomaba cada día su noquietas… Se graduó de la universidad, consiguió un trabajo en el cen- via para volver al suburbio… ¡Así de genial, según su entendimiento!… tro –lo dijo así, universidad y centro, nunca decía college ni downtown, Brincó justo en el instante en que el auto de su novia estaba por pasar a menos que estuviera hablando en inglés con alguien que no fuera la- bajo el puente… Para caer sobre ella, o mejor aún, con tal tino que cayó tino o que fuera latino pero no hablara español–. En el centro, como frente a ella y quedó bajo las llantas del auto… Era claro que no buscaSusana y tú, licenciado… Tres meses en ese empleo y la chica comenzó ba sólo hacerse algo de daño, o nomás causarle un susto a la chamaca… a decir cosas… Como que ella se merecía un día a la semana para salir Fue por el show completo… Acto final… Telón… Aplausos. con sus amigas sin que el Tuco pudiera acompañarla… Ni llevarla, ni Alfonso celebró su propio efecto dramático, tratando de girar sobre recogerla… Al cumplir seis meses en esa oficina la novia del Tuco se un pie, en un gesto que quería emular algún movimiento de ballet, pero compró un auto y ya no tomó el tren para ir y regresar del trabajo… No que dada su falta de pericia termino en un traspié y en esfuerzos por le pedía al Tuco que la llevara al centro comercial –así: centro comer- mantener el equilibrio y no caer. Se repuso, aún divertido volvió a pocial, Alfonso tampoco decía mall, ni shopping–. Nueve meses de empleo ner los codos sobre la cerca, y tras dar otro sorbo a su cerveza, continúo bastaron para que empezaran las peleas entre el Tuco y la novia... Que si como si nada.

luis cortés


jesús ricardo flores márquez

Hay dos tipos de suicidas, el privado y el público… El que se mata en público siempre está tratando de tener la última palabra, de probar un punto… Pero el que se suicida lejos de las miradas… El que comparte la última mirada sólo con el espejo o con un cuarto vacío, ése… Ese nunca se mata por una mujer… Habrá otros motivos ocultos, tenlo por seguro, mera cobardía, angustia, hastío… Pero la mujer no será la causa, y mucho menos el objetivo... El que se mata por una mujer siempre está buscando ganar en el siguiente round, aunque para ello tenga que salir de cuadro en forma definitiva... El que se mata por un amor tendrá el cuidado suficiente para dar el golpe definitivo, buscará causar una herida de tal hondura que podría dejar de sangrar, pero jamás cerrará enteramente… Sobre todo, así la guerra por fin termina, evitas cualquier posibilidad de batalla futura, pero sin rendirte… Es tal la violencia de ese golpe final, tan chocante el cuadro, que no puede tomarse como una retirada… Son los únicos tres escenarios que tienes licenciado… O te matas por una mujer… O te vuelves loco sabiendo que se irá y que la última palabra en la relación será siempre suya… O te sientas a ver el tablero para siempre, esperando, rogando que algún día olvides qué carajos estás haciendo frente a esa tabla cuadriculada y entonces puedas levantarte y seguir con tu vida… El truco está, estoy seguro de que lo ves, en que ninguno es un escenario ganador… El que esté jugando a eso, tiene que pensar mucho y muy bien cuál es la ruta que elige… Tal cual y como me encuentro yo ahora… Con lo tuyo con Susana, licenciado. Ese momento dejé de mirar al lago, deje de contestarle con monosílabos y gruñidos. Me separé un poco de él, como para tener una mejor perspectiva, para mirarlo en silencio. Yo sé que te las estás cogiendo licenciado… Y no me salgas por favor con alguna mamada… No vayas a decirme que están enamorados… No me vengas con que las cosas se salieron de control… Te estimo tanto en parte porque te considero una persona inteligente… No me arruines eso también, por favor, al menos eso no. Mi silencio pareció intensificarse, como ocurre siempre que alguien nos señala alguna dudosa cualidad, que no por molesta es menos cierta. No, jamás hubiera confundido aquello con amor, jamás hubiera intentado disfrazarlo de accidente. Pasó un rato bastante largo en que Alfonso se dedicó a pasar la lata de cerveza de una mano a otra, pequeños juegos malabares, izquierda, derecha, el trayecto de la lata en el aire como un pequeño salto de fe, un peculiar metrónomo que le marcaba el ritmo para continuar. Yo sé bien que Susana no es de nadie. No es mía... Mucho menos va a ser tuya, licenciado, eso también tendrías que tenerlo claro… Y ¿sabes qué?... -giró de pronto, yo reaccioné por reflejo, deslizándome un poco hacia atrás, sin saber que pretendía. Se paró en seco, con expresión entre sorprendida y divertida, a manera de aclaración me hizo una seña con la barbilla en dirección a la hielera a mi lado,

agitando en su mano la lata, para generar el pequeño chapoteo que se escucha en el interior de una lata de cerveza cuando ésta se termina. Le alcancé una nueva lata, la abrió usando sólo la mano derecha, la pasó a su izquierda, bebió y con eso reordenó sus ideas– Sí, ah, fría, bien, bien… Entonces ¿sabes qué?... Yo no necesito equilibrar nada… Ni buscar balance… Viéndolo bien, sabiendo el tipo de mujer que es Susana… ¿Para descansar, para estar a mano? ¿Qué tendría que hacer?... ¿Tirarme de un puente? ¿Tener el cuidado suficiente de aventarme en el momento justo para en verdad quedar ahí, y no acabar en una silla de ruedas o amarrado a una cama? No, no, no… Yo paso, licenciado, yo paso. Se tomó el resto de la cerveza de un solo trago, contrario a su costumbre. Se quedo mirando fijo largo rato, sus ojos en dirección a algo que podía ser el lago, pero que ahora intuyo, era algo mucho más grande y lejano. No dijo mucho más. Yo no dije nada en absoluto. El camino de regreso, en el coche, lo hicimos en silencio, sin música y sin alcohol, él mirando al frente, a la carretera, y yo mirando por la ventanilla las luces lejanas. Recuerdo todo esto, de noche en mi casa. Muy lejos de Chicago y de aquel que fui alguna vez. No he sabido de Alfonso en años, pero cada sorbo de este whiskey que comienza a entibiarse, me regala algo parecido al sabor amargo que mastiqué aquella noche en el silencioso trayecto de vuelta. Una torpe marea, que trato de asociar con rabia o impotencia, va en ascenso, como si habiendo avanzado sobre la alfombra hubiera alcanzado mis pies y pretendiera hundirme en su espuma. La puerta de la habitación está entreabierta. Sentado ante esta mesa en la que escribo puedo ver a contra luz el perfil de Pilar que duerme inquieta, privada de esa calma que sólo da la inocencia o la ignorancia. Sus contornos no son claros, no hay suficiente luz y las curvas de su cuerpo se funden en las sombras que la envuelven, puedo imaginar su pecho ocupado en el compás de altibajos continuos que suele hipnotizarme. La sé distante y la sé infiel: en parte es por eso que ahora me sumerjo en aquellos tiempos, cuando Chicago era distancia y bálsamo de ausencia. Conformándome en el gesto de apretar los puños, maldiciendo a Alfonso una y otra vez, como tal vez él mismo me maldijo tantas veces antes de aquella plática a orillas del lago. Creo entender, para equilibrar las cosas, para pagar esa deuda que adquirí con Alfonso, para calmarme de la misma forma en la que él había logrado hacerlo, prescindiendo de marcadores absurdos, de desenlaces abruptos y estériles, para dejar intacta la cordura, tendría que callar y rendirme ante la posibilidad de Pilar y su amante. Y es que en esta ciudad no hay puentes de los cuales lanzarse; no hay saltos que, a fuerza del asombro arrancado en un golpe seco y un grito, sean capaces de arreglar estas cosas, aunque sea tan solo en apariencia y lo único que en verdad consigan sea entorpecer el tránsito.

http://lja.mx/guardagujas/ guardagujas@lajornadaaguascalientes.com.mx editores: edilberto aldán / joel grijalva


L

a manera más directa que tiene un organismo para dejar su impronta es la reproducción, que ya sea sexuada o no, permite que su carga genética sobreviva un tiempo más. Todos los seres vivos buscan trascender su existencia biológica. A pesar de que los humanos somos los únicos que tenemos conciencia de nuestra propia finitud, compartimos con las amibas, los pulpos, los tiburones y los osos el impulso instintivo de proyectarnos hacia el futuro. El hombre, al ser también un animal cultural, ha creado otras maneras de engañar a la muerte: las letras, las artes, la acumulación de bienes, la celebridad por cualquier causa, todas han servido como vehículo para ser recordados, y si se puede también, admirados. Es posible afirmar que las más grandes manifestaciones de la civilización son causa de ese deseo: Los Zigurats de oriente medio, las pirámides de Egipto, las pistas de nazca, los guerreros de Terracota, Stonehenge, las incorruptibles jetas de piedra de Pascua y de los Olmecas. De inicio, todos estos portentos se han interpretado en su momento como alabanzas a los dioses; sin embargo, siendo un poco más sinceros, deberemos aceptar que son, más bien, maneras de los gobernantes de asegurarse la posteridad. Paradójicamente, de casi ninguno de los que ordenaron erguir semejantes monumentos se recuerda el nombre. El dejar obras que inscriban al autor, o al mecenas, o al gobernante, en el libro de la posteridad, ha sido privilegio casi exclusivo de las clases dirigentes. Han sido los Ramseses, los Nabuconodosores, los Carlomagnos y los Moctezumas los únicos con el suficiente poder y recursos como para granjearse la inmortalidad a base de piedras labradas y edificios colosales. Los grandes ingenios y artistas también lo han logrado: Da Vinci, Dédalo, Gutenberg, Picasso, Rabelais, Fulton, todos aquellos que han legado algo útil o hermoso a la humanidad por lo general han sido inscritos también en su memoria. Pocos son los que con obras pías lo han logrado: más frecuentes son los déspotas y asesinos que con muerte y dolor se han hecho memorables. Ahí están Vlad Tepes, Madame Bathory, los Borgia, o Iván el Terrible, quienes han demostrado que la tinta que mejor fija en el pergamino de la historia es la de color rojo sangre. Hay otra categoría de inmortales, quizá menos ilustre y más proletaria: aquellos que han pasado a la historia sin querer, así nomás, como actores de reparto. Hombres y mujeres que nunca en su vida se imaginaron ser recordados siglos después de su muerte, personas anónimas que, por accidente, mala leche o por acción de la tragedia, se han convertido en parte del acervo cultural de la humanidad. He aquí tres puntualísimos ejemplos: Mater (d)olorosa Michelangelo Merissi, mejor conocido como Caravaggio (1573-1610), fue un pintor italiano que perfeccionó la técnica del claroscuro y que será recordado principalmente por dos cosas: su cáustico talento, generador de imágenes de hermosa tenebrosidad, y su tormentosa vida, llena de amantes, vino, caballeros de Malta, emboscadas y huídas. De pincel inspirado y daga pendenciera, Caravaggio fue de los primeros pintores en utilizar modelos humanos y en negarse a hacer bocetos previos. Además, era dueño de un espíritu burlón que le permitió pitorrearse de los íconos que los mecenas le ordenaban representar: en muchas de sus pinturas los santos y vírgenes tienen el rostro de los efebos que le brindaban sus favores, de las concubinas que le calentaban el lecho, de las prostitutas que frecuentaba y de los mendigos con los que cruzaba copa. Sin embargo, sería con su obra “Muerte de la Virgen”, concluida en 1606, con la que haría su máximo chascarrillo. Se dice que la modelo utilizada para la madre de Cristo no era otra sino una mujer que se había ahogado en el río Tíber y que fue sacada de la corriente cuando ya presentaba un avanzado estado de putrefacción. Tal rumor no está confirmado, pero la manera en que el pintor representó a María, con el vientre hinchado y claros signos de descomposición cadavérica, no hacen sino aumentar los decires De ser cierto, nos encontraríamos con que la pobre ragazza, a quien la desesperación había arrojado al suicidio, fue convertida en protagonista

la inmortalidad accidental omar delgado de una de las pinturas más célebres del renacimiento. Ella, cuyo deseo fue disolverse en las aguas, por un chiste fue obligada a representar a María Madre para las generaciones venideras. Sabor a mí Peter Witkin (1939) y su cámara nos han regalado algunas de las imágenes más inquietantes y hermosas del arte moderno. Su fotografía, monocromática y de apariencia antigua, está llena de mutilados, freaks de circo, alegorías siniestras, miembros cercenados y reinterpretaciones sórdidas de los íconos del arte mundial. Una de las más destacadas es El Beso (Le Baiser), tomada en 1982. En ella muestra lo que en apariencia son dos ancianos en tórrido ósculo. Sin embargo, cuando el espectador mira con detenimiento, se percata de que son dos mitades de la misma cabeza, las cuales han sido unidas por los labios. La leyenda underground consigna que el dueño del despojo fue un homeless que, por obra del destino y de un forense amigo del fotógrafo, fue inmortalizado en la más tierna y macabra alegoría del amor propio que se tenga memoria. Adivinen quién viene a cenar No todo es ícono. También las bibliotecas están llenas de inmortales involuntarios. Detrás de cada crimen literario, se presume que existe uno real que lo inspiró, por lo que los libros también guardan cadáveres entre sus páginas. Esto es especialmente cierto para la familia Clutter, protagonistas a fuerza de uno de los libros más importantes de las letras norteamericanas del siglo XX: In cold blood. Es muy probable que, de habérseles preguntado, los cuatro miembros de la familia nativa de Holcomb hubieran preferido permanecer anónimos y vivir sus existencias de la manera más anodina y gris posible. Es seguro que Herbert, el paterfamilias, hubiera elegido morir de un paro cardiaco en su cama, luego de ingerir libras y libras de mantequilla hecha en casa; que Bonnie, la madre, hubiera optado por ser internada en un psiquiátrico en donde le ayudaran a soportar sus accesos depresivos hasta que una piadosa sobredosis de diazepam la enviara al otro mundo; que Nancy, la hija, hubiera preferido crecer y casarse y engordar acumulando hijos y que Kenyon, el menor, hubiera escogido reñir con su padre para irse al camino y seguir el hipster way of life. Para su desgracia, ninguno de los dos hombres que entraron a su granja el 15 de Noviembre de 1959 les preguntó su opinión. Perry Smith y Richard Hickock, dos ex convictos, luego de amordazarlos y desvalijar la casa, los mataron a escopetazos esa noche de sábado. Quizá ninguno de los miembros de la familia Clutter, a pesar de tan horrendo fin, hubiera trascendido más allá de unas cuantas notas periodísticas de no haber sido por Truman Capote (1924- 1984), escritor neoyorquino que olfateó en su tragedia el material para un bestseller. Así, A Sangre Fría, paradigma de la novela de no ficción, vio la luz cinco años después, dejando para la posteridad la historia completa (ante, pre y postmortem), tanto de los Clutters como de sus verdugos. Para los miembros de esa familia de Kansas, unas descargas de calibre doce en la cabeza les valieron una cruel posteridad. Conclusión Cuando los chinos maldicen, desean que su enemigo tenga “una vida interesante”, quizá porque saben que la naturaleza humana es mucho más proclive a recordar tragedias que venturas. Es en nombre de ese espíritu que muchas personas alcanzan una inmortalidad que ni buscaron, ni desearon. Con lo cual se puede concluir que en ocasiones el arte se torna alimaña carroñera y se alimenta de cadáveres. Y que nadie sabe quién lo acabará alimentando…

instrucciones para soplar burbujas

S

édgar omar avilés

ácate el corazón y sustitúyelo por un péndulo: para las burbujas se requiere templanza y otra forma de amar el tiempo. Bórrate la boca frotando tus manos en ella, luego corre, ve al espejo para pintarla de nuevo, pero ahora trazala como una línea vertical de la frente al mentón: para soplar es importantísima una gran boca. Las burbujas, además, serán tus palabras. Quítate los ojos, cámbialos en el mercado por pólvora, dos mechas y dos balas. No te preocupes, para los versados en el oficio esos ojos nunca sirvieron. Mete la mano a través de las cuencas y hazte una cavidad en el cere-

bro, luego recúbrela con una placa de acero. Saca una mecha por cada orificio de la nariz, coloca en la cavidad la pólvora y en las cuencas las dos balas: serán necesarias para defender las burbujas de los muchos que querrán reventarlas. Además, tu cerebro ahora tendrá otra forma de entender el Universo. Ya puedes tomar un alambre. Con la mitad haz un círculo y lo que reste será el mango. Recúbrelo con estambre muy suave. Llena un vaso con agua, ponle un poco de jabón y glicerina. Ahora sopla, sopla burbujas y tendrás decenas, centenas si te esfuerzas, de ojos voladores a través de los que verás la maravilla del mundo verdadero y con las cuales hablarás de su hermosura.


nombre a los muertos y dar las noticia para que los familiares puedan practicar el rito del abandono y del continuar viviendo. Me imaginé al hombre que tuviera esta labor de clasificar a los muertos. Una especie de bibliotecario que tuviera la triste labor de guardar los datos: una gota de sangre, un pedazo de piel, forma y tamaño de las dentaduras. Me lo imagino acariciando los cuerpos como si fueran libros y retirando un pedazo de sus hojas, para guardarlos en pequeños contenedores que, como en una profecía, eventualmente serán abiertos. Me lo imagino vestido de negro, acomodándose los anteojos y con el rostro más serio del mundo, porque si piensa mucho en ello, empezarán a temblarle las manos y se encerrará en un cuarto a llorarle a los que no tienen nombre, como Don José y sus manos que paseaban entre las actas. Me imagino a este bibliotecario solo, abandonado en un edificio que le habrán quitado a algún empresario por no pagar impuestos, recibiendo órdenes del gobierno en turno. Cada año le cambiarán a los asistentes, pero él se queda porque es el único que puede hacer la chambita lúgubre y además de que no quieren entrenar a otro, ya nadie quiere su chamba. Tiene una fuerza de voluntad extraordinaria, tiene la paciencia para decir que sí a órdenes obtusas y puede sentir el temor a los hombres que dan órdenes. Obedecerá cuando un partido pida que los contenedores sean de plástico, y otro partido pida sus contenedores de vidrio rosa. Pasado algunos años, el bibliotecario de los muertos se presentará ante el Presidente y el seleccionado por la CNDH, por la ONU, para dar cuentas de sus logros y para, por supuesto, enseñar el color de los contenedores tan preciados. Después de

los nueve mil desaparecidos

H

ay una nota cuya explosión es notable y que sigue resonando en todo el país: La muerte de Juan Francisco Sicilia y la cruzada de su padre -Javier-, por descubrir a los responsables del crimen. Recientemente apareció una segunda noticia donde la CNDH liberó un comunicado apoyado por la ONU qué dice que desde el 2006 para acá, son nueve mil los muertos que no tienen nombre y un poco más de cinco mil los desaparecidos. La ONU no quiere que México niegue a sus muertos y exige una solución humana al país para que exista un registro. Ambas notas son la consecuencia natural de una guerra. En la primera nota tenemos a un mártir y un padre que está por convertirse en un héroe para todas las familias que están buscando una resolución a la muerte de uno de los suyos. Son familias que buscan un cuerpo entre esos nueve mil cuerpos sin identificar, o qué bien, necesitan saber si hay un cuerpo entre los cinco mil nombres desaparecidos. El poeta se ha convertido -a costo muy alto- en un abanderado. El poeta es la voz que... naturalmente, le faltaba a esta guerra que se está luchando. La CNDH exige que el ADN de los muertos sin nombre, se conserve en una base de datos para qué, eventualmente, cuando las cosas estén más relajadas, alguien tenga la delicadeza de descubrir el nombre de los muertos y notificar a los familiares que han perdido a alguien. La ONU decidió apoyar la exigencia porque, pues, es de humanos ponerle

la silenciosa indigencia

y entonces termina el día con un poco de noche, y como muchas personas, termino contento, con un cierto sentido de que las cosas se lograron, me refiero a las pequeñas tareas del día, a veces no todas las tareas se logran, muchas metas, propósitos que vas cargando desde principios de año, sueños, aspiraciones, deseos, prefigurándose como breves imágenes en tu conciencia mientras deambulas por el día, el trabajo, las amistades, relaciones, besos, amantes, y de pronto te encuentras con esa mirada, bailarina mirada, mirada de noche, mirada cuyas luces sólo pueden imaginarse como luces de faroles de automóviles, es la mirada de un tipo un hombre un señor una persona un ser humano que se estaciona en distintas partes de la ciudad para dar la bienvenida a quienes llegamos a tiendas de autoservicio te da la bienvenida a la noche, dos que tres recordatorios de su fe católica-cristiana-mormona-testigodejehová y luego te avisa con un paño en mano que está dispuesto a remover el polvo de tu automóvil si tan sólo tuvieras unas cuantas monedas de sobra antes o después de que hagas tu compra. piensas en lo desagradable piensas en lo agradable que es encontrarte a esa persona, piensas que tus experiencias todas tienen que ver con el contexto, a veces lo recibes agradablemente a veces desagradablemente, tu mirada igual de saltona igual de bailarina, piensas en las pocas monedas que te quedarán después de comprar chicles cigarros soda bebida refrescante con edulcorantes artificiales dos que tres chuchulucos después de comprar lo que sea, te encuentras con la decisión de si tomar desagradable o agradablemente la oferta de esta persona con mirada bailarina que siempre está dispuesta a deshacerse del polvo que los días el desierto el tiempo

esa breve reunión, el bibliotecario regresará a su soledad, a la compañía de sus libros humanos y prenderá una o dos computadoras, que harán correr los procesos que le ayuden a descubrir los nombres. Cada día se descubrirán uno, dos, o diez nombres, pero nunca serán suficientes. Su cuota diaria entre los nueve mil que ya tiene y los que están muriendo diariamente, harán de su tarea algo imposible. Cada diciembre, se presentará frente a televisión y liberará por internet, una lista de todos los muertos que logró identificar en el transcurso del año. A veces, esta misma lista será quienes avisen a los familiares que buscaban paz, otras veces, habrá tenido el apoyo de un noble equipo de trabajo que pudiera llevar o entregar las notificaciones. Durante los primeros tres años, me lo imagino viviendo con la esperanza de que algún día terminará y luego, me lo imagino diez años después, canoso y de lentes más gruesos, con unas cuantas arrugas en los ojos por los días en que no pudo contenerse y ya con la experiencia de que la esperanza es un lujo para los que no están pasando sus dedos entre los cadáveres, los dientes, y los dedos inertes, buscando pedazos de piel que pueda catalogar como libros. Me lo imagino haciendo esa relación: La persona es un libro, un diario de experiencias que lo deshojaron o lo quemaron abruptamente porque su impresión, lamentablemente, se dio en un país que no aceptaba los libros, ni el placer, ni la vida. Me imagino a este bibliotecario mirando por el televisor las marchas que se dieron en honor al poeta muerto y al padre de corazón roto. A veces me lo imagino sonriendo a medias y lo escucho susurrar una majadería triste y verdadera--. Al menos tu muerto, poeta, tiene nombre. Otras veces me lo imagino enojado, rompiendo los televisores, rompiendo los periódicos, pero jamás perdiendo la piel de ninguno de sus muertos. Ojalá ese hombre tenga la fortaleza del poeta, aprenda de su resolución, y que logre encontrar todos los nombres.

las lluvias poco a poco, segundo a segundo, se va plasmando como piel efímera en tu automóvil, es una noble y simple misión la de esta persona, te dices sin decírtelo, y todo depende del contexto, probablemente en esa noche piensas que la humanidad es un lastre más del orden natural, un virus con zapatos, una rémora de la naturaleza, te lamentas el lenguaje que portas en tu mente y que te hace producir este tipo de mamotretos sin sentido, probablemente tu concepto, vaya, tu sentido de humanidad se esfumó durante unas horas, tus esperanzas sobre la humanidad, la conclusión momentánea a la que llegas –el ser humano no es más que una molestia adicional en las quejumbres del mundo— probablemente ese pensamiento no ayude mucho al modo como enfrentas el encuentro con ese personaje que sólo quiere remover un poco de polvo para sobrevivir. Exagerado, te dices a ti mismo, en realidad no se trata de un acto de supervivencia, o sí, no sabes, no tienes la menor idea de cuáles son los antecedentes de este sujeto, es un nadie que en esos momentos significa todo para ti, refleja tu sentido de humanidad, o no refleja nada, eres tan cínico que ni siquiera te tomas la tarea de aproximarlo en tu conciencia, es otra mancha más de la mancha urbana, tú sólo quieres un taco para dormir a gusto con tu sentido llano y compungido de humanidad. Igual y no sabes nada de nada, no eres pera en dulce, no puedes caerle bien a todo mundo, habrá personas alrededor del mundo que probablemente lean esto y digan "es un imbécil", "es un genio" "es una rémora más en la gran rémora de personas que escriben sobre lo que piensan" "es un creído" "es un snob" "es adorable" "es todo lo que en estos momentos quiero que sea", y de pronto me doy cuenta que –con todas las proporciones guardadas, ya que yo tengo techo, cama, espacio cómodo donde ponerme a escribir esto— no es muy distinta mi situación a la de esta persona de mirada bailarina que una noche no hace poco se aproximó a mi carro y limpió con orgullo, sí señores, CON ORGULLO, porque tal parece que se toma muy en serio su labor en este mundo, se puso a limpiar mi muy polvoriento carro, quizás no soy muy distinto a esa persona, quizá de lo que se trata realmente es de ser querido, reconocido, estimado en tu simple humanidad, y una persona lo hace ofreciendo quitar el polvo de tu carro, otra persona lo hace conduciendo la mirada de un lector por las líneas de un brevísimo ensayo que sólo tiene la noble intención de comunicar lo sumamente complejo, bello y profundamente asombroso que puede ser el mundo.


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