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enero 2014, n° 93
Concurso Internacional de Cuento Navideño, Súbito, Breve y Electrónico
dos
Concurso Internacional de Cuento Navideño, Súbito, Breve y Electrónico o podía más. Así nos lo hizo saber. Preparar la cena la agotó. Subió a su cuarto y se acostó. Nos dijo que no hiciéramos demasiado ruido y que no le lleváramos de comer. En vano protestamos que mejor no hubiera hecho el caldo de camarón, los romeritos y el bacalao. Igual a nadie le gustaban. El daño estaba hecho. Yo también hubiera preferido no estar ahí. Largarme a mi departamento. No encontré una excusa. Era algo temprano y ni siquiera ayudé a preparar la cena o a poner la mesa. La familia en pleno se podría ofender. Afortunadamente ya no había chiquillos, todos fueron creciendo. Llené un vaso con el whisky caro y me senté en el sillón favorito de mi padre. Con la mano libre encendí un cigarro. —¡No fumen! —llegó la orden tajante desde el cuarto de mi madre—. Se encierra el humo y no puedo respirar. Aplasté el cigarro casi nuevo y, sin disimular el fastidio, me incorporé a
Desde hace dieciséis años, en el mes de diciembre, Gerardo de la Torre, Leo Mendoza y Marcial Fernández, convocan al Concurso Internacional de Cuento Navideño, Súbito, Breve y Electrónico. Al primer lugar se le da un diploma, una botella de whisky y un lote de libros; al segundo: un diploma, una botella de tequila y un lote de libros; al tercero: un diploma, una botella de vino y un lote de libros. Si algunos de los ganadores no asisten a la premiación, los lugares se reparten con los lugares siguientes y las menciones honoríficas de los que sí asisten. Todos los asistentes
así sea eso que llaman familia, la cual copaba casi en su totalidad el perímetro de la mesa. Acabé el whisky y, por no pararme, seguí con vino. Media botella después el ambiente se había relajado hasta decir ¡basta! Los olores de la comida saturaban la atmósfera. A nadie se le ocurrió abrir una ventana y el aire empezó a recircular. Inspirábamos y exhalábamos de manera alterna. En algún momento me atacó la idea de que estaba metiendo a mis pulmones moléculas que habían pasado por el sistema respiratorio de los ahí presentes. El oxígeno comenzó a escasear y hubimos de conformarnos con lo que había: bióxido de carbono mezclado con mal aliento y unas cuantas bacterias y virus. Me paré para ir a abrir una oquedad en alguna pared pero antes de lograr el objetivo fui detenido por una voz desde las alturas.
el psicopatito
santiago mesa
hí estaba el último Psicopatito, justo en el carrito de un individuo que sí llegó temprano. Jerónimo pensó llevarle otro juguete a Fernandito, quizá no notaría la diferencia, un mono es un mono. Pero siendo realistas, su pequeño Fernandito no era una persona con la que se pudiera razonar, además, ya había faltado a Dios sabe cuántos recitales; su mujer jamás se lo perdonaría, ya podía escuchar los reclamos. Jerónimo no lo meditó mucho, sólo quedaba un último recurso para obtener al mentado juguete y no era nada ético. Como un ninja, se acercó al carrito del tipo aquel, estaba distraído y esto fue aprovechado por Jerónimo, quien como hábil cirujano que era, extrajo el Psicopatito del carro y salió corriendo sin hacer sonido alguno. Para cuando el infortunado individuo volteó era demasiado tarde; Jerónimo ya estaba en la caja pagando el regalo. “Setecientos cincuenta pesos”, se repetía en su mente camino a casa, “eso costó el pinche regalito”. Claro, no era que no lo pudiera costear, pero no se explicaba por qué comprar un muñeco que terminaría olvidado en dos meses. Ya en el garaje, Jerónimo sacó al mono de la cajuela
a la reunión (que en este año se llevó a cabo el 6 de enero en una cantina de la Ciudad de México) se llevan un lote de libros. Los lugares del Concurso recién realizado dio los siguientes resultados: 1er. lugar (ex aequo): Santiago Mesa (mexicano) 1er. lugar (ex aequo). Gustavo Marcovich (argentino radicado en México) 2do. lugar: Néstor Quadri (argentino) 3er. lugar: Humberto Canizales (mexicano)
gustavo marcovich —¡No arrastres los pies! —gritó mi progenitora—, me destrozas los tímpanos. Volví a mi silla y traté de concentrarme en comer algo. No pude. Todo estaba podrido. Así me pareció. La cocción de los alimentos no es más que una manera de acelerar su descomposición. Hasta el vino resulta que es uva fermentada, es decir, podrida. No pude probar bocado y dejé de beber. De repente todo era una ofensa para los sentidos. Qué clase de Dios es aquel cuya mayor ocurrencia era plasmar un caldo de átomos y moléculas para dar vida. Y luego su hijo, aquel que hablaba de amarse los unos a los otros mientras mi sobrina, la mayor, comía con una mano y con la otra masajeaba la entrepierna de su novio. Los pobres inocentes no saben que no hay
y lo observó ahora con más detalle: era el Psicopatito versión Doctor Cirujano, cirujano, justo como él. Un pato de plástico preparado para operar. Una parte de él se sintió conmovido, por fin notaba la admiración de su pequeño, aunque fuera a través de una figura de hule. Al sacar todas las bolsas de la cajuela el Psicopatito cayó al suelo y dijo: —Mi diagnóstico: diarrea; pero puede ser apendicitis. Se recomienda extraer el apéndice. Habla —pensó Jerónimo— y no decía más que sandeces y cosas carentes de ética. Ningún doctor haría semejante procedimiento… bueno, al menos no ese. ¿Qué ejemplo le daría a Fernando ahora? No le podía regalar esto, un médico es una persona respetable y honorable ante todo. Decidió guardar el regalo y consultarlo con su mujer, debía demostrarle que al menos lo compró pero no era apto para su hijo. Clara estuvo en desacuerdo, le pareció un juguete muy tierno desde el nombre y esto apenas compensaba la desatención hacia Fernandito en el transcurso del año. El Psicopatito estaba envuelto y dentro del closet, todavía no aparecía mágicamente debajo del árbol en la mañana de Navidad, pero dentro del armario sonaba algo: era una voz mecánica muy parecida a la del Pato Donald. —¿Lumbago? Mejor no arriesgar. Las operaciones de la columna son sencillas. Sólo cuesta quinientos mil pesos.
manera de tocarse porque las capas externas de los átomos se repelen. Y no conformes, la gente habla y mastica, tose y regurgita. Un mar de golpeteos que mueven el aire que se introduce por donde pueda y, en especial, por lo oídos. Qué manera de perturbar nuestro ser. Es ahí, en ese momento, en medio de esa tormenta de ondas acústicas que me paré, me dirigí a la ventana y la abrí de par en par. —¡Qué no fumen! —se me adelantó cual pitonisa la arriba durmiente—, y cierren esa ventana que entra una corriente de aire frío que me va a producir pulmonía. No lo pensé y brinqué hacia la calle. Caí como un costal aunque no conseguí matarme: el comedor estaba al nivel de la calle. Eso sí, logré un esguince de primer grado —según el doctor que luego me auscultó. Me incorporé y, como pude, emprendí la marcha por la banqueta. —¡No arrastres los pies! —alcancé a oír a lo lejos. Decidí no volver más. Hasta el próximo año
Alarmado, Jerónimo se levantó de la cama, su corazón se aceleraba, aguzó el oído, tal vez sólo era su imaginación. —¿Muy caro? Piénselo. No le ponga precio a su salud. Jerónimo estaba seguro, lo había oído. Abrió el closet, sacó al Psicopatito de su caja y lo analizó con detenimiento. ¿Estaba soñando?, ya no lo sabía. Clara despertó y dijo: —Amor, ¿qué haces? —Dijo cosas… —Jerónimo balbuceó con algo de vergüenza por haberla despertado—. Debe de ser una broma, se burla de los doctores. —Ya vete a dormir, mañana le damos el regalo y punto. Al decir estas palabras, Clara se volvió a sumergir en los sueños. Jerónimo tomó el misterioso juguete y lo llevó a la sala. Con un vaso de güisqui en la mano, Jerónimo no le quitaba la mirada al juguete y de un momento a otro: —Encontré un tumor del tamaño de una pelota de baseball, ya no se puede remover pero démosle oportunidad a la quimio. Será una Navidad apretada para los García, pero la salud no tiene precio. Jajaja. Jerónimo derramó su bebida y se atragantó al escuchar esas palabras, tomó al muñeco y lo agitó, tratando de sacarle todos los secretos. —¡¿Cómo sabes eso?! ¿Es una broma? El pato no contestó y Jerónimo, con violencia,
tres lo metió a su caja y lo llevó al jardín, donde lo destrozó de una manera vil y después enterró sus restos. Al día siguiente era Nochebuena, Jerónimo llevó a su familia con sus padres y hermanos, todos cenaron e hicieron las actividades que ese día requiere. Más entrada la noche, Jerónimo dio un discurso acerca del espíritu de la Navidad y cómo éste consistía en hacer el bien para con los demás, siempre ser honesto y un buen samaritano; insistió que lo importante no eran los regalos. Jerónimo terminó muy borracho ese día y llegó a su casa gracias a que Clara era abstemia. La mañana siguiente se levantó con una cruda del demonio. Su mujer y Fernandito estaban al pie de su cama, ya sabía lo que venía: los reclamos. —¡Mira lo que me trajo Santa, papi!
el triciclo olvidado
Su niño se le arrojó a la cama y le mostró su regalo: era el Psicopatito y estaba como nuevo. Jerónimo rápidamente empalideció y se cubrió la cara. —Y mira, habla: —Antes de una operación, lo mejor es lavarse y no comer. Ya no decía nada comprometedor, quizá había sido sólo su imaginación, debía haber una explicación lógica. —Muy bien, hijo. Ahora deja a tu papi dormir —gruñó Jerónimo. El pequeño salió del cuarto junto con su nuevo obsequio. —Por cierto —le dijo su esposa antes de que volviera a dormir: —A Fernandito se le metió una idea en la cabeza. Dice que deberías de irle a dar regalos y disculpas a todos tus pacientes, en especial a Anabel García. Jerónimo perdió el sueño en seguida. Se levantó de la cama y se encerró en el baño
néstor quadri
uerido Papá Noel Te extrañará que en esta misma mañana del día de Navidad te vuelva a escribir para agradecerte los regalos que me trajiste. Pero quiero avisarte que te has olvidado el triciclo que te había pedido en la carta anterior, que me ayudó a escribir mi hermano mayor, con la condición de que sea secreta y no la divulgara a nadie. Yo cumplí la promesa y ni siquiera se la revelé a mi mamá, a pesar de su insistencia para que le dijera que deseaba de regalo. Esta mañana me desperté temprano y bajé al salón, buscando el triciclo junto al arbolito de Navidad, pero me encontré que me habías traído un rompecabezas, un trompo y un par de medias. Entonces, me dio mucha
rabia, porque a mi hermano mayor le trajeron la bicicleta, que todos en la casa sabíamos que te había pedido en su carta, porque lo estuvo proclamando a los cuatro vientos. Al levantarse mi mamá y mi papá, mi hermano todavía dormía. Cuando les conté todo, quedaron muy sorprendidos y les dije que cuando se despertara, le pediría nuevamente que me ayudara a mandarte otra carta para recordarte mi deseo. Fue allí, cuando mi papá sonriendo le escondió la bicicleta, mientras mi mamá se ofreció a ayudarme a redactar esta carta que te estoy enviando, para explicarte todo lo sucedido. Esperando que me traigas el triciclo, que seguramente habrá quedado olvidado en tu bolsa de regalos, te mando muchos besos. El nene
santa chamba
humberto canizales
estirme de rigurosa etiqueta invernal en un clima tropical, como el de La Paz, fue un suplicio. Sudaba mares por adentro y para colmo, con una ridícula barba blanca picándome horrible, y que jalaba de sus hilosplásticos para rascarme a la primera oportunidad. —¡Santa! —me gritaba la encargada del negocio, llamándome la atención cada vez que me sorprendía aliviando la comezón; tenía que introducirme furtivamente en la minúscula casa de los gnomos para llevar a cabo mi actorascador. Mi cuerpo, si bien no es atlético, no cae en la categoría de obesidad mórbida, tenía que ponerme una almohada de panza. Dentro de aquél traje sauna, yo me deshidrataba terrible, por eso a veces introducía furtivamente cerveza al trabajo, camuflada en un termo, y trataba de disimular el aliento masticando caramelos de una bombonera, pero aun así, de vez en cuando, alguno que otro niño lo notaba. —Santa, ¿Por qué hueles como mi papá? —Es natural, yo soy como tu segundo papá y mi olor mágicamente se adapta a eso; yo huelo como todos los papás del mundo. —¿Y también le pegas a la señora Santa? A pesar de tales momentos incómodos, lo único que me importaba era que la encargada no descubriera mi treta; en ese sentido funcionó la táctica de los caramelos, pues de haberme sorprendido, me hubieran despedido sin reservas. El traje no era lo único con lo que lidiaba; como todo buen Santa odio a los niños —los amo, son la mayor bendición en esta vida—, respondí en la entrevista, aunque sospecho que no me creyeron del todo. Pero aun así me contrataron, pues, según pude ver en la fila de
solicitantes, estaban casos peores: había algunos con el cuerpo idóneo, pero la cara tatuada; otros andaban en pleno viaje alucinógeno y un vecino de asiento que, durante la espera, hablaba muy efusivo sobre su cariño por los niños, mientras ocasionalmente se frotaba la entrepierna; no había mucho de donde escoger, pero, ¿qué podían esperar para un trabajo temporal?Lo digo por mi caso, que,a mis cuarenta años, todavía vivo con mi madre. En fin, como dije, no soporto a los niños, son agobiantes; todos pedían una interminable lista de juguetes, algunos duraban hasta veinte minutos y yo pensaba en los pobres de sus padres que para saciar a tal bestezuela: tendrían que comprar toda una firma de juguetes; también había otros que, para ganarse la confianza, disfrazaban su codicia deslizando uno que otro deseo samaritano, intentando ganar mi corazón: la humanidad desde su infancia ya es experta en artimañas. —Santa, deseo la paz del mundo. —Oh, eso está muy bien, veré que puedo hacer hablando con Obama. —Y también quiero el grand theft auto cinco. Quizá lo único que hacia llevadero mi trabajo eran mis duendes. Por alguna razón, el centro comercial contrató edecanes veinteañeras, enfundadas en diminutos trajes verdes. A veces no podía soportar la tentación y me perdía mirando aquellas piernas torneadas; eso me ponía en un estado que, por decencia, hacia esperar al siguiente niño por lo menos unos minutos, en tanto pensaba en un choque de trenes antes de que lo sentaran en mis piernas. Así que no podía solazarme a gusto y todo terminaba por ser una tortura. Aunque lo peor de mi trabajo, sin duda, eran las sesiones de fotos; quedé tan hastiado que, cada vez que veo a una cámara, siento un deseo por estrellarla contra el piso.
—¡Mamá, yo no quiero salir parado! —Pues te aguantas, Jaimito se portó mejor este año que tú. ¡ Jaimito!¡No le jales las patillas a Santa, no ves que les estas sacando lagrimas! —No se preocupe, señora, son lágrimas de felicidad ¿verdad Santa? —Jo, jo, jo, son de alegría, Jaimito, prueba ahora con mis barbas. —Lo ve, señora, ahora prepárense para la cuenta de tres. A la hora de comida íbamos a la isla de alimentos con los vales que nos daban. Yo me compraba invariablemente una hamburguesa. Tal dieta me hizo ganar tantos kilos que finalmente quedé muy cerca del ideal corporal de Santa. Comía en soledad, sin el traje, por supuesto, mientras a varias mesas, mis duendes consumían sus ensaladas alegremente. ¡Cómo me deshacía por dentro pensando en acercarme a ellas! Con sus lindas sonrisas y sus orejitas puntiagudas que no se quitaban hasta el final del turno; nunca pude concretar nada por mis nervios, siempre pasaba de largo con mi charola. Todo un perdedor, eso era lo que pensaba en aquellos momentos mientras masticaba lentamente mi derrota; la experiencia como Santa no fue muy placentera. Habiendo escuchado tantos deseos últimamente me ha dado por pensar en los míos: quisiera no ser un perdedor, no tener este tipo de trabajos, saltando de chamba en chamba como el mil usos. Sí, quisiera no ser un perdedor y tener una linda chica, les aseguro que no me importarían sus orejas, también me gustaría un departamento para mí solo o, si esto es pedir demasiado, por lo menos que se detuviera mi incipiente alopecia; eso es lo que yo pediría sino fuera porque a esta edad, ya no creo en Santa
cuatro
de nunca acabar
verde y humilde
alejandra eme vázquez
uando yo era niña, mi padre tenía una Caribe naranja y de lunes a viernes la conducía por la ruta matutina de tres puntos: llevar a mi madre a su lugar de trabajo para que luego me quedara yo en mi escuela y él pudiera marcharse a sus labores. Una vez que quedábamos en el auto él y yo, durante el trayecto de División del Norte al centro de Coyoacán, solía contarme cuentos cuyo protagonista era un personaje que nunca supe de dónde le surgió: el Piripicho Popoch, marca registrada de aquel señor Eme de mis pocos años. El Piripicho Popoch era una especie de héroe que ahora clasificaría entre Odiseo y Alicia, pues lo mismo se encontraba con seres mitológicos que entraba en mundos alternos, bajo lógicas totalmente distintas de las que siempre salía victorioso. La dinámica era asví: mi padre, erigido en cuentacuentos, me daba generalmente tres opciones de título, yo elegía uno y él entonces improvisaba entrañables narraciones que indudablemente dieron muy buenos pretextos a esta imaginación mía que gusta de desbordarse desde entonces. Yo tengo una imagen muy clara de aquel personaje, una que no ha cambiado desde que era niña pese a que jamás se me describió: alto, delgado, elegante, de gran nariz y con un sombrero de ala ancha (que nunca mencionó el narrador pero que yo tuve a bien colocarle para que el sol no interfiriera con sus aventuras), el Piripicho Popoch fue entonces y será siempre mi icono personal de lo que puede lograr, en la vida de cualquiera y a cualquier edad, el hábito de contar por la pura delicia de contar. Y es que todos tenemos nuestra historia con las historias, ¿cierto? Decir, lo que es decir, lo hacemos todos los días: desde mentiras hasta epifanías. Ahora recuerdo a mi querido Piripicho por ser un caso tan particular, puesto que fue un personaje creado exclusivamente para mí y que sólo florecía ante mi recepción asombrada,
la caza del mamut
cuaderno de notas
yolanda lacarieri
editores
mas me sobran los recuerdos de una infancia en la que me era natural cruzar los límites entre la ficción y lo real de la mano de mi madre, mis abuelos, mis primos y luego de mi propia mano, que ya no quiso soltar esa costumbre. No puedo recordar el momento en que comprendí que era yo capaz de contar cosas a los otros, cosas que no existían, pero sé que ha sido quizá la mayor revelación que he tenido y tendré. Que a través del lenguaje se pueda construir un universo usando los referentes de esto que por convención hemos llamado “realidad” para llevarlos al sinlímite, es algo que aún hoy no deja de maravillarme. Tanto, que a eso dedico felizmente buena parte de mi existir. Por fortuna, la cotidianidad nos da amplios espacios para compartir historias a los otros y estoy convencida de que ésa es la clave de muchas soluciones. Confío, y sin ingenuidad, en la explosión de luz que se genera al abrir el imaginario para bordar un cuento, un poema, una pieza teatral, una anécdota, un chiste, una aflicción, cualquier cosa que nos despliegue una voz distinta, un punto de vista y un lugar en el que ya no somos sólo nosotros sino los otros, los que al escuchar, ver y leer construyen también una mirada única. A todos nos gusta decir y que nos digan. Y qué privilegio, entrelazar imágenes que llegarán a oídos y ojos ajenos, como en este instante en que mis letras te saltan a la vista, lector. Por eso, ahora que estamos iniciando un nuevo año deseo para ti muchos viajes, internos y externos, en los que descubras sitios desde donde puedas contarlo todo por los medios que mejor te acomoden, porque decir tiene un poder sanador y a veces, con suerte, no sólo para quien dice. Eso es lo que deseo, me doy permiso de asumir que el Piripicho Popoch está contento con ello y con eso me basta, por lo pronto @alejandraemeuve
stábamos en la cueva cuando sentimos sus pasos retumbantes. Era un macho buscando hembra. Habíamos aprendido a no cazarlas para que nos dieran más de comer. Salimos todos, excepto las que iban a parir y los pequeños. Los grandes insertaban lanzas agudas al cuerpo enorme del mamut. Muchos morían. Le aventábamos piedras a la cabeza. Buscábamos sus ojos. Lo acorralábamos y el mamut nos pisoteaba. Cuando por fin caía, nos acercábamos con sigilo, todos con la piedra más grande que habíamos encontrado. Cada uno se la azotaba en la cabeza al animal casi muerto. Qué dolor sentía y coraje. Aun así se defendía. El olor y llanto ya había atraído a otros depredadores. La orden es cortar y correr con la carne. Así, llegarían algunos, salvos. En la cueva se hacía un festín, con las parturientas y los niños comiendo y chorreando sangre. Dormíamos juntos, todos, para sobrevivir
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J edilberto aldán J joel grijalva
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