CRÍTICA/AMOR, DESAMOR Y SEXO La Jornada Aguascalientes / Aguascalientes, México. FEBRERO 2015 / Año 6 No. 105
Confesiones de una cletofílica Walkiria Torres Soto
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lla apareció en esos momentos en que el corazón estaba triste, perdido. En aquellos tiempos sólo habitaba la desilusión, pero un día decidí montarla. Mientras yo andaba encima de ella se agolpaban los malos recuerdos, la rabia iba y venía, ese constante buscar un por qué me hostigaba hasta al cansancio. El dolor se mezclaba con cierto goce que me provocaba su compañía. Mantuvimos largas charlas, más bien monólogos donde grité, canté, lloré, sudé y gemí hasta que me quedé vacía. Ahora sé que es simple: hay cosas que no tienen explicación o su razón de ser nos están veladas. No sé si me alivié, pero las cosas fueron hacia mejor. Hay hábitos que curan el corazón, el mío es ella. No puedo resistir la tentación de verla y no agitar mi sexo al tenerla entre las piernas. El ritmo corre por mi cuenta, en ocasiones el placer se alcanza a una velocidad acelerada en otras lentamente vamos jugando, así unas veces floto y otras vuelo en el aire. Nos miramos tan vulnerables al salir a las calles, sin embargo, andamos por ahí copulando frente a todos. Se apodera de mí una fuerza que no puedo describir y mi corazón se eleva como si estuviera en coito con el mundo. Todo está en movimiento, la vida se mueve, la siento, la pienso, me asimila, entra por todos lados y voy con ella. Escucho, respiro las sensaciones de la tierra; percibo colores, formas. Yo estoy en movimiento: mis piernas se mueven, se cansan, las tenso, las caderas marcan el ritmo; mi corazón late y los pechos se agitan; mis labios se entreabren para probar a que sabe todo lo que está existiendo. Andamos juntas, me sostiene y vamos haciéndonos con la vida. Deviene erótico ese constante latir que me provoca al estar con ella. Somos seres de la tierra aunque vivimos volando, en ocasiones la lluvia nos moja paulatinamente, la piel se eriza. Hay días en que la tor-
menta llega de golpe y hace vibrar todo el cuerpo. El sol también tiene lo suyo, es cálido y cuando es abrumador el aire está ahí para mitigar el impacto. Cuando llega la noche, la luna nos corteja, nos va enredando un poco en su sortilegio. Los caminos nos narran sus propias historias, manifiesto presente que contiene diversos momentos. En ocasiones huele a vegetación, tierra que florece, otras a cadáver, un ave o un perro muerto que a nadie interesa. Se pueden encontrar vestigios de fiestas, de amores furtivos o rastros de la gente en su cotidianidad. Al andar en las calles puedo conversar, sonreír o pelear con las personas; a veces desnudo a uno que otro transeúnte, si acepta ser mi cómplice podemos hacer el amor con sólo mirarnos. Hay momentos en que busco desentrañar el misterio de los rostros ajenos, puedo conmoverme, fraternizar o sentirme enamorada, aunque también
algunos encuentros son francamente lascivos y desagradables. Amo su ser insolente con finta de inocencia. Ella transgrede todo orden sin proponérselo; reconfigura mi forma de pensar, entender y sentir el mundo. No hay doble intensión, no es altruismo, montar en ella es placer, estremecer mi cuerpo, apretarme en medio de las piernas, dejar que el pasmo pase. Así, sin querer la vida se manifiesta y me sacude. Ella trastoca la realidad, le da miles de vueltas y la diversifica en múltiples sensaciones que entran por todo mi cuerpo. Nuestro andar juntas es un ir y venir, hacia adentro, hacia afuera. Fuente de energía subversiva que me libera, que empodera mi cuerpo que hace dinamizar el corazón que es la fuente de la vida. No pretendemos cambiar nada, sin embargo, después de pasear juntas ya nada es igual.
La mujer de Cthulu. 90x70 cm., tinta sobre papel, 2013.
A Ireni Karani y Kaltziltik
CONTENIDO: Confesiones de una cletofílica. WALKIRIA TORRES SOTO Un Cantar del Cuerpo. RAQUEL MERCADO SALAS Dos discursos sobre el amor. ALFONSO CHÁVEZ GALLO A mis amores pasados que tanto me han enseñado. PATRICIA MUÑOZ C.
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Eva pariendo deidades. 90x70 cm., tinta sobre papel, 2013.
Un Cantar del Cuerpo
Ábreme, hermana mía, amiga mía, paloma mía, perfecta mía, Porque mi cabeza está llena de rocío, Mis cabellos de las gotas de la noche. 5:3 Me he desnudado de mi ropa; ¿cómo me he de vestir? He lavado mis pies; ¿cómo los he de ensuciar? 5:4 Mi amado metió su mano por la ventanilla, Y mi corazón se conmovió dentro de mí. 5:5 Yo me levanté para abrir a mi amado, Y mis manos gotearon mirra, Y mis dedos mirra, que corría Sobre la manecilla del cerrojo. 5:6 Abrí yo a mi amado.1
Raquel Mercado Salas Venga mi amado a su huerto y coma de su dulce fruta El Cantar de los cantares
He ahí lo interesante, al desmontar el texto descubrimos una de las formas del erotismo en la historia de occidente: una máquina del deseo ¿Por qué? En esta lógica de los que ofrecen bellas palabras- parafraseando a Michel Onfray- esos, los exhibicionistas y los voyeristas nunca llegan al tacto por una restricción del “si y sólo si”: reducir el placer sólo al deseo es el placer de una salud pequeñita. Y el cristianismo porta en el pináculo esa pequeñita salud2. Sin duda, es un poema osado que en esta mise en scène del deseo convoca a través de la palabra escrita todos los ejércitos de la carne, pero pensemos además en la vinculación del deseo con la institucionalización del himeneo. Esta máquina del deseo tiene una sombra en la restricción de encontrarse con el otro sólo a partir de una “legitimadora” que administra la sensibilidad. Ciertamente, esto ha durado demasiado y muchas veces cuando se habla de amor se identifi1
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as reflexiones inscritas en las siguientes líneas no son una apología del Amor, no son invocación de un mito pasado ni mucho menos una apuesta por algo ya establecido, son preguntas sobre esa construcción heredada y vivida muchas veces sin filtro. Por ello, me parece un buen inicio partir de uno de los poemas considerados como imprescindibles de la literatura -erótica- universal: El Cantar de los cantares, o simplemente, El Cantar. La polémica respecto a este cantar se encuentra, para muchas interpretaciones, en el significado del poema mismo ya que al ser un texto inscrito en un libro sagrado también es parte de un corpus más allá de él, ¿o no? Y, sin embargo, todo aquel que se detiene a leerlo se hará más de una pregunta con resonancias simultáneas en el cuerpo y en una moral aludida. Y es que no es sencillo pretenderse pío ante versos como los que a continuación reproducimos:
1 http://www.biblia.catholic.net/ El Cantar. 7 de febrero de 2015. 2 Onfray, Michel. Le souci des plaisirs. Ed. J´ai lu. Paris, 2008, p. 32. <<réduire le plaisir au seul désir est le plaisir de petites santés. Et le christianisme porte au pinacle les petites santés>> He preferido traducir pequeñita por el plural del francés para enfatizar el diminutivo y evitar el plural de salud en la sintaxis.
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ca con ese fin, el matrimonio, como victoria. Lo que se ha olvidado es que el cuerpo es quien canta su propio destino que es la referencia de todo nuestro espectro inmediato y sensible. Si habría que declarar el amor, habrá que hacerlo con el cuerpo: con su calor, con los poros, con sus líquidos, con sus sabores. Habrá que hacerlo cantar a besos que no se restrinjan a la boca. Te declaro mi amor, es te declaro mi cuerpo y con el tuyo me uno en complicidad. Pero esa declaración tendrá que hacerse primero hacia uno mismo. Yo me he declarado amante de mi propio cuerpo, nos hacemos cantar todas las noches que queremos. No entiendo que la gente no se ofrezca como ofrenda a sí misma una autogestión y muchas muertes pequeñas. En un mundo como éste, lleno de la maquinaria del deseo, aún hay muchos cuerpos mudos, me atrevería a decir que la mayoría son femeninos. Entenderán que mi conclusión se perfila a un arte de amar que nunca deja de vincular directamente al cuerpo con el deseo, como decirle al otro: te invito a que seamos un paisaje, yo seré cascada, ven a ser todos los peces que me habitan en la feliz caída.
Dos discursos sobre el amor Alfonso Chávez Gallo
Discurso de Fausto ¡Ay, ay, razón, petulancia, temeridad y libre arbitrio! ¡Oh vida maldita e inconstante! […] ¡Oh mundana carnalidad, en qué afanes y tormentos me has metido, entenebreciendo y cegando mis ojos a este punto! ¡Oh débil corazón mío! Y tú, alma conturbada, ¿qué has hecho de tu entendimiento?
Historia del Doctor Johann Fausto, Anónimo
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l amor es una forma de idiocia o de estupidez. Lo cual demuestra, por otra parte, que la estupidez no siempre es condenable, pero también que los predicadores del amor universal fomentan un rebaño uniformemente estulto. ¿O es el amor algo que deberíamos evitar? Esta sospecha no le parecerá extraña a ningún despechado, por lo mismo que a un enamorado le parecerá insolente. El juicio de uno y otro se encuentra comprometido en igual medida. A fin de cuentas, no es sino el amor lo que nos hace apreciar el amor. Cualquiera que observe con la cabeza fría lo que implica estar enamorado encontrará que lo que he dicho al comienzo es evidente. Quizá Platón lo haya expresado de una forma menos prosaica: el amor es una forma de locura. En cualquier caso, es un estado en el que uno no es dueño de sí, para decirlo en pocas palabras. Y no se trata de que la razón del enamorado se encuentre ofuscada en mayor o menor medida, porque por un lado tampoco cuando uno se convierte en una máquina de hacer cálculos es dueño de sí con propiedad, como quería Immanuel Kant; y por otro lado esa vieja oposición entre razón y pasión se desvanece tan pronto como se mira más de cerca el desfile de nuestros motivos. A este respecto parece mucho más sensata, y democrática, la idea de un gobierno que las pasiones establecen negociando unas con otras (como el que veía Hume por ejemplo), que la de la dictadura de una razón que nada sabría de la vida si no fuera por medio de sus súbditas. En suma, si caer en las redes del amor es poco preferible a permanecer en una sensatez continua, ello se debería no a que uno se equivocara menos, sino a que sus errores serían una especie de desgracia que le acaece a uno sin haberlo podido evitar, como las de una tragedia. La misma idea puede ilustrarse de otra manera, menos elevada pero igualmente certera: cuando uno se ha embriagado deja de ser dueño de sí, sin importar cuán fría y detenidamente pueda discurrir. Eso resulta en una situación igualmente terrible que ridícula: el embriagado (también embriagado de amor) que a la vez sea capaz de razonar podrá verse a sí mismo cometer insensateces sin poder evitarlo; podrá prever el fárrago de cuitas que se avecinan sin poder impedirse provocar tal advenimiento; verá con nitidez que eso que tanto gozo le produce es un despiadado veneno, sin poder detener ni su ingesta ni su propio apetito. Si fuera capaz de hacerlo no podríamos decir que esté realmente enamorado. Pero ¿entonces? ¿Sería mejor no enamorarse nunca? Pues sí, en el mismo sentido en que sería mejor que no ocurriera nunca un accidente o se topara uno con contrariedades y penurias… Pero todo eso es inevitable: un mundo perfecto es tan in-
El vendedor de flores. 70x50 cm., óleo sobre lienzo, 2012.
concebible como un círculo cuadrado, y podría pensarse más bien que si el mundo está hecho para algo, ello sería justamente para que alguien sufra. Del mismo modo nosotros, como los personajes de una tragedia, estamos hechos para dirigirnos, con entusiasmo y fruición incluso, y a pesar de todos los presagios, derecho hacia nuestra ruina.
Discurso de don Juan Love bears within its breast the very germ Of change; and how should this be otherwise? That violent things more quickly find a term Is shown through nature’s whole analogies; And how should the most fierce of all be firm?
Don Juan, Lord Byron No hay una, sino incontables formas de amor. Amamos de muy diversas maneras incluso a una misma persona. Hay tantas como individuos y más,
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por lo anterior. Y esto sin considerar que puede haber además múltiples grados de intensidad (en momentos diferentes) en el amor que alguien sienta por otra persona. Dicho eso, acaso pueda sin embargo señalarse alguna cosa que todo aquello a lo que apliquemos ese nombre deba tener en común. Para vislumbrarlo quizá haya que distinguir el amor de algo que con frecuencia, pero no siempre, lo acompaña: el deseo. Con este fin podría señalarse que mientras el deseo es el impulso por satisfacer una carencia o una necesidad propia, el amor sería el de satisfacer una ajena. O en otras palabras, que mientras el deseo es la búsqueda del propio bienestar, el amor es la del bienestar de alguien más. Pero no cabe pensar esto en términos de egoísmo y altruismo, como si en el caso del amor no se obtuviera alegría alguna, cuando sucede justamente lo contrario, que la alegría ajena es condición de la propia. Continúa en la p. 4.
Toda la desdicha que en el mundo se atribuye al amor (al no correspondido, por ejemplo), sería más justo achacársela al deseo insatisfecho (al de que alguien me acompañe, al deseo sexual, al de no encontrarse solos, etcétera). En cambio, es infrecuente que se reconozca la desdicha propia del amor, que es la que brota de constatar la de la persona amada. Casi siempre que se dice amar a alguien, en realidad lo que sucede es que se desea a ese alguien de un modo u otro (aquí también la complejidad es vasta): así, uno se duele por no estar junto a alguien, aún cuando ese alguien sea más feliz lejos
de uno. Si lo que se siente es amor, entonces uno se puede alegrar de que el otro se encuentre alegre, incluso aunque el propio deseo por ese alguien se encuentre insatisfecho (en cuyo caso, el dolor del deseo contrasta con la satisfacción del amor). El amor es infrecuente, incluso podría decirse que excepcional. Casi tanto como la alegría más pura, digamos, la más cristalina: la que nace de la constatación de que hay algo, o de que se está aquí. En el caso del amor, esa pureza habría que buscarla ahí donde alguien efectivamente se alegre ya por la mera existencia de alguien o de algo, como creo que
podrá verse ahora: por un lado, es de esperar que una madre reconozca claramente esta alegría, pero también el artista, cuya obra ha llegado a la existencia a través suyo, y por la cual tanto se regocija. La madre y el artista se saben vehículos, sin embargo, y en ese sentido no sólo se alegran por la presencia de ese algo, sino que también se sorprenden de su propia mediación. En el caso del espectador de una obra podemos encontrar entonces la analogía con el enamorado: no ha jugado papel alguno en la llegada a la existencia del objeto amado, y sin embargo se alegra ante ella.
A mis amores pasados que tanto me han enseñado Patricia Muñoz C.
No sé cómo te enamoraste tú de mí… Pero sé cómo me enamoré de ti:
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legaste en el momento en que no te pensaba, ni siquiera te conocía; mi vida estaba llena de una plácida armonía o tal vez un tranquilo vacío, cierto es que había renunciado por completo a mis lazos anteriores; como sea, el encuentro fue inevitable en la gélida intemperie de la noche, en medio de la festiva ciudad. Ya te había visto, pero esa noche nos presentaron, te conocí y entraste en mi vida. Escuché tu voz sin sospechar que me encontraría frente a ti, enorme fue mi sorpresa al descubrirte parado frente a mí, con tu dulce y atenta mirada, esos ojos tuyos llenos de vida me prendaron. Nuestra historia comenzó desde ese momento. En tu compañía descubrí una relación llena de armonía, no existían momentos incómodos, de hecho sólo había paz en cada instante, en cada día; una paz que me daba seguridad y plenitud. ¡Oh! no puedo omitir el respeto mutuo que nos profesamos, no había juicios por nuestro pasado pues sabíamos que sólo había sido el camino preciso de recorrer para ser lo que éramos al encontrarnos. De tu atuendo o manera de ser no cambiaría nada, a pesar de lo que los demás opinasen; tú me aceptabas con mi melena revuelta, y a modo de maquillaje mi usual brillo de labios y pestañas rizadas con poco de máscara. Naturales, lejos de artificialidad, nos aceptamos como éramos. No cambiaría nada de ti. Por inaudito que parezca nuestros cuerpos gozaron de ese respeto, dormir a tu lado con nuestros dedos entrelazados, era suficiente para conciliar el sueño más dulce y reparador. Consensuada eliminación del espacio al paso del tiempo y uniendo no sólo cuerpos, sino almas y sentimientos. No había obstáculos que no pudiera superar, daba lo mismo cuarenta minutos que una hora de camino a tu casa, cada noche, puesto que gozaba la inigualable recompensa de estar contigo. Me recibías como yo lo hubiera hecho contigo, con una sonrisa en el rostro a pesar de como el día hubiera sido. No entiendo cuando las parejas dicen que se dejan de amar porque cayeron en la rutina, nosotros compartíamos el espacio hasta para lavarnos los dientes, hacer la compra o limpiar la casa, todo era siempre divertido. Siempre disfruté de nuestros desayunos, tan personales e íntimos, llenos de alegría, optimismo y calidez, así era sencillo enfrentar el día. Que inteligente y astuto, ésa era la miel que me hacía volver a ti cada día.
El amor es tan libre que sólo se da en quienes tienen conciencia de su autonomía. Tú eres tu único dueño, yo no te poseo; ni tú a mí. Nos compartimos en cada instante porque así lo decidimos. Tu determinación de querer estar conmigo y de ser mío, bajó mis defensas, burló mis barreras cualesquiera que hayan sido hasta ese momento. La libertad de los espacios personales que ambos disfrutábamos: una lectura personal, momentos de estudio o esparcimiento con los amigos sin compañía obligatoria del otro, sé que te costó comprenderlos pero los respetaste. Gracias por ello. Una aceptación casi incondicional fue parte de nuestra historia. Digo bien, casi incondicional… Comenzó el fin de esta pequeña historia de amor como inevitable consecuencia de actos y decisiones tan poco razonadas, tan poco sentidas; la desilusión que se producía al escuchar retractarte de tus propias palabras, al faltar a las promesas que habías hecho sin que te las pidiera, promesas rotas junto con los sueños que habían creado. Parecía que una nube se hubiese posado sobre nuestro Edén personal, vaticinio del tornado de egocentrismo que revolvería y devastaría todo lo que habíamos construido. La comunicación falló, yo hablaba un idioma y tú otro. La frustración producida desgastó mi tranquilidad, templanza y paz. Ninguna negociación fue posible. Realizarías tu capricho, aunque costase lo que habíamos construido. Tan solo un asta me sostenía, no sé de donde se arraigaba, pero doy gracias por estar allí; gracias amor propio por rescatarme de la tormenta más oscura de mi vida. Amado mío, disculpa si no anteponía mi valía y amor propio a tu comodidad, caprichos o egocentrismo. Puedo ceder, pero ¿cuántas veces lo tendría que hacer? ¿Ante qué cederías tú por mí? Y sin embargo, te quise tanto, que si no eras feliz conmigo te dejaría libre para que lo fueras con quien realmente te hiciera feliz. Llegué a la conclusión de que no quería estar con alguien incapaz de posicionarme y dimensionarme en su vida, si sus intereses eran otros, libre yo lo dejaría.
La Jornada Aguascalientes PÉNDULO 21 Publicación mensual Febrero 2015 Año 6, No. 105
Así fue, y él no lo entenderá. Ni yo entenderé por qué actuó de tal manera. Tampoco cuestionaré el amor que hubo. Fue lo más bello en su momento. El tiempo posterior a este capítulo fue de reflexión y sanción, producto de ello es una concepción del amor más real y humana; menos victoriana, no tan rosa y seguro nada comercial. Y sin embargo, la realidad siempre ha superado la ficción. En tal introspección, me he dado cuenta de que el amor no es quien falla, somos nosotros al hacer una mala elección de pareja. Para que éste prospere, ambas partes deben gozar una apertura al amor, sentirse completas consigo mismas, no buscarlo sólo para evitar la soledad. El amor no muere, son nuestras expectativas basadas en fantasías las que opacan la manera natural en que éste se desarrolla y comunica y así lo va ahogando. No creo que el amor sea ciego, en todo caso los seres humanos somos cobardes para no admitir lo que está frente a nosotros, para confrontarlo y asumirlo. Sin la más mínima idea de lo que el futuro tenga preparado para mí, aún hoy y a pesar de ayer, sigo creyendo en el amor… ¿Por qué apostar nuevamente por él? El amor siempre es una decisión personal que no admite puntos intermedios: ¿quieres o no dejar entrar al amor?, ¿quieres o no dejarte amar?, ¿quieres o no amar? Cualquier postura es válida, siempre y cuando se haya vivido en carne propia al menos una vez en la vida. Puesto que es una experiencia inigualable para cada quien, no hay dos historias idénticas. Para quién tiene tanto amor por sí mismo, no es significativo el amor que le brindan los demás. Mi autonomía no está reñida con compartir tiempo, espacio, charlas, risas, debates, paseos y descubrir cosas nuevas con alguien que desee estar conmigo y disfrute mi compañía tanto como yo la de él. Y cuando estos momentos tienen una direccionalidad, una intensidad e intencionalidad dirigidas a una persona en particular, entonces nace el amor. Todos buscamos amar y ser amados, lo que cambia es la manera de expresarlo, de entregarnos. Vida, si me preguntas si aún creo en el amor, te responderé: ¡Claro que creo en él! En el amor adulto, maduro, humano, real, que se equivoca, aprende y evoluciona; un amor que más allá del romántico encuentro que se vive posee la voluntad de querer estar, caminar y desarrollarse en conjunción; he aprendido que es la clase de amor que quiero y me merezco.
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EDITOR Enrique Luján Salazar DISEÑO Genaro Ruiz Flores González
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COMITÉ EDITORIAL Ignacio Ruelas Olvera Ramón López Rodríguez Carolina Sánchez Contreras Walkiria Torres Soto