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CRÍTICA / HUMANISMO La Jornada Aguascalientes / Aguascalientes, México. OCTUBRE 2019 / Año 10 No. 158

El lenguaje es la clave

Ignacio Ruelas Olvera

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umanismo en el siglo veintiuno, éste es el tema. Nada más afortunado en medio de los conflictos, las confusiones y el convulso mundo que nos ha tocado vivir en este inicio del siglo. La modernidad no logró ecualizar el acontecer, la velocidad de la luz ha puesto en crisis el marco epistemológico y ha subido estelarmente a la escena lo efímero. Así el humanismo, desde cualquier perspectiva, se encuentra en el núcleo de un tsunami que perturba y descompone la cultura. El humanismo que no nazca en el lenguaje será, como lo sostuvo Nietzsche, una palabra desgastada: invidencia del colectivo, torpeza de la sociedad, pérdida de coherencia, formato de estupidez. Foucault sentencia: “A todos aquellos que plantean aún preguntas sobre lo que es el hombre en su esencia, a todos aquellos que quieren partir de él para tener acceso a la verdad, a todos aquellos que en cambio conducen de nuevo todo conocimiento a las verdades del hombre mismo, a todos aquellos que no quieren formalizar sin antropologizar, que no quieren mitologizar sin desmitificar, que no quieren pensar sin pensar también que es el hombre el que piensa, a todas estas formas de reflexión torpes y desviadas no se puede oponer otra cosa que una risa filosófica, es decir, en cierta forma, silenciosa”.1 Dios ni legisla ni legitima, entonces ¡que ocupe su lugar el hombre!, así se dio el paso del mundo antiguo al mundo moderno. Empero, Dios baja al hombre y se hace verbo, “se hizo” según su propia declaración, ¿quién fue el sustituido? Las inferencias a que nos conduce Foucault nos permite decir que humanizar este siglo no será tarea sencilla. No puede humanizarse sin que ideológicamente sea un saber sobre y para el hombre. El sentido no es otro que la apropiación, el dominio y la administración del mundo. A mi juicio, éste es el quid, estar en el mundo es estar consciente de su diseño, construcción, transformación, mantenimiento, cuidado, etcétera, identificarse a sí mismo en su historia, reconocerse en su naturaleza. Se trata de un logos de identidad, ponerle carácter a la búsqueda de los rasgos de igualdad, racionalidad, pacifismo, filantropía, ecumenismo, etcétera. Una imagen conveniente de lo humano. Acertar qué es y qué debe ser el hombre frente a: lo infinitamente grande y pequeño; lo supra y lo infra humano; la preeminencia 1 Michel Foucault, Las palabras y las cosas, trad. E. C. Frost, Editorial Siglo XXI, México, 1968.

de lo universal ante lo particular; la prerrogativa de lo trascendente. Humanismo es voluntad de humanización; dice Schopenhauer voluntad es siempre querer, ya tenemos la dýnamis2. El ser humano es fuente y meta de todo valor, centrado en dignidades y libertades. Heidegger, en Carta sobre el Humanismo, hace ver que el hombre no puede imaginarse a sí mismo como el principio, el centro y la meta de todo lo que es. En todo caso, si lo afirma, será sólo una ilusión. Resulta entonces imposible representarse lo que es sin hacerlo en y con referencia a un “yo” o un “nosotros”. Heidegger aclara las cosas: sí es posible pensar al hombre en su ex-centricidad respecto del ser: el lenguaje no es un instrumento que ponga el mundo a sus pies; la “casa del ser”, el “pastor del ser”, aluden a un carácter no instrumental, a la naturaleza ambigua y radicalmente problemática de la lengua y de su relación con el mundo. Heidegger establece la imposibilidad de comprender al “hombre” a partir de sí mismo, o al menos a partir de aquello que la tradición ha establecido como su esencia: es preciso por consiguiente abandonar la metafísica del animal rationalis. En las primeras páginas puntualiza: Todo humanismo o se funda en una metafísica o se hace a sí mismo fundamento de una metafísica. Toda determinación de la esencia del hombre que presupone la interpretación del ente sin la pregunta por la verdad del ser, sea con saber, sea sin saber, es metafísica. Por eso es lo propio de la metafísica, y por cierto con respecto al modo como se determina la esencia del hombre, se muestra que es humanista.3

Es claro: todo humanismo es metafísico. Empero, la esencia del ser humano no se descubre por agregación de atributos, razona, habla, existe, cree, vale; pero el hecho de que hable tiene que pensarse bajo una luz que es la luz del quirófano metafísico. Por el lenguaje el hombre es lo que es. Por ello está fuera de sí, por él pertenece esencialmente al ser. El ser se da. En suma: si alguna esencia ha de imputársele estará implicada en su naturaleza lingüística. Ésta es la semilla del humanismo: administrar el mundo a través de la palabra. 2 Δύναμης: potencia, fuerza. 3 Martin Heidegger, Carta sobre el humanismo, trad. de R. Gutiérrez Girardot, Editorial Taurus, Madrid, 1970, p. 16

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CONTENIDO: El lenguaje es la clave IGNACIO RUELAS OLVERA Humanismo y educación AZUCENA FABIOLA MURILLO VEGA La redentora educación humanista JULIETA LOMELÍ BALVER Retos del Humanismo contemporáneo ENRIQUE LUJÁN SALAZAR Humanismo de principio de siglo MARÍA ISABEL CABRERA MANUEL


Humanismo y educación

Azucena Fabiola Murillo Vega

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artir de un punto de vista humanista es partir de la condición del ser humano; éste no tiene naturaleza rígida y determinada que condicione sus actividades, es decir, su desarrollo natural no está predeterminado, sino que es flexible, porque se modifica dependiendo del contacto social y cultural, así como de sus condiciones económicas y situación familiar en la que se desenvuelve. El ser humano, visto desde una perspectiva humanista, no está condicionado, es libre en sus elecciones, es experimentador de actividades que le proporcionan aprendizaje; puede degradar o elevar, por libre decisión, su propia vida. Su existencia es la construcción de lo que él elige, determinada por las acciones que ejerce sobre él mismo y sobre los que lo rodean. Éste es el ideal del hombre que en el Humanismo se ha anhelado, pues considera al hombre capaz de ser consciente de sí mismo y de ir adquiriendo su personalidad a través de las influencias sociales, ya que el hombre es el resultado de sus relaciones con los objetos y los demás de su género. ‘Ser humano’ tiene una connotación más elevada que el ser un individuo o un ciudadano, éstos los adquirimos por el hecho de estar vivos e inmersos en una sociedad, la calidad de ser humano está relacionada con la toma de conciencia de concebirse y asumirse como humano. El crecimiento en la conciencia y la libertad nos dan el valor de “ser humanos”, la pérdida de estos rasgos es sinónimo de deshumanización. La posibilidad de ser concebidos como “humanos” existe cuando el hombre vive consciente de sí mismo, es decir, tiene un “autoconocimiento” que le proporciona “confianza en sí mismo” porque sabe de sus capacidades y su conciencia y auto conocimiento lo convierten en un hombre libre que actúa integrado en su medio social, escolar y familiar. Carl Rogers1 nos dice que la búsqueda de sí mismos nos lleva a desarrollar un diálogo comprometido, emocionante, intenso y de curso impredecible, por el cual se vive una maduración efectiva, y la totalidad de la experiencia que nos proporciona es lo que nos permite convertirnos en personas. Ser “humanos” y ser “personas” tienen como rasgo común el ser “conscientes” y tener la “libertad” de llegar a ser “nosotros mismos”, ser “uno mismo” requiere un proceso de descubrimiento real

de ¿quién soy yo? Lograr la genuinidad del descubrirnos, reconocernos y aceptarnos, nos proporciona las herramientas para ser más sensibles o más objetivamente sensibles a los demás. Por su parte, la educación tiene como tarea promover el mejoramiento del ser humano, entendiendo por esto el crecimiento del espíritu, es decir, la capacidad de sensibilizarse ante sus necesidades y las del otro y, a su vez, ser tolerante, comprometido directamente con su quehacer o su vocación, su conocimiento y sus valoraciones. Educar implica hacer operativa una determinada concepción del ser humano y del mundo, “implica la puesta en práctica permanente y cada vez más profunda de un proyecto de humanidad”.2 Desde un punto de vista humanista, la educación debe de ayudar a los estudiantes a conocer quiénes son y decidir quiénes quieren llegar a ser. Los planteamientos de la educación humanista tienen sus focos de atención en los sentimientos, el autoconocimiento, la autoestima, la relación consigo mismo y con los demás, la comunicación abierta y crítica que se precisan en la reflexión, la conciencia de sí mismo, de quién lo rodea, en la responsabilidad de su pensamiento y de su actuar. La educación es un derecho y el más sublime de los procesos, posee la intencionalidad de promover la realización de un ideal de formación. La formación de humanos es, sin lugar a dudas, el más grande reto y compromiso de cualquier agente educativo que desea la promoción de la persona que funciona integralmente. Más allá de una educación centrada en los conocimientos, la educación humanista tiene como finalidad que los seres humanos tengan un aprendizaje significativo en cuanto al verse a sí mismos y aceptarse plenamente, aceptar sus sentimientos, tener confianza en sí mismos e imponerse sus propias orientaciones, ir caminando por la vida siendo cada vez más parecido a lo que quisiera llegar a ser, lograr que las percepciones de sí mismo se vayan trasformando en el sentido en que las desea. La educación debe de formar hombres y mujeres capaces de enfrentar la vida, no sólo con un bagaje teórico enfocado a su formación y experiencia profesional, si no que incluya también habilidades, actitudes y valores que permitan enfrentar de manera integral el mundo que les rodea.

1 Carl Rogers, El proceso de convertirse en persona, Paidós Ibérica, Barcelona, 2006.

2 López Calva, J. M., Desarrollo humano y práctica docente, Trillas, México, 2000.

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La redentora

educación humanista Julieta Lomelí Balver La cultura engendra progreso y sin ella no cabe exigir de los pueblos ninguna conducta moral José Vasconcelos

C

orrían los tiempos de reforma, el conservadurismo había al fin sido derrocado, la iglesia no se inmiscuiría más en las tareas propias del Estado, al fin se había logrado la emancipación del castrante teocratismo. México comenzaba a emprender su viaje progresista: la educación sería la mejor arma para domesticar consciencias y hacer avanzar un pueblo. Benito Juárez vería en el intelectual Gabino Barreda al artífice que enfrentaría el entonces caótico sistema educativo. Mas Barreda cometería un grave error: imponer un positivismo totalitario como orientación de la educación pública, estableciendo por ley en 1867 la supresión del estudio de la filosofía en la educación mexicana, influencia que desgraciadamente se sigue sintiendo hasta nuestro días, una educación que fomenta el lado técnico y se olvida de la parte fundamental: el lado humano. Gran parte de esta ideología positivista sería retomada por el gobierno de Porfirio Díaz, quien se asesoraría de los herederos del maestro positivista, los llamados “científicos”. Esta tendencia alimentaría treinta años de represión, porque era

más fácil gobernar a un pueblo irreflexivo que a un pueblo crítico. Cabe señalar que Barreda cometió el error que muchos políticos actuales, quiso extrapolar acríticamente un régimen extranjero al caótico contexto mexicano; el dictador Díaz hizo algo parecido, despreciando todo lo nacional, ejerciendo un racismo antihumano que tenía a la mayor parte de la población en una pobreza vergonzosa, haciendo crecer un sistema “feudal” donde las haciendas iban engullendo las tierras indígenas y tratando casi como esclavos a quienes labraban sus campos. Pero ¿por qué esta insistente defensa por una educación amplia que incluyera la perspectiva humanista? Acudiendo a la historia, veamos la antítesis del positivismo, para entonces sustentar los logros del humanismo. Tras el derrumbe del positivismo, del régimen ideológico de los “científicos”; quienes iniciaron el movimiento libertador en contra del porfiriato no fueron solamente Madero y Venustiano Carranza, entre otros líderes políticos, sino que se aliaron en conjunto con los integrantes de El Ateneo de la Juventud: Antonio Caso, Alfonso Reyes, Pedro Henríquez Ureña, Ricardo Gómez Rebelo y, quien salvaría la educación mexicana del castro positivista, José Vasconcelos. Las reflexiones y actividades de El Ateneo de la Juventud fueron un arma ideológica importante para combatir el eurocentrismo propiciado

Retos del Humanismo contemporáneo Enrique Luján Salazar

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n diferentes ámbitos de la sociedad y, en particular, en el educativo se debate sobre la posibilidad de formar desde una orientación humanista que responda a la situación compleja, difícil y banal que vivimos en la actualidad. Las definiciones clásicas de ser humano ya no alcanzan para dar cuenta de los comportamientos humanos actuales. Vivimos una crisis del humanismo abierta no sólo por la falta de una discusión amplia sustentada en las investigaciones de las Ciencias Sociales y las Humanidades sino también por las drásticas mutaciones sociales –tecnológicas, ambientales o económicas– aparecidas ya en el siglo veinte y por los conflictos bélicos mundiales y regionales que cambiaron las vidas de millones de habitantes del planeta. La condición humana se ha visto convulsionada por varias revoluciones que replantean o ponen en entredicho los conceptos utilizados para caracterizar al ser humano: racionalidad, libertad,

creatividad, responsabilidad son términos que han perdido sus referentes tradicionales. La economía globalizada con sus inexorables leyes del mercado ha liquidado las fronteras e identidad de los países, ya nada es tan libre como el capital mismo. Esta orientación mercantil ha permeado todas las actividades humanas hasta el centro mismo de la planeación educativa en los currículos de todos los niveles educativos y se ha enfrentado a la constitución y fundamento del poder del Estado-Nación. Por otra parte, la era virtual ha borrado los espacios y los territorios en los que se desarrollaban y contextualizaban las relaciones humanas y ha vuelto impersonales y simuladas las interacciones individuales. La biopolítica, de signo foucaltiano, se ha entrecruzado con una tanatopolítica. Las líneas entre la vida y la muerte se han desdibujado y su correlatividad aparece como un atavismo ancestral.

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por el positivismo porfirista, escuchemos tan sólo las palabras de Antonio Caso: “es necesario que cesemos de imitar los regímenes político-sociales de Europa y nos apliquemos a desentrañar de las condiciones geográficas, políticas, artísticas de nuestra nación. No podemos seguir asimilando los atributos de culturas ajenas. Nuestra miseria contemporánea, nuestras revoluciones inveteradas, nuestra amargura trágica, son los frutos acervos de la imitación irreflexiva” Los ateneístas reivindicaron el espíritu nacionalista, rescataron el legado prehispánico, combatieron la opresión y unilateralidad del pensamiento para instaurar un humanismo redentor, donde lo que se defiende es la libertad de en todos los ámbitos. Ahora bien, tras el derrumbe total del porfiriato, México se encontraba nuevamente en un proceso de restauración. Al entrar el gobierno de Obregón, el filósofo José Vasconcelos fue nombrado Secretario de Educación. Su tarea fue amplia y diversa: apertura de bibliotecas y escuelas públicas, organización de la primera campaña contra el analfabetismo, publicó la traducción de obras clásicas para repartirlas gratuitamente en centros educativos y comunidades indígenas; otorgaría vasto presupuesto al arte y a las humanidades y abriría el intercambio educativo con varios países americanos. También gracias al apoyo de Vasconcelos, México vio nacer uno de los movimientos artísticos más importantes de su historia: el muralismo. Apoyó con becas y viajes al extranjero a artistas como Siqueiros, Rivera y Orozco, entre otros, para que regresando pintaran sus murales en los edificios, palacios y escuelas más importantes del país. Así pues, gracias a este cultivo de la educación humanística, México sembraría las nuevas esporas que darían como resultados suculentos frutos intelectuales, artísticos y políticos, cuyo legado sigue vigente en la actualidad.

Asimismo se ha redimensionado nuestra herencia natural y animal. La genética y sus inmensas posibilidades han abierto cuestiones que se creían ya resueltas. El intercambio de órganos, los implantes de tejido o los cambios en la genitalidad han trastrocado las ideas de naturaleza humana. El conocimiento en la era globalizada y técnica ha conducido al hombre–máquina, a la hiperespecialización, a la rutina y, por tanto, a una nueva barbarie: cada vez sabemos más de menos. Estamos inmersos en las consecuencias derivadas de la separación moderna entre ciencias, técnica y humanidades, de manera más general, entre pensamiento y realidad. La modernidad aún sigue imponiendo sus criterios de progreso y racionalidad técnica como paradigmas sociales que conducen, como en sus inicios, a la desvalorización de nuestro pasado histórico y al olvido de las tradiciones que han sido la fuente de la cultura actual. Estamos en el momento en que nos toca responder a estas nuevas realidades que determinan la condición humana y replantear aquellos conceptos sobre el humanismo que han perdido su referente vital. Estas cuestiones penden sobre la necesidad de construir un horizonte de sentido que nos permita la eliminación de las relaciones enajenantes y permita orientar nuestras acciones para construir un futuro más promisorio para todos.


Humanismo

de principio de siglo María Isabel Cabrera Manuel

S

i existe alguna palabra del vocabulario filosófico que esté realmente desgastada, esa tiene que ser humanismo; es una palabra que está en boca de todos, en la práctica de pocos. Curiosamente, este término ha trascendido el argot filosófico –muestra patente de su importancia- para encontrarse conjugada en los más diversos campos semánticos que imaginarse pueda. Como se trata de un concepto que hace referencia al hombre, es justo y natural que así sea; sin embargo, y en la medida en que somos incapaces de hacer frente a las inquietudes humanas más básicas, el concepto se ha ido vaciando de a poco o de a mucho. Sierva del discurso institucional, la palabra humanismo ha llegado justo a convertirse en eso, una palabra, un atado de letras que ha perdido su sentido y que ha dejado de ser concepto. Y sin embargo, ¿qué sentido tiene hablar de humanismo todavía? A cuatro siglos de la gestación de esta idea, parece poco más que necesario replantearse las posibilidades que el término encarna. Porque justamente se trata de hacerlo encarnar, de tal manera que aluda al humano al que hace referencia: no al ideal, no al modelo, sino a lo que hay. Para tal caso, habrá que preguntarse ¿cuál es el estado del hombre ya casi transcurrida la primera década del siglo XXI? O mejor aún, habrá que ver qué es lo que el hombre de hoy día conserva de ese ideal humanista que postulaban los hombres del siglo XVII. No me atrevo a contestar semejante cuestión ya que es evidente que los compromisos e ideales de los humanistas del diecisiete se verían completamente desdichos ante el estado actual de la humanidad, del que en parte son responsables. Ya se vio que la apuesta por el progreso científico y tecnológico ha empobrecido al hombre más de lo que lo ha gratificado. Pero pensar de esta manera nos sitúa justo en el lugar de donde queremos salir. Continuar con las comparaciones históricas que atienden a ideales es una trampa en la que no debemos caer si queremos devolver un significado a la palabra humanismo. El hombre del siglo XVII y el hombre

La Jornada Aguascalientes PÉNDULO 21 Publicación mensual Octubre 2019 Año 10, No. 158

presente se constituyen a partir de circunstancias históricas diferentes, por lo cual es natural que el resultado -lo que llamamos “hombre”- sea diferente. Considero que una de las razones por las que el proyecto humanista ha fracasado es justo por considerar al fenómeno de lo humano a partir de una unidad. Nada más diverso, más cambiante, e incluso inconsistente que el hombre, aún más en su conjunto. Otra más es el contexto histórico en que el concepto humanismo surgió. A cambio de un dios, otro dios: el hombre. Si atendemos a la perspectiva humanista tradicional, si nos quedamos con esta noción que pone al hombre ante y sobre todo, como ombligo del universo, no podremos pasar por alto que semejante visión no concuerda con nuestra realidad. A pesar del afán del hombre de colocarse como principio y fin último de todas las cosas, el tiempo vuelve todo a su cauce: el mundo que tratamos de gobernar es el que nos constituye. Repensar el humanismo no es una cosa fácil. Habrá que atender a un estado donde lo efímero es lo que priva, donde los absolutos se disuelven. Sin embargo, no por difícil se ha de abortar la tarea, pues pensar hoy en el humanismo es pensar sobre nosotros mismos, sobre lo que nos importa, sobre lo que nos da forma. Habrá que tener en cuenta –o bien inventar– otros conceptos, nuevas perspectivas y las posibilidades de pliegues a partir de los cuales toma forma el humano de hoy día. Tendríamos que renunciar a ciertas categorías que si bien son loables no son justas y abrir el espacio a aquellas que no por temibles dejan de estar presentes. Habrá que pensar en un humanismo que no sacrifique lo mundano en aras de un ideal de verdad o de belleza. Así mismo, hemos de considerar que el resultado de nuestras indagaciones está sujeto al tiempo y que bien podría estar errado, por lo que más vale estar dispuesto a hacer continuas revisiones. Pero sobre todo valdría adoptar una actitud crítica y desconfiar, recordar a ese pulidor de lentes -mente lúcida del siglo XVIIque fue Spinoza cuando dijo: “el hombre se engaña si piensa libremente sobre sí mismo”.

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EDITOR Enrique Luján Salazar DISEÑO Genaro Ruiz Flores González

COMITÉ EDITORIAL Ignacio Ruelas Olvera Cynthia Ramírez Félix Walkiria Torres Soto

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