El traspaso
que lo cambió todo por Lartaun de Azumendi
’Red, este chaval no es capaz de lanzar a canasta. No puede acertarle ni al canto del tablero. Es simplemente el jugador de baloncesto más grande que yo haya visto jamás’, le espetó Scolari quien había sufrido en sus carnes lo que era jugar en la NBA contra jugadores de la valía de George Mikan y otros.
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El traspaso que lo cambió todo Donde hay una empresa de éxito, alguien tomó alguna vez una decisión valiente. (Peter F. Drucker, padre del Management)
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n la vida –y en el deporte, pues forma parte de la misma– las decisiones que tomamos nos abren unos caminos y nos cierran otros. Si hablamos de baloncesto, habrá pocos que hayan cruzado conscientemente el umbral de tantos portillos como Arnold ‘Red’ Auerbach. De lo que no cabe duda, en cualquier caso, es que ninguno podría haber presumido de ser una mente más preclara que el fallecido judío de Brooklyn. En 1956 viviría en primera persona el traspaso más importante de la, ya hoy, dilatada historia de la NBA. Bob Cousy: “Recuerdo a Arnold viniendo a mí hacia diciembre de 1955 y diciéndome: ‘Creo que vamos a hacernos con un pívot que va a permitirnos darle la vuelta a la situación’. Me acuerdo de que estaba convencido con intentar hacerse con Russell. Por lo menos, lo planeaba en aquel entonces. Y era un tiempo en el que había un debate público sobre si Russell iba a ser capaz de jugar en la liga. Russell acabaría jugando en la liga aunque era incapaz de acertarle a un toro en el culo. No era una amenaza ofensiva, y taponar no era algo tan popular en aquella época.” Algunas voces autorizadas de la liga profesional no daban un real por Russ. Sirva como muestra el ejemplo de John Kundla, entrenador cinco veces campeón con los Minneapolis Lakers, que aseguraba que William Felton Russell era incapaz de encestar desde poco más de medio metro. Y no era el único cuyo pensamiento transitaba por esa línea. Sin embargo, había quien creía que Bill Russell sería un grandísimo jugador. Bill Reinhart había quedado prendado por el jugador de Monroe, Louisiana. Fue en Oklahoma City durante el transcurso del All-College Tournament de 1953 cuando Russell era un sophomore y jugaba para la universidad de San Francisco. Reinhart, antiguo entrenador de Auerbach en la George Washington University, no dudó en llamar por teléfono a su expupilo: – “Red, he visto a un chico que llegará a ser algo”, le dijo Reinhart. “Fija tu vista en él. Es justo lo que necesitas”. No cabía ninguna duda de que la impresión causada había resultado única. Red escuchó cómo dominaba en defensa, su habilidad para rebotear y lanzar el contragolpe…
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– ¿Y qué me dices de su ataque, Bill? - preguntó el inquieto coach de los verdes. – No demasiado. No es ni mucho menos un buen tirador. Pero de alguna forma tienes que conseguir a este chico – respondió convincente Bill Reinhart. Red creyó las palabras del viejo Bill y se pasó el año entero con el larguirucho pívot en mente. Le impresionó que los Dons de San Francisco no hubieran perdido y que acabaran consiguiendo el segundo entorchado universitario de manera consecutiva en 1956. Otro de los pocos que hablaron sobre Bill Russell a Auerbach fue el exjugador de color de los Celtics Don Barksdale, que vivía en Oakland y había visto en vivo al pívot de Louisiana. – “Este es el chico que necesitas, coach” - aseguró Barksdale. Auerbach también consultó con otro de sus antiguos jugadores en Boston, Fred Scolari: – “Red, este chaval no es capaz de lanzar a canasta. No puede acertarle ni al canto del tablero. Es simplemente el jugador de baloncesto más grande que yo haya visto jamás.”, le espetó Scolari quien había sufrido en sus carnes lo que era jugar en la NBA contra jugadores de la valía de George Mikan y otros. Ante el silencio del entrenador de Boston, Scolari volvía a aseverar: – “Te estoy diciendo que Bill Russell es el mejor jugador que he visto nunca. Si quieres alguien que te consiga el balón, él te conseguirá el balón”, acabó afirmando. Desgraciadamente para Auerbach, todo el mundo en el país conocía a Russell llegado el tiempo de pensar en el draft del 56. San Francisco, su universidad, había ganado 55 partidos consecutivos y Russ era uno de los jugadores más observados de los EE.UU. Los Celtics tenían la séptima elección del draft y Russell no iba a estar disponible a esas alturas por lo que Red comenzó a elucubrar cómo podría escalar posiciones de cara al día de la elección. No iba a ser, sin lugar a dudas, tarea fácil. Al final de la temporada, Ed Macauley pregunta Red si era posible que fuera traspasado a Saint Louis. El pívot llevaba un año aciago en lo personal teniendo que vivir la enfermedad de uno de sus hijos en la distancia e incluso contemplaba la opción de retirarse para estar con el pequeño. Él vivía en Boston y su familia en Saint Louis, de donde él procedía y el lugar en el que había brillado como jugador universitario. Auerbach, capaz de ponerse en el pellejo de quien sufre en la distancia una enfermedad como la del niño, prometió al entonces seis veces All Star que de algún modo conseguiría mandarle a su ciudad natal vía traspaso.
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Ed Macauley: “El año anterior a mi traspaso, mi esposa Jackie, mi hija Mary y mi hijo Patrick vivían en Boston conmigo. Había jugado el domingo por la tarde un partido y regresé a casa. Jackie me dijo que algo no iba bien con Patrick. Tenía una fiebre terrible. Fuimos al hospital infantil de Boston, uno de los mejores del país, y nos pusimos en manos de los especialistas. Esperamos y esperamos. Cuando los doctores salieron, nos contaron que Patrick tenía una meningitis espinal. Queríamos saber qué era eso y nos respondieron que algo muy serio. La enfermedad acarreaba fiebre y que cuando la fiebre remitiera determinarían realmente la gravedad. Desafortunadamente para Patrick la fiebre era muy alta y eso le destruía el cerebro. En realidad, se trataba de una parálisis cerebral infantil.” “Volvimos a casa en Saint Louis y no sabíamos qué hacer. No teníamos los recursos económicos de los que dispone hoy cualquier profesional, y no sabía siquiera si yo iba a volver a Boston. En aquel momento, Walter Brown, fundador y dueño de los Celtics, me llamó para comentarme que había un trato pendiente y que si los Celtics se hacían con Bill Russell yo iría a parar a Saint Louis. Pero también me dijo que no quería hacer el trato, que no se podía imaginar los Celtics sin mí. Yo le expliqué: ‘Mira Walter, no sé si voy a volver a Boston debido a la situación de mi hijo. No tengo fondos económicos ilimitados. Tendría que estar cogiendo aviones constantemente porque mi mujer está en casa siempre al lado de mi niño, y ahora hemos contratado a una enfermera que está permanentemente con nosotros.’ Me recordó que no tenía contrato firmado para la siguiente temporada pero que si quería podía firmarlo en ese momento. Yo pensé que lo mejor era que el nuevo contrato lo firmara con Ben Kerner (de los Hawks de Saint Louis) y finalizar el intercambio.” Aquello resultó suficiente para un hombre de la empatía de Brown quien no dudó en dar el visto bueno a la operación. De todas formas, si Red quería conseguir ese segundo puesto en la elección, requería primero saber cuáles eran las intenciones de Rochester que inauguraba la lista a la hora de elegir. Los Celtics no podían deshacerse de gente importante si los Royals acababan escogiendo a Russell. Walter Brown tenía una buena relación con Lester Harrison de los Rochester Royals y le llamó para saber las intenciones de éste de cara al draft. Los Royals contaban ya con un hombre alto de calidad, el rookie Maurice Stokes y temían los 25.000 dólares que se decía iba a pedir Russell para firmar un contrato profesional. Brown desplegó su ingenio y tiró de recursos para ofrecer a Harrison un incentivo, que sospechaba que sería de su agrado, para que a cambio accediera a no elegir al recién licenciado con los jesuitas de San Francisco.
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Harold Furash, quien cubriera la información de los Celtics durante 44 años, lo explicaba así: “Brown hizo un trato. Si Lester dejaba pasar a Russell, él lo arreglaría todo para que el propietario de los Royals dispusiera durante dos semanas al año a los Ice Capades -un show sobre hielo propiedad de Brown- en su pabellón de Rochester. Fue entonces cuando Lester anunció que no esperaría a que Russell cumpliera con el compromiso olímpico que le iba a impedir incorporarse a la liga hasta el mes de diciembre. Por supuesto, Les hizo más dinero con los Ice Capades del que habría ganado de haberse quedado con Russell.” Arnold Auerbach: “Lo que pasó fue lo siguiente. Walter le dejó los Ice Capades y él se sintió en deuda con Walter. Le dijo: ‘Mira, tú me has traído los Ice Capades. Yo te doy mi palabra de que no escogeremos a Russell’.” En 1955 una mujer negra de nombre Rosa Parks se había negado a sentarse en la parte de atrás del autobús en Montgomery, Alabama. El incidente sirvió como chispazo de inicio del movimiento por los derechos civiles y provocó la aparición pública de un nombre de 36 años de Atlanta llamado Martin Luther King Jr. que lideró las protestas en Montgomery. En Saint Louis, el ambiente segregacionista era del estilo del de Alabama también. El coach de Boston descolgó el teléfono para llamar a Ben Kerner, quien había sido su jefe en los Tri-Cities en 1950 y había realizado algún traspaso en contra de la voluntad del entrenador neoyorquino. Ahora el estratega de los Celtics esperaba persuadir a Kerner, en ese momento dueño de los Hawks de Saint Louis, para hacer algún intercambio sonado que le sirviera a él para convertirse en inmortal. Kerner tenía la segunda elección del draft del 56 y además necesitaba jugadores para que la franquicia siguiera viva. La propuesta que le hizo Red no le sonó mal al viejo zorro de Bob Kerner: Macauley y el séptimo pick de los Celtics por su número dos. Red aseguraba que Kerner aceptó al instante. Había trato. Hasta que de pronto, Kerner llamó a Auerbach para modificar su discurso y subirse a la parra: – Necesito más para hacer este trato, dijo el propietario de los Hawks. – ¿Más que Macauley que es All Star y mi mejor jugador?, bramó Red. – Sí. – Pero, Ben, teníamos ya un trato. – La operación se anula a no ser que añadas otro jugador – afirmó Kesner muy seguro. – ¿A quién quieres?
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– A Cliff Hagan. Al preparador de los Celtics se le caía el castillo de naipes por momentos. Había pensado en el novato Hagan para reemplazar a Easy Ed y ahora estaba cerca de quedarse sin ninguno. Años más tarde, Auerbach explicaba lo sucedido con Kerner y el deseado traspaso: “Tenía que decidir si ponía todos mis huevos en el mismo cesto, porque eso era lo que estaba haciendo. Tenía gente que me decía que estaba loco por ir tras Russell que no podía tirar ni encestar. Pero yo creía en dos cosas: Una, creía que Reinhart sabía de qué hablaba. Dos, creía que necesitábamos un cambio. Éramos un buen equipo pero no éramos un equipo campeón. Debía dejar que Macauley se fuera a Saint Louis porque le había prometido que lo haría. Hagan tenía talento, pero con él íbamos a ser el mismo tipo de equipo. Con Russell seríamos distintos. Decidí tomar la oportunidad y hacer que fuéramos una escuadra diferente, para bien o para mal.” Volvió a llamar a Kerner y le confirmó que le daría también a Hagan. Bill Russell: “Tuvo que ser una conversación digna de escuchar. Dos tipos listos, rudos y duros, y que realmente se odiaban mutuamente.” Norm Drucker (árbitro de la NBA de la época): “En 1956, Saint Louis era una ciudad racista. Los jugadores negros que jugaban allí de otros equipos eran insultados por los aficionados con términos como negrata, mono o basura de ese tipo. Yo no sé si Ben Kerner habría sido capaz de llevar jugadores negros a su ambiente, aunque sí sé que a Kerner le fue luego muy bien con jugadores negros en la década de los sesenta.” Oscar Robertson: “Saint Louis no quería jugadores negros en su equipo, por eso traspasaron a Russell por Macauley y Hagan. Esa fue la diferencia. Red lo vio claro. Hay pocos, que como él, han entendido lo que se necesita para ganar.” Ahora a Auerbach sólo le quedaba esperar que Harrison no se echara para atrás desde Rochester. Fueron días duros hasta la noche del draft. Pero, al fin, Red comprobó como los Royals elegían a Sihugo Green con el número 1. Russell estaba en el bote. Era un celtic... o no. Los Harlem Globetrotters podían poner en peligro la firma de Russ por Boston. Se decía que el pívot pediría 25.000 dólares para firmar por un equipo de la NBA (muchísimo dinero para las maltrechas economías de las escuadras de una liga que no acababa de crecer), pero aún había más... Corría el rumor de que Abe Saperstein, propietario de los Globetrotters, tenía preparado un cheque con 50 de los grandes para Bill. Red simplemente no soportaba la sensación de poder quedar como un idiota si el fibroso center de ébano no recalaba finalmente en sus filas.
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Los famosos 50.000 destinados para hacerse con Russ se transformaron en una oferta de tan solo 15.000 dólares y por si esa afrenta no hubiera sido suficiente para enfurecer al bravo pívot sureño, Saperstein faltó aún más al respeto a Russell puenteándole para negociar con Phil Woolpert, entrenador del chico en San Francisco. Ya no habría vuelta atrás, el jugador sintió que el dueño del equipo de baloncestocirco le había tratado como a un “pobre chico negro tonto” y prometió que no vestiría el uniforme del equipo de Harlem jamás. Les Harrison: “El baloncesto en 1956 era diferente. Nosotros no podíamos tener ojeadores ni asistentes que conocieran a los chicos de otros lugares. No había cobertura televisiva del deporte colegial. Teníamos un entrenador y un general manager y confiábamos en la palabra de entrenadores que conocíamos. El scouting real se hacía tras finalizar la temporada, en un All-Star de universitarios entre el Este y el Oeste que se disputaba en el Madison Square Garden. Había una semana de entrenamientos y luego partidos entre los mejores jugadores, y yo iba a verles a todos. Naturalmente, yo sabía de Bill Russell por los logros que había conseguido con su equipo, pero era la primera vez que lo iba a ver. Russell parecía un pardillo. Iba de un lado a otro de la pista, parecía que estaba pasando la mopa. Un periodista neoyorquino escribió que el chico tendría bastante suerte con llegar a jugar en la liga. ‘¿Y éste es el que se supone que va a ser el número 1 del draft?’ - sentenciaba el plumilla.” Leonard Koppett: “Russell jugó dos torneos en Nueva York durante su año senior, y había mucha gente que decía que no podía anotar. Que no era fuerte. Que solamente taponaba. Pero había otros que decían: ‘¿De qué demonios estás hablando? La defensa de este chico va a cambiar el juego. Nunca ha habido un jugador como éste.’ Para mí, ver al joven Russell era como ver a Willie Mays o Cassius Clay por primera vez. Ya sabes que va a ser un jugador único.” Red Auerbach: “Bill no jugó bien en Nueva York. En mis notas tenía artículos que decían que iba a ser otro Walter Dukes, como mucho. Aquellos artículos decían que Walter era más grande y tenía mejor mano, que la única cosa en la que Russell superaba a Dukes era en el rebote. Pero yo había charlado con entrenadores que conocía. El primero, Bill Reinhart, mi viejo entrenador de George Washington. Me dijo que Russell iba a ser algo superlativo. Peter Newell lo estaba siguiendo muy de cerca en su último año de college, y en gran parte lo hacía para mí.” Les Harrison: “La verdad sobre aquel draft es que me condenaron. Yo estaba ya apartado de contratar a Russell, que jugó muy mal aquel All-Star del Madison,
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porque nosotros (los Rochester Royals), que teníamos la primera elección del draft, no éramos el lugar en el que quería jugar Russell. Rochester era una ciudad pequeña. Sihugo Green era un proyecto de jugador sólido. Ya teníamos un hombre grande de garantías como Maurice Stokes, y el habría sido tan bueno como Russell si no hubiese caído enfermo. ¿Qué se suponía que debía hacer?” Durante la primavera del 56, Russell jugaba un partido amistoso en Washington para el equipo olímpico que jugaría en otoño los Juegos de Melbourne. Red y Walter se acercaron a verle. Red: “Era la primera vez que iba a ver jugar al chaval y apestó.” - confesaría Auerbach tiempo después. “Ni ataque, ni defensa. Nada. Había chavales de instituto en el otro equipo que lucieron más que mi chico. Miré a Walter y él me miró, y ninguno dijimos una sola palabra. Entonces, ocurrió algo grande. Yo había invitado a Russell y un par de amigos suyos a cenar con Walter y conmigo en mi casa después del partido. Llegamos los primeros y les esperamos. Arribaron enseguida y la primera cosa que Russell hizo fue darme la mano mientras me decía: ‘Lo siento.’” – “¿Sobre qué?”, le inquirió Auerbach. – “Por la forma en la que he jugado este noche. No suelo jugar así. Es la vez que peor he jugado en mi vida y siento que hayas tenido que verlo”, afirmó el pívot. – “Si es así, más te vale quedarte en Melbourne (en los JJ.OO.) porque yo no estaré en Boston. Volveré a entrenar al instituto en Brooklyn”, le contestó un irónico Red. El final fue feliz para los de Boston porque todas las partes cumplieron y los Celtics pudieron elegir a Bill Russell con el número dos. La firma de Russ con los Celtics se llevó a cabo a cambio de unos emolumentos nada desdeñables para la época: 19.500 dólares al año. Ed Macauley: “Sinceramente, creo que si hubiese querido volver a Boston estoy convencido de que nadie hubiese detenido a Auerbach para hacerse con los servicios de Bill Russell. Finalmente se produjo el traspaso y benefició a ambas partes. Eso sí, tras haber tratado la situación de una forma limpia y educada”. Desafortunadamente su hijo Patrick fallecería poco después a los trece años de edad. El center de Monroe atendió a su compromiso olímpico de Melbourne’56 durante el otoño en unos Juegos que fueron algo así como un paseo militar para el equipo de baloncesto norteamericano. Russell, capitán del combinado, condujo a su selección hasta la consecución de la medalla de oro con un récord de 8-0 y superando a
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sus rivales por una media de más de 30 puntos. En la final, ante la URSS, Bill Russell anotó 13 puntos e impidió que los soviéticos pudieran tirar a canasta en condiciones al tener que jugarse la mayoría de sus lanzamientos desde fuera por la extraordinaria capacidad de intimidación del pívot de 2,07 -6’9”5/8 (2,073275 metros), según él-. El resultado (89-55) hablaba por sí mismo. – “Fue una de los mayores emociones de mi vida” – recordaba Russell. “Me lo pasé fenomenal. Nos mezclamos todos juntos formando un círculo, incluidos los rusos (sic), a quienes acabábamos de ganar por 34 puntos.” A comienzos de diciembre, nada más regresar de su experiencia australiana, Bill contrajo matrimonio con Rose Swisher, sobrina de uno de sus profesores favoritos en el McClymonds High School, en la iglesia metodista de Oakland. Les habían presentado en un baile local y el amor arraigó pronto. – “La quería, y nunca he pensado que fuera un error haberme casado con ella porque en el momento sentí que era lo correcto”, afirmaba pasado el tiempo. La pareja se rompió en 1969, el último año de Russ como jugador después de tener dos hijos (Bill Jr. y Jacob) y una niña (Karen). El esperado debut del center de Louisiana con los Celtics no se produjo hasta tres días antes del día de Navidad de 1956 con la temporada en marcha desde el 27 de octubre. Esa tarde visitaban el Boston Garden, qué coincidencia, los Saint Louis Hawks de Macauley y Hagan en un partido televisado para todo el país. Pese a fallar los cuatro tiros libres de los que dispuso, Russ fue capaz de mostrar parte de su muestrario al atrapar 16 rebotes en 21 minutos de juego saliendo desde el banco, anotando seis puntos y taponando tres tiros consecutivos del gran Bob Pettit, líder anotador de la liga. Ganaron los Celtics por 95-93. Arnie Risen, veterano hombre alto de los Celtics que había ocupado el puesto de pívot titular en ese partido, se explicaba después del encuentro: – “Ahora mismo, taponaría a cualquier tirador de la liga que lance desde encima de la cabeza y a cualquiera que se dé la vuelta y tire desde el pívot. Porque es tan alto y puede saltar tan arriba… Además, les asesinaría en el rebote defensivo.” Jack Barry, cronista del Boston Globe, se mostraba aún más efusivo:
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Box score del debut de Russell
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– “Bill Russell puede revolucionar el juego del baloncesto” –predijo el periodista. “Hasta ahora grandes anotadores como Pettit y Mikan o bases como Cousy han sido el tipo de jugadores que han servido para atraer las masas a las canchas. Ahora Russell podría ser el primero en servir de atracción por su habilidad defensiva.” Sihugo Green, el elegido con el número 1 por Rochester, jugó 9 temporadas en la NBA promediando 9,2 puntos de media. Vistió las camisetas de Rochester, Cincinnati, Saint Louis, Chicago y finalizó su carrera en... Boston para disputar los últimos 10 partidos en 1966 y así lucir su único anillo de la NBA. Si bien Rochester resultó humillado deportivamente tras ver los resultados derivados de su acuerdo con Boston, Saint Louis obtuvo algo más de rédito al poder llevarse el campeonato de 1958, el único en la historia de la franquicia. Bob Pettit, Ed Macauley, Cliff Hagan y Slater Martin fueron los puntales que permitieron que los Hawks pudieran someter a los Celtics por 4 a 2 y de esta manera vengar la derrota en las finales del año anterior en las que Boston se había impuesto a los de Missouri en la segunda prórroga del séptimo encuentro de las finales. Los cuatro jugadores de los Hawks acabaron, además, formando parte del Hall of Fame del baloncesto en Springfield. Sobre la carrera que hizo Bill Russell en Boston baste decir que, como es de sobra conocido, ganó 11 títulos en 13 años de carrera profesional con los Celtics. Los dos últimos logrados como entrenador-jugador. Algo, a buen seguro, inigualable. Boston ganó el título ya en la primera temporada de Russell en los Celtics. En el mismo draft en el que Boston se hizo con el pívot de Louisiana, pudo escoger a otros dos talentos claves para la dinastía verde que se comenzaba a fraguar. Con la entonces existente elección territorial(*), se hizo con el ala-pívot Tom Heinsohn y en la segunda ronda con un base de nombre K.C. Jones. Russell, Heinsohn, Jones, tres miembros del Salón de la Fama elegidos por el mismo equipo en el mismo año. Único. Nunca sabremos cómo habría sido hoy la NBA si Auerbach no hubiera cedido a algo tan aparentemente poco elegante como la petición de última hora de Cliff Hagan por parte de Ben Kerner. Jamás seremos capaces de conocerlo porque Red Auerbach fue valiente en su apuesta por Bill Russell para cambiar el destino de la organización que dirigía.
(*) Ver ‘El valor de lo local: El draft territorial de la NBA’ por Alejandro D. Díaz Triguero (Cuadernos de Basket nº 2)
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Bibliografía ‘Ever Green. The Boston Celtics: A history in the words of their players, coaches, fans, and foes, from 1946 to the present’ de Dan Shaugnessy (St. Martin’s Press, 1990). ‘Let me tell you a story. A lifetime in the game’ de John Feinstein y Red Auerbach (Back Bay Books, 2004). ‘Dynasty’s end. Bill Russell and the 1968-69 World Champion Boston Celtics’ de Thomas J. Whalen (Northeastern University Press, 2004). ‘La leyenda verde. Historia de los Boston Celtics’ de Antonio Rodríguez y Juan Francisco Escudero (Ediciones JC, 2009). ‘Red and me. My coach, my lifelong friend’ de Bill Russell con Alan Steinberg (HarperLuxe, 2009). ‘King of the court: Bill Russell and the basketball revolution’ de Aram Goudsouzian (George Gund Foundation Imprint in African and American Studies, 2010). ‘Rise of a Dynasty: The ‘57 Celtics, The First Banner, and the Dawning of a New America’ de Bill Reynolds (New American Library, 2010).
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