Relatos con ánima de luna (100% construcción)

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Relatos con รกnima de luna (100% construcciรณn) 1


Relatos con ánima de luna (100% construcción)

Colegio San José Espinardo (Murcia) 2 Curso 2016/2017


Relatos con ánima de luna (100% construcción) Junio, 2017

Colegio San José Espinardo (Murcia) Edición, diseño y maquetación: José Eduardo Morales Moreno

Licencia Creative Commons

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ÍNDICE

Prólogo ....................................................................................... 7 Classroom 3F, por Marta Marín Rodríguez ............................. 11 Gris, por Cayetano Bayona Pacheco ........................................ 23 El reino de las sombras, por Sergio Valera Martínez .............. 29 Greysi, por María Lapaz Toledo .............................................. 37 Unas navidades de escándalo, por Abraham García Ibáñez .... 49 Noctem, por Salma Maestre Aitnaceur ..................................... 55 Un pequeño desliz…, por Antonio Guevara Sánchez ............... 59 El poder de la amistad, por Jesús Lapaz Toledo ..................... 67 El secreto del director, por Francisco Lax Valverde ............... 75 El otro mundo, por María José Andrés Benedicto .................. 85 El bosque de la iridiscencia, por Juan A. Carreras Casa ......... 91 El lado sin salida, por Vanessa García Martínez .................... 99 La feliz Navidad, por Laura Salas Martínez ........................... 105

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Prólogo

Estos Relatos con ánima de luna (100% construcción) contienen los cuentos de Educación Secundaria y Bachillerato que resultaron ganadores en la XXIXª Convocatoria de los Premios Literarios de Relato Breve del Colegio San José. La escritura es un mecanismo magnífico para desarrollar muchas capacidades y potencialidades del ser humano, desde la imaginación y la creatividad, pasando por la capacidad de reflexión y de pensamiento, hasta la empatía y el autoconocimiento, y todas ellas tienen su reflejo tanto en los textos que se presentaron a concurso y no resultaron ganadores como en estos que tiene el lector frente a sus ojos y que obtuvieron premio. El primer cuento, Classroom 3F, de Marta Marín Rodríguez, ganó el premio al mejor relato de Primer Ciclo de Educación Secundaria, tanto por la corrección de la escritura como por la historia que recrea, en la que se sucede una serie de extrañas muertes entre los alumnos de una clase. El segundo, Gris, de Cayetano Bayona Pacheco, obtuvo el premio al mejor relato de Segundo Ciclo de Educación Secundaria, con una narración que desvela la vida y el terrible pasado de una persona que decide llevar a cabo un acto abominable en un intento desesperado por reencontrarse con sus seres queridos. El tercero, El reino de las sombras, de Sergio Valera Martínez, ganador del premio al mejor trabajo de 1º de

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Secundaria, sumerge al lector en un mundo de fantasía, de hechiceros y de magia donde una joven descubre su verdadera identidad y su destino de salvadora del universo. El cuarto cuento, titulado Greysi, de María Lapaz Toledo, ganó el premio al mejor trabajo de 2º de Secundaria, y también nos lleva a un mundo de fantasía donde dos niñas ayudan a un amable dragón a derrotar a un mago que tiene esclavizado a un pueblo, aunque este cuento tiene dos finales: el lector habrá de elegir cuál prefiere. El quinto, Unas navidades de escándalo, de Abraham García Ibáñez, con el premio al mejor trabajo de 3º de Secundaria, plantea con su historia una reflexión sobre el valor de los objetos frente al valor de las relaciones familiares. El sexto, Noctem, de Salma Maestre Aitnaceur, con el premio al mejor trabajo de 4º de Secundaria, adentra al lector en una narración de horror en la que una mujer ya está cansada de luchar por sobrevivir frente a un mundo donde los humanos se han convertido en muertos vivientes. El séptimo, Un pequeño desliz y sus consecuencias, de Antonio Guevara Sánchez, obtuvo el premio al mejor trabajo de Bachillerato, y ofrece la historia de un amor inesperado y poderoso que, por casualidad, por accidente, irrumpe en la vida de dos personas. El resto de cuentos que integran el libro fueron premiados con accésit: El octavo, El poder de la amistad, de Jesús Lapaz Toledo, de 1º de ESO, cuenta una historia acerca del estrecho vínculo entre dos niños y el dolor que acarrean la enfermedad y la pérdida del amigo, así como la determinación para afrontar la vida con ese vacío.

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El noveno, El secreto del director, de Francisco Lax Valverde, de 1º de ESO, relata las aventuras de dos niños que ayudan a resolver, por su osadía, una serie de extraños robos que estaban teniendo lugar en su pueblo. El décimo, El otro mundo, de María José Andrés Benedicto, de 2º de ESO, cuenta una misteriosa lucha que, en otro mundo, afronta una chica que se une a una facción de rebeldes que tratan de derrocar a los ricos que someten al pueblo. El undécimo, El bosque de la iridiscencia, de Juan Antonio Carreras Casa, de 2º de ESO, narra con un tono alegre y jovial la aventura de unos personajes que quieren comprobar si existen o no las ninfas del bosque. El décimo segundo, El lado sin salida, de Vanessa García Martínez, de 2º de ESO, muestra, a través de los ojos de la protagonista, la dura realidad en la que viven los refugiados y reflexiona acerca de posibilidades y deseos de un mundo mejor. El último, La feliz navidad, de Laura Salas Martínez, de 3º de ESO, refiere la vida de un niño que, tras unas pérdidas personales, decide hacer que la navidad recupere el esplendor que tenía y, mientras lleva a cabo su propósito, recibe una visita inesperada. Trece relatos que, a pesar de las connotaciones que por motivos de superstición tiene este número, proporcionarán al lector un rato entretenido y le harán reflexionar acerca de cuestiones que siempre han interesado al ser humano. José Eduardo Morales Moreno Profesor de Lengua y Literatura

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Classroom 3F MARTA MARÍN RODRÍGUEZ

Basado en el anime Another

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Capítulo 1 Arrival Era el primer día de clase en el nuevo instituto donde terminaría Secundaria. Estaba nervioso, las manos me temblaban sin control y respiraba de forma intranquila. El autobús estaba llegando a la parada en la que debía bajarme y los nervios recorrían mi cuerpo dejando mi mente en blanco. Empecé a caminar por los oscuros y lúgubres pasillos de la escuela hasta que llegué a mi destino, la clase 3F. Acerqué una de mis manos y golpeé un par de veces la oscura madera. Escuché cómo toda la clase guardó un silencio sepulcral al oír que llamaban, y reconocí unos pasos acercándose a abrirme. Una luz blanca me cegó por unos instantes y, cuando pude fijar la vista con claridad, divisé una figura de una mujer de unos cincuenta años de edad y, de inmediato, supuse que era la profesora. —¡Hola! Eres Jaydon, ¿cierto? —Preguntó la señora amablemente. —Sí... Soy yo... —dije tímido y con la cabeza baja. La profesora me invitó a entrar a la clase y a presentarme ante mis nuevos compañeros. Cuando entré, una chica de orbes azules y cabello azabache llamó especialmente mi atención. Llevaba un parche en su ojo izquierdo y estaba sentada al final de la clase, junto a la ventana. Su mesa estaba vieja y un tanto deteriorada y su piel era de las más blancas que había visto en toda mi vida. Todos los chicos sentados frente a mí me miraban con atención, analizándome, excepto aquella chica de cabello negro como el carbón.

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—Ho… hola... Soy Jaydon Peters, vengo de Estados Unidos y tengo dieciséis años... Espero que nos llevemos bien... —dije en voz baja, rogando porque ese momento terminara. —¿Y qué haces en Japón? —Preguntó una chica rubia de voz estridente y aguda. —Esto... Mi padre está trabajando aquí... Por eso me mudé... Al parecer la respuesta les sorprendió, puesto que empezaron a cuchichear, a la vez que me lanzaban alguna que otra mirada de extrañeza. Avancé lentamente entre las mesas, sintiendo los ojos de mis compañeros en mi nuca. Me senté al final de la clase, ya que quería pasar desapercibido. Las clases pasaron aburridas y lentas, hasta que al fin llegó la hora de salir. Estaba caminando hacia las escaleras cuando un grito ensordecedor llegó a mis oídos. La escena me dejó completamente petrificado. Yunna, una de las chicas de mi clase, estaba tirada en las escaleras con un paraguas atravesando su garganta. La chica de cabello negro y orbes azules, que se hacía llamar Misaki, bajaba como si nada, casi sin percibir lo que había pasado. Llegué a mi casa aún en shock y me fui a mi cuarto. Sentado sobre la cama, me puse a pensar sobre lo ocurrido. Podría haber sido una casualidad, pero me parecía muy extraña la manera en la que murió. Las imágenes me venían y se iban de repente, causando un temor enorme en mí. Decidí irme a dormir y tratar de no pensar en eso, pero realmente lo que más me extrañó fue que aquella chica ignorase una escena como esa.

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Capítulo 2 Dollhouse Llegué al instituto. Ya había pasado una semana desde la muerte de Yunna. Estábamos en clase de educación física y hablaba con Misaki, Ryuma y Nowaki. Nos paramos a descansar, puesto que Ryuma era asmático y debía pararse, pero él empezó a hiperventilar y a poner las manos sobre su pecho, dando a entender que le dolía algo. Tras unos segundos asimilé que se trataba de un ataque de asma. Nowaki y yo empezamos a desesperarnos ante la situación, mientras que Misaki simplemente nos miraba atentamente. Nowaki estaba llamando a una ambulancia pero, por desgracia, cuando llegó ya era demasiado tarde. Aparté la mirada hacia Misaki y estaba exactamente igual que una semana atrás, indiferente, no mostraba ningún tipo de emoción ante esto. Volvía a mi casa con paso lento y pausado. Dos muertes en una semana... Dos personas de mi misma clase... Realmente, esto comenzaba a ser muy sospechoso. Lo más extraño de todo esto era que Mei (Misaki) se mostraba totalmente indiferente ante los dos sucesos. Mientras caminaba, una tienda llamó mi atención. Era un establecimiento que, al parecer, vendía muñecas de porcelana antiguas. La curiosidad me podía, así que entré. Me recibió una señora mayor, de unos setenta años aproximadamente. El local era bastante viejo y estaba muy desordenado, pero las muñecas eran preciosas... Y un tanto siniestras. Una de ellas era grande con la piel blanca, pelo negro y ojos color esmeralda. Por un momento pensé en Misaki, ya que la muñeca era muy parecida a ella. Fui a tocar su cabello cuando una voz me detuvo.

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—¿Jaydon...? ¿Qué haces aquí? —Me di la vuelta hacia el lugar de donde venía aquella voz y era ella, la chica de ojos azules de mi clase. —Yo... Volvía a casa cuando vi esta tienda... Soy un gran admirador de las muñecas antiguas... ¿Y tú? ¿Qué haces aquí? —Pregunté. A mí también me gustan —dijo con esa suave voz que la caracteriza. Pasaron unas horas y Mei me invitó a cenar a su casa. Estaba decidido a preguntarle qué sintió al ver a Yunna y Ryuma morir ante sus ojos. Llegamos a su casa y ella me invitó a entrar. Era grande, con decoración minimalista y de colores muy elegantes. —Esta era la casa de mis abuelos... Mis padres decidieron decorarla de este modo, a mí no me gusta. Me parece más bonito ver todas las cosas tal y como las dejaron ellos —dijo mirando una foto de dos señores mayores. Pasamos un rato hablando hasta que sentí que era el momento idóneo para preguntar acerca de las muertes. Capítulo 3 Curse (Maldición) —Misaki, hay algo que he querido preguntarte... —Dime, ¿qué pasa? —¿Por qué mostraste esa indiferencia al ver morir a nuestros compañeros? —Pregunté. Ella se levantó y, con paso lento, se dirigió hacia una de las ventanas del salón. —Mi prima también murió estando en ese curso, en esa misma clase —dijo con voz apagada y tono triste—. Yukari Mei, así se llamaba... —observaba cómo caminaba hacia el sofá y se sentaba junto a mí—. Desde hace años se cree que en esa clase hay algo raro...

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—¿Una conspiración? —No, yo no lo llamaría así, yo diría un ente. —¿A qué te refieres? —Es raro, la mayoría de la gente que ha pasado por el aula 3F está muerta. [Un mes después] Llegué a clase y, como siempre, me senté al final. El profesor de Química entró, nos saludó y empezó a explicar. En un momento determinado, el señor Watari se puso a hablarnos sobre el suicidio, la muerte y temas irrelevantes a la explicación. De un momento a otro, el profesor estaba gritando histérico. Sacó un cuchillo de su maletín y nos empezó a amenazar con que se lo clavaría en la garganta... Y lo hizo. Quitó el cuchillo de su cuello y aquello parecía una lluvia de sangre, hasta que la hemorragia cesó y el señor Watari se desplomó en el suelo. Unos instantes después, la clase entera comenzó a gritar desesperada, queriendo alejarse de aquel instituto que tenía a toda Osaka aterrorizada. Volvió esa sensación de temor a mi cuerpo pero... ¿A qué le tenía miedo? Realmente todo esto comenzaba a ser verdaderamente extraño. Misaki me miró, y mostraban la misma indiferencia que la caracterizaba en esos momentos. Volví a casa e intenté pensar una razón lógica para todo esto. Recordé lo que Mei me dijo, eso de que la mayoría de la gente que pasaba por esa clase moría durante el curso. Tenía miedo a que el próximo en morir fuera yo, porque la verdad es que no he vivido ni una cuarta parte de mi vida. Al día siguiente, al llegar a clase, nos dieron una noticia con la que el temor se empezó a apoderar de mi mente.

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Minako había muerto en el hospital. Nos explicaron lo que sucedió, y era horrible: el ascensor se descolgó. Todo esto empezaba a ser muy turbio por unas semanas pensé que se trataba de una maldición y que la tenía Misaki, ya que ella había estado presente en todas las muertes hasta el momento, pero la muerte de Minako demostró que esa idea era incorrecta. Capítulo 4 The Manor Pasaron varios meses y ningún compañero más había muerto hasta la fecha. Me sentía aliviado, pero aun así tenía un mal presentimiento con respecto a la excursión que haríamos la semana siguiente. [Días después] Misaki y yo estábamos caminando hacia nuestros respectivos hogares después de un largo día en el instituto. —¿Crees que lo de la maldición es algo real? Es decir, ¿no puede haber sido simplemente casualidad? — Pregunté tranquilo. —No, no puede ser casualidad. ¿No te parecen extrañas las muertes de nuestros compañeros y de señor Watari? —respondió ella dejándome helado. —Sí... Pero si se tratase de una maldición, ¿quién la tiene? —Pregunté de nuevo, intentando encontrar una respuesta lógica a todo eso. —Yo no diría quién la tiene, sino qué la tiene. Pasé la noche pensando en lo que dijo Misaki aquella tarde. La verdad es que todo empezaba a cobrar cierto sen-

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tido en mi mente, como si dos piezas de puzle si hubieran unido. [...] Esa misma noche preparé todas mis cosas para emprender camino a la excursión de dos semanas en “The Manor”, una casa rural a las afueras de Osaka. [Al día siguiente] Estábamos llegando a aquel lugar donde pasaríamos las noches durante la excursión. Veíamos un edificio grisáceo gigantesco, y realmente pensé que eso no era lo que nosotros esperábamos. Cuando bajamos del autobús, me acerqué a la puerta de entrada y en letras doradas sobre una placa plateada había escrito: "Psiquiátrico Asagi, Osaka". Capítulo 5 Going down Me quedé helado al leer aquella placa. ¿De qué iba todo eso? ¿Estaban experimentando con nosotros? Miles de preguntas recorrían mi mente, mientras que mis compañeros entraban con entusiasmo a la parcela del lugar. Aquel sitio era enorme, tenía un edificio de cuatro plantas y un jardín inmenso, pero no me gustaba nada la idea de que fuera un hospital mental. Hiro y yo compartíamos habitación y cuando estábamos deshaciendo el equipaje escuchamos un fuerte estruendo que provenía de la habitación contigua. Nos apre-

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suramos a salir del cuarto para ir al de al lado a ver qué había ocurrido. Cuando entramos, mis ojos no podían creer la escena que estaban viendo. Iwaizumi estaba tirado en el suelo sobre un charco de sangre y, cuando subí la vista a su cabeza, una pantalla de ordenador fue lo que encontré. Al parecer esta había caído sobre Iwaizumi desde el altillo del armario. Kou, su compañera de habitación, lloraba desconsoladamente en una esquina mientras que Hiro llamaba a los profesores. La situación empeoraba por momentos. Cada vez moría más gente, todo el mundo estaba asustado y rezaba por no ser el siguiente en morir, pero seguramente sus plegarias no serían escuchadas. Tenía miedo, no sabía cómo reaccionar ante una situación como esa, pero seguía pensando en lo que me dijo Misaki de la maldición en la clase 3F. Quizás haya sido casualidad, pero es extraño que todas o la gran mayoría de las personas que han pasado por esa aula hayan muerto. Después de pensarlo durante un tiempo llegué a la conclusión de que, si quería salir vivo de aquello, debía huir de aquel lugar costase lo que costase. Capítulo 6 End Habíamos pasado una semana y media en “The Manor” y ya habían muerto dos profesores y cinco alumnos. Tan solo quedábamos dieciocho personas vivas. Estábamos volviendo al edificio por un camino de tierra que descendía por una montaña. Llovía, y el único que llevaba paraguas era Tobio. Para nuestra sorpresa, un rayo cayó sobre su paraguas, matando a Tobio al instante. Palidecí.

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Todos nosotros empezamos a correr con desesperación a nuestro lugar de hospedaje para tomar una decisión. —Hay algo que podemos sacar en claro, este sitio no es seguro —dijo Oikawa con palabras firmes. —¿Y qué lugar es seguro? Moría gente en el instituto, fuera de él e incluso aquí. No podemos subir, estamos malditos —dijo Temari empezando a llorar. —Hey, no perdamos la esperanza, seguro qu... —Es cierto, hay una maldición —Misaki me interrumpió—. Pero no somos nosotros los que la tenemos — dijo ella. —Entonces, ¿¡quién demonios la tiene!? —preguntó Oikawa desesperado. —La clase, no solo han muerto personas de nuestro curso, mi prima también murió estando en esa aula — respondió Mei con un tono calmado. De repente, en medio de la conversación, Tanaka bajó corriendo las escaleras, se acercó a Temari y empezó a apuñalarla. De un momento a otro todo el grupo se había dispersado por todo el edificio. Estaba escondido detrás de un armario y todo estaba en silencio, pero a lo lejos podía oír los gritos de mis compañeros. Decidí salir, ya que si me quedaba ahí por mucho más tiempo posiblemente me encontrarían. Todo esto había pasado de simples muertes y asesinatos. Cuando salí de la oscura habitación en la que estaba, Haruka vino corriendo hacia mí e intentó clavarme una navaja en el estómago. Empecé a correr. Quería huir, escapar de aquel lugar para siempre, pero por mucho que me fuera de allí, aún quedaban tres días para terminar el curso, era cuestión de suerte permanecer vivo.

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[3 días después] La excursión había terminado y con ella el curso. Quedábamos únicamente seis personas de las que estábamos inicialmente: Oikawa, Kou, Kyosuke, Nagisa, Misaki y yo. La maldición era real, de eso no había duda, pero quizás podía morir en cualquier momento, ya que yo también he sido alumno de esa clase, la clase 3F.

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Gris CAYETANO BAYONA PACHECO

—¡Sal de aquí! ¡No te quiero volver a ver por aquí! ¿¡Para ti es eso robar!? No le has conseguido ni quitar el bolso a esa señora, por poco te pillan y encima vienes aquí

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con la caradura de decir que no lo has hecho porque dices que tenía poco. —Lo siento, jefe... —No me vuelvas a llamar así, fuera, ahora. Cerró la puerta tan fuerte que parecía que se iba a romper. Esa vez sí que había conseguido enfadarle, era ya la tercera vez que le habían despedido en ese mes. La primera como camarero, la segunda como trabajador en una fábrica de plástico y la tercera como ladrón para una banda callejera. Ese día el cielo estaba gris como su aspecto, con barba mal cuidada, despeinado, mal vestido y con arañazos; vamos, no el mejor modelo que lucía en su vida. Su vida, su triste vida... Caminaba con los pies arrastrándolos por el suelo, como sin ganas por la sucia calle hasta llegar a su casa. Su sucia y rota casa. Vivía en un edificio con apartamentos pequeños en alquiler, pero estaba abandonado, así que eso del alquiler no importaba. No había puertas, excepto la de la entrada, pero eso le daba igual. Ahí solo vivían él y unos cuantos vagabundos; obviamente en distintas plantas. No había tele, pero sí una nevera que enfriaba a duras penas y donde guardaba las botellas alcohólicas. Él dormía en una tira de cartón con una manta por encima. Su familia ya había muerto dos años atrás en un accidente de avión causado por un terrorista. Desde ese momento entró en una depresión. Estaba solo. No tenía a nadie. Su única opción era el suicidio, pero él no estaba preparado para eso. Aún. —Toc, toc —uno de los vagabundos estaba haciendo ese sonido como si hubiera puerta. —¿Qué quieres?

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—Mañana hemos pensado en robar en un restaurante de aquí cerca... —¡Te crees que robar es fácil! ¿¡Te crees que solo hay que entrar, pegarle y llevarte el dinero!? ¡No, no es así! ¡Un robo tiene que ser planificado con antelación; no porque sí! —No te pongas así. Solo he venido a decírtelo por si quieres unirte, nadie te obliga. Además, ni que fueras un experto en eso. Bueno, ¿te apuntas? —¿Qué restaurante? —La Groumete, o algo así; es raro el nombre. — ¿Tenéis algún instrumento para entrar o algo? —Sí, ya está todo pensado. Vienes o no. —Vale. —Mañana por la noche, yo te aviso. Ya era la hora del golpe y, como el vagabundo dijo, le avisó. La noche era larga y tenían mucho tiempo, pero no podían tardar demasiado. Entrar fue fácil, pero salir... —¡Están rodeados, salgan con las manos en alto! —¿Quién ha llamado a la policía? —A lo mejor ha saltado la alarma. —¿Cómo? ¡Si no la hemos oído! — Mira que menudo equipo. Alguien del barrio nos habrá oído y la ha llamado. —¡Repito, salgan con las manos en alto! El sonido de la sirena no se le había quitado de la mente aún y lo notaba como si siguiera sonando. Al llegar a la comisaría le quitaron todo y, tras un tiempo de papeleos y jurados, se le sentenció a siete años de cárcel... No era el primer delito que cometía. ***

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Pasaron los años y él sentía la cárcel como su casa, pero mejor. Allí tenía de todo: baños, cama de verdad, comida..., todo lo que necesitaba. Incluso ya estaba en una banda que pensaba fugarse. Pero a él no le hacía falta porque le quedaba poco para cumplir condena. Después de cumplirla entera vivió muy bien porque él estaba en una mafia y eran millonarios, hacía lo que quería sin órdenes ni pagos ni nada; menos cuando el jefe le ordenaba. Se le daba muy bien el tema de la mafia, había nacido para eso. Pero todas las cosas buenas se acaban... —¡Fuera de aquí! Estás expulsado, como alguien sepa algo de nosotros... Seré claro —sacó un cuchillo y se lo puso en el cuello—. ¿Capisci? —Sí… Era normal, se había gastado seis mil euros en apuestas. De pequeño le gustaba el ejército, y decidió apuntarse a la armada terrestre. Le fue difícil adaptarse, no tenía amigos y, por si fuera poco, era el único que no ascendía de rango. Al menos le pusieron nombre: Ron. Aunque no le gustara, era mejor que no tener. Desde que pasó el accidente de avión que mató a su familia decidió no tener nombre para no recordar esos pensamientos. Le solían llamar "eh, tú", "oye" o ni siquiera le decían nada. Él pensaba que le llamaban Ron por su adicción a las bebidas. Dos años más tarde su país entró en guerra. Le daba igual por el tema de la familia. Así que fue sin quejarse. La guerra era contra los terroristas. Todo iba bien hasta que un día mientras dormían a él y algunos de los suyos los raptaron. Y en las bases enemigas los terroristas decidieron ejecutarlos a todos menos a "Ron". Vieron algo en él que pensaron que les serviría. Le

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dieron a elegir entre unirse a ellos como terrorista o morir como sus compañeros. Eligió unirse a ellos. Allí todo le iba mejor, sus misiones las cumplía con éxito. Hasta que le propusieron una nueva. Pilotar una avión y estrellarlo lleno de personas. Le costó mucho pensárselo, pero al final aceptó. Las clases de "piloto" fueron breves, duraron apenas un mes, y meterlo en una agencia de vuelos fue pan comido para ellos. Llegó el día. El avión estaba completo de gente, con el depósito al máximo; y para qué, pensó, se va a estrellar en unas horas, se va a desperdiciar todo el depósito. Despegaron sin problemas, él era copiloto y esperó a que el piloto fuera al baño para bloquear la puerta y empezar su misión. No se sentía seguro de hacerlo, pensó que a lo mejor no era necesario acabar con la vida de tantos inocentes, pero ese momento de cordura se le pasó rápido cuando el piloto golpeó la puerta para entrar y gritaba: "ABRE ABRE ABRE", pero él no abría. Antes de acabar con eso cogió el micrófono del avión y dijo con voz temblorosa: —Hola, soy vuestro copiloto y, antes de nada, quiero decir que perdí a mi familia en un accidente de avión de esta compañía, por culpa de un terrorista. Siento mucho si no os lo merecéis, pero es la única manera de ir con ellos... Soltó el micro, que cayó al suelo. Segundos más tarde el avión caía en picado hasta estrellarse con la fría tierra sin dejar ningún superviviente, solo restos del avión y cadáveres.

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El reino de las sombras SERGIO VALERA MARTร NEZ

Nuestra historia tiene lugar en Midnia, el reino de las sombras. Este territorio tiene la particularidad de que en el firmamento siempre estรก presente la luna y las horas de luz solar son inexistentes, ademรกs de los numerosos fenรณme-

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nos que irán descubriendo los protagonistas del relato. Adentrémonos, pues, en Midnia. Eban Growth era diferente a los demás jóvenes de su edad. Ella era muy aventurera, detestaba su rutina y no se conformaba con lo normal. Los grandes jefes de cada industria intentaron meterla, como a todas las mujeres y a todos los hombres, en los diferentes trabajos básicos: minería, recolección de agua y ganadería, pero a ella no se le daba nada bien ninguno de los distintos trabajos que le propusieron, y la trataron como un caso perdido. Pero había algo en lo que sí destacaba, y eso era la caza. Su rapidez y maestría con el sable eran inauditas. A Eban le apasionaba ir de excursión por el Bosque de los Acertijos, se podía decir que era su pasatiempo favorito. Un día que estaba buscando bayas adormilantes se encontró a un grupo de personas cuya apariencia era muy diferente a la de los habitantes de los alrededores. “Qué extraño...”, pensó para sí misma. Entonces, uno de los chicos que formaban ese grupo se volteó y la observo. El susodicho era de altura media, pelo pajizo y (algo que alarmó a Eban) ojos violetas como las moras silvestres que ella solía recolectar. Esto le sorprendió porque todos los habitantes de Midnia tenían los ojos de color amarillo intenso, como la luna que descansaba sobre el sitio. Después de ese estado de shock inicial, Eban recuperó la compostura, desenfundó Arte, el sable de su difunta madre, y se puso en guardia, dispuesta a atacar. Al escuchar el filo de la espada rozar con la funda de cuero, todas las personas del grupo adoptar una posición de ataque, pero al darse cuenta de quién era la persona que quería dañarles se calmaron y guardarnos sus armas, aunque Eban no movió ni un músculo desde que inició el ataque.

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—Te estábamos esperando —dijo un hombre alto y con patillas. —¿Qué hacéis en Midnia, sucios extranjeros? —Baja esos humos, señorita. Que seas tan poderosa no te permite tratarnos como basura —le respondió una chica rubia con tirabuzones en el pelo. —Os trato como la escoria que sois, sé que apoyáis a los rebeldes. —Nosotros no apoyamos a los rebeldes —contestó el chico que vio al principio—: nosotros somos los rebeldes. A Eban se le cayó la espada de la impresión. Sabía que los rebeldes eran muy poderosos y que debía abstenerse si no quería salir malparada. Cogió su sable y dio la media vuelta, dispuesta a marcharse. —Tienes un deber que cumplir, alteza —la voz provenía de una niña pelirroja con el pelo muy largo. —¿Por qué me has llamado así? —Porque es lo que eres, además de un Astra: un híbrido entre hechicero y humano. Ella recordaba haber leído algo sobre el tema en la sección prohibida de la biblioteca del castillo. Los Astra tenía el dominio absoluto de algún elemento de la naturaleza, además de un don para manejar armas sagradas. —¿Cómo quieres que te crea? —Fíjate en la marca de tu hombro. Eban decidió hacerle caso y mirar en su marca de nacimiento, que en ese momento estaba brillando con intensidad. De repente escucho una voz cálida y paternal que le decía: “Eban, acepta tu destino. Lucha por el futuro, sana por el pasado y despierta por el presente”. Y entonces se sintió viva por primera vez.

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—Veo que has despertado —le dijo la chica rubia—, te presento a tus compañeros: el más alto es Athila, controla el agua y posee a Cea; ese chico de pelo gris es Niv, su poder es él y su arma recibe el nombre de Inverna; la niña pelirroja se llama Din, es experta en el fuego y su arma se llama Fobos; yo soy Lusamine, el rayo es mi especialidad y esta preciosidad de aquí (señala su arma) es Thoro. Espero que seamos grandes amigas, Vnea. Eban se acercó a un arroyo para observar su reflejo. Casi se cae al agua de la impresión. Su pelo era ahora a blanco como el marfil y mucho más corto, aunque sus ojos seguían siendo iguales, amarillos. *** La comitiva traspasó los límites del Bosque de los Acertijos y llegó finalmente a Nox, la ciudad vecina a la capital de Midnia. Eban recordaba todas esas historias de espíritus y nigromantes que contaban sobre este lugar. Pero nada podía estar más alejado de la realidad. Los habitantes eran agradables y buenos anfitriones, y en ese sitio encontraba la calidez que había estado ausente durante toda su vida. Llegaron a la base de la resistencia, que resultó ser una taberna. El sitio era extremadamente acogedor, las paredes de madera resguardaban a los viajeros y la amplia chimenea daba calor en los crudos días de invierno. El grupo se sentó en una de las mesas y Athila comenzó a hablar. —Vnea, te voy a contar la historia de la creación del universo y la profecía del hijo de las estrellas. » Hace miles de millones de años, cuando el universo no era más que un vasto mar de polvo y gas, dos divinida-

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des surgieron de la más recóndita oscuridad para alzarse como los nuevos dueños de todo lo existente. » Sus nombres eran Hele, portador de la luz y guardián del espacio y la materia, y Loon, que portaba la oscuridad y era guardiana del tiempo y todo lo no físico, como las emociones o los sentimientos. » Estos dos dioses crearon las bases de la humanidad, los astros, el cielo, el agua y todo lo existente. Y, no obstante, Hele era ambicioso y quería que los humanos fuesen más fuertes que sabios. Loon le hacía entrar en razón para que los seres humanos fuesen perfectos tanto física como espiritualmente. En una de esas disputas, se liberó tal cantidad de energía que se creó la humanidad sin ningún tipo de supervisión, lo que hizo que se dividiera en dos bandos: los Favo-o, que evolucionaron a los humanos de hoy en día, y los Heicke, los hechiceros. » Las dos divinidades, arrepentidas por el error que habían cometido, decidieron dejar a la humanidad, que ya estaba construyendo los cimientos de su ruinoso final, una profecía sobre el heredero del universo. Está dice así: “Cuando la humanidad esté en sus últimos momentos de gloria, un ángel caído extenderá sus alas de desdicha y sufrimiento sobre la faz de la tierra. Y, sin embargo, un soldado raso despertará restaurando el orden y creando un nuevo comienzo para el planeta” —concluyó finalmente. Eban quedó maravillada por la leyenda, sobre todo por la forma de relatar la historia que tenía Athila. —¿Y esta leyenda qué tiene que ver conmigo? — Preguntó. —Simple. Eres la hija de Loon y Hele, por lo que todo lo que te rodea te pertenece, ya que eres la heredera del universo —respondió Lusamine. —¿Cómo deducís eso?

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—Te hemos visto varias veces en sueños, aparecías luchando contra una nube negra. Y a partir de ahí empezamos a buscarte por todo el globo terrestre; aunque no éramos conscientes de que te podríamos tener muy cerca —le contestó Din. —De hecho, cuando te encontramos en el bosque habíamos realizado una parada para reponer fuerzas — añadió Niv. —No puede ser verdad... Yo... Nuestra protagonista no podía asimilar tanta información, y esto, unido al profundo cansancio debido a la larga caminata que tuvieron que hacer para llegar a Nox, hizo que Eban se desmayase. *** Horas más tarde despertó en una reducida habitación, pero que tenía el espacio suficiente para que cupiese una tina y una cama mediana. Decidió tomar un baño y bajar por la escalera que se encontraba al salir de su alcoba. Al bajar se encontró a Niv, que estaba leyendo un libro cuyo título estaba en un idioma que ella desconocía. —Te están esperando fuera —le dijo el hechicero. Eban empujó la pesada puerta de madera y salió a lo que parecía un inmenso campo de entrenamiento. —Parece que nuestra marmota ha despertado — saludó Din. —¿Estás lista para tu primer día de entrenamiento? Asintió. Realmente tenía ansias de comenzar. Durante los ejercicios que realizaron, Eban no pudo evitar fijarse en las armas sagradas que portaban sus compañeros. Athila poseía un arco, Din una maza, Lusamine, en cambio, una doble hacha y Niv, que se unió más tarde,

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una pica extensible. Desde luego su arma se quedaba algo obsoleta frente a aquellas maravillas. Y así fueron pasando los días, entrenando y descansando, hasta que en una jornada Eban observó que los demás estaban algo cabizbajos y de capa caída, y decidió preguntarles lo que ocurría. —Hemos tenido una premonición, en ella veíamos al rey de Midnia, Castelmyrian, adueñándose del universo en el día de mañana. Vnea, mañana te tendrás que enfrentar a la más profunda oscuridad y vencerla —le respondió Lusamine. Había llegado su momento, por lo que se produjo su nacimiento como Astra, consiguiendo así el poder de la luz, el don que utilizaría para vencer al mal. Al día siguiente empezaron el viaje, rumbo al castillo real de Midnia. El recorrido fue muy sencillo, no hubo ningún contratiempo. El verdadero problema llegó cuando abordaron la capital, donde legiones y legiones de soldados los estaban esperando. Niv les ayudó con una ventisca que inmovilizaba a sus enemigos, y el grupo aprovechó para entrar en palacio. Una vez dentro de la estructura, pudieron observar que el lugar estaba infestado de criaturas oscuras, pero Lusamine, Athila y Din utilizaron sus poderes para vencerlos. Finalmente llegaron a la sala del trono. Eban estaba a punto de entrar, pero antes Athila dijo algo: —¿Estás segura de que no quieres que entremos? —Sí, es mi destino. Todos se abrazaron y se despidieron de Eban, que decidió entrar a la sala. Justo en el centro se encontraba el rey tocando un órgano hecho con huesos humanos.

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—Has llegado justo a tiempo para la fiesta —dijo Castelmyrian tocando el monstruoso instrumento. —Tu reinado del terror está a punto de acabar. El monarca dejó de tocar la melodía. —Púdrete en el infierno. Una espesa cortina de humo negro cubría todo cuando, de pronto, se escuchó un rugido proveniente del rey, que se había convertido en un dragón gigantesco, el cual alzó el vuelo y empezó a lanzar llamaradas por su boca. Eban sentía el poder de los dioses fluyendo por sus venas, y se lanzó contra la bestia, dispuesta a clavarle a Arte en su corazón. Ya encima del dragón, reptó hacia su núcleo e inserto el sable en este. Una nube negra cubrió todo y simplemente desapareció, aunque lo hizo llevándose a Castelmyrian. La luz finalmente venció.

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Greysi MARÍA LAPAZ TOLEDO

Era un cálido día de primavera. Mª José estaba en casa acompañada de su mejor amiga, María. Estas estaban haciendo un trabajo que les mandó la profesora de Lengua,

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quedaban aproximadamente cinco minutos para terminarlo cuando apareció la madre de Mª José: —Cuando queráis podéis ir a merendar a la cocina— les dijo. Y las dos respondieron con un unísono “vale”. Al cabo de media hora bajaron a la cocina satisfechas del trabajo bien hecho, pero cuando se disponían a dar el primer bocado oyeron un extraño ruido que procedía del sótano. Pensaron que era el perro que estaba jugando con algo. Sin embargo, cuando se encontraron allí se fijaron en un extraño tarro de cristal con forma cilíndrica del cual salía una especie de polvo color carmesí, y tras él se hallaba una puerta del tamaño de un niño de ocho años: —¿De dónde ha salido esa puerta? —Dijo Mª José extrañada—. Aquí no había nada. Con temor y curiosidad atravesaron la minúscula puerta y se encontraron algo realmente extraordinario. Descubrieron un mundo soberbio y frente a ellas encontraron a un insólito dragón. Este inusual ser era de color naranja con rayas azules que, en vez de escupir fuego, arrojaba maravillosos arco iris, y lo mejor de todo era que se trataba de un dragón parlante. Este espécimen se presentó a las dos amigas: —Buenas tardes, bellas doncellas. Bienvenidas a mi mundo. Me llamo Chipper y me alegra mucho que hayáis venido, os estaba esperando. Las dos chicas se miraban asombradas sin dar crédito a lo que estaban viendo. —¿Quién eres tú? —Preguntó María, que apenas podía vocalizar—. ¿Dónde estamos? —No os preocupéis. No es a mí a quien debéis temer. Acompañadme y os contaré mi historia. Chipper las llevó hacia una cabaña muy humilde hecha a base de madera y piedra, les ofreció unas sillas y les

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dijo que en esa cabaña vivía una familia que se hacía respetar por su valor e inteligencia. Les contó que cuando él todavía era un huevo, un siniestro mago llamado Aravis se apoderó de la cuidad y todos los pueblerinos se convirtieron en sus esclavos. Sus padres, junto con aquella familia, desafiaron al mago. Este aceptó, pero dijo que él elegiría el desafío. La prueba consistía en que debían ir a la montaña más alta del pueblo, escalarla y coger tres elementos mágicos que allí se hallaban. Con esos tres elementos podrían hacer una poción capaz de derrotarlo. —Mis padres y los gentiles habitantes de esta casa aceptaron el reto —contaba Chipper con añoranza—. Creían que de este modo todos serían liberados — prosiguió Chipper apenado—. Cuando volvieron de la montaña con los tres elementos, mis padres y sus acompañantes se reunieron en la plaza pero, a la hora de hacer el hechizo y de intentar arrojárselo al mago, la reacción fue inesperada: en lugar de hacer que el mago desapareciera, lo único que habían conseguido era darle más poder y convertirlo en inmortal. Después soltó su risa maligna con la intención de reírse de ellos y de que se dieran cuenta de que todo el trabajo y empeño que habían puesto no había servido para nada. Pero ellos no se dieron por vencidos y pensaron que, por muchas dificultades que el mago les pusiera, ellos seguirían adelante y pondrían todo su esfuerzo en derrotarlo, tarde o temprano. Las dos amigas escuchaban con atención lo que aquel extraño personaje les estaba narrando. Aquel valiente dragón continuó su historia diciéndoles que sus padres y sus compinches idearon un ingenioso plan para acabar con el malvado Aravis. Gracias a su astucia, consiguieron que el mago acudiera a un lugar donde le había insinuado que había otros elementos que aumenta-

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rían, todavía más, su poder. Este, que no se conformaba y cada vez quería más, cayó en la trampa y se vio atrapado en un laberinto eterno del cual no podría salir nunca. —Y así fue, hasta hoy —dijo Chipper—, pues el mago ha renovado sus poderes y pronto será capaz de romper el campo de fuerza. Escapará del laberinto y volverá para sembrar el caos, por eso os hemos llamado. —¿Llamado?, preguntó María extrañada. —Sí —dijo Chipper—, pude enviar a vuestro mundo el tarro de cristal con la sustancia color carmesí para que os condujera hasta la puerta que separa nuestros mundos. Os necesitamos. —Pero... ¿Y tus padres y aquella familia? —Dijo Mª José. — Mis padres fallecieron hace dos milenios y la familia también falleció cuando se enfrentó a Aravis para atraparlo. —Y... ¿qué podemos hacer nosotras? —Preguntó Mª José. —Vosotras sois las escuderas que llegarían a nuestro mundo y lo liberarían del mal. Lo dice nuestro libro sagrado —explicó Chipper mostrándoles un enorme libro en cuya portada se encontraba el dibujo de la silueta de dos niñas. Las dos muchachas se miraron con asombro y decidieron que sería una magnífica aventura para contar en casa. Además, aquel personajillo había sido muy simpático con ellas, y ya que estaban allí... —De acuerdo —dijo María con firmeza—. Te ayudaremos. Chipper comenzó a dar saltos de alegría, con tanta energía que hacía temblar el suelo y conseguía que las

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sillas donde estaban sentadas las niñas se elevaran del mismo. —Seguidme, os haré de guía para que conozcáis mi maravilloso pueblo, Greysi. Tras haber visto todas las maravilla del lugar, Chipper les enseñó la casa donde podían alojarse y, por último, pero no menos importante, les enseñó el lugar en el que iban a entrenar para estar preparadas cuando llegase la hora de enfrentarse al tenebroso mago. Después de eso, y tras tomar una deliciosa cena que habían preparado con todo su cariño los lugareños, Chipper les dijo que descansaran, quedaba muy poco para que Aravis rompiera el campo de fuerza. Se despidió de ellas diciéndoles que descansasen porque los entrenamientos empezaban por la mañana. Así, pues, nuestras heroínas se fueron a recargar fuerzas, ya que el día siguiente sería muy movido para ellas y para Chipper. A la mañana siguiente, Chipper las recogió temprano para ir juntos al pabellón donde daría comienzo su entrenamiento. Cuando llegaron a su destino, Chipper les entregó unas armaduras para evitar lesiones. Y tras esto, se pusieron a trabajar. Después de un largo día de duro trabajo y de sufrido esfuerzo, se quitaron las armaduras y se encaminaron a la choza del unicornio mágico, el hechicero del pueblo. Allí se fabricaban todo tipo de pociones: para dormir bien, para recuperarse de los resfriados, veneno, etc. Una vez allí, el unicornio les dio un tarro muy pequeño que contenía una poderosa poción capaz de abrasar la piel de quien la tocara. —Esto solo lo llevaremos como parte del plan “B”— dijo Chipper—, por si el plan “A” fracasa. Con Aravis nunca se sabe lo que puede ocurrir.

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—Y ¿cuál es el plan “A”? —Preguntó María. —Pues el plan “A” es el siguiente —dijo Chipper con entusiasmo—: nosotros nos enfrentaremos al gran y poderoso mago, que para eso ha servido el entrenamiento de hoy. Tendremos que ser muy rápidos. Yo le distraigo volando a su alrededor y vosotras, con la espada del viejo anciano, que era un estupendo espadachín y su espada era la única capaz de matar a Aravis, tendréis que clavársela en el corazón. Es la única forma de acabar con él definitivamente. Si eso no diera resultado, pondríamos en marcha el plan “B”, es decir, yo lo rociaría con el veneno que le quemaría la piel y, luego, vosotras aprovecharíais la ocasión para clavarle la espada y poner fin a su malvado reinado —dijo Chipper orgulloso de su genial plan. Tras esto, y después de tomar los deliciosos manjares que los pueblerinos habían preparado para sus heroínas, se fueron a descansar. Intuían que el perverso Aravis no tardaría en regresar y debían estar preparados para su enfrentamiento. Sabían que el combate sería en breve, pero aquella misma noche, antes del amanecer, todos se despertaron tras escuchar un espeluznante estruendo. Nadie se atrevía a salir de su escondite. Nuestras dos valientes amigas se asomaron por la ventana. Ante sus atónitos ojos se hallaba un lóbrego cielo y en él se podía ver una horrible y descomunal criatura. Su aspecto era más siniestro que nunca, se había convertido en una horrible bestia cuyos poderes superaban a los de cualquier Dios. Nadie daba crédito a lo que estaban viendo. —¿Qué hacemos? —Decían las niñas—. Su tamaño es desmesurado.

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—Creo que no hemos entrenado lo suficiente para enfrentamos a tal monstruosidad —dijo Mª José con un hilo de voz. —¡Vamos, chicas! —Dijo Chipper animándolas mientras sobrevolaba a su alrededor—. Vosotras podéis, hemos de hacerlo por mi pueblo.  Si quieres que las dos chicas derroten al mago, ve a la página 44.  Si quieres que el vencedor sea Aravis, pasa a la página 47.

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Todos se armaron de valor. Las dos amigas se pusieron sus armaduras correspondientes y salieron a luchar contra la horrible bestia. —¡Vamos, Mª José! ¡Nosotras podemos hacerlo! — Exclamó María con arrojo. —¡Sí, vamos! ¡Acabaremos con esa alimaña! — Respondió Mª José. Cada una de las chicas se situó en un lado del terrible Aravis. Este no sabía a quién atacar primero. Si iba hacia una, la otra se acercaba para poder clavarle la espada. Si se volvía hacia esta, la otra intentaba hacer lo mismo. Fue la lucha más tediosa que se había producido nunca en la ciudad de Greysi. Los lugareños miraban atemorizados desde las rendijas de sus ventanas. Estaban muy asustados y ninguno era capaz de salir a ayudar. Tras horas de intensa lucha, Chipper pensó que lo mejor sería pasar al plan “B”. Las dos chicas estaban agotadas y temía que Aravis acabase con ellas. —¡Aravisl —Gritó con decisión—. Lucha conmigo. —¿Chipper? —Respondió el mago con asombro volviéndose hacia él y dejando a las chicas exhaustas en el suelo. ¿Cómo están tus padres? —Le dijo para ahondar en su herida. —No permitiré que vuelvas a dominar Greysi — respondió Chipper afligido. —¡Vaya, vaya! ¿Quién lo impedirá? ¿Tú? ¿Igual que lo hicieron tus padres? Ja, ja, ja... —¡No permitiré que empañes la memoria de mis padres, ni que vuelvas a reinar! En ese momento, Chipper lleno de ira y dolor, se abalanzó contra el bárbaro ser enzarzándose en una feroz pelea. Mientras, Mª José y María intentaban recuperar fuer-

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zas para poder levantarse del suelo, tras la exhausta batalla. Aravis y Chipper se enzarzaron en una lucha cuerpo a cuerpo, olvidándose de las dos muchachas. Casi sin fuerzas, Chipper logró sacar el tarro de la poción y rociar al villano. En ese momento, se armaron de valor al ver que el mago se retorcía de dolor y corrieron empuñando la mágica espada, y se la clavaron al mago directamente en el corazón. —¡Nooooooo....! —Dijo Aravis con una voz cada vez más tenue hasta que se cortó. Su enorme cuerpo quedó tendido en el suelo y fue desvaneciéndose poco a poco hasta que desapareció por completo. Toda la gente del pueblo salía de sus casas dando gritos y saltos de alegría hacia las dos jóvenes que estaban patidifusas en el suelo. —¡El mago ha desaparecido! —Gritaban unos. —¡Somos libres! —Gritaban otros. Aquella noche se celebró una gran fiesta para festejar la liberación definitiva y agradecer a sus dos valientes heroínas lo que habían hecho por ellos. —Os habéis portado como unas auténticas guerreras —dijo Chipper. —Tú nos preparaste para luchar —respondió Mª José. —Además, sin tu ayuda nunca lo habríamos conseguido —dijo María. A la mañana siguiente Chipper esperaba a las dos muchachas para llevarlas de regreso a casa. Todo el pueblo las esperaba para despedirlas. Estuvieron comiendo y bailando hasta altas horas de la madrugada.

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—Aquí tenéis vuestra casa para cuando queráis volver —dijo el unicornio mágico—, siempre seréis bien recibidas. Mª José y María se despidieron de todo el pueblo y Chipper las acompañó hasta la puerta que las haría cambiar de mundo. —Os voy a echar mucho de menos —dijo Chipper entristecido—, espero que volváis de vez en cuando a verme. —Claro que sí —dijeron las chicas. Tras darse un interminable abrazo, las chicas volvieron a casa. Una vez en la cocina, la madre de Mª José les preguntó que si habían merendado bien y las dos amigas se miraron y comenzaron a reírse.

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De pronto, pensaron que pasarían directamente al plan “B!, era imposible arrimarse a aquella bestia descomunal si antes no se le atacaba. Las dos amigas estaban temblando, jamás se habían enfrentado a algo tan monstruoso. Chipper apareció sobrevolando al mago para echarle la poción, pero este se giró con violencia y tiró la poción, la cual se derramó por el suelo. —No podrás acabar conmigo, no lo hicieron tus padres y tampoco lo harás tú —dijo Aravis con su siniestra voz—. Nadie podrá derrotarme. Chipper fue donde se encontraban las dos muchachas y les dijo: —En este poco tiempo que hemos tenido para entrenar hemos aprendido que si nos rendimos no ganaremos nunca, por eso, salgamos allí y demostremos de lo que estamos hechos. Chipper levantó el vuelo en dirección al mago, quien se volvió rápidamente arrojándole una gran bola de fuego que acabó trágicamente con su vida. Las dos amigas no se lo podían creer. María, llena de rabia y dolor, empuñó la espada y salió corriendo hacia el mago. Al ser de un tamaño muy inferior al suyo, Aravis no podía atraparla, pero tampoco la muchacha podía llegar hasta él para clavarle la espada. Mª José corrió para ayudar a su amiga, aunque no anduvo mucho porque Aravis le echó una pata por encima aplastando su cuerpo. En ese momento María quedó inmovilizada del pánico que sentía y el mago aprovechó su debilidad para acabar con su vida arrojándole un rayo infernal. —¿Alguien más se atreve a desafiarme? —Dijo Aravis.

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Los habitantes de Greysi no salieron de sus refugios. Un mutismo colectivo se adueñaba del lugar. —He aquí vuestros valientes. Quien quiera acompañarles en su descanso eterno que salga a luchar conmigo. Tras esperar unos minutos, el poderoso mago se declaró dueño y señor de todo. Y el maravilloso reino de Greysi pasó a ser el horroroso pueblo de Aravis y se convirtió en un desolado pueblo dominado por un tirano por el resto de los tiempos.

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Unas navidades de escándalo ABRAHAM GARCÍA IBÁÑEZ

Por fin es 22 de Diciembre y los alumnos del CEIP Alfonso X el Sabio de Madrid salen eufóricos de clase. En la puerta del centro, varios grupos de amigos conversan sobre qué van a hacer estas Navidades o dónde van a ir.

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Quince minutos más tarde, ya no queda ningún niño por los alrededores. Miguel Ángel, un alumno de 6º de Primaria, llega a casa de sus padres. El autobús escolar se ha retrasado un poco debido al denso tráfico de las calles. Además, el Ayuntamiento de Madrid ha cortado algunas calles céntricas y solo pueden circular las matrículas impares. Los padres de Miguel le piden que ponga la mesa porque la comida ya está lista. Después de comer, Miguel Ángel se va a su habitación a jugar al ordenador con sus amigos, y así se tira toda la tarde. Sus padres están preocupados por si tantas horas frente a una pantalla pueden ser dañinas, pero de momento no ha ocurrido nada. A la hora de la cena, se reúnen los tres en el comedor: —Tenemos una noticia para ti, Miguel. —¿Qué pasa? —Responde con interés entre bocado y bocado de su hamburguesa. —Pues... estas vacaciones nos vamos a ir a ver a tu abuela que vive en Chile. —¡Genial! —Esas fueron las palabras que utilizó para expresar justo lo contrario de lo que sentía, ya que le tenía pánico a los aviones debido a anteriores viajes, pero eso sus padres no lo sabían. —Perfecto entonces. Nos iremos el día 28 por la tarde y estaremos allí hasta el Día de Reyes. Y los días pasaron hasta el miércoles 27 por la tarde, cuando toda la familia se puso a hacer las maletas con todo lo necesario. Empezaron a coger montones innecesarios de ropa, abrigos, bufandas y demás, sin pensar que en América del Sur era verano. Y así se pasaron toda la tarde hasta que se fueron a dormir.

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A las 18:30 están en el aeropuerto, dos horas antes del vuelo, como recomiendan. Primero facturan las maletas, pasan el control de seguridad después y finalmente se sientan pegados a un ventanal, viendo cómo despegan decenas de aviones en apenas horas. Entonces la azafata abre la puerta de embarque y en segundos ya se ha formado una cola enorme para pasar. Todos parecen estar impacientes por subir al avión los primeros, pensando que el avión despegará sin ellos. Una vez dentro todos los pasajeros esperados, la puerta se cierra, las luces que indican que hay que abrocharse los cinturones se encienden y el piloto se dirige a los pasajeros: —Hola a todos, soy el comandante Pérez. Nos disponemos a despegar y el vuelo durará aproximadamente catorce horas, haciendo una previa escala en Buenos Aires. Espero que disfruten del vuelo —y después repite la misma frase en inglés, francés y chino. Van ya cuatro horas de vuelo cuando medio avión empieza a dormirse para afrontar las diez horas restantes. Pero Miguel Ángel no podía dormir y se quedaba jugando con su Nintendo. El chico estaba un poco asustado pero de momento el vuelo transcurría sin problemas. Es más, en los asientos de atrás estaban sentados un par de niños de la misma edad con los que charlaba a ratos. Pero al final cayó agotado y se durmió. Ya estaban sobrevolando América cuando el piloto anuncia que van a pasar por zonas de turbulencias y que tienen que permanecer sentados. Esta era la parte que más asustaba a Miguel, lo que causó que la cara le cambiara por completo y empezara a hiperventilar. Sin embargo, atravesaron la zona sin más incidente que los gritos de los pasajeros.

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Finalmente aterrizan en Buenos Aires, donde termina el viaje para algunos pasajeros mientras otros nuevos toman sus sitios. La parada no dura más de 1 hora y retoman las alturas llegando al aeropuerto internacional de Santiago de Chile solo dos horas después. Las maletas se demoran en salir por la cinta y todos los pasajeros, con fuertes síntomas de jet lag, se sientan cansados en los bancos de espera. La casa de la abuela está a las afueras de la ciudad. Ella es la madre de Pedro, el padre de Miguel, y se casó con un chileno, aunque ella nació en Barcelona; y se mudó con su marido a Chile, pero en unas vacaciones de verano por Málaga la mujer dio a luz, haciendo que su hijo fuese español. Pidieron un taxi en la puerta del aeropuerto una vez cogidas las maletas. Cuando llevaban un rato en el automóvil, el conductor cerró las puertas con pestillo y salió de la ciudad. Una vez en el campo, les apuntó con un arma y les robó todo el equipaje dejándolos tirados en medio de la nada. —¿Y ahora qué hacemos? Se han llevado hasta los regalos —dijo el padre. —¿Qué regalos? —Preguntó con intriga Miguel. —Ah..., pues una sorpresa que le llevábamos a la abuela —respondió la madre sin levantar sospechas en el hijo. —Bueno, no pasa nada. Ya llegarán los Reyes Magos con más regalos. —Claro que sí... Una vez en casa, la abuela María se preocupa un poco de ellos pero no más de lo necesario porque, según ella, eso es lo que le hacen a los guiris cada vez que aterrizan.

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Desgraciadamente solo vive allí la abuela, pero tienen algunos amigos con los que celebran el año nuevo, ya que María se acuesta antes de tomarse las uvas. Las vacaciones estaban siendo más aburridas de lo que esperaba Miguel, y se pasa las horas pensando en que sus amigos estarán jugando online y subiendo de nivel sin él. Pero la mayor decepción llega el día 5 por la noche, cuando ve que la gente hace su vida normal y no hay cabalgata de Reyes. Y es que en América del Sur se celebra la llegada de Santa Claus y la única familia que parece tener todo preparado para los Reyes es la de Miguel. El niño se va a la cama con la ilusión de cualquier niño esa noche pero un poco desanimado, ya que en España se pasan mucho mejor las navidades, aunque la cabalgata de Reyes de Madrid era un poco cutre. Pese a todo esto, llega la mañana y sale al salón en busca de los regalos, pero sólo encuentra tres cajas envueltas bajo el árbol. Y estos son los regalos que compró la abuela porque los que traían los padres habían sido robados. Él abre su único regalo, que resulta ser un videojuego. Cualquier niño en el mundo estaría decepcionado pero Miguel no se emocionó con el regalo sino que descubrió algo mejor: que estar con los seres queridos es el mayor regalo posible y que no hace falta ningún bien material para conseguir la felicidad, aunque ayuda. Finalmente se volvieron a España, donde retomaron sus rutinas y vivieron cómodamente.

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Noctem SALMA MAESTRE AITNACEUR

La luz comenzaba a desvanecerse del cielo mientras lentamente la oscuridad de la noche asolaba todo a su paso. La noche empezaba a hacer su aterradora apari-

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ción y eso quería decir solo una cosa después del incidente: era hora de encerrarse. Amanda tomó en sus manos las gruesas cadenas y candados de la sala de herramientas, empezando a trabar puerta por puerta. Hacía pocos días que había llegado a aquella casa, cansada de escapar y de esconderse por las noches cuando todo cambiaba por completo… Una cierta pero vaga tranquilidad abordó su cuerpo al encontrar en esa casa un gran arsenal de herramientas y toda clase de metales; tal vez antes del incidente el morador de aquella casa había sido herrero o algo por el estilo. El manojo de llaves sonaba al son del silencio de aquel atardecer, quedaba al menos una hora de luz antes que la oscuridad de la noche llegase con aquellas… Tiiiiiiii … La olla empezó a silbar en la cocina. Amanda aseguró la última puerta y ya podía saborear aquella comida caliente que hacía tanto tiempo no probaba, aunque ratones hervidos no eran precisamente exquisitos pero era lo único encontró, solo agradeció que hubiera fuego en aquella casa. Con la rata empalada y ya hervida empezó a dar los primeros mordiscos y eso le remontó directamente a su infancia, cuando su madre después de arduos días de trabajo le preparaba deliciosas comidas que, como buena niña caprichosa que era, rechazaba. —Si me vieras ahora, mamá… —Dijo entre dientes, mientras luchaba con esa carne insípida. La luz del día ya se había apagado completamente y con la noche aullidos y gritos llegaban al oído de Amanda mientras se duchaba y lavaba el pelo, sucio de varias semanas.

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Los ruidos provenientes de afuera eran de dolor, de terror, de ayuda… Esas bestias arrasaban todo a su paso, pensó Amanda, y con la escopeta en mano sentada frente a la entrada principal apuntó hacia ella esperando que intentasen entrar, aunque sabía que si lo lograban no tendría oportunidad con esas cosas ni con todo el armamento del mundo. —Mamá, no ha sido tu culpa. —Toby, perdón, disparé, te juro que disparé pero nada los detiene, hijo, perdón. —Ya lo sé, mamá, ahora tienes que seguir adelante, despierta, despierta, despierta… Los arañazos en la puerta despertaron a Amanda del sueño, ni siquiera se dio cuenta de en qué momento se durmió, pero esas cosas ya estaban detrás de la puerta golpeándola con furia, oliendo a Amanda, oliendo a su próxima víctima. La puerta tensaba con furia las cadenas, garras entraban y salían por las hendiduras de la puerta cada vez que esta cedía un poco. Era la última vez , la última vez que Amanda escaparía, su lucha había terminado, ya estaba cansada de huir, de luchar con las bestias, de recorrer ciudades repletas de gente muerta devorada y convertida en más y más bestias que destruían todo su paso, cansada de estar sola. La cadena se rompió en pedazos, las bestias atravesaron la puerta y se abalanzaron hambrientas hacia ella. Amanda, con una sonrisa placentera de alivio, apuntó su rifle a su boca… —Nunca seré uno de vosotros. ¡PUM!

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Un pequeño desliz y sus consecuencias ANTONIO GUEVARA SÁNCHEZ

Capítulo 1: Agua para caídas Había una vez, en un pueblo llamado El Palmar, una chica un tanto alta, similar a las demás chicas en aparien-

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cia pero diferente en personalidad. Era una niña con un gusto un tanto peculiar, le gustaban los chicos altos, fuertes, rubios y de ojos azules, un estilo parecido al de Antonio. Un día, casualmente el 1 de enero, día de año nuevo, María sufrió un accidente mientras paseaba a su perra Lluvia por las calles de su pueblo cerca de un parque y se lesionó el esternocleidomastoideo por la tremenda caída, causada por la falta de atención y las escaleras de un parque mojadas, efecto de la lluvia sumadas a que sus Converse habían perdido adherencia por el transcurso del tiempo y por su uso compulsivo. Un chico que pasaba por allí llamado Antonio, que iba a visitar a unos familiares, escuchó varios ladridos provenientes de un perro, se acercó y pudo apreciar la silueta de una chica de mediana altura, algo menos de 1’80, medio inconsciente y algo aturdida por la fuerte caída desde la cima de esos veinticuatro escalones. Antonio la cogió en brazos, el chucho se aferraba con sus pequeños colmillos a su pantalón en un intento de defender a su dueña, ella no tenía ni la menor idea de que estaban tratando de ayudarla, la introdujo en su Porsche 911 como pudo, le ajustó el cinturón, montó también a la Yorkshire sobre el regazo de su dueña y se puso dirección al hospital más cercano. Como él no disponía de ningún número de teléfono ni ninguna dirección, no podía contactar con nadie relacionado con esa chica que hasta ese mismo instante había sido una desconocida para él. Lo único que podía hacer era esperar a que despertase y, así, que le proporcionase algún tipo de información para avisar aunque fuera a algún amigo o conocido. Viendo que no se levantaba de su profundo sueño, Antonio se tendió sobre una butaca que estaba situada a la

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derecha de la desconocida, se puso en contacto con sus familiares para contarles lo ocurrido y al finalizar la llamada lo único que podía hacer era preguntarse a sí mismo: ¿Por qué diablos me pasa esto a mí?, ¿de quién se tratará?, ¿cuánto tiempo he de estar esperando para que recobre el sentido? Transcurrió una semana hasta que María abrió los ojos, Antonio había sido su huésped junto a Lluvia durante todos esos días sin dejarla sola casi ni un instante, si a él le hubiera pasado le habría gustado que alguien se hubiera preocupado de la misma forma que él lo hizo para que, cuando despertase, le explicasen todo lo que había pasado hasta ese momento y así darle algún tipo de información para que no llegase a conclusiones que la dejasen más confusa de lo que pudiera estar al verse en esa habitación de unos diez metros cuadrados. Las primeras palabras de la chica al ver el panorama en el que se encontraba fueron: —¿Te conozco? A lo que Antonio respondió: —Deberías estar preguntándote cómo has llegado aquí o si puedes contactar a algún familiar, no que quién soy. Te encontré en el pie de unas escaleras cerca de un parque en El Palmar, estabas inconsciente y ese perro estaba junto a ti, me llamó la atención al ladrar tan fuerte y frecuentemente y me acerqué a ver qué sucedía. Ah, mi nombre es Antonio —Sonrió mientras miraba su precioso rostro. — Uy, mi nombre es A…, A..., y ella es ... —Adelaida, África, Ainoha, Amalia, Alicia, Anaís, María... —Trataba de adivinar su nombre al borde de la desesperación.

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—¡Sí! Me llamó María —asintió mientras saltaba de la cama, parecía que se había recuperado al cien por cien—. Mi perra se llama... —Antonio se acercó a la chapa que sostenía su collar y pudo descifrar el grabado que portaba: "Lluvia"—. Lo siento, ahora mismo no recuerdo nada que nos pueda ayudar, si de algún modo me acercaras al lugar donde nos encontraste, quizás te pueda proporcionar alguna pista que nos lleve a averiguar algo más sobre mí. —La chapa tiene la palabra "Lluvia" grabada, imagino que será su nombre. Lluvia ladró de forma que parecía entenderlo y afirmando lo dicho mientras se acurrucaba sobre las piernas de su dueña, la única señal de vida que había oído por parte de María eran las pulsaciones que indicaba el oxímetro de pulso situado en su dedo índice. —En efecto, se llama Lluvia, pero no recuerdo nada más lejos de su nombre y el mío, como ya te he dicho, cuando me den el alta y pueda salir de aquí, al regresar al lugar donde me encontraste, cabe la posibilidad de averiguar algo más sobre mí —propuso María. —Eso tendrá que ser mañana, es muy tarde, tienes que descansar y rezar para que mañana te den permiso para salir de aquí, debes aparentar estar en condiciones. Eran las 12 a.m., la mañana lucía un rostro como ningún día atrás, María se había levantado mejor que nunca y no presentaba ningún signo de alguna caída como hacía una semana, el médico irrumpió en la sala y le comentó a la chica: —¿Qué tal la paciente? —Buenos días, doctor, creo que ya estoy en condiciones de volver a casa, me siento perfectamente y puedo

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andar por mí misma, estoy deseando volver a mi vida normal. —Ya veo que te puedes desenvolver por tus medios, voy a comentarle a la enfermera que te proporcione el alta esta misma tarde, hoy mismo estás en casa. Capítulo 2: La Hora de la Verdad Lo prometido es deuda, a las 8 p.m. le concedieron el alta y salieron de lo que había sido su casa durante esos siete días, los dos sintieron un alivio al abandonar ese edificio lleno de gente que presentaba alguna lesión o padecía alguna enfermedad y en el que se respiraba un aire tan siniestro. De camino a la salida, se pararon en la cafetería del hospital a tomarse un aperitivo, Antonio pidió un cortado y María un vaso de leche con Cola-Cao acompañado de una tostada de atún y tomate. Nada más salir de la cafetería se dirigieron al coche de Antonio, Lluvia tenía que ir de nuevo en el regazo de su dueña, ya que el coche era biplaza. Nada más llegar a la zona del accidente, la chica echó un vistazo al paisaje donde, por más que intentaba recordar algún nombre o número de teléfono, su mente había perdido la capacidad de recordar, el duro golpe contra el asfalto le había pasado factura. Se paseaban de un lado a otro en incluso subieron las escaleras dos o tres veces. —¡Ya me acuerdo! —Gritó María de pronto—. Vivo en la Calle de los Robles n°6 en este mismo pueblo. Antonio introdujo la dirección en el GPS de su Porsche y se puso en marcha. Al llegar a la ubicación, tocaron al timbre y salió su madre. Su cara de alivio lo decía todo, había pasado demasiados días fuera de casa sin haber dado alguna señal de su existencia. Se limitó a decir en un tono

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más alto del que debía, pues los tenía a un metro escaso de ella: —¿¡Dónde has estado todos estos días!? — No te lo vas a creer, mamá —dijo María tratando de calmarla un poco—. Este chico me ha estado cuidando en el hospital tras hallarme en el suelo inconsciente, me caí en el parque que hay cerca de aquí, por donde suelo sacar de paseo a Lluvia. Antonio empezó a explicarle todo lo que había pasado pero no le creyó hasta ver los papeles del hospital, donde se indicaba claramente que le habían dado el alta ese mismo día, el 9 de Enero. La madre de María le invitó a cenar a modo de agradecimiento, Antonio no se pudo resistir a ese pastel de carne murciano tan suculento y con tan buen aroma hecho minutos antes de su llegada, no podía rechazarlo de ninguna manera. Durante la cena, María no paraba de mirar a Antonio, sentía algo por él después de enterarse de todo lo que había hecho por ella y Antonio había sufrido un "flechazo" a primera vista, ese instante en que apartó el pelo de su rostro y la tuvo tan cerca hacía apenas una semana hizo que se activase en su interior algún mecanismo de defensa y protección hacia ella y un sentimiento que no había interpretado antes. Él sabía que no iba a poder estar sin su presencia al abandonar la casa. La madre de María salió un momento de la cocina y, con la excusa de levantarse a por un poco de sal para echarle a su pastel de carne, se acercó a ella y... ocurrió lo inevitable. Antonio hizo caso a su instinto y cada vez iba acercándose más y más a María. Ella, en un intento de apartarse por la vergüenza que le provocaría la entrada de su madre a la cocina, pues no sabía el tiempo que iba a estar fuera de la sala, giró la cara y Antonio, al ver ese

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gesto de desprecio, pronunció unas palabras que no se le iban a olvidar a la chica en su vida: Nunca antes había sentido algo tan profundo por una chica, ninguna de mis parejas me han hecho pensar que no había nada más aparte de ellas mismas. Desde aquel día en que te vi, supe que mi vida no iba a poder prescindir de ti. Ese rostro tan bello que tienes, la experiencia que ha supuesto esto para mí, el cuidarte todos estos días y casi ni salir del hospital esperando a que despertases, me han hecho débil a tu ausencia. —Yo también siento algo por ti, te tengo que confesar que nunca nadie había hecho un acto por mí como al que tú te has dedicado durante estos días, cuando abrí los ojos, te vi y me lo explicaste todo, supe que harías lo que fuera por mí y eso me hace sentir especial. Tras esas palabras recitadas por ambos, no les importó que la madre de María entrase, se querían y los dos tenían ganas de besarse mutuamente, conocerse más a fondo y compartir su tiempo juntos. Al terminar la cena, siguieron en contacto y quedaban siempre que podían. Actualmente siguen como pareja y sacan de paseo a Lluvia, que ya no muerde a Antonio, al contrario, se pone muy contenta cuando lo ve, parece que pueda interpretar de alguna forma lo que hizo por su dueña. Para celebrar el cumpleaños de María, que fue el 5 de Enero, Antonio le regaló un cepillo de dientes rosa, un frasco de colonia Chanel N°5 y su presencia, lo esencial en una relación.

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El poder de la amistad JESÚS LAPAZ TOLEDO

Era una mañana muy fría y comenzaban a caer los primeros copos de nieve. Juan tenía doce años y vivía en un cortijo de la zona más fría de Andalucía. Como cada

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mañana, Juan recorría a pie los tres kilómetros que separaban su casa del pueblo más cercano donde se encontraba el colegio. Allí acudía cada día con su hermanita de siete años, Sara, y con Ana, su madre. Juan pertenecía a una familia muy humilde. Su madre limpiaba en varias casas del pueblo mientras ellos permanecían en el colegio. Su padre, Francisco, y su abuelo, Juan, trabajaban en el campo desde antes del amanecer hasta ponerse el sol. No tenían dinero ni grandes lujos, pero era una familia muy unida y feliz a pesar de las dificultades. Era el último día de colegio antes de las vacaciones de Navidad y todos los niños estaban muy alborotados diciendo lo que iban a pedir de regalo para esas fechas. Óscar se acercó corriendo a Juan en cuanto le vio llegar. Era su mejor amigo, a pesar de que la situación familiar de los dos muchachos era muy diferente. Como cada mañana, Juan, recorría a pie los tres kilómetros que los separaban. Óscar era el único hijo del alcalde del pueblo y, aunque todos los niños querían ser amigos suyos, era con Juan con el que mejor se lo pasaba. De camino a clase le iba contando todo lo que se iba a pedir para Navidad: —Me voy a pedir una tablet, la Play 4 y un superiPhone 7 —dijo Óscar muy ilusionado. —Pues yo me pediré una mochila con ruedas —dijo Juan—, estoy cansado de caminar todos los días con tanto peso en la espalda. —¿Solo te vas a pedir eso? —Dijo Óscar asombrado—. Bueno, no te preocupes, sabes que siempre puedes venir a mi casa a jugar. Sonó el timbre de la primera clase y Don Ignacio ya estaba esperándolos en la puerta de clase. La mañana se les hizo muy larga, y por fin sonó la sirena. ¡Comenzaban las ansiadas vacaciones!

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La madre de Juan esperaba a sus hijos en la puerta del colegio para regresar a casa: —¡Mamá, Óscar me ha dicho que para Navidad se va a pedir una tablet, una Play 4 y un superiPhone 7! —¿No crees que eso es demasiada tecnología, hijo? —Dijo Ana sonriendo. —Bueno... A lo mejor tienes razón, pero a Óscar siempre le regalan todo lo que pide. —Y tú, ¿qué te vas a pedir? —Sería una tontería pedirme nada de eso ya que en casa no podría utilizarlo, así que he pensado que sería mejor para mí pedir una mochila con ruedas. Estoy cansado de llevar los libros en la espalda, pesan mucho. —Sabia decisión, hijo —dijo su madre. Y siguieron todo el camino de vuelta a casa escuchando la interminable lista de juguetes que Sara iba a pedir por Navidad. Después de comer y una vez que Juan acabó los deberes, se fue corriendo para ayudar a su padre y a su abuelo en las tareas del campo. Siempre iba a echarles una mano y después, si no era muy tarde, intentaba pasar un rato por la casa de su amigo Óscar a jugar con él. Ese era su día a día. Durante las vacaciones de Navidad, Juan ayudaba en el campo todas las mañanas, ya que no tenía que ir al colegio, y por la tarde su abuelo le decía que se marchase a jugar con su amigo, eso se lo decía sin que su padre se diera cuenta. Por fin llegó la ansiada mañana de abrir los regalos. Sara estaba como loca con su bebé que lloraba si le quitaba el chupete. Solo tenía ese regalo, pero ella estaba muy contenta y era como si le hubiesen regalado la interminable lista de juguetes que había escrito. Juan también estaba muy emocionado al ver que, por fin, tenía su esperada

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mochila con ruedas y no tendría que cargar con los libros a la espalda durante el camino del colegio. El primer día de clase, después de las cortas vacaciones, Óscar esperaba, como siempre, a que Juan llegase para entrar juntos a clase. Siempre había un corro de niños a su alrededor diciéndole que cuándo podían ir a su casa a jugar. Pero Óscar sabía que la mayoría solo quería estar con él para poder jugar con todo lo que tenía en casa y por eso no les hacía caso y solo miraba por encima de ellos esperando ver a su verdadero amigo. El curso acabó. Óscar y Juan sacaron excelentes notas y hacían planes de lo bien que lo pasarían durante las vacaciones de verano, sin saber, que no serían tan perfectas como ellos esperaban. El primer día de vacaciones no pudieron jugar porque Óscar no se encontraba bien, se sentía muy cansado y no tenía fuerzas para levantarse de la cama. Juan acudía cada día a casa de su amigo y le acompañaba en su cuarto, ya que este no se podía levantar. Durante todo el verano varios médicos visitaron a Óscar para intentar averiguar lo que le pasaba, hasta que a finales de agosto un joven médico recién llegado a la ciudad les comunicó a los padres del muchacho que su enfermedad era causada por un extraño virus contra el que no se conocía ninguna cura. Lamentablemente, se trataba de una terrible enfermedad que acabaría con su vida en un par de años. Aquella noticia fue terrible para Juan, quien iba todos los días a visitar a su amigo, aunque no siempre podía verlo, ya que muchas veces se encontraba tan mal que no quería que nadie lo viese. Esos días Juan volvía a casa llorando y su abuelo se lo llevaba al campo y le dejaba montar en el tractor para animarlo.

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Acabado el verano, volvieron a comenzar las clases. Óscar faltaba muchos días al colegio a causa de su enfermedad, pero Juan, su leal compañero, siempre le llevaba puntual los deberes y así aprovechaba para poder verlo. Pasó un año. Comenzaban tercero de la ESO. Óscar cada vez asistía menos a clase. Todos hablaban de que Óscar estaba muy mal, algunos decían que iba a morir, otros que no... —¡No va a morir! —Dijo Juan a punto de llorar. En ese instante Juan se fue corriendo a su casa. —¿Qué haces en casa a estas horas? —Preguntó su madre. El muchacho apenas podía hablar. Su madre lo abrazó y trató de consolarlo: —No hagas caso a las habladurías, hijo. Eres un buen chico, sé fuerte y sigue visitando a Óscar, estoy segura de que eso le sienta mejor que cualquier medicina. Juan se secó las lágrimas, puso su mejor sonrisa y fue, como cada día, a ver a su amigo. Y pasó otro año. Juan acababa cuarto de la ESO y Óscar hacía ya muchos meses que no aparecía por el colegio. Una maravillosa tarde de primavera Juan acudía a casa de su amigo, llamó al timbre y le abrió una desconsolada criada: —Hola, jovencito —dijo la mujer entre sollozos—, hoy no podrás ver a tu amigo, hijo, ni hoy ni mañana, lo siento mucho. —¡Nooooo! —Gritaba Juan mientras corría desconsolado a casa. Su madre lo estaba esperando en la puerta porque se había enterado de la trágica noticia. —Juan, tienes que ser fuerte, Óscar no querría verte así —le dijo su madre intentando contener las lágrimas—.

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Piensa que está en un sitio mejor donde ya no tendrá más sufrimientos ni dolores. A pesar de las palabras de Ana, Juan no podía dejar de pensar que ya no vería más a su amigo. Al día siguiente un radiante sol como nunca se había visto iluminaba la iglesia donde se celebraba el funeral de Óscar. Todo el pueblo estaba allí, sus profesores, sus compañeros y su inseparable amigo Juan, que se encontraba en el peor día de su vida. Durante la siguiente semana Juan se encontraba muy deprimido, no quería acudir al colegio y mucho menos pasar por la casa de Óscar. De repente, una tarde decidió pasar por la casa de su amigo, pensó que quizá a los padres de Óscar les alegraría verlo. Llamó al timbre y le abrió la dulce Carmen, la criada: —Hola, Juan, cuánto tiempo sin verte, ¿cómo estás, hijo? —Hola, Carmen, venía a ver a los padres de Óscar. —Lo siento mucho, cariño, pero hace dos días que se fueron. Se han mudado a Madrid donde viven unos parientes. No podían quedarse aquí con tantos recuerdos. Yo estoy terminando de recogerlo todo y en un par de días me mudo con ellos. Pero me dejaron esta carta para ti. Juan se despidió de la mujer y volvió corriendo a su cuarto para leer la carta: Querido Juan: Sabíamos que volverías por aquí. Eres un niño muy especial. Queríamos darte las gracias por haber sido tan buen amigo de nuestro hijo. Su enfermedad fue dura, pero tú siempre conseguías que se olvidase de todo el tiempo que pasabas con él. Su cara se le iluminaba cuando se acercaba la hora de tu llegada. Siempre te estaremos

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muy agradecidos. No te olvides nunca de la amistad que tuvisteis. Sigue siendo así de bueno. Muchos besos.

Las lágrimas caían por sus mejillas, se quedó pensativo, ese año se graduaba en la ESO y no sabía qué hacer después. Entonces decidió que seguiría estudiando. Sería médico y buscaría una solución para acabar con el virus que se llevó a su amigo. Aquella tarde, cuando toda su familia se encontraba en casa, les dijo lo que quería hacer. —Me parece una buena decisión —le dijo su padre—, pero tendrás que esforzarte mucho para conseguirlo. Nosotros intentaremos hacer todo lo posible para ayudarte en tus estudios. Su madre no dijo nada, pero derramó unas lágrimas de orgullo al ver el buen corazón que tenía su hijo. Juan se esforzó mucho por alcanzar su meta. Acabó bachillerato y se trasladó a una ciudad que se encontraba a cincuenta kilómetros de su casa para poder ir a la universidad. Por las tardes trabajaba en una tienda de deportes para ganar dinero y ayudar a sus padres con los gastos. Se graduó en Medicina con matrícula de honor y se dedicó a la investigación. Descubrió tratamientos para la cura de algunas enfermedades, entre ellas el virus que se llevó a su amigo. Creó una vacuna llamada Clementon, el apellido de Óscar.

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El secreto del director FRANCISCO LAX VALVERDE

Érase una vez un pueblo muy pero que muy lejano llamado Pantanos donde vivía un chico cuyo nombre era Juan.

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El chico iba todos los días al instituto, aunque estaba tan lejos de su casa que tenía que recurrir al autobús para llegar al centro. El autobús era de color rojo, estaba un poco destartalado y su conductor era algo misterioso, ya que tenía una brecha en la cabeza y un parche en el ojo. Al ser el trayecto que tenía que recorrer diariamente tan largo, a Juan le daba tiempo a fijarse en esos detalles. Juan en ese colegio tenía un montón de amigos, como Carlos, Alex, Rafa... Y un enemigo: Igor, este siempre se metía con todos los niños, a diario y a todas horas. En el colegio le pusieron el mote de Igor el Terrible. Era un enigma cómo lo hacía Igor el Terrible para que los profesores no le castigasen. Decían que la escuela estaba maldita o algo así, porque si te castigaban te llevaban a una sala y allí había un espíritu que te borraba la memoria después de unos días encerrado y solo te daban un muslito de pollo para comer y otro para cenar. El instituto de Juan comenzaba a las 8:00 y terminaba a las 14:00. Cuando terminaban las clases, Juan se iba a su casa en el destartalado autobús, para comer y hacer sus deberes. Juan era un chico aplicado, le gustaba hacer los deberes pronto para poder ir al parque a jugar con sus amigos. El parque se encontraba cerca de su casa, este era muy grande, con toboganes, columpios, una pista deportiva, y una grandiosa zona de picnic. Alrededor, preciosas y admirables flores de colores que daban vida y alegría al entorno. A los niños del pueblo les gustaba jugar al escondite y al pilla-pilla, aunque el juego favorito de Juan y sus amigos era el fútbol. Allí se pasaban volando las horas. Después de esto, Juan volvía a su casa y ayudaba a su madre a las tareas de la casa y, como vivía cerca del mar, se iba con su padre las tardes que hacía buen tiempo a pescar

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para poder cenar pescado fresco. El horizonte al atardecer era majestuoso y con el reflejo del agua lo era aún más. A Juan le gustaba pasar los atardeceres con su padre pescando. Le encantaba las historias que le contaba su padre acerca de las leyendas del pueblo y de aventuras de los piratas de las islas cercanas. Un día pillaron a Juan y a Carlos cuando estaban saltando la valla del instituto, ya que Igor les había obligado a realizar esa fechoría, porque de no hacerlo le iba a decir a su padre, el director, que se habían metido con él. Como castigo, llevaron a los dos niños a una sala que estaba apenas iluminada con la luz de una vela. Pasaron todo el día solos, con frío, sin apenas comida y con mucho miedo por lo que les pudiera pasar. Era una sala horrible. Antes del anochecer, Carlos, que estaba aterrado por lo que les pudiera pasar por la noche, se puso a reconocer la habitación dando vueltas y vueltas sin parar… Juan le pidió que parase, pues le estaba poniendo nervioso... Entonces Carlos se puso a buscar entre las paredes algo que les ayudase a salir de allí. Las paredes eran de piedra y muy antiguas, buscaba alguna grieta o alguna piedra que estuviera suelta en la pared..., lo hacía a tientas, palpando la pared y ¡¡eureka!! Encontró una piedra que no estaba bien encajada, llamó susurrando a Juan para que trajese la vela e iluminara la piedra, trasteó con ella y la sacó de su sitio. Juan acercó más la vela y resultó que había una especie de mecanismo detrás del hueco de la piedra. Lo empujó y se abrió una pequeña puertecita, que daba acceso directo a una cámara pequeña con mucha humedad que apenas tenía luz. Los niños al entrar en la cámara escucharon un eco, como cuando el agua del mar llega a la orilla, a pocos metros vieron que había un lago que parecía no tener fin, a la derecha había unas grandes rocas iluminadas

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por el reflejo del agua, pero no veían la luz del sol. Pensaron que esa era su única salida. Estaban a punto de recibir la cena y decidieron cerrar la puerta para que no descubrieran el pasadizo que habían encontrado. Los chicos se quedaron en el pasadizo, pensando en lo que podrían hacer después. Juan le dijo a Carlos de acercarse al agua, cuando llegaron se encontraron una gran bolsa oscura entre las rocas, miraron y en su interior se encontraron tres trajes de buzo con un par de gafas de buceo, y detrás de la bolsa tres bombonas pequeñas de oxígeno. La cocinera que era la encargada de traerles la poca comida que les correspondía por el castigo, les trajo la cena y no vio a nadie en aquel cuchitril, se impactó de no ver a los chicos, tanto que se le resbaló la bandeja de las manos y fue corriendo al despacho del director para contarle lo sucedido. Los chicos escucharon el sonido de la bandeja al caer y aprovecharon para recoger su ridícula cena. Los dos estaban hambrientos. Una vez se hubieron comido aquella cena de pobres, dieron una vuelta por la habitación a ver si encontraban algo que les fuera de utilidad, al no encontrar nada decidieron volver a la cueva. Sacaron los trajes de buzo para intentar ponérselos solos. Decidieron que lo mejor era aventurarse a ver lo que había en el fondo del lago, ya que era la única salida posible de aquel lugar tenebroso donde se encontraban. Se pusieron los trajes como pudieron y se adentraron en la enigmática y fría agua. No veían nada porque estaba muy oscuro; además, el agua estaba verde de la basura de los restos de comidas que hacían en la cocina del instituto. Como no se veía nada, encendieron unas linternitas que llevaban los trajes de buzo. A lo lejos se vislumbraba una

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estructura borrosa y Juan le señaló a Carlos para que se acercaran a ver lo que era. Cada vez se visualizaba más cerca la estructura, en ese momento Carlos recibió un golpe en la pierna. Miro hacia atrás y era Juan que le hacía gestos como de socorro, porque se quedaba sin oxígeno. Carlos vio el problema: ¡Había una fuga de oxígeno en la bombona! Y para ayudarlo intentó tapar la grieta con un alga que estaba flotando pero no lo consiguió. Juan cada vez se ponía más nervioso por no tener el oxígeno suficiente para respirar. Carlos intentó tranquilizarlo pero Juan cada vez se ponía más pálido. Carlos se quitó su boquilla y se la acercó, por lo que pudo coger oxígeno. Le levantó a Carlos el dedo pulgar en señal de agradecimiento. Los dos se dieron más prisa para llegar a la luz, pues era evidente que en poco tiempo se quedarían sin oxígeno. Llegaron a la estructura, Juan le señaló a Carlos por dónde deberían pasar… Vio una pequeña puerta entreabierta... Carlos le hizo un gesto extraño a Juan y este intuyó que le decía que ya no les quedaba oxígeno en la bombona. Se pusieron algo nerviosos, pues no sabían qué se podrían encontrar detrás de la puerta. Los dos se precipitaron a intentar abrirla, pero no lo lograron, estaba atascada… Pasaron por el poco espacio que había, y los dos miraron hacia donde se dirigían las pequeñas burbujas que salían por sus narices. Eso significaba que tenían que ir hacia arriba para intentar conseguir oxígeno. Cada vez se veía más claridad, hasta que llegaron a un habitáculo. Los chicos, al sacar la cabeza del agua, empezaron a toser e intentaban respirar a la vez, pues llegaron sin apenas oxígeno en sus pulmones. Cuando consiguieron restablecer su respiración, miraron a su alrededor y vieron un gran habitáculo donde se encontraban unos extraños objetos... Los

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dos salieron del agua y empezaron a mirar minuciosamente la habitación. —Juan, ¿dónde estamos? —Preguntó Carlos. —No lo sé, Carlos. —¿Pero este sitio qué es? —Le dijo Carlos. —Vamos a ver qué es lo que nos encontramos por aquí..., pero con mucho cuidado. ¡Juan, mira! —Exclamó Carlos. Los dos chicos se dirigieron hacia un pequeño pasillo que terminaba en una escalera de caracol, y se quitaron los trajes de buzo. Juan empezó a subir y Carlos fue detrás de él, pero le cogió de la camiseta. La escalera estaba prácticamente a oscuras, aunque llegaron al final donde se encontraron con una puerta de madera antigua y un gran pasador de hierro. Intentaron abrirlo pero estaba muy duro y encima chirriaba, sin embargo al final lo consiguieron. Con mucho sigilo abrieron la puerta y vieron unas grandes y altas columnas que sujetaban una gran bóveda. El aire era fresco. Se encontraron unas joyas encima de una mesa, esculturas por toda la habitación, cuadros y muchos más objetos de valor. Los chicos se fijaron en las esculturas y en su gran tamaño, en la gran cantidad de cuadros colgados en las paredes, y empezaron a preguntarse qué era ese lugar... y, sobre todo, dónde se encontraban. Estaban algo confusos. No sabían si estaban en las profundidades del sótano o si habían subido al nivel de la superficie. Empezaron a buscar alguna salida, alguna ventana. Juan miró por detrás de una escultura y vio una pequeña puerta, así que llamó a Carlos. Los dos salieron de la sala y se encontraron que al otro lado de la puerta lo que había era un espacio inmenso de lo que debió de ser una iglesia, pero estaba abandonada porque los bancos estaban llenos

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de polvo, el techo tenía telarañas, las figuras de los santos estaban tapadas por sábanas que algún día fueron blancas, las velas gastadas estaban tiradas en el suelo, y debía de haber roedores porque había restos de ellos por todas partes. Salieron de la iglesia abandonada y buscaron si había alguna casa por aquella zona, pero no hubo buen resultado. Se fijaron, pues, en el entorno, aunque solo había una simple y alta montaña. Carlos pensó que esa montaña podría ser la que había al lado de su querido pueblo Pantanos. Se lo comentó a Juan y se pusieron a proponer ideas... Uno propuso volver por el mismo camino, aunque se acordaron de que no tendrían oxígeno para atravesar el lago y la puerta del cuchitril no estaba abierta. Así que decidieron seguir el camino, pero en lugar de subir y luego bajar la montaña, acordaron rodearla por el lado más corto, en este caso, por la izquierda. Tras varias horas andando llegaron al pueblo sin fuerzas, agotados, con mucha hambre y sed. Un vecino, al verlos, les preguntó qué les había sucedido, pues habían llegado noticias al pueblo de que dos niños habían desaparecido del instituto y llevaban todo el día desaparecidos y nadie sabía nada de ellos. Los chicos solamente querían llegar a casa para comer algo y descansar. Este vecino los acompañó a la casa de Juan, que era la más cercana. Los padres abrieron la puerta y al ver a Juan le dieron un gran abrazo, en su rostro se veía que estaban muy contentos de ver a su hijo sano y salvo. Su madre les preparó algo para comer. Mientras, ese vecino fue a casa de Carlos para darles la grandiosa noticia, enseguida los padres de Carlos llegaron a la casa de Juan y empezaron a preguntarles qué les había sucedido para desaparecer así sin dejar rastro. Los niños empezaron a contarles que el hijo del director

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del instituto, Igor, les obligó a saltar la valla del centro para meterse con ellos, y los amenazó con decírselo a su padre. Dos profesores los vieron saltar la valla y los encerraron en una habitación del centro. Los padres se extrañaron de lo que contaron los chicos pues ellos fueron al instituto a preguntar por sus hijos y les dijeron que ese día no habían llegado al instituto. Los padres no se creían lo que les habían dicho porque ellos habían visto cómo los chicos se montaron en el autobús. También le preguntaron al chófer si recordaba haberles visto entrar al centro y este dijo que no. Los padres volvieron al centro junto con la policía, pues no les cuadraba ninguna versión de las que les habían dado. La policía empezó a investigar la desaparición y a hacerles preguntas a los profesores y a todo el personal del centro, mantenimiento, limpieza, etc. Cuando los chicos cogieron fuerzas y sus padres les dejaron de hacer preguntas, se hizo un silencio en la casa de Juan. Todos estaban mirando cómo Juan sacaba de un armario una libreta y comenzaba a dibujar una especie de escultura. De vez en cuando cerraba los ojos para intentar recordar detalles y poder dibujarlos. El padre de Juan no daba crédito al dibujo de su hijo y sin terminar de dibujarlo le preguntó dónde había visto esa escultura. Juan le dijo que en una vieja iglesia a las afueras del pueblo, por donde habían conseguido escapar. El padre sacó del maletín de su trabajo una fotografía tamaño folio de esa misma escultura. Les dijo a todos que esa fue la última escultura que habían robado en el museo de la ciudad, pero Juan le dijo que no era la única que habían visto, que aquella sala estaba llena de cuadros y joyas. Llamaron a la puerta, y era una pareja de la policía a la que había avisado un vecino del pueblo para decir que

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los niños habían aparecido y que estaban en casa de Juan. Un policía empezó a hacerles preguntas a los chicos pero el otro se fijó en el dibujo y la fotografía que había encima de la mesa. Interrumpiendo a su compañero, les preguntó a los padres por qué tenían eso ahí... El padre de Juan les dijo que él trabajaba en el museo y que su hijo había dibujado esa escultura, que resultaba que la habían visto en la vieja iglesia abandonada, junto con más cosas. Juan empezó a decir que había muchos cuadros que él había visto en el museo, pues su padre aprovechaba los días que no había clase para llevárselo a su trabajo. Los policías pidieron por favor a todos que no comentaran nada de esto a los vecinos, ya que tenían que abrir una investigación para aclararlo todo. Lo primero que hicieron fue volver a la comisaría y mandar que vigilaran la vieja iglesia. Carlos, junto con sus padres, volvió a su casa. Empezó a oscurecer y pronto salió la luna. Esa noche había luna llena. Una gran y enorme luna. A mitad de la noche, cerca de la vieja iglesia se escucharon unos ruidos procedentes del viejo camino de piedra. Los policías que se encontraban vigilando la zona, vieron cómo dos individuos se metían en la iglesia y un tercero se quedaba vigilando en una furgoneta. Al rato escucharon un silbido y el hombre de la furgoneta entró en la iglesia. Cuando empezaron a ver luces que se movían junto a la puerta, observaron cómo sacaban objetos del interior de la iglesia y los depositaban en la furgoneta. Fue entonces cuando la policía decidió intervenir y los pilló con las manos en la masa. Llevaron a los detenidos a la central de policía y allí los interrogaron. A la mañana siguiente, muy temprano, sonó el timbre de la casa de Juan. Era la policía, que venía

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en busca de su padre, Andrés, para que los acompañase a la comisaría. El policía le enseñó a Andrés unas fotografías de unos cuadros, joyas y esculturas que los ladrones habían robado. Andrés reconoció algunos que habían sido robadas del museo. El policía le dijo que hacía ya tiempo estaban investigando una serie de robos que se habían cometido en la ciudad y en los alrededores pero que no tenían pistas fiables de quiénes eran los ladrones. El policía le dijo a Andrés que se llevaría una gran sorpresa al saber a quién habían detenido esa misma noche. Empezó a contarle que esa misma noche habían detenido, intentando sacar todo lo robado, al director del instituto, al conserje de la limpieza y al de mantenimiento. Todos se quedaron asombrados porque no se explicaban cómo estaban en una banda de ladrones, sobre todo se asombraron con el director. Cuando fueron al instituto los policías, estos se dieron cuenta de que el director se puso muy nervioso, sobre todo al entrar en su despacho. Después de unos largos días de juicio, se condenó a los criminales a una pena de cuatro años de cárcel, ya que el director resultó que no era quien decía ser, pues se hizo pasar por director en ese pueblo, cuando lo que quería era robar en la ciudad y ocultarse en el pueblo para no levantar sospechas. En los días posteriores, cuando fueron al colegio, a Carlos y a Juan los trataron como a unos verdaderos héroes. Ya no eran el blanco del malvado Igor y sus travesuras. El instituto volvió a ser lo que era, un centro donde los alumnos iban a aprender y en los recreos jugaban con sus compañeros. Carlos y Juan vivieron felices, pero no comieron perdices.

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El otro mundo MARÍA JOSÉ ANDRÉS BENEDICTO

Había sido un día tranquilo, un día cualquiera, hasta que mi madre me dijo que fuese a comprar y allí todo cambió. Pero contémoslo desde el principio.

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Después de una agotadora mañana de colegio, llegué a mi casa. Dejé todos los libros y la mochila esparcidos por la mesa como siempre hacía. Saludé a mi madre y la abracé. Ella hizo lo mismo y me devolvió el abrazo. Estaba preparando la comida, para ser concretos mi comida favorita: espaguetis a la carbonara. Poco después comimos todos juntos. Esa tarde decidí ir a comprar unos materiales para un trabajo de Plástica. Cuando llegué la tienda estaba abarrotada de gente. Cogí las cosas y poco después oí un grito pidiendo auxilio. Me acerque para ver lo que pasaba y lo vi: un hombre vestido de negro con un pasamontañas. Acto seguido me disparó y caí al suelo. Recuerdo escuchar más disparos y gente corriendo y gritando. La imagen se oscureció y vi un par de luces blancas. Cuando desperté no sabía dónde estaba, no parecía ningún lugar de mi ciudad. Me costaba bastante andar y todo me daba vueltas. Conseguí estabilizarme y darme cuenta de dónde estaba. Parecía un parque, pero en él no había niños jugando ni gente en los bancos. Estaba solitario, y algo destruido y descuidado, no había apenas árboles y el césped no tenía su color habitual, sino que estaba marrón y lleno de cenizas. Escuché unas pisadas y me giré. Detrás de mí había un hombre alto y corpulento con una metralleta que me estaba apuntando. —¿Quién eres? —Me dijo con tono frío. —Perdone, no sé dónde estoy, creo que me he perdido. —No has contestado a mi pregunta. —Me llamo Sofía. ¿Y usted quién es? —Soy John, y estamos en Astor. —¿En dónde? —Dije yo.

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—Debes llevar más cuidado, y más ahora con los enfrentamientos contra los hombres ricos. Deberías llevar algo para protegerte. Sacó algo de una bolsa y me lo lanzó: era una pistola. —Pero... Sigo sin entender lo que pasa y por qué hay que llevar tanto cuidado —dije yo confundida. —Después de que nuestro jefe enfermarse gravemente, hubo revuelo sobre quién debería ocupar su lugar. Un hombre rico se autoproclamó jefe y tomó duras medidas contra la gente pobre y sin recursos. Y así fue como nos rebelamos. Ahora las familias ricas se han unido y nos han dejado sin suministros, también nos atacan, y decidimos comenzar una guerra. Por eso debes llevar cuidado. Ahora tenemos que irnos a un lugar más seguro. Iremos al cuartel donde nos reunimos. Lo pensé un poco pero al final decidí seguirle. Llegamos a un oscuro callejón y abrió una puerta. Entramos y me encontré una pequeña sala con una mesa en medio. En ella había varios vasos apilados. Alrededor de la mesa estaban colocadas sillas, y en una de ellas había una mujer mayor. Tenía unas cuantas arrugas, su piel era pálida y estaba muy delgada. Vestida viejas botas negras, una chaqueta negra rota y una arrugada camiseta azul. Llevaba unos vaqueros apretados que hacían más visible su estado de delgadez. Se levantó de la silla y comenzó a mirarme. —¿Quién es ella y qué hace aquí? —Preguntó la mujer. —Tranquila, Susan, tranquila, es de fiar. Viene a luchar con nosotros —dijo John. —Así que es una más en el equipo. Bienvenida, soy Susan. —Hola, soy Sofía. Encantada.

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—Entonces, ¿estarás al tanto de la situación? ¿Te ha contado nuestros planes John? —De la situación sí, pero de los planes no. —Pues siéntate que te lo explico todo —dijo Susan. Estuvimos hablando un buen rato sobre tácticas y planes de ataque contra los ricos. Me explicó que el ataque sería dentro de unas semanas en uno de sus sitios de reunión. Esperarían a que estuviesen todos los ricos juntos y atacarían. También me dijo que sería bueno entrenar mientras no hubiese guerra, para estar disponibles y en buena forma por si estallase la guerra. Accedí a realizar el entrenamiento que comenzaría la mañana siguiente en un campo de las afueras. Susan me llevó a una pequeña habitación con literas y me dijo que dormiría allí. Me dio ropa para cambiarme y me acosté. Había sido un largo día y bastante confuso. Al poco tiempo me quedé dormida. Al día siguiente una bocina me despertó y vi que quien la tocaba era Susan, que llevaba una alegre sonrisa. Me levanté y me vestí. Bajé a la salita y allí Susan me preparaba el desayuno: un huevo con zumo de naranja. Estaba hambrienta, así que me lo comí rápidamente. Estaba nublado pero no hacía mucho frío. Corrimos varios minutos, realizamos estiramientos y ejercicios de puntería y disparo. Prácticamente eso fue lo que hicimos cada día en esas dos semanas. Lo único preocupante era un ataque de los ricos a un camping. Poco a poco el día del ataque se acercaba. Se veía a gente nueva por los pasillos del cuartel transportando cajas. También había más reuniones. Repasaban cada detalle una y otra vez para que no hubiese el riesgo de fallo. Los entrenamientos eran cada vez más duros y largos, y terminaba agotada.

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Al fin el día llegó. Después de tres semanas de esfuerzos y preparativos, nos dirigimos varios grupos en coches hasta el sitio que íbamos a atacar: el lugar de reunión de los ricos, que se encontraba en casa del jefe. Nos preparamos y cogimos nuestras armas. Poco a poco entramos sin hacer ruido. Su sala de reunión estaba en el sótano. Cuando cruzamos varios pasillos y bajamos nos encontramos al jefe y a más hombres ricos armados en el pasillo. —Os estábamos esperando —dijo el jefe con tono de burla—. ¿Creíais que no sabríamos que nos ibais a atacar? Todos nos quedamos sorprendidos y nos miramos los unos a los otros. El revuelo empezó cuando uno de los nuestros disparo al jefe. Llegaron decenas de hombres armados que nos atacaban y nosotros hacíamos lo mismo. Nos superaban en número porque cada vez más y más llegaban y nadie de nuestro bando venía. De repente, me giré y noté algo punzante en el costado. No paraba de salir sangre. Todo se volvió negro. Poco a poco volví a abrir los ojos. Estaba tumbada en una cama y había dos personas a mi alrededor. Tenía mucha sed pero me volví a dormir. Pasaron las horas y vi a mi madre. Me contó lo que había ocurrido: había sido operada por un disparo en una tienda. Comprendí que estaba en el hospital y también lo que había pasado. No había estado en otro mundo, en Astor. Solo había sido algo que me había imaginado o soñado por la sedación en la operación. Tardé varias semanas en recuperarme, pero estaba en casa ya.

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El bosque de la iridiscencia JUAN ANTONIO CARRERAS CASA

La historia comienza en una región montañosa, aislada de las grandes metrópolis superpobladas, donde encontrar un par de segundos de tranquilidad es imposible hoy

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en día. En concreto, nos situamos en un prado al aire libre donde siempre hace buen clima y para la alegría de la Vista está rodeado de bastante vegetación, con zonas frondosas. La principal protagonista es Selene, una chica joven de dieciséis años con pelo blanco similar a las alas de un ángel que caía hasta su cintura. Sus ojos eran de un color miel a los que era imposible no mirar, dada la gran luminosidad que estos transmitían. Con una apariencia bastante elegante y formal para su edad, no había día que no saliese sin su canotier bordado a mano por su abuela ya difunta. Esta se lo hizo cuando Selene tenía tan solo cuatro años, de ahí que le tuviese tanto apego, a lo que habría que unir su fallecimiento. Su conjunto de ropa favorito y con el que se la solía ver la mayoría de las veces que salía a tomar el fresco era un polo blanco con el botón superior siempre desabrochado, una falda marrón que caía sobre sus rodillas y una chaqueta fina de un color verde claro. Como calzado, unas medias blancas a conjunto con su pelo y unos mocasines marrones. Selene residía en una cabaña heredada de su abuela junto a su hermano Juan y el novio de este, Tomás. Ambos tenían diecinueve y veintitrés años respectivamente. A pesar de que ella no solía pasar mucho por casa, únicamente a tomar las tres comidas diarias o a pasar el rato con ellos dos, sentía bastante dulzura al verlos juntos y abrazándose en el sofá mientras veían películas de diversos géneros, afición que la pareja compartía. Juan desempeñaba el papel de amo de casa realizando las comidas y limpiando el desorden que Selene solía dejar en su habitación, a pesar de que Juan ya le había advertido varias veces de que tratase de ordenarla ella. Mientras tanto, Tomás trabajaba de desarrollador de aplicaciones móviles en una ciudad cercana al monte, a la que se tardaba en ir unos diez o

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quince minutos en coche. Disfrutaba bastante de su trabajo, ya que era algo que verdaderamente le gustaba y por eso lo estudió, a esto se unía lo bien remunerado que era, con un horario inmejorable. —¡Hola a todos! —Exclamó Selene, ilusionada tras dar un portazo a la puerta de entrada. —Selene, ¿cuántas veces te he dicho ya que no pegues portazos así? Hay algo llamado delicadeza... —le insistió su hermano Juan. —Pues sí, creo que se ha oído hasta en el pueblo de al lado... —añadió Tomás. —Pero, chicos, ¡no seáis así, que traigo buenas noticias! —¿Más buenas noticias? ¿Como cuando dijiste que al fin los patos del lago te hicieron caso y se comieron el pan que les diste? —¿O como cuando viste a dos ardillas en un árbol? —Volvió a añadir Tomás. —Que no, a ver, veréis... ¿Sabéis del bosque que hay a un par de minutos de aquí? Ese que está cerca del lago de mis amados patos... ¡Me encantan! —Selene, al grano. —Ah, sí, sí. Bueno, ¡pues resulta que dicen que últimamente se aparecen ninfas protectoras del bosque! —¿Otra vez con cuentos chinos? En fin, voy a echarme la siesta —dijo Tomás mientras iba en dirección a la habitación que compartía con Juan. —Juan, ¿por qué tu novio es tan borde conmigo? ¡No lo entiendo! —Tal vez porque siempre estás contando historias que parecen ficticias, y cuando no es una historia es una anécdota con animales que huyen de ti.

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—¡Pero que es verdad! ¡Que hay fotos y todo! ¡Mira! —Insistió Selene sacando su móvil a la velocidad de un rayo. —Anda, si se parece a la abuela y todo... Y esa foto te la ha enviado Chloe, tu mejor amiga, ¿a que sí? —Ah, pues sí... ¡Pero eso no significa que no sean reales! ¡Hazme caso por una vez en la vida y ven con nosotras a verlas! —¿A ver algo de lo que no hay constancia, sin contar esa foto que ni siquiera sabemos si es real? —¿No tendrás miedooo...? —Dijo Selene vacilando. —Me voy a dor… —¡Selene, Selene! ¡Yo quiero ir, he visto noticias y todo y al parecer si son reales! Dicen que aparecen al atardecer. ¡Me uno a vosotras! —Tomás, vas en ser… —¡Sííííííí! ¿Ves, Juan? Hasta tu novio hace de tripas corazón y se une a la búsqueda. —Tal vez podría hablar si dejases de interrumpirme, digo yo. Y ni idea de qué le pasa a Tomás, no suele ser así. —Amor, por ir no perdemos nada, ¡ven con nosotros! —le suplicó Tomás a Juan, emocionado. —Venga, pesados, pero para demostraros que no hay nada, ¿eh? —¡Vivaaaaaaaa! —Exclamaron Selene y Tomás a la vez. —Os parece bien el sábado sobre las seis de la tarde? —Bueno, no tengo nada que hacer, así que vale — dijo Juan, ya cansado por la situación. —¡Perfecto! Luego aviso a Chloe y se lo digo, ¡qué ilusión! —Dijo Selene antes de pegar un salto que hizo retumbar todo el salón.

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—¡No saltes en la tarima! —Dijo Juan bastante harto ya. Pasaron un par de días hasta que llegó el sábado, día en el que irían los cuatro a buscar las supuestas ninfas. Hacía el clima perfecto, soleado aunque con airecillo en el bosque. Este último factor no importaría al grupo, por la ilusión que todos presentaban excepto Juan, cansado ya de escuchar las historias de su hermana Selene. Eran cerca de las tres de la tarde. Chloe estaba casi preparada en su casa situada en un poblado cercano al prado donde Selene, Juan y Tomás vivían. —¡Juan, Tomás! ¿Estáis ya o qué? —Selene, ¿no te he dicho que Tomás trabaja hasta las cuatro? —Ah, es verdad. ¡No me sé la vida de tu novio! ¿Vale? —Debe de estar al llegar, ya son un poco más de las cuat… —¡Ya he llegado! —Gritó Tomás interrumpiendo a Juan y dando un portazo accidentalmente. —Tomás, no sé qué es peor: el grito, el portazo o la interrupción. —Ay, cariño, no te pongas así, ¡si luego vamos al bosque! —¡Bosque! —Exclamó Selene emocionada. —¡Bosque! —Repitió Tomás. —¡Bosque! —Gritaron ambos a la vez. —Voy a dormir, avisadme cuando nos tengamos que ir al bos… —¿¡Hey, qué pasa!? —Preguntó Chloe mientras entraba dando un salto por la ventana.

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—¡Chloeeeeeee! —Dijeron entusiasmados Selene y Tomás. —En fin, lo dicho —dijo Juan ya aburrido. —¿Y a este qué le pasa? —Preguntó Chloe, ya que no conocía mucho a Juan. —Déjalo, es así —respondió Selene. —Pues a ver si va a espantar a las ninfas con esa aura tan negativa, ¡ja, ja, ja, ja, ja! —Contestó Chloe entre risas y lágrimas. Pasaron las horas y ya eran las seis. Selene entró al dormitorio donde Juan estaba descansando y le despertó entre gritos y felicidad. Juan, obviamente, no pudo echarse atrás, por lo que se puso lo primero que encontró y al salir de la habitación vio a Selene, a Tomás y a Chloe ya preparados para ir rumbo al bosque en búsqueda de ninfas. Salieron de casa y emprendieron camino al bosque por un sendero que llevaba directamente allí. Por el camino, Juan se animó a cantar en grupo con su novio, su hermana y la mejor amiga de esta, aunque fue breve ya que el bosque les pillaba cerca de su casa. —¡Pues ya hemos llegado! —Dijo Chloe emocionada. —Uh, ¿notáis el aura mágica? —Preguntó Chloe entusiasmada. —Pues el sitio es precioso, ¡vamos a lo profundo! — Ordenó Tomás. —Venga, vamos... —Asintió Juan. El bosque estaba algo diferente a las otras veces. Los árboles parecían varios metros más altos y formaban una tupida arboleda por la que se colaba algún que otro rayo solar. A la sombra de los árboles e iluminando aquel bosque laberíntico, emergían de la tierra setas radiantes. Lo que más resaltaba era su cualidad iridiscente, dando un aspecto hechizado al entorno, como si cerca se notase la

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presencia de una de las ninfas de dudada existencia. Los árboles estaban cubiertos en su mayoría por una capa de musgo húmedo que conservaba el rastro de aquellos hongos, y el suelo estaba lleno de hojas secas pero conservando el color verde luminoso que las caracterizaba, como si dentro tuviesen una bombilla. —¡Me encanta este lugar! —Exclamó Juan fijándose en cada detalle. —Míralo, y no quería venir... —Le replicó Selene. Decidieron ir aún más al fondo, al corazón del bosque. Vieron un gran destello que provenía de detrás de un matorral. Tras abrirse paso los cuatro, pudieron presenciar a una bella ninfa de pelo naranja rizado, con bello rostro y perfecta anatomía. Fueron solo unos segundos los que pudieron presenciarla, y acto seguido les susurró que, por favor, la siguiesen. —… —… —… —… —O sea, que sí exis… —¡Existen! ¡Lo sabía! —Chilló Selene emocionada. —¡Pero vamos a seguirla! —Dijeron Chloe y Tomás. Siguieron a la ninfa. Por la valentía que todos mostraron, el interés en encontrarla y la suerte que tuvieron, la ninfa les ofreció un deseo a cada uno, con la condición de seguir siendo personas buenas y honradas. Pasaron los años. El sueño de cada uno ya estaba cumplido. Juan consiguió un trabajo estable al igual que Tomás y siguieron felices y juntos, ahora independizados y viviendo en un apartamento en una gran ciudad. Selene hizo varias amistades, entre ellas bastantes animales, y

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pudo adoptar a varios gatos. Chloe pudo reconciliarse con sus padres y vivir en plena armonĂ­a.

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El lado sin salida VANESSA GARCÍA MARTÍNEZ

Me llamo Kristin, soy una chica de trece años y soy de una zona del mundo en la que el “bien” es el centro de todo. En este lugar todas las personas son buenas, no hay

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crímenes, no hay robos, es decir, un mundo lleno de felicidad y paz. Pero este mundo no es todo así, sino que está dividido en dos, separados por una barrera llamada la frontera intermedia. Al otro lado de este muro está el lado oscuro, donde todo es oscuridad, miseria, tristeza, guerra. Esta historia comienza un día que me decidí a ser algo más que una buena ciudadana. Me decidí a cruzar el límite, el límite del bien y del mal. No era tan fácil, más bien era complicadísimo, casi imposible, pero yo era muy cabezona y lo que se me pasaba por la cabeza tenía que cumplirlo. Me levanté temprano, antes de que amaneciera, estaba nerviosa por realizar lo que había estado planeando desde hacía tiempo. Me preparé una mochila con lo necesario y ahí empezó todo. Cogí mi bicicleta y me adentré en el bosque. Los rayos de sol se colaban entre los grandes árboles, iba rápida, estaba deseando llegar a mi destino. Después de un rato grande y de varias pedaleadas, ahí estaba mi objetivo, un muro gigantesco. Mi corazón se aceleró cuando me decidí a cruzarlo, era muy fácil, tan solo había que pulsar un botón. Dejé mi bicicleta y ahí me encontraba, haciendo algo que no había hecho nadie antes. Apreté el botón y una puerta se abrió. Mis sentidos no podían asimilar lo que veían, olían, sentían, percibían algo extraño: era el mal. La puerta se cerró y ahí estaba yo, sola en un sitio oscuro, lleno de humo, de basuras, era peor de lo que me imaginaba. Empecé a andar y a mi cerebro no le daba tiempo a procesar tanta información. Mis ojos no veían el sol, ni el cielo, ni las nubes, qué horror, qué distinto era de lo que yo conocía. Seguí andando y no muy lejos vi a una familia, estaban tirados en el

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suelo, sucios, hambrientos, con frío, me acerqué y les pregunté si necesitaban ayuda, ellos me respondieron que llevaban mucho tiempo así y que ya estaban cansados de vivir de esa manera. Les conté de dónde venía y no se lo creían, nadie les había hablado del lado bueno. Empezaron a contarme que desde que empezó la guerra hacía ya muchos años la cosa había ido a peor. El lugar había entrado en una gran crisis de la que era imposible salir, la gente no trabajaba, las industrias y comercios estaban cerrados, no funcionaba nada, era todo un caos. Les dije que si querían venir conmigo y me dijeron que nadie había salido nunca. Me estuvieron contando cosas, auténticas barbaridades, que no me las podía ni creer. Entre ellas, una me llamó la atención: no les dejaban tener hijos, y la población se estaba extinguiendo. Les prometí que si venían conmigo iban a conocer un lugar lleno de flores, árboles, arco iris, rayos del sol, en fin, un lugar lleno de paz y perfecto. Les expliqué que era muy fácil, que había un botón que apretándolo abría una puerta y ya estaban en el otro lado. Se levantaron los cuatro y me siguieron y cuando llegamos al muro, no me lo podía creer: en este lado no había botón, no había puerta. ¡Qué horror! ¡Estábamos atrapados! Tenían razón, nadie podía salir y yo me había quedado ahí. Me puse a llorar, ellos intentaban consolarme, me tiré al suelo y me quedé un buen rato quejándome, gritando de rabia. Volvimos a su casa, bueno, a las ruinas de lo que había sido su hogar hacía ya muchos años. Entonces se me encendió la bombilla, me acordé de que llevaba el móvil, llamé a mi amigo y le expliqué dónde estaba y lo que tenía que hacer para ayudarnos a salir.

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Al rato nos fuimos otra vez hacía el muro y ¡qué alegría cuando vi abrirse una puerta y ver a Carlos! Lo abracé y me puse muy contenta. Estaba fuera y mis cuatro amigos también. Los llevé a casa, se dieron una buena ducha y mis padres les dejaron ropa limpia y les dieron de cenar. Después de que mis padres me regañaran por lo que había hecho, nos fuimos a la embajada. Ahí explicamos cómo se vivía al otro lado de la frontera y que la gente no quería eso, pero el gobierno había llevado al país a la miseria. Nuestros ministros se pensaban que las personas no salían de allí porque no querían, no porque no los dejaran. Mis cuatros amigos, o refugiados, como los llamaban, decían que había que ayudar a todos los demás que estaban en su misma situación. Nuestros ministros se pusieron en contacto con los que mandaban en el lado oscuro, pero estos se empeñaban en seguir viviendo así, no querían cambiar. En cambio yo no podía dejar las cosas así, tenía que buscar una solución. ¿Pero qué solución? La cosa estaba muy complicada. Me acosté en mi cama, pensando y pensando, ¿qué podía hacer una niña de trece años para ayudar a un montón de gente que vivía en la más absoluta pobreza? Pues no tenía ni idea. Por una vez en mi vida estaba sin ideas, mi bombilla se había apagado. La situación me sobrepasaba, era superior a mí. Al rato vi en la televisión que el muro que nos separaba era derribado y el lado oscuro se convertía en un sitio lleno de amor y paz. Cuando desperté por la mañana me di cuenta de que lo del muro derribado y toda la felicidad y paz que había visto en la tele había sido un sueño y que todo seguía

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igual, qué tristeza, qué decepción, no había sido la cosa tan fácil. En ese momento me di cuenta de que tenía que trabajar mucho para cambiar un poco este mundo, pero creo que vale la pena para ayudar a todos esos refugiados y gente que lo está pasando mal por culpa de unos pocos. Esta historia va dedicada a todas esas personas a las que por haber nacido en países que están en guerra no les dejan ser libres ni vivir en paz. Espero que algún día (no muy lejano) la vida mejore para todos esos refugiados que, siendo gente como nosotros, tuvieron que salir de sus casas, abandonándolo todo.

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La feliz Navidad LAURA SALAS MARTÍNEZ

Érase una vez, en un pueblo de Finlandia, que nació un niño bastante inquieto, se llamaba Edward.

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Cuando Edward tenía doce años su madre cayó gravemente enferma y a su padre lo llamaron urgentemente para ir a combatir a la guerra. Cuando se lo comunicó, Edward hizo todo lo posible para convencerle de que no fuera. Pero ya era tarde, marchaba dentro de cinco días. —Prométeme que cuidarás de tu madre —dijo Harry, el padre de Edward. —Te lo prometo, papá —contestó—, pero ¿y tú qué? ¿Y si te matan? ¿Qué será de nosotros? —Edward…, no me van a matar. No te preocupes por mí. Yo estaré bien. Cuando vio a su hijo casi llorando, sentado en el borde la cama, Harry se arrodilló delante de él, le acarició la mejilla y le dijo: —Edward, ahora más que nunca hay que ser fuertes y sacar a mamá de esta grave enfermedad, y para ello necesita mucho tu ayuda. —¿Ella lo sabe? —No, hijo. —¿Y se lo vas a decir? —Claro —afirmó Harry. Al día siguiente, Harry ya se lo había dicho a su mujer. Ella estaba acostada en la cama llorando sin parar. Aquellos cinco días habían sido muy tristes en la casa de Edward. Cuando llegó el día de que Harry marchara, les prometió que les mandaría telegramas para que supiesen que estaba vivo y que cada vez quedaba menos para regresar a casa. Así fue, Harry estuvo dos años mandando telegramas. Pero cuando estuvieron tres meses sin recibir nada empezaron a preocuparse y Edward decidió mandarle uno para

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decirle que mamá ya estaba mucho mejor y que probablemente se recuperaría. Pero no recibió respuestas. Cuando Edward cumplió dieciséis años, siguió sin tener respuesta de su padre, pero él estaba seguro de que no había muerto, y le seguía mandando telegramas. En uno de ellos le comunicó la muerte de su madre, pero tampoco obtuvo respuesta. Cuando llegó la Navidad, Edward estaba solo. Un día salió a comprar algo para cenar esa noche cuando se dio cuenta de que la Navidad ya no era lo que había sido. Las casas no estaban decoradas como antes, ya no se regalaban regalos y ni siquiera habían puesto el árbol grande de Navidad de todos los años en el pueblo y las calles ya no estaban llenas de luces navideñas. A él le encantaba la Navidad y le encantaría que todo fuera lo de antes. Además, esa misma Navidad su amiga Claire le consiguió trabajo en la ferretería de su padre. Y un día cuando salió de trabajar fue a su casa y le contó lo que pensaba de la Navidad de ahora y Claire le propuso cambiarla los dos juntos. —Me encantaría, pero… —Edward no terminó la frase. —¿Pero qué? ¡Sería genial! —Lo sé. Pero estoy solo y no tengo mucho dinero. —No hace falta dinero, con lo que tenemos cada uno es suficiente. —Está bien, lo intentaremos —dijo Edward. Claire se puso contentísima y se abrazaron. Al día siguiente, cuando Edward salió de la ferretería e iba de camino a casa, se encontró con Claire. Llevaba varias cajas. Cuando entraron a la casa, Edward encendió la chimenea y le sirvió un café caliente mientras ella se apañaba

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con las cajas. Dentro de ellas había muchas luces navideñas que Claire había cogido de la ferretería de su padre. Se pasaron medio año construyendo árboles de Navidad pequeños con luces que Claire traía de la ferretería de su padre, para venderlos y sacar dinero para recuperar el árbol de Navidad grande, y así poner las luces y hacer regalos a los más pequeños del pueblo. También hacían candelabros y algunas velas con diferentes aromas. Quedaban todas las tardes después del trabajo de Edward, y por las mañanas Claire se dedicaba a vender lo que había hecho la tarde anterior. Al principio no le iba bien, pero poco a poco ella iba convenciendo a la gente y acababan comprándolos para ponerlos en sus casas la próxima Navidad. Una tarde como todas, mientras hacía el trabajo, alguien llamó a la puerta: —¿Esperas a alguien? —Preguntó Claire. —No, que yo sepa. Cuando Edward abrió la puerta y vio la figura de su padre justo delante de él, no se lo podía creer. Iba cargado de maletas. Parecía ser que, por fin, regresaba a casa. Edward confiaba mucho en su padre y sabía que no había muerto, pero lo que no sabía era que lo iba a volver a ver. —¿No vas a decir nada? —Dijo Harry. —Papá… —contestó Edward con lágrimas en los ojos—, sabía que no me ibas a dejar solo. Edward le dio el abrazo que tanto había esperado y que justo ese día no esperaba. —Te lo prometí. Yo siempre cumplo mis promesas. —¿Vienes para quedarte? —Sí, hijo —dijo con una sonrisa.

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Harry volvió a abrazar a su hijo y pasaron dentro de la casa. Edward le preparó un café con unas galletas mientras Claire le explicaba lo que estaban haciendo. —Me alegro mucho por vosotros. ¿Os puedo ayudar? —Por supuesto, cuantos más mejor —dijo Claire sonriendo. Se pusieron manos a la obra mientras Harry les contaba muchas historias que le habían pasado cuando estaba en la guerra. Cuando se dieron cuenta ya era la hora de que Claire se fuera a casa y ellos pudieran hablar mejor. —¿Por qué no me contestabas a los telegramas? — Preguntó Edward. —Como ya te he dicho, me cambiaron de destino y no recibí telegramas hasta que volví a la estación y me los dieron. No os envíe nada porque en el sitio al que me mandaron por segunda vez estaban continuamente en guerra y no tuve tiempo. Lo siento, hijo. —No te disculpes, papá. Hiciste lo que tenías que haber hecho —lo cogió de la mano. —Ayer pasé el día entero en el cementerio con mamá para despedirla, ya que no pude hacerlo antes. Incluso he pasado la noche allí. — Me alegro mucho por ti, de verdad. Mamá estaría muy orgullosa de ver que no nos has dejado solos y no nos has fallado. —Ojalá estuviera aquí. —Sí, ojalá… —Afirmó Edward—. Ve a ducharte y a ponerte cómodo mientras preparo la cena. Cuando llegó la Navidad pusieron en marcha lo que habían preparado durante un año. Salió bastante bien: las casas se veían decoradas y consiguieron poner el árbol de Navidad en la plaza del pueblo con muchísimas luces alrededor y los niños tuvieron sus regalos. Por la noche se

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juntaban Edward, Harry, Claire y su familia para cantar un villancico debajo del รกrbol con los candelabros y las velas. La Navidad volviรณ a ser lo que era en aquel pueblo.

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Colegio San JosĂŠ Espinardo (Murcia) Curso 2016/2017 112


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