R/N. Revista de narrativa. Número 3, vol. I. Con ánimo de pánico [I] (Relatos por Halloween)

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R/N. REVISTA DE NARRATIVA. ISSN 2605-3608 NÚMERO 3

2018



R/N Revista de narrativa Número 3 / 2018 ISSN 2605-3608

Con ánimo de pánico (Relatos por Halloween)

Edición y prólogo José Eduardo Morales Moreno


R/N. Revista de narrativa Número 3. ISSN 2605-3608 Diciembre, 2018

IES Los Cantos Bullas (Murcia)

ILUSTRACIÓN DE PORTADA: Isidoro Martínez Sánchez DISEÑO Y MAQUETACIÓN: José Eduardo Morales Moreno

Licencia Creative Commons

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¿Qué imagen de la muerte rigurosa, qué sombra del infierno me maltrata? QUEVEDO



ÍNDICE

Prólogo .............................................................................................. 9 28 de enero de 1999, por Ana Teresa Gea Caballero ..................... 11 Una fractura inolvidable, por Jorge Caballero Muñoz ................... 18 Cuenta atrás, por Irene Abril Guerrero .......................................... 21 La historia de William, por Alejandro Miguel Puerta Hernández .. 24 Recuerdos de la infancia, por Erik Giovanni Cocha Tipantasig ..... 37 La sombra, por María Fernández Fernández .................................. 40 El último Halloween, por Juan Pedro Fernández Jiménez .............. 46 Mi peor pesadilla, por María Esperanza Gea Martínez .................. 50 William y su trato con la Muerte, por Yohanes Cascales López .... 53 Caso cerrado, por Juan Francisco Amor Amor .............................. 56 Memorias de un adolescente, por Arturo Guirado Escámez........... 59 La casa encantada. La familia Gumton, por Marta López López .. 63 El alquimista, por Tomás Jiménez Fernández ................................ 66 El juego, por Ana Belén Jiménez López ......................................... 70 Calle Concordia, por Paqui Fernández Martínez ........................... 76 Sábado noche, por Salvador Lorca del Amor ................................. 78 El ojo del gato, por Virginia Mercader Cebrián ............................. 81 La muñeca, por Jorge Osvaldo Jácome Molina .............................. 85 Los abuelos, por Toñi Valverde Martínez ...................................... 88


Una sombra en sus ojos, por Francisco Ginés Sánchez Martínez .. 91 El caso López, por Francisco López Abril ...................................... 94 El tenebroso castillo, por Guadalupe Sánchez Cayuela.................. 99 Eres el siguiente, por Alicia Muñoz Sánchez ............................... 103 El verdadero juego, por Mónica López Fernández....................... 105 El hombre de negro, por María Isabel Puerta Caballero ............... 113 La casa encantada, por Carmen Navarrete González ................... 116 El misterio, por Alba Jiménez Rodríguez ..................................... 120 Las tijeras, por Martina de Lorenzo Abril .................................... 123 El pino de la Murta, por Daniel Valera Fernández ....................... 127 El espejo encantado, por Alicia Robles Sánchez .......................... 129 El sanatorio, por Marina Martínez Fernández .............................. 132 Realidad, por Raquel García Valera ............................................. 135 El internado maldito, por María Dolores Pérez López ................. 138


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PRÓLOGO

De entre la multitud de sensaciones que el ser humano puede experimentar, hay una, atávica, ancestral, que preferiríamos no conocer nunca: el miedo. Esta y todas sus variantes (el horror, el pánico, el espanto…), en mayor o menor medida, provocan unos cambios fisiológicos que pueden desencadenar comportamientos nunca imaginados por el individuo que las sufre, desde la parálisis absoluta hasta la locura más desaforada. Estas emociones que la razón no puede dominar nos atraen desde tiempos inmemoriales, por ello los hombres, en todas las culturas, han inventado imágenes, figuras y metáforas del terror a las que temer o a las que reverenciar, desde divinidades como la egipcia Ammyt (que devora a los muertos) o el canaanita Moloch (que gustaba de holocaustos de niños), pasando por los más diversos ángeles vengadores (como los bíblicos destructores de Sodoma y Gomorra) y los más variopintos demonios (como el asirio Belfegor o el zoroástrico Aka Manah), hasta creaciones más recientes como Cthulhu, el dios engendrado por Lovecraft, o Plutón, el gato negro y tuerto de Poe. Y es que el miedo no es solo una emoción que se genera en ciertas regiones del cerebro ante determinados estímulos, sino que también es un instrumento de control que se ha usado

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con el ser humano desde su más tierna infancia: no hace demasiado tiempo se les hacía creer a los niños que seres tan peregrinos como el Hombre del saco, el Sacamantecas o el Coco les harían cosas terribles si no cumplían con ciertas obligaciones, como regresar a casa temprano, mantenerse alejados de los extraños o dormirse. A pesar de que el miedo sea una experiencia desagradable, a muchas personas nos gusta disfrutar del que produce un relato o una película de terror, porque en estos casos sabemos, racionalmente, que lo que leemos o vemos pertenece al mundo de la creación artística y, por tanto, estamos a salvo, pues se trata de una ficción y, entonces, el miedo nos produce placer. Precisamente, a construir ficciones de terror se lanzaron muchos alumnos del IES Los Cantos (Bullas, Murcia), que escribieron una serie de relatos con motivo de Halloween, algunos de los cuales ofrecemos en este nuevo número de R/N. Revista de narrativa, unos textos que recurren a tópicos del género y les incorporan una visión personal: cementerios, casas embrujadas, muñecos poseídos, espíritus invocados con la güija, personalidades perturbadas, pesadillas, personificaciones de la Muerte, presencias paranormales, brujería… Todos estos jóvenes escritores esperan que tú, lector, disfrutes con estos relatos escalofriantes y que el miedo no se te quede adherido a los ojos cuando cierres estas páginas.

José Eduardo Morales Moreno Profesor de Lengua y Literatura

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28 DE ENERO DE 1999, por Ana Teresa Gea Caballero

2º Bachillerato AC

Era una noche fría y silenciosa, de luna nueva. Desde su salón, rodeado por un gran patio lleno de flores, Milla no veía nunca a mucha gente paseando por la calle, y menos un martes de enero a medianoche —qué poco me gusta el invierno—. Ese día Milla se había quedado hasta tarde, tenía que terminar un trabajo de Latín que le estaba costando más de lo que debiera. Un trabajo demasiado largo para tan poco tiempo, o al menos eso había hecho creer a sus padres. En verdad se había marchado durante todo el día con unos amigos a ver una película que estrenaban en el cine y no había podido terminarlo, —se lo debería haber dicho—, —no me habrían dejado, se preocupan demasiado por mí—. Un mechón rojizo y rizado le cae por la cara mientras intenta traducir una frase incomprensible —seguro que fue de la clase del miércoles pasado, no debí saltármela—, —calla tonta, te lo pasaste genial con María y Pame en la playa—. Tiene las orejas y la nariz enrojecidas, y las manos entumecidas por el frío. El salón era demasiado grande para un simple radiador, aun así era una de las pocas zonas de la casa con calefacción —cómo odio el invierno—. Mientras recoge en un moño alborotado su larga melena, se queda mirando hacia la ventana de madera oscura que está frente a su mesa —es demasiado vieja, al igual que toda la 11


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casa, ojalá la reformemos pronto—. Entonces se frota las manos, las coloca entre sus muslos para calentarlas y decide hacer un descanso para picar algo, sus padres se habían marchado esa noche con unos amigos y ella no había cenado mucho. Pasan unos veinte minutos hasta que vuelve al salón con el estómago lleno, se sienta de nuevo en la silla y se despereza. De repente, el vello de su cuerpo se eriza, pero no a causa del frío. Empieza a notar cómo su corazón palpita con fuerza, en su cuello, en su pecho. Sus pupilas dilatadas están clavadas en la ventana. La contraventana está entornada. —Estaba cerrada, seguro que estaba cerrada, hace unos minutos que me he fijado en ella—. La contraventana deja al descubierto una fina ranura desde la que solo se puede apreciar la absoluta oscuridad de su patio. Entonces recuerda que, con las prisas por salir esa tarde, no la había cerrado desde dentro, solo desde fuera. —Seguro que ha sido el aire, está demasiado vieja. Esas cosas solo pasan en los libros, no hay nadie ahí fuera—. Al no percibir ningún otro movimiento o sonido fuera de lo normal, se tranquiliza. Aun así, duda durante unos minutos si cerrarla o no, pero de repente vuelve a la realidad: el tiempo pasa y no ha avanzado en su tarea prácticamente nada desde hace casi una hora —hay que volver al trabajo—. Dando por imposible la frase en la que se había atascado, sigue traduciendo lo demás. Sabe que no va a sacar el sobresaliente al que está acostumbrada, pero en ese momento solo le importa terminar aquel dichoso trabajo de una vez y poder dormir un poco. Pasa el tiempo y, con él, va disminuyendo el volumen de trabajo restante. Mira de vez en cuando de manera fugaz hacia la ventana, cuyas contraventanas dejan entrever

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del exterior la misma ranura que antes. Al hacerlo no puede evitar sentir un pequeño escalofrío —concéntrate, tonta—. Dos horas más tarde termina el trabajo. Estira los dedos entumecidos por el frío y el tiempo escribiendo. Al hacerlo, estos le crujen. No está muy orgullosa del resultado final, pero bueno, al fin y al cabo lo ha terminado. Olvidándose de la ventana recoge sus apuntes y los deja listos para el día siguiente. Sube las escaleras casi arrastrando los pies, pero no pisa el escalón número cuatro, este chirría cuando lo pisa y odia ese sonido. Una vez en su habitación se pone el pijama rápidamente, al no haber radiador el frío se hace más acusado. Después de un largo día se acuesta. Se tapa con las mantas hasta el cuello, disfrutando del silencio de la noche. Al fin puede quedarse dormida sin tener que escuchar el ruido de la tele de sus padres de fondo. Han pasado escasos minutos y ya está casi dormida. Es en ese momento cuando un gran estruendo procedente de la planta de abajo la despierta de un sobresalto. El miedo vuelve y con él los escalofríos. Con los ojos abiertos como platos, las pupilas increíblemente dilatadas y el estómago hecho un nudo, se pone la bata sin encender la luz. —Relájate—. A tientas abre despacio la puerta de su habitación. Baja las escaleras agarrada a la barandilla, pero esta vez se olvida del dichoso escalón, que hace el mismo sonido horrible —joder—. Una vez abajo, el frío invernal invade su cuerpo, se da cuenta de que la ventana del salón, esta vez la ventana, está abierta de par en par. Respirando hondo y de manera entrecortada la cierra rápidamente con las manos temblorosas —deberías haberla cerrado bien antes—. Aunque todo el sueño se había desvanecido, más tranquila, vuelve a subir las escaleras, pero a mitad recuerda que, con las 13


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prisas —dichosas prisas— tampoco había cerrado con llave la puerta del patio. Esta vez no puede volver a cometer el mismo error que con la ventana, por lo que da media vuelta y vuelve a bajar las escaleras. Recorre el amplio salón y llega a la puerta, coge sus llaves y sale hacia la oscuridad. La única luz procede de una farola situada en la acera de enfrente, pero que está demasiado lejos como para alumbrar con claridad el enorme patio —deberíamos poner luz en este dichoso patio—. Mientras camina hacia la verja se percata de algo que le hace acelerar el paso: ninguna bocanada de aire la ha recibido al salir. Hace frío, sí, pero no viento. —Esto no es un libro—, se repite, —la ventana es muy vieja, con una pequeña brisa podría abrirse—. Torpemente y al tercer intento, cierra de una vez la verja. Mete las llaves en el bolsillo de su bata y se da la vuelta para volver a casa — cuando cierre la puerta estaré por fin segura, por fin a salvo—, —aunque de ningún peligro—. —NO, NO ES CIERTO—. —SÍ, SÍ LO ES—. El vello de su nuca, de sus brazos y de sus piernas se eriza al instante, pero no siente frío. Sus pupilas se dilatan como nunca y, aunque su corazón no puede bombear más fuerte, se queda sin respiración. Siente el estómago completamente contraído. Es una silueta, la ha visto, ¿mirando hacia ella o de espaldas? No importa, es una silueta en su jardín a las tres de la mañana. No importa el ruido, no importa nada. Respira de nuevo. —CORRE—. Deja que el pánico la invada mientras corre hacia el interior de su casa en unos segundos que le parecen horas. Había dejado la puerta abierta, por lo que entra y rápidamente la cierra dando un fuerte portazo. Apoyada en la puerta e hiperventilando no puede evitar llorar, no sabe qué hacer. Miles de preguntas, miles de ideas 14


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pasan por su mente en cuestión de pocos segundos —¿quién era aquella silueta? O mejor dicho, ¿qué era?—. Decide llamar a sus padres y contárselo todo, pero mientras sube las escaleras para hacerlo recuerda haber visto sus teléfonos en la mesilla de su dormitorio. La angustia recorre su cuerpo. Hay alguien (o algo) en el patio de su casa, en su propiedad. Ese alguien (o algo) ha intentado entrar por la ventana. —¿Seguirá ahí?—. Se quita la bata, ya no tiene frío, tampoco calor, el miedo ha paralizado sus sensaciones mientras que ha agudizado sus sentidos. Hay algo que no cuadra, —no puede ser cierto, eso no—. Las llaves no han sonado cuando se ha quitado la bata. Con el pulso acelerado y temblando busca en todos los bolsillos pero no están por ninguna parte. —No puede ser que no estén—, —se me han caído mientras corría hacia aquí—, —ESTÚPIDA, ESTÚPIDA, ESTÚPIDA—. Desesperada y sin saber qué hacer, escucha el tintineo de sus llaves en el patio, acercándose. —Va a entrar, tiene las llaves, abrirá la puerta y me la encontraré de frente, vulnerable, sin saber qué hacer—. El sonido es cada vez más fuerte y claro. Se está acercando. Y entonces se le ocurre algo. Corre hacia el armario de su cocina y coge de manera apresurada las llaves de reserva que tienen en la casa, mientras lo hace escucha la cerradura desde fuera. Desesperada corre hacia la puerta, pero por el camino tropieza con una alfombra y se le caen las llaves. La silueta está probando otras llaves y pronto encontrará la correcta. Corre, llega a la puerta, y en el momento en que escucha cómo, desde el exterior, la llave correcta entra a la perfección por la cerradura, logra introducir la suya desde dentro. Con ambas llaves en la cerradura, aquello no puede abrir por fuera. Una

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vez alejada de la puerta, Milla cierra los ojos y suspira profundamente. —Por poco—. El descanso le dura poco, muchos pensamientos le rondan la mente. Aquello está intentando entrar en su casa, no sabe quién (o qué) ni por qué. Sus padres no llegarán hasta la mañana siguiente y no tiene a nadie a quien llamar. —Sí, sí que tengo—. Decide llamar a la policía, —ellos llegarán pronto, me pondrán a salvo y podré estar tranquila—. Corre hacia su habitación, pues es ahí donde tiene el móvil, pero mientras lo hace, lo escucha. La puerta del garaje se acaba de abrir. No recordaba que su llavero contenía la llave del garaje, sus padres la habían incluido hacía muy poco en su llavero y ella nunca la utilizaba. Está completamente aterrada. En mitad de las escaleras, sin poder bajar a la cocina a por nada para defenderse, sin poder hacer ruido para no ser descubierta en aquel lugar que consideraba seguro segundos atrás. Sube como puede las escaleras y se esconde en una esquina del baño de arriba. Está sentada en el suelo agarrando sus rodillas con los brazos. Casi no respira, lloraría, pero está demasiado aterrada para hacerlo. Con un escalofrío que no la abandona, escucha pasos lentos, pero firmes. También logra percibir un pequeño silbido, algo que vibra en el aire de manera periódica. No puede hacer nada, solo esperar a que sea un simple ladrón que quiera robar algo de su antigua casa, —esto no es una novela policíaca, no es un thriller, no hay una cuenta atrás, no hay sirenas, nadie va a venir a salvarme—. No puede hacer nada, ya no piensa, el terror la ha invadido. De repente escucha el horrible sonido del cuarto escalón, nunca antes le había parecido tan aterrador. Siente los pasos cada vez más cercanos y el pequeño silbido se torna más claro hasta que descubre de dónde procede. 16


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La silueta está en la puerta del baño, ya no puede esconderse, está frente a ella. Se acerca lentamente y el filo del hacha que blande en su mano izquierda corta el aire como el péndulo de Edgar Allan Poe. Milla cierra los ojos mientras la sombra yergue su arma como el mazo de un juez.

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UNA FRACTURA INOLVIDABLE, por Jorge Caballero Muñoz

1º Bachillerato BH

La vida en el hospital le resultaba monótona y asfixiante. Las ventanas no se podían abrir, no entendía por qué. Por más que pensaba no daba con la respuesta, sería cuestión de preguntarle a alguna enfermera, pero mejor se mantenía callado porque no quería robarles ni un minuto. Siempre tan atareadas, entraban, pinchaban, salían, cambiaban goteros. Pablo no les iba a molestar con su preocupación. Pero esa ventana cerrada le estaba poniendo de los nervios. Había llegado allí diez días atrás, después de caerse de la moto de un amigo. No tenía ni el carné ni la edad, pero se sentía capaz de conducirla, hasta podría conducir un coche, un autobús, un camión. Pablo, con quince años, era capaz de eso y mucho más. Pero no fue buena idea, un acelerón, una curva, un frenazo, un poco de agua en la carretera y en unos segundos fue al suelo. Se rompió el fémur, y tuvo suerte, porque, claro, tampoco llevaba casco. Las noches eran interminables y sobre todo lo fue la del viernes. Lo dejaron solo después de la cena. Él insistió en que su madre se fuera a descansar a casa, podía levantarse con las muletas e ir al baño, podía arreglárselas solo, como le gustaba presumir. Intentó dormir, sin éxito, el calor era sofocante. Se levantó e intentó abrir un poco la ventana, ¡¡maldita ventana!!

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Sabía de sobra que lo había intentado otras veces y era imposible. Empezó a sudar, el corazón se le aceleraba, la habitación se volvía más y más pequeña. Volvió a la cama, cerró los ojos, intentó relajarse y dormir. Se despertó varias horas después, sofocado y asustado por un ruido que se escuchaba de fondo, cada vez más cerca. De pronto la puerta se abrió y entró una enfermera, empujando un carrito, o eso le pareció. Un bigote ridículo le corría bajo la nariz, así que no era la enfermera que le había entregado los calmantes, y el carrito no era ni de la tensión, ni de curas… Se acercó y sin darle tiempo a reaccionar le tapó la boca, llenándosela de gasas, y con una rapidez increíble lo inmovilizó de pies y manos atándolo con vendas. No podía gritar, y en ese momento la temperatura volvió a subir, y la habitación se volvía más y más pequeña, el corazón se le salía del pecho. La ventana, necesitaba abrir la ventana o reventaría. El enfermero se acercó a su oído. —¡Como te muevas te rajo! Eso no lo tranquilizó. Las gotas de sudor no paraban de recorrer su cara. Iba a morir, por el calor, por esa ventana que no podía abrir. El hombre empezó a rebuscar por toda la habitación, buscando algo, Pablo no tenía ni idea de qué podía ser, de pronto sonó un móvil y en su cara se dibujó una siniestra sonrisa. Lo encontró en una mochila, uno más para su colección. Desapareció inmediatamente. En la habitación solo se oía el corazón de Pablo y sus gemidos. No entendía nada, no podía pensar con claridad. Entonces recordó su paso por urgencias, cuando su madre le pidió el móvil para hacer unas llamadas.

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Alguien debió verlo, era un móvil muy llamativo, última versión de una gran marca. No podía creerlo, casi muere de pánico por un robo. La puerta se abrió, de nuevo el corazón del chico se disparó. Pero ahora sí, reconoció a su enfermera, que dio un grito y corrió a liberarlo. Todo lo que ocurrió después, y a la mañana siguiente… es otra historia.

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CUENTA ATRÁS, por Irene Abril Guerrero

3º ESO C

Ya lo tenía decidido, en muy pocas horas comenzaría la actuación. Alex no se había recuperado de la pérdida de su hija hacía apenas un año, y su cólera y ansia de venganza seguían presentes. Él sabía perfectamente que solo se irían de una manera, y durante varios meses estuvo pensando la forma de hacer justicia por su cuenta. Había decidido que su víctima tuviera una oportunidad de salvarse, por eso la dejaría en libertad si conseguía pasar una prueba. El 13 de octubre amaneció con una nebulosa sobre la ciudad y pensó que era una premonición, así que se afianzó en su idea de actuar esa noche. Terminó de preparar el que sería el escenario del crimen y se dispuso a raptar a Natalia, la chica que, hacía un año, conduciendo borracha, le arrebató a su querida hija Claudia de apenas siete años. Él sabía que Natalia iba todos los sábados a la discoteca Maná para divertirse y quizás seguir conduciendo borracha. En sus manos estaba actuar para que el drama de su hija no se repitiera. La estuvo observando en la distancia y esperó pacientemente a que fuera a buscar su coche para regresar a casa, momento que aprovechó para abordarla y dejarla inconsciente y así meterla en su maletero. 21


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Natalia se despertó horas más tarde aturdida y desubicada y pasó un tiempo hasta que se dio cuenta de que estaba siendo observada. Le dolía la cabeza y las articulaciones y estaba encadenada al tobillo con una gruesa cadena oxidada. El lugar donde se encontraba era oscuro, pequeño y olía a combustible. Sintió pánico y preguntó de forma histérica dónde estaba, momento en el que una voz ronca le contestó: —Ahora pagarás el daño que has causado. Tienes una oportunidad, así que si quieres salir de aquí viva atiende a lo que te digo… —En ese momento Alex salió de la oscuridad y disfrutó al ver la cara de angustia de la chica, sabía que estaba aterrorizada—. Cuando yo me vaya, la cuenta atrás empezará y dispondrás de veinticuatro horas para liberarte y salir. Tendrás que descubrir la combinación numérica de la caja fuerte, a partir de las series de números escritas por las paredes. Dentro de la caja fuerte se encuentran dos llaves, una para abrir la cadena y otra para salir del cuarto. La sustancia que te recubre el cuerpo explotará si se junta con el fuego de la vela necesaria para ver los números de las paredes, así que procura darte prisa pues la vela se agota, al igual que el tiempo, y no te molestes en gritar, nadie te escuchará. Cuando Alex se fue el tiempo comenzó y Natalia, asustada, descubrió con horror que el suelo estaba lleno de cristales rotos. Las horas pasaban y Natalia no conseguía dar con la combinación correcta por más que lo intentaba, se había cortado los pies descalzos y sentía que le faltaba el aire. Cada vez estaba más cansada y tenía menos esperanzas. Sentía que con su sufrimiento estaba pagando un poco del dolor que le había provocado a su secuestrador un año atrás

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cuando atropelló a Claudia y quedó absuelta de todos los cargos… En cierta manera se estaba empezando a abandonar a su suerte, pero su instinto de supervivencia era mayor. Si no conseguía la combinación iba a morir enclaustrada en ese habitáculo inmundo, igual que ella había escuchado de otros casos de desaparecidas, y la otra posibilidad era morir quemada al fusionarse el fuego con el combustible… Quedaban cinco minutos para el final y no había conseguido la combinación, por lo que actuó con precipitación, provocando que la vela se le cayera de sus manos temblorosas al pie, y sintió el calor ardiente incendiando su cuerpo.

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LA HISTORIA DE WILLIAM, por Alejandro Miguel Puerta Hernández

3º ESO B

WILLIAM Intuyo que algo malo sucederá en cualquier momento, pero pase lo que pase me voy a enfrentar a él, está decidido. No sé si este será mi fin, pero no aguanto más, tampoco sé si el que realmente está leyendo esto eres tú, Peter. No importa que no lo seas, lo único que quiero es que se sepa toda la verdad. A lo mejor no me conoces o nunca has oído hablar de mí, por eso primero te contaré quién soy y cuál es mi historia. Si después de leer esta carta no me crees, no estás dispuesto a ayudarme o cualquier otra excusa que se te pase por la cabeza, lo entenderé, lo único que te pido en ese caso es que lo olvides todo y dejes la carta donde estaba para que otra persona que la encuentre pueda ayudarme. Me llamo William. Tengo catorce años. Se podría decir que “estudio” en el instituto Grap, aunque en este momento no tengo tiempo para ello. Mi madre murió cuando yo tenía ocho años en un accidente de coche que yo mismo presencié. Desde entonces, siempre he vivido con mi padre Paul, en una casa que se encuentra en las afueras del pueblo, cerca de un gran bosque. Él lo es todo para mí, ha sido la única persona, además de mi gran amigo y vecino Peter, que desde que murió mi madre ha estado conmigo pasara lo que pasase y con el que

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he compartido los mejores momentos de mi vida. Siempre hemos ido algo justos económicamente, hasta que hace tres meses, por fin, una empresa lo contrató dándole un buen sueldo que hizo que nos olvidáramos de esos problemas económicos, aunque no sé si verdaderamente esto me gustó porque distanció nuestra relación debido a la gran cantidad de horas que trabajaba al día. Como pasaba demasiado tiempo solo en casa, mi padre decidió contratar a jornada completa a Molly, una mujer que se encargaba de cuidarme y de mantener impecable nuestra casa. Desde el primer día se puede decir que Molly y yo no nos llevábamos demasiado bien, ya que a veces era insoportable y porque había algo en ella que no me transmitía nada bueno. Ese presentimiento empezó aquella tarde en la que yo había quedado con Peter para ir al bosque, en el cual habíamos construido un refugio. Como siempre, habíamos quedado a las cinco de la tarde para seguir ideando y construyendo trampas. Sin embargo, cuando estaba dispuesto a salir para encontrarme con Peter, Molly se negó a dejarme ir. En ese instante me quedé perplejo, es cierto que nunca nos habíamos llevado bien, pero Molly siempre me dejaba salir con Peter mientras yo volviese antes de la cena. Pero aquella tarde no fue así, me dijo que no podría salir, pues correría un gran peligro si lo hacía. Claramente, yo creía que se había vuelto loca, había ido muchas tardes con Peter al bosque y nunca había pasado nada, aunque era cierto que llevaba un tiempo en el que la veía demasiado rara, algo inquieta, pero yo no había notado nada fuera de lo común, por lo que no tenía sentido que pudiera correr un grave peligro si esa tarde salía de casa. A pesar de insistirle, ella finalmente no me dejó ir, así que tuve que decirle a Peter que esa tarde no podría acompañarlo, algo por lo que él se quedó muy sorprendido, aunque yo tampoco tenía 25


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demasiado tiempo para darle explicaciones. Me pasé toda la tarde en casa enfadado y dándole vueltas a por qué Molly me había dicho eso. Cuando llegó mi padre le conté lo ocurrido, aunque, para mi sorpresa, él se puso de su lado y me dijo que ella tenía la última palabra cuando él no se encontraba en casa, por lo que me enfadé aún más. De todas formas, me di cuenta de que había puesto una cara muy extraña cuando le conté lo sucedido, aunque no fue una cara de sorpresa, sino una mala cara, como si él también esperara que hubiese pasado algo pero no quería que yo supiera nada. No me dijo nada con respecto a la advertencia de Molly. Trató de cambiar de tema rápida y sutilmente, y aunque yo lo noté, intenté contestar su pregunta sin rechistar contándole lo que había hecho aquella mañana en el instituto. Finalmente, no fue solo el tema de conversación lo que me mantuvo toda la noche en vela, sino aquel maldito cochecito de juguete. Exactamente un año antes de que muriera mi madre, ella me había regalado el mejor juguete que había tenido jamás: un coche teledirigido con el que pasaba horas y horas jugando. Fue mi juguete preferido hasta que ocurrió aquel trágico accidente de coche en el que ella murió. No quería volver a ver ese cochecito, por ello una tarde me adentré en el bosque y cerca del árbol más viejo enterré dicho juguete, exactamente en ese lugar porque allí fue la última vez que estuve a solas con mi madre. Pues bien, esa misma noche, mientras estaba en mi habitación, escuché un ruido extraño pero familiar. Al principio no sabía a qué me recordaba exactamente, aunque sí me había dado cuenta de que era un recuerdo lejano, era... un ruido parecido al que hacía mi juguete preferido, pero no podía ser que alguien lo tuviera en sus manos pues solo yo sabía el punto 26


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exacto donde lo había enterrado. Era imposible que lo estuviera escuchando de verdad, pensaba que seguramente era algo que yo me estaba imaginando. Pero era un sonido demasiado real para ser una imaginación, que aumentaba de manera progresiva. Además, sentía un olor extraño, parecido al que desprende la tierra húmeda. No sabía qué hacer, solo pensaba que era imposible que estuviera allí, por lo que decidí meter la cabeza debajo de la almohada e intentar no escuchar más ese sonido que permaneció allí durante un tiempo hasta que por fin se fue alejando. Tenía miedo de sacar la cabeza por si me encontraba el juguete allí mismo, al lado de mi cama. Parecía algo ridículo, pero necesitaba saberlo para quedarme más tranquilo, así que me armé de valor y conseguí mirar a ambos lados de esta, donde, para mi sorpresa, no vi nada extraño. Me incorporé lentamente para poder ver el resto de la habitación, en la que tampoco parecía haber ocurrido ningún suceso. Todo estaba en su sitio y además aquel olor también había desaparecido. Tras esa noche, el resto de los días transcurrieron con total normalidad, Molly no tuvo ningún problema en dejarme salir con Peter, al que no le conté nada de lo ocurrido, aunque mi padre seguía llegando cada día algo más tarde de lo normal. Pero una noche, mientras dormía en mi habitación, volví a escuchar el mismo ruido y aquel olor extraño volvió, pero esta vez ambos eran más intensos. Pensaba que todo cesaría pronto, pero ninguno de ellos remitía, era como si estuvieran dispuestos a permanecer allí hasta volverme completamente loco, así que esta vez no podía comportarme como un cobarde y meter la cabeza debajo de la almohada, sino que tenía que enfrentarme a ello, por lo que me incorporé de la cama y lo que vi me dejó perplejo. El coche teledirigido que me había

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regalado mamá estaba allí, justo delante de mí. En ese momento no supe qué hacer ni qué pensar, simplemente me quedé paralizado hasta que se fue. A la mañana siguiente se lo tenía que contar a papá, él me entendería y sabría qué hacer. Mientras desayunábamos Molly, él y yo, le conté todo lo que había presenciado la noche anterior. Él se quedó mirándome muy extrañado y, por más que yo le insistí, me aseguró que no había visto ningún coche de juguete, no había escuchado ningún sonido y tampoco había olido nada extraño. Mi padre sabía lo mal que yo lo había pasado con la muerte de mi madre en aquel accidente de coche, así que me dijo que seguramente yo mismo me lo había imaginado todo, pero me hizo prometerle que, si me volvía a pasar, se lo contaría inmediatamente y trataríamos de buscar la mejor manera de solucionarlo juntos, por lo que me sentí más reconfortado. Sin embargo, a la mañana siguiente, cuando este salió de casa para ir al trabajo y yo me estaba preparando para ir al instituto, Molly me hizo sentarme en la mesa de la cocina para hablar conmigo. Me desveló que ella sí había escuchado un ruido extraño y había notado un olor un tanto peculiar. No le respondí, el sonido y el olor habían sido lo suficientemente fuertes como para que los dos los escucharan y olieran, pero me resultaba muy extraño que solo ella y yo nos hubiéramos percatado de ello y mi padre no. Traté de olvidarme del asunto, no fue nada fácil, pero el resto de los días transcurrieron con normalidad, así que mis preocupaciones sobre este tema quedaron a un lado, hasta que todo volvió a ocurrir justo una semana después, otra vez un martes. Ocurrió exactamente lo mismo aquella noche, y a la mañana siguiente, los mismos protagonistas con el mismo guion. 28


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Estaba harto, no aguantaba más, y en ese momento fue cuando empezaron las especulaciones, daba por seguro que mi padre no me iba a mentir en ningún momento, era imposible, así que centré el problema en Molly, empecé a pensar que era ella la que manejaba el coche. Es cierto que solo yo sabía dónde estaba enterrado exactamente, pero quizás lo había encontrado por casualidad y se había informado sobre ello. Seguro que todo estaba planificado, quería volverme loco y así reírse de la muerte de mi madre y de mí. Seguramente, nada estaba ocurriendo de verdad, pero ella me afirmaba que sí, y lo hacía para ponerme en contra de mi padre. Decidí que lo mejor sería investigar por mi cuenta y no meter en esto a nadie, ni siquiera a Peter, al menos no en aquel momento. Por ello, una tarde en la que Molly se encontraba limpiando el resto de la casa, entré en la habitación en la que ella dormía sigilosamente. Parecía una habitación como otra cualquiera, muy ordenada y limpia, pero si realmente Molly estaba tratando de hacer algo, no iba a dejar las pruebas tan fácilmente a la luz, por ello, el juguete tendría que estar escondido en algún sitio. Rebusqué lo más rápido que pude procurando dejarlo todo como estaba. Cuando salía de la habitación, puesto que no había visto nada fuera de lo ordinario y no quería que Molly me viera husmeando entre sus cosas, me di cuenta de que había un periódico muy desgastado y viejo encima del escritorio, así que le eché un vistazo antes de irme. Cuando lo leí supe que mis especulaciones estaban en lo cierto, Molly estaba tratando de volverme loco. El periódico no era de aquel día, ni siquiera de aquel año, se trataba de un periódico de hacía seis años, en el que una de sus páginas hablaba sobre un accidente de coche, el mismo en el que había muerto mi madre:

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Muere una mujer en un accidente debido a la colisión entre dos vehículos El pasado martes, una mujer llamada Silena Beckendorf murió en el acto tras colisionar con otro vehículo en el que viajaba otra mujer, Elisabeth Prey, que fue hospitalizada.

Ver la noticia me dejó desconcertado pero me recompuse lo más rápido que pude, dejé el periódico tal y como lo había encontrado y salí de la habitación. No sabía si contarle algo a mi padre cuando volviera del trabajo, tampoco sabía si debía decirle algo a Peter, pero al parecer era una «guerra» entre Molly y yo, así que decidí esperar para contar a alguien lo que me estaba pasando. Me hubiese gustado decir que los siguientes días después de ver ese periódico fueron «normales», pero nada más lejos de la realidad, cada día todo empeoraba más. Esta vez no fue un martes, sino un miércoles. Estaba ya metido en la cama, con la puerta de mi habitación cerrada. Iba a disponerme a dormir cuando escuché que llamaban a la puerta. Quizás mi padre tenía algo que decirme antes de acostarse, pero como nadie la abría, cerré los ojos para tratar de dormirme. No tardé mucho tiempo en abrirlos debido a que aquel sonido y el olor tan peculiar aparecieron otra vez pillándome desprevenido. Antes de enfrentarme a lo que sabía que vería de un momento a otro, pensé demasiadas cosas a la vez. Seguro que Molly me había visto esa misma tarde buscando algo en su habitación y quería hacerme pagar por ello, por lo que sí, tenía que ser ella. No tuve tiempo de pensar más cosas, ya que lo que vi esa noche no tuvo comparación con las anteriores. La puerta de mi habitación se había abierto sin motivo alguno, 30


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por lo que me quedé mirándola para saber qué estaba pasando. Esperaba lo peor, pero ni yo mismo me podía imaginar lo que estaba a punto de suceder: el coche teledirigido volvió a entrar por la puerta de mi habitación, pero aquella noche no iba solo. Nada más verlo entrar, un gran resplandor me cegó y cuando conseguí abrir los ojos de nuevo, me arrepentí inmediatamente de haberlo hecho, ya que vi una cara demoníaca encima del juguete, una cara tan potente y tan maligna que me aterroricé en el acto, me transmitía un mal ego, algo inexplicable. Me recordaba y me hacía pensar exclusivamente en la peor sensación que había experimentado nunca jamás: ver cómo moría mi madre. Realmente llevaba lo que parecía ser una muñeca atada a él, a la que le faltaba la cabeza y estaba manchada de pintura roja. Claramente esta muñeca simulaba su muerte. Cuando vi aquella imagen, mi cabeza «explotó», fue superior a mí, y eso no fue todo, el coche no se movía, permanecía allí delante de mí, uno enfrente del otro. Cada vez que lo miraba y veía aquella muñeca, recordaba a mi madre, los buenos momentos que había pasado junto a ella y me daba cuenta de lo que la echaba de menos. También era como si viera una imagen suya tratando de avisarme de que algún mal acontecimiento tendría lugar tarde o temprano y eso lo empeoraba todo aún más. Me puse a llorar, quizás esa sea la solución que encuentran los débiles en los momentos más difíciles pero en ese momento estaba desbordado. Si realmente era Molly la que estaba manejando el coche y la que trataba de hundirme y volverme loco, no se podía imaginar lo bien que lo estaba haciendo… En dos de los cinco días siguientes, me ocurrieron hechos parecidos que no es necesario recordar. Desde la primera vez,

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he pasado prácticamente todos los días pensando en todo lo ocurrido, hasta hoy. Hoy martes he decidido que la próxima vez que ese juguete aparezca (lo que, si todo sigue por el mismo camino, debería de ser hoy) me voy a enfrentar a él, lo romperé a patadas si hace falta, pero no voy a permitir que Molly, esa bruja, me vuelva loco a través de ese juguete. Cuando lo destroce seré yo quien me ría de ella, pero… por si todo sale mal, esta misma tarde he quedado con Peter para que venga a casa. Se lo contaré todo, y estoy seguro de que él querrá ayudarme porque, después de todo, él solo verá un juguete normal debido a que él no tiene ningún problema con los coches teledirigidos y podrá ayudarme a mí a afrontar la situación. Aunque no sé si me dará tiempo a hacerlo. Estoy escuchando un sonido que me está resultando demasiado familiar estos últimos días, pero que no me resulta nada agradable. Ha llegado mucho antes de lo esperado... PETER Estuve esperando a William para ir al bosque aquella tarde, siempre quedábamos a la misma hora, pero se estaba retrasando algo más de lo normal. Cuando por fin salió de casa, yo pensaba que le habría ocurrido algo que lo había hecho retrasarse, pero estaba equivocado. Me dijo que esa tarde no podría acompañarme al bosque porque Molly no lo dejaba ir. Me quedé desconcertado, era la primera vez que William no venía conmigo. Siempre que no se lo permitían, de una forma u otra se las apañaba para venir, puesto que era algo que nos encantaba a los dos. Tampoco me dio más explicaciones, simplemente me dijo eso y volvió a entrar en casa, por lo que 32


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yo también volví a la mía, aunque preocupado por él. La forma en la que me lo había dicho no me transmitía buenas sensaciones. Los siguientes días transcurrieron con normalidad, William y yo fuimos al bosque sin ningún problema, por ello, dejé de lado las sensaciones que había tenido unos días antes. Unos días más tarde, William me dijo que fuera a su casa. No me dijo para qué, tampoco me dijo nada de lo que quería, pero supuse que quería hablar conmigo sobre alguna nueva trampa que habría ideado. Nunca lo supe, aquella tarde fue la peor de mi vida. Cuando salía de casa e iba de camino a la de William, desde lejos vi cómo la puerta de la entrada se encontraba abierta. Pensé que William me estaba esperando, así que me apresuré en llegar, pero ni siquiera me dio tiempo. De aquella puerta vi salir un pequeño objeto que se movía solo, y para mi sorpresa, a William detrás de él. Lo llamé varias veces, pero parecía absorto con aquel objeto. Decidí seguirlos manteniendo cierta distancia, y estos me condujeron a la espesura del bosque. Cuando William se paró, conseguí ver con claridad qué era aquel objeto que lo había dirigido hasta allí: era un coche teledirigido. Pero lo que menos esperaba era lo que estaba a punto de pasar. Sin saber cómo ni de dónde, apareció Paul, el padre de William. Su cara irradiaba una ira que no era normal, estaba enfadado, tenía los ojos desorbitados y la ropa muy desgastada, parecía un verdadero psicópata. Además, sujetaba algo en sus manos. Al principio no supe distinguir lo que era, pero luego me di cuenta de que lo que sujetaba era el mando que controlaba aquel coche teledirigido que había llevado a William hacia el bosque. No entendía absolutamente nada, quizás 33


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William había añadido alguna función a ese juguete y quería demostrármela con la ayuda de su padre sin decirme nada, para sorprenderme aún más. Yo me disponía a ir hacia ellos para ver qué era lo que estaba pasando cuando lo que observé me dejó absolutamente paralizado: al lado de Paul había un hacha tirada en el suelo. Evidentemente, no se trataba de ninguna sorpresa agradable. Mientras William y su padre quedaron enfrentados uno delante de otro, vi algo a lo lejos que se movía y se dirigía hacia ellos. Cuando estuvo más cerca, me di cuenta de que era Molly y pretendía unirse a la escena. Cuando esta llegó a su altura, se situó al lado de William, aparentemente estaba muy nerviosa. En cuanto quedó a su lado, quiso agarrar a William de la mano, aunque este la rechazó con desprecio y fue a situarse al lado de su padre. William le preguntó por qué estaba manejando aquel juguete y, sobre todo, cómo lo había encontrado. Paul le contó que Molly le había dejado el mando que dirigía el juguete en sus manos justo antes de que él viniera y se había escondido en otro lugar para que pensara que el culpable de todo había sido él. Nada más escuchar esto, Molly lo interrumpió y dijo que eso era imposible, ya que ella no había visto aquel coche en su vida. William la miró de arriba a abajo con una cara de repugnancia. Cogió de la mano a su padre y le dijo que estaba con él, esa mujer había estado tratando de reírse de la muerte de su madre y de él mismo, así que ya era hora de que matara a quien había estado atormentándolo durante tanto tiempo, algo a lo que su padre contestó con una sonrisa. En cuanto Molly escuchó lo que había dicho William, le dijo que estaba allí porque quería ayudarlo, se sentía mal por lo que había hecho sin querer en el pasado. Noté que, mientras lo decía, William parecía estar algo confuso y no entendía a lo que 34


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se refería Molly. También le aseguró que estaba diciendo la verdad, que el que había estado manejando todo ese tiempo aquel juguete había sido su padre, debido a que las drogas lo estaban volviendo loco y a que los problemas económicos por los que habían pasado no se habían solucionado con un gran puesto de trabajo. En ese momento Paul cogió el hacha que estaba junto a él y presencié la peor escena que habría imaginado jamás. Le dijo a William que ya estaba bien, que mataría a Molly por todo lo que le había hecho, estaba completamente ido, y justo cuando menos se lo esperaba, su padre propinó a William un hachazo en la espalda matándolo en el acto. No contento con eso, cuando vio que Molly se abalanzaba sobre él absolutamente aterrorizada por lo que acababa de hacer, le dio un golpe tan fuerte que hizo que se desmayara para después estrangularla hasta matarla. Cuando vi lo que había hecho con su propio hijo y con Molly, salí corriendo lo más rápido que pude, pero mientras corría no podía dejar de pensar en lo que acababa de suceder. Empecé a llorar, aunque sin dejar de correr, simplemente quería llegar cuanto antes a casa. Si ese loco había acabado con la vida de su hijo, no dudaría en hacerlo con la mía si me pillaba, aunque por suerte pude llegar a casa sano y salvo. Lo primero que hice cuando llegué a casa fue llamar a la policía y contar todo lo que había visto. No fue fácil para mí, pero conseguí hacerlo. Al cabo de unos días leí una noticia en el periódico en la que se decía que habían detenido a un hombre llamado Paul Blade, el cual, en el momento de la detención, presentaba síntomas de haber consumido una gran cantidad de drogas y al que se le relacionaba con actividades en mafias. Esta noticia

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también decía que en la inspección de su casa habían encontrado una carta que había escrito su hijo William el día de su muerte, la cual pude leer. William había estado sufriendo todo ese tiempo y no había sido capaz de decirme nada, lo que demostraba lo aterrorizado que había estado durante todo ese tiempo. Después de leer esta carta, por fin entendí por qué Molly me hizo prometerle que nunca hablaría de ello con William cuando ella me lo desveló. En realidad, no se llamaba Molly, sino Elisabeth Prey...

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RECUERDOS DE LA INFANCIA, por Erik Giovanni Cocha Tipantasig

1º Bachillerato BH

Otra noche más en la que había vuelto a tener una pesadilla, llevaba meses así, mi madre me había llevado con profesionales en busca de una solución pero parecía que nada funcionaba. Hoy había sido distinto, eran las 3:32 de la madrugada, algo que no solía suceder, siempre me despertaba al día siguiente, pero hoy no, no le di mucha importancia y me levanté de la cama. Bajé a la cocina a por un vaso de agua, cuando vi la foto de ella, mi hermana Gabriela, que había desaparecido hacía unos meses. Después de su desaparición me sentía muy sola, siempre habíamos estado muy unidos, además siempre la tenía en mi cabeza y más aún cuando veía su cama vacía. Le pedí a mi madre que quitara la cama de ahí, ya que dormíamos los dos en la misma habitación, yo ya había perdido las esperanzas de que ella volviera, pero mi madre no, ella pensaba que aún seguía viva y que la íbamos a encontrar algún día, mi madre era una mujer feliz con un buen sentido del humor y con un sonrisa de oreja a oreja siempre, pero desde aquello pasó de ser como era a ser fría, apenas quería hablar conmigo, todas las tardes se encerraba en el sótano y se pasaba allí casi toda la tarde y luego se encerraba en su habitación, así todos los días. Volví a subir las escaleras lentamente, no quería hacer ruido para que mi madre no se levantara. Volví a la habitación 37


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y fue cuando vi que la cama de mi hermana estaba ocupada, mis piernas y mis manos empezaron a temblar, no sabía qué estaba pasando. Corrí a la habitación de mi madre, abrí la puerta, mi madre estaba allí durmiendo, pero entonces… ¿Quién era la persona que estaba en la cama de Gabriela…? Volví a la habitación, intentando hacer el menor ruido posible, solo quería saber quién era, pero ya no había nadie en la habitación, la cama estaba hecha, no había ninguna arruga, seguía como la dejó mi madre el día que desapareció. No sé, tal vez había sido imaginación mía, solo quería dormir y que fuese otro día. Antes de volver a la cama fui al baño y fue entonces cuando escuché cómo algo golpeaba el cristal, pensaba que el sonido venía de la ventana del baño, ya que fuera hay un árbol y una de sus ramas suele chocar con esa ventana cuando hace viento, así que no le di importancia, fue entonces cuando volví a escuchar el golpe, pero esta vez no venía de la ventana, sino del espejo. Era muy tarde y pensaba que todo era consecuencia de mi imaginación, volví a la cama y me tapé de los pies a la cabeza, intenté conciliar el sueño pero fue imposible, seguía pensando en aquello, había sido tan real… Volví a mirar la hora y ya eran las 4:26 de la madrugada cuando escuché cómo alguien golpeaba repetidamente la puerta del sótano, bajé corriendo y mientras bajaba las escaleras alguien empezó a gritar, pensaba que era mi madre, pero no, la voz que procedía del sótano era más fina que la de mi madre, incluso me parecía familiar. Abrí la puerta del sótano, pero no alcancé a ver nada, en ese instante me levanté. —¿Todo había sido un sueño?, ¿nada había sido real? — eso pensé hasta que volví a escuchar el mismo ruido; muchos golpes que cada vez iban más rápidos, esta vez bajé corriendo,

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abrí la puerta, todo estaba muy oscuro, encendí la linterna del teléfono y me adentré. El olor que provenía del interior era insoportable, aun así seguí bajando las escaleras; muchas cajas, objetos viejos que se quedaron en el olvido tras la mudanza ya hace muchos años, y una bolsa negra, muy grande, y parecía que era de donde salía el olor. Abrí la bolsa y la vi… Era Gabriela, estaba muerta, corrí gritando a la habitación de mi madre pero ella ya estaba despierta, fue entonces cuando me cogió con fuerza de la mano y me dijo con cara seria y mirándome a los ojos: —A partir de hoy nunca has tenido hermana —cerró la puerta de su habitación conmigo dentro y escuché cómo bajó al sótano y cerró la puerta. En ese momento me di cuenta: mi hermana trataba de decirme algo pero no la escuché... Fue entonces cuando me desperté, pero esta vez de verdad, en una habitación con las cuatro paredes blancas y acolchadas, llevaba una camisa de fuerza que me impedía mover los brazos. Había recordado todo lo que había pasado aquella noche después de tanto tiempo que casi se me había olvidado. Hoy tengo 32 años y piensan que estoy loco, nadie me creyó en su momento y ahora tampoco. Llevo más de quince años aquí dentro, es tanto tiempo que ya no sé si aquello que pasó fue real o es algo que con el tiempo he ido inventando, es igual, no puedo hacer nada, al fin y al cabo nadie va a creerme nunca.

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LA SOMBRA, por María Fernández Fernández

3º ESO B

PEDRO 14/11/1990. Me llamo Pedro, tengo 15 años y vivo con mi padre en una mansión, la cual se encuentra muy lejos de la ciudad. Desde hace una semana, en mi buhardilla, escucho a alguien tocando el piano. Parece que puedo estar loco, pero probablemente sea mi madre, aunque ella se suicidó hace doce años, o eso me contó mi padre. Antes de morir escribió una carta en la que decía que no quería vivir con nosotros y que estaba harta de la vida que le había tocado. Así que pienso que seguramente la que está haciendo todos esos ruidos es ella, aunque no le doy demasiada importancia. Aunque anoche esos ruidos ya no existían en la buhardilla, ahora estaban debajo de mi cama, solamente debajo de mi cama, tenía mucho miedo, grité pero mi padre no se despertaba, cerré los ojos y cogí bien fuerte la sábana, cuando abrí los ojos ya era de día, todo había vuelto a la normalidad. 22/11/1990. Después de varios días sin pasar absolutamente nada, me imaginaba lo peor. Ayer por la tarde estaba haciendo los deberes cuando noté algo que me hacía cosquillas en la espalda. Miré hacia atrás, pero cuando me volví, no había nada, simplemente me di cuenta de que la puerta estaba abierta. Aunque ahora que lo recuerdo bien, la había dejado cerrada. Algo extraño está pasando aquí, fui hacia la puerta y 40


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me asomé, pero solo se veía el pasillo oscuro que tenía a mi lado, al final del pasillo está la puerta del sótano, fijé la vista y vi un cuerpo bastante extraño bajar las escaleras, pero seguí sin darle importancia porque creí que era mi padre. Volví a sentarme en la silla del escritorio y la puerta se cerró de golpe, esta vez sí me asusté y por la noche se lo conté a mi padre, él también se asustó, me dijo que se había tirado toda la tarde trabajando en su despacho y decidimos olvidarlo viendo una película, pero no sirvió de nada, esa sombra era muy preocupante para mí. 23/11/1990. A la mañana siguiente conté a mis amigos lo que estaba sucediendo en mi casa y ellos también se asustaron, me dijeron de ir a investigar y les hice caso. Esa misma tarde decidí ir al sótano, donde había bajado la extraña sombra. Nunca había bajado a ese sótano. Hay bastantes escaleras que te llevan a una oscura habitación, sentía la presencia de alguien, que estaba apagando y encendiendo la luz, escuché cómo cerraron la puerta con llave y, como se escuchaban pasos bajando las escaleras, intenté esconderme, pero… Falsa alarma, era mi padre, que llevaba cajas con objetos viejos. Cuando me vio allí se quedó mirándome fijamente y vino hacia mí, me cogió y me llevó para arriba, parecía que no le gustaba la idea de que bajara a ese sótano, pero eso hizo que me quedara con más ganas de descubrir qué había ahí abajo. Estaba ya acostado en mi cama, con las luces apagadas y con la ventana cerrada, cuando de repente escuché a mi padre toser muy fuerte. Me esperé un rato para que se le pasara, pero cada vez la tos era más y más fuerte y decidí ir para su habitación, cuando entré por la puerta de la habitación de mi padre, no había nadie, mi padre había ido de cena de empresa y no había nadie en casa, me quedé mirando hacia su mesita y había una tarjeta donde ponía: “¿Vienes para el sótano?”, y le hice 41


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caso al mensaje, me llevé una linterna y mi móvil, bajé las escaleras oscuras y empecé a escuchar voces que me recordaban a una niña pequeña, lo que me dio mucho miedo. Al fijar bastante la vista hacia el fondo de las escaleras me di cuenta de que allí estaba la silueta del otro día, por lo que fui poco a poco hacia ella, le alumbré con la linterna pero era negra con manchas de sangre, no tenía rostro, al mirar hacia mi izquierda había una mujer colgada del techo ahogándose, subí corriendo las escaleras pero no paraba de escuchar a la mujer diciéndome: “¡Ayúdame! ¡No me dejes aquí!”. Sin pensarlo cerré la puerta con llave hasta que vino mi padre, le expliqué lo que había pasado, pero después me arrepentí, porque la última vez que me vio abajo se cabreó mucho. Mi padre no paraba de regañarme, me mandó a la cama directamente, esa misma noche seguía escuchando los gritos de la mujer y esas imágenes seguían en mi mente. No pude dormir. 25/11/1990. Ayer no quise escribir, no tenía palabras para explicar lo que estaba pasando en mi casa, era todo tan raro. Hoy mi padre ni me ha mirado a la cara, no quería hablar conmigo, eso me ha hecho pensar que algo tiene que haber extraño en ese sótano para que se cabreara tanto. Mi padre entró al despacho y yo fui a su habitación para buscar algo relacionado con el sótano, busqué por su mesilla y no había nada, también por el armario y encontré una caja de color rojo desgastado, pero necesitaba una llave para abrirla, por lo que pensé que esa llave debía de estar en su despacho, pero él siempre me dice que no entre, yo necesitaba abrir esa caja. Esa misma noche fui al despacho, al salir de la habitación otra vez notaba esa presencia, al entrar al despacho vi que el ordenador estaba encendido, y ponía: “¿Vienes para el sótano?”. En ese instante olvidé la llave, fui otra vez al sótano, 42


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otra vez la extraña silueta al final de las escaleras, pero ahora resultaba más familiar, parecía mi padre, ahora la mujer no estaba en el mismo sitio, estaba sentada en una silla, tenía la cara tapada y las manos atadas detrás de la silla, de repente se apagó la luz, esta vez no llevaba la linterna ni móvil ni nada, en ese momento solo pensé en ir para atrás hacia la puerta, la extraña figura se acercaba más a mí, corrí y salí de ese sótano, de nuevo cerré la puerta con llave. Volví al despacho, el mensaje había sido eliminado, busqué la llave, pero encontré otra cosa peor, una carta que decía así: Pedro, te quiero muchísimo, hijo, pero tu padre está loco, NUNCA bajes al sótano que hay en el pasillo oscuro, por favor, hazme caso, hijo, ahí se encuentra la parte oscura de tu padre, te va a intentar matar cada día de una manera, tu padre me intenta matar cada noche, espero que estés leyendo esto antes de que te mate. Te quiero mucho. Mónica. 15/06/1978.

Sí, Mónica es mi madre, en ese momento me quedé inmóvil, se me saltaban las lágrimas solo de pensar en que mi madre en verdad no se suicidó, la mató mi padre, eso me hace pensar que esa sombra es mi padre y la mujer es mi madre, que cada noche la intentaba matar de alguna manera, ya entiendo por qué mi padre no quería que bajara a ese sótano. Inmediatamente me guardé la carta y seguí buscando por el escritorio, no encontraba la llave, intenté buscar por sus carpetas y tampoco estaba, por último decidí quitar un cuadro gigantesco y di en el clavo, había un tablón de corcho donde la foto de mi madre se situaba en medio y alrededor un montón de herramientas, como un martillo, cuerda, silla, llave in-

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glesa… Yo pensé que era con los utensilios con los que la intentaba matar, pero en la foto de la cuerda llevaba otra imagen que era la de la caja que encontré en el armario de mi padre de color rojo desgastado, cogí la foto y detrás ponía: “En el salón, debajo del sofá”. También había un tablón de corcho más pequeño situado al lado, tenía mi foto. Me fui a dormir pero al día siguiente seguiría investigando. 26/11/1990. Esta mañana no tengo instituto y mi padre se ha ido a comprar, es el momento perfecto para ir a buscar la llave de la misteriosa caja, he bajado al salón y he buscado debajo del sofá y sí, sí había una llave, he subido las escaleras y he ido directamente al armario de mi padre, no estaba la caja, pero había otra tarjeta que ponía: “¿Vienes para el sótano?”. Fui corriendo para el sótano pero ya no estaba la extraña sombra, ahora era mi padre, me quedé mirándolo, tenía en sus manos la caja de color rojo desgastado, la abrió, dentro había una pistola, me estaba apuntado a mí pero cuando disparó la bala me atravesó sin hacerme ningún tipo de daño, por un momento pensé que era inmortal, hasta que me di la vuelta y vi a mi madre tirada en el suelo, estaba viviendo cada momento en el que sufrió mi madre. Esa misma noche, estaba yo acostado en mi cama cuando a mi mente me vinieron otra vez los gritos de la mujer diciendo: “¡Ayúdame! ¡Hijo, ayúdame!”. Me levanté de la cama y vi cómo una sombra estaba asomada a la puerta de mi habitación, con una cuerda en la mano, decidí gritarle, enfrentarme a él, empecé a gritar y saltar de rabia, la extraña sombra me cogió y me llevó a una habitación extraña, donde ahora estoy, todas las noches me intenta matar con algo diferente. Mi madre llevaba razón, siempre viene a las doce de la noche y ahora mismo son las once y cincuenta y cinco, mejor no seguir con esto.

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Probablemente cuando estéis leyendo este diario, yo ya no estaré vivo.

POLICÍA Este diario fue hallado en la casa donde asesinaron a Mónica García Valera y a Pedro Egea García, quien los asesinó fue Mario Egea Sánchez, padre de Pedro y esposo de Mónica. El cuerpo de Mónica lo hallaron en el sótano y a Pedro colgado de un árbol del patio, el día 22/05/1995, gracias a los amigos de Pedro que sabían la situación que había en su casa y se lo habían explicado todo a la policía, pero no encontraban la casa y al asesino tampoco, hasta que sus vecinos avisaron también a la policía, porque días después de asesinar a su hijo decían que se escuchaban gritos de niños y de mujeres diciendo: “¡Ayúdame! ¡No me dejes aquí!”. También nos dijeron los vecinos que de vez en cuando su vecino Mario llamaba a la puerta y siempre iba con una cuerda en la mano. Mario se suicidó nada más escuchar a la policía acercarse a su casa. No sabemos más sobre este caso.

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EL ÚLTIMO HALLOWEEN, por Juan Pedro Fernández Jiménez

3º ESO B

Hugo es un niño normal y corriente, vive en un pueblo al norte de la región española de Madrid, de poco más de diecisiete mil habitantes, llamado Umbra. Lo que él no sabe es que este año será su último Halloween. Todo comienza unos días antes de la celebración del día de los muertos, concretamente el 26 de octubre. Hugo despierta sobresaltado de la cama, ha tenido una extraña pesadilla, lo recuerda todo borroso, no sabe muy bien qué ha sido lo que ha visto en su sueño, solo recuerda tonalidades rojas. Decide levantarse a tomar un vaso de agua para olvidar lo sucedido. Andando hacia la cocina se para detenidamente en la ventana del pasillo y observa la calle, nota que está solitaria, hay una niebla blanca muy intensa que hace que apenas se noten las estrellas, y una luna llena que brilla más de lo normal. Además, la calle está vacía, los árboles secos y el viento suena al golpear contra las hojas del suelo. Hugo lo ve todo normal, por lo que sigue andando hacia la cocina a tomar su vaso de agua. Al volver, se vuelve a fijar en la ventana y nota algo que no observó antes, una luz naranja proveniente del antiguo cementerio. Una vez ya en la cama, se pone a pensar en la extraña luz y se impresiona al recordar que su pueblo recibe el nombre de Umbra por una antigua leyenda

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creada por una bruja con el mismo nombre, que dice lo siguiente: “Cada 666 años, en la noche de Halloween los espíritus salen de sus tumbas e invocan terror y oscuridad, en una inmensa niebla”. Al día siguiente, Hugo se levanta sudado y con una sensación extraña, difícil de expresar, aunque nada que le impida asistir al instituto y realizar un día normal. A las ocho y diez sale de su casa camino al instituto, en donde se reúne con sus amigos: Pablo, su mejor amigo desde la infancia; José, un buen amigo que conoció en tercero de primaria; y Antonio, un chico que se incorporó a su grupo hace dos años pero parece que se conocen desde hace mucho más tiempo. Allí Hugo habla sobre lo que observó la noche anterior, el extraño sueño y la niebla que observó. Pablo comenta al respecto que no se despertó en toda la noche y no notó nada, mientras que José y Antonio se pasaron toda la noche jugando a Fortnite. ¡RING! —¡Es la hora de entrar a clase! —grita la directora a la vez que suena el timbre. Llegan las dos y veinte y toca el timbre de salida, Hugo se despide de sus amigos y se dirige a su casa, mientras se fija en el antiguo cementerio, que sigue iluminado con una luz de color naranja.  Pasan los días y la luz no desaparece, Hugo despierta todas las noches con la misma pesadilla, aunque nunca logra recordarla. El cielo se nota extraño, cada día más oscuro, la luna más grande y las estrellas más ocultas por culpa del aumento

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de la niebla, que aparece al anochecer y se dispersa al amanecer. A todo esto hay que sumarle los sucesos extraños que experimenta, como voces que escucha por las noches, voces en forma de susurro que apenas se entienden.  Llega el 31 de octubre por la mañana y, como de costumbre, Hugo y sus amigos se reúnen unos minutos antes de entrar a clase para hablar sobre un tema, este día toca la clásica fiesta de Halloween. Como ya habían planeado, todos se reunirán disfrazados de algo terrorífico en la puerta de la casa de José sobre las ocho de la tarde, irán a pedir caramelos y, una vez reunidos unos cuantos, se irán a jugar a la Play, a ver películas y a hacer una fiesta pijama en casa de Pablo aprovechando que sus padres se han ido de viaje. Todos comentan ilusionados, menos Hugo, que ese día se encuentra especialmente distraído, no para de pensar en el sueño que lleva teniendo diariamente, en los susurros, en la luz y en por qué la gente no se extraña de esta. Esto último provoca que la profesora de Matemáticas le regañe por no estar atento. A las ocho se encuentran todos: Hugo vestido de zombi; Pablo. de fantasma; José, de vampiro; y Antonio, de La Muerte. Inician su recorrido en busca de caramelos, que se ve dificultado por la densa niebla que empieza a crearse de la nada. Tras varias horas, la recogida de caramelos acaba siendo frustrante, no más de un cuarto de kilo entre todos. Esto hace, junto con la difícil visibilidad que hay, que decidan irse antes a casa de Pablo y poder jugar a videojuegos o ver alguna película de miedo. Una vez entran en casa de Pablo, Hugo empieza a sentirse especialmente extraño, tiene un presentimiento, pero no sabe 48


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especialmente cuál. Empiezan a ver una película de miedo, Hugo se siente incómodo y cansado, por tanto, una vez terminada la película decide irse a dormir, mientras sus amigos se quedan jugando a la consola en el salón. Sobre las tres de la mañana Hugo despierta asustado, una vez más por su pesadilla. La gran diferencia es que hoy ha identificado un rostro, una persona manchada de sangre que le resulta muy familiar. Acude corriendo al salón para ver a sus amigos, pero no hay nadie, todo está como lo vio por última vez. Llama asustado a sus amigos y nadie contesta, al instante se escuchan ruidos provenientes de la planta de abajo. Hugo baja y encuentra un rastro de gotas de sangre que se dirige hacia el antiguo cementerio, el mismo lugar de donde proviene una fuerte luz anaranjada. Sin pensarlo dos veces, y pese a la antigua leyenda que hay, coge una linterna, una mochila y emprende camino hacia el cementerio. La noche es fría y silenciosa, la niebla dificulta el recorrido, repleto de árboles secos. Una vez llega al cementerio, saca la linterna y se pone a investigar, siguiendo el rastro de sangre, que se corta en una de las tumbas, concretamente en la de Umbra, la bruja. De repente la linterna se apaga, no se ve nada con la densa niebla, se escuchan pasos y voces. Hugo se gira y ve la misma cara que vio en su pesadilla, finalmente Hugo grita y es lo último que se escucha en la silenciosa noche de Halloween.

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MI PEOR PESADILLA, por María Esperanza Gea Martínez

1º Bachillerato BH

Soy Lucía, tengo diecisiete años y he sufrido una de las historias más tristes y terroríficas. Era un sábado, 17 de agosto, llevaba puesto una falda roja, un top negro escotado y tacones, así que, como cualquier otro sábado, me divertía en la discoteca de mi pequeño pueblo con mis amigas y multitud de personas que acudían al lugar. La noche había sido divertida, había conocido a bastante gente y sobre todo había bailado mucho, pero era hora de ir a casa. Recuerdo que era de madrugada, las cinco aproximadamente, tenía frío e iba sola, ya que por desgracia mis padres, que siempre iban a recogerme, no pudieron ir esa noche de agosto. Me encontraba en la calle de un parque cerca de mi casa cuando, de repente, escuché un coche, negro y grande, el cual redujo la velocidad para ponerse a mi lado. Yo, inquieta, miraba cómo se bajaba la ventanilla del coche y aparecía el rostro de mi peor pesadilla en carne y hueso. Así, pues, me miró de arriba abajo sin parar de perseguirme a pesar de que mis pasos iban más rápidos de lo normal. Entonces pronunció una de las frases que se dicen con frecuencia hoy en día, pero a la que no se le da importancia, aunque para mí iba a marcar un antes y un después en mi vida: “Estás buenísima, madre mía lo que te hacía, y cómo me pones”. Al escucharlo puse cara de asco, lo que hizo que enfureciera la bestia, de manera que se bajó del coche y me dijo: “Si no querías que te mirase, ¿para qué llevas 50


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ese escote?”. Así que empecé a correr pero tan solo por cinco segundos, el tiempo que tardó en alcanzarme y, posteriormente, cogerme y tirarme al suelo. Es evidente que intenté escapar pero me fue imposible, ya que, no sé cómo, acabé en cinco segundos en una jaula oscura y fría dirigida por la enfurecida bestia que no paraba de chillarme. Sin embargo, yo me encontraba temblorosa, con un agujero en el pecho donde solo se encontraba mi corazón latiendo cada vez más rápido y fuerte y solo pude decir: “Déjame”. Acto seguido dijo: “No haberme calentado”. Le pregunté el porqué y, sí, fue por mi falda roja y mi top negro escotado (“Vistes así para poner a los hombres”). Casi no podía respirar, la presión era cada vez mayor, ya que la jaula se iba haciendo más pequeña porque la bestia ya había empezado a tocarme, y por mucho que gritase “No” y “Déjame”, no me escuchaban ni él ni mis padres ni mis vecinos, sus gritos iban a más, como sus intenciones. Entonces hizo lo que se veía venir: sacó su arma para ir poco a poco matándome y desangrándome, de manera que mis lágrimas no podían dejar de salir de mis tristes ojos, que eran el reflejo de mi alma que se estaba rompiendo, mi boca ya no podía articular palabra, mi cuerpo se había convertido en el juguete de la bestia y no podía parar de temblar, y toda la felicidad que sentía se transformó, en tan poco tiempo, en dolor y en un terrible miedo que solo me hacía pensar en seguir viva. Poco después, como no se estaba divirtiendo lo suficiente, empezó a pegarme para excitar su juego y para aumentar mi dolor. Finalmente, se hizo el silencio, ese que tanto deseaba pero que se convirtió en increíble melancolía. La bestia ya había conseguido lo que quería, por lo que, sin más, se dirigió a ese coche negro y grande, subió también esa ventanilla como si intentase cerrar y terminar mi peor pesadilla y por último se 51


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fue. Quedé tirada en el suelo, desangrada, incluido el labio de mi boca, con algunos otros golpes y morados, y menos mal que viva, aunque solo fuera físicamente, ya que sentía que mi alma se había muerto y que solo me quedaba terror y dolor dentro de mí. Mi peor pesadilla no había acabado porque, en tan solo quince minutos, me dejó secuelas psicológicas para toda mi vida, esa bestia que no me ha hecho falta describir porque se describe por sí mismo. Y no solo él, sino todas las demás bestias que juegan con personas como si de un juguete se tratase, sin pensar en todo el daño que pueden llegar a ocasionar a la víctima y a sus familiares por solo satisfacer sus deseos supuestamente provocados, en este caso, por la vestimenta de una mujer. Espero que algún día se acaben estas pesadillas que ninguna mujer debería sufrir. Para terminar, como dijo Mary Shelley: “No deseo que las mujeres tengan más poder sobre los hombres sino que tengan más poder sobre ellas mismas”, para que en todo el mundo haya respeto e igualdad.

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WILLIAM Y SU TRATO CON LA MUERTE, por Yohanes Cascales López

2º ESO A

1ª PARTE: LOS TERRIBLES COMIENZOS Había una vez un niño llamado William. William vivía en Nueva York con su padre Robert. Su madre falleció hacía tiempo y su padre, al ver que William necesitaba una madre, se volvió a casar. Todo iba bien, hasta que un día su padre murió por una curiosa enfermedad que los doctores no pudieron curar. La madrastra le echó las culpas al pobre William y empezó a maltratarlo: le insultaba, le pegaba y, cuando estaba muy enfadada, lo encerraba en su cuarto a oscuras horas y horas. Un día quiso suicidarse, pero antes de que pudiera hacerlo se le apareció la Muerte y le dijo: —¿Por qué quieres suicidarte? —Porque mi madrastra me pega, me insulta y me castiga en mi habitación horas y horas a oscuras —le respondió el joven William—. ¿Podrías devolverme a mis padres? —le suplicó el desesperado niño. —A condición de algo —dijo la Muerte. —¿De qué? —A condición de que en, cuando pasen 30 años, te mueras —le respondió la muerte. —Aprovecharé el tiempo, Muerte.

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Y así fue, William pasó los mejores años de su vida junto a sus padres y, aunque sabía que iba a morir, la felicidad ocultaba la tristeza. 2ª PARTE: 25 AÑOS MÁS TARDE William se ha convertido en un guitarrista famoso: ha grabado quince discos de éxito, ha recibido varios premios, todas las bandas quieren colaborar con él y ha hecho innumerables conciertos. Vive en un chalé con su mujer, Ana, y sus dos hijos, Alejandro y Andrés. Además, dona dinero a muchas oenegés. Una noche, después de un concierto, iba caminando a su casa cuando, de pronto, vio una luz que venía de una puerta. Era una luz muy intensa, cruzó la puerta y se asustó. Dentro de esa habitación vacía en la que había entrado se encontró a la Muerte, que le dijo: —Tengo que felicitarte, William, parece que estás aprovechando el tiempo. Te has convertido en un gran hombre. Pero no te olvides de que te quedan cinco años de vida. —Muerte, tengo familia y no los puedo abandonar así — le suplicó William. —Haberlo pensado antes de tenerla —le respondió—. ¿¡Quieres volver con tu malvada madrastra!? —No, por Dios— se asustó William. —Bueno, pues yo te he advertido ya, adiós. Nos volveremos a ver las caras en un lustro. A partir de esa noche, William empezó a componer música más triste. “Parecía que intentara decirnos algo”, decían los componentes de otras bandas. Pasaron los años. William era cada vez más famoso, pero a la vez estaba más preocupado porque le llegaba su hora. 54


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Un día salió de su casa a darse una vuelta para reflexionar, y vio una calle que se llamaba “La calle de la puerta del tiempo”. Con curiosidad, el hombre entró y vio su vida pasar: los cumpleaños de su infancia, sus primeros y últimos conciertos, su boda con Ana, el nacimiento de sus hijos y, por último, los agradecimientos de las oenegés a las que ayudaba. Y dijo: —La Muerte tiene razón, me he convertido en un gran hombre. Esa misma noche (esa noche se cumplían los treinta años) se despidió de su familia, que no entendía nada. La Muerte llamó a la puerta de su casa y le dijo: —¿Últimas palabras? A lo que el chico le contestó: —Gracias por darme esta vida de ensueño.

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CASO CERRADO, por Juan Francisco Amor Amor

1º Bachillerato BH

13 de marzo de 1997. Dani había quedado con sus amigos para darse una vuelta y explorar un barrio abandonado de su pueblo, ya que se desalojó unos cuantos años atrás por estar construido encima de un antiguo cementerio, desde entonces muy poca gente vagaba por ese barrio, y menos sola. Dani decidió investigar por su cuenta la historia del barrio, en internet no encontró ninguna información, así que decidió buscar en la biblioteca, donde tampoco encontró nada, pero el bibliotecario le pregunto qué era lo que buscaba y, al decírselo, el hombre le explicó la verdadera historia del barrio y del antiguo cementerio. Después de oír la historia de ese misterioso lugar, Dani sintió unos escalofríos por todo el cuerpo y dudó entre si ir o no, pero ya había quedado con los amigos un par de horas después y no los iba a dejar tirados. Pasadas unas horas, de camino a la plaza de la fuente, donde había quedado, se le quitó el miedo y le volvió a entrar la curiosidad. Unos minutos más tarde, ya reunido con Rafa y Darío, y dispuestos a empezar la expedición, Dani les contó la historia de aquel lugar. El cementerio no era uno cualquiera, tenía bastantes años de antigüedad y escondía una terrorífica historia detrás. Se trataba de cementerio donde enterraban, torturaban y quemaban a los acusados por la Santa Inquisición, y no solo eso, sino que también anteriormente había sido

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punto de reunión para las brujas y lugar de ceremonias anticristianas. Tras la fundación de la Santa Inquisición, esa pequeña zona fue quemada y se eliminó a casi todas las brujas, casi, porque se dice que alguna se salvó y todavía su espíritu vaga por ese lugar. A Rafa y a Darío también les recorrió un escalofrió por todo el cuerpo cuando oyeron la historia, pero a pesar de eso no se echaron atrás y comenzaron la aventura. Entrando al barrio, Dani recordó que el hombre de la biblioteca también le dijo que, antes de que el barrio fuera abandonado, había tenido lugar una serie de apariciones y sucesos paranormales. Las calles de aquel lugar eran frías, oscuras, tan solo la luz de la luna llena y una pequeña linterna iluminaban las calles y, por si esto no les daba ya bastante miedo, en unos pocos minutos una espesa niebla los rodeó por completo. Tras ver las condiciones de tiempo que había decidieron darse la vuelta, pero, a escasos metros de la salida del barrio, Darío se dio cuenta de que no llevaba colgado un antiguo collar con una estrella de cinco puntas que le había regalado su abuela y que había sido transmitido de generación en generación. A pesar de todo, los tres amigos tuvieron que volver a buscar el amuleto. La niebla dificultaba mucho la búsqueda, por ello decidieron separarse y quedaron a las 3:00 a.m. justo donde se habían separado. Primero llegó Rafa, unos segundos más tarde Dani, ninguno había encontrado nada y estaban a la espera de Darío, pero pasada una media hora Darío no llegaba y los dos amigos empezaron a asustarse. A continuación, decidieron buscarlo y, a pesar de que no creían en esas historias sobre el lugar, se podía leer el miedo en sus rostros. Llegaron a una pequeña plazuela, la única del barrio, y el miedo se acentuó más en

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ellos dos cuando pudieron distinguir el rostro de una vieja mujer sosteniendo como una especie de colgante al fondo de la plaza, tras la espesa niebla y bajo la tenue luz de la única farola encendida en el lugar y de una pequeña linterna tirada en el suelo. Los amigos salieron corriendo y, alarmados, llamaron a la policía para contarle lo sucedido. A la llegada de la policía fueron otra vez al sitio donde habían visto aquel aterrador rostro, pero cuando llegaron no había nada, tan solo la linterna de Darío. La policía inició una investigación por la desaparición del joven Darío, pero pasados unos meses la investigación no avanzaba, ya que no se encontró ninguna pista ni nada relacionado, por ello el caso se cerró.

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MEMORIAS DE UN ADOLESCENTE, por Arturo Guirado Escámez

4º ESO D

El miedo convierte a las personas que deberían ser tus amigos en extraños, o al menos eso dicen. Mi nombre es Franklin Happy pero mi segundo nombre no viene definido por mi forma de pensar ni por mi estado emocional. Tengo 16 años y tengo lo más parecido a una depresión, así es, soy un adolescente depresivo tratando de enmascarar todos los días la tristeza y el dolor con una sonrisa forzada, escuchando música “alegre” porque mis padres dicen que le podría ayudar a mi estado emocional y lo único que hace es hacerme sentir cada vez más inútil e imbécil. También voy a psicólogos y cada semana se llevan una sorpresa, dicen que voy progresando pero sé que es totalmente mentira, ya que cuando voy les cuento cosas totalmente diferentes a las que siento para no preocupar más a mis padres, y todo esto por estar solo todos los días y por enamorarme y todo ese rollo que no voy a soltar. Pero no estoy aquí para hablar de eso, estoy aquí para hablar de algo que me ha estado pasando últimamente. No tengo ni idea de qué es, pero es una especie de sensación que me indica que alguien me está vigilando o siguiendo, suena de locos, ¿verdad? Eso pensaba yo hace un par de semanas, será algún efecto secundario de la depresión, pero desafortunadamente ya comprobé esta investigación quedándome y esperando fuera del instituto a que se fuera todo el mundo. Estuve 59


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esperando para quedarme totalmente solo pero había algo que no me cuadraba, veía a la gente alejarse y, como siempre, hablando con sus amigos de salir de fiesta y todas esas mierdas que a mí no me gusta hacer, pero pude observar a un hombre alto de unos dos metros y algo, y me percaté de que me estaba vigilando, me quedé mirándolo y él también a mí hasta que pasó un coche y, sin darme cuenta, se desvaneció y, sin saber a dónde se había ido, me fui a mi casa. Por el camino podía oír a las chicas y a los chicos hablando de los planes que tenían para el fin de semana; sin importarme mucho, adelanté a todo ese cúmulo de gente y lo vi, otra vez, esta vez estaba más cerca y parecía mucho más alto, me quedé parado y me restregué las manos por los párpados y, otra vez, desapareció sin más. Cuando llegué a casa mis padres me estaba esperando con los brazos bien abiertos, como siempre. Comí y, como todos los días, me subí a mi cuarto, pero esta vez no me subí a llorar, le estaba dando vueltas a quién era ese tipo que me estaba vigilando al salir del instituto y sin darme cuenta me quedé dormido. Me levanté a las siete y media de la tarde y, para colmo, llegaba tarde a la casa de una compañera para hacer un trabajo. De camino a su casa me pasó algo totalmente inesperado para mí: por un momento me sentí feliz al ver a una pareja con su hijo dando un paseo. Seguía andando sin quitarle ojo a esa maravillosa pareja, y al cruzar una esquina estaba allí, el tipo que me estaba vigilando al salir del instituto estaba allí y miraba a esa pareja, sin pensármelo salí corriendo hacia allí gritando, no sabía lo que hacía pero no podía permitirme presenciar un asesinato, no otra vez, y cuando llegué a la otra parte de la calle no había nadie, ni la pareja, ni el tipo alto, nadie.

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Qué extraño, mi felicidad se había esfumado al saber que esa pareja no era real y también al saber que la gente me miraba mal en la calle al hacer el ridículo, salí corriendo muy confuso hacía la casa de mi compañera, por un momento pensaba que al llegar cuanto antes a su casa estaría pronto en la mía. Llamé al timbre y seguidamente me abrió la puerta. Haciendo el trabajo fijé la vista en una ventana y vi un rostro, no era mío sino de la pareja que había visto antes, y no era eso lo que me preocupaba, lo que me preocupaba era que estábamos en un tercer piso, cómo iba a estar la pareja allí. Me encontraba mal y decidí irme a mi casa, había sido un día muy largo, prefería estar en un ámbito en el cual me sintiera mucho mejor. Llamé a la puerta tres veces, no había nadie. Treinta minutos después se apagaron las luces de las farolas, saqué el móvil para encender la linterna pero la batería empezó a bajar muy rápido hasta que se apagó. Empezaba a hacer mucho frío de repente y sentía cómo algo estaba moviéndose en frente de mí, y cuando me fui a levantar oí una voz que me decía: —¿Estás seguro de que deberías aferrarte a la vida? —me dijo él. Y entonces le vi la cara, una cara negra con una manta rota sobre todo el cuerpo, unas manos muy grandes y una boca sin labios, y cuanto más se acercaba más momentos tristes recordaba. El frío era insoportable y cuando lo tenía a tres centímetros de la cara se abrió la puerta de mi casa y las farolas se volvieron a encender. —¿Qué haces tirado en el suelo, Franklin? —dijo mi madre. —He llamado varias veces, mamá —dije. —No has llamado, no te hemos oído —dijo ella.

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En este punto es cuando me di cuenta de que algo iba muy mal en mí. Cuando se acercó esa cosa solo recordaba momentos muy tristes, sobre todo cuando presencié aquel asesinato que no me gusta describir, pero solo sé que antes de eso yo estaba perfectamente, ni depresión ni nada, era feliz sin ningún motivo. Me encontraba cansado y me fui a dormir. Al día siguiente me levanté y no había nadie en casa, desayuné y me puse algo de música para relajarme y olvidar todo lo ocurrido, aunque difícilmente lo iba a olvidar. Aquella mañana estaba pensando en lo que me dijo aquella figura extraña, que si debía aferrarme a la vida, porque me preguntó eso, es decir, con todas las preguntas que se pueden formular y me tuvo que preguntar eso. De repente se paró la música y me apareció el rostro de esa cosa, asustado tiré la taza al suelo y apagué la tele. Desde esos dos días hasta hoy no paraba de pensar en aquello que me ocurrió. —¿Debería pedir ayuda? —me pregunto. Y así lo voy a hacer, por eso le estoy enviando esto a un maestro, aprovechando que hay que hacer un relato le he contado lo que me ocurre, pero debo añadir algo más: —He estado soñando todo este tiempo, y parece que no puedo encontrar una respuesta para lo que estoy viviendo en general. No puedo seguir viviendo así, está rompiendo mis sentimientos día a día. Quiero decir… ¿Quién puede decir que encuentras una respuesta cuando no hay? ¿Y si acabas de morir? ¿Y si la vida tal como la conocemos es todo un sueño? ¿Y si vivimos sin razón alguna? ¿Y si desapareces cuando mueres? ¿Debo aferrarme a la vida? ¿O debería simplemente matarme? Muchas contradicciones, muchas contemplaciones. Cada vez es más difícil enmascarar la tristeza y el dolor. No puedo decir si quiero vivir o si quiero morir. Por favor, sálvame. 62


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LA CASA ENCANTADA. LA FAMILIA GUMTON, por Marta López López

3º ESO B

Érase una vez una familia formada por seis personas, y dos más venían en camino. El señor y la señora Gumton tenían dos hijas llamadas Giselle y Fiona y dos hijos llamados Forest y Frank. Vivian en una ciudad llamada Liverpool (Inglaterra), en una casa la cual ya se les quedaba pequeña y se les ocurrió mudarse. En una casa a las afueras de Liverpool falleció una anciana llamada Anastasia el martes día 13 de febrero del 2013 por motivos desconocidos. Un día después de fallecer la anciana, salió en las noticias que horas antes del fallecimiento de la mujer los vecinos se quejaban de ruidos, gritos y golpes extraños. Al día siguiente la familia Gumton decidió ir a visitar la casa, sin saber nada de lo ocurrido. El comerciante, el cual era hijo de la anciana fallecida, no les dijo nada de la información dada en televisión, ya que se querían deshacer de esa casa lo antes posible porque no estaba en muy buen estado. Poco después la familia Gumton decidió quedarse con la casa. Dos semanas después se instalaron en la casa supuestamente nueva. Mientras los señores montaban los muebles y empezaban a decorar la casa, Giselle se quedó mirando a la ventana dete-

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nidamente y de pronto vio pasar varias sombras un tanto extrañas, acudió rápidamente a sus padres para contarles lo sucedido, pero estos no le hicieron mucho caso. Giselle insistía en que el hecho sí que había sucedido y al ver que no le creían acudió a sus hermanos, los cuales sí que le creyeron y fueron todos de nuevo a la ventana, pero ya no se veía nada. Intentaron olvidarse de lo que había ocurrido, pero a la hora de la cena Forest y Fiona escucharon de nuevo un ruido en la parte superior de la casa y fueron a investigar. Al subir, en el cuarto de los hermanos Frank y Forest vieron que al fondo había una mecedora moviéndose y fueron corriendo asustados a llamar a Giselle y a Frank, a ellos les llamó la atención lo que sus hermanos les habían contado y acudieron de nuevo al lugar donde sucedió, mientras subían Frank escuchó un ruido detrás de él, se giró rápidamente y vio una ventana abrirse lentamente, llamó a sus hermanos alarmado y de repente se escucharon gritos. El señor y la señora Gumton preguntaron qué había sido eso y sus hijos fueron a contarles lo que había pasado. Ellos esta vez sí que les creyeron, ya que todos habían sido testigos. Un rato más tarde se fueron todos a la cama. A media noche escucharon portazos y golpes y el señor Gumton fue a investigar, cuando de pronto vio pasar una sombra a lo largo del pasillo y volvió a su habitación rápidamente. La señora Gumton, al escuchar a su marido mientras le contaba el suceso, no le dio importancia y siguió durmiendo, ya que estaba muy agotada. A la mañana siguiente, mientras todos permanecían en sus habitaciones, la señora Gumton fue a preparar el desayuno y al llegar abajo se resbaló con una gran mancha de sangre. El

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señor Gumton, al escuchar el golpe, bajó rápido a ver qué había pasado, cuando bajó se encontró a su mujer tirada en el suelo y le preguntó qué había sucedido, a lo que ella le respondió que se había resbalado con esa macha de… Cuando fue a decirle dónde se había resbalado la mancha ya no estaba. —¡No puede ser! Juraría que justo aquí había una inmensa mancha de sangre. Su marido no le dio importancia, ya que pensaba que se podía haber resbalado con cualquier otra cosa. Pasaron la mañana tranquila sin nada que les pudiera llamar la atención pero a la hora de la comida Fiona salió al jardín y de repente… ¡desapareció! De pronto el señor Gumton despertó asustado de un sueño muy profundo y se dio cuenta de que nada de esto había sido real, se aseguró de que toda su familia estuviera a salvo y les contó a todos lo que había soñado, su familia se empezó a reír y al final ese sueño ha quedado como una anécdota.

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EL ALQUIMISTA, por Tomás Jiménez Fernández

1º Bachillerato BH

Me llamo Tomás, tengo dieciséis años y os voy a contar cómo, junto con unos amigos, nos vimos involucrados en los terribles experimentos de un viejo alquimista. Todo comenzó el martes 9 de octubre, cuando, como cualquier otro día y tras haberme levantado y arreglado, fueron a buscarme para ir al instituto. Tras unos minutos llegamos y procedimos a comenzar un nuevo día de clase, en el que solo podíamos relajarnos en los recreos. El principio de esta historia comenzó en la clase de Historia, la cual estaba basada ese día en los brujos y alquimistas de épocas donde la ciencia no tenía explicaciones para los problemas cotidianos. En esa clase, el profesor nos explicó todo lo que hacían y cómo lo hacían, y todo esto nos dejó fascinados. Más tarde, hablando con los amigos en el recreo, decidimos investigar sobre el tema durante la tarde, así que quedamos en la casa de Juan Fran y justo después de comer nos reunimos todos allí. A su casa fuimos tres: Paco, Pedro y yo, aparte de Juan Fran. Comenzamos a hablar sobre el tema, nuestras impresiones, datos, leyendas y otras curiosidades; hasta que, al final, decidimos salir por el pueblo a descubrir cómo era hace dos siglos. Fuimos al ayuntamiento y a la biblioteca para buscar información sobre la vida en el pasado en Bullas y sobre los

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edificios más antiguos que quedaban aún sin derribar. En Bullas quedan muchos edificios antiguos, pero han sido restaurados y usados como museos o salas de exposiciones, por lo que no nos servían en la investigación; sin embargo, había uno a las afueras al que le acompañaba una terrible leyenda. Al enterarnos de la existencia de este gran edificio no dudamos ni un momento y empezamos a investigar su pasado y la leyenda que lo acompañaba. Esta leyenda decía que ese palacio fue un regalo de un rico noble a su amada mujer, pero ella lo rechazó y tras este disgusto el noble se suicidó en el interior del edificio. Dado esto, el edificio en el pasado fue usado para diversos rituales hasta que finalmente fue abandonado. Después de enterarnos de todo esto fuimos directamente al lugar para ver cómo era. Eran ya las siete de la tarde, hacía frío y comenzaba a oscurecer, pero nosotros continuamos con el plan y entramos en el recinto. El edificio era grande y majestuoso por fuera e incluso con varias plantas y jardines. Una vez dentro el frío aumentó, todo resonaba con un tremendo eco y justo al cerrar la puerta principal comenzaron a ocurrir los sucesos extraños. Las ventanas se cerraron de golpe y quedamos en la total oscuridad, por lo que tuvimos que usar los móviles como linterna, pero solo teníamos dos y no podíamos gastar la batería, por lo que decidimos salir y volver al siguiente día antes y preparados. Cuando fuimos a salir nos dimos cuenta de que la puerta había quedado bloqueada y no podíamos salir, así que decidimos investigar dentro del palacio gracias a un palo que usamos como vela. El palacio era inmenso y tenía numerosas habitaciones, por lo que decidimos separarnos por parejas para buscar una salida o datos para nuestra investigación. Al cabo de un rato, estábamos completamente perdidos por el palacio y separados 67


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de los demás que estaban en la misma situación. En ese momento nos comenzamos a asustar porque no teníamos salida ni encontrábamos nada relevante en las habitaciones, por lo que decidimos buscar a los otros para decidir qué hacer. Pasó un largo periodo de tiempo, habíamos perdido la noción del tiempo y no los encontrábamos. Gritábamos y nadie nos respondía, temíamos que hubieran encontrado la salida y hubieran vuelto al pueblo, y entonces Paco pensó que teníamos que volver a la entrada e ir por donde habían ido ellos para encontrar esa salida. Gracias a esto nos dimos cuenta de que no había salida y comenzamos a buscarlos por el palacio sin resultados. Llegamos al salón principal y nos dimos cuenta de que había algunos pasos por la habitación que se cortaban en la chimenea, nos acercamos y comenzamos a mover piedras, azulejos…, en busca de algo que reaccionara, hasta que al dejarnos caer en la pared por cansancio esta se abrió y fuimos arrastrados por un tobogán a una habitación subterránea. En esa habitación sí había luz y era tan grande como varios salones. También había algunas máquinas y productos que no sabíamos para lo que eran. Justo en ese momento vimos a Juan Fran y a Pedro encerrados en una jaula al fondo de la sala y al rato apareció un hombre de avanzada edad sin buen aspecto y empezó a hacerles pruebas. Primero les dio una pócima e iba anotando los resultados, más tarde les dio unas pastillas que, al parecer, eran la cura de la anterior pócima, después les disparó con un rayo que hizo que perdieran la memoria de los anteriores experimentos… Paco y yo estábamos asustados y sin saber qué hacer, hasta que por miedo de que les siguiera haciendo experimentos o incluso algo peor cogimos el palo de madera y golpeamos a este viejo alquimista. Tras esto sacamos de la jaula a Juan Fran y a Pedro y les explicamos la situación, que rápidamente entendieron. Una vez que estábamos 68


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todos juntos salimos de la sala por una salida secundaria que daba al palacio. Y así fue como, tras huir de aquel maléfico alquimista, recorrimos todo el gran palacio, hasta que finalmente pudimos localizar la salida y escapar. Esta salida estaba en uno de los baños, en el cual la ventana era de cristal y pudimos romperla y salir a los jardines. Justo después de esto, volvimos al pueblo y rápidamente fuimos a las autoridades para alertar de ese suceso y que estas pudieran evitar más casos como el nuestro. En la policía no nos creyeron, ya que, según ellos, ese palacio llevaba abandonado muchos años, por lo que era imposible que alguien viviese o incluso pudiese estar de forma segura allí. Así pusimos fin a esta terrible experiencia que cualquiera tomaría por un cuento de Halloween.

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EL JUEGO, por Ana Belén Jiménez López

2º Bachillerato AC

Eran alrededor de las once de la noche cuando Tomás empezó a ver su película favorita, pero a los pocos minutos recibió un mensaje de su amigo Jaime diciéndole que fuese a su casa porque tenía algo muy importante que decirle. En un principio, Tomás se negó, ya que era tarde y se tenía que quedar en casa cuidando de su hermana pequeña, pero debido a la insistencia de su amigo decidió irse, a pesar de que si sus padres volvían se metería en un lío. Media hora después de su salida, Tomás llegó a casa de su amigo y le escribió un mensaje, porque no quería llamar al timbre por las horas que eran. Pasados cinco minutos, ya estaban los dos en el ático de Jaime alrededor de una misteriosa caja. Tomás estaba bastante nervioso e intrigado cuando Jaime empezó a explicarle el motivo de su mensaje: —Esta misma tarde he encontrado en el garaje un juego bastante antiguo y que parecía como si nunca se hubiese abierto —empezó a decir Jaime, pero cuando no había terminado de hablar, Tomás le interrumpió reprochándole que si para eso le había escrito a esas horas. —Qué impaciente, no me has dejado terminar —respondió Jaime. De modo que decidió continuar a pesar de la cara de enfado de su amigo—. Además del polvo acumulado en la caja he encontrado una nota bastante extraña que me llamó la 70


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atención y que decía: “No abráis el juego a menos que cumpláis los dos requisitos: que seáis dos personas y que estéis seguros de jugar” —terminó Jaime, mientras le daba la nota a su amigo. Al leer de nuevo la nota, la cara de Tomás cambió de indignación a intriga y, visto que a su amigo le empezaba a interesar lo que le estaba contando, Jaime prosiguió: —¿Te atreverías a abrirlo? En un principio no sabía qué hacer, pero al final, indeciso, decidió abrir la caja y, sin saber por qué, cuando tocó la parte de arriba se apagaron las luces del ático. Tras poner la linterna del móvil, los dos amigos se miraron bastante asustados, dándose cuenta de que no estaban solos en la habitación, ya que había una serie de manchas en el suelo que no estaban cuando entró Tomás por primera vez. —¿Ves lo mismo que yo? —preguntó tembloroso Tomás. —¿Te refieres a la mancha del suelo? —Sí. Asustados, decidieron ir a ver qué era la mancha y cuando dedujeron que era sangre reciente, se cerró de golpe la puerta del ático y la luz empezó a encenderse de una manera intermitente durante unos segundos, para acabar de nuevo en la oscuridad. Los dos amigos intentaron abrir la puerta, pero sin éxito. No sabiendo qué hacer, decidieron sentarse en la mesa a asimilar todo lo que había ocurrido. —¿Qué hacemos? —preguntó Tomás. —No lo sé, tío, esto es muy raro —contestó Jaime. Tras unos minutos de oscuridad, volvió de nuevo la luz y, sorprendentemente, donde antes estaba la mancha, ahora había una carta. —Mira, Tomás, una carta. —Espera, voy a cogerla. 71


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Con manos temblorosas, abrió el sobre y empezó a leer: “Ya os avisé de que para empezar el juego teníais que estar preparados y tú, Tomas, no lo estabas”. Tras leerlo miró a su amigo y, casi sin poder hablar, le dijo que cómo sabía esa cosa su nombre, pero Jaime no sabía qué contestarle y le dijo que esta vez sería él quien abriría el dichoso juego. —Voy a abrirlo, que este juego me está volviendo loco. —¿Estás seguro? —Segurísimo. Bastante decidido, Jaime abrió la caja y ambos amigos se miraron, pero esta vez no pasó nada. Cuando dejó la caja en el suelo se dieron cuenta de que aquel misterioso juego era un juego bastante popular en los años 80 y consistía en una serie de cartas con retos y acertijos variados. —Vamos a leer las instrucciones —dijo Tomás. Y comenzó a leer: “Una vez abierta la caja y empezado el juego no podréis salir de aquí, a menos que completéis todos los acertijos y retos correctamente en el tiempo límite de diez minutos”. Seguros, pero con un poco de miedo, decidieron mirar el paquete de cartas y se dieron cuenta de que solo había cuatro: dos de preguntas y dos de acertijos. —Por lo menos acabaremos pronto —dijo Tomás, quien decidió empezar con la ronda. Y comenzó a leer: “Dos personas están paseando y el menor de ellos es hijo del mayor, pero el mayor no es padre del menor, entonces ¿quién es?” —terminó Tomás y le dijo a su amigo tembloroso que tenía que escribir la respuesta con sangre humana en la pared y que, si era incorrecto o no lo hacía, algo malo le pasaría a un familiar suyo. Sin poder dar crédito, Jaime tuvo que pensarse muy bien la respuesta, ya que el juego prohibía preguntar alguna pista. 72


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Cuando dio con la solución, se dio cuenta de que en la ventana había una navaja. Los dos amigos se miraron sin poder hablar y Jaime no tuvo otra opción que cortarse un poco la mano para poder escribir con sangre en la pared. —Tú puedes —le consoló Tomás. Asustado, comenzó a pincharse, sin pensar en el dolor. Y cuando finalmente tuvo la suficiente sangre, comenzó a escribir la respuesta: “La madre”. Cuando terminó de escribirla miró a su amigo casi llorando por si había fallado la pregunta. —Esa era la respuesta —le respondió Tomás. Aliviado, pero dolorido, empezó a sonreír y cuando llegó a la mesa se dio cuenta de que lo que había escrito ya no estaba, y en vez de sangre en la mano le había salido una cicatriz. Ahora solo quedaba un último acertijo para pasar a los retos, de modo que Jaime empezó a leer: “¿De qué manera podrías transportar agua en un colador?”, y continuó leyendo que, como en el caso anterior, tenía que hacerlo de una manera perversa: tenía que escribir la respuesta en el suelo con mechones de pelo humano y si fallaba vendría un sicario a matarlo. Después de un rato sin encontrar la dichosa respuesta y casi medio llorando porque solo le quedaban tres minutos, escucharon un ruido bastante cercano que se parecía a una motosierra. A Tomás le quedaba un minuto y el ruido se hacía tan cercano que parecía que estaba en el piso de abajo, pero cuando quedaban escasamente cuarenta segundos el ruido ya se distinguía y ambos horrorizados pensaron que ese era su final. Pero por suerte dio con la respuesta mientras escuchaba la motosierra subir por las escaleras y justo cuando estaba terminado de escribir “De forma congelada”, vieron cómo la motosierra empezaba a romper la puerta mientras se veía la cara 73


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de asesino del sicario. Cuando reunió todos los mechones necesarios y construyó la respuesta, miró a su amigo horrorizado por si había acertado y Jaime chillando le dijo que sí; y como pasó en el otro acertijo todo volvió a la normalidad, excepto el cabello de Tomás. Decidieron tomarse un minidescanso para asimilar la locura, cuando escucharon una voz que venía del juego e intrigados se sentaron de nuevo en la mesa a escuchar la voz misteriosa: “Tenéis treinta minutos para hacer los dos retos restantes o nunca saldréis de aquí”. Sin creérselo se miraron asustados y sin tiempo que perder empezó a leer Jaime el primer reto: “Tu compañero tiene que saltar por la ventana o, en caso contrario, todos los vecinos morirán”. Tras unos segundos de discusión, llegaron a una única solución: —Empújame, Jaime —le dijo Tomás llorando mientras se acercaba a la ventana. —No puedo, eres mi amigo. —¡HAZLO! Con manos temblorosas, no tuvo otro remedio que empujarlo viendo la situación en la que se encontraba. De modo que cerró los ojos y sin avisar a su amigo le empujó a la oscuridad. Pasados unos minutos, un tremendo ruido que provenía del juego distrajo de su llanto a Jaime. Se acercó y vio que estaba escrito: “Tu amigo terminó el juego y ya es libre, se dijo que saldríais de aquí, pero no se especificó CÓMO”. Tras leerlo se desmayó y, cuando se despertó, se encontró solo en su cuarto. En un principio no sabía dónde estaba por el gran golpe que se había dado pero, cuando volvió en sí, se dio cuenta de que su amigo no se encontraba en la habitación y de repente se acordó de lo sucedido en el ático. Allí solo había una carta en 74


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el suelo y empezó a leerla entre lágrimas: “Felicidades, habéis concluido el juego”. Extrañado porque recordó que aún quedaba su reto, decidió mirar por la ventana para ver el cuerpo de su amigo, pero tras verlo allí tendido con un gran charco de sangre alrededor, recordó todos los momentos que habían pasado juntos y Jaime no pudo más con la culpa y decidió suicidarse. A los dos días el caso salió en los periódicos con el titular de “Misteriosa muerte de dos jóvenes de dieciocho años”. Hicieron investigaciones, pero obviamente sin éxito, porque nunca llegaron a encontrar la clave del caso: EL JUEGO.

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CALLE CONCORDIA, por Paqui Fernández Martínez

3º ESO B

En el norte de Mérida se hallaba una casa, deshabitada, tranquila y normal, o al menos eso es lo que parecía a simple vista. Era el 29 de septiembre de 1988 y una familia se trasladaba de su antigua casa en Madrid a una en otra comunidad autónoma, dejando atrás todo el estrés de la capital y pensando que en esa nueva casa vivirían una vida más tranquila. Pero se equivocaban. Cuando llegaron a su nueva vivienda, nada más abrir la puerta, se encontraron con enormes montones de papeles tirados por el suelo, en los que había imágenes de “Se busca” de niños y niñas que habían desaparecido hacía años. El matrimonio pasó de largo de los papeles pero los mellizos de 14 años, Rubén y Laura, se los guardaron e investigaron más sobre el tema, todos tenían algo en común: la última vez que se les veía era en la calle Concordia, en esa misma casa. Cada vez averiguaban más cosas, no podían dejar de pensar en ello, era como si algo les impulsara a hacerlo. Tomaron nota de cada desaparición y se dieron cuenta de que desaparecían cada 20 años, el 31 de octubre a las 0:00 al pasar del día de Halloween hacia el día de los muertos. Decidieron llegar hasta el fondo de todo y cuando faltaba tan solo una semana para Halloween, reunieron cámaras y las

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colocaron en el lugar de la casa donde se veía a los niños por última vez, el ático. Ya en el día de Halloween dejaron todo escondido debajo de sus camas y se fueron a pedir caramelos por el vecindario, estuvieron una hora, que era el tiempo esperado para que sus padres se arreglaran y se fueran a la fiesta de sus amigos. Cuando llegaron a su casa no había nadie, como predijeron. Eran las 23:50, faltaban tan solo diez minutos para ver qué era eso que se llevaba a los niños. Rubén se quedó en la parte de abajo de las escaleras poniendo las mantas y colocando las cintas de la cámara mientras que Laura estaba cogiendo comida para la larga noche, las cámaras las colocaron entre los dos nada más llegar. A las 23:59 Laura estaba a punto de subir toda la comida cuando se escucharon tres golpes que venían del ático. Rubén escuchó una voz que le susurraba su nombre una y otra vez, a la voz le acompañaba una potente y cegadora luz que se hacía más y más grande. Rubén, hipnotizado, fue hacia ella. A las 0:02 Laura subió corriendo para ver qué era ese ruido y cómo iba su hermano, pero cuando llegó arriba vio que su hermano no estaba, que había desaparecido como todos esos otros niños. Cogió la cámara y salió corriendo y pidió ayuda a todos los que estaban pidiendo caramelos. No sabía adónde iba, no podía parar ni mirar atrás. Llegó hasta la policía para pedir ayuda pero cuando fue a enseñarles la cinta de vídeo, esta estaba rota en pedazos. Nunca se supo qué fue de Rubén y su hermana nunca fue la misma. En la actualidad, 2018, ella vive allí, en esa casa, nunca pudo abandonarla.

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SÁBADO NOCHE, por Salvador Lorca del Amor

1º Bachillerato BH

Era un sábado noche cualquiera, me disponía a volver a casa tras tomar unas cervezas con los amigos en el bar. Fui al perchero, cogí mi chaqueta y salí por la puerta, el frío me golpeó en la cara con tal fuerza que sentí que fuera a caerme. Bullas en invierno no es nada agradable, puede ser que haga un frío de muerte o que de repente pase a un calor asfixiante. Me recompuse como pude y me puse la chaqueta, me la abroché y metí mis manos temblorosas en los bolsillos. Empecé a caminar hacia mi casa, no está demasiado lejos pero con el frío parecía que no avanzaba, las calles estaban muertas, solo se oía el sonido de mis pasos. Llegué al portal de casa y me dispuse a sacar las llaves del bolsillo del pantalón, al coger el manojo de llaves estaban tan heladas que se me cayeron al suelo. Me apoyé en la puerta para agacharme a cogerlas cuando, para mi sorpresa, esta se abrió. Vivo solo, y para mí esto solo pudo significar una cosa: me habían entrado a robar. Abrí la puerta lentamente esperando que quien o quienes hubieran entrado se hubiesen largado con lo que fuera ocasionándome el menor número de destrozos posibles. Las luces estaban apagadas, así que las encendí y, tras cerrar la puerta y quitarme la chaqueta, fui a ver cómo estaba la casa. A primera vista todo parecía en orden, nada fuera de lo común, me sorprendió bastante porque hacía

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poco había visto en la televisión que había un grupo de ladrones que cuando entraban a las casas se dedicaban a destrozarlo todo en busca de dinero o joyas y que incluso habían quemado una casa. “Empezamos bien”, pensé, de momento no había visto nada roto, comencé a andar y me dirigí al salón, que está a unos metros de la entrada siguiendo el pasillo y a la derecha. Al girarme y alargar la mano para encender la luz, un golpe fortísimo en la nuca me tiró al suelo, cuando tuve la energía suficiente para recomponerme e incorporarme un segundo golpe me dejó inconsciente. Todo negro, desesperación absoluta. Oía voces a mi alrededor, sentía cómo movía la cabeza de un lado a otro pero no podía gritar, no podía hacer nada, solo esperaba que me mataran rápido, sin dolor alguno, siempre había temido al dolor, a la muerte, pero en ese momento no esperaba otra cosa. Lo primero que recuerdo es despertarme en un sótano húmedo, mugriento, asqueroso. Era una habitación de no más de cuatro metros cuadrados. Al intentar incorporarme me di cuenta de que estaba atado a una silla con cuerdas y que era incapaz de moverme. Así pasaron los minutos, las horas tal vez incluso días. La noción del tiempo era imperceptible, estaba desesperado, no hacía más que gritar y gritar pidiendo auxilio, pero nadie acudía. Cuando ya pensaba que iba a morir, escuché unos pasos que venían en mi dirección, ya no sentía miedo, solo rabia, lo único que quería saber era por qué a mí, qué tenía yo de especial. Escuché cómo metían la llave en la cerradura, empecé a gritar como un loco: “¡Socorro! ¡Sacadme de aquí!”, cuando la puerta se abrió, intenté distinguir una figura humana, pero eso… Eso no se parecía a nada que hubiera visto antes. “¡Quiénes sois! ¡Qué queréis de mí!”, le grité. “¡Dejadme sal…!”. De repente la criatura soltó un “Shhhhhh” abrumador, 79


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me calló de inmediato, nuca había escuchado un sonido tan débil pero a la vez tan aterrador. Tras esto la criatura entró y a su paso se encendió una luz situada en el techo, y por fin pude distinguirla bien. No se parecía a nada que hubiera visto antes. Era como un espectro, cuando le iluminaba la luz se parecía a una especie de humano en descomposición al que ya no le quedaba cara. Pero cuando la luz le dejaba de dar se convertía en otra cosa, en algo de otro mundo. Lo único que dijo con una voz espectral de las que te entran en lo más profundo de los huesos fue: “Ahora seré parte de ti”. Saltó hacia mí y se me metió dentro, la sentía en los huesos, la sentía en la carne, sentía cómo se metía en mi cabeza. Dolía, dolía mucho, era un dolor que no se puede describir. De repente todo se apagó. Ya no era yo, yo ya no era nadie.

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EL OJO DEL GATO, por Virginia Mercader Cebrián

3º ESO B

Voy a comenzar el relato presentándome, soy Laura y tengo 17 años, vivo en un pequeño pueblo situado en las montañas, tengo el pelo largo y rizado, aparte soy morena tanto de piel como de cabello. Tengo los ojos azules y llevo unas gafas redondas y negras que encajan con mi personalidad fría y misteriosa. Escribo esto para poder contar todo lo que me ha ocurrido a lo largo de estos últimos años. Es una historia un tanto extraña y terrorífica. Dicho esto, comenzaré a relatar mi historia. Veréis, yo era una joven de 15 años muy normal hasta que estos sucesos comenzaron a atormentarme. Un día como cualquier otro, yo estaba con mis mejores amigas, Mari Jose y Carmen, en la casa de la abuela de esta última, y decidimos hacer una pequeña ouija en la parte abandonada de la gigantesca casa. Fuimos a una habitación, la más grande que encontramos, y nos sentamos en círculo alrededor de la tablilla. Al terminar de colocar las velas a nuestro alrededor y el vaso en la tablilla de madera, comenzamos el “juego”. Al parecer invocamos a un soldado de la guerra civil llamado Eduardo. Primero le preguntamos dónde vivía, nos dijo que nació en Burgos, pero que vivió la mayoría de su tiempo en Santander. Más tarde comencé a hacerle preguntas sobre nosotras, sobre cuándo moriríamos, cómo lo haríamos, etc. 81


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—¿Sabes cuándo moriremos? —pregunté mientras ponía mi dedo encima del vaso. El vaso se movió formando la frase “Todavía no”. —¿Todavía no, qué? —le preguntó Mari Jose mientras observaba el vaso con detenimiento. De repente todas las velas se apagaron y el vaso estalló contra la pared. En ese instante entró la abuela de Carmen. —Chicas, vuestras madres preguntan por vosotras —entró en la gran habitación con un teléfono en la mano—. Dicen que cuándo vais a ir a casa —en ese mismo instante en el que terminó la frase, comenzó a hacer unos movimientos un tanto extraños, como levitar, golpearse con la pared, darse cabezazos… Las tres nos levantamos muy asustadas y nos alejamos de ella. Al poco tiempo se tranquilizó y se fue, decidimos guardar el tablero de ouija bajo una manta en esa misma habitación e irnos a mi casa a dormir, ya que al día siguiente había clase.  Antes de llegar a mi casa pasamos a comprar un incienso que supuestamente limpiaba la casa de malos espíritus. —¿Creéis que nos dijo la verdad? —preguntó Carmen mientras nos dirigíamos a mi casa en autobús. —La verdad es que no… —dije mirando por la ventana. De repente el autobús frenó bruscamente cuando estábamos a unas pocas manzanas de mi casa—. ¿Qué está pasando? Mari Jose se encogió de hombros y se volvió para mirar al conductor. Vio que este estaba asustado y decidió averiguar qué fue lo que pasó.

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—Ahora vuelvo —se levantó y fue hacia la parte delantera del enorme vehículo, quedando perpleja ante aquella situación. En medio de la carretera estaba Irene, la abuela de Carmen, intentando sacarle los ojos a un pobre gato que tan solo pasaba por allí. Al ver la reacción de nuestra amiga, nos levantamos y fuimos junto a ella, observando la desagradable escena que había ante nuestros ojos. —Espera un segundo… —murmuré mientras me acercaba a la puerta del autobús, buscando un amplio campo de visión—. Ese es mi gato… —sin pensarlo dos veces, salí del autobús y corrí hacia Irene para intentar quitar el gato de sus garras. Ella no parecía la misma persona con la que habíamos tratado momentos antes, tenía los ojos blancos, su melena era canosa y estaba mucho más delgada y pálida. Ella intentaba sacarle un ojo a mi amado gato mientras me acercaba poco a poco a ella—. ¡Deja a mi gato en paz! —me abalancé sobre ella y, tras un largo forcejeo, conseguí coger al gato en mis brazos; al darme cuenta de que tenía una herida debajo del ojo, salí corriendo hacia el autobús. Decidimos ir al veterinario para ver si era grave lo de su herida. Tras unos minutos de tensión, el veterinario nos dijo que tan solo le teníamos que dar una pastilla y curarle la herida con un poco de alcohol. Después de salir del edificio, fuimos a mi casa, ya que no estaba muy lejos, curamos al gato y le dimos la pastilla, después nos fuimos a mi habitación para dormir. —Menos mal que tu gato está bien… —dijo Carmen mientras se acostaba en su cama—. No sé qué es lo que le ha pasado a mi abuela, pero estoy segura de que no es nada bueno…

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—Tal vez el espíritu al que invocamos no era realmente quien decía ser… —dije yo mientras tomaba a mi gato en brazos—. Creo que le quedará una pequeña cicatriz bajo el ojo. Al poco tiempo mis amigas cayeron dormidas, pero yo seguía despierta dándole vueltas al tema. Pensaba que tal vez era una antigua bruja la que se metió en el cuerpo de la abuela, y que, a lo mejor, cuando ella vivía, encerró a su amado en un gato como el mío y ahora había regresado para rescatarlo.  A la mañana siguiente me desperté sobresaltada. No sé por qué mis amigas ya no estaban en sus camas y mi gato no estaba conmigo. —Solo ha sido un sueño —pensé mientras me levantaba para ir al baño a echarme un poco de agua en la cara. Al salir del baño, oí unos ruidos extraños que provenían de la cocina, fui a ver qué era lo que pasaba. Resultaba que mi gato estaba levitando al lado de una silla, se giró hacia mí y vi que tenía una cicatriz bajo el ojo. Después miré a la silla y vi a la abuela de Carmen allí sentada, mirando al gato fijamente.

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LA MUÑECA, por Jorge Osvaldo Jácome Molina

3º ESO B

Todo empezó aquel día en el que esa familia española necesitaba cambiar de aires y se mudó a una casa de Francia que se encontraba en un barrio pobre. La gente nativa y cercana a ese pueblo no podía oír hablar de esa casa porque se decía que era una casa encantada en la que habían ocurrido una serie de sucesos muy raros. Esta familia española formada por cuatro miembros no había escuchado hablar nunca sobre lo que se decía que esa casa encantada, así que se mudaron para buscar un trabajo en el que poder ganar algo de dinero y con el objetivo de encontrar una vida mejor. Al principio todo parecía normal en esa casa, era como una cualquiera. La gente del barrio se sorprendía con lo despreocupada que parecía esa familia al vivir en dicha casa encantada, que aterrorizaba a todo el mundo que vivía en ese pueblo. Poco a poco esa familia fue conociendo a la gente del barrio. Juan, el padre de la familia, se pasaba casi todo el día trabajando, por lo que era el que menos socializaba con los demás vecinos, pero Josefina, su mujer, al poco tiempo de la mudanza ya había hecho varias amigas con las que salía de vez en cuando. Estos dos tenían dos hijos: Pedro, de nueve años, y Claudia, de doce. Pedro era un chico rubio de ojos azules, de una altura baja, un poco rollizo y que solía estar de

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mal humor. Claudia, sin embargo, era una chica pelirroja, también baja, con gafas y pecas en la cara, aunque ella era muy simpática. Unas semanas después de su mudanza, a Claudia la casa le resultaba muy interesante, por ello decidió mirar cada rincón de esta para ver si había algo que le llamara la atención. Un día subió al segundo piso, en una habitación que parecía vieja y sucia encontró un cofre en el cual había una muñeca. Cuando Claudia la vio, le llamó tanto la atención que la cogió sin dudarlo y se la llevó a su habitación para jugar con ella. Lo que no sabía era que acababa de cometer un gran error porque, en realidad, no era la casa la que estaba encantada sino que era esa muñeca. Al día siguiente de encontrarla se lo contó a su mejor amiga, Roberta, una chica algo peculiar, con el pelo negro y ojos verdes, la cual era muy simpática y desde la llegada de Claudia pasaban la mayor parte del tiempo juntas. Después de que Claudia le contara cómo encontró la muñeca y le describió cómo era, Roberta también se quedó con ganas de verla, por lo que quedaron aquella tarde en casa de Claudia, aunque fue un chasco para las dos porque la madre de Roberta no la dejaba ir, ya que desconfiaba de la familia de Claudia. Algunos días después de encontrar la muñeca, como estaba poseída, se apoderó del cuerpo de Claudia, que empezó a sentirse muy rara desde entonces. Ella se lo contaba cada día a Roberta y a sus amigos del colegio, pero estos no le hacían caso, ya que no parecía una historia muy creíble. Por las noches, como Claudia no podía dormir, decidió contárselo a sus padres, que llegaron al acuerdo de que lo mejor sería llevarla al psicólogo. Como este no parecía hacer nada que ayudara a su hija y escucharon todas las historias de 86


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sus vecinos sobre la casa encantada, decidieron que lo mejor era mudarse de casa. Aunque lo que ellos no sabían era que no era la casa la que realmente estaba encantada. Era la muñeca y Claudia había decidido llevarla con ella a la nueva casa…

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LOS ABUELOS, por Toñi Valverde Martínez

3º ESO C

Hoy contaré una pequeña historia que me ocurrió cuando yo era nada más que una niña. Para empezar, desgraciadamente, mi padre nos había dejado en aquel momento un poco atrás, solo quedábamos mamá, mi hermano menor y yo. Mamá trabajaba mucho, en programas de televisión y esas cosas. Un día nos dijo a mi hermano y a mí que se iría unos cuantos días a una ciudad para grabar una escena, y para no dejarnos solos en casa nos iba a llevar al campo de nuestros abuelos. Cabe destacar que aún no los habíamos conocido, debido al trabajo de nuestra madre y a la distancia, lo cual era un buen motivo para conocerlos y pasar unos cuantos días con ellos. Ya estábamos llegando, era un largo camino, de casi dos horas, pero cogiendo un buen atajo te ahorrabas algo de tiempo. El campo era bastante bonito y acogedor, contaba con una gran casa, corrales de animales y hasta un pozo. La bienvenida fue agradable, les alegró mucho conocernos, y a nosotros también, claro, pero los abuelos no tenían una buena relación con nuestra madre, debido a que mamá, cuando vivía con ellos, se fue a la ciudad porque tuvieron una gran discusión, por ello nos llevó allí un taxi en vez de ella. Los primeros días fueron… ¿Cómo decirlo?..., ¿agradables?, pero había algo extraño, los abuelos siempre nos decían que teníamos que irnos a dormir al hacerse de noche, puede 88


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parecer normal, sí, pero es que a veces se hacía de noche a las ocho o así, y tampoco nos dejaban que nos asomáramos al sótano. Pero cuando nos decían eso y nos metían en la habitación, también decían que no podíamos salir hasta por la mañana, yo notaba eso un poco raro, porque también, cuando ya estábamos en la habitación, oíamos ruidos muy raros, como si estuvieran arañando algo y como si se cayeran cosas al suelo, pero lo que más nos asustó fue que oíamos como si estuvieran corriendo por toda la casa. Una noche mi hermano decidió asomarse a la puerta para ver qué era o de dónde provenían esos ruidos. Estábamos los dos enfrente de la puerta, llenos de miedo, pero también de curiosidad, todo pasó muy rápido. Mi hermano abrió la puerta y vimos una cosa que nos impactó: estaba la abuela corriendo como un perro por toda la casa, subiéndose por el sofá y los muebles, de repente se puso a arañar la pared como una loca, y a todo esto apareció el abuelo y nos cerró la puerta de golpe, dándonos un tremendo susto, gritando que no volviéramos a abrirla. A partir de ahí sabía que nada de esto era normal. Al día siguiente hicimos una videollamada con nuestra madre mientras los abuelos estaban fuera, le contamos que los abuelos hacían cosas muy raras, pero ella nos dijo que era porque ya eran mayores, pero esto que hacían no era normal. Dio la casualidad de que cuando estábamos hablando con ella pasó la abuela por la ventana y, a mamá le dio tiempo de verla, nos dijo que la enfocáramos más para poder verla mejor, al hacerlo se le quedó una cara de agobio y se puso muy nerviosa, fue ahí cuando nos dijo que esos no eran nuestros abuelos. Al oír eso, entramos nosotros también en pánico, nos dijo que nos escondiéramos mientras que ella llamaba a la policía 89


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y venía; desgraciadamente, los “abuelos” ya lo habían oído, salimos mi hermano y yo corriendo cada uno por un lado, yo me fui corriendo al sótano y, ¡Dios mío!, ahí estaban los cuerpos de mis verdaderos abuelos, metidos en una caja con todos sus recuerdos, al ver eso apareció uno de los asesinos intentando agredirme, mi hermano tenía las mismas condiciones, pero él se quedó en la cocina. Por suerte, en el último momento apareció la policía y se los llevó, nosotros nos fuimos con nuestra madre, que estaba muy triste por no haber podido despedirse de ellos, pero, bueno, aquí estoy contando una historia que ojalá nunca hubiera pasado.

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UNA SOMBRA EN SUS OJOS, por Francisco Ginés Sánchez Martínez

4º ESO D

Allí estaba de nuevo, podía distinguirla perfectamente, en el marco de la puerta, a apenas tres metros de su cama, observándolo continuamente en la oscuridad de la noche. Era ya costumbre para Etreum el acecho constante de esta criatura, que se le aparecía en cualquier espacio y momento, ya fuera tras de él cada vez que se arreglaba en el espejo, o cuando alzaba su mirada a través de la ventana, pero nunca estando acompañado. Esta figura de forma humanoide poseía la misma altura que Etreum, tenía la boca cosida y, en lugar de nariz, había un notable hueco en el centro de su cara. Sus ojos completamente blancos y carentes de emoción alguna no le transmitían precisamente confianza. Etreum nunca se atrevió a contarle a nadie acerca de estas apariciones, ya que no quería que lo tildasen de enfermo. Esta situación se estaba alargando durante varias semanas, y al joven empezaba a resultarle preocupante, pero su falta de confianza en los demás propició que todo permaneciese en secreto. Un día, cuando Etreum volvió a su casa tras una mañana cualquiera en el instituto, se encontró a sus padres discutiendo. —¿Qué ocurre? —Han trasladado a tu madre a Arpel, nos tendremos que mudar allí. Arpel era una localidad que se encontraba a más de cien kilómetros de su hogar. Etreum quedó incrédulo, pero, en un 91


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brote de esperanza, pensó que aquella extraña criatura que se le aparecía por fin iba a desaparecer de su vida. Pasados unos días, la familia de Etreum acabó la mudanza y se asentaron en su nuevo hogar. La casa era muy amplia y se encontraba en las afueras del pueblo. Cuando Etreum fue a ver el baño, vio reflejado a su espalda a aquella criatura, de nuevo. El chico comprendió entonces que esta criatura lo acompañaría por siempre, y ni siquiera sabía si existía alguna manera de librarse de esta. Pero cuando Etreum estaba con la autoestima por los suelos, la suerte al fin se puso de su lado. En el instituto conoció a un chico llamado Recnac. Recnac y Etreum compartían varios gustos, por lo que se hicieron rápidamente muy amigos. Un día, Recnac invitó a Etreum a una excursión por el bosque. Etreum no se lo pensó dos veces y aceptó la oferta. Llegada la tarde, Etreum siguió con el plan establecido y fue a la casa de Recnac, el lugar en el que habían quedado. Se adentraron en la profundidad de aquel bosque, de gruesos y altos árboles. Recnac, que era un gran amante de la naturaleza, le enseñó mucho sobre las plantas que había en aquella zona. Cuando llegaron a la cima de aquel hermoso monte, pararon para merendar. —Qué bonitas vistas se ven desde aquí. —Pues sí —afirmó Recnac. —Oye, tengo que hablarte de una cosa… —dijo Etreum con un tono de preocupación. —¿Y bien? —preguntó Recnac, intrigado. —Bueno, se trata de… Etreum, que había ganado mucha confianza con Recnac, le contó todo el tema de las repentinas apariciones de aquella sombría figura. —Vaya, es un tema muy delicado. 92


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—Bueno, simplemente quería informarte, al fin y al cabo puedo confiar en ti —exclamó Etreum, al tiempo que se le cayó un pequeño montón de mermelada que contenía el bocadillo en las manos. —¡Joder! —se lamentó Etreum. —¿No tendrás un pañuelo o algo parecido para limpiarme? —Me parece que tendrás que ir con las manos pringosas durante el resto de la excursión —dijo Recnac. Cuando descendían, encontraron en mitad de aquel bosque una pequeña caseta de madera. La puerta estaba abierta. Los amigos decidieron entrar. La caseta constaba de una habitación solamente, en la que había una mesa, algunas herramientas sobre esta, un armario lleno de ropa y mantas viejas y los restos de un horno. De repente, la puerta se cerró dando un fuerte portazo. Cuando Etreum, sobresaltado, se giró para ver qué ocurría, vio a la misteriosa criatura que tantas veces se le había aparecido hasta ahora, esta vez con un martillo en la mano. Antes de caer desmayado, pudo observar a la criatura golpear uno a uno los dedos de Recnac, que aullaba de dolor. Abrió sus ojos, miró justo al frente los restos de su buen amigo Recnac, en un gran charco de sangre y con grandes contusiones por todo su cuerpo. Al ver la desgarradora imagen, Etreum giró su cabeza como acto reflejo hacia su izquierda. Divisó un martillo lleno de sangre, con el mango recubierto de mermelada.

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EL CASO LÓPEZ, por Francisco López Abril

3º ESO B

DESCRIPCIÓN DE LOS PERSONAJES Julia: madre, encargada de las tareas del hogar. Muy preocupada por su familia y católica. Alberto: padre, trabaja fuera, en la ciudad, solo puede visitar a su familia los fines de semana. Benito: tiene dos años, es el mejor de los hermanos, y el hijo de Julia y Alberto. Marta: tiene nueve años, es la mediana de los hermanos, e hija de Julia y Alberto. Es sonámbula, y muy miedosa. Antonio: tiene quince años, es el mayor y más valiente de todos los hermanos, hijo de Julia y Alberto. Hugo: es el exorcista, pero nunca está seguro de lo que hace.  Una tarde de otoño una familia se mudaba a su nueva casa rural. Les gustaba la tranquilidad del campo y habían decidido abandonar la ciudad. La casa rural era algo antigua, tenía tres pisos, y el último de ellos era el sótano, que siempre había dado respeto a todos los habitantes de la casa. En la última planta guardaban objetos misteriosos de la familia López, que fue la familia que habitaba anteriormente la casa. Esta familia 94


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murió en extrañas circunstancias, nunca nadie ha sabido la verdad sobre sus muertes. La nueva familia que habitaba la casa no era consciente de lo que podía pasar ahí. La familia estaba formada por la madre, Julia, el padre, Alberto, y los hijos, Benito, Antonio, y Marta. El padre solo estaba en casa los fines de semana, ya que entre semana por cuestiones de trabajo no podía visitar a su familia. La madre era la encargada de todo. Benito era el más pequeño, solamente tenía dos años. Marta era la mediana, con nueve años; todas las noches de madrugada se despertaba, sufría de sonambulismo. Antonio era el mayor, tenía quince años, y era el más valiente de todos los hermanos. Al principio, todos los hermanos dormían en una misma habitación, porque no estaban acostumbrados a esa casa y les daba miedo dormir solos allí. Solo la madre sabía la verdadera historia de todo lo que había ocurrido en la casa, pero prefirió no contárselo a sus hijos, y tampoco a su marido. Era una familia muy católica, y por esa misma razón, la madre quería descubrir lo que pasó en la casa con la familia anterior, pensaba que estaba relacionado con espíritus y cosas paranormales. Al día siguiente, cuando la madre colocaba las cosas dentro del armario, encontró una foto de la familia López, con una nota detrás, que decía lo siguiente: “Este siempre será nuestro hogar”. La madre quedó aturdida al leer la nota pero decidió guardarla, y seguir ordenando las cosas. Ese mismo mediodía, mientras preparaba la comida, pasó algo muy raro que hizo que le diera un fuerte escalofrío. Y, a partir de ahí, paró la investigación sobre la familia López, ya que había quedado muy asustada. En ese momento, decidió quemar la foto que encontró en el armario. Lo que no sabía era que esa decisión haría que lo peor estuviese por venir. Desde la ventana de la 95


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cocina, se veía el jardín de la casa, que tenía un parque al cual los niños salían a jugar. Mientras la madre preparaba la cena ese mismo día, vio cómo los columpios se balanceaban solos. Prefirió no darle importancia, pensó que fue el viento, aunque después de todo lo ocurrido siempre quedaba la duda de que fuese algo más que eso. Tras ese día, empezó a fijarse en los columpios todos los días mientras preparaba la cena, y siempre a la misma hora comenzaban a moverse. Al llegar el fin de semana, el padre volvió a casa. Esa misma tarde jugaba con sus hijos en el salón al escondite. Marta encontró la foto de la familia López al esconderse, la foto estaba en el mismo armario donde la encontró su madre. Cuando la niña vio la foto, salió corriendo a dársela a su madre, y esta quedó impactada, no podía creer que la foto estuviese como si nada hubiera ocurrido. Al fijarse un poco más, se dio cuenta de que algo había cambiado en la foto, era el mensaje, ya no decía lo mismo. Después de que ocurriese eso decidió contárselo a su marido. El padre, al saber la historia, quedó aturdido y acordó con la madre llamar a un exorcista. El exorcista llegaba el lunes a la casa, por lo que el padre no estaría mientras todo se solucionaba. Pasado el fin de semana, llegó el día. El exorcista estaba de camino. Todo se solucionaría esa semana, o eso quería pensar la madre. Para que todo fuera más rápido, el exorcista debería quedarse en la casa durante unos días, así ayudaría mejor a la familia con todo el asunto. Desde el primer momento en el que llegó a la casa sintió cosas muy raras, sabía que algo malo pasaba ahí, pero ya se había comprometido con la familia y no podía fallarles. Empezó con la investigación, y lo primero que hizo fue dirigirse al armario donde la madre y Marta encontraron la foto. En el 96


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armario había un extraño hueco donde, si te asomabas, había una caída libre hasta el sótano. Después fueron al sótano, abrieron la puerta y empezaron a bajar. La madre iba la primera, seguida del exorcista. Al comprobar que abajo no había nada volvieron a subir, pero cuando quedaba por entrar a la planta principal la madre, la puerta se cerró de un golpe y quedó allí encerrada. Ninguno podía abrir. El exorcista recordó que desde el armario podían acceder al sótano, así que se dirigieron allí él y los tres niños, los más pequeños sin saber qué estaba pasando. Se lanzó Antonio, el primero, que era el más valiente de todos los hermanos, a por la madre, pensando que podía rescatarla. Fue el segundo de la nueva familia que habitaba la casa en desaparecer. La historia se repetía. Había pasado un día desde la llegada del exorcista, y solo quedaban tres personas: Marta, Benito y el exorcista. Tenían que aguantar hasta que el padre llegara, pero no sabían cómo hacerlo. Los niños no paraban de preguntar por su madre y su hermano, y estaban asustados. Así que, en un despiste de Hugo, el exorcista, Benito, el más pequeño, se dirigió al armario y también cayó al vacío. Marta y Hugo aguantaron hasta el viernes, y ese mismo día con la llegada del padre a la casa intentaron darle a todo una explicación y solucionarlo. El padre intentó abrir la puerta del sótano, lo consiguió. Era necesario para que Hugo entrara, pero cuando bajaron no había rastro ni de la madre ni de Benito ni de Antonio, por lo que decidieron practicar un exorcismo en el sótano. En este ritual no podía estar Marta, así que la dejaron en el jardín jugando sola, y al volver había desaparecido también. Solo quedaban el padre y el exorcista, pero dado que tras varios días no pudieron encontrar nada, Hugo decidió dejar el 97


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caso. Y el padre, al ver que estaba solo y después de lo que le había sucedido a su familia, se suicidó… Nunca nadie supo la verdad de “El caso López”.

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EL TENEBROSO CASTILLO, por Guadalupe Sánchez Cayuela

3º ESO B

Una mañana de instituto, el maestro mandó un trabajo a sus alumnos: —Por grupos de ocho personas realizad un trabajo: tendréis que investigar sobre tipos de árboles que haya a las afueras del pueblo. Star, Vera, Adele, Ruby, Andrew, Conor, Jack y Petter se juntaron para realizarlo. Esa misma tarde quedaron para hacerlo y pusieron rumbo a las afueras del pueblo. Andando, vieron un castillo abandonado a lo lejos y decidieron colarse. Estaba todo cerrado y apedrearon la puerta para poder entrar. Abrieron la puerta y Vera, Conor, Ruby y Petter entraron. Adele y Star se quedaron pensando en el trabajo, ya que eran las más responsables, y Jack y Andrew hacían fotos al hermoso paisaje que había, ya que Andrew llevaba con él su cámara de fotos. Dentro del castillo hacía frio y había un olor horroroso. Comenzaron caminando por el pasillo, a su izquierda estaba el comedor junto con la cocina y a la derecha estaban las escaleras que llevaban a la planta de arriba. Siguieron recto por el pasillo y vieron una puerta, la abrieron y había unas escaleras hacia abajo. Supusieron que era el sótano y fueron a ver. No había luz y por lo tanto encendieron las linternas de sus móviles. Todo eso daba asco, estaba muy sucio y apestaba a muerto. Se escuchaban voces de niños gritando y corriendo, 99


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como huyendo de algo, se asustaron y fueron para arriba a la planta principal. Comenzó a llover fuertemente y todos se dirigieron para dentro del castillo. Se sentaron los ocho amigos en las sillas del comedor y pensaron qué hacer, estaban solos a las afueras del pueblo, sin luz, sin cobertura ni nada para llamar o pedir auxilio. Conor propuso algo: se quedaban allí esa noche y al día siguiente salían para el pueblo. A Star no le parecía buena idea, pero no tenían otra opción. Vera, Conor y Petter fueron arriba para ver si había habitaciones o algo para poder descansar. Había cuatro habitaciones con cuatro camas de matrimonio cada una. Mientras tanto, los demás preparaban la comida que Jack trajo para merendar. Adele y Andrew limpiaron un poco y pusieron la mesa y avisaron a todos para cenar. Se reunieron los ocho de nuevo y se pusieron a cenar. Hicieron el reparto de habitaciones: Conor con Vera, Ruby con Petter, Adele con Andrew y Star con Jack. Subiendo las escaleras, Ruby se fijó en los relojes y se dio cuenta de que todos marcaban la misma hora, las 3:07, pero no le dio importancia. Estaban todos durmiendo y Vera se despertó, eran las 3:07, notó que algo le tocaba los pies mientras dormía, tenía mucha sed y fue abajo, donde estaban las mochilas. Sentía la presencia de alguien persiguiéndola, miró hacia atrás y vio una sombra de una mujer despeinada en camisón blanco agujereado y lleno de sangre. Gritó y Petter y Ruby se despertaron y fueron para su habitación, vieron que estaba Conor y alguien más a su lado durmiendo con él. Era la misma mujer que asustó a Vera. Ella subió corriendo para arriba y se lo contó todo a los demás. Star se despertó al oír un extraño ruido, era como si alguien se estuviera dando cabezazos contra el armario. Miró con detenimiento y vio un niño dándose contra el armario, 100


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despertó a Jack y muy asustados se fueron a la habitación de Adele y Andrew. Se despertaron al oír tanto escándalo. Todos se juntaron, menos Conor, que seguía con esa mujer durmiendo. Todos intentaban despertarlo y de repente se levantó, no se acordaba de nada y estaba tranquilo. Todos fueron con los colchones y las mantas al comedor para dormir juntos. Ruby se levantó a tomar el fresco y vio una mujer ahorcada en el árbol de la entrada, era la misma de antes, y muy asustada fue a avisar a los demás. Todos aterrorizados no sabían qué hacer para poder salir de allí. Eran las cinco de la mañana y seguía lloviendo, todo estaba encharcado y no podían salir. Hacía mucho frío y Andrew, Jack y Adele bajaron al sótano a encender la caldera. Cogieron unas cerillas para iluminarse y poder encender ese cacharro. Jack lo logró encender, pero una ráfaga de aire lo apagó. No había ventanas ni nada que pudiera apagarlo. Nadie había soplado, pero alguien sopló también la cerilla que Adele llevaba en la mano. Subieron corriendo, pero no podían abrir la puerta. Un espíritu rondaba por el sótano aterrorizándolos. Andrew, que como siempre llevaba su cámara encima, hizo unas fotografías en modo nocturno para poder conseguir o captar algo inexplicable. Captó unas siluetas corriendo por allí, eran los niños que se escuchaban al principio. Petter y Ruby los intentaron ayudar mientras que Vera y Conor pensaban en algo para poder salir de allí lo antes posible. La puerta se abrió y todos salieron desconsolados para el comedor. Dejaron todo allí y salieron corriendo atemorizados de ese castillo. Al día siguiente investigaron sobre ese lugar y descubrieron que vivía una bruja con sus hijos y que, antes de matar a sus propios hijos y suicidarse ahorcándose, maldijo a todo aquel que pisara ese castillo. Poco después moriría todo aquel 101


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que hubiera estado allĂ­ mĂĄs de una hora. Poco a poco los amigos murieron por diferentes causas.

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ERES EL SIGUIENTE, por Alicia Muñoz Sánchez

3º ESO C

Decidido, mi familia y yo nos mudamos. Para mí era difícil dejar la casa en donde había tenido los mejores momentos de mi vida. No solo dejaba mi casa sino que también dejaba a mis amigos, mi colegio, todo. Era un momento de grandes cambios en tan poco tiempo para una niña de doce años. Cuando llegamos a California me sorprendí por las vistas tan diferentes y bonitas que estaban viendo mis ojos, los vecindarios eran preciosos, parecidos a los que salen en las películas de la tele. Recorrimos varios kilómetros en coche cruzando media California hasta que nos fuimos acercando a donde estaría nuestro nuevo hogar. Recuerdo la frase que dijo mi padre: “Ya hemos llegado, familia”, y mi cara fue un poema, lo fue al ver la casa que tenía delante de mis ojos, ya que era la única casa en esa zona. Me transmitía una sensación muy extraña. Entramos y nos dispusimos a cenar, ya que estábamos agotados y hambrientos después de haber pasado tantas horas en el coche, tenía el culo cuadrado ya. Después de cenar me subí a la segunda planta, donde estaban todos los dormitorios de la casa, y me adentré en uno de ellos, ya que me llamaba más la atención, parecía que hubiese sido de una niña, estaba lleno de muñecas de porcelana, una casita de muñecas, un escritorio rosa, etc. Lo que más me llamó la atención de esa habitación era la puerta pequeña que había en ella, estaba entrecerrada y 103


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salía aire frío de ahí. Quise abrirla y ver qué había al otro lado de esa puerta pero justo entonces me llamó mi madre para ayudarle a desempacar su maleta. Al día siguiente me desperté y vi que había un olor muy desagradable en mi cuarto, era como si algo estuviera podrido, era un olor muy fuerte. Pero no quise darle importancia. Me fui a desayunar y a jugar en el gran jardín que tenía la casa. Mientras jugaba sentí algo muy extraño, como si alguien me observara desde mi cuarto, de hecho se me antojó ver una sombra en mi ventana, pero sin más, no quise darle importancia. Después, subí a mi cuarto y vi la dichosa puerta que desprendía aire frío y quise abrirla y ver qué había ahí dentro. Nunca hubiera imaginado encontrarme algo así. Estaba lleno de bichos horribles que cubrían un bulto. Quité los bichos como pude y quise ver qué era ese bulto tapado con una bolsa de plástico. Oh, Dios mío, era una muñeca de porcelana horrible, en ese instante tiré la muñeca y me quise ir corriendo, pero no podía hacerlo, una fuerza superior me impedía salir del cuarto, grité, grité muy fuerte y mis padres acudieron a mí, y cuando llegaron, la fuerza superior se fue. Mis padres pudieron ver la muñeca, los bichos que salían de ella y de la puerta pequeña y se asustaron mucho. Pero lo peor de todo fue cuando vimos que había un mensaje para nosotros pintado en la pared de dentro de la puerta pequeña que decía: “Eres el siguiente”. Cuando leímos esto notamos una presencia detrás de nosotros, era la muñeca, estaba de pie, señalándome con el dedo, en ese mismo momento nos fuimos de la casa, aquello era espeluznante.

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EL VERDADERO JUEGO, por Mónica López Fernández

1º Bachillerato AC

Las películas de género terrorífico, las historias de miedo que se cuentan con los colegas, lo que no es común en tu vida diaria, daría miedo, asustaría. Se suelen tomar a broma, porque no suelen ocurrir, por no decir casi nunca. Pero no lo sabes hasta que te pasan, ya que hay casos en los que ocurren sucesos paranormales contados por las personas que los experimentan. Yo sé una historia que, si no la hubiera vivido, igualmente me la creería, porque realmente sí podría pasar. ¿Y vosotros, os lo vais a creer cuando lo leáis? Esta historia trata sobre Katherine. Su infancia fue dura, ya que a los dos años oía voces en su cabeza, pero a los pocos meses esas voces cesaron, y por eso sus padres no le dieron gran importancia, ya que posteriormente no ocurrió nada similar a esto. Estos nunca le habían dicho a su hija nada de lo de las voces, ya que solo la preocuparían, así que fue creciendo sin saber absolutamente nada de esto. Ella era una chiquilla de lo más normal. Iba al instituto, realizaba salidas con sus colegas, fiestas, viajes, etc. Iba mucho con sus amigos al cine en el lugar donde vivían, sobre todo a ver películas de género terrorífico. Al terminar de verlas, Katherine era de los pocos que no salía asustada, ni tampoco un solo grito salía de su garganta. Ella decía que todo era mentira, que no daba miedo nada de lo que ocurría y que no se asustasen, incluso 105


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ella en ocasiones se reía cuando sus amigos comentaban la película. Visitaban lugares abandonados, de donde todos sus amigos salían corriendo porque oían voces, pero Katherine nunca oía ni presentía nada. Katherine era de las chicas que pasaban de lo que no era explicable, no creía en nada que no fuera visto por sus propios ojos. Pero ella nunca sentía nada, ni voces ni presencias que sus amigos sí podían percibir. Nunca se había preguntado el porqué, porque realmente no le importaba, solo pensaba que sus amigos se habían vuelto locos en ese momento por la situación que los envolvía. Cada vez más las quedadas con sus amigos iban disminuyendo, tampoco se preguntaba el porqué de ello, solamente dejó de salir de su habitación, ya que ellos no le decían nada. Ya llevaba tiempo sin ver ninguna película paranormal ni visitar ningún lugar extraño. Iba de camino del instituto a su casa cuando notó que la estaban observando, dio media vuelta y se encontró con un hombre extremadamente alto, no le veía claramente la cara, solo oía su voz ronca como si en siglos no hubiera soltado ninguna palabra. Le preguntó que si la conocía, ya que se detuvo justo enfrente de ella. De repente en aquel momento el suelo empezó a moverse, el fuego salía extrañamente de sus manos y ojos y empezó a correr el viento a una velocidad que en su pueblo era increíble presenciar, esto provocó que el trapo que le tapaba media cara saliera volando, lo que permitió que la pudiera ver. Esto hizo que le entrara un miedo que nunca había sentido, ya que vio que sus ojos y su boca estaban cosidos y se fijó en que tampoco tenía nariz. No paraba de preguntarse cosas: si su boca estaba cosida, ¿cómo es que antes le habló? Si no tenía nariz y su boca estaba cosida, ¿cómo estaba vivo si no podía respirar? Ya que todo ser viviente necesita respirar, pues de lo contrario se acabaría mu-

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riendo. Cuando vio la situación en la que estaba, con ese hombre delante de ella, el fuego siendo expulsado de su cuerpo y ese viento que nunca había visto, por primera vez en mucho tiempo, de su garganta no paraban de salir chillidos, tan fuertes que si alguien hubiera estado alrededor le habrían explotado los oídos. No pudo contener lo que quería decir: —No eres real, no puedes ser real. ¿Qué eres? —¿Estás segura, amiga mía, de que no soy real? —le preguntó a Katherine con una voz que le provocó escalofríos. Hubo un momento en que todo fue más rápido, pero también sintió un dolor que nunca en su vida había sentido. Todo el fuego empezó a ir en dirección a ella. Al instante, empezó a sentir todo el fuego, notando cómo se iba quemando poco a poco, sin parar de gritar. De repente, todo se volvió negro. Se levantó en su cama con la voz apagada, en ese momento solo pudo pensar que fue un sueño que nunca más querría tener. Ese día fue de visita con sus padres y sus dos hermanas al cementerio para decorar con flores la tumba de sus abuelos. Todo iba bien hasta que de repente empezó a oír voces, ¿ella, voces, que era la única que nunca oía nada ni sentía nada? Pues sí, no sabía de dónde venían esas voces, ella al instante se acordó de la pesadilla de la noche anterior y pensó que se estaba volviendo loca, nada de lo que estaba oyendo era real. Esas voces, cada minuto que pasaba, sonaban con más fuerza en la cabeza de Katherine. Con el tiempo las voces no se iban, ella ya no sabía qué sentir ni pensar. De repente, sintió miradas sobre ella. En respuesta, se dio la vuelta a una velocidad indescifrable y empezó a ver cuerpos, demasiados cuerpos, formando un gran círculo a su alrededor. Fue mirando cuerpo por cuerpo hasta que se dio cuenta de que algunos le resultaban reconocibles. Eran personas que ella conoció pero que en ese momento ya estaban muertas. 107


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“Estoy viendo muertos”, se decía, “me estoy volviendo loca”. Los muertos no paraban de hablar, llegó un punto en el que Katherine no pudo más, cayendo al suelo y dándose tal golpe en la cabeza que perdió la conciencia en ese momento. Sus padres se acercaron corriendo donde Katherine se encontraba inconsciente. Cogieron el coche y se dirigieron al hospital. Sus padres se encontraban en la sala de espera, sin parar de preguntar a cada enfermero que pasaba por allí por la situación de su pobre niñita. Cuando llegó la noche del segundo día empezaron a oírse gritos, los padres se despertaron a toda velocidad sin saber lo que pasaba. A los diez minutos los gritos cesaron y los médicos se detuvieron enfrente de ellos, que no paraban de preguntarse qué sucedía. —Perdonen, somos los médicos a cargo de su hija —dijo uno. —Sí, venimos a decirles que no sabemos qué le pasa a su hija. Le hemos hecho pruebas pero no encontramos nada que nos pueda informar de su estado, y nos tiene preocupados. Hay un tiempo en que está plácidamente dormida hasta que se levanta de repente y empieza a gritar, y sus gritos no cesan hasta que no le inyectamos tranquilizantes. ¿Saben ustedes si últimamente le está pasando algo que le pueda causar algún trauma? —intervino el otro médico que lo acompañaba. —No sabemos nada, ella desde siempre ha sido algo rara comparada con otra gente. Se suele reír sin nada ni nadie que le provoque esa emoción. Cuando está con sus amigos, ¿cómo decirlo?, como que ella es la diferente, se ríe cuando oye historias de terror, ya que dice que son absurdeces, sus amigos oyen cosas cuando van a lugares extraños pero ella nunca ha oído nada. Pero últimamente está más rara, cuando se despierta la oímos gritar, oímos golpes que provienen de su habitación, no ha salido de su cuarto en una semana entera, aparte 108


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de para ir al instituto. Realmente no sabemos qué le pasa — dijo la madre muy preocupada por su hija—. Cuando estábamos en el cementerio todo iba bien hasta que mi marido y otra de mis hijas se dieron cuenta de que Katherine no estaba donde nosotros nos encontrábamos, cuando de repente oímos un grito y un golpe contra el suelo, y fue cuando la vimos tirada en el piso. Pensábamos que se había dado un fuerte golpe en la cabeza. —No hemos encontrado nada raro en las pruebas —intervino otra vez el mismo médico—. Mi consejo como doctor, por todo lo que me han contado de la situación actual de su hija, y para tomar una precaución con ella, es que la lleven a un psicólogo solamente para ver si realmente le pasa algo, y si no le pasa nada pues es la mejor de las noticias. Solo se lo digo como precaución, por si acaso sí es verdad que algo le está sucediendo y ningún miembro de su familia se ha dado cuenta de ello hasta ahora. Al día siguiente le dieron el alta, Katherine no daba signos de estar mal en ningún aspecto. Su madre decidió llevarla al psicólogo finalmente a la mañana siguiente, ya que estaba preocupada por su hija. Sabía que su niña no era como las otras personas, pero nunca la había visto así, y menos gritar de esa manera. Desde que era bien pequeña, no, ya que tenía alucinaciones cuando tenía solo un par de años, pero todo eso pasó y su madre no le dio gran importancia. Esa noche decidieron ir de cena a un restaurante cerca de su vivienda, todo estaba muy tranquilo, un alivio para la madre de Katherine. Necesitaba ir al baño, así que se levantó de la silla y se dirigió hacia el baño. Cuando hubo terminado y se estaba lavando las manos, levantó la mirada hacia el espejo y se encontró con el mismo hombre con el que había soñado

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hacía días. De repente empezó a oír voces otra vez en su cabeza. Gritaba su nombre una y otra vez. —Sabes que soy tu amigo, tú misma me creaste —dijo el hombre reflejado en el espejo. —No, no puede ser. Todo esto es mentira, nada es real — no paraba de decir Katherine en una voz casi inexistente. “Katherine, Katherine”, ella no paraba de oír su nombre, hasta que su impulso ganó y dio tal golpe al espejo del aseo que los cristales volaron a su alrededor. Miró hacia el frente otra vez, pero ya no había nadie. Cuando se dio la vuelta encontró a sus padres con caras de preocupación. En ese momento miró hacia su puño, ensangrentado completamente. Salieron del restaurante, no antes de que sus padres se disculparan por lo ocurrido, y fueron rumbo a la casa. Su madre no paraba de preguntarle qué le ocurría, pero Katherine no contestaba. En el momento en el que llegaron a su casa, salió escopeteada del coche, cerró la puerta de un golpe y se encerró en su habitación. La noche llegó y Katherine estaba harta de todo lo que estaba ocurriendo. Estaba acostada en su cama cuando oyó un golpe seco en la puerta, la abrió pero ahí no había nadie. Se acostó otra vez sin darle la menor importancia, cuando notó una presencia al lado de ella. El mismo hombre. Otra vez, ese hombre. Katherine intentó salir de la cama pero este se lo impidió. —Katherine, soy tu amigo, créeme. No huyas de mí, no quiero hacerte daño. Solo quiero jugar contigo a una cosita — dijo el hombre con una voz que le resultaba inquietante a Katherine. —No eres nada, solo me lo estoy imaginando —esto no paraba de salir de la boca de Katherine.

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—Llama a tu hermana, Katherine, a tu hermana mayor. Dile que queremos jugar con ella. De repente, Katherine empezó a oír más y más voces, ya no podía más, no sabía qué estaba pasando. Empezó a gritar y no paraba, igual que no paraban las voces, entre las que predominaba la voz de ese hombre. La puerta se abrió y su hermana entró, encontró a Katherine tirada en su cama sin parar de moverse, con las manos en la cabeza y chillando. —Hermana, hermanita, ¿qué te pasa? ¿estás bien? —le preguntó su hermana con amabilidad y con voz preocupada. —Dile que queremos jugar con ella —gritaban las voces sin cesar—. Es fácil, solo debe sentarse contigo en la cama y ponerse el cojín en su cara hasta que se haga la dormida y esa será la señal para que se lo quites —las voces no paraban de decirle eso, cada vez más fuerte. —No, no voy a jugar a nada —gritaba contra las voces. —Solo es un simple jueguecito, juega, amiga, luego jugamos nosotros contigo —hablaban y hablaban cada vez más voces. Finalmente le dijo a su hermana mayor que fuera y que se sentara con ella a su lado en la cama. Ella le hizo caso y fue con ella. Las voces no paraban de decirle lo mismo. Katherine finalmente hizo caso y le puso el cojín en la cara, su hermana empezó a temblar hasta que se quedó quieta, y Katherine le quitó el cojín. Se dio cuenta demasiado tarde de que ya no respiraba, la había matado. ¿Qué había hecho? —Muy bien, Katherine, ¿quieres jugar otra vez? —las voces no paraban, no se esfumaban. Katherine ya no podía más, había matado a su hermana y las voces que había en su cabeza le ganaban. Abrió la ventana, no estaba segura de lo que iba a hacer, pero quería acabar con las voces y con la conciencia de haber asfixiado a su hermana 111


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con su propio cojín. Se asomó por la ventana y en milésimas de segundo se tiró por ella, cayendo al suelo con un golpe seco. No logró sobrevivir al impacto. Ya había acabado con esas voces, pero a costa de acabar con su propia vida.  Salí estrepitosamente por la puerta, encontrándome con mi hermana en el suelo lleno de sangre, no me lo podía creer: mi hermana se había tirado por la ventana. Mis padres salieron chillando, diciendo que ella, mi hermana mayor, estaba muerta en la cama de mi hermana Katherine. Mi hermana había matado a mi otra hermana y luego se había suicidado. ¿Qué estaba pasando? Noté lágrimas por mis mejillas, mis padres desesperados llamaron a la policía. Subí a la habitación donde se encontraba mi hermana. La vi, su cuerpo inerte en la cama. ¿Por qué mi hermana había hecho eso? De repente noté una presencia, me di la vuelta y me sorprendí con lo que vi: un hombre más alto de lo normal cuya cara estaba totalmente destrozada. De lo que verdaderamente me sorprendí fue de lo que me preguntó: —Hola, Sheila, ¿quieres ser la siguiente en jugar?

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EL HOMBRE DE NEGRO, por María Isabel Puerta Caballero

1º Bachillerato BH

Eva se fue a vivir a un pueblo de Asturias. Ella vivía anteriormente en Sevilla, pero sus padres se divorciaron y ella se fue a vivir con su madre. Su madre, Elisa, había nacido en el norte y vio que la manera más oportuna de olvidarse de todo era volver con su familia a Asturias. A su madre le encantaba coleccionar objetos antiguos, así que su favoritismo por las cosas antiguas le empujaba a llevar una vida más bien nómada. La casa era antigua, tendría unos cincuenta años más o menos. El comedor tenía un aspecto mugriento, los sofás estaban hundidos y la chimenea de un momento a otro se iba a caer. La cocina tenía el suelo levantado, había un olor a humedad, a sitio cerrado. Y las habitaciones no estaban tan mal, lo que peor estaba eran los armarios, de los que el casero les dijo que nadie se había atrevido a cambiarlos. La primera noche que dormían allí y, como siempre, su madre le había dejado una pequeña bombilla encendida para espantar todos sus miedos y que durmiera más tranquila. Eva extrañaba su casa, era todo tan distinto de donde vivía antes que las primeras noches le costó muchísimo conciliar el sueño. Apenas durmió. El crujir de las ventanas y del parqué la despertaba continuamente y ella se iba a dormir con su madre para sentirse más segura. Pasaron un par de semanas y volvió 113


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a su habitación, ya se estaba empezando a acostumbrar a los ruidos de la casa. Unos días después, en una noche fría, un fuerte ruido se escuchó en el sótano de la casa. Elisa, la madre de Eva, se levantó deprisa y bajó al sótano a ver lo que había pasado. La luz de la casa se fue, Eva presionaba el interruptor pero la luz no se encendía. El ruido del sótano volvió a sonar, esta vez, más fuerte, se levantó corriendo, encendió una vela que tenía en la mesilla y bajó al sótano con su madre a ver qué era lo que estaba pasando. Estaba completamente a oscuras y al fondo, al lado de una caja donde tenían guardada la colección de objetos antiguos, un hombre vestido de negro con un hacha tenía a un niño de unos cuatro o cinco años colgado del techo y ahorcado. Ellas subieron corriendo hacia arriba, a la habitación de la madre, se metieron debajo de la cama y hasta el día siguiente no salieron de ahí. A la mañana siguiente, bajaron al sótano a ver si había algo o estaba el cuerpo del niño allí. No había rastro de nada, no quedaba señal de que hubiese pasado algo, la cuerda que había atada al techo se la habían llevado y también la caja de objetos antiguos de Elisa. Ellas tenían miedo pero decidieron esperarse para llamar a la policía a la noche por si pasaba algo más. Tomaron la decisión de dormir juntas. A mitad de lo noche se escuchó un ruidillo como si alguien estuviese abriendo la puerta del armario de Eva, su madre se levantó corriendo y fue a la habitación sigilosamente para comprobar que todo se mantenía en calma y que ese ruido era cosa de su mente, pero no, la cosa no fue así: al lado del armario había una sombra negra pequeña del mismo tamaño que el niño que estaba la pasada noche colgado del techo. Asustada, volvió corriendo a la habitación para coger a Eva e irse de la casa, pero Eva no estaba en la habitación. Se recorrió la casa de arriba abajo y no estaba, bajó al sótano y ahí estaba. Su madre la llamaba 114


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pero no le respondía, era como si la hubiesen hipnotizado o se le hubiese metido un demonio dentro. Preocupada, decidió llamar a emergencias, pero las líneas del teléfono habían sido cortadas; subió a su habitación a coger el móvil, pero había desaparecido. Salió corriendo de casa y fue a la casa de su vecino para conseguir llamar a emergencias. Habló con Pancho, su vecino, y le contó lo que le estaba pasando a Eva. Él tenía mucha experiencia en eso debido a que llevaba muchos años viviendo allí y todo el mundo que iba a esa casa le decía que al hijo más pequeño le pasaba lo mismo. Le contó que al hijo de los anteriores huéspedes le tuvieron que sacar un espíritu de una anciana mujer que había muerto la anterior noche en el sótano. Ellos lo compararon con el caso de Eva y coincidieron muchísimo. Decidieron llamar a un cura de la zona para que le sacase el espíritu del pobre niño que había sido ahorcado. El cura tuvo que intentarlo varias veces para conseguir sacárselo, pero al cabo de dos horas Eva despertó y no recordaba nada de lo que había pasado esa noche. En ese mismo momento cogieron todo lo importante que tenían en la casa y se fueron a un pueblo que había cerca de Gijón, un sitio más céntrico, donde había más vecinos y gente que conocía Elisa de su infancia. Eva empezó a ir a un nuevo colegio y conoció a gente con la que distraerse e intentar borrar ese trauma de su cabeza, cosa que era imposible. Un día, cuando ya tenía eso casi olvidado, la profesora de Lengua y Literatura repartió unos periódicos para una actividad. Eva pegó un grito cuando, en una de las portadas, vio al mismo niño al cual el hombre de negro había matado en el sótano de su casa.

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LA CASA ENCANTADA, por Carmen Navarrete González

2º ESO E

Era una noche lluviosa y con relámpagos. Cinco amigos quedaron para ir de excursión por el monte, pero no contaron con que iba a llover. Hugo y Sara, como tenían miedo, propusieron aplazar la excursión, pero los demás no estaban de acuerdo. Al final se pusieron de acuerdo y decidieron ir. Eran las 23:45 h. cuando se adentraron en el monte, estaban todos mojados y cansados. De repente a Carlos, que iba el primero, se le apagó la linterna y se asustaron todos. Menos mal que tenía otra de repuesto. La sacó de la mochila y siguieron. De repente, a Sofía se le cayó su linterna al suelo, la cogió y se dieron cuenta de que había pisadas recientes en el suelo. No le dieron importancia y siguieron hacia delante. Más adelante, se encontraron una casa rodeada de árboles, como estaba lloviendo decidieron acercarse y ver si había gente. Cuando se acercaron, vieron que era una casa muy vieja y estaba destrozada. Tocaron a la puerta y se abrió sola. Todos, aterrorizados, decidieron entrar. Nadie quería ir el primero porque a todos les daba miedo y lo tuvieron que decidir a piedra, papel o tijera. Al final fueron en este orden: el primero que entró fue Hugo, luego Sofía, luego Sara, luego Carlos y, por último, Pedro. 116


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Entraron y exploraron la parte de debajo de la casa, como no vieron nada decidieron sentarse a comer algo. Pedro no tenía hambre y decidió seguir investigando, se acercó a una pared y vio una mancha de sangre, con un cuchillo y comida al lado, ahí intuyó que esa casa no estaba abandonada. Cuando terminaron de comerse lo que tenían, dijeron de ir arriba. Las escaleras no estaban en muy buen estado, así que subieron de dos en dos. Cuando llegaron Hugo y Sofía arriba escucharon unas voces y se asomaron a una habitación y vieron a cuatro personas haciendo un ritual, se quedaron mirando a ver lo que pasaba y de repente vieron que una persona de las que estaban allí empezó a cortarse con un cristal. Asustados, fueron a llamar a los otros para que subieran. Cuando vieron a las personas sentadas en círculo se quedaron todos sorprendidos. Pedro, que entendía más o menos de rituales, prestó mucha atención a lo que estaban haciendo. Terminaron el ritual y se levantaron, entonces empezaron a correr todos hasta que salieron del monte. Se fueron cada uno a su casa y decidieron volver el día siguiente a ver lo que era exactamente eso. Al día siguiente, quedaron más temprano para que no se les hiciera tan tarde como ayer. Quedaron a las 21:30 h. en la entrada del monte. Cuando llegaron todos, antes de adentrarse en el monte decidieron hablar sobre lo de ayer. Pedro les explicó lo que estaban haciendo. Cuando terminaron de hablar, se adentraron en el monte en busca de la casa. Cuando llegaron decidieron entrar y llamar a la puerta como ayer. Llamaron y la puerta no se abrió, estaba como atrancada, entonces fueron por detrás de la casa a ver si había otra entrada. 117


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Vieron una ventana rota y decidieron entrar por allí. Lo primero que hicieron fue ir a la entrada a ver qué le pasaba a la puerta, y vieron que alguien la había atrancado con una silla. Como si alguien no quisiera que entraran. Subieron arriba y entraron a la habitación donde vieron el ritual. Estaba todo con manchas y con velas. De repente Hugo escuchó una voz, pero él sabía que en ese momento no había nadie en la casa. No les dijo nada a sus amigos para no asustarlos. Siguieron investigando la parte de arriba, Hugo iba el último. Cuando él pasaba veía cosas que no eran normales. Hugo notaba una presencia malvada. Una vez que él pasó se cayó un crucifijo y ahí es cuando les dijo a sus amigos que se tenían que ir de allí. Bajaron todos por las escaleras a la vez y cuando bajó el último se derrumbó una parte de las escaleras. De repente miran todos a su alrededor y vieron que la casa no estaba igual que antes, había bastantes cosas cambiadas. Todos se querían ir de allí pero cuando andaban hacia la salida notaban como que la casa se hacía más grande y les impedía salir. Estaban todos agobiados. Entonces se escuchó un fuerte sonido y todo volvió a estar como antes. Los niños se fueron de la casa aterrorizados. Cuando salieron del monte empezaron a hablar de lo que había ocurrido y decidieron volver al día siguiente con el hermano mayor de Hugo. Quedaron el día siguiente a la misma hora en la entrada del monte. Cuando se reunieron todos, le contaron al hermano de Hugo todo lo que les pasó en la casa.

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Se adentraron en el monte en busca de la casa y cuando llegaron todos donde estaba la casa no había nada, solo árboles y matojos. La casa había desaparecido. Se quedaron todos rayados y mirándose unos a otros. Eso fue muy extraño. El hermano de Hugo se creía que le estaban gastando una broma, pero no. Salieron todos del monte y decidieron entrar otra vez por si se habían confundido de camino, pero no, iban bien y la casa había desaparecido. Nadie entendía cómo podía desaparecer una casa en medio del monte así porque sí. Todos rayados decidieron dejar ese tema a un lado y salir del monte. Dijeron de olvidarlo todo porque sería mejor. Al cabo de unos días ya ni se acordaban de nada y siguieron jugando por la calle como hacían antes. Y todos felices.

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EL MISTERIO, por Alba Jiménez Rodríguez

3º ESO B

En una fiesta de invierno, estaban Isabel y su padre, Martín. Martín fue al aseo, pues la copa que le habían servido le estaba generando un malestar que se traducía en náuseas, mareos y sudoración. Tras refrescar su rostro en el lavabo, contemplaba sus facciones duras y su gesto demacrado en el espejo. Justo en ese momento alguien se abalanzó sobre él y lo mató rompiéndole la cabeza contra el lavabo. Cuando se enteró su hija de este trágico suceso el miedo y la tristeza se apoderaron de ella, haciéndole entrar en estado de shock. Unos días después, la policía le comentó a Isabel que la casa en la que habían vivido ella y su padre se la quedaba el banco, ya que no había ningún documento en el que se justificase que la casa le pertenecía a ella. Isabel se trasladó a vivir con su prometido a una mansión lejos del pueblo, al llegar allí Víctor le presentó a Sofía (su hermana), y le dijo que ella también iba a vivir allí, ya que en esa casa había fallecido su madre y no quería desprenderse de ella. Pocos meses después, una nevada fuerte cayó cortándoles así todos los caminos que daban conexión al pueblo. Isabel comenzó a enfermar. Una noche caminando por los pasillos para llegar a su habitación, vio cómo un cuerpo sin alma, lleno de sangre y con unos gestos faciales muy demacrados, se arrimaba a ella gritando. Isabel se quedó paralizada hasta que el 120


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espíritu desapareció. Cuando ella le contó a Víctor todo lo sucedido, él no le creyó y empezó a tomarla por loca. Pocos días después, Isabel se dio cuenta de que había una llave capaz de abrir la parte inferior de la casa, una parte de la que a ella nunca le habían hablado y en la que se encontraba una bodega un poco misteriosa. Intentando mantenerse con medicamentos, porque cada día estaba peor, se dio cuenta de que la estaban envenenado, ya que cuando la metieron en una sala para enfermos apareció el espíritu de su madre advirtiéndole con gritos y sollozos que le estaban haciendo lo mismo que a ella le hicieron, la estaban intentando envenenar para matarla. Isabel, muy asustada, cogió la llave de la bodega y bajó a ella. Cuando llegó allí, observó que se encontraba alrededor de unos cincuenta toneles de vino. Cuando abrió uno de ellos, encontró todo el tonel lleno de sangre con cuerpos descuartizados y voces gritando ayuda cada vez más fuerte. Ella, respirando cada vez más fuerte y notando una cierta presión en el pecho, salió corriendo hacia el pueblo, pero Víctor consiguió cogerla y llevarla de vuelta a la mansión, cuando apenas llevaba cinco minutos caminando. Ella ya era consciente de que eran un par de asesinos y que tenían la casa tan alejada del pueblo para que no sospechasen de ellos cada vez que desaparecía alguien. Isabel consiguió contactar con todos los espíritus de cada cuerpo que habían matado, incluso con su madre. Les comentó entre sollozos y angustia que eran dos asesinos y que su vida ahora también corría peligro. Pero la suerte no estaba echada para ella, ya que Víctor y Sofía escucharon toda la conversación y la metieron dentro de una habitación que cerraron con llave, llena de sangre de gente inocente que habían matado. Ella, llorando y encontrándose 121


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cada vez peor, consiguió escapar mediante un sistema que le había enseñado su padre cuando era tan solo una niña. Cuando salió de la mansión sigilosamente para que no la descubriesen, cogió el coche y fue para el pueblo. Cuando llegó al pueblo, fue directamente al cuartel de la policía, en el cual ella les enseñó todas las pruebas que demostraban que todas las personas desaparecidas tiempo atrás habían sido asesinadas de forma muy cruel, utilizando así la sangre como ingrediente esencial para el vino. Cuando llegó la policía a la casa, hubo forcejeos, gritos, golpes y balas perdidas. Finalmente, y tras una operación policial impecable, fueron detenidos. Por fin las almas serían libres y la casa quedó liberada de la maldición que contenía. Nunca más volverían a abrirse sus puertas. Afortunadamente, un año después Isabel contaba a sus amigas con desahogo y entereza todo lo sucedido. Nunca había sentido su vida tan suya.

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LAS TIJERAS, por Martina de Lorenzo Abril

4º ESO D

La madrugada del 31 de octubre de 1975, un grupo de adolescentes decidió ir a pasar la noche al Hospital Psiquiátrico abandonado de Navacerrada, como celebración del día de los muertos. Llegaron a aquel tenebroso lugar sobre las 23:00, comenzaron a extender sus sacos, hicieron lo mismo con las esterillas formando un círculo y comenzaron a hablar: —Me he traído la ouija, ¿os apetece jugar? —dijo Miguel. —¡No! —gritaron al unísono. —¡Venga ya! Es solo un juego, no va a pasar nada —continuó diciendo Miguel. —Sí, claro, un juego en el que conectas con espíritus y luego empiezan a pasarte cosas raras —contestó Teresa—. Yo paso. —Eso es solo en las pelis, venga, vamos a divertirnos un poco —dijo Miguel de nuevo. Poco a poco se unieron todos y comenzaron a jugar: —¿Estás ahí? —preguntaron. El vaso comenzó a moverse lentamente hacia el sí; mientras se acercaba, Julia levantó la mano asustada y de repente se oyó un ruido. —¿Qué ha sido eso? —preguntó Mario.

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—Será un animal o algo que se ha caído, venga, vamos a seguir —dijo Miguel—. No levantéis las manos hasta que responda. Pusieron las manos de nuevo y siguieron preguntando: —¿Cómo te llamas? Se movió y formó la palabra Susana. —Venga ya, estáis moviendo vosotros el vaso, a mí no me engañáis —gritó Mario—. No pienso jugar más a esto. —Yo de ti no me saldría del juego sin despedirme de Susana antes— le advirtió Miguel. —Me da igual, yo no toco eso más —contestó Mario cabreado—. Voy a dar una vuelta para despejarme. Cogió la linterna y comenzó a andar hacia un pasillo a la derecha de los chicos mientras ellos continuaban jugando. Preguntaron que cómo había muerto y el vaso señaló la palabra asesinada, de repente comenzaron a sonar golpes en el pasillo por el cual fue Mario, se levantaron los cinco y corrieron por aquel lugar buscando el origen de esos extraños ruidos. Cuando comenzaron a escucharlos más cerca dejaron de sonar, las linternas de Teresa y Julia cayeron al suelo y dejaron de alumbrar, rápidamente sacaron los móviles para encender la linterna, pero ninguno tenía batería. Julia, extrañada, dijo: —Qué raro, recuerdo haber venido con mi teléfono cargado. A lo que Antonio respondió: —Pues se os habrán descargado ya, llevamos dos horas aquí. No creo que debamos preocuparnos. Continuaron andando a oscuras por el pasillo cuando Clara, que iba andando la primera, se quedó quieta y con la voz temblorosa dijo: —Decidme que habéis visto eso. 124


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—¿El qué? —respondió Jose. —¿No habéis visto algo moverse? —preguntó Clara. —No, la verdad es que no —aseguró Miguel—. Eso es tu imaginación. —Vamos a buscar a Mario y volvemos donde estábamos —añadió Julia. Siguieron caminando, al final del pasillo se veía una luz alumbrándoles. —Venga, Mario, para ya con las tonterías, a mí no me hacen gracia —gritó Miguel. Volvieron esos extraños golpes, se escuchaban desde el mismo lugar de donde salía la luz, los chicos comenzaron a correr hacia allí en busca de Mario. Llegaron al sitio de donde provenía la luz y encontraron una linterna apuntándoles en el suelo. Justo detrás de esta una puerta cerrada, cogieron la linterna y volvieron a escuchar los golpes, que salían de esa habitación. Jose abrió la puerta decidido, entraron todos y encontraron a Mario levitando. —¿Susana? —interrogó Miguel asustado. —Esperaba que vinierais a buscarme —respondió el cuerpo del chico. —Por favor, déjanos ir, nosotros no hemos hecho nada — chilló Teresa llorando. —Todos merecéis que os pase lo que me pasó a mí —continuó diciendo el espíritu. La luz se fundió de nuevo y el espectro comenzó a enloquecer, la habitación se movía, los muebles se caían poco a poco, el suelo empezó a romperse por las esquinas. Julia se movió poco a poco hacia un escritorio cercano, cogió las tijeras mientras sus compañeros corrían por toda la habitación asustados. Subió encima del mueble y saltó de manera que 125


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clavó las tijeras en el corazón del espectro. El cuerpo de Mario cayó al suelo de golpe. Mientras tanto, una especie de humo blanco salía de la boca del chico y se desvanecía poco a poco junto con la sangre restante de la herida. La luz del alba comenzaba a entrar por las ventanas mientras los muchachos corrían hacia su amigo: —Mario, despierta —sollozó Teresa—. Te necesitamos. —Por favor, tío, no te vayas —dijo Jose intentando no llorar. Mario abrió los ojos poco a poco y sonrió diciendo: —Ha sido un rato muy intenso, yo pensaba que esto solo pasaba en las pelis. Todos sus amigos rieron y le ayudaron a levantarse. Sorprendentemente al joven no le quedó ningún rasguño de esas tijeras que, junto con Julia, les salvaron la vida a todos y cada uno de ellos.

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EL PINO DE LA MURTA, por Daniel Valera Fernández

2º ESO E

Andaba Bullas en el año 1979. Un fuerte viento que aterrorizaba a todo el mundo azotaba el pueblo murciano, hacía muchísimo frío y las familias aterradas se encerraron en sus casas. Según las previsiones iba a ser un viento normal, sin fuertes rachas, pero los más veteranos del pueblo sabían que era una fortísima ventolera y ellos se prepararon bien anclando puertas y asegurándolo todo. Eran las once y cuarto de la noche, después de una tarde muy fresca. Como era normal en todas las fiestas del pueblo, la gente se recogió muy temprano, tanto que a las diez Bullas se quedó totalmente desierta y todos los puestos de feriantes y comida cerraron al no haber afluencia de gente. Más tarde empezó la ventisca, era un viento muy frío, fuerte, hacía un ruido extraño cada vez que sonaba y venía acompañado puntualmente de llovizna. Cada vez sonaba más fuerte y cogía aún más velocidad; ya eran las doce de la noche cuando el viento era letal, había rachas muy fuertes y la gente estaba en su casa aterrada, con mucho miedo, y se fue la electricidad varias veces y las antenas tuvieron que ponerlas de nuevo muchos vecinos al ver que el fuerte viento azotaba con todo lo que pillaba (contenedores, señales…).

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Una vez que puso la mayoría de la gente las antenas, fue cuando encendieron la radio para informarse de todos los sucesos que pudieran estar pasando de última hora. Bullas, hasta este fatídico día, también era conocida por su increíble PINO DE LA MURTA. Este era un pino muy grande, recio, tenía los brazos que le salían del tronco como si juntáramos tres troncos de almendro, y el tronco era muy grande, se decía y se comprobaba en aquella época que hacían falta siete hombres para darle la vuelta abrazándolo. La gente estaba en casa aterrada, y cada vez el viento era más fuerte y azotaba con más fuerza, la gente no podía parar de ajustar puertas y ventanas para que no se las llevara el fortísimo aire que azotaba el pueblo del noroeste murciano. Era ya la una de la mañana, y el fuerte viento hizo daño en Bullas. A la una y trece minutos exactamente sonó un fuerte golpe que conmocionó a todo el pueblo. El fuerte golpe fue el gran Pino de la Murta, que se cayó, el fuerte viento lo arrancó de sus raíces y lo destrozó, quedando el pino totalmente en el suelo, haciendo daño a varias casas y campos cercanos. Desde entonces se recuerda en el jardín que lleva su nombre, jardín PINO DE LA MURTA, y se muestran sus increíbles brazos colocados verticalmente sobre una estructura de hierro, y también se recuerda el increíble tronco al lado de los brazos. Al otro día, cuando Bullas se despertó no era la misma, estaban todos conmocionados porque su pino, que tanto les daba a conocer, había caído. La gente ayudó todo lo que pudo y más para dejarlo donde actualmente está, y a los albañiles, en plenas fiestas, les tocó trabajar duramente para arreglar casas, tejados, tapias, etc.

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EL ESPEJO ENCANTADO, por Alicia Robles Sánchez

1º Bachillerato BH

El protagonista de esta historia es un hombre llamado Juan, estaba sentado en su sillón, en el porche de su casa, un lugar cálido y relajante, ya que había una hoguera que hacía cada noche. Su esposa María había salido a trabajar, como es usual, de noche, mientras él se quedó un rato leyendo, frente al fuego. Su hijo Mateo, en cambio, estaba en la casa de su vecina con su mejor amigo, Luis, y se quedaba allí a dormir, por lo que Juan se quedaba solo en casa. A media noche algo le hizo salir de su lectura, algo que lo inquietaba cada vez más, fue más bien algo instintivo, algo que le salió de la nada, la necesidad de ir hasta un cuadro que había en la habitación de su hijo Mateo, un cuadro en el que nunca se había fijado antes, y al verlo sintió como un escalofrío que le subió rápidamente por la espalda, despertándolo de una especie de trance en el que había entrado cuando abandonó su lectura, se puso a observarlo con mayor atención y detalle. Esa pintura no parecía una pintura sino una foto, perfectamente detallada, era una figura femenina, una niña que no aparentaba tener más de diez u once años. Estaba en posición fetal, en una esquina de una lúgubre habitación, gris y oscura. El cabello de la niña era de un color castaño oscuro. Poseía un vestido que no se adecuaba a la época actual sino que parecía de tiempo atrás, mucho tiempo atrás, una moda del siglo XIX, calculo. 129


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El hombre no podía divisar los ojos de la niña, ni su cara, ya que la postura en que estaba no se lo permitía. La habitación estaba cada vez más oscura, y él allí, parado frente a esa pintura, que era alcanzada por una luz proveniente del mismo cuadro que apuntaba hacia la silueta de la niña, mientras que el resto del lugar se adentraba en una profunda oscuridad, y él aún seguía estando allí, mirando atontado la extremadamente realista pintura, que como ya mencioné parecía una foto, y podría decirse que era una si no fuera por el margen superior, en el cual faltaba pintado, y se podían notar los trazos de lápiz. El hombre permanecía vegetativo, no podía moverse, seguía mirando a la niña. De pronto, parecía que la protagonista de la pintura se daba media vuelta, hasta que pudo ver sus ojos. El hombre fue invadido por un miedo profundo pero a la vez una sensación relajante, como si no le diese tanto miedo estar ahí, además de que le dio un shock por lo que estaba viendo. Los ojos de esa pequeña parecían no existir, eran como un abismo eterno hacia la nada, cosa que le hizo sufrir otro escalofrío, pero esta vez por todo el cuerpo, ahora sí que sentía miedo de verdad. Cualquiera podría haber corrido en ese instante del miedo, pero él no podía, su cuerpo permanecía firme, frente al cuadro. Sintió que se deshacía todo, que quedaba él solo junto al cuadro con la escalofriante imagen en un mar de oscuridad, y todo se había vuelto negro, completamente negro, solo un reflejo que apuntaba a la cara de esa... esa... ¿cosa?, la verdad es que ya todo se había vuelto raro, no podía moverse, su cuerpo estaba congelado. Los ojos de la chica parecían dos abismos eternos, arrugó su rostro y surgieron de su boca las palabras “Ven, acércate”. Su voz parecía endemoniada, una voz más bien ronca, que daba más miedo a la situación. 130


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El hombre comenzó a moverse, de la nada, y se fue acercando al cuadro, hasta que lo atravesó, y comenzó a temblar violentamente, todo su cuerpo, convulsionado; y él, completamente asustado, fue perdiendo la noción de la realidad, poco a poco. Había quedado totalmente atrapado dentro del cuadro, con esa espeluznante niña pequeña… En menos de unos segundos, su cuerpo se había separado de su ser, y lo que antes era un hombre, se convirtió en nada, quedando así olvidado por todos y desapareciendo de sus vidas a la vez que también desaparecía el cuadro de la mismísima pared…

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EL SANATORIO, por Marina Martínez Fernández

1º Bachillerato BH

A mi hermano y a mí siempre nos ha gustado visitar lugares abandonados, en especial sanatorios, ya que nos interesan los temas paranormales. Después de visitar varios lugares abandonados, aprovechamos un viaje a Murcia para ir a Sierra Espuña, un sanatorio de tuberculosos, cerrado hace dos años. En principio me entusiasmaba la idea pero a la vez me entraban escalofríos cada vez que pasaban los días y poco a poco estaba más cerca el 30 de octubre, la visita al sanatorio. Cuentan que en el sanatorio una mujer mayor había fallecido al tirarse del balcón sin ningún motivo tras recibir esa noche una llamada. La policía cerró el caso y no hallaron ninguna explicación sobre la trágica muerte ni sobre quién fue el remitente de la llamada. Los médicos antes del suicidio escucharon gritos entre las tres y las cuatro de la madrugada, hasta que se escuchó un último grito. La llevaron al tanatorio para incinerarla, pero cuando abrieron el ataúd, su cuerpo ya no estaba. A partir de ese momento, todos los días a las 3:33 de la madrugada la anciana paseaba por los pasillos del sanatorio, aparecía tumbada al lado de pacientes antes de morir y se escuchaban susurros pidiendo ayuda. Tras estos hechos repetidos durante tres años, decidieron purificar el sanatorio y cerrar dicho lugar.

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Así que ahí me dirigía yo junto con mi hermano. Una parte de mi sentía que solo eran supersticiones, que no pasaría nada, pero por otra parte sentía miedo, miedo de escuchar voces o de que me pasara algo. Preparamos las mochilas con detectores de movimiento, grabadoras y cámaras con infrarrojos. Decidimos salir temprano, ya que era una hora y media de viaje y pensamos salir a las seis de la madrugada para llegar pronto. Íbamos por la carretera de Totana cuando, de repente, entre la niebla y la oscuridad, vi una sombra de una persona a lo lejos caminando por el arcén. Pensé que habría tenido algún problema con el coche y caminaba a la gasolinera más cercana. Fuimos tras ella, pero cuanto más cerca estábamos más ligera andaba, decidí poner las luces largas para ver mejor: en lo que tardé en darle a las luces ya había desaparecido. Todo fue demasiado raro y no sabía qué pensar. Miré hacia atrás y de repente estaba la mujer sentada en la parte trasera del coche, cerré los ojos y al abrirlos ya no estaba, creí que había sido mi imaginación, que al estar aterrada me imaginé a una persona. Llegamos a las siete de la mañana a Sierra Espuña, estuvimos mi hermano y yo mirándonos callados sin hablar ninguno, porque no había explicación de lo que nos había pasado en el camino. Cogimos fuerzas y decidimos entrar al sanatorio. Empezamos a colocar las cámaras y los detectores de movimiento. Visitamos las habitaciones de los enfermos de tuberculosis y las habitaciones donde experimentaban con ellos y con la enfermedad. Mientras estábamos visitando la parte de arriba, escuchamos un portazo y al segundo el detector de movimientos saltó. Revisando las grabaciones no se observaba nada, las miré una y otra vez, hasta que en la esquina inferior se veía una niña tumbada en el suelo asomada en la puerta y solo se apreciaba de la nariz hacia arriba. No me podía creer 133


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lo que estaba viendo, enseguida llamé a mi hermano para que viera las grabaciones, y ya no estaba la niña. Decidimos abandonar el sanatorio, pero antes teníamos que pasar por la primera planta, por la que sacaban los cuerpos sin vida para llevarlos a un depósito en el patio y, a veces, los enterraban estando medio vivos. Los dos caminábamos de la mano pasando por los pasillos, de repente una fuerte corriente de aire recorría nuestras espaldas, miré hacia atrás y ahí estaba la anciana, mirándonos fijamente sonriente. Las puertas empezaron a abrirse y a cerrarse y solo escuchábamos gritos por todas partes. Salimos corriendo con nuestro equipo y nos fuimos de aquel lugar. Al llegar a casa, empezamos a escuchar las psicofonías: sonaban a una mujer amordazada, alguien que estaba pidiendo ayuda y que, por algún motivo, no podía hablar. Desde ese día tuve pesadillas de aquel rostro y dolores de cabeza durante la noche. Desde entonces no volvimos a visitar lugares relacionados con lo paranormal.

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REALIDAD, por Raquel García Valera

1º Bachillerato AC

Era la primavera de 1990, todos estaban plácidamente reunidos alrededor de la mesa, los rayos de sol deslumbraban y se podía oler a través de una suave brisa el aroma de las flores del campo. Todos reían ante su inocencia. Era una familia formada por cuatro miembros que había decidido pasar un día en el campo. La mayor de las dos hermanas decidió ir al coche a por su cámara e inmortalizar ese maravilloso momento, su hermana pequeña, tras mucha insistencia, la acompañó. Lo sentían como un lugar tranquilo y bonito, así que no tenían miedo de ir solas. Una vez cogió la cámara volvieron al lugar donde estaban comiendo, todo parecía normal, pero sus padres actuaban de una forma un tanto extraña, ya que les hablaban y estos solo sonreían. Tampoco le dieron mucha importancia, así que, una vez terminada la comida, recogieron y se dirigieron al coche. Los padres estaban silenciosos, pero con esa extraña sonrisa en la cara. Estaba oscureciendo y seguían viendo bosque a pesar del tiempo que llevaban de trayecto, esto empezaba a extrañar a las hermanas; a pesar de ello, la pequeña acabó durmiéndose y, a su vez, la mayor. Al despertarse se encontraron fuera del coche, el cual estaba totalmente vacío. No había señal de accidente y tampoco de sus padres. La mayor cogió a la pequeña de la mano y salieron en busca de sus padres, todo estaba oscuro, pero a lo 135


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lejos se podía ver a alguien, fueron corriendo, pero al llegar no había nadie. Decidieron pasar la noche bajo un árbol, pero a mitad de esta un ruido asustó a la mayor, así que decidió echar un vistazo. Al volver, algo se encontraba al lado de su hermana, era su madre, ahora con una sonrisa más tétrica que la anterior. Su cara parecía estar más deformada y poco a poco su aspecto humano se desvanecía. Esta la tenía agarrada fuertemente, pero al ver a su otra hija decidió huir. La mayor decidió cogerla en brazos y correr lo más rápido posible. De repente se toparon con un barranco y quedaron acorraladas por los dos seres a los que hacía apenas unas horas podían llamar padres. En ese momento todo se volvió negro y, cuando despertó, pensaba que todo había sido un sueño, un sueño amargo y bastante real. Hacía ya mucho tiempo que tenía ese sueño, siempre ocurría lo mismo y siempre acababa igual, lo raro de este era que le daba la impresión de que lo estaban contando, como si fuera algo que ya hubiera pasado.  Hoy, un día cualquiera en la primavera de 1990, se levanta temprano para ir a comer a un bosque con sus padres y su hermana. Realmente la hermana menor tiene miedo, no se lo ha contado a nadie ni lo va a hacer. Todo le resulta extraño, pero acaba olvidándose del asunto durante el camino de llegada. Ocurren las mismas cosas que en su sueño, pero eso no la asusta mucho, ya que es como cualquier otra comida. A lo largo del día sigue ocurriendo lo mismo hasta que vuelven a topar con el acantilado y el sueño llega a su fin, pero esta vez al despertar no se encuentra en su habitación, ya que

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esta tiene las paredes, la puerta y la cama blancas. Se encuentra atada a la cama, sin poder moverse. Esta misma niña lleva internada en el psiquiátrico tres años, en los cuales cada noche tiene el mismo sueño devastador. Tal vez intenta de una manera u otra escapar de la culpa de haber asesinado a su familia, intentando apoyarse en cualquier ente paranormal. A pesar de ello el remordimiento la sigue persiguiendo. Quizás la realidad sea aquello que queremos que sea.

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EL INTERNADO MALDITO, por María Dolores Pérez López

1º Bachillerato BH

Dos hermanos, Marcos y Paula, ingresaron en un internado tras la desaparición de sus padres en el mar. Al principio les costó relacionarse con la gente, debido a que ellos estaban acostumbrados a vivir en la ciudad y a muchos privilegios, todo lo contrario a aquel sitio. Por muchos meses, su estancia allí fue difícil, pero con el paso del tiempo cada uno formó su grupo de amigos, un grupo de amigos inseparables. Aquel internado estaba en mitad de un bosque un tanto peculiar, con pocos árboles, un parque muy pequeño y antiguo, un pozo e incluso un cementerio. Un día, un profesor del internado, Alfonso, les confesó a dos chicas del grupo, Carol y Victoria, que tuvieran cuidado con ese lugar, pues era muy peligroso y debían salir de allí cuanto antes. Las citó por la noche en el cementerio para contárselo más detalladamente. Ellas acudieron a esa cita, pero el profesor nunca apareció, les resultó muy extraño y decidieron hablar con él al día siguiente en clase. A la mañana siguiente, las dos chicas, con la esperanza de hablar con el profesor, fueron a su clase, pero no apareció, había desaparecido. Asustadas, decidieron avisar al resto de sus amigos, Iván, Cayetano, Daniel y Marcos.

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Todos, un poco asustados por la situación, decidieron investigar en secreto lo que había sucedido. Encontraron unos papeles en el sótano del antiguo orfanato. Descubrieron que, en ese orfanato, desaparecieron cinco niños. Investigaron un poco más a fondo, y encontraron unos pasadizos secretos, por la chimenea del internado, que los condujeron a los cadáveres de esos niños. Los chicos, asustados, dejaron de investigar, pues temían por su vida y se olvidaron de todo lo que sabían. Poco tiempo después, Cayetano salió al bosque para seguir investigando, pues él no podía dormir tranquilo después de lo que ya sabían. A medianoche, escuchó unos ruidos muy raros en el pozo, se dirigió allí para ver lo que pasaba. Cuando estaba en aquel lugar, oía pasos a su alrededor, tenía miedo y quería salir de allí cuanto antes. Al día siguiente, sus amigos se dieron cuenta de que Cayetano no estaba en su cama, se preocuparon muchísimo y decidieron ir hacia el bosque en su búsqueda. Lo encontraron asesinado al lado del pozo. Estaban todos afectados, pero en especial Daniel, su mejor amigo. No podían quedarse con los brazos cruzados, necesitaban saber quién había matado a su amigo Cayetano. Fueron a los pasadizos para buscar alguna pista, algo que les indicara lo que le había pasado a su amigo. Estando allí, notaron como que alguien les vigilaba y les seguía y, asustados, echaron a correr. No sabían lo que hacer y se metieron a una sala blanca que había en aquel pasadizo. Allí encontraron cadáveres, entre ellos el de su profesor, Alfonso, y los de los cinco niños del orfanato. También encontraron unos monitores con cámaras vigilando todo el internado, los tenían controlados.

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Decidieron salir de allí corriendo, pues todo el que descubría eso o investigaba sobre aquella situación acababa muerto. Fueron perseguidos por mucho tiempo, algunos de los chicos escaparon mientras que los otros se quedaron dentro para intentar averiguar quién estaba detrás de todos estos asesinatos. Los que lograron escapar llamaron a la policía, pues temían por la vida de sus otros amigos. La policía llegó tarde y los chicos aparecieron muertos en el pasadizo. Nunca se supo lo que pasaba en aquel sitio, ni la maldición que tenía desde hacía muchos años. Finalmente, decidieron cerrar para siempre aquel internado y esos niños siempre vivirán con el oscuro recuerdo de lo que les pasó a sus amigos y lo que posiblemente podría haberles sucedido a ellos.

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