REVISTA SIAN EDICION 21

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A帽o 15 / Edici贸n 21 / Agosto 2010 Revista Semestral / Trujillo - Per煤

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El Paijanense en la costa norte de los Andes Centrales


REVISTA ARQUEOLÓGICA

SIAN

02. IN MEMORIAN Duccio Bonavia Berber Enrique Vergara Montero

DIRECTOR COMITÉ DE LECTURA

DISEÑO Y DIAGRAMACIÓN

Luis Valle Alvarez César Gálvez Mora Genaro Barr Argomedo Enrique Vergara Montero

www.studioperu.pe

04. El Paijanense en la costa norte de los Andes Centrales César A. Gálvez Mora

Presentación

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INSTITUTO SIAN Módulo 6-A Dpto. 201 Urb. Los Pinos Trujillo - Perú Telf. (51) 44-282966 revistasian@yahoo.es lvallec@hotmail.com

Hecho el depósito legal 96-1508 Distribuído en el ámbito nacional por EDITORIAL HORIZONTE Lima - Perú Tiraje 1200 ejemplares

©Derechos Reservados Portada: Puntas de proyectil y bifaces procedentes de sitios paijanenses de la costa norte del Perú (Museo de Arqueología, Antropología e Historia de la Universidad Nacional de Trujillo). Composición: www.studioperu.pe

l día sábado 4 de agosto del presente año, en el pueblo de Magdalena de Cao, Ascope, La Libertad, la muerte vino subitamente al encuentro de don Duccio Bonavia, arqueólogo de profesión y acucioso investigador de nuestro patrimonio cultural. Sus investigaciones son muy importantes y en su basta bibliografía destacan sus estudios sobre los primeros pobladores y el origen del maíz en el área andina. A don Duccio Bonavia que tanto investigó el origen de nuestras culturas, la revista arqueológica SIAN le rinde un póstumo homenaje y sugiere al Ministerio de Cultura y a los centros superiores de enseñanza en donde laboró, se reedite sus artículos de su basta producción científica en ediciones populares accesibles a los estudiantes e interesados de nuestra historia, tal como lo hizo el Museo de Arqueología, Antropología e Historia de la Universidad Nacional de Trujillo, cuando le dedicó el primer número de la serie Arqueología y Vida. En la presente edición N° 21 de SIAN, el arqueólogo César Gálvez Mora se ocupa de los primeros pobladores de la costa norte del Perú. Este ensayo es un homenaje a don Duccio Bonavia quien dedicó gran parte de sus investigaciones a estos temas.

Luis Valle Alvarez

Fecha de Publicación: Agosto del 2012

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IN MEMORIAN

Duccio Bonavia Berber Enrique Vergara Montero

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l motivo de esta semblanza es dar a conocer cómo fueron los últimos días de nuestro amigo Duccio Bonavia en esta parte del Perú, primero en Huaca Prieta (Magdalena de Cao) y luego el día viernes 3 de agosto, en el Museo de Arqueología de la Universidad Nacional de Trujillo, acompañado por su apreciado amigo Tom Dillehay, un día antes de su fatídica muerte. Este día, con un firme y caluroso abrazo de encuentro y despedida sin retorno, me hizo notar cierta nostalgia de su estadía por esas tierras canadienses; pero también su inmensa y apasionante lucidez y vigor de no querer apartarse del trabajo de campo. Me duelen todas las circunstancias de los últimos momentos de su vida, pero también me da tanta satisfacción haber compartido con él unas cuantas bromas que disfrutó con mucha ternura y frescura. Como premio a su infatigable esfuerzo, trabajo y admirable espíritu luchador, el Dr. Duccio Bonavia, recibió en vida el amor profundo y auténtico de su familia, el respeto y admiración de sus discípulos, para quienes fue ejemplo; pero también miradas celosas y críticas domésticas enterradas en el recuerdo efímero; las cuales ya no tienen ningún sentido ni lamento, porque cada ser humano responde a su verdad y a su mentira, cada ser humano fabrica el producto que lo hace grande o miserable, y muchas veces la carencia de las disculpas y perdón nos arrastra a niveles inferiores que nos entorpecen desarrollar un espíritu libre, diáfano, amical y admirable. Creemos que somos eternos y al voltear la esquina la muerte nos atrapa sin haber afinado y reflexionado que el arqueólogo no debe ser un lobo para el arqueólogo, salvo que sus huesos y su alma se encuentren comprometidos en desagradables actos de corrupción que nos lacera el alma y a nuestro patrimonio arqueológico.

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Por mi parte, en el año 2007 emprendí el proyecto de editar la Serie ARQUEOLOGIA Y VIDA, cuyo principal objetivo fue dar a conocer y homenajear en vida la trayectoria profesional y fructífera producción de connotados y talentosos arqueólogos peruanos y extranjeros, que han dedicado su vida y continúan haciendo investigación y esclarecimiento del complejo mundo andino peruano. Me enorgullece decir que el primer número de esta serie estuvo dedicado a él y su querida presencia intelectual en el mundo arqueológico. Quiero transcribir algunas expresiones de los responsables de las semblanzas, como un homenaje votivo a tan digno arqueólogo peruano: “…Bonavia, es un hombre de ciencia pura. Severo en sus juicios, ha criticado duramente y con toda razón la enseñanza de la Arqueología en algunas universidades; así como diversas tesis y trabajos de investigación, como también la mala administración de las instituciones encargadas de proteger el patrimonio cultural, críticas que le han valido como es de suponer no pocas animosidades. Obstinado en sus convicciones y de carácter difícil, capaz de lastimar con su franqueza. No lo suavizan las alabanzas ni le llegan las malquerencias. Esquivo a la publicidad, es afectuoso con sus amigos y tiene un gran sentido del humor”, dijo Fernando Silva Santisteban. Ramiro Matos Mendieta, sostuvo: “… una de las más importantes contribuciones a la arqueología andina que hace Bonavia radica en su investigación en Huarmey donde pone en evidencia la calidad científica de sus estudios y se destaca por el hallazgo de maíz precerámico en los Andes. Con un registro arqueológico meticuloso y ordenado, Bonavia, postula la existencia de un centro de domesticación del maíz, polémica tesis que se contrapone con otras que sostienen que Mesoamérica fue el único lugar de cultivo de esta planta, de donde se habría

difundido a los Andes. Su labor es un modelo de estudio que los franceses llamaron “etnografía del pasado”. Cristóbal Campana Delgado, dijo de Bonavia que fue un “arqueólogo investigador con matices de biólogo y acentos de ecólogo, con más de un centenar de publicaciones especializadas y varios libros capitales. Es el buen amigo que se sienta a tomar un café, tratando que la ciencia de sus amigos avance y se desarrolle”. Hoy, para los que todavía estamos presentes en este espacio podemos decir que tenemos derecho de mantener viva su presencia, vigente su inmensa producción intelectual y memoria, y porque no, presente su disciplina y seriedad en todo el proceso de la investigación que realicemos y que debemos imitar, para ser creíbles. En honor y respeto a su memoria, debo expresar, violando mi privacidad y sobre todo con mucho orgullo, desde el momento que nos conocimos pudimos lograr una gran amistad, que consistía, en conversaciones francas, horizontales, a pesar de su sapiencia, sin ninguna pretensión de superioridad intelectual; pero cuando necesitaba el auxilio del maestro no se descuidaba en proporcionarme hasta el último dato de manera tan natural y agradable; nunca dejamos de conversar y comentar las diversas vivencias humanas con buen estado de ánimo, sin angustias y sobre todo con plena libertad y calidez. Ese día sábado en la mañana, cuando fui a verlo a Magdalena de Cao mi mirada se deslizó por todo el entorno de su espacio; su cuerpo inerte estaba allí, ante mis ojos, parecía dormido, su rostro inmensamente magnánimo descansaba sublimemente al encuentro del arraigado sentimiento por estas tierras moche que tanto amó.

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Eenlla Pcostaaijanense norte de los andes centrales

COLOMBIA ECUADOR

A la memoria de Duccio Bonavia (1935-2012)

César A. Gálvez Mora 1 Q. Talambo

Se presenta en términos generales, un estado de la cuestión de los estudios realizados acerca del Paijanense en la costa norte del Perú, incluyendo información adicional de las investigaciones emprendidas en los valles de Jequetepeque y Zaña, y la intercuenca Virú - Moche. Se aborda el análisis en una perspectiva macroregional.

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Figura 1: Principales lugares con ocupación Paijanense en la costa de los Andes Centrales

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acia 13000 a.P. llegaron a la costa de los Andes Centrales grupos de cazadores-recolectores siguiendo una ruta costeña (Chauchat 1988; Chauchat et al. 1992, 2006: 24; Maggard y Dillehay 2011: 77) y provistos de recursos tecnológicos suficientes para insertarse en este escenario geográfico y aprovechar sus recursos, como parecen demostrarlo las evidencias de un vasto número de sitios documentados mayoritariamente en la actual planicie costera (Chauchat 1988; Chauchat et al. 1992, 2006: 397) (Figura 1), aunque también en la parte baja de la sierra (Briceño 1994), las cuales incluyen, en particular, las puntas de proyectil pedunculadas y los unifaces, instrumentos que caracterizan al Paijanense (Chauchat et al. 2006: xi). Los reportes pioneros acerca de estos cazadores recolectores fueron iniciados en la década de 1940 y tuvieron como ámbito de interés la Pampa de los Fósiles y parte del desierto de la margen norte del valle de Chicama (Bird 1948; Larco 1948; Engel 1957; Ubbelohde-Döering 1959; Kornfield 1972; Deza Rivasplata 1972, 1991). El posterior análisis crítico de estos resultados preliminares sumado a la mayor información proveniente de trabajos de largo plazo contribuyó a la caracterización de la cultura de cazadores-recolectores del Paijanense (Chauchat 1977, 1982; Chauchat et al. 1992, 2006: 53). Cabe indicar que en la década de 1960 fueron publicados los hallazgos de sitios coetáneos en la costa central (Lanning y Hammel 1961; Lanning 1963; Patterson 1966), de los cuales el denominado complejo Luz, de la bahía de Ancón, así como el sitio de Chivateros pueden ser atribuidos al Paijanense, en atención a los resultados de los análisis de la tecnología lítica y de la morfología de los mismos (Chauchat et al. 1992, 2006: 1819). Posteriormente, en la década de 1970 se dieron a conocer los datos de las investigaciones emprendidas en los sitios de La Cumbre y Quirihuac (valle de Moche) (Ossa

1973, 1976, 1978; Ossa y Moseley 1972), donde se iniciaron trabajos de campo sistemáticos sobre esta cultura. Sin embargo, debemos a las importantes investigaciones de largo plazo emprendidas por Claude Chauchat en el área de Cupisnique y la margen derecha del valle de Chicama, a partir de la década de 1970 (compiladas en Chauchat et al. 1992, 1998; ver además Pelegrin y Chauchat 1993), valiosos aportes científicos sobre el Paijanense, referidos a la vida, cronología, subsistencia, medio ambiente, tecnología, ocupación del suelo y tipo racial. La Misión Francesa en Cupisnique, dirigida por Chauchat, destaca por haber contribuido a la formación de seis investigadores peruanos egresados de la Universidad Nacional de Trujillo, durante el tiempo que ha venido desarrollando sus labores. Ellos han venido abordando individual y/o colectivamente el estudio del Paijanense en la costa norcentral (valle de Casma) (Uceda 1986, 1992a, 1992b, 1995) y la costa norte (valles de Chicama, Moche, Virú, Santa, Chao e intercuenca Virú-Moche) (Uceda 1988; Gálvez 1990, 1992a, 1992b, 1993, 2000, 2002, 2004; Briceño 1994, 1995, 1997, 2000, 2004; Briceño et al. 1993, 1994; Becerra 2000a, 2000b; Becerra y Esquerre 1992; Becerra y Gálvez 1996). A dos de esos arqueólogos (Deza y Becerra) se sumaron otros colegas interesados en el tema, quienes desarrollaron actividades en la intercuenca Virú-Moche y la margen izquierda del valle de Moche (Medina 1992; Carcelén et al. 1994; Becerra y Carcelén 2004; Deza et al. 1998; Deza y Munenaka 2004). Como resultado de estos trabajos, en las últimas décadas los investigadores peruanos han aportado suficiente información como para demostrar la mayor densidad de la ocupación Paijanense en las zonas del interior. Así, por ejemplo, en el valle del Chicama se documentaron áreas adicionales (Gálvez 1988, 1990, 1992a, 1992b, 1993, 2000, 2002, 2004; Briceño 1994, 1995, 1997, 2000, 2004; Briceño et al. 1993, 1994; Becerra 2000a, 2000b;

1 Miembro académico del Centro de Investigaciones Precolombinas (Buenos Aires, Argentina), socio correspondiente del Institute of Andean Studies (Berkeley, EE.UU.). Email: cgmsepam@yahoo.es. Casilla postal 1191, Correo Central de Trujillo, Trujillo, Perú.

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Becerra y Esquerre 1992; Becerra y Gálvez 1996) a las que habían sido reconocidas anteriormente (Chauchat 1982; Chauchat et al. 1992, 2006). También, se han hecho aportes a la metodología para el trabajo de campo (reconocimiento y excavaciones arqueológicas), y se cuenta con mayores datos sobre la subsistencia, ocupación del suelo, utilización de materias primas y el impacto de las ocupaciones tardías -asociadas a cerámica- en los sitios paijanenses. Además, trabajos importantes para una mayor comprensión del escenario territorial del Paijanense han sido realizados en la costa central y norcentral (Bonavia 1979, 1984, 1991: 105-106; Malpass 1986; Uceda 1986, 1992a, 1992b, 1995: 32-34), costa sur (Bonavia y Chauchat 1990), y en la costa norte (parte superior del valle medio de Zaña y Jequetepeque) (Dillehay 2011a, 2011b; Dillehay et al. 2009; Dillehay, Stackelbeck, Rossen y Maggard 2011; Dillehay, Maggard, Rossen y Stackelbeck 2011; Dillehay, Rossen y Stackelbeck 2011; Piperno 2011; Netherly 2011; Maggard y Dillehay 2011; Rossen 2011; Stackelbeck 2011). Sin embargo, se debe enfatizar el hecho que las evidencias actuales, mayormente localizadas en las áreas marginales a los valles, no son sino remanentes de una extensa ocupación humana cuyas evidencias han desaparecido de manera parcial porque el escenario original fue intensamente modificado a posteriori del Paijanense; en primer lugar por la transgresión marina y consecuentemente el ascenso del nivel del mar, así como por las reocupaciones de los sitios paijanenses, asociadas a evidencias cerámicas de diversas épocas (Briceño et al. 1993; Gálvez 2004: 24) y la creciente expansión del área agrícola, entre otras causas. Con estos antecedentes, es interés de este trabajo abordar aspectos generales sobre la ocupación Paijanense en la costa norte, a la luz de la información disponible que no fue incluida en revisiones previas (Gálvez 1993, 2004), considerando esta vez el contexto macro regional.

EL AMBIENTE Entre 13000 y 9000 a.P., es decir entre el fin de la última glaciación y las condiciones climáticas propias del Holoceno, el territorio que ocuparon los paijanenses era distinto al que conocemos. Se estima que en la costa norte la línea de playa habría estado retirada hasta unos 20 Km. al oeste, en relación al presente (Chauchat 1987; Chauchat et al. 1992, 2006; Dillehay 2011a: 17; Maggard y Dillehay 2011: 93), debido a la retención de hielo en los casquetes polares y los inlansis continentales (Chauchat Op. Cit.; Chauchat et al. 2006: 370, 371), como la Cordillera de los Andes. Esto habría desplazado las zonas ecológicas hacia el oeste (Chauchat et al. 2006: 371-373), incluyendo la línea de lluvias entonces localizada a menor altitud que ahora (Op. Cit.: 373). En tales condiciones sería previsible que el agua de origen pluvial fluyera a las tierras bajas por los cauces -ahora secos- de las quebradas y que existieran manantiales en las nacientes de éstas. Es muy probable entonces que la superficie del actual

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desierto haya estado cubierta por vegetación asociada a una variada fauna terrestre (vertebrados e invertebrados), recursos que fueron aprovechados por los paijanenses (Chauchat et al. 2006). Al respecto Dillehay (2011a: 14) propone que el tránsito del Pleistoceno final al Holoceno estuvo caracterizado por continuos cambios en el ambiente los cuales fueron generados por factores como el clima cambiante, el nivel del mar y otras condiciones, argumento que se sustenta en investigaciones paleoclimáticas y paleoambientales y que, en términos generales coincide con la propuesta de Chauchat et al. (1992, 2006). Adicionalmente, en su análisis de la ocupación temprana de los valles de Zaña y Jequetepeque, Netherly (2011) plantea que cuando las poblaciones del final del Pleistoceno ingresaron a Sud América, algunas se habrían desplazado a lo largo de los bosques secos de la costa del Pacífico hacia el Ecuador y al noroeste del Perú; en consecuencia, estas poblaciones se movilizaron a través de una biozona rica, variada y bien conocida. Asimismo, indica que la riqueza y visibilidad del registro arqueológico en los bosques secos y tierras húmedas ubicados entre los valles de Zaña y Chicama demuestran el éxito inicial de tales poblaciones en los ambientes mencionados (Op. Cit.: 75-76). De acuerdo a Dillehay (2011a: 17), es posible que la gente haya arribado a la costa noroeste del Perú antes de los 13000 a.P., correspondiendo sus indicadores a las puntas en cola de pescado y Paiján. Alrededor de 10800 a.P. Dillehay (2011b: 306) estima condiciones climáticas más húmedas y benignas, que debieron ser favorables para que los paijanenses iniciaran el cultivo de calabaza y practicaran una economía mixta en base a la horticultura y la apropiación de recursos silvestres. En este escenario, los ecosistemas de bosque seco, como el caso del valle medio de Zaña (Dillehay 2011a: 17-18), sin duda tuvieron fundamental importancia para la subsistencia de los paijanenses y el inicio del sedentarismo, y en tal caso el paijanense representaría “…an intensive, generalized foraging strategy centered on the broad spectrum of plant and animal resources…” (Maggard y Dillehay 2011: 80). En apoyo a esto, la información disponible indica que los paijanenses explotaron una amplia variedad de recursos procedentes de diversas zonas localizadas entre el litoral y la parte baja de la sierra y que acamparon cerca de fuentes de agua (Chauchat et al. 1992, 2006; Gálvez 1992a; Briceño 1995; Becerra 2000b; Dillehay 2011b: 253).

a la mayoría de investigadores identificar evidencias de la flora nativa utilizada en la subsistencia. Este problema ya había sido destacado por Chauchat et al. (1992, 2006), para quienes los batanes existentes en los campamentos (Figura 2) son una evidencia indirecta de la transformación y consumo de este tipo de recursos y, en consecuencia, de una diversificación de la tecnología en respuesta a la realización de actividades complementarias a la caza. Este es, también, el caso del valle de Jequetepeque (quebradas del Batán y Talambo), donde se han identificado batanes y manos de moler en sitios paijanenses (Dillehay, Maggard, Rossen y Stackelbeck 2011: 224), instrumentos que han sido interpretados por Dillehay (2011a: 23) como indicador de un sedentarismo incrementado y de una economía de amplio espectro (ver además: Maggard y Dillehay 2011: 81), lo cual es coherente con la propuesta de Chauchat et al. (Op. Cit.). Este hecho es importante, porque ofrece una alternativa distinta a la concepción usual de grupos de cazadoresrecolectores trashumantes y plantea líneas de discusión en nuevos términos. Adicionalmente, y en esta perspectiva, se deben destacar dos hallazgos de restos botánicos en igual número de valles de la costa norte. Uno de ellos tuvo lugar en el estrato más profundo del sitio CA-09-77 de Nanchoc (valle de Zaña), donde se descubrieron dos semillas de “calabaza” (Cucurbita moschata) atribuidas al Paijanense (Rossen 2011: 180; Dillehay 2011a: 17), las cuales han sido consideradas como la evidencia del más antiguo cultivo incorporado a la economía de subsistencia del Precerámico (Piperno 2011: 276); razón por la cual Dillehay (2011b: 306) propone que “…the Paiján people established the principal social, economic, and demographic foundations for the subsequent, more complex cultures…” 2 El segundo caso, que no ha recibido la suficiente atención, corresponde al hallazgo de

fragmentos de pericarpio de “mate” (Lagenaria siceraria) procedentes de las excavaciones del sitio IVM-605:16 de la intercuenca Virú-Moche (Vásquez y Rosales 1994, 1995; Becerra 2000b: 54), que fueron considerados la evidencia más temprana conocida hasta el momento de su publicación, aunque se planteaba como explicación alternativa la posibilidad que fuera el producto de una reocupación del sitio paijanense mencionado (Becerra Op. Cit.: 58). En esta última área también debe destacarse el hallazgo de “helecho” (Huperzia sp.), “algarrobo” (Prosopis sp.) y “achupalla” (Tillandsia sp.), plantas que no habían sido reportadas en los sitios paijanenses del área de Cupisnique, valle de Chicama (Op. Cit.). En los campamentos del área de Cupisnique y del valle de Chicama localizados entre las pampas cercanas a la actual línea de playa (valle bajo) y el interior (valle medio y alto), se han documentado tres conjuntos significativos de fauna: moluscos terrestres (“caracol terrestre” Scutalus sp.) y reptiles (en especial “cañán” Dicrodon sp.) -que forman parte de la fauna local-, así como una importante variedad de peces (Chauchat 1982; Chauchat et al. 1992, 2006; Gálvez 1992a, 1992b; Becerra y Esquerre 1992; Briceño 1997, 2000, 2004). En términos generales, esta tendencia en la dieta concuerda con los datos disponibles para la intercuenca Virú-Moche (Becerra 2000b: 58; Becerra y Carcelén 2004) y los valles de Moche (Medina 1992; Deza et al. 1998; Deza y Munenaka 2004) y Jequetepeque (Stackelbeck 2011: 198). También se ha venido informando sobre los escasos restos de mamíferos de tamaño importante, como el “venado de cola blanca” (Odocoileus virginianus) en los sitios ubicados en el área de Cupisnique y el valle de Chicama. En la Quebrada Santa María (valle de Chicama) sus restos están asociados a puntas Paiján y puntas en cola de pescado

La subsistencia En los basurales paijanenses excavados en el área de Cupinisnique y en el valle de Chicama hasta la década de 1980, sólo se conservaban restos de fauna (vertebrados e invertebrados) y material lítico. Los restos botánicos fueron destruidos por los agentes ambientales debido al poco espesor de los depósitos culturales, hecho que ha impedido

Figura 2: Batán en un campamento paijanense del valle de Chicama (Quebrada Cuculicote) 2 “…la gente Paiján estableció las principales bases sociales, económicas y demográficas para las posteriores y más complejas culturas…” (Traducción del autor)

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(Briceño 1997, 2000, 2004); asimismo, evidencias de este cérvido han sido identificados en los sitios JE-439 y JE-993 del valle de Jequetepeque (Stackelbeck 2011: 198). Pero, sin duda, el área de intercuenca Virú-Moche es uno de los pocos escenarios donde se han documentado restos de venado de cola blanca en varios sitios paijanenses: astas (sitios IVM606:21 y IVM-608:32) y osamenta (sitios IVM-610:42 e IVM610:43) (Becerra 2000b: 54-57). En relación a ello debo destacar que los fragmentos de astas fueron ubicados en talleres de puntas de proyectil, hecho que parece indicar su probable función como retocadores, sobre lo cual ya había una propuesta realizada por Chauchat, Lacombe y Pelegrin (1992: 18), aunque la inicial ausencia de restos de cérvido en los basurales puso en duda -en ese entonces- esta explicación (Op. Cit.: 19). Consideramos que el hallazgo de astas en los talleres antes mencionados sería el primero en su género para el Paijanense, y -en todo caso- constituye una alternativa adicional a la posterior propuesta de Chauchat et al. (2004: 40, Fig. 17) acerca del uso de hueso para esta función, sustentada en el hallazgo de un retocador en la Unidad 1 del sitio Pampa de los Fósiles 14,

considerándose que “… this bone splinter was sufficiently massive to be held in the hand and to withstand the significant physical forces of a tool used as pressure flaker. The appreciable blunting seen in the microphotograph is evidence of such utilization, even if bone is usually considered 3 inferior to antler for this pourpose” (Op. Cit.: 40). En el valle de Chicama se debe destacar la cercanía de los

teniendo en cuenta que evidencias de material óseo

(Chauchat et al. 2004: 7; 2006: x, 101, 364, 385), tema que

trabajado han sido documentadas en asociación a la

será abordado más adelante. La corvina dorada hasta ahora

industria lítica en sitios de la sierra central del Perú (Lavallée

no ha sido documentada en sitios paijanenses del interior

campamentos con respecto a las fuentes de agua (Briceño

et al. 1985: 215-235) y de América del Norte (Stanford et al.

del valle de Chicama -y mucho más distantes del mar-,

1995), donde hasta ahora los cazadores furtivos depredan el

1981), entre otros casos. Otro factor está representado por

donde, más bien, se han recuperado los restos de peces

“venado de cola blanca” que desciende de la sierra, en

los problemas de conservación, particularmente en lo que

pequeños (Chauchat et al. 1992; Gálvez 1992a, 1992b;

especial durante y después (no menos de tres años) de las

corresponde a los sitios de superficie donde ocurrieron

Becerra y Esquerre 1992) cuya presencia refleja una opción

lluvias que acontecen en los eventos El Niño. Durante este

procesos tafonómicos significativos.

lapso ocurre un notable incremento del nivel freático que se refleja en el ascenso del acuífero de los manantiales localizados en las nacientes de las quebradas (Runcio y Gálvez 2006) (Figura 3). En cuanto a los sitios investigados, es probable que una de las razones de la relativa ausencia de huesos de cérvido sea que en los basurales sólo habría sido descartada una parte de las osamentas. De ser así, algunos huesos habrían sido utilizados para elaborar implementos,

En relación a este asunto, debo destacar que solamente ha sido excavada en forma restringida una muestra limitada de basurales paijanenses, y que no se ha investigado lo suficiente a los basurales ubicados en las nacientes de quebradas, cuya mayor densidad ofrece mejores condiciones para la preservación de los restos orgánicos. Este es el caso de los campamentos paijanenses de la Quebrada de las Limas o Santa María (valle de Chicama), los cuales se asocian a manantiales (Briceño 1995, 2000, 2004) en cuyo entorno -según hemos expuesto- es cazado el venado de cola blanca en la actualidad. En consecuencia, la ausencia de información continuará en tanto no se investiguen estos depósitos que, además, se encuentran cerca de la sierra baja y, por lo tanto, corresponderían a espacios de contacto entre los cazadores serranos y costeños, motivados esencialmente por la disponibilidad de fuentes de agua. Estas últimas habrían funcionado como abrevaderos de estos cérvidos y, sin duda, fueron cotos de caza importantes. Al respecto, cabe destacar que basurales de tales características son interpretados por Dillehay (2011a: 23), como otro indicador de un sedentarismo incrementado. En cuanto a los mamíferos pequeños, se ha identificado una mayor variedad de ellos. Por ejemplo, los ratones de campo de la familia Cricetidae; “vizcacha” (Lagidium sp.) y el “zorro del desierto” (Lycalopex sechurae) (Chauchat et al. 1992; Gálvez 1992a, 1992b; Briceño 1995), son animales que también han sido reportados en la intercuenca Virú-Moche (Becerra 2000b: 56) y en el valle de Jequetepeque (Stackelbeck 201: 199-200), lo cual refleja la naturaleza variada de la dieta de los paijanenses.

Figura 3: Manantial localizado en las nacientes de la Quebrada Cuculicote, valle de Chicama

3 “… este fragmento de hueso fue lo suficientemente grande como para ser sostenido en la mano y resistir las fuerzas físicas significativas de un instrumento utilizado como un retocador a presión. El apreciable desgaste observado en la microfotografía es una evidencia de tal uso, aún cuando usualmente el hueso es considerado como inferior al cuerno para esta finalidad” (Traducción del autor).

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complementaria en la dieta, así como una mayor disponibilidad de estos recursos en el tiempo, en comparación con la corvina dorada. Sin embargo, en fecha reciente se ha reportado huesos de este último pez en un sitio del valle bajo de Moche (La Cumbre) (Deza y Munenaka 2004: 56), hecho que resulta interesante si se tiene en cuenta que de acuerdo a las estimaciones de Richardson (1981) el mar habría estado entonces a unos 100 Km. hacia el este de la actual línea de playa, en el caso del valle en mención. Los “caracoles terrestres” (Scutalus sp.) (Figura 4) forman parte de la fauna local y fueron consumidos en grandes cantidades en las zonas cercanas al litoral y preferentemente en las del interior, donde su presencia es un elemento diagnóstico de los basurales más tempranos como los existentes en el valle de Chicama (quebradas Santa María, Cuculicote, de la Calera, Tres Cruces, entre otras) (Gálvez 1992a, 1992b; Briceño 1997, 2000, 2004) y en varios sitios del valle de Jequetepeque (Stackelbeck 2011: 198). Actualmente, colonias importantes de estos moluscos pueden encontrarse en el sector medio de valles costeños como Jequetepeque, Chicama y Virú (Gálvez et al. 1993), muy en especial durante el solsticio de verano o cuando acontece el Fenómeno El Niño, factores que contribuyen a su multiplicación al crear condiciones de mayor humedad ambiental. De otra parte, los caracoles terrestres y los reptiles -en especial “cañán” (Dicrodon sp.)- habitualmente están presentes en la estación de verano, como también sucede con los cangrejos marinos y de río, y son una fuente importante de proteínas (Gálvez et al. 1999). Un dato muy interesante es la existencia de valvas de moluscos marinos asociadas a material lítico Paijanense en campamentos del valle de Chicama (Quebrada Santa María)

Con respecto a los vertebrados marinos, en la Pampa de los

(Briceño 1997: 4; 2000, 2004) y el valle de Moche (La

Fósiles (a 15 Km. de la actual línea de playa) predominan los

Cumbre) (Deza et al. 1998; Deza y Munenaka 2004: 56).

peces, cuya presencia es notoriamente menor en las zonas

Adicionalmente, un dato importante proviene de la

de tierra adentro ubicadas a más de 35 Km. de distancia de la

intercuenca Virú-Moche debido al tamaño de la muestra

línea de playa moderna (Chauchat et al. 1992). En los

procedente de varios sitios paijanenses (Becerra 2000b: 54-

campamentos de Pampa de los Fósiles -relativamente más

57), aunque la reocupación de éstos abre la posibilidad de

cercanos al mar- se identificó individuos de gran tamaño de

atribuir los moluscos a épocas posteriores al Paijanense (Op.

la familia Sciaenidae, como la “corvina dorada” (Micropogon

Cit.: 58). El futuro estudio de otros depósitos estratificados

altipinnis), lo cual ha llevado a la propuesta de la utilización

permitirá aclarar este tema; no obstante, cabe reiterar que la

de las puntas de proyectil para arponear estos peces

pérdida de toda información acerca de los grupos que se

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asentaron en el territorio ahora sumergido nos priva de mayores argumentos acerca del aprovechamiento de invertebrados marinos durante la época que nos ocupa. Por ello, consideramos que es necesario contrastar estos datos con la futura excavación de otros basurales en los valles de Chicama (Quebradas Santa María y Cuculicote, por ejemplo), Moche y Jequetepeque, para comprobar si existe una mayor recurrencia del caso. Por el momento pensamos que la cantidad de conchas marinas no es suficiente para destacar la importancia de estos moluscos marinos en la dieta de los grupos que ocuparon áreas distantes con respecto al antiguo litoral. A menos que las conchas hayan sido descartadas masivamente cerca de la antigua playa, para facilitar el traslado de mayores volúmenes de carne a las zonas del interior y que, en tal caso, las evidencias existentes en los sitios paijanenses mencionados sean una excepción y se asocien al traslado de la masa comestible. Una explicación alternativa es que las conchas llegaron a sus ubicaciones finales porque habrían sido consideradas productos exóticos con un particular significado. Los crustáceos de agua dulce, como el “cangrejo de río” (Hypollobocera sp.) y los marinos, en este caso el “cangrejo violáceo” (Platyxanthus orbignyi) sólo han sido reportados en la margen derecha del Chicama (Chauchat et al. 1992; Gálvez 1992a, 1992b), pero debo insistir en lo reducido de la

muestra de basurales excavados hasta el presente. A pesar de la falta de evidencias directas, es del todo probable que el consumo estacional de los crustáceos marinos haya sido importante en la dieta de los paijanenses asentados en las zonas cercanas al antiguo litoral. Los restos de cangrejo de río fueron recuperados por nosotros en dos sitios del valle de Chicama (PV23-62 y PV23-64, en la Quebrada Cuculicote), a 10 Km. al norte del río Chicama y prueban el consumo de recursos fluviales desde épocas muy tempranas (vide Gálvez 1992a, 1992b).

megafauna con materiales paijanenses en el sitio de La Cumbre (valle de Moche), tema que ya ha sido debidamente debatido y aclarado por Chauchat (1976: 16) y Chauchat et al. (1992), y confirmado por los resultados de las investigaciones especializadas de la geomorfología y arqueozoología de los sitios con restos de grandes mamíferos existentes en la pampa de Cupisnique (Collina et al. 1992), de lo cual se concluye que este tipo de fauna no fue utilizado por los primeros ocupantes de la llanura costeña, contrariamente a lo postulado por Deza Rivasplata (1991).

Finalmente, cabe destacar que una parte significativa de los restos de fauna documentados por Stackelbeck (2011: 196, 198, 199-202) en los sitios paijanenses del valle de Jequetepeque tiene notables coincidencias con el registro disponible para el área de Cupisnique y el valle de Chicama. Además, si bien hay recursos que diferencian las áreas extremas, otros son más bien un rasgo común a todas las zonas con ocupación paijanense que han sido investigadas hasta ahora, indicando patrones de subsistencia recurrentes. Y algo de suma importancia es el hecho que los datos expuestos demuestran que -hasta donde conocemos- los investigadores no han documentado evidencias de megafauna pleistocénica asociadas a contextos paijanenses y, por consiguiente, no existe un soporte empírico a favor de los argumentos de Ossa y Moseley (1972) sobre la asociación de huesos de

Materias primas

Figura 4: Colonia de “caracol terrestre” (Scutalus sp.) en un árbol de “gualtaco” (Loxopterigium huasango)

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número de piezas producidas en un determinado emplazamiento, además de facilitar un detallado análisis espacial de los talleres. Por consiguiente, es importante indicar que las investigaciones de los ensayos de la talla experimental conducidas por la Misión Francesa en Cupisnique (Chauchat 1991; Pelegrin y Chauchat 1993; Chauchat et al. 2004) han contribuido a establecer cuatro fases (Figura 6) en el proceso tecnológico orientado a obtener una punta de proyectil: Fase 1: Fabricación del bifaz tipo Chivateros, con utilización de percutor duro (guijarro).

En el área de Cupisnique y del valle de Chicama, el tema de las materias primas fue abordado inicialmente por Chauchat (1982), Chauchat et al. (1992) y después por Becerra y Gálvez (1996) y Becerra (2000a), cuyas investigaciones demostraron la existencia de una marcada selectividad de las rocas utilizadas para la elaboración de puntas de proyectil (riolita, cuarcita, cuarzo, cristal de roca, toba volcánica) (Figura 5: 3, 6) y unifaces (toba volcánica principalmente) (Figura 5: 7); mientras que los implementos comunes (Figura 5: 2, 5) -a excepción de los unifaces- fueron trabajados indistintamente en rocas locales y sólo de manera eventual en aquellas elegidas para las puntas de proyectil. Por consiguiente, se comprobó que el hombre prehistórico adapta la elección del material a la fabricación de los implementos deseados (Merino 1980), y que la estrategia para obtener la materia prima depende de la abundancia y de la calidad de ésta para la talla (Wengler 1991: 154; Perlés 1991; Morala y Turq 1991; Merino Op. Cit.). Asimismo, la información disponible en los sitios paijanenses del intervalle Virú-Moche (Carcelén et al. 1994; Becerra 2000b; Becerra y Carcelén 2004), valle de Moche (Medina 1992) y Santa (Uceda 1988), indican la misma estrategia en la selección de materias primas. Es evidente, entonces, que la mayor o menor utilización de una determinada variedad de roca útil para fabricar puntas de proyectil depende de su mayor disponibilidad en el ámbito de un determinado territorio de ocupación. Por ejemplo, en el área de Zaña y Jequetepeque, a diferencia de otras, se utilizó en orden de importancia: cuarcitas de grano fino, riolita, cuarzo y cuarcita de grano grueso (Dillehay, Maggard, Rossen y Stackelbeck 2011: 220). Y estas variaciones pueden darse también en un mismo valle (Becerra 2000a), lo cual refleja la compatibilidad en los criterios vinculados a la tecnología de transformación de las materias primas locales que eran viables para elaborar los implementos diagnósticos del Paijanense (puntas de proyectil y unifaces).

en los talleres del valle de Jequetepeque (Quebrada del

En la investigación del material lítico del Paijanense, uno de

Batán y Quebrada Talambo) alcanza la longitud de

Fase 2: Que comprende a su vez: Subfase 2a, o sea la realización del primer adelgazamiento de la pieza foliácea con percutor blando (¿madera de algarrobo?), por lo cual las lascas suelen presentar cortex; y Subfase 2b, que comprende series posteriores de lascados con percutor blando, hasta conseguir el adelgazamiento suficiente de la pieza. Las lascas son similares al tipo Solutrense. Fase 3: Corresponde al estrechamiento de la pieza foliácea, mediante pequeños lascados finos. Fase 4: Retoque por presión para terminar la punta. Se considera que: “Una punta de proyectil típica es una punta simétrica siguiendo el eje formado por su largo, con bordes regularizados por un fino retoque y cuya parte perforante, cuando se presenta, es aguda…” (Chauchat et al. 2006: 75). Asimismo que “…todas las puntas conocidas y que se le pueden considerar como terminadas tienen estos dos rasgos comunes: un pedúnculo estrecho y alargado, y una extremidad perforante muy aguda…” (Op. Cit.: 78; vide Chauchat et al. 2004: Fig. 5: 1, 2, 5). Además, la longitud de estas piezas puede ser mayor a 10 cm. (Ibid). Como se conoce, estos instrumentos fueron producidos en talleres especializados, que se ubican por lo general a poca distancia de las fuentes de materias primas (canteras) y usualmente alejados de los campamentos; sin embargo, la producción especializada de puntas de proyectil también se realizó a menor escala en espacios domésticos (campamentos-taller), como sucede en el valle de Chicama (Quebrada Cuculicote) (Gálvez 1992a, 1992b, 2002). Cabe destacar que no existe uniformidad en el tamaño de las puntas de proyectil en el territorio ocupado durante el Paijanense en la región norte de los Andes Centrales. Por ejemplo, ninguna de las puntas de proyectil documentadas

los aportes más significativos es el análisis de lascas

implementos similares publicados por Chauchat et al. (2004:

producidas por la talla bifacial, que pueden ser atribuidas

9-11), de entre 10-16 cm.; por el contrario, sus medidas

con seguridad a cada una de las fases tecnológicas de la

varían entre 6-9 cm. (Dillehay, Maggard, Rossen y

cadena operativa para obtener puntas de proyectil. El

Stackelbeck 2011: 219), aunque esto podría explicarse por la

análisis de lascas es una herramienta metodológica para

reactivación de las mismas (Op. Cit.: 220). Asimismo, puntas

determinar la distribución y el grado de utilización de cada

de proyectil de variada morfología han sido reportadas para

una de las materias primas y permite, incluso, estimar el

la intercuenca Virú-Moche (Becerra 2000b: 60, 61).

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cm.

En la extensa área que abarca la Quebrada de Cupisnique y

realización de trabajos de reducción en las mismas canteras

el valle de Chicama, se ha destacado la gran importancia de

estuvo orientado a obtener bifaces tipo Chivateros para

la cantera de riolita del Cerro Tres Puntas o Cerro Yugo

disminuir el peso transportado (Chauchat et al. 2006: 54)

(Pampa de los Fósiles), y de la extensa cantera de toba

hacia los sitios de tierra adentro, ampliando las

volcánica ubicada en la Quebrada de la Calera (margen

posibilidades de éxito en la fabricación de puntas de

derecha del valle de Chicama) (Chauchat 1982) (Figura 7), la

proyectil; esto concuerda con lo planteado por Wengler

cual comprende un conjunto de terrazas aluviales ubicadas

(1991), quien precisa que las materias primas que se

en la sección media de la quebrada (Gálvez 1992a). En el

obtienen en la proximidad de los sitios son menos

amplio entorno de ambos afloramientos se agrupan los

preparadas antes de su transporte, mientras que las que

talleres donde se elaboraron puntas de proyectil con cada

tienen procedencia lejana son trasportadas muchas veces

una de estas materias primas. Cabe indicar que en la cantera

en la forma de piezas elaboradas. Asimismo, la cantidad de

de toba volcánica fueron producidos esbozos de unifaces,

materia prima en un sitio está en relación con la distancia de

bifaces y -ocasionalmente- foliáceas (Gálvez Op. Cit.). Estos

éste a la cantera. La abundancia de materia prima también

implementos e incluso las grandes lascas fueron llevados

parece influir en su inusual utilización para elaborar

hasta los talleres y campamentos ubicados en los sitios

instrumentos comunes, aún cuando se mantenga la

periféricos. Dos canteras de riolita también han sido

tendencia al uso de materias primas locales para este fin.

localizadas en el valle de Chicama: en primer lugar, una

Esta afirmación es válida, por ejemplo, en los sitios

pequeña colina en la Quebrada de la Camotera, que fue

paijanenses ubicados en el entorno de la Quebrada de La

menos explotada que la del cerro Tres Puntas, según se

Calera, donde hemos identificado una variedad de

refleja en la menor producción de implementos y en talleres

implementos comunes elaborados con esta materia prima,

discretos; en segundo lugar, un afloramiento de menos de 3

además de los unifaces (Gálvez 1992a).

m de altura -que es la cantera de menor dimensión conocida hasta el presente- localizado en la zona de El Automóvil (Briceño et al. 1993; Becerra y Gálvez 1996; Becerra 2000a). En los talleres más cercanos a las canteras, la utilización de

0

1

2

3

4

5 cm.

Figura 5: Material lítico paijanense: Bifaz tipo Chivateros (1), foliácea (4), punta de proyectil (3, 6), unifaz (7), raedera (2), denticulado ordinario (5). Las piezas 3 y 4 proceden de Chauchat (1982)

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Figura 6: Fases tecnológicas de la fabricación de puntas de proyectil paijanenses (tomado de Bonavia 1991: Fig. 13)

Canteras de cuarzo han sido identificadas en la Quebrada Santa María (Briceño 1997, 2000, 2007) de donde circuló esta roca a los asentamientos del entorno. Una pequeña cantera de este material fue localizada en la ladera sur del

una u otra materia prima es intensa y el área con evidencias

Cerro San Antonio, pero su utilización fue muy discreta

de desechos de talla e implementos es amplia, mientras que

(Becerra 2000a) debido a la mala calidad de la roca. Otra

los talleres distantes son más discretos en extensión. En el

cantera de cuarzo con evidencias de una intensa labor fue

primer caso, la cercanía a la fuente de materia prima

registrada por Becerra y Esquerre (1992) en las

permitió a los paijanenses contar con mayores volúmenes

inmediaciones del flanco noroeste del Cerro Tres Cruces

de rocas útiles de fácil disponibilidad, lo cual generó la

(margen izquierda del valle de Chicama) (Figura 8); sin

ocupación recurrente de los talleres. En el segundo caso, la

embargo, el limitado número y extensión de los talleres

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(Figura 9) así como las características de las puntas terminadas indican que esto se debió a que la calidad de esta materia prima fue inferior a aquella de la Quebrada Santa María, pues tiene grano grueso y fallas en su estructura. Por eso en la Quebrada Tres Cruces los talleres de cuarzo son más numerosos, pero tienen menos área y una baja densidad de lascas en comparación con los talleres de cuarcita gris y toba volcánica de la periferia; asimismo, no se han identificado talleres de riolita. Es importante destacar que se obtuvieron mejores resultados con la talla de cuarcita gris (Op. Cit.), la cual muy probablemente fue obtenida de bloques existentes en los cauces de esta quebrada y sus Figura 7: Detalle de taller de grandes lascas, que incluye un bifaz, en la cantera de toba volcánica de la Quebrada de La Calera, margen derecha del valle de Chicama

tributarias. También fue utilizado el cuarzo en la intercuenca Virú-Moche y, en este caso, la roca proviene de las canteras localizadas en la Quebrada Playa Grande y la Quebrada La Rinconada (Becerra 2000b: 58), hecho que explicaría su amplio aprovechamiento en los talleres que han sido documentados en esta área extensa (Op. Cit.: 59), mientras que las demás materias primas son exóticas, y habrían provenido de áreas cercanas, como la Quebrada Santo Domingo (toba volcánica y riolita) y de otras más distantes (cuarcita y sílex) (Op. Cit.: 59). De manera similar a lo que sucede con el uso de toba volcánica para fabricar puntas de proyectil y unifaces en el valle de Chicama, en la intercuenca Virú-Moche se elaboró, de manera inusual, unifaces en cuarzo y cristal de roca (Op. Cit.: 60), hecho que se explica por la mayor disponibilidad de esta roca a nivel local, lo cual generó la preferencia de su uso inclusive para estos casos, sin descartar que la fabricación eventual de estos implementos sea un indicador de diferenciación social al interno del grupo.

Figura 8: Cantera de cuarzo en la Quebrada Tres Cruces, margen izquierda del valle de Chicama

Figura 9: Punta de proyectil de cuarzo en un taller donde se procesó la materia prima de la cantera ilustrada en la figura 8

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Los resultados de estudios relacionados a las materias primas en el valle de Chicama parecen indicar que, a pesar de la distancia, ocurrió la circulación de éstas de la margen derecha a la izquierda, como el caso de la toba volcánica (Gálvez y Becerra 1996; Becerra 2000a). Finalmente, un hecho que no puede soslayarse es que en las áreas donde existe mayor disponibilidad de materias primas locales para la elaboración de puntas de proyectil, hay un importante número de piezas desviantes y puntas de proyectil atípicas, como evidencias de la intensa labor de aprendices (ver por ejemplo, Becerra 2000b: 61, para el caso de la intercuenca Virú-Moche), evidenciando que la habilidad para obtener resultados exitosos se basaba en un entrenamiento que, posiblemente, se iniciaba antes de la adultez. En estos casos, el conocimiento de la tecnología lítica, acerca de lo cual la M i s i ó n F r a n c e s a e n C u p i s n i q u e h a t r a ba j a d o exhaustivamente, trasmitiendo el conocimiento a varios arqueólogos peruanos (vide Chauchat et al. 2004), es imprescindible para evitar interpretaciones erróneas de estos contextos. Y más bien, sirve para explicar los defectos en el proceso de talla, que conllevaron al ulterior abandono de las piezas que no reunían el estándar mínimo para ser funcionales.

La tipología Debemos a Chauchat (1982) la elaboración de la tipología aplicable al conjunto de material lítico atribuido al Paijanense (Anexo I), sin duda uno de los aportes fundamentales para las investigaciones posteriores sobre el tema. En principio, planteó una división técnica que permite separar el material tallado del no tallado. El material tallado comprende: utensilios, núcleos y lascas de débitage o de talla. El utillaje fue dividido en dos grupos: Ordinario (que corresponde a utensilios elaborados sobre lasca) y bifacial (utensilios elaborados tallando las dos caras). El material no tallado incluye objetos muy variados que a veces no tienen huellas de uso evidentes. Con la finalidad de ordenar la clasificación, se establecieron familias tipológicas (enumeradas como decenas) y tipos (enumerados como unidades, empezando de “0”), lo cual permite añadir nuevos tipos de utensilios manteniendo el orden de las familias (Chauchat 1982; Chauchat et al. 2006: 56-82). El utillaje ordinario tiene las siguientes familias tipológicas: 1. Útiles a posteriori (los utensilios se convierten en tales como consecuencia del uso); 2. Raederas (utensilios retocados en un lado); 3. Unifaces (utensilios sobre lasca o bloque con el contorno retocado por lascados muy planos en una sola cara del soporte); 4. “Becs” o picos (utensilios con la punta formada por uno o dos bordes retocados, siendo el resto ancho y ocasionalmente grueso); 5. Escotaduras (utensilio que presenta diversas combinaciones existentes entre las escotaduras clactonienses y las retocadas); 6. Utensilios compuestos (combinaciones de elementos de raedera, bec, escotadura y denticulado); 7. Denticulados macizos (piezas de mayor dimensión y espesor, elaboradas sobre guijarro, bloque o lasca y que presentan regularidad en la denticulación); 8. Denticulados ordinarios (denticulados elaborados sobre soporte delgado, con pequeñas muescas no menores de 5mm.); 9. Micro-denticulados (denticulados con muescas menores de 5mm.); 11. “Pebble-tool” (pieza maciza sobre bloque o guijarro, menos probable sobre lasca grande, que tiene un filo logrado por lascados unifaciales o bifaciales) y 12. Diversos (pieza que parece un utensilio, pero cuya clasificación no corresponde a ninguno de los tipos anteriores). El utillaje bifacial fue separado en dos categorías: A. Bifaces (tallados a percusión) y B. Puntas de proyectil (talladas a presión). Los bifaces comprenden familias tipológicas que, conforme lo indican Chauchat et al. (2006: 72) “…son en realidad tipos de conveniencia, tratando de clasificar junto los fragmentos que poseen los mismos elementos de la pieza entera. El objetivo es facilitar la descripción mediante la lista de atributos, y esta clasificación no tiene ninguna incidencia sobre la lista de tipos: aquella no está constituida de subdivisiones de estas 'familias tipológicas', sino de tipos

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técnicos describiendo el estadio del proceso al cual está atribuido el objeto…”. Los núcleos (en realidad se trata de residuos) brindan información en cuanto a las técnicas de débitage; todos ellos responden a la necesidad de obtener lascas, y en la medida que fueron dejados en diversas etapas del débitage se establecieron varios tipos. Los desechos (objetos que son tallados pero no se asemejan a una lasca, a un núcleo o a un utensilio) podrían ser en algunos casos fragmentos de núcleos. Finalmente, el utillaje no tallado abarca a todos aquellos objetos que no presentan ninguna huella de haber sido tallados, y que sin embargo fueron utilizados de modos diversos. Sus dimensiones serán variadas y algunos podrán ser transportables, mientras que otros no.

OCUPACIÓN DEL ESPACIO Tecnología del abrigo La existencia de estructuras tempranas de materiales orgánicos o perecederos fue planteada por Chauchat (1982) y Chauchat et al. (2006: 380-381) a partir de la ausencia de material lítico tallado en pequeños espacios en forma de arco identificados en varios talleres del Paijanense de Pampa de los Fósiles (al norte del valle de Chicama), hecho que no descarta la utilización de refugios y viviendas elaborados con materiales mixtos, de las cuales solamente quedan las bases de piedra.

- Estructuras de materiales mixtos En el valle de Chicama, este tipo de estructuras sin asociación con material paijanense se localiza en las terrazas aluviales que bordean las quebradas y -con menor frecuencia- en las laderas de las elevaciones de pendiente

suave; las formas más simples tienen una base de piedra en forma de “C” o de arco y, generalmente, la parte frontal está orientada en dirección opuesta a la del viento (Figura 10). En el caso de los sitios paijanenses ubicados en la sección media de los valles de Zaña y Jequetepeque se han documentado estructuras similares que miden de 2 a 4 m de diámetro en promedio (Maggard y Dillehay 2011: 88; Dillehay, Maggard, Rossen y Stackelbeck 2011: 205-207). De acuerdo a Dillehay (2001b: 295), la menor dimensión de las estructuras observada en los pequeños conjuntos de unidades habitacionales indicaría que la unidad básica probablemente fue una familia extendida. Este tipo de estructuras son denominadas erróneamente como “paravientos”, bajo el supuesto que fueron ocupadas por temporadas cortas por lo cual no se habría requerido mayor elaboración. Este término desestima a priori el uso e importancia de los materiales perecederos que no se han conservado, pero que son significativos en los casos etnográficos donde juegan un rol excepcional en las casas de campo debido a su resistencia y durabilidad (Gálvez y Becerra 1995; Gálvez y Runcio 2010; Maggard y Dillehay 2011: 88). Por eso, el término “paravientos” conlleva a lecturas deficientes de la naturaleza, duración y complejidad de la ocupación del desierto, por lo cual debería ser cuestionado y -en el mejor de los casos- descartado. En la construcción de esta estructuras hemos propuesto un predominio del área elaborada con materiales perecederos, posiblemente “caña brava” (Gynerium sagittatum), “totora” (Scirpus californicus), “inea” (Typha angustifolia), “carrizo” (Phragmites australis), “espino” (Acacia macracantha), “algarrobo” (Prosopis pallida) (Figura 11). Las piedras funcionaron como elementos de fijación de las paredes de quincha o estera, pues evitan la acción del viento y la erosión. Sin duda, los materiales orgánicos también fueron utilizados en las cubiertas. Las piedras son de origen local (cerros, cauces de quebradas y -en menor proporción-

Figura 10: Remanente (base de piedra) de una estructura de habitación

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terrazas aluviales del Cuaternario). Los materiales orgánicos están disponibles en diversos ecosistemas del entorno del desierto (vide Gálvez y Runcio 2010).

- Estructuras de materiales orgánicos Si aceptamos la propuesta de Chauchat et al. (2006: 380381), en cuanto a la existencia de este tipo de estructuras en sitios paijanenses del valle de Chicama, se trataría de formas similares a aquellas asociadas a ocupaciones cerámicas en el desierto, las cuales se hallan mayormente en las terrazas aluviales. Su planta es ovoide, semicircular o circular y corresponde a espacios ligeramente más profundos y más claros que el suelo circundante. El área de las estructuras a veces supera los 4 m² y la superficie que ocupan fue

adecuada aplicando técnicas extractivas similares a las empleadas en la elaboración de los geoglifos; es decir, se eliminaron las piedras características del suelo de las terrazas aluviales para hacer habitable el espacio interior (Figura 12), y luego el área útil fue modificada por desgaste debido al uso continuo. Las evidencias etnográficas permiten plantear de manera consistente que los materiales utilizados para construir estas estructuras habrían sido: caña brava, totora, inea, carrizo, apoyados en armazones de madera sin transformar, como “espino” (Acacia macracantha), “algarrobo” (Prosopis pallida) y “sapote” (Capparis scabrida). Es posible que también se hayan construido ramadas de materiales perecederos, como aún se acostumbra hasta el presente

Figura 11:

Reconstrucción hipotética de una estructura elaborada con materiales mixtos (piedra y elementos perecederos)

Figura 12: Remanente de estructura de habitación elaborada con materiales perecederos

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Figura 13: Estructura de habitación moderna elaborada con materiales perecederos en la Quebrada Santa María, valle de Chicama

(Figura 13). Asimismo, después del abandono de las estructuras de materiales orgánicos construidas en superficies con problemas de intemperismo, lo único que se conserva son concentraciones de restos de alimentos (en particular moluscos terrestres) y/o material lítico. Y cuando se trata de suelo arenoso es muy difícil verificar la morfología de la planta de las viviendas y/o abrigos, una vez que éstos han desaparecido. Lo antes expuesto ayuda a concebir la complejidad del espacio construido, al cual se integran las evidencias de actividad humana, y de esta manera habría que analizar y discutir cuan precisa es la definición atribuida a los sectores ocupados por los paijanenses como “sitios al aire libre”.

Figura 14: Taller de puntas de proyectil

Figura 15: Campamento Paijanense

(Uceda 1995: 33), en un escenario marcado por las limitaciones de esta materia prima (Uceda 1992b). Asimismo, un caso especial lo constituyen los talleres de grandes lascas que, de acuerdo a Uceda (1995: 33), habrían servido como cuñas para facilitar la extracción de los bloques de cuarzo, a lo cual se suman dos tipos de utensilios que expresan la impronta local: las raederas bifaciales y las puntas pedunculadas anchas (Uceda 1992b). Además, la localización de los campamentos en esta región (uno en la margen del valle y cerca de la desembocadura del río Casma, y dos cercanos a la línea de playa actual) respondería a las necesidades de los grupos, debiendo destacarse la importante cantidad de vértebras de pescado recuperadas en las excavaciones (Uceda 1995).

Las facies de ocupación En la costa norte, los sitios paijanenses muestran tres facies de ocupación: cantera (fuentes de materias primas para elaborar los implementos líticos), taller (espacio destinado a la culminación del proceso destinado a elaborar puntas de proyectil y unifaces) (Figura 14) y campamento (espacio destinado para la vivienda y actividades domésticas) (Figura 15) (Chauchat 1982; Chauchat et al. 1992, 2006; Gálvez 1992a, 1992b; Medina 1992; Carcelén et al. 1994; Becerra 2000b: 58; Becerra y Esquerre 1992; Becerra y Carcelén 2004), a lo cual podemos agregar el campamento-taller, espacio en el cual la realización de actividades cotidianas está relacionada al trabajo de talla de puntas de proyectil y unifaces (Gálvez 1992a, 1992b) (Figura 16). Para fines comparativos, mencionaremos el caso del valle de Casma, en la vecina costa norcentral. Ahí, las facies cantera y taller están juntas de manera particular en el caso de los afloramientos de cuarzo, donde en un mismo espacio tiene lugar la extracción de bloques, la fabricación de los esbozos, preformas (piezas foliáceas) e incluso puntas de proyectil

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En las áreas actualmente desérticas de la costa norte -con remanentes de la ocupación Paijanense- se da un incremento en la densidad de la ocupación en razón directa al incremento de la altitud. Esto sucede, por ejemplo, en el valle de Chicama (quebradas de La Calera, Cuculicote, Santa María, entre otras) donde las extensas terrazas aluviales presentan áreas apropiadas para la ocupación humana. En estos casos, la naciente de las quebradas es el espacio preferido para la ubicación recurrente de los asentamientos domésticos paijanenses (Gálvez 1992a, 1992b, 2000, 2004), al parecer debido a que en este ámbito se localizan las fuentes de agua (Briceño 1994). Del análisis del escenario de la ocupación se observa que en los valles de Moche y Chicama, así como en la intercuenca Virú-Moche, existen dos zonas polarizadas: el litoral y su entorno circundante -que incluye las lagunas costeñas y la desembocadura de los ríos Moche y Chicama- y las zonas del interior (valle medio y alto). En ambos casos, la mayor disponibilidad de recursos pudo favorecer el sedentarismo, por lo cual es en estos contextos donde debemos esperar

Figura 16: Uso del espacio en un campamento-taller paijanense de la Quebrada Cuculicote

una secuencia de cambios a través del tiempo. Por el contrario, las zonas situadas entre ambos extremos son lugares de tránsito obligado en los desplazamientos, por lo cual es del todo probable que los asentamientos en estos lugares se beneficiaran indistintamente de los recursos del interior y del litoral, que habrían sido complementados con respecto a los recursos locales. Pese a que aún no disponemos de pruebas arqueológicas directas, los recursos florísticos del litoral, de la ribera del río Chicama, de las lomas y del desierto -actualmente en proceso de depredación- debieron ser un rubro esencial para satisfacer la demanda de alimentos de los paijanenses. Por ejemplo, en el desierto podemos mencionar, entre otros, a los frutos de “algarrobo” (Prosopis sp.), “guayabito

de gentil” (Capparis sp.), “peal” o “pial” (Scutia spicata). De igual manera, la fauna propia de los diferentes ecosistemas pudo satisfacer la demanda de proteínas de los paijanenses a lo largo del año. Por otro lado, los datos obtenidos en la investigación de sitios paijanenses de la margen derecha del Chicama (quebradas de Cuculicote y de la Calera) (Gálvez 1992a), han permitido registrar aspectos del comportamiento de los paijanenses en relación con algunos recursos claves, lo cual es de particular utilidad para analizar las realidades de otras áreas. La cantera principal de toba volcánica, materia prima dominante en la margen derecha del Chicama, se encuentra en la Quebrada de la Calera (Chauchat et al. 1992; Gálvez Op. Cit.; Gálvez y Becerra 1996; Becerra 2000a) a 6 Km. de

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distancia de las nacientes de la Quebrada Cuculicote, donde hay una fuente de agua dulce que fue utilizada para fines agrícolas eventuales, por ejemplo, en la época Chimú. Además, y como ya hemos indicado, en este tipo de manantiales abrevan los vertebrados de la zona, entre ellos: “venado de cola blanca” (Odocoileus virginianus), “vizcacha” (Lagydium sp.), “zorro del desierto (Lycalopex sechurae), etc. Asimismo, después de los eventos El Niño, como los acontecidos en 1982-83 y 1997-98, los agricultores y pastores modernos los usufructúan al ocurrir un notable incremento del afloramiento de agua corriente y de los recursos florísticos, lo cual propicia la ocupación temporal de este ecosistema (Gálvez y Briceño 2001) (Figura 17). La transformación de las materias primas decrece conforme se incrementa la distancia de los talleres y campamentostaller a la cantera, en línea ascendente hasta el fondo de la Quebrada Cuculicote. Por ejemplo, es usual hallar esbozos de unifaces (Figura 18), bifaces tipo Chivateros (Figura 5: 1) y aún foliáceas, en o alrededor de la cantera. Por el contrario, la densidad de restos de fauna disminuye en los

campamentos conforme estos se encuentran más alejados del fondo de la quebrada, aguas abajo y en dirección a la cantera. Al igual que en la Quebrada Santa María, en Cuculicote se observó la recurrencia en la localización de los campamentos con basurales muy densos (sitio PV23-64) en las nacientes de la Quebrada (Gálvez 1992a, 1992b, 2000, 2004), lo cual puede ser explicado por una mayor explotación de estos recursos en sucesivas ocupaciones recurrentes o bien por una mayor permanencia de los grupos en escenarios que les brindaban acceso inmediato a un recurso esencial como el agua. La temprana tendencia al sedentarismo, antes mencionada, tiene argumentos empíricos preliminares provenientes de los campamentos paijanenses, donde destacan bioindicadores importantes como los crustáceos acuáticos (Platyxanthus orbignyi, Hypollobocera sp.) y los reptiles (Dicrodon sp.), por ejemplo, con un gran valor proteico según Gálvez et al. (1999). Estos actualmente están disponibles, de preferencia en el solsticio de verano, y fundamentalmente los moluscos terrestres (Scutalus sp.) que aparecen sobre los 500 m.s.n.m. en las temporadas lluviosas de verano y aún a menor altitud en la

estación invernal, coincidiendo con el florecimiento de las lomas, siendo en extremo abundantes durante los eventos El Niño, conforme lo hemos comprobado durante la realización de nuestros trabajos etnográficos en los valles de Jequetepeque, Chicama, Moche y Virú (Gálvez et al. 1993). En los campamentos del área intermedia entre la cantera y el fondo de la Quebrada Cuculicote, el rasgo típico es la importante transformación de materias primas con percutor blando para elaborar puntas de proyectil Paiján y unifaces, evidencias que se asocian a los restos de fauna acumulada en los basurales y en fogones excavados en el suelo de la terraza, donde predominan concentraciones superficiales de “caracoles terrestres” (Scutalus sp.) (Gálvez 1992a, 1992b, 2002). Por lo tanto, no se trata de talleres y campamentos bien diferenciados, como los de Pampa de los Fósiles (Chauchat et al. 1992), zona que se caracteriza por sus espacios abiertos y extensos. Además, en estas unidades hay áreas de actividad ordenadas con relación a los fogones de poca profundidad y área que fueron utilizados -en primer lugar- para cocinar alimentos y después como basureros. Estos fogones tienen plantas que varían entre ovoidales y alargadas (Figura 19) y en ellos se han localizado fragmentos de carbón que corresponden a ramas delgadas de arbustos y/o árboles locales; asimismo, fueron adecuados por medio de la simple excavación del suelo de las terrazas aluviales y por lo general no muestran mayores arreglos, como podría ser el caso de rocas dispuesta ex profeso. En el caso de los campamentos-taller planteamos la existencia de viviendas hechas con materiales perecederos, cuya presencia física incidió en el particular ordenamiento de la distribución de los materiales culturales en cada una de las áreas de actividad (vide Chauchat 1992; Gálvez y Becerra 1995; Gálvez y Runcio 2010). La observación de un campamento-taller en el valle de Chicama (sitio PV23-62 de la Quebrada Cuculicote) (Gálvez 1992b) dejó en evidencia que las áreas

de actividad se ordenaban en torno a los fogones existentes en ese espacio. Asimismo, en la Quebrada Santa María los manantiales se disponen en abanico a un promedio de 2 Km. al norte y noroeste, y a menos de 30 minutos de camino hasta las canteras de cuarzo, materia prima dominante en la zona (Briceño 1997, 2000, 2004; Becerra y Gálvez 1996; Becerra 2000a). Aquí, la transformación de materias primas es importante en los talleres cercanos a las canteras, pero también en los grandes campamentos localizados entre éstas y las fuentes de agua, donde existe la tendencia recurrente en la asociación de los restos de subsistencia con una importante actividad de talla. Es interesante anotar que las puntas Paiján y en cola de pescado del sitio PV23-130, ubicado en esta quebrada, fueron registradas en este tipo de unidades mixtas (campamento-taller), localizadas en las inmediaciones de las nacientes (Briceño 1997, 2000, 2004). Por el contrario, y al igual que en la Pampa de los Fósiles (Chauchat et al. 1992), en el valle de Chicama hay zonas muy amplias y con espacios abiertos, como la Quebrada de La Camotera. Aquí existe una fuente de agua y canteras de toba y riolita, observándose que los talleres (de puntas de proyectil y unifaces) y los campamentos están bien diferenciados, aunque también existen campamentostaller. Cabe mencionar que la Quebrada de La Camotera es un corredor estratégico que interconecta la Quebrada de Santa María con el valle de Chicama. Hacia los 5000 a.P., las poblaciones tempranas que erigieron edificios monumentales como la Huaca Prieta (Bird et al. 1985) y la Huaca Pulpar o generaron asentamientos como Cruz Verde, al norte del Complejo El Brujo (Vásquez 1998), posiblemente fueron los remanentes de los grupos de cazadores-recolectores que en esta época de cambios tuvieron que desplazarse en forma gradual hacia el oeste,

Figura 17: Cambios en el paisaje producidos por el Fenómeno El Niño en la Quebrada Santa María

Figura 18: Esbozo de unifaz elaborado en toba volcánica procedente de la Quebrada de La Calera

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Figura 19: Fogones en un campamento-taller paijanense del valle de Chicama (Quebrada Cuculicote)

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como mecanismo de respuesta-adaptación al ascenso del nivel del mar y el estrechamiento de la faja costera a fines del Paijanense (Chauchat et al. 1992: 343-346), fenómeno que al culminar trajo consigo la desaparición de los sitios paijanenses situados en la antigua franja costera sumergida (Bonavia 1991: 43), según lo hemos indicado.

Ø

Otro hecho interesante, que debe ser tenido en cuenta por los investigadores, es la reocupación tardía de los sitios paijanenses, la cual se asocia usualmente a cerámica Cupisnique, Salinar, Chimú y Chimú Inca (Briceño et al. 1993) (Figura 20). Pese a ello, aún existen asentamientos muy importantes en los ecosistemas con abundancia de recursos, donde los cazadores-recolectores dejaron una acumulación masiva de los restos producidos en las actividades domésticas, como sucede en las quebradas Santa María y Cupisnique (esta última un corredor natural que comunica la sierra con el valle bajo de Jequetepeque y el litoral) y que al mismo tiempo presenta una ocupación paijanense muy densa (Chauchat et al. 1992). En este último caso, hemos optado por evaluar de manera preliminar la reocupación recurrente de los espacios domésticos en el Paijanense, en vez de buscar una diferenciación cronológica, que es uno de los problemas no resueltos del todo para los sitios de superficie.

c

a b Ø

CREMA ROJO NEGRO

d Ø

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Ø Ø

Finalmente, la conservación de los sitios paijanenses ha venido siendo afectada por el efecto devastador de los eventos El Niño posteriores a la ocupación paijanense de los campamentos y talleres, varios de los cuales han sido parcial o totalmente destruidos por las avenidas de agua en las quebradas, como sucede en el valle de Chicama.

MOVILIDAD

i j h

Ø

L Ø m cm.

K Figura 20: Cerámica de varios sitios paijanenses reocupados: Zona de El Automóvil (a, b, d, l); Quebrada Santa María (c, f, g, h); Cerro San Antonio (e, i, k) y Quebrada Huáscar ( j, m). El código de colores corresponde a los tiestos a, d

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Existen diversos estudios que se orientan a la comprensión de la movilidad no sólo como una simple respuesta al ambiente natural, sino como un conjunto de elecciones estratégicas de orden social al interior de varias opciones viables, en cuyo contexto es importante el mantenimiento de redes sociales así como la obtención de información económica (vide Dillehay 2011a: 23). Adicionalmente es importante destacar que “…both mobility and diet choices played important roles in the processes whereby early huntergatherers developed broad-spectrum diets and later added cultigens to their diet and became increasingly reliant upon them. But human behavior is more than adding up the calories and cost/benefits of different economic strategies; social and other factors also must be taken in account” (Dillehay Op. Cit: 26)4. La circulación de materias primas esenciales nos da una idea parcial de la movilidad de los paijanenses (vide Becerra y Gálvez 1996; Becerra 2000a); así, en la margen izquierda del

valle de Chicama los desplazamientos de los grupos están evidenciados por el hallazgo de materias primas no disponibles en el área, como son el sílex, la cuarcita gris y la toba volcánica. Esto también ha sido demostrado en el caso de la ocupación paijanense en la intercuenca Virú-Moche, donde a la amplia utilización de una materia prima local, como el cuarzo (Becerra 2000b: 58), se sumaron materias primas exóticas como la toba volcánica y la cuarcita, cuya obtención implicó, sin ninguna duda, el desplazamiento de los paijanenses hacia zonas distantes, con mayor razón en el caso del sílex, del cual se documentaron pequeñas lascas y dos implementos, porque esta variedad de roca procede de la sierra (Op. Cit.: 59, 60), pudiendo explicarse su presencia, de manera alternativa, como resultado del contacto entre los cazadores costeños y serranos, o bien por su traslado hasta esa área debido a que habrían constituido elementos de un particular valor para los paijanenses. Además de lo expuesto, son algunos restos de fauna los que plantean desplazamientos a grandes distancias, desde los campamentos del interior a los del valle bajo y viceversa, como los restos de pescado documentados en los diversos sitios paijanenses de la costa norte de los Andes Centrales (Chauchat, Lacombe y Pelegrin 1992: 17; Chauchat et al. 1992; Becerra y Esquerre 1992; Deza et al. 1998; Gálvez 2004: 24-25; Deza y Munenaka 2004; Stackelbeck 2011: 199-200), en especial si se considera que la línea de playa en esa época estuvo más retirada hacia el oeste (Richardson 1981; Chauchat 1987; Chauchat et al. 1992; Dillehay 2011a: 17; Maggard y Dillehay 2011: 93). Para evaluar estos desplazamientos, se debe prescindir de la fauna que pudo ser capturada en el área de quebradas y su entorno (Odocoileus virginianus, Lagydium sp., Lycalopex sechurae, Iguana iguana, Dicrodon sp. y Scutalus sp., entre otros), dentro del contexto geográfico del valle de Chicama, Pampa de los Fósiles y Cupisnique. A partir de la información de campo disponible deducimos que es del todo probable la existencia de varios corredores naturales que habrían facilitado en poco tiempo el acceso al antiguo litoral y al río Chicama, dos escenarios importantes como fuentes de recursos. El hallazgo de importantes evidencias paijanenses en las lomas del Cerro Campana (Briceño et al. 1994), ubicadas en las intercuencas ChicamaMoche y los reportes anteriores de la ocupación Paijanense en el entorno de los cerros La Mina (Cerro Grande y Ochiputur) (Medina 1992) en el valle de Moche, así como Playa Grande en las intercuencas Moche-Virú (Carcelén et al. 1994; Becerra 2000b; Becerra y Carcelén 2004), nos lleva a incluir este ecosistema en la ruta de los corredores naturales, lo cual está apoyado en los datos sobre la ocupación paijanense de Quebrada Tres Cruces (Becerra y Esquerre 1992; Becerra 2000a), en cuyas nacientes se

4 “… tanto las elecciones relativas a la movilidad como a la dieta jugaron roles importantes en los procesos mediante los cuales los cazadores-recolectores tempranos desarrollaron dietas de amplio espectro y posteriormente añadieron cultígenos a su dieta y llegaron a ser cada vez más dependientes de estos. Sin embargo, el comportamiento humano es más que la suma de calorías y costo/beneficios de las diferentes estrategias económicas; lo social y otros factores también deben ser tomados en cuenta” (Traducción del autor).

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Figura 21: Lomas del Cerro Cabezón, en la intercuenca Chicama-Moche

localizan las lomas del Cerro Cabezón (Figura 21). Al respecto, la importancia de las lomas en esta época ha sido abordada en su momento por Uceda (1995). Los grupos asentados en el interior pudieron acceder a los recursos marinos y de las albuferas siguiendo la ruta de la ribera fluvial, como ya ha sido sugerido anteriormente por Ossa (1973), así como rutas paralelas a aquella. Esto requería la previsión del transporte de agua, tal vez empleando recipientes de “mate” para atravesar las pampas o seguir el curso de los ríos. Una necesidad adicional fue disponer de abrigos temporales y el contacto con las poblaciones de las partes bajas, para el aprovisionamiento de regreso. Una posibilidad viable es el intercambio de productos entre los asentamientos ubicados a lo largo de los corredores naturales, pues el dato arqueológico da elementos a favor de poblaciones cuya subsistencia conocida gira en torno a los recursos locales. Podemos esperar, además, que los grandes basurales de las nacientes de las quebradas, donde se concentran las fuentes de agua y otros recursos esenciales (Briceño 1995, 2000, 2004; Gálvez 1992a, 1993) fueran acumulados por grupos relativamente sedentarios, que cazaban y recolectaban los recursos del entorno geográfico inmediato, complementando la dieta con productos exóticos (de la ribera marina y del mar). Asimismo, a juzgar por los resultados de las investigaciones de Dillehay y su equipo, en este tipo de escenarios, los grupos que tuvieron su residencia a largo plazo pudieron desarrollar la horticultura, según lo demuestra -como hemos indicado anteriormente- el hallazgo de semillas de calabaza (Cucurbita moschata) en el valle de Zaña (Rossen 2011: 180; Piperno 2011: 276). Esto es coherente con la

propuesta de Maggard y Dillehay (2011: 89, 90, 92) concerniente a la existencia de un patrón de reducida movilidad en el caso de los Paijanenses. Sin duda, “the relative absence of non local raw materials in Paiján assemblages, combined with the indications of plant processing and the presence of domestic structures, further indicates distinct patterns of technology, settlement organization, and mobility between the Fishtail and Paiján” (Op. Cit.: 90)5. Entonces, los paijanenses se adaptaron a una movilidad desarrollada en un escenario que incluyó las planicies costeñas y las áreas de tierra adentro y, por tanto, accedieron a una variedad de recursos que habrían estado disponibles durante todo un año o en diferentes épocas del mismo (Dillehay, Rossen y Stackelbeck 2011: 270). Esto ocurrió además, por ejemplo, en los valles de Zaña y Jequetepeque (Dillehay 2011b: 289). Con estas consideraciones, coincido con Dillehay (2011a: 21) en que, a diferencia de los paijanenses, los grupos que usaron las puntas de proyectil en cola de pescado representaron a grupos dispersos con mayor movilidad (vide Maggard y Dillehay 2011: 79, 85, 86, 87, 89), y que por tal razón éstos no dejaron mayores evidencias materiales en el ámbito de los valles de Chicama (Briceño 1997, 2000, 2004; Chauchat y Briceño 1998), Moche (Ossa 1976) y Jequetepeque, por citar varios casos. Es más, como bien lo señalan Maggard y Dillehay (Op. Cit.: 77, 78), la documentación de la superposición de complejos, que incluyen a las puntas en cola de pescado, reflejarían “… a concurrent rise in the diversity of mobility, subsistence and technological strategies pursued by early populations”6

5 ”la relativa ausencia de materias primas no locales en los conjuntos líticos paijanenses, junto a los indicadores de procesamiento de plantas y la presencia de estructuras domésticas, indican adicionalmente patrones distintos de la tecnología, organización del asentamiento y movilidad entre [quienes utilizaron] las puntas en cola de pescado y Paiján” (Traducción del autor). 6 “…un ascenso simultáneo en la diversidad de la movilidad, subsistencia y estrategias tecnológicas perseguidas por las poblaciones tempranas” (Traducción del autor).

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conforme ocurrió la colonización de nuevas zonas medioambientales. Adicionalmente, ambos autores precisan que las marcadas diferencias en el patrón de asentamiento, movilidad y tecnología de las ocupaciones contemporáneas/superpuestas cuestionan el argumento que la tecnología de las puntas en colas de pescado es un antecedente del Paijanense (Op. Cit.: 85), hecho que está corroborado con los resultados de un fechado radiocarbónico para el sitio JE-996 (Quebrada del Batán, valle de Jequetepeque), que incluye este tipo de puntas, con una antigüedad estimada entre 12800 y 11300 a.P. (Op. Cit.: 85 - 86). Aún más, hasta la fecha no ha sido reportado ningún hallazgo adicional de puntas en cola de pescado en otros sitios distintos a los que han sido publicados en la costa norperuana, y en particular en el ámbito de la importante ocupación paijanense documentada en las secciones media y baja de los valles norperuanos. Entonces, es más coherente proponer una mayor probabilidad en el hallazgo de puntas en cola de pescado en escenarios que fueron puntos de coincidencia y/o contacto de quienes elaboraron las puntas en cola de pescado y las puntas Paiján. Estas áreas corresponderían, sin duda, a las nacientes de las quebradas, donde la existencia de ecosistemas con fuentes de agua propició la eficacia de la caza terrestre, entre otras actividades. Adicionalmente, las materias primas con las que fueron elaboradas las puntas de proyectil en cola de pescado, documentadas en la Quebrada del Batán y otros sitios, no son de procedencia local, como es el caso del sílex, la calcedonia y el cristal de roca (Op. Cit.: 86-87, 89; Dillehay, Maggard, Rossen y Stackelbeck 2011: 218 - 219). Y si bien el cristal de roca ha sido utilizado para la elaboración de puntas similares en la Quebrada Santa María (Briceño 1997, 2000, 2004), en cuyas nacientes hay afloramientos de cuarzo, es infrecuente el uso de esta variedad de roca en el caso de las puntas de proyectil del Paijanense documentadas en el valle medio y bajo del Chicama. Finalmente, ya ha sido precisada la variabilidad en la morfología de las puntas en cola de pescado, acerca de lo cual no hay una explicación definitiva (Dillehay et al. Op Cit.: 218).

USO DE LAS DE PUNTAS DE PROYECTIL En principio, debo destacar el hecho que la morfología de estas puntas es un argumento adicional en contra de la hipótesis de su utilización para cazar megafauna pleistocénica (Ossa y Moseley 1972). De otra parte, desde el punto de vista de la tecnología lítica, no estamos de acuerdo con el planteamiento de Deza Rivasplata (1972) en cuanto a la supuesta utilización de piezas foliáceas (interpretadas por este autor como puntas de lanza) para la caza de este tipo de fauna por los paijanenses. En consecuencia, presentaré un

análisis de la información disponible, tanto de las puntas de proyectil paijanenses como de la biología de los peces que, de acuerdo a la hipótesis de Chauchat et al. (1992, 2006), habrían sido capturados por estos cazadores recolectores (Figura 22). Para este propósito destacaré que junto con Carlos Quiroz Moreno (Gálvez y Quiroz 2008) hemos abordado la discusión de la precitada propuesta en un trabajo anterior. Como se sabe, la hipótesis de Chauchat et al. (2006) tiene como argumento las características morfológicas de las puntas de proyectil y los probables peces cazados así como el escenario de la captura..

a. Características morfológicas de las puntas A modo de cuestionamiento del uso de las puntas de proyectil en la caza de fauna terrestre, Chauchat et al. (Op. Cit.) sostienen que “…Las partes perforantes muy finas en que terminan las puntas de Paiján ciertamente es muy frágil; podemos sospechar de su eficacia sobre animales de cuero resistente. Para que la penetración de la punta sea segura, sería necesario, en efecto, que el impacto se haga de manera perfectamente ortogonal a la piel del animal: una ligera desviación, la más débil que sea con relación a este ángulo, conllevaría a una fractura por flexión y el extremo roto ya no tendría ninguna oportunidad de penetrar….” (Op. Cit.: 364). Y concluyen: “Esto nos ha obligado a interesarnos en los peces, algunos de los cuales, en particular los Sciaenidae, pueden alcanzar un gran tamaño, superior a 50 cm. de largo. La carne de un pez es más suave que la de un animal terrestre y su piel, en la mayoría de los casos, igualmente es poco resistente. La penetración puede asegurarse pues sin dificultad mayor. Pero está fuera de cuestión el matar un pez alcanzando un órgano vital, así como se puede hacer con un animal terrestre. Por ello, es primordial el ensartarle para impedir que se escape el pez. Es por eso que la penetración profunda de la punta de Paiján era tan importante: lo ideal era de empalar el pez hasta atravesarlo. Entonces, debemos imaginar el uso de la punta de Paiján como un arpón…” (Op. Cit.: 364); por lo cual “the points finished and ready for utilization were exported from the workshop for this ´hunting of fish´, undoubtedly toward the shore” (Chauchat et al. 2004: 7)7 . Como se observa, el principal argumento de la eficacia de la punta paijanense como parte de un arpón para cazar peces, es la morfología de la parte perforante registrada en varios ejemplares conocidos (Figura 3: 3), la cual no habría sido eficaz para perforar la piel de mamíferos terrestres (Chauchat et al. 2006: 364). Sin embargo, existen otras puntas líticas sin partes perforantes agudas 8 que fueron fijadas a cabezales de arpón usados para cazar fauna marina

7 “las puntas terminadas y listas para su utilización fueron trasladadas desde el taller para esta 'caza de pez', sin duda en dirección a la playa” (Traducción del autor). 8 Vivien Standen (comunicación personal, 15 de junio del 2008) nos ha mostrado fotografías de dos cabezales de arpones con puntas líticas, que proceden de Morro-1 y Morro 1/6. Estas puntas, usadas para la caza terrestre, no tienen partes perforantes agudas como las de las puntas de proyectil paijanenses, sino más bien bordes convexos.

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de la producción de puntas de proyectil demostrada por los abundantes restos de talla, pone en duda el uso de estos implementos para cazar peces de gran tamaño, teniendo en cuenta -además- que este tipo de fauna no está disponible durante todo el año. Aún más, en el sitio PV23-5 (Ascope) fue registrada una punta con bordes aserrados (Chauchat et al. 2006: Fig. 140, 2), la cual no excede los 6 cm de longitud y parece ser más eficaz para la caza terrestre por su capacidad de incrementar el sangrado de la presa.

Figura 22: Recreación hipotética de la caza de peces con utilización de puntas de proyectil paijanenses (Fuente: Museo Municipal de Piura)

por otros grupos prehistóricos del Área Andina, como es el caso de los arpones del cementerio Chinchorro Morro 1 (5400-3700 a.P.) ubicado en el extremo norte de Chile (Standen 2003: 186-87, 200). Además, el uso de materiales distintos a la piedra para elaborar estos instrumentos, está probado por la evidencia de los arpones de hueso de los cazadores-recolectores de la Isla Englefield (Mar de Otway) (San Román 2005: 175: Fig. 2b, c), de lo cual se concluye que, en cuanto al tema del aprovechamiento de los peces, se ha descartado a priori la probabilidad del uso de instrumentos de caza o pesca elaborados en hueso y madera por los paijanenses. Algo que no ha sido explicado es la función de las puntas paijanenses típicas sin una parte perforante aguda, y de aquéllas que habiéndola tenido la perdieron por fractura por lo cual fueron reactivadas. Es evidente que este acto tuvo como finalidad contar con implementos funcionalmente viables para la caza. Sobre el particular, durante el proceso de reconocimiento efectuado en las quebradas de La Camotera y Cuculicote, se identificó fragmentos de puntas paijanenses en las nacientes de ambas (Gálvez 2004: 25), y en el entorno de los abrevaderos donde los cazadores contemporáneos de Ascope matan al venado de cola blanca (Odocoileus virginianus), en especial durante los eventos El Niño, cuando suceden cambios muy importantes en la flora y fauna. En tales contextos, es del todo probable que los fragmentos -entre ellos, partes perforantes- provengan del uso de puntas de proyectil en la

caza terrestre, las cuales se quebraron debido a un intento fallido y al choque contra un elemento duro (roca, suelo pedregoso). Cabe mencionar que, aún cuando se trata de un contexto alterado por la intrusión de estructuras de piedra más tardías, no deja de ser interesante el hallazgo de restos óseos de venado de cola blanca (Odocoileus virginianus) (Briceño 2004: Fig. 8), asociados a partes perforantes de puntas paijanenses y en cola de pescado, en la unidad 1 del sitio PV23-130 (Op. Cit.: Fig. 10), el cual se localiza en las nacientes de la Quebrada de las Limas o Santa María (valle de Chicama). A ello debemos sumar los importantes hallazgos de restos de venado de cola blanca “Odocoileus virginianus” en varios sitios paijanenses de la intercuenca Virú-Moche, que fueron documentados por Becerra (2000b: 54-57), además, los restos de esta y otras especies de cérvidos en los sitios JE-439 y JE-993 del valle de Jequetepeque (Stackelbeck 2011: 198). Asimismo, las investigaciones realizadas en los sitios de tierra adentro, en especial los del área de Ascope (Quebrada de La Camotera, Quebrada de La Calera, Quebrada Cuculicote, Quebrada Santa María), prueban la existencia de numerosos talleres de puntas de proyectil elaboradas con diversas variedades de roca (Chauchat 1988; Chauchat et al. 1992; Gálvez 1992b; Becerra 2000a), facies reportada también en la parte baja de la sierra (Briceño 1994; Gálvez 2004), según lo demuestra la presencia de puntas enteras y fragmentadas (pedúnculos, espinas, cuerpos) a distancias de más de 30 Km. de la actual línea de playa. La intensidad

En la misma área sólo se ha excavado un basural (Chauchat et al. 2006: cuadro 44), donde no se ha recuperado restos de peces de gran tamaño, a diferencia del número de basurales excavados en varios sitios de Pampa de los Fósiles (Op. Cit.: cuadros 6, 7, 9, 17, 24, 35, 36, 37, 38, 40, 42). Como ya lo hemos mencionado antes, tampoco se ha investigado los basurales de las nacientes de las quebradas donde hay mayores posibilidades de recuperar restos de mamíferos terrestres (como el venado de cola blanca) mejor conservados. En tal sentido, es preciso destacar que de las 9 unidades donde se halló restos de peces, 7 se encuentran en Pampa de los Fósiles (Unidades 7, 8 y 22 del sitio PV22-12; unidades 1 y 2 de PV22-13; unidad 14 de PV22-14 y unidad 1 de PV22-27), 1 en el interior de la Quebrada de Cupisnique (unidad 1 de PV22-62), y sólo 1 en el área de Ascope (unidad 4 de PV23-5) (Chauchat et al. 2006: cuadros 6, 7, 9, 17, 24, 35, 36, 37, 38, 40, 42, 44). Es decir, la mayor cantidad de información sobre los peces (en particular los ejemplares de mayor tamaño) procede de sitios más cercanos a la antigua línea de playa. En base a esta información, que no es representativa para los sitios de tierra adentro, se planteó la hipótesis del uso de las puntas paijanenses para arponear peces (Chauchat et al. 2006). Es posible que dado este escenario y el hecho de que los paijanenses vivieron en un área muy extensa que incluye varias zonas ecológicas en el flanco occidental de la cordillera de los Andes, Chauchat et al. (1998: 157) aceptaran preliminarmente que “…a su turno, este territorio amplio cuestiona la interpretación funcional única de la morfología de la punta de Paiján como instrumento de pesca, como la hemos expuesto en varias oportunidades”, y concluyen que “…se necesitan más investigaciones, a la vez de basurales de las zonas interiores para conocer mejor su exacta morfología”. Finalmente, es preciso indicar que no disponemos de mayores datos sobre la conducta de los paijanenses para procesar mamíferos como el venado de cola blanca, lo cual incluye las técnicas de descuartizamiento, la distribución de las partes del animal en el espacio ocupado por el grupo, el descarte y acumulación de los huesos que no pudieron ser utilizados para otros fines, así como el destino y la transformación de otros en instrumentos, de lo cual sólo existe una evidencia (Chauchat et al. 2006: 276, Fig. 114: 2), que ha sido atribuido a un cérvido.

b. Probables peces cazados y escenario de captura Ampliando su propuesta, Chauchat et al. (2006) anotan: “…La pesca de los grandes peces efectuada con lanzas, puede ser asimilada a la caza” (Op. Cit.: 385). De acuerdo a ellos, “Es pues prácticamente imposible, en nuestro contexto, saber cuáles son los peces que se prestan mejor a este tipo de pesca. Es evidente que una gran talla lo favorece, así como un medio encerrado como una laguna temporal detrás de un cordón de playa o un estuario poco profundo. Partiendo de aquí, podemos estimar que los Sciaenidae, en especial Micropogonias altipinnis, así como Mugil pudieron ser capturados con tal técnica de pesca” (Op. Cit.: 385). Finalmente, y refiriéndose en particular a los peces identificados en la unidad 7 del sitio PV22-12 - Pampa de los Fósiles (Chauchat et al. 2006: Cuadro 6) concluyen que: “Los peces que predominan en esta muestra sugieren que la pesca fue practicada en aguas poco profundas, cerca de la playa o en un estuario. Pudieron utilizarse redes para atrapar las anchovetas y la lisa que no son fáciles de pescar por otros medios” (Op. Cit.: 101)9. No obstante, en el caso de las redes los autores no dan mayores explicaciones sobre la naturaleza de éstas. Al respecto, debemos precisar que de la relación de especies hidrobiológicas identificadas en los sitios paijanenses (Chauchat et al. 2006), se establecen tres grupos muy marcados (Gálvez y Quiroz 2008): - Especies de aguas oceánicas: cálidas, templadas y de transición Debido a la barrera térmica que impone la corriente de Humboldt (14 a 18 grados C) en esta latitud durante gran parte del año, una gran fauna ictiológica se halla a una distancia variable de la costa que fluctúa entre 10 a 90 millas náuticas (15 a 140 Km., respectivamente) durante el período de otoño e invierno. Esta distancia se reduce en gran medida en épocas de verano o del evento El Niño. La especie "tiburón antropófago" (Carcharodon carcharis) es más común en áreas frías y templado cálidas, pero existen suficientes registros en aguas tropicales oceánicas y continentales como para aseverar que al menos los individuos adultos poseen un amplio rango de temperatura. La especie "tiburón bonito" y/o “tiburón diamante” (Isurus oxyrinchus R.) es oceánica y costera, esta es una especie muy activa y epipelágica que habita en aguas tropicales y templado cálidas, aunque ha sido observado ocasionalmente en aguas con temperaturas inferiores a los 16º C. Su rango de distribución latitudinal es excepcionalmente amplio, observándose una tendencia a seguir el movimiento de las masas de agua cálida hacia los polos en verano. En general los desplazamientos de esta e s p e c i e n o s o n b i e n c o n o c i d o s (maycalypso.com/tiburones.htm).

9 El cuadro incluye: Albula vulpes, Sciades troscheli; Eucinostomus sp.; Stellifer sp.; Mugil sp., y restos de otros peces de las familias Engraulidae, Ariidae y Sciaenidae.

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El "cazón" (Carcharinus limbatus V.) es una especie cosmopolita de amplia distribución a lo largo de las costas continentales de todos los mares tropicales y subtropicales. La especie tiburón "Zorro" (Albula vulpes L.) es fauna propia de aguas marinas oceánicas tropicales con temperaturas superiores a 20° C, altamente migratorios y habitan aguas profundas donde nadan cerca de su superficie; comúnmente forman concentraciones de numerosos individuos. Por su parte, la "sardina" (Sardinops sagax sagax), es una especie pelágica altamente migratoria y de reducido tamaño; se concentra en grandes cardúmenes alimentándose de zooplancton a poca profundidad de la superficie, y es alimento de muchos depredadores.

- Especies de la corriente de Humboldt. La presencia de éstas puede variar tanto a distancias de hasta 80 millas de la costa como muy cerca de esta (una milla de distancia). La especie más representativa de estas aguas es la “anchoveta negra” (Engraulis ringens J.), que está presente todo el año, desplazándose al sur del territorio peruano los meses de enero a marzo cuando las corrientes cálidas ingresan en esta latitud, o acercándose dentro de la franja costera muy próximo al litoral. La anchoveta se alimenta del abundante plankton existente en las corrientes marinas próximas a nuestra línea de costa. Vive en grandes cardúmenes conformados por millones de especímenes. Esta especie es parte vital en la cadena trófica del mar peruano, pues es el alimento de una gran variedad de peces de importancia económica, así como de aves guaneras (IMARPE 2006).

- Especies costeras. Peces como: “machete” (Brevoortia maculata chilcae H.); “bagre marino” (Bagre panamensis); “bagre” (Sciades troscheli G. y Galeichthys jordani); “mojarra” (Eucinostomus sp. B.); “cachema” (Cynoscion analis J.); “corvina dorada” (Micropogon altipinnis G.); “suco” (Paralonchurus goodei G.), “lisa común” (Mugil cephalus), y “lenguado común” (Paralichthys adspersus S.) son variedades denominadas así por desarrollarse en hábitats adyacentes a la línea de costa, presentando una elevada concentración de especímenes a distancias menores o próximas a las 5 millas marinas. Cabe resaltar que esta variedad de especies ocupan ambientes de la plataforma continental desde la parte más costera hasta aguas oceánicas del mar abierto, así como las regiones inferiores del talud y las llanuras abisales; se trata de una rica diversidad atribuible a la situación latitudinal especial del Perú (Romero 2006). En razón a lo antes expuesto, se debe entender que los tiburones y demás especies de aguas oceánicas cálidas y de mezcla como tiburón zorro, machete y samasa, pudieron ser capturados en playa cuando se presentan las temperaturas marinas muy cálidas cerca de la línea de costa (Kameya

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2002). La especie “anchoveta negra” también pudo ser capturada cuando ingresa a distancias muy cercanas a la orilla, de forma similar a las especies costeras estacionales como “corvina dorada”, “cachema”, “bagre” entre otras. Adicionalmente, se debe destacar que cuando ocurren Niños fuertes o extremadamente fuertes (temperatura marina de más de 26 grados), las corrientes cálidas ingresan abruptamente en dirección a la costa y las especies propias de temperaturas de 16 a 23 grados, como “bagre”, “cachema”, “corvina”, “pampanito”, etc., quedan atrapadas por estas corrientes y mueren, siendo varadas en la orilla en grandes cantidades donde quedan esparcidas en la playa y son recogidas a mano. A este fenómeno propio de los Niños extraordinarios los pescadores le llaman "varazón" o “Milagro de San José”. La utilización del arpón para la pesca de orilla, sólo se justifica para el caso de especímenes grandes atrapados en charcos de agua marina o albuferas, pero no en la playa abierta. Es preciso, además, aclarar lo expuesto por Chauchat et al. (2006) que: “Los peces que predominan en esta muestra sugieren que la pesca fue practicada en aguas poco profundas, cerca de la playa o en un estuario. Pudieron utilizarse redes para atrapar las anchovetas y la lisa que no son fáciles de pescar por otros medios” (Op. Cit.: 101). En principio se debe aclarar que una albufera es una laguna litoral de agua salina o ligeramente salobre, que se halla separada del mar por una lengua o cordón de arena, manteniendo su comunicación con el mar por uno o más puntos. Por el contrario, un estuario es la parte más ancha y profunda en la desembocadura de los ríos, en los mares abiertos o en los océanos, en aquellas zonas donde las mareas tienen mayor amplitud u oscilación. La desembocadura en estuario está formada por un solo brazo o curso fluvial muy ancho y profundo, aunque también suele tener a modo de playas a ambos lados en las que la retirada de las aguas permite crecer algunas especies vegetales que soportan aguas salinas. En las albuferas ingresan la especie "lisa" (Mugil cephalus) así como la especie "corvina dorada" (Micropogonias altipinnis). En estos cuerpos de agua y con la presencia de pocos cazadores ubicados en las salidas de agua que la conectan al mar, pudieron ser capturados peces de buen tamaño (entre 50 a más cm. de longitud) empleando lanzas u otros artificios (cestas de carrizo, astas de cérvidos, redes de fibras de cactus, mantas de fibras vegetales o de cuero, a mano, etc.). Esto es posible debido a que el reducido fondo de este cuerpo de agua es generalmente arena fina. De ser viable el uso de venablos o lanzas, la penetración violenta y repetitiva de éstos chocando en su fondo no perjudicaría significativamente su estructura. La mayor parte de las albuferas existentes en el litoral del departamento de La Libertad es de aguas translúcidas al mediodía. Sin embargo, en un estuario la corriente es fluida, y al estar ligado a la presencia de un río, cuando éste

descarga aguas turbias u oscuras al mar, esto dificulta el visualizar la ubicación de las presas. Además, los fondos de los estuarios contienen cascajo o restos sólidos producto del acarreo desde las altas vertientes, y ello significa un riesgo para la integridad de lanzas con puntas líticas -de ser el caso- o de otro material. Finalmente, los estuarios son tan amplios en su contacto al mar que es muy difícil concentrar a los peces para su captura y por lo tanto estos tendrían mayor posibilidad de escapar al medio marino. Finalmente, no deja de ser probable que los paijanenses ya hayan conocido el uso de la red para capturar cerca de la orilla peces de reducido tamaño y abundancia, como la especie “anchoveta”, “sardina”, “machete” y demás, cuando las condiciones de temperatura marina lo hayan permitido. Esto se puede hacer sin emplear embarcaciones. El dato etnográfico demuestra que los pescadores de Magdalena de Cao (provincia de Ascope) aun capturan peces con redes que instalan a nado cerca de la orilla de playa. Es posible que la red que supuestamente emplearon los paijanenses fuera similar a la que ahora se denomina red de "cortina” o "agallera", tal vez no tan avanzadas como las halladas por Bird (1948) en Huaca Prieta (Complejo El Brujo), que en un solo paño presentan diversos tamaños de cocos o aberturas, para capturar variadas especies o tamaños de éstas . De lo publicado hasta el momento sobre el Paijanense, no existen datos concluyentes a favor de la hipótesis del uso único de puntas de proyectil para capturar peces (Chauchat et al. 2006). Tal propuesta suponía la existencia de cazadores especializados en esta actividad, que no es factible de ser realizada a lo largo del año. Este planteamiento, desarrollado particularmente por Chauchat et al. (1992), dejaba en segundo plano el aprovechamiento de una fuente de proteínas más rentable como la carne de mamíferos terrestres de mayor tamaño (“venado de cola blanca” Odocoileus virginianus); asimismo, las oportunidades que brindaron los recursos de fauna menor (incluyendo invertebrados como el caracol terrestre) y flora, según hemos precisado anteriormente en su momento. En el aspecto tecnológico no se tuvo en cuenta otras posibilidades para cazar peces, desde la captura a mano, en particular cuando ocurrían las “varazones” hasta el uso de redes, trampas o arpones que no requirieron el uso de puntas líticas sino de material orgánico (madera, hueso, etc.). De otro lado, los arpones Chinchorro son una evidencia de la utilización de puntas de proyectil sin las partes perforantes agudas que tipifican a los materiales paijanenses, para los fines de la caza de fauna marina. En tal sentido consideramos que las puntas de proyectil paijanenses halladas a la fecha según su morfología no fueron empleadas en la captura de peces, no solo porque estas presas ofrecen una reducida área de penetración, si no que presentan una gran movilidad antes y después de ser empalizadas. En este último caso de no contarse con una punta adecuada (arpón), aun si es atravesado el pez existe el

riesgo de la pérdida de la presa. Además, el escenario a partir del cual se diseñó la propuesta no incluyó como elementos relevantes a los sitios ubicados a mayor altitud en el valle Chicama, en particular los de las nacientes de las quebradas. Por lo tanto, se sustenta en datos parciales del registro de huesos de peces de mayor tamaño que provienen mayoritariamente de campamentos más cercanos a la línea de playa, y no de los depósitos densos de los campamentos del interior, localizados cerca de manantiales y de cotos contemporáneos de caza de venado. Sin duda, la excavación de estos sitios hubiese reportado información significativa para aclarar la controversia sobre el uso de las puntas de proyectil. En esta perspectiva, la excavación de un basural alterado por estructuras tardías en la Quebrada Santa María, permitió el hallazgo de huesos de “venado de cola blanca” Odocoileus virginianus asociados a puntas paijanenses y en cola de pescado (Briceño 1997, 2000, 2004). No obstante, el grado de dificultad para alancear a una presa tan difícil como es la captura de blancos en movimiento, conlleva al riesgo de no impactarla en el intento ocasionando la pérdida de la punta lítica por rotura, y con ello de la inversión de trabajo para su manufactura (una labor manual de no menor de 8 horas en promedio), de ahí que es probable que este implemento fuera utilizado a muy corta distancia, esto es, cuando la presa estaba ya reducida (por acorralamiento, trampa o despeñamiento). Debemos destacar que posteriormente Chauchat et al. (1998: 157) aceptan que la hipótesis inicial es cuestionable como explicación única de la función de las puntas, y que son necesarias mayores investigaciones en zonas del interior. Sin embargo, estas investigaciones aún no han tenido lugar, por lo cual es más coherente pensar en la utilización de las puntas paijanenses típicas (con o sin parte perforante aguda) para la caza de fauna terrestre, por los argumentos ya expuestos, lo cual conlleva a la propuesta de estrategias diferentes para la captura de peces. Finalmente, no puede descartarse el significado que pudieron tener las puntas paijanenses típicas con partes perforantes agudas, como elementos de diferenciación de status al interior de estos grupos de cazadores recolectores.

EL TIPO HUMANO Los primeros restos humanos del Paijanense corresponden a dos varones cuyos entierros fueron localizados en la unidad 2 del sitio Pampa de los Fósiles 13 el año 1975, correspondiendo varios reportes preliminares a Dricot (1979), Chauchat y Dricot (1979), Lacombe y Chauchat (1986) y Chauchat et al. (1992). Posteriormente, Lacombe (2006a, 2006b) publicó a detalle los resultados de los análisis de antropología física. El varón de la Tumba 1 es un adolescente enterrado en posición decúbito lateral izquierdo y en posición fetal. Debido a que el esqueleto se hallaba en posición anatómica,

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COMENTARIO FINAL Desde la década de 1990 en adelante, las publicaciones realizadas sobre el Paijanense -como producto de trabajos de campo realizados por arqueólogos peruanos, franceses y norteamericanos- demuestran que, aún cuando se sabe que la ocupación humana sucedió entre Lambayeque e Ica -en términos longitudinales- y entre el antiguo litoral (Chauchat et al. 1992, 2006) y la parte baja de la sierra (Briceño 1994) en sentido transversal- cada vez hay nuevas áreas y sitios que vienen siendo incorporados al corpus de información precedente. Este es el caso del intervalle Virú-Moche (Becerra 2000b) y la parte superior del valle medio de Zaña y Jequetepeque (Dillehay 2011a, 2011b; Dillehay et al. 2009; Dillehay, Stackelbeck, Rossen y Maggard 2011; Dillehay, Maggard, Rossen y Stackelbeck 2011; Dillehay, Rossen y Stackelbeck 2011; Piperno 2011; Netherly 2011; Maggard y Dillehay 2011; Rossen 2011; Stackelbeck 2011), en la costa norte, a lo cual se suma la información de la costa norcentral (Bonavia 1991: 105-106; Uceda 1992a, 1992b, 1995: 32-34) y la costa sur (Bonavia y Chauchat 1990). Es evidente que aún estamos lejos de conocer en mayor detalle la ocupación Paijanense en tan extenso escenario geográfico, si bien es predecible que existan recurrencias en aspectos básicos de la ocupación del suelo, tecnologías, subsistencia, y -de otro lado- variaciones regionales, conforme lo demuestran los datos que se incluyen en este artículo.

Figura 23: Varón adulto paijanense procedente del sitio Pampa de los Fósiles 13, Unidad 2 (Basado en Chauchat et al. 2006: Fig. 63)

se concluyó que se trataba de un entierro primario. Además, no hubieron evidencias que indicaran que el cadáver haya estado atado, no se conservaban elementos de ajuar, con la única excepción de una vértebra perforada de “corvina dorada” (Micropogon altipinnis), que fue colocada a la altura del sacro. El relleno de la tumba sólo contenía carbones diminutos (Lacombe 2006a: 177-178; Figs. 60, 61, 65). El cráneo mostraba como particularidad una fuerte dolicocefalia y un aspecto general ovoide. Asimismo, se determinó que el adolescente tuvo 13 años de edad y una estatura de 136 cm. (Op. Cit.: 185, 186, 1999; Fig. 66). El varón de la Tumba 2 es un adulto enterrado en posición decúbito lateral derecho, con los brazos casi flexionados delante del tórax y con las piernas ligeramente flexionadas (Figura 23). El cuerpo estuvo ubicado encima de una capa de cenizas y brasas, procedentes de un fogón doméstico lo cual se infiere por las evidencias de microfauna. Se registró una pequeña cuenta de hueso y un fragmento de ocre en las cenizas. Además, unas improntas en posición transversal visibles en la parte superior del esqueleto sugieren que el cadáver estuvo envuelto parcialmente con elementos orgánicos. Se obtuvo un fechado radiocarbónico para el entierro: GIF. 3781: 10,200 ± 180 a. P. (Lacombe 2006a: 178, 181; Figs. 60, 62, 63, 64). El cráneo también presentaba una

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fuerte dolicocefalia y era muy largo y estrecho. Asimismo, se determinó que el adulto tuvo 25 años de edad y una estatura de 163,8 cm. en vida (Op. Cit.: 187, 189; Fig. 67). Con respecto a este importante hallazgo, se ha determinado que se trata de individuos musculosos y de talla elevada, planteándose que la dolicocefalia se deba a razones genéticas, sin descartar la acentuación de este rasgo a causa del aplastamiento producido por los sedimentos así como a razones culturales (deformación intencional) (Lacombe 2006b: 393). Además, las diferencias anatómicas de ellos con respecto a otros hombres antiguos como los de Lauricocha y Lagoa Santa, serían un indicador que desde los inicios del poblamiento de Sudamérica existirían variaciones en el fenotipo en esta parte del continente (Op. Cit.: 393-394). Otro hecho interesante se refiere al perfil facial de estos varones paijanenses, porque tiene similitudes con los ainos, melanesios, australianos y tasmanianos (Op. Cit.: 394-395), aunque su morfología general parece aproximarse a algunas poblaciones sub-actuales de la Patagonia (Op. Cit.: 396). Finalmente, en el rubro de las patologías, el adolescente presentaba “desarmonía dentomaxilar así como la presencia de pequeños dientes supernumerarios”; mientras que el adulto mostraba “…uso dentario marcado, regular (…) así como caries (…)” (Op. Cit.: 395).

Si a esto sumamos la creciente expansión de emprendimientos orientados a nuevos usos del suelo en los tiempos actuales, con el riesgo de la disminución de los espacios físicos donde aún es posible investigar el Paijanense, entonces deberíamos preocuparnos porque los arqueólogos peruanos de las nuevas generaciones se orientan en su mayoría a investigar épocas posteriores al Precerámico en su conjunto y, en consecuencia, hay menos interés por el Paijanense, particularmente en la costa norte. Por fortuna, los trabajos de Tom Dillehay y su equipo han cubierto un vacío en los últimos años; sin embargo, es imprescindible que las universidades nacionales alienten a sus egresados a continuar esta línea de investigación, que aún tiene aspectos pendientes de ser abordados y discutidos. En este contexto, el antecedente que destacaremos es el rol excepcional de la Misión Francesa en Cupisnique desde la década de 1970, al incorporar a estudiantes avanzados, egresados y arqueólogos peruanos en sus equipos de investigación y brindarles la formación suficiente como para realizar emprendimientos individuales y/o colectivos, con importantes contribuciones científicas (Uceda 1986, 1992a, 1992b, 1995; Gálvez 1990, 1992a, 1992b, 1993, 2000, 2002, 2004; Becerra y Esquerre 1992; Becerra y Gálvez 1996; Briceño 1994, 1995, 1997, 2000, 2004; Briceño y Chauchat 1998; Briceño et al. 1993, 1994; Becerra 2000a, 2000b; Becerra y Carcelén 2004; Deza et al. 1998; Deza y Munenaka 2004). Esta “escuela norteña” -como la denominó el Dr. Jorge Zevallos Quiñones- cubrió una etapa interesante que no ha sido continuada.

Adicionalmente, las investigaciones que se han venido realizando hasta el presente por arqueólogos franceses y norteamericanos han probado que la extensa área donde se han registrado evidencias paijanenses no es sino el remanente de un territorio mucho mayor (Richardson 1981; Chauchat 1987; Chauchat et al. 1992, 2006; Dillehay 2011a: 17; Maggard y Dillehay 2011: 93), parte del cual quedó sumergido al ocurrir el progresivo ascenso del nivel del mar. Y esto es algo que debe ser tenido en cuenta para toda interpretación del antiguo escenario geográfico de la época, así como las condiciones ambientales cambiantes en el largo proceso que tuvo el Paijanense, aspecto que aún no ha sido completamente esclarecido. Además, en base a las correlaciones entre los datos referidos a las ocupaciones paijanenses en la costa norte, norcentral, central y sur, queda probado que a lo largo de este territorio hay aspectos esenciales que son compartidos. Así, están definidas las recurrencias en los instrumentos característicos del paijanense (puntas de proyectil pedunculadas y unifaces) y la tecnología lítica en su conjunto, en las tres facies de ocupación básicas y en los recursos básicos que permitieron la subsistencia de estos grupos. No obstante, la ocupación de escenarios diferentes en suelo y recursos también dieron como resultado variaciones regionales reflejadas en los diversos tipos predominantes de materias primas explotadas, los pequeños cambios en las dimensiones y la morfología de las puntas de proyectil (Becerra 2000b: 60, 61; Chauchat et al. 2004: 9-11; Dillehay, Maggard, Rossen y Stackelbeck 2011: 219), las variantes en las facies de ocupación -fusiones como el campamento-taller en el valle de Chicama (Gálvez 1992a, 1992b), el taller de grandes lascas en el valle de Casma (Uceda 1986, 1992a, 1992b)- y, sin duda, el grado de importancia de la fauna utilizada en la dieta, entre otros aspectos. En este último caso, no hay ninguna prueba de la utilización de megafauna para la alimentación (Chauchat 1976: 16; Chauchat et al. 1992; Collina et al. 1992). La información acerca de la tecnología lítica no hubiera progresado de no ser por al aporte excepcional de la Misión Francesa en el campo de la arqueología experimental, que ha orientado en mejores términos el estudio de la cadena operativa para la fabricación de las puntas de proyectil pedunculadas. Aún más, a partir de ello se ha entendido la importancia excepcional del análisis de las lascas, sin lo cual es imposible entender la dimensión tecnológica expresada en un taller paijanense, la dinámica del uso del espacio, las piezas producidas, etc. La inclusión de arqueólogos peruanos en el proceso de trabajo que culminó con una publicación (Chauchat et al. 2004) devino transferencia importante de las herramientas metodológicas para este tipo de estudios. En tal contexto, la arqueología en el norte peruano tiene una deuda significativa con Claude Chauchat. Los temas de la movilidad y el sedentarismo, son aspectos claves de los estudios emprendidos por peruanos, franceses y norteamericanos. Si realizamos una apreciación general,

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nos hallamos ante grupos humanos adaptados a una región en su conjunto, y equipados para generar respuestas selectivas en cada ecosistema, pero también para establecer patrones de movilidad en búsqueda de recursos complementarios a los de origen local, así como para fortalecer los vínculos sociales entre grupos distantes. Se considera que estos grupos humanos pudieron haber desarrollado una forma de sedentarismo relativo en zonas especiales del interior (fondo de las quebradas) (Gálvez 2000: 52, 2004: 26). Ahí, los importantes asentamientos cercanos a los manantiales, aparentemente con mayor permanencia debido a la disponibilidad de suficientes recursos locales, pudieron haber desarrollado una agricultura incipiente, como parecen indicarlo el hallazgo de cultígenos en el valle de Jequetepeque y en el intervalle Virú-Moche (Becerra 2000b: 54; Dillehay 2011a: 17; Maggard y Dillehay 2011: 89, 90, 92; Piperno 2011: 276; Rossen 2011: 180). Asimismo, ya ha sido mencionado anteriormente la importancia de los batanes y piedras de moler, instrumentos que parecen indicar un sedentarismo incrementado (Dillehay, Maggard, Rossen y Stackelbeck 2011: 224; Maggard y Dillehay 2011: 81). Todo ello no sólo debe abrir espacios de reflexión, sino que obliga a reorientar la investigación hacia los grandes basurales de los campamentos de las nacientes de las quebradas e iniciar una investigación de largo aliento en los asentamientos paijanenses de la parte media y alta de los ríos que desembocan en los valles de la costa norte, proyectando el área de interés hacia el valle bajo y el litoral (lagunas costeñas, boca del río). Además, la ocupación paijanense no puede ser dimensionada sin el conocimiento de la tecnología del abrigo. Los diversos aportes en este sentido tienden a cuestionar el término “sitios al aire libre”, sobre todo si tenemos en cuenta que los paijanenses construyeron viviendas y/o abrigos con el uso de recursos locales (Gálvez y Becerra 1995; Chauchat et al. 2006: 380-381; Gálvez y Runcio 2010; Maggard y Dillehay 2011: 88; Dillehay, Maggard, Rossen y Stackelbeck 2011: 205-207), es decir, sus espacios de habitación no estuvieron expuestos a la intemperie, como se supuso a priori en una etapa de las investigaciones cuando no se disponía de mayores datos sobre el espacio construido. La temprana tendencia al sedentarismo no tendría sustento sin el requisito de espacios cubiertos. El hecho de que las actividades de apropiación de los recursos se hicieran en espacios abiertos no se contradice con la crítica al término cuestionado. La función de los instrumentos en su conjunto es una de las tareas pendientes en el estudio del paijanense. La función de las puntas de proyectil ha sido objeto de diversos argumentos (Chauchat et al. 1992, 2004, 2006) y de una

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discusión al respecto (Gálvez y Quiroz 2008). Los datos expuestos tienden a fortalecer el empleo predominante de este tipo de implementos para la caza terrestre, en especial del “venado de cola blanca” (Odocoileus virginianus). En el futuro, y en los casos que fueran viables, es pertinente realizar el análisis de huellas de uso para los diversos implementos paijanenses. Además, la información disponible para el valle de Jequetepeque -incluyendo dataciones (Maggard y Dillehay 2011: 85-86)-, donde fueron halladas las puntas de proyectil paijanenses y en cola de pescado obliga a revisar la hipótesis de una mayor antigüedad de las últimas (Briceño 1997, 2000, 2004; Chauchat y Briceño 1998); por el contrario, éstas resultarían ser evidencias de ocupaciones de muy corta duración, que no han dejado mayores pruebas que estos implementos, en contraste con el caso del Paijanense (Dillehay 2011a: 21; Maggard y Dillehay 2011: 77, 78, 79, 85, 86, 87, 89). Este es un tema de gran importancia que amerita más investigaciones en busca de evidencias adicionales, que hagan posible discusiones con un sustento material consistente. Finalmente, un aspecto fundamental que concierne al tipo humano revela particularidades en el fenotipo de los paijanenses en relación a otros restos humanos de Sudamérica y plantea -de un lado- una línea de investigación que debería ser continuada con excavaciones arqueológicas interdisciplinarias en los escenarios de la parte alta de las grandes quebradas y -de otra parte- la publicación de los informes referidos a los importantes estudios sobre antropología física a cargo de la Misión francesa en Cupisnique en las quebradas de Cupisnique y Santa María entre 1987 y 1988 (Lacombe 1992, 1994). En suma, la información que ha sido incluida en este artículo refleja el carácter dinámico del tratamiento del tema del Paijanense, el cual tiene un soporte material que ha permitido estructurar un corpus informativo de los rasgos esenciales que caracterizaron a los primeros ocupantes de la región norte de los Andes Centrales. El resto queda abierto para que el desarrollo de nuevas iniciativas científicas nos aproxime a la comprensión de una de las épocas más importantes de la prehistoria.

Agradecimientos Agradezco a Duccio Bonavia (1935-2012) por su valioso asesoramiento, crítico consejo y generosidad durante y después de mis investigaciones sobre el Paijanense en el valle de Chicama; a él y a Claude Chauchat debo el aporte a mi formación profesional. Asimismo, a Tom Dillehay y Santiago Uceda, por su amplia disposición a compartir sus datos, bibliografía y amistad. A María Andrea Runcio debo la revisión exhaustiva del manuscrito.

ANEXO I LISTA TIPOLÓGICA DEL PAIJANENSE UTILLAJE TALLADO UTILLAJE ORDINARIO 1. Utiles a posteriori 01.0 Cuchillo de dorso natural 01.1 Cuchillo de dorso natural atípico 01.2 Lasca retocada o utilizada 01.3 Chaira 01.4 Pieza de filo usado 01.5 Piezas machucadas 2. Raderas 02.0 Raspador 02.1 Raedera simple 02.2 Raedera doble 02.3 Raedera convergente o ladeada 3. Unifaces 03.0 Unifaz típico puntiagudo 03.1 Unifaz típico redondeado 03.2 Fragmento de unifaz típico 03.3 Esbozo de unifaz 03.4 Raedera o unifaz atípico 4. Becs y picos 04.0 Bec o perforador 04.1 Bec por muesca simple 04.2 Bec macizo o pico 5. Escotaduras 05.0 Escotadura clactoniense simple 05.1 Escotadura clactoniense múltiple 05.2 Escotadura retocada simple 05.3 Escotadura retocada múltiple 05.4 Escotadura múltiple mixta 05.5 Escotadura entre abruptos 6. Utensilios compuestos 06.0 Escotadura-denticulado 06.1 Escotadura-raedera 06.2 Raedera-denticulado 06.3 Escotadura-bec 06.4 Denticulado-bec 7. Denticulados macizos 07.0 Denticulado tabular simple 07.1 Denticulado tabular simple convexo 07.2 Denticulado tabular doble 07.3 Denticulado tabular convergente o complejo 07.4 Denticulado muy elevado simple, recto o cóncavo 07.5 Denticulado muy elevado simple convexo 07.6 Denticulado muy elevado doble 07.7 Denticulado muy elevado convergente o complejo 07.8 Denticulado muy elevado circular 07.9 Denticulado macizo atípico o diverso 8. Denticulados ordinarios 08.0 Denticulado simple recto o cóncavo 08.1 Denticulado simple convexo 08.2 Denticulado doble 08.3 Denticulado convergente complejo

08.4 Denticulado circular 08.5 Denticulado entre abruptos 08.6 Denticulado atípico o diverso 9. Micro-denticulados 09.0 Micro-denticulado simple, recto o cóncavo 09.1 Micro-denticulado simple convexo 09.2 Micro-denticulado doble 09.3 Micro-denticulado convergente o complejo 09.4 Micro-denticulado circular 09.5 Micro-denticulado entre abruptos 09.6 Micro-denticulado atípico o diversos 11. “Pebble-tools” 11.0 “Pebble-tool” 12. Diversos

UTILLAJE BIFACIAL A. Bifaces Tipo 10: Pieza con retoque mínimo Tipo 11: Bifaz tipo Chivateros Tipo 12. Bifaz Chivateros regularizado Tipo 20: Pieza foliácea bifaz Tipo 30: Pieza “desviada”: ensayo o esbozo de aprendiz Tipo 99: Bifaz diverso B. Puntas de proyectil Tipo 0: Fragmento de punta atípica o no terminada o con falta de pedúnculo Tipo 1: Fragmento de punta típica donde falta el pedúnculo Tipo 10: Punta de proyectil foliácea Tipo 11: Punta de proyectil triangular Tipo 20: Punta de proyectil de pedúnculo ancho Tipo 21: Punta de proyectil atípica Tipo 22: Punta de proyectil típica Núcleos Tipo 0: Núcleo tabular o prismático Tipo 1: Núcleo piramidal Tipo 2: Núcleo discoidal Tipo 3: Núcleo globular Tipo 4: Núcleo informe Tipo 1.6 pieza esquirlada Tipo 10: Discos Tipo 10.1: Poliedro Desechos UTILLAJE NO TALLADO Tipo 30: Guijarro o percutor Tipo 31: Mano de moler Tipo 32: Piedra de moler (batán) Tipo 33: Pequeño guijarro o gravilla Tipo 34: Colorantes Tipo 35: Rallador Tipo 36: Paleta Tipo 39: Diversos

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CHAN CHAN AY E R Y H O Y

Revista Arqueológica SIAN


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