JAZMÍN INACABADO
Francisco Garfias
No hay melancolía sin memoria ni memoria sin melancolía. A la memoria de Don Francisco Garfias López He recibido la triste noticia y aunque esperada, se me ha sobrecogido el corazón, amigo Curro. Tú te vas y nosotros seguiremos como si estuvieras entre nosotros; porque tú no eres sólo tú. Tú eres tú y tu alma, y ésta queda perfumando desde Santa Juana, la espadaña de la torre, todos y cada uno de los rincones de tu pueblo blanco lleno de colores por tu fresca, profunda, rica y emocionante poesía. ¿Qué puedo hacer por ti, don Francisco?: ¿Escribir? -escribir a penas me atrevo después de leerte tanto, ¿Rezar? – rezar no me acuerdo después de tanto tiempo sin hacerlo, ¿Lamentarme? – El lamento es la actitud del fracaso y la muerte nunca ha sido un fracaso y mucho menos para ti, creyente y hombre de fe. Pienso en ti y parece que te intuyo, ya sé que puedo hacer por los jóvenes, por los no tan jóvenes, por tu pueblo, por la provincia entera, por Andalucía por los hispanos hablantes y ¡Cómo no! Por toda la humanidad, pues ésta ha sido tu misión en tu etapa de humano, trabajar desde tu pluma, desde tu privilegiado talento, desde tu sentido y roto corazón, desde la palabra. Esa palabra que ha manado decenas de años desde la más honda intimidad y ha tenido el valor, la gallardía de no guardarla egoístamente, como hacemos muchos en la privacidad de nuestro ego, y proclamarla y regalarla y recitarla a todas y a todos aquí y allí al mismo tiempo. He recibido la triste noticia y ya sé, gracias a ti de nuevo, qué puedo hacer desde este mismo momento. Sentarme delante del ordenador y desde la tristeza porque te vas, desde la melancolía a tu memoria, teclear para nuestro alumnado del Instituto de enseñanza que honorablemente bautizaron desde su inauguración con tu nombre y para que, a través de la red de redes, puedan más que leer, disfrutar de una de tus obras en la que pinta con esas palabras polícromas y mágicas los lugares de tu pueblo y del entorno, a tu Moguer, a nuestro Moguer… Con la triste noticia porque te vas, se me quiere escapar un adiós, amigo Curro, pero aguanto el sollozo y me pongo manos a la obra, porque antes de que te reciban los ángeles, antes que la tierra vuelva a la tierra, en este periodo de vigilia, me comprometo a cumplir con el encargo de tu siguiente estación… Dar vida a la vida, inacabada como el jazmín, enterrada la muerte…¡Un fuerte abrazo y hasta siempre!. Moguer, 26 de Octubre de 2010 José Antonio Tello Díaz.
La Comunidad Educativa del I.E.S. “Francisco Garfias” se siente huérfana en el día de tu partida.
1
CEREMONIA DEL JAZMÍN El sur es un jazmín inacabado. Invade el dulce olor los litorales. Se deslíe la plata en su blancura. El tacto incendia nieves increíbles. Goza la mano lo que el ojo indaga. Cerca está el jazminero. Se concreta el sur en él como un azúcar líquida. Como sales de lunas ofrecidas en andaluzas copas jazmineras. El sur de los jazmines. El aroma en las crestas nevadas del asombro. La gloria casi azul de las almenas. La cal tan coronada. Los tritones de pórfidos nublados. Los jinetes que se llevan la noche. La muralla por donde trepa el sol de las auroras en tanto el surtidor, en solitario, sube al limón y muere. Dan jazmines de sangre las muchachas. Jazmines en los pechos como brújulas. Carne de los jazmines. Carne fría de la biznaga de la tarde. Mirlos que trepan por los cuellos de jazmines. Lo blanco aquí en el sur tiene su nombre y jazmín se apellida esta blancura. ¿Habéis cogido, regido, alzado un jazmín con el alba? ¿Habéis trenzado jazmines con jazmines de agonía, jazmines a dos bocas, a dos lunas, a dos penas también? Andalucía se queja aquí en el blanco de la muerte, en el peligro intacto del jazmín. Marfil y nácar para los harapos, espumas resbaladas y sutiles por el filo muriente de los oros, por la cornada gris de la pobreza. Cristales que se empañan y columbran, pequeñísimas velas que zozobran en la marea de la soledad. Olor agudo. Ondeador remate. Mantel de aroma en donde muere el cisne. Andalucía acaba aquí y empieza. Se muere y nace aquí. Por la blancura ceremonial y fiel del jazminero.
2
MORADAS DE SUR No tengo escape están aquí, o allí, locas, gritando. Hasta un ala de mar me está llamando desde el clarín salado de la ría. Hasta un pinar que fue mi angelería me está, desde su friso, angelizando. Hasta un trozo de muerte que, esperando, se muere más de muerte cada día. El sur, el sur, me llama y me retiene bajo tres cruces, sobre siete espadas. Brújula sin fanal, grito que arde. Adviento loco. El sur es lo que viene para inundar de sendas y moradas mi viejo corazón en esta tarde.
SEMANA SANTA A Manuel Fernández Calvo
El azahar del sur, puro, reposa en los escalofríos del portento. Un aliento cachorro en el cimiento y una lágrima virgen por la rosa. Los habares en flor. El macilento rito de la Verdad pugna y acosa. Por el naranjo al sol la dolorosa punzada de la cera sobre el viento. Agonía del sur. Lenta agonía por la que el aire cita, clama y vierte su verónico paño sin memoria. Andalucía muerta. Andalucía glorificada por su propia muerte, crucificada por su propia gloria.
3
ELEGÍA EN SEVILLA A la memoria de Joaquín Romero Murube. Renaces como Venus aunque el polvo y la sombra amenacen la pátina delgada de tus oros. Guadalquivir sin ramos te contemplan, fuentes enmudecidas, ortiga, musgo, óxido, y jaramago itálico caído sobre el torso desnudo de un dios decapitado. Te vas pero te quedas como un dosel de agua que no pasa del todo, con un rumor de palmas, laberinto de capiteles, alas y celajes, proas de palios, rubias torres, morenos alminares, calados ajimeces, palomas y equilibrio… Y barrocos retablos, Hornacinas, cruceros, arbotantes surgiendo de las cales más humildes como flores de piedra. Y las campanas, corazones que mueven tu sistema arterial. Cae el oro de las Indias sobre la salomónica columna. Un musgo de latines, un bisbiseo, un repujado asombro de la plata batida en las credencias. Incensarios colgados en naranjos de abril. Y por los Cristos muertos, entre claveles, un relámpago de escalofrío, una agonía de relente enjugado tan sólo por los pañuelos leves de las Vírgenes niñas. El aire mueve el verso. Tose Bécquer. Agitan los pañuelos sus adioses. Hay un vislumbre de azucena antigua, una espiga de oro, un fanal de jacinto, un encaje, un pelícano, un corazón sangrante, un leve conopeo. Despojo de belleza. azahares de espuma. Pomos, clavos, llamadores que ciegan, cachorros que agonizan, guitarras que recortan madrugadas, niños gitanos que en la noche cantan como ángeles morenos de Melozzo da Forli. Ángela de la Cruz entre albahacas. Y una hoguera de lumbre sorprendida en las cúpulas.
4
Ixbiliah. Aire con aire, Enhebrados jazmines. Blanco de España. Albero. Sangre de toro. Ixbiliah de la fuente, del surtidor nocturno, de la almena y la alquimia, de la azulejería asimilada, del esquinazo jazminero y de la incorporada moradura de la rampante bugambilla. Rebaño de las torres y de las espadañas, llagas de patios, jaramagos ilustres, rosales de Mañara, blasones del olvido, títulos de muerte (Valdés Leal haciendo su disección). Sevilla: cuerpo de enamorada que no se va del todo pero que se nos va. Justa y Rufina asoman sus rostros de Murillo, sus perfiles de loza trianera sobre aljarafes tiernos de alero y de blancura. Isidoro y Leandro remueven las candelas de un Corpus repujado bajo cielos de junio cuando el naranjo aprieta su sed junto a la fuente y el árbol del amor emerge en su amaranto. Almotamid deshoja el lirio de sus versos en la pupila quieta del agua de una fuente del Alcázar. Por la calle Cabeza del Rey Don Pedro crujen los huesos del monarca. Y María Coronel (es dolor de la hermosura) tiene el rostro deforme por el aceite hirviendo de las regias calendas, por el tábano ansioso de la carne real. Da el sol en los compases. Hay yemas en los hornos de clausura. Una mano de nieve va recortando obleas entre azulejos y altas cornucopias. Madrugan los latines. Tiemblan las espadañas y el Giraldillo mueve la página del aire. Te vas pero te quedas aunque el polvo amenace tu cintura. Guadalquivir refleja tu asombro desvelado. La corriente se hace constelación barroca, reflejo fugitivo de cal precipitada, fuste de agua doliente, capitel de crepúsculo que no se acaba nunca.
5
EN LA TUMBA DE BÉCQUER A Francisco Mena Cantero.
Estás aquí en tu última y prolongada rima inacabable. Bajo una piedra. Bajo un nombre. Bajo un olvido quizás, en esa brizna de gloria inadvertida que se enreda y se pierde, trastornada, en tu gloria mayor, Gustavo Adolfo. Estás aquí, en tus huesos, simplemente; en tu rima asonante sostenida, en tu son verdadero, lejanísimo del torpe manoseo: glorieta, golondrina, tos, postal, abanico, velada, vicio lírico…; olvidado del tópico, aislado y defendido el untuoso lugar común, de la voz de falsete o semifusa, del cursi balanceo ateneístico, de la tramoya fácil… Una Sevilla leve, casi invisible, entre jazmín y aire, entre geranio y agua, entre azucena y campana, te vela y te sostiene -más que ceniza, trino encenizado, más que palabra, acorde permanente, más que rumor, silenciodesde un tierno compás con azahares, desde un verdín de fuente o un ángel giraldino y campanero… Ay, muerte vida, ay cristalina muerte, silencio con temblor de arpa dormida, sombra con luz y música con tiempo. Sólo en esta Sevilla inaccesible se levanta tu olvido – tu memoria – definitivamente, enhebrado, cogido, suspirado en tu gloria total, Gustado Adolfo.
6
RUTA DEL GUADALQUIVIR A Carlos Murciano. Bajo el telón de fondo de la sierra Morena y orquestal. Bajo el resuello De los órganos pétreos donde el viento Sube en arpegio duro y destemplado, - huele a tomillo el aire y sus campañas – hacia el júbilo terso de la mar. Los campos se insinúan Ágiles y quebrados. Campos rojos De olivos, por Cazorla, Donde el río solloza entre pañales, Río niño-tritón, jinete apenas, Río adelfero y verde por Andújar, - fustes romanos con sanrafaeles – Y eral de rumbo por el arenal De Sevilla sí, al paso, Le clava la Giralda su garrocha De plomo perfumado O le pone la luz, ente cerámicas, Una brújula antigua en el escorzo. Ganaderas orillas. El viajero Va colgando miradas, gestos, ímpetus, Tendiendo su alegría en los olivos O en el aliento de los naranjales, (Genil de nieve, Guadajoz, Guadaira, Guadalimar, Guadiato, Guadalete…) Estamos ya cogidos por la copla. Tomados por un viento de milenio. Arañada la voz de viejos duendes. Arrebatados por el son del cante O por el otro son del agua: de ay Que lastima o que hiere Al pasar por Triana. El olé fino Por Gelves, Coria o Puebla. O la orillera Pajarería de Doñana. O la tremoladota muerte altiva De Bonanza, ya toro desangrado, Arrastrado por olas que lo inundan, Descabellado ya por la marea (grimpolones, trinquetes, Faros, levantes, mástiles y proas) En el Cádiz tres veces milenario. No es posible el retorno. No hay escape Posible junto al mar. Aquí quedamos Alanceados para siempre Por un morir despacio, por un lento Morir de no morir, en la pequeña, Atroz y deshojada Muerte del sur, desesperadamente.
7
CAMINO DE HUELVA A SEVILLA A Rafael Rodríguez Ir muriendo de amor, de abril o mayo, es caminar este camino. Queda Huelva en su luz, empavonada entre el Odiel y el Tinto. Huelva resbaladora, esmerilante, pórtico halagador, ángel cobrizo. Por Niebla ya es atajo la hermosura, barba de adobe y sangre por el río. Escarcha diseñada en los aleros, en la Palma el asombro es equilibrio: nieve atrevida alzada hasta su torre. El padecer antiguo tiene una luz de alcores por Villalba. Por Manzanilla rueda un son de amigo, azul flotando entre esmeraldas ciegas. Y hasta Sanlúcar llega, de improviso - guirnaldas naranjeras, ruiseñores – un estremecimiento repentino Jazmín y adelfa empujan hasta Gines, clarín de luna, transminar del mirlo, nostalgias de romanas azucenas… Y en el vértigo mismo de Castilleja, sola y aljamiada - ya Sevilla en el éxtasis – sentimos, giraldillos de sangre por los pulsos, como un escalofrío.
PUENTE DE TRIANA A Pepi y Manuel García Viñó. Aquí Triana, sí. Y aquí Sevilla. Abril o Mayo. Aquí la primavera. Y aquí el Guadalquivir dando dentera. Dando cielo y amor, de orilla a orilla. Si Triana se vuelve enredadera, Sevilla es toda plinto, bugambilla o columna romana: nave, quilla, torre, aguja, compás, cal y bandera Bandera, cal, aguja, añil, donaire… ¿Por Sevilla o Triana? Monta tanto. Río varón. Mujer en celosía. Verde milagro azul. Aire que el agua de la gracia enceló. Desnudo acanto. Capitel capital de la alegría.
8
GRUTA DE LA MARAVILLAS Suben y bajan esmeraldas locas y gotas de luciérnagas veloces. El amontonamiento del asombro. Y el vértigo. Bajan y suben ópticos corales, las corrosivas aguas que taladran. Prodigios que se hielan, repentinos. Y el salmo. Un socavón de luna macerada. Una cristalizada sinfonía. Nieves antiguas, sábanas de azúcar. Siglos y siglos. Intermitentes escaleras frías y perforantes gotas que no tiemblan. Un ojo de agua hilada que no ha visto trigos ni almendros. ¡Qué primavera pétrea tan osada! ¡Qué azul antigüedad la de estos lagos! Pupilas que no ven, que no reflejan torres ni chopos. Formas sin luz, ocultas humedades Vegetales con tallos desahuciados. Frío del grito, corazón del miedo. Nervios rampantes. Osamentas de edades que se fueron. Jardín petrificado bajo el agua. Luciérnagas de sal. Génesis lento. Mujer de Lot.
EL COLOR DE LA GIRALDA ¿Qué color su color? Una amalgama de ala, barro, resol, luna y delirio. Color desamparado de alto cirio. Color de copla, sien, cera y aljama. Un color sin color. Color de llama. De pena antigua amanecida en lirio. Color de palma enhiesta de martirio. De cordobán, de trigo o de retama. Justa y Rufina le pusieron flete en pañales cristianos, por entonces, y le cantaron nanas en mantilla. Y luego, bautizando el minarete, con giraldillo, azucenón y bronce, se alzó, sin color ya, sobre Sevilla.
9
CÓRDOBA Para Pablo García Baena
Casi ciudad. Apenas azucenón caliente, enfebrecida escarcha, mármol con sangre, púrpura y arcángeles volantes multiplicados: Córdoba. En el silencio casi, en el casi rumor, en el agua del casi Guadalquivir, en la pequeña y blanca muerte del azahar, sentimos el clariver, la gracia, el trasminar, la forma del equilibrio, el súbito impacto deslumbrado de la medida: Córdoba. No Séneca, ni el denso Lucano, ni el barroco Don Luis… El equilibrio no tiene nombre propio. Las palabras no son alas para este arcángel del vivo pez. La lumbre nace de lo no dicho, de un aliento de ascuas, de un arrebato lírico de mudez, del incendio de lo callado: Córdoba. Córdoba inusitada, San Rafael caliente que moja el pez, lo tiñe en suspiros quebrados, en luz de escalofríos, en naranjel de espumas, en aguas del llorar, en limón antiguo de la belleza: Córdoba.
10
HOMENAJE A GÓNGORA A Luis Jiménez Martos.
Bajo el esdrújulo, bajo la metáfora, bajo el hipérbaton serpeante, bajo Cristos de plata cordobesa, Don Luis de Góngora. Bajo el naranjo, bajo el agua rota, bajo el mármol solar de los califas, bajo un bosque de vivos capiteles, Don Luis de Góngora. Bajo el tisú crujiente en la casulla y el limoso tisú, fresco, en el río, bajo los minaretes y los salmos, Don Luis de Góngora. Bajo el templo romano de los óleos, bajo la soledad de las gumías, bajo Roma y Damasco, entre dos aguas, Don Luis de Góngora. Bajo barrocos cielos de palabras y gongorinos patios con limones, bajo el oro frutal de las custodias y el cuero repujado de las torres, bajo el dolor del agua y su latido, bajo el hacha florida de los líctores, Don Luis de Góngora. Abderramán y Séneca te miran descender al eterno paraíso, y Victoria y Acisclo te protegen con jazmines desnudos y campanas. << Oh, patria, oh, flor de España…>> Todavía Córdoba azucenaza en tus orillas, florido endecasílabo de luces, Don Luis de Góngora. Todavía Lucano sobre un plinto y en el campo de verdad San Rafaeles, y todavía el pájaro de la lima, Don Luis de Góngora. Y tú, bajando, asciendes todavía, señor Don Luis, canario encandecido, fragua de un yunque donde está la gema ardida en ojo si nacida en nieve.
11
Descansa y duerme. Córdoba te vela. Descansa y sueña aljofarados sueños. Polifemo te cubre y te recama, Don Luis de Góngora. Y un asombro de pájaros te acrecen por tanta soledad de <<Soledades>>. Duerme tranquilo, orfebre, farol, luna, Don Luis de Góngora.
CONTEMPLACIÓN DE CÁDIZ A Francisco Montero Galvache.
La cola azul del viento aquí me trajo. Relámpago de cal, rayo nervioso, gritos de banderolas y cometas, crisantemo morado de crepúsculo, nieve de sal, nereida voladora, jinete de las olas almenadas, tritones de los puertos sumergidos, nácar de luna y frío en los esteros, arcángeles con brumas de sargazos, corzas azules, ajedreces locos de algas y silbos, papagayos leves musicados por trenes marineros, delfín que salta por la comba abierta del intranquilo labio de la espuma, torres al aire, azúcar en las cúpulas, ingrávidas gacelas giratorias, plazuelas como palcos encalados, delgada murallita de canela, flor de papel que el aire glorifica, sorbete de sal dulce en las esquinas, limón y menta, Cádiz, por mis ojos hoy húmedos del zumo deslumbrado de tu bahía azul inolvidable.
12
PUEBLO MÍO Pueblo mío, pueblo de trigos, viñas, antiguos eucaliptos y campanas. Hoy traigo, a duro esfuerzo, mi golpeada sangre hasta tus sienes. Aquí está, a duras penas, mi corazón hablándote. Trepa mi verso por tu muro de cal enajenada, como un clavel sediento, como un clavel muriendo en tu blancura. Porque toda mi vida fue un volver a su origen como el río cansado quiere volver, de pronto, a sus manantiales decisivos. Sueño con tu pan cereal dorado de sol viejo, con tu aljamiada estirpe de torres y espadañas, con tus montemayores asombrados donde vive, mirando siempre al valle, una Niña miniada, labriega y milagrosa. Oscila tu esplendor. Muda la brisa un frescor o un perfume. Acerca abril sus lunas y sus mirlos, la humedad de un arroyo inadvertido, la antigua sequedad de tus bancales, tu helado azul de luna sorprendida, como un brote de junio en los sarmientos, como un grito de júbilo y de sangre en los amapolarse encendidos, como un olor a piña abierta en el verano, como un humo de leña o un follaje de verde sensitivo. Hay rumor de campanas sobre el mar y los trigos, sobre los trigos que la mar despierta, Como una mar triguera que tira de ami aliento. Y así te voy poniendo en tu cintura, en tus sienes de aleros coronadas, en tu frente de lauda y siempreviva, en tu pecho de aceñas y molinos, la pobre flor de mis palabras, el jaramago de mi canto, palabras que se cruzan y se abisman sobre una pena antigua de cipreses, que rebotan ardiendo en tus cristales como avispas de lumbre. Palabras que te doy llenas de sangre viva. Palabras, sí, palabras, pues no tengo otra cosa que darte, pueblo mío.
13
EN LA TUMBA DE J. R. J. A Francisco Hernández-Pinzón
I La muerte, <<esa madre nuestra antigua…>> Tu muerte y Dios. Aquí estás y aquí te vengo a poner mi verso. Yo que te vi vivo en mi sueño y muerto en mi desazón, vengo a poner esta espiga ruda en tu piedra con sol. Aquí tú, cerca del río crecido. Y aquí mi voz para decirte, poeta puro, que lo puro no era aquello que decías, que lo puro es esto de hoy: la piedra gris que te cubre, la yerba que te creció, este verano maduro, reseco, sin una flor, y la nube que te enfría y el ave que no cantó. Lo puro es el pueblo ardiendo entre cal y el resol. El mar que dice a lo lejos sus versos sin editor. Pena sin letra impresa. Dolor sin plomo, dolor adolorido y silente como lo dispone Dios. II La muerte, <<esa madre nuestra Antigua…>> Y la eternidad. El campo es un toro ardido, un caliente colmenar, un mugido desatado que quema la soledad. Rastrojos son tus <<jardines lejanos>>. Y el pueblo en paz, ceniza de tu <belleza>, bruma en tu <estación total>. Tú, por dentro, lo sabías.
14
Todo es arena fugaz. Los otros no lo supieron ni han de saberlo jamás. La madre que llora al hijo: ésta es la fuerza sin par. Aquella página en blanco, aquel verso sin final, aquel silencio de muerte y resurrección ya está lleno de la letra viva que nunca se escribirá. Ya eres poeta en poema verdadero, sepulcral. ¿Lo demás? Te sobra todo lo demás. ¿Qué es lo demás? ¿Acaso esta <madre nuestra antigua> y la eternidad?
III El viento en los pinos. Yodo súbito. Abierto confín. Platero suda en las eras sin mariposas. Añil quemante en el alto cielo. Llora un niño. El toronjil amarga. El romero muerde seco desde su raíz. El agua - ¿dónde está el agua?se queja. Está de perfil la vida y tiene los ojos morados de no dormir. De tu oro puro nos queda el <<sin fin de tanto fin>>. de aquella letra aljamiada, del aljamiado festín de tus incisos, la huella de una verdad; de tu abril, el escozor de saberte tan por encima de ti. Es olvido, no recuerdo, tu gloria de hoy para mí. La muerte, <esa madre nuestra>, lo dice en tu piedra gris.
15
RONDA Levantaron la piedra, hundieron el asombro, enhebraron la luz con el vértigo puro y nació Ronda. Nadie supo de dónde, ni por qué, ni si era el tiempo enloquecido, la detenida furia. Sólo se sabe que quebrase el duro resuello de la sierra, que el ímpetu caliente del agua en la osamenta volvió al revés la forma y que Ronda nació, martirizada. Vinieron martinetes voladores, vinieron nubes de cielos trágicos, ráfagas de agonía, y el agua bajó, sola, al abismo sin fondo por donde desangraba un suicidio indecible. Ni la copla, ni el roce de la cal repetida, ni la gracia parada del alero caliente, ni el sueño sostenido de campanas y rejas, ni el vuelo de los pájaros pudieron ya detener el grito.
EL TINTO A Hugo E. Pedemonte. Tu rúbrica es la lama. Te define un golpe de marea en los esteros. Y en la curva rojeas, indolente, y vuelves tus cien ojos a los trigos o te remansas en los eucaliptos. Nacido de la mina, Niño desamparado en tus pañales De pirita y desgracia, llegas, roto A los muros de Niebla y, sofocado de hierro y calentura, copias torres y almenas desoladas en sangrientos crepúsculos nostálgicos de pólvora y pendones. San Juan te roza, sincopado, el pecho. Luego Moguer te ofrece endecasílabos y Palos su pragmática. Te hinchas. Azulea tu sangre. Y, en La Rábida, sayales y bitácoras te nombran en un latín de coro marinero. Desde el pinar la brisa te reclama cuando ya no es posible. Se quiebra tu cintura y el susurro de niño pobre, avergonzado y trémulo. Y tu pecho de luz, tan molinero, se hunde en el mar de América.
16
LAS VIEJAS ANDALUZAS La siesta es un faisán de lumbre y de reposo. Si algo suena en su anillo es el roce sedoso de una enagua, o el vientecillo en el geranio, o un pregón lejanísimo. Y, mordiendo el silencio, pasan las viejas andaluzas. Olor de los rastrojos que viene de las eras. Alhelíes calientes. Un agua que gotea en el silencio de ópalo. Arde la siesta en ese sol que enerva los jazmines. De negro, de abanico, de violeta, las viejas andaluzas cruzan despacio la desierta plaza, mientras sube el verano por la torre caliente al viejo azucenón de bronce que mira a la marisma. Justa, Coral, María Francisca, Pepa Joaquina, Concha, Victoria, María Ana… Los nombres se me enredan. No quisiera olvidar uno solo pues todos forman parte de un balanceo antiguo que me ciega de pronto: arriates y vísperas, avispas, albahacas, zaguanes entornados, frescor, resol, helechos, búcaros, bisbiseos y goznes, hortensias, patios íntimos, ajimeces de cal y rejería, tolvanera, racimos… Pasan las viejas andaluzas: sándalos y carnales tristezas, ya cinturas deshechas y abatidas, ruinas en el ébano que fue, caídos gallardetes, música para ciegos, miradores tronchados, desahuciados arneses en el helor del tiempo. Mis ojos las contemplan por encima de fechas y accidentes La plaza gris, redonda, de plomo derretido, es un aljibe espeso para esta pesadilla que me asiste, que me lleva y me trae prendido en su arrebato, en su zumbar de estatuas que ya no son ni fueron. Pero las viejas andaluzas no ven nada, no escuchan. Cruzan, pasan, caminan hacia la eternidad.
17
MOGUER Tanto te nombraron. Tantos que el alma se te hizo carne. De tanto nombrarte, sólo te quedó un nombre imborrable. Los pueblos tienen su alma como la llama su aire. ¿De qué color es la tuya que se me escapa esta tarde? Del color de aquella huída que no tiene quien la ampare. Te estoy nombrando sin voz. Sin eco, por no gastarte. Entre-dientes y entre-ojos, a medio sorbo distante. La palabra que no dije de pronto se me hizo sangre. Te dije campo y te supe rumor de pinos y mares. Te dije padre o te dije clariver. Y fue bastante. Agolpado, a sol y sombra, entreherido, desolado, tú, innombrable. Todo el campo a tu cintura sin que tú te sobresaltes. Todo el campo enajenado alrededor de tu talle. Y yo, tu nombre, soñando. Y yo, sin nombre, soñándote. Creciéndote en el costado como un recuerdo de nadie. Me puse a nombrar tu nombre para ver si así, nombrándote, el pecho se me ponía como el pecho de la tarde. Tú por el azul. Yo a solas por tu blancura de jaspe. La forma de mi pensar tienes de tanto pensarte.
18
NOSTALGIA DE CÁDIZ
Se me llenan los ojos de sal, Cádiz, cuando te nombro. (Era de noche y un temblor de tango y de fiebre dormía por la playa). Se me llenan los ojos de estrellas, Cádiz, cuando te pienso. (Era el amanecer: era un chasquido de agua, cielo y aire). Se me llenan los ojos de luz, Cádiz, cuando te sueño. (Era en un mediodía. Se yodaban las redes del deseo). Se me llenan los ojos de arena, Cádiz, cuando te olvido.
CANCIONES CAMINO DE SEVILLA A GRANADA
I La luz estaba en Sevilla -luz amarilla y morada-. La luz estaba en su centro como en el aire la llama. Silencio. Nadie la toque. Nadie venga a despertarla. Geranilla de agua dulce, jaramaguilla dorada, ruiseñora de una pena que es casi gozo Miradla, mirad la luz de Sevilla pero por Dios no tocarla que hiela, que quema, que descorazona, que imanta. (¿Ved? Se está muriendo a chorro, lívida, sobre las tapias).
19
II Yo no lo sé ni lo sabré. Reflejo soy de esta antigua luz en agonía. Me duele el laberinto si la dejo y hasta me duele, amigos, la alegría.
III (Con Federico) Se llama campo. Río. Por apellido Montoya. Era trigo por más señas. Olivo de pecho y boca. (Desde Estepona hasta Antequera, desde Antequera a Archidona. Y en medio una pena grande: la pena grande de Loja).
IV La piedra ya no es piedra que es alhelí. El Camborio es en Loja guardia civil.
V La pena tiene su nombre desnudo. Letra por letra la dice el viento en las hojas. La dice el agua: Granada. La pena tiene su alhambra, sus albaicines, su vega. El agua la va nombrando por los olivos: Granada.
20
VI (Generalife) Todo el aire cerrado se hiciera plata si este rumor de pronto se levantara. Porque el rumor se siente amordazado, maniatado en las yemas de los árboles. Angelillo mudito entre cipreses. Casi dolor entre los arrayanes. Un rumor espumilla, un agua apenas que pugna ya, que silaba casi. Agua de luz herida, herido vuelo que desde siempre estaba aquí, esperándome.
VII Mira cómo se levanta. Mira cómo en silencio se oye el asombro del agua. El agua niña en las hojas, el agua muerta en el agua, el agua que vuela, inmóvil, el agua que quema, helada. Mira cómo se levanta Agua musical que duele dentro de su pentagrama. Agua que lenta se afina aire y compás, que en el agua pone su tiempo y su clave, sus alteraciones mágicas, sus imprevistos, sus sueños de lunas deshabitadas. (Mira cómo se levanta el agua, Manuel de Falla). Se olvida el agua escuchando la pena de amor del agua. Se olvida el dolor tocando el hondo dolor del agua. Y el agua pasa a la queja, al laberinto del alma, a la frente que dolía, al corazón que aguardaba. (Sonaba el agua desnuda, muerta sonaba). 21
LA RÁBIDA Al titánico afán opuso, sola, el viril mayestático del sueño. Al ceño de los siglos, duro ceño, una apretada espiga y una ola. Nutrió su gracia de latín y estola el timón y el arado, espuma y leño. Y fue el salmo coral como un ensueño traspasado de miel y caracola. El mar lo comprendió. Fue en un verano en que llegara, desde la locura, un hombre que soñaba maravilla. Y el milagro cuajó sobre el arcano: tierra de Dios sin Dios, fruta madura para la boca hambrienta de Castilla.
ORACIÓN A SANTA MARÍA DE LA RÁBIDA
Reina y Señora de la mar, doncella por el aguaje en flor, Santa María. Nace en tus ojos un fanal de lumbre transoceánica. Calafate es el aire de tu mano y hay un nuevo Gabriel que anuncia mundos - la luz del evangelio y de la rosa – por tu mirada. El mar se hizo costumbre de latines, antífona de sal, himnodia ruda salutaciones. Por el Avemaría y por España La Rábida temblaba. El mar se abría en mil llagas de luz. Y tú con ellos, tú, Capitana. Otra vez florecía el evangelio de tu mano, Señora. Las campanas de Roma resonaban en las tierras recién nacidas.
22
Contigo don Cristóbal, fray Juan Pérez, y aquel Martín Alonso decisivo. y el sueño de la luz, y la locura de un Palos milagroso. Y tú hinchando las velas, prolongada en un silencio gótico de luna, entre el cielo y el mar, otra vez, Madre, corredentora. (Ay qué temblor de quilla en tu cintura, qué velamen de gracia por tu manto, y qué poder tus brazos que sostienen el Universo). Las jarcias distendidas, el aliento del mar hecho una furia en la escollera. Y tú de pie, Varona, tú en el puente como en el Gólgota. La rosa de los vientos florecía en tu ternura, Madre. Eso fue todo. Ni cartas, ni bitácoras, ni el viejo Juan de la Cosa. Fue tu silencio erguido, tu silencio como un mástil clavado en las espumas, Santa María. …Hoy yo te nombro abril, lirio, ola breve, estrella marinera. Te pronuncio mientras va madurando tu mirada mi singladura.
MAR DEL SUR <<Una mar de jazmines heridos…>> R. Alberti Si digo mar se quedarán latiendo las letras como peces en mi deletrear. Es el rumor del mar por mi pecho subiendo a mi voz. Es el mar. Y si te miro, mar, y si te veo, y si muerdo tu nombre lentamente, te alzas febril, en denso saboreo de paladar cetáceo hasta mi frente.
23
Soledad de estar solo. Llama viva. Crónica irrepetible, tú, mar mío. Poema inalcanzable. Llaga altiva. Dalmática de lumbre. Escalofrío. Alfanje de la luz. Trigo de fragua. Cósmica cabellera desceñida. Mar emplumado. Pájaro de agua. Caracola salobre y repetida. Verde oliváceo corazón que late. Premio del ojo y gozo del instinto. Revés de la hermosura en acicate. Labio casi carnal en laberinto. Escudos repentinos. Oropeles en líquidas heráldicas caídas. Sinrazón del levante. Redondeles con ángeles toreros y suicidas. Femenina está el agua. Primavera para el ojo insistente que la ve. ¿El mar? ¿La mar? Hoy es mujer que espera. Mujer que espera no sé qué. ¿Oficio de difunto? Hay un lucero de rodillas caído en la escollera. El órgano resuena en un pesquero. Mantel de misa y luna marinera. Dios huele a mar. La mar está divinizada y sometida. Mar creador y redentor. Rezar es contemplarte, mar, en cada herida. …Hoy está el mar abierto. Es como un libro duro cuya lectura quema. Pasa la hoja de agua un marinero muerto que muestra, ardiendo en ola, la lumbre de un poema. La lumbre de un poema por donde sube a veces una voz de sonidos cancelados. Por donde sube, enhiesta, morada hasta las heces, la ronca voz de los ahogados. …Agua de los colores. Azul, verde, morado, gris inerte… Agua negra, con plata en los alcores, robándole sus luces a la muerte.
24
Verde altamar ardiendo bajo el cielo. Verde marea en nácares prendido. Verde bahía. Verde azul consuelo. Verde Virgen del Carmen presentido. Y un verde casi azul, almadrabero. Azul y verde por la luz temprana. Azul Rafael Alberti, jazminero, en su bahía azul y gaditana. Azul -<<Dios está azul>>- rompiendo cales Náutico azul de claridades albas. Azul de gloria azul, de alas triunfales. Un azul de Juan Ramón de ángeles malvas. Suena el azul y el negro se adelanta. La noche se ha poblado de bahías. Gólgota retador que alzado espanta remos y estrobos en las lejanías. …Y el mar de capiteles y mármoles errantes. Barroco mar de perlas con luz de barlovento. El mar de los antiguos navegantes y de los pescadores sin rosas de los vientos. Nardo de agua. Tallos. Vegetales primores surgiendo, rutilantes, de licuadas praderas. El mar, el mar glorioso de los descubridores con pendones, y jarcias, y cruces, y banderas… El mar de los oficios, con pesqueros segadores de olas y algas frías. El mar humilde de los marineros con sudores de estíos y agonías. Loto en olas. Jazmín multiplicado. Antorcha submarina que se entrega. Címbalo de cristal. Pecho branquiado. Ámbar, aceite, hierro. Alhaja ciega. Y ese mar sonador de la alegría. Alegrías de Cádiz. Verdiales de Málaga. Fandango y serranía Por el Odiel y el Tinto musicales. El mar que sube, entre ganaderías, Guadalquivir arriba, hasta Triana. Mar que en Sevilla, alado, te extasías con un verde compás de sevillana.
25
…Cruza un velero por el pecho abierto, llagado, de las aguas. Lenta, arría la tristeza otra vela por mi puerto. Hoy tiene un nombre el mar: melancolía. Y el mar de las sirenas. El mar que tiene ritmo de cadera movida. Un turbio mar de senos rompiendo en las arenas su lujuria mordida. Esmeralda encendida. Torso abierto Caído resplandor para la duda. Pentecostés glorioso. Ojo despierto. Amor de mar, amor: perla desnuda. Hoy es buque de agua. Alza una ola una proa encendida, casi humana. Cuatro palos enhiestos el ímpetu tremola: proel mayor, trinquete, proel menor, besana. Los rosas, los añiles, los agrios verdes traspasados, los duros hombros juveniles, los torsos macerados. Y esa locura, mar, de tus relieves, de tus furores ancestrales. de tus volcanes leves, de tus encabritados corceles musicales. La cólera del mar. Las desangradas cordilleras caídas. Duros olas sin paz. Electrizadas, locas y viscerales embestidas. Mar heleno de dioses salpicado. Olivares de espuma, grey de viñas. Mar de Grecia empujado por cariátides niñas. Ene, a, erre… Letras que ya suenan, Desnudas, incesantes, en mi desolación. Eme, a, erre… Llenan los signos de tu nombre todo mi corazón. Una brisa rizada pugna y sopla breve canción de trigo en primavera. Cuajó en el mar la copla. Luego se oyó, quejándose, por toda la escollera.
26
Y ese otro mar azul de mi quebranto, nostalgia de mí mismo todavía. Mar de mi adolescencia, del lepanto, el tafetán, el morse y la alegría. Te miro, todo ojo, mar sureño, a la espera de que un día levantes tu corazón por mí. Te miro, mar cien ojos que tuviera serían para ti.
DICIENDO BLANCA PALOMA A Ignacio Valduérteles. <<…cuando tú mueras, hermano, Verás qué pronto se sube, Diciendo Blanca Paloma, A esas marismas azules>>. POPULAR
Hermano, qué poca cosa: dos palabras y un deseo. Será como decir creo entre la miel y la rosa. La rosa donde se posa la luz que en la Luz la toma. Donde la fe pule y doma su constante algarabía. Donde empieza la Alegría diciendo Blanca Paloma. Hermano, ya es primavera Lo va diciendo entre olores el rumor y los colores de la salve rociera. Lo dice junto a la era el trigo verde que asoma y vegetalmente aroma la flor de un avemaría, que la noche se hace día diciendo Blanca Paloma. Es una oración tan leve que apenas si es oración. Blancura tan sin razón que ni a ser nieve se atreve. Florecida anda la nieve por el valle y por la loma.
27
Nieve que de mayo toma lo que en junio se desata. Marisma azul que nos ata diciendo Blanca Paloma. Diciendo marisma y río, simpecado, alondra y ángel. Tremolación de un Arcángel anunciador del Rocío. Nazaret de escalofrío. Belén andaluz que asoma. Caná que la fe desploma si convierte el agua en vino. Amor que se hace divino diciendo Blanca Paloma. Blanca Paloma en la arena. Blanca Paloma en la brisa. Blanca Paloma en la risa. Blanca Paloma en la pena. En el lucero que estrena una luz madrugadora. En aquel hombre que llora y en todos los ruiseñores. Blanca Paloma en las flores y en la perla de la aurora. Blancura que el nardo estrena y hace camino y morada. Gracia de paloma alzada. Subida de gracia plena. Asunción de la azucena que muere por conocerte. Blanca Paloma en la suerte de ese Rocío del cielo. Blanca Paloma en el vuelo de la vida y de la muerte.
28
29