La realidad nacional - Victor Andres Belaunde

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EDItORIAL .LE LIVRE LIBRE~ (41.· ·Boulévard--Péreire.l41: PAR

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LA 'REALIDAD NACIONAL


A MI PADRE MUERTO Y A MI MADRE AUSENTE

(Aquella ejemplar memoria y este heroico cariĂąo fueron mi apoyo y aliento en el destierro, donde fueron concebidas estas pĂĄginas en dolor N esperanza.)


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VíCTOR ANDRES BELAUNDE

--,LA

REALIDAD NACIC)NAL

EDITORIAL oLE LIVRE LIBRE» 141, Boulevard Pér e r e , 141 PARIS í

MCMXXXI

BANCO DE LA R:::PlJGUCA IlBLIOTECA. LUIS-ANGéL ARANGO

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.CAT.t\J.QG,fLCION


Debo .. manifestar aquí mi gratitud a 'Teresa Moreyra de Belaunde, por su aliento earíñoso y constante y su ioopreoiable coleboraoíón al tomar al dictado la primera parte de este libro; a mis amigos Emilio Althaus y Francíeco García Calderón, que revíaaron trozos del original y me níeíeron ímportsntes sugestiones; al señor Juan de Almunia, que me na ayudado a preparar el manucrísto de la se. gunda parle, y que corrigió, vigilante y afectuoso, las pruebas; y a la Casa editorial, que ha facilitado la pronta aparición del libro.

Es propiedad del autor. Queda hecho el depósito que 01" dena la ley. Copyright by Víctor Andrés Belaunde, 1931.


PREFACIO

En la carrera administrativa de mi ya di!Jtante juventud, mi atenci6n fué absorbida por los estudios hist6ricos de aplicaci6n a nuestras enesiiones internacionales. Al dejar el Archivo de lfmites, tuve que cultivar la filosofía para mi cátedra de la universidad. Ni las tendencias a la investigación histórica de mi antiguo empleo, ni la seducción de mis nuevas tareas lograron desviarme de mis estudios preferidos de sociología y política peruana. El 1912, aprovechando la oportunidad que me daba ser director de La Ilustración Peruana, publiqué una serie de ensayos sobre la psicología nacional, llamando la atención sobre nuestra incoherencia, nuestras tendencias al inútil deeoratismo y nuestra pobreza sentimental. Creía que era indispensable basar las reformas polftieas y sociales en el ahondamiento de nuestra psicología. Cuando la unioersidad me honró, en 1914, con el encargo del discurso anual de apertura, dejé de lado un ensayo relativo al tema de mi cátedra sobre la reacción idealista contemporánea para ocuparme, con entera sinceridad, de la crisis profunda que atravesaba el Perú. Mi deseo era


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PREFACIO

completar aquel estudio con el examen de la', dil)er,as corrientes espirituales que haMan agitado el país y que nos habúzn desoiado de la contemplación directa de nuestra realidad. S610 tres años más tarde, en 1917. y, mediando requerimiento amistoso del director de El Perú. don Víctor M. Maúrtua, pude lleoar a cabo mi propósito en dil)ersos ensayos críticos que aparecieron como capítulos de un libro cuyo título era La Realidad Nacional. Preparaba la parte constructiva de mi libro, cuando atenciones de una nueva cátedra y mayor trabajo profesional me impidieron dar forma a los ensayos largamente meditados sobre la leyenda de la riqueza de nuestro territorio, la quiebra de la clase media, nuestro vasallaje económico, las [uerzas efectioa. en nuestra política y la ilusión internacional. Tan ,ólo pot la urgencia del tema publiqué en-EI Comercio el ensayo relaiioo al .«/mpuesio alcohol como sucedáneo del tributon.Misiones en el Uruguay y en los Estados Unielos, me obligaron a abandonar los temas de sociología nacional para oolver a mis viejos estudios en la. cuestiones internacionales en defemsa de los derechos del Perú. De regreso al país, mi prisión interrumpió la redacción para Mercurio Peruano del ensayo que llamaba «la ¡[usión internacional», en que me proponía reiterar, con mis nueces experiencias, la antigua convicción de que en nuestro gran problema habíamos cometido un grave error al basar nuestra política en sucesivas espertJnzas fracasapas: el apoyo argentino, los' CongrUM

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panamericanos y la amistad de los Estados Unidos. En el destierro, no tuve tiempo para completar mi soñado libro. El tema de mis conferencias en las jiras por los Estados Unidos y de las cátedras que desempeñé en diversas universidades, tenía que Versar, no sobre un país determinado, sino sobre toda la América hispánica. Mis nueuos estudios ampliaron mi criterio sobre nuestros problemas con la visión de los otros países de A mérica. Absorbido estaba por esta materia, cuando llegó a mis manos el libro de Mariátegui con el requerimiento de mis amigos de Mercurio Peruano de que le dedicase un detenido examen crítico. La obra de Mariátegui venía a abordar, con nueVa información, el criterio novedoso del materialismo hist6rico, y en forma clara y brillante, los mismos temas de los ensayos de mi libro inconcluso. El deseo de contribuir al debate que renovaba, con autoridad y con interés, el escritor socialista y de volver al tema preferido y tristemente abandonado, me hizo escribir la crítica que se me pedía y que apareció en cuatro entregas en Mercurio. Al hacerlo, tuve que vencer la dificultad del escaso tiempo que me dejaban el dictado y la preparación de dos hora~ diarias de clase en un idioma que no era el mío y la falta casi absoluta de material y documentación peruanos. A lgunos amigos me insinuaron la reunión de estos ensayos en forma de libro. Me preparaba a concluir el último y a agregarle algunas consideraciones sobre el régimen de Leguía, en consonancia con mis protestas y erí-


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PREFACIO

ticos de los principales aspectos de su polftica nacional e internacional, cuando se recibió la noticia de su caEda. Esta circunstancia me estimuió' a apresurar la realización del proyecto. Mi libro podía tener la utilidad de presentar un púnto de vista más y el resultado de algunu experiencias y lecturas en Estados Unidos y en Francia, en el momento de la nueva organizacién del Perú. He redactado, con la precipitaci6n consiguiente el final qe mi crítica a Mariátegui JI la segunda parte en que hago el proceso de la tiranía, necesario para explicar los B'Ta()esproblemas que nos deja y para formular las posibles soluciones. Con emoción intelectual, pongo a mi nuevo libro el mismo título de mi obra juvenil truncada. Creo cumplir un deber al presentar mi mode.ta contribución a la labor constructiva de esto. Instantes. lAe doy perfecta cuenta de las dejiciencia. de mi trabajo, agravadas por la premura con que ha sido escrito y contemplaré con espíritu abierto JI agrad~cido el señalamiento de las omisiones en que haya podido incurrir o la rectificaci6n de ine()itables errores. A esta obra de verdadera cooperaci6n intelectual invito a mis lectores. No . pret~ndo presentar dogmáticamente un programa. Adoptando francamente el punto de rii.ta de mis convicciones, mi prop6sito es contribuir al planteamiento de nuestros problemas. VfCTOR ANDRts

París, noviembre

de 1930.

BELAUNDE.


ÍNDICE PARinas

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Prefacio

PARTE PRIMERA

En torno al último libro de Mariátegui. Las bases económicas La Instrucción pública Regionalismo y centralismo El problema religioso La evolución de nuestra cultura

PARTE

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SECUNDA

Páginas de historia reciente. El origen de la tiranía .. ,................ 203 La política internacional, subordinada al empréstito .. :........................ 221 La gestión económica de la tiranía 24) La tiranía de Leguía en la historia de. América '.......... 248


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fNDlCE Páginas

La duración de la tiranía y el esfuerzo revolucionario La gran necesidad del momento El problema internacional ... ".......... El problema político El problema social y el económico El problema universitario La necesidad de una filosofía constructiva n

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254 267 272 280

:H 1 333 342


PARTE

PRIMERA

EN TORNO AL ÚLTIMO LIBRO DE MARIÁTEGUI.


Las bases eccQ~n1tcas La distancia ideológica que me separa del autor-toda la que media entre el cristianismo integral y el -socialismo integral-y la evidente injusticia con que trata a la generación a la que pertenezco, imponen de mi parte, al estudiar sus En.ayos de interpretación de la realidad peruano, un deber de mayor imparcialidad. Deber fácil en este caso. Tengo el espíritu abierto a la admiración, y la despiertan sinceramente el talento y la obra de Mariátegui. En curva ascendente ha pasado de la crónica política a la crítica literaria y al ensayo sobre política internacional. Después de pasear su vista por la escena contemporánea. concentra su atención. afinada y enriquecida, en la realidad peruana. Autodidacta en la plenitud de la vida, Mariátegui sigue la orientación intelectual patriótica de la juventud genial de Francisco Careía Calderón. Después de De Liieri« y Hombres e iJeas de nuestro tiempo, la primera figura de la ~aci6n novecentiata nos di6 El Perú Contemporáneo, obra básica de la sociología nacional. 2


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vfCTOR

ANDRÉS 8ELAUNDE

Entre el libro de mocedad de Carcía Calderón y la obra de madurez de Mariátegui. hay. además de la diferencia impuesta por esta circunstancia. el contraste entre el ambiente intelectual finisecular y novecentista y el de Ja post-guerra. Al despuntar el siglo, no obstante la central influencia de Comte y de T aine, el sociologismo histórico atravesaba una crisis de dispersión teorética de multiplicación de hipótesis y de puntos de vista. En la post-guerra los espíritus sienten la necesidad de afirmar; se ha realizado el il faut choisir, de Maurras. Entramos en un período dogmático. Si a veces la realidad peruana en El Perú Contemporáneo se esfumaba o perdía en la tupida malla de teorías y doctrinas, esta misma realidad sufre. en los ensayos de Mariátegui, las inevitables deformaciones impuestas por el crqdo rígido del socialismo peeudocientífico. Pero seamos justos; dentro de ese molde estrecho, j cuánto contenido de realidad, y vista directamente, encontramos! Diré algo más: era útil aplicar a la realidad peruana el criterio del materialismo histórico. e intentar la interpretación económica de nuestra vida. En el materialismo histórico, más que en ningÚn otro sistema. se da la aplicación de la verdad de Leibnitz. Es verdadero por lo que afirma y falso por lo que niega. La realidad económica no es la realidad total que envuelve además factores vitales y espirituales. pero es la pai-re· más considerable y conocible. 'En ciertos países, en que las fuerzas vitales han llevado un ritmo lento o han decaído las fuerzas espirituales, la aplica-


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ción del materialismo histórico. nos aproxima a la más exacta visión de las cosas. En la evolución humana los hechos cumbres son obra del élan vital y del Espíritu. pero los hechos normales. la terrible gravitación cotidiana. son obra de los factores económicos. El materialismo histórico no puede explicar ni la conquista ni la independencia de América. Mariátegui esquiva inteligentemente las dificultades de la aplicación de ese criterio a los dos hechos fundamentales de nuestra historia. Respecto de la conquista, que es una embriaguez de aventura. un ejemplo típico del élan vital. parece inclinarse a aceptar la explicación estética de Vasconcelos. Respecto de la independencia. afirma que no se habría realizado sin una generación heroica, tratando de conciliar «el hecho intelectual y sentimental ,con el hecho económico». j Hermosa inconsecuencia! La aplicación estricta del materialismo histórico reduciría los primeros al segundo. considerándolos apenas como epiíenómenos. Esta inconsecuencia y la diferencia que pretende' establecer alguna vez entre materialis-mo filosófico y materialismo histórico revelan en Mariátegui un fino sentido para apreciar nuestra psicología radicalmente opuesta a toda concepción burdamente materialista. Prefiero. sin embargo. la rudeza de los socialistas ortodoxos que no separan el programa alucinador de su tosca base metafísica. Marx creó el materialismo histórico por ser adherente entusiasta del materialismo filosófico. Era. como se sabe. discípulo de F uerbach, jefe de la izquierda hege-


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liana, renovadora del materialismo en Alemania. Se piensa siempre a través de una metaHaica. Ea mejor tenerla dara y audaz que subyacente o vergonzante, como sucedía con la mayor parte de los positivistas. Exageraciones en la aplicación de la telÍa materialista y lamentable antihiapanismo llevan a Mariátegui a afirmar, sin reservas y mstices, que España no fué un país colonizador y que los españoles se preocuparon casi únicamente de la explotación del oro y de la plata, reviviendo el criterio unilateral de la leyenda negra. En la colonia hay necesidad de hacer diferenciaciones horizontales por lo que se refiere al tiempo y verticales por lo que se refiere a las instituciones. El autor parece no negar 8U admiración.~ la conquista. Después de ella, hay qn período de creación econ6mica más admirable aún. La aprehensión del continente fué obra de la audacia individual de 108 conquistadores; la formación de organismos nuevos, la creación de la vida municipal y política y de una nueva vida económica. fué obra de los nuevos pobladores y del Eetado. Y si la conquista duró apenas cincuenta años, no fué mayor el tiempo que demandó aquel milagro de construcción y de orga· nizaGión. A principios del siglo XV" Espafia había trasplantado a América todas 8U8 instituciones socialee y sus fuerzas económica •. Se estableció la ganadería. nula en m\lcbos paíeea o limitada en otros a loa ejemplarell de la RUDa autóctona. Se desarrolló la minería, que no contrarió sino que fomentó la agricultura, como lo


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ha probado Humboldt; se introdujeron nuevos cultivos y se implantaron nuevas industrias que en un momento podían competir con las peninsulares. La de tejidos, antes de la desgraciada .cédula de J 711, lleg6 a tal desarrollo. que no solamente bastaba para el consumo de la población americana, sino que buscaba salida para sus productos. Se erigieron por último magníficos edificios para la Iglesia o para los servicios del Estado. que no han sido superados desde el punto de vista artístico. Es necesario poner de lado todo el movimiento moderno de rectificación histórica que culmina en la obra de Carlos Pereyra para negar a la España del siglo XVI sus títulos, no superados por otro pueblo. de país colonizador y creador. Este período brillante dura, como hemos dicho. poco tiempo. Las energías vitales de España, desparramadas simultáneamente de California al cabo de Hornos, se agotan. Inútil recurrir a otra explicación. Como afirma muy bien Oliveira Martina, España tenía que decaer inevitablemente; su decadencia se refleja en América. Los organismos se hacen rígidos. la burocracia aumenta, la explotación se acentúa. se detiene el impulso creador; sólo mantienen su vigor las fuerzas espirituales alejadas de los núcleos ya poblados y establecidos en los países de fronteras, porque ellas actúan con cierta independencia del Estado enfermo. (Este hecho ha sido visto claramente por Mariátegui, cuando hace el elogio de la aptitud de .creación económica de los jesuítas.] La decadencia marca 8U nivel más bajo en la época en que Juan y Ulloa


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visitaron la América. Estamos acostumbrados a juzgar la colonia por esa época de máxima decadencia estereotipada en la clásica relación. Un criterio científico impone distinguir en la colonia. desde el punto de vista económico. los períodos siguientes: construcción, paralización; decadencia. A loS' cuales habría que agregar el de las tentativas de reforma de la época borbónica. principalmente de Carlos III. La relativa libertad de comercio, la creación de nuevas unidades políticas, la orientación científica y moderna de los colegios y el fomento de las sociedade« económicas precipitaron la formación de nuevos núcleos nacionales. Habría ganado la obra de Mariátegui en claridad y en justicia si no diera únicamente la visión fragmentaria de la colcnia decadente de fines del siglo xvu y de principios del siglo XVIII. Respecto de las bases económicas de la república da el primer lugar al comercio británico y está en lo cierto cuando afirma que tuvo más influencia en la independencia que la filosofía de los enciclopedistas. Agregaremos nosotros: muchísimo menos que la voluntad heroica y la energía creadora de nuestra propia raza en ese momento histórico. El papel de Inglaterra es mayor después de la independencia que en la independencia. La política inglesa buscó una conciliación entre España y América y sólo se rindió, como la de los Estados Unidos, ante el hecho consumado. La independencia se realizó, como dijo Bolívar, contra la voluntad del universo. Después de la independencia los países


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americanos desde el punto de vista económico giran alrededor del comercio y del capital inglés. La evolución económica de la república es dividida en sólo dos períodos: el del guano y el salitre y el de la economía actual. Hace de ellos una interesante y jugosa descripción. Empero. es artificial e incompleto considerar sólo dos períodos prescindiendo de la época que precedió al guano y al salitre y no destacando como período aparte el que comprende, después de la guerra con Chile. el esfuerzo constructor nacionalista. La época actual sólo comienza en la postguerra europea. Sería inexacto prolongar el período del guano y del salitre liquidado por la guerra del Pacífico, hasta incluir la administración Piérola y las inmediatamente posteriores, o confundir la época reciente, caracterizada por la súbita duplicación de la riqueza y las rentas nacionales, los empréstitos y hegemonía extranjera, con el esfuerzo constructor nacionalista que se inicia el año 1895.El autor incurre en esta última equivocación. La guerra de la independencia produjo un enorme desgaste económico. Las acciones militares devastaron el territorio y destruyeron la riqueza. Se calcula que el Perú mantuvo un ejército, contando las cifras de ambos lados. de más de 50.000 hombres. A la independencia sucedió el caos político y la absoluta desorganización. La obra de Castilla fué la de crear las bases de una reconstrucción política y económica. No pueden separarse estabilidad institucional, presupuesto, seguridad, prestigio exterior, bases del


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deearrolJo del oriente. Todo eso debe el Perú a la obra de Castilla 'ytodo eso tuvo reflejos ecoDÓm.ieoa. De mane~ que no es cierto que el gobierno de Caatüla fuera el espoaente o el reaullado de la formaci6n .de una ciNe apitali,ta, sino a la inveraa; el orden u.ído por Caetilla hizo posible la formación o la reconstituci6n del espi.tal nacional. Este proceso se aceleró y orient6 infaUstamente por el deacubrimiento del guano el sietema de las concesiones fiscales. A la pequeña y empobrecida oligarquía colonial se agrega,' mezclándose con ella, una burguesía nueva que adquirió decisiva influencia política. La plutocracia del guano, que se aprovechó de la obra de consolidación política de Castilla, no aupo guardar su menaaje internacional sobre l. superioridad marítima Pero. La guena. del PacHico liquidó' el período del guano y del salitre, y esta liquidación está bien observacla: depresi6n general de la producción y del comercio, desaparición de la moneda, ruina del crédito. Habría qne agregar: deatrocci6n de loa fundos costeños, base de la economía peruana. La iaconvertibilidad del billete y el contrato Crace marcan las tristes etapas de la liquidacién de la guerra. El autor concluye que «la -nación .ufria una terrible anemia»; mas no nos dice por obra de quién aquel organismo agónico pudo reconstituirse. En su afán de buscar sólo las causas objetivas habla de la aparici6n de l. industria ,moderna. de la función del capital extranjero y del recientísimo acortamiento de distancias con Estados Unidos y Europa, prescindiendo de los

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factores principales: el esfuerzo individual y la obra del Estado. Las fortunas del guano y del salitre habían desaparecido en el absentismo europeo, en la crisis financiera y en la destrucci6n por los chilenos de las maquinarias agrfcolas. Los propietarios peruanos tenían sólo los cascos de sus fundos. Poco a poco, por obra del esfuerzo paciente, la agricultura volvió a su pie normal. Hay que reconocer esto en crédito de los propietarios nacionales. Tal esfuerzo habría sido ineficaz sin la obra de estabilidad política y de acierto administrativo que signiEic6 el gobiemo de Piérola, Clamorosa es la injusticia con que le trata Mariátegui. La política económica de Piérola no pudo ser otra que la de fomentar el capital renaciente; pero ella no se puso al servicio indebido de la plutocracia. como se insinúa. Piérola gobernó con la oligarquía inevitable en ese momento; pero no para la oligarquía. Abolió la contribución personal que ésta había establecido en administración anterior; y su política. definida en el gobierno y fuera de él, fué la de oposición al aumento tributario, sobre todo al de los consumos. Su sistema fiscal de estricta economía y de absoluta honradez hizo posible la iniciación de un programa de obras públicas sin recurrir al empréstito. La estabilidad monetaria fué un beneficio general, sobre todo para la clase obrera. Antes el exportador vendía en oro y pagaba en plata depreciada; por obra de Piérola el salario y el sueldo se pagaron en oro. Censurar a Piérola, en un momento de recreación del capital, porque no siguiera la política ele


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dilettantismo socialista de hoy, me parece contrario a todo recto criterio histórico. Piérola en la oposición se mantuvo fiel a su programa. Sí hubiera vuelto al poder, a las bases de su política creadora del 95, habría" seguramente, agregado reformas de orden agrario e industrial. La iniciación de algunas industrias apareció como un resultado de la obra de Piérola , los bancos se desarrollaron a consecuencia de la estabilidad política y de la estabilidad monetaria. De manera que las que se consideran como causas primordiales, son en realidad efectos que después naturalmente adquieren el carácter de causas. La obra de Piérola fué tan importante que duró, aun separado del gobierno, seguida fragmentariamente por dos o tres de las administraciones que le sucedieron. El período que señala en el Perú _ debería llamarse el de la reconstrucción nacionalista, La guerra europea marca el cuarto período en la economía nacional con sus características sobre utilidades y empréstitos. El autor, que. se extiende, y con acierto, al tratar del período del guano y del salitre, omite un .estudio semejante de la etapa actual que resultaría jugoso, hecho por un observador tan fino. Habría descubierto curiosas semejanzas entre el período del guano y el del empréstito. La duplicación violenta del capital nacional, por obra. de la guerra europea, corresponde al don gratuito de la riqueza guanera. En ambos casos, no bastando al Estado las mayores rentas, se contratan e¡npréstitos. Omite, también, Mariátegui, señalar en esta oportuni-


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dad (1) datos muy interesantes sobre la realidad económica actual y el predominio del capital extranjero. lo que podríamos llamar la esclavitud económica del Perú. El partido comunista da una importancia muy grande a los rasgos de esta etapa que caracterizan a los países que llama semicoloniaies, porque en ellos la revolución social es al mismo tiempo anticapitalista y antiimperialista. A la fuerza del socialismo. se suma así el nacionalismo. ¿ Por qué Mariátegui, entusiasta adherente al programa de la Internacional Comunista, omite señalar esos rasgos? Nos dice en su prólogo que no es su crítico imparcial. objetivo. y que sus juicios se nutren de sus sentimientos y de sus pasiones. Habría que agregar que éstas explican sus silencios. No puede negarse que palpita entre líneas más que una benévola neutralidad para este último período de la evolución económica del Perú. No podemos hacerle la ofensa de atribuirlo a otra cosa que no sea a lo que los franceses llaman la politique du pire. La extremación del capitalismo y del irnperialismo conducen a la revolución social, que es ideal del autor. EL PROBLEMA DEL INDIO

El mérito principal de los Ensayos de Ínierpretación de la realidad peruana es haber dado el primer lugar a la sociología nacional. al pro(1) Lo hace después de la costu.

y sólo al referirse

u la agricultura


26 blema del indio. y el haber afirmado que su nuevo . planteamiento supone el problema de la tierra. Sorprenderá seguramente mi aserto a 108 que ignorando mia opiniones. vertidas desde bace veinte ~os en artículos', dieeureos y conferencias, tomen a lo serio la gratuita afimíaci6n de Mari'tegui, de estar yo vinculado por educaci6n y temperamento a la casta feudal' del Perú. Permita el lector esta digresión de orden peraonal, en gracia al derecho de legítima defensa. El autor, que ignora el medio y centros de mi primera formación y que no me ha tratado íntimamente, no tenía derecho a dogmatizar sobre mi educación y temperamento. Tenía •. sí, para conocer mis tendencias, el documento vivo de mis declaraciones. Voy a referirme a ellas rápidamente . . Cuando el Centro Universitario inició la discusión, en 1906, del problema indígena, frente al criterio biologista y antiindigenista, sostuve con todo calor la siguiente tesis: «La cuesti6n '.social del Perú es la cuestión indígena; ningÚn pueblo puede renunciar a su destino y el del Perú es resolverla, cualesquiera que sean lo. aba:. táculos y los sacrificios que haya que hacer para vencerlos. )) Mi discurso en la apertura universitaria dél año J 4 fué un ataque a fondo a las posiciones del feudaliamo y del gamonalismo en el Perú, al proponer la supresión de la bueprovincial del eufragio, que nos había dado feudos electorale. como lo. burgos de bolsillo de la Inglaterra anten- a 1832. La idea central de ese discurso era


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sustituir. mediante la implantación del escrutinio departamental, la influencia de 106 gamonales, por la democracia de la burgueaía y de loa obreros de los centros poblados. En 1915, en mi conferencia dada en el teatro Municipal de Arequipa, reiteré la idea de que el aspecto típico del problema social del Perú es el indígena, «que entrañaba la existencia misma de la nacionalidad». Probé, en forma parecida a la que ha empleado Mariátegui, que ·la república había agravado el problema por la absorción de las comunidades y el mantenimiento del enganche, agregando un aspecto que él apenas ha tratado en una nota: el del impuesto del alcohol que yo llamé desde entonces el sustitutivo del tributo. «Vive entre nosotros--clijeen esa época-el régimen feudal; un feudalismo sin religión, sin poesía y sin gloria.» Proponía la medida inmediata de la limitación de la producción del alcohol y la creación de una legislación tutelar. Mia ensayos sobre «La realidad nacional», publicados en el diario El Perú, en 1917, respiran una honda preocupación indigenista. Entresaquemos algunas citas: ((Es inaceptable y simplista la conclusión de los etnólogos que han dogmatizado tanto sobre inferioridad radical de la raza aborigen... El criterio para apreciar el valor de una raza ea el de su aptitud para dominar su medio. No puede imaginarse una raza más adecuada a laa bases económicas del ambiente en que vive... Su psicología, tan refractaria al régi- . men individual y tan propicia y fecunda en los trabajos colectivos... La república, viviendo a


espaldas de la población indígena, la ha convertido en fauna humana.» Para juzgar nuestra ideología política' tenía una piedra de toque: la cuestión indígena. Así critiqué la obra civilista del 66 por la constitución «de los congresos con los elementos extraíd08 del caciquismo o feudalismo provincialista; por la contribución personal que no era sino la degradante resurrección del tributo y por el impuesto al alcohol en lugar del monopolio que limitara su consumo». Al analizar el ideario del radicalismo, lamenté que se limitara a la recuperación de los terrenos de las comunidades sin exigir además su reforma y una legislación especial. Idéntica crítica hice de la declaración del partido demócrata, a pesar de mi simpatía por ella. En época en que la plutocracia costeña, productora del alcohol, era omnipotente en el Perú y no se la podía atacar impunemente como hoy, no vacilé, en ensayo especial publicado en El Comercio, en 1917, en probar con acopio de· datos estadísticos mi tesis del año 15 sobre que el impuesto al alcohol era el sucedáneo del tributo, proponiendo la prohibición de la internación de alcohol en la sierra y su industrialización, en unos casos, o el cambio de cultivo en otros. Por último, en el trabajo a que se refiere Mariátegui, el cargo más grave que hice a la Universidad fué el de no haber estudiado la comunidad, cuestión central en el problema indígena, que «simbolizaba la personalidad histórica y la personalidad ética del Perú». Como ve el lector, mi posición ideológica ha


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sido perfectamente definida. Sin llegar al planteamiento radical e integral de la cuestión agraria, para la cual nos faltaban entonces y aun nos faltan hoy serias investigaciones, ocupé dentro de la ideología demoliberal, común en esa época, un puesto de avanzado reformismo o intervencionismo, es decir, lo contrario a toda oligarquía y feudalismo. En la formación y expresión de mi pensamiento no puedo atribuirme el mérito de haber tenido que contrarrestar mi medio hereditario, mi educación u otras influencias posteriores. Al contrario, todos estos factores contribuyeron a él. Arequipa, ciudad en que nací y recibí mi primera educación. no es, como Trujillo o Lima, una ciudad señorial, sino tierra de medianos hidalgos, cristianos viejos de exiguo solar y escasa hacienda, pequeños propietarios en la campiña o en los valles, obligados a trabajar sus propios fundos o dedicados al comercio o al trasporte: industrias de clase media. Hice mi instrucción primaria y media en el seminario que fundó el celo apostólico del padre Duhamel. En sus clases reinaba un ambiente de cristiana democracia. En los clautros universitarios los maestros que más influyeron en mí fueron: VilIarán, un realista, y Maúrtua, además mi jefe en las cuestiones dé límites, a quien Mariátegui con justicia reconoce un criterio reformista. Me liberté bien pronto del positivismo y del biologismo imperantes. Mi profunda herencia cristiana me hizo ver en Nietzsche el teórico del aristocratismo vital, tan leído en ese tiempo, un formidable poeta y un


creador de paradojas. pero DO un director espiritual. La reacci6n idealista de BoutroWl:y de Bergson, por mi encuentro con Paacal. me orient6 hacia el espiritualismo ético y no al vitaliamo estético. en que se quedaron otres. En mi átedta _ ge filosofía expliqué •• obre loe textos, a Pucal. Spinoza y a Kant. tratando de .conciliar el primero y el último en 'un cristianismo independiente. que es la base metañeica del reformismo liberal. Para los problemas nacionales. ansioso de un criterio realista y no encontrándolo en el radicalismo ret6rico y jacobino. ni en el positivismo universitario. ci~ntificista y libresco. busqué la inspiración de los grandes maestros: Bolívar. Sarmiento. Alberdi. Los Discurso« y las Cartas, el Facundo y úu Bases fueron mis libros preferidos. Convencido de que los pueblos europeos de complicada eltructura capitalista e industrial no guardaban analogía con el nuestro. y que sí la tenía España, me sustenté -largamente con el olvidado Macías Picavea y el formidable Costa. El problema nacional, Oligarquía y caciquismo, Polltic~ hidrátrlica, Europeización de ElIpaña fueron leídos ávidamente por mí. Respecto de política europea, me seducía el audaz reformiemo de Lloyd George. IBuenos maestros de feudalismo Costa y Lloyd George I Me separaron siempre del socialismo ortodoxo, no obstante el bello ideal de la supresi6n del salariado. su metafísica materialista y anticristiana, tU 80ciología antirrealieta, fundada en el milagro de lu trasformaciones súbitas, y su psicología hecha


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de complejos de envidia y de odio, forjadora de rebeldes candidatos a dominadores. Todos hemos evolucionado en la época presente, decisiva y dramática. Los jacobinos, por lógica en la utopía, se han hecho socialistas. Larga residencia en países protestantes me llevó del cristianismo independiente al catolicismo y, de un modo paralelo y lógico, de la democracia liberal a la democracia gremial, funcional o corporativa. Creo tener hoy una visión más humana y más simpática del problema social que la de mi antiguo reformismo. Se dirá que es. es medioevalismo y colonialismo. Es fácil jugar con los vocablos; pero hacerlo sería faltar a todo principio de honradez mental. El medioevo es el feudo; pero lo 80n también la corporación y el gremio; la colonia es el encomendero; pero es también la obra misionaria. La corporación, la unión de los hombres de una misma actividad económica es, después de la familia, la más na. tural de las asociaciones humanas; indestructible como ella. No hay que basar la sociedad política ni en el individuo ni en la masa, extremos que se tocan (Rousseau y Marx se entienden), sino en la familia y en el gremio. Sin los gremios no habría habido control para el feudalismo. La utopía de Rousseau nos dió, bajo el estado libe. ral, el dominio de una casta industrial. Las corporaciones reviven en las irade-unions y en muchos sindicatos del siglo XIX que han sido la gran juerza controladora. La ilusión de Marx nos dará, en realidad, el dominio de una casta de demagogos. Para prevenirla o para libertarse de esta 3


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dominaci6n no hay otro remedio que el corporatierno. Lo que quedará de la revoluci6n rusa no será la dictadura del proletariado con - su fachada de soviets, como la plutocracia tuvo la fachada del parlamentarismo, sino la pequeña propiedad y las cooperativas que nunca estuvieron en el programa del marxismo ortodoxo, así como lo que quedará del fascismo no será el ideal nacionalista y la estatolatría, sino la organizaci6n sindical que se hará más flexible y más libre. Necesaria era esta apología que ha resultado tamItén una con/essio lidei. Es tiempo de cerrarla y de volver con serenidad filos6fica a la lnierpretaci6n de la realidad peruana. El capítulo sobre el «Nuevo planteamiento del problema del indio» contiene 'une euetanciosa revista de los distintos criterios anteriores al econ6mico _respecto del problema indígena. Son fundadas sus conclusiones sobre la ineficacia de una política simplemente gubernativa, la inferioridad de la república respecto de la colonia en este respecto, lo arbitrario de los cargos de los biólogos y lo ingenuo de las esperanzas de un cruce migratorio. No da valor a la prédica humanitaria y se lo niega, absolutamente, en el momento actual, al criterio religioso reconociendo que él se situó hace siglos, con mayor energía, o por lo menos con mayor autoridad. Es evidente que el humanitarismo sin una base religiosa crea una ética sentimental y verbalista; generosa pero deficiente. Por desgracia la ética moderna, fuera' del catolicismo, es s610 eso. No comprendemos


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cómo el autor, reconociendo más posibilidades de éxito en la prédica religiosa, descarta dogmáticamente su actualidad considerando la «solución eclesiástica como la más rezagada y antihistórica de todas». Sus dos argumentos: la menor capacidad espiritual e intelectual de la Iglesia hoy, y el papel atribuído a los misioneros por un distinguido escritor cat6lico de mediadores entre el indio y el gamonal, no son convincernes. El primero está desmentido por el vigor del renacimiento católico moderno, institucional e intelectual, y por la política nacionalista respecto de las razas inferiores que sigue, hoy más que nunca, la Iglesia romana. El segundo no es tampoco pertinente. En el momento actual de incoherencia y de falta de una legislación indígena tal vez los misioneros no podrán hacer otro papel que el de mediadores; pero la verdadera solución religiosa supondría una legislación inspirada en ella, nuevas estructuras eclesiásticas, reemplazo de los curatos por los conventos, convertidos en parroquias y escuelas misionarias; en síntesis, la constitución de una autoridad en las misiones, no de simple mediación. sino de franca defensa y protección de los intereses indígenas. Exagera su desdén el autor por la solución pedagógica del problema. En la pedagogía hay incuestionablemente una cuestión de ambiente, pero hay también una cuestión técnica. Ambas van indisolublemente unidas. El error de los pedagogistas ha sido confiar en la técnica sin crear un ambiente de justicia social para el indio. Sin desconocer en el problema indígena el


vfCTOR ANDRts IEL.wNDE

aspecto técnico o pedag6gico creo que las fases principales de él son la religiosa y la econ6mica. Ambas eran contempladas en el programa de una legislacién tutelar indígena que pedía yo en 1915. Había que adaptar a las necesidades y téc~ nica modetna lo que había de mejor en la legis.Iación española «que contemplé con mayor realismo la situación indígena». Mariátegui está en lo cierto al afirmar que el fraccionamiento de los latifundios para crear la pequeña propiedad no es una soluci6n bolchevique o revolucionaria. La solucién de la pequeña propiedad no puede aplicarse exclusivamente. En esto el realismo es esencialmente relativista. Para el mestizo o el indio trasformado en el ambiente de los grandes centros mineros o ágñéOIas y que ha adquiric\o así la psicología individualista. la solución será la pequeña propiedad; para la masa indígena. adherida a las comunidades, la solución será la defensa. vitalizaci6n· y modernización de éstas, No creo en una soluci6n única reformista como existe una soluci6n única socialista: la nacionalización total de la tierra.

EL PROBLEMA DE LA TIERRA.

En el largo ensayo que Mariátegui dedica al problema de la tierra, hay que distinguir el proceso histórico. la descripeién de la situaci6n presente y la solución. S6lo el presente nos es dado pintar. y aun esto de un modo particular. con visi6n directa e inme-


LA REALIDAD ~ACIONAL

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diata. Para lo pasado necesitamos el apoyo de teorías e hipótesis y para 10 futuro, la proyección de la luz de una doctrina. Mariátegui se muestra un excelente realista cuando nos describe la comunidad bajo la república, la comunidad y el latifundio y el colonialismo en la costa; pero cuando se remonta al pasado surgen los prejuicios y los daros de su andamiaje intelectual. La historia de la propiedad territorial en el Perú no está escrita y, por lo mismo, todo ensayo de reconstrucción debe comenzar por la confesión de inevitables deficiencias e ignorancias. La primera forma de propiedad en el Perú es la comunal: el ayllo o la marca: sistema generalizado en todos los valles de la sierra y la costa. El ayllo precedió al imperio; el mérito de los incas consistió en respetar las comunidades, tomando solamente parte de las tierras que Fdicaron al estado y al culto (1). La constitución del imperio supuso una cercenación de la propiedad comunal. é Cuál fué la proporción de los territorios cercenados? No lo sabemos; pero sí tenemos testimonios históricos que hablan específicamente de tierras de comunidades tomadas por los incas. Que a pesar de esta expoliación, los incas, por' su política de eficiencia en el trabajo y de irrigaciones, crearon una situación de prosperidad y de mayor rendimiento, no hay la menor duda. Exagerada, sin embargo, para la población, es la cifra de diez millones. El cálculo más optimista (1) Véase mi tesis El Perú antiguo loqos.

11los modcmos

sccío-


ViCFOR ANDRtS BELAUNDE que conozco es el de ocho. incluyendo Quito, Charcas, el norte de Argentina y de Chile. Cuando los españoles llegaron al Perú no encontraron solamente la propiedad de la8 co~unidades indígenas, sino también la numerosa propiedad estatal o nacional que los incas dedicaban al sostenimiento de su burocracia civil y eclesiástica. Al apoderarse de un modo súbito de toda la extensi6n del imperio y destruir la jerarquía indígena, dispusieron desde el principio de su inmensa cantidad de tierras. El sistema de la gran propiedad. el latifundio. fué inevitable. Atribuir la gran propiedad a la psicología o la incapacidad del español, haciendo un paralelo con el proceso de la colonización americana, me parece un gran error. Vesconcelos. al incurrir en él, revive el criterio romántico y falso sobre los orígencJ1la velucién de 101 Estados Unidos. El divergente proceso de las dos colonizaciones no se debe sólo a diferencia de psicología' en las razas, sino a diferencia de situaciones y de tiempo. Mientras que los ingleses fueron apoderándose parsimoniosa y lentamente de la limi. tada región entre el Atlántico y los Alleghanys, destruyendo o empujando a la población aborigen. España se adueñó en cincuenta años de toda la tierra laborable ele Méjico hasta Chile. La expansión de los Estados Unidos más allá de los Alleghanys. the winning 01 the West es cosa de fines del siglo XVIII y principalmente de fines del siglo XIX (1). España, en lugar de destruir o de (1) Véase mi trabajo TIte FrontieT HÚiloTlJ·

in South

American


LA REALIDAD NACIONAL

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repeler hacia la hoya amazónica a la raza aborigen, trató de asimilarla y conservarla. Censurar a España por la apropiación de las tierras del estado valdría tanto como reprocharle la amplitud de su esfuerzo descubridor. Tan es cierto que el régimen de la gran propiedad en América, con su triste aditamento, la servidumbre. fué el resultado de condiciones objetivas (territorrios ocupados y razas existentes) que los colonos ingleses en la región del sur, de tierras más extensas y de climas más favorables, establecieron el latifundio y el trabajo de una raza inferior importada: la negra. Lo interesante en el caso de España es que una vez destruido el imperio incaico, bajo la influencia de las ideas religiosas, que encarnaba la escuela dominica. Las Casas, Victoria, de Soto y otros, tratara de limitar la distribución a las tierras del estado incaico, respetando las comunidades existentes. La política de la época constructiva (154O) era adaptar el régimen español al régimen incaico, en lo que se refiere a la propiedad y al trabajo. Respecto de la primera la masa indígena conservaría toda la que tenía, en tanto que la propiedad estatal se daba a los individuos e instituciones civiles y principalmente religiosas. Respecto del trabajo, éste debería representar prestaciones en especies o en servicios, de ningún modo mayores que las impuestas por el régimen incaico. Tal es. en esencia, la Iarrlosa cédula expedida por Carlos V a los licenciados Santillán, Ondegardo y Matienzo, que deberían responder al más interesante y completo cuestiona-


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no que existe sobre la cuestión indígena (1). e Hasta qué punto en la historia efectiva la.conatitución de las grandes propiedades partiadarea y eclesiásticas respetó la política de esa cédula y el latifundio señorial o ecl~siástico salió de loe límite~ de la antigua propi~ad estatal ~ ¿ Cuál. fué el efecto que en las propiedades produjo la política de reducciones del Virrey Toledo y el mantenimiento de las encomiendas? La falta de estudios sobre datos histéricos, estadísticos. impide científicamente llegar a conclusiones terminantes; pero es de presumir. como lo sostiene Ugarte, que gran parte de la propiedad indígena pasara legal o ilegalmente a manos de los españoles y criollos. por obra principal de las encomiendas. La gran tragedia para la raza aborigen fué la siguiente: la política de protección inspirada por la Iglesia. debida al regalismo español, no quedó encomendada a ella en su aplicación. Es un error muy corriente. y del que no está libre el propio Mariétegui, considerar al estado español. en esa época. como el tipo del estado medioeval. Nada es menos cierto. El estado español ante. de la conquista realiza la modero. evolución hacia el absolutismo. El estado español, Unsiglo antes q~ Francia y dos antes que Prusia. es el tipo del estado que lo absorbe y lo domina todo: el estado que podríamos llamar monista en oposición al estado plural de la Edad Media. Este estado DO se halla sometido a la Iglesia. aína al contrario. o

(1) Véase la Relación

de Santillán.


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A pesar de su fe católica, España, en esto, como la Francia galicana, no se diferencia de los estados protestantes o de Iglesia nacional. Por el patronato la Iglesia perdió en parte el carácter corporativo de la Edad Media y quedó convertida en un rodaje de la máquina política. Por eso hay que distinguir, en la colonia, la jerarquía eclesiástica sometida al rey, de la Iglesia relativamente libre de las órdenes religiosas. La tendencia regalista, que es una tendencia imperialista, fué eliminar las órdenes religiosas. de 108 territorios habitados por quechuas y aimarás, indios de paz, que habían evangelizado, relegándolas a las regiones de frontera, indios de guerra, de las hoyas del Orinoco, del Amazonas y del Paraguay. Los reyes de España daban apenas diez. años para convertir una misión en doctrina en la región del antiguo Perú. Al terminar ese plazo, el grupo indígena escapaba al misionero y quedaba bajo la jurisdicción del cura, sometido al obispo. el cual lo estaba más al Rey que al Papa. El indio peruano necesitaba de la permanencia indefinida del misionero como maestro. y defensor. En lugar de organismos misionarios para defender a las comunidades, creó Lope de Castro la nueva institución de los corregidores de indios, destinada a controlar a los encomenderos; pero que, careciendo del celo religioso y de sentido corporativo, resultó a la postre una especie de encomienda temporal. A pesar de todo esto, la propiedad eclesiástica (conventos e iglesias) y la legislación sobre las comunidades atenuaron evidentemente los resultados desastrosos


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del latifundio. La propiedad eclesiástica de rentas moderadas o de censos o de cánones reducidísimos favoreció la constitución de una clase agrícola media. Además, esa propiedad respondió a fines de orden esencialmente colectivo: el culto, necesidad espiritual y estética; la beneficencia, hospitales y hospicios, y sobre todo a la educación. A todo lo cual habría que agregar que la renta eclesiástica, como lo ha probado Pereyra, se invirtió siempre en las colonias, en tanto que de la renta elel estado buena parte iba a la península. Desde el punto de vista econémico, puede llegarse a esta conclusión: la propiedad eclesiástica realizó una función nacionalista y democrática. Por eso fueron tan desastrosos los efectos de la supresión de los jesuitas, a quienes con tanta justicia elogia MariáteguÍ, desde el punto de vista económico. Las, propiedades de éstos pasaron a incrementar el latifundio laico. El caso fué notable en Arequipa, en donde la propiedad jesuítica pasó a manos de la familia Goyeneche. y una renta que ha llegado a la suma de 300.000 soles til año, en lugar de emplearse en el debilitado organismo de esa ciudad,' salía todos los años al extranjero. La acción misionaria, la misma obra de la Iglesia secular, a pesar de 8U sumisión al estado, la preservación de las comunidades, el monumento no superado de legislación tutelar y SUB tentativas de aplicarlo constituyen la parte luminosa de la época colonial. Mariátegui ha reconocido parcialmente este


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cuadro, al reivindicar, con legítimo orgullo, la constatación relativa a las órdenes religiosas que le ha correspondido hacer, «a pesar de ser marxista convicto y confeso». La parte sombría del cuadro la constituyen la encomienda, la mita para las minas y la introducción de la esclavitud en la costa. Aquí no caben ni excusas ni paliativos; pero no hay que suponer que el régimen colonial español tuvo el monopolio de estos sistemas de explotación. Bastaría la compeeacién con otros países y la historia reciente del contacto de las razas superiores con los pueblos de color, para probar nuestro aserto. La revolución americana, desde el punto de vista de los factores económicos internos, es fruto de los intereses, no sólo de una aristocracia territorial criolla, que buscaba salida para sus productos y al mismo tiempo influencia política, sino también de la clase media de los mestizos dedicados a la pequeña propiedad, o a ciertas profesiones liberales o, anhelosos de posiciones burocráticas. En el Pero, me parece exagerado atribuir la independencia, corno lo hace Mariátegui, a factores puramente externos. Aunque nos faltó el factor decisivo de una personalidad genial, no puede dudarse que después de la decepción que trajo la restauración absolutista de 1814, la aristocracia territorial y el mestizaje o sea la clase media se orientaron definitivamente hacia la independencia. En la revolución no hubo evidentemente un programa de carácter agrario; no aparece tampoco exigido por las condiciones económicas en ese momento, ni por ninguna rei-


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vícroa

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vindicación de clase. Con un criterio de relativismo histórico. no cabría censurar a los leaders de la' revolución por la falta de división de propiedades. La aristocracia territorial se sumó a la revolución y estaba empobrecida después de la guerra; el latifundio eclesiástico desempeñaba una función social. Las nuevas ideas y necesidades de la circulación de la riqueza exigían la abolición de las vinculaciones y de los mayorazgoe ; se siguió esa política. que fué coronada por el c~igo civil. Con el mismo criterio de relativismo histórico no podía exigirse más de ella. El Perú estuvo libre felizmente de la orientación jacobina que dominó en otros países de América. orientación que respetó el latifundio privado y se adueñó del latifundio eclesiástico. como en Mé.jico: la llamada política de las leyes de reforma. Hoy sabemos cuál fuéel resultado. La confiscación de la propiedad eclesiástica no favoreci6 ni al arrendatario ni al peón y sirvió únicamente para acentuar el latifundismo laico (1). Si en el Perú hubiera gobernado el radicalismo. se habría producido idéntico fracaso. Pero si no seguimos una orientación jacobina. acentuamos el regalismo de la época colonial. La Iglesia continuó esclavizada y burocratizada; las misiones fueron abandonadas aun en la región de frontera. La república no necesitó, respecto oe la raza aborigen. importar la ideología humanitaria de la Revolución francesa; le hubiera (1) Véase la opinión de Priestley en su Ilistoria ¡ieo.

de Mé~


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bastado revivir la tradici6n vernácula de la escuela dominicana. De esto tuvo una clara visi6n Bolívar y de ahí 8U culto por Las Casas. Para defender al indio psicológica y económicamente bastaba proteger las comunidades y revivir las misiones. A ello se opusieron la ilusión igualitaria y revolucionaria y la atenuación de los sentimientos religiosos en la clase dirigente y en la clase media. Las nuevas generaciones fueron escépticas y materialistas o indiferentes y la religién era relegada a las mujeres o al pueblo ignorante. Era imposible. dentro de este ambiente depresivo. que la Iglesia conservara autoridad y eficiencia. Por el abandono de aquella hermosa tradición, la parte censurable. en la política republicana. es lo relativo a las comunidades indígenas. Puede decirse que la revolución fué un avance desde el punto de vista nacional, pero no desde el punto de vista de la justicia social. No olvidemos que el tributo y la esclavitud se conservan hasta el año 54. Al mismo tiempo el latifundio se extiende a las tierras de comunidad al amparo de las leyes y decretos que hacían ficticiamente al indio propietario. Sería un estudio interesante el de fijar el número de comunidades y su extensi6n territorial a principios del siglo XIX y a principios del siglo xx. Todo induce a pensar que la diferencia sería muy grande en contra de la época actual. El autor, que señala bien las fases de este proceso, no deduce sin embargo la tremenda lección que de él se desprende. No basta tener un ideal generoso. y lo era el de hacer al indio propie-


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tario individual; es necesario un criterio realista. La utopía del individualismo no se aparta de la utopía socialista con su ígualitarismo económico. El indio no fué ni ciudadano. ni propieta~iocon el sufragio universal; mañana. en que sin criterio realista se nacionalice toda la tierra y se le lleve a los soviets, como antes se le llevaba a las ánforas, no será tampoco propietario, ni ciudadano. Si la revolución se basó en los intereses de la gran propiedad y respondió a las finalidades bu. rocráticas del mestizaje medio. rué hecha por el ejército y de aquí que el poder político no tenga una sola base, como cree Mariátegui: la gran propiedad; sino dos bases: la aristocracia territorial y la burocracia militar. En el Perú se agregaron pronto dos lactores: uno, por la formaci6n de una nueva oligarquía, a consecuencia del guano, y otro, por el funcionamiento político que tenía que crear a la larga el tipo del pequeño gamonal político o cacique provincialista. Un partido de clase media y de profesionales no pudo formarse; así fracuaron el partido liberal y su continuaci6n: el primer partido civil de Ureta y de Arenas. Sólo la nueva plutocracia. más bursátil que territorial, logró criatalizaree en un partido político para luchar contra la clase militar, al principio, entendiéndose con ella, después. La democracia desarrolla el tipo del político. de caciques, propietarios o no. que llegan a formar artificial y momentáneamento fuerzas de consideración. Clientela en unos casos de la burocracia militar, en otros de la plutocracia, ha


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revelado a veces tentativas de emancipación, como en el año 90. en que Rosas representaba la oligarquía ; Morales Bermúdez, la burocracia militar, y Valcárcel, el caciquismo parlamentario. En regímenes de corrupción. el caciquismo parlamentario está destinado a enriquecerse y a agregarse a la plutocracia territorial absorbiéndola. De esoa.ritmos de lucha entre esos tres elementos o más peligrosos contubernios, que nos explican perfectamente los factores económicos, sólo se sale en la historia del Perú por la influencia de las grandes personalidades: Castilla y Piérola. Su obra no puede ser, por eso, explicada por el materialismo histórico. La abolición del tributo y de la esclavitud representaba para el fisco una seria disminución en la renta y un serio golpe para la agricultura. Si Castilla hubiera sido el simple agente de una burocracia que necesitaba ser bien pagada o de los propietarios costeños, no habría ni reducido sus entradas, ni quitado a estos últimos el brazo seguro y barato. Puede decirse lo mismo respecto de la obra esencial de Piérola: la abolición de la contribución personal y la estabilidad monetaria. Tales son las reservas y rectificaciones que cabe hacer desde el punto de vista de la evolución histórica. Ellas. se refieren principalmente a matizar la visión colonial destacando en ella la tendencia ético-realista en el problema indígena y a atenuar algunas exageraciones del materialismo histórico en la interpretación de la historia republicana. Pero es justo reconocer que son inatacables las afirmaciones de Mariátegui


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respecto del papel de las comunidades indígenas en la economía incaica, de la legislaci6J1tutelar. de la obra misionaria en la colonia y los cargos que formula sobre la política republicana destructora de la comunidad. El interés, la eaactítud. la profundidad de visión del autor. se acentúan cuando describe la época contemporánea. Los capítulos sobre el latifundio y la comunidad, el régimen del trabajo. servidumbre y salario y -sobre todo el dedicado al colonialismo de la agricultura costeña contienen páginas de antología política. Establece la dara diferencia entre el latifundismo de la costa industrializado y modernizado y el primitivo e infecundo latifundismo serrano. Habría que hacer sólo la excepción de las nuevas ganaderas que son la iniciación de ese proceso ~mizaci~ en la sierra. Con losdatos del iIireresantísirnd estudió de CaStró Pozo. sostiene la vitalidad y ·plaeticidad de ·las comu. nidades y la estagnación del latifundio serrano. El latifundio costeño. aunque industrializado, conserva un régimen feudal de .trabajo por el enganche y el yaneconadó. Sagaces son las observaciones del autor respecto al latifundio y la despoblación y la nueva tendencia de los grandes propietarios de crear núcleos de pequeña propiedad a su alrededor. Pavorosa y exacta la pintura que nos hace de una producción agricola orientada hacia el mercado extranjero y controlada por éste. Alarmante la cifra de cuatro millones de libras que el Perú importa en víveres y que revela hasta qué punto ha llegado nuestra dependencia económica. Sus proposiciones fina-


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les son en general inobjetables, cuando condena el absentismo por injusto y por Jos obstáculos que presenta al progreso agrícola (falta de estímulo en el arrendatario); cuando afirma que una nueva política inmigratoria es incompatible con la intangibilidad del latifundio; cuando sostiene la necesidad de una política intervencionista en la costa frente a la imposición extranjera; cuando señala la inaplicación de las leyes higiénicas y de protección obrera (inaplicación que revela en el Perú lo que podríamos llamar la abdicación del estado) y cuando asevera que si el gamonal o feudal no resulta productivo, ha perdido su título aun dentro del criterio capitalista. Todas estas conclusiones conducen lógicamente aun programa realista sin utopías y sin dogmatismos que suscribirían muchos que no son comunistas; protección y vitalización de las comunidades. expropiación del latifundio improductivo o retardado. conversión del yanacón o aparcero en propietario. defensa y extensión de la pequeña propiedad. constitución de un banco agrícola para los fines anteriores y para sustituir la habilitación extranjera. gravar el absentismo. aplicar rigurosamente las leyes de protección obrera. fi. jar una proporción al capital nacional en toda empresa, establecimiento de parroquias conventuales y escuelas misionarias, y culminando todo este sistema y como clave de él, sustitución del parlamento, pseudo-demo-liberal, por la representatión de todos Jos organismos vivos en 10l!1 que el trabajo tendría una gran mayoría. No es esta por desgracia la solución del autor, 4


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entusiasta adherente al programa marxista. En éste hay que distinguir la finalidad ortodoxa, la nacionalizaci6n de la tierra, que es la soluci6n definitiva, y los medios o métodos que constituyen la solución de estrategia. Es evidente que no s610la pequeña propiedad sino la comunidad son opuestas al dogma de la nacionalízacién abso-luta de la tierra. El programa comunista adoptado el l. o de septiembre de 1928 en Moscú, en lo referente a los países semicoloniales de América latina, no precisa soluciones estratégicas, pues habla s610de «lucha contra el feudalismo y las formas precapitalistas de explotación... de una serie de etapas preparatorias, como resultado de un período de trasformación de la revolución democrática burguesa en revolución socialista». En síntesia; nada definitivo. No son más precisos los comunistas-peruanos. Inferimos que no se trate de defender las presentes comunidades sino de extenderlas y de reconstruir las extinguidas ... Respecto de la tierra no comunal y no fácilmente atribuible a antiguas o nuevas comunidades, é será la soluci6n entregar al peonaje el latifundio serrano y al obrero los fundos industrializados de la costa para que por falta de técnicos y capital se paralice la producción y reine el hambre? En uno u otro caso, queda el problema de la organización del estado y del contenido y espíritu de la nación. Aquí la solución comunista trasciende del punto de vista económico y obrero y ahorda un problema más hondo: el poblema de la nacionalidad, problema relativamente fácil en los países de unidad racial,


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problema cornplicadísimo en los países de mestizaje. Por gravitación natural, por surenchére demagógica, el programa socialista se ha hecho en el Perú programa del indigenismo radical. El indio no es una parte esencial de la nacionalidad. sino la nacionalidad misma. Lejos de todo programa de «occidentalización». se trata de revivir la civilización incaica. haciendo de ella una pintura idealizada. La tesis indigenista en su origen fué una simple manifestación romántica: primitivisrno, amor del color local, y tuvo, hasta ahora, expresiones estéticas más que políticas. Nadie soñaba reconstituir la nacionalidad sobre bases y direcciones exclusivamente indigenistas; pero he aquí que las necesidades de la estrategia de la revolución mundial ponen js la orden del día el problema de la liberación de las razas de color. El indigenismo radical adquiere así un nuevo aspecto que podríamos llamar pragmático. En la lucha contra el capitalismo asume una importancia de primer plano la rebelión de las razas sometidas. El socialismo abandona su criterio humanitario y adopta, con inconsecuencia palmaria, lo que podríamos llamar el nacionalismo racial. La aplicación de este nacionalismo racial no presenta obstáculos en los países en que se puede establecer una ecuación entre raza y nación, como en la India o mejor todavía en la China, en que el elemento de las razas extrañas se ha mantenido en la periferia ejerciendo apenas la hegemonía política o económica. En esos países racismo es nacionalismo . .En la América andina, en que la raza espaBAi'./_O DE L-\ ¡·-t.:riJLl!Cft. 8l11LIOTECA lU':j.Af'r:.

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vícros

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ñola ha convivido y se ha mezclado con la raza aborigen durante tres sí¡{lós, creandO el tipo dd mestizo, que constituye la niaYodade J. :pobla-cién, y del criollo, -que por influencia del- ~ biente es mestizo por ósmosis, la aplicaciÓD del racismo no es la afirmación de la nacionalidad, sino su desintegración o ruptura. La conquista no fuéun hecho político, como 'cree Mariátegui; la conquista fué sobre todo un hecho biolÓgico. No _ cabe ya moralizar sobre él, sino partir de él. El Pero de hoy, el Perú real, no puede ser Comparado ni con la China.ni con la India. De lacivilización primitiva sé pueden respetar el Esthetos y cierto T eJenos, pero sería mostruoso e im~ posible intentar revivir el Logos y el Eth08 y' sacrificara ese sueño parte de la poblaci6n que. por herencia biol6gica y' espiritual, pertenece el la ejvilizecién cristiana: El "naCionalismo racial ne~ a la barbarie. Sus -gestos simbólica. -611. América serían sacar la piedra sacrificial del museo de Méjico y ponerla de nuevo. anhelosa de -víctirnas, en lo alto del T eocali: o tomar los ·huacos de los museos peruanos y. repartiéndcdolt en el territorio. revivir los adoratorios fetichistas: renegar de la liturgia, que es ascensión -pM]. materia al espíritu, para volver a la mag¡., qae es inmersión del espíritu en la materia. No insistamos en el pavoroso cuadro: el comunismo peruano no tiene en esto la aprobación de la Internacional. Parec-e. que en Moscú nóba:m perdido del todo el sentidO de la realidad. -Lee.• mos en el n. o 16 de La. Correspondencia ¡"ternacfonal (15 de abril de 1929, número dedic*lo


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especialmente a la América Latina}: «La consigna propagada por la organización nacionalista pequeña burguesa A. P. R. A.: América latina para los indios es una utopía irrealizable. El desenvolvimiento histórico, económico y social de América latina ha creado una situación de hecho: millones de negros, de blancos, de emigrados, de mestizos y de mulatos viven y trabajan en América Latina. Pensar expulsarlos para reservar la América Latina únicamente para los indios, guardando la pureza de su raza y resta. bleciendo sus costumbres, su lenguaje y sus organizaciones sociales en tribus, etc., es querer remontar el curso' de la historia y puramente utópico.» Contemplando el problema indígena en su doble aspecto económico y nacional, cabe decir, sintetizando, que pueden reducirse a tres los puntos de vista y las soluciones: la tesis imperialista, la antítesis indigenista y lo que podríamos llamar la síntesis verdaderamente nacional de la tradición histórica. Para la teoría imperialista, el indígena constituye la infraestructura del organismo nacional. Las teorías biológicas modernas, imbuídas en el concepto de la superioridad de ciertas razas, vinieron a acentuar la concepción imperialista. Para ella la nación es sólo el elemento blanco y el elemento mestizo. El elemento indígena está destinado a ser absorbido o a desaparecer. La tesi. imperialista ha tenido más adherentes de lo que se supone. Pocos tenían la franqueza de enunciarla; pero ella gravitaba en la subscon-


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ciencia de una inmensa mayoría. ins~irando diversos hechos legislativos. políticos o sociales. Frente a la tesis imperialieta, que excluye del alma de la nacionalidad al indígena. aparece la tesis indigenista radical. o sea la antítesis: el indio es el país. Apartada igualmente de la concepción imperialista. del feudalismo colonial y del biologismo moderno, y de la tesis indigenista, inspirada por la estrategia revolucionaria, surge la vieja concepción que encarnó la vida de Las Casas y el pensamiento de Victoria. Esta concepción es ética por la: inspiración y realista por las aplicaciones. La tesis imperialista tiene una inspiración económica; la tesis indigenista, una . finalidad demagógica y política. La síntesis cris. .liana surgió sin representar intereses o pasiones. Fué la generosa aplicación al descubrimiento de América de los principios del Derecho Eterno, de la Philosophia Perennis. Esta doctrina proclamó con Victoria el derecho de las razas aborígenes no sólo a la propiedad y a la libertad, sino a la soberanía política. Y luego de establecido el dominio español, con Montesinos y Las Casas mantuvo para los indios el carácter de libres vasallos de la monarquía y se opuso al establecimiento de las encomiendas y del trabajo forzado y defendió a las comunidades. Esta concepción puso en la colonización española la nota ética que la diferencia de las otras colonizaciones. En tanto que Inglaterra en el siglo XVII y . otros países en el siglo XIX siguieron sin vacilaciones una línea económica que los llevó a la


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extinción del elemento aborigen. España sintió el deber y la misión de protegerlo legislando sobre él. El primer intento de esa legislación produjo la formidable crisis que casi destruye el imperio colonial: las guerras civiles, conflicto entre los intereses de los conquistadores y el ideal de justicia inspirado a la corona por la escuela dominicana. El materialismo histórico podrá explicar el primer elemento. pero jamás el segundo. La concepción cristiano-nacional se mantiene viva en los continuadores deLas Casas. de Victoria y Soto: en el padre Agia, tan citado por Solórzano Pereyra, en el padre Avendaño, . autor de Thesaurus lndicus, condenador de la esclavitud. y llega hasta ViIlalva, el precursor. el gran enemigo de la mita. Filosofía de lucha en la conquista, filosofía vencedora en la legislación tutelar, filosofía aplicada en la obra misionaria, llega hasta nosotros como la única fuerza viva y de perenne juventud de la tradición colonial. A esos títulos de vitalidad histórica habría que agregar las cualidades que le señalaría, en comparación con las soluciones contrarias, un análisis imparcial. Es lógica en su inspiración ética porque sólo sobre la igualdad moral y espiritual se pueden basar los derechos políticos y las reformas económicas. El socialismo. al relegar como un mito la unidad espiritual de la humanidad, no tiene base para establecer la igualdad política y la igualdad económica. Como el humanitarismo de la escuela utilitaria inglesa, el humanitarismo marxista es una flagrante contradicción'. De la concepción materialista de la vida,


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el único que ha sacado las. consecuencias 16gicas ha sido Nietzsche. el niño tenible de la filosofía. Individualismo y socialismo se han decorado de , un. ideal cristiano despojándolo de su fuente mismá. _ La concepción catélica es más completa porque contempla en él problema no sólo el aspecto económico, sino también el pe~agógico y el técnico. No es dogmática y unilateral. sino realista y flexible. Por último, no desintegra la nacionalidad. sino que las~lva. Lo que necesita hoy es ser aplicada con un criterio moderno y frente a los datos concretos, y actuales, sin la perturbadora visión de privilegios que mantener. o de posiciones que alcanzar. Bien sé que aunque ella representa la razón y el sentido de lo posible. no es -la que está más cerca de nuestra realidad .. Es la historia universal y principalmente nuestra historia: el trágico diálogo del interés y de la pasión. La razón," desoída antes del conflicto. sólo es llamadatardíamente para salvar pobres despojos de entre la destrucción y las ruinas. No desconocemos que la historia contemporánea. está dominada por las formas del materialisnlO~capitalismo y socialismo. Si desaparecier~ la civilización occidental en este duelo terrible. al cristianismo lé correspondería. como dice Berdiayeff. una misión parecida a la que le cupo después de la invasión de los bárbaros, Por eso en ddlnitiva y a la Iarp el porvenir ea del cristianismo. De esto tuvo una visión profética Cheteaubriand, cuando decía, en Memorias de


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Ultratumba, que estando para escribir El Genio del Cristianismo lo había compuesto de diferente modo; (En lugar de recordar los beneficios de las instituciones de nuestra religión en el pasado. yo haría ver que el cristianismo es el pensamiento del porvenir y de la libertad humana. Y que este pensamiento redentor es el solo fundamento de la igualdad sociaL.. El cristianismo actúa con lentitud porque actúa por doquiera. No se adhiere a la reforma de una sociedad particular. sino que trabaja por la sociedad general. Esto es lo que él expresa con una maravillosa simplicidad en sus oraciones más comunes, en sus votos cotidianos, CU8nPO dice 8 la multitud: roguemos por todo el- que sufre sobre la tierra. El l\f erbo no se encarnó en el hombre del placer, sino en el hombre del dolor. con el fin de la liberación de todos, de una fraternidad universal y de una salvación inmensa.»


La Instruccíén pública En el largo capítulo que el- autor consagra al proceso de la Instrucción pública. se señalan sus tres elementos: la herencia colonial y las iníluencias francesa y norteamericana. Naturalmente. en el balance de la herencia colonial sólo se indica el debe y no el haber. Sabemos los aspectos desfavorables o defectuosos de la educación colonial que constituyen ya un clisé en la sociología americana. Lo interesante habría sido señalar los puntos luminosos en ese cuadro de sombras. Estos son cuatro. Es el primero la educación misionaria. En los capítulos relativos al problema de la tierra y al religioso, Matiátegui se refiere con simpatía a la obra misionaria. Lógicamente debió considerarla también en el capítulo de la Instrucción pública. Vaeconcelos no ha vacilado en declarar en Indología que toda obra de educación popular, principal. mente de educación indígena. tiene que seguir las trazas de los misioneros y que su esíuerzo no ha sido superado ni siquiera igualado. La educación misionaría revistió un aspecto económico.


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un aspecto práctico. No se trató simplemente de enseñar a los indios la religión cristiana. sino las artes y los oficios. dentro de la técnica de esa época. Es el segundo el contrapeso que tuvo la educación aristocrática oficial en el sentido democrático que a la alta enseñanza dieron los colegios religiosos. Mientras que el rey excluía de la enseñanza superior a las razas de color. éstas eran escogidas en los colegios de las érdenes religiosas. Vale la pena insistir en este punto. presentando un testimonio incontrastable: el ~le los interesados. Dice una nota del folleto publicado en Lima en 1812con los discursos pronunciados en las Cortes de Cádiz en defensa del voto de los mestizos: «No hay una sola aula de latinidad y retórica en que no se enseñe ind stintamente a los niños y plebeyos sin exceptuar a los indios, castas y morenos. Hay también varios colegios y universidades pontificias pertenecientes a las órdenes religiosas en los que se enseñan la filosofía y la teología a los jóvenes de toda clase y color y nacimiento " Los cuerpos religiosos de esta ciudad nos han preservado de la ignorancia a que estábamos condenados por la falsa política del siglo.» El tercer punto señala algo común a la educación aristocrática del Estado y a la democracia de la Iglesia. Es verdad que a ambas les faltó atender a las ciencias experimentales y de observación y que en el período de decadencia la sutileza y el verbalismo fueron manifiestos. A pesar de estas degeneraciones, la educación escolástica sobresalió en dos disciplinas funda-


·60 mentales: la Lógica deductiva y la Etiea: Ha recordado Laeserre, en sus recientes conferencias en la Sotbona sobre el neotomismo, que la Esco.. lástica era un fuerte entrenamiento para el racio, cinio, para el análisis y la lJreeisión verbal. Por 10 que se refiere a la Etica. impone el con. traste entre sus claros y s6lidos principios y la desorientaci6n de los tiempos modernos. que . Faguet califica como la dimisión de la Moral. Nosotros. por las ciencias ex~rimentales. tepe. mos mejores instrumentos objetivos, muo en - muchos,c8S08. los dos valores subjetivos tan esenciales: un claro. raciocinio. un recto criterio ético, son, en los hombres modernos. inferiores a los de anteriores generaciones. La época colonial. como la Edad Media. no tuvo ciencia experimental. pero tuvo _una filosofía. La época actual tiene ciencia, perócarece de Filosofía. No puede llamarse tal. sobre tOdo desde el punto de vista ético. la infinita variedad de creaciones subjetivas, verdaderos poemas metafísicos que nos han conducido a la más completa anarquía espiritual desde Descartes hasta hoy. .La 8'J'8Il obra del futuro será la conciliaci6nentre la cien. cia moderna y la Filosofía Perenni s. Po11pJIlos, pues, en el haber de la herencia colcmal la concepción ética de la vida y el fuerte sentido de los valores absolutos. Era natural que a mediados del siglo XIX, utilitario. materialista o agn6stico. se desdeñaran como un mito aquellos valores. La situati6n ha cambiado totalmente en-el siglo xx. La Filosofía se orienta otra vez en Alemania y en Francia hacia lo absoluto. hacia los valoree eter-

se


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nos. No podemos repetir en el siglo xx la apreciación sumaria. unilateral y dogmática de la Filosofía medieval del agnosticismo y del materialismo del siglo pasado. La tragedia del materialismo histérico y del socialismo integral es la de haberse plasmado dentro de una concepción, hoy anticuada, de las relaciones entre la ciencia y la religión. de la experiencia y lo absoluto. En la época de Marx y de Renán (1)•.se creyó que la ciencia reemplazaría a la Filosofía y a la religi6n. El estupendo progreso científico de los últimos ochenta años ha revelado que el misterio no ha muerto. como creía Berthelot. Los más altos representantes de la ciencia. señalando sus limitaciones, no la creen incompatible con la religión. No debe ignorar el autor de la Interpretación de la realidad peruana, tan bien informado sobre el movimiento de las ideas europeas, la respuesta de los cuarenta sabios de la Academia de Ciencias a la célebre enquéie de Le Fígaro, sobre las relaciones entre la religión y las ciencias; y las recientes y famosas declaraciones del profesor Eddington, uno deles más grandes astrónomos y físicos ingleses. acerca de los mundos visible e invisible. No todo es, pues, ciencia experimental y técnica. como lo quiere el socialismo; sobre la ciencia está la filosofía; sobre la técnica, el espíritu. Aun respecto de la orientación experimental cabe hacer una reserva; y aquí interviene el (1) El

Manifiesto

son de 1848.

Comuni.~ta

.\' l'Aren!/'

de la

Science


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cuarto punto. Al finalizar el siglo XVIII se intenta una reforma en la enseñanza universitaria. Ello se origina en los injustamente olvidados proyectos de la Junta de Aplicaciones de los bienes de jesuitas, de 1772.que sugerían un programa innovador-experimental y nacionalista. Este programa se realiza. años más tarde. en los colegios'carolinos. La orientación intelectual de fines del ~iglo XVIII es inductiva, experimental, económica, nacionalista, y de nuevas disciplinas sociales. Es una especie de renacimiento' al finalizar nuestra Edad Media; y como renacimiento un movimiento complejo en que se juntan. a la rica savia de la tradición ética. nuevas disciplinas y nuevas orientaciones. Juzgando con un criterio de relativismo histórico. no podríamos decir que en el siglo XIX se presenta entre nosotros un movimiento de realismo científico económico y nacionalista comparable al del antiguo Mercurio Peruano, tan admirado por Humboldt. Nuestra obra. en la República. exigía proscribir la sutileza y el verbalismo. la exageración deductiva, y destruir los marcos aristocráticos de la enseñanza del Estado. Sin necesidad de hacer importaciones violentas e integrales. y conservando las disciplinas lógicas y éticas. cabía revivir para la instrucción popular el sentido tópico. la orientación al dominio de la tierra de las primitivas escuelas misionarias, y acentuar en la instrucción superior la orientación realista de los últimos tiempos. Al lado de esta obra de continuidad histórica. pudo agregarse la adaptación- de los mejores modelos extranjeros.


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No fué el sistema francés el primeramente imitado, a raíz de la independencia. La fiebre imitativa en América se orientó hacia el método de Lancaster; se le atribuían virtudes prodigiosas. Se vivió, además, dentro del mito del alíabetismo, cuando la enseñanza simplemente literaria no salvaba el problema. Llama la atención el contraste entre la ineficacia de las medidas adoptadas y la absoluta fe en que pronto no habría analfabetos. Es conocido que las primitivas constituciones exigían para la ciudadanía el saber leer y escribir; pero con la reserva de que tal exigencia no sería efectiva sino desde el año 40. Se creía que en esa fecha los indios habrían aleanzado ese grado de instrucción. El primer gran esfuerzo hacia la organización general de la Instrucción pública se debe a Castilla y es el de la ley del 61. El autor omite referirse a él. obedeciendo insconscientemente a su tendencia a aminorar la influencia de las personalidades dominadoras de nuestra historia: Castilla y Piérola. Aquella ley tuvo dos méritos: uno, elocuentemente señalado por el Dr. Villarán, la centralización, base de la eficacia del sistema; y otro (a pesar de inspirarse en el modelo francés), el respeto a la autonomía universitaria. que salvó a esta institución del anquilosamiento burocrático. No bastaba una buena ley. La instrucción popular en el Perú demandaba un esfuerzo apostólico. Apagada la mística misionaria, necesitábamos místicos laicos del tipo de Sarmiento. Además, en ese momento nos habría convenido para la instrucción primaria. no el modelo [ran-


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cés, sino el modelo americano, de mayor sentido. realista. orientado hacia la. pr~óR-'de la_.~ - ciencia. Fervor apostólico en el impulSo y eentidorealista en la técnica, es lo que llevó Sat'miento a su genial obra. Este recuerdo, en triste contraste, nos conduce a apreciar las deficiencias de lo nuestro. La ley del 76 agravó los males de la orientación académica, con la ineficiencia directiva. al descentralizar la Instrucción pública y entregarla a las municipalidades. El autor no encuentra, al estudiar loe .defectos de nuestro sistema. sino una explicación: el carácter feudal de nuestra sociedad. que repite como - un leit motio, Y el hecho es que nuestra Instrucci6n pública no tuvo carácter aristocrático. Para explicarnos el fracaso, basta observar su falta de sentido realista. Ultrademocrática era la ley del 76. --~ ponía a las escuelas en manoa de los municipios, fruto del sufragio-popular. Ultrademoerético era el movimiento empeñado en generalizar. la instrucción media. en lugar de las escuelas práctieas o las primarias superiores: Fué sincero el deseo de nuestros padres de difundir las luces, y de hacer accesibles a todos la enseñanza tnedia y la enseñanza superior. Es. precisamente, l. exageiación de tal tendencia la que ha producido la crisl8 profesional. No es inconveniente el modelo secundario francés. hasta hoy el mejor del mundo, para los colegios preparatorios de la -universidad. Lo absurdo fll.é mantener un tipo único de colegio, con sacrificio de las escuelas especiales con orientación directa hacia vida.

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Al fracaso de una imitación integral del sistema francés, sucedió, por obra de nuestro espíritu simplista, el de la imitación integral (instrucción media y primaria) del modelo americano, a principios de este siglo. Mariátegui no puede ocultar sus simpatías por esta tentativa. No nos sorprende. Los socialistas condenan al capitalismo, pero viven en una constante admiración de sus métodos y orientaciones. El sistema popular-la Grammar School-de los Estados Unidos. es excelente. Su seducción debió ser grande en la época de Sarmiento y de Horace Man, en que palpitaba-todavía la vida simple y pintoresca de los ploneers, Aunque tardía, la imitación de ese modelo para nuestra instrucción primaria era buena y posible. ¿ Puede decirse lo propio respecto a la instrucción media? La comparación reciente hecha por Fisher, entre la High-School americana y la High-School inglesa, resulta desfavorable para la primera. En la escuela americana hay un sentido igualitario, toscamente -nivelador, que sacrifica las capacidades excepcionales al término medio de los alumnos. El criterio de selección no es un criterio aristocrático: el progreso de la sociedad consiste en el máximo rendimiento de las mejores inteligencias. Al error de esta imitación unilateral americana, se agregó otro de procedimiento; se creyó que sólo podrían introducirse métodos americanos por medio de funcionarios americanos, que no siempre resultaron adaptables al medio. Atribuir el fracaso de la orientación americana a nuestra. -estructura social, es se~ciIlamente arbitrario. So5


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lamente puede haber dos causas de este fracaso: la falta de una colaboraci6n del gobierno. y, en algunos casos, la inadaptabilidad del personal traído. Idéntico o peor fracaso se realizaría, establecido el socialismo, en condiciones semejantes. El prejuicio socialista explica las equivocadas afirmaciones del autor, respecto del. proceso general de la Instrucción pública. Un nuevo factor de orden sentimental agrava esta desviación .cuando trata de la reforma universitaria. Ese factor es su inocultable antipatía a la generación novecentistá. Afanosamente se empeña en atribuir el movimiento de renovación en América a la agitación universitaria argentina. Insiste enconsiderar que el nuevo programa de reformas en el Perú data sólo de 1919, omitiendo inexcusablemente los movimientos universitarios de 1905a 1908. Dando más franca expansi6n& sus sentimientos, acusa a la generación futurista de haber marcado una orientación conservadora y de hegemonía cioilista en la universidad. La generación novecentista apareció en la universidad -cuando ésta, por obra de maestros a quienes trata con simpatía justificada: Prado y Villarán, había orientado a la universidad hacia el .positivismo. Esa generación, bajo la influencia de aquellos maestros, representó evidentemente una rectificación de la simplista y primaria ideología radical. Dos elementos de valor positivo había de adoptar esa generación: la acentuación del nacionalismo en los estudios y la rectificación del positivismo en consonancia con el renacimiento idealista de las corrientes modernas en


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Francia, Alemania e Italia. En este sentido, dicha generación fué esencialmente reformista. Llevó al claustro un sentido de seriedad, de vooacién científica, de aplicación estudiosa. Había en la juventud de ese tiempo un sincero deseo de aprender. Bajo la presión de esa exigencia se abrió la biblioteca universitaria y se encargaron revistas extranjeras. El ideal de los alumnos era no sólo dar buenos exámenes, sino coronar su carrera con una buena tesis. Este trabajo absorbía tanto tiempo o más aún que la asistencia a las clases. Las tesis fueron originales <lcontribuciones de carácter esencialmente nacionalista; más que monografías, verdaderos libros, en muchos casos representaban un gran esfuerzo de inteligencia y de voluntad. Esta fué una reforma silenciosa como todas las grandes reformas, sin bullas callejeras y sin agitación demagógica. La generación que pasó por la universidad de 1900 a 1910 fué un gran estímulo para los maestros mismos, renovó completamente nuestro ambiente espiritual y no se limitó únicamente a esta función de orden intelectual. En su debido momento inició una política de protesta contra los catedráticos rutinarios e incapaces. Tal fué el movimiento de 1905. de mucho mayor mérito que el de 1919, porque la rebelión universitaria en aquella época no tuvo el apoyo de la situación política; al contrario, el gobierno tenía especiales vínculos con algunos de los catedráticos tachados. El Congreso de Montevideo dió a la generación novecentista una oportunidad para formular sus


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ideales en lo que se refiere a la reforma universitaria. Apenas, de pasada y en forma equívoca, refiérese Mariátegui al Congreso de Montevideo, olvidando que el verdadero programa de refQ~ universitaria continental comienza en él. En efecto, aquel Congreso proclamó: l. o , la condena de la disertación, y el establecimiento del convenatorio universitario: 2. o, la abolición del examen: 3. o, la participación de los estudiantes en el gobierno de la universidad: 4. o, la preparación especial j',ara la carrera del profesorado r y 5. o , la dóeencia libre. Los dos primeros principios, los que atacaban a fondo la reforma, fueron iniciativa de la delegación peruana, la cual tuvo, además, participación decisiva en el apoyo de la propuesta uruguaya sobre docencia libre y participaci6n. de lós estudiantetl en el gobierno, y la propuesta chilena, relativa a la formaci6n del instituto pedagógico. Atribuir, pues, a la agita- . ci6n posterior argentina y al movimiento del Je¡ en el Perú la iniciación de aquel programa reformador es injusto. El Centro universitario' en el Perú se fund6 a raíz del Congreso y en él se iniciaron los debates y la propaganda el} favor de aquellos principios. Poco tiempo después, los leaders de esa generación universitaria llegaron a ser maestros y todos ellos trataron en sus cátedras, que desempeñaban muchas veces sólo con un carácter interino, de introducir nuevos métodos y nuevas orientaciones. Los decanos que se eligieron para las facultades de Letras y Jurisprudencia, los citados doctores Prado y Villarán:, tuvieron como principal sostén en lSUS· ini-


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ciativas aquellos elementos nuevos. Hubo en las mencionadas facultades criterio amplio en el reclutamiento del profesorado. Ni prejuicios de clase, casta o partido, presidieron la selecci6n del personal. Los nuevos nombramientos, en su mayoría, casi en su totalidad, recayeron en jóvenes de indiscutible competencia. Que algunos de ellos tuvieran apellidos históricos. no fué su culpa; ni ello era un desdoro para el país y para la universidad. A pesar de la renovación que suponía la política seguida por los nuevos decanos y los nuevos catedráticos. faltaba mucho por hacer. Quedaban todavía algunos catedráticos rutinarios o anticuados. Contra ellos se dirigió el movimiento universitario de 1919, que, además, abogó por la implantación inmediata del justo principio de la participación de los estudiantes en la enseñanza. No es cierto que los catedráticos jóvenes no participaran en ese movimiento. Podían ellos no haber simpatizado con la agitación política (1) que le precedió, pero es evidente que tenían que aprobar un programa que en sustancia era el suyo. Algo más; los candidatos de la revolución universitaria para reemplazar a los tachados. pertenecían a la generación novecentista. Había, sin embargo, un punto, en el programa de 1919,el único en que éste avanzaba sobre el de 1908. que era a todas luces inconveniente: la abolición de las listas. Era una prima a la pereza e importaba una acentuación del (1) Agítacíón inconcebible a fa.vor de Leguía, se proclamó maestro de la juventud.

a quien


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estéril ajetreo alrededor de las elecciones universitarias. En la universidad había dos males que combatir: el catedrático rutinario y el alumno perezoso, inerte en fa clase o en la biblioteca o ausente 'de ellas; pero activísimo y presente en los círculos eleccionarios, verdadero tipo de poli~ fleien qpe, no pudiendo basar su influencia en el estudio y en su labor intelectual, la buscaba en el éxito de menudas intrigas. No obstante esta reserva. es evidente que el movimiento universitario de 1919 estuvo bien inspirado. El Congreso del Cuzco, realizado en el año siguiente. dió carácter nacional al programa invocado. reiterando la actitud de los Congresos que sucedieron al de Montevideo. respecto a la vinculación de la universidad con las, masas populares y respecto' a la defensa de las libertades públicas. En estricto e imprescindible cumplimiento -de ese acuerdo, la juventud universitaria de Lima y de provincias acogió el movimiento. extraño a toda ~inculaeión de política personalista, que iniciaron algunos catedráticos en 1921.' Para juzgar tal movimiento nos falta perspectiva histórica. Poco a poco van acumulándose los hechos y resaltando la intención rectísima de los que actuaron en esa fecha. El haber condenado el movimiento de 1921 no impide al autor hacer el elogio del suscitado dos años después con motivo de la política religiosa del gobierno y que tuvo. por cierto. un programa menos importante desde el punto de vista nacional. A pesar de haber calificado de reaccionario al grupo encabezado por VilIa~ rán. no puede negar que ese grupo siguió una


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política reformista y de simpatía hacia el alumnado, después de arreglado el conflicto con el gobierno. En realidad, la renovación universitaria estuvo encarnada desde entonces en la unión que se estableció en 1921 entre el grupo de catedráticos reformistas que dirigía Villarán y el alumnado. Su programa significaba nuevos métodos en la enseñanza, autonomía de la universidad frente al gobierno, y condena, por parte de ésta, de todo régimen personal. El escritor socialista se empeña inútilmente en dislocar este programa único y en separar la obra de los catedráticos jóvenes y la de los alumnos. No puede dejar de aludir a la expulsión de alumnos de Trujillo, a las medidas represivas contra los de San Marcos, al retiro del propio doctor Villarán: pero no señala la estrecha conexión de estos acontecimientos. Concluye su capítulo referente a la universidad, haciendo una confrontación del programa de reforma en sus puntos esenciales y el estado actual de la universidad. Alejado cel país hace ocho años, carezco de los datos suficientes para pronunciarme sobre esa confrontación: pero sí estoy profundamente convencido de que, aun siendo cierta la pintura que traza, no era su remedio la burocratización de la universidad por su absoluto sometimiento al gobierno. La universidad sólo podrá reformarse por obra del profesorado joven, en cooperación con los alumnos, manteniendo su dignidad, su autonomía y la conciencia de su misión nacional. Hemos tenido oportunidad de analizar en otro estudio. publicado en La Reforma Social, el nuevo estatuto y de probar que la universidad no aueda


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fJaneamente, como en el sistema francés, sorne~· tida a.la dirección responsable del ministro de Inetruecién pública, Bino al manejo anónimo. y pl'oEan~de. UIhConsejo de ~gos del Presidente de la República. El autor elude dar una opinión a fondo80bre el Estatuto, pero lo vence, alfin. su simpatía por la atentatoria medida, y nos dice que el Estatuto tiende a la docencia especializada y es un instrumento legal de la transformación técnica de la enseñanza. iCuestión de gustos o de simpatías I . Me é8 forzoso referirme en este ensayo a la interpretación que ha hecho el autor, de algunoe conceptos míos sobre la universidad. Las frasea de que la universidad representa el lazo ele unión entre la República y la colonia y encarna nuestra continuidad histórica, le sirven de asidero para gratuita afirmación de .~ la univeraidad ha .ido dominada por el espíritu y la aristocracia colonial; Al emplear aquellas expresiones. no he podido insinuar la estagnaci6n de la universidad. Las palabras deben interpretarse de acuerdo con las ideas reinantes. No digo un lector de Bergaon, habituado al sentido dinámico de la palabra con~ tinuidaJ. pero los mismos ya rezagados disclpu'los de. Spencer tienen que interpretar esa palabra y la expresión lazo de unión en un sentido evolutivo. El escritor socialista poseía, pues. el cri- . teriodellenguaje ambiente, para dar a mis palebras un sentido recto; si no había tenido la oportunidad de leer mi trabajo .«La Historia y El Eapíritu Necional» (1908). en que definí claraDiente lo que entiendo por tradicionalismo evo-

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lutivo. Que la universidad es el lazo de unión de la República y la Colonia, se debe a un hecho que quiere ignorar el autor: la reforma de la universidad a fines del siglo XVIU. En la historia de la universidad en el siglo XVlll hay dos períodos: el de la decadencia escolástica y el de la enciclopedia. Ninguna reforma se crea de la. nada, ni es fecunda si se debe a una absoluta imposición exterior. La continuidad histórica que yo asigno a la universidad, se debe a la tendencia reformista de fines del siglo XVIII, cuyo impulso debimos conservar. 'Decir que la universidad no ha evolucionado, aunque imperfectamente, y ha seguido fiel a su tradición escolástica, conservadora y española, es hacer una afirmación absolutamente infundada. Después de la universidad enciclopédica, tuvimos la doctrinaria con Herrera, luego la liberal con Gálvez y Lorente y después la positi- . vista. La generación novecentista inició un período de idealismo y de neohumanismo. Más arbitrario aún resulta afirmar que la universidad fué el dominio de la aristocracia colonial. Decía González Prada que, al entrar en un salón en Lima, podía exclamarse: Saludo a todas las razas y a todas las castas !» Semejante saludo estaría más justificado frente al cuerpo docente de nuestra universidad en el siglo XIX. Lo digo sin la. despectiva intención de González Prada y más bien como un homenaje al espíritu igualitario y de unidad nacional que representé, a peear de sus defectos, nuestro más alto instituto. El autor socialista no puede negar que en mi ((1


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t~abajo señalé el defecto principal 'de nuestra universidad: su falta de vinculación con la realidad nacional; pero agrega: «La investigacién de Belaunde no podrá ir más allá.» Tal afirmación apenas se concibe en persona que ha tenido en sus manos y ha citado mi referido trabajo. No me limité yo a hacer la constatación referida, sino que la probé en un análisis detallado de los períodos de la universidad y de los planes de estudios, haciendo resaltar lo artificioso del filosofismo en la FacuItad de Letras y del internacionalistno en la de Ciencias políticas; critiqué la desviación positivista, consistente en la inútil importación de hipótesis, en lugar de la justa aplicación del método; hice notar que las principales cuestiones nacionales: la cuestión indígena, la independencia de la clase media, la 8\1tonomía económicanaclonal y los problemas d-eados por la guerra del 79, no estaban plan- : teados y discutidos en la universidad. llegando a afirmar que mientras no lo estuvieran «era la universidad una institución moralmente emigrada». Destaqué el contraste de aquellas deficiencias con la alta misión nacional y educativa, no solamente profesional. de la universidad. Señalé la causa del mal al afirmar que «la universidad vivía de prestado, de actividades accesorias, de tneros diletantismoa» y que el principio de la división del trabajo había sido mal aplicado en la universidad. Sostuve que, en vez de la multiplicación de cátedras, deberíemoe volver al principio de la consagración excluaiOtl de actividades. Estudiando el problema de esta


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mala división del trabajo, critiqué sus dos causas: una, económica: la escasa retribución de las cátedras, y otra, psicológica: el decoratismo nacional. Concluí afirmando que la universidad sólo se reformaría por la intensa vocación en los maestros, la entusiasta colaboración de los alumnos, y la formación de un ambiente espiritual por obra de la revista, de los conversatorios o seminarios (mi iniciativa en el Congreso de Montevideo) y las sociedades de debate. La crisis de nuestra universidad se ha debido a esta causa de sentido común: a la falta de vocaciones pedagógicas (la vocación es un misterio psicológico); no se ha debido, como artificialmente cree Mariátegui, al carácter feudal, aristocrático, de la universidad. De todas las instituciones nacionales, la menos feudal, la menos aristocrática, ha sido el viejo claustro de San Marcos. Cierra el capítulo sobre Instrucción pública un sutil ensayo que, con el título de «ldeologías en contraste», versa sobre el diálogo Deustua-Villarán, acerca de la orientación de nuestra Instrucción pública. Mariátegui no trata, como Garda Calderón, de buscar entre el ideal de alta cultura, preconizado por Deustua, y el de aptitud económica, preconizado por Villarán, la necesaria conciliación. Presenta, extremándolas, las ideas del Dr. Deustua, a las que da un carácter latifundista, y se decide por la orientación económica, unilateralizada, que atribuye a Villarán, olvidando que éste, en su discurso de recepción a los estudiantes del Tercer Congreso Continen-


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tal, abogó también por la cultura desinteresada en la universidad. En la tesis del Dr. Deustua le reflejaba, evidentemente. cierto aristocratiamo intelectual. que no corresponde. como cree el autor, a un concepto feudal, sino burgués. (El aristocratiemo intelectual se ha desarrollado Francia. en pleno dominio de la burguesía.) Ha. bía en la tesis del Dr.' Deustua un fondo de verdad; pero, al mismo tiempo, una tabla de valorea falsa. La verdad es ésta-y en ella con. venía el Dr. VilIarán-: que la instrucción.superior y aun la media. relacionada con ella, no podían tener un carácter meramente utilitario, sino de cultura integral, científica. estética y ética. La exageración consistió en afirmar que esa reforma era más urgente que la de la inetrucción primaria. Contra eal.falsa tabla de valorea. se levantaba el Sentido colnÚD: Primum .qioue • . deinde philosophari. La educación popular era, evidentemente, la primera necesidad nacional. Esa educación debería orientarse al dominio del medio; sin descuidar las disciplinas éticas, como lo pensaron los primitivos misioneros, y lo realizó Sarmiento en la Argentina. En síntesis, por lo que se refiere a la tabla de valores, tenía· raz6n el Dr.' Villarán. El peligro, en la tesis realista o economista, consistía en 8Q extremacién: riesgo que parecía inevitable dada la boga del positivismo, del utilitarismo y del americanismo, antee de' la reacción idealista que Rodó y SU8 disc;ípu. los iniciaron en América. La orientaci6nde Mariátegui lo lleva a aceptar. no sólo la posiei6n moderada y ecléctica del Dr. ViIlarán, precisada

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en sus últimos trabajos, sino las consecuencias extremas a que conducen ~ata~mente,el economismo y el materialismo. Una vez más queda confirmada la tesis de que el socialismo es el esclavo intelectual del capitalismo. No es cierto que la civilización occidental. capitalista, haya exaltado el trabajo por el trabajo mismo, sino porque el trabajo es la fuente de riqueza. La dignidad del trabajo, aun en los oficios más humildes, no es un valor moderno, sino un valor cristiano. Es calumniar a la Edad Media sostener que ella tuvo en menos el trabajo', Recuérdese' el sentido religioso de las corporaciones y cte los oficios. El mundo moderno ha visto en el trabajo no su sentido moral, sino su sentido utilitario. No ha visto en el trabajo un fin, sino un medio, y el desdén por el trabajo manual, en ia psicología española, no le viene por su concepción cristiana de la vida, sino por la fatal orientación militarista y autocrática durante los ocho siglos de guerrear con los moros. Hoy podemos contemplar desde un punto de vista más alto este diálogo entre culturalistas y economistas. Ambas direcciones son imperfectas, porque no están animadas por una profunda inspiración espiritual. No tenemos necesidad de elegir entre el primado de la cultura y el primado de la eficiencia. Los discípulos de Rodó, cuyo vocero fué el Dr. Deustua en el Perú, se decidieron por el primero; los viejos y nuevos capitalistas, se decidieron por el segundo. En virtud de esa conformidad profunda, de raigambre, entre socialismo y capitalismo, los socialistas se deciden también


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por la eficiencia. Nuestra tabla de valorea es distinta. Apreciando la cultura y la eficiencia, elegimos el primado del Espíritu. El mundo moderno abandonando los valores absolutos, primero en la vida (hedonismo de los siglos XVII y XVIII) Y después en el pensamiento (agnosticismo del siglo XIX), s610 ha creado dos tipos o modelos: el anglosajón, que se extrema en el utilitarismo y pragmatismo americano, y el neopaganismo del aristocratismo intelectual francés, que, nacido en el despotismo ilustrado, florece en el siglo XIX. En resumen: neopaganismo y americanismo. El socialismo no intenta salir en este dilema por un salto metafísico. y mientras se mantenga sometido al concepto material y cuantitativo odiará las jerarquías intelectuales y ensalzará, como pasa hoy en Rusia, los métodos y los ideales americanos. Hay que dar, pues, ese salto metafísico para restaurar el sentido espiritual de la vida. Entonces cambia el panorama de la sociedad, las élites son necesarias y sus derechos no tienen otra cohonestacién que el fin moral o social que deben servir El trabajo no debe ser regulado únicamente por el criterio de la eficiencia. sino por el de la justicia. Oficios y profesiones representan vínculos de solidaridad, funciones morales, tanto como funciones económicas. Esa situación de equilibrio y de armonía sólo se realizó fugazmente bajo la inspiración cristiana, en el admirable siglo XIII: el siglo de las universidades democráticas e internacionales, el siglo de las corporaciones. de los cabildos. el siglo del arte esencialmente popular, por


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la inspiración, por el trabajo y por el goce multánime; el siglo, en fin. de la catedral gótica. viviente símbolo de aquel ideal de armonía al sumar el esfuerzo de los humildes y la genial creación de los artistas en la misma comunión de lo infinito.


Re~enalismc y ce.,tralisme -Si fuera necesario escoger entre los Siete Ensayos de Interpretación de la Realidad Peruana, no vacilaría en pronuncianne por el que lleva el título anterior. Como en la cuestión indígena, revela el autor sus mejores cualidades de observador y de realista. El estilo preciso, ágil, nos trae a veces el recuerdo de algunas páginas de Alberdi. No sé si ea coincidencia espiritual en la . infuición realista o influencia positiva del gran pensador argentino. En lo sustancial no creo que nadie pueda discrepar de sus «ponencias hásicas»: el anacronismo del debate centro-federal, la unión del centralismo con el caciquismo o provincialismo y la dificultad de establecer una justa diferenciación geográfica en regiones en el Perú. El federalismo-entiendo por tal la artificial división de la unidad nacional en pequeños estados autónomos que luego se unen con un vínculo más o menos fuerte-c-es, no s610 anacrónico sino violentamente anatópico. En América, los términos gobierno federal y gobierno representativo se aplicaron del modo más absurdo. En Chile no entendían por régimen representativo el


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régimen de un parlamento nacional con un poder ejecutivo unitario. Para 105 chilenos de la Patria V ieja, el gobierno representativo consistía en la representación de las provincias en el Poder Ejecutivo. En Nueva Granada y en Venezuela, la fórmula federal que sirvió en los Estados Unidos para formar primero una confederación o alianza y después en" 1787 una verdadera nación, se aplicó a cada ciudad, a cada cabildo. que se constituían así en estados eemiindependientes. Esta aberración federativa fué la bandera de las oligarquías locales. Parecido fenómeno se realiza en el Plata. Naturalmente. los realistas de esa época, en el Norte y en el Sur. Bolívar y Monteagudo, repudiaron esa clase de federa"lismo; este último, con argumentos mejores que el de nuestra falta de preparación para esa clase de gobierno, cuando afirmaba la tesis a que dió su fórmula el padre Mier, al decir que el federalismo se imaginó para unir 10 que estaba dividido y no para dividir lo que estaba unido. Una tendencia verdaderamente federal no existió en el Perú, y el hecho se debió a dos causas: a la tradición de unidad nacional, que venía del Imperio incaico y que mantuvieron el Virreinato y la Audiencia de Lima. y a la falta en el Perú de los movimientos insurreccionales de los cabildos, que dió a éstos el carácter de núcleos políticos. No existió entre nosotros. en la época de la emancipación. aquella rivalidad entre Caracas y Valencia. Cartagena y Cundinamarca, Buenos Aires y las provincias interiores. El Cuzco tenía, es verdad. el heráldico 6


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prestigio de haber sido la capital del Imperio, el título de sede de la audiencia creada a raíz de la sublevación de T úpac Amaru y el más importante de haber sido el centro del gran movimiento de Pumacagtia; pero fracasado éste y" pronunciada la costa por la Independencia, la ciudad imperial quedó convertida en centro de la resistencia española. Al consolidarse la:independencia por la fusión de las dos corrientes libertadoras, la del' Norte y la del Sur, no surgió el debate federalista de los años JO al 12. Los grandes caudillos San Martín y Bolívar Be inclinaban no solamente a mantener las unidades nacionales de tradición colonial, sino a formar integraciones nacionales más vastas: San Martín, por medio de la forma monárquica (Perú, Chile y Río de la Plata); Bolívar, por la f~eración de los Andes. El problema que surgió a' raíz de la independencia peruana fué el de las nacionalidades dentro de los criterios opuestos: las grandes unidades virreínales, que parecía ser el de Bolívar, y el principio de la propia' determinación, que se aplicó al Alto Perú. La formación de Bolivia resolvió las pretensiones opuestas del Perú y Buenos- Aires, y consagró el criterio audiencial sobre el virrenaticio en la constitución de las nacionalidades. Puede decirse que la separación del Alto Perú reiteró en el Bajo su sentido unitario. La idea que surge en esa época no es de federación de provincias,' sino federación de estados, empleando las claras palabras de Bolívar para unir. ya al Perú con Bolivia, ya estos dos países con la Gran Colombia. La idea de dividir el Bajo


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Perú en dos entidades nacionales aparece en ese momento, obedeciendo a ciertas tendencias eeparatistas, que tenían su centro en Arequipa. La reacción contra el imperialismo bolivariano se manifestó en la forma de descentralización. pero no de federalismo. debido a la sagacidad de Luna Pizarra. Se trató de dar mayores atribuciones a las Juntas departamentales y se restablecieron las municipalidades que suprimió Bolívar. La constitución del 34 conservó esa tendencia descentralizadora. Cuando Santa Cruz revivió el proyecto de Bolívar, resucitó. naturalmente, el de dividir el Perú y se crearon los estados Nor y Sud Peruanos. He dicho alguna vez, y no he encontrado hasta ahora nada que modifique mi opinión, que la confederación santacrucina fué popular en el Sur, no por el principio de integración. sino por el principio de división. El ideal máximo de Santa Cruz era la reconstitución del antiguo imperio y del antiguo Virreinato, y el ideal mínimo. la incorporación del Sur del Perú. Hoy creemos muchos que fué gran desgracia que el proyecto máximo de Santa Cruz no se consolidara. El Norte del Perú. que es la costa, defendió realmente su hegemonía con la bandera de la unidad nacional. La reacción nacionalista se tradujo en la centralista constitución de Huancayo. Puede decirse que desde esa época el nacionalismo peruano fué centralista. Mariátegui traza rápidamente el cuadro de la discusión desde esa época. constatando que la oligarquía formada a mediados del siglo XIX tuvo tendencias liberales


vfCTOR ANDRts &4AUNDE y descentralizadoras. Recuerda que en Piérola aparece la palabra federa<;,Íón.El ideal de Piérola fué la reconstitución de la federación peruano-boliviana en la época de la Dictadura (1). La cita que trae Mariátegui de la declaración de principios del· Partido Demécrata revela que Piérela, convencido de la necesidad de una políti~a regionalista y de su popularidad. la acogió empleando la palabra ya consagrada. aunque inccrrectemente, pero cuidó de precisarla en la forma que salvara la Unidad nacional. La forma federativa. según él, debería realiiarse «en condiciones aconsejadas por la experiencia de este régimen en pueblos semejantes al nuestro y las peculiares al Perú». Esas experiencias eran dos: la de la Constitución centro-federal argentina del 53. y la muy reciente. eneea época. de Co- lombia, cuya carta del 86 moclificóo restringió el exagerado federalismo de las constituciones anteriores. consolidando la unidad nacional. Hay que suscribir sin mayores reservas los asertos del autor sobre la inocuidad de las ideas federales en el partido liberal, en el llamado federal y -en la plataforma billinghurista. Felizmente para el Perú, han prevalecido, contra las veleidades fec:leralistas, el sentimiento y el instinto nacional de la unidad, que ha sido, digamos así. una (1) En la nueva edición de la Declaraci6n de Principios Par/ido Dem6crata, publicada en 1912, hay una nota en que Piérola dice que nunca fué la mente del partido la Iederacíón del Perú. sino cuando éste constituyera con Chile y Bolivia la Confederación de los Estados. Unidos del Sur del Pacíüco, cuya formación, retardada por la malhadada guerra del 79, vendrá inevitablemente.

¡iel


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reiterada creación histórica. La unidad nacional del Perú, a pesar de los obstáculos geográficos y de la complejidad de nuestra estructura, es una realidad: nuestro primer deber, posponiendo diferencias ideológicas o partidistas, es mantenerla. Para los románticos y los idealistas, la nación es una persona, un arquetipo, una categoría, una forma superior de solidaridad humana; para los positivistas es, por lo menos, un hecho, y nada habla con más elocuencia que los hechos. El único problema por resolver es el de encontrar la fórmula por la cual esa unidad sea más justa, sea más rica, sea más fuerte. Y evidentemente que esa fórmula, dados nuestro territorio y nuestra diversidad de razas, no consistía en un centralismo uniformador, estrecho y absorbente, en el centralismo jacobino o napoleónico, que, por desventura, ha prevalecido, sino en un regionalismo armónico que extendiera la vitalidad económica y cultural por todo el territorio.

Leyendo con detenimiento el capítulo que Mariátegui dedica a la región en el Pero, observamos con verdadero pesar que en él no palpita el sentimiento de la unidad nacional. Un tendencioso empeño en acentuar los contrastes geográficos y raciales, en destacar una irreductible dualidad de elementos, inspira al autor. Sobre la gravitación histórica de cuatro siglos de convivencia y de fusión entre las razas española e indígena, coloca la diferencia geográfica entre la


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costa, la sierra y la montaña. Separa la montaña, especie de imperio colonial, como si existiera entre ella y el resto del territorio una verdadera solución de continuidad, y destaca, exagerándolo, el contraste de naturaleza entre la costa y la sierra. La costa es, para él, mestiza y española; la sierra, indígena. El regionalismo «no denuncia un conflicto entre la capital y las provincias, y anuncia el conflicto entre el Perú costeño y español y el Perú serrano e indfgena». Habla francamente de dualidad de raza, de lengua y de sentimiento entre el Perú autóctono y una raza extranjera que no ha logrado ni eliminarlo ni absorberlo. El apriorismo comunista sobre las razas de color ha llevado al autor a exagerar el cuadro de la realidad nacional desde los puntos de vista geográfico y étnico. Comencemos por rectificar el error en que incurre respecto de la montaña. La región de. Mainas fué una creación de los pioneers españoles, conquistadores o religiosos de la región andina, y, por lo mismo, tiene continuidad y semejanza espiritual con los núcleos blancos y mestizos del resto del territorio peruano. Los caucheros del siglo XIX son los sucesores de los conquistadores. Ambos han buscado El Dorado: los primeros, estérilmente, entre lagunas y ríos fantásticos; los segundos lo hallaron en la savia de los árboles. La misma audacja, la misma sed de aventura, la misma mezcla de ambici6n y de sentido heroico de la vida. Por la obra genial de Requena, a la unidad geográfica que a través del


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Marañ6n tenían las misiones de los ríos boreales y las de los ríos meridionales (como el Ucayali y el Huallaga), se juntó la unidad política, por la creación de un inmenso gobierno de frontera que fué agregado al Virreinato peruano. Aquélla no fué una anexión artificial: basta leer los razonadísimos informes de Requena. Mainas era parte del Perú. En la época de la independencia, el voto espontáneo de los habitantes de esa región vino a reiterar lo que sobre bases geográficas hizo el monarca español, al fin de la colonia. Mainas juró la independencia del Perú el año 21. En medio de las incoherencias de nuestra política se destaca un programa de verdadera continuidad en lo que se refiere a la vinculación de ese territorio con el del resto de la República. Castilla, Pardo y Piérola tuvieron la misma política oriental. Prescindiendo de la importancia económica que tuvo Loreto para el Perú en cierta época, el factor psicológico, que es tan real como cualquier otro factor, fué enteramente favorable a la unidad nacional. Loreto dió siempre muestras de un patriotismo intenso, acentuado por su carácter de país fronterizo. La oposición entre la costa y la sierra no es tan radical como Mariátegui la pinta. No hay un salto brusco o un abismo entre ellas. La región intermedia, la llamada sierra Cisandina, viene a constituir como un lazo de unión entre las clásicas zonas. Esta faja intermedia, al ancharse, sobre todo en el Sur, contiene núcleos de población importante, en que se matizan o se armonizan los rasgos de las zonas extremas.


88 Ejemplo típico el el de Arequipa, eiud.d, ~:¡f,'~ sintetiZa, por decirlo uí~ la UDidad' nacioDaf.Racialmente española, ea g'eOgrMicamenteandina " y aerrana. Mariátegui ha visto el fen6meno, a pesar de contradecir su tesis central, "al decirnos que el Sur es fundamentalmente serrano, que 108 ,~des avanzan hacia el mar convirtiendo a la - costa en una estrecha comiea. y aunque esto úhimo pueda afirmarse también de toda la costa, la tesis de Mariátegui es cierta por la circunstan~ cía de ser los valles de la costa del Sur, escasos, profundos y estrechísimos-en ciertos sitios, verdaderas cañadas-y de muchísima menor importancia que en la costa del Norte. En el Sur las -cordilleras se multiplican, siendo tres, en lugar de dos, las principales; y en el nudo de Vilcanota, se abren formando la inmenaa altiplamcie del Callao. El Sur es, i~ioaablemente,mú ' , --~ano: que el Norte; pero la influencia de un -núcleo de la importancia de Arequipa, a fines del siglo XVIU, el núcleo de poblaci6n blanca más grande, no 8610 en el Perú sino en Sud -América (en Arequipa había 23.000 españoles, contra 17.000 en Lima), hace que no sea ekdusivameme indígena, sino blanco y mestizo. 'El '~ representa, así, más típicamente, la unidad nacional sobre el contraste de las razas. Pero aun prescindiendo de esta zona intermedia-chaupíyunga, diríamos en términos incaicos-, a la aposici6n geog..áfica entre la costa típica y extrema, la línea del litoral y la sierra ínterandina, no corresponde idéntica oposici6n desde el punto de vista étnico. Mariátegui prescinde. en


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la costa, de los yungas, olvida que al elemento indígena hay que verlo, no sólo en los aborígenes puros, sino en el alto porcentaje de sangre inGlígena de la costa, y elimina. al mismo tiempo, al factor español y al mestizo de la sierra. Para comprender que éste era de primera importancia. basta leer el censo de Gil de Taboada y Lemus .. de fines del siglo XVII!. Mariátegui nos repite, en esta oportunidad. su antiguo error. estampando generalizaciones absolutamente injustificadas como ésta: «Ni el español ni el criollo supieron ni pudieron conquistar los Andes: en los Andes. el español no fué nunca sino un pioneer o un misionero.» Frente a la repetición de ese error. es forzoso que nosotros repitamos la verdad. La política hispana, a diferencia de la anglosajona y aun de la portuguesa en la primera época, no fué jamás una política costeña o litoral, sino una política de penetración. y de penetración no sólo explorativa, sino de colonización y asiento. Cortés fija su capital en Méjico, y es el Anáhuac el núcleo de la Nueva España. La vieja Guatemala es fundada en la planicie centroamericana. San José es erigida en la meseta central de Costa Rica, como Santa Fe de Bogotá en la de Cundínamarca. El español siembra de ciudades la avenida de los volcanes en el reino de Quito. En el Perú, Cajamarca, León de los Caballeros de Huánuco, Huamanga y el Cuzco fueron más importantes que las ciudades o villas de la Costa. Un pueblo de indios como Chuquiapu queda convertido en la ciudad de La Paz. Potosí llegó


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a tener hasta 150.000 habitantes. Chuquiaacay Cochabamba eran ciudades españolas andinas. LU8 pioneers se hicieron vecinos. y se fundaron los cabildos; el misionero fué reemplazado por la alta jerarquía eclesiástica. Pudieron ser al principio esas ciudades reducidas aristocracias de encomenderos; pero la población creció, en progresión que nos revelan las citas del mencionado censo de Gil de T aboada y Lemus. La creciente burocracia estaba representada por el elemento blanco. así como el comercio y parte de las pequeñas industrias. Aquellos miles de blancos (en el Cuzco llegaban a 16.000)no podían estar todos compuestos de señores feudales: había una clase media blanca. Por último. aquellas ciudades fueron centro de fusión. centros de mestizaje. El mestizo y el blanco, a pesar de las leyes que lo prohibían. salieron de esa ciudad e irradiaron a los corregimientos vecinos, en cuyas cabezas o capitales se fueron formando, a su vez, núcleos de blancos y mestizos. El indígena sólo se conservó puro en las haciendas. Las villas y los pueblos, en gran parte. tienen en la sierra un porcentaje mestizo y aun blanco. No todo en la sierra son comunidades indígenas o cabañas aisladas. Cuando el caserío aumenta y se convierte en pueblo o en aldea. y la aldea en villa. este proceso se realiza con la paralela aparición de elemento blanco o mestizo. Así. los postulados de Mariátegui necesitan ser modificados. La costa Norte y la costa Centro del Perú sonpredorninantemente mestizas y españolas. La sierra interandina es predominantemente indÍgena. El


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mestizo es un vínculo de unión entre ambas. Además del factor racial, que se combina. aunque con diferencias de porcentaje, en las diversas zonas del Perú, hay otros factores de unidad y de cohesión, que no pueden ser desdeñados por el materialismo histórico. Es el factor de la interdependencia económica. No siempre las naciones se han establecido sobre absolutas unidades geográficas o raciales; pero sí han buscado la base más sólida de la unidad económica. Mariátegui, que tiene sentido realista cuando no l~ perturban los dictados de la demagogia racial, ha visto con claridad esa unidad económica entre la sierra y la costa. Dice, con razón. que el Perú no puede dividirse longitudinalmente, sino latitudinalmente, y que el desarrollo de los centros productores de la sierra depende de la salida al mar. Rectificando y atenuando su tesis, agrega que regionalismo no quiere decir separatismo. Necesidades económicas han impuesto una determinada política de trasportes y el carácter de penetración de nuestros ferrocarriles, que han seguido en esto el sentido de la colonización española y creado unidades o regiones económicaso El Sur debe ese carácter a la línea entre Moliendo y el Cuzco. Puede decirse, del mismo modo. que Junín y Lima constituyen otra unidad económica; y que, a medida que avancen los ferrocarriles del Norte, se consolidará la vinculación de la costa y de la sierra en esa parte del Perú. Sin tener un optimismo panglosaiano respecto de la unidad nacional y apreciando todas las di-


92 ficultades y contrastes, el ~dio imparcial nos lleva a la conclusión de que sólo desviaciones .de orden espiritual y grandes errores de orden político o internacional p~ed~ comprometer la unidad nacional creada por nuestra historia. Nadie ha penetrado má_ sutilmente en el complejo y esquivo concepto de nación que Renán en su famoso ensayo. Después de descartar como factor predominante el factor geográfico-racial, se inclina a lo que podríamos llamar los factores históricos y los factores espirituales. Comunid~ de recuerdos y de esperanzas a través de una larga convivencia política, parece que fuera el elemento constitutivo de toda nacionalidad. Esa comunidad espiritual ha existido, a pesar de nuestra incultura y analfabetismo, de nuestras incoherencias y divisiones. y se ha despertado a veces en forma clara Y eficiente. Que esa comunidad une, a pesar- de complejos psíquicos, a blancos y mestizos, a serranos y costeños, no hay la menor duda, y se puede afirmar también que ella ha ido permeando las capas indígenas. Yo no puedo creer que toda la masa indígena carezca del concepto de nacionalidad y que más fácilmente pueda adquirir una conciencia racial retrospectiva que una conciencia nacional. El indio puro, el indio que se ha mantenido absolutamente impermeable, no llevará su sentido colectivo más allá de la comunidad o de su cofradía. La raza, para él, en una remota perspectiva histórica, tiene que ser menos asimilable que el concepto presente de nación. Por diferentes medios el elemento indígena


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recibe la atracción tentacular del sentmuento nacional: el cuartel, la misión o la parroquia, la fábrica, la explotación minera, y, si se hubiera seguido una política sabia. la escuela. Agudos observadores han visto que el indio, frente a esos órganos de la vida occidental, se transforma y se individualiza, diferenciándose del siervo de la hacienda feudal en que la vida de relación y la psiquis nacional existen atenuadas o larvadas. é Debemos empeñarnos, en nombre del socialismo o de un regionalismo trascendental, en impedir esas trasmutaciones y hacer gravitar al indígena solamente alrededor de su comunidad y de una remota y ya desvanecida tradición autóctona? Mariátegui proclama esa tendencia con un nuevo regionalismo que quiere que «el Perú 'repose sobre sus naturales cimientos biológicos». y que desea crear un Perú más autóctono. Dejando de lado su justa afirmación, en capítulos anteriores. de la imposibilidad de establecer una demarcación entre sierra y costa. vuelve a decirnos que el regionalismo es la expresión de una conciencia serrana. de un sentimiento andino. y que su obra es cuzqueña y es quechua. Las declaraciones enfáticas del programa de demagogia racial destruyen las observaciones del escritor realista. El propagandista y el político pagan en Mariátegui tributo al énfasis y a la exageración y contradicen al sociólogo. La educación del indio y la solución del problema de la tierra no exigen una demarcación racial. El gamonal ha medrado al apoyo de loa


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gobiernos centrales porque nuestra estructura política sometió a una especie de capitis· deminutia máxima a los elementos profesionales, industriales y obreros de ciudades de la costa y de la sierra. Si esos elementos, en que predomina el mestizo, hubieran tenido influencia. en 108 destinos del Perú, la cuestión indígena habría sido abordada hace mucho tiempo. Un regionalismo puramente indígena, rural, anticiudadano, antimestizo, quitaría al movimiento de redención del nidio su mejor apoyo, si no su mejor aliado. El indio no se salvará por el debilitamiento, por la división nacional. Hay una estrecha solidaridad, aunque no aparezca a nuestros. ojos, entre el desarrollo de una clase media y la formación de núcleos obreros, y el problema indígena. El Perú no está compuesto únicamente de gamonales o servidores de gamonales e indígenas. Si así fuera. nuestro problema no tendría solución. Partiendo de la base de que la unidad nacional supone un doble proceso de diferenciacién y de integración, para el primero no podemos aceptar el simple y exclusivo proceso racial. La diferenciación tiene que atender, más que a elementos biológicos, a elementos económicos y a tradiciones históricas. El autor sigue el mismo criterio dualista al atender al factor geográfico. Cree que el Sur del Perú, Arequipa, Puno, Cuzco y Apurímac tienen los caracteres de una verdadera región; dando a entender que el resto del Perú-costa y sierradebería formar otra. El regionalismo no puede consistir en una dualidad.


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El destacar al Sur para oponerlo al Norte. siguiendo la idea de la Federación de los Andes o de la Federación Perú-boliviana. sin las ventajas de la constitución de esas unidades, sería simplemente sentar la base del más desgraciado separatismo. Y si bien es cierto que el Sur constituye una unidad económica. existiría. para la formación de esa región. el grave problema de la capital. El Cuzco invocaría sus títulos históricos; Arequipa, su mayor importancia y su mejor posición geográfica. Ese regionalismo en mayor escala. sería, naturalmente, visto con simpatía por Chile y por Bolivia. pues reduciría al Perú a su máxima debilidad. transformándolo. no siquiera en un estado federal en que todos los diversos elementos por su número y pequeñez se compensan, sino en una especie de república dual, de equilibrio imposible y de existencia precaria. El verdadero regionalismo exige. pues, superar las dualidades de sierra y costa. de Sur y Norte. Su base geográfica, trascendiendo de nuestra provincia y de nuestro departamento. no debe aproximarse a la extensión de un estado. La solución del problema supone. como hemos dicho. un doble criterio realista: histórico y eco-

, .

normco.

e Cómo se formó la sociedad peruana después de la conquista? El proceso ha sido ya indicado. El español no se limitó a ocupar la costa y a expedicionar o tener simplemente puestos avanzados en la sierra. Ocupó, pobló y aprehendió todo el territorio del imperio incaico. Y sobre


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ANDRÚBEUUNDE.

la totalidad de los estratos indígenas erigió SUS núcleos de población. con la vida integral. cttltu~ ral y económica de las ciudades hispanas. De ese modo, la ciudad española fué la verdadera -eélula viva del organismo colonial. La~udad comprendía los llamados términos, o sean los territorios de los indios encomendados a: 8US vecinos. Se podría decir que la ciudad y sus términos constituyeron la primera región. Claro está, y hay que decirlo: aquel núcleo fué feudal - (la economía feudal es la economía de ese tiempo). Sería un error suponer que las ciudade. se inmovilizaron y que el Perú continuó tal como aparece en la prolija e interesante Relaci6n del Virrey Enríquez (J). La ciudad creció. la ciudad produjo el mestizaje. como hemos manifestado; la ciudad era un centro religioso: tenía el obisPado; la ciudad era un centro cultural: tenía las escuelas conventuales, y, algunas de ellas, como el Cuzco y Huamanga, poseían universidades; la ciudad era el principal mercado de su región: era la sede de corrientes comerciales; en la ciudad aparecieron el industrial. el artesano y el obrero. Alrededor de la ciudad se diYidieron los fundos y se estableció la pequeña propiedad; en tanto que la grande. la feudal, quédó- relegada a lo más lejano de los términos. El rey no quiso. sin embargo. que el corregidor de la ciudad extendiera su jurisdicción a los llamados términos, y éstos se fragmentaron en corregimientos, \1 Véase la Prucüa t. I.

con Bolivia,

Peruana en la Cuestión de Limites


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con la idea, al principio, de controlar al encomendero por medio de los corregidores. Cuando los abusos de los últimos superaron los de los primeros, se establecieron las intendencias, que no fueron tan artificiales como cree Mariátegui. Cada intendencia fué creada sobre el núcleo de la vieja ciudad y del bien definido territorio de un obispado. La costa del Perú se dividió en tres intendencias: Trujillo, Lima y Arequipa. La sierra comprendió otras tres: T arma, Huamanga y Cuzco. Mainas formó un gobierno militar con atribuciones excepcionales, y luego las provincias del Altiplano, que pertenecían a la intendencia de La Paz, constituyeron otra intendencia: la de Puno, que se agregó al Perú. La importancia del Sur se revela en la existencia de varias intendencias. No se unió Huamanga al Cuzco o Huamanga a T arma; no podía hacerse una sola unidad política de Arequipa y el Cuzco. Puede decirse que la primitiva demarcación intendencial dibujaba una base de demarcación regional. La Constitución de Cádiz, aplicada en el Perú del 12 al 14, extendió los cabildos o municipalidades a los partidos, y creó para las provincias grandes o intendencias, las llamadas dipu-taciones provinciales, que eran nombradas por los mismos electores de las Cortes. Desgraciadamente, la República no atendió a esa estructura que cristalizaron las intenden- cias y las diputaciones provinciales; y, aunque plasmó sobre ellas el departamento, en el punto esencial, la representación parlamentaria atendió principalmente a los corregimientos o partidos, 7


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llamados ahora provincias, de escasa población urbana, en lugar de poner su atención en los principales centros de población y de cultura. Bolívar, que se mostré tan realista en otras épocas, principalmente en 1819, suprimió las municipalidades, y, siguiendo el ejemplo napoleónico, dié a los colegios electorales de las pequeñas provincias grandes atribuciones, prescindiendo de los hist6ricos núcleos regionales. Esta idea de localismo pequeño se compaginaba con la idea cesarista y centralista, El feudalismo colonial, que tuvo su sede en la ciudad española, se desplazó al corregimiento. En la pequeña provincia no había sino dos influencias efectivas: la del gran propietario o gamonal o la del pequeño profesional, aliado del poder central, propietario en formación y destinado a suplantar al viejo feudal; en tanto que en las ciudades la arÍ8tocracía local podía ser controlada por los grupos profesionales y por el verdadero demos que se había formado. El centralismo comprendió instintivamente que debía aliarse con las dispersas influencias locales en las pequeñas provincias y 'que no podía disponer de las viejas ciudades. Esto explica el fenómeno por el cual se buscó la base del antiguo corregimiento para las elecciones legislativas. Nuestro Congreso no ha sido, como creen algunos, representativo de la plutocracia costeña, sino del caciquismo provincialista serrano, aliado siempre deJ,.régimen personal. Mariátegui, descuidando sus causas, describe, sin embargo, en el capítulo que llama Descentralizaci6n centralista, la equivocada política que se


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siguió al constituir los concejos departamentales en la época de Pardo, en la misma forma en que se constituía el Congreso, es decir, sobre la base provincial. El error se agravó en la ley del 86, en la cual se prescindió aun del sufragio directo y se constituyeron las juntas departamentales con delegados de los concejos de las provincias. La capital del departamento, que representaba mayor población, mayor fuerza económica, mayor cultura y posibilidad de opinión pública por la prensa, resultaba tener un solo voto frente a la mayoría de los delegados provinciales, representativos de intereses feudales o caciquistas. Consecuente con mi discurso universitario sobre la crisis presente, pronunciado en 1914 y cuya tesis era: Provincialismo es Centralismo, decía yo en contestación ala enquéte del Heraldo, de Arequipa, sobre el regionalismo: «El caciquismo provincialista es el aliado natural del régimen personal, su colaborador entusiasta, su servidor incondicional; el centralismo logra las líneas generales de su política con el apoyo de lbs caciques provinciales en el Congreso, y los caciques provinciales, a trueque de ese apoyo, consiguen el subprefecto que les permita arrebatar a los indígenas sus tierras, comprar a precio vil las lanas, contrabandear alcohol y atender a sus intereses personales. Aquel maridaje de centralismo y de localismo culmina en esa aberración que se llaman las juntas departamentales, que vienen a ser corporaciones de caciques, de feudales o de gamonales, en que tiene muy escasa participación la ciudad cabeza de departamento


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y, por consiguiente, ninguna influencia la democracia regional.» Descartado el regionalismo basado en las .pequeñas provincias, y descartada también la artiricial división tripartita del territorio, hay que buscar otra base de demarcación geográfica para la región. El autor considera artificial la base departamental, calificando de igual modo la intendencia] sobre la que se plasmó. Si bien ea cierto que muchos de nuestros departamentos son 108 herederos de las intendencias, no Se puede decir que ellos coincidan en extensión territorial. La República subdividió las intendencias en forma tal que los departamentos han triplicado el número de aquéllas. De un modo general, la demarcación intendencia! fué para esa época, una buena base de dematcaci6n regional. Ninguna distribución territorial es perfecta. Hay que ver cuál es la menos mala y elegir ésa. El proceso histórico de los organismos vivos del país-antiguas ciudades e intendenciaa-> debe ser completado o modificado por los factores económicos de la época presente. El gran desarrollo de la costa norte del Perú no permite incluirla con la sierra y formar una 801a región coma la antigua intendencia de T rujillo. Puede decirse que la demarcación judicial presente C$ la base de una demarcación regional. Cajamarca y Amazonas pueden formar una región. En la costa Norte, desde el punto de vista económico. hay dos regiones: la del petróleo (Piura y Tumbes) y la del azúcar (Libertad y Lambayeque). El punto de vista económico coincide con la


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antigua demarcación intendencial en el resto de la costa. La región de Lima (antigua intendencia) es la del algodón y la vid. La región de Arequipa (con Moquegua :v T acna) está caracterizada por el tráfico internacional. Por lo que se refiere a la sierra centro, la demarcaci6n colonial tuvo _presentes dos factores que han desaparecido: la importancia de la explotación del mercurio en Huancavélica y el desarrollo de la ciudad de Huamanga, punto intermedio del tráfico entre el Cuzco y Lima. Por eso hubo dos intendencias: la de Tarma y la de Huamanga. Por ahora, y dada la unidad que adquiere esa región por el ferrocarril. bastaría una, que sería la región del cobre. En la sierra del Sur hubo también dos intendencias: para anexar al Perú las provincias -del Collao, ribereñas del Titicaca, se creó la de Puno (1). La región del Sur. esencialmente ganadera y agrícola. podría coincidir con el distrito de la audiencia del Cuzco. incluyendo los departamentos del Cuzco Apurímac y Puno. Esta diferenciación es natural y. en general, exacta. En el regionalismo hay, además de la cues. ti6n de la base o criterio demarcativo, dos cuestiones que son de igual o mayor importancia: ).", forma en que debe constituirse el organismo superior que debe regir cada región; 2.·. deslinde de las atribuciones de éstos y del gobierno central. Mariátegui no se pronuncia sobre esos dos (1) Si esta zona se desarrollara, podría constituir una región. Puno es esencialmente altiplanltico y pastoral.

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problemas, que él considera de mera forma. POI' desgracia, las cuestiones de forma y de estructura son esenciales en la política (la revoluci6n rusa es en realidad una cuestión formal). La transformación económica de la sociedad sólo puede mantenerse cuando encuentra su forma política. Convengo en que el segundo problema del regionalismo, la manera de constituir los organismos que lo presidan. no encuentra una solución adecuada en el sufragio individualista. universal o limitado. que ha sido el dogma de la democracia liberal. Aun dando a ese sufragio la forma más adecuada. que es la representación proporcional. él supone verdaderamente un criterio adjetivo. diré mejor. artificial. Claro está que las juntas regionales establecidas por representación proporcional estarían mucho más alejadas del gamo-nalismo que las viejas jUntas departamentales formadas por los representantes del caciquismo provincialista. Sin embargo, esta innovación sería ineficiente y aparenciaI. como lo sería. también. y más que ella. la constitución de la pirámide de soviets. ciegos instrun;entos de una dictadura revolucionaria. Un criterio realista tiene que apartarse de la abstracción del ciudadano .individuo y de la masa informe. Si las regiones se diferencian. será por sus actividades económicas e industriales. Así. el salvador principio de la representación ocupacional (1) (profesiones. oficios. actividades en general) basa la política. (1) Prefiero el anglicismo ocupacional al galícísmo proporque incluye los oficios y toda clase de acti-

fesional, vidad.


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no sobre ideas y apariencias, sino sobre realidades. Si la representación es difícil de obtener en la política general, puede aplicarse con mejor éxito en la organización regional. Por algo los regionalistas en Francia son entusiastas partidanos de la representación profesional u ocupacional, que, en buena cuenta, no es sino el corporatismo medieval aplicado a la vida moderna del estado. Este nuevo regionalismo no será uniforme ni artificialmente simétrico. En el Sur. por ejernplo, la región del Cuzco--que incluiría Apurímac y Puno-estaría caracterizada por la representación predominante en su organismo director de las comunidades de aldea. En Arequipa, el regionalismo estaría caracterizado por la importancia de la representación de los elementos obreros y comerciales. Un contraste parecido existiría entre la región Norte y la región Centro de la sierra. En Lima. el elemento profesional y burocrático alcanzaría gran importancia.' En la costa Norte del Perú se dividirían la mayor influencia los obreros y directores de la industria agrícola y de la petrolera. Se me dirá que existe una dificultad muy grande para convertir en fuerzas de solidaridad y acción política meras instituciones económicas. Aceptando la dificultad, cabe afirmar, sin embargo, que dolorosas experiencias han demostrado a las fuerzas económicas los pésimos resultados de su prescindencia política. Un movimiento iniciado en este sentido responde hoy a una necesidad sentida. Los que representan elementos de creación y producción en el Perú


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van adquiriendo plena conciencia de queeu falta de influencia política. como grupos o comoeatidades, los ha llevado a sufrir las consecuencias de gestiones absurdas o tirániG8s. Para mí. la más seria dificultad de la reforma consiste en lo que podríamos llamar 8U cristalización técnica; la constitución de los divereos gremios o corporaciones y la proporción de su representación. Es un trabajo de expertos que no podría hacerse dentro de las tendencias simplistas y apasionadas de una revolución. El tercer problema en el regionalismo. y sobre el cual Mariátegui guarda absoluto silencio. ea ,el de las atribuciones de los organismos regionales. ¿ Qué ramos estarían a su cargo. de qué rentas dispondrían? En esta materia hay una vieja y una nueva política. La vieja política establecía a priori todas las funCiones.del poder central y de los organismos locales· o federales. El espíritu jacobino es una mezcla de pasión rouIseauniana y de geometrismo cartesiano. La vieja escuela liberal no s610 tuvo principios o dogmas en la política por lo que se refiere a sus fundamentos morales (en lo cual estuvo en lo cierto). sino que tuvo dogmas puramente pollticos. CiertQ8 principios o, diré mejor. casi todos ellos, eran infalibles e inatacables. Los eocialistes han heredado este criterio de ló absoluto en la política. Para ellos. casi todas sus orientaciones o principios 80n intangibles. Una nueva política tiene que superar esa oposieiéa de tundament4zlismo« y aceptar en el terreno de las medic:lae· prácticas un criterio relativista y esencialmente


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experimental. Este criterio es el que habría. que invocar en el deslinde de las atribuciones del poder central y de 108 organismos regionales. Un ejemplo: es evidente que el producto de la contribución predial debe emplearse en las regiones. al menos en gran parte. Pero la recaudación. é será regional o central ~ El regionalista funda~ menialista dirá que la recaudación debe ser regional; pero un político realista observará lo imperfecta que ha sido esa recaudación regional en el Perú y la ·gran economía de gastos que supondría la recaudación nacional. Ahora, la recaudación no es por cierto la inversión. No tengo a la vista las cifras recientes. pero recuerdo que el rendimiento de la contribución predial a cargo de las juntas era ridículo y en clamorosa desproporción con la propiedad y la renta en el Perú. En materia de instrucción pública, el ensayo descentralizador fué catastrófico. La experiencia fué la misma en todos los países. La gran reforma de Vasconcelos en Méjico consistió en federalizar. es decir, centralizar la instrucción pública, sobre todo la primaria. La instrucción práctica. la media de preparación directa para la vida. con sus diferenciaciones industrial. comercial o agrícola. puede quedar en manos de los organismos regionales, que así podrían organizarla dentro de la fisonomía económica de cada región. Las máe importantes atribuciones de los orgamamos regionales serían, no las relativas al régimen interno de la región misma. sino las relativas al régimen nacional. Pongamos otro


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ejemplo: la independencia del poder judicial en el Perú exige su absoluta separación del ejecutivo. Para lograrla. habría que transferir las atribuciones que correspondían al poder ejecutivo a los organismos regionales, interesados en tener jueces honrados y competentes. Aun en el mismo orden de las autoridades políticas habría que dar a esos organismos. si no el derecho de presentación, por lo menos el derecho de veto (1). Una medida nueva queda cohonestada, a falta de experiencia directa, por la experiencia contraria de la medida .anterior. Cien años de vida independiente nos han mostrado las fatales consecuencias de un poder judicial. hechura del régimen personal centralista. El autor cierra este ensayo sobre regionalismo con el planteamiento de un problema que hasta ahora había revestido únicamente interés histórico: el de la capital nacional. Ese problema surgió en Nueva Granada, por la rivalidad entre Cartagena y Bogotá. Fué la cuestión máxima en la República Argentina durante setenta años, hasta que se resolvió por la nacionalización'"o federalización del puerto y ciudad de Buenos Aires el año 80. Ese problema existe aún en Bolivia, que no es ya la Charcas de Potosí. sino un país cuyo centro comercial y económico se ha desplazado hacia el Norte. En síntesis. el problema de la capital ha sido un problema real en muchos países de América; es decir, se ha debido a conflictos creados por hondas razones 11) Tomo estas ideas de proyectos hermano, Dr. Rafael Belaunde.

formulados

por mi


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de orden político o de orden económico. En el Perú no ha existido ese problema. Viendo las cosas retrospectivamente, con placentero vagar de diletante o erudito. cabe discurrir acerca del error que supuso fundar una capital en la costa. sometida a los ataques de los piratas, en una solución de aparente equidistancia geográfica; pero alejada, por el obstáculo terrible de la cordillera, no sólo de la gran masa de población indígena. sino de los núcleos de población española del resto del territorio. Cortés y Jiménez de Quesada establecieron su capital en la de los reinos que dominaban. Pizarro creó una capital. Es sabido que su pensamiento fué fundarla en Jauja, en plena sierra. ¿ Por qué renunció al Cuzco? Había que tener en cuenta la necesidad de mantener una relación constante con Panamá y la circunstancia de que el gobierno de Pizarra apenas abarcaba el Cuzco, que fué objeto de la disputa entre él y Almagro. Cuando la capital fué trasladada a Lima, cuyo valle tenía una numerosa población indígena y cuya situación se hallabá próxima a un santuario o centro religioso, la fundación se consolidó definitivamente por la opinión de los viejos oidores, enamorados de su clima dulce «en que no llueve. ni nieva ni graniza». Y Lima fué capital por ser centro burocrático, y, dada la política del monopolio, centro comercial. El gran centro económico de los siglos XVI y XVII, Potosí, determinó la creación de una audiencia en el valle próximo de Chuquisaca. El Cuzco no fué siquiera sede audiencial, y se debatió largamente sobre si debería


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gravitar alrededor de Charcas o aIrededordc Lima. La audiencia sólo se estableci6 en 1787. Los polos de la ..economía peruana. el comercio entre Panamá y Lima y la explbtaci6n minera -plata en Potosí y Paseo" y mercurio en Huancavélica-pusieron de lado a la ciudad incaica. Pero hubo algo mM. En el mismo Sur del Perú se formaron otros núcleos que rivalizaron con ella: Huamanga y Arequipa. Esta. a fines de la Colonia. llegó a superarla en población y en importancia. A pesar de todos los inconvenientes geográficos y climatológicos. el Pero no tuvo problema respecto de la capital. Cuando se estableció la Confederación perú-boliviana. surgió la cuestión. T acna estaba destinada a ser la capital; pero Lima debería tener una seducci6n singular. cuando lo fué de hecho con Santa Cruz. No sé qué especie de sortilegio debe haber tenido la capital peruana, para infundir sueñoS de grandeza a caudillos y a conductores. San Martín es en Chile simplemente el militar; en Lima es el protector y se rodea de una pompa monárquica. Bolívar conserva cierta austeridad republicana: en Lima concibe el proyecto de la Confederación de los Andes. Algo de eso pasa con Santa Cruz. con Castilla. con Pardo y aun con Piérola, .obre todo con el Piérola de la Dictadura. No lo digo en 80n de homenaje. sino de crítica. Lo cierto es que la primacía o la capitalidad de Lima estaba basada en factores de carácter comercial y económico en la Colonia. y se consolidó en la República por los mismos factores.reiterados por la riqueza guanera. primero.


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azucarera. después. que eran costeñas. y de la mineral serrana, que tiene por Lima su salida. Sutiles e ingeniosas y, a veces, ciertas, son las observaciones de Mariátegui acerca de los defectos de esta capital, que no puede constituir ni un gran centro ferrocarrilero, ni un gran centro industrial, ni un gran mercado. Pero, <: las otras ciudades del Perú están en mejores condiciones. prescindiendo de la realidad actual y de la- tradición histórica? ¿ En qué población del Pero, dentro del criterio realista invocado por Mariátegui, vemos mayores posibilidades de ser un centro de comunicaciones? Lima es el centro del tráfico marítimo, y lo será, mejorando las condiciones del Callao. Lima empieza a reunirse, por ferrocarriles longitudinales. con la costa, y, si se construyera una línea de penetración de Huacho al Centro, como prevé Msriátegui, el hecho perjudicaría más al Callao que a Lima. Es evidente, y en esto tiene razón Mariátegui, que nunca será Lima una capital congestionada como Buenos Aires. Y quizá sea mejor para el Perú tener repartidos sus centros industriales en todo el territorio y no sufrir la encefalitis de países como la Argentina y aun Francia. De modo que aquello que Mariátegui considera como un defecto. es, quizás, una ventaja. Al plantear artificialmente el problema de la capital, Mariátegui ha descubierto, a pesar de sus protestas en contrario, el verdadero carácter de su regionalismo, esencialmente apriorista e inspirado en el desviador ejemplo de la revolución rusa. Así como ésta se encarna en el gesto


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simbólico de la traslación de la capital de Leningrado a Moscú, la revolución peruana se encarnará en otro gesto eimbélico.Ia traslación de la capital al Cuzco. Vese, pues, todo lo que hay de convencional y artificial en el llamado nuevo regionalismo. Desgraciadamente, estas orientaciones, por artificiales que sean, crean factores psicológicos y corrientes espirituales, que, aun. que fracasen luego ante las exigencias imperiosas de la realidad, vienen a complicar la solución de nuestros ya gravísimos problemas. En lugar de oponer la sierra a la costa, el Norte al Sur, el elemento mestizo o español al elemento indígena y personificar estas oposiciones, nuestro empeño debe ser completar la obra de síntesis que se realizó lentamente en la Colonia y que debió culminar en la Independencia. Aquel anhelo de una más intensa integración está simbolizado en la aparición del Inca Huaina-Cápac, en el inmortal poema de Olmedo. Poco nos importa que la crítica haya encontrado incoherentes e ilógicas las palabras del gran rey, al considerar como hijos suyos a los descendientes de los que destruyeron su imperio. No puede remontarse el curso del río de la Historia. Incas y conquistadores se funden en la continuidad de nuestra vida. La época actual no puede reproducir o continuar exclusivamente, ni el Imperio, ni la Colonia, ni siquiera la Independencia: la vida es un proceso de perpetua síntesis y de perpetua superación. Empobrecer nuestra perspectiva histórica, limitar nuestro presente con artificiales exclusivismos, sería empobrecer y limitar el porvenir.


El preblerna r~1i~ic>sc> El escritor socialista comienza su capítulo sobre el problema religioso con estas significativas palabras: «Han tramontado definitivamente los tiempos de apriorismo anticlerical, en que la crítica librepensadora se contentaba con una estéril y sumaria ejecución de todos los dogmas e Iglesias, a favor' del dogma y de la Iglesia de un librepensamiento ortodoxamente ateo, laico y racionalista.» i Qué diferencia hay entre estas frases y las de González Prada que citamos en 1917!: «Los antropoides. al acercarse al hombre, se despojan de la cola. Las inteligencias, al perfeccionarse, se despojan de la religiosidad. Las religiones figuran como una especie de roca cristalizada alrededor de la humanidad; no se avanza sin romper la cristalización.» Mariátegui reniega de su maestro en el problema esencial; pero no nos dirá que son los estudios y trabajos de la generación novecentista los que en el Perú nos libertaron de lo que yo he llamado la desviación radical. Moderno y generoso es el criterio del autor


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para tratar del sentimiento religioéb, Acentúa, sin embargo, su latitudinarismo, colocando a todas las religiones en el mismo nivel, sin adoptar una justa tabla de valores. A pesar de este criterioequidistanté, se ve claro que sus preferencias van tras el protestantismo, como era, por otra parte, légico, dadas las conexiones del protestantismo y del capitalismo, hermano siamés del socialismo. Eso explica su aceptación sin reservas del elogio del puritano, hecho por Frank, quien, por otra parte, está en lo cierto cuando afirma que el puritano encarnó la voluntad de potencia. Vieja convicción mía es que la Reforma fué vitalismo pUTO. Esa misma simpatía hacia el protestantismo lo lleva a dar una explicación equivocada de la falta de espíritu proselitista o· misionario en Norte América y del esfuerzo evangelizador en el Impeno español. Atribuye este último a la circunstancia de existir una población avanzada, digna de catequizac1ón en nuestra América. Muy otro, y mucho más justo, es el criterio de Preecott, autoridad insospechable en este caso, cuando señala francamente el contraste entre el espíritu misionario español y francés, que buseé, no sólo las tribus avanzadas, sino también, y con el mismo fervor,' las tribus más salvajes, y la falta de ese espíritu entre los anglosajones; El colonizador anglosajón no se ocupó en evangelizar en las tierras vírgenes de la América del Norte, y dejó el campo al misionero español yal misionero francés. El protestantismo no tiene espíritu misionario. Sus misiones datan del siglo XIX y bajo la forzada imitación <


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del catolicismo; la voluntad de potencia es egocéntrica y nacionalista; sólo la voluntad de cario dad es irradiante y ecuménica. El contraste entre la tendencia de las dos razas no es. pues. ocasional o geográfico. sino profundamente espiritual. Es curioso el trastrueque que hace Mariátegui de los factores subjetivo y objetivo. al explicar las diferencias de la civilización sajona y de la civilización hispana en América. En la cuestión de la gran propiedad. acude al factor psicológico. cuando el decisivo fué el geográfico: tierras y razas. En la expansión misionaria, en vez de referirse al factor espiritual. al sentido universal del catolicismo. acude al factor objetivo de la geografía humana. iInexcusable contradicción! Lo más admirable de la acción misionaria en Hispanoamérica no se realizó.· corno sostiene Mariátegui. en los territorios propicios a la catequizacién, sino en las tierras vírgenes. casi indomables: desiertos o selvas: California y Nuevo Méjico. la hoya amazónica. el Orinoco y el Plata; y entre tribus salvajes. Una vez me dijo el profesor Shepherd: «El capítulo más grandioso de la Historia de América es el de las misiones en el Amazonas. Si yo fuera joven. no vacilaría en escoger ese tema para mi libro principal.» El desconocimiento del sentido heroico insuperable de la acción misionaria, que los autores protestantes son los primeros en admirar. lleva a Mariátegui a su exaltación del pioneer «como ejemplo de vida de alta tensión». No seré yo quien niegue admiración a los pioneers, estética y vitalmente inferiores a nuestros conquistadores. 8


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pero superiores a ellos desde el punto de vista de la moralidad media, de la común sensatez' humana; mas todo mi instinto de justicia y de belleza se subleva, si se pretende parangonarlos con los misioneros. Prescindiendo de la inspiración ética, colocándonos simplemente en el punto de vista humano, de la afirmación vital, la obra de los pioneers en el fácilmente asimilable territorio entre el mar y los Alleghanys es un juego de niños al lado de la titánica empresa que. en las zonas próximas al Mississipí y los lagos y en los desiertos de California. realizaron por la misma época los misioneros españoles y franceses. Y nada decimos de las gestas aún más grandes que tuvieron por teatro el corazón de la América austral. Esa sí fué vida de alta tensión y no destinada al fin plausible; pero. con todo. egoísta; de la creación de riqueza y de la conservación de la propia libertad. sino al ideal altruísta de la transformación de otros hombres. Cuando los grandes historiadores norteamericanos. como Parkman, han querido escribir obras de sentido pintoresco y heroico. han preferido. a los trabajos de los colonos sajones, las andanzas y los viajes de los jesuítas. Estaba reservado al materialismo históri<t>colocar sobre aquel despliegue maravilloso de energías humanas el cauto y lento avance de los puritanos. Juzgando la religión incaica. nuestro autor adopta exacto punto de vista al ponerla. siguiendo a Frazer, en el cuadro general de las religiones primitivas. Bien señalados están sus rasgos esenciales: l. o, el predominio del carácter social


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sobre el de la creencia individual que nos asemeja a la China y no a la India; 2. o, la unión del Estado y de la Iglesia, o sea el sistema teocrático, y 3. o, el sentido panteónico o sincré.ico, como el del Imperio Romano, que asimila y respeta las deidades locales. Creo, igualmente, acertada la aceptación de la hipótesis de Frazer sobre el carácter divino de los reyes, y suscribo también los juicios sobre la influencia teocrática o religiosa en la consolidación del orden social. He afirmado en otros trabajos que el buen éxito del comunismo incaico tuvo, como uno de sus factores esenciales, el prestigio religioso de su monarquía. La confusión de la Iglesia y del Estado es, por otra parte. con diversidad de grados o matices, el fenómeno general de todos los pueblos, hasta el advenimiento del Cristianismo. Al través del justo criterio de relativismo histórico, resulta favorable el balance de la religión incaica. Socialmente, bastaría, para apreciarla, su conformidad con la estructura política y económica del Imperio; y estéticamente, el culto del Sol, tan natural y explicable en la desolación de la Puna, y su liturgia grave, colorista y rítmica. De este juicio de relativismo histórico, no podemos pasar a una estimación de valor permanente. Esa confederación de fetichismos, si cabe llamarla así, bajo la presidencia del culto solar, había recorrido su curva máxima. El ciclo estaba concluído. A pesar de lo que cree Spengler, la conquista vino a su hora. Al tratar de ésta, el escritor socialista reitera sus prejuicios respecto al catolicismo. Para expli-


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. car la facilidad con que el catolicismo asimileSa las razas aborígenes, señala enfáticamente dot caUllaS: L·, que la religión incaica estaba destinada a desaparecer totalmente, al sucumbir el Imperio; y 2.·, el esplendor litúrgico del culto -eatélico. La primera de estas causas no puede aceptaese sino con reservas. Aunque unida la religión al Imperio, la destrucción de éste podía significar la abolición del culto solar; pero quedaban con su vida multisecular las infinitas supersticiones localistas -y provincialistas, de muy difícil desarraigo. Respecto a la segunda, de acuerdo con la interesante opinión de Emilio Romero, creemos, efectivamente, que la pompa exterior del culto católico contribuyó a su difusión; mas ello no puede colocarse al lado del elemento principal: el espíritu heroico, la inspiraci6n misionaría, el magnetismo-apost6líco de hombres de tan alta espiritualidad, como Francisco Solano o T oribio de Mogrovejo. En el catolicismo, la gran fuerza de atracción no es sólo la liturgia, sino el espíritu. El escritor socialista paga tributo al error que ve en el catolicismo más el aspecto político y litúrgico que el aspecto espiritual. En el catolicismo, el culto exterior, la organización social y la vida espiritual forman una unidad indisoluble, como, en el hombre, su cuerpo, su actividad social y su vida interior. Por eso el catolicismo ea la religión profundamente humana. Atiende a esos tres elementos y, sobre todo, a su conexión íntima, Liturgia, organización y mística se desarrollan conjuntamente. No pueden separarse ni oponerse. El Cristianismo


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pnmitrvo tenía ya su liturgia y su organización; y cuando el Cristianismo triunfó con Constantino, el inmenso desarrollo de la liturgia y de la organización social no impidió la vida interior. Esa es la época de los Padres de la Iglesia, a la que seguirá la vida monástica. San Agustín. San jerónimo. San Ambrosio. San Gregorio, no fueron inferiores en vida interior a los cristianos primitivos. Y la Edad Media, que es la época del florecimiento litúrgico. es también la época más intensa de vida espiritual. Al mismo tiempo que el culto alcanzaba su grado de más grande esplendor en las catedrales románicas y góticas. predicaban Francisco y Domingo. y vivían sus máximas Kernpis. Gerson, Ruisbroeck y Raimundo Lulio. El protestantismo quiso renegar de la liturgia. de la organización y de la jerarquía. y pretendió. sin el auxilio de ellas. dar un salto hacia una religiosidad interiorista o angélica. Hoy presenciamos su fracaso. El salto es imposible: la escala para acercarnos a lo absoluto. impuesto por nuestra naturaleza. exige hechos materiales de significado espiritual. Los mismos protestantes son hoy conscientes de esta verdad, y ello explica la reacción litúrgica. aun en las sectas más intransigentes en esta materia. como la connrezacional o unitaria. La Biblia es letra y no espíritu. sin el tesoro de la tradición que la ilumina y la comunidad social que la mantiene. Tradición es jerarquía. y comunidad, liturgia. ..El aislamiento del hombre en el tiempo, al romperse con la tradición; y. en el espacio. al destruirse la comunidad orga-


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nizada, hizo imposible la vida interior. El protestantismo ha vivido de los restos del capital espiritual medieval y de la inercia de las viejas instituciones. A medida en que aquellos elementos se iban gastando. el anhelo de vida interior y de superación puramente espiritual fué desapareciendo. Raros son los ejemplos de vida mística como Swedemborg y Kierkegaard, y cuando surgen almas de esa índole, como Newman y Novalis, van hacia el catolicismo o simpatizan con él. El deán Inge hacía, en 8U libro sobre Inglaterra, esta ingenua confesión: «En nuestro pueblo existe poca inclinación hacia la santidad.» El protestantismo cayó bajo la acción predominante de las causas que lo originaron: en el orden personal, rebelión vitalista, individualismo germánico; en el orden social, intereses políticos y económicos de los príncipes, deseosos de reemplazar a la Iglesia con su influencia en ambas esferas. El sentido económico-políticoaparece en el protestantismo monárquico de Lutero y. más aún. en el democrático y radical de Calvino. La gran fuerza de éste. en los países industriales. había de ser la abrogación de las condenaciones del catolicismo. contra el interés y contra la usura. «De acuerdo con Max Weber y Troesch, el suelo nativo del capitalismo es el calvinismo, y nació en la Inglaterra puritana y Escocia.» (Karl Adam: El Espíritu del Catolicismo.) Sin el apoyo político del rey de Inglaterra y de los príncipes alemanes.' el protestantismo no habría sido sino una de las tantas


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herejías, como aquellas de que triunfó la Iglesia en la Edad Media. Al catolicismo medieval no le faltó sentido práctico, pero no fué esclavo de él porque encontró un justo medio: el humano equilibrio entre el espíritu y la materia, entre la ética y la economía. El catolicismo ha representado siempre, no la vulgar conciliación de extremos, sino una genial superación de antinomias. Entre el espiritualismo puro y el materialismo puro, levanta su realismo o, diré mejor, su ético-realismo, que deslinda las dos esferas, estableciendo la interdependencia y la justa valuación. La misma superación de antinomias observamos entre el principio de libertad y el principio de disciplina, entre la mística y la jerarquía; idéntica síntesis entre el individuo y el Estado, por medio de la corporación : entre el orden político y el orden espiritual, por el nexo y deslinde entre el Estado y la Iglesia. Esa obra de equilibrio fué rota por la Reforma protestante, que, en lo político, acentuó el absolutismo nacionalista de los Estuardos y de los príncipes alemanes, o el individualismo puritano; y, en lo económico, La acumulación de la riqueza en manos de los grandes señores. Hilario Belloc ha probado que en Inglaterra medieval la propiedad feudal estaba compensada por la propiedad monástica destinada a fines populares. La Reforma se cristalizó en la adjudicación de la propiedad monástica a los lores amigos de Enrique VllI. En Inglaterra quedó agravado el abismo entre el pobre y el rico. Inglaterra fué capitalista antes de la


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revolución industrial; y la gran desgracia para la Humanidad ha sido"que la introduci6n de la maquinaria y el desarrollo industrial se plasmaron. no dentro de una estructura econ6mica de equilibrio y de esfuerzo corporativo. sino en la estructura individualista o capitalista de Inglaterra. La Reforma protestante en Alemania produjo paralelo efecto respecto del Gobierno. Creó el estatismo prusiano. El absolutismo. que aparece ya en todos los pueblos de Europa durante el Renacimiento, se agrav6 en los mismos países latinos en que el Estado quiso absorber el poder espiritual como en los países protestantes. No representan otra cosa el galicanismo en Francia y el regalismo en España. Es posible que el capitalismo inglés y el estatismo germánico hayan acelerado el proceso económico y "el proceso político en Europa. Pero. Ia costa de qué valores y con el sacrificio de qué principios hemos logrado esta aceleraci6n! En el conjunto de la evolución humana. algunas décadas no cuentan efectivamente; y. en cambio. hemos reemplazado el primado de lo espiritual por el primado del interés y de la fuerza. El reino de Cristo ha sido reemplazado por el de Mamm6n y el de Wotan. los verdaderos dioses modernos. Y aunque pretendamos hoy romper las jerarquías creadas para ellos. como lo intenta el Socialismo. mientras no establezcamos la antigua valuaci6n espiritual revivirán esas jerarquías. si bien en otra forma. En la sociedad capitalista. la Fuerza se pone al servicio de la Riqueza.


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Wotan sirve a Mammón; en la sociedad socialista, Marnmón servirá a Wotan, la riqueza no servirá a la Justicia, sino a la minoría que tiene la Fuerza. Es posible que, dentro de la orientación éticorealista y de la estructura corporativa que imprimió a la sociedad el catolicismo, el avance hacia la edad mecánica hubiese sido más lento; pero se habría realizado con menos injusticia y más sólidamente. El mundo moderno lleva en sus flancos, por la acentuación de las desigualdades sociales, el germen de la revolución; y, por la rivalidad de nacionalismos, el germen de las guerras. La misma hipótesis de ralentír en el proceso económico no aparece fundada si se tiene en cuenta la audacia creadora del espíritu católico en el orden de los descubrimientos geográficos y comerciales, uno de los factores de la sociedad moderna. No podemos juzgar de la forma que habría tomado la economía europea, mantenida la unidad religiosa, la unidad internacional y el justo equilibrio económico y moral entre la Iglesia y el Estado. El catolicismo ha trabajado en la Europa latina con tremendas desventajas. Su obra tiene de milagro. En el papel de sostener el catolicismo amenazado, agotó sus energías España. La Contra-Reforma es la gran empresa espiritual del pueblo español. No existe, como dice Mariátegui, diferencia u oposición entre el misticismo español del Siglo de Oro y la obra militante, la cruzada contra el protestantismo. El misticismo español es la continuación del misticismo medieval, con una nota de mayor actividad y beli-


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gerancia. Las grandes almas. en el orden puramente espiritual. son las mismas que organizan y reforman la sociedad. San Ignacio. el maestro de la oración; Santa Teresa. la exploradora del mundo místico. son los creadores o reformadores de institutos religiosos y son tan grandes en la vida interior como en la actividad y la lucha. Jacques Ghevalier ha probado recientemente. en un brillante ensayo. el sentido profundamente realista de la mística española. El materialismo histórico puede explicar el protestantismo. Lo que no podrá explicar jamás es el milagro espiritual de la Contra-Reforma. Son hoy autores protestantes los primeros en admirar la obra de Loyola, que ganó otra vez para la Iglesia la mitad de Europa y compensó, con la rápida catequizaci6n del Nuevo Mundo. la pérdida de los países nórdicos. El catolicismo que vino a -América no fué el catolicismo de triunfo o de equilibrio medieval. sino el de exaltado fervor y fiebre beligerante de la ContraReforma. Los misioneros unían el sentido místico a la audacia militar; y. en -este sentido, eran almas modernas. Eran unos conquistadores a su manera. Mayor audacia y mayor sentimiento de sacrificio compensaban la ausencia del sentido vital: poder. riqueza o gloria. Nuestro autor reconoce que «la evangelización tuvo una etapa heroica». Ya es algo. Pero la verdad es que esa etapa heroica dura tres siglos. Su error consiste. como 10 hemos insinuado en nuestro primer ensayo, en no hacer diferenciaciones horizontales en la época colonial. La etapa


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heroica de la evangelización en las regiones definitivamente asimiladas es reemplazada, un siglo después del descubrimiento, por una época de quietud y decadencia eclesiásticas. Pero esa etapa continúa en la hoya amazónica, en el Orinoca, en el Plata y en los desiertos de California, Arizona y Nuevo Méjico. Y así se da este curioso contraste en la vida colonial: de 1650 a 1750 se acentúa la decadencia institucional en el Imperio Español; y, sin embargo, ésta es la edad de oro de las misiones; lo cual quiere decir que el espíritu religioso no puede ser considerado, ni siquiera como una de las concausas, de aquella decadencia. Los únicos organismos que conservaron su prístina vit~lidad fueron los organismos típicamente religiosos. El espíritu puro es una fuerza perenne. Viendo en el catolicismo sólo la liturgia y no el espíritu, es explicable que Mariátegui sostenga que la obra misionaria no trasformó el alma religiosa del indio y que el culto católico simplemente se yuxtapuso al fetichismo primitivo. Difícil es hoy juzgar de los resultados de la acción misionaria conservados en desfavorables condiciones por la Iglesia secular en la Colonia y en la República. Por otra parte, es casi imposible la conservación en las masas, en toda su pureza, de una" religión de tan profunda, compleja y misteriosa espiritualidad, como el catolicismo. Aun en países avanzados y en sociedades cultas conviven restos atávicos de superstición con el idealismo católico. Semejante maridaje no debe sorprendernos, pues si aparece


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en las masas indígenas él Sólo acusa una fatal deficiencia humana. En cambio, en lo fundamental hay hechos innegables de la penetración del espíritucat6lico en las masas indígenas. Debo señalar los dos principales: la reacción ante el dolor, que no es en el indígena, hoy al menos, colectivamente, de fría resignación fatalista. sino de plegaria y de esperanza; y la generalidad e intensidad del culto marial. Ambos hechos aparecen indieolublemente unidos. Una de las páginas más representativas de la psicología indígena es la que dedicó Juan Manuel Polar. con admirable intuición y hermoso estilo. a las romerías de Chapi en el Sur del Perú. Millares de indígenas se reunen en una de las más desiertas e inclementes estribaciones de la cordillera, en un Paisaje de desnudez mayestática. Dentro del pequeño santuario y cerca de él pasan las noches orando y llorando. Aquel inmenso ulular humano, plegarias, lamentos. quejas. imprecaciones y súplicas. recuerda la genial definición de templo hecha por Unamuno: c<EIsitio donde vamos a llorar juntos.» Palpita en él una nota de abandono. de intimidad, de .fraternidad y de esperanza, esencialmente cristiana. Nada semejante puede darse en la arreglada. solemne y contenida pompa de los cultos primitivos. No cabe hablar de las psicología religiosa del indio, sin el profundo esludio de la historia y vida actual de los santuarios. principalmente los de Copacabana y Guadalupe. El culto marial, llevado por los españoles. surge luego en sus


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nuevas encarnaciones o modalidades, como una floración natural del suelo de América. La leyenda, hecho o ficción-poco nos importa ahora-aparecen en el indio puro; son indios sus iniciadores y sus reveladores. El culto marial, como en la Edad Media, es el culto del alma popular. El indio de la Colonia y de la época presente. que dice ante la madre común su pena individual y quizá su pena colectiva, se ha alejado definitivamente de la antigua magia. Hay un nuevo vínculo entre la raza dominadora y la raza dominada; indios, mestizos y blancos reclaman esta común maternidad. El nuevo culto de la vieja raza es cristocéntrico;su fiesta principal. como la de todos los pueblos católicos, la del Cuerpo de Cristo, y la devoción dominante. la de María. Subsiste el ayllo y continúan las coreeas en el peonaje y el enganche; sólo los dioses se han ido definitivamente. De un modo obscuro. imperfecto. impreciso, si se quiere. ha triunfado el cristianismo (1). Esta unidad de religión es la base de la unidad nacional, que, (1) ltespccto de la inüueneia de hl moral y de la oiscíplina cristiana. en la raza aborigen, tenemos tlll testimonio representativo en el recogido por Vírlaurre cuando ora oidor del Cuzco: «Un cura respetable de. la provincia del Cuzco me dijo con asombro ~' lágrimas: en los «u aresmas me avergüenzo de ías confesiones de los indios; en miles, no hnlio un pecado mortal.» iP!a.n del PcrtU Yidaurr». "iguiendo a su maestro Rousseau, exaltador del horntrc prtrnüívo, atribuirá el hecho a la perrecta moral iru-nica. Mejor tnrorrnudos, por los datos de los conquistadores y los misioneros, sobre las costumbres generalizadas en el imperio, aquella moralidad s610 podía explicarse por In acción evangélica sobre el indiscutible fondo de dulzura y docilidad quechuas,


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sin ella. acaso no existiría. El cruce de las razas dió a esa unidad un nexo biológico. pero el verdadero nexo espiritual lo ha dado la religión. Está aún por estudiar la obra de la Iglesia en la formación de las nacionalidades hispanoamericanas. Carlyle y Tsine comienzan sus obras . maestras: La Revoluci6n Francesa y Los Orígenes de la Francia Contemporánea, mostrando cómo este país fué en cierto modo una creación de los obispos. Papel semejante CURO a la Iglesia en el Nuevo Mundo. sobre todo en el Perú. Remontémonos a la época de la Conquista. La raza indígena acaba de ser sometida y necesita ser instruída y defendida: dejada a sí misma, derribado el Imperio, habría tornado al salvajismo más completo. Los conquistadores no podían representar ningÚn principio de moralidad organizadora; encarnaban la dominación sin control. Pronto estalló la lucha entre ellos; luego. la rebelión contra el rey. De 1535 a 1553, el Perú vive en estado de anarquía. Sólo una institución representa el sentido de la justicia. la autoridad moral. la cultura. la disciplina y el orden: el Episcopado. El poder real que se afirmó sólo después. fué un gran factor coadyuvante: pero no principal; contra él se enfrentaron muchas veces. y con celo admirable obispos y misioneros, defendiendo a la raza oprimida. ' Las interesantes observaciones de un sociólogo positivista y, por tanto, imparcial, respecto del catolicismo, Pedro Arcaya, sobre el Episcopado en la formación dé la Sociedad Venezolana,


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podrían extenderse al Perú. Dice aquel escritor: «Fué, pues, entonces, casi exclusivamente por el influjo de la Iglesia, como pudieron arraigar en el país los hábitos de la vida civilizada, que a no ser por ella habrían perdido los conquistadores, como en efecto, en muchos los abandonaron, al ponerse en contacto con el salvajismo

indígena.»

(1)

Mucho se ha generalizado acerca de la decadencia eclesiástica y de la degeneración religiosa del Perú en la Coloni~. Nada más difícil de escribir que la historia religiosa de un pueblo. Los hechos sociales, militares o políticos, dejan una huella firme en la tradición o en el documento, algunos hechos religiosos- sobre todo los desfavorables--la dejan también, pero, en su parte más importante, la historia religiosa es una historia de almas, es una reconstrucción dificilísima de la vida interior. Conocemos algunos aspectos pintorescos o escandalosos de la vida eclesiástica o conventual; pero, (quién nos ha pintado la vida de tantos y tantos seres humildes que alcanzaron silenciosamente las más altas cumbres del espíritu ~ No toda la Colonia debió de ser perricholismo, gracia o chilindrina; instantes debieron de haber de recogimiento y de sincera exaltación. En el inexplorado diario de Mugaburo hay signos de ella. Me parece, pues, un tanto sumario el juicio de la holganza y el pantagruelismo conventuales que acentuaron escritores jocosos y que han repetido con aire (1)

Estudios

de Soci%gla

Venezolana.


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de seriedad científica algunos de nuestros sociólogos. La decadencia ecleeiáatica, si la hubo en el extremo en que nos la pintan, tuvo una causa bien definida: la sujeción de la Iglesia al Estado, la burocratización religiosa¡ en .íntesis: el rearalisrno, Sobre este hecho no discurre Mariáteguí. Ya es algo sin embargo que reconozca, por ej._~ plo, que el Santo Oficio se comportó mú cómo una institución pplítica que como una institución religiosa. .. En cuanto a la decadencia intelectual del clero, Mariátegui la acepta a fardo cenado bajo la autoridad de una cita de Javier Prado. inspirada en el criterio siglo dieciochesco y positivista. para juzgar la filosofía eclesiástica. A pesar de esa decadencia. aun en I~s siglos XVII y XVIII las más altas manifestaciones del pensamiento las encontramos en los hombres de Iglesia. Han de ser éstos los que. sin renegar de la ortodoxia y la tradición ética de la filoaofía medieval. tratarán de implantar las nuevas ciencias experimentales y sociales. preparando así el ambiente espiritual de la independencia. Caballero y Góngora, en Nueva Granada; Rodríguez de Mendoza y Chávez de la Rosa. en el Perú; el padre Yarda. en Cuba; Goicochea. en Guatemala; Antonio de San Miguel. en Méjico; Maciel, en el Plata: se hacen los corifeos de la nueva reforma. La época prenacional o prerrevolucionaria en Hispanoamerica, es obra eclesiástica. Al estallar la Independencia. el clero se dividió; algunos miembros del alto clero. nombrados por el rey. fueron leales a la causa eepañcla,


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pero el bajo clero, como lo observa en Méjico Justo Sierra, fué partidario de la independencia y factor decisivo en ella (1). Además de estos curas criollos, debemos considerar la clase intermedia de los eclesiásticos letrados que fueron en muchos países los leaders intelectuales del movimiento insurrecciona]. En el Perú bastaría citar los nombres de Luna Pizarro y de Mariano José de Arce, tan hermosamente reivindicado este último, en el fuerte ensayo de Raúl Porras Barrenechea, publicado en Mercurio Peruano. Nuestro autor conviene en que en nuestra revolución no hubo un problema religioso: el jacobinismo en este aspecto no podía progresar en -América. La revolución fué un movimiento nacionalista y democrático, pero no anticlerical. De eso se dió perfecta cuenta Bolívar con su intuición genial. Se explica así su sagaz política, respecto de la Iglesia, principalmente en los últimos años, en que se convenció de que no había estabilidad política sin una justa influencia religiosa en las costumbres y en educación. También estaba convencido Bolívar de que la Iglesia no era una amenaza política en Hispanoamérica; sabía que el ambiente del mundo, dominado, en (1) Lo propio poüría decir Belaunde respecto del Perú :\tll'slr'ü querido maestro Dr. Manuel Vicente Villaran posee 111\il ('olecl"j(',n de lus pror-larnas dírigtnns por nuestros p(\ITOt'OS n su" frl igrcses, incitando n éstos a plngnrs« a

la

,'I\U:;[\

revolucionaria.

Liberludor Sun insigne patriota

encarnada

en el

Martin. Esa colección Iué Iorrnada Dr. Fruneisro Javier Mnríategui.

por esos días

por el Pen

sarnos reprodurirla. con la venia del Dr. Vülurán , en el uoieu« del Museo BoUvariano.-('\oTA UF. JORGE (;UIU.EI\MO LF.I;¡;ÍA.)

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10 económico, por los países protestantes, y, en loídeol6gico, por la filosofía de las luces, no era fa~orable a la acentuación del poder de la Iglesia, lacuaI, según sus propias palabras, «se limitaría a conservar las posiciones que tenía». A pesar de la falta de sentido antirreligioso en la revolúcién, el jacobinismo en Hispanoamérica dió algunas manifestaciones de vida; la república continuó y acentuó la tradición regalista de la monarquía española. eegún la cual la Iglesia debería estar sometida al Estado. El movimiento anticlerical aparece en Méjico bajo la influencia norteamericana. y, en el Plata. en los proyectos de reforma eclesiástica de Rivadavia. que 8UPOroan una especie de Constitución civil del clero. Estos proyectos tuvieron su resonancia en el Perú, en.Ia época de la discusión constitucional. Durante la dictadura de· Bolívar quedaron descartadas aquellas iniciativas. El regalismo y el galicanismo tuvieron su más acentuado representante en esta época en la pintoresca figura de Vidaurre, el cual presentó al Congreso de Panamá todo un proyecto :de reforma eclesiástica, base de la especie de código, que, por encargo del gobierno, formuló en 18310 j y dedicado al Papa! No nos deben asombrar las inconsecuencias de Vidaurre. Ese proyecto revela que la tradición regalista era muy fuerte en el Perú. cosa explicable por la circunstancia de ser el Perú heredero característico de la tradición española. De ac~erdo con las ideas de Vidaurre, el episcopado nacional debería ser independiente del Papa, el cual conservaba


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apenas una supremacía de honor sobre la Iglesia . americana. Vidaurre fué, pues, el verdadero precursor de Vigil. ICon qué distinto criterio tienen que contemplar hoy, católicos y no católicos, la tesis regalista! El gran cáncer de la Iglesia colonial fué su sometimiento al rey; la gran desgracia de la Iglesia durante la República han sido su de. pendencia del Presidente y 108 nombramientos episcopales por el congreso. El resultado ha sido las infelices designaciones eclesiásticas; la unión de la política y de la religión, la tendencia de nuestro clero a ver al presidente como la del clero colonial de ver al rey, y de rendirle repug. nante pleitesía. El criterio moderno se aparta del criterio regalista y del criterioultraliberal. Combatir o- desconocer a la Iglesia es tan malo como pretender dominarla y convertirla en un instrumento. Ni sumisión, ni neutralidad o indiferencia imposibles: cooperación, armonía e independencia. Esta es la nueva fórmula en que se cristalizan los nuevos concordatos celebrados con los países bálticos, con los de la Europa central, con Prusia y con Italia. La Iglesia recupera su libertad en la designación de los obispos, quedando sólo un derecho de veto a los gobiernos; o sea la inversa del régimen que ha existido en Hispanoamérica: designación por los gobiernos y veto del Papa. La polémica religioso.política se prolonga en el Perú. Creo que en ningún país de América se ha discutido con más acopio de erudición el pro. blema de las relaciones de la Iglesia y del


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Estado. A las obras de Vidaurre, de Mariátegui y de Vigil hay que agregar las del canónigo Moreno y la condena de Aguilar contre Vidaurre. Los canonistas peruanos, no contentos con discutir el tema en el Perú, lo estudiaron en otros puntos de América. Una de las obras del Dr. Chacaltana, la única publicada que conocemos, versó sobre el Patronato argentino. El país no se interesó en estas disquisiciones doctorales. El partido liberal consiguió la abolición de los fueros eclesiásticos, pero se mantuvo la religión de Estado y no se tocó a la jerarquía y propiedad eclesiásticas. Nuestro primer liberalismo Iué tímido; y cuando intentó algunas reformas de verdadera hostilidad contra la Iglesia, como la constitución del 67, fué derribado por una de las más populares revoluciones del Perú: la del 68. Artificialmente, el escritor socialista trata de vincular la corriente de defensa religiosa con los intereses de la casta feudal en el Perú. ¡Vano empeño de someter a la realidad a las deformaciones impuestas por el apriorismo socialista I A raíz de la Independencia. como lo hemos recordado, la nobleza criolla estaba arruinada, el poder qued6 en manos de la burocracia militar reclutada en su mayor parte en la clase media. Cuando en el Perú se formó una oligarquía econ6mica, ésta se insinuó, como lo reconoce el mismo Mariátegui, con matices liberales y anticlericales. No pretendió destruir' la Iglesia; pero adoptó respecto de ella una actitud indiferente o despectiva. Esa oligarquía se consideró heredera de la ideo-


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logía liberal; de modo que la oligarquía y corrientes religiosas, contrariando las leyes socialistas, aparecen divorciadas en la historia del Perú. Como en la Independencia, nacionalismo, democracia y catolicismo permanecieron unidos. Los caudillos que encarnaban el mandato nacional, el certero sentido popular, siguieron una , política de armonía con la Iglesia. La constitución hecha bajo la inspiración de Castilla rectificó las tendencias liberales del 56, y Piérola impuso una política de moderación al civilismo. La discusión del aspecto canónico o regalista del problema religioso fué reemplazada en el Perú, a mérito de la obra de González Prada, por la forma aguda del jacobinismo ateo. No necesito repetir aquí las conclusiones a que llegué en mi estudio sobre la desviación radical y el problema religioso (1). Mariátegui conviene en el fondo en las críticas de ese trabajo que parece ignorar. F ué realmente una gran desgracia que esa fuerza literaria tan considerable se dejase absorber totalmente por el sectarismo más estrecho y primario. El radicalismo en el Perú dejó énfasis retóricos, gestos de rebeldía y estéril pugnacidad. No estudió con criterio típico ninguno de los problemas nacionales. , El escritor socialista quiere libertar a su partido de la herencia sin inventario del movimiento radical; pero su empeño es vano. El socialismo, como el capitalismo, es esencialmente antirreli-

(Ji

\'éllse

El Perú,

Lima, de 13 de mayo 1917.


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gioso (1). Simple oportunismo político lleva a algunos escritores socialistas a hacer declaraciones de respeto o simpatía respecto de las inatituciones religiosas. El conflicto es radical, porque es metafísico. Los conflictos políticos tienen, soluci6n; 108 metafísicos. no. En el fondo, el socialismo aspira a crear una nueva religión que es, no con sentido conservador o jerárquico. sino con sentido revolucionario o igualitario, la religión de la Humanidad. la adoración del hómbre como hombre: la A ntropolatría. El catolicismo es teocéntrico : el socialismo es esencialmente antropocéntrico. Al ser teocéntrico el catolicismo, deriva el instinto de adoración, el sentido de lo perfecto y de lo absoluto. tan esencial e irreductible como la perseveración o el amor, (1) Torios conocemos que uno de los puntos príncí pales de la polítíca soviética es la extirpación del sen ti· miento religioso: del opio del pueblo, según la frase de Marx. Aquella pottttca pareció atenuarse en la época en que se creyó que era necesario transigir con el campesino ruso en el terreno económico y religioso. El texto constitucional de 1925 (art. 4) reconocía a los ciudadanos ••la libertad de propaganda religiosa y antirreligiosa u , Ese texto acaba de ser modificado en 1929 en esta forma: «Se reconoce la Iiberla(j de religiones y propaganda antírrelígíosa.» En sin tesis, la religión puede ser atacada; pero no defendida y propagada. La unión de ateos militantes es en cierto modo una institución oficial; y aunque reconoce, según Boukarín, que por carla ateo había cíen personas en el bando opuesto, se cree con derecho a imponer su credo negativo a la inmensa mayoría de la nación. \. Kalinin, presidente del Comité Central Ejecutivo, terminaba con estas palabras su discurso en el Congreso de Ateos de la Unión Soviética: "Si sabéis defender el ateísmo, el bolchevismo y la concepción comunista por argumen-


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hacia el mundo espiritual, libertando así nuestra visión de la realidad ambiente de toda influencia. Nuestra adoración de lo invisible nos hace contemplar con un criterio de realidad y de experiencia lo visible. El socialismo, no pudiendo destruir el sentimiento de adoración, el sentido de lo perfecto y de lo ideal. artificialmente lo lleva al mundo material y humano, que adquiere. así, una falsa e idolátrica iluminación. Se forma una nueva mística, agresiva, imperiosa, urgente, batalladora y cruel. Se camina. en lo social y material, sin la guía de la experiencia o entre fantasmas, entre ilusiones. La utopía es la enfermedad del socialismo. por su falta del sentido de lo invisible. La Humanidad sólo recobrará su equilibrio y su salud espiritual, cuando nuestro fervor místico vuelva a su centro natural: el mundo invisible. y conservemos para la realidad y la vida el criterio de la experiencia y el sentido de lo relativo.

los ideológtcos, entonces no rindo de que uceleraréis la victoria del ateísmo proletario y avanzaréis el triunfo final del socialísmo.»


La evelucíén de nuestra cultura Me llega la noticia de la muerte de Mariátegui en momentos en que meditaba mi ensayo final sobre su libro. La triste desaparación del gran escritor socialista me estimula a concluir mi estudio. i Qué mejor homenaje para una obra que analizarla con simpatía, pero al mismo tiempo con absoluta sinceridad y libertad f Recuerdo con satisfacción que el propio Mariátegui apreció el espíritu que animaba mi crítica. al agradecerme en la dedicatoria de su libro la deferencia personal que revelan mis ensayos. Admiraba, como todos. en / Mariátegui el heroísmo intelectual, el milagro de espíritu que 'le permitió erguir su inteligencia, penetrante y fecunda. sobre el débil apoyo de un organismo mutilado y enfermo. Admiraba también de un modo particular su realismo, 'su rara aptitud para ver y describir las cosas tales como son. Me separaba de él la ideología dogmática materialista y cerrada, a la que se adhirió en los últimoe años. por una de esas evoluciones cuyo misterio encierran recónditos pliegues de personalidad en


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coincidencia con vientos reinantes de doctrina. El materialismo histórico que sirvió relativamente al autor de La Realidad Peruana para penetrar en algunos aspectos de la vida económica y de la vida política, en conjunto y. sobre todo, aplicado al fenómeno religioso y cultural, debería producir una verdadera deformación. Ello explica por qué los capítulos más débiles de su Íibro son los que dedica al problema religioso y a Id que él llama el proceso de nuestra literatura. Al precisar este último. francamente confiesa que este proceso no describe. sino que enjuicia y que. en ese juicio. no es juez. sino acusador o parte. Cree que todo estudio imparcial es imposible y, en curiosa contradicción con el pretendido objetivismo materialista, trata de enfrentar la antítesis izquierdista a la defensa o tesis colonialista. hecha, segun él, por Rivagüero en su Carácter de la literatura del Perú

independiente. Al error esencial en el marxismo de reducir el fenómeno literario al fenomeno económico, agrega Mariátegui el de contemplar y apreciar la producción literaria con un criterio político. Confirma el caso de Mariátegui 10 que podríamos llamar la doble esclavitud a que la literatura y el arte están sometidos, dentro de la mentalidad comunista: una esclavitud objetiva. la de reflejar siempre el fenómeno económico y una esclavitud subjetiva; la valoración, de acuerdo siempre con una fórmula política. Nosotros, que creemos en la irreductibilidad jerarquizada de lo económico, lo político. lo estético, lo meramente lógico y lo


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ético-religioso. sentimos como una reconfortante sensación de libertad y de ascensión. frente al criterio. rígido y descendente •.de la filosofía materialista. Comprendemos que' en nuestra jerarquía de subordinación hacia arriba. lo político. lo estético. lo intelectual y lo ético adquieren en cierto modo autonomía y libertad. (Un realista integral. restaurando la tríada de materia, vida y espíritu, libera la vida de la materia. y el espíritu, de la vida.) El primado de lo "espiritual no es absorción por lo espiritual. y cabe dentro de la concepción religiosa tradicional un arte vario, rico y múltiple y una política flexible y de realismo independiente. Dentro de la mentalidad católica. que es la única en que se estructura la independencia y jerarquía de los diversos aspectos de la realidad, han vivido los artistas más libres: Dante, Cervantes, Claudel. y podíamos agregar Shakespeare, pues. aunque no fuese católico--muchos piensan que lo fué-. su formación era católica (el protestantismo inglés estaba apenas en el período vacilante de formación). Miramos con verdadero pavor el período humano. en que toda manifestación de pensamiento y de arte girarán al rededor del maquinismo o de una sociocracia esclava de éste. Mariátegui disculpa el punto de vista de partido que francamente adopta al estudiar nuestra literatura con la teoría de Gobeti, según la cual la razón no puede buscar términos medios y el verdadero realismo consiste en un juego dialéctico de extremos. Según Gobeti. el compromiso y la transacci6n son fruto de la historia y de la vida;


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pero no deben ser obra del espíritu humano. Tal doctrina envuelve un concepto falso de la razón práctica. Es cierto, históricamente, que la humanidad esta sometida a reacciones pendulares; al salto brusco para el retroceso, en lugar del avance continuo; pero esta triste condicion histórica no supone en el espíritu humano la ineptitud para conocer la vía media y mucho menos la libertad de los intelectuales para prescindir de ella y entregarse, con embriaguez vital, a soluciones extremas. La razón no solamente busca lo eterno, sino que da normas para lo condicionado y relativo. La razón realiza este papel, principalmente, en el orden político-social. Las soluciones extremas son, precisamente, irracionales, aunque aparezcan como las de más perfecta estructura lógica. La tesis y la antítesis no son razón pura, como cree Mariátegui, sino racionalizaciones del interés y de la pasión, del privilegio o del instinto de rebeldía. La inteligencia es capaz de la síntesis. La síntesis es verdaderamente lo racional. Es verdad que la razón ha sido desoída; ello no importa. Nadie puede dudar que, frente al problema de la reForma eclesiástica, Erasmo representaba la inteligencia, y no Lutero; que, frente a la decadencia monárquica, Turgot, Necker y el mismo Mirabeau encarnaban la razón, y no Robespierre y Marat; y que frente al problema social contemporáneo, el cristianismo social representa la razón, en tanto que la ortodoxia soviética dialectiza intereses ciegos e instintos de dominación. Hay una tragedia de la inteligencia humana: luz

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que no es vista. voz que no es oída. En esta tragedia estriba precisamente su grandeza. La inteIigencia tiene que aceptar su destino. superando la violenta oposición de dialectismos simbólicos. El intelectual tiene que ser libre, y hoy es más difícil serlo del vértigo izquierdista que de la interesada gravitación de derecha. Esa visión realista y ese sentido de lo posible que deben tener los intelectuales libres, lo adquieren los mismos pueblos a través de la experiencia histórica. La revolución puritana. con sus excesos. preparó al pueblo inglés para la reforma evolutiva. cuando la Europa era conmovida por la mística jacobina. La Revolución francesa. experiencia formidable no sólo para Francia, sino para el mundo occidental, ha habilitado a éste para reformas y ajustes de orden social que lo liberten de la mística s~viética. El espíritu realista europeo rechaza el comunismo, como el pragmatismo anglo-sajón. la fiebre jacof;>ina.El comunismo integral sólo tiene porvenir en Asia. La lucha del porvenir se dibuja claramente entre Occidente y Oriente. entre el realismo ético-cristiano y el materialismo místico. La Europa Central--Ios pueblos, germano&--tienen la decisión. Germania tiene que escoger entre el orden de una democracia cristiana. social y orgánica o un nacionalismo panteísta que sería el aliado y el instrumento de la invasión soviética. La explicación del fenómeno literario hecha por Taine, como producto de la herencia. del medio y del momento, está hoy desprestigiada.


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a pesar de su relativa amplitud, si se la compara con la teoría materialista. La herencia es un concepto vago, conciliable con la concepción vitalista pura que supera al materialismo. En el ambiente podrían incluirse factores religiosos y políticos y no sólo telúricos o económicos. Por último, el momento conciliaba la importancia de ciertos accidentes misteriosos y fatales. A pesar de todo esto, la tesis resulta falsa porque prescindía del factor esencial e imponderable de la individualidad humana. Todo era causa para T aine: tierra, plantas, astros; sólo negaba ese carácter al alma humana. Si hoy resulta estrecha la concepción de T aine, e qué ha de parecernos la concepción marxista, en la cual todo se reduce a meros reflejos del fenómeno de la producción? Esta ha pasado, según Marx, por un período feudal, burgués o capitalista y se aproxima a un período proletario. Habrá tres etapas en la evolución literaria: feudal, burguesa y proletaria. e En qué sitio quedan los cantos medievales, revelación y síntesis del alma popular? Mariátegui era demasiado inteligente para no comprender lo absurdo del esquema marxista; aparenta descartarlo para sustituirlo por otro esquema, segÚn el cual el proceso literario atraviesa por tres períodos: colonial, cosmopolita y nacional. Lo cierto es que este esquema, históricamente falso, puesto que siempre en una literatura se mezclan influencias cosmopolitas a reflejos de la vida nacional, no es sino la fórmula disimulada y novedosa de encubrir el viejo e insostenible cuadro marxista.


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Mariátegui identifica la literatura colonial con la literatura feudal, literatura cosmopolitacon literatura burguesa y literatura nacional con litera. tura proletaria. Para él, la literatura es colonial, feudal y de carácter puramente hispánico en el Perú, hasta la aparición de González Prada, que encarna la literatura cosmopolita e inicia, a su vez, la literatura proletaria. A este esquema a la 'vez lÓgico e histórico. hace solamente algunas excepciones, abrumado por realidades evidentes: el nacionalismo de Garcilaso, en la iniciación de la literatura colonial, la nota indígena de. Melgar en la aurora de la República. El siglo XIX es para Mariátegui la continuación política y literaria de la Colonia. Nada más arbitrario que poner sobre nuestra literatura. desde el descubrimiento hasta Eines del· siglo XIX, una sola etiqueta: colonial, y calificarla como cerradamente aristocrática y exclusivamente hispánica. Mariátegui repite su concepto simplista de la Colonia. Hay en ésta la época heroica. la época jurídica, la de consolidación, la de decadencia y la de reforma. De modo que hay una literatura épica, una literatura jurídico-política, una literatura cortesana y devota y una literatura social. La verdad es que colonialismo en el sentido de falta de élan propio, sometimiento mental y político, imitación servil de las escuelas hispánicas, ausencia de color local, sólo existe en los perfodos de consolidación y decadencia y sólo puede aplicarse a la literatura burocrática. cortesana, devota,

y


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gongorista desde fines del siglo del XVIII. El descubrimiento de América enriquece la literatura española e inicia la literatura americana. Así como el movimiento de expansión político-militar fué original y creador, lo fué también. y en igual grado, el reflejo de ese movimiento en la literatura. Tres efectos produjo el descubrimiento de América en las letras españolas: un más intenso sentimiento de la naturaleza, el desarrollo de la epopeya y el cultivo de un nuevo género histórico. Claro está que la literatura se conserva hispana por el lenguaje; pero adquiere un nuevo colorido al reflejar la naturaleza y el teatro americanos. La literatura heroica (epopeya e historia; cantos, que, en muchos casos, son crónica rimada o relatos en que palpita un sentimiento épico) refleja la síntesis del alma española y la naturaleza americana. Las descripciones más realistas de nuestro territorio. aquellas que traducen la visión más directa e inmediata, se encuentran en las primitivas crónicas y en los primitivos trabajos de cosmografía. El americanismo objetivo, el peruanismo, se halla, con intensidad mayor que en otros períodos posteriores, en el primer período de la literatura colonial y se conserva en el período jurídico-político. Entonces se agrega, a las descripciones de la naturaleza y a la visión de conjunto del antiguo imperio, el estudio detallado de sus instituciones y del carácter y costumbre de las razas. Nuestra cultura, en su iniciación, es esencial. XVI al principio


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mente' americana; nacionalista, no 8610 porque el objeto absorbe y colora definitivamente las obras, sino por la simpatía que se establece entre el conquistador y el indio: unión que produce una especie de mestizaje espiritual. Natural. mente, aquella actitud, al reflejar dentro del alma y del lenguaje español otra naturaleza y otra alma, se destaca mejor cuando a la unión por simpatía se agrega la unión bjológica, cuando al mestizaje espiritual se une el verdadero cruce de sangres. Tal es el caso de Garcilaso, que no es así una excepción, sino una culminación. Con menos ingenuidad, con menos gracia en el estilo, cronistas y geógrafos de esa época nos dan la sensación directa de la tierra. Su realismo contrasta con la falsa y legendaria visión de muchos geógrafos y sociólogos contemporáneos. «La nunca jamás pisada de hombres, animales ni av~sj inaccesible cordillera de nieves de GarciIaso», se halla en los otros cronistas. Un modesto geógrafo, Baltasar Ramírez, es el que nos da la más jugosa síntesis de nuestra geografía cuando nos dice que los «l1ano8* son áridos, la sierra impracticable y la montaña intratable». Es de lamentar que las enormes lecturas de Mariátegui en política internacional, sociología y literatura contemporánea, no le dieran tiempo para recorrer las crónicas y epopeyas de la época heroica. y es más sensible aún que no hayamos publicado un nutrido volumen de antología con las páginas selectas de cronistas e historiadorea, geógrafos y jurisconsultos. Esas 'páginas serían la comprobación más elc;>cuente de que nuestra


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cultura, en su iniciación, es esencialmente nacional. Diré aún más, popular y, si se quiere, proletaria. Sus autores no pensaron escribir para una casta ni reflejaron los intereses de ella; escribieron para su religión y para el estado tal como ellos lo concebían. Y los intereses de la religión y de la monarquía, en esos momentos. coincidían con los de las razas sometidas: las masas populares. El nacionalismo y su expresion más acentuada, el indigenismo, burlando el sistema dialéctico e histórico de Mariátegui, no debe encontrarse al final de nuestra evolución cultural. sino al comienzo de ella. La literatura del período de consolidación (siglo XVII y principios del XVIII) fué burocrática, cortesana y devota. La literatura es el reflejo de la vida. El élan creador, el sentido heroico de la existencia, sólo se conserva por las misiones y se traduce en las crónicas conventuales, por desgracia, con menos intensidad que en las crónicas primitivas. Este sí es el período impersonal y pobre de nuestra cultura, Al final de la colonia. nuestra cultura toma una orientación social y política que tiene un doble carácter: por el objeto es nacionalista y, por el criterio, universal o cosmopolita. El nacionalismo de la época heroica, que desaparece en la literatura cortesana, revive en el siglo XVIII. Surgen entonces los verdaderos fundadores de la sociología peruana: el gran Unanue y Baquíjano; pero la ideología, la inspiración, son esencialmente francesas. En mis estudios sobre la ideología de' los reformadores, he tenido oportunidad 10


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de comprobar la inmensa influencia del enciclopedismo en nuestros escritores del siglo XVUI. No sólo Rousseau, Raynal y Heinecio fueron leídos y asimilados; citas de Fontenelle, de Bayly, Buffon. Montesquieu, Mably, Bernardin de . Saint-Pierre, Marmontel son corrientes en nuestros hombres representativos. Naturalmente. ese sentido cosmopolita se acentúa en la independencia. En su afán inverosímil de presentarnos «un colonialismo superstite» hasta la generación radical, Mariátegui prescinde en lo absoluto del espíritu de nuestra cultura en la época independiente. La revolución, desde el punto de vista cultural y literario, supone, como la época heroica de la colonia, un profundo sentido racionalista y popular. y, como su ideología es de inspiración europea, realiza la síntesis de las corrientes cosmopolita y nacionalista. La conquista desarrolló la epopeya y la crónica. En la independencia, en paralelismo sugerente, predominan la odary el ensayo político. Ambos reflejan la realidad ambiente. No puede negarse carácter nacionalista y americanista a la oda heroica por el hecho de estar influenciada, en la forma, por el neoclasicismo español. Olmedo. al ser discípulo de Quintana, no deja de ser americano y peruano. Hay que atender, principalmente, al fondo de la obra, a su inspiración. El nacionalismo de Olmedo es efectivo, y ello explica que la figura central de su poema fuese Huayna-Capac y no


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Bolívar, como ya lo hacía notar la misma penetrante y genial crítica del libertador. En el ensayo político, el carácter nacionalista o popular se destaca con mayor relieve. La poesía, al fin, tiende a reflejar o formas eternas o la individualidad del artista, en tanto que la literatura política. destinada a actuar sobre la muchedumbre, traduce siempre factores nacionales o sociales. No es pequeño el aporte del Perú en el género de la literatura política. La propaganda revolucionaria y la discusión constitucional, que aparecen entre nosotros más tarde que en otras secciones de América, en el momento oportuno revistió tanta o mayor importancia. Bastaría recordar folletos como el de Veintiocho Causas y principalmente las obras de Vidaurre: el Plan del Perú y los discursos publicados en Trujillo; y las campañas de Sánchez Carri6n y los discursos de Luis Pizarro. Respecto del Plan del Perú, el texto primitivo responde a la ideología reformista; mas la edición con notas que publicó, más tarde, Vidaurre, convertido al republicanismo más avanzado, refleja una ideología francamente revolucionaria. Vidaurre plantea con criterio casi radical muchos de nuestros problemas, principalmente el de la propiedad, atacando al latifundio. En la misma discusión constitucional entre monarquistas y republicanos, no puede decirse que los monarquistas tuvieran una mentalidad reaccionaria. Su ideal era, bajo la influencia doceañista, una monarquía liberal y democrática. Por otra parte, la corriente liberal y aun jaco-


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bina predomina; no son sólo profesionales o individuos de la clase media los que la adoptan, sino muchos elementos del clero y de la antigua aristocracia. La tendencia conservadora del pensamiento peruano, en consonancia con las del pensamiento' general americano, no refleja una supervivencia de hábitos o mentalidad coloniales, sino la sincera reacción nacionalista y de criterio experimental frente a la anarquía y desintegración jacobinas. El Perú puede reivindicar los trabajos de Monteagudo,sobre todo la defensa de su ministerio que, aunque publicada en Quito, traduce las experiencias de 'su carrera política, cuya parte principal se refiere a nosotros. El sentido orgánico de Monteagudo, como el de su maestro Bolívar, no es el efecto de la gravitación de un pasado colonial definitivamente muerto, sino fruto de un espíritu creador y original frente a los problemas gravísimos que dejó la guerra de la independencia. La lucha no es entre colonialistas y modernos, sino entre nacionalistas orgánicos y cosmopolitas anárquicos: Consumada la independencia subsiste el debate entre conservadores y progresistas, entre liberales y autoritarios. La intelectualidad de esa época, como lo ha probado muy bien Basadre, en su bello y jugoso ensayo Los hombres de tra;e negro, está dividida' en validos y censores. Los validos cohonestarán, con su tesis autoritaria, los gobiernos fuertes; los censores erguirán su credo avanzado ya veces demagógico. No es necesario decir que la ideología de éstos es más represen-


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tativa, no sólo por su mayor número. sino porque reflejaban mejor las tendencias reinantes. La impresión que he sacado de la lectura de los periódicos y folletos de la época inmediatamente posterior a la independencia confirma lo que dijimos respecto del carácter esencialmente moderado y constitucional de nuestros conservadores. Pando, imperialista y casi reaccionario. con Bolívar. a la caída de éste. se convierte a un institucionalismo más en consonancia con el credo liberal del año 12. Sus Pensamientos sobre moral y política, publicados en España en 1637, quieren conciliar la libertad y el orden. El defecto de ese grupo fué su aristocratismo intelectual y, tal vez. su hispanismo nostálgico. como lo hice notar en los estudios que publiqué en el Perú el año 17. Pero. a pesar de todo. sería absurdo calificar de feudal o reaccionaria una mentalidad que podía llamarse reformista o evolucionista, o apenas moderadamente conservadora. De otro lado. hay que observar que los partidarios de la autoridad fuerte no eran tampoco colonialistas aristocráticos. El cesarismo se decoraba con pretensiones democráticas. Años más tarde. el partido conservador encontrará un jefe muy distinto del doceañista y desarraigado Panda. Ese jefe fué don Bartolomé Herrera, quien sostuvo la teoría de la soberanía de la inteligencia. Sería absurdo atribuir tal doc. trina a colonialismo. a hispanismo o catolicismo. El aristocratismo intelectual de Herrera es de influencia europea. Era la reaccion contra Rousseau de notables pensadores franceses que


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culmina en el doctrinarismo de Guizot y Donoso Cortés, en su primer período. No cabe tampoco considerar a Herrera como colonialista o como hispanizante. Uno de los méritos indiscutibles de esta extraordinaria figura es el de su peruanidad. Jorge Guillermo Leguía nos ha hablado con elocuencia de la grandeza patriótica de Herrera. Su nacionalismo es sincero, profundo, diríase integral. Mejor que nadie. él definió el sentido de la conquista y de la fusión de las razas. Menos cabría atribuir su aristocratisrno intelectual al catolicismo. La Iglesia nunca aceptó la teoría de la soberanía de la inteligencia. La tradicional teoría católica insinuada en Santo Tomás, insuperablemente expuesta en Victoria y Suárez, es la de la soberanía del pueblo. La exageración de Herrera sólo puede explicarse como reacción pendular contra la mística jacobina. La segunda generación liberal triunfó en nuestro pensamiento y en cierto modo en nuestra política. Su ideología vinculada a la revolución del 48, tiene pues un carácter universal o cosmopolita. El nacionalismo instintivo está representado por los caudillos que moderaron, en parte por exigencia -del sentimiento público, en parte por necesidades prácticas del gobierno. la ilusión de liberal. La primera generación liberal fué neoclásica. La segunda generación fué romántica. En el Perú, el clasicismo o humanismo. que fué de indiscutible robustez en la época colonial y que se conserva en la primera generación. educada en España. tiende a atenuarse y aun a desapare-


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cer , en contraste con lo que sucedió en los países herederos de la gran Colombia. que han mantenido esas tradiciones hasta hoy. siendo ellas la nota propia de su cultura y el elemento principal que han aportado a la de América. Nuestro romanticismo no fué como se ha dicho con razón. profundo y original: fué un reflejo del romanticismo español. Literatura de clase media. cultivada por buenos burócratas. como lo ha observado muy bien Sánchez en original estudio reciente. En el Plata. la corriente romántica se arraiga y se transforma. creando un movimiento cultural típico. el más fuerte de América por su originalidad y sobre todo por su sentido popular. Se imita directamente el romantismo francés. Echevarría lo trae de Europa. junto con su credo liberal y social; luego. aquel romanticismo que se deriva hacia un nacionalismo realista. se acendra en la lucha contra Rozas. La literatura es no sólo entretenimiento espiritual; es fuerza en acción. La literatura argentina tiene un sello de realidad. de fuerza. que no se encuentra en la nuestra. Mientras que en el Plata caía bajo la tiranía de Rozas. el Perú entra en un período de consolidación y de cultura con Castilla. y faltan por eso. a nuestro romanticismo. los factores heroicos y pragmáticos del platense. Lo típico de la cultura peruana no será precisamente la imitación romántica. ni tampoco el sello clásico de la literatura colombiana. Nuestra literatura mesocrática tiene. como nota característica. la ironía y la gracia. El criollismo es

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nuestro más valioso aporte a la literatura de América. Y el criollísme es costumbrismo mestizo y burocrático. El viene de lejos. Tiene su origen en los versos de Caviedes. Se acentúa en la sátira y en las comedias de Pardo, en las de Segura. y culmina en la «tradición» de Palma. Esta literatura criolla, por ser esencialmente limeña, no deja de ser nacionalista. Estamos seguros de que los estudios de Porras Barrenechea sobre Pardo y Aliaga destruirán el prejuicio de extranjerismo o hispanismo resentido que atribuye Mariátegui al gran satírico peruano. La literatura criolla no es feudal ni civilista ni cosa que se le parezca. Es, sobre todo en Segura. en Palma. Juan de Arona y en Manuel. A. Fuentes, literatura mesocrática. lgualmente injustificado sería tratar con ese criterio a los poetas románticos, a Salaverry y a Luis Benjamín Cieneros. Su hispanismo-no es un hispanismo político. sino un culto de lejanía romántica y de amor al idioma. Consumada la revolución, la clase media ocupa el primer plano. Como la literatura refleja en gran parte el fenómeno político. podría decirse sin exageraciones que nuestra cultura tiende a hacer una cultura de clase media por los que la cultivan y poe,el tema que explota. Lima era el principal centro de nuestra clase media. y nuestro principal centro burocrático; la literatura peruana fué principalmente literatura limeña. y Lima. por el obstáculo de la cordillera y por la gravitación de un pintoresco pasado colo-


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nial, no vió el inmenso tesoro artístico y las· intocadas fuentes de inspiración que encerraba la vida indígena. Nuestro espíritu irónico. escéptico. no descubrió. por falta de sentimiento profundo. ni la tierra ni la raza que vivían pasada la cordillera. No hay que atribuir a supervivencia de formas o de ideologías lo que ha sido fruto de circunstancias geográficas o de defectos psicológicos. Si la capital del Perú hubiera estado. como Méjico. en el centro de la población indígena, nuestra literatura habría tomado otro rumbo. Si después de la independencia. y aun antes de ella. no se hubiera ido produciendo la decadencia provinciana, y Cuzco, Huamanga y Cajarnarca hubiéranse conservado como centros importantes de economía y cultura, es seguro que. al lado del criollismo limeño. habría surgido una vigorosa literatura indigenista. Siempre lamenté que el pasado y la realidad incaica no hubieran encontrado un cantor digno de ellos. Y encuentro fundadísima la refutación que hace Mariátegui de la teoría de Menéndez y Pelayo sobre que el pasado incaico es algo extraño a nosotros. En mis conferencias en la universidad de Columbia. en 1920;- tuve oportunidad de refutar también semejante criterio. Sostuve entonces que el pasado prehispánico ha sido factor esencial en la inspiración literaria, y citaba. para comprobar mi tesis. el caso de Méjico. en que la visión del Teocali de Cholula de Heredia y la profecía de Cuautémoc, de Rodríguez de jalbán, revelan hasta qué punto el sentido de las civilizaciones extinguidas, reíle-


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jando parte esencial de nuestro espíritu, podía producir obras de gran belleza. Después de la independencia, la umca población que conservó cierto desarrollo fué Arequipa. En ella surgió una cultura con rasgos característicos y bastante diferenciados de los de Lima. Población blanca, pero serrana por la' situación geográfica, y próxima a los centros indígenas, Arequipa presentó la primera manifestación de reflejar el medio de los Andes y la tristeza quechua. Razón tiene Mariátegui de restaurar, contra las exageraciones en que incurrió Rivagüero, la hermosa figura de Melgar. Aunque de educación estrictamente clásica, Melgar es un romántico espontáneo. Es el primero, el más sincero y el más hondo de nuestros románticos. e Encarnan sus yaravíes de un modo exclusivo el alma indígena? é Hay que considerar los cantos de Melgar como un producto hispano e indígena al mismo tiempo, como la vidalita y los tristes de otros países de América? En nuestro concepto, Melgar encarna la síntesis de elemento hispánico y de elemento indígena en que debería basarse el alma de la nacionalidad. Melgar no dejó una escuela; apenas un discípulo, el delicado Castillo, en el que predomina la nota hispánica. Arequipa no estaba destinada en el siglo XIX a ser tierra de poetas. Dominando políticamente al Perú, su cultura, por razones pragmáticas, toma una orientación jurídico-política o científica. Los discípulos de Chávezde la Rosa y de Luna Pizarra cultivan las matemáticas, las ciencias natu-


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rales, la historia o la jurisprudencia. El derecho patrio será la obra de Arequipa. Martínez inspira el Código civil y Pacheco lo comenta. La Rosa. el Codigo penal. La jurisprudencia aplicada se halla en las vistas de paz Soldán y Ureta. Nuestra enciclopedia jurídica, en el Diccionario de García Calderón. Luna Pizarro. después de la independencia; y Piérola. después de la guerra con Chile. encarnan los verdaderos programas políticos. Mateo Paz Soldán escribe nuestra geografía, y Mariano Felipe, nuestra historia independiente. Piérola y Rivera observan nuestras riquezas naturales y Mateo Paz Soldán y Garaycochea son nuestros primeros matemáticos. La tradición jurídica es mantenida por Valcárcel, Carlos Polar. Gómez de la Torre y Gustavo Cornejo; y la histórica. por Cateriano. Al lado de este movimiento de cultura seria. la poesía resulta mediocre. Pero la situación cambia al finalizar el siglo XIX y en el siglo XX, cuando Arequipa pierde su influencia política. Los jurisconsultos y sociólogos son reemplazados por poetas. El pensamiento cede a la imaginación y al sentimiento. Surge la brillante generación lírica de Percy Gibson, César A. Rodríguez, Morales de Ribera. More, Guillén e Hidalgo. (Los últimos son estudiados por Mariátegui en sutiles y penetrantes ensayos.) Entre la generación científica y la poética. la cultura arequipeña nos ha dado interesantes figuras. Jorge Polar, maestro típico, escribe hermosas páginas de filosofía y estética; y su her-


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mano Juan Manuel, magníficos trozos de literatura castiza e indigenista; Samuel Velarde imita a Campoamor; Edilberto Legarra BaIlón conságrase al diarismo ; Francisco Mostajo ha cultivado brillantemente la literatura política ." el ensayo histórico; Carlos 'Gibson, el ensayo filosófico. Juan Manuel Osorio, desaparecido prematuramente, nos dejó en sus cuentos la pintura del ambiente, y Aguirre Morales reconstruye la vida incaica en su fuerte novela La Ciudad del

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Mariátegui ha prescindido de obras que, aunque no sean precisamente literarias, no pueden dejar de ser consideradas en la evolución de la literatura. En este punto, el verdadero criterio es el de los autores franceses que consideran la literatura como la expresión total de la vida de un pueblo y estudian en la historia de ella todas las manifestaciones del pensamiento que se traducen en obras de forma más o menos perfecta. Consciente o inconscientemente, Mariátegui tenía que dejar de lado esas obras, porque ellas, aun más que las literarias, echan por tierra su tesis del colonialismo superstite. Ya lo hemos visto al tratarse del pensamiento político. Igual cosa tenía que suceder con las obras relativas a cuestiones económicas, internacionales o históricas. Todas ellas revistieron un sello esencialmente nacional. En las obras de historia colonial, como el monumental Diccionario de Mendiburu. la finalidad es encontrar la explicación o las raíces de lo presente. El pensamiento de las distintas generaciones


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:¡ue se sucedieron después de la independencia se tradujo en revistas. y ellas revelan que se conservó la preocupación nacionalista y cosmopolita al mismo tiempo que se anuncia en las páginas del Mercurio Peruano. El que recorra las páginas de la revista de Lima fundada por LavalIe y Ulloa o la Revista Peruana, de Paz Soldán, se convencerá de lo infundado que sería atribuir a esas generaciones la nostalgia del virreinato y la ausencia absoluta de espíritu nacional o popular. Nuestra orientación nacionalista se acentúa cuando. a raíz de la guerra con Chile. un grupo de intelectuales peruanos, bajo la dirección de Carranza y estimulados y alentados por el gran Raimondi, fundaron la Sociedad Geográfica peruana, que ha vivido en algunas épocas vida intensa y brillante y cuyo boletín contiene contribuciones del más alto interés científico. siendo por ellas altamente apreciado por las Sociedades extranjeras. En realidad. la Sociedad Geográfica renovó 'la tradición nacionalista que inicia la Sociedad de Amantes del País. Su labor. alejada de toda finalidad política, ha echado las bases de la verdadera peruanidad. La gran figura de la literatura criolla es don Ricardo Palma. Mariátegui subraya en ella el volterianismo. Su visión de la colonia es irónica. Su simpatía hacia lo pasado no es de respeto o de compenetración. según Mariátegui. Es evidente que Palma admiraba a Voltaire, Recuerdo que en su residencia de Miraflores tenía en un estante especial las obras completas del filósofo


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francés coronadas de una reproducción del famoso busto de Houdon. Señalándola, nos decía una vez: «Yo le doy un beso todos los días.» Pero si de Voltaire imitó la gracia ;; la irreverencia, no tuvo ni la frialdad ni la dureza El sentimentalismo romántico endulzó su volterianismo. No en vano había pasado por Europa y por América la onda sentimental det romanticismo. Ello explica las semejanzas de don Ricardo y de Anatole France. Fué don Ricardo un volteriano que pasó a través de la reacción romántica. Cabalga en dos siglos, como dijo

o'Ors. Está en Jo cierto Sánchez cuando descubre, en la ironía de don Ricardo, puntos de picardía española. En don Ricardo hay, no sólo una nota irónica y picaresca. Cabría hablar de su humorismo. En efecto, el humorismo es un complejo de ironía y de lirismo; por la ironía, se eefialan los contrastes; por el lirismo, penetramos en la esencia de las cosas. Las Tradiciones no son simple sátira o recreadas anécdotas; son, sobre todo, poesía. Y así, se aproximan más a la justa interpretación los que señalaron en Palma al poeta. Es absolutamente injustificada la explicación que Mariátegui da de la simpatía de los elementos nacionalistas y conservadores para don Ricardo. No hubo en ello jamás un propósito político. Desde luego, como lo han probado Ventura Carcía Calderón y Rivagüero, las Tradiciones, sin transcendentalismo consciente, despiertan y


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avivan nuestro espíritu histórico, nuestra psiquis nacional. En los relatos de Palma, más que en las crónicas eruditas y en las historias concienzudas, se siente el pasado del Perú y se acendra nuestra continuidad histórica. Los que creen que esa continuidad es un factor en el espíritu patrio, tenían que simpatizar con Palma. Además, hay que decir que Palma fué el caso de un literato puro. Hizo arte por el arte, sin ninguna mezcla de propósito ideológico, sin ninguna postura de maestro o conductor. De ese modo, admirar a Palma no significaba la aceptación de su credo volteriano, ni hipotecarse a un partido ni a un programa. A lo cual había que agregar, como el mismo Mariátegui observa, que las Tradiciones tienen, política y socialmente, un sentido demo:rático; y, por lo mismo, agregaremos nosotros, nacionalista. En punto a opiniones políticas, las claras simpatías de Palma fueron siempre por don Nicolás de Piérola, el caudillo popular, la encarnación del sentimiento nacional y a la vez, en congruencia perfecta, demócrata en lo polí.ico y conservador en los problemas ético-religiosos. No era, pues, de extrañar que la misma iuventud que seguía a Piérola admirase a Palma. sin necesidad de recurrir a un repugnante timo ) maniobra de mediocres destinada a decorar su zlan con el prestigio de un nombre que en reali.Iad no les pertenecía. Palma, como Prada. son íiguras nacionales que ningún grupo o partido I iene el derecho de monopolizar. La grandeza de ambos estriba, desde el punto de vista estético, en 'a perfección de su obra y, desde el punto de vista


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humano, en que supieron expresar. Palma respecto de ]0 pasado. y Preda, en algunos de los problemas de lo presente y de lo futuro. lossentimientas e inquietudes más profundos del espíritu nacional. La crítica de Palma no ha salido aún del período ditirámbico. El entusiasmo despertado por su obra ha señalado muchas cosas interesentes en ella. Su figura requiere el homenaje -más -grande y más digno de lo que podríamos llamar la crítica integral. Las T radiciones no perderán por esa revisión necesaria. Alguna vez dije lo siguiente y es oportuno repetirlo ahora: «Hay en -la colonia aspectos serios, vida profunda y trágica. que no se revela en las páginas de Palma.» A ese estudio hay que invitar a los críticos de la nueva generación. Luis Alberto Sánchez parece estar dentro de esta tendencia. cuando sitúa principalmente. a don Ricardo en el marco limeño. Desde el punto de vista espiritual y geográfico, no político, cabría rectificar la frase de que Lima es el Perú. Es apenas una isla de gracia. cortesanía y espíritu irónico en la gran tragedia de contrastes geográficos y de tristezas históricas que es el país. En este sentido. Palma no encama el peruanismo integral. Representa la nota sonriente. un aspecto esencial. pero no total de la nacionalidad. Eso sí. ':puede decirse que aquella nota la encarnó tan plenamente, que quedó por él agotada. Las Tradiciones no formaron una escuela ni tuvieron precedentes. ni dieron lugar a imitaciones de verdadera importancia; y no se ve la posibilidad


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de la continuación del género. Ventura Garda Calderón, abordando el mismo tema folkló"ico, IlOS ha presentado ya, con otra técnica y otro espíritu, en sus cuentos magistrales, aquellos aspectoa de peruanidad que no se encuentran en la obra de Palma. El contraste entre Lima y el Perú serrano fué descubierto con innegable intuición por rederico More. Mariátegui utiliza en lo esencial esa diferencia que More establece. Creemos que el contraste entre el carácter colonial, costero y ( osmopolita de Lima y el ruralismo disperso de 1i sierra no significa una oposición irreductible. Aquella dualidad puede superarse enriqueciendo el espíritu nacional. No es necesario. mezclando lo político y lo 1terario, buscar la conciliación, como lo hace Mariátegui, en la diferencia, un tanto simplista. entre la Lima mala, colonial, aristocrática. voluptuosa, y la Lima buena, industrializada y ce inquietudes socialistas. La conciliación hay e ue encontrarla en las raíces de la propia nacionalidad. No cabe afirmar que la nueva peruanidad tiene que ser indígena. Más en lo cierto estuvo Bolívar cuando sostuvo que la fusión de las razas traería la homogeneidad del pueblo. La ~ase nacional, por otra parte, no puede ser etnológica, sino psíquica. La conciliación tiene cue realizarse mediante corrientes espirituales cue unan a la Lima costeña con las provincias y a las provincias con la Lima abierta a las influencias exteriores. Esta mutua comprensión es posible. Lima ha vivido, en algunas épo11


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caso a espaldas de la vida provincial. Las provincias no deben de mantenerse en una actitud de resentimiento respecto de Lima. Sobre el cosmopolitismo y provincianismo está el nacionalismo. La literatura debe dejar de ser limeña. para hacerse amplia y francamente peruana. De la divergencia -de colorido puede resultar un conjunto SInfónico de verdadera riqueza. Lo típicamente limeño. por ser típicamente peruano. debe .ser comprendido y lo es en todas las provincias. En una forma u otra. la vida urbana en la región andina reproduce en muchos aspectos la de la capital. Y el alma de las punas y de los Andes debe ser intensamente sentida en Lima, si quiere conservar no sólo la capitalidad política. sino la capitalidad espiritual del Perú. Si no es cierto que los elementos moderados y reformistas hayan querido monopolizar a Palma. es fundado decir que los radicales han pretendido monopolizar a Prada imponiendo a todos. no solamente la justificadísima admiración al literato insigne. sino la adhesión a su dogmático y cambiante credo religioso-político. Si Palm~ es el tipo del literato exclusivo, en la figura de Prada hay que separar necesariamente al artista del ideólogo político. Y la admiración por el primero no podía entrañar la adh~ión al segundo. Creo contarme entre los más entusiastas admiradores de Prada poeta. de Prada ensayista. de Prada formidable escritor de combate: pero con todo respeto he expuesto mi pensamiento sobre


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la debilidad y contradicciones de su ideología en lo político y lo religioso. El hecho de encontrarme hoy más lejos de la ideología de Prada que en la época en que escribí La desviación radical y El problema religioso no ha acentuado mi antiguo criterio. Con mayor serenidad, comprensión y justicia, puedo destacar mejor en la obra de Prada, desde t¡l punto de vista de su influencia nacional, los aspectos de valor y de grandeza indiscutibles. Prada representa la expresión más profunda y bella del sentimiento nacional, desgarrado y sangrante. después de la derrota y de la mutilación territorial. Podremos encontrar hoy, con un criterio humanitario y cristiano, exageradas o violentas algunas de sus expresiones. Nadie podrá negar su hondura y sinceridad. La función de Prada, fué dar tonicidad y nuevo vigor al espíritu nacional decaído y humillado. Aquella función la desempeñó soberbiamente. El Perú. después del 80, debía ser nacionalista. Encontró en Prada su verbo y su jefe. Prada describe luego los males nacionales; entonces aparece otro aspecto: el de disecador implacable de nuestras taras hereditarias, de nuestras defectuosas instituciones, de nuestros partidos y de nuestros hombres. Con la misma exaltación patriótica, fustiga el organismo nacional. Quizá fuí injusto cuando dije que había una mezcla de serenidad parnasiana y de aristocrático desdén en las críticas de Prada; más próxima a la verdad estaría la explicación que atribuyera. como en Costa, aquella nota a la re-


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acci6n de un temperamento en el fondo apasionado, frente a males que nos abruman o noe sublevan. La crítica de Prada realizó una función social utilísima. Fué la necesaria sacudida del espíritu público: penoso examen de conciencia colectivo. Habría que agregar, por último. en este balance imparcial de la influencia de Prada, conductor y maestro. la hermosa ecuación entre el pensamiento y su vida; su actitud. erguida. de indeclinable dignidad; en umt palabra. el hombre. como lo recuerda Mariátegui aplicando a Prada las mismas palabras de éste sobre Vigil. El debe de este balance lo constituye lo que podríamos llamar hoy. en lenguaje freudiano, el complejo anticlerical de Prada: su equivocada actitud frente al problema religioso, tan opuesta a la mentalidad europea de su tiempo, tan estrecha, tan primaria (materialismo de Holbach y ateísmo de Bakunín). No pueden explicar simpies razones intelectuales lamentables extremo. como el de Presbiterianas; tienen una raíz más profunda y deben ser necesariamente subliminares o subconscientes. He aquí un campo de estudio interesante para los que no quieran repetir, respecto de Prada, los ditirambos gastados de sus discípulos o la crítica también manida de Sus adversarios. El complejo anticlerical de Prada no sólo pone una nota disonante en su fisonomía espiritual, sino que ha tenido desastrosas consecuencias desde el punto de vista de la orientación de la juventud en el Perú. Ha creado artificialmente el problema religioso ; ha


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desviado a una generación en Lima y tal vez a dos en provincias del estudio de las cuestiones efectivas, de las necesidades urgentes, en síntesis, de la realidad nacional. La tesis central de Mariátegui: hacer de Prada el representante de la influencia cosmopolita y del sentido europeo de nuestra literatura, debe sufrir reservas de importancia. Es evidente que Prada. a diferencia de los literatos de la generación anterior y de su propia generación que sufrieron principalmente la influencia española, tuvo una rica cultura general, clásica y moderna y conoció y cultivó las literaturas inglesa y ale-. mana. Cuando todavía nuestros literatos seguían a los románticos españoles o franceses, Prada, en consonancia de temperamento y de cultura, Be dedicó a los más altos representantes del Parnaso. Lo más hermoso de Prada como ensayo filoséfico-literario: La Vida y la Muerte, es como el eco o desarrollo en prosa del famoso soneto Les Morts, de Leconte de l'Isle. Y la frase célebre, «la tristeza de pensar y el horror de vivir», está literalmente tomada del maestro francés. Esa actitud de desafío frente al misterio, tan distinta del abandono, sumisión y esperanza del panteísmo lamartiniano, es típicamente lecontiana. El amigo Íntimo de Leconte, Louis Ménard, fué otra de las admiraciones de Prada, y es a éste a quien debe Prada el paganismo de Páginas Libres y de Exóticas. Espíritu esencialmente joven, sigue la evolución literaria, cultiva y admira a Baudelaire y a Verlaine; mas es evidente que el


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sentido profundamente cristiano y católico de los dos máximos poetas franceses no llegó a penetrarle. Prada continuó siendo discípulo de Huge por el énfasis retórico, y discípulo de Leconte y Ménard por la serenidad parnasiana y el culto del paganismo. En el orden puramente ideológico, el espíritu de Prada se estrecha más todavía. Admirando a Renán,' de cuyo recuerdo en la cátedra del College de F rance nos ha dejado un ensayo bellísimo, no tuvo la agilidad 'espiritual, la fina coquetería del maestro para comprender y reflejar diversas y aun contradictorias corrientes intelectuales. Los unía el complejo anticatólico, pero en Renán era vencido o disimulado por su niletantismo y una insaciable curiosidad, Mariátegui reconoce que González Prada rechazaba la duda y no concibió la ironía: era un espíritu de afirmaciones absolutas. Su sentimiento literario es mucho más amplio que su visión filosófica; por eso Prada artista es infinitamente superior a Prada filósofo. En el orden ideológico no cabe hablar del europeísmo ni del cosrnopciitismo de Prada. Viviendo en la época de la más asombrosa fecundidad de teorías, de doctrinas y de puntos de vista, Prada discurre completamente indiferente a las inquietudes y polémicas de su tiempo, a esos infinitos matices de ideación y de crítica, seguro del credo muerto del materialismo del siglo XVIII que revive con ciega impetuosidad el anarquismo ruso. Es igualmente infundado afirmar que Prada. encarna la liberación de la influencia hispánica.


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Si razones de tiempo y de espacio me lo permitieran, yo desarrollaría la tesis del españolismo de Prada: un españolismo más esencial que el de Palma porque no consistía en el culto de la forma, en el casticismo del estilo, en el purismo académico, que al fin son cosas de segunda importancia, sino en rasgos esenciales de la estructura espiritual. El Prada radical, el Prada francómano, hasta en la ortografía, era en el fondo un tipo espafiol. Lo fué por el énfasis, por el individualismo y por el dogmatismo. Mariátegui conviene en el retoricismo de Prada. Hay una retórica de la frase. como hay una retórica del período. Montalvo y Castelar son los retóricos del período; pero Hugo y Prada son los retóricos de la frase. j Cuántas veces se realiza en Prada el terrible fenómeno de gravitación verbal en que vemos cómo, en lugar de que el pensamiento guíe la frase, es la frase la que determina el pensamiento! Tan mala es la retórica lapidaria como la retórica difusa. El carácter más esencialmente español de Prada es, sin disputa, su individualis~o. Su fuerte personalidad rompe el medio familiar y desdeña los convencionalismos del medio social. La vida presenta la ironía corriente de jefes prisioneros de su círculo, caudillos esclavos de su tropa. La estupenda individualidad de Prada lo conservó inmune de estas esclavitudes. No puedo yo negar, desde el punto de vista estético. mi admiración por su aislamiento tan en conformidad con su espíritu. Quizá habría sido más útil para el país un Prada político. transigente, diplo-


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mático, -imponiendo a ratos por eu magnetismo, a ratos por inevitahles concesiones, sua f6nnulas y sus rumbos' a la masa cambiante de partidarios. Dados los rasgos esenciales de su espíritu• . - 8U soledad, su inadaptabilidad aparecen como un complemento de su efectiva grandeza. Huyó de la acción porque era principalmente un esteta o porque pensaba, como Wilde, «que la acción es siempre impura». y a otros escritores han señalado el hidalgo en Prada, en conformidad con su prestancia física. El castellano es altivo, irreductible y desdeñoso. A cada paso podría indicarse en Prada, en sus críticas institucionales y. -sobre todo, personales, la altivez y su compañero inevitable, el desdén. Por último. é cómo explicar el trágico dogmatiMno de Prada, sus' afirmaciones sin matices. 8US postulados sin reservas. su ideaci6n de cristalizaciones netas sin recurrir al dogmatismo .militante, que es la esencia del carácter español? Con probidad intelectual, Mariátegui afirma que la ideología de Páginas Libres y de Horas de lucha es una ideologla caduca. Así es, en efecto. en el diálogo futuro entre el idealismo cristiano y el materialismo soviético: entre el reformismo cat6lico y la sociocracia comunista no cabe ya el credo irreductiblemente individualista de Prada (1). Después de la orientaci6n radical. hay que considerar en nuestra cultura el positivismo uní{1} Sobre la influencia de Prada en la juventud de su tiempo, léase el delicioso ensayo de Enrique Carrillo. publicado en Mercurio Peruano.


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versitario, al que apenas alude Mariátegui. Si en el balance de la desviación radical puse a su favor la obra literaria de Prada y ciertos aspectos de su función nacional, al tratar de la universidad, quizá con pugnacidad excesiva, la llamé institución espiritualmente emigrada, diciendo que nuestra tierra y nuestros muertos estaban ausentes de ella. Si la universidad, institucionalmente, no estudió la realidad nacional y no nos dió las orientaciones positivas que deberían reemplazar al jacobinismo radical, es justo decir que algunas individualidades hicieron plausibles tentativas para dar a nuestra cultura sólidas bases realistas. Del mismo estudio de Mariátegui puede desprenderse la misma conclusión. Dispersas aquí y allí, hay continuas referencias, y algunas de homenaje cariñoso, á los trabajos de Prado y Villarán y a algunas ideas de Maúrtua. La obra de una generación debe ser estudiada 'dentro del marco de su tiempo. Triste. muy triste, fué, en realidad, aquel en que despertó a la vida intelectual la generación que nos precedió. la de nuestros maestros inmediatos en la universidad. Imaginemos el Perú empobrecido, humillado. del8! al 95, cuando a la catástrofe de la guerra nacional, sucedió el militarismo y amenazó la anarquía, y no podía adivinarse el milagro de la restauración nacional de Piérola el 95. En ese ambiente de depresión y pesimismo y lejos de las ventajas de un frecuente y rico intercambio intelectual con otros países. se educó la generación que nos precedió. Nuestra claudicante estructura social y económica no permitía


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una intensa división del trabajo. Los hombres de pensamiento tenían que ser hombres de acción. El diletantismo era inevitable. La intelectualidad, un simple adorno en las profesiones prácticaso Y, a pesar de eso, aquella generación tuvo individualidades que trataron de abordar los estudios nacionales y renovar nuestra cultura. Deustua cultivó la filosofía y, sobre todo, la estética. Prado quiso aplicar el positivismo tainiano a nuestro pasado, dejando un estudio que, como dice muy bien Mariátegui, conserva aún sustancia y frescura. ViUarán planteó-las crisis de las profesiones liberales. Manzanilla explicó el reformismo social; Cornejo difundió las teorías sociológicas de Spencer; Maúrtua estudió nuestras cuestiones internacionales. La dirección incuestionable de este movimiento intelectual la tuvo la noble figura de Javier Prado. El Ateneo, bajo su presidencia, entró en una nueva vida. Conferencias, certámenes, actos de homenaje y justa consagración y publicación de su revista. anunciaban una intensa actividad intelectual. No se mantuvo, desgraciadamente, aquel entusiasmo y, al comenzar el presente siglo, el Ateneo principió a decaer. La actividad política, más intensa en los períodos constitucionales, y orientaciones económicas y profesionales que se abría'n en la época del renacimiento peruano que inicia Piérola, desviaron a muchos elementos de la consagración puramente intelectual. El mismo Prado no pudo continuar sus estudios de sociología peruana, absorbido por su activísima vida profesional y polí-


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tica. Haciendo un esfuerzo. verdaderamente admirable. dictó su clase de historia de la filosofía moderna con creciente interés y maestría. Prado filósofo, tuvo una gran influencia en la juventud de su tiempo; generalizando las teorías que venian a atenuar las conclusiones positivistas. en boga en esa época, anunció la reacción idealista que había de representar con más intensidad la generación novecentista. ViIlarán representó las tendencias hacia la creación de una sociología jurídica: empeño que no podía tener éxito. a pesar del talento que él dió a sus exposiciones. El derecho no puede ser desligado de la moral y de la metafísica. Un derecho puramente social es una quimera. Oe jando el derecho natural. Villarán pasó a exponer. con competencia y brillo admirables. los nuevos aspectos de la ciencia constitucional. Discípulo de Alberdi, Villarán llevó a nuestros estudios políticos una nota de fecundo realismo. La misma palpita en sus magistrales ensayos sobre historia y reforma de la Instrucción pública en el Perú. Villarán, como decano v como rector, ha representado un espíritu nuevo en la universidad. Seriedad. método. disciplina. consagración entusiasta, expresión clara y ajena a todo inútil retorisrno, son las características de su personalidad intelectual. Víctor M. Maúrtua ha dejado dos libros esenciales en la cuestión con Chile. El primero planteó nuestro derecho en la época de la discusión del arbitraje panamericano; en el segundo, veinte años más tarde. después de la crisis ideoJ


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16gíca que trajo la gran guerra. Maúrtua vuelve al tema. y. aprovechando nuevos estudios e investigaciones. produce una obra maestra cuya. rumbos por desgracia no se siguieron en el proceso arbitral de W áshington .que concluyo uf en la triste derrota del laudo Coolidge. Maúrtua dedicó su actividad al arbitraje Boliviano. Además de escribir un alegato de fuerte erudición histórica y una réplica de avasalladora dialéctica. consagrada por el triunfo en el laudo argentino. aprovechó de aquella defensa para publicar la más rica y valiosa colección de docu- . mentos históricos sobre la formación de la nacionalidad y la conquista de la hoya amazónica. En Maúrtua. aliado del abogado internacional. habría que poner al editorialista. no superado ni igualado siquiera en claridad. corte moderno. ironía y elegancia. En la universidad. el maestro que. con Prado. compartía la mayor influencia fué De'lstua. Venido del periodismo, donde hab(a hecho campañas brillantes, Deustua llegaba un poco tarde a la universidad. A su cultura-enciclópédica y festinada-quizá le faltó aquella serena sedimentación que sólo se consigue en la. vocacionee iniciadas a tiempo. Oeustua tenía del maestro el entusiasmo intelectual. el amor a la cátedra y el sincero cariño a sus buenos discípulos. Despert6 en muchos la vocación intelectual. Fué más un inquietador que un orientador. Su .pensamiento eufría los defectos de una erudición demaeiado amplia, pero sin una justa tabla de valores. (Este di'1ogo que tuve con él revela su equivocada


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orientación. Me había cabido el honor de reemplazar a Javier Prado en su cátedra de filosofía moderna. Deustua desempeñaba el decanato y yo explicaba a Spinoza. Al saberlo él, me dice: « ¿ Ha leído usted el libro de Brunshwig sobre . Spinoza ?I). «No, le repuse; pero leo a Spinoza.»] A diferencia de Justo Sierra, que daba a sus discípulos el consejo de leer, releer, y meditar a los grandes autores para encontrar lo que Goethe llamaría las ideas madres. el afán de Deustua era conocer todas las teorías y las nuevas ideas. De ahí resultaba que sus cursos fueran de difícil asimilación. Sí a ello se agrega que. a pesar de su espíritu novedoso. Deustua tenía cierta rigidez dogmática, y al aplicar el método socrático no aceptaba ni alentaba el oscuro y penoso proceso de descubrimiento. y requería respuestas cristalizadas y perfectas, su enseñanza. no obstante su enorme saber y su entusiasmo sincero, no alcanzó un carácter verdaderamente moderno ni toda la influencia que habría podido tener. Sólo estaba verdaderamente en caja en la disertación o en la lección magistral y en la clase de reducidos y selectos alumnos. como el seminario de estética. Mas por desgracia nuestras clases eran numerosas y exigían algo más que el tipo antiguo de conferencias. de pasos obligados o de diálogos con respuestas predefinidas. Fuera de esto, el defecto principal de Deustua consistió en su falta de adhesión profunda a una filosofía constructiva. Su credo era lineal y rígido, pero cambiante, como de calidoscopio. Hay que poner,


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sin embargo. en su haber la inquietud ideológica y el aliento efectivo. generoso. a sus mejores discípulos. En la facultad de Jurisprudencia hubo también cierto espíritu reformador. Chacaltana trató de dar. además del comentario del Código civil, las nuevas ideas sobre esta ciencia. Chacaltana tenía del maestro la dignidad. la escrupulosidad, la expresión fácil, clara e insistente y. además. uná sincera simpatía por la juventud. Mariano Prado desarrolló un completo y concienzudo programa de Derecho penal. Con Pedro Carlos Olaechea, muerto prematuramente, la facultad se, enriqueció con el verdadero tipo del jurisconsulto. Olaechea conocía y amaba la ciencia jurídica. En medio de nuestro qiletantismo. de nuestra coquetería intelectual. destacaron una vocación incuestionable Pablo Patrón y Luis Ulloa. Patrón. desigual y desordenado. cultivó con brillo e intuiciones. a veces geniales. dos ciencias dificilísimas en un medio incipiente: la filología y la historia. Pocos hombres conocieron mejor nuestro pasado incaico y colonial, y es lástima grande que Patrón, que tenía además condiciones excepcionales de expositor. no dejara obras, en materia de historia general. que reflejaran su saber y su constante labor. Luis Ulloa ha sido entre nosotros el caso más feliz de dedicación a las investigaciones histéricaso Enviado muy joven a España. revuelve los archivos de Simancas, Madrid y Sevilla y reune y comenta la estupenda colección de documentos


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que fué la base de nuestra defensa en las cuestiones de frontera con Chile. Bolivia. Colombia. Ecuador y Brasil. Cada vez que ha habido necesidad de agotar la investigación sobre un punto concreto de interés nacional. Ulloa asumió esa tarea con éxito completo: ejemplos. su Mono-

grafía sobre el tratado Pedemonte-Mosquera

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sus Estudios sobre la elección presidencial. Los trabajos históricos en Ulloa han alternado con panfletos políticos destinados a servir siempre una causa desinteresada. UlIoa ha consagrado su actividad. en los últimos tiempos. al descubrimiento de América y a los problemas colombinos. siendo reconocida su autoridad en la matena. La obra de Cornejo f ué de escasa influencia en la cátedra. Su curso estaba inspirado en el organicismo spenceriano, en el cual involucró. a veces Iorzadamente, concepciones como la conciencia de la especie de Giddings y la imitación de Tarde. Sólo después de su viaje a Europa. Cornejo rectifica su spencerianismo antiguo con la lectura de Wundt y de Simmel. Su Tratado de Sociología es un esfuerzo de síntesis sin llegar a la unidad efectiva de concepción. En el fondo. Cornejo siguió siendo un evolucionista de orientación materialista. Más grande fué la influencia de Cornejo como orador político. En justicia, cabría decir que con él se inicia el discurso sociológico y de pretensiones científicas. Para un criterio moderno. el discurso parlamentario debe rehuir todo exhibicionismo científico y todo afán literario. La


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oratoria parlamentaria tendía hacia un retorismo vacuo, Cornejo, sin dejar de pagar tributo a éste, agregó lo que ya era algo para ese tiempo, referencias históricas e hipÓtesis sociológicas. Lo que necesitábamos era visión directa de la realidad y ciencia profunda y verdadera, que es -la que se oculta. Vario es encontrar ésta en la oratoria cornejiana. El periodismo nacional, después de la guerra, continuó por lo general como la oratoria política, empírico, personalista. Valioso esfuerzo para unir al periodismo con las corrientes de cultura universales y el estudio de los problemas -del país se debe a Alberto UIloa cuando creó El Tiempo. UIloa heredó de su padre, don José Caeimiro, el sentido de los problemas peruanos. La fundación de La Prensa, debida a la audacia y constancia de Pedro Osma, acentuó la orientad6n de El Tiempo, agregando mejoras decisivas en el orden de la informm::iónnoticiera y gráfica. Al fundirse El Tiempo y L4 Prensa, Ulloa encontró, en esta última, el instrumento apropiado. Los editoriales de Ulloa, sin el valor literario ele los de Castro o La Jara, representaban información, conocimiento de los asuntes, vigor y valentía incuestionables. La función crítica, indispensable en toda democracia, lleváIa a cabo La Prensa con eficacia y elocuencia. El Comercio, nuestro diario casi secular, cuya autoridad supieron conservar la acertada visión de José Antonio Miró-Quesada y el nacionalismo de Carranza, no se sustrajo al movimiento de renovación. Sostuvo con brillo la competencia


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con los nuevos colegas, mejorando todos sus servicios. El talento sólido, ecuánime y claro de Antonio Miró-Quesada reafirmó el carácter independiente del periódico y su sentido para reflejar la opinión pública, sobre todo, en los problemas internacionales. De la generación de Prado, Mariátegui, siguiendo su criterio exclusivamente literario. estudia sólo la figura de Chocano, sobre la cual emite juicios semejantes a los que yo expresé en mis ensayos de El Perú en 1917. Señalaba entonces el carácter objetivo, geográfico y continental de la inspiración de este poeta, más apto para cantar escenas de epopeya y para describir la naturaleza tropical que la vida monótona y triste de la raza oprimida y la majestad simple y desolada de las punas andinas. Aquel juicio mío necesita rectificarse por lo que se refiere a algunas poesías de Chocano, como la dedicada A la Vicuña y Las tres notas, acertada interpretación del alma indígena. Merecían ser estudiados en ese grupo Clemente Palma, sutil cultivador de ensayos y de cuentos en que palpita una filosofía individualista en exceso; Castro Oyanguren, editorialista castizo y elocuente; Enrique Carrillo, delicioso cronista y novelador de penetración psicológica, de gracia, de colorido y de expresión elegantísima; Adán Espinoza y Sal daña , poeta en el que bajo lo aristocrático y refinado de la forma se adivina gran hondura de sentimientos, y Luis Varela, brillante periodista, ameno narrador y gran genealogista. 12


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En la misma generación había que considerar la obra de dos escritoras, una de ensayos y otra de cuentos o novelas, que representan valores efectivos de nuestra cultura: Dora Mayer, que planteó. con criterio realista y con devoción y .amor admirables, interesantes aspectos del problema indígena. y Angélica Palma, que ha heredado de su padre la maestría de la forma y el culto de los temas históricos. Mariátegui dedica un breve capítulo a la generaciés que él llama futurista. tratando, infencionadamente, de confundirla con el partido que llevó ese nombre. Esa confusión es injustificada y revela uno de esos excesos de pasión que constituyen la nota triste del libro de Mariátegui. El Partido Nacional Democrático o futurista, como 10 apodó Cisneros, ha sido apenas un episodio fugaz en la vida de esa generación. No tengo inconveniente en aceptar que la formación de este partido fué un error político, aunque bien intencionado. Un partido sólo puede fundarse obedeciendo a la urgencia de una solución en agudos problemas nacionales o bien como la cristalización de una obra de renovación del ambiente espiritual. Ninguna de estas circunstancias medió en la formación del nuevo partido. resultando ésta artificial y prematura. El gran problema del Perú los años 14y 15 era la vuelta a la constitucionalidad; ésta pudo conseguirse, y se consiguió, mediante la asamblea de los viejos partidos. A la generación nueva. que tenía innegables prestigios intelectuales. se abrían dos caminos:


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o remozar los partidos históricos, vitalizándolos, o seguir con más intensidad, y sin las trabas de ambiciones y compromisos políticos, una obra de renovación de ideología política. El primer camino presentaba serios obstáculos. Aunque muchos de los elementos nuevos tenían tradiciones y vinculaciones civilistas, se resistían a aceptar las responsabilidades históricas de ese partido. Otros venían del campo demócrata, y comprendían 'que después de la muerte de Piérola el partido quedó condenado a absoluta desintegración. Así surgió el ideal de un partido nuevo. Pudo venir éste en mejor oportunidad. realizando primero esa labor desinteresada e independiente de que hemos hablado. La creación de un nuevo organismo político impidió la renovación del civilismo, sin dar, por otra parte, verdadera influencia política al nuevo elemento. La propia honradez y sinceridad de éste. le impedían tenerla. Hay que decir en honor del grupo futurista que entre el dilema de una adhesión incondicional al régimen inaugurado el año 15 y su función de crítica independiente, no vaciló en optar por este extremo, a riesgo de perder toda posibilidad de entrar al parlamento. El partido puede recordar con honor su negativa a formar parte de comités electorales; su crítica a la tentativa de empréstito y, por último, su valiente protesta contra la prórroga del presupuesto, en víspera de la elección del tercio parlamentario, lo que hizo fracasar casi todas sus candidaturas. Desde ese momento, el partido estaba muerto. Cumplió con su deber, sin ern-


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bargo, al calificar de traición a la patria el vergonzoso golpe del 4 de julio, cayendo despúés en absoluta inactividad y silencio. Pero si el partido liquidó no puede decirse que ello significó la muerte espiritual de la generación novecentista, que ha cumplido sus deberes intelectuales y nacionales .por muchos de sus elementos más representativos. Su figura más destacada es, sin duda, Francisco García Calderón, cuya obra, enorme ya, marca una etapa principal en nuestra cultura. A ella apenas encontramos incidentales referencias en Mariátegui. Para apreciar la obra de Francisco Carcía Calderón es necesario colocarse en el ambiente espiritual del Perú al iniciarse el presente siglo. La generación del 80, abaorbida por la lucha por la vida, no había podido cambiar nuestro ambiente espiritual, europeizándolo. Nuestro conservadurismo era rutinario y cerrado a las nuevas orientaciones compatibles con la necesaria perennidad del credo religioso, y frente a él se levantaba el dogmatismo no menos estrecho, rígido y violento, de la desviación radical. Francisco Carcía Calderón nos libertó de estas dos esclavitudes enriqueciendo con su maravillosa - curiosidad, su espíritu avizor y su simpatía intelectual nuestro ambiente inerte y nuestra ideología anquilosada. Reflejan sus crónicas y ensayos toda la inquietud intelectual contemporánea. No sólo el pensamiento de Taine, como cree Mariá~ tegui, sino el de Renán de sus discípulos France, Bnrnetiere, Faguet y Lemaitre, loa estu-

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dios filosóficos de F ouillé, Cuyau Tarde y. luego. los de Boutroux y de Bergson fueron expuestos en páginas de admirable comprensión y elegancia. Puede decirse que García Calderón encarna el período cosmopolita o europeo de nuestra cultura. Al trasladarse Francisco a su patria espiritual, al medio en que desde antes había vivido por la inteligencia, torna nostálgico a la nacionalidad y le ofrece un libro robusto y optimista en El Perú contemporáneo. Las tentativas y estudios . monográficos de sociología nacional culminan en esta obra. cantera enorme de hechos. informaciones y puntos de vista que no ha perdido. a pesar del transcurso del tiempo, su utilidad esencial. No limita el. ensayista peruano su atención a los problemas nacionales. Desde París contempló el panorama de toda la América. Fruto de esta orientación, fué el libro Las democracias latinas de la A mérica del Sur y aquel otro magnífico credo de la solidaridad hispanoamericana: La creación de un Continente. Careía Calderón continuaba la tradición hispanoamericanista o continental del Perú. A pesar de que ésta se había mantenido en nuestra actividad diplomática, no se había manifestado en estudios sociológicos. De la gran patria americana habían tratado en páginas admirables los argentinos Alberdi y Sarmiento. el colombiano Samper, el chileno Lastarria ; el cubano Martí, el portorriqueño Hostos y el uruguayo Rodó. Faltaba la contribución del Perú. A su hora, Francisco


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García Calderón había de ofrecerla, colocándose a la altura de aquellas próceras figuras. Igualmente censurable es la falta de un estudio especial de la obra de Ventura GarcÍa Calderón. Aun en el caso de que Ventura hubiese continuado siendo solamente el elegantísimo cronista de Frívolamente, el literato cosmopolita o parisien, su obra, de tanta influencia en el Perú y en toda la América. debería ser considerada. Pero Ventura no perdió su peruanismo y dedicó bellas páginas críticas a nuestra literatura. En la madurez de su talento empleó toda su maestría de cuentista en temas peruanos. Parece que estas omisiones de Mariátegui se debieran a su deseo de presentar como infecunda y mediocre la generación que ha dado al Perú y a América 8U primer ensayista y su primer novelador, Esta generación encontró además el renovador de los estudios históricos en José de la Rivagüero. quien no fué un simple colonialista. como se insinúa. El mérito principal de los trabajos de Rivagüero no se halla precisamente en la historia colonial, sino en la historia incaica o republicana. Sus páginas mejores y más fuertes son las que dedicó a Garcilaso, las referentes a la tierra andina en su Viaje por la sierra y a la civilización incaica en El Perú artístico . Respecto de la interpretaci6n de la colonia. Rivagüero acentuó la visión comprensiva de Prado representando en el Perú la justa reacción contra la leyenda negra. Esta tendencia no puede atribuirse exclusivamente a un subconsciente espíritu aristocrático. Ella se debe a las


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corrientes de relativismo en la crítica histórica, y respondían, por lo mismo, al pensamiento moderno. Claro está que en tal reacción pendular hay el peligro de la exageración. (Mi punto de vista ha sido siempre huir de la leyenda negra y no crear tampoco la leyenda rosa.] Las divergencias ideológicas no justifican en modo alguno el desconocimiento de méritos intelectuales efectivos. Rivagüero podrá tener una mentalidad conservadora e hispanizante, pero nadie podrá negar su sólido talento, su formidable cultura y su profundo sentido histórico. A lo cual habría que agregar su intenso peruanismo intelectual. Este fué el vínculo efectivo que lo unió a los otros representantes de su generación )' no la especie de dictadura o monopolio de pensamiento que nunca pretendió ejercer y que le atribuye Mariátegui. En el grupo universitario de la generación novecentista había una rica variedad ideológica. En tanto que Rivagüero se había formado en el estudio de T aine y del admirable Menéndez y Pelayo y reafirmaba su positivismo conservador con su sincera devoción por la cultura antigua, sin descuidar la más rica información moderna. llegando a tener, en curiosa coincidencia, una mentalidad semejante a la de Maurras, de conservadurismo incrédulo y fervor clásico, Osear Miró Quesada, insaciable lector de libros filoséficos y sociológicos, alternaba cierto anarquismo intelectual con estudios sociales de espíritu reformista y humanitario; José Gálvez. heredero de una tradición liberal, como Mariátegui recuerda,


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se apartó a veces del credo de Rivagüero, sea en punto de lo que debería ser la literatura nacional o en otros debates; Raimundo Morales de la T otte cultiva el d' annunzianismo; y por lo que a mí toca, constatábamos alguna vez- con Rivagüero que nuestra vinculación amistosa estaba hecha de contrastes. En la época en que yo .sentía la seducción definitiva de Pascal, él admiraba y releía a Nietszche, el verdadero antiPascal. Cuando yo sentía, por temperamento y por lecturas inclinación romántica, él predicaba el más austero clasicismo. En discusiones interminables. se oponían su criterio-coactivo del derecho y mi criterio institucional y libre. su amor a la época crepuscular del paganismo y mi culto franciscano y medieval; su nacionalismo radical y exclusivo y mi fervor hispanoamericano y bolivarista. En la misma materia :de historia colonial no puede decirse que la orientación de Rivagiiero fué la general en el grupo. Todavía gravitaron sobre él la concepción jacobina sobre la colonia. Ella asoma a veces en el valioso estudio de Felipe Barreda sobre La Vida intelectual de la colonill e informa absolutamente la tesis de Oliveira: La Política económica de la metrópoli. Mariátegui no innova. pues, al seguir el viejo criterio moralizante y unilateral de la filosofía de las luces sobre una época que sólo puede ser justamente apreciada desde el punto de vista interior y positivo. Igual independencia y variedad de criterios en el novecentismo sobre la civilización incaica,


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como lo revelan los estudios de Urteaga y, sobre todo, los originales trabajos arqueológicos y etnográficos de Julio C. T ello, la notable tesis del malogrado Juan M. Ozores y el libro de Valdez de la Torre. Dentro de la misma generación, pero extraña a toda clasificación de partido o de círculo, surge la vigorosa personalidad de Hermilio Valdizán, el caso más intenso de vocación intelectual del Perú en los últimos años. Como periodista, Valdizán pertenece al elemento renovador que une esta profesión con los estudios nacionales; como médico, introduce en el Perú los estudios de psiquiatría; como sociólogo e historiador, estudió mitos, costumbres y degeneraciones de las razas primitivas, siendo en este sentido indigenista y peruanista insigne. A pesar de morir en la juventud, apenas próximo a la madurez. Valdizán deja una obra científica que es un monumento. Mariátegui no dedica ni una referencia a la Jara y a Luis Fernán Cisneros. La Jara se. adhirió al partido Iuturista, pero Cisneros le combatió rudamente. Ni esta circunstancia lo ha salvado del olvido absoluto a que lo condena el autor de La rcalidad peruana. La Jara y Cisneros, encarnando la ideología dernócrata y nacional de Piérola, fueron en el periodismo elementos de renovación dentro de la tradición peruana. Admirador de Clarín, el primero, y de Azorín, el segundo. introdujeron en nuestro periodismo. a veces inculto y aliterario, una nota de corrección y de suprema elegancia. La sección


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«Ecos» que la Jara inició y que Cisneros continuó en La Prensa, creó un género en la literatura periodística nacional; la gracia criolla encontró en él su última manifestación. Mariátegui cultivó el género en El Tiempo, siguiendo de cerca aquel modelo, Si la Jara y Cisneros coincidían en la crítica política, divergían en otras orientaciones. La Jara, orador nato, Cisneros, poeta de alma; nuestra generación ha vibrado con la elocuencia del uno y el sentimiento del otro. Extender hacia ellos, tan alejados, en su vida. del feudalismo y del privilegio y tan sinceramente democráticos, por tradición política y familiar. la tendencia destinada «a reanimar una leyenda indispensable al dominio de los herederos de la colonia», me parece una irritante injusticia. Los nombres de La Jara y de Cisneros traen el recuerdo de otros dos, también olvidados por Mariátegui: Yerovi y Sassone. La muerte del primero y la larga ausencia de la patria, del segundo, no les quitan el derecho a puesto honrosísimo en el proceso de nuestra literatura. Yerovi fué la más alta encarnación del criollismo, después de Palma y de Segura. Y al lado del poeta festivo, existía en él un lírico de un hondo y "sincero romanticismo. Saseone, en el fondo otro romántico también, ha escogido para sus novelas y dramas temas generales humanos; pero nadie podrá negar que en su exaltación, su movilidad y su gracia, manifestada principalmente en conferencias y crónicas, lleva indeleble el sello de la peruanidad. Manuel Bedoya, con firme volun-


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tad y talento, cultivó la novela. En sus visitas al Perú comentó nuestra realidad, por desgracia con un criterio truculento y pragmático. Para juzgar de la fisonomía intelectual de la generación novecentista, Mariátegui no debió atenerse al episodio circunstancial de la agrupación política que formó. Esta generación tenía una obra y había mantenido una revista: Mercurio Peruano. En la orientación de ésta, cabía destacar los rasgos del novecentismo. Ellos fueron tres: devoción a la tierra y a la historia del Perú, de acuerdo con el programa del primer Mercurio; hospitalidad para todas las inquietudes del pensamiento contemporáneo; y especial simpatía a la reacción idealista. Mercurio trató de ser, dentro de las deficiencias de nuestro medio, una revista moderna y nacional. Sin espíritu iconoclasta respecto de los viejos, sin incomprensión y exclusivismo respecto de los nuevos, trató de reflejar todos los matices del pensamiento nacional, desde el realismo conservador de Vi lIarán hasta los impulsos reformistas del propio Mariátegui, a quien acógirnos en nuestras columnas; desde el romanticismo de Cisneros y el nacionalismo de Gálvez hasta la poesía pura de Ureta y el simbolismo de Eguren; desde la gravedad informada de Deustua hasta la inquietud generosa de Edwin Elmore. Mariano Ibérico, en ensayos de gran finura. de penetración y de elegancia de forma, nos expuso su filosofía ultra-bergsoniana. César Antonio Ugarte ofreció sus serias observaciones de


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sociología y sus investigaciones de historia econ6mica; Guillermo Salinas, sus profundas críticas de arte; Arturo García, sus nutridas lecciones de historia diplomática; Carlos .Wiease, novedosas cr6nicas internacionales: L~dgar y Ricardo Madueño. sus estudios econ6micos; Alberto Ulloa disertó sobre derecho internacional. Honorio Delgado nos mantuvo al corriente de las nuevas orientaciones de la psicología; Lazada. de las re-dentes teorías matemáticas; Zulen, .Jt,sé Francisco Elguera y Leónidas Madueño cultivaban la filosofía y la crítica; Romero y Urteaga nos dieron sus trabajos de historiografía. Buscamos . ansiosamente la colaboraci6n de las provincias, revelando el Don Quijote, de Juan Manuel Polar, y los ensayos histéricos de Francisco' Mostajo. BeJtroy, G6ngora. Rodrí¡uez, Guillén, publicaron poesías. La literatura feminista estuvo representada .por las Cartas, de Angélica Palma; los Ensayos, de María Wies8e, y las críticas de Mercedes Park. Deseosos de contar siempre con el concurso de los nuevos equipos, acogimos cuando s610 eran una, promesa, hoy brillantemente realizada, a escritores como Luis Alberto Sánchez, Raúl Porras, Jorge Basadre, Jorge Guillermo Leguía, Ricardo Vegas Carcía y Manuel G. Abastos. Ni diferencias de credo filos6fico o de opiniones políticas o sociales perturbaron la selecci6n de nuestras colaboraciones. Nueatro empeño fué mantener siempre un ideal de cultura. superior a todo proselitismo o todo interés político. garantizando a cada redactor la más absoluta libertad. é C6mo puede decirse entonces


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que tal generación suponía la restauración de la hegemonía civilista en el Perú? Por lo que hace, particularmente. a política, semejante aserto tendría su incontestable réplica en la revista mensual por mí firmada y de mi exclusiva responsabilidad, en que critiqué, con severidad y absoluta independencia, la política del partido civil, a la . sazón en el gobierno. Nacida algunos años antes, nuestra generación habría encontrado su jefe natural en Piérola, y. bajo la dirección de un caudillo como éste. su actuación habría sido benéfica para el país. Pero esta generación surge en el momento en que el partido civil realiza su triste destino de evitar a Piérola y traer a Leguía. Puede decirse que el nuevo civilismo, contradiciendo las afirmaciones de Mariátegui. fué el verdadero enemigo de la generación novecentista. Ni la supo atraer ni se resignó a concederle una personería independiente. El civilismo continuó utilizando para las cámaras a oscuros caciques provincialistas, mientras a las puertas llegaba Leguía como exponente de un movimiento burocrático y de los apetitos de los aventureros políticos. ansiosos de formar, en la orgía financiera de empréstitos y nuevoa impuestos, una nueva oligarquía. A diferencia de la generación del 80 al 95, que sufri6 la influencia de Prada, la generación novecentista experimentó la influencia de Rodó. El gran maestro uruguayo fué su verdadero director espiritual. De él imitamos la tolerancia y la amplitud, el primado de las perspectivas intelectuales en perpetua renovación y el culto de la


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forma, su fervor clásico. Los defectos de la orientación de Rodó fueron también los nuestros: separación de la cultura y la vida, exagerado esteticismo. El Perú necesitaba todavía una literatura más pragmática, como la de Sarmiento y Alberdi, y hombres que unieran el pensamiento y la acción, que «montaran a caballo», según la pintoresca frase popular. . Rodó, en reciprocidad explicable, admiraba al novecentismo peruano. En una recepción de la municipalidad de Montevideo, me dijo estas palabras: «La nueva generación del Perú es de pensadores; en el Uruguay es de decadentes.» Las revistas Contemporáneos y Cultura. que antecedieron al Mercurio. reflejaron dentro del novecentismo una nota principalmente literaria, al paso que el grupo más numeroso de formación universitaria cultivaba la historia. la sociología, el ensayo político y las cuestiones internacionales. Fueron los principales colaboradores de aquellas revistas Eguren, todavía ignorado e incomprendido; Bustamante y BaJlivián, exquisito y correcto, Hernández y Zulen. Esta tendencia independiente y, si se quiere, izquierdista se acentuó en la revista Co1ónlJa. fundada por Valdelomar y un periodista de garra, Federico More, discípulo de Prada en la literatura combativa. El carácter principalmente esteticista del grupo independiente o de izquierda del novecentismo protegió mejor 8U individualidad. Los estudios objetivos determinaban necesariamente algunas semejanzas de pensamiento y de actitud en el grupo universitario que fundó Mercurio.


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Mariátegui trata con justificada simpatía al grupo colonida, dedicando ensayos especiales a Eguren y a V aldelornar. Los elementos señalados por Mariátegui en Eguren: sentido de la infancia. medievalismo, espíritu de lo maravilloso. nuevos en la literatura peruana y en la misma literatura de América. contenían un fondo de poesía tan grande que sólo el academismo más estrecho y ciego podía desconocer. Valdelomar no era un literato puro. Tenía actividades sociales y aun políticas. Esto lo acero caba al demos. Su mismo dandismo y cl'annuzianismo estaban dirigidos a éste. Había en Valdelomar una doble personalidad: el artista verdadero. enamorado de la tierra y del ambiente costeño. cultor de las tradiciones incaicas, buceador en nuestra historia de tipos de originalidad y relieve. Ese Valdelomar del Caballero Carmelo, de La Mariscala. de las Leyendas incaicas, es el que quedará en nuestra literatura. En cambio. el de la pose egolátrica o humorista vivirá sólo para la anécdota o el recuerdo pintoresco. Más que al rededor de las revistas, hay que estudiar a los intelectuales de ese grupo al rededor de La Prensa, que continúa siendo el órgano de la izquierda política e intelectual. Castón Roger da un giro personal a la crónica. Ladislao Meza. un bohemio de verdad. publica sus cuentos intensos y líricos. Ascanio, talentoso heredero de un gran nombre. inicia su vocación literaria. que interrumpe la diplomacia. Abril de Vivero


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revela su inspiración de poeta. (Léanse, sobre el ambiente de este' momento literario, las jugásas páginas del ensayo de Gastón Roger sobre Mariátegui, publicadas en Mercurio Peruano.) Justo es recordar la obra de Zulen, de tan sincera y tenaz vocación intelectual. Cultiv6 el ensayo filosófico y la revista bibliográfica. Nombrado secretario de la asociación indígena fundada por el grupo universitario novecentista, dedicóse, en compañía de Dora Mayer, a la labor oscura de defender a nuestros indios con un celo verdaderamente apostólico. Fué el valeroso portaestandarte del indigenismo por muchos años. El movimiento colónida deja de ser puramente literario y adquiere una orientación políticosocial con el propio Mariátegui, cuya obra puede ser hoy imparcialmente situada en el proceso de nuestra cultura. En ella se acentúa la inquietud ideológica y estética que apareció en nuestro medio con Carcía Calder6n. Lejos de adoptar la serenidad distanciada, pero comprensiva, de éste, su espíritu se adhiere con fervor juvenil, sin perder perspecuidad y contratar, a las más audaces corrientes renovadoras: Su viaje a Europa le había puesto en contacto' directo con aquéllas. En Mariátegui se realiza una evolución inesperada.' Artículos recientes han revelado las primitivas tendencias místicas y aun ortodoxas de su espíritu. Al llegar a Europa, en época en que ya era muy intenso el renacimiento católico en Francia, Italia y Alemania, aquel fondo místico espiritualista no se robustece ni acendra, sino


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que se desvía. Mariátegui lee a Marx y a Sorel, sigue de cerca la revolución rusa y el fascismo italiano. Su misticismo deja de ser interiorista y se hace social, adhiriéndose al credo soviético. Su ideal es encontrar en él, no sólo una nueva forma política, sino una nueva religión. Y regresa al Perú con una cultura enriquecida y fuerte, con una nueva mística. Dedícase entonces a una ferviente labor de proselitismo. En este género tenía Mariátegui sus viejos recursos de periodista: claridad y agilidad en el estilo, finura e intención; pero hay que decir que le faltaba vibración, calor, unción profunda. Su fe no era comunicativa; y por eso sus mejores páginas son las de crítica o las de análisis realista. Desde el punto de vista del pensamiento, la ilusión de Mariátegui ha sido la de marcar nuevos rumbos. Creía representar la ideología del porvenir. Si hubiera vivido, grande habría sido su desengaño. Al adherirse a las formas más estrechas del marxismo ortodoxo, Mariátegui se colocó en la mentalidad de la preguerra. El siglo xx rectificará a Marx a cada paso, así como en el siglo XIX no hizo otra cosa que rectificar a Rousseau. El dogma marxista dará las fórmulas para los agitadores y demagogos socialistas, como Rousseau las dió para la demagogia jacobina y radical; pero los hombres de pensamiento, sin desdeñar el fondo de verdad que pueda haber en El Capital, como lo hubo en El Contrato Social, se apartarán cada día más de la mística socialista, como sus predecesores se apartaron de la mística jacobina. 13


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Felizmente, ni la defensa del marxismo ni la propaganda de la revolución rusa constituyen la parte ,esencial de la obra de Mariátegui. Su función de periodista le obligó a olvidar su dogmatismo tratando de comprender y reflejar otras. corrientes contemporáneas. Su gran acierto fué el de realizar en momento oportuno la síntesis de los diversos trabajos fragmentarios acerca de la realidad peruana, dándoles unidad, a través de la interpretación económica. En el sentido del estudio de la realidad nacional, la obra de Mariátegui se diferencia de la de Prada. La tendencia literaria de éste y su afán de combate le hicieron desdeñar los problemas concretos, las necesidades urgentes. Prada creía que la obra de demolición era más importante que la obra constructora. Propaganda y ataque eran su lema. --Estudio, análisis. descripción realista, fueron la orientación de Mariátegui. Inferior a su maestro desde el punto de vista literario. Mariátegui, sin embargo, ha dejado un mayor número de observaciones útiles. Con Mariátegui y la fundación de su revista A maula se destaca lo que podríamos llamar el vanguardismo peruano, ya anunciado en la izquierda de la generación novecentista. El vanguardismo se acentúa por la imitación de las corrientes europeas y las de otros países americanos. Hay una diferencia notable entre la agitación vanguardista de Europa y la de Hispanoamérica. Aquélla responde a multiplicidad de tendencias y de criterios; en Hispanoamérica tenemos un afán de simplificación, y el vanguar-


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dismo se mueve en líneas más estrechas y se adhiere a la cerrada ideología comunista. En los últimos quince años, en compensación a nuestras tristezas políticas (exclusivismo conservador, desorientación y, por último, franca tiranía), hemos tenido una época de gran actividad intelectual, quizá la más intensa de nuestra vida republicana. Un distinguido escritor uruguayo me hacía notar que la dictadura de Santos en la república hermana, al apartar las mejores inteligencias de la vida política, las había obligado a orientarse hacia el trabajo intelectual, y que fué el período de aquella dictadura uno de los más brillantes del Uruguay desde el punto de vista literario. Algo de eso ha sucedido en el Perú durante la tiranía que ha desaparecido. Muchas inteligencias han permanecido al margen de la política haciendo labor puramente intelectual. Hace quince años, en el Perú no existían sino diarios o semanarios gráficos. El Ateneo, después de una vida anémica, desapareció. Efímera existencia tuvieron las revistas Contemporáneos y Cultura. Sueño parecía sostener un órgano que reflejara el pensamiento serio y desinteresado. En esta situación se fundó Mercurio Peruano. Recuerdo que algunos amigos apenas le auguraban seis meses de existencia. Mercurio ha entrado en su duodécimo año y conserva hoy mayor vitalidad que nunca. El ejemplo de Mercurio ha sido alentador. Mariátegui fundó su A maula y luego apareció La Sierra. La universidad ha tratado de sostener sus revistas y de


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darles un espíritu nuevo. Más importante que el movimiento de revistas ha sido la publicación de . libros. La aparición de un libro era rara en el Perú y se debía o a alguna publicación de carácter oficial o a la forzada de tesis universitarias. En los últimos años han aparecido estudios de largo aliento y de carácter puramente cultural. Los jóvenes historiadores. cuyos primeros ensayos fueron acogidos en Mercurio, han producido ya obras de valor sustantivo en la evolución intelectual. como la Iniciación de la República y La multitud y el campo, de Basadre; La literatura peruana, de Sánchez. La historia de América, de Leguía, y La asamblea de Panamá, de Porras. El síntoma más alentador en la evolución de la cultura peruana se encuentra en la agitación intelectual de provincias. sobre todo. en la sierra del Perú. Ya hicimos notar el surgimiento de un movimiento poético de importancia en Arequipa. En el Cuzco aparece también una gran actividad espiritual orientada principalmente a los estudios indigenistas. Se destacan los fuertes y hermosos libros de Valcárcel, los ensayos de Cosío, de Uriel CarcÍa y Romero. que ha dedicado una notable monografía al departamento de Puno, y Abelardo Solís, Pertenecen también a la literatura provinciana Vallejo y Magda Portal, poetas que armonizan en forma original la poesía indigenista y la propaganda proletaria, y los ensayos de Antenor Orrego. Los temas simplemente costeños y criollos van a ser completados por los temas andinos.


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Cuzco, Cajamarca, Arequipa, T rujillo perfilan su personalidad intelectual. Por la variedad y riqueza de matices, por incremento del número de trabajadores con gente moza de todas las regiones, hay la esperanza de que lleguemos a la fórmula de la peruanidad. Es evidente que en esta orientación la nota predominante será indigenista. La generación novecentista inició y encauzó los nuevos estudios históricos referentes a la raza nativa y mantuvo, con Ventura CarcÍa Calderón. la inspiración indígena que aparece ya en la hermosa obra de López Albújar. El indio no debe ser solamente tema de historia y de literatura, sino de sociología. Necesitamos realizar serios estudios monográficos para conocer la presente situación indígena. Anuncian esta tendencia los trabajos citados de Castro Pozo, de Valcárcel, de Romero, de Uriel CarcÍa, de Abe. lardo Solís. Cuando hace más de veinte años se fundó la Asociación Pro-Indígena. presentamos, en compañía del doctor Pedro Írigoyen, un detallado proyecto de encuesta sobre todos los aspectos de la vida de nuestros indios, que debería llevarse a cabo sobre el terreno, siguiendo el método Le Play. A esta obra oscura y anónima y por lo mismo meritísima, conviene invitar a los jóvenes estudiantes de las universidades y de los años avanzados de los colegios de provincias. La verdadera orientación indigenista debe salir del terreno puramente literario o político para entrar en el de los estudios serios, positivos, llevados a cabo con esfuerzo paciente y con escrupulosi-


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dad profesional. A la ignorancia y olvido punibles de las generaciones anteriores no debe seguir la declamación huera e interesada de los agita. dores. sino el trabajo de los hombres de ciencia. Cabe a Mariátegui el mérito de haber alentado estos nuevos rumbos y de haber recogido sus primeras manifestaciones. Nuestro desacuerdo viene en el momento de su valoraci6n. Mientras que •.nosotros consideramos el indigenismo como un paso a algo superior. la peruanidad integral. Mariátegui considera el indigenismo como un valor último y supremo. Aunque Mariátegui establece la diferencia entre indígena e indigenista y comprende. apartándose del criterio establecido en sus primeros ensayos. que una literatura indígena es imposible. porque ella s610 podría cultivarse por los indígenas mismos en el idioma quechua, aquella reserva no atenúa la orientación general de su racismo demagógico. No cree encontrar armonía posible entre el criollismo y el indigenismo; y repite exagerando. «que el Perú es andino y nuestra población es de cuatro millones de indígenas sobre el total de cinco». Hemos combatido en estas páginas al indigenismo integral al tratar de la cuestión económica y de la cuestión política; debemos combatirlo también al tratar de la evolución literaria. Es evidente que los temas indigenistas no deben ser tratados con ese criterio de distanciada contemplación estética del exotismo. Tales indigenistas no serían indigenistas auténticos. Pero, hay también otro peligro. y es el de tratar la cuestión de los temas indígenas. no con


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un sentido de compenetración y desinterés, sino con una finalidad política o de proselitismo revolucionario. Ni esteticismo puro. compatible con la tesis imperialista, ni politicismo puro de la antítesis radical o revolucionaria. Hay entre estos extremos el punto de vista humano, moral, social y verdaderamente estético, que es el que debe predominar. La peruanidad existe. Debe enriquecerse y debe ampliarse, pero no cabe. modificarla radicalmente. Su espíritu es occidental, moderno, cristiano y, si se quiere. latino e hispanoamericano. Por consiguiente. al tratarse de la literatura indígena, tenemos que conservar. enriquecidas, aquellas características Por otra parte, la literatura indigenista revela hasta hoy sensibilidad moderna, espíritu de simpatía esencialmente cristiano y está escrita en español. La literatura indigenista. que quisiera renunciar a estos tres valores en el intento imposible de la reproducción no estética, sino esencial de la sensibilidad primitiva. del sentido pagano o de la expresión nativa, sería extraña a la nación tal cual existe. y no sólo desde el punto de vista del blanco y del mestizo, sino aun desde el mismo punto de vista indígena. pues ~"te se ha transformado y tiende a transformarse perennemente. Cuando es célula .,iva de la nación, aunque conserve su lenguaje. ha sufrido por lo menos la transformación de su psiquis religiosa. Existe un nuevo indio, como dice Uriel Garda. Siempre hemos sentido una gran nostalgia del libro que, completando a Garcilaso, nos rene.


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jara el alma indígena actual. Anhelábamos la aparición de un Sarmiento que nos describiera las punas y los valles andinos y la vida pintoresca de sus habitantes y que fuera para el Perú lo que es el Facundo para la Argentina. La raza, tal como es hoy, influenciada por el blanco, hermana del mestizo, necesita un cantor, un poeta en prosa o en verso. Poema, relato, descripción, . panfleto, poco importa la forma. El alma, por -la profundidad y la inspiración, tiene que ser poética. Y este gran poeta no será, seguramente, ni el exotista, ni el demagogo. Si surge, será como una especie de Mistral peruano, mestizo como fué Garcilaso, alma serena, profunda y dulce. sin las exigencias del arrivismo, ajeno a los vientos de doctrina de su tiempo, arraigado en la tierra como un árbol, cristiano y cw.:ólico, compartiendo ~con el indio sus penas y su fe mgenua.


PARTE PÁGI~AS

DE

SEGUNDA HISTORIA

RECIENTE


El ori~en de la tiranía El año 14, a raíz de la revolución contra el presidente Billinghurst, tuve oportunidad de estudiar la crisis profunda que atravesaba el Perú. El régimen institucional creado el 95 amenazaba ruina. Triplicación de gastos públicos y endeudamiento progresivo; acentuación del régimen personal por la destrucción del presupuesto y la desaparición efectiva del gabinete; parlamento sin verdadera oposición al principio, anarquizado y dividido después, dominado por los elementos localistas; desconcierto en la polínca internacional y una general atmósfera de indiferencia y pesimismo. Tales eran los tristes rasgos de la situación creada para el Perú al abandonarse el espíritu y los rumbos certeros Ce la administración de Piérola. Debíase, principalmente, esta obra destructora a la aparición de un nuevo personaje en la política del Perú: don Augusto B. Leguía, a quien. por uno de esos errores colectivos inexplicables. se señalaba como un hombre nuevo, excepcionalmente preparado en materias económicas y


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de orientaci6n práctica._El partido civil, al asumir con la elección del señor Candamo la direcci6n del país, buscó para las funciones importantísimas del ministerio de Hacienda la colaboraci6n de este flamante personaje. Con él surgía un tipo nuevo de político. Nuestros caudillos habían sido jefes entrenados en la disciplina y en el honor militar o personalidades civiles de educaci6n humanista y legal, formadas -en el respeto de las instituciones y en el culto del' orden y la ley. Mas lleg6 al Perú la moda pragmática que quería en el _gobierno el tipo de hombre práctico, de educaci6n puramente utilitaria, como si la administraci6n de los negocios públicos fuese comparable a un negocio particular, y la política pudiera confundirse con la economía. Leguía surgi6 .correspondiendo a esa ansia absurda de practicismo puro. Habíase educado lejos de toda culo tura humanista y del ambiente patrio, en un colegio comercial de Val paraíso. Por una de esas extrañas correspondencias entre la funci6n y la psicologÍa, dedic6 su actividad al negocio de seguros, que le di6 el sentido y los hábitos del comerciante extranjero. Después de su matrimonio, organiza, con la cooperación de capitalistas ingleses, una compañía agrícola que salva la fortuna de su familia y le crea una posici6n importante en los negocios. En toda esa gesti6n, desplegó cierta inteligencia y energía. Aproximándose a la madurez, no se destacaban en él mayores rasgos. Su vida no se diferenciaba de la de muchos otros hombres de negocios que habían


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tenido éxito. Su entusiasta biógrafo. don Pedro Dávalos y Lisson, a pesar de su deseo de magnificar al personaje, no encuentra hasta esa fecha en su vida otro hecho saltante que el de su éxito mercantil y social. Leguía tenía evidentemente el sustitutivo del talento. que es la viveza, y el del carácter, que es la audacia. (Los hechos han probado abrumadoramente que le faltaron talento positivo y verdadero carácter.) Pero la viveza y la audacia adquieren. cuando son acompañadas de un absoluto amoralismo. una eficiencia incontrastable. sobre todo en las épocas de decadencia moral y en el reinado de la mediocridad. Leguía logró así desde el principio una posesión política de primer orden. En su gestión como ministro de Hacienda mostró sus tendencias a la arbitrariedad. a la afirmación aventurada, al atropello de toda norma. Al oírlo en el Senado. un estadista de tan honda formación patriótica y cultural como don Francisco García Calderón no pudo menos que exclamar: «Este hombre es peligroso.» No lo vió así el nuevo civilismo, a quien Leguía deslumbraba y engañó. Y fué su candidato a la presidencia en J 908. El país. que conservaba todavía la estructura nacional. el diapasón de moralidad administrativa creados por Piérola. ofreció resistencia a la gestión del nuevo presidente. La oposición en las Cámaras. inspirada no sólo en intereses políticos. sino en una visión sincera de los intereses nacionales. detuvo un fantástico proyecto del empréstito e hizo imposible el plan de Leguía de permanecer


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en el poder con el pretexto de la nulidad de las elecciones presidenciales. Al abandonar el gobierno, Leguía deiaba una pavorosa herencia: la deuda de ochenta millones de pesos, la liquidación atropellada de los problemas con Bolivia y' COI1 el Brasil, la tentativa de burocratización del ejército por el aumento del sueldo a mérito de un mero de-creto del poder ejecutivo, la transformación del hondísimo problema de T acna y Arica en plataforma política, y la profunda crisis política creada por una agitación plebiscitaria en contra del aparente candidato gubernamental en las elecciones presidenciales, Billinghurst, que le sucedió en el poder, hombre inteligente e indiscutiblemente patriota, no podía, por defectos de carácter, realizar la obra penosa y paciente de restauración que el país necesitaba. Prefirió la dieolución del mismo Congreso que lo hahía elegido. El ejército cumplió su deber de defensa de la constitución al derrocarlo. Los gobiernos de Benavides y de Pardo encarnaron la reacción hacia el orden. Benavides, siguiendo el austero ejemplo del general Pedro Díez Canseco en 1868,dió a su gestión un carácter provisorio, preparando las futuras elecciones. Resolvió los dos gravísimoe problemas del país, de acuerdo con el interés y el sentir nacional; el de la moneda, en que. siguió la opinión de los técnicos, salvando su valor y estabilidad, y el de la vuelta a la vida constitucional, por la asamblea de iodos los partidos para la proclamación de una candidatura única. El gobierno de Pardo estuvo,


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incuestionablemente, inspirado en el propósito de mantener la regularidad administrativa y de reducir la deuda pública; mas su política no correspondió al carácter nacional que le dió origen. En lugar de un gabinete de unión sagrada. se inició con un gabinete ambiguo y sin fuerza. En la renovación del tercio, en lugar de seguir una política de neutralidad o de concordia. sirvió sólo a las agrupaciones que creía adictas. Prorrogó el presupuesto y. frente al problema de la sucesión presidencial, aunque acogió el proyecto de una nueva asamblea de todos los partidos. no supo llevarlo a cabo. Habrá que decir, en justicia. que en este fracaso la responsabilidad no solamente fué suya. Había una verdadera desorientación nacional producida por las numerosas ambiciones personales. Contábanse hasta doce candidatos a la presidencia. El partido civil estaba profundamente dividido y el grupo de politiciens que esperaba la vuelta de Leguía se <negaba, bajo diversos pretextos, a ir a una convención. El partido civil, al parecer de acuerdo con el gobierno. cometió el error de resucitar la candidatura de Aspillaga, lo cual hacía inminente la candidatura de Leguía, que por su inescrupulosa gestión había dejado amigos y favorecidos. El público, con su intuición certera, comprendió' que la candidatura de Aspillaga no podía ser candidatura de triunfo. sino simplemente de desgaste y que no podía significar sino lo que había significado ya en 1912 cuando se le enfrentó Billinghurst: el fracaso de la decisión popular y la transferencia de la solución del pro-


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blema al Congreso. En ~lla cifraban sus esperanzas los múltiples candidatos, iniciándose así, en momentos decisivos y graves, por inconsciencia de unos y malicia de otros, el más peligroso juego político. Leguía, cuya fuerza efectiva no era propia, sino la de la legión de descontentos y pretendientes, elemento burocrático y no de trabajo, adquirió por la desorientación gubernativa, por la anarquía política, por la falta de un candidato de orden, los caracteres de un candidato de oposición, y, por ende, popular. Naturalmente, su candidatura trató de decorarse, profanando de nuevo el problema nacional con promesas insinceras y acudiendo a todos los recursos de la más impúdica demagogia. Para colmo de ironías, un grupo universitario sorprendió la buena fe de los alumnos, logrando- se le proclamara maestro de la juventud. Raro será que la opinión pública no responda al llamamiento que se le haga por el elemento director que ha cumplido honradamente su deber de presentar en un momento dado al mejor candidato posible; pero si ese grupo falta a su deber, la masa popular, desorientada, elige al acaso o al más listo y más audaz. Nunca son espontáneos los grandes errores populares. Las desviaciones de la conciencia colectiva tienen su origen en los núcleos dirigentes."Sería una injusticia enrostrar al Perú la relativa popularidad de Leguía en 1918 con una plataforma de doble demagogia, nacional y social, cuando la clase dirigente, inerte o egoísta, no había cumplido su deber de


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buscar, entre los estadistas peruanos, el más apto para afrontar los problemas de la hora. No hacemos esta historia con el propósito inútil. de establecer responsabilidades, sino para derivar una lección para lo futuro. Difícil sería pronunciar un juicio sobre las elecciones de 1919; parece, sin embargo, que, dentro del convencionalismo legal, Leguía obtuvo la mayoría. Los momentos eran excepcionalmente graves. El Perú. después del triunfo de los aliados, había conquistado una posición favorable en su gran problema. Nuestra política tenía que orientarse hacia la solución jurídica ante el tribunal que se constituyera después de firmado d tratado de paz. Tal arbitraje, dado el ambienté ideológico del mundo, no podía ser declinado por Chile, sino colocándose en la más difícil posición inter- , nacional. Para obtener ese proceso arbitral, y plantear con éxito nuestra demanda, necesitábamos dos condiciones: continuidad en la personería internacional y prestigio y autoridad respecto de nuestra situación 1nterna. El mal supremo para el Perú en esos instantes era la revolución, porque ella significaba la desaparición de los factores aludidos. Evitarla, era el deber esencial del gobierno, de los partidos y de los candidatos. El país no pareció, por desgracia. sentir la gravedad del momento. El ideal internacional no absorbía todos los espíritus ni atemperó la intensidad de la lucha política. La desunión y la anarquía de los elementos dirigentes, que pro14


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dujo la candidatura Aspillaga, continuó manteniendo el, caos. Nos ha dicho el presidente, Pardo que estaba resuelto a no poner ni~ obstáculo a la transmisión legal del mando a. favor de Leguía. Pardo es un hombre honorable: debemos creerlo. Es innegable, al mismo tiempo, que había en el público una sensación de vacilación, de falta de un rumbo cierto. Mas ni esta situación insegura ni aun la certidumbre de que el Congreso iba a descartar el resultado del sufragio popular, podían cohonestar la revuelta .. Un gran crimen no puede cometerse para evitar una ilegalidad. Si el Congreso falseaba el sufragio, la revolución ulterior habría tenido cohonestación. El amoralismo de Leguía le impedía contemplar la situación col). ese criterio. Su urgencia de poder tenía que precipitarlo. Además, para sus planes políticos. no le convenía la transmisión legal del mando. Eso significaba actuar con un Congreso extraño a los grupos eleccionarios que le habían apoyado y, dentro de los marcos de la constitución y deia legalidad. La revolución, que, para otra conciencia ética, hubiera sido un crimen o, en último extremo, un mal inevitable. tenía para su espíritu la 'seducción del poder inmediato y sin control. La revolución estalló. destruyendo en instantes -el prestigio político del Perú, el concepto que se habían formado los otros , pueblos de la hondura de nuestro problema y paralizando primero y obstaculizando después nuestra acción diplomática. El régimen Leguía se inauguró así bajo el


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signo de un crimen de verdadera traición a la patria. Se imponía distraer la conciencia colectiva de la ponderación de ese crimen por medio de las más audaces promesas y de la más repugnante comedia de reforma. Ello explica las declaraciones insinceras del Congreso sobre la nulidad del tratado de Ancón y las enmiendas a la constitución creando tres Congresos regionales en momentos en que se iba a acentuar el centralismo,' haciendo total la renovación de las Cámaras para someterlas absolutamente a la influencia del gobierno, y declarando intangibles las garantías constitucionales que se comenzó a violar cínicamente. El régimen institucional creado por Piérola, iba a desaparecer del todo. El absolutismo presidencial que pintábamos ya en nuestro estudio del año 14, tenía que llegar a su apogeo. Frente a este inesperado y violento resurgir del régimen personal sólo se erguían los órganos de la prensa libre y las instituciones que la revolución no había podido tocar: el poder judicial y la universidad. A pesar de la actitud mesurada y serena de los periódicos, el gobierno alentó. con el pretexto del descubrimiento de una conspiración, la bochornosa jornada de setiembre de 1919, en la que fueron casi destruidos los dos grandes diarios del Perú: El Comercio y La Prensa. El escándalo cundió por toda América, reiterando el desprestigio que nos causó la revolución del 4 de julio. Toda obra de propaganda en nuestro gran problema se hacía imposible teniendo el Perú un régimen que suscitaba. por


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solidaridad

periodística,

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BELAUNDE

las antipatías

continen-

tales (1). Los periódicos. amenazados de destrucción. cumplieron su deber de criticar los actos del régimen. En el mismo parlamento. al cual habían entrado algunas personas honorables en la esperanza de que la política llevara otro rumbo, se suscitó la crítica a muchos actos del gobierno, principalmente a los relativos a los contratos con la «Foundation», que revelaban el propÓsito de defraudar los dineros públicos con el pretexto de obras que debería llevar a cabo esa compañía extranjera. Justo es mencionar aquí las campañas de Jorge y Manuel Prado, en la Cámara de diputados, y del doctor José S. Osorio y don Miguel Grau en la Cámara de senadores. Leguía pudo enmendar. en el poder. el crimen de la revolución, hasta por propia conveniencia. Todo le aconsejaba llamar a los mejores elementos. utilizándolos en las funciones delicadas. principalmente de orden internacional. Mas, lejos de seguir esa política, Leguía se fué desprendiendo poco a poco de los escasos elementos de capacidad y de honradez que le habían rodeado. Fué eliminando toda oposición en las Cámaras por la persecución y la prisión de los diputados o senadores que manifestaron cierta independencia. . El país contemplaba, sorprendido y des(1) Sobre la repercusión internacional de la mala política gubernativa, dirigió valientes y previsoras notas nuestro representante en la Liga, Francisco GurcíaCalderón.


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orientado, tales acontecimientos. La canciencia nacional parecía desviada. La opinión pública, evidentemente, condenaba las prisiones, los atentados contra la prensa, la rebeldía contra el poder judicial; pero aquel estado de espíritu no se cristalizaba eficazmente. Había como una especie de decepción política, de absoluto indiferentismo. Dos causas acentuaron esa desviación, una de orden internacional y otra de orden económico. Nos referiremos, primero, a esta última. El país, del año 19 al 20, disfrutó de la duplicación de la riqueza pública. Los altos precios de post-guerra favorecían a los productores nacionales. Paralelamente, el fisco dobló sus entradas. El bienestar general llevaba a los espíritus al optimismo más grande y les ocultaba los peligros de la situación política. El gobierno disponía de la base esencial de solidez y permanencia: el oro. Una vez más, el inesperado y súbito enriquecimiento, en lugar de orientar al país hacia la capitalización y al más intenso trabajo, iba a reflejarse en una fiebre pasajera de lujo y de derroche individual y nacional. j Con. firmación elocuente de que el juego exclusivo de los factores económicos no puede labrar el progreso y la felicidad de un pueblo cuando no son controlados constantemente por las fuerzas éticas! El otro factor era de psicología colectiva; la ilusión wilsoniana de justicia internacional dominaba el mundo. Se creía que al amparo de este ambiente, en, una forma u otra, el Perú iba a realizar su ideal irredentista. El gobierno alentó


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esa ilusión y simuló recursos y planes para asegurarla cuando en realidad carecía de ellos y cuando su política de atropello y de escándalo creaba los- más serios obstáculos a nuestra propaganda internacional. Alejado del país durante el proceso de la .' iniciación de la dictadura. en el Plata al principio y después en los Estados Unidos, donde la universidad me confió la misión de contrarrestar la propaganda chilena y de hacer conocer la cultura y la historia peruanas, pude contemplar. extraño a toda pasión y a todo interés político, la situación por que atravesaba el Pero. A la distancia. vi con mayor claridad que en nuestro problema del Sur, al lado de la justicia de nuestra causa, necesitábamos para alcanzarla el prestigio de un pueblo serio. libre, trabajador. organizado. y veía además que el régimen de Leguía, si no era detenido en ese instante por una reacción de la conciencia colectiva, iba a destruir poco a poco todas las instituciones nacionales y a producir entre nosotros un caso de verdadera y larga tiranía. sin precedente en nuestra historia. en que 108 gobiernos podían haber sido imperfectos, pero nunca definitiva-' mente arbitrarios. y cuando intentaron serlo, cayeron inmediatamente. Estudiando la historia de América. me espantaban los casos de Venezuela. Centro América y México. en que al amparo de cierto bienestar económico y de la anarquía o decadencia en la clase dirigente se habían creado regímenes personales' de duración indefinida.


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Esos regímenes, sobre todo en Centro América y Venezuela, llegaron a ser no sólo absolutos, sino francamente despóticos (de un tipo de despotismo asiático por la corrupción y africano por la crueldad). De regreso de Los Angeles, donde había concluído mi jira de conferencias, rumiaba dolorosamente estos pensamientos. Al llegar a Lima, encontré que la realidad superaba mis negras expectativas: la isla de San Lorenzo, convertida en una Bastilla; diputados, periodistas, ciudadanos honorables, presos allí sin ser entregados al poder judicial y contra las decisiones de éste. que amparaba el recurso de Habeas Corpus; los periódicos, sometidos a la amenaza de la prisión de sus redactores o de la asonada que podía empastelar sus imprentas y quemar sus edificios; la universidad, sufriendo los restos de la antigua agitación eleccionaria. (La reforma que todos anhelaban no podía encontrar el ambiente de serenidad, de garantías y de respeto que supone un régimen constituciOnal.) El mismo día de- mi llegada, Cianeros, el director de La Prensa, fué tomado preso. Mi deber de solidaridad intelectual, mi vehemente deseo de suscitar una reacción en la conciencia colectiva, me llevaron a invitar a la juventud a que demandara la libertad del periodista que era a la vez un poeta y un maestro, en el alto sentido de la palabra. La juventud respondió e impuso la libertad del periodista apresado. Este triunfo parecía ser el augurio de la reacción salvadora. Cisneros, con su admirable visión de di arista y


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, de político, publicó, sin yo saberlo, su carta invitándome a ocupar la tribuna desierta endefensa de los otros presos de San Lorenzo y del ' respeto al poder judicial. Sólo fali:aRdo a un deber clarísimo, por egoísmo y timidez. indigtwe de un hombre de honor, podía declinar aquella noble y, en ese momento, necesaria invitación. Acepté, extendiéndola a su vez a todos los que representaban pensamiento, palabra y trabajo, a fin de crear la verdadera corriente de opinión nacional, no para destruir el gobierno, sino para obligarlo a volver a la legalidad. Ni por temperamento ni por formación espiritual, era yo revolucionario y me encontraba por entero extraño a todo interés político. El partido a que me afilié, prácticamente había muerto. El partido civil. en el régimen anterior a Leguía, había sido francamente criticado por mí desde las columnas del Mercuri,o Peruano. En Lima había vivido sólo para la universidad, mi profesión y la revista. En los dos años de ausencia, mi consagración fué absoluta a la propaganda internacional y a conferencias de orden universitario. No conocía los factores personales en lucha. Mi criterio era, a la vez, distanciado y objetivo. La experiencia directa de los países en que la opinión dirige y controla al gobierno, me llevaba la esperanza de que tal fenómeno pudiera realizarse en el Perú y de que el gobierno. frente a un poderoso despertar del sentimiento público, enmendara rumbos. Mi propósito era salvar el prestigio institucional y evitar al mismo tiempo la caída en la pavorosa situación de Guatemala


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o Venezuela. Creía en que las instituciones amenazadas, el poder judicial, la universidad, el periodismo podían unirse y crear una fuerza incontrastable. La oportunidad era única. Entré en el movimiento con absoluta fe, con abnegación total. Cuando el gobierno, consciente de la importancia de aquél, decidió apoderarse del local de la Federación de Estudiantes, la víspera de mi conferencia, no vacilé, dada la premura de los instantes, en darla, como maestro, en el mismo local de la universidad. El hecho podía calificarse de imprudente o de abusivo en otros momentos. Dada la situación que se iba a crear, y que han confirmado los acontecimientos con pavorosas agravantes, mi actitud queda justificada plenamente. Peligros extraordinarios exigen medidas extraordinarias. La universidad, como institución, debe hablar en raras ocasiones y mantenerse extraña a las luchas políticas; pero su silencio, en momentos de vida o muerte para el país, habría sido una cobardía o una claudicación. La universidad habló por mis labios. Queríamos el respeto a las libertades ciudadanas, la ejecución' de los mandatos judiciales, en síntesis, un régimen de pueblo libre. Atacados por la policía, maestros y alumnos rechazaron la cobarde agresión. El claustro, en solidaridad absoluta, protestó contra el atentado y pidió el castigo de los culpables. El gobierno comprendió que tenía que ceder o suprimir todo resto de libertad de discusión. Optó por este camino y se realizó entonces la expropiación y falsificación de La Prensa. La dictadura peruana


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hacía una contribución original en la historia del crimen político. Loe gobiernos arbitrarios habían encarcelado periodistas, clausurado imprentas y, en Cuba. bajo la sugestión de cierto embajador americano, falsificado la edición de un diario popular que aparecía horas antes de la edición verdadera. Pero. no se había dado el caso- éle la incautación de. un periódico y de la falsificación del mismo en 8U8 propios talleres (1). Deho declarar. sinceramente. que grandé fué mi decepción cuando. después de este crimen, no vi que el público quemaba el periódico falsificado. El satánico golpe había producido su efecto. El gobierno, disponiendo del inmenso poder de atracción burocrática, descartó impunemente al gran vocero de la opinión pública. La ausencia de éste no produjo la rebeldía que esperábamos. sino una sensación de desconcierto, primero, de depresión y de sometimiento, después. El organismo nacional padecía de atonía incurable. Des- pués de reacciones momentáneas. caía en el . sopor o en la indiferencia. Nuevas prisiones y los destierros a Australia de distinguidas personalidades del ejército. de las Cámaras y de las profesiones liberales pasaron ante la protesta muda e impotente de las masas. El centenario se aproximaba: en triste ironía íbamos a celebrar el aniversario de la libertad con la supresión de todas las libertades. La expropiación de La Prensa marca la trans(1) Se ha publicado que el mismo embajador americano inspiró la medida, según declaración del doctor Osores al doctor Durand.


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formación del régimen en plena tiranía. Hasta ella había sido posible criticar al régimen personal. Desde entonces, quedó quebrada toda resistencia. El poder judicial podía ser desdeñado sin protesta. Sobre El Comercio, el otro diario independiente, pesaba ya, no sólo la amenaza de la prisión y del empastelamiento, sino la más grave de la expropiación. Apenas era posible publicar los recursos de Habeas Corpus de las nuevas víctimas o indirectas informaciones sobre la situación. A pesar de todo, el gobierno no se sentía seguro. Tenía conciencia de que sus arbitrariedades habían abierto el camino de la revolución y vivía asustado de su propia sombra. Para cohonestar nuevas arbitrariedades, forjaba conspiraciones y ridículas tentativas de atentados personales. Los métodos de corrupción y temor que desde el principio caracterizaron al nuevo gobierno llegaron a su mayor intensidad. Todo podía alcanzarse, si se rendía adhesión al régimeno Todo podía temerse, no sólo por la hostilidad, sino por la simple indiferencia. El Perú comenzó a vivir en un ambiente irrespirable de esclavitud política y moral. Aquello no podía durar, sino creando una expectativa nacional alrededor de nuestro gran problema y dando la sensación de un bienestar ma:terial y de un progreso económico deslumbrantes. A esa doble simulación se redujo la estrategia del gobierno. La primera sólo era posible iniciando un proceso arbitral, cualquiera que él fuese; la segunda, aplicando en forma desordenada y de derroche


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vfCTOR ANDRts BELAUNDE

las acrecentadas rentas' públicas, aumentando los impuestos y agotando el crédito. La primera pOlítica tenía que conducimos al bald6n del laudo americano. La segunda, a la quiebra y 'a la esclavitud ante el capital extranjero.


La pelttíca Internacíenal,

subordinada EL TRATADO

al emprcsríte CON CHILE

La única política conveniente en la cuestión del Pacífico era la de un arbitraje jurídico y amplio ante un tribunal mundial. Reflejando el sentimiento público, en una carta a El Comercio y reproducida en: Mercurio Peruano, habíamos sostenido ese programa. Preveíamos que Chile, que había rechazado siempre la mediación y el arbitraje en la cuestión del Sur, y tratado de imponernos un arreglo directo sobre el plebiscito o una transacción en forma de división de las provincias, se iba a mostrar ahora dispuesto no sólo a la mediación, sino aun al arbitraje político. Sosteníamos entonces que la política del Perú debería ser: arbitraje jurídico o nada. Para seguirla faltaban al régimen de Leguía todas las condiciones; conocimiento del problema y de la política general del mundo, prestigio positivo y. sobre todo, independencia en relación con los Estados Unidos. El régimen se orientó, desde el principio, en


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vfCTOR

AfIUIÚS· BELAUNDE

el sentido del absoluto sometimiento a la política norteamericana. Es evidente que noeotro8 débfamos cultivar la amistad de .loe EatadQá Unidos, pero precisamente para que esa amistad fuera eficiente, había que mantenerla en un pie de absoluta dignidad. Mientras el Perú carecía de una orientación propia, Chile desarrollé hábilmente la política prevista. Fracasadas las primeras tentativas de mediaci6n que se hicieron. bajo la sugestión chilena, por los gobiernos argentino y uruguayo. ante la fundada negativa de la administraci6n Pardo, el gobierno de la Moneda comprendió que su único camino favorable era el del arbi.traje político de los Estados Unidos. Todo arbitraje político envuelve una transacción. Un jefe de Estado rehuye las soluciones de estricta justicia. La transacción que podía derivarse, dentro del proceso arbitral o fuera de él, hacia la división de las provincias, había sido siempre el recurso chileno en toda situación internacional difícil. La propuso cuando el protocolo Billinghurst-La Torre y sabemos que estaba resuelto a ella en 1910. Lo prueban no sólo los documentos que obran en la cancillería peruana, sino la correspondencia del embajador americano en Chile. Mr. Fletcher. El interés esencial de Chile P.ra s610 conservar Arica. La orientaciQp de este país hacia un arbitraje limitado y político coin~dfa con 108 rumbos diplomáticos de los norteamericanos. En efecto, después del triunfo republicano y del definitivo apartamiento de los Estados Unidos de los asuntos


LA REALIDAD NACIONAL

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europeos, había una corriente en este país que no deseaba la solución de los problemas americanos por los organismos creados por Wilson. Al mismo tiempo, la administración republicana temía que la antigua política de abstención o prescindencia en los problemas de fronteras de los países hispanoamericanos facilitara la intervención europea o redundara en la merma del prestigio de los Estados Unidos. Acogieron, entonces, con simpatía el plan chileno. Sabían, además, que para ello contarían con la ciega adhesión del Perú. De este modo resultó que el Perú fué llevado a W áshington, debido a una maniobra chilena, mientras que la prensa leguiísta decía al país que habíamos obligado a Chile a ir allí, confundiendo lamentablemente las épocas y las circunstancias. El arbitraje de Wás4ington, antes de la gran guerra, habría sido un recurso para el Perú; después de la posición que habíamos alcanzado, era la derrota o la transacción. Tenemos derecho de repetir hoy estas cosas, los que en su oportunidad las dijimos. Remito al lector a los artículos del Mercurio Peruano del año 22. Aun dentro de las negociaciones de W áshington. el Perú pudo volver a su verdadera orientación: el arbitraje jurídico. La discusión de los términos del compromiso no envolvía necesariamente que el árbitro fuese el presidente de los Estados Unidos. Pudo constituirse un tribunal arbitral de jurisconsultos, o designarse a la Corte suprema de los Estados Unidos o, por último, a la misma Corte de La


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VíCTOR ANDRÉS BELAUNDE

Haya, que en esos momentos aparecía propiciada por el partido republicano- como una compensación a su apartamiento de la Liga. Un órgano de' la importancia del New York Times dijo francamente que la tarea arbitral no era deseable. Tal sentimiento existía en mucha gente. No - es de creer que hubiera habido oposición o resentimiento de parte de los Estados Unidos por la insinuación de otro árbitro. Pero Chile sabía que, ante un tribunal de jueces, su causa estaba perdida. Y Chile insistió en el arbitraje del presidente de los Estados Unidos. No necesito repetir detalladamente aquí la historia que he hecho en otro lugar de ~ negociaciones de W áshington (1) RecordÁt'é únicamente que el Perú fué conducido de derrota en derrota hasta la suscripción del protocolo de 1922. Con la promesa de un arbitraje amplio sobre Tacna y Arica. se o~uvo de nuestros negociadores la suscripción de un acta revalidando el tratado de Ancón. La misma tarde del día en que esa acta era firmada, los negociadores chilenos retiraban su propuesta con el pretexto de la oposición del Congreso de su país. Entonces, en lugar de abandonar la conferencia, seguimos, desarmados, la discusión estéril de propuestas y contrapropuestas.d-lughes zanjó el conflicto ofreciendo un arbitraje verdaderamente cojo, en el que, en un extremo el árbitro decidía sobre las condiciones del plebiscito, y en otro o

o

(1) Mercurio

Peruano:

cía de Wáshington.»

"Los tarapaqueños

en la conleren-


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NACIONAL

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extremo dejaba el problema sin solución, legalizándose la posición indefinida de Chile. A pesar de los argumentos sin réplica del Memorial de los iarapaqueños contra el protocolo, el Congreso de devotos y serviles lo rectificó. Aquella rectificación no fué un acto de mera inconsciencia. Los más influyentes consejeros del régimen y sus sostenedores en la prensa no podían ignorar lo que significaba el arbitraje. No se deseaba contrariar en lo menor la política americana; porque se basaba todo un plan financiero de futuros empréstitos en los Estados Unidos. Bien sabían la tiranía peruana y aus sostenedores que ningún empréstito podía fl9I,arsesin el vistobueno del gobierno americano. Desde el comienzo, las negociaciones con Chile revisten este oprobioso carácter. Se sacrificó la dignidad y el interés nacional ante la expectativa de operaciones financieras. Hubo, además, una razón política: el fracaso del arbitraje significaba la desviación de la atención pública hacia otros problemas. La dictadura, sin el proceso arbitral, perdía su escudo y su defensa. El orden público no podía ser alterado durante este proceso. Toda revolución tenía este handicap. Al error en las negociaciones del compromiso, siguió el error en la designación de los abogados peruanos y en la orientación de la defensa. Se excluyó a los hombres que estaban señalados por la opinión pública para aquella tarea que acabó por confiarse a abogados yanquis indicados por una dama de extraña y decisiva in15


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vferoR ANDRÉS BELAUNDE

f1uencia en el dictador. La defensa se orienté, como si en el arbitraje, el extremo más probable •. cati seguro, no hubiera sido el plebiscito; y -se incurrió en el error incalificable de omitir el clá· sico otrosí referente a las condiciones del Perú en caso de resolverse la consulta plebiscitaria. Nunca dudamos respecto del resultado del la.udo. Temíamos que éste ordenase el plebiscito dentro de las condiciones que Chile había propuesto en 1910 o en 1912; pero jamás supusimos que diera a este país condiciones más favorables que las que había pedido y, mucho menos, que en los fundamentos innecesarios de la inicua -sentencia se hiciera la refutación de todos los cargos que la defensa del Perú había formulado, y'~~ae absolviera a Chile de la acusación cuya justicia estaba en la conciencia de todos los países de América. El gobierno, en consonancia con su actitud de traición y de crimen, no se rebeló contra el laudo y pretendió desnaturalizar su carácter ante la opinión pública. Inútil empeño. En contraste con la sumisión gubernativa, la opinión nacional, dirigida esta vez por las mujeres, salvó el honor del Perú. Las emocionantes maniíeetaciones de protesta produjeron; intenso efecto en los Estados Unidos. El gobierno americano dióse cuenta de la importancia del problema para el Perú y de la enorme injusticia que envolvía el laudo. El resultado fué el nombramiento del general Pershing para presidir el plebiscito. Ese nombramiento no lo consiguió ni lo imaginó el gobierno Leguía. Lo produjo la intensidad y el

...


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carácter de la protesta peruana. Y se micra el proceso plebiscitario. Pershing iba a contemplar las cosas sobre el terreno, lejos de las sutilezas y argucias abogadiles y con el criterio sencillo del honor militar. El proceso plebiscitario fué la mejor refutación del inicuo laudo. Ante la expectativa de América y por el imparcial testimonio de la Comisión plebiscitaria. los hechos en que el Perú había fundado su demanda quedaban constatados. El plebiscito era irrealizable. Ni la presencia de los comisionados extranjeros pudo contener a Chile en su inveterada política de coacción y abuso. Los informes de Pershing y de Lassiter recuperaron pilla el Perú la posición que tenía antes del laudo. En efecto, la rebeldía de Chile contra las bases de un justo plebiscito, no solamente destruía el laudo y las obligaciones del protocolo de Wáshington. sino el tratado de Ancón. Su violación. alegada por el Perú y probada por los hechos anteriores. venía a recibir, con la rebeldía de Chile. una constatación autorizada y solemne. Lo comprendieron así los políticos chilenos. El único que no parecía darse cuenta de las inapreciables ventajas de nuestra situación era el gobierno peruano. Se dejó perder la brillante oportunidad, a raíz de los informes de los comisionados y de los primeros requerimientos del árbitro a Chile. para declarar que el Perú estaba desligado de todas las obligaciones impuestas por el protocolo y aun por el tratado de Ancón. Cualquier gobernante digno habría seguido esa


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VÍCTOR ANDRfs 8i1.AUNDE

polftiea. si no en forma definitiva y radical. al menos como un medio de obtener 1•• mayo••• ventajas peeiblee, siquiera 1•• ciudade.de TacDa y Arica. El Perú tenía derecho para fijar sua condi•. cienes, \ establecer su mínimum y negaree a .oh . cualquiera otra propuesta de arreglo. Pero no seguimos esa política. En. cambio. el país. aeusado en 108 informes de Pershing y Laseiter, arrogantemente exigía. no sólo la provincia, sino la ciudad yel morro de- Arica. El gobierno del Perú continuaba, política y financieramente, enfeudado al de 108 Estadoe Unidos. Ante las propuestas transaccionales de Kellogg, las negativas del Perú no eran, como'" de Chile, perentorias, sino, simplemente, dilatorias. La estrategia del gobierno, por razone8 de orden político y por m6viles financieroe, era la de arrastrar indefinidamente el problema haeta lograr el cansancio y la anestesia en la concieaeia nacional y llegar al instante en que el inter~ americano de un arreglo facilitara para el Perú operaciones de orden financiero. Nadie podía engañarse respecto de la 8Oluci6n del problema, continuando Leguía al frente del gobierno del Perú. El gobierno que había claudicado en las negociaciones del arbitraje y de la defensa, estaba destinado a claudicar en 108 arreglos directos. La cuestién era 8610 de oportunidad y de precio. Y ésta lleg6, con la nueva administración americana. Había dos países profundamente interesados en la liquidación del problema: Chile, que sentía


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la aeueacron del continente y las consecuencias de su rebeldía, respecto de la validez del tratado de Ancón, y los Estados Unidos, cuyo prestigio en el mundo estaba comprometido por el fracaso del asunto. (Todos observaban que mientras la Liga de las Naciones había resuelto gravísimo. problemas en Europa, el gobierno norteamericano había manejado, en forma injusta y desastrosa, la más seria cuestión del continente. El laudo de la más grande potencia del mundo era desconocido y burlado por un pequeño país de América.) Coincidiendo los intereses de los Estados Unidos y de Chile en una pronta solución del problema, era de esperar que tratasen de imponérsela al Perú. Esta circunstancia, empero, habría sido aprovechada por un gobierno inteligente para obtener las mejores condiciones. El Perú tenía, además, otra arma en sus manos: los intereses de Bolivia. Se sentía la necesidad de no dejar ninguna cuestión pendiente y crear una sólida inteligencia y armonía entre los países del Sur-Pacífico. El Perú pudo insistir enérgicamente en que, salvadas para él las poblaciones de Tacna y Arica, se repartiese el territorio al sur de ésta en forma de dar salida al mar a Bolivia e interponer el territorio boliviano entre el peruano y el chileno. En último extremo. antes de ceder Arica a Chile, habría cabido aceptar la idea de Kellogg: la constitución de un corredor a lo largo del ferrocarril de Arica a La Paz y la internacionalización de Arica o BU atribución a Bolivia con la reserva de un puerto para el


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vferOR ANDRfs BELAUNDE

Perú. Todo era preferible desde el punto de vista del honor, que entregar la, ciudad y el morro de Arica a Chile y. desde el punto de vista de la tranquilidad futura del Perú, que dejar sin salida al mar a Bolivia. Mas tales razones de dignidad y de alta previsión no podían tener ningún efecto en la triste mentalidad del régimen. Para él, lo único de valor efectivo era el apoyo político de los Estados Unidos y el vistobueno de la secretaría de Estado en los futuros empréstitos. En la política internacional y, de un modo general, en toda la gestión del r~gimen, las previsiones de Íos que lo hemos combatido han resultado siempre cortas. La obra de daño y de deshonor a que conducía la tiranía era realmente imprevisible. Cuando se anunció la transacción en la cuestión del Pacífico creíamos que se iría a la división de las provincias y la internacionalización de Arica. Pero jamás pudimos prever que Arica fuera cedida totalmente y, .mucho menos, que por la pérdida de ese puerto para T acna, se incluyera en el tratado la oprobiosa cláusula de los seis millones. Hay en las cosas una lógica terrible. Aquella cláusula era un símbolo: ella encarnaba toda la orientación, todo el signi6cadodel régimen Leguía. La realidad nos reservaba aún mayores sorpresas. Chile salía. por este tratado, de la situación más grave de su historia, devolviendo Tacna, que siempre estuvo dispuesta a entregar. y dándose la enorme satisfacción de sellar el pacto con una suma de dinero, en mucho inferior a la que había ofrecido en otras ocasiones. suma


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que. al mismo tiempo que nos humillaba. contradecía el carácter sentimental y de honor de nuestra demanda. No le bastó eso. Como había la posibilidad de que el Perú. dadas las promesas que Leguía hizo a Bolivia, accediese a dar a este país una pequeña faja a 10 largo del ferrocarril de Arica a La Paz, colocando a Chile en la necesidad de conceder un embarcadero o salida a esa faja, el gobierno de la Moneda pensó, entonces, en imponer al Perú la obligación inconcebible de no hacer unilateralmente ningún arreglo con Bolivia y de consultar antes la voluntad y la aquiescencia chilenas. El Perú no sólo resultaba vendiendo al agresor, a vil precio. un territorio sagrado, sino hipotecando su libertad y aceptando una política inconveniente y ofensiva para nuestro antiguo aliado. Tengo esta información de la más autorizada fuente. La cláusula relativa a esta materia se encontraba en las primitivas bases presentadas por Hoover; lo cual revela que esas bases fueron dictadas por Chile, porque los Estados Unidos no tenían ningún interés en cerrar, por un acuerdo entre el Perú y Chile, el paso a las aspiraciones de Bolivia. Supo el ministro de este país la existencia de esa cláusula en el memorándum Hoover, y entonces hizo, con toda vehemencia, la justificada gestión para obtener su retiro, y el secretario de Estado la retiró. Poco tiempo duró la satisfacción del ministro boliviano. Sus medios de información le permitieron conocer que. además de las cláusulas públicas del tratado. había una adicional en texto secreto


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vfcroR ANDNfs BEUUNDE

que contenía la dj.~ión referente a Bolivia. Volvió otra vez a la secretaría de Estado y obtuvo esta respuesta: «El 'gobierno americano, en efecto. no ha propueeto la cláusula, pero no puede impedir que dos países soberanos conti'aigan, sin su intervención, otros compromisos que les parezcan convenientes.» Retirada por el. árbitro aquella cláusula, fué aceptada por el Perú, en virtud de la inmediata y directa imposición de Chile. Si la cesión de Arica por sí misma creaba un problema, éste resultaba reagravado por la complicidad que se exigía al Perú en la política chilena frente a Bolivia. No es para describirse el inmenso dolor que la liquidación final de la cuesti6n con Chile produjo en los hombres en quienes el patriotismo no había sido amenguado, sino avivado. por el destierro. Las grandes tragedias nacionales, cuando comparten en el territorio patrio, se -atenúan por la comunidad en el dolor. En tierra extraña. lo que hiere al país, sobre todo en su honor, produce una amargura y una decepción indefinibles. El espíritu se aferra siempre a una esperanza. El tratado no '. debía ser aprobado. e No fueron las mujeres y los niños de las escuelas los que se sublevaron contra el laudo? ¿ El ejército del Perú, desquiciado por diez años de. dictadura, no volvería por su misión? La revolución, en estos momentos, además de su significado moral. tenía una finalidad práctica: la de impedir la ratificación del tratado. Por desgracia, la revolución no vino. La juventud universitaria correspondió a nue-tras

se


LA REALIDAD NACIONAL

23.3

etperanus. Reviviendo SUB constantes gestos de rebeldía, protest6 contra el arreglo, destruyendo lu estatuas y los retratos del dictador. La universidad tuvo que clausurarse. Aquella protesta salvé el honor del Perú. EL

o

TRATADO DE ÚMITES

CON COLOMBIA.

No sólo en la cuestión con Chile sufrimos 188 tristes consecuencias del. enfeudamiento de nuestro gobierno a los intereses de Wa11 Street y de los planes de la Casa Blanca; las sufrimos también, en forma igualmente bochornosa, en el arreglo de fronteras con Colombia. El origen de este tratado está envuelto en un misterio que sólo una seria investigación en los archivos de la secretaría presidencial, en los papeles tomados al tirano y en las legaciones de Wáshington y Bogotá, pueden esclarecer. Esperamos que la haga el presente gobierno, no sólo por espíritu de sanción, sino por los intereses de nuestra nueva política. Sabemos que el tratado se celebró directamente entre el presidente y el ministro de Colombia. Se atribuye al canciller la afirmación de que él se limité a poner su firma. y corre la versión de que cuando el presidente del consejo de ministros pidió al dictador el texto del tratado y le hizo ver los sacrificios que representaba para el Perú, éste le contesto: «En todo caso, la línea es mejor que la del protocolo Pedemonte-Mosquera.» i El jefe del Estado ignoraba que aquel protocolo nunca existio I Preaidénte del consejo de ministros durante la admi-


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víCTOR

ANDRÉS

BELAUNDE

nistración Pardo y dos veces presidente de la república, Leguía no se había enterado. en su ignorancia supina, de una de las bases de nuestra defensa en la cuestión amazónica.' Antiguo partidario de un arreglo con Colombia y convencido de que era posible hallar una fórmula que conciliara los intereses esenciales del Perú en el Putumayo, creí que la iniciación de las gestiones peruano-colombianas se debía a la posibilidad del fracaso de la conferencia de W áshington y a la necesidad de paralizar" las intrigas chilenas en esa emergencia. Grande fué mi sorpresa al saber que el tratado estaba concluído y que se fijaba como línea el Putumayo. sacrificándose los intereses peruanos en los ríos Cara-Paran á e Igara-Paraná. La información resultaba incompleta. Ignoraban mis informantes o me lo ocultaban. la más grande cesión, inverosímil verdaderamente. de la orilla derecha del Amazonas que nos privaba del dominio de la entrada del gran río. Una vez más. la realidad superaba a las más tristes conjeturas. Concluído el arreglo. el gobierno no lo sornetía a las Cámaras. iCuál no sería la monstruosidad del tratado. que aun se temía su examen' por Cámaras de validos y de siervos I No sólo este temor detuvo la aprobación del pacto. Las protestas del Brasil. justamente ofendido por una reserva colombiana sobre los territorios reconocidos al imperio por el tratado del 51. paralizaron su discusión y ratificación. Durante los años que duró el arbitraje sobre Tacna y Arica. el pacto colombiano-peruano parecía dormir. Por una


LA REALIDAD NACIONAL

23.5

coincidencia reveladora de -esas vinculaciones profundas y oscuras de las cosas, el pacto con Colombia revivió al mismo tiempo que resolvía nuestro problema del sur el inicuo laudo CooIídge. Nuestro presidente había manifestado tan ciega adhesión al gobierno americano que éste creyó que podía disponer incondicionalmente del Perú. Bastaba apoyar a su dictador y deslumbrarlo con las expectativas de la aquiescencia a futuros empréstitos. En cambio. era necesario borrar antiguos desacuerdos con Chile (lo de Baltimore no había sido olvidado); y había que restañar la herida de Panamá, sirviendo a Colombia. Desde el punto de vista político, la primera consideración explica el laudo en la cuestión chilena; y la segunda explica la mediación americana para obtener la solución de las dificultades entre Colombia y el Brasil, suscitadas por las reservas de aquel país, incorporadas al tratado por la abdicación inconcebible del Perú. En protocolo firmado en Wáshington, con la intervención del secretario de Estado, el Brasil obtuvo el retiro de la reserva colombiana. y Colombia, el retiro de las objeciones brasileras. El Perú, nuevamente sacrificado, sancionaba esta reconciliación. Los Estados Unidos podían ofrecerle a Colombia el servicio de haber removido el único obstáculo para obtener el Amazonas. El protocolo de mediación vino a revelar toda la enormidad del nuevo tratado de límites; fatalmente, tuvo que hacer referencia a que el Perú. no sólo cedía la orilla superior del Putumayo,


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yfcrOR

ANDRÉS 8ELAUNDE

aino un corredor que daba a Colombia acceeo al Amazonas, que no necesitaba. pueato ~ lo teaía ya por el mismo Putumayo, y que je.máa había seriamente pretendido. Ningún hombre público de Colombia podrá desmentir este' hecho: que au país eOetuvo sólo con una pretensi6n te6rica o máxima, de estrategia de defensa, la línea el Napo y el Amazonas; pero que nunca pensaron obtener &iDO el curso del Putumayo, como lo revela el protocolo de modus VilJendi celebrado en 1905, que fijaba provisoriamente ese límite, recibido con júbilo en Colombia y desaprobado por el gobierno del Perú. El ideal de Colombia era el arbitraje del Papa, convencida de que éste consagraría, en el mejor de los casos, el límite del modus lJiI)en&i,pues un .arbitraje de esa naturaleza supone una tl'anMCcl6n basada en los antecedentee. Apenas tuve conocimiento del tratado, escribí un estudio combatiéndolo, que envié a Lima para su publicaci6n en Mercurio Peruano y a La Reforma Social, de Nueva York. Probaba allí que «=1nuevo arreglo deetruía la obra consolidada por tres cuartos de siglo en le> que se refiere a la demarcaci6n intemacionti y de siglo y. cuarto por lo que se refiere a la poeetJi6n. Hacía ver, además, que siendo T abatinga puerto brasilero, cedido, al frente, el puesto de Leticia, el Perú perdía 8U entrada al Amazonas, quedando a merced de Colombia. El pensamiento de Requena, completado por el de Herrera, con la navee~i6n del gran río, obte.•


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nida poi" el aacrificio del triángulo ApaporisAmazonae-Yavarí, conservado celosamente por todos los gobiernos del Perú, salvado de las crisis nacionales, y aun de la catástrofe de la guerra del Pacífico. quedaba anulado por el inconcebible capricho de un tiranuelo ignorante y venal. Mercurio no pudo publicar el artículo y, cuando lo insertó La Reforma Social, la Legación de Colombia en Wáshington.irritada y violenta, envió una protesta sin argumentos ni razones en que atribuía a mi condición de desterrado mi grito de alarma. Contestóle como merecía la noble pluma de Jacinto López. El tratado era peor de lo que yo describía. Nuestras previsiones iban apenas en progresión aritmética.•.La obra de daño de Leguía iba en progresión geométrica, No sólo Leticia había sido cedida. A Colombia. no sólo se le daba el puerto que nunca necesitó ni pidió, sobre el Amazonas. sino una inmensa faja que comprendía quince puestos y la mitad de la extensión entre Leticia y la boca del Napo, como si Colombia considerase inseguros sus puestos avanzados y desease extenderse hacia Iquitos para crear cerca de la capital del Oriente peruano una posición absolutamente sólida. Por último. el tratado contenía sospechosas cláusulas sobre indemnizaciones a los propietarios damnificados. Una vez más el elemento dinero venía a reiterar la ignominia del arreglo. En el colmo de la demencia no se exigió siquiera la neutralidad perpetua o desmilitarización del territorio cedido. Nuestra esperanza de que el pacto no se per-


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yferoR ANDRÉS BElAUNDE

Ieccionara se cifró en el departamento de Loreto. Creíamos que éste se sublevaría o amenazaría, al menos, con la sublevación. Cuando el pacto fué enviado al Congreso, éste no opuso otra resistencia que la de la inercia. Consciente del horroroso crimen que significaba, vaciló entre cometerlo y deSagradar al tirano. Bajo la presión del sentimiento en Loreto, sus representantes tuvieron, al fin, que pronunciarse en contra del arreglo. La postergación era el único recurso. El negocio parecía dormir indefinidamente. El mismo gobierno de Colombia, consciente de que había obtenido del Perú concesiones que sólo podrían explicarse después del triunfo en una guerra, no se atrevía a apurar sus gestiones en el sentido de la ratificación. Mas he aquí que, a Hiles de 1927, decide el dictador tomar una súbita resolución. Llama al presidente del Congreso y le notifica que necesita la aprobación del tratado en un término breve y perentorio. En contradicción con los considerandos de sus informes que no podíart negar los hechos, las comisiones parlamentarias pidieron la aprobación del tratado; y ésta se obtuvo en una atmósfera de complicidad y de silencio. El pacto continuaba envuelto en el misterio. e Qué influencias determinaron la festinada aprobación del Congreso? Un delito no puede perpetrarse sin causa. Esta investigación se impone en la hora presente. Alguna luz pueden arrojar los factores que determinaron la intervención de los Estados Uuidos para remover el obstáculo de la oposición


LA REALIDAD

NAClONAL

23.9

braeilera. El concepto moral puede formarse en vista de ciertos hechos reveladores. l. o El interés del gobierno Coolidge de reasegurar la benevolencia del gobierno de Colombia, completando el servicio que se le hizo en el protocolo de mediación brasilero-peruanocolombiano de 1925. 2. o El vivísimo interés del gobierno del Perú en obtener el soñado empréstito de cien millones de dólares, empréstito para el cual, como es sabido, no sólo era necesario el apoyo de los bancos, sino el vistobueno de la secretaría de Estado. (A mérito de la circular de Hughes del año 1921, los bancos fueron invitados a poner en conocimiento de la secretaría de Estado los empréstitos extranjeros. Todos saben que semejante notificación no es puramente informativa y que no hay banco que se atreva a lanzar un empréstito mediando la menor indicación, reserva u objeción de la secretaria de Estado.) A la consideración de estos hechos se agrega una sugestiva simultaneidad. La aprobación del tratado coincidió con el lanzamiento del empréstito. En ello pensaba cuando se recibió en los círculos financieros franceses la noticia de que el Perú iba a pagar el empréstito llamado de la sal, de doce millones de soles, con el producto de un empréstito americano. De acuerdo con esa " información, el empréstito estaba vinculado a la concesión del Amazonas a Colombia. Los financistas tienen el privilegio de descubrir los más Íntimos secretos. Después de obtener esta información, que


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vfcroa

ANDRts BELAUNDE

confirmaba mis .sospechas,· me. dirigía ,a MWni,. vía Habana. Convereando con UI1 eminenteee-; lombiano que se encontraba allí, recibí esta. dé.',' claraci6n: «Gran cosa es que se haya arreglAdo nuestra cuestión de fronteras; ¡pero es lástima que ello no haya sido obra exclusiva de la ini· dativa de los dos pueblos y que haya tenido que mediar la influencia de 108 Estados Unidos In Estamos hoy en el deber de averiguar toda la verdad sobre estas materias. para confirmar o desechar las vehementes presunciones que hemas expuesto. El punto entraña un supremo interés para 108 Estados Unidos y los pueblos hispanoamericanos de un modo general. Al tratarse de los empréstitos en el lnstitute of Public A/tairs de la universidad de Virginia. Nce notar que. por lo que R refiere a Hispana. américa, ellos no eran simples operaciones financieras de juego normal del crédito. que envolvían a veces carácter político por 108 objetivos y, sobre todo, por las garantías; que Hispanoamérica necesitaba el crédito normal. el que se basa en las simples seguridades de la estructura econémica del país; y que ofrecían un serio peligro para nuestra soberanía, y para las buenas relaciones de los Estados Unidos. los empréstitos concedidos artificialmente por causas políticas y garantizados con medidas' extraordinarias. Me referí a las coincidencias delatoras a que he aludido entre el gran empréstito peruano y el tratado con Colombia. Jacinto López recogió con su valentía reconocida el mismo tema en un


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LA REALIDAD NACIONAL

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artículo publicado en el Gráfico, de Nueva York, que nadie había podido contestar. Hasta ahora nada ha rectificado nuestra opinión de que la dictadura, en el tratado con Colombia, tuvo en mira servir una vez más los planes de W áshington y siguió sus indicaciones. Hemos destacado estos detalles en la gestión internacional de Leguía porque lo colocan en una situación única en la historia diplomática. de las tiranías. El caso que más se le acerca sería el de Melgarejo, por las cesiones hechas a Chile en el tratado del 66 y al Brasil en el tratado del 67. Pero hay que decir que si este último violaba los derechos que a España le confirió el tratado de San Ildefonso y era oneroso para el Perú, en cierto modo favorecía a Bolivia, a quien implícitamente el Brasil reconocía el derecho a los territorios entre el Beni y las nacientes del Yavarí. El mismo tratado del 66 no aparece vinculado a móviles de carácter económico. Chile halagó la inmensa vanidad del monstruo y obtuvo de -su inconsciencia e ignorancia la famosa coparticipación en los productos de la zona entre los grados 24 y 23 de latitud. Los agentes de Colombia procedieron del mismo modo con Leguía. Pero en el perfeccionamiento del pacto peruano-colombiano parece no haber mediado solamente criminal condescendencia o necia vanidad agradecida. Hemos indicado ya los turbios intereses y protervos planes que se agitaban en el alma del tirano. Observaba un espíritu profundo en materias internacionales que los arreglos o tratados hechos 16


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vfCTOR ANDRfs BELAUNDE

por las dictaduras. por más generOS08qué fueran. y precisamente por serlo en demasfa, no

crean.

como los pactos libremente consentidoey !abOriosamente gestionados. una verdaderaatmósfeta de fraternidad entre los pueblos. Las concesiones de Melgarejo no crearon la fraternidad bolivianochilena, Al contrario. precipitaron la tragedia del 79. La inconcebible generosidad de Leguía con Colombia no nos ha, traído ni el afecto ni la amistad de ese país. La entrega del Amazonas ha llevado un sello de crimen. Colombia lo ha recibido sin intenso júbilo y sin gratitud. Yes que el gobierno que arranca una concesión de un dictador tiene la conciencia de que está cometiendo un delito y «no perdona el que ofende». Y. el pueblo que es víctima de la mutilación que le ha impuesto la dictadura no puede olvidaÑa.

LA

CUESTIÓN DE NICARAGUA.

La tercera manifestacién del enfeudamiento de la política de Leguía a loe Estados Unidos ha sido la actitud asumida por el Perú en el asunto con Nicaragua. Recordemos con inmensa tristeza este negro capítulo de la historia reciente. En la vida del Perú no se destaca la gloria obtenida por Colombia o por el Plata al crear las dos corrientes libertadoras. En conflictos con Colombia. con Chile y aun con Bolivia sufrimos derrotas; pero, en compensación al éxito militar. teníamos una historia digna. El Perú había manifestado desde la independencia que correspon-


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díamos a los antecedentes de nuestra posicion directiva en el continente, por la clara conciencia; de los derechos y de la solidaridad hispanoamericanos. Este sentimiento continental nos hizo los herederos y los continuadores del ideal bolivariano. Tres Congresos reunidos en Lima trataron de revivir, en una u otra forma, la solidaridad soñada por el Libertador. Y en perfecta conformidad con esa orientación, no hubo atentado peligro para la independencia de uno de los países hermanos que no encontrara en nosotros un eco inmediato o una respuesta generosa. La invasión filibustera de Walker en Centro América y la tentativa de anexión de Santo Domingo a España motivaron nuestra protesta. México, invadido por Napoleón, recibió nuestros homenajes y nuestros alientos. El primer país que declaró la beligerancia de Cuba, en la guerra de los diez años, fué el Perú. Y cuando el Brasil, la Argentina y el Uruguay continuaban la guerra contra el Paraguay, el Perú, sin tener en consideración las consecuencias del resentimiento brasilero en el Amazonas y la vieja y tradicional vinculación con la Argentina, no vaciló en formular en su propuesta los principios que salvaban la existencia y la integridad territorial del Paraguay. En nuestras disputas territoriales, teniendo derecho indiscutible' y en algunos casos, además, la posesión, nunca pretendimos imponer o exigir su respeto, sino mediante el recurso humano del arbitraje. Puede decirse que aquella tradición encamaba nuestra fisonomía moral. Ella ha sido destruída ignominiosamente por

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Leguía. Cuando los marinos americenoe volvie: ron a ocupar Nicaragua, la política de Legula no fué siquiera la del silencio o la del apoyo detrás de bastidores. Con cinismo incomparable, el dictador impartió sus instrucciones a sus delegad6s en la Conferencia de la Habana, que se tradujeron al fin en el discurso que pronunció Denegri, secretario privado del tirano, inj,Jriando a los pueblos centroamericanos, ante el asombro y vergüenza de la Asamblea. No se limitó a esto el dictador: en el colmo del servilismo y de la mengua. hizo personalmente las declaraciones que cohonestaban el imperialismo yanqui, al que calificó de paternal y necesario, y ordenó a su embajador en W áshington que hiciera una visita especial para manifestar la simpatía del Perú en su política centroamericana. Había otros gobiernos dictatoriales en Amé. rica. cuya subsistencia podía depender det apoyo político o económico de Wáshington. Pero esos dictadores tenían lo que podía llamarse dignidad animal. Sintieron la solidaridad biol6gica, si no espiritual, con 108 otros países de América y su actitud fué de silencio. El úniro que lo rompió, para oprobio' del continente. fué el tirano del Perú.


La gesti6n ecenemíca de la tirania La gesti6n económica de la dictadura fué criticada por muchos de mis compañeros de destierro. principalmente en las patrióticas campañas del periódico La República, dirigida por Felipe Barreda y Laos. Hoy, la libertad de imprenta ha puesto al descubierto los peculados, derroches y robos del régimen. Las denuncias hechas por la constante crítica de los desterrados resulta pálida ante los hechos. Está formada ya la . conciencia pública acerca de lo que llamábamos. desde 1921, la saturnal financiera. El Perú, con la duplicación de sus rentas, pudo haber cruzado su territorio de carreteras y ferrocarriles, saneado sus principales poblaciones y erigido escuelas. El valor de las pocas obras llevadas a cabo no representa ni el diez por ciento de lo que se ha invertido en ellas. Los centenarios se celebraron con un fausto bizantino y en triste contraste con la miseria de nuestro pueblo. En generosidad inverosímil, se obsequiaban palacios para las Legaciones extranjeras con el objeto de dar a los antiguos propietarios precios altísi-


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vieron

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mas. No bastó la duplicación 'de la renta; se incrementó la deuda interna, agotando el .crédito nacional. Para hacer frente a los gastos que se acrecentaban en progresión acelerada, se elevaren los impuestos, en forma tal, que se llegó al límite de la capacidad tributaria del Perú, cerrándose, para cualquiera emergencia nacional, el recurso _ de un aumento en los impuestos. Un estudio de la gestión financiera de la dictadura en estos últimos diez años, semejante al que del primer período de Leguía hizo el mensaje de 8illinghurst, de 1913, revelaría que los gastos nacionales se triplicaron sin provecho alguno para el país, en aumentos de sueldo y en un inútil desarrollo de la burocracia. Las críticas de aquel mensaje, enormemente agravadas, podrían repetirse ahora. Leguía, en su segundo período, continuó su obra de desquiciamiento de la Hacienda pública. Por último, se tocó a las puertas del crédito extranjero con los planes y el espíritu que hemos descrito. En el transcurso de dos años y medio, recibió el Perú cien millones de dólares. Al término de este plazo, el Estado estaba en quiebra. Se incorporó a los gastos nacionales el oprobioeo dinero que se recibió de Chile. Nada podía satisfacer la voracidad de la c1eptocracia gubernativa. Quedaba, por. fin, la moneda y, contra ella, se dió el último zarpazo: se comenzó la exportación de oro; nuestro encaje quedó reducido a la mitad del que existía al comenzar el régimen de Leguía. Si la revolución se hubiera demorado algunos meses, el papel


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moneda habría sido inevitable. En su ansia de dinero que necesitaba. no sólo para los servicios del Estado. cuyos pagos estaban atrasados. sino para satisfacer 105 apetitos de familiares y a láteres, que parecía exacerbarse con la fatalagonía del régimen; el gobierno. en el colmo de la demencia y del crimen. pensó entregar definitivamente las reservas petroleras del Perú a una Compañía extranjera. Con el objeto de obtener el más alto precio en esta venta en el mercado de Nueva York. o para el caso que allí fracasara. acogió el proyecto de dos aventureros de la finanza internacional. que le proponían la constitución de una Compañía monopolizadora del refinamiento del petróleo y otra de la explotación. ofreciéndole en compensación un nueva empréstito que le salvara de la bancarrota. La dictadura había mancillado el honor nacional. violado la integridad de su territorio. destruído sus instituciones e hipotecado sus rentas y quería ahora vender a vil precio sus recursos económicos. El régimen estaba liquidando la nacionalidad. Días antes de la revolución. tuvimos en nuestras manos el documento de este negociado junto con el de las participaciones que se daban a los parientes y criados del régimen. Aquel incalificable proyecto motivó la vibrante carta dirigida por nuestro compañero de destierro don José Carlos Bernales a los periódicos de París y que debió publicarse precisamente en los días en que estallaba la revolución.


La tiranfa de Le~uía en la historia de América Ha llegado el momento de situar el caso de Leguía en la historia y. evolución política de América. Ese perfilamiento se impone porque nada sería más contrario a la justicia que agregar, simplemente, el nombre de Leguía a la triste lista de los tiranos de América. Carlos Arturo Torres, con 8U admirable talento sintético,ensayó esta clasificación de las tiranías de nuestra Amé~ rica: «al Dictaduras conservadoras y tradicioflfllistas del tipo de Portales y García Moreno. »b) Regímenes de draconianismo militar y de violencia; o sea despotismo puro, como el de Santana, Carrera, Melgarejo, Rozas y Franda. »c] Ré5Pmende despotismo econémico, como el de Porfirio Díaz. II A pesar de su carácter autoritario, salen de estos marcos, formando clases distintas el doctrinarismo radical de Juárez y de Morillo o los regímenes conservadores, constructivos, como los de Castilla y Páez. El primero representa la


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autoridad 'puesta al servicio de la reforma; los segundos, la misma autoridad puesta al servicio de la cohesión nacional y del orden. Hay que aplicar una tabla de valores distinta al autoritarismo teocrático o tradicionalista, al nacionalista o conservador y al doctrinario o radical. Estos tres regímenes, a pesar de sus excesos, servían sinceramente la idea religiosa, la idea nacional y la libertad. Tienen de común una norma ideológica: sinceridad y honradez. El dictador identifica su persona con su ideal y con su patria y defiende celosamente la dignidad, el territorio y el patrimonio de ésta. En una forma o en otra, su obra deja huella favorable en la formación nacional. Claro está que es más simpático y más humano el régimen simplemente nacionalista y conservador de Castilla y de Páez por ser extraño al sectarismo religioso del primer tipo y al sectarismo radical del segundo. Lo que caracteriza a los gobiernos de draconianisrno militar es la ausencia de un ideal. El despotismo no es un medio para una finalidad superior, sino es un fin en sí mismo. La persona del déspota lo es todo. Este régimen político es a manera de vuelta a la humanidad prirnitiva i se diría que está cerca de la animalidad. El es' el resabio del individualismo tribial de los iberos. A pesar de su falta de toda norma e ideal, los regímenes de esta clase. de un modo general. mantuvieron la dignidad y la integridad territorial; y a veces, como en el caso de Rozas, consolidaron) inconscientemente la unidad nacional.


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El déspota militar. co~ el dictador doctrinario. confundía la patria con 8U persona. Así ae--expJica el nacionalismo de Francia. la arrogancia de Ro.zas. frente a Ía intervención europea. la misma actitud de Castro ante el bloqueo de las- costas venezolanas por la escuadra alemana. Inescrupulosos en el manejo de la ,Hacienda pública, supieron defenderla. sin embargo. ante los zarpazos del capital extranjero. A mediados del siglo XIX Y dentro de la corriente de desarrollo económico e industrial del mundo, el despotismo en América se colora con ideales' de orden práctico. Sincero o insincero, el ideal de prosperidad material caracteriza aquellos regímenes. Tan crueles y arbitrarios a veces. como los representantes del simple despotismo militar, los dictadores económicos confunden. como los militares. la nacionalidad con su persona. Tratan de rodearse de las más altas capacidades y de seguir, en un momento dado, una política francamente nacionalista. Porfirio' Díaz, que es la mejor encamación de ese tipo, fuf consecuente con su ideal de progreso material y con su programa nacionalista. Precipitó su caída su proyecto de nacionalizar 108 ferrocarriles y el petróleo mejicanos. El cuadro que acabamos de presentar prueba que. a pesar de la comunidad del nombre con que se les designa y del factor arbitrariedad que les es común, hay diferencias muy apreciables entre las diversas clases de. absolutismo que hemos estudiado. Por encima de esas diferencias. destácase un rasgo común. Lo que llamaría


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Bolívar, en su lenguaje pintoresco. la tiranía activa y dominante y podríamos llamar nosotros la tiranía autónoma. El tirano. el Supremo, como se le llamaba a Francia, se confunde con la nacionalidad y encarna su soberanía y. en cierto modo. ho~or. Este rasgo se destaca aún en aquellos tiranos que aparecen en la época profundamente desquiciadora de bienestar o progreso económico. Hay otro rasgo común entre todos los tiranos: su instinto para apreciar y utilizar a las capacidades. Rehuyen los tipos de integridad moral, pero buscan al menos la inteligencia. Díaz se rodeó de los científicos; los hombres más inteligentes han servido con Castro o con Gómez (esto puede recordarse en honor de Gómez y de Castro, pero en desdoro de los intelectuales que los rodearon). Leguía presenta un tipo nuevo en la tiranía de América. Aunque ha simulado espíritu tradicionalista y ha hecho la caricatura de Carcía Moreno. su adhesión a la Iglesia era una repugnante comedia. No puede ponérsele tampoco al lado de los déspotas de draconianismo militar. Tuvo de éstos la crueldad y el rigor. que no llegó a todos los extremos a que pudo llegar por el sometimiento del país, debido al bienestar económico y a la ilusión internacional; mas careció en lo absoluto de aquella recia hombría. de aquella desagradable. pero vigorosa, masculinidad del déspota de las pampas o de los Andes. Y, sobre todo. no tuvo ni por asomos su patriotismo instintivo o biológico. Tampoco puede

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ponérsele ál lado de 108 déspotas económicos que sintieron y trabajaron por el ideal de prosperidad nacional. En Leguía, el espíritu de empresa no estaba destinado a fines constructivos; era la mera fachada de inverosímiles combinaciones de lucro personal. Además, el déspota económico busca al experto y al hombre inteligente para SlU obra de progreso material y Leguía vivió rodeado de mediocres, de ineptos y cretinos. Lo que caracteriza el tipo nuevo es la ausencia de vinculación biológica o sentimental entre la naci6n y el tirano. Yeso determina que la naci6n quede subordinada a un medio, ni siquiera para finalidades de afirmación personal, sino para finalidades utilitarias. El poder es un fin en sí mismo para los otros déspotas; es para el nuevo tipo un simple medio de enriquecimiento: un negocio. Todas las tiranías han sido autónomas, dominantes, según la frase citada de Bolívar. Esta tiranía buscaba necesariamente la dependencia extranjera, la esclavitud exterior; es heteromana. La esclavitud de la pasi6n del poder es muy distinta de la triste esclavitud de la pasión por la riqueza. Este nuevo tipo de tirano surge en momentos de imperialismo económico y gira, no alrededor de la acción romántica, para crear y consolidar la nacionalidad. sino se entrega como instrumento al imperialismo extranjero. Es un fenómeno profundamente grave; un síntoma pavoroso de decadencia. Los países americanos no revelaron capacidad para un régimen de libertad o un régimen de orden; pero al


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crear 9010s su independencia y soberanía, las energÍas nacionales se concentran en mantenerla. Todo era posible en América, infinitos matices de despotismo, contradictorias formas de anarquía, menos un régimen de abdicación de la nacionalidad. Pero en los últimos tiempos aparece, como una enfermedad del Caribe, y como una especie de degeneración del mismo despotismo, el tipo del régimen instrumento del imperialismo extranjero. Ese tipo, por circunstancias fatales que hemos tratado de explicar, se extiende en el Perú. No sólo la restauración nacion~1 peruana, sino la salud del continente, exigía la extirpación del fenómeno, y 8U sanción definitiva para que no vuelva a aparecer. En realidad, la obra, el espíritu de. Leguía era la destrucción de la independencia. Él ha encarnado el antiBolívar. Se ha realizado la profecía de Piérola: (Si este hombre continúa en el poder, el Perú no celebrará su independencia». Y así ha sido, en efecto. No la celebramos con las macabras fiestas del 21 y del 24, coronadas por la mutilación territorial, la venta de Arica y la esclavitud ante el imperialismo yanqui.


La duracién de la tirania y .el esfuerse revelucíenaríe Para muchos peruanos y. sobre todo para el observador extranjero. la duración de un régiJll,en monstruoso como el de Leguía era un misterio. Este se aclara si se recuerdan los antecedentes y los factores que han pbrado para mantenerlo. La crisis moral de la clase dirigente. su falta de cohesión y espíritu de sacrificio, explican el nacimiento del régimen. La continuación de esa crisis, acentuado el desconcierto por el egoísmo individual. ha determinado su mantenimiento. Las clases poseedoras ofrecieron al régimen una resistencia pasiva que fué desapareciendo por sectores. siendo su actitud al final, triste es decirlo. casi de tácita aceptación. Fracasaron inexplicablemente las tentativas para formar una alianza de todos los elementos de orden o aun para obtener. en la obra restauradora, el .apoyo económico de los que podían prestarlo; El régimen de Leguía no tuvo al frente en realidad sino a un grupo de políticos románticos. Sus


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nombres no necesitan ser escritos aquí: deben hallarse grabados en el Perú. Inclinémonos emocionados, en estos instantes de patriótico júbilo, ante la memoria de los compañeros desaparecidos: Durand, Alcázar, Caballero, lrujo, Carlos Villarán, Seguín, Benel y los montoneros de Jaén y Chota, cobardemente fusilados. Vuestra sangre no ha sido estéril. iLa revolución del 23 de agosto ha recogido vuestro mensaje I Saludemos con exaltación fraternal a los presos de San Lorenzo y T aquila, a los grupos de desterrados de Guayaquil, La Paz, Buenos Aires, Panamá, Nueva York y París. A la tristeza del exilio, se sumó la de vuestra dispersión a la que os obligó la lucha por la vida. j El Perú tiene que recordar en estos instantes que, restando tiempo a vuestra ímproba tarea para ganaros el pan, denunciasteis los crímenes de la tiranía, defendisteis al Perú en sus cuestiones de frontera y enaltecisteis por vuestro trabajo y vuestra cultura el nombre de la patria en tierras lejanas l La campaña principista encabezada por la universidad tuvo eco en la revolución de Loreto, cuyo éxito le habría ahorrado al Perú la vergüenza de un centenario en pleno régimen dictatorial. A pesar del valor desplegado por los militares que la encabezaron y por civiles del temple de [rujo, Reátegui y Láinez Lazada. la revolución fracasó. Las fiestas del primer centenario, hábilmente explotado por el gobierno, absorbieron la atención nacional. Un año después surge de nuevo el espíritu de resistencia y de rebeldía.


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Esta vez es la capital de la sierra peruana: el Cuzco. En este movimiento, de trac&ión demócrata por la figuración de la valiente y pura personalidad de Samanez Ocampo, destácaae ya Sánchez Cerro. el hombre que había de derrocar la tiranía. Tampoco tuvo éxito el movimiento del Cuzco. En esta vez el factor que 10 desvío fué el proceso arbitral, sobre el que la prensa gubernativa hizo concebir las más infundadas ilusiones. Un año después, el espíritu de resistencia revé· lase nuevamente en Lima y su centro vuelve a ser la universidad. con motivo de la política religiosa del gobierno. En el transcurso de su primer período, Leguía encontró, a pesar de la duplicación de la riqueza pública y de los problemas internacionales, protesta y resistencia: dos movimientos de opinión pública y dos revoluciones. El fracaso de éstas no se debe solamente a los factores económicos e internacionales a que hemos aludido, sino a la falta de unidad y concierto en la oposición. El régimen parecía consoliderse. Apareció entonces lo que todos esperaban: la enmienda constitucional para hacer posible la reeleccién. Lástima grande fué que cuando se presentó por vez primera no suscitara en la conciencia del país una protesta inmediata. En el proceso de la ratificación se levantó la palabra autorizada de ViIlarán. Profunda repercusión tuvieron en la opinión pública 8US notables manifiestos. La actitud del rector de la universidad no recibió apoyo efectivo de los elementos económicos. No


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podía tener mayor éxito tampoco la tentativa de resistencia deí señor Larco Herrera al enfrentar su candidatura a la del presidente en ejercicio. El gobierno triunfó fácilmente de estos ataques intermitentes y esporádicos. Y Leguía aprovechó las fiestas del centenario de Ayacucho para inaugurar el segundo período con fausto y derroche. Favoreci61etambién la demora en la solución del problema del Pacífico. La oposición, esta vez, encarnada en las enérgicas personalidades del coronel Alcázar y del doctor Osores, hizo un esfuerzo supremo para impedir la continuaci6n de la dictadura y la consolidaci6n de la nefasta enmienda constitucional. Aquella tentativa concluy6 con el asesinato del coronel Alcázar y con la prisión indefinida del doctor Osores. La conciencia nacional parecía adormecida. Las fiestas del centenario de J 924 envolvían al país en una ola de ilusión y de embriaguez. No tardó el desenlace de este banquete de Baltasar. En marzo del año 25 se dió el laudo americano. Monstruoso e injusto, era, sin embargo, la consecuencia lógica de la carrera de estupidez y crimen que seguía la dictadura. Leguía debió caer. Su castigo, descubiertas las consecuencias de su crimen, habría redimido al Perú de la vergüenza de haberlo soportado cinco años. Todas las informaciones coinciden en que el formidable movimiento popular que desató el laudo pudo concluir, mediando un poco más de decisión en la clase dirigente. con el fin instantáneo de la tiranía, coronada por un acto de justicia popular. 17


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Si la torpe gestión de Leguía había producido el laudo, todo hacía prever, como lo han confirmado los hechos, que la continuación de la tiranía tenía que concluir en su desastrosa aplicación. Hay un .curioso paralelismo entre los dos períodos de Leguía: el primero se afirma por las fiestas del centenario del 21 y luego se protege por el proceso arbitral, y el segundo se consolida por el centenario de Ayacucho y se escuda con la movilización patriótica del proceso plebiscitario. Hemos recordado las sucesivas fases de éste al referirnos especialmente al problema internacional. A pesar del rumbo inesperado que tomaron los acontecimientos, del cambio radical producido por la misión Pershing y por el informe Lassister. la dictadura nos llevó a un desastre peor que el del laudo, En efecto, la voluntaria cesión de Arica por el precio de seis millones de dólares era un hecho más doloroso e ignominioso para el Perú que el propio laudo. El tratado, por desgracia, no produjo la tempestad de protesta y la fulminación del régimen. como era de esperarse. No en vano habían transcurrido cinco años y el país se había ido habituando a la tiranía. Extinguida la ilusión que "había mantenido al régimen por el engaño de largos sectores de opinión pública, se aproximaba Leguía al fin de su segundo período. Los periodistas serviles que sostuvieron la reelección por una sola vez, como medida transitoria e indispensable para la continuidad de un mentido programa económico y de la política internacio-


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nal, se encargaron de elaborar, en cínica contradicción, una nueva doctrina para cohonestar la reelección indefinida. Ésta aparecía como el premio macabro a los desastres internacionales del Perú.· El país parecía definitivamente perdido, definitivamente esclavizado. La primera reelección de Leguía podía atribuirse a la desviación colectiva producida por las expectativas que se cifraban en el arbitraje americano; la segunda, tenía lugar después de la ominosa liquidación de nuestras fronteras en el Sur y en el Norte. Algunos elementos de las clases poseedoras. de la banca y de la industria significaron, en banquete monstruo, por su número y más por la finalidad. su bochornosa aceptación previa de las negociaciones con Chile, haciendo posibles no sólo el arreglo definitivo, sino la continuación de la dictadura, A pesar' de esto, el re gimen no se habría mantenido, porque la opinión desinteresada se había ya formado. si en el preciso momento Leguía no hubiera obtenido, en compensación a los inicuos arreglos de fronteras, el objetivo que venía persiguiendo desde la inauguración de su gobierno: el gran empréstito de cien millones. La gran desilusión del país era compensada por una inyección de oro. Creyeron probablemente, los prestamistas y aun el gobierno que le puso el vistobueno al empréstito, que aquel caudal, prudentemente administrado. podría conservar indefinidamente un régimen que les era adicto. Pero la dictadura derrochó en menos de dos años y medio el ingente empréstito. El régimen,


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QUehacía ya dos años venía desafiando la opinión pública. tema que' hacer frente hoya la más pavorósa crisis financiera. Se puede gobernar con opinión. sin dinero; o eón dinero, sin opinión, pero no se puede desafiar la opinión pública y la pobreza al mismo tiempo. El régimen estaba destinado a caer. No lo pensaban así, sin embargo, los que por debilidad. o por interés. se habían ido adaptando a la dictadura. Creían que Leguía tenía recursos inagotables; se imaginaban que. después de 108 arbitrajes y de consumido el empréstito", quedaba la enajenación del petróleo Y. por último, el papel moneda como lo había aconsejado Cornejo. Esta vez se equivocó el sentido egoísta. La justicia se venga en la visión de las cosas, Los que. arriesgándolo todo. desafiando la pobreza y el ostracismo. conscientes de la laras duración de' un régimen de fuerza apoyado por el oro extranjero. cumplieron su deber de enfrentarse a la tiranía. recibieron como justo premio la fe en el triunfo final de la causa' que defendían. Tras de larga espera. la realidad correspondi6 a 8U fe. Y era diErcil mantenerla cuando el país parecía resignarse a todo. El número de 108 que ee resistían a la dictadura. de los que mantenían su viril' condena. í.base reduciendo cada día. A la soledad del destierro se iba sumando aquella soledad más dolorosa. al ver que se hacían más raras las filas y más eecasas las voces de protesta. Leguía parecía dominar sobre todo: instituciones. prestigios, partidos. individualidadee. La iglesia se convirtió en su


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instrumento; la fortuna se le adaptó o se le sometió; la universidad. excepción de dos o tres personalidades. aceptó el estatuto. Sólo se erguía. gallarda y tenaz. la protesta de la juventud universitaria. Cada cierto tiempo llegaba la noticia de alguna nueva debilidad o de alguna nueva claudicación. Sin embargo. no perdimos la esperanza. Repetíamos y escribíamos: El único derecho imprescriptible es el derecho a la esperanza. Recordábamos. para alentarnos. las palabras de Mármol: «Somos pocos, decía el poeta de Amalía; pero en nosotros encarna el alma nacional» y en los momentos de mayor pesimismo, encontrábamos providencialmente en nuestros estudios de historia de América alguna cita reconfortante. Describe Groussac. en su ensayo sobre Alberdi, el período final de la dictadura de Rozas. El gaucho terrible también había dominado sobre todo y sobre todos. Y aunque bien sabíamos la diferencia entre Rozas y Leguía. la situación argentina nos explicaba la situación peruana. e Había muerto el espíritu revolucionario en el Perú? e El país nunca podría recuperar la conciencia de sí mismo? Cuando la dictadura llegara a su término fatal. por la enfermedad o la muerte del dictador, ¿ vendría la descomposición del país en forma de separatismo o de lucha de clases? La historia. sobre todo la de América, nos demuestra los terribles efectos del régimen personal. Cae la dictadura y a la tragedia de la esclavitud, suceden los horrores de la anarquía y del caos. Benjamín Constant decía con gran


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justicia que los dictadores son responsables. no sólo de los males que causan directamente, sino de los que vienen después que ellos han desaparecido. Si realmente el alma del Perú había muerto. ¿ cuál sería la situación del país al desaparecer la tiranía? De todas las penas del destierro, la más punzante, la más amarga era ~ésta. porque todo sufrimiento puede soportarse cuando luce al final. aunque remota. una esperanza. iAh, si después del ostracismo, amargado con las humillaciones nacionales, el final era la desintegración o la muerte definitiva· del Perú I Todos los cálculos positivos parecían conducir a esta pavorosa conclusión. Decían unos: «Leguía se quedará hasta que muera, como Francia, o hasta que quiera irse, como Guzmán Blanco.» Otros agregaban: «Si Leguía cae, tendremos el caos.» Leguía ha destruído, no solamente los marcos nacionales, sino ha desmoralizado profundamente al país. Todos repetían la vieja frase: «El Perú no tiene remedio.» Sin embargo, pensábamos que el país no era el grupo de egoístas atentos a sus intereses, ni la turba de validos y de pretendientes; que a veces hay como caídas o eclipses en el alma colectiva, sufridos por todos los pueblos; y que la inmensa mayoría, gente modesta y trabajadora, era extraña por completo a la orgía financiera. Engañada por el sincero y hondo deseo de recuperar las provincias peruanas. anhelosa de orden para trabajar en paz, repitiendo por instinto la célebre frase de Grethe: «Prefiero una injusticia al desorden), desconfiaba tal vez de la propa-


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ganda de los antiguos políticos, sin autoridad, sin cohesión. sin programa efectivo y sin decisiones heroicas. Esa enorme masa, inerte si se quiere. pero honrada. incontaminada, <' no podía reaccionar? (La liquidación del régimen vendría como una muerte, por putrefacción y no por la reacción de un organismo que opone sus reservas de salud a la infección que lo invade? <' Caería el régimen de Leguía únicamente por tener las arcas vacías y por el descontento de la insolvencia y de la miseria? Una reacción de orden espiritual, con un programa, con una idea, con un sentido optimista y afirmativo. parecía un milagro; y el milagro se realizó. El proceso de la revolución que ha derrocado al régimen ha destruído con sus brillantes caracteres aquellas negras predicciones. El régimen no ha caído, como se preveía. dejando consolidada una dictadura de amigos que lo continuara. El país no ha sucumbido frente a una revolución separatista o frente a la comuna ciega y loca. La revolución estalla por destino providencial en el pueblo a que ha llamado con justicia Basadre «el caudillo colectivo del Perú)). La encarna el ejército. que Leguía desarmó y desquició. como para restaurar en un instante sus perdidos prestigios. La dirige un hombre joven que no tiene -ese pensamiento por el interesado soplo de la oportunidad o de la ocasión. sino que lo llevaba en sí mismo hacía diez años. que había luchado. derramado su sangre por él y. por último, que supo conservarlo como una orientación fija, como un mandato del destino en medio de todas las circunstancias. Su


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programa breve y fuerte expres6 loe ~108 nacionales. La revolución se desarrolla con ,la rapidez de un relá~o, sin vacilacione. ni transacciones. Moderna en sus ideas, es moderna en sus procedimientos. No espera los medios lentos de transporte ni confía en la fuerza numérica. Le bastan la decisión y el prestigio de su jefe. El Sur, donde la opinión y el espíritu público estaban formados hacía tiempo, se levanta como un solo hombre. Ante la realidad de la revolución. el tirano se conduce como se había previsto y anunciado: toma la fuga dejando el poder en manos que él creía podían defender" sus intereses y los del régimen. La lucha civil parecía inevitable. Lo hubiera sido. si en el Centro y en el Norte del Perú hubiera muerto el espíritu revolucionario y hubieran quedado s610 cuadros burocráticos o interesés económicos que defender. La lucha se evitó porque el espíritu público se desperté en la capital en armonía con el impulso revolucionario del Sur. El gobierno dejado por Leguía habría sido el gobierno definitivo del Perú en caso de una revolución sin espíritu. Frente a éste no representé sino tma sombra que pasa por la escena. La coincidencia del sentimiento popular dirigido por la juventud en la capital y el espíritu de rebelión en el Sur da su verdadera fisonomía al movimiento revolucionario. El país' todo recuperó la conciencia de sí mismo. Los estados de alma colectivos necesitan la, chispa que incendie y el gesto que dirija. Si al jefe del movimiento revolucionario en el Sur le hubiese faltado calor y rumbo, el


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estado de protesta popular de Lima habría fracasado ante los que tenían la fuerza; pero Sánchez Cerro no vaciló, rri.transigió. Su ultimátum a la Junta de Lima, su orden de regreso del Grau, su viaje en aeroplano, son los gestos simbólicos de la revolución. La unidad nacional estaba salvada, descartado todo peligro de separatismo, el orden afirmado también, alejado todo principio de anarquía, el sentimiento popular orientado hacia la restauración de las libertades públicas, no podía ser desviado hacia el crimen y el caos de la comuna. No han sido las simples causas económicas las que han echado abajo al régimen. No podrá negarse que en la evolución política son ellas factores de primera importancia, no sólo en la preparación' de la caída de los gobiernos, sino en la ocasión de ella. Pero nunca la miseria o el caos económico se traducen en movimientos orgánicos y orientados. Rumbo, constancia, organización son siempre obra del espíritu. Cualquier observador imparcial de la primera fase de la revolución peruana, tendrá que convenir que ésta ha tenido una visión clara respecto de la unidad nacional y de la necesidad de liquidar, en forma implacable y justa, los crímenes de la tiranía. Si el Perú se ha salvado por el vigoroso despertar de la conciencia pública, encamada en el caudillo de la revolución, de las tres pavorosas posibilidades: separatismo, anarquía militar y comunismo que se cernían a la caída de Leguía, gravitan sobre el país humillado y exangüe gra-


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vísimos problemas de orden internacional, político, social, financiero y pedagógico que es necesario resolver. Tocios los hombres de pensamiento tienen hoy el deber de discutir esos problemas y ofrecer, con absoluta independencia y libertad, el fruto de sus meditaciones. Concluyamos pues este libro. en que hemos presentado frente al pensamiento del marxismo las soluciones del realismo reformista con el planteamiento descarnado y sincero de las cuestiones que deja abierta la liquidaci6n de la dictadura.


La ~ran necesidad

del mernente

Necio sería ocultar al país la gravedad de la crisis que nos deja la tiranía. Es la más seria de las que ha tenido el Perú. Después de la independencia. confrontábamos el grave problema de la creación de nuevas instituciones. el paso violento de un régimen a otro; pero teníamos el impulso idealista, la noble fiebre revolucionaria y, a pesar de lo que se ha dicho injustamente respecto de los políticos del Perú, había en sus filas hombres de fe. de austeridad republicana y de absoluta honradez. En esa atmósfera se nutrió el soldado genial que, tras los desastres de Portete y de Ingavi y la anarquía militar consecuente, debía echar las bases de la organización nacional. Después de la guerra con Chile, el Perú. mutilado, empobrecido, exhausto por cuatro años de resistencia. perdida su fuente principal de riqueza, desaparecido su prestigio exterior. obligado a entregar sus ferrocarriles a sus acreedores extranjeros. parecía incapaz de restablecimiento. Pero teníamos. como en la época de la independencia, el capital moral


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creado' por el heroísmo y el sacrificio; y las fuerzas éticas tienen raíces más hondas cuando están acendradas por el infortunio que cuando son nimbadas por la gloria. Del dolor de la derrota podía surgir nuevo ideal. El espíritu 'del Perú no había muerto; a su hora el hombre de la resistencia de Lima sentaría 106 fundamentos del renacimiento peruano. COn la dictadura de Leguía, el Perú atraviesa la tercera crisis de su historia. En trágico contraste con la artificiosa y efímera prosperidad material. el país marchaba al abismo. El Perú del año 79 al 83 agonizaba en un mar de sangre. El Perú del 19 al 30. se debatía en un mar de fango. Al dolor. gran maestro para hombres y para pueblos, reemplazó la ilusión de la pAleperidad, la voluptuosidad sibarita. El país ha presenciado, año tras año, la quiebra de 8US institu- ciones y la insignificancia de SU8 hombres. La guerra del Pacífico liquidó nuestra riqueza material, La tiranía de Leguía parecía haber agotadc nuestro capital moral. Para la recreación de la riqueza material, basta el trabajo. el libre juego de los intereses individuales y un mínimum de orden político. La restauración del capital espiritual supone un milagro de entusiasmo, de esfuerzo y de cohesión colectivos. Hemos señalado en la revolución ese espíritu que podríamOll Jlamar su fisonomía ética. Hay que conservarlo a todo trance .. La lucha va a 'el dificilísima.' porque la inmoralidad tiene raíces profundas; porque hay como una especie de confabulaci6n de intereses creados que gravitarán para ahogar


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todo espíritu de restauración moral. El privilegio a un lado, las pasiones demagógicas al otro, a pesar de su oposición aparente, conspirarán al mismo fin. El tono de moralidad y de disciplina exige, no sólo una incansable energía respecto de los directores, sino una respuesta generosa y ferviente de parte de la masa de la población. Hay en nuestra psicología una triste tendencia al olvido y a la inercia. Hoy necesitamos el milagro de un dinamismo perpetuo. Viejo vicio nacional ha sido el de la incoherencia por incomprensión, por exagerado individualismo. Hay que atacar de lleno aquella incoherencia, enfocando la atención nacional hacia las llagas abiertas que nos deja la tiranía. deponiendo el falso despliegue de ideologías extremas, presentando un programa realista y concreto sobre el cual pueda producirse el acuerdo de la inmensa mayoría, si no de la unanimidad, de los espíritus honrados. Una vez más coinciden, en síntesis admirable, el sentido ético y desinteresado y la visión realista de las cosas, en tanto que l~ afirmación personal, la ambición del poder se encubren con ideologías extremas o abstractas. Es forzoso realizar en esos instantes decisivos, como frente al enemigo exterior, la unión sagrada. Por brillantes que sean las cualidades de los que iniciaron la revolución, por énergica que sea su voluntad puesta al servicio de los intereses públicos, si el país, en sus elementos sanos, no responde con aquella cohesión y entusiasmo de que hablamos, la revolución habría fracasado y


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tarde o temprano reaparecerían los males que dejó Leguía. El escritor boliviano Alberto Gutiérrez nos ha hablado en páginas sugerentes del melgarejismo antes y después de Melgarejo. Nosotros podíamos hablar del leguiísmo antes y después de Leguía. Dejemos el estudio del leguiísmo retrospectivo a nuestros historiadores. De lo que se trata hoyes de impedir la del leguiísrno que pretenderá perdurar corno cáncer social y como método de gobierno. El leguiísmo supone. en el orden internacional. abdicación absoluta de todo principio de personalidad y de dignidad; en el orden de la política interna. acentuación del régimen personal y agravación del centralismo; en el orden de la política financiera. imprevisión. peculado y derroche; en el orden de la política social, abandono de las leyes protectoras del trabajo y aliento, al mismo tiempo. de la propaganda demagógica; por último. en las relaciones del público con el gobierno. adulación en el uno y favor y gracia en el otro. Once años de régimen semejante han formado hábitos difíciles de desarraigar. Los espíritus han tenido que sufrir aquella triste contaminación o contagio. Hay que recordar todas estas circunstancias para que sea más intenso el celo. para vivir como forzadamente, y cambiar. al fin. en heroica disciplina. el rumbo que, por inercia, parecía tomar definitivamente la nación. Insistamos, sobre todo, en la necesidad de la inteligencia y cooperación de todos los espíritus. Para ello, no basta una generosa disposición.


LA REALIDAD

NACIONAL

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Es indispensable el factor objetivo de un pensamiento y de un programa común. Y éste sólo puede conseguirse por el planteamiento sincero. valiente. de los males efectivos y de los síntomas reales de la crisis actual. Desviar la atención pública hacia cuestiones teóricas o simples anhelos de perfeccionamiento cuando amenazan desaparecer las bases de nuestra vida civilizada. sería un juego de criminal infantilismo o la revelación de turbios propósitos. Las necesidades del país. la falta de trabajo para el elemento popular. la perpetua quiebra de la clase media. la desorganización de los servicios públicos, la reducción de rentas, reclaman orden, paz, armonía, disciplina. concordia.


El preblema Internacíenaí Hemos dicho que la diplomacia de Leguía subordinó todas nuestras cuestiones a un solo objetivo: el empréstito americano. Nuestra can. cillería dejó de existir como entidad autónoma. Vivió para cumplir las órdenes y para adivinar los deseos de la Casa Blanca. En gesto de repugnante adulación, nos retiramos de la Liga de las naciones cuando nuestra presencia allí era exigida por la necesidad de mantener nuestra propaganda en el gran centro de opinión universal que es Ginc¡bra. Siguiendo la misma tendencia, fuimos a las Conferencias panamericanas. no a servir la causa de la solidaridad hispanoamericana, sino a hacer el juego de la política imperialista de Coolidge. Continuamos esclavizados a la mediación de este país cuando el 1audo y el tra.tado de Ancón estaban rotos por Chile, y al Perú se abría un camino de libertad absoluta. Por último, bajo la indicación de Wáshington, entregamos el Amazonas a Colombia. Es necesario rectificar de un modo radical esta política. En la Liga, a la que hemos vuelto, aunque tardíamente, nuestra actuación debe


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LA REAlJI)AD NACIONAL

inspirarse en la preservación de nuestra personalidad, sirviendo a los ideales de paz y de justicia internacional, dentro de la vinculación que nos une al grupo cultural que representan 108 pueblos hispánicos. Continuando la vieja tradición peruana y el ideal de Bolívar, que hicimos nuestro, debemos recuperar para el Perú el antiguo puesto y el antiguo prestigio del cual nos privó la dictadura. Todo ello, naturalmente, dentro de la circunspección y medida que corresponde a un país consciente de la modesta posición que ocupa en el mundo, sin las megalomanías y las audacias de proyectos que, sin trabajar por el ideal de justicia, creen obstáculos e inconvenientes para los países a quienes nos ligaron los acontecimientos de la gran guerra. Un cambio, aun más radical, se impone en nuestra política panamericana. Hemos dicho varias veces que no hay incompatibilidad entre la participación activa la Liga y la cooperación:en la Union Panamericana. La Liga responde al viejo ideal bolivariano que es el ideal de Hispanoamérica. La Unión Panamericana responde, a su vez, a innegables vinculaciones de orden económico y político. Lo único por discutir es el mantenimiento de esa unión tal como existe hoy día: sin eficiencia y sin organizaciones políticas permanentes, con sólo asambleas espaciadas en largos períodos y cuyas recomendaciones, dentro de un programa limitado, tienen sólo fuerza moral, o la trasformación de aquella unión en un vínculo de solidaridad más efectivo y en un organismo

en

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de mayor eficiencia para preservar la paz y la justicia internacional. Naturalmente, en el caso de decidirnos por esta última política, ella 8610podría concretarse 'aentro de la contemplación de los verdaderos intereses de Hispanoamérica y en completa armonía con los pueblos hermanos. Manténgase el staiu quo en la Uni6n y los Congresos panarnericanos o ref6rmese ésta en el sentido indicado; el Perú, conservando las más cordiales relaciones c¿n los Estados Unidos, debe recuperar respecto de ellos su personalidad de pueblo libre, su tradici6n de hidalga altivez. La experiencia de mi larga residencia en los Estados Unidos, confirmada en las discusiones de las Rounds Tables y por la actitud del público en las conferencias en que, de un modo franco, he criticado la política del Caribe, me lleva a la conclusión que no 5610 la dignidad, sino la propia conveniencia, aconsejan una política de sinceridad y de entereza. La exagerada sumisión del Perú, su devoeién repugnante, lejos de ganarnos simpatías y favores, nos colocó en una situación de inferioridad como amigos incondicionales, como pueblo del cual podía disponerse sin reserva. ~y que tener presente que no todos los sectores de la opinión americana apoyaron la nefanda política de Coolidge : que el mismo Hoover se di6 cuenta de que había que rectificar rumbos y que todo hace prever que el triunfo republicano con Dwitht Morrow, o la más probable vuelta del partido demócrata, traerán si no un cambio total, en la política imperialista, al menos serias modi-


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ficaciones en ella. Hasta esa circunstancia facilitaría para el Perú la cancelación definitiva de nuestros rumbos diplomáticos en los últimos diez años. Los defensores de la dictadura ponían en su haber la conclusión del problema del Sur por el arreglo con Chile, el problema del Norte, por el tratado con Colombia; pero la verdad es que esos tratados lo único que han hecho es agregar, a la deshonra y a la pérdida territorial, la complicación de ambos problemas. Ha sido la desgracia del Perú el tener las más serias cuestiones internacionales, que eran no solamente cuestiones de fronteras, sino de personalidad o integridad nacional. Los dos problemas del Norte y del Sur no eran, como aparentaron creerlo los sicofantes de la dictadura, cuestiones bilaterales, sino cuestiones tripartitas. En el problema del Sur era forzoso atender a los intereses de Bolivia, por infundadas que se creyeran sus pretensiones. Esta era una cuestión de hecho, dada la unificación del sentimiento boliviano al respecto. En el problema del Norte, cualquier transacción o tratado que se hiciera con Colombia, no podía dejar de tener en mira los intereses del Ecuador. La razón era obvia: satisfacer las exigencias de Chile, cerrando el paso a las pretensiones bolivianas; exagerar la generosidad con Colombia, para hacer imposible o difícil una futura concesión al Ecuador, colocaban al Perú, simultáneamente, contra esos dos países unidos a nosotros por una larga tradición histórica y por la continuidad geográfica que


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ANDRts: DELAUNDE

da 8U acción sobre nuestras fronteras una eficacia que compensa su debilidad relativa. El ef«to ele los inconsultos tratados de Chile y Colombia le dej6 sentir inmediatamente: se habló de una alianza entre Bolivia y Ecuador. Parece que el Perú, ante esa contingencia. no contaría con la' alianza de Chile y de Colombia. Estos paÍ8ea no la han ofrecido. ni siquiera insinuado. Yvieado las C088Scon el descamado realismo que Be impone, sobre todo en materias diplomáticu. hay que decir esta necesaria verdad: que Chile prefería que Bolivia desvíe su resentimiento hacia el Perú y siga la línea de menor resistencia para obtener su anhelo nacional; y Colombia, por vinculaciones tradicionales con el Ecuador y por las compensaciones que podía obtener en la frontera andina, en un conflicto entre el Perú y el Ecuador, a pesar del b'atado reciente. acompañaría con 8U8 simpatías. si no con su apoyo. las pretensiones ecuatoriana•. Estas palabras no envuelven ningún concepto ofensivo para los pueblos de Chile y Colombia. con los que deseamos tener las más cordiales / relaciones. Ellas expresan simplemente la visión realista del juego diplomático tal cciIDo. desgraciadamente, lo ha dejado planteado la tiranía. Es evidente que al Perú le convenía resolver ambos Problemas. el del Norte y el del Sur; pero entre el aplazamiento y la aparente solución a que se ha llegado. no cabe comparac:ión posible. El aplazamiento no envolvía loa peligros que dichos arreglos han hecho agUclOll. La dictadura perdió la gran oportunidad para


LA REALIDAD NACIONAL

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resolver ambos problemas por medio de sendos acuerdos tripartitos que crearan una nueva situación en el Pacífico y en el Amazonas. El Perú. más fuerte que nunca en sus derechos y en su posesión, pudo. en obsequio a la paz de América. seguir una política de generosidad para los cuatro países hermanos por medio de aquellos acuerdos que, junto con la paz definitiva. trajeran la afirmación de su prestigio internacional. Hoy confrontamos una doble crisis en pésimas condiciones. Bien sabemos que, a pesar del carácter anticonstitucional de los recientes pactos y de su profunda inmoralidad, no se puede. conforme al derecho internacional, repudiarlos. Bien sabemos. además. que la prudencia aconseja, ante los hechos consumados. obtener de ellos la mayor utilidad posible. Por lo mismo. es nuestro deber trabajar. denodadamente para que se inicie entre el Perú y Chile y el Perú y Colombia una época de positiva inteligencia. fraternidad y cooperación. Mas esta política no exige echar un velo a las dificultades que los tratados han creado. Muestra de inconsciencia sería, por no perturbar con estas discusiones una quietud aparente. mantener un silencio debajo del cual se agitaran, para estallar más tarde. sordos resentimientos o incompatibilidades de intereses. Inaugurado en el Perú un libre Gobierno que ha tenido que seguir la inevitable política de reconocer los pactos referidos, pueden los publicistas de los cincos países discutir francamente los problemas de


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que tratamos, precisamente para consolidar la vinculación del Perú con Colombia y Chile y preparar la solución de las cuestiones ecuatoriana y boliviana. Con este espíritu tratamos la materia. Este esclarecimiento-y la apreciación consiguiente de los tratados no va a servir de base a una política de aventura, de odio retrospectivo o de anhelos utópicos. El Perú no debe pedir la revisión de los tratados para obtener en su favor alguna modificación o ventaja, pero tampoco debe dejar pendiente el concepto, ilusión o esperanza de que las aspiraciones de Bolivia en el Pacífico y del Ecuador en el Amazonas pueden realizarse con un nuevo sacrificio de nuestra parte. La revisión de esos tratados se impondrá algún día por obra de la opinión continental, para atender a las necesidades o anhelos de aquellos países. -•• Tal rumbo puede parecer utópico en estos momentos; pero los tratados no son eternos; el derecho internacional y la opinión del mundo se orientan ahora a hacer posibles las revisiones que podríamos llamar preventivas con el objeto de asegurar la paz, evitando la agudizaci6n de futuros conflictos. La participación de todos los países interesados en asambleas como la Liga de las Naciones y la Unión Panamericana asegura la lenta preparación de los espíritus hacia esas soluciones. El día en que se resolviera definitivamente la cuestión del Sur por un pacto que sellara la armonía entre Chile, Perú y Bolivia y en que se estableciera para el régimen amazé-


LA REALIDAD

NACIONAL

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nico un acuerdo tripartito entre Colombia, Ecuador y Perú, se habría dado el paso más importante hacia la solidaridad hispanoamericana. Las concesiones que Chile y Colombia hicieran, quedarían ampliamente compensadas por ventajas de orden moral y tal vez de orden económico. Un régimen internacional para Arica y para el Amazonas (naturalmente sólo de los países interesados) sería el paso definitivo hacia futuras interpretaciones supranacionales. Tal vez podría pensarse entonces, como lo insinuaba Piérola en las declaraciones del Partido demócrata y lo deja entrever la visión generosa de Carcía Calderón .en Las democracias latinas, en una federación del Pacífico del Sur, ligando permanentemente Perú, Chile y Bolivia; y en una entente amazónica perpetua con el Ecuador y Colombia. y así, en forma federativa, podía constituirse la gran unidad andina. más grande y más fuerte que la Federación soñada por Bolívar.


El problema politico EL

CESARISMO -BUROCRÁTICO.

Aun antes de la tiranía, entre nosotros el país legal -no correspondía al país real, empleando la famosa frase de Costa. Por debajo de las etiquetas y denominaciones de los partidos, en el Perú sólo ha habido tres fuerzas políticas: la plutocracia costeña, la burocracia militar y el caciquismo serrano que podíamoa llamar también cacíquismo parlamentario. La clase media y la clase popular han carecido de efectiva representación política, si no era la de los grandes movimientos que se cristalizaban en el mandato de un hombre superior como Pib rola. La gran obra de éste consistió en libertarnos de la burocracia militar, haciendo del ejército una institución nacional, en haber utilizado como simple colaboradora a la plutocracia costeña, y en disminuir en lo posible la influencia del caciquismo serrano. El corto período presidencial de Piérola no le permitió llevar a cabo una reforma constitucional y electoral que


LA REAUDAD NACIONAL

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8u8tituyera definitivamente el caciquismo serrano por la genuina representación de la clase media y de los elementos populares. Rota la inteligencia demócrata-civilista en 1902, el partido civil alentó la reconstitución del partido constitucional, lo cual era revivir las tendencias hacia la burocracia militar . Ya en el poder, la plutocracia costeña, al excluir la oposición demócrata, acentuó el caciquismo serrano, que vino a ser así su aliado e instrumento; En síntesis, nuestra evolución política en la primera década de este siglo está caracterizada por la dirección de la oligarquía con el apoyo de la burocracia militar y del caciquismo provincialista. La gran agitación plebiscitaria de Billinghurst, en 1912,representó la protesta de los elementos medios y populares excluídos de la política. Los gobiernos posteriores a Billinghurst, como hemos recordado, restauraron el orden y la regularidad administrativas, seriamente comprometidos por la primera administración de Leguía. Pero políticamente, no rompieron con los marcos antiguos, con esa especie de entente tripartita de que hemos hablado. Si Leguía, al ir al poder en 1919, hubiera tenido conciencia de la misión histórica de ese momento, habría tratado de reanudar la orientación de Piérola limitando la plutocracia y descartando el caciquismo. En su deseo de crear un régimen personal, se limitó a desplazar a la plutocracia costeña para crear una nueva e inmoral oligarquía, utilizando el caciquismo parlamenta-


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rio en pleno auge desde 1903y tratando de convertir al ejército definitivamente en una simple burocracia. Más que nunca, el país real, el país que produce, que trabaja y que piensa estuvo alejado de toda influencia. en la vida política. Técnicamente, el régimen de Leguía podría llamarse de cesarismo burocrático. porque ejército y Congreso quedaban convertidos en meras burocracias. La gran necesidad de hoyes basar el Gobierno en los elementos efectivos de la nacionalidad, que son los que representan producción y cultura. Mover. en síntesis. el centro de gravedad política hacia el centro de gravedad económica y cultural. Para ello, podemos aprovechar el movimiento popular que ha suscitado la dictadura y que por su espíritu y su trascendencia recuerda el de 1895. Mediante el saneamiento del ejército, podemos volver a dar a esta institución su carácter nacional. La disolución del Congreso y la reforma de la constitución nos dan la oportunidad para descartar definitivamente el caciquismo parlamentario y para reemplazar la influencia exclusiva de la plutocracia costeña con un régimen de equilibrio. de justa ponderación del capital y el trabajo. bajo la dirección de los elementos de cultura. EL ABSOLUTISMO PRESIDENCIAL Y SUS REMEDIOS.

El síntoma típico de nuestra crisis ha sido el absolutismo presidencial, que ha venido acen-


LA REALIDAD NACIONAL

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tuándose lentamente hasta culminar en el despotismo de Leguía. Todos los hombres de pensamiento en América están de acuerdo que necesitamos un poder ejecutivo enérgico y eficiente, pero respetuoso de la legalidad. Las teorías de Bolívar, el gran maestro de política en Hispanoamérica, sobre la unidad y eficiencia del poder ejecutivo, son y serán de actualidad. Un poder ejecutivo eficaz no quiere decir un poder arbitrario. El término medio del ideal bolivariano se aparta de los dos extremos que, en trágico ritmo, han sido la ley de la evolución política en América: ejecutivos débiles o ejecutivos tiránicos. No basta confiar en las cualidades del presidente, ni en el grado de cultura y desarrollo económico del país, para que la función ejecutiva realice ese equilibrio de eficiencia y legalidad. Es necesario que el control, la resistencia al poder ejecutivo se encame en instituciones que, al mismo tiempo que lo limitan, lo sostienen. Tiene el valor de una verdad eterna la idea de Stendhal: ((Sólo puede apoyarse en lo que resiste.» Desde luego, está fuera de discusión el descartar toda reelección. No creemos que la tendencia al absolutismo se deba al carácter popular de la elección del presidente. Hemos presentado contra esta explicación la refutación definitiva de nuestra historia. Los presidentes más populares, los que recibieron en efecto la consagración del voto nacional, han sido los más respetuosos de nuestras instituciones.


La solución que atrae a loa e8píritus timpMtae es la de someter al ejecutivo a la infIueDcia decisiva del Parlamento. siguiendo l. imitaci6n francesa. El presidente es un simple símbolo. un personaje decorativo; el gobierno efectivo lo ejerce el Gabinete. especie de Comiaián del Parlamento. y mientras cuenta con la mayoría de éste, Tal solución tiene en contra la experiencia de muchos países y. en cierto sentido. la nuestra. El parlamentarismo es producto eaencialmente i~glés y, por lo mismo. no puede importarse. Su eficiencia está unida a dos cosas típicamente británicas: la tradición m~nárquiea, con el poder moderador que se encarna en la facultad de la disolución del Parlamento y el régimen efectivo de dos partidos. (Aunque en Inglaterra haya tres, el partido liberal está destinado a desaparecer o a fundirse en una inteligencia permanente con el Labour Party.) ~a eeas condiciones. el perlamentarismo inglés significa unidad. eficacia y fuerza en el ejecutivo, que es el elemento' director del propio Parlamento. Esto lo vió Bolívar hace cien años con su claridad genial; pero lo han ignorado muchos de nuestros pseudoconstítucionalístas. .. . . En los países en que no existe la fnena moderadora del monarca y el ritmo regular de dos partidos. el parlamentarismo ha sido un desastre. Hoy todos están de acuerdo en señalar radK:alea diferencias entre el parlamentarismo francés y el parlamentarismo inglés. Puede decirse que Francia vive y prospera por su vitalidad económica y su tradición cultural, a pesar de los

un


LA REALIDAD NACIONAL

2M

defectos de su máquina política: el ejecutivo inestable (la duración media de los gabinetes desde el 71 ha sido de siete meses), los partidos pulverizados (se llegan a contar hasta quince grupos), desorden y caos legislativo. y el síntoma más grave. la tendencia a aumentar los gastos. El Parlamento. que se imaginó para controlar y sanear las finanzas del Gobierno. ha resultado por una evolución curiosa. fuente de inflación y de derroche. Vibran todavía las palabras de T ardieu al respecto. La experiencia de Chile. más cerca de nosotros, habla con idéntica elocuencia. Gabinetes relámpagos, desorden e inflación de presupuesto, exceso y empirismo en la legislación, perpetua instabilidad. La revolución y dictadura chilena han sido el epílogo de esos males. Entre nosotros. las dos tentativas de parlamentarismo no han sido felices: la de ValcárceI. contribuyó a agravar la crisis del 94 y la del régimen civilista, a partir de 1904, nos condujo a un inmoral trastrueque de funciones entre el gobierno y el parlamento. Nuestro caciquismo parlamentario supo cotizar bien alto su poder de crítica y de censura; aceptó a fardo cerrado las direcciones del Gobierno, obteniendo en compensación influencia en los nombramientos e intervención directa en la administración. Cuando no ha sido así, hemos sufrido el otro daño de la oposición sistemática. Si nosotros no aceptamos la hegemonía parla. mentaria, preconizamos un efectivo y moderado control parlamentario. No creemos en la sepa-


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vícroa

ANDRts. BELAUNDE

ración de los poderes, como la llevada a cabo, con tanta rigidez e inconveniencia, en la constitución norteamericana. Aceptamos la cooperación y el contacto entre ellos, no sólo por los informes, sino por la misma interpelación. Descartamos el voto de desconfianza y las zancadillas políticas, pero admitimos el voto de ceno sura, motivado, y aprobado por las dos cámaras. Más que en la falta 'de un control parlamentario, el régimen persdnal se ha revelado en otras manifestaciones cuya diagnosis se impone si se quiere indicar el remedio acertado. Ellas son: 1.", influencia absoluta electoral del gobierno por la imperfección de los organismos o por su sometimiento a aquél; 2.", libertad en los gastos por la prórroga del presupuesto, habilitación de partidas, amplitud en los gastos extraordinarios y, sobre todo, falta de la institución del contralor; 3.", poder discrecional en los nombramientos por la falta de una buena ley de 'servicio civil; 4." centralismo o sea control absoluto de la vida municipal y departamental; 5." medios de influenciar la opinión pública; 6." subordinación del poder judicial; 7." influencia en los nombramientos y en el presupuesto eclesiástico. Del régimen electoral nos ocuparemos al tratar de las Cámaras. EL

RÉGIMEN DEL PRESUPUESTO.

El gran recurso del despotismo es el dinero. Podemos poner en nuestra constitución las declaraciones más liberales y dar a nuestras Cá-


LA REALIDAD NACIONAL

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maras la facultad de designar a los ministros; si no existe un régimen de presupuesto, todo aquello no será sino teoría o motivo de turbias transacciones. Un presupuesto supone fijeza, precrsion y detalle para los gastos conocidos; supresion de las partidas globales; prudente flexibilidad en las partidas de emergencia; examen efectivo de la cuenta general de la república como acto esencial del parlamento; y, sobre todo. establecimiento del contralor permanente. funcionario que tendría que ser nombrado por el parlamento, por vida. como un fiscal de la nación y con el rango de éste y el mismo plazo de jubilación. Sin el vistobueno de este funcionario. los tesoreros fiscales podían negarse al pago de cualquier libramiento. El Parlamento tendría la facultad de destituir al contralor por negligencia o complicidad en los abusos del ejecutivo (1). LEY DE SERVICIO CIVIL.

La acentuación del poder por la arbitrariedad en los nombramientos, sólo puede atacarse mediante una ley estricta de servicio civil. La carrera administrativa exige: examen de ingreso, ascenso riguroso, requisitos especiales para las funciones de carácter exclusivamente técnico, un (1) Si se cree que es peligroso conceder este poder veto a un solo hombre, cabria formarse una comisión tripartita compuesta por un representante de cada Cámara y otro designado por la corte suprema. Los nombrados deberían tener los requisitos de los vocales de esta.

oc


tribunal ,disciplinario para la multa. suapeneicSra y destituci6n, término de las cesantías o jubila-

cienee prematuras. (A pesar de los treinta afioe de servicios, el funcionario debe continuar huta la edad de los sesenta y cineo.] A estas condiciones. podría añadirse la in8inuada por Harold LasJci: d año sabático, o sea la licencia con sueldo, cada siete años, para el estudio y perfeicionamiento en países extranjeros. La ley de servicio civil reviste etpecial importancia por lo que se refiere a la carrera policial. Los subprefectos deben ser nombrados dentro de esta carrera a fin de evitar que las designaciones los conviertan en simples preparadores de elecciones o instrumentos del gamonalismo (1).

Los

CONSEJOS

~s.

El régimen personal tuvo su expresi6n en la centralizaci6n absoluta; proceso-que se inicia ya con las juntas departamentales caciquescas y que lIeg6 a su colmo en los parlamentos regionales, 6rganos de la más inútiJ burocracia. En.el capítulo titulado «Regionaliemo y centiali.mo» de la primera parte de este libro, hemos expresado las ideas directrices de esa reforma. Urge avivar la vida regional y la vida municipal, Respecto de esta última, restablezcamos la autonomía, transfiriendo las facultades revisoras que (1) El punto es acertadamente considerado, en el referido proyecto, sobre las carreras judicial y politica de don

Rafael Belaunde.

.


LA REALIDAD

NACIONAL

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tenía el ejecutivo a loa organismos regionales. Para la elección de municipalidades, creemos que debe mantenerse el sufragio general (10 llam~ así porque, excluídos los analfabetos, no se puede hablar de sufragiojuniversal]. Éste puede funcionar con relativo éxito en las provincias, y distritos, que son circunscripciones limitadas. Además, el sufragio corporativo es un ensayo que debe aplicarse- por ahora a las regiones. Mantendríamos así un régimen mixto, en justo equilibrio, de sufragio individual y corporativo, La innovación lundamental es la de los consejos regionales, siguiendo las líneas de las actividades económicas. Al lado del registro municipal, se formará un registro de actividades económicas, bajo estos cinco rubros: minería e industrias extractivas, agricultura, industria manufacturera, comercio y transportes y profesiones liberales. Los cuatro primeros grupos - estarían representados en el organismo regional en proporción al número de personas que comprende cada actividad, reflejando así la fisonomía económica de cada región. El grupo menor dará" el número mínimo de representantes, que sería el coeficiente para calcular los de los otros grupos (1). La representación de cada grupo puede ser doble o triple; doble, si se quiere diferenciar (1) Por ejemplo. si en una región hay mil personas entregadas II la minería, dos mil a la agricultura, cuatro mil a la índustría y mil doscientas a los transportes, corresponderían' a 111 minería tres representantes, seis a la agricultura, doce a la industria y tres al transporte. 1~


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víCTOR

ANDRÉS

BELAUNDE

únicamente el capital y el trabajo, y triple, si se ~tablece la más ajustada división entre capital y alta dirección. empleados y obreros. En el primer caso. los propietarios y altos directores de las fuerzas económicas tendrían la misma representación que el trabajo; en el segundo caso. el trabajo representaría las dos terceras partes. Respecto del quinto grupo o las profesiones liberales, daría cinco representantes. uno elegido por los abogados. otro por los médicos y farmacé~ticos, otro por los ingenieros de todos 108 ramos, otro por los periodistas"y maestros y un quinto por los funcionarios. Si se tiene en cuenta que las profesiones liberales representan trabajo y preparación cultural. cabe decir que en estos organismos tendría siempre mayoría el trabajo. El término del mandato sería de dos años con reelección indefinida. Sus funciones se extenderían a estas materias: presupuesto regional. cuyas entradas estarían constituídas por la contribución predial e industrial; caminos regionales; instrucción especializada según las necesida~es de la región; derecho de veto respecto del nombramiento de autoridades políticas (prefectos, subprefectos, etc.}: designación de jueces y vocales dentro de las ternas preparadas por las cortes superiores y los colegios de abogados; elección de los tres senadores de la región (uno cada dos años). Los miembros del consejo regional recibirían remuneración de una o dos libras por cada sesión a que asistieran. no pudiendo éstas ser más de seis al mes; en el caso de' ser elegidos empleados u obreros que no resi-


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dan en la capital, se les abonará además su salario o su sueldo por el presupuesto region al mientras dure su mandato. Los organismos regionales limitan las facultades del poder ejecutivo por lo que se refiere a los funcionarios políticos con el derecho de veto, y lo sustituyen enteramente en los nombramientos judiciales, en la revisión de los arbitrios municipales y el control de la instrucción especializada. Respecto de su presupuesto, son también absolutamente autónomos, sin otro contralor que el del tribunal mayor de cuentas y en ciertos casos del Parlamento.

INDEPENDENCIA

DEL

PODER

JUDICIAL.

Está perfectamente formada la opinión pública en el Perú acerca de la necesidad de independizar absolutamente el poder judicial del poder ejecutivo. Hoy, como hace ciento cuatro años, tienen la misma aplicación las hermosas palabras de Bolívar: «El poder judicial contiene la medida del bien y del mal de los ciudadanos y si hay libertad y si hay justicia en la república, son distribuídas por este poder. Poco importa a veces la organización política, con tal que la civil sea perfecta; que las leyes se cumplan religiosamente y se tengan por inexorables como el destino.» Parecidos conceptos repiten hoy mismo los tratadistas ingleses sobre la materia y 108 constitucionalistae americanos cuando critican el


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sistema de designación por sufragio de loa jueces y tribunales de los Estados de la Uni6n. La permanencia es, según experiencia universal, la garantía de probidad y de honradez. La carrera exige. al menos, la proporción de dos a uno en las designaciones para los puestos vacantes entre los jueces y vocales antiguos y los abogados de experiencia. Debe conservarse a las cortes superiores el nombramiento de los jueces de paz y la presentación de una de las ternas para jueces de primera instancia. dando la otra 'al colegio de abogados. La corte suprema debe formar una terna para los vocales de la corte superior en cada región y la otra el propio- colegio de abogados. El nombramiento corresponderá al consejo regional. Hay que mantener las facultades disciplinarias, hasta la remoción, que se ha conferido a la corte suprema. Para .las vacantes de ésta, cada consejo regional presenta dos candidatos, que deben ser necesariamente un vocal o un abogado antiguo de la región. El Senado hace el nombramiento siguiendo la proporción de dos a uno entre vocales y letrados. Dos [iecales de la corte suprema serán puramente judiciales, siendo el tercero para los asuntos administrativos.

LA PRENSA Y LA OPINIÓN PÚSUCA.

Nuestro Gobierno ha tendido a controlar la opinión pública, ya por la directa adquisicián o mantenimiento de órganos de su política. medi-


LA REALIDAD NACIONAL

da que representa sumas ingentes del presupuesto, ya por los favores o concesiones hechos a determinados periódicos. No es necesario en una democracia bien organizada que el Gobierno, como tal, tenga un periódico con todas las exigencias de un gran diario moderno, puesto que todo Gobierno responde a un partido y no hay partido con influencia efectiva que no posea un órgano. No se ve. pues, la necesidad de un órgano permanentemente gubernamental. Pero. en cambio, sí es absolutamente necesario que haya un gran diario oficial en el que se centralicen todas las publicaciones de este género, debates de las Cámaras. registro de leyes y decretos, avisos administrativos. etc.. no sólo para facilitar su conocimiento y consulta. cuidar de su exactitud y autenticidad; sino para evitar mayores gastos y excusar el régimen de favor y de influencia respecto de los otros periódicos existentes. La gran fuerza de resistencia a los abusos del Gobierno es la opinión pública. La formación, encauzamiento y cristalización de ésta suponen un régimen de libertad y responsabilidad. Subrayemos la unión indisoluble de estos dos elementas. La opinión pública puede ser desviada o por la falta de prensa libre o por las exageraciones de la prensa irresponsable. Así como en América, desde el punto de vista político, hemos sufrido el ritmo trágico de despotismo y anarquía. desde el punto de vista de la opinión pública, hemos pasado del extremo del silencio y de la opresión, al libertinaje y la incoherencia


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mental. La irresponsabilidad de la prensa ha producido los mismos efectos que su absoluto sometimiento y ha preparado éste. El Gobierno, desarmado ante las campañas de difamaci6n y de sedición, o ha caído o ha tenido que defenderse por medios arbitrarios. Necesitamos salir de este dilema. Hoy, como hace cien años, el problema parece insoluble. José María Pando decía: «En materia de prensa, realmente no hay término medio entre Ía servidumbre y la licencia. Para recoger los bienes inestimables que la libertad de prensa asegura, es preciso saber someterse a Jos males inevitables que ella produce.» Tal parece en efecto la situación, sobre todo en las épocas revolucionarias. Sin embargo, no cabe renunciar al justo medio, eterno ideal de la sabiduría política; siquiera por lo que se refiere a evitar en )a prensa los ataques a la vida privada. Carlos Arturo Torres escribíé estas palabras, que tienen siempre actualidad: «La prensa no puede concebirse sin libertad ... El sentido íntimo de la libertad es la responsabilidad... Esa institución (la prensa) vive muchas veces en entredicho y se alimenta sólo de las violacione•.: de lo que debería ser inviolable, la dignidad de las personas. La prensa, como instituci6n fundamental, no supo tomar arraigo entre nosotros y no ha sido en muchos casos mas que un ídolo del Ioro.» Rafael Núñez, con espíritu realista, hizo esta observación: «La intemperancia de la prensa puede producir y ha producido con frecuencia la guerra civil.»


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Más elocuentemente que estas citas, habla la historia del Perú. En nuestro país, en que hemos cambiado ocho veces la constitución y otras tantas las leyes fundamentales, sólo hemos sabido conservar la ley de imprenta del año 23, imitación del imperfecto estatuto argentino del año 11, reflejo a su vez de la mentalidad francesa en la fiebre jacobina. Después de abolidos los fueros personales, hemos mantenido, en realidad, un fuero tan odioso como los otros: el fuero de prensa, que no ha sido siquiera jurisdicción de privilegio efectiva; sino patente de impunidad. Toda tentativa de tener un régimen legal moderno sobre la prensa ha escollado. La solución de entregar por entero la prensa al fuero camón ofrece peligros. Los jueces no están en aptitud de apreciar el delito político, en el cual cabe tanta variedad de matices. Hay la tendencia a considerar como tales las críticas de cierta intensidad o eficiencia en el público. Más acertada parece la diferente jurisdicción para las injurias y calumnias y lo que podríamos llamar delitos de opinión. El jurado, en forma más eficiente, debería mantenerse para estos últimos y entregar sólo a la jusrisdicción ordinaria los delitos contra el honor. Los argumentos del senador por Arequipa en 1896,doctor Carlos Rubén Polar, acerca de la injusticia que representa imponer hasta tres años de reclusión por una injuria o calumnia vertida delante de dos testigos y la absoluta impunidad de las que se vierten ante millares de personas, no tuvieron réplica en esa época y


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no la tendrían ahora (1 ).Oa1tro del procédi. oriento, queda siempre la dificultad de difereaciar el delito contra el honor del delito de opini6n, o sea el conflicto de jurisdicciones. Podía darse a la corte superior la sumaria decisi6n de esta materia. La intervenci6n judicial ofrece menos peligros. asegurada la absoluta independencia de este poder. Una vez más conviene insistir en la necesidad de abandonar en esta materia la tradición y los hábitos de los pueblos latinos y de atenernos al modelo británico. No debe olvidarse la lección reciente qde nos dió. el Parlamento inglés al echar abajo el primer Gabinete Mac Donald, no porque atentó contra la libertad de la prensa, sino porque no supo exigir la responsabilidad r!e ésta. EL

SISTEMA

ELECTORAL.

Un buen sistema electoral limita la tendencia al absolutismo gubernamental. al encarnar el triunfo de la voluntad nacional en lo que se refiere a la elección del presidente. del poder legislativo y de los organismos regionales y inu. . nicipales. La institución primordial es el registro. En esta materia, hay que simplificar. Puesto que todo ciudadano debe inscribirse en el registro militar y votar en las elecciones municipales v nacionales, no se ve la necesidad de mantener (1) non Luis Carranza se limitó a decirle al senador Polar que le había parecido Pedro el Ermilafio predicando

las cruzadas.


LA REALIDAD NACIONAL

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tres registros con inútiles gastos y complicaciones. La base de todo registro puede ser el registro militar, como en la Argentina. Hay la razón de que ef ciudadano que no está inscrito para la defensa de su país. moralmente está descalificado para votar. Además. los organismos militares son más escrupulosos y más imparciales que las comisiones u organismos políticos. Cualquier abuso o descuido de parte del registro militar, puede ser corregido mediante las reclamaciones de los partidos o de los ciudadanos. que se tramitarían ante los tribunales. Sostenemos el control judicial. ' El registro provincial serviría para las elecciones de presidente de la república, municipalidades y miernbros de la Cámara de diputados. Para las segundas, habría que agregar el apéndice correspondiente a los extranjeros con voto. Sobre la base de este registro provincial se llevaría a cabo. por las municipalidades, el de las actividades económicas y culturales, o profesional, en los cinco grupos o categorías que hemos considerad~. En cada rubro habría que diferenciar: propietario. director, empleado y obrero. con la indicación de la actividad particular dentro de la clasificación más detallada. El voto público es menos susceptible de falsificación, pero consulta menos la independencia; tal vez sería preferible adaptar los últimos procedimientos modernos de voto secreto. Para las juntas de sufragio. si no hay medio mejor que su designación por los contribuyentes, habría necesidad. a fin de impedir dualidades y abusos,


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de dar la presidencia de esos organismos preparatorios al demento judicial. Respecto de la nulidad de las elecciones. dentro del sistema muy poco frecuente. cabría. para la de diputados. la intervención de la corte superior y para la de la municipalidad. la del consejo regional. El cómputo y calificación de las elecciones presidenciales correspondería siempre al Parlamento y la de los senadores al mismo Senado.

EL PODER LEGISLATIVO.

Es todavía. a pesar de siglo y medio de discusiones. tema vivo el de la dualidad de las Cámaras. Harold Laski, en su magnífica obra reciente (Grammar of Politics, 1930).'ha resucitado los argumentos en contra de la dualidad parlamentaria. refutando el esquema de Lees Smith, en virtud del cual la Cámara alta se formaría por selección de los miembros de la Cámara baja; el interesante proyecto de Sidney Beatrice Webb sobre la diferenciación e independencia de funciones del Parlamento político y del Parlamento técnico; y por último. la idea del Parlamento corporativo, que, insinuado ya por Sieyés y Benjamín Constant, reviven la reciente autoridad de un tratadista de la talla de Graham Wallas y las opiniones de Duguit y Charles Benoist, en Francia. Contra esta última, hace la objeción de la imposibilidad de encontrar una justa distribución de las representaciones por grupos. El punto de vista de Laski a favor


LA REALIDAD NACIONAL

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de la Cámara única parece tener su confirmación en la tendencia actual de las instituciones británicas: la Cámara de los lores va siendo cada día más una institución decorativa. Semejante tendencia no puede extenderse a otros países. Cabe repetir respecto de ella lo que dijimos respecto del parlamentarismo inglés: La Cámara única, donde hay monarca, facultad de disolución, régimen de dos partidos. tradicional educación política. intensa gravitación de hábitos y costumbres. puede ser una institución conveniente. La Cámara única, magnipotente en países sin esos elementos, sería un desastre; la vuelta a los períodos más tristes de nuestra historia. los de agitación e incoherencia jacobinas. Se dirá que tales inconvenientes desaparecerían si la Cámara única, en lugar de elegirse por el sufragio universal, se designase por el sufragio corporativo. Una Cámara corporativa es independiente de la demagogia y de la surenchere electoral y. al mismo tiempo, ofrece garantías de capacidad técnica. A pesar de mis simpatías profundas por el corporatismo, no me atrevería a insinuar su ensayo para la constitución integral del Parlamento: l. o, porque aun el Parlamento corporativo no ha tenido la prueba de la experiencia; y 2. o, porque no puede prescindirse de los factores creados por la tradición del sufragio individual, factores que son de orden psicológico (la fe de que refleja la opinión pública) y de orden sociológico (el hábito y entrenamiento, aunque imperfecto, que se ha producido en sus cien


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años de existencia}. Además. el principio de continuidad institucional. tan necesario en Ju repúblicas para reemplazar la continuidad de 1. herencia monárquica. es más fácil de censeguirse en el juego de dos Cámaras que en el de una sola. que forzosamente tendría que renovarsa de un modo total para reflejar la opinión pública. Una vez más. las ideas de Bolívar tienen aplicación. Equivocándose en el medio de la. herencia para obtener la continuidad. la inc:Je.; pendencia y el carácter técnico de la Cámara alta. Bolívar formuló, sin embargo. con elocuen.cia insuperable, aquellas tres condiciones. Un Senado corporativo es el único que puede poseerlas hoy. La renovaci6n parcial y la elecci6n por instituciones que representan elementos de permanencia como las actividades económicas, concilia la continuidad. Ese mismo origen electoral da capacidad técnica y libra de la influencia del poder en el sistema de las designaciones que dentro de la monarquía hace el poder ejecutivo. y de la cambiante. opinión popular. en el sufragio universal. Como al lado del principio de permanencia es necesario que haya siempre un elemento dedíb· . bio y un órgano que refleje la opinién pÚblica. el sistema más adaptable a nuestras repúblicas es el de la dualidad del Parlamento: Cámara baja elegida sobre la base de la población; a. mara alta designada por las instituciones o corporaciones. La dualidad de las Cámaras puede llevar a la diferenciación de funciones sin el extremo de la


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división absoluta de labores. proclamada por el sistema de 1m3 Webb. Es evidente que el presupuesto y las materias políticas absorberán la actividad de la Cámara de diputados; y que la legislación profesional y las cuestiones técnicas serán la materia principal del Senado. Mas éste ejercerá siempre una función de moderación respecto de la Cámara de diputados. la cual pondrá a su vez el sello de la opinión popular a los proyectos del Senado. Además de la diferencia de origen. y en cierto modo. de enfocación primordial de actividad. las Cámaras se diferenciarían por la duración. La de diputados se renovaría totalmente cada cuatro años. y la de senadores. por tercios. cada, dos. siendo así la duración del mandato senatorial de seis años. La forma más perfecta del sufragio individual es. como se sabe. la de la representación proporcional. consecuencia última y légica de lo' que podíamos llamar la concepción atómica de la soberanía. Además de las enormes dificultades técnicas para obtener la representación proporcional. que la convierten en un oscuro problema de matemáticas, hoy sabemos, por experiencia. sus defectos. La representación proporcional agrava "en forma alarmante el defecto de los Parlamentos modernos, la multiplicación de los partidos. Cuando no se pensaba en el sufraRío corporativo. era natural que se tratara de encontrar la perfección absoluta en el sufragio individual. Utilizado aquél para la Cámara alta. no seduce ya la teórica perfección de éste para la BANCú !Ji:; L!..\ PErU~UCA ~Jr.UOTf.U

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.c:ATA!.OGACIOn


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Cámara baja. Pensamos además que dentro del escrutinio departamental, y aun desde el mismo escrutinio provincial con ciertas modificaciones, . cabe obtener. sin la complejidad de la proporcional, un Parlamento que refleje la opinión de la mayoría del país. Dejemos de lado el afán de lo perfecto y atengámonos con criterio realista a la situación del Perú y a la necesidad de no complicar nuestras instituciones políticas. No podemos mantener hoy para la Cámara de diputados el sistema de escrutinio provincial con la simple modificación relativa a la cifra de la población. Mis críticas a ese sistema. hechas el año 14. son hoy. como fueron en esa época, incontestables. No necesito repetir que la hase provincial, aun dentro del sufragio universal, nos dió Parlamentos sometidos al Gobierno o al gamonalismo. Cuando se real:ringió el sufragio por la reforma del año 95, como ésta fué ilógica e incompleta. el mal se agravó. Subsistieron las dos fuerzas que han viciado nuestras elecciones: la del Gobierno y la de 106 caciques. y se agravó la desproporción entre las grandes ciudades. centros de producción y de agricultura. y las pequeñas provincias. Probé entonces que en nuestro sistema se daba la paradoja de que a menos electores, había miS representantes; que en la Cámara había una mayoría provincialista de dos tercios que correspondía apenas a la mitad del registro electoral. y que. en buena cuenta, existían, entre nosotros, los burgos podridos o los burgos de bolsillo abolidos en Inglaterra desde 1832. Sugerí si no era posible ir al


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escrutinio de lista o departamental dando representación a las minorías, hacer una especie de revisión del mapa parlamentario del Perú, agrupando las provincias de pocos electores en unidades parlamentarias para consultar la igualdad entre ellas. Insinué también que podrían formarse listas limitadas. separando una para la elección de la capital del departamento y la provincia más poblada y adjudicando otra lista para el resto de las provincias. A estas medidas podría agregarse la de fijar un mínimum de electores para cada representación. De acuerdo con el registro electoral de 1908. el más completo que hemos tenido, ~l término medio era de mil a mil quinientos; .:~n. el aumento de la población y de la cultura, ese término medio puede fijarse en dos o tres mil. Las provincias que no lleguen a ese término medio de electores, deben agruparse; y, en las provincias más importantes, el número de representación no debe corresponder a la cifra bruta de la población, sino a la cifra neta de electorado y en proporción al mínimum que hemos insinuado. Este sistema conciliaría la justa relación entre electores y representantes, manteniéndose las ventajas de la base provincial y sin las complicaciones de las listas y de la proporcional. El Senado debe representar las corporaciones o las actividades económicas. No cabe resucitar la vieja objeción de que el sufragio corporativo es antidemocrático y sería una prima a favor de las clases dirigentes. Semejante objeción se justificaría en los antiguos proyectos que sólo consi-


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deran las corporaciones existentes y colocan 108 sindicatos obreros como un solo grupo al lado de seis o siete; pero, en nuestro proyecto, el elemento obrero y los empleados están representados en cada grupo, llegando a tener la mitad o las dos terceras partes de representantes enrelación con el capital ep los consejos regionales. Si no se quiere duplicar la elección y se desea obtener las ventajas de la mejor selección en el voto del' segundo grado, podría confiarse ,'la elección de senadores a los consejos regio~ a raíz de su designación. Como éstos se renuevim. totalmente cada dos afias, la renovación por tercios del Senado se haría por la elección de un solo senador en caso de ser tres los que se asignase a cada región. A estos senadores regionales y de origen corporativo. podrían agregarse cinco representantes de las universidades, dos por la universidad de Lima y tres por las universidades menores. Hay interés económico en que el número de senadores sea restringido. El problema más serio en la dualidad de las Cámaras es el relativo a las disidencias en la aprobación de las leyes. La solución de la reunión en Congreso supone el sacrificio de la opinión del Senado en la mayor parte de los casos. Me parece más justo el sistema de tratar de resolver los conflictos por medio de una comisión mixta. Fracasad. la gestión de ésta. la sanción definitiva de la ley exigiría la insistencia de la Cámara de origen por mayoría de dos tercios.


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siempre que hayá, por lo menos, un tercio a su favor en la Cámara revisora. Respecto de las funciones controladoras de la Cámara, hemos dicho que ellas deben mantenerse incluyendo hl interpelación. Y por lo que hace al voto de censura, mantenemos la necesidad de su motivación y de la mayoría en las dos Cámaras. En cuanto a la iniciativa financiera de las Cámaras, creemos que la opinión está perfectamente formada en el sentido de suprimirla de un modo absoluto, ateniéndonos al principio inglés de los moneu-bills que son de exclusiva presentación del Gobierno. Ésta sería la única manera de obtener la limitación de los gastos públicos y el balance del presupuesto. Como los presidentes de la Cámara de diputados no tienen las condiciones de neutralidad del speaker inglés, la decisión, en caso de duda sobre el carácter financiero de un proyecto de ley, no debe encomendarse exclusivamente a este funcionario, sino a un comité compuesto por lOs presidentes de las dos Cámaras y el contralor general del presupuesto. La función primordial y urgente de las dos Cámaras es la dación del presupuesto y el examen de la cuenta general de la república. Mientras la Cámara baja examina el presupuesto, el Senado haría el escrupuloso examen de las cuentas del año anterior. Al menos, cuatro horas diarias en los noventa primeros días de la legislatura. deben dedicar las Cámaras al presupuesto, habilitándose sesiones matinales o ves20


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víCTOR ANDRÉS BELAUNÓE

pertinas para otros proyectos del ejecutivo o de miembros del Parlamento que reviste un carácter de urgencia. Si las Cámaras no aprobaran el proyecto de presupuesto el 1.o de diciembre, habría que dar al Gobierno la facultad o de prorrogar el presupuesto anterior. con las modificaciones de las partes aprobadas en las Cámaras, o de poner en vigencia el nuevo proyecto con idénticos cambios. Este sistema parece preferible a la autorización de la pereza parlamentaria mediante las prórrogas mensuales o de por duodécimos. E] parlamento controla el ejecutivo; mas. e quién controla a] Parlamento ~ En las monarquías, el problema ha sido resuelto por el derecho de disolución. En un conflicto entre el Parlamento y el Gobierno. la solucién la da la consulta electoral. Entre nosotros, no cabe pensar en la disolución, que se convertiría pronto en un instrumento del absolutismo presidencial, aun con la reserva de tener el voto del Senado. En Francia misma. país parlamentario. la disolución jamás se ha ejercitado. Sería aventurado ensayar en un país nuevo la iniciativa. el referéndum y el retiro de los representantes. Estas instituciones, de eficacia innegable en pueblos de altísima cultura política, serían, entre nosotros, snobismo entorpecedor. La omnipotencia parlamentaria queda limitada por la dualidad de las Cámaras, el voto de censura fundado y la renovación total de la Cámara de diputados. En los Estados Unidos, la influencia genial del 108


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juez Marshal incorporó el control judicial del Parlamento por la inaplicación de las leyes anticonstitucionales. No tenemos aquí ni espacio ni tiempo para discutir este importantísimo lema. Sólo diremos que los partidos avanzados de les Estados Unidos combaten la prerrogativa de la corte suprema, que se ha convertido en los últimos años en la fortaleza del conservadurismo más estrecho, declarando inconstitucionales leyes de reforma social de evidente justicia y utilidad. De otro lado, no conviene dejar que el Parlamento viole la constitución. Cabrían soluciones medias, como el informe de la corte suprema al Parlamento sobre las leyes que estime anticonstitucionales, informe que, sin suspender la. ley, podría dar lugar a su revisión por las Cámaras, necesitándose en tal caso las dos terceras partes de los votos en ambas. Cabría, a su vez, el esquema ingeniado, si mal no recuerdo, por el senador Borah, según el cual la decisión de' la corte suprema descartando una ley constitucional, exigiría, no sólo la mayoría, sino las dos terceras partes de los votos del Tribunal. Si el Parlamento puede violar la constitución, los consejos regionales pueden violarla a su vez y faltar a las leyes existentes. En tal caso, el Gobierno y los fiscales de la nación podrían pedir la revisión de semejantes resoluciones ante la corte suprema. En los conflictos entre los diversos consejos regionales, la solución debe darla el Gobierno oyendo al Consejo de Estado.


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CoNSEJO DE ESTADO y EcONóMIco.

Debemos cerrar este rápido esquema de reforma refiriéndonos a las instituciones de consulta técnica que son, al mismo tiempo; fuentes de información para el Gobierno y para las Cámaras y, también. indirectamente. instituciones de control. El Consejo de Estado. creado por la conetitución de 19J 9 y que descartó el despotismo de Leguía, debe ser restablecido. Podría constituirse un gran cuerpo técnico formado por la reunión de las comisiones consultivas compuestas de cuatro miembros para cada ministerio. Los miembros del Consejo podían ser designados la mitad por el Gobierno 'y la mitad por el Congreso. En las materias graves. que la -conatitueión fijaría. el Gobierno debería oír al COnaejode Estado. Esta institución. como en Francia. resolvería las materias contencioso-administrativas. dejando las claras violaciones de los derechos civiles por parte del Gobierno a la jurisdicción de los tribunales. ._ El carácter técnico de la legisl~ci6n h.~_eada día más necesaria la cooperación de las entidádea que representan fuerzas económicas y culturales. y aunque éstas han recibido ya sus representaciones en los organismos regionales y en el Senado, no parece haber inconveniente para darles. en forma más concentrada y con carácter más técnico. el informe de proyectos de transcendencia económica y cultural. Podrían imitarse


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en el Pero, en forma más simple, naturalmente, los consejos económicos alemán y el establecido recientemente en Francia estatuyendo que la decisi6n del Parlamento no puede producirse en tales materias sin oír su informe. Sería infundado oponer a esta reforma la objeción de que envolvería retardos en la obra legislativa y disminución en las leyes por votarse. La objeción se convierte fácilmente en un argumento a favor. El vicio de la época presente es el exceso de legislación y la festinación en la dación de las leyes. Puede decirse que es salu•. dable toda medida que tienda a limitar o a atenuar la manía legisladora. En síntesis, el Perú debe aprovechar su reforma constitucional para adaptar las instituciones, exigidas por su idiosincrasia política y afirmadas por su historia, a las necesidades y a los métodos modernos. Por eso preconizamos un.F'arlamento mixto de sufragio individual o general y de sufragio corporativo; un ejecutivo fuerte, eficiente, moderadamente centralizado; un poder judicial absolutamente libre, independiente y técnico y la cooperación de instituciones como el Consejo de Estado y el Consejo Económico. Nuestro sistema debe huir de la simple imitación ideológica y tener como guía la realidad nuestra, los problemas tales como los ha planteado la experiencia, los conflictos en la forma que existen. Una constitución demasiado complicada o demasiado perfecta, conviviría con la trágica supervivencia de los hábitos perniciosos que han venido arraigándose en el Perú hace treinte años


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y que culminaron en el desgobierno y la amoralidad del régimen caído. El ensayo de nuevas instituciones 8610 puede cohonestarse por el caso del fracaso definitivo y de la desintegración absoluta de las antiguas. En los otros casos, la prudencia elemental aconseja una simple obra de retoque, de restauraci6n, o de vitalizaci6n.


El preblcma secíal y el ecenémíce POLÍTICA REFORMISTA.

El problema social es la gran cuestión de la época contemporánea. Alrededor de una nueva organización política de la sociedad giró el siglo XIX; alrededor de nlfvas fórmulas de justicia social girará el siglo xx. De esta g~neral orientación no puede sustraerse ningún pueblo de la tierra. En los países de la América andina, el problema social se agrava con rasgos característicos por las diferencias raciales. Tratándose del Perú. cabe hablar de dos problemas sociales: el típicamente nuestro, viejo como la conquista (el problema indígena) y el común a todos los países contemporáneos. creado por el desarrollo industrial. El error de los reformistas peruanos de principios de este siglo fué contemplar solamente el segundo problema, descuidando el primero, que era más esencial. Esa orientación debe rectificarse, no en el sentido de abandonar el movimiento iniciado, sino de completarlo con el planteamiento indispensable de la cuestión indígena, al margen de la


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cual hemos vivido con inconcebible egoísmo e inconsciencia durante todo el siglo XIX. - La cuestión indígena. por ser típicamente nuestra, requiere soluciones de acuerdo con nuestro ambiente y nuestra psicología. El otro aspecto de la cuestión social exige la progresiva adaptación a nuestro medio de las soluciones halladas en los países más avanzados. Frente al problema social universal, haytrea posturas: la individualista o conservadora, la reformista y la revolucionaria. La primera, desacreditada con justicia, es la de la mayoría del partido republicano en los Estados Unidos, expresión suprema del capitalismo moderno. La solución revolucionaria o marxista toma dos formas: la lógica y radical del comuniama ruso y la atenuada del socialismo francés. Llamamos la atención eobre este puntó porque en Hispanoamérica pareeea ignorar las diferen~ cías notables entre el laborismo inglés, y - el mismo socialismo alemán, y el socialismo fran~ CM. Éste, según Blum. no espera llegar al poder por una evolución natural, sino mediante la vacancia de la legalidad. Compere-Morel ha agregado, completando este peneamiento, que-,el socialismo no ha perdido 8U virginidad revolu-cionaria. Sinceramente, o por e.trategia, el socialismo-francés conserva el mito de la revolución y la rigidez del dogma marzista. El hecho tiene una gran importancia para nosotros. Si la juventud (dada la vieja influencia de Francia) sigue el espíritu y formas del eocialismo francés, -debe saber que no le separareino una diferencia


LA REAUDAD NACIONAL

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de matices o de oportunidad del comunismo ruso. La postura intermedia reformista comprende infinidad de gradaciones que van hasta las fronteras del viejo conservadurismo o del socialismo revolucionario. El reformismo podría resultar así equívoco. Conviene precisar para evitar confusiones. Debemos descartar a la derecha el reformismo tímido e incongruente que sirve apenas para encubrir un conservadurismo más egoísta que el que francamente se proclama; y, a la izquierda. el reformismo. que con la misma insinceridad trata de encubrir. con la palabra evolución. medidas que tienden a preparar inevitablemente el estallido revolucionario. El reformismo sincero supone la convicción sobre la injusticia de la organización social presente y el propósito de llevar a cabo las reformas. en el máximum posible: un ideal. al que no corresponderá espontáneamente la sociedad actual y un criterio de experiencia para graduar y seriar las nuevas instituciones en su incorporación a la vida. A esta clase de reformismo. parecen corresponder la democracia cristiana o el cristianismo social en Bélgica. Alemania y Austria y el laborismo inglés. Estamos, por desgracia. acostumbrados en Hispanoamérica a considerar el catolicismo como la encarnación y el baluarte del más estrecho conservadurismo. No se piensa que el punto de vista católico. respecto de la organización económica social contemporánea. tiene que ser. en 10 esencial, no conforrnista. Esta organización se ha plasmado rompiendo los marcos corporativos


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del cristianismo medieval. bajo la influencia protestante, que agravó. la diferencia entre el pobre y el rico y la omnipotencia del Estado a favor del segundo. y después por el individualismo jacobino, que, a pesar de su ideal de igualdad. acentuó en la sociedad el injusto juego de las fuerzas económicas. El no conformismo, en la mentalidad católica. tiene una base filosófica e histórica r es injusto atribuirlo a móviles de oportunismo político. La sociedad capitalista e individualista es hija de la reforma y de la revolución; el programa católico habría sido el desarrollo del corporatismo medieval dentro de una mayor flexibilidad. Al lado de esta concepción hay en el punto de vista católico, por experiencia multisecular," un criterio posibilista que demanda, no cambios bruscos. sino adaptaciones y reajustes. No se pueden destruir tres siglos de historia. La sociedad debe ser tratada tal cual es, y no cabe revivir violentamente. por idolatría ideológica. una estructura muerta. (Sólo hay dos grandes instituciones humanas con profundo sentido evolutivo: la Iglesia católica y el Imperio británico.) A pesar de ser bastante rica la literatura social-católica. hay respecto' de ella una lamentable ignorancia. Tratemos de presentar en brevísima síntesis sus líneas esenciales siguiendo el magnífico Código Social de la Unión internacional de estudios establecida por el cardenal MerClero

El principio fundamental es que el trabajo no es una fuerza instrumental o una mercadería,


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sino un elemento humano y que por lo mismo no está sometido a las leyes económicas, sino a principios superiores de moralidad y de justicia. La propiedad es conforme a la naturaleza y su régimen asegura mejor la utilización de los bienes materiales; pero su uso es a manera de una gestión que está subordinada a un fin social. Los abusos de la propiedad de la tierra crean en determinados países el problema agrario, y estos abusos, para ser cortados, pueden exigir la expropiación, como en el caso de tierras incultas o sometidas a un método de cultura inferior; y en el mismo caso de un buen aprovechamiento, cuando su excesiva concentración origina el desarrollo de un proletariado rural obligado a desertar las campiñas o a emigrar. (Art. 78.) Respecto de las empresas de interés general, a diferencia del socialismo, que presenta una solución rígida, el criterio católico acepta el punto de vista del relativismo experimental. «Consideraciones de interés general pueden imponer o aconsejar la gestión pública, nacional, provincial o municipal o la dirección de cuerpos autónomos bajo el control de los poderes públicos y en provecho de la colectividad.» (Art. 92.) (El punto de vista católico se aproxima al de los cooperatistas. La gestión directa del Estado o la nacionalización depende de dos factores: la naturaleza de la empresa en muchos casos y la capacidad administrativa del Gobierno. La aplicación de estos dos principios tiene una importancia decisiva en Hispanoamérica, donde sería un absurdo entregar la gestión de negocios coro-


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plieados a una burocracia incompetente o rapaz.) Tratándose de las ernpreeaeque no se refieren directamente a intereses generales. el punto de vista católico acepta que la dirección corresponda a los poseedores; pero aconseja el principio de la copropiedad y de la cogestión. El primero. llamado más comúnmente accionarado obrero. y el segundo, que se encama en coneejos de fá~! brica o comités de taller, responden al viejo ideal cristiano de la corporación. . La filosofía católica. al recomendarlos. atiende. no sólo a un principio de justicia. sino a la ventaja positiva del estímulo en el esfuerzo para el máximum de rendimiento. La inmortal encíclica De Rerum nooorum enunció el principio del salario mínimo. que hoy se llama con más propiedad salario vital. t.• te debe comprender, no sólo la 8ubsistenci.ael trabajador y su familia. sino los aegurOs(oJ'ltra loe riesgos de accidente. de enfermedad. ele vejex y de desocupación. (Art. 114). . . Este salario no agota las exigencias de la justicia. Por encima de él, diversas causas entrañan una mayoración: a). una producción más abundante. más económica y más perfecta qüe.la· normal; b). y una proaperidadmaa o menos grande en la empresa en la cual el obrero trabaja. Esa mayoracién, en lugar de traducirse en dinero. 'puede tran8Íormarseen forma de acciones de trabajo o en acciones de capital. (Art. I J5 y 117.) El código social recomienda de un modo especial el sistema de las habitaciones baratas y de


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alocaciones familiares. que deben ser incorpora. das en todos los contratos colectivos e individuales entre patronos y obreros; y el régimen de seguros. a cargo de cajas profesionales, alimentadas y dirigidas conjuntamente por patronos y obreros en cada profesión. Este criterio cooperatista, en sustitución del inadecuado y egoísta régimen individual, ha sido claramente expuesto por el doctor Ryan, notable moralista y sociólogo americano, en estas palabras: «La sociedad no puede permitirse la continuación indefinida de las presentes condiciones de fricción industrial, de incertidumbre, producción inadecuada y dilapidación social. Cooperación y participación entre los dos grandes grupos industriales, deben reemplazar al conflicto y a la dependencia. El medio más efectivo hacia estos fines parece la participación del trabajo en la gestión y en los provechos.» Refiriéndose al salario. afirma categóricamente: «La justicia requiere que el dueño del capital no reciba interés hasta que los obreros no hayan obtenido una remuneración compatible con una vida decente.» Y más adelante. tratándose de los provechos suplementarios, se inclina a que los trabajadores sean preferidos, «porque es imposible probar que el capitalista, como mero capitalista. tenga un derecho estricto a un interés que exceda de la tasa corriente» (1). No es necesario recordar la posición tra(1) Capital

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dicional de la filosofía social católica respecto del derecho de huelga. el trabajo de los niños y de las mujeres. los accidentes del trabajo y el llamado entrenamiento vocacional o profesional. En cuanto a los conflictos sociales, ha preconizado siempre la conciliación y e1 arbitraje, evitando dar en éste influencia decisiva al capital. Respecto del impuesto, ha aconsejado los suntuarios que atacan el lujo y la prodigalidad y prefiere, al establecerse nuevos, los que gravan sobre la renta y los que no son susceptibles de simulación o fraude. No ha aceptado simplemente la fórmula proporcional. y ateniéndose a los inconvenientes del impuesto progresivo absoluto, de razón constante, acepta la disminución de esa progresión en una forma de impuesto que se llama progresíonal. (Art. 123.) Tratándose de la organización sindical, la gran fuerza de resistencia y de mejoramiento obrero. en consonancia con una tradición semisecular, la Iglesia ha proclamado su legitimidad. En documento reciente. que ha tenido una gran resonancia. la Sagrada congregación del concilio ha afirmado (1): a), que la Iglesia reconoce y afirma el derecho de los patronos y obreros de constituir asociaciones sindicales, sea separadas o sea mixtas. y ve en ello un medio eficaz para la solución de la cuestión social; b), que la Iglesia. en el estado actual de cosas, estima moralmente necesaria la constitución de tales asociaciones (1) Respuesta al cardenal Llenar, 5 de junio de 192\1.


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sindicales. exhortando a su formación, y aunque prefiere que se constituyan entre católicos, no desconoce que necesidades particulares pueden determinar el proceder de otra manera. La filosofía social católica no ha mantenido, como la filosofía individualista, al Estado fuera de la vida económica del país. Al contrario. ha afirmado su intervención para la protección y guardia de los principios anteriormente expuestos. Preconiza, por último. la constitución de un consejo económico nacional que permita a los poderes públicos actuar en relación estrecha con los representantes de todas las ramas de la producción. El reformismo peruano tiene. pues. en la adaptación del programa católico, una serie de orientaciones prácticas, razonables y justas que, además de la importancia que les da su universalidad al ser sostenidas en los principales países de Europa y América, por grupos de consideración, tiene la muy especial de corresponder al Iondo religioso y a la psicología tradicional que la Iglesia ha dado a nuestro pueblo. Insincero sería de nuestra parte suponer que este mismo programa reformista puede aplicarse de golpe. Dejemos el enunciado de promesas y la triste surenchere demagógica a los que puedan representar simples intereses políticos. La franqueza y la lealtad imponen decir que la aplicación de ese programa tiene que ser gradual y adaptarse a las circunstancias; pero debe marcar una orientación constante, un propósito definido al cual debemos acercarnos imperiosamente.


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El Perú se ha adelantado a muchos. países de América en materia las leyes protectoras del trabajo. A las reglas ya establecida. eohre la huelga, jornada de ocho horas y accidentes del trabajo, hay que agregar, aprovechando el establecimiento de empresas extranjeras en la agricultura y en la minería, la aplicación de principios a que, en una u otra forma, están sometidas en los países de origen. No se ve la raz6n por la que una empresa americana, ingleea o alemana atienda a los seguros obreros en su paCe ){ deba hallarse exenta de esta obligación por el hecho de encontrarse en el Perú. Y al argumento de que en su país el capital no está sometido a los riesgos del que se invierte en el extranjero, cabe contestar que este exceso está compensado por los mayores dividendos. Estamos de acuerdo todos en que es necesario impedir la hegemonía del capital extranjero, imponiendo a toda empresa un mínimum decapital nacional. Ese mínimum no podría tener mejor aplicación que la del establecimiento de acciones para obreros. A la medida establecida en decreto reciente de entregar al Estado el diez por ciento del provecho de las empresas cxtraJ¡-. jeras, preferimos nosotros la atribución de este porcentaje al accionarado dlrero. No hay garantía de que podamos curarnos repentinamente y para siempre de la burocracia o del derroc~e.

LA

CUESTIÓN INDiCENA.

En la primera parte de este libro hemos tra-


LA REALJIIAD

NACIONAL

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tado de la cuestión indígena y esbozado el programa que parecía desprenderse del mismo estudio de Mariátegui, sin tener en cuenta las exageraciones de su posición ideológica. El problema indígena, por lo que se refiere al trabajo de los indios en la minería, en la agricultura industrializada de la costa y en la que comienza a industrializarse en la sierra, supone la aplicación de los principios de justicia social universales a que hemos aludido. La cuestión indígena típica aparece cuando se trata de la comunidad y de la hacienda serrana. Comenzaremos por decir que, a pesar de los estudios recientes, carecemos de la información científica indispensable sobre el problema aborigen, Se impone un libro respecto del Perú como el que ha escrito sobre Méjico nuestro amigo T anenbaun por encargo del «Brooklin Ínstitut». A falta de un programa que se plasme en informaciones recientes y absolutamente seguras, cabe sólo insinuar directrices basadas en conocidas experiencias anteriores. La violenta transformación del régimen de propiedad comunal en propiedad individual, hecha por los decretos de Bolívar, quien se inspiró a su vez en los de las Cortes de Cádiz, ha determinado el despojo de los indígenas y la acentuación del latifundio. De aquí la necesidad de mantener la solución del doctor VilJarán de reconocer personería jurídica a las comunidades existentes que las defienda y proteja. No bastaría esa medida; se impone vitalizar aquellas comunidades, dándoles mayor eficiencia productiva. Aquí podría manifestarse la 21


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intervención del Estado i de los consejos regionales para llevar a cabo una especie de educación económica del indígena adulto por una activa propaganda y para poner a su alcance. al mismo tiempo. semilla. abonos e instrumentos. y aun maquinaria. Llegará un momento en que la comunidad vitalizada pueda ,transformarse en grupos de propiedades individuales. Esta transformación no puede ser ni impuesta ni acelerada por el medio artificial de la ley. sino el resultado de una evolución natural. El problema de las haciendas o latifundios serranos parece aún más complicado. Todo da a entender que las tierras de comunidad. a pesar de los inconvenientes de este régimen y de lo primitivo de los medios de cultivo. están mejor explotadas que el latifundio. Mariátegui observa con justicia que el régimen de propiedad individual, cuya cohonestación es la mayor productividad. no puede ni siquiera invocarse en tales casos para defender el latifundio. La expropiación del latifundio improductivo o retardado se impone. de acuerdo con el principio del código social-católico que hemos citado. Mas esta expropiación no puede llevarse a cabo sin indemnización equitativa y sin antes dar un plazo a los propietarios para introducir las mejoras correspondientes. Este tiempo de espera serviría. además. para diferenciar la parte de la hacienda a que puede atender su propietario con eficiencia y el resto sobre el cual la .expropiación tendría' que producirse. Problema aún más grave es el de la atribución de las tierras expropiadas. Ha-


LA REALIDAD NACIONAL

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bría que hacer ésta. según las circunstancias. en parcelas de propiedad individual o en áreas por asignarse a comunidades si el peonaje prefiriese esta forma de explotación. . En muchas de las haciendas del Perú existe el régimen de yanaconazgo o aparcería. El ideal. naturalmente. es hacer de esos yanacones o aparceros propietarios individuales. con la ayuda del Estado y aumentando la parte de cosecha que deban entregar como parte de la amortización de la propiedad que adquieren. . La atribución de la propiedad a los indígenas. al expropiarse los latifundios y al convertirse al yanacón en propietario individual. envuelve el peligro de que el indígena no conserve ni explote su propiedad y la enajene a vil precio. volviendo a la condición de siervo o proletario. El único medio de evitar este inconveniente sería la inalienabilidad de toda propiedad establecida a favor de indígenas por un tiempo determinado. Para el pago de las indemnizaciones. el crédito hipotecario o un banco nacional agrícola facilitarían los fondos con la garantía del Estado y la de las tierras repartidas, en proporción a fijarse en vista de las circunstancias de cada región. Una hipoteca pesaría sobre las propiedades repartidas que se iría amortizando en largos plazos. Esta medida, además de hacer posible la contribución del indígena al pago de la justa indemnización. lo une a la tierra, que sólo adquiriría definitivamente por su trabajo. Cabría también ensayar. respecto de los latifundios expropiados, un sistema de cooperación agrfcola. Todo ello supone.


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no solamente un programa económico. sino un vasto programa educativo de la raza indígena. No basta defender o restaurar la comunidad. repartir el latifundio improductivo o retardado; es indispensable. previamente o paralelamente. entrenar al indio en las formas de producción más eficientes. El problema no es económico. sino educacional o. mejor dicho. es indisolublemente las dos cosae; .a despecho de las afirmaciones marxistas. Produce una sensación de angustia la contemplación de los graves aspectos de la educación indígena. Me parece una ilusión peligrosa suponer que una burocracia laica. formada en el ambiente egoísta de la época presente y pobremente pagada. realice el milagro. apostólico y técnico. de transformar a nuestros indios. Sin desaprovechar los elementos que podría formar el Estado. alentados por la más intensa propaganda. creemos que esa obra educacional podría en buena parte confiarse a institutos religiosos. .Necesitamos revivir el fervor de los primeros misioneros y orientar la actividad de las órdenes religiosas existentes hacia la educación indígena. Lo lógico sería que se formara una nueva orden. dedicada exclusivamente a ella. El catolicismo. en sus épocas de vitalidad. ha producido. en variedad infinita. institutos qúe respondían a las efectivas necesidades sociales. Si el sentimiento religioso en nosotros se conserva vivo. nuestros conventos sacudirán la rutina y la estagnación. Ninguna obra más propia para su celo que la regeneración de la raza aborigen.


LA REALWAD NACIONAL

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La formación de núcleos religiosos, especialmente dedicados a la instrucción y defensa de los indígenas, ofrecería, además, la ventaja de hacer posible la supresión de algunos curatos que, por lo remoto de los lugares o por otras circunstancias, se escapan al control de los obispos. Para esas zonas, cabría establecer, siguiendo la idea de Piérola, parroquias conventuales y escuelas rnisionarias sometidas naturalmente al ordinario y amparadas y protegidas por el Gobierno. Rectificaríamos así la política del regalismo español, interesada en secularizar e individualizar las doctrinas y que hizo de los curatos una rama de la burocracia, a veces tan inconveniente y abusiva como la de los corregidores y subdelegados. Tal reforma, que reviste una trascendencia enorme, sólo puede' realizarse dentro de un régimen de franca armonía y de cooperación entre la Iglesia y el Estado; '0 sea, dentro del concordato o de separación amistosa de los dos poderes. No obstante los difíciles aspectos de' la cuestión indígena, no pertenecemos al número de }(,)spesimistas. Creemos que, a pesar de una política de inercia y de indiferencia de parte del Estado, la extensión de las industrias a la sierra va transformando al elemento aborigen. Frecuente tema de nuestras meditaciones y conversaciones en el destierro era el problema indígena. Tratando de él con el doctor Villarán, recogimos complacidos de sus labios las impresiones y datos favorables que él había obtenido en su viaje por junín y su contacto con jefes de em-


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presas mineras, sobre la capacidad, no sólo para los trabajos mecánicos, sino de administración, que revela el indio. Idéntica conclusión optimista se saca de nuestros cuarteles. Basemos, pues, en esta afirmación de la fe en la raza aborigen una nueva política. El programa de hacer al indio propietario tiene un precedente glorioso en el reformismo del siglo XVIII, que preparó la independencia.': El famoso informe presentado por fray Antonio de San Miguel, arzobispo de Michaocán y que transcribe Humboldt con elogios entusiastas en su Ensayo sobre la Nueva España, y que, según el erudito mejicano CarcÍa lzcasbalceta, fué obra del vicario de dicha di6cesis, el famoso don Ma~uel Abad y Queipo: pedía la abolición del tributo, la declaración de capacidad para todos los empleos a favor de las castas, la. división de los bienes de comunidad, la distribución de 108 bienes de la corona a los indios y a las castas y la promulgación de una ley agraria semejante a la de Ásturias, para que los labradores trabajen las tierras que los grandes propietarios han dejado incultas. El informe tuvo una influencia decisiva en .]OS leaders del movimiento del año lOen las Cortes de Cádiz. El tributo de indios y de castas fué abolido; pero en un punto esencial la revolución se quedó corta respecto de las ideas de fray Antonio de San Miguel y de su vicario Abad y Queipo: la distribución a los indios de las tierras incultas del latifundio. Necesitamos hoy realizar ese programa.


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NACIONAL

Punto esencial en el problema indígena es el del alcoholismo. al cual dedicamos el año 17 un largo ensayo, cuyas conclusiones eran éstas: , .•. el Estado obtiene. por el impuesto del alcohol, que pesa principalmente sobre los indígenas, una suma equivalente al tributo colonial y está, por lo mismo. interesado en el mayor consumo de alcohol para obtener el incremento de esa renta; 2:, la elevación de la tasa en el impuesto no ha producido la reducción del alcoholismo; 3.a• el Estado debe establecer el estanco del alcohol para reducir la producción e impedir su internación en la sierra; y 4.", a fin de evitar daños a los cultivadores de caña. el Estado alentará la industrialización del alcohol, de producción inevitable en la costa. y el reemplazo de los cultivos en la sierra. Las medidas que insinuábamos exigen un sacrificio parecido al que se llevó a cabo cuando se abolió el tributo. El está impuesto por la salud y la vida de la raza aborigen. base de su mejoramiento económico y de su educación.

LA

QUIEBRA

DE LA CLASE

MEDIA.

Respecto de la clase media como respecto de los elementos populares. el problema social se ha reflejado en una desproporción entre el salario o sueldo y el costo de la vida. Careciendo de los datos, documentos y estadísticas recientes, no puedo emitir juicios sobre la situación actual; pero conservo el resultado de mis investigaciones,


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hechas. sobre todo, en la región de Arequipa hace quince años. A Falta de estadística general, tomando como índice las de las sociedades de beneficencia. sobre alquileres de fincas rústicas y urbanas y sobre el precio de las subsistencias por los presupuestos de los hospitales y de los hospicios. llegué a la conclusión de que en el transcurso de veinte años. desde el año 95 al 1915. la propiedad había duplicado de valor (la proporción exacta era de ciento diez por ciento) y el costo de la vida había seguido aproximadamente la misma proporción; En cuanto a los sueldos, tomé como punto de referencia los del presupuesto. Estos aparecían aumentados solamente en un cincuenta por ciento. Según mis averiguaciones, las empresas de transporte y 188 casas comerciales no registraban sino un aumento en los salarios y en los sueldos que variaba del treinta al sesenta por ciento. En esa fecha. esto ea. antes de las transforrnacioeies que en el mundo económico ha producido la gran guerra. podía hablarse de la quiebra de nuestra clase media por la desproporción entre el aumento del costo de la vida y el incremento de los salarios. (Se ha mantenido o se ha corregido aquella desproporción? En el transcurso de estos quince .6os ha continuado aumentando enormente el costo de la vida. El presupuesto ha registrado aumentos considerables y éstos se hallan también en los sueldos de empresas particulares. No creemos. sin embargo, que el desnivel haya sido llenado: No cabe pensar para remediar esta falta de proporción en el aumento de los sueldos. dada


LA REALIDAD

NACIONAL

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nuestra crisis financiera; y. por lo mismo. no queda otra cosa que abaratar la vida, modificando el régimen tributario, suprimiendo 108 intermediarios, rebajando los transportes e intensificando la producción. Después del problema indígena, o tanto como él. la gran necesidad del Perú es resolver lo que podríamos llamar la liberación económica de la clase media. hasta hoy sometida en gran parte. por exigencias burocráticas. al Gobierno o instrumento en todo juego y aventura política. El Estado puede contribuir indirectamente a la liberación de la clase media desde los puntos de vista pedagógico y económico. Desde el punto de vista pedagógico, rectificando la equivocada orientación de la instrucción pública. sobre todo, de la llamada instrucción media. Como hemos dicho varias veces, y es necesario repetirlo en cada oportunidad, la instrucción media no debe ser la antesala de la universidad, o diremos mejor, el canal que lleve inevitablenrente a ella. Necesitamos desarrollar la instrucción primaria superior y un tipo de instrucción media con orientaciones directas a la vida. Además, la instrucci6n especializada industrial o comercial. que no debe estar centralizada en Lima, sino difundida en las siete regiones y de acuerdo con su fisonomía económica. El Perú debe preferir tener mayor número de escuelas primarias en edificios sencillos y modernamente' equipados. a la extensión y desarrollo de colegios de instrucción media de tipo clásico; y el mayor número de escuelas prácticas.


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industriales y comerciales, al-perfeccionamiento o desarrollo del tipo superior de escuela técnica profesional. Nos parece absurdo que no hayan existido en la región del cobre escuelas prácticas de minerías y en las regiones agrícolas y ganaderas, como el Cuzco, escuelas prácticas de agricultura. y que centros de población inteligente, de fuerza hidráulica y de proximidad de materias primas como Arequipa, no hayan tenido una escuela industrial ni una buena escuela de artes y oficios. El Gobierno puede también influir en la orientación de la clase media por el aliento de las empresas industriales. Esta política de fomento de la actividad económica supone, y hay que decirlo con franqueza. protección y garantía del capital, y por lo mismo exige descartar todo programa radical y toda exageración demagógica.

NUESTRO

VASALLAJE ECONÓMICO.

El síntoma más alarmante de la economía peruaha ha sido nuestra dependencia del capital extranjero. lo que el economista chileno Erici. nas ha llamado (muestra inferioridad económica». Hace algunos años. el capital extranjero estaba representado en el Perú únicamente en la minería. en los transportes y, sólo en pequeña parte, en la agricultura. La evolución de los últimos años ha dado al capital extranjero una proporción tal que amenaza nuestra independencia política. Poco a poco, la agricultura ha venido a


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ser controiada por dos firmas extranjeras: una alemana y otra americana. Ese control se ha acentuado en la minería y es hoy definitivo y perpetuo por la criminal concesión de los ferrocarriles a la Peruvian Corporation. El país pobre y aun miserable de hace treinta años, era autónomo económicamente. El Perú. de las fiestas centenarias estaba convertido en un país semicolonial, empleando la terminología soviética. Y si la independencia política puede conseguirse por un golpe de heroísmo, la independencia económica supone un largo y penoso esfuerzo a través de varias generaciones. Desde luego, hay que descartar toda política revolucionaria o radical, que lo único que haría sería complicar nuestra crisis económica con agitaciones políticas o conflictos internacionales. Necesitamos no solamente aprovechar del capital extranjero ya invertido, sino alentar las futuras inversiones en empresas que por su trascendencia no puedan hacerse con capitales nacionales. No debe darse al capital extranjero una situación de privilegio y hay que reservar las empresas de servicios públicos, y, sobre todo, las concesiones de nuestros recursos naturales, al capital nacional. Cabe, por último, en forma prudente, exigir en toda empresa una proporción más o menos grande según las circunstancias, de capital nacional. El fenómeno que caracterizó la tiranía que ha caído fué el de la emigración del capital nacional y el del fomento incondicional del capital extranjero. La política futura tiene que ser inversa. Se impone el alentar la reintegración del


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capital que había huído y no proteger con franquicias indebidas al capital extranjero. Como para el desarrollo industrial. hay que seguir una política de ~reformismoprudente y de seguridades al capital. que es en el Perú. como en todas partes. extremadamente sensible. . Los altos precios de los productos de exportación llevaron a muchos productores peruanos a abandonar los artículos de subeiatencia, determinando la importación en ese ramo. que llegÓ a la gigantesca cifra de cuarenta millones. Una de las compensaciones de la crisis actual será la de devolvernos nuestra independencia del mercado extranjero en materia de subsistencias. Todo Gobierno tiene que alentar la política hacia la mayor producción de esas materias, no sólo para mantener una situación de necesario equilibrio. sino para evitar los peligros que tal fenómeno entraña desde el punto de vista del cambio. Hay que combatir así lo que llamábamos hace trece -años nuestro vasallaje económico.


El problema uníversttarte La abolición del estatuto universitario y la restauración de la autonomía se imponían como una consecuencia lógica de la revolución. Mas la vuelta a la autonomía no podía suponer la inmutabilidad o estagnación de la universidad dentro de los moldes en que la dejó la imperfecta transacción de los últimos tiempos. La universidad necesitaba una reforma trascendental. La pedí con toda franqueza y vehemencia en mis estudios del año 17. a los que he hecho refe rencia en la primera parte de este libro. Los principales aspectos del problema universitario se reducen a los siguientes: J. o. vinculación de la universidad a la vida nacional; 2. o. separación de la universidad de toda actividad política personalista : 3. o. formación de un profesorado universitario de verdadera preparación científica y de intensa vocación profesional; 4. o. introducción de nuevos métodos y del moderno equipo o material; 5. o, intervención de los


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ex alumnos y de los estudiantes en el gobierno y en la vida corporativa de la instituci6n; 6. o, adaptaci6n a nuestro claustro de las llamadas ldividades estudiantiles que tanto realzan las universidades extranjeras, principalmente americanas, en el orden intelectual, artístico, social y deportivo; 7. o, ~ecimiento de los dormitorios, restaurante y club UDiversitarios;y 8. o, irradiaci6n de la cultura univeraitaria a las masas populares. La vinculación de la universidad a la vida nacional supone el estudio por nuestra instin.ci6n de las cuestiones esenciales del país; problema indígena, quiebra de la clase media, dependencia económica, organización política, problemas internacionales. Y para este estudio no bastan las clases corrientes o disciplinas ordinarias, como historia económica, derecho constitucional, economía política o social y derecho internacional. Es indispensable establecer seminarios o conversatorios dirigidos por profesores, en que, en vista de las fuentes y documentos más completos, se discutan los diversos aspectos de aquellos problemas. Además de la orientación nacionalista en las cátedras respectivas. debe organizarse la escuela superior o facultad de altos -estudios con los seminarios en que se trate de estas materias, abiertos a los graduados que quieran aspirar al profesorado, a la carrera política y a los ex alumnos de la universidad que quieran completar su cultura. La separación de la universidad de toda actividad política personalista no significa la abdi-


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caci6n de su derecho, como institución, o del derecho de los profesores, individualmente, para estudiar o criticar las directivas de nuestra política y de protestar cuando se amenace a las instituciones básicas de nuestra nacionalidad; pero exige en las autoridades universitarias. como el rector y los decanos. el abandono de toda actividad política y la consagración exclusiva a la vida del instituto. Los puestos directivos de la universidad no pueden ser ni pedestal para otras posiciones, ni retiros honorables. Para ser profesor, hay que exigir no solamente el grado. sino una preparación especial suplementaria. teórica y práctica; teórica, por nuevas investigaciones y estudios. y práctica. por uno o dos años de ejercicio del cargo de conferencista libre en la universidad (conferencias semanales. de acuerdo con un programa aprobado por la universidad. que servirían de prueba, no sólo de la vocación del profesor. sino de la aceptación o interés del alumnado en la obra de los candidatos). Estos podrían recibir también becas de viaje que les permitieran el perfeccionamiento en la materia a que se han dedicado. En la vacante de una cátedra, salvo casos excepcionales de competencia notoriamente probada, la designación tendría que caer sobre los candidatos que hubieran seguido el curso de preparación teóricopráctica indicado. No cesaremos de repetir que el principio básico de la universidad es la vocación pedagógica, o sea la consagración especial, si no exclusiva, de


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los profesores a sus cátedras. Hem~ probado repetidas veces que el sistema que se ha seguido de multiplicar las disciplinas y al mismo tiempo el personal es absurdo: nos da una ciencia de fachada y es una prima al diletantismo. Necesitarnos un grupo de hombres entregados enteramente a la universidad. Hemos impuesto esta condición para el rector y los decanos. Poco a poco, hay que extenderla. si no a todas las cátedrás. a las que podríamos llamar disciplinas normativas. En una universidad pobre. como la nbestra. no podemos exigir a los profesores de medicina y jurisprudencia o ingeniería que dejen la práctica de la profesión.. Esto. además, sería inconveniente. Aquella práctica los habilita. si no es absorbente en grado extremo, para enseñar mejor. Pero en los estudios formativos de las facultades de ciencias y de letras, cabe la consagración exclusiva. En lugar de seis profesores de filosofía o de historia que 80n el uno periodista, el otro abogado, el otro político, el otro industrial, etc., y sólo en la c1ase filósofos o historiadores, nos conviene tener dos filósofos o dos historiadores que, con el sueldo de los seis. dictarían las mismas o más. asignaturas. 'Hay que permitir la acumulaci6n de cátedras en esas facultades y las de ciencias políticas en cabeza de los jóvenes prestigiosos que hayan dado muestras de positivo saber y amor a la enseñanza. Ciertas actividades fuera de la universidad se conforman con este principio ,de división del trabajo. Es evidente. por ejemplo. que los jefes y empleados del archivo nacional y de la biblia-


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teca están en aptitud de desempeñar clases de historia o de bibliografía. Es el mismo caso, para algunos empleados de la administracÍón. De un modo general, la idea es que la enseñanza no sea una actividad accesoria. sino primordial. Una universidad realmente moderna, requiere la aplicación de nuevos métodos. Nosotros no hemos tenido hasta ahora sino el de la llamada lección magistral o la disertación. Tal método necesita ser reemplazado por la más activa cooperación entre maestros y discípulos, por la asignación de trabajos a éstos y por el establecimiento del seminario para los estudios especia. lizados. La universidad requiere equipo y material modernos. No se concibe clase de psicología sin un laboratorio, ni clase de geografía humana e histórica, sin una colección completa de mapas, grabados y documentos históricos, ni clases de estética sin una buena cole~ción de reproducciones, ni clases de economía social sin esquemas gráfi. cos y cuadros de lo que se ha llamado Museo social. La universidad no puede diferir la adquisición de ese equipo. Nuestras facultades de ciencias y medicina han mantenido al día sus instrumentos de experimentación. No hay razón para que las facultades de ciencias sociales y letras carezcan en absoluto del material que es para ellas lo que para las otras sus laboratorios. La intervención de los estudiantes en el gobierno de la universidad. proclamada en el Congreso de Montevideo de 1908, ha tenido realización y hay que mantenerla, no sólo en el consejo 22


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universitario, sino en el consejo de las facultades. A esta reforma. conviene agregar la vinculaci6n de los ex alumnos con el alma mater, atrayendo a éstos a la vida de la corporaci6n, por su admisi6n en los seminarios, sociedades de debate y otras actividades de la universidad, y dándoles una representación en el consejo, por lo menos igual a la de los estudiantes. Uno de los contrastes más saltantes entre la vida universitaria hispanoamericana y la anglo8!ljonaes la ausencia en la nuestra de las actividades típicas de la universidad. Recordemos con tristeza el ambiente del claustro ~niversitario en el Perú. Profesores que llegaban de prisa y a veces tarde a monologar una disertación imperfecta; alumnos que, distraídos o impacientes. escuchan a sus catedráticos en la expectativa del campanazo libertador a cuyo son se precipitan a la calle, a la oficina o al club; el claustro, solitario, sin el carácter de un centro de atracción, de un verdadero hogar intelectual, moral y social. Después de haber vivido desde hace diez años la vida tan distinta de las universidades norteamericanas y de haber gozado del Campus siempre poblado de profesores y alumnos ,que,lo atraviesan yendo de las clases al seminario y del seminario a la biblioteca y de la biblioteca al , gimnasio, nuestro claustro nos parece una instituci6n sin alma, una instituci6n muerta. 5610 se anima para elegir personeros a una Federación de estudiantes que, entre tumultos de anarquía. apenas logra designar una junta' directiva. 1 No I Esto debe concluir. Al mismo tiempo que se


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elimina a los profesores rutinarios e incompetentes, transformemos al alumnado para que no se aburra en las clases o deserte de ellas y permanezca en el claustro con la preocupación de los problemas de la enseñanza y no sólo cuando su presencia es necesaria en los comicios eleccionarios. Si en el Perú no se llega a establecer la vida estudiantil como actividad intelectual y BOcial, la reforma de la universidad será imposible, aunque demos las leyes más perfectas y aunque la tesorería de la universidad enriquezca nuestra biblioteca y ponga a nuestra disposición todo el material moderno. El porvenir de la universidad se halla en la orientación espiritual del alumnado; esta orientación ya no depende exclusivamente de los maestros; depende, principalmente, de ellos mismos. Hay que amar la universidad por la universidad. Imitemos el ejemplo de los americanos y los ingleses, que consideran la época más feliz la de los años de estudio, y sienten con pena la aproximación de su fin y conservan toda la vida el recuerdo romántico de ambiente colegial, de los viejos maestros, de las amistades formadas en ella, las más sinceras y las más desinteresadas. Mucho puede hacer la .iniciativa de los alumnos para establecer lo que en los colegios americanos se llama students activities. A falta de ella, o como su complemento, se impone un programa de parte de las autoridades universitarias para fomentar los concursos, los campeonatos deportivos, las sociedades de debate, los duelos oratorios, los clubs dramáticos y musicales,


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la publicación del peri6dico, 6rgano de loe alumnos. las excursiones universitarias a lugares de interés histórico, las sociedades para la díscu.iónde problemas de interés general. como 108 clubs de relaciones exteriores destinados a 'seguir de cerca la política mundial. , Hay que orientar las aficiones, el espíritu de emulación. la afirmación de la personalidad hacia esos campos de actividad solidaria y útil. evitando que la juventud' se desvíe hacia el proselitismo político, el espíritu de dominación y de intriga y las prematuras ambiciones personales. Que la juventud sea jOlJen, esto es, desintere,ada, alegre, llena de vida. extraña a los ajetreos y a las impurezas de la realidad. Que la juventud viva para sí misma y para el claustro; al vivir así. servirá mejor al país, cuyo progreso estriba en la labor silenciosa y útil de loe laboratorios y de las clases, y no en la agitación pseudoidealista de las calles y las plazas. El medio más eficaz en manos de las autoridades universitarias para provocar la verdadera Solidaridad estudiantil-y dar al claustro su aspecto necesario de hogar social e intelectual, es el ~ •. _ blecimiento de los dormitorios para losalt1mDÓ8 de provincias, junto con el comedor respectivo y 108 clubs anexos. Por este medio. podemos restaurar en forma moderna el ambiente de loe antiguos colegios, además de atender al- ineludible deber de facilitar a los estudiantes pónrea una vida decente y barata e higiénica. En todos los países latinos que, por desgracia, abandonaron el concepto corporativo _y hogareño de la


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universidad, se inicia hoy un gran movimiento para restaurar el rasgo más interesante de los colegios medievales: la vida colectiva. la vinculación permanente de maestros y alumnos. Él se revela en los proyectos de ciudades universitarias o residencias de estudiantes, en plena construcción en París, Madrid y Barcelona. Deritro de nuestros modestos recursos económicos, imitemos este hermoso ejemplo. El último rasgo de la universidad es el de la vinculación con las masas populares, o sea la irradiación de su cultura por medio de conferencias de divulgación. no sólo en materia científica. sino también en materia de política, de economía y relaciones internacionales. En síntesis. las llamadas universidades populares. Este ensayo se ha hecho entre nosotros; y debe mantenerse con la mira absolutamente desinteresada de difundir la instrucción. sin el propósito de alcanzar influencia o prestigio político entre los obreros. La agitación política. que es incompatible con el estudio tranquilo y sereno del claustro. es igualmente nociva cuando se extiende. con el prestigio de la universidad y de la ciencia •. a las masas populares. El profesor o conferenciante de extensión universitaria necesita, tanto como el catedrático de la universidad, la conciencia de su altísimo deber profesional, y la ausencia de toda ambición política. La universidad debe encargar a los alumnos de años avanzados y a los candidatos al profesorado los cursos de extensión universitaria, de acuerdo con un programa orgánico.


La necesidad de una fi1ClsClfía censtructíva Vasconcelos, en una conferencia pronunciada en la escuela preparatoria de Méjico, esbozó lo que él llamaba la nueva ley de los tres estados. La civilización pasa por tres períodos: el materialista, el intelectualista y el estético. En el primero, predomina el instinto y la necesidad; en el segundo, la conveniencia y el cálculo; en el tercero, el gusto es la ley suprema que se manifiesta hacia afuera en simpatía y belleza. Vasconcelos, vitalista y romántico, corona la evolución humana por el período estético. Observando la evolución del pensamiento en Hispanoamérica, destácase otra ley más ajustada a la realidad. Al iniciarse nuestra independencia, nuestra preocupación es esencialmente política. Los nuevos Estados requerían una nueva estructura gubernamental. En el pensamiento predomina la nota política. Alcanzada, aunque rudimentariamente, la organización constitucional. comprendemos que la política es sólo una forma que exige un contenido económico: el dominio


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de la tierra, el desarrollo de la riqueza. La segunda etapa de nuestro pensamiento es económica. Cuando la prosperidad material alcanzó cierto grado de desarrollo en determinados países de América, surge en ellos una reacción hacia los fines culturales desinteresados; y estética es la tercera etapa de nuestra evolución . .El defecto del movimiento esteticista iniciado por el modernismo, culminante en Rodó y en el propio Vasconcelos, ha sido la acentuación de nuestro individualismo, el apartamiento de la vida integral que es acción y esfuerzo en el orden político, social y económico; y, por último, la prescindenci~ de un criterio que supera el de la simple contemplación de perspectivas intelectuales o artísticas. El momento actual es de más hondas inquietudes. No nos bastan finalidades estéticas. Sentimos la necesidad de salir del yo, cuyo cultivo era la cumbre del esteticisrno, en busca de un mundo superior. Palpita en nosotros el ansia de misterio, el ideal de la propia superación; al mismo tiempo, agudos y urgentes problemas sociales requieren nuestro esfuerzo. Se dibuja una intensa preocupación ético-social y religiosa, que el mismo Vasconcelos ha anunciado y que pide una nueva filosofía constructiva. En la etapa política y económica de nuestro pensamiento, esa fórmula la dió el credo liberal, al principio compatible con un teísmo vago y después unido a un inconsistente y débil agnosticismo. En el período estético ese liberalismo se humaniza con matices socialistas en el problema social y se decora con cierto panteísmo evolucio-


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Dista en el problema filosófico. El liberalismo económico produjo cierta eficiencia y desarrollo .de riqueza; el esteticismo, la acentuación de una cultura, .para una élite, Hoy sentimos la exigencia de respuestas más afirmativas a nuestra ansia de ideal y a nuestros impulsos de acción y de lucha. Nuestros padres vivieron bajo el siglo de Rousseau con atenuaciones y cambios. La ideoJogía demoliberal está muerta, no porque la democracia no sea un valor eterno. sino porque el individualismo y economismo, inseparables del liberalismo. carecen del sentido de comunidad y de solidaridad profunda y son incompatibles con la justicia social. El credo individualista de Rousseau ha sido reemplazado por el dogma socialista de Marx. El socialismo, filosofía extrema y dogmática. ha traído como consecuencia' benéfica la desviaci6n de la atención del problema puramente político a' los problemas sociales y económicos; pero. al dejarse absorber' totalmente por éstos. encarna una vuelta a un economismo o materialismo más estrecho que el del credo demoliberal. Sus fórmulas aparentan responder a nuestra ansia de justicia en las relaciones humanas; pero prescinden de la indívi:. dualidad en lo que tiene de irreductible y de respetable; y no dan respuesta a su expresión profunda. la vida interior. el hambre de invisible. Al tramontar la tercera etapa. dejando en el campo abandonadas viejas fórmulas políticas. postulados económicos individualistas y esteti,cisma aristocrático. la nueva generación se pregunta ansiosa por el rumbo a seguir. En el hori-


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zonte surge la roja alucinación de un nuevo credo, de una nueva mística. Inútil sería negar poder de atracción, falso brillo de idealidad a los nuevos mitos humanos. Llevamos, sin embargo, sabiéndolo o ignorándolo, la gravitación de la experiencia histórica. Hace más de un siglo un mito análogo. una alucinación semejante, apareció en el horizonte de la humanidad. Ese mito ha tenido que ser rectificado, esencialmente modificado, en ciertos casos definitivamente abandonado, para hacer posible, no solamente el progreso, sino la vida misma. <: Será el dilema de la humanidad la ilusión o la absoluta desesperanza, la fiebre o la rutina, la loca actividad o la inercia pura? Más que nunca necesitamos una filosofía constructiva, una filosofía integral, el sistema que abarque lo subjetivo y lo objetivo, la vida interior y la vida social, que concilie necesidad de algo permanente y eterno y los cambios y mejoras inevitables; filosofía que nos dé, junto con la metafísica más alta. la estética más libre, la política más realista, la economía más humana. Espíritu de novedad, inconsciencia de lo bueno, más que cercano, íntimo; este mal humano de ignorar, por costumbre, las fuentes de bien y de vida que nos vienen de lejos, el afán de ligar corrientes profundas a sus expresiones perecederas o a sus manifestaciones incompletas, nos han llevado a desdeñar la filosofía católica como una ruina definitiva. A través del viaje que nos pinta Chestertton en Ortodoxia en busca


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de] nuevo ideal. encontraríamos. sin embargo. que é] se hallaba cerca de nosotros, en la religión que ha creado y mantenido la civilización occidental. Para descubrir en e] catolicismo su sentido profundo. su valor eterno. hay necesidad de prescindir de las cristalizaciones determinadas por e] transcurso del "tiempo y que no reflejan su esencia, sino nuestros propios defectos o limitaciones. E] fondo de la psicología de un pueblo no puede ser modificado totalmente y la religión no significa perfección cumplida, sino principio de lucha. Algunos aspectos francamente desfavorables de] catolicismo en los países hispánicos han impedido que la inteligencia. a diferencia de lo que pasa en otros países. volviese a él. No querernos darnos cuenta de que nuestra admirable vida de familia, la fuerza de ciertas disciplinas o nexos sociales necesarios. la preservación de lo que podríamos llamar nuestra superconciencia, se deben a la obra silenciosa de los principios religiosos. Y. de otro lado. no deseamos contemplar el espectáculo que presenta el catolicismo en países que no han experimentado el agotamiento y las terribles tragedias históricas de los pueblos hispánicos. Y aquella mirada a países como Bélgica, Francia. la misma Italia. Alemania, Estados Unidos. Holanda y aun los países escandinavos. nos convencería que sobre un fondo de perennidad. de dogma, moral y rito, el catolicismo refleja la psicología y la situaci6n de aquellos pueblos. Conviniendo con la laboriosidad flamenca. e]


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sentido práctico francés, la organización teutónica y el espíritu de empresa yanqui, al mismo tiempo que estimula en cada pueblo la misión que debe realizar, corrigen sus tendencias. El catolicismo alienta las reformas sociales en Bélgica, cuenta con la adhesión, cada vez más intensa, de las éliies intelectuales en Francia y en Italia, encama la superación del estrecho nacio-nalismo en Alemania y la condena de todo imperialismo político o económico en los Estados Unidos. . Descartemos pues la tendencia que identifica el catolicismo eterno a la triste leyenda de la religiosidad cruel, decadente o rutinaria forjada por historiadores protestantes y repetida inconscientemente por nuestros escritores sectarios. Abandonemos también la idea de que su credo religioso. por representar en el caso más alto de perennidad y universalidad, no permite, en compensación, buscar el cambio en las formas políticas. sociales o estéticas. Precisamente los que no tienen este centro de gravedad espiritual, lo cifran falazmente en la rigidez de un sistema filosófico. de una fórmula política. o de una escuela literaria. El católico transcendental sabe que, fuera del dogma y la moral. todo cambia y todo desaparece. El catolicismo ha convivido con el imperio romano, con la anarquía bárbara, con el feudalismo, con la monarquía absoluta. con las democracias monárquicas o republicanas y convivirá mañana con la sociedad sindical y corporativa. Cosa parecida se observa en la literatura. Plasmado al principio en la cultura greco-


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romana, el catolicismo crea en la Edad Media, la cultura gótica, convive con el clasicismo renacentista; y cuando éste se desgasta en tres siglos, a nombre' del catolicismo, se inicia la reacción romántica. Y si hay católicos neoclásicos, el gran movimiento simbolista es la creación de espíritus cristianos corno Baudelaire y Verlaine. La posibilidad de unir perennidad y rebeldía, constancia y fuerzas innovadoras, está probada en la época presente por el magnífico caso de Claudel y el no menos sugerente de Cocteau. Maritain ha probado en su libro A rté y Escolástica cómo 80n compatibles la vieja filosofía con las audacias estéticas. Sin incurrir en paradoja, creo poder afirmar que el catolicismo ayuda a tener una .visión más imparcial y simpática de la obra de las nuevas generaciones. Los positivistas, al desdeñar el catolicismo como filosofía para los espíritU8 cultivados, reconocían, sin embargo, BUS ventajas desde el punto de vista nacional. Imbuídos de la íalsa diferencia entre la moralidad de la éliie y la moralidad popular, creían que para la primera bastaban las efímeras y cambiantes construcciones del subje· tivismo moderno, y para la segunda, los mitos antiguos objetivados en tradiciones y en instituciones. Deseaban mantener y aun apoyar el catolicismo como fuerza de cohesión: apoyo limi· tado por cierto que quitaba al catolicismo prestigio, autoridad y eficiencia. El presuntuoso positivismo cientificista soñaba realizar una especie de matrimonio morganático con la religión popular, profundamente ofensiva para el catoli-


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cierno y que delataba al mismo tiempo la timidez y la miseria ideológica de aquél. En el catolicismo no se puede separar BU eficiencia social de la verdad profunda de su filosofía. Si ésta escapaba a las exigencias de un racionalismo estrecho, no cabe sino la actitud de total acatamiento o respeto. El catolicismo, que es y ha sido la gran fuerza educadora. la base de nuestra cohesión nacional. la fuente de nuestra moralidad colectiva. el fundamento de nuestra vida familiar, debe ser también la filosofía y la ética de la élite intelectual. La época actual requiere, no sólo el mantenimiento del cristianismo en las masas, sino una decidida vuelta al ideal y a la disciplina cristiana en las clases superiores. Después de tres siglos de protestantismo, casi dos siglos de filosofía de las luces y medio siglo de positivismo. hemos llegado a este descubrimiento: que sólo el catolicismo posee la fuerza que labra al hombre interior, que crea en nosotros el ansia de la propia superación. que trasciende del instinto, o del élan y nos lleva al reinado del Espíritu. Necesitamos hoy fuerzas morales. No creemos en la virtualidad misteriosa de un esquema político o de una fórmula social, ni en el mito de un progreso mecánico indefinido. Fórmulas nuevas, instituciones, procedimientos, necesitan ser aplicados por hombres y el sentido de su utilización depende exclusivamente de la orientación ética del individuo. El problema se reduce, en síntesis, a modelar almas, a crear espíritus. Éstos deben tener una ética cada vez


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más exigente. una idealidad más pura. un sentímiento del deber más hondo y aquello que no puede explicar ninguna filosofía materialista y positivista: espíritu de sacrificio. Inútil pensar que semejantes valores pueda darlos la llamada moral laica, que se debate estérilmente en el problema insoluble de la formulación de sus bases y de su concreción definitiva. La triste experiencia de Francia nos revela. junto con la imposibilidad de ese ensayo, la profunda desorientación moral que reina en su sistema pedagógico. En realidad, la educación moral, ante la imposibilidad de la formulación por el Estado de un nuevo catecismo que reemplace al tradicional. queda librada al criterio individual de los preceptores; y éstos se inclinan hoy a la mística socialista. La república que soñaba, .con una moral natural teñida ~e un vago teísmo, bajo las apariencias de una neutralidad imposible, ha resultado predicando la ética mal. terialista y atea del socialismo contemporáneo. - Sólo la disciplina católica por la introspección constante, por el control incansable de sí mismo. puede depurar la afirmación personalista, los impulsos vitales, el mero placer creador. la ambición del renombre. en fin, todo aquello que simula el ideal verdadero y sobre que hemos puesto, injustificadamente. la etiqueta de espiritualismo. Ser sincero y profundamente católico es ser artista de su propia alma. Las enseñanzas de nuestra historia confirman lo que acabamos de decir. La fuerte disciplina


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cristiana ha forjado nuestros más bellos caracteres. En la primera crisis de la independencia, el espíritu civil necesita enfrentarse al predominio militar, quizás necesario en esos momentos. Luna Pizarro no vacila en adoptar esa actitud, afrontando el destierro. El espíritu de peruanidad requería afirmarse frente a la hegemonía de Colombia, desafiando el poder y el prestigio avasallador de Bolívar. Luna Pizarra encarna esta vez, con la misma energía civil, el nacionalismo peruano y sufre por ello su segundo destierro. Después de la guerra con Colombia, el militarismo surge de nuevo con Gamarra. Por tercera vez, Luna Pizarra sostiene el duelo con el cesarismo militar. Un tercer destierro consagra su magnífico gesto. Retirado de la política, la misma energía acendrada que había puesto en ella la dedica a su misión religiosa, a la· depuración penosa de la vida interior. Tres destierros marcaron su paso por la política, austeridad, abnegación, caridad evangélica, su carrera religiosa. Años más tarde, Castilla, vencedor y omnipotente, necesita la colaboración de la inteligencia de Herrera. El ilustre rector de San Carlos no va a ser un amigo incondicional ni un consejero complaciente del caudillo militar. Le trata con aquella austeridad e indeclinable dignidad que no da el orgullo, sino el sentimiento religioso del deber. La misma noble intransigencia, al separarse de una vida política que, con un poco de flexibilidad egoísta, podía representar


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para él halagadora influencia y altaa -poticionea. Ni su decepción, ni su enfermedad le impiden volver a sus "tareas episcopales y dictar. como en San Carlos, las clases de filosofía en el seminario de Arequipa, Ha llegado hasta nosotros por tril~ dici6n familiar el recuerdo de su enseñanza austera, luminosa y ferviente. ~l ejército revolucionario del 66 recibe, en Ayacucho, la firme dirección de un militar de vieja eeeuela, el general Díez Canseco, que le conduce vietorioso a las puertas de Lima. Le ofrecen la dictadura que se creía necesaria, y la declina por creerla incompatible con su carácter de vvicepresidente dentro del régimen constitucional. Y años más tarde, cuando el mismo pueblo de Arequipa - se subleva contra la constitución radical del 67, busca a su antiguo caudillo. La revoluci6n triunfa y el jefe vencedor, desoyendo la voz de amigos y la invitaci6n de actaS plebiscitarias, limita austeramente 8U función a la vuelta de la constitucionalidad, presidiendo elecciones absolutamente libres. Sale del vértigo que a otros envolvía, para buscar con su ministro.. el doctor Polar, el retiro modesto y 'laborioso de su vid~ provinciana. En el año de 1680, perdido el ejército del sur; destruída nuestra - escuadra, fracasada la resistencia de Lima que improvisó genialmente la dictadura, -Chile creyó' seguro el momento de imponer al vencido, agotado, la cesión territorial. García C1í1der6n,presidente provisorio, se resiste con espartana entereza, prefiriendo la prisión chilena. Allí, cuando la situación pare-


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cía aun más desesperada, cuando el umco apoyo con 'que creía contar el Perú, los Estados Unidos, cambian de rumbo, Carcía Calderón desafía con la misma energía las imposiciones, en esta vez más graves, no sólo del vencedor, sino del mediador americano Logan, que le proponía el restablecimiento de su Gobierno con el apoyo exterior y la aceptación de la venta de T acna y Arica. GarcÍa Calderón desprecia solicitaciones y amenazas, personificando nuestra intransigencia en el problema del sur, que supieron conservar todos nuestros gobiernos hasta la infame transacción de Leguía. Ningún caudillo subió al Gobierno por una ola de popularidad más grande que Piérola el 95. A quererlo él, habría sido el amo del Perú obteniendo fácilmente las reformas constitucionales para reelecciones indefinidas, o por lo menos un largo mandato como en la Argentina. (No estaban cerca los afortunados ejemplos de Porfirio Díaz y Guzmán Blanco? Pero gravitaba sobre Piérola la austera concepción del deber de su educación religiosa. Creía que la restauración del país, no sólo exigía eficiencia en la dirección, sino, sobre todo, altos ejemplos de desinterés y de moralidad cívica. Todo su esfuerzo se concentró en afirmar nuestras instituciones. Frente a un voto discutible de censura, cambia su Gabinete inaugural: restablece el partido que había sido su enemigo histórico, porque creía que su existencia era necesaria para el equilibrio nacional. Al dejar el poder, no asume la tarea de consejero irresponsable. En la intuición de lo !3


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que representaba Leguía, afronta •. ya viejo .y solo, todos los peligros de una oposici6n revolucionaria .. Fracasada ésta, sufre sin una queja una reclusión mil veces peor que la prisión o que el destierro y de la cual lanza al país «dolido. pero inmoto». sus tremendas admonicionee. Incomprendido, abandonado. viejo león, . recibe estoico el lanzazo de antiguos odios y de tristes envidias, y muere en la más gloriosa miseria. Todos estos hombres tuvieron aquella alta moralidad, no sólo por la tradición, sino.~ educación profundamente religiosa, .mantenida en ellos por la adhesión firme y total de la fe de sus padres. No desmiente esta conclusión el hecho, tan hondamente satisfactorio para el espíritu nacional, de que en el bando del liberalismo peruano se destaquen personalidades de la alteza moral de Vigilo Gálvez y Prada. Inclinémonos también ante estas nobles figuras. Evoquemos su recuerdo, precisamente en estos instantes en que nos entristecen y nos abruman los crímenes de la infanda tiranía. Proclamemos que éste es un triste paréntesis en la vida nacional, que la mayoría de los hombres públicos en el Perú fueron intachables, y que las grandes figuras, conservadoras o liberales. fueron tipos de inmaculada honradez. En la formación del carácter, más que la ideología política o religiosa en la época media de la vida, influye la herencia espiritual, la formación de los primeros años y el ambiente familiar. Desde luego. tratándose de Gálvez, su ideolo-


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afa de liberalismo

político no amengu6 su firme ortodoxia, como lo ha probado Jorge Guillermo Leguía, Respecto de Vigilo (no cabría aplicar lo que Renán nos dice en el más bello de sus libros Souvenirs d'Enfance el de [eunesse, cuando evoca la moralidad ejemplar. la alteza espiritual de sus maestros de Saint-Sulpice, a quienes dice deber todo lo que había en su espíritu de' amor al ideal y de moralidad superior? ¿ No podía Vigil haber repetido las mismas frases, respecto del seminario de San Jerónimo. bajo la austera y progresista direcci6n del obispo Chávez de la R~a? . En Prada, tampoco podemos prescindir del nobilísimo hogar de recia contextura castellana y católica en que apareci6. La línea limpia y pura de Luna Pizarro, Herrera o Piérola tiene el mérito mayor de destacarse en medio de la acción política. Vi gil y Prada vivieron en su austero retiro. alejados de las impurezas de la lucha. La evolución política de Hispanoamérica reitera la confesión insospechable de T aine de que al fin y al cabo es el viejo evangelio el único forjador de la moralidad y el orden sociales. En el continente parecía inevitable. después de la anarquía de la -independencia, la vuelta al caos primitivo de que nos habla Bolívar en sus trenos proféticos. Mas poco a poco, imperfectamente. el sentido del orden se va imponiendo a la anarquía militar. en lucha titánica contra el individualismo de la raza, acentuado en la semi-


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bárbara naturaleza de América. C.hile, desde ..el gobierno de Portales; la ArgeAtina, a la caída de Rozas; Colombia. después de la larga lucha principista, bajo la inspiración de Núñez, logran establecer la normalidad constitucional. Al mismo tiempo. son éstos los países que han conservado más el sentimiento religioso bajo la influencia de un clero inteligente y puro. Miremos, en cambio, el espectáculo de Méjico y de Venezuela, en que la Iglesia fué perseguida por las leyes de reforma o por la tiranía de Guzmán Blanco. Méjico pasa de una larga tiranía a la anarquía revolucionaria. En Venezuela se perpetúa la tiranía, degenerando. Si se destruyen las fuerzas morales, en el orden interno, después de la fiebre del falso idealismo, el único equilibrio posible será el de la fuerza bruta, y vendrá el gendarme necesario de que hablan 108 sicofantes de la tiranía en Venezuela. Y en el otro extremo, si la anarquía continúa, se extenderá a nosotros, no sólo la influencia del imperialismo extranjero, sino la de su espíritu y sus credos religiosos. Lo vemos en la revolución mejicana, orientada a desplazar el catolicismo en beneficio del metodismo americano. Al imperialismo económico, seguiría así una especie de imperialismo religioso. En cambio, la afirmación y acentuación del cristianismo católico, al mismo tiempo que presenta la base moral de la constitucionalidad, es el lazo de la solidaridad racial. El sentimiento religioso representa así, para. Hispanoaméricavla preservación de su fisonomía espiritual. R~cSn


-357 tenía Vasconcelos para entonar himnos a las iglesias de Puerto Rico, únicos centros que conservan el idioma, el sentimiento y el espíritu de nuestra propia sangre en aquella parte del mundo hispano. El catolicismo está en las raíces y en la cumbre de nuestra nacionalidad. Ella envuelve y mantiene nuestra alma colectiva. Concibiendo así el catolicismo, sería absurdo basar en él un partido político. Talcosa sería empequeñecerlo y desnaturalizarlo. Un partido confesional convertiría una gran fuerza nacional, de profundidad y de elevación, en un mero instrumento de gobierno. Sin servir a la política, perturbaría los fines de la religión. La acción del catolicismo, y más todavía en nuestros países, tiene que ser de vida interior y de influencia individual, de acción puramente social, extraña a los móviles impuros de interés o de dominación que. se filtran siempre en la acción política. El catolicismo no tiene la urgencia de los partidos y de las sectas. «Es paciente, porque es eterno.» No necesita de las fórmulas inmediatas o de la actividad premiosa. Su labor es oscura y esperanzada, como la del sembrador. Su influencia benéfica no dependerá del celo combativo de sus adherentes, no compenetrados de SU espíritu, sino de su renovación interna. Necesita un amplio movimiento de sinceridad, de difusión tolerante, tranquila, que cifre su éxito en el valor objetivo de la fe que mantiene y no en el mérito y en el impulso de las personalidades efímeras


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o de los grupos que ~san. La creaci6n de UIl grupo confesional, pa~ enfrentarlo a las manifestaciones esporádicas del sectarismo inevitable, acentuaría en el Perú el problema religioso que éstos quieren crear. i Que a las dificultades presentes, no se sumen banderas que nos anarquicen o dividan I Para la lucha inmediata contra los males que nos deja la dictadura, hay que formar un gran partido nacional, sin exclusivismos ideológicos, que sume todas las voluntades rectas, que atraiga a todos los espíritus bien intencionados. 5610una condici6n: absoluta honradez. 5610 un ideal: salvar al Perú.


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