HONDURAS Visión Panorámica de su PINTURA

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RECONOCIMIENTO Este libro ha sido posible gracias al generoso apoyo de los distinguidos profesionales y amantes de la cultura hondureĂąa, Lic. Ricardo Maduro y Dr. Gaspar Vallecillo, cuya asistencia personal deja en deuda a los autores y a los artistas de nuestra Patria.

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Primera edición, 1994 © Derechos reservados conforme a la ley Impreso por Litografía LOPEZ, S. de R. L. Tegucigalpa, Honduras, C. A. Segunda edición, 2014 Formato Online para Issuu por © Libélula Editores Derechos reservados Conforme a la ley

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PRESENTACIÓN La pintura en nuestro país se ha desarrollado con notable éxito durante los últimos años. Después del meticuloso estudio que hemos hecho sobre ella, estamos en capacidad de afirmar que ha alcanzado ya altos niveles profesionales, sobre todo en el momento actual, cuando pasa por lo que podríamos llamar una cierta edad de oro, pues hay todo un destacamento de artistas de alta calificación técnica, la mayor parte de los cuales ha obtenido rotundos éxitos en varios países de Europa y América. Pero, lamentablemente, hasta hoy no existe en Honduras un Museo de Arte Moderno que recoja las mejores obras de los artistas nacionales con el propósito de que sirvan como hitos en el desarrollo de las nuevas generaciones. A causa de esta falta, los creadores recién incorporados a la plástica en nuestro país no tienen la posibilidad de apreciar qué han hecho los maestros de otras épocas en este aspecto importantísimo de la vida humana. Esto es tanto más cierto cuanto que gran parte de la producción —sobre todo la de más alta calidad— es obtenida por coleccionistas extranjeros, a consecuencia de lo cual abandona definitivamente el país. También existe otro hecho negativo relacionado con la falta del Museo en mención. Aludimos a los problemas con que tropiezan los investigadores de la cultura, sobre todo los del extranjero, que se interesan por conocer la trayectoria de la plástica hondureña. Al serles imposible analizar las más destacadas obras, deben conformarse con lo poco que encuentran a mano, lo que, obviamente, puede condicionarlos a emitir juicios no siempre justos respecto al arte del color en nuestra Patria. El reconocimiento de tales hechos nos llevó a concebir la idea de hacer un libro en el que pudiéramos presentar una muestra, aunque fuese mínima, de la plástica hondureña. Así nació, en 1989, la obra “Honduras: 40 pintores”, en la que presentamos una selección de los más destacados artistas de nuestro país. Como esperábamos, el libro fue recibido con mucho entusiasmo por los amantes del arte, no sólo de Honduras, sino también del extranjero. Naturalmente, aquel esfuerzo no nos dejó plenamente satisfechos porque fueron numerosos los artistas que se quedaron fuera de registro. Por ello dijimos entonces que teníamos “el propósito de hacer nuevas publicaciones de este mismo género para ir llenando poco a poco los vacíos que necesariamente se nos quedaron”.

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Al agotarse dos ediciones de la obra antes dicha, nos ha parecido oportuno cumplir aquella promesa. Por eso salimos ahora con un volumen más completo y mejor diseñado que el anterior, bajo el título: “HONDURAS: visión Panorámica de su PINTURA”, en el que elevamos la representación artística a 52 nombres, siempre de los más notables. Aunque en este volumen aprovechamos gran parte de los materiales preparados para “Honduras: 40 pintores”, en realidad se trata de una nueva obra, no sólo por la amplitud de la misma, sino también por los criterios seguidos en su estructuración. Uno de los cambios que podrá notarse en este volumen es que abandonamos la clasificación de los artistas por escuelas, ya que, dado su continuo movimiento creador, no siempre se mantienen dentro de una misma tendencia. En vez de ese criterio, distribuimos por décadas a los pintores seleccionados, pues, no obstante que también es objetable por diversas razones, resulta más cómodo para el lector, dado que facilita la ubicación de los artistas en el tiempo. Otro cambio notable es el de no hacer una separación tajante entre pintores al óleo y pintores a la acuarela, pues, en realidad, el material colorístico empleado—óleo, acrílico, témpera, pastel, acuarela, etc.— no tiene por qué determinar clasificaciones de ningún género. Naturalmente, una vez más los autores se sienten en deuda con las personas y las instituciones que nos prestaron su generoso apoyo para hacer posible este nuevo esfuerzo en favor de la cultura hondureña. Les estamos muy reconocidos a las autoridades del Banco Central de Honduras por lo que han hecho a ese respecto. Asimismo, repetimos nuestro agradecimiento más sincero a los coleccionistas privados, a las galerías y a las pinacotecas del país, entre ellas la del Banco Atlántida, que nos permitieron fotografiar gran parte de los cuadros que en estas páginas podrán admirarse, ahora sin límites de tiempo, tanto en Honduras como fuera de ella. A todos, infinitas gracias. Tegucigalpa, D. C., enero de 1994 LOS AUTORES

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EVOLUCIÓN DE LA PINTURA HONDUREÑA

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¿E

xiste una pintura hondureña y, si existe, podemos hablar de

evolución histórica respecto a ella? Esta es la primera pregunta que surge cuando abordamos un tema como el involucrado en el título anterior. Nuestra respuesta en cuanto al asunto es afirmativa, tanto para el primero como para el segundo de tales extremos. En efecto, aunque hay observadores extranjeros de nuestra plástica que la niegan rotundamente, aduciendo que no tiene la suficiente personalidad para alcanzar una diferenciación específica, es un hecho innegable que la pintura hondureña ha arribado a los necesarios niveles técnicos para merecer una consideración seria por parte de la crítica más calificada. Algunos de los que asumen una actitud despectiva frente a ella lo hacen muchas veces sólo por atender conveniencias del momento y no por razones de verdadera objetividad. Esto es tanto más cierto cuanto que hasta hoy no hemos encontrado un tan solo conocedor a fondo del arte universal que emita opiniones destructivas sobre lo que en pintura hacemos los hondureños.

Pintura hondureña y evolución histórica

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egar que exista una plástica nacional es negar que tengamos personalidad

como pueblo y eso es, ni más ni menos, llevar las cosas hasta el límite de lo absurdo. Como país, Honduras forma parte de lo que llamamos con orgullo latinoamericanidad, es decir, un ente multinacional que, por rasgos comunes en numerosos aspectos, tiene fisonomía propia, surgida de lo que cada nación cultural aporta al conjunto. Esa nota latinoamericanista que nos toca poner a los hondureños en una sinfonía continental de extraordinarias proyecciones, es un hecho tangible, producto de una historia particular y de un escenario que nos hace ver las cosas con tonos casi exclusivos. A eso se debe que por los hondureños sólo podemos hablar—y hablamos— los hondureños, es decir, unas criaturas históricas que existen objetivamente en el mundo y que también tienen su palabra frente a la naturaleza, el hombre y la vida. ¿Que nos agobian dificultades en numerosos renglones del trabajo humano, entre ellos, naturalmente, el que se refiere a la actividad creadora? ¡No importa! Atrasados y todo lo que se quiera, tenemos un discurso artístico que debe ser conocido en sus entrañas más profundas si realmente se desea saber quiénes somos.

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Ese discurso siempre ha estado allí; no es nuevo ni viejo, simplemente es nuestro discurso artístico, el que puede tomarse o dejarse, a sabiendas, claro está, de que tal o cual actitud es el pase para conocer o desconocer a uno de los tantos pueblos que componen la gran orquestación continental. Alberto Manrique escribe a este respecto: “si todo arte es siempre la medida de la postura de unos hombres frente al mundo y frente a sí mismos, el arte latinoamericano, ya sea que nos parezca ahora mejor o peor en tales o cuales épocas y lugares, ha sido la medida de nuestra autodefinición como alguien con un rostro determinado”. ¿Y es legítimo hablar de evolución histórica en lo que a pintura hondureña se refiere? Creemos firmemente que sí. Pero esa evolución no debe entenderse en ningún momento como un proceso de desarrollo que va de lo peor a lo mejor, de lo más bajo a lo más alto, de lo defectuoso a lo perfecto. “En arte —dice Arnold Hauser— no hay un progreso en sentido propio; las obras posteriores no sólo no son necesariamente más valiosas que las anteriores, sino que son simplemente incomparables con éstas”. Si hay evolución, pues, no es en el sentido de progreso, sino simplemente en el de cambio, un cambio determinado— aquí sí— por el avance de la sociedad en su conjunto, la que siempre marcha conforme a una línea que se proyecta de atrás hacia adelante, de niveles menos desarrollados a niveles más desarrollados. Pero el arte, a pesar de sus determinaciones sociales en uno u otro sentido, registra una relativa autonomía en su desenvolvimiento y, por ello, si cambia con el desarrollo de la sociedad, no lo hace en el sentido de ser más avanzado dentro de un entorno precisamente más avanzado. Esto constituye lo que podríamos llamar la paradoja de la creación, gracias a la cual tenemos el fenómeno de que sociedades de menor desarrollo pueden darnos obras de valor imperecedero —las griegas, para el caso—, mientras que culturas muy modernas, entre muchas cosas buenas nos pueden entregar ejemplos de creación con menos espíritu. “El arte —dice muy bien el crítico español José Mateos— no está en modo alguno determinado por el desarrollo económico y social, sino que participa de una compleja interpenetración de causas y efectos”. Lógicamente, la Honduras de la época de la colonia es distinta a la del período independiente, la que, a su vez, se diferencia de la que surgió después de la Reforma Liberal de 1876, y ésta no es exactamente identificable con la Honduras contemporánea. Esos cambios, en los que el hombre hondureño se aboca a distintos problemas y dentro de los cuales su realización como ser humano adquiere matices distintos, carga el hacer artístico de nuevas ansiedades, sin que ello signifique, como queda dicho, que sus respuestas a las cuestiones de hoy necesariamente sean superiores a las de ayer. Por supuesto, el discurso artístico de cada etapa histórica se forma con los ideales humanos vigentes y se impregna de aquel pensamiento filosófico que sustancia las reflexiones intelectuales de los hombres encargados de hacerlo. 13


Durante la época de la colonia española, para el caso, el ideal humano predominante era el de la persona sujeta a los designios divinos, pues la doctrina escolástica bañaba, por así decirlo, todo lo que era espíritu. En consecuencia, bajo esas condiciones el arte fue de invocación y adoración. Luego, durante la época de la Independencia, se impuso el racionalismo con el ideal de un individuo emancipado de todo poder externo, así como la exaltación de la libertad, la igualdad y la fraternidad, considerada por algunos como los pilares básicos del nuevo orden.

Mural de la Cámara 2 del Templo 1, Bonampak México

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El arte, claro está, dejó de ver al cielo para fijarse más en los problemas de este mundo. Finalmente, a partir de la Reforma Liberal antes dicha, que tiene como fundamento filosófico al Positivismo, la sociedad enriquece su ideario constantemente, hasta llegara los conceptos de una filosofía abierta, sin un sistema de verdades inamovibles, que busca la realización plena del hombre en un mundo que le pertenece. Una vez más el arte ha tenido que ajustar su rumbo a los nuevos reclamos. Estos cambios son los que materializan la evolución histórica a que nos referimos líneas atrás.

Cuatro etapas en la evolución de la pintura hondureña

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uedan, pues, prácticamente fijadas cuatro etapas en la evolución

histórica de la pintura hondureña: 1) La época prehispánica; 2) La época colonial; 3) la época pos independiente; y 4) La época pos reforma liberal. Estos momentos de nuestra historia no son cerrados ni suponen compartimientos estancos. Sin embargo, a pesar de que entre los mismos hay relaciones de interdependencia y, en algunos casos, hasta de interdeterminación, marcan hitos específicos dentro del desarrollo progresivo de la sociedad hondureña. En cada uno de ellos, ciertamente, se percibe una estructura particular, con su sistema de contradicciones, su aparato económico y su orden de ideas, dentro del cual, obviamente, está el arte. El conjunto de estas épocas constituye en sí mismo una evolución en sentido ascendente o sea una marcha histórica que viene de estadios primitivos y llega hasta los momentos actuales, cuando en la sociedad hondureña rigen otros patrones de trabajo y organización. Pero, claro está, el arte, por sus características de relativa autonomía, se desliga de este curso ascendente y evoluciona por su cuenta, aunque impregnándose de los contenidos que cada época le proporciona.

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ÉPOCA PREHISPÁNICA

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Pintura en cerรกmica de Copรกn

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Estilización de la figura humana en cerámica de Copán (según Longyear)

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n Honduras, lamentablemente, no se han encontrado hasta hoy ejemplos

exhaustivos de la pintura prehispánica, como ocurre, para el caso, en México, donde han sido descubiertas paredes enteras con frescos hechos por los aborígenes anteriores al choque de las dos culturas, la española y la mexica. Pero eso no quiere decir, ni mucho menos, que no hayamos tenido una pintura de ese tipo dentro del territorio que hoy ocupa nuestro país. Con toda seguridad los hombres de las culturas prehispánicas que florecieron en este rincón del istmo centroamericano, entre ellas la copánida (3.000 a. C.), la de El Cajón (2.000 a. C.), la de Yarumela (1.500 a. C.), la de Playa de los Muertos (900 a. C.), la maya (400 d. C.) y la del contacto (1524 d. C.), hicieron pinturas de variado tipo, ya fuera con fines religiosos o de simple hechicería. Pero, cómo es fácil imaginar, muchas de esas obras se ejecutaron en material perecedero: telas de corteza macerada, trozos de piel de venado y esteras de palma. En cuanto a los mayas de Copán, es indudable que pintaron iguales o parecidos frescos a los conservados subterráneamente en México, pero lo hicieron en paredes de edificios que se derrumbaron hace mucho tiempo, algunos de cuyos restos se llevó el río o simplemente desaparecieron. Sin embargo, las últimas investigaciones llevadas a cabo en Copán han conducido al descubrimiento de importantes construcciones subterráneas, como el palacio Rosalinda hallado bajo la Estructura 16 y la tumba de la Escalinata Jeroglífica, lo cual reafirma la esperanza de poderse encontrar frescos más o menos intactos en nuevos sondeos. Una muestra de la capacidad pictórica de los aborígenes prehispánicos de esta región se encuentra en los diseños con que decoraban sus artefactos cerámicos, los cuales han sido descubiertos hoy día, ya sea enteros, como ofrendas funerarias, o fragmentados, como desechos de basureros. Lógicamente, la complejidad de esos dibujos y su fuerza plástica depende del desarrollo alcanzado por la cultura respectiva. La de Yarumela, para el caso, que fue objeto de minucioso estudio por el arqueólogo norteamericano Joel Canby en 1949, ha dado una cerámica puramente utilitaria, en la que la decoración se limita a simples incisiones, es decir, que no llegó a emplear pigmentos de ninguna clase. Lo mismo pasa con la cultura de Playa de los Muertos, estudiada, entre otros, por Nedenia Kennedy en 1981, pero con la diferencia de que las incisiones alcanzan aquí un diseño más complejo, pues éste llega hasta el empleo de patrones repetitivos a base de rayas verticales, horizontales y oblicuas, así como líneas curvas. Estas expresiones, aunque rudimentarias en su forma, hablan ya de una preocupación plástica por parte de los hombres que las llevaron a cabo, 19


los que, con toda seguridad, también hicieron dibujos más expresivos en otro tipo de materia, pues ambas culturas, la de Yarumela y la de Playa de los Muertos, registran evidencias de un culto de tipo natural, es decir, con base en los problemas de la siembra, la cosecha, la caza, la pesca y otras actividades cotidianas. Es en la cultura maya de Copán donde encontramos las muestras de diseño más elaboradas, y no sólo eso, sino también los ejemplares de una plasticidad realmente asombrosa. Se han ocupado de la cerámica de Copán, entre otros, Herbert Spinden (1913), John Longyear (1952) y René Viel (1983). Copán tuvo su propio estilo cerámico, el llamado Copador, un modelo policromo de perfectas líneas y de muy fina textura. Como decorados de un nivel típicamente plástico, los mayas de Copán emplearon siluetas de animales y de personas, lo mismo que diversas figuras geométricas. El dibujo de las formas es perfecto e impresionan las estilizaciones que lograron al representar, por ejemplo, el quetzal, las serpientes, los lagartos, las ranas y otros animales del entorno. También causan especial admiración los dibujos de altos dignatarios que aparecen con mucha frecuencia en la cerámica de tipo ceremonial o votiva, es decir, la destinada al culto religioso. En múltiples casos, cuando la vasija es un cajete, la figura humana aparece acomodada en la parte convexa del artefacto, hasta darle vuelta al mismo, lo que exige un gran dominio del dibujo y una plasticidad extraordinaria, muy difícil de lograr incluso hoy día. Es indudable que estas mismas figuras fueron también pintadas por los mayas de Copán en códices, frisos y grandes murales, extraviados o destruidos posteriormente. Sin embargo, las siluetas de su estilo cerámico dan una clara muestra de cómo pudieron ser aquellas obras artísticas de gran tamaño y compleja estructura. La suspensión de la actividad cultural de Copán en el siglo VIII de nuestra era significó un salto hacia atrás en la evolución histórica de nuestro país, ya que, al perderse la escritura, el arte y la ciencia de aquella civilización, los pobladores de nuestro territorio volvieron, por lo menos, a los niveles de desarrollo que alcanzó la cultura de Playa de los Muertos, erigida en el siglo IX antes de Cristo, o sea que el salto regresivo fue de 1700 años. Por ello, cuando los españoles llegaron a Honduras en 1524 las expresiones culturales de nuestros aborígenes eran muy pobres. Su cerámica consistía fundamentalmente en piezas utilitarias: ollas globulares, comales y sartenes. Dichas obras, como es natural, carecían de todo decorado e, incluso, muchas veces no llevaban el engobe que es tan común en tales casos.

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ÉPOCA COLONIAL

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San José de Calasanz, obra de José Miguel Gómez (mediados del siglo XVIII)

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Cristo en la Cruz, obra de Juan JosĂŠ Soto (1810).

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os españoles nos trajeron la plástica de su época, sobre todo a partir del

afianzamiento del orden colonial y la fundación de las primeras ciudades, con sus iglesias y sus residencias de gobierno. A principios del siglo XVI la pintura española se encontraba muy influida por el gran maestro italiano Rafael de Urbino, nacido el año 1483 y muerto el 6 de abril de 1520. Dentro de esta influencia se halla el español Berruguete, famoso en la Península por su “Auto de fe” y el “San Pedro Mártir”. A finales del siglo XVI aparece en España el Greco, portador de un nuevo estilo que influirá considerablemente, no sólo en la pintura española, sino también en la del resto de Europa. Son de extraordinario valor sus cuadros “Entierro del señor Orgaz”, “Trinidad” y “Expolio”. Naturalmente, en este período son los temas religiosos los que predominan en la plástica ibérica y, claro está, es ese el tipo de cuadros que aportan los colonizadores españoles a nuestra América con el fin de adornar iglesias, embellecer conventos y decorar otras casas de religión. En Honduras no existen, ni se sabe que hayan existido, obras pertenecientes al siglo XVI, ya sea de autores españoles o de aquellos hondureños que, bajo su influencia, pintaran dentro del país. Asimismo, durante toda la primera mitad del siglo XVII tampoco se encuentran rastros de una actividad pictórica en Honduras. Es hasta fines de dicho siglo que aparecen en Comayagua los artistas guatemaltecos Blas de Meza y Pedro de Liendo. El primero pintó numerosos cuadros para las iglesias de la antigua capital hondureña y lo hizo a lo largo de un período que se extiende hasta las décadas iniciales del siglo XVIII. En la Iglesia de San Sebastián, Comayagua, se conserva su cuadro “San Simón”. Asimismo, a mediados del siglo XVIII encontramos en Tegucigalpa al pintor hondureño Zepeda, quien pinta un “San Miguel Arcángel” y un “San Francisco”. Por esa misma época aparecen también cuadros religiosos, algunos de ellos para la catedral de Tegucigalpa, con la firma de los pintores Dardón, Cubas y Alvarez. Es de notar, por otra parte, que desde mediados del siglo XVIII se producen obras anónimas de artistas muy modestos, los que pintan más por devoción que por impulso creador. En la Catedral de Tegucigalpa pueden verse un “San Cristóbal” y un “San Juan Bautista” de esos rasgos. También la pinacoteca del Banco Atlántida guarda un “San Ramón Nonato” muy ingenuo y un “San Miguel Arcángel” de mejor calidad plástica. El artista hondureño del siglo XVIII más conocido, no sólo por el número de cuadros que de él se encuentra en Honduras, sino también por los datos de su biografía, es José Miguel Gómez, justamente considerado el Primer Pintor Hondureño. Nació este artista de extraordinarias facultades en Tegucigalpa, 24


quizá por el año 1720 y murió con toda probabilidad en el año 1805, fecha que lleva su última obra, titulada “La Divina Pastora”. Gómez hizo sus estudios iniciales en Comayagua. De allí pasó a Guatemala, donde entró en contacto con los pintores de temas religiosos más conocidos en aquella capital, pues desde muy joven había manifestado fuertes inclinaciones por ese género artístico. Al considerar terminados sus estudios, regresa a Honduras, pero no se establece en Tegucigalpa, donde vivía su familia, sino que marcha a Comayagua, capital entonces de Honduras. Allí pinta por encargo de la familia Araque un cuadro de San José de Calasanz, del que el propio artista era devoto. La obra resultó magnífica dentro de un estilo próximo al naturalismo, por lo que, al conocerla el Obispo Diego Rodríguez de Rivera, contrató de inmediato los servicios del pintor para que ejecutara otras obras para la Catedral de Comayagua. Así hizo “La Sagrada Familia” y “La Santísima Trinidad”, ambos cuadros con un estilo diferente al del anterior, ya que en ellos acentuó el realismo hasta adquirir modalidades próximas al barroco. La noticia de tales obras llegó a Tegucigalpa, por lo que el Arzobispo de esta ciudad lo hizo llamar para que dirigiera la decoración de la Catedral que entonces se construía. Allí pintó “La Sagrada Cena”, así como los frescos que decoran las pechinas de la cúpula: “San Juan Evangelista”, “San Marcos Evangelista”, “San Mateo Evangelista” y “San Lucas Evangelista”. Asimismo, José Miguel Gómez pasó a realizar varias obras destinadas a la Ermita de Suyapa, lugar donde está la Patrona de Honduras. En dicho templo hizo un “Nazareno” y un “San José de Calasanz”, probablemente su obra más importante. Se trata de un cuadro de gran formato, en el que es evidente la influencia del barroco español por el dibujo, los detalles de ambiente, la actitud contemplativa de la figura y la distribución de los tonos, aunque no así en lo que se refiere a la luz, ya que Gómez, al contrario de los grandes maestros de aquella escuela, principalmente Zurbarán, no es amigo de la iluminación fuerte y de los grandes contrastes. Concluidas estas obras pintó un retrato del padre José Simón Zelaya cuando éste se encontraba gravemente enfermo. Finalmente, en 1805, hizo “La Divina Pastora”, su última obra. Esta es una Virgen con el Niño en sus brazos, cerca de la cual, para subrayar la paz de la escena, un cordero se empina hacia el infante. La obra está hecha con unos tonos vivos, pero no intensos, sobre un fondo oscuro, en el que, sin mayores detalles, se aprecia un paisaje semejante a los que pintaban en sus cuadros los artistas del Renacimiento y también los del barroco. Eso demuestra que José Miguel Gómez tuvo como maestros en Guatemala a pintores españoles o guatemaltecos bajo la influencia de dichas escuelas.

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ÉPOCA POST-INDEPENDIENTE

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A

partir de las dos primeras décadas del siglo XIX descuella Toribio

Torres, quien, además de pintar algunas obras de temas bíblicos, hace los retratos de varios obispos de Comayagua Es autor de un cuadro de excelente factura, titulado “Las Tres Divinas Personas”, actualmente en manos particulares. En cuanto a los retratos a que hemos aludido, hay dos en el viejo arzobispado de Comayagua, uno hecho a mitad del siglo XIX y el otro a fines de esa centuria. Ambos se titulan “Obispo de Comayagua” y los personajes aparecen representados con sus hábitos talares. Son obras de un realismo clásico, en las que resultan admirables las líneas del dibujo, la solemnidad de las figuras y el discreto colorido con que fueron ejecutadas. Como retratos no hay duda que ambos cuadros son magníficos y un claro ejemplo de la escuela predominante por esas fechas en lo que al género se refiere. El estudio de los mismos confirma el hecho de que en el siglo XIX, sobre todo a partir de la independencia política de España, la pintura hondureña abandona la temática religiosa y pasa a centrar su preocupación en otros motivos: retratos, paisajes y composiciones. En 1890 el maestro español Tomás Mur funda una Academia privada de Bellas Artes en Tegucigalpa, la primera del país. Con el objeto de interesar a la juventud sobre dichos estudios, el referido educador publicó un amplio comunicado en el que explicaba los propósitos de aquel establecimiento. Con algunos pequeños cambios, dice el referido manifiesto: “En corto número de años se han multiplicado, gracias a la actividad incansable de los gobernantes ya los funcionarios del país, los establecimientos de enseñanza oficiales, y ha adquirido el progreso de las ciencias y las letras un gran impulso y desusados vuelos. La juventud estudiosa, agradeciendo en lo que vale el sacrificio que los gobiernos se imponen al establecer toda clase de centros de enseñanza, dotándolos del material tan costoso como necesario, ha sabido responder dignamente, con la generosidad y el entusiasmo que le es peculiar, y ha acudido a las aulas en busca de educación física e intelectual”. “Pero si se debe esperar mucho de un gobierno que cuenta con el apoyo material de un país, y con los elementos económicos que lleva en sí la administración del Estado que gobierna, es preciso también que no dejemos todas las iniciativas, todos los sacrificios al gobierno de la Nación: es necesario que la iniciativa particular haga algo que pueda ser beneficioso al país y que todos los ciudadanos, particularmente cada uno en su esfera especial, contribuyan con su óbolo y su propaganda al sostenimiento de centros de enseñanza de tangible 27


utilidad..., y que esos centros, de vida independiente, sirvan de indirecto auxiliar o como heraldos que pregonen las enseñanzas e inculquen el estímulo al estudio en la juventud, para que, al acudir a los centros de enseñanza oficial, lleven en su inteligencia la primera ráfaga de los conocimientos a que su vocación y sus aptitudes les incline”. “Estas consideraciones, principalmente, me han decidido a fundar un nuevo centro de enseñanza, útil e indispensable, que viva de sus propios recursos, sin gravar en lo más mínimo el tesoro oficial. Bien sé que para llevar a cabo mi deseo se imponen grandes sacrificios y no escasos desembolsos; pero, aunque cuento con una firme voluntad para vencer toda clase de obstáculos, es preciso que para facilitar mi esperanza venga en mi ayuda la juventud entusiasta por las artes; que artistas por excelencia ha de hacer la Academia que hoy ofrezco a las familias tegucigalpenses”. “En esta Academia se hallará el establecimiento de la enseñanza, tanto para la señorita que quiera adornar su educación con el conocimiento del dibujo aplicado a las labores propias de su sexo —entre ellas el artístico de flores, figuras y paisaje, el colorido y la composición, la declamación y el recitado—, lo mismo que el artesano que necesita aprender el dibujo con aplicación directa al oficio o arte mecánico que ejerza, como el que, sintiéndose con fuerza y aptitudes para llegar a ser un verdadero artista, quiera lanzar el vuelo de su inteligencia a las esferas sublimes del Arte y la Poesía en sus más bellas manifestaciones”. “Este país, que por su clima, su origen, su cielo y sus montañas está hablando constantemente a la fantasía el lenguaje de la Poesía y el Arte, refleja sus influencias en las ardientes imaginaciones de sus hijos, que son poetas por sentimiento y artistas por naturaleza. Pero no basta sentir en el alma esa voz misteriosa que, estremeciendo nuestro ser, nos arrastra a investigar con la mirada y con el sentimiento algo que pretendemos adivinar con la naturaleza, algo que arrebata nuestra imaginación, algo que presentimos sin explicárnoslo, que deleita nuestros sentidos y acelera los latidos del corazón, al que podemos llamar admiración al Arte de la Naturaleza”. “Pero no basta sentir para ser artista, como no basta nacer para pensar. El hombre de corazón es la semilla del artista, como el niño es el germen del hombre: ambos llegan a su desarrollo con la educación y el cuidado; éste amamantado en el seno de su madre y guiado por sus primeros maestros en sus primeros pasos; aquél, sujetando su fantasía a las reglas y preceptos que han dictado la observación y la experiencia, pues hasta el Arte, que es lo más libre de cuanto abarca la inteligencia humana, tiene que someterse en sus principios al precepto académico: que también el Universo, siendo lo más sublime que se 28


contempla en la realidad y se concibe en el pensamiento, obedece a las leyes mecánicas inalterables, aun siendo obra de un Genio superior a las creaciones de la fantasía, cuanto más discutido menos estudiado, cuanto más demostrado menos definido. A vosotros jóvenes hondureños, os ofrezco este nuevo centro de Enseñanza, el primero artístico que se funda en esta capital con la extensión de estudios que veréis en el lugar correspondiente”. (Tomado de: Anales del Archivo Nacional de Honduras, Tegucigalpa, D.C., No.2, página 68, Imprenta Calderón).

Plaza de Tegucigalpa a mediados del siglo XVIII

Para darle base a su iniciativa, el mismo profesor español preparó un Reglamento de su Academia. El artículo número uno de dicho estatuto define el propósito del referido establecimiento en la siguiente forma: “El objeto de esta Academia es propagar entre todas las clases sociales la afición a las Bellas Artes, que comprenden: la pintura, la escultura, la arquitectura y la declamación. Facilitar el conocimiento de las mejores obras de literatura 29


española y americana en prosa y verso, tanto las destinadas al libro, como a la escena, por medio de la lectura artística y la declamación, y extender el conocimiento práctico del dibujo con aplicación directa a las artes industriales y a los oficios”. El Artículo tres se refiere a los cursos, y dice: “Las clases se dividirán en grupos, según corresponde a los diferentes ramos del Arte, y en dos cursos, comprendiendo en el primero los estudios elementales, y, en el segundo, los superiores”. Luego, el Artículo cuarto alude al tiempo de los estudios. El mismo establece: “La duración de cada curso no tendrá límite fijo de tiempo, siendo éste solamente preciso para cada discípulo, según sea su aplicación y aptitud en las clases prácticas. En las teóricas, exclusivamente, cada curso comprenderá un año” (Fuente: ibídem). La Academia se abrió con las siguientes clases. “Para señoritas: dibujo (de adorno, cifras y bordado; paisaje y figura; flores), pintura (al óleo o a la acuarela de paisaje; flores o figura), escultura (modelado en barro y en cera, de adorno, flores y figura; declamación y recitado; Retórica y Poética). Para varones: dibujo (elementos de geometría lineal; dibujo industrial; adornos, flores y animales; paisaje; figura, copias en yeso; copias al natural), pintura (a la acuarela, al óleo), escultura (modelado y vaciado de la figura y adorno decorativo). Clases especiales: Arquitectura, Teoría e Historia del Arte, Anatomía pictórica; recitado y declamación”. Cada una de estas clases pagaba de cinco a diez pesos mensuales, por lo que si un alumno llevaba tres o cuatro, su cuota era de por lo menos veinte pesos, cifra en verdad bastante alta para aquellos tiempos. Este hecho y probablemente la escasez de un personal adecuado y de suficientes alumnos, llevó a que el esfuerzo de aquel entusiasta cultivador del arte no llegara muy lejos en el país.

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ÉPOCA POS-REFORMA LIBERAL

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Década de los 20

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n la primera década del siglo XX hay una especie de vacío respecto a la

pintura hondureña. Por supuesto, no decimos que no se haya hecho algo, sino simplemente que no tenemos nombres representativos durante este lapso, aunque se produjeran algunas obras de relativo valor artístico. Es hasta en la segunda década que comienza a perfilarse un grupo de pintores de singular importancia para Honduras, entre los que están Pablo Zelaya Sierra, Confucio Montes de Oca, Carlos Zúniga Figueroa y Max Euceda. Habiendo nacido todos ellos en las postrimerías del siglo anterior, es indudable que tuvieron sus primeras manifestaciones artísticas ya definidas, por lo menos a partir de la segunda década del presente siglo. Para el caso, Confucio Montes de Oca pintaba los paisajes de La Ceiba a la altura de 1910, cuando apenas tenía catorce años de edad, lo que leda base para viajar a Francia en 1919. Casa de la Moneda, hoy Imprenta Nacional

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Asimismo, Pablo Zelaya Sierra comienza sus ejercicios de dibujo y pintura durante la misma época, de modo que en 1916 pudo viajar a San José de Costa Rica con el objeto de hacer estudios en la Escuela de Bellas Artes de aquel país, del que, en 1920, sale para España. Igual cosa ocurre con Zúniga Figueroa y Max Euceda, quienes, por su temprana actividad artística, obtienen becas que los llevan también a la Península Ibérica. El retorno a Honduras de estos pintores le dio un gran impulso a la plástica nacional, la que, hasta entonces, se había caracterizado por el autodidactismo, excepción hecha, quizá, de José Miguel Gómez, quien, como hemos visto, hizo estudios de pintura en Guatemala, con maestros de ese país y también españoles. Zelaya Sierra estudia en la Academia San Fernando, de Madrid, donde tuvo como a uno de sus principales profesores al maestro Daniel Vásquez Díaz, recién llegado de Francia, donde estudió y trabajó con varios artistas españoles de gran renombre, entre ellos Pablo Picasso, Juan Gris y Juan Miró. Como pintor Vásquez fue un formalista convencido, es decir, que para él constituía un hecho prioritario la representación plástica del objeto, independientemente de lo que el artista desea expresar. Sin embargo, no cultivó el realismo clásico, sino más bien un neorrealismo de corte vanguardista, pues no era partidario de una representación literal de las figuras, sino más bien de modificar éstas conforme a una serie de principios que le permitieran elevarlas a la categoría de valores estéticos. Todos estos rasgos de su estilo pueden verse en su obra “La fábrica dormida”, donde las formas se apartan del detallismo realista y se resuelven a través de las figuras geométricas fundamentales: el cubo, el cono, el cilindro y la pirámide. Es lógico que los amplios conocimientos académicos de Vásquez Díaz lo llevaran a ejercer una gran influencia en San Fernando ya que numerosos artistas, entre ellos Pablo Zelaya Sierra, se formaran según los lineamientos de este notable maestro español. Por desgracia, Pablo murió poco tiempo después de su regreso a Honduras, así es que no pudo ejercer un magisterio directo sobre los nuevos artistas hondureños, tarea que fue realizada por la amplia obra que logró traer de España. El caso de Montes de Oca es parecido al de Zelaya Sierra en lo que se refiere a una temprana desaparición. Aunque no hizo estudios académicos de ninguna clase, su permanencia en Francia e Italia por espacio de seis años le permitió conocerlas principales escuelas predominantes en esos países desde 1919 a 1925, sobre todo el

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impresionismo, asimilado por él a partir de los más importantes pintores italianos. Su deseo al regresar a Honduras era dar clases a los jóvenes artistas de nuestro país, pero, por desgracia, dos meses después de su arribo, falleció. Sin embargo, Montes de Oca trajo algunos de los cuadros que pintó en Europa: paisajes, desnudos y su famosa obra “El forjador”, con la que ganó en París un importante premio. Dos muchachas

Oleo de Pablo Zelaya Sierra

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La observación cuidadosa de estos cuadros por parte de los jóvenes con inquietudes artísticas, contribuye, sin duda alguna, a elevar la calidad técnica hasta entonces practicada en Honduras. Su última obra se titula “Yo” y representa un árbol azotado por el viento. Se trata, como puede verse, de un simbolismo más que claro, pues el artista se encontraba entonces abatido por graves problemas, tantos que tres días después de concluir esa obra, falleció. Mejor suerte les cupo a Maximiliano Euceda y Carlos Zúniga Figueroa, ambos con estudios en España. Allí tuvieron como a uno de sus más destacados maestros a Romero de Torres, quien, sin duda alguna, influyó en ellos dentro de un realismo naturalista llevado casi al máximo. Ambos cultivaron el retrato como línea principal de su arte. Euceda hizo uso de una pincelada limpia, tersa, y el tratamiento de la luz y la sombra fue en él rigurosamente natural. Figueroa, en cambio, empleó una pincelada más libre, con manifiestos ecos del impresionismo. Euceda estuvo en España hasta 1927. Al regresar a la Patria durante ese año, inmediatamente comenzó a realiza uno de sus principales anhelos: darles clases a los jóvenes que se interesaran por la pintura. Tal actividad la hizo, con períodos de mayor o menor intensidad, hasta 1940, año en que se organiza la Escuela Nacional de Bellas Artes y él pasa a ser uno de sus maestros por espacio de varias décadas. Lo mismo hace Zúniga Figueroa en lo que se refiere a la formación de las nuevas generaciones de artistas hondureños. Además de dar clases privadas durante algunos años, en 1924 organiza la “Academia Nacional de Dibujo Claro Oscuro al Natural”. El Poder Ejecutivo vio con interés este esfuerzo pedagógico, de modo que mediante el Acuerdo No. 47, de fecha 11 de agosto de 1934, estableció una subvención de L. 125.00 mensuales en apoyo del referido establecimiento.

Max Euceda Mi esposa Técnica: óleo sobre tela

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Década de los 30

E

n la década de los 30 y precisamente como un producto directo del

magisterio ejercido por Max Euceda y Zúniga Figueroa, así como el inspirador ejemplo de la obra traída por Zelaya Sierra, aparece Teresita Fortín con obras de una autoctonía absoluta, pues, a diferencia de algunos de sus maestros, que trataron en abundancia la temática europea, ella se inspira sobre todo en los motivos hondureños: paisajes, flores y escenas campestres. Su carrera artística registra distintas etapas, algunas de ellas repetidas varias veces a lo largo de su prolongada existencia (nació en 1885 y murió en 1982). Sus primeras manifestaciones fueron dibujos de tipo realista, preferentemente figuras humanas. Después hizo paisaje dentro de un manifiesto impresionismo, con el empleo muchas veces de la espátula. También tuvo una fase santorial, inspirada por los trabajos de restauración que, en compañía del italiano Alejandro del Vecchio, hizo en 1942 de las obras pintadas en la Catedral de Tegucigalpa por José Miguel Gómez en el siglo XVIII. Practicó la pintura abstracta con diversos materiales y trabajó el “naïf” durante cierto tiempo, algunos de cuyos cuadros fueron expuestos en 1977 bajo el título “Recuerdos”. Al final de su carrera derivó hacia el colorismo objetivo inspirándose fundamentalmente en flores. Teresita recibió el Premio Nacional de Pintura Pablo Zelaya Sierra el 22 de noviembre de 1980. A esta misma generación pertenece José Antonio Velásquez, considerado con justo motivo el Primer Primitivista de Honduras. Velásquez fue barbero de profesión y, como en el caso del empleado de aduanas Henri Rousseau, no tuvo ninguna escuela artística, de modo que sus actividades en este género fueron rigurosamente espontáneas. La temática de Velásquez es única: las casas, las calles y el palpitar del pueblecito San Antonio de Oriente, donde pasó gran parte de su vida. Como en toda la pintura primitivista, los cuadros de Velásquez se caracterizan por la ingenuidad y la tranquila atmósfera que transparentan. No es muy rico en colorido y los detalles de sus temas se acentúan en las montañas de pinos y en los techos de las casas. Durante 1943 fue descubierto por el matrimonio Popenoe, el que lo apoyó para proyectarlo fuera de Honduras. En 1955 le fue concedido el Premio Nacional de Arte Pablo Zelaya Sierra, el más alto que se da en Honduras.

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La figura más descollante de la generación de los 30 es Arturo López Rodezno, quien, después de graduarse de Ingeniero Agrónomo en la Universidad de La Habana, hizo estudios de pintura en la Academia San Alejandro de aquel país, los que terminó en 1933. Luego estudió por dos años, de 1938 a 1939, Pintura al Fresco en la Academia Juliane, de París, y, finalmente, durante su permanencia de cuatro años en Italia, de 1952 a 1956, se capacitó en la técnica del esmalte. Gracias a esta formación, el trabajo artístico de Rodezno es variado en sus manifestaciones: óleo, fresco, metal, mosaico, etc. Tanto en sus cuadros de caballete como en los murales, Rodezno desarrolló un estilo neofigurativo de grandes planos, en los que utiliza esfuminaciones ajustadas a un manejo estricto de la luz, según puede verse en su tela “Guancasco” y en los frescos que decoran la Escuela Nacional de Bellas Artes. Es interesante señalar que en Rodezno predominó siempre una temática hondureña, en la que los motivos mayas tuvieron una presencia destacada, por lo que, a no dudarlo, es el primer artista nacional que elabora un discurso plástico a partir de elementos extraídos de aquella gran cultura. Rodezno hizo numerosas exposiciones individuales y colectivas en Honduras, Estados Unidos, México, Colombia, Cuba, Guatemala, Costa Rica, El Salvador, España, Francia, Italia e Inglaterra. Por su calificada y amplia labor artística, entre la que no puede dejar de mencionarse la fundación de la Escuela Nacional de Bellas Artes en 1940, Rodezno recibió numerosos premios y condecoraciones

López Rodezno Máscaras Técnica: esmalte

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FUNDACIÓN DE LA ESCUELA NACIONAL DE BELLAS ARTES

U

n hito importante en el desarrollo de la pintura hondureña es la

creación de la Escuela Nacional de Bellas Artes el 1 de febrero de 1940. El antecedente inmediato de la misma es la Sección de Artes Plásticas organizada en la Escuela de Artes y Oficios por el pintor español Alfredo Ruiz Barrera a principios de 1938. Aquí iniciaron sus estudios de pintura y dibujo numerosos jóvenes hondureños, entre quienes descuellan Alvaro Canales, Ricardo Aguilar y Roberto M. Sánchez.

Castel Nuovo Tinta de López Rodezno, Italia, 1970.

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Alumnos en la Escuela Nacional de Bellas Artes

Pero, naturalmente, aquel pequeño alero resultó exiguo para satisfacer las aspiraciones formativas de los inscritos en él. Por ello se planteó la necesidad impostergable de abrir una institución que ampliara al máximo los estudios de dibujo y pintura. La iniciativa provino del artista Arturo López Rodezno, quien, al realizar sus estudios en el extranjero, se hizo la idea de fundar un centro formador de los artistas hondureños, al estilo de los existentes en otros países del mundo, incluida Centroamérica. Con ese propósito, así como en su tiempo lo hizo Pablo Zelaya Sierra, ya en París Rodezno elaboró planes. Aunque sus gestiones para obtener apoyo gubernamental no fueron muy fructíferas, Rodezno continuó adelante con su idea, así es que, como dice el gran conocedor de esta historia, Raúl Fiallos Salgado, “con dos pequeños cuartos, algunos caballetes, un poco de manta y varios tubos de pintura, la flamante Escuela Nacional de Bellas Artes inició sus actividades el 1 de febrero de 1940”. El personal administrativo del precario centro estaba compuesto así: Director, Arturo López Rodezno; Sub-director, Alfredo Ruiz Barrera, sustituido poco después por Samuel Salgado; Secretario, Roberto M. Sánchez; Inspector General, Raúl Fiallos Salgado; Inspectora, Emilia Cáceres; Guardalmacén, Ricardo Aguilar; y Conserje, Gabriel Cortés. En cuanto al personal docente, el mismo estaba integrado de esta manera: Profesor de Dibujo y Pintura, Max Euceda; Profesor de Escultura, Samuel Salgado; Profesor de Decoración General, Arturo López Rodezno; Profesor de Talla en Madera y Escultura Religiosa, Salvador Posadas; Profesor de Artes Aplicadas, Ernestina de López; Profesor de Cerámica, Pedro Molina; y Ayudante de Cerámica, Miguel Vásquez. 39


DIRECTORES DE LA ENBA

E

l maestro Arturo López Rodezno estuvo al frente de la Escuela Nacional de

Bellas Artes en el período 1940-1953. Su tarea principal durante ese tiempo fue darle vida y consolidar dicha institución tomando como base los centros similares conocidos por él en otros países de nuestro continente y de Europa. El fin que se planteó desde el principio fue proporcionar los elementos teóricos y prácticos a los hondureños con aspiraciones de convertirse en artistas. Por esa razón las diversas dependencias de la Escuela —dibujo, pintura, escultura, cerámica y talla en madera— se organizaron como talleres, en los que, a partir de unas breves explicaciones teóricas, se trabajaba directamente sobre los materiales. Por ejemplo, el maestro Euceda impartía sus clases de dibujo y pintura a base de modelos frente a los estudiantes para que éstos los reprodujeran desde el ángulo que a cada uno le correspondía. El mismo método se aplicaba en la clase de escultura, bajo la responsabilidad de Samuel Salgado, donde eran los estudiantes quienes se turnaban como prototipos para esculpir cabezas, torsos y hasta figuras completas.

Directores de la Escuela Nacional de Bellas Artes

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Después de López Rodezno asumió la Dirección de la Escuela Nacional de Bellas Artes el maestro Samuel Salgado, quien estuvo en esas funciones durante el período 1954-1957. Desde el punto de vista interno, Salgado siguió los lineamientos filosóficos y programáticos establecidos en el período anterior, dentro del cual él mismo fue uno de los principales impulsores. En lo que se refiere al apoyo oficial de la Escuela, el nuevo Director buscó ampliar éste lo más posible con vistas a mejorar las condiciones de los estudios y aumentar las becas para los alumnos. Una de sus principales preocupaciones fue infundirles a los artistas egresados del plantel una sólida disciplina en el desempeño de su trabajo, lo que logró en numerosos casos.

Al maestro Salgado lo sustituyó en la Dirección de la ENBA el profesor Miguel Navarro, quien estuvo al frente del Establecimiento durante el período 19581963. Entre las primeras labores desarrolladas por el profesor Navarro se encuentra la reorganización de la Escuela, para lo cual introdujo un nuevo sistema administrativo dentro de ella. Asimismo, con el propósito de elevar la preparación técnica de los candidatos a artistas, incorporó con mucho entusiasmo a cuanto hondureño vino del exterior con estudios realizados en distinguidas academias, como son los casos de Mario Castillo y Moisés Becerra, maestros por la Escuela de Bellas Artes de Roma. También incorporó profesores extranjeros e introdujo algunas clases de cultura general en el programa de estudios con la idea de ensanchar la preparación de los artistas hondureños. Otra de las actividades del profesor Navarro fue el inicio de una Galería permanente de artistas nacionales en el seno mismo de la Escuela, con cuyo objeto se dedicó a la obtención de magníficos cuadros, los que forman parte hoy de la rica pinacoteca del Establecimiento. Al profesor Navarro le sucedió en el cargo el maestro Mario Castillo, quien estuvo al frente de la Institución durante el período 1964-1972. El maestro Castillo continuó la obra del profesor Navarro, de quien fue Sub-director en el lapso del destacado pedagogo. Una de las principales labores desempeñadas por el maestro Castillo fue estimular la participación de los estudiantes en exposiciones colectivas y concursos de arte, tanto del país como del extranjero, gracias a lo cual muchos de ellos lograron destacarse ya en su etapa formativa. También se preocupó el maestro Castillo por relacionar la Escuela de Bellas Artes con otras instituciones culturales del país a fin de obtener más apoyo para el mejoramiento de sus actividades.

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A Castillo lo sustituyó en la Dirección el maestro Roberto M. Sánchez, el cual encabezó el Plantel durante el lapso 1972-1975. Sánchez, quien era uno de los fundadores del establecimiento, prosiguió la obra de Navarro y Castillo en todo lo relacionado con la organización interna de la Escuela y el sistema de enseñanza. Entre sus aportes más significativos se encuentra el haber logrado fondos para la reconstrucción del edificio, adaptándolo mejor a las necesidades de la actividad pedagógica. Con ese propósito se acondicionaron las oficinas y se ampliaron los talleres, entre ellos el de cerámica, escultura y talla en madera, a los que se les dotó de los correspondientes equipos. Después del maestro Sánchez asumió la Dirección del Plantel el maestro Mario Mejía, quien desempeñó el cargo durante el lapso 1975- 1982. En esta etapa se logró una nueva reconstrucción del edificio, pues, ante la demanda estudiantil, resultaba ya insuficiente el espacio disponible. Pero la obra principal del maestro Mejía fue la incorporación de la Escuela Nacional de Bellas Artes al sistema educativo del país, ya que, hasta 1975, los estudios de la misma no eran reconocidos en el nivel medio. Con ese propósito se diseñó un plan de estudios, provisto de sus respectivos programas, destinado a la formación de Maestros de Artes Plásticas en un período de tres años a partir de los dos del Plan Básico. De esta manera se lograba un doble propósito: contribuir, por una parte, a la enseñanza del dibujo en educación media, y, por la otra, darles mejor formación en este campo a los estudiantes de las escuelas normales del país. Naturalmente, la idea fue muy discutida, tanto dentro de la Escuela como en las distintas instancias del Ministerio de Educación Pública. Dos posiciones surgieron de inmediato: por un lado, los que defendían el principio de que la Escuela Nacional de Bellas Artes está destinada a preparar exclusivamente artistas; y, por el otro lado, los que propugnaban una especialización de dicha unidad académica en lo que se refiere a formar personal docente en el campo de las artes plásticas. Lo primero significaba conservar la filosofía que inspiró la fundación de la Escuela en 1940; lo segundo era abrirle paso a una concepción completamente nueva. Para no incurrir en extremismos improductivos, el problema se resolvió de este modo: dar la preparación para Maestros de Artes Plásticas en el nivel medio, y, simultáneamente, ofrecer los conocimientos necesarios para que los alumnos con disposiciones especiales tuvieran la posibilidad de desarrollarse como artistas. Al maestro Mario Mejía le sucedió el también maestro Dino Fanconi, el que estuvo en el cargo en el lapso 1983-1991. Fanconi, quien había sido uno de los principales impulsores, con Juan Domingo Torres, de las reformas llevadas a cabo en el período anterior, continuó el desarrollo de las mismas, sobre todo la

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Edificio de la Escuela Nacional de Bellas Artes en Comayagüela

introducción del Bachillerato en Artes Gráficas, previsto por las reformas del maestro Mejía. Dicha carrera entró a la fase práctica a partir precisamente de 1983, con un total de 25 materias, distribuidas en dos campos: la Formación Diferencial y la Formación Cultural. Para el primer aspecto fueron establecidos los siguientes estudios: dibujo natural, dibujo técnico, historia del arte, diseño gráfico, grabado, sistemas de impresión, anatomía artística, filosofía del arte, fotomecánica, dibujo humorístico, arte publicitario, pintura y fotografía. El segundo aspecto se cubrió con las siguientes asignaturas: español, historia de Honduras y Centroamérica, filosofía general, sicología general, sicología de la comunicación, administración general y de personal, sociología, problemas sociales, fundamentos de matemáticas y física, química general, estudio dirigido y mecanografía. Todo el plan se cumple en tres años, a partir de los estudios básicos de Educación Media. Otra de las actividades desarrolladas por el maestro Dino Fanconi fue la sistematización y consolidación de los Cursos de dibujo para Niños y los Cursos Libres para Adultos. Ambos han sido todo un éxito, de modo que si al principio se matriculaban pequeños grupos, hoy día es necesario establecer un cupo a 43


causa de las limitaciones de espacio. Además de los cursos que se dan en la propia Institución, se ha organizado, bajo la asesoría del maestro Rony Castillo, un Centro de Artes Plásticas en la Escuela Experimental Anexa a la Universidad Pedagógica Nacional. En todos estos cursos se han descubierto sorprendentes vocaciones entre las personas que asisten, tanto niños como adultos. Por ejemplo, en 1987 fueron enviadas al Japón varias de las obras hechas por los niños matriculados en dicho año, donde obtuvieron 23 medallas, de un total de 85, entre las numerosas muestras que llegaron de otros países. A Dino Fanconi lo sustituyó, el 1 de Julio de 1991, el maestro ceramista José Daniel Vásquez, quien ha continuado los esfuerzos de renovación de la ENBA. Actualmente se estudian nuevas reformas en la estructura curricular, pues la experiencia de más de 20 años demuestra que es necesario hacer ajustes en el plan que se adoptó a partir de 1975. Uno de los problemas que preocupa al actual equipo técnico del Establecimiento es reforzar el aspecto referente a la formación de los estudiantes que tienen capacidad y desean dedicarse al arte en forma profesional. Esta preocupación se deriva del hecho de que, aparentemente, el reforzamiento de la formación pedagógica en el área de las artes plásticas, parece haber desestimulado las aspiraciones artísticas propiamente dichas, como lo confirma el dato de que la inmensa mayoría de los egresados, si no todos, se dedican a la enseñanza y no al ejercicio profesional de la pintura o de cualquiera de las otras ramas que se enseñan en la Escuela. Dante Lazzaroni Guitarras, Técnica: acrílico sobre tela

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DÉCADA DE LOS 40

D

urante la década de los 40 y como producto ya del trabajo organizado por

la Escuela Nacional de Bellas Artes, surgen los pintores Alvaro Canales, Ricardo Aguilar, Dante Lazzaroni y Miguel Ángel Ruiz. De todos ellos, sólo Aguilar fue autodidacto. Los demás hicieron estudios en México después de concluir su preparación básica dentro del país. Por esas fechas la pintura azteca se encontraba aún bajo el influjo del muralismo desarrollado a partir de 1920 por los tres grandes de este género: Diego Rivera, Clemente Orozco y Alfaro Siqueiros. Es lógico, por lo tanto, que los hondureños que tuvieron la oportunidad de estudiar y trabajar en México, incluso haciendo obras bajo la dirección inmediata de Rivera o Siqueiros, como son los casos de Ruiz y Canales, absorbieran la orientación nacionalista que inspiró al muralismo mexicano. El caso del autodidacto Ricardo Aguilar es distinto. Librado a su propio impulso creador recorre diversas escuelas en la búsqueda de un lenguaje personal. Fue impresionista al pintar paisajes y bodegones, hizo expresionismo abstracto en algunas obras aisladas, como en su cuadro “Ritmo de color”, y probó el abstraccionismo geométrico. Por esta razón se le considera el precursor de la pintura de vanguardia en nuestro país, aun cuando algunas de las escuelas que ensayó ya habían periclitado en sus lugares de origen.

Ricardo Aguilar Tiempo y Espacio, 1948 Técnica: óleo sobre tela

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DÉCADA DE LOS 50

D

urante la década de los 50 surgen, entre otros, los siguientes pintores:

Moisés Becerra, Mario Castillo, Arturo Luna y Benigno Gómez. Todo este grupo hizo estudios iniciales en la Escuela de Bellas Artes y después pasó a Italia para culminar su formación. Moisés Becerra comienza sus actividades dentro del cubismo, luego abraza una línea neofigurativa, de fondo esencialmente hondureño, que le ha permitido hacer obras de gran aliento, algunas de las cuales con primeros premios en varios países de Europa, como es el caso de “El gallo muerto”, “La muchacha de la jaula” y “Mujer con ánforas”. Por su parte, Mario Castillo trae de Roma una fuerte inclinación por el impresionismo, lo que sirve para cimentar la formación técnica de los más destacados paisajistas con que cuenta actualmente Honduras, entre ellos Carlos Garay. Posteriormente, Castillo hizo un poco de pintura cubista, de la que desembocó en un colorismo objetivo de gran fuerza plástica, línea que cultiva hasta hoy con mucho éxito.

Moisés Becerra Chompipes Técnica: acrílico sobre tela

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Benigno Gómez La unidad hace la fuerza Técnica: acrílico sobre tela

En lo que se refiere a Arturo Luna, otro de los integrantes de este grupo, debemos decir que básicamente fue ceramista, uno de los mejores de nuestro país, quien, ocasionalmente, pintaba óleos de gran plasticidad. Como pintor se caracteriza por un estilo neofigurativo de marcada inclinación a las figuras egipcias, principalmente cuando se trata de animales, como puede verse en el cuadro “Guerreros”. Luna hizo un ensayo de “assemblage” en su obra “Los partidos político” cuadro de gran formato en el que insertó la cabeza entera de una vaca para simbolizar la “res pública” que siempre buscan hacer suya aquéllos. Luna murió el 9 de marzo de 1978. Benigno Gómez, otro de los artistas más destacados de la década de los 50, hizo cinco años en la Academia de Roma. Durante varios lustros fue profesor de pintura en la Escuela Nacional de Bellas Artes, por lo que contribuyó decisivamente en la formación de las generaciones posteriores de artistas hondureños. Inicialmente comenzó a pintar en el marco de un neorrealismo de gran colorido. Sin embargo, no sintiéndose satisfecho, se lanzó a la búsqueda de un estilo que respondiera mejor a su temperamento, partiendo del supuesto de que la belleza, más que un hecho objetivo, es un fenómeno interior. El fruto de esta idea fue el diseño de un estilo figurativo—surrealista de fondo lírico, ya que Benigno tiene como principal interés ofrecernos una visión pura de la vida en una atmósfera también pura.

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DÉCADA DE LOS 60

L

a década de los 60 es rica en nombres y acontecimientos de gran importancia

para la evolución de la pintura hondureña. Pertenecen a esta etapa: Juan Ramón Laínez, Carlos Garay, Gregorio Sabillón, Julio Visquerra, Jaime Salinas, Ezequiel Padilla, Virgilio Guardiola, Dino Fanconi, Víctor López, Aníbal Cruz, César Rendón, Luis H. Padilla, Antonio Dubón, Mario Mejía, Lutgardo Molina, Joel Castillo, Manuel Rodríguez, Felipe Burchard, Alejo Lara y otros. Casi todos ellos, excepto Dubón y Burchard, han hecho estudios en la Escuela Nacional de Bellas Artes y han viajado a diversos países de Europa y América con el objeto de ensanchar sus conocimientos artísticos.

Gregorio Sabillón La dama guerrero Técnica: acrílico sobre tela

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El suceso más importante vinculado a estos artistas es la creación, por algunos de ellos, del “Taller La Merced” en 1974. El principal gestor de dicho proyecto fue Virgilio Guardiola, quien logra unir a varios de sus compañeros de estudios con aquel propósito, entre ellos Luis H. Padilla, Aníbal Cruz, Dino Fanconi, Víctor López, Lutgardo Molina, César Rendón, Ezequiel Padilla, Felipe Burchard y otros. La idea de Guardiola era hacer una pintura directamente comprometida con las luchas sociales del pueblo hondureño, empeñado por esas fechas en profundizar un proceso de reformas que, bajo el nombre de “actualización histórica”, se proponía llevar a cabo el gobierno de entonces. Guardiola y sus compañeros consideraron que el arte no podía mantenerse al margen de ese proceso. Es muy importante señalar que el “Taller La Merced” no nace aislado ni por casualidad. El mismo forma parte de un centro de promoción cultural que organiza durante el año 1973 el director de teatro Rafael Murillo y que funciona en el viejo Paraninfo de la Universidad Nacional Autónoma. Al principio Murillo establece allí lo que llamó “Teatro Experimental Universitario La Merced” (TEUM). Luego entra en contacto con los pintores y les sugiere la organización de un estudio colectivo cerca de su grupo, lo que aquéllos, como dejamos dicho, aprovechan con gran entusiasmo. Posteriormente, algunos de los miembros del grupo literario “Tahuanka” (“cambio” en lengua miskita), organizado desde 1972 y donde, entre otros, figuraban Eduardo Bähr, Rigoberto Paredes, Tulio Galeas y Galel Cárdenas, entran en contacto con los teatristas y los pintores, llevados por el deseo de hacer una literatura de base popular. De esa manera las tres artes —pintura, teatro y poesía— resultan estrechamente unidas: los artistas del pincel se encargan de las escenografías, los poetas proporcionan argumentos y los teatristas son el medio de comunicación.

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“TALLER DANTE LAZZARONI” El “Taller La Merced” trabaja fecundamente hasta 1976, año en que, por diversos problemas de local, se desintegra, dejando como fruto una gran cantidad de exposiciones hechas a lo largo y ancho de la República. Sin embargo, la mayor parte de los artistas que lo integraron, continúan por su cuenta haciendo un expresionismo social de abierta militancia, y, claro, con el deseo de volver a conjuntar esfuerzos en otro ensayo de igual o parecida naturaleza. La oportunidad se les abre en 1982, cuando, por iniciativa de César Rendón, entonces Coordinador de Artes Plásticas, la Dirección General de Cultura dispone conceder nuevamente el local de La Merced para un estudio de pintores. Al convocarse a los artistas interesados en el proyecto, obviamente fueron los del viejo grupo los más entusiastas con la idea. Así surgió durante aquel año el “Taller Dante Lazzaroni”, en el mismo local y casi con los mismos participantes que habían constituido el “Taller La Merced”. Entre los elementos nuevos que se integraron, están: Rony Castillo, Gustavo Armijo, Dagoberto Posadas y Julio Guardiola. El propósito del nuevo grupo era el mismo que el del anterior: desarrollar un arte de denuncia y hacer exposiciones en lugares públicos. El “Taller Dante Lazzaroni” funcionó desde 1982 hasta 1985, período en el cual cumplió una excelente labor al llevar sus cuadros a diferentes ciudades del país, donde el público los recibió con entusiasmo. Al desintegrarse el Taller en 1985 por problemas de local, cada uno de los artistas integrantes del mismo siguió una evolución plástica en consonancia con sus particulares inclinaciones. Algunos de ellos, como Ezequiel Padilla, Virgilio Guardiola, Víctor López, Aníbal Cruz y Dino Fanconi, continuaron inscriptos en un expresionismo social perfectamente definido. Otros, como César Rendón, Luis H. Padilla y Mario Mejía han evolucionado hacia un neofigurativismo de contenido más lírico, aunque siempre tomando como base una realidad social que se caracteriza por grandes desigualdades. El caso de los artistas de la década de los 60 que no intervinieron en los dos talleres antes descritos, es distinto, no sólo en lo referente a las escuelas seguidas por ellos, sino también en lo que respecta al contenido de sus obras. Por ejemplo, Juan Ramón Laínez ha tenido una evolución artística algo compleja. Durante algún tiempo hizo abstraccionismo bajo la influencia del español Antonio Lorenzo, de quien fue discípulo en Madrid. Cuando regresa al país practica la “pintura negra”, con un fondo esencialmente crítico, según puede verse en los cuadros “El poseso” y “El

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Ezequiel Padilla Ayestas: La Danza Técnica: acrílico sobre tela

diplomático”. De esa etapa salta a un lirismo plástico de línea neofigurativa, con una temática evocadora, es decir basada en recuerdos personales. Son buenos ejemplos de esta fase los cuadros “Pez verde”, “La gata azul” y “Teléfono de cordel”. En cuanto a Carlos Garay y Joel Castillo, ambos son paisajistas dentro de un evidente impresionismo. El primero ha logrado cimentar un sólido prestigio nacional e internacional, como lo confirma el hecho de que su nombre figura en la Enciclopedia Británica. Durante algunos momentos de su desarrollo artístico hizo cubismo, retratos y estudios realistas de la figura humana. Su último cambio, dentro de la temática del paisaje, es la inclusión de escenas humanas en los cuadros, al estilo de Monet, lo que significa un salto cualitativo en su desarrollo personal. Joel Castillo también evoluciona progresivamente hacia un paisajismo más profundo, donde la vida se conjuga con la naturaleza pura y simple para producir efectos plásticos de gran alcance. Gregorio Sabillón y Julio Visquerra tienen un puesto especial dentro del grupo que analizamos. Ambos son egresados de la Escuela de Bellas Artes y viajaron a España para tomar nuevas experiencias artísticas en dicho país. Antes de matricularse en Bellas Artes, Sabillón hizo paisaje, bodegones y retratos dentro 51


de un estilo típicamente realista, aunque sin muchos detalles. Ya en la referida Escuela practicó el neofigurativismo influido por las imágenes paradójicas de Rufino Tamayo, para luego practicar, en España, un estilo decididamente abstracto. Sin embargo, a partir de 1974, no obstante sus éxitos en varias exposiciones, Sabillón retornó al arte figurativo en la vena surrealista, estilo en el que ha hecho extraordinarios cuadros, algunos de ellos ampliamente comentados por la crítica española, como “Principio femenino”, “Ana y Agripina”, “En el umbral” y otros. Julio Visquerra también comenzó haciendo paisajes y bodegones, sobre todo durante el período de su formación académica. Es en España donde abandona estos estilos para incorporarse a las escuelas vanguardistas, lo que lo lleva finalmente al surrealismo. El estilo de Visquerra es vigoroso, de tonos enteros. Entre sus principales aportes a la pintura hondureña está el empleo del motivo maya en sus obras, como lo confirma la muestra “Lumiére, Mistére, Copán”, hecha durante el mes de noviembre de 1989 en Monte Carlo

Visquerra Estela I Técnica: acrílico sobre tela

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DÉCADA DE LOS 70

E

n la década de los 70 encontramos también un grupo muy interesante de

pintores. Podemos citar, entre otros, a los siguientes: Ernesto Argueta, Hermes Armijo Maltez, Rony Castillo, Felipe Burchard, Alejo Lara, Jesús Valladares, Alfredo Garay y Maury Flores. Argueta es egresado de Bellas Artes y trabaja allí mismo como profesor de varias asignaturas. Tomada su obra en conjunto puede considerársele un expresionista de temática variable, aunque siempre alrededor de los problemas humanos. Sin embargo, en algunos de sus cuadros este pintor interpola elementos subjetivos con el propósito de darle más profundidad al motivo tomado como centro de la obra. En lo que se refiere a Hermes Armijo Maltez el análisis es inequívoco: desde sus primeras manifestaciones artísticas, aún antes de egresar de la Escuela de Bellas Artes, inscribió su paleta en los tercios del expresionismo social, pero no con fines exclusivamente de denuncia, sino más bien para poetizar la vida de los seres más humildes que lo rodean. Maltez trabaja por temas durante períodos bien definidos de su actividad artística, por lo que en su carrera encontramos etapas como éstas: “los generales”, “los rezos “, “las esquinas”, “los pescadores” y “los velatorios”. Armijo se caracteriza en su obra por una amplia simplificación de las figuras, lo cual tiene el propósito de subrayar la acción misma en que sorprende a sus personajes: el rezo, en las rezadoras; la maternidad, en las madres; y el dolor, en los adoloridos.

Maltez Cartuchos Técnica: acrílico sobre tela 53


Década de los 80 y los 90

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urante la década de los 80 y los 90 son de mencionar, entre otros, a Marco

Rietti, Armando Lara, Edwin Perdomo, Allan Caicedo, Enrique Escher, Celsa Flores, Geovany Flores, Raúl Laínez, Ricardo Oquelí, Carlos Estrada, Abraham Lanza, Lázaro Banegas, Melvin Castro y Bayardo Martín Blandino (éste a partir de 1990). Lara se sintió muy atraído desde sus años de estudiante en Bellas Artes por el surrealismo, dentro del cual trabaja actualmente con entusiasmo.

Armando Lara: Armadura Acrílico sobre tela

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Marco Rietti, El Ángel de la eterna entrega

Pero debe decirse que el surrealismo de Lara no es de base exclusivamente sicológica, sino más bien social, pues para realizarlo frecuentemente toma un hecho de la vida cotidiana, relacionado algunas veces con la injusticia, y lo transforma en imágenes fantásticas para darle la dimensión subjetiva del caso. Respecto a Marco Rietti, un autodidacto que trabaja con gran empuje, vale decir que cultivó durante algún tiempo un expresionismo de fondo costumbrista, tomando como principal motivo el hacer cotidiano de algunos de nuestros grupos étnicos. También ha ensayado un realismo lírico y actualmente incursiona por las formas simbólicas, como lo confirma su notable cuadro “El Ángel”.

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El mercado del arte en Honduras

E

sta es la evolución que ha seguido la pintura hondureña. ¿Qué podemos

decir en lo que se refiere al público, a las condiciones del trabajo artístico ya las posibilidades del pintor mismo? Tenemos que aceptar, en honor a la verdad, que, a causa de las grandes deficiencias que pesan sobre el sistema educativo en lo que a la enseñanza del arte se refiere, aún es muy reducido el público hondureño con disposición y capacidad para apreciar adecuadamente las obras de arte. Ni la educación media ni la educación superior son capaces de despertar la suficiente sensibilidad para que los egresados, al entrar en contacto con el mundo del arte, puedan asimilarlo como una proyección de lo que es el espíritu de su propio pueblo.

Felipe Buchard La Escuela Técnica: acrílico sobre tela

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A eso se debe que tengamos profesionales no sólo indiferentes ante las creaciones de ese tipo, sino incluso hostiles. Una prueba de ello es lo que hizo un alto funcionario del Banco Central de Honduras hace algún tiempo con la pinacoteca de esa Institución, el más importante fondo artístico que hay en el país: mandó hacer oficinas burocráticas en el salón donde se exponían las obras y, hasta que se construyó un nuevo salón en otro edificio, las mismas estuvieron arrumbadas por todos los rincones del primer local, no importa que se tratara de “Las monjas”, de Zelaya Sierra, o de un retrato firmado por Max Euceda. Esa misma incultura artística determina, igualmente, que, como expresa Juan Domingo Torres, “muchos inversionistas hondureños desconocen todavía que las obras de arte son valores convertibles, como los bienes raíces y las joyas, de modo que, por ignorarlo, no pocos de ellos pasan indiferentes sobre un Maltez, un Matute o un Gómez, mientras no faltan a los remates de las aduanas e, incluso, a los del Crédito Prendario Popular.” Sin embargo, en aras de la verdad histórica, es necesario reconocer que, durante los últimos años, se ha ido formando un grupo de coleccionistas hondureños que se amplía progresivamente. Lo que era muy común hace quizá unos diez años: la soledad de las exposiciones y el retorno a casa del artista con todas las telas a cuestas, va siendo cada vez menos en la actualidad. Hoy las salas respectivas son visitadas por un número respetable de amantes del arte y es muy frecuente que los pintores vendan gran parte de sus obras, no importa la escuela a que pertenezcan, siempre que sean elevadas. Así, por ejemplo, un Visquerra con sus cuadros surrealistas, un Maltez con su expresionismo poético, un Becerra con su neofigurativismo lírico, un Matute con su colorismo objetivo y un Castillo con sus estructuras estilo “fauve”, provocan incluso disputas entre los compradores de algunas de sus creaciones. Es importan te señalar que ya es una práctica establecida que las instituciones bancarias, tanto públicas como privadas, obtienen cuadros para el arreglo de los edificios con que cuentan en todo el país. Por ello, pues, va siendo posible que surjan los pintores dedicados a tiempo completo a su arte, como son los casos de Garay, Maltez, Visquerra, Maury Flores, Caicedo, Burchard y otros. También durante los últimos años se han multiplicado los salones donde artistas hondureños pueden exponer cómodamente sus obras. Antes de ahora era común que nuestros pintores se vieran obligados a mostrar sus cuadros en las aulas de las escuelas, en las alcaldías municipales o simplemente en las casas de sus amigos, sin las condiciones, claro está, que esos eventos requieren. Un papel muy importante juega a este respecto instituciones promotoras como el Instituto de Cultura Interamericana, el Salón Cultural del Banco Atlántida y el Centro Cultural Sampedrano. También existen en Tegucigalpa y San Pedro Sula varias 57


galerías privadas, en donde, además de ofrecer sus obras en forma permanente, los pintores pueden llevar a cabo exposiciones periódicas. Todo esto indica que poco a poco se organiza el mercado artístico y que, aun con dificultades, avanzamos hacia un evidente profesionalismo en tal sentido. Por supuesto, en ello tienen mucho que ver la calidad de lo que se le ofrece al público, así como el trabajo que se realiza para educarle el gusto estético, no siempre muy dispuesto a darle la espalda a los chafarrinones litográficos o a las simples copias de cuadros extranjeros que se venden a porrillo en el mercado.

Miguel Ángel Ruíz Torero, Técnica: óleo sobre tela

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LOS ARTISTAS

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RICARDO AGUILAR Nació en 1915 y murió en el año 1951. Los estudios de dibujo y pintura fueron iniciados por él a partir de 1938 cuando el pintor español Alfredo Ruiz Barrera abrió una sección de Artes Plásticas en la Escuela de Artes y Oficios, de Tegucigalpa. Pero antes de eso y siendo aún bastante joven, practicó el dibujo en forma personal, de modo que podemos decir que en fechas tempranas hizo armas en las actividades artísticas. Al fundarse en 1940 la Escuela Nacional de Bellas Artes por iniciativa del maestro Arturo López Rodezno, los mejores estudiantes de la Escuela de Artes y Oficios pasaron al nuevo establecimiento, entre ellos Ricardo Aguilar, Alvaro Canales y Roberto M. Sánchez. Allí continuó su formación profesional, ahora bajo la dirección sistemática del maestro Max Euceda, un hombre de mayor capacidad artística que el español Ruiz.

Dinamismo Técnica: óleo sobre tela

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Inicialmente Ricardo Aguilar hizo muchos cuadros dentro del estilo impresionista. Pintó bodegones, paisajes y estudios femeninos. Después se pasó a un manifiesto expresionismo, como puede verse en su cuadro “Ritmo de color”. Más tarde lo vemos practicando el expresionismo abstracto, según lo revelan sus cuadros “Pecado original” y “Sudaron sangre”. Hizo también ensayos en el geometrismo o sea la descomposición de la figura en planos alternos. Su pintura “La monja” es precisamente de este estilo y, en nuestra opinión, una de las mejores obras de Aguilar. Por último, Aguilar incursionó en la pintura abstracta a base de formas y líneas que se imbrican recíprocamente y que dan por resultado un conjunto caprichoso, aunque pleno de armonía. Su cuadro “Dinamismo” es precisamente de este tipo. Se trata de una obra pequeña, en la que una serie de líneas y formas convenientemente dispuestas producen un efecto de tensión. A nuestro juicio, este cuadro es un excelente ejemplo de las búsquedas iniciadas por Aguilar en el campo abstracto, donde, si hubiera tenido una vida más prolongada, sin duda alguna habría hecho cosas sorprendentes. Ricardo Aguilar es, por lo tanto, el precursor del arte vanguardista en Honduras. Sus ensayos de expresionismo abstracto, geometrismo y hasta informalismo cuando en el país predominaban las tendencias realistas y figurativas, habla muy alto de sus impulsos creadores. Naturalmente, debemos decir que este artista hondureño no fue comprendido en su tiempo y que es hasta mucho después de su muerte, quizá a la altura de los años sesentas, que se va lora su aporte en el desarrollo de la plástica nacional.

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ERNESTO ARGUETA Nació en la aldea La Grita, municipio de Macuelizo, departamento de Santa Bárbara, el 20 de agosto de 1951. Muy niño hubo de trasladarse a la ciudad de La Paz, donde hizo los estudios de primaria y secundaria. Su vocación artística no se manifiesta muy temprano, sino que se hace ver hasta finales de la educación media, pero no inicia entonces los estudios de arte, sino que ingresa a la Escuela Normal, de la misma ciudad, para seguir la carrera de magisterio. En Bellas Artes se matricula hasta 1973, de la que sale en el año 1975. Inmediatamente después pasa a formar parte del personal docente del mismo establecimiento, tarea que cumple sin abandonar su actividad artística. Con un grupo de amigos, entre los que están Oscar Mendoza, Ramiro Rodríguez, Douglas Dávila, Delmer Mejía, Armando Lara y Rony Castillo funda por aquellas fechas el “Taller La Leona”. Portalón Técnica: acrílico sobre tela

La Paz Técnica: acrílico sobre tela

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El propósito de dicha entidad fue facilitar el trabajo de aproximación con el público, ya que individualmente se les hacía difícil esa tarea. A fin de llevar el arte a un auditorio distinto al que asiste a las galerías y a otras salas de exposición, los miembros del Taller La Leona” mostraban sus obras en los parques de Tegucigalpa: el Central, La Concordia y La Leona. Los cuadros eran de estilo expresionista y pretendían reflejar plásticamente la realidad hondureña del momento. El grupo tuvo éxito en esta actividad, por lo que más tarde se incorporaron a él los ceramistas Pastor Sabillón y Daniel Vásquez. De esta manera las exposiciones de fin de semana no sólo eran de óleos, sino también de cerámica, dibujos y grabados. Para darle unidad a todo este trabajo se elaboró una plataforma de principios y objetivos. Entre los primeros figuraba la idea de “hacer un arte vinculado a la identidad nacional”; y, entre los segundos, fue establecida la responsabilidad de “luchar por la defensa de los bienes culturales de Honduras”. El grupo estuvo en funciones hasta 1981, año en que, por tareas docentes de sus miembros, tuvieron que separarse. Como artista, incluso antes de ingresar a Bellas Artes, Argueta se inició pintando paisajes dentro de un estilo próximo al impresionismo. Pero al avanzar en los estudios académicos pasó a otro tipo de preocupaciones: las sociales. Con los estudiantes que integraban el segundo y tercer cursos hizo una exposición a principios de 1975 en la Biblioteca Nacional. Las muestras eran de estilo expresionista, con fuerte carga política, dadas las circunstancias del momento. Esa misma escuela cultivó Argueta durante su trabajo dentro del “Taller La Leona”, el que, como hemos dicho, terminó durante 1981. A partir de entonces ha seguido una evolución artística sin grandes virajes, pues no ha abandonado el expresionismo social, aunque introduciéndole elementos simbólicos para hacer más preciso el contenido de la obra, ya que en Argueta la pintura es, ante todo, un lenguaje por medio del cual el artista se propone comunicar algo. Llegado a este punto Ernesto se lanza a la búsqueda de todos aquellos elementos que le permitan construir un discurso plástico perfectamente legible y en armonía con su sensibilidad personal.

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Procesión Técnica: acrílico sobre tela

Esos elementos pasaron a ser los símbolos con que trabaja: las cabezas de águila, los mares revueltos, los escudos, las garras, las máscaras, etc. Incluso los tonos son rigurosamente simbolizados en su arte, ya que los mismos aparecen siempre como portadores de una idea. Por ejemplo, Argueta casi nunca usa tonos cálidos, sino más bien fríos, para expresar la lobreguez que él ve en la realidad hondureña. La preocupación por reflejar la realidad en sus distintos aspectos, hace que Ernesto trabaje por series. Para el caso, el conjunto de cuadros titulado “Debajo del cartel” se refiere a una situación de violencia existente en Honduras, pero oculta con la máscara de una paz proclamada sólo como cortina de humo. Lo mismo ocurre con la serie “Todavía es la noche”, en la que Ernesto denuncia una situación de injusticia impuesta al pueblo hondureño por los grupos de poder, tanto nacionales como extranjeros.

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HERMES ARMIJO MALTEZ Nació en La Lima, departamento de Cortés, el 8 de mayo de 1951. Comenzó sus estudios primarios en la Escuela Francisco Morazán, de Tegucigalpa, y los terminó en la Escuela José Cecilio del Valle, del puerto de San Lorenzo, en el Sur de la República. Desde esta época se hizo evidente en él una clara aptitud para el dibujo, la que estimularon sus profesores solicitándole colaboración en trabajos de esa índole con fines didácticos. Sin embargo, como él mismo informa, su sensibilidad artística procede del padre, quien, siendo de profesión constructor, practicó la escultura en piedra. Después de la primaria ingresa en el Instituto Alfonso Guillén Zelaya, de Tegucigalpa, para cursar el bachillerato. Luego, sin terminar este nivel, dispone matricularse en la Escuela de Bellas Artes con el objeto de seguir la carrera artística. Tal decisión la tomó porque uno de sus profesores en la secundaria, —el periodista Guillermo Castellanos— le hizo recomendaciones en tal sentido al conocer una serie de dibujos que Armijo hubo de mostrarle. De Bellas Artes egresó en 1971. Durante los estudios académicos fueron sus maestros Dante Lazzaroni, Benigno Gómez y Arturo Luna. El primero, según comenta Maltez, lo influyó mucho en lo que se refiere al dibujo; el segundo en el color; y el tercero en la composición. Bajo la guía de los referidos artistas, perfeccionó el “oficio” o sea la parte técnica de su trabajo. Por ese motivo, ya desde los años de estudiante se dedica a pintar en forma sistemática, lo que le da muy buena base para viajar a México y hacer estudios de pintura, dibujo y escultura en la escuela San Carlos, donde estuvo hasta 1973.

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Dama con Cartuchos Técnica: acrílico sobre tela

Maltez no ha tenido grandes virajes en la evolución de su pintura. Desde los años juveniles se sintió atraído por los artistas sociales, es decir, los que hacen obra a partir del drama humano. Esto lo condujo a inscribirse muy pronto en el expresionismo social, el que no ha abandonado en ningún momento. Pero, como es obvio, Armijo siempre buscó, y sigue buscando, un lenguaje propio dentro de esta escuela, lenguaje que ha ido definiéndose a lo largo de los años, a partir, primero, de una figuración muy definida, hasta las reconstrucciones y las síntesis de los últimos tiempos, en las que lo figurativo, al perder muchos de sus rasgos naturales, pasa a jugar el papel trascendente que se propone darle el artista. Los motivos que intervienen en el arte de Maltez son de palpitante raíz hondureña, tomados de la vida misma de la gente. Sin embargo, como producto de una sensibilidad forjada a lo largo de continua relación con los que sufren, sus obras se amasan de preferencia con el drama de los humildes: campesinos, obreros, habitantes de las barriadas, pescadores, etc. ¿Qué lo mueve a proceder de ese modo? La idea de que es necesario forjar la identidad nacional a partir de lo nuestro, es decir, de lo que nos representa mejor como pueblo. Según afirma frecuentemente: “hay que convertir en valores estéticos los hechos del mundo que nos 66


rodea para que, mediante una recreación de los mismos, logremos identificamos en lo que ya somos y en lo que aún podemos ser”. Armijo se caracteriza por su manifiesta tendencia a subrayar los volúmenes, pero limpiándolos de todos aquellos detalles que les pueden quitar soltura y movimiento. Su propósito es bien claro: exaltar dramáticamente el motivo de cada cuadro para imponerlo como un hecho digno de tomarse en cuenta por su significación humana. Esto lo lleva a un esfuerzo extraordinario por abstraer los actos puros de los personajes a fin de que el espectador no vea, por ejemplo, a una “rezadora”, sino al rezo mismo; no a una “'mujer triste” sino a la tristeza; no a una “madre”, sino a la maternidad. De esa manera la obra de Maltez adquiere una gran fuerza, de tal modo que en vez de ser el observador el que se siente introducido en el cuadro, como ocurre con casi todos los artistas de gran calidad, es el cuadro el que se mete de un solo golpe en el corazón de quienes lo contemplan, lo cual es otra forma de ser bueno. Resulta de mucho interés observar que los motivos hondureños son tratados por Maltez en oleadas. Es decir que se apodera de un tema durante cierto tiempo y lo resuelve en varias formas, empleando incluso técnicas diversas. Así, a lo largo de su intensa carrera artística pueden señalarse como etapas muy importantes de la misma las que siguen: “Los generales”, “Los martirios”, “Las esquinas”, “Los rezos”, “Los velatorios”, “Los pescadores”, etc. Pero el hecho de que Maltez nutre su paleta con aspectos esencialmente hondureños, no lo lleva a ser un folclorista. Ello se debe al empleo de una técnica neofigurativa que lo pone a salvo de los naturalismos propios de esta corriente pictórica. Maltez ha hecho numerosas exposiciones individuales en Honduras y también ha intervenido en múltiples muestras colectivas fuera de Honduras: en Cuba, Nicaragua, Panamá, El Salvador, Guatemala, Chile, México y Estados Unidos. Es Primer Premio del Concurso de Pintura Nacional José Cecilio del Valle, de Choluteca, 1979; Primer Premio XEROX, de El Salvador, 1979; y primer Premio Nacional de Pintura Alvaro Canales, 1985, de la Secretaría de Cultura y Turismo.

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MOISÉS BECERRA Nació en Dulce Nombre de Copán el 26 de diciembre de 1 926. Es hijo de Víctor Longino Becerra y Sofía Alvarado de Becerra, el primero de nacionalidad mexicana y de oficio forjador. Cursó la educación primaria en la escuela Pedro Nufio, de San Pedro Sula, donde tuvo como maestro a Lorenzo Escoto, hombre de gran sensibilidad artística, quien estimuló las manifestaciones tempranas de Moisés por el arte. Después de la escuela elemental, Becerra se matricula en la Academia Sula, de la misma ciudad, para seguir sus estudios secundarios. Luego, en 1944, viaja a Tegucigalpa con el objeto de inscribirse en la Escuela de Bellas Artes, dirigida entonces por su fundador, el conocido artista nacional Arturo López Rodezno. Como uno de sus principales maestros tuvo durante este período al pintor Max Euceda, quien le enseñó varias de las técnicas aprendidas por él en Europa.

El Xique Técnica: acrílico sobre tela

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El artista Moisés Becerra egresó de Bellas Artes en 1948. Inmediatamente pasó a La Lima, sede principal de la United Fruit Company, donde obtuvo un puesto de oficinista. El tiempo libre que le dejaba esta actividad lo dedicó a pintar con mucho entusiasmo. Varios de sus cuadros de esta etapa son expuestos en Tegucigalpa bajo el patrocinio de la Escuela de Bellas Artes, lo que le vale una beca para viajar a Roma, donde estudia dibujo y pintura basta 1958. A su regreso al país desempeña el cargo de profesor de varias materias de su especialidad. Sin embargo, en 1961 vuelve a viajar a Italia para radicarse allí definitivamente.

El Maíz Técnica: acrílico sobre tela

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Durante el período de La Lima Moisés fue un expresionista político. Dado que por este tiempo aún estaban frescos los horrores de la Segunda Guerra Mundial, el joven pintor lleva a la tela algunas de las peores barbaries de aquel conflicto, empleando como tono básico un lila sombrío para subrayar el dramatismo de los hechos. De esta época son los cuadros de mucho vigor: “lnanición” y “El Monstruo”. También pintó algunos paisajes de frondosidad tropical empleando la técnica punteada del impresionismo. Sin embargo, en la Academia de Roma y bajo la influencia de algunos de sus más notables maestros, entre ellos Franco Gentilini y Mario Rivosecchi, Becerra abrazó la escuela cubista, que, por aquellas fechas era predominante en toda Europa. A causa de ello cuando estuvo al frente de sus alumnos en la Escuela de Bellas Artes —1959 y 1960— enseñó las técnicas y los principios de aquella tendencia. Además, toda la obra ejecutada por él a lo largo de esos años lleva la impronta del cubismo picasseano. Son muy representativos de tal época “Mujer con patos”, “El caballero de la balanza” y “Barqueros”. En Italia continuó pintando por algún tiempo dentro de la línea cubista, pero, después de un autoanálisis que se produce a la altura de 1972, Becerra llega al convencimiento de que la referida senda lo llevaría, igual que a Picabia, Kubka, Delaunay y otros, al abstraccionismo puro. No estando dispuesto a llegar hasta ese extremo e inspirándose en grandes maestros de la pintura italiana, como Uccelo, Mantegna y Bruegel, vuelve a la figuración plástica y a una temática arrancada de sus vivencias en la lejana patria. Por eso el crítico Giuliano Albani, de la “Revista Home”, de Milán, dice de él: “este artista pinta con los colores de su tierra, tratados en forma delicada, poética, para darles a las cosas una nueva dimensión, la que corresponde al mundo de hoy”. Lo anterior quiere decir que el artista Moisés Becerra se inscribe en la plástica neofigurativa, es decir, aquella que, partiendo de una realidad dada —en su caso la hondureña— recrea ésta para convertirla en un valor estético de alcance universal. Semejante dimensión es producto de un hecho que en él tiene la fuerza de toda una categoría: el tema principal de sus cuadros es siempre el hombre y lo que éste hace para realizarse cómo un ser

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inteligente y superior. Por ello vemos desfilar en sus lienzos a tejedores, albañiles, carpinteros, molenderas, científicos y navegantes del espacio, es decir, todo lo que representa actividad humana. Pero la veta nacional que trasunta la pintura de Becerra no lo hace anclar en el cómodo y limitado folclorismo. Al contrario, el ingrediente nativo es sólo un punto de apoyo para estructurar un discurso plástico que desborda todo marco estrecho. Esto es precisamente, y no otra cosa, lo que ha determinado que su arte haya tenido una calurosa recepción en Europa y que excelentes críticos lo valoren de modo excepcional, como Francesco Tofoni, Santos Toroella, Attilio Battistini, Valerio Mariani, Franco Miele, Enzo Maizza, Domenico Cara, Pietro Frantaro, Giusepe Martucci y muchos más.

Venteadoras Técnica: acrílico sobre tela

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El artista Moisés Becerra se caracteriza por el empleo de colores suaves, trabajados de una manera delicada. Al no emplear tonos crudos, sus obras se vuelven ligeras, armoniosas y poéticas. En realidad, cada uno de sus cuadros es un poema plástico donde no se dan estridencias, pues todo se estructura alrededor de una grácil pulcritud, ya que en Becerra los colores son absolutamente limpios, depurados al máximo, lo que hace de sus lienzos un modelo de nitidez. Como es obvio, dentro de su estilo Becerra trabaja con las más variadas formas, pero sobre todo con la figura humana, que es una constante en su obra, pues él sostiene que “el arte es del hombre y para el hombre”. Sin embargo, como buen neofigurativista, las formas de Becerra no son testificales o descriptivas, sino que se sintetizan en amplias zonas de color intencionadamente limpias de detalles. La abreviatura es, pues, el gran recurso plástico de este artista hondureño. La gama cromática de Becerra es amplia, pero no se agota en cada cuadro. Por lo general sus obras se hacen con dos o tres colores básicos, los cuales pueden ser el café, el amarillo y el violeta. Un detalle es importante a este respecto: Becerra es un enamorado de este último color, de modo que en sus cuadros nunca falta un toque, aunque sea muy tenue, del mismo, lo que acentúa, sin duda alguna, ese rasgo de delicadeza tan propio de sus obras. De lo dicho se desprende que los lienzos de Becerra no son fríos, sino cálidos, pues son los colores cargados de luz los que predominan en ellos. Eso es lo que puede apreciarse de manera inequívoca en cuadros como los titulados “El ángel de la victoria” (Morazán), “El gallo muerto”, “Caballos de Olancho”, “Ritmo Garífuna”, “El xique”, “En la pila”, “Herraje” y muchos más. Una característica en Becerra es su producción frondosa, como lo confirma su muestra de Tegucigalpa, Septiembre de 1993, en la que presentó más de 50 cuadros. El artista Moisés Becerra ha hecho exposiciones individuales en Roma, Milán, Novara, Cavellona Toce, Trezzo d’Adda y otros lugares de Italia. También ha intervenido en múltiples muestras colectivas en España, Mónaco, Suiza, Francia, Estados Unidos, México y Centroamérica. Es ganador, asimismo, de quince primeros y segundos premios en distintos eventos culturales donde ha participado en Europa.

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GAY DARLÈNE BIDART Nació en French Harbour, Islas de la Bahía. Es hija de Darbent Jackson, pescador, y Lily Mary Dickson, florista de profesión. Este ambiente familiar, donde abundaban los colores, despertó en ella una gran sensibilidad artística desde muy temprana edad y puede afirmarse que su afición a pintar flores de encendidos tonos le viene precisamente de ahí. Ella cuenta que cuando era muy niña le gustaba arrancar unas florecitas amarillas que abundan en el campo de Roatán y que, por juego, le agradaba estampar sus pétalos en la frente o en los brazos por medio de un golpe con la palma de la mano. “Mi primer lienzo —expresa — fue mi propia piel”. Las letras iniciales las recibió Darléne de su propia madre, quien redactaba pequeñas poesías para ella sobre temas de las islas: el mar, los peces, el cielo, las flores y las palmas. De esa manera la futura artista comenzó a ser educada en una profunda admiración por el terruño, hecho que ahora se refleja de una manera explosiva en sus cuadros. Al casarse su madre con un cubano, residente en La Ceiba, donde la familia vivió algunos años, Darlène fue llevada a Cuba, donde comenzó a recibir la educación sistemática. Senos de coco Técnica: acrílico sobre tela

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Después su progenitora se trasladó a Nueva York, ciudad en la que Gay prosiguió sus estudios hasta obtener la Maestría en Bellas Artes por la Yale University. Luego estudió Pintura en la Art Students League y la National Academy of Design. Finalmente, Darlène hizo estudios de teatro bajo la dirección de los grandes maestros Lee Strassberg, Sanford Meimer y Herbert Berghoff. Al concluir todos estos estudios y después de hacer algunas experiencias en teatro, televisión y literatura, Gay comenzó a pintar sistemáticamente en la búsqueda de un estilo propio dentro de lo que podríamos llamar un colorismo expresionista- impresionista. Durante algunos años pinta predominantemente plantas y flores de gran colorido, lo que no es más que una reminiscencia de su mundo infantil, como puede verse en el cuadro de 1981 “Jardín del Edén”. Después trata de depurar un poco las formas y nos ofrece una serie magnífica de cuadros, donde las flores, siempre de vivos tonos, aparecen representadas dentro de un impresionismo perfectamente definido, como puede apreciarse en sus obras “Prueba de sangre” (1984); “La naturaleza y yo somos uno” (1985); y “Viento de flores” (1986). Esta etapa dura hasta 1989, en la que, como dejamos dicho, la artista trata de expresarse a través de una temática basada fundamentalmente en plantas y flores. A partir de ese año, hasta 1991, comienza a darle preferencia a la figura humana en un entorno natural, pero no con fines descriptivos, sino más bien tratando de plasmar momentos sicológicos especiales de sus personajes o un cierto trascendentalismo místico claramente expresado. Esto es lo que se aprecia precisamente en gran parte de las obras realizadas por Gay en 1990, entre las cuales son notables por los rasgos antes dichos “Ternura de flores”, “Meditación con serpiente”, “Deshilando la madeja”, “Narciso de las Islas” y “Brazo de serpiente blanca”. Después de esto Cay acentuará los elementos simbólicos (1991) y le agregará a su temática evidentes preocupaciones sociales (1992-93). Gay ha efectuado numerosas muestras personales en Estados Unidos, Europa y América Latina, todas con gran aceptación del público. Su primera muestra en Honduras la hizo el 30 de agosto de 1991 en la Calería del Instituto

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Cuando las tarántulas atacan: Un grito en el silencio Técnica: acrílico sobre tela

Hondureño de Cultura Interamericana (IHCI). Allí presentó un total de 14 lienzos de gran formato: 3 x 4 metros y 2 x 3 metros. La temática central de la obra giró alrededor de las Islas de la Bahía, lo que produjo una grata impresión en el público de Tegucigalpa, pues era la primera vez que se tenía una artista de dicha región con motivos propios del lugar.

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Entre los cuadros presentados recibieron comentarios especiales “Caderas de palma, senos de coco”; “Islas como cocodrilos al sol”; “Brujo Isleño”; Cielo de cangrejo, jardín isleño”; “Medusa de las islas”; y otros. La segunda exposición hecha en Honduras por Gay tuvo lugar el 5 de marzo de 1992 en el antiguo Paraninfo de la Universidad Nacional Autónoma. Esta vez presentó un total de 17 óleos, todos de gran formato. La temática de esta obra se refería a los problemas sociales de Honduras, pero el conjunto fue estructurado alrededor del retrato de la poeta nacional Clementina Suárez, pintado nueve días antes de que la misma muriera trágicamente. Por ello la muestra se tituló “Homenaje a Clementina Suárez”. Recibieron aplausos especiales los lienzos “Cuando las tarántulas atacan” (retrato de Clementina), “El circo del amor”, “Medusa militar”, “Medusa hondureña”, “Entre asnos”, “La monja azul”, “Leonardo entre Dios y el Diablo”, “Naranjas de fuego” y “M-Hombre cruz”. En el discurso plástico de Gay tiene una gran importancia el simbolismo consciente, es decir, buscado por la artista. Los colores en ella no son propiamente los que produce la luz al descomponerse sobre los objetos: son más bien reflejos de un psiquismo personal conmovido por experiencias pasadas de gran efecto dramático. En cuanto a las formas simbólicas, predominan en sus cuadros las serpientes, las cabezas de Medusa, los cocodrilos, los peces, los asnos y el mar, es decir, todo cuanto puede usarse con un sentido metafórico. Por eso alguna vez definimos a esta artista como “poetisa del color”. El estilo personal de Gay, logrado plenamente después de largas búsquedas, se caracteriza por una gran fuerza, la cual se logra a través del empleo de tonos intensos, vigorosos, y de la valentía temática. Sus cuadros son orquestaciones gigantescas, en las cuales, si bien hay armonías delicadas, predominan en ellas las cataratas musicales, con un desbordamiento arrollador para el espíritu. A ello se une, como hemos dicho, la desafiante verticalidad con que se abordan los temas: desde un militar con instintos destripadores, hasta un campesino atrapado por el fanatismo religioso; desde una bailarina dominada por la voluptuosidad, hasta una niña que vende naranjas de fuego para sobrevivir. Gay, sin duda alguna, ha atrapado con sus manos la luz tropical y tiene en el alma la llama depuradora de los profetas.

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BAYARDO MARTÍN BLANDINO

Nació en Carazo, Nicaragua, el 22 de agosto de 1969. Es hijo de Bayardo Blandino Vásquez y Leslie Madrigal Rodríguez, ambos comerciantes. Hizo la escuela elemental y parte de la secundaria en el colegio Sagrado Corazón de Jesús, de Managua. Desde muy niño pintaba figuras en el piso de su casa con la tiza que le sustraía a la abuela, quien, por dedicarse a la costura, siempre guardaba cabos de ese material en su máquina de coser. Naturalmente, para la abuela no era de aplaudir este divertimiento de su nieto, lo mismo que para su madre, pues a ésta le tocaba limpiar el piso de aquellos chafarrinones.

Tres temas sobre la casa de las mariposas. Técnica: acrílico sobre tela

El 7 de febrero de 1985, a los 15 años de edad, llegó a Honduras y aquí continuó sus estudios de educación media en el Instituto Hibueras, de Tegucigalpa. Es entonces cuando recibe por primera vez las clases de Artes Plásticas, en las cuales pudo revelar de manera contundente sus naturales aptitudes. Sin embargo, hasta ese momento no se había hecho el propósito de ser un artista profesional y únicamente pensaba aprovechar aquellas disposiciones en el aprendizaje de una carrera técnica. Con ese fin pasa, a principios de 1988, a estudiar Artes Gráficas en la Escuela Nacional de Bellas Artes, estudios que termina en 1990. Durante el último año de esa carrera pintó varios cuadros al óleo para intervenir en la exposición anual de los estudiantes, obras que tuvieron un gran éxito, no obstante reflejar una marcada influencia del maestro Ezequiel Padilla, cuyos cuadros eran profundamente admirados por Blandino. Fue en presencia de los referidos ensayos que Bayardo sintió el llamado imperioso del arte y decidió consagrarse a ella a partir de entonces.

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Su primera preocupación al egresar de Bellas Artes fue formarse un estilo propio, es decir, un estilo que lo definiera a él de manera inconfundible. Con la obra hecha durante una búsqueda verdaderamente intensa participó en ocho exposiciones colectivas hasta mayo de 1991. Durante ese lapso fue abandonando progresivamente el expresionismo con que se había iniciado y pasó a manifestarse a través de un neofigurativísmo no tan depurado. Aunque las referidas muestras en grupo le dieron muchas satisfacciones, las mismas no colmaron todos sus deseos. Su principal anhelo por esas fechas era llevar a cabo una exposición personal que le permitiera comprobar directamente la reacción del público frente a sus obras.

El baile de la reina Técnica: acrílico sobre tela

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La oportunidad se le presentó el 12 de julio de 1991 cuando abrió la exposición-concierto “La casa de las mariposas” en la Alianza Francesa con cuadros que desarrollaban los mismos temas de las composiciones musicales presentadas entonces por el cantautor Nordestal Yeco. Los cuadros que presentó en esa oportunidad significaron una ruptura total con el expresionismo, y el paso a una neofiguración de textura abstracta. El público recibió con aplauso la muestra de Bayardo y eso le sirvió para convencerse de que iba por buen camino. Prueba de ello es que un mes más tarde, en julio de 1 991, obtuvo el Premio Rodrigo Peñalba, la más alta presea de arte que da Nicaragua, en el “X Certamen Nicaragüense de Artes Plásticas”. Luego, en 1992, logró el Tercer Lugar en el concurso Nacional Rubén Darío “Nuestras Raíces”, así como el Primer Premio del Salón del IHCI y, una vez más, el Rodrigo Peña Peñalba. Entre las obras que recogen la nueva línea de trabajo seguida por Blandino se encuentra la serie titulada “El baile de la reina”, en la cual varios fragmentos de figuras humanas se distribuyen dentro de una geometría rectangular que puede interpretarse como un tablero de ajedrez. Las formas, de color rojo, demuestran un movimiento en el espacio, como ocurre precisamente en la vida, donde todos ejecutamos algo así como un baile bajo impulsos que muchas veces desconocemos. Estos cuadros, aun cuando mantienen unas ligeras relaciones con el neofigurativismo, son ya de clara textura abstracta. Naturalmente, no llegan a las formas absolutas de este estilo en el cual desaparecen por completo las formas y todo se vuelve un simple juego de color. En el caso de Bayardo, por lo menos el que vemos ahora, la figura humana no ha desaparecido por completo, pues sus obras siempre registran ojos, dedos, manos, pies o alguna otra parte aislada en medio de armazones colorísticas de tonos fuertes. Además, sus cuadros no dejan de tener una carga significativa, lo que, al final de cuentas, es una reminiscencia de los empeños expresionistas de años anteriores.

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FELIPE BURCHARD Nació en 1946. Es originario de Juticalpa, departamento de Olancho. No ha seguido estudios especiales de pintura, por lo que es un autodidacto en este campo, siéndolo a conciencia, pues desde muy joven decidió no incorporarse a ninguna Academia. Como es esperable en un hombre de tales actitudes, su vocación artística se manifestó muy temprano, la que hubo de recibir el apoyo de su familia y sus maestros en la tórrida ciudad olanchana.

El Pescador Técnica: acrílico sobre tela

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En 1963 viaja a Venezuela para completar sus estudios secundarios, los que había comenzado en Honduras. Al observar el movimiento artístico de aquel país y recibir nuevos estímulos por parte de sus educadores, Felipe decide consagrarse al trabajo artístico. Posteriormente, en 1968, viaja a Francia, España y Holanda, con fines de observación, donde estudió, desde su óptica individual, el movimiento artístico europeo. En 1971 se establece en Estados Unidos para trabajar sistemáticamente en la pintura y lograr un mejor perfeccionamiento de sus medios expresivos. Allí permanece hasta 1973. Felipe Burchard trabaja preferentemente con acrílico. Aunque algunas veces utiliza el óleo, a él le parece que este material no se compagina con su personalidad artística. Usa una gama amplia de colores, pero en sus cuadros siempre predomina alguno de ellos, ya sea el azul, el rojo o el café. Su pincelada es pareja, sin vibraciones, por lo que las figuras que le resultan tienen un claro aire de solidez. El cometa Halley Técnica: acrílico sobre tela

En la obra artística de Burchard se aprecia el empleo frecuente de diversos estilos, a veces incluso dentro de un mismo cuadro: el expresionismo, el impresionismo, el realismo mágico y el neofigurativismo. Sin embargo, cualesquiera que sean las líneas estilísticas adoptadas, en todos los casos la preocupación central del artista es la existencia humana y todo lo que la afecta. Por eso él no vacila en autodefinirse como un pintor social, de línea básicamente expresionista. Burchard ha efectuado exposiciones individuales en Venezuela, Panamá, El Salvador, Honduras, Guatemala, Estados Unidos, Inglaterra y Francia. Ha recibido numerosos premios, entre ellos Brasil 68; Premio Nacional del Instituto Hondureño de Cultura lnteramericana; y Premio de la Bienal de San Pedro Sula, Honduras. 81


ALLAN CAICEDO Nació en San Pedro Sula el 22 de diciembre de 1951. Es hijo de Rafael Clemente Caicedo y Margarita de Caicedo. Estudió la educación primaria en la Escuela San Vicente de Paúl. Comenzó la secundaria en el Instituto Lasalle y los concluyó en Estados Unidos. Durante la escuela elemental tuvo manifestaciones artísticas, pues entonces le gustaba dibujar toda clase de figuras, algunas de las cuales coloreaba en forma llamativa. Al contrario de lo ocurrido en otros casos, los maestros de Allan estimularon estas inclinaciones, de modo que a muy temprana edad le surgió la idea de hacerse artista.

Sirenas Indias Técnica: acrílico sobre tela

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En 1968 pasó a Estados Unidos con el propósito de completar su educación secundaria, la cual terminó en 1972. Esta estuvo orientada desde el primer momento a las artes plásticas: dibujo, pintura, acuarela y diseño. Al concluir tales estudios, trabajó durante algunos meses en la línea de diseño de ropa, pero abandonó ese trabajo porque su inclinación mayor era la pintura. El mismo año 1972 regresó a la Patria, deseoso entonces de seguir la carrera de ingeniería, para lo cual se matriculó en la Universidad Nacional Autónoma. Sin embargo, esta carrera tampoco le satisfizo y se fue a Nicaragua, donde siguió estudios de Agronomía hasta graduarse en 1976. Durante varios años ejerce esa profesión, sin decidirse a tomar la pintura como una actividad fundamental. Pero en 1982 abandona la agronomía y comienza a pintar de una manera más sistemática. Su primera exposición personal la realiza en 1984, con un relativo éxito, pues hasta ese momento no había definido un estilo personal que le permitiera expresarse con soltura. Es hasta 1986 cuando ya se encuentra consigo mismo y su pintura es aplaudida por el público, de modo que se siente profundamente estimulado para trabajar con intensidad. Por supuesto, tanto las galerías como los coleccionistas particulares comienzan a solicitarle obras, las que él pinta con satisfacción pero sin hacer concesiones en cuanto a la calidad de las mismas, es decir, su contenido y sus formas. Durante los años de la secundaria especializada, Allan pintó cuadros de estilo surrealista con fondo onírico, lo cual fue producto de la influencia de algunos de sus maestros y también de la observación meticulosa de muchos artistas norteamericanos vistos en las galerías u observados en los libros de arte. Sin embargo, al final de esos estudios practicó un cierto expresionismo de tipo social, dominado un tanto por las manifestaciones populares contra la guerra del Vietnam, las cuales tuvo la oportunidad de apreciar en la ciudad donde estudiaba. Fruto de ese momento es el cuadro “Arroz y sangre”, con el que el artista procuró poner en evidencia la barbarie de dicho conflicto. A principios de los 80 Allan volvió a pintar dentro de un estilo surrealista, pero ahora con un contenido social, como puede verse en el cuadro “Futuro del hombre”, que trata el problema de la contaminación del entorno.

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Durante ese mismo período Allan también desarrolló la temática sicológica, siempre dentro de una línea surrealista, buscando recoger en sus obras las motivaciones profundas de la conducta individual del hombre. Por último, sin apartarse por completo de la tendencia anterior, Caicedo llegó al realismo mágico expresado a través de figuras de apariencia mitológica, con gran abundancia de detalles y elementos que definen al artista como una recia y definida personalidad en el mundo plástico de nuestro país. Caicedo se caracteriza por tener un discurso complejo, intrincado, podría decirse incluso que laberíntico. Sus cuadros se llenan de arriba abajo con figuras fantásticas, producto de combinaciones audaces, como los tigres y los ciervos alados, los centauros infernales y los hombres con cabezas de demonios. Estas criaturas paradojales, capaces de cortar el aliento a quien las mira por primera vez, son presentadas siempre en un primer plano, sin espacios de fondo, pues todo está lleno, bien con ellas o con un ambiente de floresta igualmente caprichosa, de plantas animadas, flores antropófagas y lianas actuantes. No es fácil, por tanto, la lectura de este artista hondureño, en cuya obra sin duda alguna continúan haciendo acto de presencia las preocupaciones sicologistas de los primeros momentos. Sin embargo, una observación reposada de sus lienzos, con vistas no sólo a identificar las formas, sino también a poner en evidencia las funciones de las mismas dentro de la estructura composicional, permite descodificaciones sorprendentes. Eso ocurre, por ejemplo, con el cuadro “El final de la leyenda”, desarrollado en dos planos: el primero con una batalla de indios americanos contra sus conquistadores, descritos unos y otros en forma paradojal; y un segundo plano donde figuras humanas diminutas se mueven y actúan entre monstruos alados para subrayar el trasfondo sicológico que subyace en las acciones de las criaturas puestas en primer plano. Por supuesto, el cuadro reproduce la rebeldía india contra sus esclavizadores y evoca el final de una leyenda: la idea absurda de que los aborígenes no tenían conciencia de su realidad oprimida y que, por ello, jamás serían capaces de esgrimir una lanza. El cuadro de Allan es, pues, una exaltación barroca del espíritu rebelde que caracteriza al hombre americano.

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ALVARO CANALES Nació en la ciudad de San Pedro Sula, departamento de Cortés, el 5 de octubre de 1919 y murió en México el 16 de octubre de 1983. Durante el período de escolaridad dio muestras de excelentes aptitudes para el dibujo. A causa de ello, sus padres le nombraron un profesor particular con el objeto de que le enseñara algunos principios de ese arte y de la pintura. Con dichos rudimentos Alvaro comenzó a pintar de manera sistemática, tomando como temas algunos aspectos de la realidad ambiente, entre ellos el ferrocarril, las plantaciones de banano, los obreros de la construcción, las gentes del mercado, etc. Paisaje Técnica: óleo sobre tela

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Sin embargo, Canales nunca estuvo satisfecho, pues era consciente de que le faltaba un mejor dominio de las técnicas pictóricas. Por eso en 1938 viajó a Tegucigalpa con el propósito de recibir las clases de artes plásticas que entonces comenzaron a darse en la Escuela de Artes y Oficios. Luego, al ser fundada en 1940 la Escuela Nacional de Bellas Artes, fue seleccionado para ingresar en ella, de donde salió en 1943. Ese año viajó a El Salvador para hacer contacto con el movimiento artístico de dicho país. Pero su meta era México, atraído por la gran fuerza del muralismo desarrollado allí bajo la égida de Rivera, Orozco y Siqueiros. Se traslada, pues, al país en referencia el año antes dicho y, de inmediato, entra en contacto con la pintura mural, sobre todo la impulsada por David Alfaro Siqueiros, con quien tiene la oportunidad de trabajar. Como era de esperarse, esta experiencia le sirve para obtener un evidente perfeccionamiento de los medios expresivos, lo que era una de sus principales preocupaciones. Con el objeto de tener una mayor participación dentro del movimiento pictórico mexicano y, por esa vía, aprovechar mejor los aportes de sus más significativos exponentes, Alvaro Canales se incorpora en 1957 al Frente Nacional de Artes Plásticas, donde tiene la oportunidad de exponer sus obras y escuchar las conferencias de maestros de gran renombre, como David Alfaro Siqueiros, Jorge González Camarena, José Chávez Morado, Juan O’Gorman y otros. El año siguiente, canales participa en la “Exposición de Pintura y Estampa” que se hizo para conmemorar el 72 aniversario del nacimiento del maestro Diego Rivera. La crítica mexicana hizo referencias elogiosas a los cuadros del artista hondureño, ya suficientemente conocido en el país azteca. Por supuesto, uno de los principales deseos de Canales era hacer algo especial en Honduras, sobre todo dentro del campo del muralismo, tan profundamente conocido por él. La oportunidad se le presentó en 1960 cuando fue invitado a realizar un mural en mosaico para el edificio del “Ahorro Hondureño”. La obra fue realizada bajo el título “Esfuerzo evolutivo del hombre” y constituye una de las creaciones más importantes de nuestro artista. Durante este mismo tiempo y aprovechando su presencia en Honduras, Canales hizo también una exposición de algunos de sus cuadros de caballete, la que fue presentada al público por el entonces Ministro de Educación, licenciado Juan Miguel Mejía.

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Al regresar a México reinicia sus actividades artísticas personales y colectivas. En 1964 es invitado a formar parte de un equipo de maestros de reconocido cartel para pintar los murales que decoran el Museo Nacional de Antropología de México, uno de los centros culturales de más alta representación en aquel país. También recibe el nombramiento de Maestro de Artes Plásticas en el Colegio de Bachilleres “E1 Rosario”, donde labora durante muchos años y es objeto de especial aprecio.

Mineros Técnica: óleo

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Otro de los importantes trabajos de Alvaro Canales en Honduras fue la realización de un mural para el auditorio de la Universidad Nacional Autónoma, obra que se efectuó en el transcurso de 1978. La misma se titula “Evolución de la sociedad”, y en ella se representan distintos momentos de la vida de nuestros países, sobre todo aquellos instantes que se relacionan con la lucha de los pueblos por forjarse un destino mejor. Este trabajo es, incuestionablemente, otro de los de mayor importancia que haya salido de la paleta del infatigable artista sampedrano. Alvaro Canales fue siempre un pintor realista, al principio con fines puramente plásticos, es decir, representar la figura por la figura misma. Sin embargo, la experiencia mexicana acerca de los murales lo lleva definitivamente al realismo social, el que nunca abandonará en su carrera. Pero, naturalmente, como buen artista que es, procura encontrar su propio lenguaje dentro de esta escuela, tal como ocurre siempre que se tienen dotes superiores. El realismo social se caracteriza en él por desarrollarse a través de formas directas y violentas. Para Alvaro Canales no existen las alegorías y los símbolos: un minero es un minero, una prostituta es una prostituta. Tampoco existe la realidad mitificada. Su obra se construye a partir de las cosas mismas, pero acentuando en ellas todo lo que contiene los elementos de una denuncia brutal, furibunda. Por eso emplea de preferencia colores oscuros, fríos, que le permiten darles a sus cuadros una atmósfera de marcada protesta. Como es obvio, Canales expuso en México. También su obra ha formado parte de numerosas muestras colectivas en Estados Unidos, Cuba y los demás países de Centroamérica.

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MARIO CASTILLO Es originario de San Pedro Sula, departamento de Cortés. Nace el 8 de diciembre de 1932. Comienza sus estudios primarios en aquella ciudad y los termina en la Escuela Lempira, de Tegucigalpa. Aquí tuvo como maestro a Santos Juárez Fiallos, quien lo estimuló mucho en sus actividades artísticas de entonces. Mario lo recuerda con cariño y le agradece todo lo que hizo a su favor. Al concluir la educación básica, Castillo se matricula en el Instituto Central, de Tegucigalpa, para continuar la enseñanza secundaria. Aquí hubo de encontrarse con el maestro de francés y literato Francisco Delagis, quien prácticamente lo induce a que tome definitivamente el camino de la pintura. Gracias a las gestiones de este intelectual, Mario obtuvo en 1952 una beca para hacer estudios de dibujo y pintura en la Academia de Roma, de donde egresa en 1958. Dos muchachas Técnica: óleo sobre tela

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Figuras Humanas Técnica: óleo sobre tela

Al regresar a Honduras ese año, fue nombrado Subdirector de la escuela Nacional de Bellas Artes, la que entonces estaba dirigida por el profesor Miguel Navarro. También se hizo cargo de algunas asignaturas del plan de estudios vigente, trabajo que combina con sus propias actividades artísticas. Por ese tiempo Mario era un impresionista consumado, así que toda su obra de entonces está dentro de dicha escuela y tiene como temática principal los paisajes de Tegucigalpa. Por sus manos pasaron varios de los más destacados impresionistas con que cuenta Honduras hoy día. Pero Castillo también ha hecho cubismo y retratos. La primera de estas dos etapas fue inmediatamente después de que se retirá de la Escuela de Bellas Artes para dedicarse exclusivamente a pintar. Entonces consideró agotada la fase impresionista y se lanzó a la búsqueda de nuevos caminos.

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La Violinista Técnica: óleo sobre tela

Como parte de este mismo viraje hizo muchos retratos con una técnica no naturalista, es decir, ajustándose a los rasgos de las personas que posaban para él, pero manteniendo una pincelada fuerte, de toques vigorosos, no barridos. Actualmente pinta composiciones dentro de una línea esencialmente colorista, con cierta aproximación a los “fauves”, pero pareciéndose más a Marquet y Dufy que a Matisse. Emplea tonos intensos, casi crudos, como en “Jaula con pájaros”, una obra donde se vislumbran lejanos reflejos de sus ensayos cubistas. Igual colorismo objetivo se ve en “La violinista”, pero aquí el cuadro se resuelve a base de una expresión lírica, estilo cercano quizá al alemán Franz Marc. Castillo es todo un académico en su pintura. Podría decirse que hace hincapié en manifestar esa característica siempre. Las obras que salen de sus manos son verdaderos estudios de equilibrio, armonía y colorido. Por esa causa resultan doctas y austeras, como una cátedra que habla de cosas elevadas, incluso metafísicas. Pero al examinarlas detenidamente—sobre todo las de composición— encontramos en ellas, además del rigor académico, una gran soltura en el tratamiento de las formas y una visible espontaneidad, por lo que las telas terminan resolviéndose dentro de una atmósfera de movimiento que deja atrás el frío academicismo.

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RONY CASTILLO Nació el 7 de agosto de 1944 en la ciudad de La Paz, departamento del mismo nombre. La escuela primaria la cursó en varios lugares de la República: su sitio natal, Tegucigalpa y Choluteca. Los maestros que tuvo entonces no mostraron interés por la inquietud artística de Rony. Al contrario, algunos de ellos más bien reprimieron esas manifestaciones bajo el pretexto de que descuidaba otras asignaturas “de mayor importancia”, como matemáticas, ciencias naturales, español y otras. Castillo recuerda con desagrado esos hechos. Al concluir la educación elemental, Rony pasa a la enseñanza medía en el Instituto José Cecilio del Valle, de Choluteca, donde se gradúa de maestro el año 1967.

Amistad Técnica: óleo sobre tela

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Con ese título pasa a desempeñarse por nueve años consecutivos como profesor de grado en la misma ciudad. Naturalmente, a lo largo de este tiempo no abandona las actividades artísticas y, mucho menos, su ardiente deseo de hacer estudios en la Escuela de Bellas Artes. Esta aspiración la cumple en 1976 cuando ingresa en la misma y sale de ella tres años después. En Bellas Artes tuvo como maestros a Benigno Gómez, Dante Lazzaroni y Mario Mejía. De todos ellos aprende numerosos principios y reglas, pero ninguno influye decisivamente en su estilo. Por ejemplo, cuando egresa de las aulas, y hasta 1980, pinta un surrealismo estilo Giorgio de Chirico estimulado por unas láminas que vio del conocido pintor griego. Más adelante se inspira en los payasos picasseanos y pinta un buen número de ellos, pero tratando de que, en vez de sugerir el buen humor, invoquen la tristeza.

Maternidad Técnica: óleo sobre tela

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Pasadas estas etapas, Rony Castillo se dedica, y es lo que hace ahora, a pintar unas figuras humanas robustas que, vistas de inmediato, recuerdan al colombiano Botero. Sin embargo, esto es sólo en las proporciones del plano horizontal, no así en la técnica, el colorido y la atmósfera de los cuadros. Fernando Botero pinta el hastío de la vida por exceso de satisfacción. Sus figuras son ricas, hartas, por lo que al representarlas hace uso de un realismo barroco de gran detalle: vestidos caros, zapatos finos de correíta, cuellos y mangas de encaje, relojes de puño notoriamente mostrados, grandes prendedores en el pecho y, para subrayar más la opulencia, una o varias mascotas de lujo, igualmente rellenas, que colman el regodeo exhibicionista de los personajes. A causa de todos estos detalles, los cuadros de Botero rezuman satisfacción, alegría; en una palabra, complacencia. Pero este no es el caso de Rony. Sus figuras son pobres, mal vestidas, descalzas, sin relojes de puño y sin encajes. En vez de la tranquila satisfacción que demuestran los personajes botereanos, los de Rony reflejan angustia, tristeza y, en algunos casos, desesperación. Podríamos decir, por lo tanto, que Fernando Botero utiliza el recurso de acentuar la masa física de los personajes para poner en evidencia los casos de excesiva comodidad, mientras Rony Castillo lo hace para denunciar, en forma paradojal, los casos de aquellos seres humanos que se hinchan de miseria, de dolor y desesperanza. Se trata, pues, de dos miradas diferentes con el mismo telescopio: Botero que ve a grupos “sobradamente dichosos”, y Castillo que fija su pupila en los hombres y mujeres “excesivamente infelices”.

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ANÍBAL CRUZ Es originario de San Juancito, municipio de Tegucigalpa. Nació en 1943. Hizo los estudios primarios en la Escuela Lempira, de Comayagüela. Su vocación artística no se despertó durante la infancia, sino que fue hasta el período de la secundaria, realizada en el Instituto Central, cuando Aníbal comenzó a manifestar interés por el dibujo y la pintura. Por esa razón, después de cursar el Plan Básico, decidió matricularse en la escuela Nacional de Bellas Artes, de la cual egresó en 1967. Durante estos estudios pintó un buen número de cuadros al óleo bajo la orientación y la influencia de sus principales maestros. Algunas de esas obras participaron en exposiciones colectivas dentro del país y fuera del mismo. Entonces practicó una técnica neofigurativa, basada en la exaltación del ser humano. La inocencia prostituida Técnica: óleo sobre tela

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Abstracto No. 2 Técnica: óleo sobre tela

Desde 1967 hasta 1972 vivió más en España que en Honduras. Todo ese tiempo lo pasó en Barcelona, dedicado a otras actividades, aunque naturalmente, con gran interés en el conocimiento del trabajo pictórico, no sólo de España misma, sino de los países vecinos. Ese estudio, así como el impacto de la realidad hondureña después de su retorno definitivo, lo hicieron abandonar el neofigurativismo y adoptar las formas de fondo protestatario. Dentro de esta línea ha participado en numerosas exposiciones, tanto en Honduras como fuera de ella. Actualmente Aníbal Cruz se desempeña como profesor en la Escuela de Bellas Artes. El expresionismo de Aníbal Cruz es fuerte, diríase que violento. Su discurso se manifiesta de manera directa, con escasos elementos suavizadores. Es lo que podemos ver en su cuadro “La inocencia prostituida”, donde una pareja de adultos instruye a una niña en cosas que ella no sabe.

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Figura Técnica: óleo sobre tela

La escena tiene lugar en un centro de vicio y, por ello, la jovencita se ve rodeada de desnudos. El cuadro se desarrolla en un sólo tono, para resaltar lo condenable de lo que en él se expresa. Además, las figuras están hechas con grandes trazos, sin detalles, lo que le da a toda la obra un gran vigor y una gran soltura en el dibujo. Es, pues, indudable que en este cuadro Aníbal da muestras de un excelente dominio del estilo expresionista, en el que, como él dice, se siente no sólo cómodo, sino también seguro de sí mismo.

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MAX EUCEDA Nació en Tegucigalpa, el año 1891 y murió allí mismo en 1987. Tuvo, pues, una prolongada existencia, toda ella dedicada a las actividades del arte. Hasta la edad de 30 años pintó y dibujó espontáneamente, orientado sólo por su excelente aptitud personal. Sin embargo, en 1921 la Embajada de España en Honduras organizó un concurso para conceder una beca al hondureño que demostrara reunir condiciones para realizar estudios de pintura en la capital de aquel país. Así pudo viajar Max Euceda a España y matricularse en la Escuela Especial de Dibujo, Pintura y Grabado, de Madrid, donde permaneció hasta 1927.

Iglesia de Santa Lucía Técnica: óleo sobre tela

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Entre sus más destacados maestros tuvo a Joaquín Sorolla, José Moreno y Romero de Torres, todos ellos inscritos en el realismo naturalista, quienes le dieron una base técnica a las inclinaciones de ese tipo que ya demostraba en su pintura el discípulo hondureño. En 1927 regresó a Honduras, dedicándose, además de pintar paisajes y retratos, a servir clases personales a los jóvenes que lo buscaban con ese propósito. Cuando en 1938 el pintor español Alfredo Ruiz Barrera abrió una sección de artes plásticas en la Escuela de Artes y Oficios de entonces, Max Euceda formó parte del grupo de profesores que se encargaron de impartir las materias básicas de aquella sección, principalmente dibujo. Allí estudian artistas que después serán de gran renombre en Honduras, como Alvaro Canales, Ricardo Aguilar y Roberto M. Sánchez. Después, al fundarse el 1 de febrero de 1940 la Escuela Nacional de Bellas Artes, por iniciativa del maestro Arturo López Rodezno, Max Euceda hubo de convertirse en uno de sus más connotados catedráticos. En ese establecimiento permaneció por varias décadas, de modo que fue el maestro de muchas generaciones de artistas hondureños, algunos de los cuales han rebasado las fronteras patrias con sus obras, como Miguel Ángel Ruiz, Moisés Becerra, Mario Castillo, Alvaro Canales, Dante Lazzaroni y otros. Max Euceda fue un pintor naturalista durante toda su vida. Así lo demuestra en sus cuadros, principalmente los retratos, y también en las clases de dibujo que sirvió por varios años a los estudiantes de Bellas Artes y las cuales siempre se dieron con modelo y bajo el principio de hacer una rigurosa copia de los detalles. Frente a estas clases fue muy estricto, pues sostenía que la carrera artística exige dedicación, disciplina y orden para poder salir adelante con ella. Sus discípulos más ilustres lo recuerdan con cariño y le agradecen aquel rigor. El fuerte de Euceda fue, sin duda alguna, el retrato, en el que dio muestras de poseer una especial capacidad para captar no sólo la figura, sino también los rasgos sicológicos de las personas. Los colores empleados en ese tipo de obras son vivos, sin ser enteros, y su pincelada es continua, tersa, de modo que desaparece de la tela.

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Los contrastes de luz y sombra se tratan en todo caso como un elemento manejado intencionalmente por el artista para lograr ciertos efectos. Todos estos rasgos son notorios en el cuadro que se titula “La esposa del pintor”, donde el naturalismo alcanza los más altos niveles expresivos. Pero Max Euceda también pintó paisajes aplicando una técnica menos naturalista, próxima a lo que podríamos llamar un impresionismo de tipo romántico. Sus motivos de inspiración fueron los rincones de Tegucigalpa, es decir, aquellos que le daban mejor oportunidad para imprimirles a sus cuadros una cierta añoranza. Por ello en estas obras empleó de preferencia los tonos azules, rosas y marrones, propios precisamente para lograr dicho efecto. Destacan en este campo sus pinturas “La Merced” y “El Puente Mallol”.

Don Serafín Técnica: óleo sobre tela

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ANTONIO DUBÓN Era originario de la ciudad de Tegucigalpa. Nació el 2 de marzo de 1940 y murió el 9 de junio de 1989. Hizo la enseñanza primaria en la escuela República Oriental del Uruguay. Su vocación artística se despertó muy temprano debido a que su madre, Carmen de Dubón, era aficionada a la pintura y, mientras ella realizaba una obra al óleo, su hijo, de apenas seis años, se ponía también con un lápiz a reproducir el mismo tema. Naturalmente, la madre estimulaba estos gestos y, de esa manera, afianzó la temprana vocación de Antonio. Los estudios secundarios los hizo en el Instituto San Miguel, de Comayagüela, donde continuó pintando con más ahínco. En 1958 el Ministerio de Educación Pública abrió un concurso nacional de dibujo para estudiantes de secundaria, cuyo primer premio lo ganó precisamente Antonio. Concluido su bachillerato, se matriculó en la Universidad para seguir la carrera de abogacía, la que ejerció como su principal actividad. Niños Técnica: acuarela

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Dubón fue autodidacto en su formación artística, producto, como él decía, de intenso estudio personal y de la observación atenta de grandes modelos. Por un interés espontáneo, desde los primeros momentos se dedicó a la acuarela, aunque, ocasionalmente, hacía cuadros al óleo. En este caso, nos encontramos entonces con un auténtico trabajador de aquel género, pues lo más común es que los pintores de óleo trabajen por excepción

Torso Técnica: acuarela

la acuarela. El interés principal de Antonio en sus obras era representar la figura humana por lo que ésta expresa a través de situaciones, caracteres y rasgos físicos. Sus obras se estructuraban, entonces, siempre con personas, ya fueran mujeres, hombres o niños. El afirmaba que “nada es más plástico que el cuerpo humano, por lo que un rostro, unos ojos o unas manos, pueden decir más que todo un mundo inerte”. Para pintar la figura humana, Dubón empleaba colores frecuentemente suaves, pero enteros. La distribución de los mismos no es a través de toques rápidos, sino más bien en planos, aunque sin recurrir al naturalismo descriptivo. Su estilo no es, pues, naturalista, sino más bien con rasgos de expresionismo lírico, sólo en lo que respecta a la arquitectura del cuadro, ya que en lo referente al propósito Antonio expresaba preocupaciones sicológicas por cuanto siempre procuraba destacar las actitudes y estados de ánimo propios de los personajes representados.

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ENRIQUE ESCHER Nació en Tegucigalpa el 5 de mayo de 1 955. Es hijo de Enrique Adolfo Escher y Antonia Pavón de Escher, ambos dedicados a la administración de empresas. En su familia hay una veta artística por el lado paterno, ya que el tatarabuelo, el abuelo y el padre fueron dibujantes espontáneos, de modo que Enrique se considera un continuador de esta aptitud. Estudió la escuela primaria y la secundaria en el Instituto San Miguel, de Comayagüela. Durante el bachillerato se despertó su vocación artística como producto de las clases de dibujo incorporadas al plan de estudios de educación media. Ya para terminar este nivel ganó un segundo puesto en un concurso nacional de dibujo sobre el héroe Francisco Morazán y un primer puesto en otro concurso para los centros de educación media de la Capital. Desnudos Técnica: pastel

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Al concluir la enseñanza secundaria, Enrique sigue la carrera de Arquitectura en las Universidades Nacional Autónoma y José Cecilio del Valle. Mientras efectuaba estos estudios, hizo contacto con el maestro Mario Castillo, quien lo incorporó como alumno voluntario en los cursos de pintura que él daba en la Escuela Nacional de Bellas Artes. Durante un año asistió Enrique a estas lecciones libres, las cuales, según dice, han sido decisivas en su desarrollo como artista. Cuando termina sus estudios profesionales en 1977, Enrique se dedica a la arquitectura, pero al mismo tiempo pinta con el deseo de encontrar un estilo que le permita desplegar al máximo sus capacidades. Inicialmente comenzó a hacer expresionismo. Luego hizo surrealismo, sin encontrar en ninguna de estas escuelas todas las posibilidades que buscaba. A la altura de 1980 se enteró de que su mayor satisfacción como artista estaba en el tratamiento de las formas como realidades plásticas en sí mismas, lo que le llevó al realismo que reproduce el objeto en sus detalles mínimos, pero como parte de una realidad siempre nueva. Con la obra hecha dentro de este estilo, Enrique llevó a cabo su primera exposición con Carlos Garay durante el mes de noviembre de 1981 en el Instituto Hondureño de Cultura Interamericana (IHCI), la que fue todo un éxito para ambos artistas. A partir de ese momento se dedicó a pintar profesionalmente dentro de un realismo cada vez más perfeccionado, sobre todo con el empleo del pastel. Desde entonces ha hecho nueve exposiciones personales en Tegucigalpa, México y Houston, sus centros básicos de actividad artística. También ha intervenido en no menos de doce muestras colectivas, tanto dentro como fuera del país. El realismo de Escher es preciosista, por lo cual, en algunos casos, su obra llega hasta los límites del hiperrealismo, como en los cuadros “Ave del paraíso” y “Rosas”, en los que pueden verse nítidamente las venas de las hojas y unas gotas de agua que parecen moverse con el viento.

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Guacamayas Técnica: pastel

Una característica en él es que el objeto o los objetos adoptados como tema llenan todo el espacio del cuadro, sin horizonte, por cuya razón el énfasis plástico no se diluye, sino que más bien se concentra. Tal es lo que ocurre, por ejemplo, con sus cuadros “Frutas No. 1” y “Frutas No. 2”, donde unos bananos amarillos y unos mangos rojos ocupan totalmente el espacio. El cuadro que se titula “Papagayos” es un ejemplo de la maestría alcanzada por Escher en el manejo del realismo. Las aves están ejecutadas con sus colores naturales y con su anatomía perfecta, tanto en los detalles como en las proporciones. El árbol de pino que está cerca de las aves

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también tiene una ejecución magnífica, pues, además de su color exacto, se ven las grietas que son característica en la corteza de estas plantas. Los colores, naturalmente, son limpios y brillantes, propios de un día con pleno sol tropical. Otra de sus obras maestras es el cuadro titulado “Caballos en manada”. Se trata de un grupo apretado de estos animales, vistos desde una perspectiva alta, en donde se mezclan los moros, los castaños y los bayos alrededor de uno blanco que ocupa el primer plano. Aunque algunos de los animales pueden verse completos, en realidad se trata de un conjunto de cabezas hábilmente dispuestas en el espacio disponible. La ejecución es impecable: el pelo de las crines, la anatomía de las cabezas, los movimientos nerviosos y el brillo de la piel. Como es lógico, aquí predominan los colores fríos, propios de las bestias tomadas como el principal motivo. Enrique ha trabajado y domina las más variadas técnicas: el óleo, el acrílico, la acuarela, el pastel, etc. Sin embargo, el material que más le atrae y en el que se siente cómodo, es el pastel sobre cartoncillo de algodón puro. Sus obras más calificadas dentro del realismo se encuentran hechas con esta técnica y puede afirmarse que dentro de la misma ha alcanzado el máximo de perfeccionamiento, tanto por la reproducción fiel de las figuras, como por un hecho que es propio de su arte: la poesía o el lirismo que les incorpora a sus composiciones. Escena de mercado Técnica: pastel

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DINO FANCONI Nació el 20 de junio de 1950. Es originario de Tegucigalpa. Hizo los estudios elementales en la Escuela Lempira, de Comayagüela. Sus aptitudes artísticas se manifestaron muy temprano, las que fueron convenientemente estimuladas por sus maestros. El recuerda que cuando estaba en el último año de este nivel hubo un concurso de modelado, bajo el patrocinio de la Escuela Nacional de Bellas Artes, dirigido a obtener un proyecto para erigir un monumento al héroe indígena, Lempira. Los niños que ganaron los tres primeros puestos fueron llevados a Bellas Artes a fin de que conocieran las actividades que allí se hacen. Esa visita —dice Fanconi— fue decisiva para que él se dedicara al arte.

Figuras Técnica: acrílico sobre tela

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La doma de la fiera Técnica: acrílico sobre tela

Precisamente atraído por estas motivaciones ingresó en dicho establecimiento el año 1964, del cual egresó en 1966. Hasta 1970 trabajó en una agencia publicitaria y obtuvo el bachillerato para seguir estudios universitarios. Sin embargo, el año antes dicho viajó a Estados Unidos con el fin de abrirse campo, no precisamente en el arte, sino en otras actividades. Allí estuvo hasta 1974, tiempo que ocupó, además de trabajar para vivir, en la observación del movimiento artístico del país. Por insistencia de algunos de sus condiscípulos, entre ellos Virgilio Guardiola, que entonces integraban el “Taller La Merced”, dispuso regresar a Honduras en el año antes dicho. El referido grupo estaba formado, además de Guardiola, por Luis H. Padilla, Víctor López, Lutgardo Molina y Felipe Burchard. Sus integrantes se habían propuesto poner la pintura al servicio de las luchas sociales que se llevaban a cabo en el país a consecuencia de interrumpirse un proceso reformista iniciado a partir de 1972.

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Jugando con el espantapájaros Técnica: acrílico sobre tela

Frente a ese hecho, los artistas antes citados hacían una pintura social, de denuncia. La obra de los mismos, que alcanzó proporciones casi masivas, fue expuesta con gran éxito en varias ciudades de la República. Fanconi comenzó haciendo paisaje, motivado, según informa, por el trabajo de Garay. Pero a medida que avanzó durante sus estudios en Bellas Artes, sobre todo al recibir las orientaciones de la maestra Ivonne Marcheti y del profesor Rosendo Lobo, comenzó a cambiar de estilo y temática. Esto hubo de acentuarse al egresar de dicho establecimiento y constituir un estudio con Luis H. Padilla, cuando ambos saltaron a una etapa demoníaca, a base de colores oscuros. Luego hizo algo así como una especie de cubismo neofigurativo, para caer de nuevo al expresionismo de tipo social. En esta línea trabaja hoy día. Fanconi fue director de la Escuela Nacional de Bellas Artes en el período que va de 1983 a 1991 y ha expuesto fundamentalmente en Honduras, pero su obra también se encuentra en varios países de América Latina y Estados Unidos. 109


CELSA FLORES Nació el 2 de febrero de 1952 en Tegucigalpa. Es hija de Oscar Flores, conocido periodista hondureño, y Margarita de Flores. Hizo los estudios elementales en la Escuela Americana, donde tuvo las primeras manifestaciones artísticas, pues logró ganar el Tercer Premio en un Concurso Centroamericano de pintura a nivel de educación primaria, lo que le produjo gran satisfacción y le hizo ver sus posibilidades futuras. El motivo utilizado en esta obra fue un paisaje hondureño, el que, como recuerda ella, desarrolló con gran colorido, según las características de nuestro sol tropical. Realizó la secundaria en la misma Escuela Americana. Concluido este nivel, pasó al Canadá a estudiar Economía para cumplir un deseo de sus padres, quienes no le aprobaron su proyecto de estudiar pintura después del bachillerato, pues entonces el arte no era muy promisorio en nuestro país. Díptico Técnica: acrílico sobre tela

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Al concluir la carrera de Economía en 1974, Celsa se consideró libre para hacer estudios de Historia del Arte, los que llevó a cabo en Canadá durante dos años. En 1976 regresó a Honduras y se puso a pintar, aunque no de una manera sistemática. Algunos de los cuadros hechos por ella durante esta época figuraron en una exposición colectiva patrocinada en 1978 por la Alianza Francesa, oportunidad en la que obtuvo un Tercer Premio. Luego, al comenzar 1980, recibió una beca para estudiar en la Escuela de Bellas Artes de Roma, donde tuvo como a uno de sus principales maestros a Tulio Turcatto, quien despertó en ella fuertes preferencias por la figura humana. Los dos años en Italia fueron decisivos en la formación artística de Celsa. La vista de la ciudad de Roma, con sus edificios clásicos y sus ruinas antiguas, estimuló grandemente su sensibilidad, un tanto frenada por los estudios ajenos al arte que había hecho durante gran parte de su juventud. Con gran entusiasmo se dio a la tarea de visitar museos, galerías, exposiciones y todo lo que tuviera que ver con la expresión plástica. Como era lo que había soñado siempre, no se dio tiempo de descanso para sacarle el máximo de provecho a su permanencia en aquel país. Naturalmente, mientras cumplía este intenso programa, también pintaba óleos bajo la guía de sus profesores. Algunos de estos trabajos figuraron en una exposición que llevó a cabo en 1980 con el maestro hondureño, residente en Italia, Efraín Portillo. En 1981, al final de sus estudios académicos, Celsa hizo una exposición personal en Roma, la que tuvo una buena acogida entre los críticos de arte italianos. Un hecho particular fue subrayado por los comentaristas al analizar cada una de las obras. Resulta que Celsa había pintado creyendo reflejar en sus lienzos las características de la luz en Roma, pero no se dio cuenta de que al aplicar los colores éstos eran seleccionados según los reflejos lumínicos del trópico, es decir, los colores que ella llevaba en sus retinas. Los críticos italianos, naturalmente, hicieron constar el fenómeno en términos elogiosos porque resultó verdaderamente interesante ver imágenes romanas bañadas con luz tropical.

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Conjunto de ilusiones Técnica: acrílico sobre tela

En 1982 vuelve a Honduras y, de inmediato, se dedica a pintar con gran entusiasmo. Durante ese año participa en varias exposiciones patrocinadas por distintas entidades de Tegucigalpa. Pero, luego, durante el año 1983, dispuso dirigirse a Estados Unidos con el propósito de trabajar por algún tiempo en aquel país. Cinco años permaneció allí, lapso en el que también se dedicó intensamente a la pintura y a intervenir en múltiples muestras colectivas. Como es obvio, a lo largo de ese tiempo visita, igualmente, museos, galerías y exposiciones a fin de conocer el movimiento artístico norteamericano y, de esa manera, desarrollar su propio vocabulario plástico. Con tal experiencia adquiere un mayor dominio técnico y se afirma su estilo personal. A Honduras vuelve en 1988 y desde entonces se dedica a la pintura y al diseño de joyas, otra línea donde se manifiesta su sensibilidad creadora. Como es lógico, Celsa ha pasado por distintas etapas en su desarrollo. Sus primeros trabajos fueron hechos dentro de la línea

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del paisaje esencialmente realista. Después, bajo la influencia del maestro italiano Turcatto, se sintió atraída por la figura humana de textura clásica. Finalmente ancló en un expresionismo de tipo lírico, realizado a base de tonos fuertes, más bien fríos que cálidos. Es en este estilo en el que ha realizado sus obras de mayor fuerza plástica y en el que, como ella dice, se encuentra muy cómoda. El expresionismo de Celsa es de un gran equilibrio composicional. Aunque ella hace uso de numerosos elementos en la estructura de cada una de sus obras, las formas son distribuidas de tal manera que no sobrecargan los espacios y no rompen la armonía expresiva. Por otra parte, su paleta es bastante rica, pero en cada uno de sus cuadros hay un tono predominante, según el estado de ánimo de la artista: el azul, el violeta o el verde. Uno de los recursos de que se vale Celsa para lograr obras de gran fuerza plástica es el de las transparencias superpuestas, aunque sin prodigarse demasiado en ellas. El expresionismo de Celsa es fundamentalmente lírico porque su preocupación central consiste en descubrir la armonía que se da entre las cosas en sí mismas o entre las cosas y su relación con las personas. Esto es lo que puede verse en sus “interiores”, una temática casi permanente en la obra de Celsa. Hay también mucho de expresión sicológica dentro de lo que ella hace, como lo revela su cuadro “Díptico”, donde la artista trata de pintar el otro lado de la vida real, es decir, un lado que todos llevamos, pero que no siempre nos es conocido. En el cuadro “Conjunto de ilusiones” pueden apreciarse de manera nítida las altas cualidades expresivas de esta artista hondureña. La obra es un interior y un exterior captados en un solo golpe de vista, con lo cual la pintora nos quiere decir que el mundo es uno solo y que, en tal sentido, son inútiles las líneas separadoras, incluso cuando se trata de lo objetivo y lo subjetivo. Un pájaro de madera, es decir, muerto, y una paloma en vuelo, o sea viva, sintetizan esta realidad integrada en sus contrastes. El cuadro se desenvuelve en grandes planos de color, con predominio del azul y el violeta, sin los detalles que caracterizan a otras escuelas pictóricas.

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MAURY FLORES Nació en Tegucigalpa el 31 de diciembre de 1950. Es hijo de Julio César Flores y María de Flores, constructor el primero y costurera la segunda. Maury hizo sus estudios elementales en la Escuela Monseñor Fiallos, de Comayagüela. Durante ese período comenzó a manifestar inquietudes artísticas, como lo demuestra el hecho

Mujer vestida de blanco Técnica: acrílico sobre tela

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de que en el Cuarto Grado ganó el Primer Premio en un concurso promovido por las autoridades educativas para todas las escuelas primarias del departamento Francisco Morazán. Eso, más los estímulos de su padre, quien era diseñador de fachadas, lo animaron a seguir pronto la carrera de la pintura. Con tal propósito se matriculó en la Escuela Nacional de Bellas Artes el año 1963, de la cual egresa en 1967. Durante sus estudios académicos tuvo entre sus maestros a Rosendo Lobo, Arturo Luna, Mario Castillo y también al conocido artista Max Euceda. De todos los que le enseñaron en la ENBA, Maury guarda un recuerdo especial por Dante Lazzaroni, quien lo estimuló mucho en el trabajo y le transmitió valiosas experiencias. Al salir de las aulas académicas, Maury pasó, primero, a trabajar en una oficina de publicidad, luego fue contratado como dibujante técnico en el Instituto de la Vivienda, donde permaneció por espacio de once años. Durante todo ese período, si bien le quedaba poco tiempo para dedicarlo al arte, no dejó de pintar algunos cuadros con el propósito de encontrarse a sí mismo. Muchas de las obras realizadas bajo esas circunstancias figuraron en exposiciones colectivas con gran éxito. Tal hecho hizo ver a Maury que el tiempo dedicado a otras actividades ajenas a la pintura conspiraban contra su desarrollo personal. Por ese motivo, en 1980 decidió renunciar a su trabajo como dibujante para dedicarse de lleno a la pintura. Desde entonces ha tenido una activa participación en el movimiento pictórico hondureño con gran aplauso del público, lo que le hace decir que fue un acierto tomar la medida que tomó. Flores se inicia, como la mayoría de los artistas nacionales, pintando el paisaje hondureño, en cuya ejecución puso en práctica las técnicas recomendadas por su maestro Mario Castillo. Más adelante Maury pinta la figura humana dentro de un estilo más o menos realista. Sin embargo, los ensayos efectuados bajo tal óptica no le satisficieron lo suficiente y, a causa de ello, continuó nuevas búsquedas. Es así como, a partir de 1972, llega a perfilar un estilo propio, el cual ha ido depurando con el tiempo hasta obtener el lirismo y el gran colorido que hoy lo caracterizan. Ese estilo tiene su origen, sin duda alguna, en la influencia ejercida sobre el trabajo de 115


Maury por el dibujo lineal que hacía en la oficina de arquitectura donde prestaba sus servicios. Al principio comenzó introduciendo líneas quebradas en el fondo de sus cuadros, las cuales pasaron poco a poco a ser planos de color en distintas posiciones, hasta integrar un conjunto muy complejo pero armonioso, que recuerda los campos de la agricultura moderna. Algunos comentaristas han creído ver en la pintura de Maury una especie de cubismo. Sin embargo, al estudiar detenidamente cada uno de sus cuadros nos damos cuenta de que su estilo, si bien tiene algunos aires cubistas, es totalmente diferente a dicha escuela. En Maury las figuras no son objeto de ningún tratamiento geométrico, las cuales siempre aparecen descritas en forma realista. La acción transformadora recae de manera especial sobre el fondo de los cuadros, por cuya circunstancia su estilo se enmarca dentro de lo que podría ser un neofigurativismo geométrico, caracterizado por el empleo de un amplio colorido, en el que abundan los rojos, los azules, los amarillos y los lilas, todos cargados de luz. Tegucigalpa Técnica: acrílico sobre tela.

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TERESITA FORTÍN Nació en Tegucigalpa el 17 de noviembre de 1885 y murió allí mismo el 19 de enero de 1982, a la edad de 97 años. Hizo sus estudios primarios y de magisterio en el Colegio de Señoritas, institución que fundó y dirigió la profesora Concha Maldonado en la capital de la República. A lo largo de ambos niveles escolares dio muestras de capacidad por el dibujo, pero no hubo de ejercerlo en forma sistemática. Durante la década del 20 al 30 se desempeña como profesora de grado en la escuela primaria del municipio de Valle de Ángeles, cercano a Tegucigalpa.

Vida en familia Técnica: óleo sobre tela

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En ese período sufre una grave enfermedad, la que la obliga a un prolongado reposo. Es entonces que, para distraerse, comienza a dibujar diversos objetos del natural. Poco después hace algunos cuadros al óleo y es así como decide consagrarse de lleno a la pintura. Hay, pues, una semejanza entre nuestra Teresita y Toulouse Lautrec, quien, como ella, descubre su vocación artística en las incomodidades de una cama. A principios de 1933 realizó una muestra en la Biblioteca Nacional bajo el patrocinio del Ministerio de Educación. El evento fue de mucho éxito, por lo que las autoridades del ramo le hicieron facilidades para que recibiera clases con el maestro Max Euceda. También tuvo la oportunidad de ser discípula de Pablo Zelaya Sierra, quien había llegado de España en octubre de 1932, pero que, desgraciadamente, murió el 6 de marzo del año siguiente. Durante el año 1934 interviene en la fundación, con el maestro Carlos Zúniga Figueroa, de la “Academia Nacional de Dibujo Claroscuro al Natural”, en la que participa como maestra. Al mismo tiempo no descuida su carrera artística, por lo que hasta finalizar la década, realiza cinco exposiciones personales y envía muestras a ocho colectivas. En 1942, a solicitud del obispo de Tegucigalpa, Agustín Hombach, forma parte del equipo de restauración, con el italiano Alejandro del Vecchio, de los evangelistas pintados por José Miguel Gómez en las pechinas de la cúpula de la Catedral. Este trabajo le produce una gran inspiración, por lo que durante un buen tiempo se dedica a la pintura religiosa. En el año 1948 gana el Premio del Salón Anual del Instituto de Cultura Interamericana. En 1950 y 1 960 expone en Guatemala, España y Estados Unidos. La revista alemana “Spiegel” publica un interesante reportaje sobre su labor artística. Luego, al transcurrir la década del 60 al 70, realiza nuevas exposiciones bajo el patrocinio del Instituto Hondureño de Cultura Interamericana, y uno de sus cuadros, el titulado “La última esperanza”, se emplea como símbolo de concordia en la Organización de Naciones Unidas.

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Vida campestre Técnica: óleo sobre tela

En el año 1977 concurre al “Certamen Permanente Centroamericano 1 5 de septiembre “que patrocina el Ministerio de educación Pública de Guatemala. En 1978 es invitada especial del Instituto Ítalo-latinoamericano de Roma para intervenir en la “Quinta Muestra de Pintura Latinoamericana” hecha durante el mes de mayo. 119


El 28 de septiembre de ese año recibe el Lauro de Oro del Distrito Central y el 29 de septiembre de 1980 es condecorada con la hoja de Liquidámbar en Plata por aquella dependencia. Finalmente, el 22 de noviembre del mismo año se le entrega el Premio Nacional de Arte Pablo Zelaya Sierra. Como puede verse, Teresita Fortín fue fundamentalmente autodidacta. Su evolución artística comprende algunas etapas bien definidas. Durante sus comienzos pinta objetos con un estilo realista. Más adelante hace paisajes dentro del impresionismo, recurriendo en algunos casos a la técnica de la pintura con espátula, según lo confirman sus obras “Incendio en el bosque” (1940), “El pino” (1947) y “Tormenta” (1959). Dentro de este mismo género ensayó el “collage”. Así lo demuestra su obra “El Volcán”, donde el follaje de los árboles fue hecho con hojas adheridas a la tela. En determinado momento de su vida, Teresita Fortín hace también pintura religiosa. Son notables a este respecto su “Cabeza de Cristo” (1930) y “La Crucifixión” (1933), donde emplea colores suaves y se mantiene dentro de los cánones del realismo, sin llegar a los extremos del barroco. Ensaya, igualmente, el colorismo objetivo con distintos materiales, incluida la terralaca. Por último, y como una muestra de su versatilidad, hizo pintura “naíf”, algunos de cuyos cuadros fueron expuestos durante el año 1977 en el salón de la Biblioteca Nacional bajo el título de “Recuerdos”. Teresita Fortín es discreta en el empleo de los colores. Su temperamento artístico es suave, incluso cuando le toca representar el vigor de la naturaleza tropical, es decir, las plantas, las flores y los cielos. Todos sus cuadros reflejan una gran dulzura, lo que demuestra que fueron hechos por un alma tranquila, en la que el amor era el sentimiento predominante.

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CARLOS GARAY Es originario de Tegucigalpa. Nació el 1 de abril de 1943. Cursó la enseñanza elemental en las escuelas República de Panamá y Alvaro Contreras. Su vocación artística es precoz: a los cinco años ya dibujaba animales y objetos con unas características difíciles de ver en niños de tal edad. Naturalmente, como él mismo informa, esto le produjo muchas satisfacciones durante el período escolar por los elogios de que era objeto, pero al mismo tiempo fue causa de no pocos sinsabores, pues nunca fue buen estudiante en las demás asignaturas del plan primario. Al concluir la escuela básica no ingresó inmediatamente a Bellas Artes, como era su deseo, dedicándose durante tres años a diversas actividades. Pero, por recomendaciones de varios amigos de su propia familia, se matriculó en dicho establecimiento a principios de 1959, del que egresó con el título de Profesor en Artes Plásticas, en 1965. Escena de mercado Técnica: óleo sobre tela

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Tuvo como maestros durante este período académico a Teresita Fortín, Horacio Reina, Max Euceda, Dante Lazzaroni, Moisés Becerra, Mario Castillo y otros de los artistas hondureños que habían salido a Europa en años anteriores y que se hallaban ahora integrados a su vieja escuela. Influyeron mucho en la formación artística de Carlos Garay los maestros Moisés Becerra y Mario Castillo. Ambos son egresados de la Academia de Roma y, aunque trabajaron en distintas épocas como catedráticos de Bellas Artes, sus métodos le ayudaron definitivamente a Carlos para lograr un mejor desenvolvimiento de sus facultades. El maestro Becerra lo orienta en dibujo y, adivinando en él un vigor artístico excepcional, lo estimula para que se lance a muestras tempranas en el propio salón de Bellas Artes, violentando incluso la norma entonces vigente de que en dicho local no podían exponer los estudiantes. Por su parte, el maestro Castillo le enseñó los principios y las técnicas del impresionismo, lo que será definitivo en la futura maduración artística de Carlos. Garay es bien conocido por sus paisajes, pero ello no significa que solamente haya hecho esta clase de obras, y que, incluso hoy día, no incursione por otros campos temáticos y estilísticos. En el período de su formación pintó mucho la figura humana, sobre todo bustos de mujeres, utilizando un realismo festivo, de tonos medios y de gama variada. También ha ensayado el retrato de niños y muchachas, en los que, sin llegar al modo de un Max Euceda, por ejemplo, hace uso de una pincelada uniforme y se ciñe a los detalles fundamentales. Alguna vez Carlos incluso hizo arte abstracto por vía de ejercicio técnico. No pocos de los cuadros ejecutados dentro de esta escuela son verdaderamente notables y se encuentran en la pinacoteca del Banco Atlántida. Pero, claro está, Garay es paisajista por excelencia. En este campo ha alcanzado un alto nivel técnico y —durante los últimos años— también una mayor riqueza temática. Su escuela es la impresionista y los medios empleados oscilan entre la espátula, con pintura gruesa, y el pincel, con toques de escaso barrido. Son impecables en Garay la perspectiva, el dibujo y el manejo de la luz, la que, como es característico en el impresionismo, no se representa de manera continua y uniforme, sino más bien como vibraciones. Pero, hay que decirlo, Carlos es un tradicionalista en el paisaje: para él los follajes son verdes, el cielo es azul, el agua lo mismo, las nubes blancas y las 122


Paisaje Técnica: óleo sobre tela

flores de todos los tonos. Esto responde por entero a la escuela que sigue. Es interesante subrayar que en los últimos años Carlos ha enriquecido su temática. Durante un largo tiempo de trabajo se consagró a la representación del paisaje aldeano, a las calles típicas y a los ambientes bucólicos. Hoy vemos aparecer en sus cuadros escenas campestres, al estilo de “Almuerzo en la hierba” o “Damas en el jardín”, de Monet. Se observa también más creatividad en algunas de sus últimas telas. Por ejemplo, personas que se mueven debajo de los árboles o que emergen de atrás de los troncos. Esto significa simple y llanamente que el artista que es Carlos Garay avanza cada vez más en el perfeccionamiento de un arte que ya nació con magníficas cualidades en él. 123


GELASIO GIMÉNEZ Nació en Cienfuegos, Las Villas, República de Cuba, en 1923. Hizo estudios de escultura en la Academia San Alejandro, de la Habana. En 1957 decide recorrer varios países de América Latina con el propósito de estudiar el movimiento artístico de cada uno de ellos. Es así como llega a Honduras en 1958, donde resuelve establecerse definitivamente, con cuyo fin adopta la nacionalidad hondureña en 1962. En nuestro país abandona las actividades escultóricas y se consagra de lleno a la pintura, pues encuentra una gran similitud entre los colores

Túnel Técnica: óleo sobre tela

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predominantes aquí con los que llenan el ambiente de su propia tierra. Para llevar a cabo esta actividad no se inscribe en ninguna escuela, sino que obedece a impulsos personales, con un énfasis esmerado en las formas. Naturalmente, su estilo no surge de inmediato, sino que recorre una larga etapa de búsquedas incesantes, las cuales culminarán, después de varios años, en un vocabulario inconfundible del artista. Con sus primeros ensayos pictóricos llevados a cabo en Honduras, Gelasio montó una exposición individual en la Casa de la Cultura, de Tegucigalpa, la que llamó mucho la atención por la libertad con que eran tratadas las figuras, característica que no abandonará nunca desde aquellas fechas. Después, ya más seguro de sus propios recursos, Gelasio hizo ocho exposiciones individuales entre los años 1963 y 1978, bajo el patrocinio de varias entidades importantes del país, entre ellas la Universidad Nacional Autónoma, el IHCI y la Alianza Francesa. Como era de esperarse, toda esta actividad le produjo una firme presencia en el mundo artístico de Honduras. En sus primeras realizaciones pictóricas Gelasio adoptó un estilo neofigurativo de textura estrictamente personal, en el que, si bien intervienen algunas veces los temas de la naturaleza, es la figura humana la que recibe las mayores preocupaciones. Más adelante se volverá un tanto realista, con rasgos barrocos, y, dentro de esta línea, ensayará una pintura religiosa de excelente colorido, aunque delicada, suave. Al representar la figura humana, Gelasio muestra una preocupación invariable: no trabaja con ella por sí misma, es decir, por sus rasgos definidores, ya sean físicos o sicológicos, sino más bien por las acciones que las personas llevan a cabo en cada momento de su vida y que, frecuentemente, hablan mejor de ellas que su propio retrato. A causa de esto en Gelasio es más común ver personas en movimiento, en acción, que simplemente transcriptas en el cuadro. Por otra parte, Gelasio es un artista de la luz. Su paleta es rica en colores cálidos, de modo que si algunas veces recurre a los tonos

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fríos, es sólo para destacar mucho más y mejor a los primeros. Lógicamente, esta inclinación iluminista de Gelasio lo obliga a un tratamiento adecuado de la caída de la luz sobre los objetos, para lo cual recurre a la técnica de la esfuminación, pero aplicándola de tal manera que no se pierden los planos de color. Gelasio es de una gran riqueza temática. Para él no existen predilecciones ni límites a este respecto. Su expresividad plástica encuentra camino fácil en los temas místicos como en los históricos, en los amatorios como en los comunes, en los laborales como en los festivos. Esto obedece a que el artista se guía por el siguiente principio, expresado por él a sus entrevistadores: “para mí lo más importante es el hombre y éste debe ser captado por el arte en toda su riqueza humana”. Las obras de Gelasio han sido expuestas en Estados Unidos, Ecuador, Brasil, Panamá, El Salvador, Nicaragua y otros países.

Dama en blanco Técnica: óleo sobre tela 126


BENIGNO GÓMEZ Nació en Naranjito, departamento de Santa Bárbara, el año 1934. Cursó su escuela elemental en la localidad. Desde muy temprano dio muestras de especial capacidad para las actividades artísticas. Utilizando piedra y madera esculpía pequeñas figuras de animales, principalmente pájaros, las que regalaba a las personas mayores con el objeto de captar su simpatía. En la escuela no tuvo estímulos para este trabajo. Al contrario, como él mismo informa, cierta vez le mostró a su maestro una paloma hecha de madera, deseoso, naturalmente, de escuchar alguna palabra de aliento. Pero no fue así. El dómine tomó la escultura en sus manos y, después de quebrarle el pico, las alas y las patas, le dijo al artista con mucha autoridad: “deja de hacer estas porquerías porque con ellas no vas a comer”. Primavera Técnica: acrílico sobre tela

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Pero Benigno continuó con más entusiasmo aún aquellas prácticas. De ese modo vino a parar una escultura de dichas aves a manos del señor Concepción Vallecillo, vecino del lugar, quien dispuso enviársela con una carta al Presidente de la República, Juan Manuel Gálvez, solicitándole una beca para el inquieto muchacho. Las gestiones dieron resultado y Benigno viajó a Tegucigalpa en 1950 para iniciar estudios de pintura en la escuela Nacional de Bellas Artes. La clase de dibujo la recibió con el maestro Max Euceda, cuyo rigor era famoso, pero al que todos sus discípulos le agradecen ahora porque así fue cómo aprovecharon mejor sus enseñanzas. También tuvo entre sus profesores al artista Miguel Ángel Ruiz, entonces recién llegado de España. En 1960 obtuvo una beca, por gestiones de la dirigente política Graciela Bográn, para estudiar en la Academia de Roma. Allí estuvo hasta 1966. De regreso a Honduras fue nombrado profesor de varias materias en la Escuela Nacional de Bellas Artes. Al propio tiempo que cumplía estas responsabilidades, se dedicó a pintar intensamente en la búsqueda de un lenguaje personal, ya que, según expresa él mismo, de la Academia no salió con la posesión de ese instrumento expresivo. Partiendo de un claro dominio de la figura, sus exploraciones iniciales se orientaron por un cierto neorrealismo, con gran derroche de color en algunos aspectos para equilibrar la obra y darle más profundidad. Con este estilo hizo varias exposiciones en Honduras y envió cuadros a numerosas muestras colectivas fuera del país. Pero, como todos los artistas de peso, Benigno prosiguió las búsquedas de un estilo en el que pudiera sentirse a sus anchas. Meditando sobre el problema, según explica, llegó al convencimiento de que la belleza es un fenómeno interior, por lo que el artista, más que basarse en lo que la naturaleza le da, debe partir de las imágenes que su espíritu sensibilizado es capaz de formar al ver desinteresadamente el mundo. Como era de esperarse, este criterio lo llevó a un cierto surrealismo, por cuanto sus afanes creadores ya no recayeron sobre la realidad objetiva, sino en hechos de conciencia. Sin embargo, habiéndole guardado una entrañable fidelidad al arte figurativo durante toda su vida, se negó a dar el paso que en ese momento era obvio, es decir, abrazar el sicologismo puro y simple. De tal reserva salió una síntesis figurativo surrealista que vino a darle a Benigno el lenguaje propio tan afanosamente buscado por él. 128


Pero es necesario aclarar algunos puntos esenciales respecto al estilo de Benigno. En efecto, el elemento figurativo empleado por él sigue siendo el natural, no el onírico o paradójico que observamos en los principales creadores de la escuela surrealista, principalmente Dalí y Ernst. Asimismo, el factor sicológico no determina la atmósfera del cuadro hasta el límite de volverlo una pesadilla. Ese rasgo es sólo un detalle marginal, casi un elemento decorativo, que sirve para utilizar los vuelos internos en la construcción de un ambiente feliz. Porque el principal propósito de Benigno con sus cuadros es ofrecernos una visión pura de la vida en una atmósfera también pura, es decir, al margen del empleo humano de las cosas. Por eso casi todas sus obras transpiran un aire paradisíaco y fantástico, en el que una gran riqueza de color subraya la virginal alegría predominante. Serenata campesina Técnica: acrílico sobre tela

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Figuras Técnica: acrílico sobre tela

Hay un detalle que es infaltable en los cuadros de Benigno y que para él viene a ser algo así como un logograma. Nos referimos a las palomas. Como su principal preocupación es presentar figuras humanas en medio de la naturaleza, aquellas aves forman parte de la circunstancia. Al principio las puso como una evocación agradecida de las que tallaba cuando fue niño y en cuyas alas voló a Tegucigalpa. Pero después pasaron a ser su sello personal, el elemento por el que se le reconoce a primera vista. Por supuesto, esas palomas tienen un significado: son las portadoras del ideal de felicidad que Gómez alienta para todos los hombres en un mundo cargado de desgracias como en el que vivimos. Gómez ha hecho doce exposiciones en Honduras. También se ha presentado, con aplauso de la crítica internacional, en sesenta exposiciones colectivas fuera del país. En 1977 fue invitado para exponer su obra en la sede de las Naciones Unidas, Nueva York, con motivo de seleccionarse su cuadro “Las palomas” para ilustrar el sello de correos impreso por el referido organismo internacional.

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VIRGILIO GUARDIOLA Nació en Tegucigalpa, el 7 de septiembre de 1947. Hizo la educación primaria en la Escuela República Oriental del Uruguay. Durante ese período realizó las actividades que son comunes entre los niños: dibujar, pintar, etc., sin que recibiera mayores estímulos de parte de sus profesores. Fue la madre de él, doña Josefa Gámez, quien, al ver que su hijo pasaba haciendo rayas, comenzó a fomentarle la idea de que debía ser un pintor.

Música y naturaleza Técnica: acrílico sobre tela

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Puerta al cielo Técnica: óleo sobre tela

Después de la enseñanza elemental siguió estudios de educación media en la Escuela Normal Pedro Nufio, de Tegucigalpa. Luego, en 1964, ingresó en la Escuela de Bellas Artes, de la que salió en 1967. Ese mismo año dispuso marcharse a España en compañía de Julio Visquerra, Gregorio Sabillón y Aníbal Cruz. El grupo se estableció en Barcelona, donde sus integrantes, además de trabajar para sobrevivir, visitaban museos y pintaban. En España Virgilio se sintió dominado por la pintura de Goya, pero no la de expresión barroca, sino la llamada “pintura negra”, es decir, los monstruos que el gran artista ibérico pintaba en la soledad de su casa para darle una salida libre— fuera de los

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compromisos de la Corte—a los impulsos creadores de su espíritu. Dominado por ese ejemplo, Guardiola comenzó a pintar en la misma dirección, pero no con fines puramente de desahogo interior, sino más bien con un filo crítico hacia los “diablos” de la miseria, el subdesarrollo y la opresión del pueblo.

También tuvo una etapa cubista, manifestada en el trabajo que realizó inmediatamente después de su regreso a Honduras. Él explica que esto fue producto de la influencia recibida durante los últimos momentos de su estancia en España y como parte de su deseo de hacer un arte menos atado a los convencionalismos tradicionales. Naturalmente, Picasso, que rompió con todo un sistema de cánones, resultó ser el prototipo a seguir por parte del artista hondureño. De esa etapa quedan numerosos cuadros en colecciones privadas de Honduras y el extranjero. Sin embargo, al formar parte Virgilio Guardiola del “Taller La Merced” en 1973, con una línea de trabajo decididamente orientada hacia la pintura social, cambió por completo de estilo, pues el cubismo, por su énfasis en los problemas formales, no podía ser el mejor vehículo para ese propósito. Así llegó Guardiola al expresionismo social, línea que siguió durante varios años, aunque animado siempre por el afán de encontrar su propia caligrafía dentro de dicho estilo. A la altura de 1985 Guardiola comienza a incorporar figuras barrocas en sus cuadros, y a descomponer el tema de cada obra en subtemas, de modo que la misma aparece dividida en dos, tres y más cuadros. De esa manera Virgilio llega a una especie de expresionismo barroco que lo personifica vigorosamente en el seno de los expresionistas hondureños. Como es obvio, para ser consecuente con su línea de trabajo, Virgilio acentúa cada vez más la calidad del dibujo dentro de la obra y enriquece los colores. Pero éstos, en vez de ser adelgazados y puestos en planos nítidos, se utilizan enteros dentro de complejas estructuras. Con este estilo Guardiola ganó el Primer Premio en la Bienal de 1990, patrocinada por la Universidad Nacional Autónoma, y la Bienal de 1993 promovida por la Municipalidad de San Pedro Sula.

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JUAN RAMÓN LAÍNEZ Nace el 7 de mayo de 1939 en la ciudad de Tegucigalpa. Estudia la educación primaria en la Escuela Francisco Morazán, de la misma ciudad. Muy temprano comienza a dibujar con entusiasmo, lo que no siempre le atrae el aplauso de sus maestros por descuidar otras asignaturas. Durante el último año de primaria quiso negársele el diploma correspondiente porque sabía dibujar mejor que otras cosas. Pero, finalmente, se le entregó.

“Jaulas” Técnica: acrílico sobre tela

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Pasados algunos años en diversas actividades, el poeta Daniel Laínez, tío del artista, gestiona para él una beca en Bellas Artes, de donde egresa en 1965. Ese mismo año viaja a España con una beca del Instituto de Cultura Hispánica para estudiar en la Academia San Fernando, de Madrid. Allí hizo contacto con el maestro Antonio Lorenzo, quien lo llevó al círculo de pintores vanguardistas que él dirigía por ese tiempo. Como es lógico, Juan Ramón absorbió muchos de los principios que el referido grupo manejaba en su trabajo. A Honduras regresa en 1966. Durante algún tiempo se dedica a la pintura comercial de exteriores. También trabaja en un taller de pintura de automóviles. Ambas experiencias fueron aprovechadas por Laínez para hacer, simultáneamente con ellas, una experiencia que él llama ‘de tipo matérico’, es decir, la combinación de diversos materiales en un mismo cuadro: lacas para automóviles, pintura corriente, óleo, acrílico, crayón y pastel. Las obras ejecutadas de tal manera resultaron estables y le dieron facilidad a Laínez para hacer mucho simbolismo, lo que él recuerda con agrado. A lo largo de su desarrollo como artista, Laínez ha conocido varias etapas. Durante sus estudios en Bellas Artes y Madrid hizo abstraccionismo, influido por sus maestros, Moisés Becerra y Antonio Lorenzo. Como es obvio, el abstraccionismo que realizó en España fue mucho más completo, pues tuvo la oportunidad de intercambiar opiniones con numerosos protagonistas de esta corriente, de quienes tomó los presupuestos básicos de la misma. Después de esa etapa y más o menos al comenzar la década de los sesenta ensayó la pintura negra, de contenido mordaz, crítico. Son excelentes ejemplos de esta prueba sus muy conocidos cuadros “El poseso” y “El diplomático”. Luego dio un salto hacia una pintura más amable y lírica, dentro de lo que podríamos llamar el realismo fantástico, a base de figuras sugeridas con manchas de color, como se ve en el óleo “La rata”. Las pinturas de esta fase son fundamentalmente plásticas, sin una intención que las trascienda. Cuando agota sus propósitos con la pintura anterior, pasa a un tipo de arte nostálgico, de evocación, dentro de una técnica esencialmente neofigurativa, con detalles simbólicos y hasta surrealistas. Son muy representativos de este nuevo período los cuadros “Halley”, “Pez verde”, “La gata azul” y “Teléfono de 135


cordel”. Las obras representan a mujeres relacionadas con el pasado sentimental del artista, por lo que rezuman el aire melancólico de quien hace memoria en tal sentido. Finalmente, a partir de 1988 Laínez ha comenzado a trabajar dentro de una línea claramente social, la que, en una forma simbólica, no directa, se hace eco de los terribles problemas que aquejan a Honduras en el momento presente, como lo confirman los cuadros “Amenaza” y “La red”. El primero representa a un ser mutilado y fiero que encarna un grave peligro para los demás y para él mismo. El segundo representa dos figuras humanas que aparentemente están en la red de una portería de fútbol, pero que más bien simbolizan a dos moscas atrapadas en una telaraña. Con estos temas y una posible nueva fase, llamada ‘Ventanas’, Juan Ramón Laínez trabaja actualmente.

“El gato blanco” Técnica: acrílico sobre tela

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ALEJO LARA Nació en Tegucigalpa el 11 de enero de 1932. Es hijo de Alfredo Lara Lardizábal y Aída López Callejas de Lara. A su madre le gustaba pintar objetos del hogar con tonos fuertes, y un tío suyo pintaba retratos de excelente factura. Por esa razón Alejo se considera continuador de una inclinación artística existente en la familia por el lado de la madre.

Después del Fifí Técnica: óleo sobre tela

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Comenzó sus estudios elementales en el kinder Federico Fröebel que dirigía en Tegucigalpa la notable educadora Paquita Lardizábal. Alejo estima que es en esta etapa cuando sus naturales inclinaciones artísticas se despertaron de una manera viva, pues a él le gustaba entonces modelar figuras de cera, las que su educadora aplaudía con gran entusiasmo y las mostraba a otras personas. También hacía pequeños dibujos dentro de las clases del kínder, los que, como las anteriores, eran premiados con aplausos por su maestra. La educación primaria la hizo en la Escuela Anexa al Instituto Central de Varones, en Tegucigalpa. La secundaria también la realizó en este mismo plantel cuando fueron sus directores Vicente Cáceres y Abelardo Fortín. Durante esa etapa siempre mantuvo interés por el arte, sobre todo en las clases de dibujo y manualidades que se imparten dentro de los programas, pero en ningún momento pensó en dedicarse profesionalmente a este campo. Concluida la secundaria, Alejo sigue estudios de Medicina en la Universidad Nacional Autónoma. Después cursa Anestesiología en Estados Unidos, Suiza e Inglaterra. Estas oportunidades las aprovecha Alejo para visitar museos de arte y frecuentar exposiciones de pintura, aunque siempre por satisfacción personal, no porque pensara convertirse él mismo en artista. Al regresar a Honduras a mediados de la década de los sesenta se dedica a ejercer su especialidad en el campo de la medicina. Sin embargo, un hecho casual lo llevará a la actividad artística. Resulta que en 1967 conoció a la pintora hondureña María Talavera, a quien muchas veces vio pintar sus hermosas composiciones naturalísticas. Cierto día del año 1968 visitaron juntos al artista Gelasio Giménez y como la pintora debía posar un buen rato para Gelasio, éste organizó unas botellas y puso en manos de Alejo varios pinceles, diciéndole que pintara algo para entretenerse. Alejo pasaba en este momento por una gran depresión a causa de la muerte de su madre y el fracaso de su matrimonio, de modo que no estaba con ánimos para nada. Sin embargo, al comenzar a trabajar se llevó la sorpresa de que, al concentrarse en los colores y las botellas, se le olvidaron todas sus penas e hizo una obra más o menos aceptable. Desde entonces se dedicó a pintar frenéticamente, bajo la dirección de Gelasio, ya no sólo con fines catárticos, sino también por afán creador. Dos años permaneció trabajando de esa manera, 138


Flores Técnica: óleo sobre tela

“sin tiempo, como él dice, ni para comer ni para dormir”, después de los cuales se lanzó a pintar ya por su cuenta en la búsqueda de una definición personal. En 1970 organizó en su casa un taller de artesanía y pintura, ayudado por un hábil maestro, el señor Juan Ángel Hernández, sin abandonar, naturalmente, su profesión de médico.

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En aquel taller se hacían candelabros decorados con lámina de oro, flores de cobre, cerámica estilo maya y cuadros al óleo. En toda esta labor participaba también el jardinero German Ponce, quien se ha encargado siempre de cultivar las plantas que le interesan a Alejo para su trabajo artístico, sobre todo orquídeas y helechos. A partir de 1972 comenzó a exponer colectivamente en el Instituto Hondureño de Cultura Interamericana (IHCI), la Universidad Nacional Autónoma, La Alianza Francesa y otros lugares. Sus obras fueron bien recibidas por el público, hecho que lo animó a seguir adelante con mayor entusiasmo. Su primera exposición personal la hizo Alejo en 1973 bajo el patrocinio del IHCI, año en que también ganó el Primer Premio del “Salón Anual” de dicho centro y una Mención Honorífica por su cuadro “El árbol amarillo” en una muestra auspiciada por el Ministerio de Cultura. En 1985 hizo una exposición personal en la galería de su casa con acuarelas, y en 1987 efectuó otra en el mismo lugar con óleos, ambas de gran éxito por los temas y la ejecución. Desde este último año para adelante, Alejo ha estado preparándose para una nueva salida artística, con cuyo objeto ha ampliado considerablemente su galería personal y escogido con rigor los nuevos temas. Los primeros cuadros de Alejo Lara fueron bodegones y paisajes. Sin embargo, él se dio cuenta de que tales temas no le ofrecían mucho campo a sus aspiraciones. Por ello comenzó a pintar animales en movimiento dentro de un estilo neorrealista. Las palomas en vuelo fueron sus preferidas como tema central a partir de 1976, según puede verse en sus cuadros de ese año “Pia Alfonsina” y “Palomas Doradas”. Asimismo, desde 1976 hasta 1987, cada mes de diciembre Alejo pintó un gallo blanco en actitud de pelea, el cual entregaba a los coleccionistas el primero de enero. Ese gallo se hacía como un símbolo de fuerza para hacerles frente a las tareas del nuevo año. El neorrealismo de Alejo no sigue una línea rígida, unívoca. Al contrario, se multiplica según los temas adoptados por el artista. En sus palomas y gallos adopta una forma esquemática desarrollada en colores suaves. En cambio, cuando pinta figuras humanas y flores el estilo de Alejo se vuelve retórico. Toda esta variedad le da al conjunto de su obra un gran interés.

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ARMANDO LARA Nació en La Lima, departamento de Cortés, el año 1959. Cursó la enseñanza elemental en la Escuela Esteban Guardiola, del mismo lugar. Su vocación artística se despertó muy temprano, pues desde los primeros años de su educación dibujó con mucho entusiasmo. La secundaria la hizo en el Instituto Patria, de aquella población, donde tuvo como profesora de dibujo a la maestra Estela Sierra, quien le dio valiosas orientaciones para su futuro trabajo. Terminados los estudios secundarios ingresó en la Escuela Nacional de Bellas Artes a principios de 1975, la que hubo de concluir en 1979. Durante este tiempo formó parte del Grupo “Zotz” (murciélago en maya), integrado por varios profesores de Bellas Artes, entre quienes estaban Ernesto Argueta, Dino Fanconi, Oscar Mendoza y Daniel Mejía. El propósito del grupo era llevar el arte a lugares públicos para disfrute de los sectores más humildes del pueblo.

A la espera del tren Técnica: acrílico sobre tela 141


Ecos Técnica: acrílico sobre tela

Desde sus años de estudiante, Lara sintió especial inclinación por el surrealismo. Sin embargo, no quiso seguir las formas puras de esta tendencia o sea aquellas de un contenido exclusivamente sicologista. El surrealismo de Lara no es de base interior, sino más bien social. Para realizarlo toma un hecho concreto de la vida, generalmente relacionado con la injusticia, y lo convierte en imágenes fantásticas para darle la atmósfera subjetiva que le interesa. Uno de los cuadros donde se pueden apreciar de mejor manera los excelentes recursos estilísticos y compositivos de este artista hondureño es el titulado “Ecos”, realizado en 1989. La obra es de tonos cálidos y representa una llanura desértica, con dos cráteres en el centro y una figura humana, fosilizada, en primer plano. Además, hay unas conchas de caracol en el fondo y unos esqueletos de trilobites, el crustáceo prehistórico, en la línea del horizonte del cuadro. ¿Qué nos quiere decir Lara con esta obra? Es el mundo destruido por el hombre, en el cual él mismo, por su insensatez, ha quedado reducido a un objeto arqueológico, igual

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que los fragmentos de cerámica dispersos en el erial. Hay, pues, en este cuadro una preocupación humana extraordinaria: lo que puede hacer el hombre con este mundo maravilloso donde vive. En obras de años posteriores, Lara mantiene su discurso plástico pleno de contenido, aunque con una textura diferente a la que caracteriza al cuadro antes descrito. Ahora Armando trabaja a base de colores fríos con el propósito de subrayar los aspectos reprochables de una realidad marcadamente inhumana. Eso es lo que podemos ver en sus lienzos “Rincones de luz” (1991) y “Calles de gas”, donde se describen ambientes tan opuestos a lo que es y debe ser el hombre, de tal modo que éste termina convertido en una simple mano embolsada, es decir, obstruida en su más alta cualidad: la creación. Empleando esta temática y este estilo, de perfil esencialmente surrealista, Lara ha hecho numerosas exposiciones personales y colectivas con gran aplauso por parte del público. Sus obras se encuentran en varios países de América Latina y Estados Unidos.

Caracoles Técnica: acrílico sobre tela 143


DANTE LAZZARONI Es originario de Río Lindo, departamento de Cortés. Nació el 7 de julio de 1929. Siendo aún muy chico se trasladó a la capital, donde hizo los estudios elementales en la Escuela Lempira, de Comayagüela. Durante el último año de ese nivel tuvo como maestro al profesor Ramón Díaz, quien, al descubrir las habilidades artísticas de Dante las estimuló por distintos medios. Entonces dibujaba mucho y hacía figuras de madera, sobre todo animales. A principios de 1945 ingresó en la Escuela Nacional de Bellas Artes. Por ese tiempo los programas de dicho establecimiento eran de pura práctica, a base de talleres: dibujo, pintura, escultura, cerámica y talla. Fue alumno del maestro Max Euceda, quien le proporcionó las reglas básicas del dibujo natural. En pintura estudió con Samuel Salgado y en escultura religiosa tuvo como maestro a Salvador Posadas, de gran experiencia en el ramo. Menesteroso Técnica: óleo sobre tela

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De Bellas Artes egresó en 1949. Ese año ganó por concurso una beca para hacer estudios de pintura en la Academia San Carlos, de México, donde estuvo hasta 1953. Al regresar a la Patria ese año, se hizo cargo de varias asignaturas en Bellas Artes, como dibujo, pintura y grabado, esta última incluida en el programa por gestiones suyas, ya que fue una de las materias ampliamente estudiadas por él bajo la dirección del maestro mexicano Carlos Alvarado.

Obrero Técnica: óleo sobre tela

En San Carlos tuvo también, como uno de sus principales orientadores en el campo de la pintura, al mexicano José Chávez Morado y al español Antonio Rodríguez Launa, de larga residencia en el país azteca. Por ese tiempo aún era manifiesta la influencia nacionalista de Diego Rivera, Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros en el arte mexicano. A causa de ello la orientación que recibió Dante fue de carácter popular, es decir,

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con base en una temática extraída de los sectores más humildes de la sociedad: la gente de los mercados, los campesinos, la vida en las barriadas, etc. Se formó, pues, dentro de los cánones de un expresionismo nacionalista, dirigido a exaltar los valores patrios frente a cualquier forma de transculturación. Al volver a su tierra natal en 1953 comenzó a desarrollar su propia pintura dentro de esta línea. El eje de su trabajo es lo hondureño, presentado dentro de una valoración estética de mayor alcance. Para esta obra, como buen expresionista —tipo Chagall—, Lazzaroni emplea colores intensos y crudos, pues es a través de ellos que se propone darles más peso a los motivos escogidos. Estas preocupaciones temáticas y estilísticas ocupan gran parte de su carrera, de modo que podríamos decir que es uno de los que en Honduras más ha enfatizado sobre los aspectos referentes a la identidad nacional. Sin embargo, durante los últimos tiempos Lazzaroni ha ampliado el ámbito de sus intereses. Al expresionismo de tipo nacionalista absorbido en México, le ha incorporado una veta lírica, de fondo esencialmente plástico. Su propósito es, como afirma enfáticamente, “extraerles a las cosas lo noble y hermoso que tienen para presentarlas con una nueva dimensión ante los ojos del espectador”. A causa de esta nueva línea de preocupación lo vemos ahora pintando no sólo al hombre hondureño y sus problemas, sino también toda clase de objetos. Su colorido sigue siendo denso y fuerte. La figura humana es tratada en forma especial por Dante. Con el objeto de que cumpla los fines expresionistas que persigue con cada una de las obras donde la toma como centro, recurre frecuentemente a la estilización vertical. Pero no lo hace —como en el caso bien conocido del Greco— para enfatizar actitudes espirituales, sino más bien para poner en evidencia un ideal de belleza basado en el énfasis de los planos verticales y no en los horizontales, como lo prefiere el colombiano Botero. En este estilo, hay que afirmarlo, Dante se ha mantenido fiel a lo largo de su ya amplia carrera artística, de modo que es por ese rasgo y por sus colores directos que se le identifica en el creciente mundo artístico de nuestro país.

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WILLIAM LEWIS Es de nacionalidad norteamericana. Su seudónimo literario y artístico es Guillermo Yuscarán. Nació en Los Ángeles, California, el 23 de abril de 1942. Tiene doctorado en Estudios Hispánicos y es escritor de profesión. En Honduras vive desde 1972, a donde llegó como maestro de la Escuela Americana. Por la pintura se interesa a partir de 1973, aunque desde niño ha dibujado. Él informa que la vista de la atmósfera transparente del país, el intenso colorido de sus bosques y la extraordinaria abundancia de flores, lo llevaron a sentir el deseo de plasmar en cuadros tanta belleza. También, como es obvio, ha sentido gran interés por lo que hace la gente en Honduras, sobre todo la que vive en el campo.

El sueño de Rogelio Técnica: óleo sobre tela

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Perro azul Técnica: óleo sobre tela

Antes de la fase actual, Guillermo pasó por la etapa que él llama “de los dinosaurios”, pues pintó dichos animales en abundancia con la idea de hacer constar que así como ellos desaparecieron del mundo, igual cosa le puede pasar al hombre si no cuida de la naturaleza. Actualmente Yuscarán pinta en el estilo ingenuo o primitivo. Pero, a diferencia de los que en Honduras trabajan dentro de esta corriente, él emplea colores caprichosos, no los naturales, sino los que le dicta su sensibilidad. Por ello no es raro ver en sus cuadros bueyes azules, cielos amarillos, montañas moradas y perros verdes. Una de sus últimas fases, dentro del primitivismo, es la que llama “de los dados”. Consiste en pintar pueblos y personas entre esos elementos de juego con el fin de insinuar que todos estamos sujetos a la suerte en este mundo.

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ARTURO LÓPEZ RODEZNO Nació en Santa Rosa de Copán el 12 de marzo de 1908. Realizó sus estudios elementales y de secundaria en aquella ciudad. A principios de 1920 viajó a La Habana con el propósito de realizar estudios superiores. Allí cursó la carrera de Agronomía, con especialidad en azúcar, la que hubo de concluir en 1930. Después cursó tres años de Pintura en la Escuela San Alejandro, de La Habana, y luego estudió durante dos años, de 1 938 a 1939, Pintura al Fresco en la Academia Juliane, de París. Finalmente, de 1952 a 1956 se capacitó en el dominio de las técnicas del esmalte con grandes maestros de este arte en Roma, Italia. Al concluir sus estudios artísticos en París, Arturo López Rodezno vuelve a Honduras con gran entusiasmo para dedicarse exclusivamente a ese campo. Entre sus principales inquietudes de entonces estaba fundar una Escuela de Bellas Artes en Honduras para capacitar dentro del país a las decenas de jóvenes deseosos de convertirse en artistas. Por eso, el mismo año 1939 López Rodezno se dedicó a realizar gestiones del más diverso tipo para poner en práctica la idea. Entre las puertas que tocó figura la del poeta y escritor Carlos Izaguirre, quien era el secretario personal del Presidente de la República de entonces, Tiburcio Carías Andino. Izaguirre, hombre de gran sensibilidad artística, lo apoyó de inmediato y, más con su ayuda que con el respaldo oficial, nació la Escuela de Bellas Artes el 1 de febrero de 1940. Figuras de Copán Técnica: esmalte

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Arturo López Rodezno asumió la Dirección del nuevo Establecimiento. Sus funciones como tal fueron alternadas con una intensa actividad artística, tanto en pintura de caballete como en frescos. Dentro de sus primeras labores estuvo llevar a cabo una serie de murales en Bellas Artes. De esa manera buscaba no sólo mejorar el ambiente estético del Plantel, sino también enseñarles a los estudiantes más aventajados los medios técnicos para ejecutar tal tipo de obras. También pintó varios frescos en la nueva sede del Distrito de San Pedro Sula, así como en otros locales de Tegucigalpa. A partir de 1956 López Rodezno comenzó también a efectuar numerosas obras en cerámica aplicando las modernas técnicas de esmalte que había captado en Italia. Una novedad de su trabajo de entonces fue el empleo de motivos mayas, tanto los elementos decorativos como las figuras humanas propias de aquella gran civilización. Este interés por dicha cultura como contenido artístico se manifestó muy temprano en la orientación dada por Rodezno a las actividades de la Escuela Nacional de Bellas Artes. Las secciones de Talla, Dibujo y Escultura comenzaron a desarrollar los motivos antes dichos en numerosos objetos: puertas, joyeros, arcas, divisiones, paneles, etc. Puede, pues, afirmarse que el gran auge registrado en nuestro país por la artesanía maya durante los últimos años tiene su origen en el interés desplegado por Rodezno alrededor de esta temática desde la fundación misma de la Escuela de Bellas Artes.

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El Guancasco Técnica: óleo sobre tela

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Numerosas instituciones públicas y privadas del país tienen obras de Rodezno hechas en metal esmaltado. La mayoría de ellas reproducen personajes de la alta jerarquía maya o deidades de dicha cultura en composiciones de gran tamaño, donde los tonos verdes, azules, rojos y amarillos se combinan de manera hábil para dar un efecto de impresionante delicadeza. Lo mismo puede afirmarse acerca de los mosaicos realizados por Arturo López Rodezno con diversos motivos, los que, sin ser muy grandes, presentan obras de gran plasticidad. Estos mosaicos los han enmarcado sus coleccionistas para exhibirlos como si fueran cuadros al óleo y no obras hechas para ser incrustadas en la pared. Los primeros trabajos de López Rodezno se hicieron dentro de un estilo realista, aunque con una temática predominantemente popular. Esa orientación siguen sus tintas, una línea largamente trabajada por él y en la que dio muestras de gran fuerza, como pudo verse en las varias exposiciones personales hechas con ese tipo de obras. Luego, Rodezno fue derivando a un neofigurativismo de contenido tradicional, es decir, afincado en elementos de la cultura popular hondureña, según puede verse en su cuadro “Guancasco” y en los numerosos frescos desarrollados por él en los muros de la Escuela Nacional de Bellas Artes y otros lugares. Como neofigurativista, Rodezno emplea grandes planos de color y no entra en los detalles de las figuras. Sus tonos cubren toda la gama de la paleta, pero con predominio de los cálidos, lo cual les imprime a sus cuadros una atmósfera de agradable luminosidad. Rodezno participó en numerosas exposiciones personales y colectivas en Honduras, Estados Unidos, México, Colombia, Cuba, Guatemala, Costa Rica, El Salvador, España, Francia, Italia e Inglaterra. Sus frescos se encuentran en las ciudades de San Salvador, Tegucigalpa, San Pedro Sula, y sus trabajos de esmalte sobre cobre pueden admirarse, además de en Centroamérica, también en algunas ciudades importantes de Italia, como Roma y Trieste. Asimismo, numerosos coleccionistas de Centroamérica y Estados Unidos son depositarios de muchos de sus cuadros al óleo, la mayoría de ellos dentro de la temática hondureña a que nos hemos referido antes.

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Rodezno recibió numerosos premios y condecoraciones en reconocimiento a su arte. Entre los primeros se encuentran: Diploma de la Bienal Hispanoamericana de Arte en Madrid, España; Diploma de la Mostra D’Arte Contemporáneo del Arrendamento, Roma, Italia; Gran Medalla de Oro en el Concurso de la Segunda Exposición del Paisaje Italiano visto por artistas Extranjeros, Lucca, Italia; y Primer Premio en el Salón Nacional de Pintura del Instituto Hondureño de Cultura Interamericana (IHCI), Tegucigalpa, 1963. Entre las condecoraciones otorgadas al artista figuran: Gran Cruz de la Orden San Silvestre Papa, concedida por el Papa Pío XII en el Vaticano, Italia, 1955; Gran Oficial de la Orden del Mérito de la República Italiana, Roma, Italia, 1 957; y Encomienda de la Orden del Águila Azteca, México, 1966.

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ROLANDO LÓPEZ TRÓCHEZ

Nació en Tegucigalpa el 24 de agosto de 1957. Sus padres son dos sastres, Fernando López y Herlinda Tróchez de López. Cursó la educación primaria en la escuela República de Chile. La educación secundaria la hizo en el Instituto Central, de Tegucigalpa, culminándola en 1976. Concluido su bachillerato, ingresó en la Escuela Superior del Profesorado, hoy Universidad Pedagógica, para seguir la carrera de Lenguas y Letras, estudios que abandonó cuando estaba a punto de graduarse por haber descubierto que su verdadera vocación era la pintura.

América, mitos y leyendas Técnica: acrílico sobre tela

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Desde muy temprano se despertó en Tróchez el interés por el arte, pues cuando niño, su madre, quien hacía excelentes dibujos, lo motivaba mostrándoselos y haciéndolo trazar rayas con un lápiz. En la Escuela Superior se incorporó a los cursos libres de pintura y dibujo que allí impartía el maestro Virgilio Guardiola y fue precisamente en esos cursos donde llegó a convencerse de que su vocación era el arte y no la literatura. Tróchez termina los cursos libres de Guardiola en 1980 y, a petición de su maestro, se incorpora como ayudante al Taller de Artes Plásticas dirigido por aquél en la Escuela antes referida. Desde ese momento comienza a dedicarse sistemáticamente a la pintura, siempre bajo la orientación de Virgilio. Un paso decisivo en su formación fue el haberse incorporado al “Taller Dante Lazzaroni” que organizaron Guardiola, Burchard, Cruz y otros. Como es lógico, en el taller antes dicho se discutían los problemas del arte y se elaboraban líneas comunes para el trabajo de la pintura en el país, donde imperaban entonces graves problemas políticos y sociales. Rolando asimila con ventaja todo ese esfuerzo colectivo y ello le permite avanzar firmemente hacia los propósitos que se había planteado. Como es obvio, Tróchez ha tenido una evolución artística perfectamente definida. Su primera exposición, realizada a mediados de 1974 en la Alianza Francesa bajo el título “Apocalipsis”, incluye cuadros de típica factura expresionistaimpresionista, donde los colores oscuros acentúan el efecto desconcertante de los diablos y calaveras tomadas como temas. Con la experiencia ganada en estos trabajos y la buena recepción de los mismos por parte del público, Tróchez se dedica a la búsqueda de una depuración cada vez mayor de las formas, así como a un manejo más elaborado de los colores. Los frutos de tal esfuerzo pudieron verse en la exposición real izada con Víctor López en el Instituto Hondureño de Cultura Interamericana (IHCI). Allí fue posible apreciar cómo la línea depuradora adoptada por Tróchez había llegado a un punto decisivo, el cual madurará plenamente a lo largo de los años 1990 y 1991.

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Así llega Tróchez a un estilo básicamente surrealista o de “realismo fantástico”, según lo han definido algunos comentaristas. Decimos “básicamente” porque sus cuadros son más bien una combinación de elementos estilísticos, dentro de los cuales las imágenes realistas, impresionistas y expresionistas se articulan con formas de procedencia onírica para producir la unidad de una obra sorprendente y vigorosa. Sin embargo, el efecto general o la atmósfera de cada uno de sus cuadros, no obstante esta variedad de elementos, es indudablemente surrealista.

Concierto cósmico Técnica: acrílico sobre tela

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Esto es lo que pudo apreciarse en la exposición hecha por él en el antiguo Paraninfo de la Universidad Nacional Autónoma durante el mes de abril de 1992 bajo el título “América, mitos y leyendas”. En varios de los cuadros de esta muestra la figura humana aparece delicadamente pintada a base de granos de maíz, con lo cual se busca subrayar la autoctonía de nuestro continente respecto a la brutal invasión del mismo por los españoles hace precisamente 500 años. Tróchez considera el arte como un sistema organizado, a través del cual el hombre puede recibir y al mismo tiempo transmitir informaciones o estados de ánimo, aun cuando tal sistema sea muy particular. Dicho con otras palabras, Tróchez estima que cuando el artista ejecuta su obra lo hace movido por el deseo de comunicar algo y no por el simple afán de jugar con las formas. En cuanto a su preocupación central al pintar, él expresa que trata de hacer conciencia en el sentido de que el hombre está integrado al universo, es parte de él, y, por tanto, debe actuar dentro del mismo como elemento integrador y no desintegrador. Hay, pues, un contenido ecológico en el discurso plástico de Tróchez, pero no como una idea conservatista, sino más bien con un sentido más elevado: la consideración de lo humano dentro del universo y el universo dentro de lo humano, de tal manera que, siendo una misma cosa, no cabe la negación o la destrucción de lo uno por lo otro. Rolando tiene una paleta riquísima. Todos los tonos y los subtonos devienen invocados en sus cuadros —sin reservas de ninguna clase— para contribuir a la expresión plástica que interesa o preocupa al artista. Pero los colores no son puestos por él en forma pura, sino que los trabaja para conseguir con ellos, aun cuando sean intensos, efectos armoniosos de gran fuerza lírica.

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VÍCTOR LÓPEZ Nació el 23 de octubre de 1946. Es originario de Tegucigalpa. Estudió la enseñanza primaria en la Escuela República de El Brasil. Allí tuvo a la profesora Gloria de Jiménez, a quien recuerda con cariño por las frases de aliento que siempre le dio al conocer sus inclinaciones artísticas. Esto no fue así con sus compañeros de clase. Como él mismo informa, cuando la maestra le preguntaba a cada uno de sus alumnos qué iba a estudiar después, y la respuesta era que medicina, derecho o aviación, todos aplaudían; pero al informar él que pensaba estudiar pintura, los muchachos lo celebraban con una carcajada. Después de los estudios elementales, López logró obtener una beca para ingresar a la Escuela de Bellas Artes, lo que hizo en 1963.

Indiferencia Técnica: acrílico sobre tela

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Desalojo Técnica: acrílico sobre tela

Al mismo tiempo cursó el bachillerato en horas nocturnas. Concluidos estos estudios, pasó a trabajar como profesor de artes plásticas en varios institutos de enseñanza media de la capital, sin descuidar, naturalmente, su labor artística. Con la obra hecha bajo esas condiciones, ha expuesto personalmente he intervenido en varias muestras colectivas fuera del país, sobre todo en España y Estados Unidos. Durante su desarrollo como artista, López ha trabajado en distintas líneas. Al comienzo estuvo bajo la influencia del impresionismo, principalmente al hacer paisaje. También incursionó un poco por las vías del cubismo en su modalidad analítica. Finalmente, y como parte de una maduración personal lograda en el contacto con la terrible realidad hondureña, Víctor López se pasó al expresionismo de denuncia, línea que trabaja actualmente con mucho entusiasmo. Víctor López es hoy día profesor de planta en la Escuela Nacional de Bellas Artes.

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DELMER MEJÍA Nació en Santa Rosa de Copán el 24 de noviembre de 1954. Es hijo de dos educadores: Elías Neftalí Mejía y Aurora Dubón de Mejía. Cursó su educación elemental en la Escuela Jerónimo J. Reina. Asimismo, estudió en el Instituto Salesiano Santo Domingo Sabio, de aquella ciudad, la carrera de Perito Mercantil y Contador Público. Sus primeras manifestaciones artísticas las tuvo en la escuela primaria, donde sus profesores estimularon su capacidad para el dibujo al encomendarle carteles para las clases.

Compartimentación ecológica Técnica: acrílico sobre tela

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Según Delmer, su vocación artística le viene de su madre, quien hacía excelentes dibujos en el desempeño de sus actividades como educadora. Un hecho que lo marcó definitivamente a este respeto es el haber ganado el primer lugar en un concurso promovido en 1970 por la Alcaldía Municipal de Santa Rosa de Copán con el fin de obtener un diseño del Escudo de la Ciudad. Por esa razón, inmediatamente después de concluir la educación media en 1973, sigue los estudios de Bellas Artes, los que culmina en 1975. Durante los años de academia inicia su participación, con otros de sus compañeros, en exposiciones colectivas patrocinadas por distintas instituciones de Tegucigalpa. Una de esas muestras, que también contribuyó a consolidar su vocación artística, fue la organizada por la propia Escuela en 1974, a la cual Delmer envió varios de sus cuadros al óleo. Asimismo, tiene importancia especial para su desarrollo como artista la muestra colectiva llevada a cabo a mediados de 1975 en la Biblioteca Nacional con varios de sus compañeros de estudio. Esta exposición tuvo un gran éxito y ello condujo a que, en 1976, los participantes en la misma fundaran el “Grupo Zotz” (murciélago en maya), movidos por el deseo de hacer un arte popular, con exposiciones en parques, aceras, mercados, etc. Los fundadores del grupo, además de Delmer, fueron Ernesto Argueta, Oscar Mendoza y Armando Lara. Este taller funcionó durante cuatro años y su sede principal estuvo en un pequeño apartamento situado frente al parque La Leona, en Tegucigalpa. Delmer ha tenido tres etapas en su desarrollo artístico. La primera, de carácter académico, se manifiesta a través de cuadros dominados por la búsqueda de la definición personal, en los que asoman las influencias de sus maestros. De 1975 a 1980, el artista practica el realismo crítico, de contenido social, en el que, como es propio de tal escuela, predominan las intenciones comunicativas sobre los esfuerzos plásticos. Es a partir de 1980 cuando Delmer llega a un neofigurativismo expresionista, es decir, el tratamiento estético de las figuras dentro de un discurso previamente establecido por el artista, o sea que ahora se invierten los valores: primero el esfuerzo plástico y después la intención discursiva.

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Figura Infantil Técnica: acrílico sobre tela

El neofigurativismo en Delmer no es casual ni improvisado: responde más bien a una concepción filosófica perfectamente definida. Según este artista hondureño, en efecto, el arte es una forma de conocimiento que tiene el hombre para comprender y transformar el mundo; pero ese conocer no se hace a través de conceptos, al estilo de la común episteme, sino a través de imágenes estéticas, las cuales expresan, al mismo tiempo, las más altas cualidades del ser humano. De esto se desprende una consecuencia lógica: el arte cumple una extraordinaria función social en tanto que, al moverse en los niveles más elevados de lo humano, es capaz de convertirse en una fuerza eficaz para la humanización de cualquier orden social. Delmer considera que su trabajo como artista tiene ese sentido y a él se entrega con todas sus fuerzas. 162


El neofigurativismo expresionista de Delmer se caracteriza por desenvolverse no a través de grandes planos, como es frecuente encontrar en dicho estilo, sino por medio de finas bandas de color que definen las figuras. Estas por lo general no aparecen de modo explícito, sino más bien insinuadas dentro de estructuras composicionales complejas, de difícil lectura para quien sólo se ha acostumbrado a captar las modulaciones del realismo. La paleta de Mejía es rica, se mueve en toda la banda cromática, pero sus cuadros siempre tienen una atmósfera fría, pues los tonos cálidos son empleados con parquedad, solamente para exaltar momentos especiales de la obra. Por otra parte, en los lienzos de Mejía no hay espacios libres, donde el empleo de los tonos cálidos resulte una necesidad plástica. Sus cuadros se cargan totalmente de formas en una contigüidad estrecha, sin transiciones. Por ello sus obras, no obstante la variedad de tonos con que se estructuran, tienden a un monoritmo de profunda gravedad. Un ejemplo excelente del lenguaje particular desarrollado por Delmer hasta hoy es su cuadro “Compartimentación ecológica”, donde intervienen de manera generosa todas las características antes dichas. Se trata de una obra desarrollada en tres planos horizontales: el primero comprende unas casas a la orilla del mar, ambos elementos expresados no de modo tan manifiesto; el segundo es un ave de metal, un pájaro carpintero, que irrumpe en el centro de la obra de modo amenazante; y el tercero está constituido por unas sierras circulares, una figura humana que las maneja y fragmentos de madera distribuidos en todas direcciones. Se trata, pues, de un reclamo plástico nítidamente expresado: los pájaros carpinteros de metal que le ponen fin a la naturaleza frente a nuestros propios ojos.

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MARIO MEJÍA Nació en la ciudad de Comayagüela el 17 de abril de 1946. Hizo sus estudios primarios en la escuela República de Brasil. Durante este período escolar se manifestó su vocación artística, sobre todo respecto al dibujo. Por esa razón inmediatamente después determinar dicho nivel, ingresó en la Escuela Nacional de Bella. Artes, la que hubo de concluir en 1964. Terminada la academia, se dedicó a pintar profesionalmente y, al mismo tiempo, a obtener su bachillerato con el propósito de seguir una carrera universitaria. En 1964 algunas de sus obras forman parte de una exposición colectiva patrocinada por la Federación de Artistas Jóvenes Universitarios de Honduras. Asimismo, interviene en la muestra que, con motivo del veinticinco aniversario, organizó en 1965 la Escuela Nacional de Bellas Artes. Además, se hace presente en el Tercero, Cuarto, Quinto y Sexto Salones de San Pedro Sula durante los años 1965 a 1968. Mario Mejía participó en los “Talleres La Merced” y “Dante Lazzaroni” en los períodos que van de 1974 a 1976 y de 1982 a 1985. Como parte de ambos movimientos hizo numerosas exposiciones colectivas dentro y fuera de la capital. Después de esos esfuerzos de grupo, ha intervenido en múltiples muestras organizadas en Estados Unidos y el resto de Centroamérica. Mario Mejía desempeñó las funciones de Director de la Escuela Nacional de Bellas Artes y es en su administración que se inicia la más profunda reforma curricular dentro de dicho establecimiento. En efecto, hasta 1975 la referida Escuela trabajaba con la idea básica de preparar artistas de la pintura, la cerámica y la talla en madera. Este programa, sin embargo, se consideró muy estrecho, por lo que, a partir de ese año, se le dieron funciones docentes al centro en mención: preparar Maestros de Artes Plásticas para la Educación Media. Más tarde, en 1983, asumió también la responsabilidad de graduar Bachilleres en Artes Gráficas. Mario Mejía apoyó con entusiasmo toda la programación del caso.

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Cansancio campesino Técnica: acrílico sobre tela

Mientras estuvo en los talleres “La Merced” y” Dante Lazzaroni”, Mejía siguió la línea del expresionismo social, con la misma fuerza de denuncia que aquel grupo adoptó frente a una situación política muy compleja. Entonces su estilo se caracterizó por el empleo de colores crudos, muy fuertes, en los que abundan los bermejos, los azules y los marrones. Las figuras no se presentan de manera realista, sino modificadas en función de la denuncia que se busca hacer con la obra. Muy frecuentemente esta alteración de las relaciones formales vuelve un tanto enigmático el cuadro, pero un examen atento del mismo conduce a la solución interpretativa del caso.

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Al separarse del trabajo colectivo, comienza una evolución artística muy personal, que lo lleva a un neofigurativismo más poético, en el que las figuras, si bien continúan siendo tomadas como medios de expresión, no acentúan el aspecto de la denuncia, sino que más bien subrayan estados de ánimo. Este profundo sentido tiene precisamente su cuadro “Cansancio campesino”, en el que se ve un tratamiento rigurosamente plástico de la realidad. Dentro de esta línea trabaja actualmente Mario Mejía y, según afirma, se siente cómodo al seguirla, no sólo por lo que se refiere a la solución de los problemas técnicos, sino también por lo que respecta a su identidad personal con las formas que le son propias.

Figuras humanas Técnica: óleo sobre tela

Algunas de las obras de Mario Mejía han participado en exposiciones fuera del país, donde han obtenido indudable éxito.

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OSCAR MENDOZA Nació en Tegucigalpa el 20 de marzo de 1953. Es hijo de Roberto Gálvez y Genoveva Mendoza, originarios del departamento de El Paraíso. Los estudios elementales los hizo Oscar en las escuelas “Catorce de Julio” y “Francisco Morazán”, de Tegucigalpa, donde, si bien dibujaba, no tuvo manifestaciones artísticas notables. La educación media la cursó en el Instituto Central, donde comenzó también estudios de Comercio, carrera que abandonó al poco tiempo a causa de resultarle incompatible con sus inclinaciones. Por ese tiempo ya se había despertado en él un vivo interés hacia el dibujo y, al tener éxito entre sus amigos con las copias que hacía de distintas figuras, se formó el propósito de estudiar esta rama del arte para hacerse un profesional de la misma.

Tributo al poeta Técnica: acrílico sobre tela

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Por ello, buscando ser un dibujante, se matriculó en la Escuela Nacional de Bellas Artes a principios de 1971, cuyos estudios culminó en 1973. Entre los maestros que le dieron clases y que Oscar recuerda en forma especial se encuentran Dante Lazzaroni, Benigno Gómez y Martín Ventura. El recuerda que, como su interés inicial era el dibujo y no el óleo, al principio sentía verdadero pánico al trabajar con los colores. Fue Dante Lazzaroni quien, a base de consejos y expresiones de aliento, logró arrancarlo de ese complejo hasta superarlo totalmente. Concluidos los estudios de Bellas Artes trató nuevamente de sacar Comercio con el propósito de seguir la carrera de Economía en la Universidad, pero, una vez más, tales conocimientos no le despertaron ningún entusiasmo. Como es lógico, ello no dejó de desconcertarlo un poco en cuanto a su futuro. Sin embargo, en 1975 fue llamado para integrar el personal docente de la Escuela de Bellas Artes, lo que le permitió abandonar todo otro proyecto y consagrarse de lleno al arte en los dos aspectos, como creador y como maestro. Un hecho decisivo en su desarrollo artístico fue el haber organizado con Delmer Mejía, Ernesto Argueta y Armando Lara el ‘Grupo zotz” (murciélago en maya) con el propósito de llevar la pintura al pueblo, ya que éste no puede, por razones obvias, visitar las exposiciones y las galerías. El grupo trabajó intensamente dentro del expresionismo social, con cuadros de denuncia muy fuertes, lo que le sirvió a Mendoza para auto consolidarse como artista. Sin embargo, pasada esta etapa, de la cual quedan varias exposiciones colectivas y una individual, Oscar procura definir un vocabulario propio, apartándose incluso del riguroso expresionismo que había cultivado hasta entonces. Es ya a mediados de la década de los 80 que Mendoza comienza a derivar hacia un estilo neofigurativo, pero con resonancias un tanto realistas y surrealistas. Llegado a este punto, su esfuerzo posterior se concreta a efectuar una permanente depuración de las formas adoptadas como sustancia básica de sus cuadros. En varios lienzos se hacen patentes los rasgos definidores de este artista hondureño, pero dos de ellos nos parecen prototípicos al respecto. Uno se titula “Serenata para un amor anónimo”, en el que vemos a un ejecutante del acordeón con rasgos nítidamente realistas en algunas partes: la cabeza, el instrumento 168


musical y las manos. Lo demás de la figura se diluye o se pierde en una estructura geométrica que perfila una ventana y un muro. La máscara de teatro perfectamente integrada al conjunto le da a la escena el toque de un lirismo definido. El otro cuadro se titula “Tributo al poeta”, donde, como en el anterior, el rostro joven de un Darío aparece nítidamente representado en algunos de sus rasgos fundamentales, de modo que puede identificársele perfectamente. Sin embargo, otras partes del rostro y del cuerpo se pierden tras neblinas de color u otras formas imaginativas. Una rosa azul alude al famoso poemario con que Rubén irrumpió en el mundo de la poesía moderna. El cuadro es fundamentalmente lírico y todo él transpira una armonía delicada, lo cual lo convierte, sin duda alguna, en un magnífico tributo al gran portalira nicaragüense.

Melancólica Técnica: Acrílico sobre tela 169


LUTGARDO MOLINA Nació en Tegucigalpa el 6 de junio de 1948. Es hijo de Luis Alonso Molina y Thesla de Molina. Hizo los estudios primarios en escuelas de varias ciudades del país, como San Pedro Sula, La Ceiba y Trujillo, a causa de los continuos traslados de que era objeto el padre, quien se desempeñaba como oficial del ejército de Honduras. Ya desde niño hacía dibujos constantemente, lo que le valió más de una reprimenda por parte de sus maestros al considerar que, a causa de esta actividad, descuidaba los estudios de otras asignaturas. Al concluir la escuela primaria ingresó como ayudante en la Imprenta López, de Tegucigalpa, cuyo oficio trataba de aprender. Sin embargo, cierto día de 1963 varios amigos le solicitaron que los

Muerto por alimento Técnica: acrílico sobre tela

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acompañará hasta la ciudad de Comayagüela, donde iban a cumplir ciertas diligencias. Para su sorpresa, el grupo se dirigió a la Escuela de Bellas Artes con el objeto de matricularse y, ya allí, animado por aquellos amigos, también decidió inscribirse, paso que nunca antes había pensado dar. Lo curioso del asunto es que sus compañeros abandonaron los estudios al poco tiempo, mientras que él se mantuvo hasta el final y fue el único del grupo que se convirtió en artista. Durante los estudios académicos Lutgardo fue contratado por el Teatro Nacional Manuel Bonilla para hacer decorados de todo tipo, lo que le permitió desarrollar diversas técnicas del dibujo y la pintura. En esta actividad recibió la asesoría del maestro Dante Lazzaroni, quien efectuó iguales tareas en México, bajo la dirección de excelentes directores de teatro. Según Lutgardo fueron estas actividades, hechas por él con gran satisfacción, las que lo ganaron definitivamente para el arte, pues, aunque ya de niño dibujaba, nunca recibió los estímulos necesarios para definir su vocación. De Bellas Artes egresó Lutgardo en 1966 y, aprovechando la práctica que ya había tenido, pasa a trabajar de lleno con la directora teatral Merceditas Agurcia en la preparación de escenografías más profesionales. Al mismo tiempo no descuida su actividad como pintor, así como su capacitación en otros campos, principalmente el de la fotografía. Por ello a partir de 1975 comienza a enviar sus obras a diversas exposiciones nacionales y extranjeras, las que reciben el aplauso de la crítica. Desde 1975 hasta 1982 Molina intervino en veintitrés exposiciones colectivas a nivel nacional y estuvo presente en cuatro muestras internacionales efectuadas en Costa Rica, México y Estados Unidos. Como resultado de esta intensa labor, en 1978 obtuvo el Primer Premio en el certamen “Mito y magia” patrocinado por la Embajada de Brasil y el Ministerio de Turismo. También obtuvo el Primer Premio en un concurso abierto a principios de 1980 por la Universidad Autónoma de Honduras. En 1984 viajó a la ciudad de Los Ángeles, Estados Unidos con el propósito de pintar un mural sobre nuestro país, obra que fue ampliamente comentada por la prensa norteamericana y por el numeroso público que tuvo la oportunidad de apreciar el trabajo del artista hondureño.

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Lutgardo tiene una evolución artística peculiar. Durante los estudios académicos pintó figuras de estilo realista con fines de adiestramiento técnico; pero luego, a medida que se fue sintiendo más seguro en su trabajo, les comenzó a introducir cambios radicales a las formas, de modo que éstas dejaron de ser la pura y simple realidad para tornarse cada vez más inverosímiles dentro de una estructura compositiva también inusual. A partir de los 80 Lutgardo no ha cesado de incorporarle elementos nuevos a su estilo, el que, por sus rasgos generales, no por sus detalles, se aproxima a un surrealismo objetivo, es decir, un surrealismo que no trabaja con figuras oníricas, sino con formas naturales, ya sea tomadas sin modificaciones del entorno o transformándolas de manera caprichosa para hacerlas jugar un papel de gran fuerza plástica en la composición.

Bañistas Técnica: acrílico sobre tela 172


CONFUCIO MONTES DE OCA Es originario de La Ceiba, departamento de Atlántida. Nació en 1896 y murió en 1925, a la edad, como puede verse, de escasos veintinueve años. Desde muy niño manifestó sus inclinaciones artísticas, sobre todo en lo que se refiere al dibujo, por lo que hubo de recibir tempranos estímulos. A ello se debe que ya en la adolescencia se dedicara a pintar los paisajes tropicales de la Costa Norte de Honduras, con un excelente color y un magnífico trazo. Uno de sus mayores anhelos era visitar el viejo continente para conocer los movimientos artísticos de aquella parte del mundo y, de esa manera, perfeccionar sus medios expresivos. Con grandes esfuerzos de su parte viajó a Francia en 1919, estableciéndose en París. De inmediato se puso a pintar, ya que le fue imposible obtener una beca del gobierno hondureño para matricularse en la Academia. Fue, por tanto, un autodidacto. Como era lógico, Montes de Oca alternaba su actividad artística con el estudio atento de los grandes maestros franceses y extranjeros, cuyas obras podía apreciar en el París de posguerra. De ese modo, gracias a una indiscutible capacidad natural, al poco tiempo había logrado apoderarse de una excelente técnica. Es por ello que en 1921, es decir, a los dos años de su arribo, logró pintar su famoso cuadro “El forjador”, con el que obtuvo un importante premio en el fogueado ambiente artístico de París. Ese mismo año se trasladó a Italia para ver lo que se estaba haciendo allí en el campo artístico. Igual que a su llegada a la urbe del Sena, tan pronto se instaló en Roma, tomó los pinceles para hacer obra con motivos del ambiente: la campiña italiana, las calles más antiguas de la ciudad y algunos monumentos históricos. De su experiencia en Francia había llevado un figurativismo de tipo romántico, al estilo de Delacroix, en el que la figura humana era exaltada por su belleza y armonía de formas, utilizando para ello unos colores transparentes de gran fuerza. Pero su contacto con Italia le dio elementos para cambiar progresivamente de estilo, adoptando, sobre todo en el paisaje, la línea del impresionismo, que entonces tenía mucha presencia bajo la égida de Silvestro Lega, Tranquilo Cremona, Daniele Ranzoni y otros. 173


El Forjador Técnica: óleo sobre tela 174


Cuatro años permaneció Montes de Oca en aquel país dedicado exclusivamente a la pintura. Su obra de entonces —como ocurrió con la del período francés— fue del mismo estilo y la misma temática que la realizada por los artistas italianos, de modo que se confundió como uno más entre ellos, sin evidenciar para nada sus orígenes hondureños. En 1925 dispuso volver a Honduras animado por el propósito de emplearlas técnicas aprendidas durante su estancia europea en la representación de la temática hondureña, tan alejada de su arte a lo largo de todo ese tiempo. Por desgracia, dos meses después de su arribo a Honduras falleció sin poder cumplir a cabalidad tan justificado deseo. Su último cuadro es el titulado “Yo”, al que hubo de darle las pinceladas finales tres días antes de su deceso. En él quiso Montes de Oca reflejar los abatimientos de ánimo a que lo sometió una realidad despiadada. Por eso la pintura en referencia, de pequeñas dimensiones, representa a un árbol azotado por terrible vendaval.

Safo, 1933 Técnica: óleo sobre tela

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EZEQUIEL PADILLA Nació en Comayagüela el 14 de septiembre de 1944. Estudió la primaria en la Escuela República Oriental del Uruguay, de dicha ciudad. Durante esta etapa hacía copias de dibujos, lo que fue un buen incentivo para despertar sus inquietudes artísticas. Pero hay un hecho que lo motivó mucho entonces y es que en el referido establecimiento había una reproducción al óleo de una obra religiosa, la que él observaba diariamente. Era, según informa, un Cristo entre sus verdugos. El cuadro le causó un fuerte impacto por el color y la magnífica ejecución de las figuras. A causa de ello, desde esas fechas se hizo el propósito de convertirse en pintor. Lo cotidiano trascendente No. 1 Técnica: acrílico sobre tela

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Pero su vocación le viene por vía materna, facultad que también heredaron sus demás hermanos, principalmente Alejandro, quien se hizo un excelente dibujante y fue el que lo inició en la carrera artística, sobre todo después de que aquél se graduara de arquitecto. Durante la secundaria, que realizó en el Instituto Central, de Tegucigalpa, además de continuar con sus intereses pictóricos, mostró gran inclinación por la literatura, a la que hubo de dedicarle gran parte de su tiempo. Al concluir estos estudios se matriculó en la Facultad de Ingeniería. Simultáneamente ingresó en la Escuela Nacional de Bellas Artes, a cuyos estudios les puso fin en 1968. Entre sus maestros tuvo a Ivonne Marcheti, profesora de arte, de buena formación, quien, para ilustrar sus clases de historia, se servía de excelentes diapositivas sobre los maestros más famosos de Europa. Estas ilustraciones reafirmaron la vocación en Ezequiel, no obstante continuar con éxito los estudios de ingeniería. Ya durante el período de Bellas Artes Ezequiel pinta con bastante intensidad, de modo que en una época tan temprana de su formación, como es el año 1964, lleva a cabo su primera muestra individual. Los cuadros de ese momento son de clara influencia cubista, en su versión analítica, con bastante hincapié en la variedad de los tonos cálidos. Sin embargo, ya por esas fechas Ezequiel se encuentra en plena búsqueda, orientada hacia el mundo trágico que lo rodea, pero que todavía no puede reflejar con el vigor que le dicta el ánimo. Un hecho contribuyó a estimular el paso de este artista a una etapa nueva. Nos referimos a su participación en los grupos estudiantiles de tendencia revolucionaria que existen en la Universidad. Esos grupos, como es lógico, planteaban un riguroso cuestionamiento de las condiciones sociales predominantes, explicadas por ellos a la luz de diversas doctrinas de vanguardia. Aunque Ezequiel no asume una militancia más directa dentro de los mismos, es claro que asimila gran parte del pensamiento expuesto en su seno. Es así que, a partir de 1970, Padilla comienza a hacer una pintura más agresiva, de naturaleza esencialmente contestataria. Atrás quedarán entonces sus inclinaciones cubistas, pues ahora su línea de trabajo se inscribe abiertamente en el expresionismo político— social. Otros compañeros, egresados también de Bellas Artes, experimentan igual proceso y, sin ponerse de acuerdo, pintan los 177


Los desposeídos Técnica: Acrílico sobre tela

mismos temas y con similar indignación. Como era de esperarse, esta pintura no halló eco en el mercado del arte, pues iba más allá de lo que podrían ser las inconformidades sociales de los compradores. El encuentro casual de estos amigos determinó la formación de un grupo que fue bautizado como “Los artistas de lo no vendible”, en el que estaban también Aníbal Cruz, Gregorio Sabillón y Virgilio Guardiola. Este grupo condenó la “pintura comercializada” y, llevado por un espíritu realmente estoico, se dedicó a desarrollar la pintura de denuncia. Desde esas fechas Ezequiel Padilla no ha dejado de pintar dentro de la misma escuela e igual temática: la corrupción, el despotismo, la injusticia, la demagogia, el mercantilismo, el hambre, el desempleo, la opresión, etc. Su técnica es muy característica. Emplea colores puros en grandes planos, sin esfuminaciones; además, deforma 178


frecuentemente las figuras, a veces hasta los límites de lo monstruoso, para lograr mejor el propósito de la denuncia. La luz es manejada de manera uniforme, sin contrastes. A causa de todo esto sus cuadros no son decorativos; no están hechos para adornar exclusivamente las paredes. Son más bien algo así como gritos de rabia contra la injusticia que rodea al artista y que lo hiere en lo hondo. Ezequiel ha desarrollado y desarrolla sus temas no a través de cuadros sueltos, sino por series completas, en las cuales el mismo asunto aparece visto desde distintos ángulos. Algunas de estas series, cuyos títulos hablan por sí mismos, son las siguientes: “Transporte colectivo” (1973), “Saneamiento y hospital” (1978), “Marque así” (1987), “Mujer y reforma agraria” (1987), “Las fronteras” (1988), “Jesús expulsando a los ladrones del templo” (1989), “Madres solteras” (1990), “Signos vitales” (1990) y “Oro negro” (1991). Un cuadro donde se refleja todo el poder creador de Ezequiel Padilla es el titulado “Lo cotidiano trascendente”, con el cual ganó en 1989 el Premio Único de la Bienal Nacional de Arte, patrocinada por la Universidad Nacional Autónoma de Honduras. La obra es, en esencia, una fuerte denuncia contra los efectos destructores que tiene para la juventud una sociedad donde predominan las desigualdades y los privilegios por culpa de las fuerzas políticas tradicionales: el perro rojo y el perro azul. Violencia en el Parque Técnica: Acrílico sobre tela

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LUIS H. PADILLA Es originario de Caridad, departamento de Valle. Nació en 1947. Hizo la enseñanza primaria en la Escuela Francisco Morazán, del mismo pueblo. Su vocación artística se despertó temprano, principalmente en el dibujo y el modelado del barro. Los profesores y compañeros de aula aplaudían estas inquietudes de Luis, por lo que éste siempre se sintió estimulado. Pero el joven Padilla nunca tuvo conocimiento ni se imaginó que existiera la profesión de artista y, mucho menos, que hubiese un establecimiento donde se podía estudiar ese campo. Mujer en azul Técnica: acrílico sobre tela

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Figuras Técnica: óleo sobre tela

Después de la primaria se traslada a Comayagüela y entonces ocurre un hecho que él cuenta con entusiasmo. Resulta que, como el dibujo era su pasatiempo favorito, cierta vez llegó a la casa paterna un gato vagabundo, al que Luis tomó de inmediato como a uno de sus motivos artísticos. La obra le quedó bastante buena porque tuvo todo el tiempo necesario para trabajarla hasta en sus mínimos detalles. Al verla una vecina que tenía amigos en Bellas Artes dispuso hacer gestiones para que Luis pudiera matricularse en ese establecimiento, lo que hizo en 1965 y del cual egresa en 1967. Simultáneamente con las actividades académicas saca el bachillerato en horario nocturno, por lo que, al concluir el mismo, sigue la carrera de ingeniería en la Universidad, sin abandonar, como es obvio, su trabajo artístico. Por ese tiempo pintó algunos cuadros bajo la influencia de los muralistas mexicanos, es decir, dentro de un realismo claramente social. Sin embargo, como efecto de leer algunos libros fantásticos, hizo pintura negra con Dino

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Fanconi, algunas de cuyas obras fueron expuestas con gran éxito el año 1968 en el salón de la Biblioteca Nacional. Pero el estudio de la realidad hondureña dentro de algunas cátedras universitarias, llevaron a Luis al convencimiento de que era necesario hacer un arte más relacionado con los problemas del pueblo, es decir, lo que se llama un “arte comprometido”. Al discutir esto con sus compañeros de academia, principalmente Virgilio Guardiola, dispone fundar en su compañía el “Taller La Merced” el año 1974 con vistas a cumplir aquel propósito. Así pasó Luis a las filas del expresionismo crítico, línea adoptada en el grupo. Pero Luis, al preocuparse por los problemas sociales, nunca abandonó los puramente plásticos, es decir, el tratamiento de las formas. Por ello, si bien hubo de adoptar el postulado de que la esencia del arte debe ser el hombre y sus problemas, conservó una evidente independencia respecto al estilo. Con elementos del expresionismo, el cubismo y la figuración llegó a una síntesis que le satisfizo desde el primer momento: la neofiguración de contenido social. Al adoptar esta línea inmediatamente se sintió muy cómodo dentro de ella y por eso no la ha abandonado nunca, de modo que su desarrollo actual sólo consiste en la incorporación de nuevos elementos, variaciones en la temática y una progresiva ampliación de la estructura compositiva, pero sin apartarse del camino. Padilla se caracteriza por situar a la mujer como centro de su arte. Cuando vemos globalmente la obra que ha hecho hasta hoy nos sentimos inclinados a definirlo como “el pintor por excelencia de mujeres en Honduras”. Pero no se trata de mujeres privilegiadas, es decir, que visten ostentosos perifollos, sino más bien de mujeres humildes, las que viven en el campo o en los barrios pobres de la capital. El sello de Padilla es el uso de un solo color en todo el cuadro, esto es, en las figuras y el fondo. Emplea frecuentemente el verde, pero también el azul, el café y otros. Además, las imágenes no se desenvuelven en forma continua, sino que son interrumpidas por diversos elementos, ya pertenezcan éstos al vestuario o a objetos que las acompañan. El resultado de tal técnica —desarrollada al máximo por Padilla—, es el logro de una gran soltura en la composición y un efecto de movimiento que se revela en todo el cuadro.

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EDWIN PERDOMO Nació en San Pedro Sula el 6 de junio de 1952. Es hijo de Salomón Perdomo y Alma Mejía de Perdomo, originarios de Santa Bárbara. Hizo sus estudios elementales en las escuelas República de Cuba, San Vicente de Paúl y Leopoldo Aguilar O. En esta última recibió especiales estímulos al revelar sus inclinaciones artísticas, pues fue seleccionado para intervenir en un concurso de dibujo a nivel primario y ganarse un reconocimiento por su trabajo. Después de la primaria, Perdomo realizó estudios de Perito Mercantil y Contador Público en el Instituto José Trinidad Reyes, los que hubo de concluir en 1972. Durante este tiempo comenzó a pintar al óleo sin más dirección que su entusiasmo. Uno de los cuadros hechos en esa época, pintado con espátula, ganó el Primer Premio en un concurso nacional de pintura entre colegios de secundaria promovido por el Instituto José Trinidad Reyes. Hombre y tierra Técnica: acrílico sobre tela

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Como es de suponer, tal acontecimiento lo marcó definitivamente para dedicarse al arte y abandonar la carrera de Contador. Según su opinión, las inclinaciones por este campo le vienen del padre, quien, al ser de oficio pirotécnico, pintaba figuras de santos para utilizarlas en las ferias de la localidad, trabajo en el que Edwin intervenía con mucha frecuencia bajo la dirección de su progenitor. Después de concluir la educación secundaria, Edwin se dedica a trabajar con su padre en el negocio de fuegos artificiales montado por aquél. Sin embargo, su sueño era estudiar pintura. Un hecho fortuito contribuyó a resolver este problema. Cierto día del año 1973 le propuso a un coleccionista local un cuadro que había pintado, copia de una obra extranjera, y el sujeto se entusiasmó tanto al verlo que se lo compró por un precio tres veces mayor que el imaginado por Edwin. Con el dinero así obtenido y el entusiasmo que le despertó el hecho, dispuso viajar a Tegucigalpa en 1974 para matricularse en la Escuela Nacional de Bellas Artes, de donde egresó en 1976. En Bellas Artes Perdomo tuvo como sus principales maestros de pintura a Hermes Armijo Maltez, Luis H. Padilla, Dante Lazzaroni y Benigno Gómez, quienes le transmitieron no sólo conocimientos técnicos, sino también experiencias personales. Sin embargo, Edwin se esforzó en todo momento por desarrollar un estilo propio, no obstante la admiración que sentía por sus instructores, todos ellos de fuerte peso en la plástica hondureña. En 1977 trató de viajar al extranjero con el propósito de ampliar sus conocimientos artísticos, pero, no obstante haber tocado varias puertas, ello no le fue posible. A causa de tal hecho entró a trabajar como dibujante técnico en el Instituto de Antropología e Historia de Honduras. Estando allí se dio cuenta de que si no hacía esfuerzos personales más decisivos, lo más seguro era que la rutina técnica se apodera de él. Por ello comenzó una búsqueda intensa de estilo a fin de poder, al encontrarlo, dedicarse a trabajar como artista. En 1980 consideró logrado en parte ese objetivo y, con la obra hecha, montó su primera exposición individual en mayo del año siguiente, la que fue un rotundo éxito. El estilo con que arranca Edwin en 1981 es el “dripping”, después, naturalmente, de sus ensayos neorrealistas en la Escuela Nacional de Bellas Artes. Dentro de esta línea trabaja por varios años, pero se da cuenta de que mantenerse en la misma durante mucho tiempo era muy limitativo. Por esa razón, a la altura 184


de 1986 hace obra surrealista y abstracta, aunque sin abandonar por completo la tendencia anterior. Con un conjunto de obras desarrolladas dentro de esos tres estilos abrió, en 1989, una exposición personal en Guatemala, con notable éxito. A partir de 1990 Edwin pinta dentro de lo que él llama un realismo social, es decir, un realismo que se hace cargo de los problemas del entorno y los refleja de manera crítica. Uno de sus temas preferidos en esta etapa es el ecológico, pues Edwin siente una profunda admiración por la naturaleza. Perdomo practica un estilo definidamente neofigurativo, desenvuelto en figuras complejas que se empalman entre sí por medio de planos transparentes para dar un efecto de total integración. Sus formas, por tanto, no tienen límites separadores, sino que todas ellas se prestan elementos para completarse recíprocamente, ya que el recurso de la superposición es utilizado dentro del mismo plano y no tiene el propósito de lograr una ubicación lógica dentro de la perspectiva. Perdomo hace cuadros predominantemente unicromátícos. Sus obras no se desarrollan a base de contrastes en los tonos, según la caída de la luz, sino que se resuelven dentro de una sola luminosidad y ello conduce al predominio de un tono, por lo general el verde. Esto no es casual, pues Edwin considera a este color como la representación de la naturaleza misma, de modo que al acentuarlo en sus cuadros tal hecho tiene un simbolismo más que patente: se trata de exaltar la vida. Todos estos rasgos se pueden ver de manera nítida en el cuadro de Perdomo titulado “La Familia”, donde las figuras humanas: el padre, la madre y los hijos forman un todo compacto al cruzarse los planos del dibujo dentro de una integración recíproca. El cuadro transpira una gran delicadeza y es de fácil lectura, pues no hace uso de un lenguaje excesivamente metafórico. Podría decirse que este es, precisamente, otro de los rasgos definidores de Perdomo: el tener un discurso plástico asequible, no obstante la enorme carga de intencionalidad con que se estructuran sus obras.

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EFRAÍN PORTILLO Nació en Choluteca el 18 de diciembre de 1941. Es hijo de Rodolfo Portillo, comerciante, y de Inés Salinas de Portillo, maestra dedicada a la educación preescolar, en cuyo establecimiento inició sus primeros estudios el conocido médico y político Hernán Corrales Padilla.

Familia Técnica: acrílico sobre tela 186


Efraín hizo los estudios primarios en la misma ciudad de Choluteca y cursó la secundaria en el Instituto José Cecilio del Valle. Durante estos estudios fue alumno de Gustavo Cadalso y Eliseo Carranza en la clase de dibujo, quienes estimularon de manera entusiasta su vocación artística, por lo cual Portillo los recuerda con mucha gratitud. Al terminar el bachillerato, Efraín estuvo tres años en el ejército, donde también se valoró notablemente su capacidad artística al encomendarle trabajos de diseño y pintura, los que hizo con mucho éxito. En 1962 conoció a Max Euceda, quien le permitió frecuentar su taller y le dio instrucciones sobre el uso de los colores, el manejo de la luz y el empleo de la perspectiva. De ese modo, orientado por Euceda, Portillo comenzó a pintar sistemáticamente y lo hizo por espacio de cuatro años. Como es lógico, el maestro Euceda le transmitió su gusto por la figura realista, de estilo clásico, lo que Portillo pudo asimilar con gran facilidad, dadas sus facultades para el dibujo. En 1966 logró Portillo una beca del Ministerio de Educación Pública para ir a la Escuela de Bellas Artes de Roma. Durante varios meses tuvo problemas económicos, hasta el extremo de decidir el regreso a Honduras. Sin embargo, el maestro Benigno Gómez, quien había concluido sus estudios en aquella ciudad, lo animó y lo ayudó para que se mantuviera en la Academia. Así pudo concluir sus estudios en 1971. Durante este período tuvo como principales maestros a Renato Guttuso y a Alberto Ziveri, conocidos ambos en Europa, sobre todo el primero, por su militancia en un neorrealismo social inspirado en la condena a las barbaries del nazismo. Después de concluida la Academia, Portillo se dedica durante algún tiempo a pintar en Roma dentro de los lineamientos que había recibido de sus maestros, aunque, como él dice, sin imitarlos de una manera total. Su deseo, naturalmente, era regresar a Honduras con el propósito de continuar aquí su labor artística, pero en 1977 recibió una beca del gobierno italiano para estudiar escultura en el Instituto Italo-Americano de Roma, donde tuvo como maestro a Lorenzo Guerrini. Este le enseñó por espacio de dos años a trabajar de preferencia el mármol. Al concluir tales estudios en 1978 se dedicó a trabajar como escultor dentro de un estilo moderno, es decir, con formas esencialmente plásticas, al mismo tiempo que a la

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Cristo entre los suyos Técnica: acrílico sobre tela

búsqueda de un estilo propio en pintura. Su esfuerzo en este último sentido lo llevó a desembocar en una variedad del neocubismo, es decir, un cubismo totalmente distanciado del puesto en práctica por Picasso y otros de sus grandes cultivadores europeos. Portillo no descompone la figura en planos geométricos uniformes, sino que la descompone en planos que a su vez son descompuestos por medio de líneas. Hablamos, pues, de un doble cubismo, por cuanto se parte de planos reconstruidos para desintegrar luego las figuras. Pero lo sorprendente es que éstas no resultan ilegibles, sino más bien al contrario: la doble descomposición las hace surgir más nítidas y bellas en la estructura composicional. Todo esto pudo observarse en la muestra presentada por Efraín el 4 de enero de 1991 en la Galería Portales, de Tegucigalpa, donde la colección de Cristos pintados con esta técnica conquistó al público por su delicadeza, su armonía y hasta su piedad. 188


CÉSAR RENDÓN Es originario de la ciudad de Gracias, departamento de Lempira. Nació el 27 de enero de 1941. Hizo sus estudios elementales en varios centros de la República, terminándolos en la escuela Ramón Rosa, de San Pedro Sula, donde tuvo como profesor a Jorge Becerra, quien estimuló las inquietudes de Rendón sabiendo que así había comenzado años atrás su propio hermano, Moisés Becerra. Al concluir la escuela elemental, Rendón trató de matricularse en Bellas Artes. Sin embargo—como en el caso del español Juan Miró, a quien sus padres destinaban para el comercio—, la familia de Rendón dispuso que se hiciera perito mercantil, con cuyo propósito lo inscribieron en el Instituto Lasalle, de la misma ciudad Payaso Técnica: pastel

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César, naturalmente, no estuvo de acuerdo, pero, por más objeciones que puso, no le quedó otro remedio que atender los deseos familiares. Como era lógico, su falta de interés vino a parar en desaprovechamiento, lo que determinó que se viera obligado a recorrer no menos de diez colegios en distintas ciudades del país, entre ellas Santa Rosa de Copán, Tela, Puerto Cortés y Tegucigalpa. Por último, como una especie de recurso final, se le incorpora al ejército, inscribiéndolo en la Guardia de Honor durante el gobierno de Ramón Villeda Morales. Al concluir este servicio y ya cansado de tanto ajetreo, Rendón decide hacer los exámenes de admisión en la Escuela de Bellas Artes, donde se le acepta de inmediato. Allí, naturalmente, está a sus anchas, por lo que, habiendo ingresado en 1965, concluye los tres años del plan en 1967. Al salir de este centro quiso llevar a cabo una labor de promoción artística en la ciudad de Gracias, tomando en cuenta la escasa o nula actividad de ese tipo existente allí. Con el referido propósito organizó una especie de taller-escuela para enseñarles cerámica, dibujo y talla en madera a los jóvenes con aptitudes artísticas del lugar. También quiso hacer un monumento a la madre para fines cívicos. Pero todas estas iniciativas no pudieron desarrollarse plenamente porque fueron vistas bajo la óptica del sectarismo político, así que, en vez de apoyo, más bien recibió hostilidad. A causa de estas y otras dificultades en 1969 se traslada a San Pedro Sula llevado por la misma idea, es decir, fundar un estudio que le permitiera trabajar en el arte y, al mismo tiempo, impartir lecciones a los aficionados a este campo. En compañía de Jaime Salinas, otro alumno de Bellas Artes, llevó a cabo este esfuerzo, el que condujo a la presentación de una muestra colectiva que fue recibida con mucho entusiasmo por el público. Lamentablemente, el taller terminó cerrándose a consecuencia de diversos problemas y Rendón se vio en la necesidad de trasladarse a Tegucigalpa, donde trabajó en forma personal por algún tiempo. En 1973 viajó a México para hacer un curso de nueve meses sobre Museología por cuenta de la OEA. A su regreso y ya en el año 1974 se incorpora al “Taller La Merced” para trabajar en compañía de quienes lo integraban —Virgilio Guardiola, Dino Fanconi, Felipe Burchard, Lutgardo Molina, Luis H. Padilla, Víctor López y otros— 190


El mendigo TĂŠcnica: acrĂ­lico sobre tela

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El taller en referencia se mantuvo activo durante tres años, después de los cuales terminó cerrándose por problemas de local. En 1982, siendo Director de Artes Plásticas, Rendón contribuyó con el Director General de Cultura, Manuel Salinas, para reabrir el “Taller La Merced”, al que entonces se le bautizó con el nombre de “Dante Lazzaroni”, pero nuevamente hubo problemas de local y el centro terminó por cerrarse en 1985. César Rendón ha atravesado por varias etapas en su desarrollo como artista. Durante unos diez años trabajó el paisaje impresionista. También hizo geometrismo abstracto por vía de ensayo, sin que encontrara en dicha escuela algo que llenase sus aspiraciones. Finalmente adoptó una línea neofigurativa de acentos líricos, la que, según afirma, le satisface mucho y es con la que ha logrado sus mejores éxitos. Pero Rendón tiene algo especial: nunca está del todo conforme. Por eso actualmente trabaja en tres direcciones: el neofigurativismo ya dicho, el realismo mágico y el figurativismo. El primero es a base de óleo, el segundo combina el óleo y la tinta china y el tercero es sólo pastel, aplicado por medio de toques ligeros para producir un efecto de tapiz. En el neofigurativismo Rendón ha logrado un estilo completamente propio, de modo que resulta fácil identificarlo dentro de la pintura hondureña. Su técnica es el empleo sistemático de lo que se llama la “mancha controlada” o sea que, partiendo de masas informes de color, se elaboran las figuras y la composición que sugieren aquéllas. A causa de esto en Rendón predominan los rostros y no se ven mucho las figuras humanas completas. Se trata de imágenes vigorosas, pero casi siempre con una sutil tristeza plasmada en ellas. Los colores rendonianos predominantes son el amarillo, el azul y el café, por su orden, lo que constituye el sello artístico de César y por los que se le reconoce en todas partes.

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MARCO RIETTI Nació en Tegucigalpa el 24 de febrero de 1942. Estudió la primaria y la secundaria en el Instituto San Miguel, de la misma ciudad. Durante ese período comenzó a dibujar con mucho entusiasmo, labor que fue estimulada por sus compañeros y maestros. Sin embargo, su vocación por la pintura propiamente dicha se despierta a partir de 1956 cuando observa trabajar al pintor ceibeño, residente en México, Jaime Noya Reyes, quien ese año fue invitado a hacer el retrato del Jefe de Gobierno, Julio Lozano Díaz. El artista Reyes, por amistad con la familia, se hospeda en la casa de Rietti. Bajo las orientaciones técnicas de Reyes, Marco ensaya la pintura al óleo. Luego, cuando en 1958 regresa de Italia Mario Castillo y asume la Subdirección de la Escuela Nacional de Bellas Artes, le sugiere que tome algunos cursos libres de dibujo y pintura en dicho establecimiento.

Guitarrista Técnica: óleo sobre tela

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Con todas estas enseñanzas, Marco pinta cuadros de estilo básicamente realista, pero no se dedica de lleno al arte, pues, siendo Ingeniero Civil, con una especialidad en hidráulica, trabaja sólo ocasionalmente. Sin embargo, por los años 70 conoce al artista Miguel Ángel Ruiz Matute, quien, además de darle nuevos consejos técnicos, lo estimula para que pinte con más ahínco. El atiende estas recomendaciones y trabaja entonces con mucha disciplina, no sólo para perfeccionarse, sino también para intervenir en el movimiento artístico del país. A lo largo de la década de los 80, que es cuando se dedica de lleno a la pintura, Marco Rietti ha hecho cinco exposiciones personales e intervenido en dieciocho colectivas, tanto dentro como fuera del país. En 1980 obtuvo Mención Honorífica en el Primer Salón de Pintura Regional, de San Pedro Sula. Ese mismo año ganó el Segundo Premio en el Certamen de Pintura Nacional Esso y en 1982 logra el Primer Premio en el Tercer Salón de la Pintura Regional de la misma ciudad. Rietti inicia sus actividades artísticas en la escuela abstracta, basada fundamentalmente en el color. Después pasa al expresionismo figurativo, de fondo costumbrista, cuyos temas estaban vinculados a los personajes típicos de algunas etnias hondureñas, principalmente la lenca, así como a los altos dignatarios de los mayas prehispánicos. También ha hecho una especie de pintura simbólica al proponerse convertir en imágenes algunos de los conflictos que angustian al hombre contemporáneo. Por último, Marco Rietti ha trabajado el realismo lírico, es decir, un realismo que, al tomar la figura humana como centro, busca expresar aquellos ideales que son siempre entrañables para el hombre. Tal es precisamente el contenido de sus cuadros “La musa del poeta” y ‘La muchacha del Ajedrez”. Rietti se caracteriza por hacer uso de una equilibrada distribución de los colores, los que no son puros, sino trabajados según las exigencias de un naturalismo discreto. Su pincelada, dentro de dicha tonalidad, es uniforme, sobre todo cuando busca resolver los grandes espacios de las figuras.

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Obviamente, esto determina que los problemas de la luz y la sombra sean resueltos por él con base en las reglas clásicas y no conforme a un efectismo intencional.

Espejismo Técnica: óleo sobre tela 195


EILEEN ROBINSON Es de nacionalidad chilena. Llegó a Honduras en 1966 y desde entonces se ha dedicado a pintar en nuestro país sus notables acuarelas. El primer contacto con tierra hondureña lo tuvo en La Ceiba, lo que fue de una gran importancia para las futuras actividades artísticas que iba a emprender, pues la observación de la selva tropical, con su enorme riqueza de plantas, flores e insectos, la cautivó desde el primer momento. Aunque es de Valparaíso, toda su infancia y formación hubo de transcurrir en Viña del Mar. Allí se despertó su vocación artística a muy temprana edad, por lo que pronto pasó a estudiar el arte de la acuarela con maestros extranjeros de renombre, residentes o de paso por la conocida ciudad turística de Chile. Ella cita como una de sus primeras orientadoras en este difícil menester a la alemana Perta Schmitt, quien hubo de ponerla en el camino de un sistemático y serio profesionalismo. Luego, ya en etapas superiores deformación, fue discípula de la inglesa Francis Robertson y de las chilenas Carmen Villamonte y Bertha Escudero. Campesinos Técnica: acuarela

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Pueblo de Honduras Técnica: acuarela

Eileen es de orientación realista en su trabajo. Pero su realismo no es frío, sometido al marco que le impone el objeto artístico. Como ella ama lo bueno, lo dulce y lo armonioso, ya se encuentren estos valores en una flor solitaria o en un grupo de personas, sus obras transpiran una gran bondad, reflejo de la que atesora quien las hace. Por ello su realismo es idealista, no objetivo. En sus cartulinas palpita lo agradable de la vida, lo que, en vez de angustiar al hombre, más bien lo tranquiliza con un baño de serenidad. Las acuarelas de Eileen se caracterizan por una gran perfección en el dibujo: pleno dominio de la perspectiva y excelente capacidad para representar los motivos, ya sean personas, animales o cosas. Su pincelada es segura, sin vacilaciones y sin retrocesos, tal como exige el arte de la acuarela para no incurrir en lamentables caídas de la línea rítmica del cuadro. Aunque Eileen pinta mucho el paisaje hondureño, ella afirma, y así lo demuestra la mayor parte de sus trabajos, que más la apasionan las escenas humanas donde mujeres, hombres y niños dan muestras de seguridad y optimismo frente a la vida. 197


MANUEL RODRÍGUEZ Nació en Cantarranas, departamento de Francisco Morazán, el 9 de abril de 1946. Después de sus estudios primarios, hechos en la localidad, pasó a la Escuela Normal Pedro Nufio, de Tegucigalpa, con el objeto de seguir la carrera de magisterio, la que terminó en 1966

Conero Técnica: óleo sobre tela

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Escena de mercado Técnica: óleo sobre tela

Sus inquietudes artísticas se despertaron desde muy niño. Él cuenta que en el primer grado tuvo un compañerito, de nombre Adolfo Medina, que hacía notables dibujos en presencia de la clase. Eso le causó el deseo de imitarlo, y lo hizo tan bien que devino mejor que el modelo. Desde entonces no dejó nunca de ejercitarse y de avanzar en forma sistemática, tanto durante los últimos años de primaria como en los estudios de Normal. Mientras estudiaba magisterio, Rodríguez comenzó a pintar óleos dentro de la línea primitivista desarrollada en Honduras por José Antonio Velásquez, de quien se hizo muy amigo y recibió numerosas orientaciones. Pero, luego, sintiéndose un poco estrecho en esta escuela, pasó a pintar según la modalidad impresionista, utilizando la técnica de la espátula y la pintura gruesa.

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En 1968 obtuvo una beca para estudiar en el Museo de Arte, de Boston, Estados Unidos, donde permaneció por tres años. Bajo la influencia de sus maestros y el contacto del mundo artístico predominante en dicha ciudad, Manuel Rodríguez abrazó la tendencia abstracta con muy buenos resultados, pues varios de sus cuadros ganaron importantes premios en exposiciones colectivas. En 1971 volvió a Honduras para dedicarse exclusivamente a la pintura, lo que hizo durante siete años consecutivos. Como era de esperarse, al principio de esta nueva etapa prosiguió con la línea abstracta que había aprendido durante su permanencia en Boston. Sin embargo, cierta vez, como él mismo informa, tropezó en Tegucigalpa con el pordiosero Pancho, quien le produjo tal impresión que decidió pintarlo. Desde entonces abrazó el expresionismo de fondo folclórico que actualmente cultiva y del que se siente profundamente satisfecho. Los motivos plásticos de Manuel Rodríguez son vendedores ambulantes y pordioseros, a quienes pinta en forma natural, sin deformaciones estilísticas, y con gran colorido. ¿Por qué los ha tomado como sustancia de sus cuadros, teniendo, como tiene, una experiencia artística de alcance internacional? Porque —según explica—, de ese modo trata de que “el mundo repare en esos hombres, mujeres y niños para que alguna vez alguien haga algo por ellos”. Su folclorismo, pues, tiene un elemento social de clara intención.

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MIGUEL ÁNGEL RUIZ Nació el 1 de marzo de 1928 en la ciudad de San Pedro Sula, departamento de Cortés. Hizo la enseñanza elemental en la Escuela Ramón Rosa, de dicha ciudad. Tuvo un maestro único durante este lapso, el profesor Constantino Pineda, quien comprendió no sólo las aptitudes artísticas de Miguel Ángel, sino también las capacidades literarias de otros de los muchachos que componían la clase, por cuya razón en ningún momento dejó de alentarlos a todos. Ruiz no pudo continuar la secundaria por razones económicas. Después de concluir la enseñanza básica se dedicó al estudio del dibujo, siguiendo para ello las indicaciones de su hermano Enrique, hábil en dicha actividad. A la Escuela Nacional de Bellas Artes se incorporó a principios de 1941, donde permaneció hasta 1946. Después, en 1948, obtuvo una beca para continuar estudios de pintura en la Academia San Carlos, de México, los que culminó cuatro años después. Durante el período de sus estudios académicos había en México una numerosa emigración española, muchos de cuyos elementos más jóvenes cursaban pintura y fueron condiscípulos de Miguel Ángel. De ese modo el artista hondureño absorbió algunas de las tendencias sociales propiciadas por aquéllos respecto a la actividad artística. Fueron precisamente estos compañeros de aula quienes lo pusieron en contacto con el pintor mexicano, mundialmente conocido, Diego Rivera, quien lo incorporó al cuerpo de artistas que, bajo su dirección, pintaban entonces el Mural de los Insurgentes. Ruiz también trabajó en los murales que decoran la Biblioteca de la Universidad Nacional Autónoma de México. A principios de 1 953 regresó a Honduras, donde se hizo cargo de las clases de dibujo natural que se impartían en la Escuela de Bellas Artes. Mientras desempeñaba estas funciones se dedicó a viajar por la región occidental del país con el objeto de pintar motivos tradicionales, como la ceremonia del Guancasco y el entierro de infantes en las ciudades de La Esperanza y Gracias. En 1954 viajó a España con el fin de residir y trabajar allí por algún tiempo. Desde entonces ha permanecido en Europa, con frecuentes viajes a Honduras para exponer.

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Lázaro

Técnica: óleo sobre tela

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Durante la primera etapa de su actividad artística, Miguel Ángel fue un colorista objetivo, de tesitura popular. Luego, bajo el impacto de la experiencia española, pasó a manifestarse a través de un expresionismo de temas humanos cada vez más amplios, con lo que su arte, al dejar los motivos locales, se hizo incuestionablemente universal. Si partimos de que Miguel pone siempre en primer plano el contenido de la obra, de modo que la forma se subordina al alcance de este contenido, es válido afirmar que el artista hondureño continúa siendo un expresionista dentro del colorismo. Sin embargo, con respecto a este punto hay algo muy importante que debe subrayarse y es que Miguel Ángel mitifica los temas, es decir, en vez de representarlos en forma directa, tomándolos de los planos que ofrece la realidad, los hace pasar por un espejo para trabajar con las imágenes de éste y no con los objetos mismos. Es, pues, a nuestro modo de ver, un expresionista alegórico.

Flores Técnica: Óleo sobre tela

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Lo anterior puede verse en el hecho de que el arte de Miguel Ángel se caracteriza, no por una síntesis o modificación simple de las figuras, sino más bien por una transformación complicada, difícil, de las mismas, a base de grandes trazos de colores fríos sobre los cálidos de la imagen. Por eso el observador tiene que concentrar su atención para percibir los elementos objetivos del cuadro, pues su vista no se encuentra con las cosas mismas, sino con imágenes tomadas de otras imágenes, es decir, con grandes metáforas plásticas. El artista Ruiz Matute desarrolla una temática múltiple: los asuntos religiosos, los bodegones, los sucesos históricos, el retrato, los toros, etc. Su preocupación básica al respecto es exaltar los valores esenciales del motivo, a fin de obtener del observador una actitud favorable hacia el hecho representado. Este afán es más fuerte cuando se trata de obras que tienen un fondo místico, según puede verse en la serie “El Contemplado”, donde cada cuadro, en vez de una alabanza plástica, es una convocatoria a la devoción. Una de las principales obras de Matute es el extenso mural pintado por él en la sala magna del Banco Atlántida, en Tegucigalpa. El cuadro es una secuencia histórica de Honduras, a partir de la comunidad primitiva hasta llegar a los tiempos modernos, pasando por la conquista española y la Independencia. Este enorme lienzo está ejecutado en un claro estilo expresionista, con abundancia de colores fuertes y con un tratamiento bastante realista de las figuras, algunas de las cuales son retratos contemporáneos. Ruiz Matute ha presentado muestras individuales y colectivas en España, Inglaterra, Italia, Israel, Estados Unidos, México, Cuba, Costa Rica, Honduras y otros países. Desde hace varios años desempeña el cargo de Agregado Cultural de la Embajada de Honduras en Londres.

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GREGORIO SABILLÓN Nació en 1945. Inmediatamente después de concluida la enseñanza básica, ingresa como alumno en la Escuela Nacional de Bellas Artes, pues desde muy temprano dio muestras de interés por el arte. Su primera muestra personal la hace en 1964 bajo los auspicios del Instituto Hondureño de Cultura interamericana. La misma fue una excelente experiencia para él y, por ello, continuó su trabajo artístico sin distracciones de ningún género, gracias a lo cual le fue posible hacer cuatro exposiciones más en Honduras hasta 1968.

Principio femenino Técnica: Óleo sobre tela

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Ese año viaja a Barcelona, España, con el propósito de establecerse allí para conocer a fondo el movimiento artístico europeo y también para trabajar conforme a un personalísimo entusiasmo. Llevado por su deseo de triunfar, trabaja con firmeza y tesón, no obstante los problemas que se le presentan en un medio donde lo que más abunda son precisamente los artistas. Es así que, gracias a esa firme voluntad de éxito, apenas transcurrido un año de su arribo, realiza su primera muestra personal en Barcelona, dentro de un estilo que reflejaba aún toda la carga académica que le dio Bellas Artes. Aquella muestra no dejó de ser una sorpresa dentro de un medio donde los artistas, no sólo de la pintura, sino también de otras ramas, se apartan de todo academicismo para seguir sus propios impulsos creadores. La crítica fue un tanto escéptica frente a la obra del hondureño recién llegado. Sin embargo, él no se detuvo, sino que continuó trabajando con toda firmeza en la búsqueda de un lenguaje personal que le permitiera hablarles a los europeos con soltura y autoridad. Por eso en 1971 se presenta de nuevo y esta vez ya no es recibido con tanta sorpresa porque el hondureño ha comenzado a dar muestras de tener lo suyo. Desde entonces y hasta 1987 ha realizado dieciséis exposiciones individuales de gran éxito, dándose el caso récord de que sólo en 1978 hizo siete muestras de ese tipo en Barcelona. Por supuesto, dentro del mismo lapso interviene también en un total de 33 muestras colectivas, lo que habla muy alto de su gran vocación de trabajo. Sabillón ha recorrido varias etapas en su desarrollo artístico. Al salir de la Escuela de Bellas Artes trabaja dentro de lo que podríamos definir como un realismo sintético, es decir, que se resuelve a través de amplios planos, sin detalles. Luego, a partir de 1971, ya en España, hace pintura abstracta con magníficos resultados, como lo confirman las siguientes palabras de Anne de Barry en el Suplemento Internacional del Herald Tribune, impreso en París: “los abstractos de Sabillón tienen un sentido del misterio muy medido y un delicado balance del color”.

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Múltiple femenino Técnica: acrílico sobre tela

Sin embargo, después de esta experiencia abstracta, con ensayos “espacialistas” estilo Fontana, Sabillón torna bruscamente a un neofigurativismo de naturaleza deformante, quizá burlesca, lo que ocurre a partir de 1974. De esta nueva etapa, dice el crítico español Arnau Puig: “aparece en su obra actual un color vivo y cálido puesto al servicio de una figuración que nos parece de raíz satírica y de 207


iconografía convencional, que cabría atribuir a un deseo de pasar por la picota a la historia y sus personajes”. De esta neofiguración deformante, Sabillón pasa poco a poco al surrealismo, primero de tipo onírico, después de sello menos paradójico, hasta convertirse en lo que podríamos definir como neosurrealismo o lo que también suele llamarse realismo mágico. Esta línea es adoptada por él a partir de 1977 y, desde esa fecha, la ha ido desarrollando sin cesar dentro de un estilo que la crítica europea, particularmente la española, considera propio del artista centroamericano. Ese es, naturalmente, el premio a la voluntad de trabajo que demostró Gregorio Sabillón desde el primer momento de su arribo a tierras españolas, pues, como decían los romanos, “Omnia labor vincit”, todo trabajo triunfa. Sabillón se caracteriza por el empleo de un excelente dibujo, expresión inequívoca de un gran dominio del oficio por su parte. Los tonos que emplea son suaves y rigurosamente trabajados para lograr los distintos efectos del realismo clásico que constituye la base de sus obras. El factor surrealista de éstas aparece frecuentemente en la solución que les da a las cabezas de los personajes centrales: pueden terminar en un cuerno, un ojo o simplemente desprenderse del cuerpo y aparecer en otro plano. ¿Qué quiere decirnos Sabillón con esa técnica? Simplemente lo que es cada ser humano. El éxito de Gregorio Sabillón como artista hondureño en España puede verse a través de las siguientes palabras del crítico Ángel Marsá: “En otro lugar he dicho que la pintura surrealista tiene en Gregorio Sabillón su maestro actual indiscutible. Ello encuentra confirmación plena...en una técnica minuciosa e irreprochable, lindante con el hiperrealismo. Gregorio Sabillón incorpora a su pintura las perentorias postulaciones de la teoría propagada por Breton y activada con diversa intensidad por los pintores Dalí, Masson y Max Ernst.”

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HORST SCHIFTAN Es de nacionalidad alemana. Vivió en Honduras por más de cuarenta años. Nació en la Alta Silesia en 1919 y murió en Tegucigalpa el 13 de Julio de 1990. Hizo la escuela elemental en su patria y comenzó la enseñanza media, terminando esta última en Holanda. Allí lo sorprende la Segunda Guerra Mundial y, al ser capturado por los nazis, se le conduce al campo de concentración de Buchenwald. Obtenida su libertad en 1942, dispone salir de Europa y, como en fechas anteriores, su padre y otros parientes se establecieron en Honduras, fue a este país a donde dirigió sus pasos.

Paisaje Técnica: acuarela

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Aquí se dedica inicialmente a la administración de hoteles. También trabaja durante quince años con la Rosario Mining Company, de la que llega a ser su Gerente Administrativo. Después de retirarse de la empresa vuelve a la línea de hoteles, habiendo sido administrador del Prado, en Tegucigalpa, y del Bolívar, en San Pedro Sula. Es, asimismo, fundador del Hotel Honduras Maya, donde se desempeñó durante diez años consecutivos. Las actividades artísticas las comenzó desde la infancia. Pero, aunque en Holanda visitó algunos talleres de pintura y tuvo la oportunidad de conocer la obra de numerosos artistas, Schiftan fue un autodidacto en este campo. Durante gran parte de su permanencia en Honduras no pintó por dedicarse a otras actividades. Sin embargo, a instancias del pintor Maury Flores, quien tuvo la oportunidad de ver algunos dibujos rápidos de Schiftan, tomó los pinceles para hacer acuarelas, sobre todo a partir de 1981. Desde entonces no dejó de pintar, haciéndolo con gran entusiasmo a medida que ganaba experiencia y su arte se perfeccionaba. Schiftan se hizo un apasionado de las cosas hondureñas: le gustaba el campo, las gentes, las ocupaciones en el área rural, los animales, en fin, todo aquello que constituye el mundo del trabajador agrícola de Honduras. “Este país —decía con mucha frecuencia— es una mina inagotable para el arte: pueden pintarse mil cuadros, un millón tal vez, y siempre se encontrarán temas nuevos para hacer otros tantos”. Schiftan fue un realista en su técnica, pero no en el sentido natural, es decir, que se sometiera en todo a las características y límites del objeto. Con mucha frecuencia recurría a la modificación plástica de los motivos, a fin de lograr los propósitos perseguidos en cada cuadro: efectos de abundancia, sequía, tormenta, entusiasmo, tristeza, etc., según el contenido básico del tema. Los colores de este artista son siempre transparentes y en ningún caso aparecen en planos inertes, sino más bien movidos por una luz vibrante. De todo esto resulta una atmósfera de gran vitalidad en el conjunto de sus obras, atmósfera que se gana de inmediato al espectador, quien no puede menos que manifestar de alguna manera sus emociones.

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MARÍA TALAVERA Nació el 24 de julio de 1929 y murió en 1981. Estudió la escuela elemental y la secundaria en el Instituto María Auxiliadora, de Tegucigalpa. Inicialmente quiso estudiar medicina, pero no le fue posible porque entonces esa carrera no estaba abierta para las mujeres en Honduras. Por esa razón viajó a Estados Unidos, donde cursó los dos primeros años de preuniversitario y comenzó a tomar cursos libres de arte. Además hizo deporte, en la rama de la equitación, para intervenir en varios eventos de esa naturaleza.

Girasol Técnica: óleo sobre tela

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En Estados Unidos contrajo matrimonio y ello la obligó a interrumpir los estudios superiores. Sus primeras actividades artísticas fueron de naturaleza artesanal, vinculadas a la cerámica y el decorado de interiores. Fue al regresar a Honduras cuando, al conocer a Gelasio Giménez, comenzó a interesarse por la pintura y a efectuar sus primeros intentos con óleos aplicados por medio de espátula sobre tela. Estos ensayos iniciales se hicieron dentro de la línea del realismo, aunque apartándose de la reproducción detallada. Naturalmente, su principal interés desde entonces fue depurar el estilo y darle una orientación específica a la temática. Su realismo, del cual nunca se apartó, fue cobrando fuerza al incorporarle intenciones expresionistas, sobre todo al pintar la figura humana, que tuvo en su arte un sitio siempre prominente. Pero ella no pintó el lado triste de la vida, sino más bien el lado alegre, jovial, por lo que sus figuras aparecen en todo momento con un aire de dicha en el rostro. Podría, pues, decirse a este respecto que María fue la pintora del optimismo, de la felicidad, y no del pesar o del sufrimiento. Esta línea de trabajo se manifiesta incluso cuando pintaba personajes populares o humildes, los que siempre aparecen en sus obras con una gran dignidad. Su propósito al tomarlos como tema no era poner de relieve su pobreza o su abandono, según se estila dentro de un folclorismo estrecho. Esta artista se proponía, como gustaba decirles a sus amigos, pintar lo humano de las personas, que siempre está presente en ellas, no importa el sitio en donde la vida las tenga. Pero, como es obvio, para llegar a este nivel artístico María tuvo que recorrer una evolución que no siempre le fue fácil, sino que le costó intenso trabajo. Primero hizo bodegones. Luego pintó girasoles, posiblemente en homenaje a Van Gogh. Con ese propósito sembraba estas flores en su casa para tenerlas en abundancia y poder pintarlas del natural, en sus distintas formas y en medio de los más variados objetos. Asimismo, pintó maniquíes para simbolizar los estados de anulación que lo antihumano es capaz de generar si no se le anteponen las debidas resistencias.

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El humanismo reflejado por María en su pintura también se expresaba de una manera práctica. Su casa era un refugio para los niños abandonados, a donde concurrían en busca no sólo de pan, sino también de atenciones que los hicieran sentirse con algún valor como seres humanos. Esta vocación le surgió como producto de haberse encontrado con un grupo de niños huérfanos en un hospital capitalino, a donde la artista estuvo recluida durante algunos días afectada por una crisis emocional. María Talavera nunca soñó con ser pintora. Su mayor deseo, expresado desde muy niña, era ser médica, es decir, una persona consagrada a la cura del dolor ajeno, aunque sin capacidad tal vez para curar el propio. A la pintura llegó por pura casualidad: al ponerle en sus manos el maestro Gelasio unos pinceles para que hiciera con ellos cualquier cosa, y fue así que descubrió su sensibilidad expresiva. Desde entonces se consagró a la pintura de un modo intenso, apasionado, casi obsesivo.

En la alambrada Técnica: acrílico sobre tela

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JOSÉ ANTONIO VELÁSQUEZ Nació el 8 de febrero de 1906, en el pueblo de Caridad, departamento de Valle, y murió en Tegucigalpa el 14 de febrero de 1983, a la edad de 77 años. Cursa los estudios elementales en la localidad, donde, si bien ya dibujaba, no lo hizo tanto como para rebasar los modestos elogios de sus parientes y amigos. Su padre, Valentín Velásquez, era soldado y tocaba la trompeta en una pequeña banda de Caridad. A los 18 años abandona su pueblo y se marcha a la Costa Norte de Honduras para trabajar en los muelles de Tela y La Ceiba. Durante ese tiempo, y como un medio de mejorar sus ingresos personales, aprende el oficio de barbero. Allí estuvo hasta 1927, cuando decide regresar a la casa paterna. Es entonces cuando, movido por un raro impulso, pinta su primer cuadro al óleo: una Virgen y el Niño, que regala entusiasmado a su madre, Dionisia Maldonado.

Paseo frente al muro Técnica: acrílico sobre tela

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En 1 929 Velásquez se traslada a la capital, Tegucigalpa. Allí aprende la telegrafía y es enviado a trabajar a distintos lugares de la República. De esa manera llega, en 1930, a San Antonio de Oriente, donde se queda por espacio de treinta años consecutivos y comienza en serio sus actividades artísticas, combinándolas, naturalmente, con sus funciones de telegrafista y barbero. Allí se casa en 1931. Antes de que naciera su primer hijo en 1932, Velásquez dispone regalarle algo y, como no encuentra nada mejor, como pudo se hizo de algunos pinceles y colores para pintar un cuadro de la campiña circunvecina, la que tanto le había impresionado desde su arribo. A partir de esa fecha les agregó a sus trabajos de telegrafista y barbero el de pintor. En sus ratos libres —que no eran muchos como puede suponerse— se iba con sus materiales a pintar, ya fueran paisajes abiertos o los rincones mismos de San Antonio, el que se hará famoso en el mundo entero precisamente por aquellos cuadros. El doctor Winston Popenoe y su esposa conocieron en 1943 a Velásquez. Ambos habían llegado con el objeto de dirigir la Escuela Agrícola El Zamorano y, como era necesario un barbero para los estudiantes, los esposos dispusieron hablar con Velásquez para proponerle el cargo. A fin de facilitar el viaje del maestro desde San Antonio al valle, los Popenoe le proporcionaron un caballo, de nombre Melvin. Por supuesto, aquel fue un trabajo más para Velásquez, de modo que se vio multiplicado por cuatro: telegrafista, barbero de su pueblo. barbero de El Zamorano y pintor. Al conocer los esposos Popenoe la obra artística de su rapabarbas, inmediatamente le prestaron apoyo, sobre todo haciéndole llegar materiales desde los Estados Unidos. Finalmente, por iniciativa de la señora Popenoe, que era de fina sensibilidad artística, se hizo una muestra con las pinturas de Velásquez en uno de los salones de la Escuela. El evento no tuvo mayor éxito por el lugar del mismo y también porque —debemos decirlo— aquella pintura tan ingenua y modesta resultó incomprendida durante los primeros momentos. Pero ni Velásquez ni la señora Popenoe se desalentaron. El siguió pintando y ella lo animó para que llevara sus obras en venta al Parque Central de Tegucigalpa. Con Melvin cargado de pinturas hasta las orejas, el barbero José Antonio y su familia

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El Zamorano Técnica: óleo sobre tela

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recorrían el largo camino hacia la ciudad: pero el culto público tegucigalpense tampoco mostró mayor interés en las obras del fígaro aldeano. Por ello las ventas eran exiguas y baratas: diez y quince lempiras cada cuadro, dependiendo del tamaño. Así, vendiendo hoy un lienzo y pasado mañana otro, Velásquez llegó hasta 1954, año en que los esposos Popenoe dispusieron organizarle una exposición en Washington, bajo el patrocinio de la Unión Panamericana. El evento, como era obvio, lo catapultó internacionalmente, de modo que la atmósfera de indiferencia, y hasta de no muy sutil burla frente a su trabajo, comenzó a desaparecer. Por supuesto, las ventas crecieron en flecha y los precios fueron un poco mejores, lo que determinó que Velásquez guardara definitivamente la navaja y las tijeras para quedarse sólo con los pinceles. En 1955 el artista de San Antonio de Oriente recibió el Premio Nacional de Pintura Pablo Zelaya Sierra, con cuyo motivo fue objeto de un alto homenaje por parte de las autoridades y las organizaciones culturales del país. Su pintura, claro está, sube nuevos escalones, y no sólo eso, sino que el propio artista es tratado con tales deferencias que se le elige alcalde de San Antonio. Con esos triunfos en los bolsillos decide establecerse en Tegucigalpa, lo que hace a principios de 1961. Por último, como para que las cosas fueran más completas, en 1971 la artista Shirley Temple decide hacer un filme sobre San Antonio de Oriente y los trabajos artísticos del telegrafista, barbero y pintor. Con ello el triunfo de éste es rotundo y no necesitará, como antes, cargar a un Melvin cualquiera con sus obras para venderlas una por una en el Parque Central. José Antonio Velásquez hizo un arte ingenuo, primitivista o “naif”, nombres todos con que se conoce este género. El mismo tiene sus fuentes en las pinturas espontáneas del hombre primitivo y también en lo que los niños dibujan abundantemente. A mediados del siglo XIX destacan al respecto el empleado de aduanas Henri Rousseau, el tipógrafo Paul Peyronet y el jardinero André Bauchant, en Francia; pero también hay excelentes ingenuistas en Yugoslavia, Alemania, Bélgica, España y otros países. En Norteamérica son muy conocidos Grandma Moses, Patrick Sullivan, John Kane y Joseph Kantor.

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El pato blanco Técnica: óleo sobre tela

El ingenuismo de Velásquez se caracteriza por su naturalidad e inocencia. Claro está, él nunca visitó una escuela de arte ni recibió directrices de nadie para hacer lo que hacía. Eso conduce a que la obra del barbero hondureño, hecha sin intencionalidad alguna, venga a ser lo que podríamos llamar un ingenuismo puro, como el practicado por Rousseau. Su predilección era pintar escenas aldeanas, tomadas del natural, y, como toda su vida productiva la pasa en San Antonio de Oriente, son los rincones de este pueblo los que aparecen una y otra vez en sus cuadros. Velásquez fue minucioso en sus obras, semejante al francés Louis Vívin, quien pintaba los edificios de París ladrillo a ladrillo. Lo mismo se aprecia en los cuadros velasquistas, donde vemos las tejas pintadas una por una, las lomas con los pinos casi contados, los perros orinando sobre las paredes o los troncos, y las personas ocupadas en algo. Los lienzos de Velásquez comunican inocencia, tranquilidad: son la representación de la vida rural contemplada desde lejos, sin los dramas que lleva dentro. 218


JULIO VISQUERRA Nació en Olanchito, departamento de Yoro, en 1943. Muy niño se trasladó a la ciudad de La Ceiba, donde cursó la enseñanza elemental en las escuelas Luis Landa y Francisco Morazán. A lo largo de estos estudios no tuvo estímulos que pudieran orientarlo hacia las actividades artísticas. Al contrario, él informa que uno de sus profesores siempre desaprobó las muestras de dibujo que le presentaba, criticándolas muchas veces en forma despectiva frente a sus demás compañeros.

Armadura Técnica: óleo sobre tela

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Muchacha con frutas Técnica: Óleo sobre tela

Esta actitud, nada pedagógica, en vez de amilanarlo, más bien despertó en Visquerra un afán creciente de superación, de modo que podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que de ella se deriva en gran parte su dedicación posterior a la pintura. Después de los estudios elementales no pudo continuar la secundaria por razones económicas. Para ayudarle a sus padres entró a trabajar en una farmacia. A los dieciocho años ingresó en la Escuela de Bellas Artes (1961), de donde egresó cuatro años después. A los pocos meses de su graduación viajó a Estados Unidos, donde expuso algunos de sus cuadros. Luego, en 1 966, se dirigió a Barcelona, España, atraído por el deseo de conocer el movimiento pictórico europeo. Al principio tuvo muchas dificultades para hacerse la vida en aquel país. Sin embargo, llevado por un alto espíritu de lucha y de triunfo, logró sostenerse como vendedor de libros y restaurador de antigüedades. Esa modesta posición le dio la base necesaria para visitar museos, conocer galerías privadas y tratar a numerosos 220


pintores, tanto nacionales como extranjeros. Además, cuando los medios económicos se lo permitieron, hizo viajes a otros centros importantes de actividad artística, en España y los países vecinos, principalmente Francia. Como todos los artistas, Visquerra ha tenido también su propia evolución. Inicialmente pintó dentro de una marcada tendencia expresionista; luego se le vieron inclinaciones identificables con el cubismo, adoptadas bajo el influjo de sus maestros en Bellas Artes. Sin embargo, durante todo ese tiempo y hasta 1976 permaneció en la búsqueda afanosa de una expresión propia, con cuyo fin hubo de estudiar la técnica y el color de numerosos maestros del Renacimiento italiano y el Barroco español, entre ellos Leonardo, Rafael, Caravaggio, Zurbarán y Goya. Al mismo tiempo Visquerra analiza con interés las corrientes surrealistas más avanzadas, entre ellas las que representan en Europa Salvador Dalí, René Magritte y Max Ernst. Con estos tres elementos: la pintura renacentista, la barroca y el surrealismo, Visquerra construye lo que será su propio lenguaje artístico: el surrealismo barroco, de contenido crítico. Los ingredientes del Renacimiento se encuentran en el tocado de las figuras, al estilo de Leonardo y Rafael; los impactos barrocos pueden verse en la plétora de los detalles, la perfección de los volúmenes y la intensidad del color. Por último, los aportes del surrealismo intervienen en la solución paradojal que Visquerra les da, con fines impresionistas, a determinados aspectos de las figuras representadas. Hablamos de un surrealismo crítico, a diferencia del onírico desarrollado por Dalí, porque Visquerra no hace de la figuración fantasmagórica el fin básico de su pintura, sino que más bien convierte las soluciones de pesadilla en el medio que le permite señalar los rebajamientos a que puede conducir, y conduce, una sociedad consumista, superflua y destructora de los más altos valores humanos. ¿Acaso no nos encontramos en el mundo moderno, cargado de oropeles, a mujeres y hombres completamente vacíos de espiritualidad, que actúan como si tuvieran cabeza de gallina, de pollo o de pato? Un elemento básico de la composición visquerreana es la presencia de las frutas delicadamente hechas, incluso con detalles naturalistas. ¿Qué papel juega ese factor en las sólidas estructuras construidas por el artista? Sin duda alguna, las frutas son el él un 221


símbolo inequívoco: representan vida, esperanza y movimiento. Por eso, al contrario de lo que ocurre en Zurbarán, las vemos siempre cayendo, casi nunca en estado inerte. La intención es clara: si existen enajenaciones en un medio deformante, también se da la posibilidad de la conquista del ser en ese mismo medio, siempre que se le anteponga una dinámica insumisa y creadora. Desde 1961 hasta 1991, Visquerra ha efectuado veinte exposiciones nacionales e internacionales. Sus cuadros se encuentran en colecciones privadas de España, Austria, Inglaterra, Suiza, Bélgica, Estados Unidos, México, Venezuela y Centroamérica. En 1988 trajo su primera exposición a Honduras, después de prolongada ausencia, la que se efectuó con gran éxito en el salón del Instituto de Cultura Interamericana, de la ciudad de Comayagüela. Desde entonces ha expuesto varias veces en Tegucigalpa y otras ciudades del país.

Nina Técnica: acrílico en tela

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PABLO ZELAYA SIERRA Nació en Ojojona, departamento de Francisco Morazán, el 30 de octubre de 1 896. Fue hijo de Felipe Zelaya e Isabel Sierra, trabajadores del campo ambos. Murió en Tegucigalpa el 6 de marzo de 1933 y su tumba se encuentra en el Cementerio General de Comayagüela. Estudió en su pueblo natal hasta el tercer grado de primaria, de donde se retira en 1903 para ayudarle a su madre en las actividades del hogar. Sin embargo, deseoso de continuar sus estudios, en 1908 le solicita una beca al educador Pedro Nufio para estudiar magisterio en la Escuela Normal de Tegucigalpa. Desempeñándose como sirviente logra culminar estos estudios en 1915. En 1916 viajó a Costa Rica para incorporarse a la Escuela de Bellas Artes de dicho país, donde tuvo como a uno de sus principales maestros al pintor español Tomás Povedano, de quien absorbió importantes conocimientos. En la referida institución estuvo apenas año y medio. Sin embargo, ese tiempo le bastó a Zelaya Sierra para mejorar considerablemente sus medios expresivos, como lo demuestran los retratos y los paisajes de tipo realista que pintó por entonces. A principios de 1920 el gobierno hondureño le concede una beca para hacer estudios de pintura en España, beneficio que le fue suspendido seis meses después a consecuencia de los altibajos políticos del país. Sin embargo, gracias a la tenacidad que le era característica, Pablo se mantuvo en España durante doce años, tiempo que le permitió conocer el movimiento artístico de aquella tierra, así como del resto de Europa. Durante sus estudios en la Academia San Fernando tuvo como a unos de sus maestros a Daniel Vásquez Díaz, quien ejerció una marcada influencia en el artista hondureño, así como en numerosos jóvenes latinoamericanos que concurrieron ha dicho establecimiento durante varias épocas. Vásquez estaba recién llegado de Francia donde estudió y trabajó en compañía de un nutrido grupo de artistas españoles, entre ellos Pablo Picasso, Juan Gris y Juan Miró, de modo que era un profundo conocedor de las escuelas que por aquellas fechas se desarrollaban en Francia.

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Como pintor, Vásquez fue un formalista convencido, es decir, para él constituía un hecho prioritario la representación plástica del objeto, independientemente de lo que el artista desea expresar. Sin embargo, no cultivó el realismo clásico, sino más bien un neorrealismo de corte vanguardista, pues no era partidario de una representación literal de las figuras, sino más bien de modificar estas conforme a una serie de principios para elevarlas a la categoría de valores estéticos. Por eso pintaba con tonos suaves, delicados, a fin de lograr grandes armonías

La hondureñita Técnica: Óleo sobre tela

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La muchacha del huacal Técnica: Óleo sobre tela

plásticas, en vez de los colores oscuros que se emplean tanto en la representación de contrastes agresivos. Al estudiar la obra de Zelaya Sierra resulta claro el influjo de aquel maestro: lo delicado de las formas, los tonos bajos, la composición múltiple y la atmósfera de tranquilidad que transmiten sus obras. Esto se ve principalmente en la mayor parte de los cuadros que pintó durante la época de la Academia y al poco tiempo de salir de ella, como es, entre otros, el muy conocido y extraordinario óleo “Las monjas”. Pero luego, como ocurre con todos los grandes artistas, Zelaya inicia un proceso de individualización neofigurativa que lo va alejando sin cesar del maestro Vásquez Díaz. Sus colores continúan siendo bajos, pero distribuidos en superficies menos detalladas; se amplía la síntesis de las figuras; y, lo más importante, su temática deja de ser exclusivamente española para incorporar los motivos hondureños. Todos estos cambios son notorios, por ejemplo en los cuadros “La muchacha del huacal” y “Dos campesinas”. En 1925 varios cuadros de Zelaya Sierra formaron parte de la muestra colectiva presentada por artistas españoles en el Salón

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de Independientes, de París, llamado así por pertenecer a un grupo de vanguardia dispuesto a emanciparse de toda influencia anterior. Luego volvió a España y presentó dos exposiciones personales, la primera en 1930 y la segunda en 1932. Durante esta última tuvo un resonante éxito, pues varios críticos de renombre, entre ellos Gil Fillol, se ocuparon de su obra. Interesado en contribuir al desarrollo de la pintura hondureña, Pablo decidió regresar a la Patria en 1932, trayendo consigo

Retrato de dama Técnica: Óleo sobre tela

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gran parte de la obra realizada en España. De inmediato se puso a trabajar la temática nacional con gran pasión y entusiasmo, acrecentados, sin duda alguna por la prolongada ausencia. Una de las primeras obras que hizo fue “Hermanos contra hermanos”, efecto, evidentemente, del impacto que le produjo a su espíritu la montonera de aquel año, así como el conocimiento histórico de las que habían ocurrido en épocas anteriores. Por desgracia, los anhelos plausibles de contribuir con sus enseñanzas al desarrollo de la pintura hondureña se frustraron al morir a los escasos cinco meses de encontrarse en la Patria. Sin embargo, la obra que trajo de España y la que pudo realizaren el país lo sustituyeron en aquel hermoso magisterio, pues con él se inicia lo que podríamos llamar la pintura moderna, de corte académico, en Honduras Pablo Zelaya Sierra es, en efecto, un paradigma de eficiencia y rigor técnico para todos los hondureños que, a partir de él, han tomado los caminos del arte.

Retrato de muchacha Técnica: Óleo sobre tela

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CARLOS ZÚNIGA FIGUEROA Nació en 1884 y murió en 1964, a los 80 años de edad. A principios de la década de los 20 viajó a España, donde hizo los estudios en la Academia San Fernando, de Madrid. Allí tuvo como a sus principales maestros a Viniegas y Alejo Vera. Sin embargo, el artista que más influyó sobre él, lo mismo que sobre Max Euceda, es Romero de Torre, un realista consumado.

Retrato de mi madre Técnica: óleo sobre tela

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El mendigo, 1938 Técnica: óIeo sobre tela

De acuerdo con esta escuela, Zúniga Figueroa se dedicó básicamente al retrato. Para dominar la técnica del mismo hizo muchas copias de los grandes maestros de la pintura española, cuyos cuadros figuran en el Museo de El Prado. Un Cristo, de Velásquez, en el que puede apreciarse la destreza técnica de Figueroa, se encuentra actualmente en la Catedral de Tegucigalpa. Al regresar a Honduras, Zúniga Figueroa se dedicó a pintar y dar clases a los jóvenes con inquietudes artísticas. Para ese fin organizó 229


en 1934 la Academia Nacional de Dibujo Claroscuro al Natural, en la que hubo de participar activamente la pintora hondureña Teresita Fortín. El Poder Ejecutivo se interesa por el proyecto y establece, mediante el Acuerdo No.47, de fecha 11 de agosto de 1934, una subvención de L. 1 25.00 en apoyo del referido establecimiento. Posteriormente, Zúniga Figueroa se dedica a las artes gráficas y a la política, por cuyo hecho, aunque nunca dejó de pintar, no lo hizo en forma exclusiva. Su obra suma unos 300 lienzos, algunos de ellos expuestos en Guatemala, El Salvador y Estados Unidos. Durante 1 939 hizo una muestra personal en Tegucigalpa, la que tuvo mucho éxito y fue para él una especie de consagración. Zúniga Figueroa recibió el Premio Nacional de Arte Pablo Zelaya Sierra en 1951. Como hemos dicho, la especialidad de Figueroa son los retratos, ejecutados dentro de un estricto realismo. Durante la época de mayor actividad pintó numerosas figuras de la sociedad hondureña, pero lo que más le atrajo y en lo que tuvo señalados éxitos fue representar a los próceres de nuestra Independencia. A este respecto es notable su cuadro “Francisco Morazán” que se exhibe en uno de los salones del Palacio del Distrito Central, en Tegucigalpa. Al final de su carrera artística Zúniga Figueroa hizo también realismo folclórico pintando a vagabundos, alienados mentales, mendigos y todos aquellos personajes que son algo así como el reverso de toda la sociedad humana. Por desgracia, gran parte de las obras que hizo de este tipo —las que sumaban un buen número— se quemaron durante un incendio en 1959.

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Este libro fue impreso en los Talleres de LitografĂ­a LOPEZ, S. de R. 1., en el mes de Agosto de 1994y su ediciĂłn consta de 1,000 ejemplares.

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