¿HA MUERTO LA PEQUEÑA NELLY?
José Luis Zárate
El capitán dio un par de órdenes, secas y precisas, antes de dejar el puente. La brisa nocturna lo envolvió de inmediato. Podría apresurarse en el estrecho pasillo hacia los camarotes o la cocina pero se quedó ahí, aferrando la barandilla de metal. El viento lo tocó con dedos fríos. Una brisa cualquiera sin rastros de tormenta. Dejó escapar una bocanada de aire, una nube blanca con el poco calor que había conservado puente adentro. Inhaló profundamente. Bebió la helada casi con alivio. La garganta se cerró, su respiración se volvió un estertor. Bueno, ya tenía un porqué concreto. Era tiempo de ir a su camarote, a la cálida cama que se había ganado con la jornada, al fuerte cigarro oriental que prendía cada noche junto con la bebida fuerte que se permitía en esas horas totalmente suyas. Podía quitarse las pesadas botas, ponerse ropa 1
cómoda y prender la lámpara para leer un rato antes de dormir, el periódico, un libro, las historias semanales del Master Humphrey´s Clock. En los últimos días cada hora era sólo un preámbulo para esos momentos. Bueno, ya no más. No se sentía con fuerzas para afrontar su camarote. ¿Qué pensarían sus hombres si lo vieran en la oscuridad y con la vista fija en un horizonte invisible aturdido de voces que no estaban ahí? Ellos lo entenderían. Sí, señor. Bastaba con que les diera las hojas que había dejado dispersas sobre su escritorio. Eso si no las hubieran leído ya. ¿Por qué no? Algún privilegio habrían de tener por transportarlas hacia Baltimore desde Inglaterra, recién salidas de la prensa del señor Dickens. El mal tiempo, trámites y problemas habían dejado en puerto al Teseo más días de lo deseado. Cuando se dieron cuenta una nueva
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edición del Master Humphrey´s Clock había llegado oliendo aún a tinta fresca. Los había alegrado. El capitán sonrió amargamente. No tendrían que esperar a regresar del largo viaje para enterarse qué había pasado con la pequeña Nelly. Era lo que preguntaban siempre cuando llegaban al otro lado del océano. ¿Cómo estaba ella, qué había sucedido página adentro, qué destino le había señalado con su pluma el señor Dickens? Una gitana le había contado que había tomado la mano del escritor y había tratado de saberlo leyendo las líneas de su palma. El capitán del Teseo la entendió perfectamente. La pequeña, hermosas, desvalida Nelly. ¿En qué momento se enamoró? ¿En qué línea exacta? ¿En qué página habíamos sucumbido todos a ella? Los ejemplares les eran arrebatados de las manos prácticamente al llegar. Habían aprendido a que era lo primero que se bajaba del barco. La revista semanal con los hechos de la vida de Nelly. En las largas noches del viaje, en los momentos suyos, el capitán había rozado esa vida y lo había transformado. No más cansancio, camarote infecto, soledad. 3
Nelly estaba ahí llevándolo a otra vida, compartiéndole sus desventuras y sus preciosas y escasas alegrías. Sí, todo era duro y cruel y Nelly merecía algo mejor. Y línea a línea buscaba que lo tuviera. Tal vez ahí, tal vez en ese momento cayeron ante ella. Cuando desearon que le fuera bien, que sanara el abuelo, que sus viajes tuvieran un final feliz. Ella y yo, se dijo el capitán. Qué infantil querer a alguien que no era más que una línea, un uso preciso de palabras. Qué inmaduro, qué tonto, qué estúpido llorar porque esa página se había roto. Nelly estaba muerta. No era justo. Las manos del señor Dickens estaban manchadas de sangre. No, no, se dijo. De tinta, tenía las manos manchadas de tinta. Nelly era un personaje. No podía morir en verdad porque no había vivido nunca. Una fantasía. ¿Qué importaba su triste, desgarrador fin?
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Importaba, se dijo el capitán en medio de la noche, mirando el mar negro. Si el Teseo se hundiera en este instante ¿cómo lo sabrían los suyos? Un telegrama, una carta de los armadores del barco, un artículo en el periódico. ¿No somos todos una línea? No importaba que fuera sólo una página. Cada línea se sentía intensamente cierta. Como la vida. Nelly era real. Tal real que podía morir. Tan real que estaba bien que llorara por ella. Se sorprendió del dolor en su pecho, del vacío. Había pensado arrojar lejos las hojas, dejar de leer cada tarde, renegar del señor Dickens. Pero ¿no le había dado también a Nelly? ¿No estaba viva y bien páginas atrás? ¿No su triste fin le daba mayor brillo a los momentos mágicos de su sonrisa? ¿No iba a releer esos instantes en sus tardes huecas para que Nelly fuera feliz mientras él la leía? Bueno, tenía que darles a sus hombres oportunidad de sufrir por Nelly, algún espacio libre en los deberes para que estuvieran a solas. 5
Hoy iba a haber un trago extra en la comida. Miró ya no la soledad del horizonte y la injusticia del mundo y lo indefensos que estamos todos ante el destino, sino a Baltimore a lo lejos y comprendió que tenían una respuesta ante la insistente pregunta de la buena gente que se reunía en el puerto para esperarlos. ¿Ha muerto la pequeña Nelly? Demonios, se dijo. Deberían llegar con velas negras. Arrojar los ejemplares al mar y dejar que ella viviera un par de meses más para esa gente. No ¿cómo podría? Merecían saber. Ella merecía que supieran. La pequeña, bella, delicada, hermosa, muerta Nelly. Tomó un último trago de aire frío y tristeza. Malditos escritores pero ¿qué iban a hacer? Así es la vida.
Texto para Dickens Remix Evento de “El Día mundial del libro” 22 de abril de 2012, que incluía lectura en el Palacio de Bellas Artes de la Ciudad de México. (Descrito así por el programa: Dickens Remix. Escritores de diversas generaciones y distintos intereses literarios escribirán un texto inspirado en los personajes, anécdotas y obsesiones de Charles Dickens. Participan: Elisa Corona, Eduardo Huchín Sosa, Rocío Cerón, Beatriz Espejo, Andrés de Luna, J.M. Servín, Eleonora Luna, José Mariano Leyva, José Luis Zárate)
José Luis Zárate (1966) México.
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