Al final de cada dia

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Al final de cada d’a Mar’a Contreras


Al final de cada d’a Mar’a Contreras © Mar’a Contreras, 2011 Dise–o y fotograf’a de cubierta: JosŽ Manuel Manzanero ISBN: 978-84-15482-84-0 ! !


Biograf’a Mar’a Contreras (Alcal‡ la Real, JaŽn, 1973), reside actualmente en Madrid y es licenciada en Derecho y diplomada en Empresariales por la Universidad Pontificia de Comillas (ICADE). Realiz— un M‡ster en el Ejercicio de la Abogac’a, un Curso Superior de Urbanismo y otros muchos cursos de menor calado y duraci—n que simultane— con ocho intensos a–os de actividad profesional. Tras abandonar el ejercicio de la abogac’a compagin— el ejercicio de la maternidad con una oposici—n de la rama jur’dica. Nada de lo anterior hac’a presagiar la aparici—n, varios a–os despuŽs, de Al final de cada d’a, su primera novela, fruto de la quietud y la espontaneidad. AunqueÉ volviendo la vista atr‡s, todo parece cobrar sentido. http://blogdemariacontreras.blogspot.com

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Nota preliminar Este libro contiene diversas referencias a hermosas melod’as seleccionadas no solo por su belleza sino, sobre todo, por su ’ntima conexi—n con las escenas descritas en los cap’tulos que las recogen. Al tŽrmino de tales cap’tulos se indica el t’tulo de la canci—n y su autor (o intŽrprete), para su f‡cil localizaci—n por aquellos que deseen escucharla utilizando las modernas tecnolog’as a su alcance. En tal caso, durante la audici—n se recomienda interrumpir la lectura a fin de evitar que el ritmo y letra de la canci—n interfieran en el ritmo y comprensi—n propios de la historia. Al final del libro figura un listado completo de todas las canciones mencionadas en el mismo.

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A Eduardo

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É no est‡ la cosa en pensar mucho, sino en amar mucho; y as’ lo que m‡s os despertare a amar, eso haced Santa Teresa de Jesœs

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Madrid, febrero de 2002

1. Las noticias ÐÀPap‡? Ðal telŽfono. ÐHola, Elvira, quŽ grata sorpresa, hace tanto tiempo que no llamabasÉ ÐTeresa, pap‡, soy Teresa. ÐPerdona, hija, es queÉ a tu hermana Elvira la vemos m‡s. Tœ vives tan lejos y llamas tan pocoÉ ÐHe dejado el despacho. ÐÀQuŽee? Otro arrebato de los tuyos, Àno? ÐNo, pap‡, no ha sido un arrebato. ÐSi es un magn’fico despacho. Eso es que ahora est‡s muy cansada. ÀPor quŽ no descansas un poco y luego hablamos? ÐNo hay m‡s que hablar, pap‡. Solo quer’a que lo supieras. Adi—s Ð cuelga. Un minuto despuŽs, al mismo nœmero: ÐÀMam‡? ÐÀQuŽ pasa, Teresa? Hace un minuto hablabas con tu padre, le cuelgas yÉ ÐMe caso. ÐÀQuŽee? ÐMam‡, llevo mil a–os saliendo con Eduardo, no es para sorprenderse. ÐS’, hija, si me parece estupendo pero es queÉ tu hermana se casa dentro de diez d’as, nos cuentas lo del trabajo, nunca hablas con nosotros porque no tienes tiempo para nada y de golpe tanta noticiaÉ Siempre has sido tan impetuosaÉ ÐBueno, ahora tendrŽ tiempo, mam‡. Un beso, adi—s Ðcuelga. ! !

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Teresa era una exitosa abogada de origen andaluz. Joven pero prometedora. Hab’a estudiado en la universidad m‡s prestigiosa del pa’s para futuros exitosos talentos. Trabajaba en un exitoso despacho madrile–o. Quince horas al d’a. Ten’a por novio a una joven y explosiva combinaci—n de honestidad, elegancia, inteligencia y pasi—n, todo ello envuelto en un glamuroso porte de estatua griega. Su exitosa vida transcurr’a entre taxis, oficinas, s‡ndwiches, donuts, telŽfonos, centros comerciales y ordenadores. Hasta que estall— y lo mand— todo al carajo. Menos a Eduardo.

2. La nueva vida Al d’a siguiente: Teresa duerme quince horas seguidas. Se prepara una suculenta ensalada Ðes lo œnico que sabe hacerÐ y se embriaga ligeramente saboreando unas cuantas copas del Vega Sicilia que le ha regalado uno de sus clientes. Se "traga" dos telenovelas y regresa a la cama. El segundo d’a: Teresa se embadurna de crema protectora pues lleva seis a–os sin ver la luz del sol. Se marcha a la calle escondida tras sus gigantescas gafas estilo Audrey Hepburn y se dirige al mercado. Est‡ lleno de olores, sabores, coloresÉ Disfruta. Luego se va al parque Santander. Es miŽrcoles, Áy hay gente en la calle! ÀQuŽ hace toda esa gente? Llega al parque. Lee el peri—dico. Pasea bajo el agradable sol invernal. Regresa a casa. Se cruza con Antonio, el conserje. Le dice Çhola buenos d’asÈ y no lo hace corriendo. El tercer d’a: Ya ha disfrutado mucho. Es hora de planificar su vida. Ahora no tiene ingresos y tiene que pagar el alquiler. ÀPrimer paso? Despedir a Fernanda. Suena horrible pero ya no tiene sentido. Le busca otro lugar donde trabajar para no dejarla tirada. Intercambia con ella cuatro palabras, m‡s que en toda su vida.

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El cuarto d’a: Coge la aspiradora. Le da calambre. Se rompe. Compra una nueva. Limpia la casa. Se acuesta. El quinto d’a: Llama a Fernanda para que regrese. Fernanda no puede, tiene un nuevo trabajo. Busca a otra persona en su lugar.

3. La familia ÐHola, mam‡, ÀquŽ tal? Ðsaluda Teresa por telŽfono. ÐHola, Teresa, Àc—mo est‡s? Pensaba que era otra vez tu hermana Elvira, hablaba con ella hace un minuto. ÐÀC—mo van los preparativos de su boda? ÐYa queda poco, estamos realmente agotadas. ÐYa, imagino. ÀY pap‡? ÀEst‡ nervioso? ÐBueno, ese es su estado natural Ðcontesta su madreÐ. Pero ya sabes que le encanta organizar, as’ que est‡ en su salsa. ÐÀCu‡ntos invitados van? ÐAlrededor de quinientos. ÐÁQuŽ barbaridad! Yo no pienso hacer eso en mi boda. En fin, si os puedo ayudar en algoÉ ÐNo te preocupes, hija, poco podr’as hacer tœ desde Madrid. Aunque, lo olvidaba, tu cu–ada anda como loca buscando unos zapatos para Roc’o a juego con el lazo de su vestidoÉ No recuerdo de quŽ color era; el caso es que aqu’ no los encuentra y me pregunt— si tœ podr’as ayudarla. ÐClaro, dile que me llame cuando quiera. Por cierto, Àllevar‡ Roc’o las arras en la boda de Elvira? ÐS’, claro. ÐEstar‡ para comŽrsela. ÐS’, est‡ guap’sima pero cada d’a es m‡s inquietaÉ Igualita que tu hermano de peque–o. ÐY el abuelo, ÀquŽ tal anda? ! !

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ÐComo siempre, muy contento, sigue sin tener ningœn sentido del rid’culo. Con lo serio que Žl era antes, Àte acuerdas? Eso s’, desde hace un par de meses tiene despistes importantes y de vez en cuando hace cosas extra–as. Claro que, ya son noventa a–osÉ o m‡s. ÐDe puta madre. Voy a llamarle a ver quŽ se cuenta, hace tanto que no hablo con ŽlÉ ÐMe parece estupendo, se llevar‡ una grata sorpresa. Y haz el favor de cuidar ese lenguaje. A Teresa le ha bastado con telefonear a su madre para ponerse al d’a en los pormenores de la familia Blanco. Elvira madre es una mujer comprensiva y de gran dulzura, lo que ha contribuido a crear su condici—n de intermediaria y depositaria de toda la informaci—n familiar, a excepci—n de las cuestiones profesionales en las que Vicente, su esposo, gusta de participar. En esta ocasi—n, sin embargo, Teresa no se quiere a limitar a las llamadas puramente informativas. Ahora tiene tiempo para conversar. La v’ctima elegida, el abuelo.

4. El abuelo y Amelia ÐÁHola, abuelillo! Ðsaluda Teresa, por telŽfono. ÐÁTeresa, quŽ alegr’a o’r tu voz! ÀC—mo est‡s? ÀCu‡ndo vienes por el pueblo? ÐPronto, abuelo, para la boda de Elvira. ÐMe han dicho que tœ tambiŽn te casas. ÐS’, abuelo, dentro de poco, antes del verano a ser posible. ÐCojonudo. ÐÀY tœ c—mo est‡s? ÐTambiŽn cojonudo. ÐAhora entiendo de d—nde viene mi rudeza hablando. ÐTu abuela siempre me disculpaba con una de sus perlas cuando yo hablaba mal. ÐÀQuŽ dec’a?

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ÐÇDecir un exabrupto de vez en cuando relaja el alma y destensa el ambienteÈ. Era tremenda, ya lo sabes. En fin, tu padre me ha dicho que has dejado el despacho. ÐS’, abuelo, peroÉ ahora no me apetece hablar de eso. Ya te contarŽ cuando vaya por all’. ÐDice que est‡s chiflada. ÐFant‡stico, si empezamos as’É ÐTodo ir‡ bien. "Fallamos el ciento por ciento de los tiros que no disparamos".1 ÐGracias, abuelo. Eres el mejor. ÐÀNecesitas dinero? ÐDe momento no, gracias. Aœn puedo pagar el alquiler y tambiŽn est‡ Eduardo. M‡s adelanteÉ ya veremos. ÐDi que s’, hija, a vivir el presente que es lo œnico que importa. ÀNunca te he contado lo que me dijo la abuela antes de irse? ÐNo. ÐÇDiviŽrteteÈ. ÐÀPor quŽ dijo eso? ÐAy, Teresilla, siempre has hecho tantas preguntasÉ Los j—venes de hoy pens‡is demasiado. Lo importante no se entiende, se inhala. ÐYa. Otra perla de Amelia, supongo. ÀAbuelillo?... ÁAbuelillo! Ð insiste Teresa ante la falta de respuesta. Tras un largo silencio se escucha al otro lado del telŽfono olvidado la voz del abuelo intentando imitar a su difunta esposa con esa oportuna canci—n de Serrat, Hoy puede ser un gran d’a, que ella cantaba como los ‡ngeles. Cuando era ni–a a Teresa le encantaba conversar con su abuela. Amelia era una mujer iletrada aunque impregnada de sabidur’a y ternura. Sus frecuentes y elocuentes silencios fueron siempre incomprensibles para una chiquilla tan joven e inquieta pero a Teresa le transmit’an una gran serenidad. Sin embargo, cuando se hizo mayor, su frenŽtica vida se erigi— cual barrera infranqueable entre una anciana de pueblo, de origen humilde y sin apenas formaci—n acadŽmica, y una !!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!! 1

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An—nimo

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joven perfeccionista, competitiva y ligeramente hedonista como la mayor’a de los j—venes de su tiempo. La m’stica religiosidad de la abuela tampoco consigui— contagiar al abuelo. Al menos, no en vida de Amelia. El abuelo comprendi—, tras su marcha, que para seguir hablando con su difunta esposa ten’a que desacelerar. Solo entonces dej— de trabajar, a sus escasos ochenta y dos a–os. Solo entonces inhal—, como Žl sol’a decir, toda su existencia. Lo que nunca hered— de Amelia fue su dulce voz, aunque s’ su gusto por canturrear parrafadas de canciones que parec’an creadas ex profeso para la ocasi—n. [Hoy puede ser un gran d’a Ð Joan Manuel Serrat]

5. La planificaci—n de la boda Por fin Elvira se ha casado. Teresa regresa a Madrid tras la boda de su hermana. Ahora le toca a ella organizar la suya. Eso es pan comido. Solo tiene que: Buscar iglesia Ð buscar restaurante Ð buscar vestido Ð hacer los cursillos prematrimoniales Ð contratar el coro de la iglesia Ð elegir mœsica para la fiesta Ð respirar hondo Ð buscar fot—grafo Ð hacer la lista de invitados Ð discutir con su padre Ð discutir con su suegro Ð escuchar Under pressure, de Queen & David Bowie Ð replante‡rselo todo Ð tomar Rescue Remedy2 Ð hablar con çlex Ð disculparse con su padre Ð disculparse con su suegro Ð resurgir como el ave FŽnix Ð comprar el regalo de Eduardo Ð comprar las alianzas Ð hacerse la primera prueba del vestido Ð encargar las invitaciones Ð respirar hondo Ð elegir el viaje de novios Ð hacerse la segunda prueba del vestido Ð hacerse las pruebas de peinado y maquillaje Ð elegir el ramo de flores Ð elegir la decoraci—n de la iglesia Ð ensayar la ceremonia !!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!! 2

Rescue Remedy (remedio de urgencia), es un remedio floral del doctor Edward Bach que tiene la propiedad de minimizar los estados de emergencia como nerviosismo, situaciones complejas, malas noticiasÉ proporcionando a la persona una mayor capacidad de reacci—n para volver a la normalidad. Gu’a pr‡ctica de las Medicinas Alternativas, 2000: 120-124.

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con el padre Dar’o Ð degustar el menœ Ð discutir con su padre Ð tomar Rescue Remedy y tila Ð reconciliarse con su padre Ð organizar las mesas de los invitados Ð discutir con medio mundo Ð gritar al perro de la vecina Ð suspender la boda Ð tomar Rescue, tila, valeriana y otros Ð hablar con çlex Ð recibir quince rosas rojas Ð escuchar Je lÕaime ˆ mourir, de Francis Cabrel Ð decir a Eduardo que le quiere Ð reanudar la boda Ð hacerse la œltima prueba del vestido Ð respirar Ð suspirarÉ

6. Primera disquisici—n de çlex ÐÀçlex? Ð pregunta Teresa, al telŽfono. ÐCaramba, Teresa, quŽ grata sorpresa, Àc—mo est‡s? Hace tanto tiempo que no ten’a noticias tuyasÉ ÐBien, bien, Ày tœ quŽ tal andas? ÐMuy bien. ÐÀTe interrumpo? ÐNo, estaba en la consulta analizando unas notas, ahora no tengo clientes. Dime. ÐEn realidad me gustar’a verte y charlar contigo Ðle pide Teresa. ÐMa–ana estarŽ libre a partir de las seis. Si quieres nos tomamos algo en El Verde. ÐMe parece bien, all’ estarŽ. Gracias çlex, un beso. Al d’a siguienteÉ ÐEst‡s fant‡stica, como siempre. ÐTœ tambiŽn est‡s estupendo, çlex. Besos, se sientan, piden sus consumiciones. ÐÀC—mo va todo? ÀQuŽ tal anda Eduardo? ÐMuy bien. Nos casamos. ÐVayaÉ Enhorabuena. ÀCu‡ndo? ÐDentro de poco. Estamos pendientes de que nos confirmen la fecha de la iglesia. Cuento contigo y con Aurora. ÐGracias, Teresa. Mi hija no sŽ si podr‡ venir. Ahora vive en Nueva York. Est‡ cursando estudios de teatro, siguiendo los pasos de su madre. QuŽ orgullosa estar’a de ella. ! !

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ÐMe alegro mucho. Est‡ con sus abuelos, Àno? ÐNo, los padres de Esther viven en Idaho. ÐAœn la echas de menos, Àverdad? ÐÀA mi hija? ÐNo, a Esther. ÐBueno, ha llovido mucho desde entonces. Adem‡s, ya conoces mi opini—n sobre todo esto. Al principio, cada cumplea–os de Aurora ten’a que hacer un esfuerzo para no llorar delante de ella. Aurora nunca conoci— a su madre, ni siquiera pudo estar en sus brazos al nacer, ya sabes. Fue muy dif’cil para los dos. Con el tiempo comprend’ que lo que hoy soy y lo que hoy tengo se lo debo a Esther. Nada pasa por nada. ÐS’, ya sŽ, no existe la casualidad Ðcorrobora Teresa. ÐExacto. Y, en fin, ya han pasado dieciocho a–os. Ahora cuando Aurora cumple a–os me siento inmensamente feliz y agradecido con la vida. Pero, no es de m’ de quien venimos a hablar, Àverdad? ÐPor supuesto que podemos hablar de ti, çlex, estamos fuera de tu consulta y a m’ me encanta escucharte. ÐGracias peroÉ dime, Àa quŽ se debe esta cita? ÐHe dejado el trabajo. ÐMe alegro. ÐÀTe alegras? ÐS’. ÐÀPor quŽ? Ð"La suerte va al coraje"3, Teresa. ÐS’, eso dicen todos. Pero para m’ no resulta f‡cil. ÐNo lo es. ÐÀEso es todo, çlex? ÐÀQuŽ quieres saber? ÐNo lo sŽ, pensŽ que tœ podr’as ayudarme. ÐNo. ÐÀPodr’as ser menos lac—nico, por favor? !!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!! 3

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Ennio.

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ÐNadie tiene respuestas para nadie m‡s que para s’ mismo. Detente y escœchate. Tras decir esto çlex guarda silencio y mira fijamente a Teresa. Esa profunda mirada le ha recordado a Teresa aquel d’a, varios a–os atr‡s, en que aquella atribulada y asustada joven de veinticinco a–os, en el umbral de la desesperaci—n, hizo un esfuerzo sobrehumano para acudir, como cada jueves, a la consulta de çlex. Aquel abrazo, las grandes manos de çlex sujetando su rostro, y esos dulces y elocuentes ojos verdes que la hicieron palpitarÉ Su experiencia vital Ðçlex era diecisiete a–os mayor que TeresaÐ, su aspecto atlŽtico, su porte sereno y su condici—n profesional transmit’an a Teresa la seguridad que tanto ansiaba en aquel momento de su vida. Pero todo eso formaba parte del pasado. Psic—logo y terapeuta gest‡ltico, çlex gustaba de todas las materias relacionadas con la mente y el esp’ritu. Al menos, desde que la vida zarandeara a aquel ni–o bien con la pŽrdida de su joven esposa en el alumbramiento de Aurora. Esa tristeza superada dej— sin embargo cierta huella en su semblante, ligeramente endurecido, que sintonizaba bien con la armon’a y madurez de su car‡cter. ÐÀQuŽ pasa, çlex? ÀNo me vas a decir nada? Ðpregunta Teresa, rompiendo el silencio. ÐD’melo tœ. Teresa empieza entonces a soltarse. Tras explicarle su miedo por el futuro y por su carrera profesional comienza a elevar el tono inicial del mon—logo y a culpar a media humanidad de su situaci—n. ÐBien, bien Ðle dice çlexÐ. La ira es un estadio emocional superior a la depresi—n. Veo que sabes c—mo soltarla. ÀTe sientes ahora m‡s desahogada? ÐMucho m‡s. ÐAhora, ni–a hiperb—lica, bebe un poco de agua, respira hondo y reconsidera todos los lindos piropos que acabas de proferir contra todo ser viviente. ÐVale, reconozco que he exagerado un poco. Pero es que no puedo evitar pensar que he desperdiciado toda mi vida para llegar donde nunca quise. ÐPero te obligaron. ! !

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ÐNo exactamente pero... ÐPero esta malvada y competitiva sociedad llena de borregos te amenaz— diciendo: ÇEste es el trato, nosotros te damos la palmadita y el apoyo, tœ a cambio sŽ productiva, competitiva, esbelta, perfecta, eficaz, discreta, complaciente, trabajadora y, por supuesto, har‡s lo que nosotros decidamos que es correcto y apropiadoÈ. ÐBingo. ÐÀY no crees que "É Es m‡s f‡cil calzarse unas zapatillas que alfombrar toda la tierra"?4 ÐNo te sigo, çlex. ÐSomos los œnicos responsables de todo lo que nos sucede. No intentemos cambiar a los dem‡s. Cambiemos, mejor, nuestro modo de pensar. ÐYa. Entonces toda la culpa es m’a. ÐNadie habl— de culpa sino de responsabilidad. La culpa es inœtil, nos paraliza. Se asienta en el pasado y el pasado no existe, est‡ muerto. Como dijo San Agust’n, "El pasado no es y el futuro no es todav’a". La responsabilidad, sin embargo, implica conocerse a uno mismo y nos permite modificar nuestra conducta, en el presente, para conseguir en adelante una vida m‡s plena. Y digo que somos responsables de lo que nos sucede porque nuestro pensamiento actual es el que determina nuestro futuro. Lo que creemos de nosotros mismos y de nuestra relaci—n con los dem‡s se termina materializando. En definitiva, somos v’ctimas de nuestros propios pensamientos. Como dijo Buda, "somos el resultado de lo que hemos pensado". Nuestros sentimientos, nuestras emociones, han sido creados por un pensamiento previo. Si ese pensamiento es de amor, las emociones son buenas. Si el pensamiento es negativo, las emociones, los sentimientos, son negativos. çlex hace un descanso para beber un poco y prosigue con su disertaci—n. ÐNo es la sociedad la que te exige la perfecci—n. Es cierto que ejerce mucha, much’sima presi—n, pero si tu autoestima est‡ a buen recaudo no ceder‡s a esa presi—n. Eres tœ la que te exiges. Nos !!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!! 4

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De Mello, ÀQuiŽn puede hacer que amanezca?, 55.

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exigimos demasiado cuando creemos que nos amar‡n por nuestros logros. Pero lo hermoso es que por el mismo hecho de existir tenemos derecho a ser amados. Y as’ ser‡, si tœ est‡s convencida de ello. Tenemos derecho a ser imperfectos, a equivocarnosÉ Cuando entendemos esto adquirimos una seguridad que transmitimos a los dem‡s, aprendemos a decir no, aprendemos a pedir, aprendemos a perdonar y a relativizar los problemas, aprendemos a re’rnos de nuestros errores, aprendemos, en definitiva, a amar la vida y agradecer todo cuanto nos rodea. Cuando nos queremos estamos en disposici—n de dar lo mejor de nosotros. Y eso que damos vuelve a nosotros multiplicado reforzando aœn m‡s nuestra autoestima. "Da lo que tienes para que merezcas recibir lo que te falta" Ða–adi—, citando nuevamente a San Agust’n. Teresa escucha atentamente. çlex continœa: ÐCreo que has dado un paso muy importante al dejar el trabajo, Teresa. Hab’a demasiado ruido en tu vida y necesitabas detenerte para poder pensar con claridad. Antes de realizar ninguna acci—n has de hacer una limpieza interior para aprender a amarte y, de paso, para aprender a amar y agradecer todo cuanto has dejado atr‡s. De lo contrario atraer‡s m‡s de lo mismo a tu vida. Cuando volvemos a conectar con el amor nos sentimos felices; la falta de amor nos conduce a la tristeza. Y "Dios lo que m‡s odia despuŽs del pecado es la tristeza, porque nos predispone al pecado". ÐY eso, ÀquiŽn lo dijo? ÐTambiŽn San Agust’n. Y Santa Teresa fue aœn m‡s rotunda: "De devociones absurdas y santos amargados, l’branos, Se–or". ÐTe encantan los m’sticos. ÐS’ Ðafirma çlex con una sonrisaÐ. En definitiva, Teresa Ð prosigueÐ, la felicidad no es la meta, es el camino. Y cuando somos felices con lo que somos, hacemos y tenemos, lo que m‡s deseamos llega f‡cilmente, aun sin pretenderlo. ÐEntonces, ÀquŽ debo hacer ahora, çlex? ÐChiquilla elŽctrica, ahora lo œnico que tienes que hacer es esa limpieza interior de la que te he hablado. ÐÀC—mo? ! !

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ÐLo primero de todo, descansa y cu’date. Cuida tu cuerpo, lleva una vida sana, duerme, haz ejercicio, come bien. Paralelamente cuida tu alma. Lev‡ntate cada d’a agradeciendo el sue–o reparador que has tenido y visualizando el maravilloso d’a que vas a tener. Da las gracias por todo lo que tienes y eres. Al principio basta con decirlo. Llegar‡s a sentir una gratitud profunda y sincera. Si hiciŽramos una lista de todas las cosas que podemos agradecer en esta vida nos sorprender’a el papel que empleamos. Puedes practicar la gratitud en cualquier lugar y momento pero no te vendr’a mal, ahora que tienes tiempo, acudir a una iglesia regularmente. El clima de paz que en ella se respira termina contagi‡ndote. La oraci—n, como la meditaci—n, ayudan a alcanzar la serenidad. Adem‡s de dar las gracias, pide lo que deseas con la certeza absoluta de que Dios ya ha puesto en marcha toda la maquinaria necesaria para que tu deseo se cumpla. Esto puede resultar al principio dif’cil de entender pero tambiŽn con la pr‡ctica llegar‡s a sentir esa intensa fe. Por lo dem‡s, haz tu vida normal pero camina m‡s despacio. Cuando comas, come. Cuando leas, lee. Cuando hables con alguien, habla y escucha. Cuando pasees, disfruta del paisaje. Intenta, sencillamente, hacer lo que haces, vivir aqu’ y ahora. No te plantees ninguna meta. Y al acostarte no escuches las noticias ni leas el peri—dico; vuelve a sentir la gratitud, da gracias por haber estado un d’a m‡s en este mundo. Llegar‡s a convertir todo esto en una costumbre. Cuando lo hagas habr‡s conseguido aquietar tu mente. No habr‡ rencor ni nostalgia por el pasado ni miedo por el futuro. Cuando la mente calla, el coraz—n habla y la conciencia despierta. Entonces sabr‡s quŽ debes hacer en cada momento, descubrir‡s infinitud de se–ales que orientar‡n tu camino. Santa Teresa lo expres— de una manera hermosa: "É no est‡ la cosa en pensar mucho, sino en amar mucho; y as’ lo que m‡s os despertare a amar, eso haced". Ðçlex, todo esto est‡ fenomenal peroÉ esta vida contemplativa no va conmigo. Quiero decir, llevo toda mi vida actuando y planificando. F’jate, cuando dejŽ el trabajo me dije: ÇAhora me dedico a descansar y disfrutar una semana. DespuŽs organizo mi boda. DespuŽs me caso y me voy de viaje con mi marido. M‡s tarde paso el verano con mi familia. Y en septiembre, regreso a Madrid y empiezo a buscar

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trabajo, un curso, en fin, algo productivoÈ. Siempre ha sido as’. Una meta, un plan, una acci—n. ÐY si ten’as todo esto tan claro, Àpor quŽ me has llamado ahora? Habr’a entendido que lo hicieras en septiembre o cuando tus planes empezasen a fallarÉ pero no ahora. ÐTe he llamado ahora porque en este perfecto y met—dico esquema mental hay algo que rechina, que no me hace sentir bien. ÐVer‡s, Teresa, si algo rechina en tu estupendo plan es porque hay algo que no te hace feliz. No te hace feliz saber que dentro de poco, segœn ese ajustad’simo esquema mental como tœ lo has llamado, te corresponde buscar un trabajo idŽntico al que acabas de dejar. Ahora solo ves dos opciones: no trabajar o trabajar en m‡s de lo mismo, y eso no te apetece. Sin embargo, hay infinidad de posibilidades y opciones para cada uno de nosotros. Somos seres polivalentes. Tenemos derecho a probar cosas nuevas, caernos, equivocarnosÉ ÐPero yo no quiero pasarme la vida aprendiendo a base de tortas. Si no sabes hacia d—nde te diriges te desorientas y das palos de ciego. ÐTeresa, los palos de ciego, las ca’das y los errores no existen m‡s que en nuestra limitada conciencia. Por eso no hemos de tener miedo a caernos. Cada error es una experiencia. No se cae quien no intenta. Ahora bien, si actuamos guiados por nuestra intuici—n daremos m‡s pasos certeros y menos traspiŽs. En otras palabras, el camino ser‡ menos tortuoso. La intuici—n libre de prejuicios no falla. Pero para descifrar los mensajes que nos dicta, nuestra mente debe estar en silencio y nuestro coraz—n rebosante de amor. De ah’ la importancia de esa limpieza interior. ÐÀPropones entonces que me quede tumbada dando gracias por todo hasta que la intuici—n me diga hacia d—nde he de dirigirme? ÐNo se trata de una quietud f’sica sino mental. Dicho de otro modo, de recuperar la alegr’a. Y la vida no nos va a decir hacia d—nde hemos de dirigirnos, sino cu‡les son los peque–os pasos diarios que debemos tomar para que nosotros, sin pretenderlo siquiera, vayamos formando nuestro camino. Insisto: la felicidad es el camino, no la meta. Pero para que esto funcione es necesaria una buena dosis de confianza y una ausencia total de miedo. Cuando decidiste dejar tu trabajo sin tener nada a la vista confiaste en la vida pero al salir de ese angosto ! !

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camino te has adentrado en un bosque inmenso lleno de posibilidades y te has desorientado. Has perdido la fe y te ha invadido el miedo. Y para sentirte segura intentas controlarlo todo y programarlo todo. Pero en la vida sucede como en el trabajo: programar en exceso las tareas de los subordinados denota una falta de confianza, incrementa la desidia de los trabajadores y reduce su eficacia. La confianza en la vida ha de ser plena para que nuestros deseos se cumplan. DejŽmonos sorprender por ella porque las posibilidades son infinitas. Ten fe, Teresa, que todo llega, sencillamente, cuando tiene que llegar. Cada d’a tiene su af‡n. Teresa propina un impulsivo beso en la mejilla de çlex y le dice: ÐTe quiero, çlex, gracias por todo. ÐCreo que se hace tarde Ðresponde çlex, algo ruborizado, mientras hace una se–al al camarero para pedir la cuenta. ÐDeja, ya pago yo, despuŽs de la paliza que te he dado Ðdice Teresa. ÐDe eso nada, ya sabes que yo soy de la vieja escuela. ÐGracias, çlex. Te pondrŽ al tanto de mis avances. Da un abrazo a Aurora de mi parte. ÐLo harŽ. Tœ da recuerdos a Eduardo y t—mate lo de la boda con calma. ÐNo te preocupes, no podr‡ conmigo. Teresa se despide de çlex y regresa a casa caminando. Mientras lo hace coge su MP-3 y selecciona Cantares, de Serrat, dedicado al gran poeta5, que hoy viene como anillo al dedo: "Caminante, [É] no hay camino, se hace camino al andarÉ" Al d’a siguiente Teresa se levanta inspirad’sima y dispuesta a cambiar. Todos se van a enterar de quiŽn es la nueva Teresa, una Teresa reciclada, amorosa, tranquilaÉ Tras sacar dinero del cajero para pagar su piso se acerca a la Iglesia de Nuestra Se–ora de los çngeles, justo al lado de casa. Mira de cerca a la Virgen. Siente que Ella la abraza y consuela con su mirada. El silencio que invade el templo penetra por sus venas y la inunda de paz. !!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!! *

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!Antonio Machado! '%!


Reza, agradece, pide. Desea poder sentir una emoci—n as’ el d’a de su boda en lugar de dejarse llevar por la vor‡gine consumista que devora estas ceremonias. A la salida de la iglesia ve a un hombre entrado en a–os, con aspecto anodino y desali–ado y barba de cien mil d’as. Aunque Teresa no se ha percatado de ello, este se–or decora el banco frente a la iglesia desde hace varios a–os, todas las ma–anas de nueve a doce. Recuerda las palabras de çlex: ÇDa lo que tienes para que merezcas recibir lo que necesitasÈ. Y aprovechando los vientos favorables de su visceral car‡cter y su consecuente brote de generosidad, le entrega un billete de cincuenta euros. El se–or observa el billete, sonr’e con su inmensa y peluda bocaza y dice con acento francŽs: ÇGracias, amiga, saludos a EduardoÈ. Al escuchar esto Teresa le mira a la cara y lo reconoce. Es el mendigo del barrio, el francŽs, su amigo. M‡s barbudo y m‡s viejo pero es Žl. Teresa le sol’a llamar amigo m’o o sencillamente, Amigo, porque nunca recordaba su nombre. Lleva a–os sin verle o, mejor dicho, sin percatarse de su presencia. Pero hoy ha decidido volver a incluirle en el plan del resto de su vida. Todos se van a enterar de quiŽn es Teresa, la nueva y reciclada Teresa. [Cantares Ð Joan Manuel Serrat]

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Alcal‡ la Real - Madrid, oto–o 1993 Nueve a–os antes de la boda

7. La muerte de Amelia Aœn no exist’a Eduardo. No en la vida de Teresa. Teresa ten’a entonces veinte a–os. Era septiembre y estaba en el pueblo, con sus padres. Estaba preparando ya sus maletas para volver a Madrid tras ese c‡lido verano que apuntaba a su fin. Dentro de poco comenzar’an de nuevo las clases en la facultad. Era de madrugada. El padre de Teresa contest— al telŽfono: el abuelo. La abuela no se encontraba bien. Los padres de Teresa marcharon para su casa. Cuando Teresa y su hermana Elvira llegaron a la casa de su abuela, Amelita, como el abuelo sol’a llamarla, estaba agonizando. Era la primera vez que Teresa ve’a llorar a su padre. Entonces lleg— el mŽdico, m‡s tarde el sacerdote. Le dieron la extremaunci—nÉ y muri—. La abuela ya no estaba, se hab’a ido para siempre. Sin su sill—n junto a la ventana. Tras enterrar a la abuela, Teresa viaj— de vuelta a Madrid con unos conocidos de la familia. Con el rostro compungido intent— no obstante simular su tristeza para no amargar a sus acompa–antes. Era de noche, m‡s tarde de lo habitual. Un grave accidente en la carretera los ten’a retenidos, casi parados. Para amenizar algo el viaje encendieron la radio. Eran las doce cuando, ya cerca de Madrid, escucharon un programa que se titulaba: Hoy es el primer d’a del resto de mi vida. La invitada ese d’a al programa era una tal doctora Salazar, de origen chileno. Su tono transmit’a paz y serenidad. En aquella Žpoca Teresa no era lo que se dice precisamente feliz. Su vida transcurr’a, de lunes a viernes, entre la facultad, su mesa de ! !

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estudio, la ingesta descontrolada de alimentos hipercal—ricos y las visitas al w.c. para provocarse los v—mitos; de s‡bado a domingo, entre juergas, borracheras y aventuras pasajeras con algunos de esos j—venes atractivos e indolentes cuyo nombre nunca recordaba. Cada salida nocturna y cada reca’da multiplicaban por diez su dificultad en los estudios. Pero ella no se daba por vencida, siempre hab’a conseguido lo que se propon’a y ahora ten’a que demostrar que era capaz de todo. Su padre hab’a hecho un gran esfuerzo para pagar sus estudios en una prestigiosa universidad y no pod’a andarse con caprichos. Adem‡s, no le gustaba el sabor de la derrota. En realidad no la hab’a experimentado jam‡s y esta no iba a ser la primera vez. Pero su situaci—n empeoraba y su salud se resent’a. Era necesario pedir ayuda pero no sab’a c—mo hacerlo ni a quiŽn. Fue entonces, ese d’a, con ocasi—n de aquel programa de radio, cuando se dio cuenta de que su abuela le hab’a puesto la soluci—n en bandeja. Teresa lleg— a casa a las dos de la madrugada. Entr— en su habitaci—n, abri— su armario y empez— a hacer limpieza. Una camisa blanca, unos vaqueros viejos, un par de zapatos del a–o catapœn, cinco camisetas, dos jerseys, bisuter’a barata, apuntes de otros a–os... De repente se escuch— una voz familiarmente ir—nica tras la puerta. ÐÀHay alguien detr‡s de esta monta–a? Ðpregunt— su somnolienta compa–era de piso. ÐPerdona, Ana, Àte he despertado? ÐÁNo, quŽ va! Suelo desayunar a las dos de la madrugada. ÐLo siento. ÀNo te interesar‡ alguna de estas cosas? ÐVeamos, si me las pongo en el dedo me–ique me quedar‡n de maravilla. Pero ÀquŽ mosca te ha picado? ÀNo puede esperar el mercadillo hasta las nueve de la ma–ana? ÐVer‡s, estoy haciendo limpieza espiritual y esto es un s’mbolo. Lo he escuchado en un programa de radio y de verdad que ayuda a romper con el pasado. ÐEst‡s de psiqui‡trico. ÐHa muerto mi abuela Ðdijo Teresa, entre l‡grimas. ÐLo siento, Teresa Ðse lament— su compa–era, abraz‡ndolaÐ. No sab’a nada. ÀPor quŽ no me llamaste? ! !

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ÐNo tiene importancia. En realidad se ve’a venir y ella no sufri—. Pero tienes raz—n. Ahora me ha entrado un cansancio repentino y debo dormir. Buenas noches, Ana. ÐBuenas noches, Teresa. Que descanses. Teresa despert— a las ocho de la ma–ana. Ana y su novio pasar’an todo el d’a fuera. Era el œltimo d’a de vacaciones, al d’a siguiente comenzar’an de nuevo las clases. Deshizo sus maletas. Se acord— de su abuela, derram— unas l‡grimas. Pens— en llamar a la doctora Salazar. No lo hizo. Se fue a Zara. Consumi—. Volvi— a casa. Pens— en llamar a la doctora Salazar. No lo hizo. Se sent— un rato a ver la televisi—n. Pens— en llamar a la doctora Salazar. No lo hizo. Se levant—, se fue hacia la cocina. Abri— la neveraÉ la cerr—. Volvi— al sill—n. Volvi— a levantarse, regres— a la cocinaÉ sucumbi—: seis magdalenas, dos s‡ndwiches de Nocilla, una bolsa de patatas, chocolate, quesoÉ no hab’a l’mite. El monstruo infame hab’a vuelto, no pod’a controlarlo. Avisaba por la ma–ana: ÇHoy tocaÈ. Y ella le respond’a: ÇNo, hoy no podr‡s conmigoÈ. Y Žl insist’a: ÇHoy tocaÈ. Y ella respond’a: ÇHoy noÈ. Y Žl insist’a: ÇHoy tocaÈ. Y al final venc’a Žl. Era m‡s fuerte que Teresa. Se apoderaba de ella, se introduc’a en su cuerpo y lo deformaba, aniquilaba su conciencia, transformaba sus instintosÉ Ahora el monstruo era ella, un monstruo sucio, grotesco, furiosoÉ Su dolorido y henchido est—mago estaba a punto de estallar. El monstruo se hab’a marchado ya, Teresa volvi— en s’. Busc— un punto de sujeci—n, coloc— sus manos sobre la mesa de la cocina, su pesado cuerpo se desliz— lentamente hacia el sueloÉ Se agarr— a la pata de la mesa y apoy— su cara en ella, en esa pata sucia y gris que tantas veces la hab’a visto llorar y que ese d’a no har’a una excepci—n. Nada en el mundo merec’a ya la pena para Teresa. No ve’a razones para seguir viviendo, para seguir luchando. No as’. Tras llorar largo y tendido con enorme desconsuelo y angustia vital recobr— la lucidez. Aœn faltaba la segunda parte. No hab’a mucho tiempo, en un par de horas regresar’a su compa–era de piso. Tendr’a que volver a sonre’r. O mejor, se meter’a en la cama y al d’a siguiente se excusar’a con otro intenso dolor de cabeza. No hab’a tiempo que perder. Su gr‡vido cuerpo se

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levant— con torpeza, anduvo hasta el cuarto de ba–o yÉ viaje de vuelta. Al d’a siguiente, Teresa se arrastr— hacia la facultad con aturdimiento y des‡nimo, dispuesta a afrontar, pese a todo, el primer d’a de clase del nuevo curso. El sentimiento de culpa, la desesperanza y el desconsuelo la acompa–aron durante todo el d’a. Al finalizar la clase regres— a casa caminando por la calle Alberto Aguilera. Se detuvo ante una florister’a ambulante. En realidad no observaba las flores, solo deseaba escuchar esa linda canci—n de los Gipsy Kings, Caminando por la calle, que sonaba en el radiocasete de la gitanilla y que le tra’a recuerdos de su tierra: "Caminando por la calle, yo te vi [É], ya un d’a yo me enamorŽ de tiÉ" Tras excusarse ante la insistente vendedora por no comprar nada levant— la cabeza y le vio all’ plantado, con su penetrante mirada verde clavada en ella. ƒl le regal— una sonrisa, se levant— su Panam‡ en se–al de cortes’a y prosigui— caminando en sentido contrario al de Teresa. [Caminando por la calle Ð Gipsy Kings]

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Madrid, oto–o 1993

8. La misteriosa Sof’a Eduardo segu’a sin existir. Teresa se decidi—, por fin, a telefonear a la doctora Salazar. ÐÀHola? Ðse escuch— al otro lado del telŽfono. ÐBuenas tardes Ðsalud— TeresaÐ. Me gustar’a hablar con la doctora Salazar, por favor. ÐYo soy la doctora Salazar, pero, favor, ll‡mame Sof’a. ÀEn quŽ puedo ayudarte? Sof’a era de origen chileno aunque llevaba casi toda su vida afincada en Espa–a. Hablaba con incre’ble parsimonia, dulzura y convicci—n. Pose’a una gran inteligencia emocional, producto, quiz‡, de una excelente combinaci—n de madurez Ðten’a cincuenta y cinco a–osÐ, experiencia vital y genŽtica. Ten’a por toda familia a un padre ya anciano que resid’a en Santiago de Chile por voluntad propia. Sin embargo, rezumaba tal mezcla de calma, misterio, ingenio y saber estar, que siempre andaba rodeada de gente. La casa de Sof’a era como la plaza del pueblo. Eran clientes o eran amigos, ella nunca distingui—. Licenciada en Medicina, nunca ejerci— como tal. Al menos respecto de la medicina occidental. Pronto se sinti— atra’da por la medicina tradicional china y march— a Pek’n varios a–os acompa–ada de su hermano (q.e.p.d.) para estudiar acupuntura. Al instalarse en Madrid continu— con el estudio de otras medicinas y terapias alternativas como el reiki. La acupuntura era el af‡n m‡s conocido de Sof’a, seguido del reiki, pero algunos solo acud’an a su casa para conversar con ella, a modo de terapia, y los de mayor confianza y ! !

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amistad le ped’an ocasionalmente la pr‡ctica de alguna percepci—n extrasensorial, sin duda su m‡s desconocida pero destacada habilidad. Los servicios de Sof’a no ten’an precio. Cada uno aportaba su voluntad Ðdinero, propinas importantes, regalos, atencionesÉÐ segœn sus posibilidades. Nadie se sent’a obligado a pagar ni a ayudar. Lo hac’an con placer. Tampoco a ella le importaba pedir favores. Sab’a cu‡les, cu‡ndo y a quiŽn pod’a pedirlos. No lo hac’a por intercambio sino por necesidad. Sab’a que el arte de pedir era tan importante como el de dar. ÇEn esencia, a todos nos gusta ayudar; ayudar es un ego’smo ilustrado, ya sabenÈ, sol’a decir. Su seguridad y autoestima solo eran igualables a su capacidad de servicio a la sociedad. Pero Sof’a nunca se preocup— por nada. Ni por buscar clientes ni por ayudar ni por formarse ni por aumentar sus ingresosÉ Ella sencillamente deseaba, ped’a y todo parec’a llegarle con facilidad. Su clientela era de lo m‡s variopinto. A lo largo de su vida profesional pasaron por su casa taxistas, sindicalistas, estudiantes, magistrados, empresarios, ejecutivos, amas de casa, prostitutas, altos (Çalt’simosÈ, dec’a ella) representantes del gobierno espa–ol, parados y un largo etcŽtera. Su hermetismo respecto a la identidad de estas personas proporcionaba a sus clientes una gran seguridad, especialmente a aquŽllos que ten’an una imagen m‡s pœblica. Uno de estos clientes dirig’a un programa radiof—nico e invit— a Sof’a a participar para dar su valioso consejo a los radioyentes. El programa se titulaba Hoy es el primer d’a del resto de mi vida. Y Sof’a entr— en la vida de Teresa. ÐVer‡ Ðdijo TeresaÐ, la escuchŽ hablar en un programa de radio y me pareci— muy interesante todo lo que dijo, por esoÉ ÐCielo, a m’ no me gusta mucho hablar por telŽfono. Favor, ven a verme y lo conversamos. ÐPeroÉ ÐTe espero. ÐPeroÉ Àa quŽ hora, quŽ d’a? ÐVen a la brevedad, cuando desees. Un beso, cielo Ðcolg—. Teresa estaba algo desconcertada. Estuvo a punto de desistir, no le parec’a formal. No hab’an concretado cu‡ndo ni d—nde pod’a visitarla. Pens— que, o la doctora Salazar estaba loca de atar o no le interesaba ! !

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tener m‡s clientes, pacientes o como quiera que ella les llamase. ÀY si resultaba ser un timo y le cobraba una millonada para luego desaparecer del mapa? Teresa no ten’a muchos ingresos, aœn era estudiante, adem‡s, no sab’a exactamente a quŽ se dedicaba esa se–ora. El caso es que en la radio dijo que practicaba la acupuntura pero Àera esto lo que Teresa realmente necesitaba? ÀQuŽ titulaci—n ten’a la doctora?... Por otro lado, su tono era amable, su voz firme y segura yÉ no ten’a nada que perder. As’ que al d’a siguiente se li— la manta a la cabeza y tras averiguar su direcci—n se present— en la casa de la doctora Salazar a las seis de la tarde. Llam— a la puerta. Le abri— una se–ora guap’sima de mediana edad que con acento extranjero le dijo: ÐBuenas tardes. ÐHola, buenas tardes Ðsalud— TeresaÐ. ÀVive aqu’ la doctora Salazar? ÐÀLa doctora Salazar? Ah, Sof’a, claro que sim, entra, sente-se, por favor Ðcontest—, con acento brasile–o. Y Teresa tom— asiento. Pasaron tres cuartos de hora antes de que conociese a la doctora Salazar pero no se aburri—. La casa, ubicada en una calle residencial del barrio Salamanca, resultaba ser algo laber’ntica. A diferencia de lo que Teresa hab’a imaginado la decoraci—n no era minimalista, tampoco cargante ni excesiva. En realidad se hab’a decorado con gran gusto. Parec’an predominar los objetos de decoraci—n propios de destinos ex—ticos. A la doctora le gustaba el arte, no cab’a duda. No faltaban las velas, un magn’fico aroma y, por supuesto, un relajante CD instrumental que se o’a por toda la casa a travŽs del hilo musical. Estos detalles personales alternaban con un estilo algo eclŽctico en el que resultaba dif’cil distinguir el destino de cada estancia, a excepci—n de la cocina y los cuartos de ba–o. Teresa se sent— en una chaise-longue del hall, sal—n, sala de espera o lo que quiera que aquello fuese. La estancia comunicaba con el resto de la casa por dos puertas, a travŽs de las cuales y durante su espera vio pasar a una joven de aspecto caribe–o y car‡cter alegre que cantaba como Celia Cruz, un se–or de mediana edad vestido con aire deportivo y origen aparentemente espa–ol, un perro de no sŽ quŽ raza ! !

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medio adormilado que decidi— compadecerse de Teresa y hacerle compa–’a durante un rato, y otra se–ora de cincuenta y tantos que portaba una bandeja de deliciosos bocadillitos y aperitivos varios. Todos parec’an muy familiarizados con la casa pero, salvo esta œltima que se detuvo a ofrecer un tentempiŽ a Teresa, ningœn otro pareci— percatarse de su presencia. Todo parec’a algo ca—tico, no era una consulta al uso. Teresa no daba crŽdito a lo que ve’a. Una mezcla de diversi—n, sorpresa e incertidumbre la invadieron durante su larga espera. La paciencia que ese d’a derroch— Teresa no era habitual en ella. Por fin apareci— una se–ora de mediana edad, pelo casta–o, ojos vivos, tez clara y vestida con un estilo al mismo tiempo elegante y c—modo, que, dirigiŽndose a ella le dijo: ÐHola, mi ni–a, ÀquŽ deseas? ÐÀSof’a Salazar? ÐS’, yo soy. ÐEncantada Ðdijo Teresa, extendiendo su manoÐ, soy Teresa Blanco. HablŽ contigo por telŽfono yÉ ÐFavor, siŽntate aqu’. Este se–or y yo estamos conversando pero enseguida estoy contigo. SiŽntete en tu casa. Puedes tomar lo que desees. Ni siquiera la hicieron pasar a otra habitaci—n. Se sent— t’midamente en una silla a dos metros de distancia. El se–or, que ocupaba tres pufs a causa de su considerable volumen, charlaba con Sof’a cual si Teresa fuese transparente. ƒl le hab’a pedido a Sof’a consejos sobre ciertos problemas con su negocio. Sof’a no era experta en finanzas pero, al parecer, el padre del se–or s’. El problema era que el padre estaba muerto, el se–or no pod’a hablar con Žl; al menos, no directamente. As’ queÉ lo hizo a travŽs de Sof’a, justo inmediatamente antes de que Teresa irrumpiese en aquella habitaci—n. Estas eran, al menos, las deducciones de Teresa que, absorta y desconcertada, continuaba sentada a dos metros detr‡s de aquel se–or. La conversaci—n con el empresario no dur— demasiado. Tras despedirse de Žl, Sof’a se acerc— a Teresa. ÇPor fin, mi turnoÈ, pens— esta. Entonces Sof’a le dijo: ! !

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ÐCielo, muevo unas agujas que tengo puestas en un chaval y regreso contigo. ÇÁNo me lo puedo creer, es el colmo!È Ðdiscurri— Teresa, cuya inusual paciencia comenzaba a acabarse. Pero Sof’a solo tard— un minuto en regresar. Ya era de noche. Invit— a Teresa a sentarse en una mesa camilla. No hubo excusas por la tardanza, ni siquiera parec’a saber que Teresa hab’a estado esperando tanto tiempo. Teresa supuso que entre los muros que delimitaban esa casa de locos el tiempo se paralizaba, la ruidosa existencia madrile–a se congelabaÉ Era la condici—n no escrita que hab’a que aceptar para entrar all’. Y, extra–amente, su ligera irritaci—n desapareci—. A la luz de una tenue lamparilla, Sof’a hizo un adem‡n a Teresa inst‡ndole a conversar. ÐTe escuchŽ hablar en la radio hace unas semanas, y no sŽ exactamente c—mo pero me dio la impresi—n de que pod’as ayudarme Ðcomenz— Teresa. ÐCuŽntame. Teresa cont— media vida a Sof’a. Al principio no sab’a c—mo empezar, le habl— de su trastorno y m‡sÉ El ambiente invitaba a hablar, Sof’a escuchaba pacientemente sin interrumpirla lo m‡s m’nimo. Cuando Teresa acab— de contar, Sof’a le dijo: ÐEso que conversaste es muy normal. Tienes una gran falta de autoestima. Has de aprender a aceptarte, perdonarte y quererte. Pero hay una cosa positiva: viniste a verme libremente y por voluntad propia. Eso significa que tu sanaci—n solo es cuesti—n de tiempo. Tœ ya decidiste curarte, m‡s de la mitad del camino est‡ hecho. Cuando sanes vas a ver muchas utilidades. No solo va a mejorar tu salud f’sica, tambiŽn lo va a ir haciendo tu salud emocional. Vas a aceptarte y vas a verte hermosa por dentro y por fuera. Y vas a disfrutar m‡s de la vida, lo cual no es poco. Date cuenta: en nuestra sociedad festejamos, conversamos y resolvemos en torno a la mesa. Las bodas, las reuniones de amigos y familiares, las de trabajo, las grandes resoluciones pol’ticasÉ todo lo hacemos en torno a la mesa. Ahora tœ no disfrutas nada de esto, no puedes, tu obsesi—n te lo impide. Pero vas a volver a hacerlo. Esto es algo que yo cuento siempre porque es ! !

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una gran utilidad a–adida al bienestar y a la salud emocional que tanto ansiamos. Una motivaci—n m‡s para sanar. Pero la motivaci—n no basta, no en tu estado. Necesitas ayuda extra, sin duda. Por eso hiciste muy bien en venir. Y ahora, si te parece, me gustar’a hacerte una sesi—n de reiki porque tienes una gran cantidad de tensi—n y energ’a acumulada. ÐSesi—n de ÀquŽ? ÐReiki. Es una tŽcnica curativa que permite abrir los chakras, los canales energŽticos de nuestro organismo, facilitando el flujo natural de energ’a por nuestro cuerpo al liberar los bloqueos que impiden su paso. Las herramientas que utilizamos para hacer esto son nuestras propias manos. Pero, una clase pr‡ctica vale m‡s que mil te—ricas. Anda, ven, pasa por ac‡. Y Teresa, sencillamente, se dej— llevar. Tras acabar la sesi—n se levant— como si estuviera flotando, como si realmente le hubieran quitado un peso de encima, quiz‡, tambiŽn, algo mareada. Sof’a la invit— a acudir semanalmente para recibir una combinaci—n de reiki y acupuntura. ÐMediante la aplicaci—n de las agujas de acupuntura en los puntos exactos Ðle explic— Sof’aÐ se consigue aliviar estrŽs. Y el estrŽs, si se prolonga, puede producir algunas enfermedades como, por ejemplo, los trastornos alimenticios. F’jate, actualmente tengo dos pacientes con el mismo problema que el tuyo. Y con la acupuntura, el reiki y los oligoelementos que yo les recetŽ mejoraron much’simo. QuŽ, Àte animas a regresar la pr—xima semana? Sof’a observ— cierta contrariedad en la cara de Teresa. Como si hubiese le’do su pensamiento le dijo: ÐAhora no te preocupes por el dinero, mi ni–a. ÐEst‡ bien Ðcontest— TeresaÐ y, Àcu‡ndo vuelvo? ÐElige tœ el d’a. No tienes que dec’rmelo ahora. Me haces un llamado y yo te busco un huequito. Teresa no aguant— la curiosidad: ÐPor cierto, Àc—mo supiste que ibas a estar aqu’ cuando yo viniese? ÐAy, cielo, cuando alguien dice que quiere conocerme siempre quiere venir a la brevedad y por respeto no lo hacen el mismo d’a sino ! !

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el siguiente. Y todos vienen por la tarde, entre las cinco y las siete. No hace falta ser vidente para eso. ÐPero tœÉ ÐJa, ja. De eso ya vamos a hablar, cielo. Ahora descansa que lo necesitas. Y te vas a tomar estas ampollasÉ Tras la correspondiente anotaci—n Sof’a le entreg— la receta a Teresa. ÐMuy bien, gracias por todo Sof’a yÉ ya me dir‡s cu‡nto te debo porque a m’ esto me hace sentir inc—moda. ÐAhora descansa y rel‡jate. No pienses en nada m‡s. Si has de darme ser‡ cuando yo necesite y tœ puedas, ya te lo har’a yo saber en su momento. Sof’a se dispon’a a acompa–ar a Teresa a la puerta cuando se acerc— la doble de Celia Cruz, que le dijo: ÐPermiso, doctora, fui a quitar las agujas del œltimo paciente y lo encontrŽ pl‡cidamente dormido. Se las quitŽ y lo dejŽ descansar, pensŽ que despertar’a enseguida. LuegoÉ me olvidŽ. Ya pasaron dos horas y ah’ sigue, roncando y todo. ÐPues mira Ðla tranquiliz— Sof’aÐ o ten’a falta de sue–o o la sesi—n funcion— divinamente. No te apures, Muriel, ya me encargo yo. Ahora voy a despedir a Teresa. Sof’a se volvi— a Teresa y le dio un largo y reconfortante abrazo tras el cual Teresa, por fin, se march—. ÇVerdaderamente en esta casa se respira un aire diferente; el mundo de locos es el de ah’ fueraÉÈ Ðpens— Teresa.

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Madrid, invierno 1993-1994

9. Las virtudes de Sof’a Eduardo aœn no exist’a. Una importante recesi—n econ—mica asolaba el pa’s desde hac’a algunos a–os. Eran tiempos dif’ciles, especialmente para los empresarios peque–os y medianos como el padre de Teresa. Teresa continuaba en la universidad aunque hac’a duros esfuerzos para llegar a fin de mes. Para ella fue sin embargo una Žpoca magn’fica, un punto de inflexi—n en su vida. Sof’a le hab’a ense–ado a ver el mundo con otros ojos, hab’a recuperado la alegr’a y las ganas de vivir. Su trastorno remit’a, lenta y gradualmente. Hab’a dejado de faltar a clase y se hab’a convertido pr‡cticamente en una ermita–a. Se acabaron las descontroladas juergas. Ni siquiera tomaba alcohol en las contadas fiestas a las que acud’a pues sus efectos incid’an negativamente en su recuperaci—n. Con los a–adidos beneficios econ—micos que ello conllevaba y que, dadas las circunstancias, no le ven’an nada mal. Ahora pasaba muchos fines de semana leyendo libros de autoayuda, espiritualidad y religi—n y viendo la televisi—n. Incluso visitaba a sus padres con mayor frecuencia: tomaba un autobœs y tras cinco horas de viaje se presentaba en Alcal‡ donde se dedicaba a dormir, charlar con su madre y su hermana Elvira, ojear revistas del coraz—n y dar largos paseos bajo el reconfortante sol andaluz. Todo le flu’a con facilidad. Sin apenas estudiar su rendimiento se hab’a multiplicado por diez. Incluso sus padres estaban encantados con su mejorado car‡cter. Nadie parec’a prever que aquello no durar’a demasiado o que, al menos, quedar’a interrumpido a–os despuŽs por ese trabajo que, desde fuera, tantos habr’an envidiado. Pero ni Teresa era la de Calcuta ni su trastorno se curaba en tres d’as. Exist’an ! !

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reca’das y altibajos, evidentemente. Eso s’, Sof’a parec’a su colch—n, siempre ah’ para amortiguar sus ca’das. No paraba de desconcertar a Teresa. Aquel d’a Teresa mantuvo una fuerte discusi—n telef—nica con su padre. Se encontraba verdaderamente exaltada. Cuando colg— el telŽfono no pas— ni un segundo antes de que aquŽl volviera a sonar. Teresa lo descolg—. Al otro lado del auricular se escuch— la voz de Sof’a: ÐTeresa, c‡lmate. Estas discusiones con tu padre no te conducen a ningœn sitio. NotŽ tus vibraciones, est‡s muy mal. ÀPor quŽ no vienes a verme? Yo te pongo unas agujas y vas a ver c—mo te calmas un poco. A Teresa se le pusieron los pelos de punta. Nadie, adem‡s de ella y su propio padre, sab’a que hab’an estado hablando por telŽfono. Nadie m‡s pod’a saber de aquella fuerte discusi—n. Adem‡s, Sof’a no conoc’a al padre de Teresa. Y no fue aquella la œnica vez que Sof’a irrump’a de este modo en su vida. Sucedi— en otra ocasi—n, cuando ese invierno tocaba ya a su fin, que Teresa andaba trasnochada, hundida y tirada entre v—mitos provocados, diurŽticos y llantos en el suelo de su cuarto de ba–o. En ese instante el telŽfono son—. En circunstancias normales Teresa no habr’a contestado. Pero esta vez lo hizo. De mala gana pero lo hizo. De nuevo, Sof’a: ÐTeresa, te veo fatal. No te culpes por la reca’da. Roma no se construy— en un d’a. No debes estar sola en este momento. Favor, ven a verme a la brevedad. Realmente Sof’a pose’a un don especial, una hipersensibilidad que le hac’a captar la energ’a de personas cercanas a ella con extraordinaria facilidad, una intuici—n muy desarrollada, como ella sol’a llamar a la clarividencia, enorme empat’a y otras virtudes paranormales que a Teresa infund’an cierto respeto. Junto a tales dones y virtudes Sof’a pose’a otros algo m‡s terrenales. Mujer astuta donde las haya deslumbraba a Teresa, igualmente, por su saber estar. Como aquel d’a en que decidi— invitarla a ella y a otra buena amiga a un exquisito restaurante de la calle Ponzano para celebrar su cumplea–os. A Teresa le extra–—, pues ! !

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rara vez ve’a comer a Sof’a y cuando lo hac’a era de manera frugal y sencilla. Era la primera vez que acud’a a este restaurante que alguien le hab’a recomendado. ÐBuenos d’as, me alegra mucho verle de nuevo Ðdijo Sof’a, dirigiŽndose al ma”tre. ÐBuenos d’as, se–ora, para nosotros tambiŽn es un placer volver a verla. Por favor, acomp‡–enme. ÐFavor, quisiera la mesa de siempre, al fondo, junto a la ventana. ÐPor supuesto, se–ora, faltar’a m‡s Ðrespondi— el ma”tre. ÐPensŽ que nunca hab’as venido a este restaurante Ðsusurr— Teresa, extra–ada. ÐEn efecto, nunca vine Ðcontest— Sof’a. Ya en la mesa, una vez consultada la carta, el camarero se acerc— a tomar nota. Sof’a pidi— la œltima de todas para no condicionar a sus acompa–antes. ÐFavor, desear’a tomar una tortilla a la francesa. ÐSe–ora, perm’tame recordarle que la especialidad de este restaurante es el arroz, el pescado, el mariscoÉ ÐNo me cabe la menor duda de que todo eso est‡ exquisito. Por eso traje aqu’ a mis amigas. Pero han de recordar que yo no puedo tomar marisco y ustedes preparan la tortilla a la francesa como nadie. ÐPor supuesto, se–ora, como usted desee. As’ era Sof’a. Ella no necesitaba lujos ni manjares pero disfrutaba atendiendo a sus invitados. Adem‡s, lo que quer’a lo consegu’a; sin ofender a nadie. Fue precisamente aquella comida cuando aprovech— para comentar a sus amigas que andaba buscando una casa m‡s econ—mica. TambiŽn a ella comenzaba a afectarle la crisis. Pese a ello, Sof’a nunca dej— de transmitir confianza en la vida. Jam‡s manifestaba contrariedad por la situaci—n del pa’s ni miedo al futuro. Tampoco dej— nunca de derrochar generosidad, prueba de lo cual era aquella magn’fica comida. ÇSi tu actitud es de abundancia, abundancia has de tenerÈ, sol’a decir. Keynes a su lado no era nadie. Tras el agradable almuerzo las tres mujeres se despidieron. Teresa estaba agotada y so–aba con llegar a casa y echarse en la cama. Hac’a ! !

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un par de meses que hab’a dejado el piso que compart’a con su amiga Ana. Por el mismo precio hab’a encontrado un peque–o estudio en el barrio de Cuatro Caminos. Cuando esa tarde regres— a casa se cruz— en el ascensor con Javier, un vecino muy simp‡tico que, cuando coincid’an, sol’a contarle su vida por cap’tulos en cada viaje del bajo al sexto. Ese d’a le coment— que se marchaba a vivir a M‡laga, su ciudad natal, donde ahora viv’a su actual novio. Tras lamentar su marcha y al mismo tiempo desearle lo mejor en su nueva vida, Teresa se despidi— de Žl y se fue directa a la cama. No fue hasta la siguiente cita en la casa de Sof’a cuando, por un comentario que esta le hizo, Teresa record— que el dœplex de su vecino iba a estar disponible en breve. No era una zona tan selecta como el barrio de Sof’a pero a Teresa le gustaba. Ten’a mucha vida, comercio y buenas comunicaciones. Y el edificio no estaba mal. Hab’a varios conserjes, un gran patio central con jardines y casi todas las viviendas eran muy soleadas. La casa de Javier, en particular, era un dœplex con dos dormitorios y dos cuartos de ba–o, cocina independiente y un amplio sal—n con vistas al jard’n y a la Iglesia de Nuestra Se–ora de los çngeles cuya presencia se hac’a notar, adem‡s, por el entra–able repicar de sus campanas, hermosa tradici—n que el padre M’kel se hab’a encargado de retomar. As’ que al d’a siguiente, al salir de la facultad, Teresa se fue a hablar con Javier, su vecino. Javier le hab’a prometido el dœplex a un compa–ero de trabajo. Pero aœn no estaba todo perdido; la gran locuacidad de Javier le vino de perlas. Este le coment— que el siguiente fin de semana era la boda de su hermana en M‡laga y que toda la familia cre’a que ten’a una novia en Madrid a la que estaba ansiosa por conocer. E inesperadamente invit— a Teresa a hacerse pasar por la susodicha novia. Teresa abri— sus ojos tanto como pudo. No pod’a disimular su asombro. Ella, la gran bocazas incapaz de fingir lo m‡s m’nimoÉ Bingo. Era su oportunidad. A Sof’a le apremiaba. Ella har’a de actriz por un d’a, total, comer’a de lujo, beber’a con moderaci—n y se hartar’a de bailar a cambio de ayudar a Sof’a.

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Durante los tres d’as siguientes Teresa se estuvo arrepintiendo de haberse metido en ese berenjenal. Pero ya no pod’a fallarles. Ni a Sof’a ni a Javier.

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M‡laga, primavera 1994 Ocho a–os antes de la boda

10. Nueva casa para Sof’a Aœn no exist’a Eduardo. Teresa tuvo exactamente cinco horas para instruirse acerca de los pormenores de la familia y vida de Javier. Exactamente el tiempo que dur— el viaje en coche hasta M‡laga. La boda era de la hermana mayor, de cuarenta y tres a–os, encargada de continuar el imperio farmacŽutico familiar. Ten’a otra hermana de cuarenta que hab’a ingresado hac’a diez a–os en un convento de clausura. Le segu’a una tercera hermana de treinta y seis a–os con s’ndrome de Down que trabajaba en una de las farmacias. El cuarto hermano Ðquinto en puesto familiarÐ, de veintinueve, andaba siempre en paradero desconocido. Mujeriego de profesi—n, era mŽdico y colaboraba activamente con MŽdicos Sin Fronteras y otras ONG que, a ser posible, contaran en su haber con hermosas y j—venes voluntarias. Era el guapo y rebelde de la familia. Y el quinto, Javier, de treinta y cuatro. La esperanza de su madre, la cordura. Javier era razonable, cari–oso, hogare–o, economistaÉ y homosexual. Teresa se hab’a formado la idea de la t’pica familia ultraconservadora y autoritaria y el ni–o rebelde y contestatario que no se habla con sus padres. Ello le habr’a facilitado las cosas. Muy a su pesar, la familia de Javier result— ser encantadora y Javier era el primero en reconocerlo. El cari–o que le profesaban era incondicional y nunca se hab’a mencionado en su casa ninguna palabra en contra de la inclinaci—n sexual. Pero do–a Julia, la madre, ten’a una grave enfermedad y su mayor ilusi—n era conocer a algœn nieto antes de ! !

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morir. Y claro, la novia ten’a ya cuarenta y tres a–os, lo que dificultaba algo las cosas. Teresa se sinti— inmersa en un culebr—n de telenovela. Estuvo a punto de apearse del coche en tres ocasiones. Pero Javier la convenci— para seguir adelante con lo planeado. Cuando llegaron a la casa familiar, a Teresa le bastaron unos escasos diez minutos para enamorarse de su familia pol’tica de ficci—n y, por quŽ no decirlo, de su maravillosa residencia-mansi—n donde al d’a siguiente se celebrar’a el gran evento. Estaban todos reunidos salvo AndrŽs, el rebelde, cuyo paradero aœn se desconoc’a. Segœn se iba acercando el evento, Teresa se iba sintiendo cada vez m‡s y m‡s inc—moda en ese papel. Javier, sin embargo, en actitud despreocupada y liviana le recomend— emborracharse y divertirse. Pero Teresa no pod’a beber, sab’a que no le sentaba bien. As’ que esa noche se calz— una enorme e hip—crita sonrisa que no abandonar’a durante toda la cena. Cuando le hac’an las t’picas preguntas acerca de su noviazgo, ella repet’a con gran arte las explicaciones sugeridas por Javier en el viaje y, si algo se le escapaba de las manos y no era capaz de improvisar, se excusaba y se marchaba al servicio donde, de hecho, pas— gran parte de la velada. El contestatario y dicharachero hermano no hizo acto de presencia hasta el postre. Cuando Javier los present—, Teresa no pudo disimular su sorpresa. Era una rŽplica de Brad Pitt. Teresa no pod’a creerlo: ella, soltera, joven, de buen ver; Žl, soltero, sin compromisoÉ Baile, fiestaÉ Sin embargo, el hermano le result— tan atractivo como impresentable. Ella era la supuesta novia de Javier y su hermano, Áno dejaba de acosarla! ÐEs que hoy est‡s buena, realmente buena Ðdijo Javier, cuando Teresa, indignada, se lo cont—Ð. Adem‡s, puedes ligar con mi hermano, si quieres. Es el œnico que sabe lo m’o, conque se habr‡ dado cuenta de que todo es una farsa. ÐÁPero Javier! ÐNo te digo que lo hagas en pœblico, quŽ sŽ yo, a m’ tambiŽn se me ha ido esto de las manos. Emborr‡chate un poco y disfruta. ÐJavier, me est‡s dejando tirada. Sabes que no puedo beberÉ

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Pero bebi—. A las dos de la madrugada Teresa ya no estaba en la fiesta. Ni en la casa. Si regres— a Madrid en el autobœs nocturno o se march— de picos pardos con AndrŽs es algo que Javier no llegar’a a saber hasta a–os despuŽs. El caso es que en la cama de Teresa al d’a siguiente, no hab’a otra cosa que una nota pidiendo disculpas a la familia y pasando educadamente el marr—n a Javier. La clase de Civil del lunes transcurri— sin pena ni gloria por la cabeza de Teresa. La resaca aœn se notaba. Pese a todo Teresa estaba contenta: Sof’a ya ten’a dœplex. ÇJoder, ni que hubiera conseguido el Taj MajalÈ.

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Madrid, oto–o 1994

11. El consejo de Amelia Eduardo segu’a sin existir en la vida de Teresa. Tras otro tranquilo verano familiar, Teresa asisti— en Alcal‡ a la misa de la abuela. Hac’a un a–o de su muerte. A los pocos d’as habr’a sido su cumplea–os. Para entonces Teresa ya estaba instalada en Madrid a punto de comenzar un nuevo curso. La rutina y la vida de ermita–a empezaban a cansarle un poco. Todas sus amigas ten’an novio. El calor continuaba presente en la capital, las noches se vislumbraban llenas de vida joven y alegre, las fiestas de oto–o de los colegios mayores y de las facultadesÉ Por otro lado, era el penœltimo curso de la carrera, el m‡s duro de todos. Adem‡s, sus compa–eros empezaban a hacer planes profesionales y ella no ten’a ninguno. Teresa se acord— de su abuela. Para Amelia el d’a de su cumplea–os era un d’a muy especial y siempre lo celebraba con su famosa y deliciosa tarta de galletas, natillas y chocolate en una reuni—n familiar a la que nadie pod’a faltar. Al principio, cuando eran peque–as, Elvira y Teresa se iban por la ma–ana a casa de la abuela para ayudarle a preparar la tarta y, de paso, ponerse las botas con las natillas y el chocolate caliente. Aunque, realmente, lo que a Teresa le gustaba era esconderse tras los sillones orejeros de los abuelos a leer uno de esos ostentosos libros antiguos que decoraban la estanter’a de su sal—n. Leer o escuchar historias era su verdadero placer. Por eso, aunque a Teresa no le agradaban las reuniones familiares, las del cumplea–os de Amelita eran la excepci—n pues la abuela se reservaba las historias de su infancia y la del abuelo para ese exclusivo d’a, como si se tratase de una novela hist—rica contada por episodios ! !

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anuales. Adem‡s, Amelia sab’a c—mo limar las asperezas familiares de turno y c—mo conseguir que el negocio familiar quedara aparcado durante unas cuantas horas. Salvo contadas ocasiones, como el a–o en que el abuelo estuvo ingresado en el hospital a consecuencia de un infarto, nunca dej— de celebrarse el cumplea–os de la abuela y tampoco falt— nunca nadie. A excepci—n de Teresa, los dos primeros a–os de su carrera: los œltimos, precisamente, de la vida de Amelia. Estos recuerdos y pensamientos entristecieron a Teresa. Y, de nuevo, recay—: ingesta compulsiva, v—mitosÉ llanto. Esta vez fue ella la que llam— a la siempre disponible Sof’a. Ahora era su vecina y ambas se reun’an en su dœplex con relativa frecuencia hasta altas horas de la madrugada para conversar. Aquel d’a Sof’a la invit— a tomar un tŽ. Estaba sola en casa. No hubo reiki ni acupuntura, solo una amena conversaci—n. Teresa le transmiti— su malestar, sus miedos. Sof’a escuchaba, en silencio, sin interrumpir. Hasta que apareci— esa se–ora mayor sentada junto a Teresa. ÐÀDijiste que hoy era el cumplea–os de tu abuela? ÐS’. ÐÀSol’a llevar el pelo recogido con un sencillo mo–o y ten’a un vestido de flores y una bonita pulsera de jade? ÐS’ Ðrespondi— Teresa, estupefacta. ÐY una cruz a juego, Àverdad? Ðconcluy— Sof’a. ÐS’ Ðvolvi— a asentir Teresa, que aœn no terminaba de entender lo que estaba sucediendo. ÐEst‡ aqu’, con nosotros. ÀQuieres preguntarle algo concreto? ÐÀQqqquŽee? Ðbalbuce— Teresa. ÐQue si quieres decirle algo a tu abuela. ÐDecirle algoÉ no sŽÉ s’, claroÉ supongo que s’ pero, no sŽÉ no sŽ quŽ decirleÉ Sof’a no insisti—. Se levant— de la mesa camilla, cogi— un folio y un bol’grafo, se volvi— a sentar y se limit— a decirle a Teresa: ÐDame tu mano. Teresa intuy— lo que ocurr’a. Su mano temblaba pero al mismo tiempo confiaba plenamente en su amiga. Coloc— su mano entre las de ! !

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Sof’a. Se hizo un breve silencio. Sof’a cerr— los ojos y entr— en trance. A los pocos segundos solt— las manos de Teresa, frot— el papel y empez— a escribir. Teresa pod’a haber preguntado a su abuela por su enfermedad, por su futuro, por el precio del pan en Estocolmo o por los gustos culinarios del ornitorrinco. QuŽ m‡s daba. O, mejor dicho, quŽ m‡s le daba a la abuela. Amelita sab’a lo que ten’a que decirle al coraz—n de Teresa. Y se lo dijo. Con la ayuda de Sof’a. Y del bol’grafo. Y del papel. En su estilo lac—nico, repiti— lo que tantas veces hab’a dicho en vida a su nieta: ÇTeresita ama lo que hagasÈ.

Cuando Sof’a se lo ley— a Teresa, esta le explic— que cuando la abuela Amelia le ped’a ayuda con alguna tarea domŽstica y ella se quejaba, la abuela sol’a decir: ÇTeresita, no te quejes tanto, si amas lo que haces, har‡s lo que amasÈ. ÐEs lindo, Teresa Ðopin— Sof’aÐ. Si amas lo que haces, har‡s lo que amas. Tu abuela respondi— a tus inquietudes y temores, a todo lo que me conversaste esta noche. Te dijo que todo depende de ti. Que disfrutes del presente, de lo que tienes y de lo que haces y de este modo va a llegar lo que deseas cuando menos tœ lo esperes. No pienses ahora en tu futuro profesional. Como dice mi amigo çlex, lo importante fluye f‡cilmente. Y cuando el miedo se disipe, la ansiedad va a desaparecer y va a llegar la paz. Y con ella, la sanaci—n emocional. Ya sabes que eres tœ quien te curas. Ninguna terapia servir’a de nada si el paciente no tuviera la voluntad y disposici—n de sanar. Al d’a siguiente, Teresa se levant— y tom— su cl‡sico desayuno compuesto de cafŽ con leche y tostadas de pan con aceite de oliva y tomate natural mientras escuchaba en la radio algo de mœsica. Se duch— y se fue al kiosco a comprar el peri—dico. No era un h‡bito en ella, pero sus compa–eros de facultad comentaban ya demasiados temas de actualidad y pens— que deb’a ponerse al d’a en esto de ponerse al d’a, por m‡s que Sof’a definiese los peri—dicos como esos aburridos documentos en los que de un d’a para otro lo œnico que cambia es la fecha. Tras hojear el diario revis— sus apuntes, limpi— la ! !

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casa, almorz— y ech— una cabezada en el sof‡. Al despertar record— que llevaba meses con un libro que Sof’a le hab’a prestado y decidi— que ya era hora de devolvŽrselo. Aprovech— la ocasi—n para llevarle unos churros de los que hac’an en el bar frente al mercado y que tanto le gustaban a Sof’a para merendar.

12. El mon—logo de Joselyn Teresa llam— a la puerta de Sof’a. Le abri— una se–ora oronda y mulata de unos treinta y tantos, con ganas, muchas ganas, muchas, muchas ganas de hablar. ÐHola, buenas tardes. ÀEst‡ Sof’a, por favor? Soy su vecina, Teresa. ÐAy, mi ni–a, la doctora march— a Chile esta madrugada con premura. Le avisaron por telŽfono porque su pap‡ est‡ muy enfermo y ella se fue corriendo para all‡. QuŽ lastimita, mi ni–a, tœ que le tra’as sus churritos y todo, porque mira que le gustan y eso que ella come como un pajarito, Àeh? ÐBueno, Àpodr’asÉ ÐPorque sabes tœ, mi ni–a, que yo conozco a la doctora desde hace mucho tiempo y yo dar’a mi alma por ella si fuese necesario, con lo que ella me ayud— a m’. Ella me echa el telŽfono y ya sea domingo, lunes o la mism’sima Nochebuena, que yo vengo para ac‡ corriendo cuando tengo un huequito y yo tengo llaves de su casa y yo se la limpio, le hago la compra, la comida o lo que ella me diga. Porque sabes tœ que yo antes trabajaba con ella, reciŽn yo vine ac‡, que ella me sac— de la calle y ahora yo estoy feliz porque yo ahora limpio en unas oficinas, y yo ya tengo mi seguridad social y todo y mis papeles resueltosÉ ÐMe alegro, pero me vas a perdonar porque Ðintentaba excusarse Teresa aœn a pie de puertaÉ ÐÉ y por eso yo ya no vengo aqu’ entre semana, que ella tiene a otra chiquita que la ayuda y que yo misma le recomendŽ pero que esta chiquita tiene a sus ni–os peque–os, y la doctora viaja mucho y viene y se va y se va y viene y necesita que le llenen la nevera o cualquier ! !

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cosa, y sabes tœ que la doctora tiene muchos contactos que me acuerdo yo de cuando la llamaba alguien importante, pero entonces no ven’an a su casa, a la otra casa que ella ten’a, que le enviaban un ch—fer a recogerla y es que ella es muy lista y muy buena y no hac’a feos a nadie, no, que lo mismo trataba a alguien importante que trataba con putas como yo, que nunca ella te pregunta ni te juzga ni te dice haz esto o aquello, que yo lo dejŽ porque yo quise y que a m’ no me avergŸenza decir que yo fui puta, porque sabes tœ que todas las mujeres se prostituyen con sus maridos, que yo sŽ lo que es tener un esposo como el demonio ese padre de mis hijos. Que si no les das lo que te piden, se enfadan y te insultan o te amenazan y te dicen que por eso est‡n de mal humor y gritan a tus ni–os, o que si no se van con otra y te dejan sola, y que nosotras somos unas tontas que tenemos miedo de quedarnos solas, y que las que no les consienten esto son las divorciadas. Y esto pasa hasta en las mejores familias, mi ni–a. Que no, que no, que a m’ no me vengan con cuenticos chinos, que todas se prostituyen porque tienen miedo y yo tambiŽn lo hice y al final te dejan igual para irse con putas de pago, que para eso yo me hago puta tambiŽn. Ya lo dec’a mi abuela: "No hagas nunca nada contra tu conciencia, ni siquiera si el Estado te lo pide".6 Lo que pasa es que aqu’ hay mucha competencia y una ya no puede ir por su cuenta que no se come una rosca, y para que un hijo de mala madre venga a controlarme y quedarse con lo que yo saco yo prefiero mendigar. Y que yo ca’ enferma y me iba ya al otro mundo y Dios me mand— a la doctora. ÐPues yo me alegro de que ahora todo te vaya mejor yÉ ÐÀMejor? Yo ahora no me puedo quejar de nada, estoy feliz de la vida, soy una persona digna y honrada y tengo mi trabajo y mis amigas y hasta mis nietas. Mira, mira Ðsac— de su bolsillo unas fotos de unos bebŽs y se las mostr— a TeresaÐ, mira quŽ cosa m‡s linda, que yo llevo estas fotos siempre encima porque ellas me dan la fuerza para seguir luchando, y yo le rezo todos los d’as a la Virgencita para que me ayude a traerlas para ac‡... ÐÁQuŽ monas son! Ðexclam— Teresa, que con gran desconcierto !!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!! +

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!Albert Einstein.!! )+!


llevaba un rato con los churros en una mano, el libro de Sof’a en la otra y dudando entre esperar de pie, en la puerta, a que terminase la biograf’a completa de la se–ora, entrar directamente en la casa y pasar la tarde charlando con ella o darle plant—n y largarse echando leches. Finalmente opt— por quedarse. Al fin y al cabo esta pobre mujer necesitaba una oreja para desahogarse y su doctora no estaba. De pie. Y en la puerta. Pasaron quince minutos de mon—logo cuando por fin se abri— el cielo. Teresa ten’a ya la expresi—n y la espalda retorcidas, las manos tiesas y los churros helados. La se–ora not— su malestar. ÐAy, mi ni–a, quŽ mala carita tienes. ÀTe encuentras bien? ÐBueno, estoy bien aunque algo cansada. Te voy a dejar esto aqu’ Ð dijo Teresa extendiendo su mano tiesa para entregarle el libro que ten’a que devolver a Sof’aÐ, y si hablas con Sof’a dile, por favor, de mi parte, que espero que su padre se recupere pronto. ÐAy, yo no creo que se recupere, si le dieron ya la extremaunci—n de malito que estaba. Eso me dijo ella esta ma–ana que me llam— para que yo le adecentara la casa, que ella se fue corriendo porque ma–ana creo que viene una se–ora amiga suya, ya sabes tœ que la casa de la doctora es patrimonio de la humanidad. Pero tœ no te preocupes que yo le digo que viniste a visitarla. Anda, vete, que tienes la cara amarilla, y c—mete esos churros que est‡s muy flacucha. Ð Est‡ bien, encantada de conocerteÉ ÐJoselyn, Joselyn Rodr’guez. Hala, adi—s, adi—s. Y Joselyn, por fin, cerr— la puerta. Teresa regres— a su casa. No hab’an transcurrido ni diez minutos cuando son— su timbre. Abri—. De nuevo, Joselyn. ÐAy, mi ni–a, te dejaste esto en la casa de la doctora. Y devolviendo el libro devuelto, se march—.

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Madrid, primavera 1995 Siete a–os antes de la boda

13. Eduardo Teresa ten’a entonces veintid—s primaveras. Era s‡bado por la ma–ana y preparaba los ex‡menes finales de cuarto. Solo quedaba un examen: Inmobiliario Registral. En tres d’as habr’a acabado todo, de momento. Eran ya las doce pero Teresa aœn estaba desayunando, echa unos zorros y con las ojeras que llegaban al suelo. Son— la puerta. Abri—. ÐÁJavier, quŽ sorpresa! Ðse–al— Teresa, contrariada. ÐVaya, vecinita, la œltima vez que te vi ten’as mejor aspecto. ÐMuy gracioso, Àacaso no recuerdas tu Žpoca de estudiante? ÐPues, si te digo la verdad, no. Hab’a olvidado por completo lo que era el mes de junio. ÀTe he despertado? ÐNo, estaba desayunando. Pasa, te invito a un cafŽ. ÐGracias. Su antiguo vecino pas— y se sirvi— cafŽ. ÐEn realidad ven’a a disculparme por lo de la boda de mi hermana. Fui un cretino. ÐÀHas venido desde M‡laga solo a pedirme disculpas, despuŽs de tanto tiempo? ÐA ver, he venido a liquidar unos asuntillos. De paso, he intentado por enŽsima vez contactar con mi vecinita y, por fin, me ha abierto la puerta. ÐÀAcaso no tienes telŽfono? ÐS’. Y tambiŽn artes adivinatorias para saber tu nœmero. ÐEst‡ bien. Disculpas aceptadas. ÐÀNo quieres saber nada m‡s? Ðpregunt— Javier. ÐÀM‡s? ÀDe quŽ? ! !

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ÐDe lo que pas— aquel fin de semana. ÐLa verdad, no me interesa. Pero deduzco que tœ est‡s deseando contarme. ÐEst‡ bien. TerminŽ la fiesta hasta arriba de copas. Ni me acordaba de ti, lo reconozco. Cuando entrŽ en casa me encontrŽ a mis padres despiertos y pidiŽndome explicaciones por lo que pon’a en la nota que dejaste. Se nota que eres letrada, Àeh? En fin, el caso es que el alcohol y tu nota me forzaron a salir del armario. Mi madre me abofete—. No hab’a hecho algo as’ en toda su vida. ÐVaya, lo siento. No imaginaba esa reacci—n en ellos. ÐNo fue la noticia lo que les cay— mal, sino el que te hubiera utilizado a ti y a ellos para tal desprop—sito. Les doli— la mentira, la actuaci—n, la farsa. Me llamaron de todo. Adem‡s, en dos d’as llegaron a apreciarte mucho, de veras. En cuanto al guaperas de mi hermano, lamento decirte que no creo que se acuerde ni de tu nombre, pero si te consuela es tan mujeriego como caballero y no solt— prenda. Eso s’, todo el mundo me dijo que eras guap’sima y encantadora. ÐGracias, pero si me est‡s haciendo la pelota para sacarme lo que pas— con tu hermano est‡s tœ fresco porque yo tampoco voy a soltar prenda. Ese ser‡ mi peque–o castigo por lo que me hiciste pasar. Adem‡s, dime una cosa: Àsi no hubiera aceptado tu jueguecito le habr’as cedido el dœplex a tu colega? ÐPor supuesto que no. ƒl es mucho m‡s feo que tœ. ÐLo imaginabaÉ ÐAnda, ven, que te voy a dejar niquelada para que no me odies y me quites esa cara de malas pulgas. Javier sujet— a Teresa por los hombros, la sent— en una silla y se coloc— detr‡s. Empez— a masajear su espalda. Teresa empez— a dormitar. ÐÀD—nde has aprendido a dar masajes? Ðpregunt— Teresa tras cinco minutos de relax. ÐMi novio es fisioterapeuta. ÐEst‡s perdonado, Javier.

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ÐCaramba, gracias. Y ahora me marcho que ah’ abajo debe haber una persona maldiciŽndome porque le dije que iba a tardar tres minutos y llevo unos cuantos m‡s. ÐÀHay alguien esper‡ndote? ÐS’. Es un viejo amigo de la facultad. ÀPor quŽ no te vienes a comer con nosotros? Es muy simp‡tico. Tiene un bar de copas y conoce a medio Madrid. Anda, an’mate. ÐTe lo agradezco, Javier, pero aœn no he terminado los ex‡menes. ÐMujer, si es solo para comer, adem‡s va a ser algo r‡pido, tomaremos unas cervezas y algo de picar justo aqu’ abajo, en el bar del marisco, c—mo se llamaÉ ÐEl Bar del Marisco. ÐS’, ese. F’jate quŽ cerquita. Venga, te esperamos abajo en media hora. ÐEst‡ bien, pero pico algo y me subo y no intentas retenerme, Àde acuerdo? ÐOk. Hasta ahora. ÐAdi—s. Teresa se puso presentable. Baj—. Salud—. Bebi— y comi— algo. El amigo de Javier le dio una invitaci—n para una fiesta en su antro esa misma noche. Muchos universitarios hab’an acabado ya los ex‡menes, ella aœn no. Rechaz— la invitaci—n. Solo quedaba un examen. Las fiestas pod’an esperar. Nueve de la noche. Tras una larga siesta y una cena r‡pida Teresa se prepar— para estudiar, su ritmo biol—gico era nocturno. Encendi— el flexo. Cogi— los apuntes. Primera l’nea. Levant— la cabeza. Primera l’nea. Levant— la cabeza. Primera l’nea. Levant— la cabeza. No consigui— pasar a la segunda. Se levant—, se duch—, se visti—, se maquill—. Se fue a la fiesta. El Refugio: antro de copas baratas pensado para estudiantes. Teresa entr—. Vio a m‡s de la mitad de su clase. Estupendo, as’ no le remorder’a la conciencia. Salud— a unos y a otros. Se encontr— con el amigo de Javier que la invit— a una copa. Consumi—. Sin alcohol. Mir— al fondo. Vio al exnovio de su excompa–era de piso. Se acerc—. Lo salud—. Mir— al lado. Lo vio, la vio, los presentaron. ! !

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14. Eduardo y Teresa ƒl: Piel morena, pelo negro. Ojos oscuros y rasgados. Labios carnosos. Nariz prominente, latina, a juego con su car‡cter. Cuerpazo. Metro ochenta y tantos. Cari–oso. Nobleza, hidalgu’a y filantrop’a extraordinarios. Cierta inseguridad camuflada por una ligera actitud altiva. Arrebatos ocasionales pero intensos de explosi—n volc‡nica. List’simo. Un pura sangre. VeintitrŽs a–os. Ella: Morena. Ojos grandes, negros e insinuantes. Sonrisa f‡cil. Rectil’nea de frente y de perfil. Piernas largas, altura media espa–ola. Peso ligero. Apasionada, vehemente, insolente y segura a veces; cerebral, timorata, sensible e insegura otras. Obstinada. Rom‡ntica en el fondo. Veintid—s a–os. Ellos: Alrededor solo hab’a murmullo y sombras. Solo importaban Žl, ellaÉ y el gin tonic. M‡s murmullo, m‡s sombras, hablaron, tomaron un trago, siguieron hablando... ƒl, ella, nadie m‡s. Continuaron hablando, tomaron otro trago, Žl, ella, nadie m‡s. Otro trago, siguieron hablando, se pidieron otra, rieron, se miraron, coquetearon, otro tragoÉ. Bromearon, otra copa, m‡s murmullo, m‡s sombras, m‡s coqueteo... Se marcharon de El Refugio. Tomaron un taxi. Pr—ximo destino: taberna flamenca a punto de cerrar. Llegaron a la taberna, se pidieron otra copa. Observaron las guitarras, los timbales, se miraron, asintieron con la cabeza. ƒl se acerc— a los gitanos, les dijo algo, les dio una propina. Un gitano la mir—, le hizo un gesto con la cabeza, ella se acerc—, habl— con ellos. Regres— junto a Žl. Agradecida, sonri—. Bebi— un trago. Los gitanos se prepararonÉ El punteo, el timbal, ella cerr— los ojos e imagin— que el maestro Paco estaba all’ mismo. Entre dos aguasÉ sublime. Enloqueci—. El alcohol la hab’a desinhibido, le sali— su oculta vena de bailaora, casi entr— en Žxtasis. Plena de gozo bail—, sensual, acapar— miradas. Subi— ! !

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lentamente sus brazos, cerr— los ojos, movi— sus manos, los timbales, la guitarraÉ Cuatro japoneses, dos estudiantes ebrios, tres gitanos. Palmas, ovaciones, mœsica, baile, alegr’a. ƒl sonre’a, incrŽdulo, la dejaba hacer. Ella continuaba bailando, mov’a su cintura, sus caderas, sus manos... Una vuelta, un taconeoÉ M‡s palmas, m‡s ovacionesÉ ƒl no aguant— m‡s: se aproxim— a ella por detr‡s, agarr— sus caderas ondulantes, la guitarra, los timbales, el punteo, cuerpo con cuerpo... Desliz— sus grandes manos hacia arriba por el enjuto torso de su gitanilla y rozando casi su diminuto pecho la gir— hacia s’ enŽrgicamente, sujet— su cabeza con sus manos, acerc— su cara a la de ella, not— sus latidos, su sudor, su olorÉ El mundo entero se detuvo ante ellosÉ La bes—... * * * De repente, en el momento m‡s sensual, lujurioso e intenso de toda su vida ella dej— de bailar, todo le daba vueltas. Sinti— que las ovaciones de los japoneses se hab’an convertido en miradas punzantes como lanzas. Estuvo a punto de caer al suelo, Žl la sujet—, le dio la mano, salieron fuera, vomit—. ƒl la acompa–— a casa caminando. La desnud—, la acost—, la bes— en la mejilla y se march—. Al d’a siguiente ella se despert— con un intens’simo dolor de cabeza amortiguado por el recuerdo de la noche anterior. Sent’a, adem‡s, un hambre atroz. Volvi— a escuchar la voz del monstruo. ÇNo, hoy es un d’a especial, hoy no, por favor, hoy noÈ. Aguant— como una jabata. Se dio una ducha, desayun— con relativa moderaci—n e intent— en vano pasar de la primera p‡gina de los apuntes olvidados en la mesa. Absurdo. La cabeza le estallaba. Entonces son— el telŽfono. Era Žl. Quedaron para esa tarde. Ya estudiar’a ma–ana. Al colgar el telŽfono se mir— al espejo y vio los terribles efectos que el alcohol y la falta de descanso hab’an causado en su rostro. Quer’a estar estupenda para Žl pero el deseo extremo de sentirse perfecta lo estrope— todo, de nuevo. Por suerte no hab’a demasiada comida en casa y su enorme cansancio le impidi— bajar a comprar. Pero quŽ m‡s daba. Lo hab’a vuelto a hacer. Hab’a vuelto a recaer. ! !

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La sola idea de que Žl descubriese su secreto le daba p‡nico y al mismo tiempo la reconfortaba. Ahora no estaba solaÉ pero ya habr’a ocasi—n de contar. M‡s adelante. [Entre dos aguas Ð Paco de Luc’a]

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Madrid, primavera 1996 Seis a–os antes de la boda

15. çlex Aquella fiesta debi— hacer estragos pues nadie logr— pasar, hasta septiembre, el examen de Inmobiliario Registral. Cuatro meses despuŽs Teresa se enfrentaba con ilusi—n a su nuevo y œltimo a–o acadŽmico. No pasaba un solo d’a sin que Eduardo y ella se viesen. ƒl hab’a finalizado sus estudios de marketing y hab’a empezado a buscar trabajo. Los fines de semana se conformaba con la vida tranquila que m‡s conven’a a Teresa. No ped’a m‡s. Solo estar al lado de su princesa. Teresa experiment— una gran mejor’a, su aspecto era m‡s saludable. Como dec’a Sof’a, empezaba a quererse, perdonarse y aceptarse. Pese a ello aœn no pod’a bajar la guardia. Teresa continu— viendo a Sof’a dentro y fuera de consulta. Eduardo la acompa–aba. Ahora entend’a por quŽ Teresa no paraba de hablar de esa extra–a mujer. Era como una droga. La econom’a espa–ola empezaba a remontar. Ya en primavera, Eduardo consigui— su primer empleo y, con Žl, algo que llevaba a–os deseando: su primer coche, un Citro‘n Saxo de segunda mano, Campe—n, como Žl le llamaba. Teresa se licenciaba en breve, su relaci—n con Eduardo iba viento en popa y su trastorno hab’a remitido bastante. Exhalaba una confianza y una seguridad como nunca antes hab’a conocido. Ni el intenso temor por su futuro profesional ni la presi—n paterna para abandonar Madrid tras su inminente licenciatura fueron capaces de enturbiar su recuperado optimismo. Aquella agradable noche de mayo Eduardo quiso invitar a cenar a Sof’a y a Teresa. Sof’a eligi— el restaurante, uno muy popular en del Madrid de los Austrias. ! !

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Cuando estaban entrando en el restaurante, Sof’a coment—: ÐAqu’ vengo yo mucho con mi amigo çlex. Y la casualidad, o causalidad, quiso que precisamente esa noche estuviera all’ çlex, sentado en una mesa junto con una bella se–orita de doce a–os. ÐÀSof’a? ÐÁçlex! De ti convers‡bamos en este preciso instante. Veo que est‡s con una rubia despampanante. ÀEs que no me piensas saludar, cielo? Ðpregunt— Sof’a, dirigiŽndose a la ni–a. ÐHola, Sof’a Ðsalud— Aurora, la hija de çlex, acercando su cara a la de Sof’a para besarla en la mejilla. Sof’a hizo las correspondientes presentaciones y todos decidieron compartir mesa. Ðçlex y yo nos conocemos desde hace unos a–os Ðdijo Sof’aÐ. Y si no me equivoco creo que ustedes dos tambiŽn se conocen, Àno es as’? Ða–adi—, mirando a Teresa y a çlex. çlex asinti— con una sonrisa mientras miraba a Teresa. Esta, sin embargo, puso cara de p—ker. ÐLo cierto es que tu cara me resulta familiar Ðminti— TeresaÐ pero, no recuerdo. ÐFue hace tres a–os o quiz‡ algo menos. Tœ ibas paseando por Alberto Aguilera y te detuviste en un puesto ambulante de flores. Yo me parŽ a saludarte. ÐYÉ Àpor quŽ me saludaste? Ðpregunt— Teresa, sorprendida. ÐTuve un presentimiento Ðcontest— çlexÐ. Supe que nos ’bamos a conocer. Que ibas a venir a mi consulta. ÇQuŽ jeta, esto me lo anoto yo como herramienta de marketingÈ Ð pens— Eduardo. ÐEntoncesÉ Àtœ tambiŽn eres como Sof’a? Ðpregunt— Eduardo a çlex. ÐNo, en absoluto. Solo fue, como he dicho, un fuerte presentimiento. As’ dio comienzo lo que ser’a una agradable velada. Se habl— de cosas mundanas y menos mundanas; cosas terrenales y cosas espirituales; de ! !

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la energ’a causante de todo, del œltimo estreno cinematogr‡fico; de sincronicidad y de recetas de cocina; de las dedicaciones de cada uno y del trastorno de Teresa; de la preadolescencia y de la religi—n... Teresa se divert’a y Eduardo tambiŽn, aunque Žl no pod’a evitar estar algo mosca por lo que hab’a dicho çlex. E inesperadamente, Sof’a volvi— sobre el tema. ÐPues ya que les tengo a todos aqu’ me gustar’a conversarles algo. En realidad, yo pensaba reunirles un d’a de estos y, miren por d—nde, coincidimos hoy. Indudablemente, es una buena se–al. El motivo por el que quer’a que se conociesen ustedes dos Ðdijo, dirigiendo la mirada a çlex y a TeresaÐ es el siguiente: como tœ ya sabes, çlex, me requirieron en Chile para ayudar a la polic’a a resolver un importante secuestro. Ya colaborŽ con ella en otra ocasi—n y no solo con la polic’a chilena. ÀRecuerdan ac‡ en Espa–a el famoso secuestro de la ni–a Federica Smirnova? ÐÀLa de Marbella? Ðpregunt— Eduardo. ÐS’. Colaboramos tres videntes. Y finalmente, como saben, fue todo un Žxito. ÐTodo esto suena interesant’simo Ðcoment— Eduardo. ÐS’, parece de pel’cula, aunque no siempre acaba satisfactoriamente y te puedo asegurar que se sufre mucho. Pero otro d’a te cuento yo de todo esto. La cuesti—n es que aceptŽ la oferta del gobierno chileno y voy a aprovechar para pasar una temporada en mi tierra. Cuando el caso se resuelva me voy a quedar all‡ para impartir unos cursos de control mental en la Universidad del Pac’fico. En cuanto a mi consulta, el pasado invierno dejŽ de aceptar pacientes nuevos. De todos modos saben que con la crisis no hubo mucha demanda. De los que conservo, en un mes puedo dar por finalizados todos los tratamientos menos dos: el de un joven que derivŽ a otro colega que tambiŽn practica la acupuntura y el tuyo, Teresa. Tus condiciones f’sicas y an’micas est‡n muy mejoradas y avanzaste much’simo pero aœn necesitas algo de ayuda. Por ello pensŽ que en esta fase lo que mejor te vendr’a es la terapia de çlex. Y, que conste, yo no conversŽ nada de esto con çlex hasta este mismo momento, as’ que no crean que es una maniobra de marketing.

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Eduardo se ruboriz— ligeramente por el comentario de Sof’a mientras esta continu— contando las incre’bles credenciales de su amigo. ÐBueno, bueno Ðla interrumpi— çlexÐ, te lo agradezco, Sof’a, pero supongo que a Teresa y a Eduardo les bastar‡ con que tœ me recomiendes y aœn as’ necesitar‡n su tiempo para decidir. ÐYo no creo que haya que pensarlo mucho, Teresa. Ahora que has mejorado tanto no te conviene abandonar Ðopin— Eduardo. ÐS’, yo tambiŽn lo creo Ðdijo TeresaÐ. Aunque en junio tengo todos los ex‡menes de final de carrera y ya sabŽis que en verano yo no estoy en Madrid. ÐYo no marcho hasta la pr—xima semana Ðdijo Sof’aÐ. Antes de partir yo te voy a hacer una sesi—n de refuerzo. Tœ acaba tus ex‡menes, disfruta del verano y a tu regreso, si te decides, vas a ver a çlex. ÐTeniendo en cuenta, claro est‡, que continœes por Madrid Ða–adi— çlexÐ. ÀQuŽ tienes pensado hacer cuando acabes? ÐUf, no tengo ni idea, no lo quiero ni pensar. No puedo pedirle a mi padre que me siga pagando el estudio, l—gico. ƒl quiere que me vaya para all‡. Yo no quiero irme, Eduardo est‡ aqu’ y lo que quiero es buscar trabajo en algœn despacho pero entre tanto no sŽ d—nde voy a vivir. ÐTe vienes a mi casa Ðdijo Eduardo. ÐÀA tu casa, con tus padres? ÐMi ni–a, eso no es problema Ðles interrumpi— Sof’aÐ. Mi casa va a estar vac’a mucho tiempo, puedes quedarte cuanto precises. Es posible que yo regrese ac‡ para per’odos cortos pero no ser’a un inconveniente porque como sabes, tengo mi dormitorio y la sala de acupuntura que se puede habilitar como dormitorio porque realmente yo no tengo la pretensi—n de regresar a mi vida de antes. Una buena amiga canaria enviud— hace un a–o y tiene una casa enorme con unas vistas muy lindas. Ella ahora est‡ muy sola y me pidi— ir a vivir con ella. Aœn no contestŽ porque no sŽ cu‡nto tiempo voy a estar fuera pero es probable que acepte y que a mi regreso de Chile me vaya para Gran Canaria y traslade all‡ todas mis cosas. Una vida m‡s tranquila, cerca del mar y con el magn’fico clima de la isla me vendr’a muy bien y podr’a ! !

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aprovechar para escribir. Para entonces, si ustedes quieren, pueden quedarse con el dœplex. ÐMuchas gracias, Sof’a pero Ày siÉ? ÐDeja los "peros" y los "ysis", del tiempo de pasado nos vamos a ocupar ma–ana, Dios provee. ÐTe lo agradezco mucho Ðdijo TeresaÐ. Me has solucionado la vida. Aunque me da mucha pena no tenerte cerca. ÐMi ni–a, no vamos a perder el contacto. Y siempre pueden venir a visitarme all‡ donde estŽ. ÐPap‡, me muero de sue–o, Ànos vamos ya? Ðpidi— la joven Aurora a su padre, articulando las primeras palabras de la noche tras un gran bostezo. ÐS’, hija. Creo que ya es hora, es bastante tarde Ðrespondi— çlex. ÐAdem‡s van a cerrar el restaurante. O nos vamos todos o nos echan Ðadvirti— Eduardo. Eduardo y çlex pagaron la cuenta a medias. Todos salieron del restaurante y tras despedirse de çlex y su hija, Sof’a, Teresa y Eduardo se fueron a buscar a Campe—n para regresar a casa. Eduardo condujo lentamente, en un intento de captar la intensa belleza de la noche madrile–a en un condensado e improvisado tourÉ Llegaron a casa ya de madrugada. Teresa y Eduardo se despidieron de Sof’a. Eduardo pas— la noche con Teresa. Enfundada en un pijama de rayas poco femenino y con una pinza en la cabeza que recog’a su media melena, Teresa aplicaba en su rostro las cremas de turno mientras Eduardo la esperaba, pensativo, en la cama. ÐOye, princess, Àvas a llamar a çlex en septiembre? Ðpregunt— Eduardo. ÐÀNo me has animado tœ a hacerlo? ÐS’, claro, parece un buen profesional y si Sof’a lo recomiendaÉ ÐEstoy feliz por lo del dœplex de Sof’a. Es enorme y chul’simo. Ten’a tanto miedoÉ ÐÀEst‡n liados? ÐÀQuiŽn? ÐQuiŽn va a ser, çlex y Sof’a. ! !

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ÐPero quŽ dices, Sof’a es mucho mayor yÉ no le pega, no sŽ, no creo. Ya has visto que ella siempre anda de ac‡ para all‡, es una mujer volcada a los dem‡s, un esp’ritu errante, supongo que por eso nunca se cas—. Adem‡s, dice que no tiene pensado regresar a Madrid. ÐSin embargo tienen mucha complicidad y Sof’a es una se–ora muy elegante. ÐS’, y tambiŽn Žl es interesante pero si tuvieran alguna relaci—n aparte de su amistad y sus relaciones profesionales se notar’a, Àno? Àpor quŽ lo iban a ocultar? Adem‡s, ÀquŽ m‡s da eso? ÐParece mentira que seas mujer, no te gusta cotillear. Anda, ven a la cama do–a perfecta. ÐPor cierto, Àcu‡nto crees que costar‡n las sesiones de çlex? Ð pregunt— Teresa. ÐDe eso ni te preocupes. Yo te lo pagarŽ. Y a ver si empezamos a poner en pr‡ctica las teor’as de Sof’a: del tiempo de pasado nos preocuparemos ma–ana. Ahora deja de hablar y vente a la cama de una vez.

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Madrid, marzo de 2002 Dos meses antes de la boda

16. Segunda disquisici—n de çlex ÐPap‡ Ðdice Teresa, por telŽfonoÐ, no quiero pasarme la boda diciendo Çencantada de conocerteÈ. Se supone que es un d’a especial y quiero disfrutar y rodearme de gente que me quiere y no de desconocidos. Su padre contesta. Teresa replica: ÐPero, pap‡, Àes que Eduardo y yo no pintamos nada? El se–or Blanco responde, Teresa replica: ÐNo, pap‡. Ya le vuelves a dar la vuelta a la tortilla. Siempre se tienen que hacer las cosas como tœ quieres. La tensi—n aumenta. El se–or Blanco toma la palabra. Teresa contraataca: ÐÀOportunidad para quŽ? ÀEs que acaso quieres que me lleve el curr’culum a la boda? ÐSu padre contesta, indignado, negando haber insinuado semejante barbaridad. Teresa le interrumpe, categ—rica: ÐSi nos ponemos en ese plan cancelamos la boda y ya est‡. Concluye la conversaci—n. Nueva llamada de telŽfono. Su suegro, el se–or Medina. Teresa contesta: ÐHola, Rodrigo, Àc—mo est‡s? Su suegro responde. Su suegro pregunta. Teresa responde: ÐS’, justo de eso hablaba con mi padre hace un minuto. Bueno, si quieres lo comentamos el fin de semana cuando Eduardo regrese de LondresÉ El se–or Medina hace un breve comentario y cambia de tema. ! !

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ÐClaro, claro Ðafirma TeresaÐ pero es que nosotros pens‡bamos queÉ s’, s’É ÀD—nde? AhÉ Ver‡s, Eduardo y yo no nos planteamos ahora comprar una casa, nos quedaremos en la m’a. De todos modosÉ S’, ya sŽ que por verla no pierdo nada. No, claro, pero es que ahora con lo de la boda estoy muy liada y no tengo tiempo. ÀQue ya has quedado con la agencia? ÀCu‡ntos metros? Pero si es m‡s peque–a que esta. Bueno, no creo que estŽ tirando el dinero, la estoy disfrutando, yo la siento m’a; adem‡s pensamos que no es el mejor momento para comprar. YaÉ En cualquier caso ahora no podr’amos pagar la hipoteca. Ver‡s, Rodrigo, de verdad que no puedo ir hoy. Ma–ana tampoco, quiero decir, en fin, agradezco tu preocupaci—n y tu dedicaci—n peroÉ ÇÁD—nde narices est‡s Eduardo!È El se–or Medina continœa con la conversaci—n, algo contrariado por la actitud de Teresa, mientras por la cabeza de esta se suceden bodas, casas, trabajos, padres, suegros, bodas, casas, trabajos, padres, suegros, bodas, casas, trabajos, padres, suegros É ÐÁÁAhhh!! Ðexhala, por fin, tras colgar, liberando adrenalina. Coge el m—vil. Llama a Eduardo dispuesta a ladrar. Buz—n de voz. Cuelga. Se sienta. Se levanta. Se sienta. Se levanta. Coge un CD. Lo pone: Under Pressure, de Queen & David Bowie. Baila, suelta la rabia contenida. Finaliza la canci—n, finaliza el baile, coge el bote de Rescue Remedy y pone cuatro gotas bajo su lengua. Posici—n de flor de loto. Inspira, espira. Inspira, espira. Inspira, espiraÉ Algo m‡s tranquila telefonea a çlex. Quedan por la tarde, en El Verde, como siempre. Ya por la tarde, con çlex: ÐHola, Teresa, est‡s estupenda. ÐGracias, çlex, tœ siempre tan galanteÉ Muchas gracias por venir. Realmente hoy necesito hablar contigo, estoy muy nerviosa. ÐÀLa boda? ÐS’. ÐLa œltima vez que nos vimos me dijiste: ÇNo podr‡ conmigoÈ. ÐPues ha podido, çlex, ha podido. Se me ha ido de las manos.

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ÐA ver, cuŽntame. Camarero, por favorÉ Perdona, Teresa, ÀquŽ quieres tomar? ÐUn tŽ, por favor. ÐY una cerveza, gracias. Soy todo o’dos Ðdice çlex, dirigiŽndose ya a Teresa. ÐA ver, para empezar yo pensaba que al dejar el trabajo todo ser’a coser y cantar. Ahora ya no tendr’a que haber estrŽs. Adem‡s, la boda en parte es un aliciente, algo bonito que organizar, y a m’ me divierte organizar. La ilusi—n del viaje, buscar el vestidoÉ En fin, todo sonaba de pel’cula. El problema viene cuando interviene la familia. Bebe un trago, prosigue. ÐYo quer’a una boda peque–a, ’ntima. La familia, nuestros amigos... poco m‡s. ÐPero tus padres y suegros no opinan igual. ÐExacto. Adem‡s, la boda aœna todos los problemas. Quiero decir, un parado soltero y viviendo de alquiler no es motivo de preocupaci—n, pero en cuanto se casa tiene que tener resuelta hasta la universidad de los hijos que aœn no tiene. ÐBueno, tradicionalmente del casado se dec’a eso de que hab’a sentado la cabeza, se le atribu’a una responsabilidad, seriedad y madurez suficiente como para ser capaz de mantener, emocional y econ—micamente, a una familia. Y la hipoteca, que invita al ahorro forzoso y al recogimiento, es el gran s’mbolo de la estabilidad que se espera de esa nueva familia que se origina con el matrimonio. De todos modos, no quiero resultar insolente peroÉ no creo que yo pueda ayudarte mucho con esto. Es cuesti—n de que Eduardo y tœ estŽis de acuerdo y expong‡is a vuestros padres vuestra opini—n y nada m‡s. ÐNo es tan sencillo, çlex. Llevo una semana discutiendo con mi padre, con mi suegro y tambiŽn con Eduardo; lo que deber’a ser motivo de acercamiento y uni—n es todo lo contrario. Solo veo dos salidas: ceder y sentir que en lugar de al altar voy al matadero o enemistarme con todo el mundo y, lo peor de todo, replantearme la boda misma. No sŽ si en este plan una pareja deber’a casarse. ÐYa veoÉ

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ÐAdem‡s, çlex, siento que nunca voy a tener autocontrol. Intento enviar amor a toda costa, poner en pr‡ctica lo que comentamos el otro d’a, hacer deporte, rezar, disfrutar y dar gracias por todo, pero no es suficiente. ÐTeresa, uno cambia cuando est‡ preparado para ello, sin buscarlo siquiera. Deja que tu mente y tu alma asimilen lo aprendido y no te culpes por no ser perfecta, nadie lo es y nadie te exige que lo seas. Aœn no has soltado el estrŽs del trabajo. Digamos que est‡s en proceso de desintoxicaci—n emocional. Todav’a est‡s reencontr‡ndote y cuando estabas iniciando el camino te metiste en un nuevo berenjenal. ÐÀInsinœas que no debo casarme ahora? ÐSolo digo que lo que te sucede es completamente normal. Ahora saltas por cualquier cosa, aœn no has eliminado la tensi—n acumulada durante tantos a–os. ÐÀY entretanto, puedes recomendarme un ant’doto provisional contra las discusiones familiares? ÐAceptarse y aceptar Ðresponde çlex, tras dar un trago a su cerveza. ÐÀC—mo? Llevo veintiocho a–os intent‡ndolo. Veintinueve, dentro de poco. ÐEs importante en esta vida saber decir no, saber exponer nuestro punto de vista, pero tambiŽn es importante saber hacerlo con mano izquierda, con psicolog’a o, lo que es lo mismo, sintonizando siempre con pensamientos de amor. Quiero decir, aqu’ hay varias opciones. Una de ellas es no dejarse presionar ni convencer por nadie, ser uno mismo pese a todo. Otra es evitar enfrentamientos familiares y ceder a los gustos y pretensiones de los dem‡s. Es decir, esconder el problema, no enterrarlo. Y aœn hay una tercera v’a que es la —ptima: consiste en dialogar, comprender, ceder y pedir. ÐNo recib’ clases de negociaci—n. ÐNo es necesario. Ver‡s. Dices que vosotros querŽis una boda sencilla, Àno? Bien, en el fondo, antes de hablar con tus padres y suegros tœ ya sab’as quŽ tipo de boda quer’an ellos e iniciaste el di‡logo desde una postura defensiva, no dialogante. Estabas atrayendo el enfrentamiento, no has intentado explicarles, desde el amor, vuestro parecer y vuestros motivos. Por otro lado, tambiŽn tienes que entender ! !

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que para ellos es un d’a de gozo, casi tanto como para vosotros; ellos desean compartir lo m‡s grande que tienen con las personas que quieren, aun cuando esas personas no os conozcan a vosotros directamente. Se sienten dichosos y quieren hacŽrselo saber a todo el mundo organizando una gran fiesta, una fiesta alegre, acorde con sus sentimientos. ÐEso es muy rom‡ntico, çlex, pero olvidas el aspecto comercial de todo esto. ÐS’, ya sŽ que existen los compromisos. As’ que ah’ viene la œltima parte: ceder. Ambos tendrŽis que ceder. Dibuja en tu mente la imagen de que tus padres y suegros son personas reciŽn conocidas y te resultar‡ m‡s f‡cil negociar. ÐÀPor quŽ? ÐPorque no est‡s mezclando el pasado y, por tanto, es m‡s f‡cil aceptarles como son. No hay prejuicios. Ya lo hemos comentado tantas veces, Teresa, a las personas no las podemos cambiar. Solo podemos aceptarlas como son. ÐYaÉ ÐVer‡s, en el fondo, cuando discutimos o tropezamos con alguien con demasiada frecuencia, lo que sucede es que no aceptamos los rasgos de su car‡cter que tambiŽn nosotros poseemos pero que nunca hemos terminado de aceptar. Proyectamos en otros lo que no nos gusta de nosotros. El primer paso para tener relaciones amorosas y cordiales es conocernos, aceptarnos y querernos, con nuestras virtudes y con nuestros defectos. Solo cuando nos aceptamos a nosotros los aceptamos a ellos. Si no lo hacemos, aunque nos alejemos de esas personas atraeremos a nuestra vida otras con similares caracter’sticas. Aceptarse y aceptar es la clave. Aceptar es un ejercicio de empat’a. Esto nos conduce a la comprensi—n, la comprensi—n al perd—n y el perd—n al amor. ÐPero, hay defectos que s’ puedo cambiar. Quiero decir, supongamos que tengo una tendencia a ser hip—crita o ego’sta. ÀAcaso no debo intentar cambiarla en lugar de aceptarla? ÐLa aceptaci—n implica amor. Tras cada uno de esos defectos subyace un intenso temor a algo. Y el miedo es la ausencia de amor. La mentira o la hipocres’a son una manifestaci—n del miedo a ser ! !

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juzgados y menospreciados por quienes somos, por lo que somos; miedo a no ser aceptados, queridos o valorados socialmente. Por su parte, el ego’smo es un intenso miedo a perder algo, un objeto, tiempo, una condici—n. As’ con todo. Por tanto, cuando nos queremos, cuando queremos a los dem‡s, hay aceptaci—n, hay amor y si existe amor no cabe el miedo ni, por ende, ninguna de sus manifestaciones. "No cabe temor en el amor; antes bien, el amor pleno expulsa el temorÉ" (1 Jn 4, 18). çlex bebe otro trago y prosigue: ÐSi me amo, amo y atraigo amor. Pero si me odio, odio y atraigo odio. Recuerda: cosechamos lo que sembramos. Ð"É con la medida con que mid‡is se os medir‡" (Lc 6, 38). ÐVaya, me sorprendes gratamente. ÐHe hecho algunos deberes. ÐEn definitiva, Teresa, cuando actuamos con amor comprobamos c—mo las mismas personas que antes nos incomodaban cambian su actitud hacia nosotros. O quiz‡ es nuestra percepci—n la que cambia pues ya no nos centramos en lo que no nos gusta de ellas sino en lo hermoso. Sea como fuere, lo cierto es que nuestras relaciones mejoran. ÐLo entiendo çlex, peroÉ Àno crees que hay agravios dif’ciles de olvidar y perdonar? ÐEn realidad, si no juzg‡semos tanto no tendr’amos que perdonar tanto. Con frecuencia lo que consideramos un agravio no es m‡s que el resultado de un nuevo juicio de valor. Aœn as’, "A quien poco se le perdonaÉ ÐÉ poco amor muestra" (Lc 7, 47) Ðconcluye Teresa. ÐEfectivamente. Demos siempre el primer paso, "É vence al mal con el bien" (Rm 12, 21). ÐBueno y, volviendo al tema de la boda, ÀquŽ consejo pr‡ctico me das? ÐCon ocasi—n de la boda tendr‡s m‡s reuniones familiares y probablemente aumentar‡n una vez te cases, especialmente cuando tengas hijos. La familia es algo hermoso si sabes sacarle partido y te aseguro que tiene mucho pero, al final, el œnico que ha de decidir contigo y mirar en tu misma direcci—n ser‡ tu marido. Por ello mi ! !

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consejo es que cuando los dem‡s expresen una opini—n que no compartas, incluso cuando te parezca que est‡n metiŽndose en asuntos ajenos, no intentes justificar tu postura; aun cuando trescientos expertos en la materia la avalen y demuestren cient’ficamente que tœ llevas raz—n. Siempre encontramos argumentos para convencernos de lo que queremos ver. Ellos, desde su postura, tambiŽn piensan que tœ est‡s equivocada bien con el trabajo, bien con los hijos, bien con la casaÉ Adem‡s juegan con ventaja por eso de la experiencia. Muchas veces tienen raz—n pues no hay mejor libro que la propia vida, pero tambiŽn es cierto que nadie aprende de la experiencia ajena. Y por miedo a vernos sufrir nos ahogan con su protecci—n. Por otro lado, cuando intentamos convencer a otros de que piensen igual que nosotros, el mensaje que les transmitimos es que les queremos cambiar porque no nos gustan c—mo son, c—mo piensan. ÀVes? De nuevo la aceptaci—n, la clave de todo. En cuanto a los detalles de la boda, intenta distanciarte y relativizar los problemas. ÀQuŽ es lo que verdaderamente importa aqu’? ÐEduardo. ÐPues si de verdad le quieres, sigue adelante, feliz, y disfruta de todo esto. Resta importancia a lo dem‡s. ÐÀPuedo hacerte una pregunta indiscreta? ÐClaro. ÐÀPor quŽ nunca te volviste a casar? ÐBueno, hubo una mujer muy especial, estuvimos juntos cerca de siete a–os. ÐÀQuŽ pas—? ÐMe dej—. ÐÀPor quŽ? ÐSe asust—. Tuvo miedo de que Aurora y yo la distrajŽsemos de su carrera profesional. ÐQuŽ hija deÉ Eso no es amor. ÐTeresa, yo no tengo ningœn resentimiento. Ella es amiga m’a. Ahora est‡ casada y tiene dos hijos. Sencillamente, no era su momento, no estaba preparada. ÐÀY ni siquiera entonces te sentiste dolido? ! !

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ÐClaro que s’. Al igual que todos en ocasiones siento miedo, decepci—n, iraÉ Ya sabes eso de que predicamos aquello que necesitamos o’r. ÐEntonces todos los psic—logos est‡is medio chiflados Ðbromea Teresa. ÐEn cierto modo, s’ Ðdice çlex, siguiendo la corriente a TeresaÐ. Pero asist’ al primer curso de autocontrol mental que imparti— Sof’a y realmente esto me ayud— a sobrellevar mejor los reveses de la vida. Claro que, requiere mucha pr‡ctica. ÐFue entonces cuando os conocisteis Sof’a y tœ, Àno? ÐEfectivamente. ÐNo te imagino airado. Eres tan tranquiloÉ çlex se limita a sonre’r. ÐÀY despuŽs de esa chica no ha habido nadie m‡s? Ðinsiste Teresa, metiŽndose en terreno pantanoso. ÐHummmÉ noÉ en realidadÉ no. ÐLo siento, çlex, no quer’a incomodarte hurgando en tu vida privada. ÐEst‡ bien, no te preocupes. ÐçlexÉ Àcrees que la gente casada es m‡s feliz? ÐNo soy alguien muy apropiado para contestar a eso. ÐVenga, çlex, ÀquŽ opinas? ÐEst‡ bien, te dirŽ lo que yo pienso. Creo que la clave de todo es el amor, el Amor con mayœsculas. Pero sus diversas manifestaciones, las decisiones particulares que, en su nombre, cada uno de nosotros tomemos a lo largo de nuestra vida, dependen de nosotros, de nuestra intuici—n, de nuestras circunstancias concretas. No creo en las f—rmulas exclusivas porque son excluyentes. Sin duda ayuda a ser m‡s feliz sentirse querido y apoyado, saber que uno no est‡ solo. Pero no necesariamente por estar rodeado de gente y ruido hay menos soledad. Por eso no se pueden dar respuestas categ—ricas. Yo considero que tenemos que vivir el presente y hacer lo que hoy creemos m‡s adecuado, sin miedo al futuro, a lo que tenga que pasar. Ya lo hablamos el otro d’a. Haz camino al andar y conf’a, no cabe temor en el amor. Me has dicho que lo m‡s importante de todo esto para ti es ! !

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Eduardo, Àno? Entonces, sigue adelante con tu boda. Pero no pienses que ese d’a tiene que ser el mejor de tu vida. Sin duda, es un d’a importante, m‡s aœn para un cat—lico. Pero engrandecerlo tanto nos coloca en un estado de ansiedad terrible; la gente intenta lograr una perfecci—n inalcanzable. El mejor d’a de tu vida junto a la persona que quieres es, sencillamente, cada d’a. La relaci—n se construye a diario, Teresa. Ese enfoque, adem‡s, te ayudar‡ a relativizar los peque–os contratiempos que en la organizaci—n del evento puedan surgir. [Under Pressure Ð Queen & David Bowie]

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Granada, abril de 2002 Cinco semanas antes de la boda

17. El menœ degustaci—n El gran d’a transcurrir‡ de la siguiente manera: La ceremonia: ser‡ oficiada por el padre Dar’o, amigo de la familia, en la Parroquia de Santa Mar’a la Mayor de Alcal‡ la Real, ciudad natal de Teresa. El ‡gape: a continuaci—n, varios autobuses trasladar‡n a los invitados hasta Granada, a unos cincuenta kil—metros de distancia, para cenar en un hermoso carmen a los pies de la Alhambra. Cinco semanas antes del evento se realiza la degustaci—n del menœ. En principio estaba prevista la asistencia de los novios, los padres de ambos, el abuelo de Teresa y la abuela de Eduardo, pero esta œltima no puede asistir y en su lugar se incorpora a la degustaci—n el padre Dar’o, con el que Eduardo y Teresa han ensayado la ceremonia religiosa por la ma–ana para aprovechar al m‡ximo su viaje. La velada resulta prometedora... ÐEste sitio es una maravilla Ðcomenta Lola, la madre de Eduardo, a Elvira, su futura consuegra. ÐDar’o est‡ tardando, Àno se habr‡ perdido? Ðpregunta Teresa. ÐS’, le voy a dar un toque al m—vil Ðcontesta Vicente, su padre. ÐHablando de perderseÉ ÀAlguien ha visto al abuelo? Ðpregunta Elvira, la madre de Teresa. ÐDijo que iba al servicio Ðresponde el padre de EduardoÐ. Por cierto, ÀquŽ tal est‡? ÐBueno, del coraz—n est‡ bien, controlado Ðcontesta VicenteÐ. Y Žl est‡ muy contento aunque a veces se le cruzan un poco los cables. Eduardo, Àte importar’a acercarte al servicio? Es capaz de perderse. ! !

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ÐClaro, claro Ðaccede su futuro yerno. Vicente se dispone a telefonear al padre Dar’o justo cuando este entra en el sal—n donde se celebra la cena. Eduardo regresa con el abuelo. Hacen las correspondientes presentaciones, los pertinentes comentarios para romper el hielo. El camarero sirve, por fin, los primeros aperitivos. ÐLos panecillos estos de morcilla est‡n exquisitos Ðse–ala el padre Dar’o. ÐAnda, ni–a, tœ come que est‡s muy delgada y el vestido te va a quedar enorme como sigas as’ Ðsugiere Lola a su futura nuera. ÐAhora entiendo que las novias adelgacen antes de la boda Ðapunta Teresa. ÐHija, es que te has complicado mucho Ðopina su madreÐ, tienes que dividirte entre Madrid, Alcal‡, GranadaÉ Justo despuŽs de la boda de tu hermana y justo reciŽn salida del trabajo. ÐPrecisamente por eso, mam‡, si estuviera trabajando no podr’a haber organizado nada. Adem‡s, me lo he tragado casi todo yo solita, as’ que no os quejŽis. ÐDon Vicente, tiene usted muy buen aspecto Ðle dice el padre Dar’o al abuelo. ÐÀY tœ quiŽn eres? Ðpregunta el abuelo. ÐPap‡, es el sacerdote que va a oficiar la boda, te lo acabo de presentar Ðle responde su hijo. ÐS’, ya sŽ que lo acabo de saludar, no estoy tonto ni he perdido la cabeza. Pero yo no conozco ya a estas generaciones tan j—venes. ÐEs el hijo peque–o de çngel Ruiz, tu vecino de toda la vida Ðle recuerda Vicente. ÐAh, s’ hombreÉ Erais una buena tropa, Àno? Ðpregunta el abuelo. ÐDiez hermanos Ðresponde el padre Dar’oÐ. Lo que ocurre es que he estado fuera mucho tiempo y por eso no me conoce. Solo llevo dos a–os en Alcal‡. ÐÀY c—mo dices que te llamas? Ðinsiste el abuelo. ÐAbuelo, d‡tiles, a ti te encantan Ðinterrumpe Teresa ante la nueva bandeja de aperitivos. ÀDe quŽ est‡n rellenos? Ðpregunta al camarero.

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ÐDar’o, me llamo Dar’o Ðcontesta el padre al abuelo mientras prueba los deliciosos entrantes. ÐBueno yÉ Àc—mo est‡ tu madre, Lola? Ðpregunta Vicente a la madre de Eduardo. ÐEst‡ algo resfriada Ðresponde LolaÐ, no es nada pero ella es un poco hipocondr’aca y prefiri— quedarse en Madrid. Adem‡s, no le gusta dormir fuera de su casa. Mejor as’. Si ya es dif’cil estando sana, cuando se pone enferma no hay quien la aguante. La abuela de Eduardo era una ni–a bien de una rancia familia madrile–a, de esas con m‡s historia que recursos, que a los veintinueve a–os se cas— con el disoluto hijo de su mŽdico por miedo a quedarse solterona y cuidando de su madre el resto de su vida. La madre de Eduardo creci— sintiendo que sus padres no se quer’an y se prometi— que ella nunca har’a algo as’. Por eso se cas—, en contra de la voluntad de su madre, con Rodrigo, un joven inteligente y honrado que trabajaba por el d’a y estudiaba de noche para sacarse un t’tulo de ingenier’a y que, reciŽn casado, como dir’a su suegra, no ten’a donde caerse muerto. Sin embargo, a base de esfuerzo y tes—n hab’a logrado crear un buen porvenir a su elegante y carism‡tica esposa y a sus cuatro hijos. El caso es que, desde aquella boda, la relaci—n entre Lola y do–a Virtudes, como su madre se hac’a llamar, dejaba mucho que desear. ÐBueno, puesÉ Ðcontinœa VicenteÐ yo estoy encantado de que hoy estemos juntos celebrando algo muy especial. Hubiera sido bonito que estuviŽramos todos, pero reunir a los hermanos y a sus parejas es harto dif’cil. ÐÀPero esto es la boda? Ðpregunta el abuelo, asombrado. ÐNo, pap‡, solo venimos a degustar el menœ y de paso aprovechamos para celebrar el compromiso de Eduardo y Teresa de una manera m‡s privada, para compartir impresiones y opiniones sobre la boda, para conocernos un poco mejorÉ ÐEntonces esto es una pedida de mano en toda regla Ðsentencia el abuelo. ÐNo, abuelo, no. Es una degustaci—n de menœ y punto Ðespeta Teresa. ! !

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ÐTeresa, da igual c—mo lo etiquetemos. Es que a Teresa no le gustan las cosas muy tradicionales Ðadvierte Eduardo, disculpando a su futura esposa. ÐBueno, no me interrump‡is m‡s Ðdice VicenteÐ. Yo lo que quer’a era proponer un brindis por nuestros hijos: por Eduardo, a quien queremos mucho en la familia, y por Teresa. ÐVaya, te ha faltado decir Çque por fin se casa y nos deja tranquilosÈ Ðapunta Teresa, suspicaz. ÐHija, Àes que tienes que sacarle punta a todo? Ðle increpa Elvira, su madreÐ. Adem‡s, como si te marcharas ahora de casa, si llevas m‡s de diez a–os fueraÉ ÐParaÉ ÐSchh! Ðla interrumpe EduardoÐ. Pero ÀquŽ narices te pasa hoy, Teresa? ÐÁPor Teresa y Eduardo! Ðexclama el padre Dar’o, levantando la copa. Todos brindan mientras el camarero se acerca con la crema de carabineros al brandy y el ajo blanco. Tras soltar sus copas el padre de Eduardo retoma la conversaci—n. ÐY a ver si estos jovencitos sientan de una vez la cabeza y se compran una casa como Dios manda porque cada d’a est‡n los pisos m‡s caros. Es que ahora no pens‡is en el futuro, Àno crees, Vicente? Ð pregunta Rodrigo a su futuro consuegro, buscando un aliado. ÐBueno Ðresponde VicenteÐ, yo no "me meter’a" en una casa hasta que Teresa encontrase trabajoÉ ÐYo prefiero el ajoblanco, Ày tœ, Edu? Ðdisimula Teresa. ÐEl problema es que no sabemos si har‡ fr’o o calor Ðdice EduardoÐ. Como sea una noche fresca apetece m‡s la crema calentita, no sŽÉ ÐTeresa, tœ lo que tienes que hacer es seguir en contacto con esas buenas amistades que tienes, que eso es muy importante hoy en d’a porque si no se olvidan de ti, haz caso de lo que te digo, que m‡s sabe el diablo por viejo que por diablo Ðle sugiere Lola, su futura suegra.

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ÐBueno, bueno, con lo lista que es yo no creo que tenga problemas en encontrar nada Ðopina el padre Dar’o, echando un cable a Teresa cuyo rostro empieza a encenderse. ÐÀY las gambas? ÀD—nde est‡n las gambas? Ðpregunta el abuelo. ÐAbuelo, no va a haber gambas, ya no se lleva Ðdice Teresa, agradecida de que alguien cambie de tema. ÐSi es que no ten’a que haberse ido. Estoy seguro de que si les hubiera dicho que se tomaba un descanso lo habr’an entendido. Es demasiado impetuosa Ðopina Vicente, hablando de su hija como si no estuviese presenteÐ. Si me hubieras comentado antes Ðesta vez, dirigiŽndose a TeresaÐ, lo habr’amos hablado con calma. No sŽ para que est‡ un padreÉ De nada sirve el pisot—n de Eduardo bajo la mesa. ÐPero si no hemos hablado en veintinueve a–os, pap‡. Adem‡s, Àno eras tœ el que dec’as siempre eso de que es mejor arrepentirse de lo que has hecho que de lo que has dejado de hacer? ÐEsa frase es de Amelita Ðse–ala el abuelo. ÐHija pero, no hay que ser tan radicales Ða–ade Rodrigo. ÐPor favor, joven, Àno quedan m‡s bu–uelitos de bacalao? Ð pregunta el abuelo al camarero. ÐAbuelo, resŽrvese un poco que aœn queda el pescado y la carne y ya sabe lo que le dijo el mŽdico Ðle sugiere Elvira, su nuera. ÐBueno, tengamos la fiesta en paz Ðsusurra Vicente, en tono casi inaudible. Durante los siguientes minutos la velada transcurre sin sobresaltos ni tensiones. Los comentarios ingeniosos del abuelo y las anŽcdotas del padre Dar’o ayudan a relajar el ambiente; tambiŽn los cotilleos femeninos acerca del vestido de la novia y la agradable mœsica ambiental. Entretanto, los comensales se decantan por el rape a la moz‡rabe y hacen algo m‡s de hueco en sus ya colmados est—magos para degustar los terceros platos. Cuando parece que el viento ha amainadoÉ ÐEs incre’ble todo lo que se puede llegar a comer en una boda Ð dice el padre Dar’o mientras se pone las botas.

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ÐEs verdad Ðcomenta LolaÐ, es una pena que haya gente que no tenga quŽ echarse a la boca mientras aqu’É ÐS’, cari–o Ðla interrumpe su esposoÐ, pero en este pa’s no es as’. Al menos no en los tiempos que corren. Aqu’ el que no tiene quŽ echarse a la boca es porque no quiere. ÐEn parte lleva raz—n Rodrigo Ðopina Vicente, suscribiendo el comentario de su futuro consuegroÐ. Cuando mi padre inici— el negocio nadie apostaba un duro por Žl. A m’ no me gustaba estudiar y desde muy joven empecŽ a trabajar con Žl. Trabaj‡bamos d’a y nocheÉ ÇYa empezamos con la dichosa luchaÉÈ Ðpiensa TeresaÐ ÇÉcomo si yo no me hubiera dejado el pellejo estudiando y trabajandoÉ Ojal‡ el abuelo empiece a contar batallitas de la guerraÈ. Entonces el padre Dar’o irrumpe como un soplo de aire fresco: ÐS’, Vicente, pero para ti no ha sido duro porque te enamora tu trabajo. ÇBien, Dar’o, vamos por buen camino. Hemos pasado de la dichosa lucha a la lucha dichosaÈ Ðcontinœa Teresa, para sus adentros. ÐMe enamora mi trabajo actual, los comienzos fueron muy duros pero pon’amos mucha ilusi—n y merec’a la pena. Como mi madre sol’a decir, Çsi amas lo que haces, llegar‡ lo que amasÈ. Y aprend’ a no quejarme de nada y a mirar siempre hacia adelante. ÐEs verdad, antes no nos quej‡bamos tanto ni cuestion‡bamos tanto las cosas, acept‡bamos lo que ten’amos, trabaj‡bamos y punto Ð ratifica RodrigoÐ. Es cierto que entonces no hab’a tantas opciones pero tampoco ten’amos la competencia que hay hoy. Hoy el que no corre, vuela Ða–ade, con la mirada puesta en su futura nueraÐ. Si esper‡is el trabajo perfecto, la casa perfecta, todo perfecto, os quedarŽis estancados toda la vida. Por primera vez en su vida Teresa se muerde la lengua. Le gustar’a decirle a su futuro suegro y a su padre que confunden la aceptaci—n con el conformismo. Ese conformismo que jam‡s ellos practicaron pero que hoy predican para sus hijos. Pero Teresa calla. Aguanta la respiraci—n y las ganas de rebatir y pone en pr‡ctica el consejo de çlex. Diga lo que diga no van a cambiar de opini—n, no desean hacerlo. Todos tenemos fundados argumentos para defender nuestra ! !

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postura. Eduardo nota el esfuerzo en la cara de Teresa, le dirige una sonrisa agradecida y sale en su defensa: ÐLo que ocurre, pap‡, es que no confi‡is en nosotros, tenŽis demasiado miedo. ÐTenemos miedo porque tenemos m‡s experiencia Ðreplica su padre. ÐAprendemos de nuestra experiencia, no de la vuestra Ðapuntilla Teresa que ya no aguanta m‡s callada. ÐBueno, Àel solomillo de ternera o el de buey? Ðpregunta Lola, la madre de Eduardo, intentando apaciguar los ‡nimos. ÐA m’ me gusta m‡s el de buey, Ày a ti, Teresa? Ðle pregunta Eduardo. ÐA m’ tambiŽn. Y no me cabe nada m‡s. Estoy llen’sima. ÐPero si est‡s transparente, ni–a Ðcomenta el abuelo. ÐPrecisamente por eso, abuelillo. Mi est—mago no es el tuyo, que pareces Pap‡ Noel Ðdice Teresa, sonriendo y dando una palmadita en la tripa de su abuelo. ÐMira, Teresa Ðle dice Vicente a su hija, retomando la conversaci—n anteriorÐ, haced lo que cre‡is conveniente, ya sois mayorcitos e independientes, all‡ vosotros. Ahora disfrutemos de la cena, luego de la boda, que m‡s tarde Dios dir‡. ÐPero ejercŽis tanta presi—n, pap‡É Ðreplica Teresa. ÐPues yo me voy a tomar aire fresco Ðdice el abuelo mientras se levanta para salir al jard’n. Lola se levanta para hacer compa–’a al abuelo y de camino fumarse un cigarrillo. ÐCambiando de tema, yo quiero muy pronto bautizar a muchos Eduarditos y Teresitas, Àeh? Ðse–ala el padre Dar’o, en un ingenuo intento de mejorar el tono de la cenaÉ ÐYo creo que los hijos pueden esperar un poco, aœn son j—venes Ð opina Vicente, en la creencia de que la joven pareja comparte su opini—n. ÐLos hijos vendr‡n cuando tengan que venir o, en todo caso, cuando decidamos Teresa y yo. Y cuando lo hagan ser‡n bienvenidos Ðinterviene Eduardo, que ha empezado a perder la paciencia. ! !

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ÐEduardo, como Teresa se quede embarazada ahora se va a cerrar muchas puertas Ðesgrime VicenteÐ. Adem‡s, los hijos no vienen con un pan debajo del brazo. Teresa est‡ a punto de estallar pero, una vez m‡s, aguanta. Eduardo no: ÐCreo que subestimas mi trabajo, Vicente Ðle dice a su futuro suegro. ÐNo, hijo, no me malinterpretes, solo digo que los tiempos de ahora no son los de antes, antes era suficiente con un solo sueldo Ðse explica Vicente. ÐPues a ver si nos aclaramos, Àno os pas‡is la vida diciendo que vosotros lo ten’ais mucho m‡s dif’cil? Ðreplica Eduardo, mirando esta vez a su padre, acŽrrimo defensor de esta opini—n. ÐÁPor favor, dejemos ya el tema! Ðles pide a todos una Teresa un poco exaltadaÐ. En este momento de mi vida no sŽ si quiero un nuevo trabajo, si quiero tener hijosÉ Lo œnico que tengo claro es que quiero casarme con Eduardo. Y, por cierto Ðcontinœa, mirando a su padreÐ si lo tengo claro es porque Žl me eligi— por lo que era, no por lo que hac’a o consegu’a. Vicente estalla. Pega un manotazo en la mesa y su milhoja de trufa sobre chocolate amargo salta por los aires. Se levanta y se marcha. ÐSiempre tienes que estar con el hacha de guerra, hija, nunca vas a cambiar Ðle increpa a Teresa su madreÐ. Ten’as que aprender de tu hermana. Como dice el refr‡n, "se atrapan m‡s moscas con miel que a ca–onazos". ÐSiento no estar a la altura de vuestra hija, mam‡. ÐTœ tambiŽn eres mi hija. ÐPues no lo parece Ðreplica Teresa. Eduardo no aguanta m‡s; suelta la servilleta sobre la mesa con brusquedad, se pone en pie y se marcha. Su padre le sigue para charlar con Žl a solas y calmarle. En la mesa solo quedan Teresa, Elvira y el padre Dar’o. Elvira derrama unas l‡grimas. ÐTeresa Ðdice Dar’o, con dulzuraÐ, tus padres te aceptan y te quieren como eres; si la paciencia que predica tu madre no pudiera aprenderla cualquiera no te la aconsejar’a. Que a unos nos cueste m‡s ! !

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que a otros no es motivo para desistir de su pr‡ctica. "La paciencia en un momento de enojo te evitar‡ cien d’as de duelo"7. Teresa escucha, taciturna y cabizbaja. Abre su bolso y coge el bote de Rescue Remedy. Pone cuatro gotas bajo su lengua. Su madre le pide tilas al camarero. El abuelo est‡ regresando del jard’n, Eduardo y sus padres continœan en Žl, Vicente sigue desaparecido. El padre Dar’o prosigue: ÐSer padre es muy dif’cil, Teresa. Yo no puedo predicar con el ejemplo pero te aseguro que no tenŽis la exclusiva en trifulcas familiares. Imparto catequesis y charlas sobre la familia y conozco a muchos padres, con hijos peque–os, con adolescentes y con hijos ya adultos, tambiŽn. Nuestros padres sufrieron dificultades y no quieren vernos sufrir a nosotros. Si hubiŽsemos vivido las mismas experiencias que ellos, si hubiŽsemos nacido en el mismo sitio, en la misma Žpoca, de los mismos padres, probablemente nos comportar’amos igual. Tu padre es un hombre muy trabajador, Teresa; es normal que tuviera muchas esperanzas puestas en ti y que en cierto modo ahora las vea algo truncadas. ƒl no fue a la universidad, sus hijos s’. Siente que sus esfuerzos contigo fueron en vano y no quiero decir que tengas que estar de acuerdo con Žl ni hacer lo que Žl te diga. Solo debes ponerte en su lugar y tratar de entenderle para explicarle, con calma y con amor, que tœ vas a seguir tu camino aun a riesgo de equivocarte. ÐÀY por quŽ soy yo la que tengo que ponerme en el lugar de los dem‡s y no a la inversa? ÀPor quŽ no les dices esto mismo a nuestros padres, Dar’o? ÐPorque tœ tienes m‡s empat’a y eres m‡s joven, m‡s dœctil. Se espera que tœ aprendas de la vida y evoluciones. Ellos tienen ya m‡s camino andado. Tœ aœn puedes cambiar, mejorar. A ellos les cuesta m‡s. Por eso debes dar el primer paso. En ese momento entra Vicente padre. Suelta su m—vil sobre la mesa. Se marcha al servicio. Eduardo regresa del jard’n y se sienta. El camarero llega con tilas para todos. El ambiente est‡ algo m‡s calmado. Parece que el aire fresco y las palabras de Dar’o han !!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!! "

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!Proverbio tibetano.! ""!


contribuido a ello. Reina el silencio. Tras un par de minutos Vicente regresa a la mesa. Lo hace lentamente, como si acompa–ara a esa mel—dica mœsica de fondo que empieza a escucharse, ese Unforgettable de Irving Gordon maravillosamente interpretado por Nat King Cole. El abuelo se levanta, tiende la mano a su nieta, la invita a bailar. Con sus ojos cerrados y una amplia sonrisa le explica a Teresa que en el œltimo cumplea–os de la abuela, su hijo Vicente bailaba con Amelita esta misma canci—n. Y Amelita, hoy, hab’a vuelto a intervenir haciŽndola sonar. La eterna AmeliaÉ Mientras baila con el abuelo, Teresa le pregunta: ÐPap‡ la quer’a mucho, Àverdad? ÐEra la favorita de todos Ðcontesta el abuelo. Teresa capta entonces el mensaje de su abuela. Se acerca a su padre que acaba de sentarse en la mesa. Su padre se levanta, la mira, Teresa le dice: ÐEstos son los momentos que no quiero volver a perderme. Padre e hija se abrazan. La mœsica continœa sonandoÉ [Unforgettable Ð Nat King Cole]

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Madrid, 1996-1997

18. El trabajo de Teresa En el verano del 96 Teresa contaba con veintitrŽs a–os, un flamante novio y una licenciatura en derecho. Eduardo tuvo que trabajar casi todo el verano a excepci—n de cuatro d’as que pas— en Cabo de Gata con Teresa para celebrar la licenciatura de su novia. El viaje no agrad— demasiado al se–or Blanco ni al se–or Medina, que soportaban con resignaci—n esos aires liberales propios de las nuevas generaciones. Eso s’, no pas— un solo fin de semana sin que Campe—n y Eduardo recorriesen seiscientos kil—metros desde Madrid para visitar a su princesa en la casa de la playa de los Blanco. Por fin, en septiembre, Eduardo pudo tomarse un par de semanas e invit— a Teresa a hartarse de Birra Moreti en la isla de los mil sabores, olores y colores, aœn no explotada como destino tur’stico por eso de la recesi—n, y por el recuerdo omnipresente de la mafia y los œltimos grandes asesinatos cometidos por ella pocos a–os antes, el de los jueces Falcone y Borsellino. En esta ocasi—n les acompa–— Elvira, tres a–os mayor que Teresa, que manten’a una buena relaci—n con su hermana peque–a y con Eduardo. El viaje fue fant‡stico, la vuelta a Madrid algo dura. Especialmente para Teresa, que se enfrentaba a una nueva vida. Instalada ya en la casa de Sof’a dio comienzo a su terapia con çlex, al tiempo que buscaba trabajo en un despacho de abogados. La mayor’a de los despachos eran peque–os y familiares, no pagaban lo suficiente para su manutenci—n, hab’a que poner la mirada en los grandes. Tras unos meses de bœsqueda, Teresa consigui— por fin su primera entrevista. ÐEdu, estoy muerta de miedo. ÐÀPor quŽ?

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ÐLa gente que trabaja ah’ est‡ preparad’sima, es la mejor y yo no sŽ si darŽ la talla. Adem‡s, no tengo ninguna recomendaci—n de nadie, ningœn contacto. ÐVamos a ver, Àtœ quieres tener un buen jefe o un jefe mediocre? ÀQuieres rodearte de los buenos profesionales o no? ÐClaro que quiero estar con los buenos. ÐEntonces, en primer lugar, alŽgrate porque sean los mejores. Y en segundo lugar, ÀquŽ tienen ellos que no tengas tœ? Si te han seleccionado para la entrevista es porque reœnes los requisitos que ellos buscan y sabes perfectamente que tœ en las entrevistas ganas mucho. En cuanto a los contactosÉ es cierto que en igualdad de condiciones, si tienen que elegir a un sobrino o al hijo de un catedr‡tico famoso lo van a hacer. Pero los despachos grandes y con ganas de crecer, como este, necesitan gente y no tienen m‡s remedio que abrir su abanico. Esto es como la realeza, buscan sangre nueva con la que mezclarse. El mundo va cambiando y aunque tu profesi—n es muy tradicional, tambiŽn de algœn modo se tendr‡ que ir adaptando a los nuevos tiempos. ÐYa, s’, es verdad, peroÉ ÐVeamos, princess, hoy te vas a ir a la cama temprano con siete tilas en el cuerpo. Ma–ana te vas a levantar, vas a darte una ducha relajante de esas que tœ te das de cuarenta y ocho horas, vas a tomarte un desayuno inglŽs y vas a ponerte guap’sima con ese traje nuevo que te has comprado. ÐEst‡ bien, pero tœ enciende una vela. ÐS’, no te preocupes. ÀRecuerdas c—mo me sent’ cuando me rechazaron tras mis primeras entrevistas? ÐS’. ÐÀC—mo estaba yo? ÐHundido. ÐÀY quŽ me regalaste tœ? ÐUn CD de la Turner. ÐPues te parecer‡ una tonter’a pero me anim— much’simo. Y al poco tiempo consegu’ el trabajo. Recuerda lo que te dec’a siempre Sof’a, todo depende de nosotros y lleva raz—n. As’ que yo hoy te voy a ! !

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traer el CD y ma–ana mientras desayunas y te vistes quiero que escuches The Best. Quiero que te acuerdes de cuando te sacaste el carnŽ de conducir. Con solo dos semanas de clases tœ te empe–aste en examinarte, en contra del profesor, que no apostaba un duro por ti. Y aprobaste. ÐClaro, por eso nunca conduzco. ÐDa igual, pero es lo que quer’as entonces y lo conseguiste. ÀY cuando te admitieron en la facultad? ÀO cuando me conociste a m’, el chico m‡s admirado y deseado de todo Madrid? ÀQuŽ dijiste, eh? ÐQue eras un presumido. ÐPero un presumido maravilloso con el que quer’as pasar el resto de tu vida, Àno? Teresa sonri—. ÐCuando te has empe–ado en algo lo has conseguido y tœ lo sabes Ð a–adi— EduardoÐ. Y, lo mejor de todo, lo has conseguido sin esfuerzo alguno. As’ que escuchar‡s mi canci—n, nuestra canci—n, y pisando fuerte te comer‡s el mundo ma–ana. Y cuando salgas de la entrevista nos iremos a comer para celebrarlo. ÐGracias, mi ni–o, te quiero. Ah, y no olvides la vela. Al d’a siguienteÉ ÐÁAœn no me lo creo, Edu! Ðexclam— Teresa, euf—rica. ÐÀYa te han contestado? ÐS’. Bueno es que, en realidad es para hacer pr‡cticas, aœn no es definitivo. De todos modos estoy content’sima, llevo so–ando con esto muchos a–os. ÐEres la mejor ÐBesazo. ÐEl problema es que mientras estŽ en pr‡cticas trabajarŽ gratis. Pero esto es lo que hay. Es lo que hacen todos o casi todos. De modo que tendrŽ que seguir pidiendo ayuda a mi padre. ÐSof’a no te ha pedido nada por la casa. ÐNo, pero yo tengo que pagar la luz, el agua, mi comida, mi ropaÉ En fin, son muchos gastos aun as’. ÐYo te puedo ayudar. ÐTœ ya me pagas la terapia de çlex.

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ÐTeresa, la terapia no es muy cara, çlex te ha puesto un precio especial, yo puedo contribuir con m‡s gastos. De todos modos, no tengas miedo de pedirle a tu padre. No le importar‡ ayudarte, nunca se negar’a porque sabe que es un œltimo esfuerzo y una oportunidad enorme para ti. Al contrario, se va a alegrar much’simo cuando se entere de la noticia. ÐÀY cuando Sof’a deje el dœplex? Me tendrŽ que hacer yo cargo de Žl y es car’simo. Claro que, siempre me puedo buscar un estudio m‡s peque–o como el que ten’aÉ ÐTeresa, deja de preocuparte por un problema que aœn no existe. Antes de lo que crees te habr‡s incorporado definitivamente al despacho y en estos sitios pagan muy bien. Recuerda, youÕre simply the best. ÐTœ s’ que eres el mejor, mi ni–o. Por cierto, estar’a fenomenal que te vinieras a vivir conmigo cuando el dœplex sea m’o. ÐDel tiempo de pasado nos preocupamos ma–ana. ÐTienes salidas para todo... En efecto, en marzo del 97 Teresa ya era, oficialmente, un nuevo miembro del despacho, de un importante despacho. Le agradecieron los servicios prestados con una compensaci—n econ—mica que le sirvi— para pagarse la colegiaci—n y convertirse, por fin, en abogada. Eduardo estaba orgulloso de ella. El se–or Blanco estaba orgulloso de su hija. En el despacho estaban orgullosos de su nueva adquisici—n. Ahora Teresa deb’a estar a la altura de muchas expectativas. Sent’a que deb’a estarlo. Comenzaba una nueva andaduraÉ [The Best Ð Tina Turner]

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Madrid, 1997-2000

19. El declive El primer a–o del trabajo de Teresa fue para ella una Žpoca de enorme cansancio pero mayor ilusi—n. El trabajo la motivaba, Eduardo la ayudaba y tambiŽn çlex tuvo mucho que ver. Teresa asist’a a su consulta todos los jueves a las tres. çlex accedi— a verla en esta complicada franja horaria pues ella entraba al despacho a las nueve de la ma–ana y sal’a a las doce de la noche, as’ que ten’a que utilizar la hora de la comida para verle. Pero no le importaba. Todo era alegr’a, ilusi—n, seguridadÉ TambiŽn Eduardo se volc— m‡s en su trabajo. Le hab’an dado un nuevo puesto de mayor responsabilidad que le obligaba a viajar much’simo por toda Europa. Ahora eran dos adultos responsables y maduros que pod’an presumir ante todos de posici—n social y econ—mica. Sus reciŽn estrenados trabajos y sueldos limitaron sus encuentros a lo siguiente: el s‡bado pasaban la tarde haciendo compras (la ma–ana la dedicaban a dormir); por la noche cenaban en un restaurante con amigos (cuanto m‡s caro mejor, lo importante era gastar para justificar tantas horas de trabajo). El domingo pasaban la tarde viendo la televisi—n (la ma–ana la dedicaban a dormir). Y de nuevo a empezar la semana. Junto a esa ilusoria y ef’mera alegr’a, esa vida c—moda, superficial y fr’vola, lleg— el distanciamiento. Teresa se dio cuenta de ello en la consulta de çlex, aquel jueves de abril del 98. El d’a anterior hab’a cumplido veinticinco a–os. Pas— su cumplea–os trabajando, como un d’a m‡s. Eduardo no estaba en Madrid. Estaba agotada por el exceso de trabajo, el estrŽs empezaba a dejar huellaÉ Lleg— a casa por la noche, sola y... no pudo evitarlo. Tuvo su œltima reca’da, la peor de ! !

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todas. Por inesperada. Llevaba ya tanto tiempoÉ Se sinti— la mujer m‡s miserable de todo el planeta, de todos los tiempos. Y Eduardo no estaba con ella. Tampoco deseaba hablar con Žl por telŽfono. Solo quer’a recrearse en su desconsuelo. Desconect— su m—vil, cogi— un CD de mœsica instrumental y se meti— en la cama. Al d’a siguiente, a la hora prevista, Teresa lleg— a la consulta de çlex. ƒl la estaba esperando. No hicieron falta explicaciones. Nada m‡s verla la abraz—. Teresa se desplom—. No hubo palabras, solo gestos de ternura, caricias. Cuando ya estaba m‡s calmada, çlex sostuvo la cabeza de ella con sus grandes manos, alz— suavemente su rostro y le dirigi— esa mirada compasiva, intensa y al tiempo atractiva que hizo estremecer a Teresa. Al cabo de unos segundos que parecieron a–os, de desconcertante e inquietante silencio, çlex dijo: Ð"Si te caes siete veces, lev‡ntate ocho"8. çlex hab’a pronunciado las palabras adecuadas, hab’a dicho lo que Teresa necesitaba o’r, hab’a actuado correctamente, siempre lo hac’aÉ Por un instante esta actitud exasper— a una Teresa desorientada y confusa. Solo con el tiempo llegar’a a apreciar, a agradecer, la serenidad, madurez y profesionalidad de su terapeuta y amigo. Al d’a siguiente Teresa se esforz— por salir temprano del trabajo, Eduardo llegaba de Londres y llevaban toda la semana sin verse. No le daba tiempo a llegar al aeropuerto. Ya cerca de casaÉ ÐHola. ÐHola, Amigo Ðsalud— Teresa, extra–adaÐ, es raro verte por aqu’ a estas horas. ÐAhora solo corres Ðdijo Amigo, exhalando un insoportable hedor a alcohol y falta de higiene. ÐÀHas comido algo hoy? Su amigo no contest—. Se dio la vuelta y sin decir nada, se fue. ÐÁEspera! Teresa entr— en el bar de abajo. Le pidi— un bocadillo de tortilla y lo pag—. No esper— a que se hiciese. !!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!! #

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!Proverbio chino.! #)!


ÐLo siento, Amigo, tengo algo de prisa pero come algo, Àeh? ÐGracias. ÀTienes un cigarrillo? ÐNo, y si lo tuviera no te lo daba. ƒl se volvi—, gru–endo. ÐAdi—s Ðse despidi— Teresa. No hubo respuesta. A las 21:45 entraba Teresa en su casa. A las 22:00 llamaron a su puerta. Nadie hab’a ido a esperarle al aeropuerto, no hab’a cena para recibirle ni mœsica acogedora ni velas encendidas. Teresa abri— la puerta. All’ estaba Žl, de pie, con la maleta y quince rosas rojas. Tras cinco minutos de agradecimiento y cortes’a amorosaÉ ÐA ver, quŽ te pasa Ðinquiri— Eduardo. ÐNada, quŽ me va a pasar, me encantan tus flores y ten’a muchas ganas de verte, mi ni–o. No sab’a que hab’a florister’as abiertas a estas horasÉ ÐBueno, la verdad es que ha sido algo complicado. ÐEstoy muerta de hambre, Àpedimos algo? ÐLo que quieras pero yo no tengo mucha hambre. ÐYa has cenado, Àno? Ðpregunt— Teresa. ÐÀQuŽ quieres que haga? He comido a la una, estaba mareado y s’, claro, me he comprado una hamburguesa. ÐDe puta madre. ÐPero p’dete tœ lo que quieras. ÐCeno todos los d’as sola un miserable s‡ndwich a las doce de la noche. Estoy deseando compartir el viernes contigo yÉ ÐPues yo lo que deseo es soltar esta puta maleta Ðsubiendo el tono de vozÐ y encontrar un poco de calor y una sonrisa que dure m‡s de cinco minutos. ÀQuŽ co–o pasa si cenas sola, yo te acompa–o y vemos una pel’cula juntos; descansamos algo y ma–ana ya organizamos lo que sea para celebrar tu cumplea–os? ÀSabes quŽ hora es? Tœ acabas de llegar, Àno? ÐNo empieces con lo de que siempre salgo tarde porque tœ siempre est‡s fuera y ni siquiera has tenido la decencia de sugerir que pasemos un fin de semana juntos en Londres, en Par’s o en Mil‡nÉ Porque total, el domingo te tienes que ir a Londres otra vez, Àno?

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ÐÁEstoy hasta los cojones! Ðtono de voz aœn m‡s altoÐ, a ver si te crees que yo estoy por ah’ todo el d’a haciendo turismo, estoy encerrado en una oficina como tœ. ÐÁUna mierda! Tœ sales a las siete, te vas a cenar con tus colegas y yo llego a una casa solitaria cuatro o cinco horas m‡s tarde. ÐPorque te da la gana, porque te lo has buscado tœ, porque no hay quien te soporte Ðportazo. Por desgracia, estas discusiones empezaban a ser habituales.

* * * Teresa continu— asistiendo a la terapia de çlex algo m‡s de un a–o desde su œltima reca’da. Pero no por ello dejaron de verse. Como ocurriera con Sof’a, tambiŽn Eduardo y ella se hab’an hecho buenos amigos de çlex y, con relativa frecuencia, quedaban a cenar con Žl e incluso a veces, cuando aterrizaba por Madrid, con Sof’a, que a su regreso de Chile se hab’a instalado definitivamente en Gran Canaria. Aquel s‡bado de junio de 2000 çlex hab’a organizado en la terraza de su ‡tico una de sus famosas cenas. Esta vez tambiŽn estaba su hija Aurora, convertida, por cierto, en una jovencita de casi diecisiete a–os escandalosamente guapa, dulce y alegre. A Teresa le encantaba conversar con çlex. No ten’a el atractivo f’sico, la gracia ni la espontaneidad de Eduardo, pero s’ aquello otro que a todas las mujeres enloquece: una considerable locuacidad y una gran elocuencia. Adem‡s, si bien solo Eduardo conoc’a todas las caras de Teresa, çlex la comprend’a como nadie. Al principio a Eduardo tambiŽn le atra’an estas reuniones pero en los œltimos encuentros hab’a empezado a sentirse algo desplazado. La complicidad que ten’an Teresa y çlex le exasperaba. Especialmente desde que finalizase su terapia. Ya no exist’an barrerasÉ TambiŽn Teresa empezaba a sentirse inc—moda. Al menos cuando Aurora les acompa–aba. Ni la ropa ni la pintura pod’an disimular las ojeras y la delgadez de Teresa. Sin embargo, la rubia y larga melena de Aurora, sus intensos ojos azules, su metro setenta y sus curvas perfectamente dibujadas, le otorgaban una exhuberancia capaz de ! !

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enmudecer a cualquier hombre. Adem‡s, al igual que a Eduardo, a Aurora tambiŽn le aburr’an las conversaciones profundas de su padre y de Teresa. As’ que aquella noche, Eduardo encontr—, durante la cena, una magn’fica aliada. Al terminar la velada Eduardo acompa–— a Teresa a su casa. No comentaron nada de la cena. ÐÀTe quedas a dormir? Ðpregunt— Teresa. ÐNo. òltimamente no veo nada a mis padres. ÐVale, hasta ma–ana. Tras despedirse de Teresa, Eduardo se march— a su casa caminando. La noche era muy agradable. No le apetec’a dormir con ella. Hubieran terminado discutiendo y Žl estaba cansado de tanta discusi—n. Tampoco ten’a ‡nimo para interpretar el papel de feliz enamorado. Cuando lleg— a casa se refugi— bajo las s‡banas de su cama con una mezcla de miedo y decepci—n, como sol’a hacer cada vez que algo le contrariaba. Compungido, intent— en vano conciliar el sue–o mientras rememoraba los mejores momentos de su vida con su princesa.

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Madrid - Djerba, verano 2000 Dos a–os antes de la boda

20. La œltima oportunidad Teresa y Eduardo estaban exhaustos. En el mes de julio suele acumularse el trabajo en los grandes despachos y empresas, todo el mundo quiere cerrar asuntos para irse tranquilo de vacaciones. Lo curioso es que organizar las vacaciones tambiŽn puede convertirse en una actividad extenuante, especialmente cuando depositas en ellas la responsabilidad sobre el futuro de una relaci—n algo deteriorada, como sucedi— ese verano a Teresa. ÐEdu, Àd—nde nos vamos de vacaciones? ÐDonde tœ quieras. ÐImpl’cate un poquito m‡s. ÐSi es que a m’ me da igual. ÐEdu, yo no tengo tiempo y como no nos demos prisa no vamos a encontrar nada a estas alturas. Mira, he cogido folletos de diez sitios. Por favor, Žchales un vistazo al menos. ÐÀSolo diez? ÐQuŽ gracioso. Venga, siempre me encargo yo. El de Sicilia lo eleg’ yo y el de PragaÉ ÐYo organicŽ el de Par’s. ÐCÕest magnifique, si solo tuviste que sacar mi billete de avi—n. Tœ ya estabas all’ trabajando y adem‡s me cost— dos a–os convencerte. ÀQuŽ tal Tailandia? ÐÀTailandia? Ser‡ car’simo y est‡ lej’simos. ÀNo podemos ir a Canarias o a Mallorca?

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ÐEdu, Canarias o Mallorca siempre est‡n ah’, me apetece ir algo m‡s lejos. Adem‡s, promet’ a Sof’a ir a visitarla a Gran Canaria y en verano precisamente ella no va a estar all’. ÐÀNoruega? ÐNo est‡ mal, pero sabes que me encanta el sol y la playa. ÐPero si luego te vas con tus padres a la playa. ÐCuatro d’as y medio, cari–o, que esto es Espa–a, el pa’s europeo donde m‡s se trabaja. ÐVaya, Àhas hecho un estudio comparado? ÐBueno, Ày eso quŽ mas da? ÐTeresa, Àpara quŽ me ense–as todos estos folletos? Te he sugerido tres sitios y a todos me has dicho que no. ÐÀNo te apetece Tailandia? ÐÀPara quŽ cojones me preguntas si luego vas a hacer lo que te dŽ la gana? Y lo hizo. Ya en el avi—n... ÐSegœn esta gu’a Tœnez tiene ciudades preciosas que visita la gente normal: Hammamet, Susa, Sidi Bou Sa•d, la propia capitalÉ pero nosotros somos m‡s chulos y originales que nadie y tenemos que hacer trasbordo en el aeropuerto de Tœnez para coger un avi—n hecho a la medida de un playm—bil, con m‡s tripulaci—n que pasajeros. Somos tan pocos que si nos estrellamos ni siquiera nos echar‡n en falta. Ah, espera. Aqu’ habla de Djerba, por fin. Dice que es un destino elegido por muchos golfistas. Ahora entiendo. Te habr‡s acordado de traer los palos, Àno? Ðdijo Eduardo, ir—nico. ÐMuy gracioso, Àno dejaste en mis manos la elecci—n? Pues te aguantas. Aœn no hemos aterrizado y ya te est‡s quejando. Cuando llegaron al hotel se registraron, deshicieron las maletas, tomaron una ducha y se fueron a cenar. Se acostaron pronto para recuperar la falta de sue–o de todo un a–o. Amanecieron con otro esp’ritu. ÐLo siento Ðdijo EduardoÐ. Vamos a intentar empezar de nuevo y disfrutar, Àvale? Venga, vamos a desayunar. Tras un copioso desayuno internacional fueron a darse un ba–o a la paradis’aca playa de arena blanca y agua c‡lida y cristalina. Hicieron ! !

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snorkle, tomaron un almuerzo ligero en el bar de la piscina, regresaron a la playaÉ Teresa estaba esplŽndida. El mar siempre le hab’a sentado bien. No sali— del agua en toda la tarde. Eduardo se fue a pedir una Celtia y al regresar encontr— a Teresa en la orilla, sensualmente envuelta en algas y espuma de mar. Se acerc— a ella lentamente para no perder detalle de aquel ind—mito espect‡culo de la naturaleza. Solt— su cerveza sobre la arena. Las manos de Eduardo se fueron haciendo paso entre la verde espesura marina que cubr’a aquel cuerpo salado, hœmedo y brillante. Cuando llegaron a la altura de sus labios los acariciaron, una y otra vez. Aprovechando la sombra que Eduardo proyectaba sobre su cuerpo, Teresa abri— los ojos y le habl— con ellos. Sin pensarlo dos veces Žl la tom— entre sus brazos, se puso en piŽ y se dirigi—, con paso firme, a la habitaci—n. La terraza estaba abierta. El sonido de las olas se fund’a melodiosamente con esa canci—n que empezaba a escucharse, a lo lejos, procedente del bar de la piscina: The power of love. Sin dejar de mirarla, Eduardo solt— a Teresa con delicadeza sobre las infinitas s‡banas azules salpicadas de jazm’n. Y acompa–ados por esa penetrante melod’a, sus cuerpos se fundieron con sus almas, el sol ardiente con el mar, la brisa con el jazm’n, el amor con la pasi—nÉ El poder del amorÉ [The power of love Ð Frankie goes to Hollywood]

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Djerba - Madrid, verano 2000

21. La ruptura Tras una hora de ardiente reencuentroÉ ÐSe nos ha hecho tard’simo, tendremos que bajar a cenar Ðcoment— Teresa. ÐOstras, es verdad. ÐVenga, dœchate tœ primero. ÐÀY por quŽ no a la vez? Ðsugiri— Eduardo. ÐNo nos da tiempo, Àsabes quŽ hora es? ÐÀNo hab’amos dejado el estrŽs en Madrid? Ya en el restaurante: ÐHoy tienes el guapo subido y ese collar de jazm’n te sienta de maravilla. ÐGracias, mi ni–o. ÀQuŽ te apetece tomar? ÐA ti. ÐVenga, en serio. ÐLo digo en serio. ÐYo tengo hambre. ÐOk, tomarŽ lo mismo que tœ. Teresa pidi— la cena y pregunt—: ÐÀQuieres que hagamos una excursi—n ma–ana? ÐQuiero pasar todo el d’a encerrado en la habitaci—n contigo. ÐEdu, despierta. ÀEs que no vamos a poder hablar? ÐVale, de acuerdo. ÀD—nde quieres que vayamos? ÀA ver dunas? ÐNo estar’a mal, podemos alquilar un camello y pasear. ÐCon sesenta grados a la sombra. Lo olvidaba, aqu’ no hay sombrasÉ

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ÐEst‡s empezando a fastidiar el maravilloso d’a que est‡bamos teniendo. ÐNo, yo no. Eres tœ, siempre tan cerebral, no te dejas llevar jam‡s, no disfrutas, siempre est‡s en tensi—n. ÐÀMe est‡s comparando con alguien? ÐPero ÀquŽ dices? ÐInsinœas que ya no soy divertida ni jovial como, por ejemplo, Aurora, Àno? Eres un salido, es una cr’a. ÐPero quŽ mente tan retorcida tienes. ÀHe dicho yo algo de Aurora? Tœ si que has envejecido diez a–os de golpe, por eso te gustan entraditos en a–os. ÐÀQuŽ est‡s insinuando? ÐAntes re’amos juntos. Disfrut‡bamos sin hacer nada, charl‡bamosÉ ÐÀCharlar tœ? ÐAh, lo olvidaba, solo çlex sabe hablarÉ El resto de las vacaciones transcurri— entre encuentros y desencuentros, discusiones y disculpas, excusas e insinuacionesÉ Los dos sab’an que as’ no pod’an continuar. En el avi—n de vueltaÉ ÐCreo que ser‡ mejor que nos tomemos un respiro Ðdijo Teresa. ÐUn respiro para quŽ. ÐPara meditar, pensar, recapacitar. ÐPero si ya est‡s todo el d’a pensando. A m’ no me van las medias tintas. Esto se acab—. Esto se acab—É Ðrepiti— Eduardo, con Žnfasis. No hubo m‡s palabras en el vuelo Djerba-Tœnez. Hicieron transbordo en el aeropuerto de Tœnez donde aprovecharon para tomar un s‡ndwich. Se sentaron juntos. Las miradas imprescindibles, las palabras justas; el tono correcto, fr’o: ÇÀTienes cambio?È ÇGraciasÈ ÇDe nadaÈ ÇÀQuieres agua?È ÇNo, graciasÈ ÇYa es la horaÉÈ. Nuevo avi—n, nuevo silencio, llegada a Barajas. Caminaron paralelos guardando una distancia de un metro. Fueron a buscar sus maletas a la cinta transportadora. La de Eduardo sali— primero. La cogi—, alz— la mirada, se acerc— a ella. Le dio un fr’o beso en la mejilla y le dijo secamente: ÇAdi—s, TeresaÈ. Ella lo mir—, en silencio, suplicante, en ! !

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un œltimo intento de hacerle cambiar de opini—n. Fue en vano. Eduardo se dio la vuelta y se march—. Ella susurr—: ÇCu’dateÈ. Pero Eduardo ya no estaba. Teresa se qued— all’ plantada, inerte, incapaz de asimilar lo que estaba pasando. Ahora estaba sola, como aquella estœpida maleta, dando vueltas, desorientada, con rumbo a ningœn sitio. * * * El trabajo llenaba el vac’o de Teresa. El problema era el fin de semana. Madrid sin Žl se hac’a insoportable, por lo que decidi— visitar a su familia con m‡s frecuencia. Elvira, su hermana, hab’a conocido a alguien; se refugi— entonces en la peque–a Roc’o, la regordeta hija de su hermano Alberto que viv’a en la casa de enfrente. De esta manera transcurri— el primer mes desde su ruptura con Eduardo: cada fin de semana tomaba un autobœs para ir a Alcal‡. De sonido de fondo, Me Ama M™9, de Simone. La escuch— doscientas veces, a raz—n de veinticinco por viaje. Por fin el quinto fin de semana Teresa decidi— enfrentarse a la realidad. Pens— en llamar a Eduardo. No lo hizo. Desayun— y se fue a hacer la compra. Pens— en llamar a Eduardo. No lo hizo. Se prepar— la comida. Pens— en llamar a Eduardo. No lo hizo. Comi— y se ech— la siesta. Se levant—. Pens— en llamar a Eduardo, cogi— el m—vil, llam— a çlex. Nadie contest—. Insisti— en su casa. ÐÀS’? Ðse escuch— al otro lado del telŽfono. ÐHola, Aurora, soy Teresa, Àc—mo est‡s? ÐAh, hola Teresa, ÀquŽ tal? ÐÀEst‡ tu padre en casa? ÐNo, no est‡ Ðrespondi— Aurora. ÐEs que le he llamado al m—vil pero no contesta. ÐEs posible que estŽ en el cine. Ahora no para en casa, desde que conoci— a esa se–ora en R’oÉ Por una vez çlex no estaba disponible. De las palabras de Aurora Teresa dedujo que çlex estaba saliendo con una explosiva y !!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!! $

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!Canci—n compuesta por Martinho da Vila y ZŽ Catimba.! $(!


complaciente brasile–a de piel tostada, curvas espectaculares y acento cadencioso. Dedujo que la hab’a conocido en unas paradis’acas vacaciones en un hotel de cinco estrellas y que se la hab’a tra’do a vivir con Žl. Era mucho deducir pero la mente novelesca de Teresa nunca descansaba. ÇÀA quiŽn diablos le importa lo que haga çlex?È A las dos horas son— el m—vil de TeresaÉ ÐÀS’? Ðcontest—. ÐÀTeresa? ÐHola, çlex, ÀquŽ tal? ÐMe ha dicho Aurora que me has llamado. ÐAh, s’, no era nada importante. Solo era para ver si me hab’a dejado un bolso en tu casa... ÇEsto ha sonado absolutamente rid’culoÈ. Fue la œltima conversaci—n que Teresa mantendr’a con çlex en casi dos a–os. La distancia le permiti— reconocer la sutil l’nea que separa la atracci—n del verdadero amor. Seguramente Žl estaba acostumbrado a los t’picos idilios cliente-terapeuta. O no, quien sabeÉ Teresa nunca lleg— a saber, a ciencia cierta, si realmente Žl hab’a sentido algo por ella. Nunca le preguntar’a. No estaba dispuesta a renunciar a su amistad. Adem‡s, ya no ten’a importancia. Pasaron los meses y Teresa se acostumbr— a caminar sola, rehizo su vida, volvi— a ser una mujer independiente. La distancia le permiti— reconocer tambiŽn la sutil l’nea que separa la dependencia del verdadero amor. Ya no necesitaba a Eduardo. Estaba mejor as’. Ya nadie la presionar’a para que trabajara menos; nadie le gritar’a ni le har’a llorar; pod’a ver las pel’culas que m‡s le gustaban; pod’a dedicar el poco tiempo libre que ten’a a hacer deporte; pod’a hartarse de comer pasta y extra–as ensaladas, de esas que tan poco le gustaban a Žl; pod’a conocer a gente nueva; pod’a pasarse las horas muertas en una librer’a o leyendo; pod’a tomarse las vacaciones cuando le diese la gana, visitar a sus padres y pasar el d’a tumbada en el sof‡ sin dar explicaciones a nadie; pod’a irse a la playa y nadar en el mar a altas horas de la madrugada como sol’a hacer cuando era estudianteÉ Pod’a, incluso, realizar alguna labor social o humanitaria para compensar su vac’o existencialÉ ! !

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No, Teresa no necesitaba a Eduardo. No necesitaba su compa–’a, sus risas, sus caricias, sus abrazos, su apoyo, su comprensi—n, su ayuda, su ternura, su pasi—n, su espontaneidad, su resoluci—n, su graciaÉ Teresa ya no necesitaba nada de eso. No lo necesitabaÉ ÇNo lo necesitoÉÈ [Me Ama M™ Ð Simone]

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Madrid, verano 2001 Un a–o antes de la boda

22. La reconciliaci—n Espa–a hab’a cumplido holgadamente los criterios de convergencia marcados por el Tratado de Maastricht para entrar en la eurozona. Experimentaba una tasa de crecimiento superior a la media europea, el dŽficit y la tasa de desempleo se reduc’an considerablemente. Los bajos tipos de interŽs favorec’an el febril endeudamiento de las familias, enloquecidas por consumir y por comprar pisos a chorros. El pa’s estaba inmerso en plena dŽcada dorada de la econom’a espa–ola iniciada a mediados de los noventa. Fueron los a–os del boom inmobiliario, de la especulaci—n, del cohecho, de la prevaricaci—n; de los arquitectos municipales, alcaldes y concejales venidos a m‡s; de los nuevos terratenientes con nombre de entidad bancaria; de las fusiones, adquisiciones y concentraciones de empresas; de la construcci—n de diez malls por vivienda, de diez viviendas por habitante; de las hipotecas hereditarias a doscientos a–os, del metro cuadrado de Villaganga a precio del de la Quinta Avenida; del enriquecimiento de los ricos, del empobrecimiento de los pobres; del Welfare state convertido en t’tulo de un western; del canje de hijos por casas, de c—nyuges por m—viles, de abuelos por cenas de lujo; del enaltecimiento del imberbe inexperto, del arrinconamiento del maduro avezado; del emplazamiento de campos de golf en tierras ‡ridas, de la sustituci—n del paisaje costero por el "cutreladrillo"... Todo suced’a a lo grande. El estrŽs se hab’a adue–ado de las vidas de los espa–oles. Compet’an, consum’an, trabajaban hasta la extenuaci—n. Y Teresa no era precisamente una excepci—n. Si antes su jornada laboral superaba las setenta horas semanales, con ese crecimiento desenfrenado alcanzaba f‡cilmente las ochenta. ! !

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Era el mes de julio de 2001. Quedaban tres semanas para las vacaciones de una ojerosa y p‡lida Teresa de veintiocho intensos a–os, esas miserables y aburridas vacaciones de quince solitarios d’as sin Eduardo que por otro lado resultaban absolutamente imprescindibles para su supervivencia. Ese lunes fue especialmente frenŽticoÉ ÐTeresa, Àhas terminado ya el informe que te ped’? Ðle pregunt— su jefe y socio del despacho, en llamada de telŽfono interna. ÐEstoy en ello, es que Carlos Ðotro socioÐ me ha pedido ayuda con una demanda que tambiŽn era urgente, me dijo que lo hab’a consultado contigo y que estabas de acuerdo. ÐPues el cliente est‡ que trina. Tienes que acabarlo ya. ÐÀPuede estar para ma–ana? Ðpregunt— Teresa. ÐDiez minutos. Y te vienes conmigo a la reuni—n. Al regreso de la reuni—nÉ ÐÀQuŽ tal la reuni—n? Ðle pregunt— desde la mesa de enfrente su compa–era. ÐPuesÉ Ðcontest— TeresaÐ han sido quince minutos de reuni—n y no precisamente con el presidente, cuarenta y cinco en el taxi y treinta bajando las veintitantas plantas de la torre porque justo hoy tocaba simulacro de incendio. As’ que ten cuidado porque el jefe viene ligeramente indignado. De nuevo, llamada interna: ÐTeresa Ðle dijo la secretaria del jefeÐ, te llama la mujer del ministro, por lo de su casa de campo. ÐEso no es urgente, Celia, ahora estoy liad’sima, dile que estoy reunida. Teresa colg— pero inmediatamente el telŽfono volvi— a sonar. Era la extensi—n del jefe. ÐÀS’? Ðcontest— Teresa. ÐTeresa, ven a mi despacho. Reuni—n de equipo. Tenemos nuevo asunto. Tras comentar el asunto en el despacho del jefeÉ ÐTeresa, lo tuyo es urgent’simo. ÐÀPara cu‡ndo? ÇQuŽ pregunta m‡s tontaÈ. ÐPara ayer. ! !

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ÐPero yo tengo que acabar para ma–ana el contrato de... ÐY recordad Ðinterrumpi— el jefe, haciendo o’dos sordos al comentario de TeresaÐ que ma–ana vosotros tres Ðse–al—, incluyŽndola a ellaÐ tenŽis que iros a la data room de OGS. La semana que viene es la compra y hay mucho en juego. Ya fuera del despacho del jefeÉ ÐÀQuŽ es una data room? Ðpregunt— la becaria. ÐUna habitaci—n hasta arriba de documentos en uno de los inmuebles que el cliente va a comprar normalmente situado en el culo del mundo, al que te vas con tu ordenador port‡til de trescientos kilos, de diez a diez, para tomar nota de todo lo que ves y del que regresas en el coche de San Fernando porque los taxistas no atienden llamadas de m—vil Ðcontest— Teresa. ÐVaya, quŽ estimulante Ðdijo la becaria con iron’a. ÇMe he pasado siete pueblos, la pobrecilla empieza con ilusi—n, como todos, y yo se lo he puesto todo tan negroÉÈ Ðpens— Teresa. ÐÁTeresa! Ðexclam— a viva voz Celia, la secretaria del jefe, mientras se acercaba a Teresa, tras escuchar su voz al fondo del pasillo Ðla se–ora Albaladejo ha llamado ya siete veces, dice que es muy importante, yo ya no sŽ que decirle. ÐMierda, si no vamos a cobrar un duro por esto y estoy hasta arriba de trabajo, voy a estallar. ÐYa, pero es ministra consorte y le ha pasado tres clientes gordos a Jordi, ya sabes Ðreplic— Celia. ÐPues que le atiendan en el despacho de Barcelona. ÐEso lo discutes luego con el jefe; la tengo a la espera, ÀquŽ le digo? ÐEst‡ bien, dame un minuto para llegar a mi mesa y me la pasas. ÐÀS’? Ðdijo Teresa, contestando la llamada externaÐ. ÁQuŽ tal, Gabriela! C—mo me alegra o’rte de nuevo. Justo ahora mismo iba a llamarte yo, quŽ casualidad. Ayer estuve toda la ma–ana con tu tema en la Direcci—n General de Medio AmbienteÉ. S’. Bueno, tengo muchos avances pero aœn queda algœn cabo suelto por atar. La cuesti—n es que la persona clave de la Consejer’a que me puede ayudar no estar‡ hasta la semana que viene Ðminti—Ð. S’, s’, claro. Yo creo ! !

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que hay alguna posibilidad pero prefiero ahorrarme los detalles ahora, ya sabes que en este despacho somos muy rigurosos y nos gusta trabajar bien. Si te parece, en cuanto pueda acceder a los documentos que te digo yo elaboro un informe detallado con todas las posibilidades y te lo env’o por fax. S’, s’. No. Ese decreto est‡ derogado. Por supuesto. Perfecto, me parece bien. S’, claro, llama cuando quieras. Muy bien, quedamos en eso. Un saludo... Teresa colg—. El telŽfono volvi— a sonar. VigŽsimo cuarta llamada interna del d’a: ÐÀS’? Ðcontest— Teresa. ÐTengo la sentencia Ðle dijo un compa–ero. ÐÀY? ÐÁHemos ganado! Enhorabuena por la parte que te toca. ÐÁBien! Lo mismo digo. ÀLo sabe ya el cliente? ÐS’, se lo ha dicho Carlos y ma–ana quiere invitar a comer a todo el equipo. ÐÁUf, menos mal que no soy de tu equipo! Tengo un d’a complicad’simo ma–ana. ÐDe eso nada, guapa. Carlos quiere que vayas tœ tambiŽn, has trabajado m‡s que nadie. ÐImposible. Ya hablarŽ yo con Žl. Bueno, me alegro mucho y ahora te dejo porque me toca otra vez dormir aqu’É Teresa logr— sobrevivir ese d’a e incluso esa semana pero notaba que empezaba a tocar fondo. Empezaba a darse cuenta de que ten’a que retomar, de nuevo, las riendas de su vida. Echaba de menos a Eduardo. Lo echaba mucho de menosÉ y lo llam—. Sin pensarlo. Sin saber quŽ iba a decirle. Porque le apetec’aÉ Lo llam—. ÐÀEduardo? Ðdijo Teresa, por telŽfono. ÐAh, hola, Teresa. ÀQuŽ tal? ÀC—mo va todo? ÐMuy bien y tœ, ÀquŽ tal? ÐBien, un poco cansado, he tenido unas semanas duras pero bien. ÐS’, ya, quŽ me vas a contar a m’. Aunque, Àsabes? Me han aumentado la minuta. ÐMe alegro mucho. Te lo mereces, eres buena. ! !

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ÐEn realidad nos la han subido a todos. ÐBueno, eso no te resta mŽrito y es de agradecer que sepan reconocer vuestro esfuerzo. ÐUn cincuenta por ciento. ÐÀQuŽ? ÐQue me dan un cincuenta por ciento m‡s. ÐÁPfiuuu! Estar‡s contenta, Àno? ÐNo. ÐÀTe parece poco? ÐNo, claro, no es eso. ÐÀEntonces? ÐTeresa no contest—Ð ÀTeresa? Ðinsisti— Eduardo, tras el largo silencio de Teresa. ÐTe echo de menos Ðse–al— ella con la voz entrecortada. ÐTeresa, ahora no puedo hablar. Me est‡n llamando por el fijo. ÐEst‡ bien. Un beso, adi—s Ðse despidi— Teresa, conteniendo l‡grimas. ÇMierda, pero quŽ diablos estoy haciendo; he sido imbŽcilÈ Ðpens— Eduardo. Ya por la tardeÉ ÐÀTeresa? Ðsalud— Eduardo, por telŽfono. ÐHola, Edu. ÐPerdona lo de esta ma–ana, es que en la oficina no puedo hablar, ya sabes. Oye, Àpuedes salir hoy un poco antes? Ðle pregunt— Žl. ÐEstoy ya en casa. ÐÀEst‡s enferma? ÐNo, no, estoy bien. ÐÀTe pasas por El Refugio y nos tomamos una cerveza? ÐÀEl Refugio? Ðpregunt— Teresa, extra–adaÐ. No me apetece. Hoy estar‡ hasta arriba de gente y de ruido, es viernes. ÐNo, quŽ va. Si lo cerramos la semana pasada, vamos a trasladar el local. ÐÀY eso?

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ÐPorque Žramos demasiados socios, no nos rentaba casi nada y al final solo Ram—n y Juanjo estaban al tanto. Y ahora Ram—n se ha casado y Juanjo se va a vivir a Londres dentro de unos meses. ÐNo sab’a que se hab’a casado Ram—n. ÐS’. ÐDe acuerdo, me pasarŽ por all’ sobre las siete. ÐOk, nos vemos. Teresa tard— una hora en decidir la ropa. No dejaba de pensar en El Refugio. Se imaginaba a Eduardo cada noche con una rubia exuberante y extremadamente promiscua. Eduardo lleg— a El Refugio una hora antes. Cuando Teresa se acercaba al bar de copas se encontr— con Juanjo, el socio de Eduardo, que sal’a. Se saludaron, le indic— que Eduardo la esperaba dentro, se despidieron. Teresa entr—. No vio a nadie. Le parec’a raro ver El Refugio vac’o. Mir— a la barra: quince rosas rojas, dos c—cteles. Y de repente son—, excelsa: Suspicious minds. La emoci—n pudo con Teresa. Inclin— ligeramente su cabeza hacia el suelo, junt— sus manos y ocult— su rostro con ellas. La canci—n segu’a sonando, sublime. Una l‡grima se desliz— por su mejilla. Alz— la mirada y all’ estaba Žl. M‡s atractivo que nunca. Sin pensarlo dos veces Teresa corri— hacia Eduardo y pegando un salto se le subi— encima, a horcajadas, y lo rode— fuertemente con sus brazos. Nunca m‡s lo dejar’a escapar. Nunca m‡s volver’a a enfadarse con Žl. Hoy, Teresa, eleg’a nuevamente cambiar. Hoy, de nuevo, era el primer d’a del resto de su vida. [Suspicious minds ÐElvis Presley]

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Madrid, abril de 2002 Un mes antes de la boda

23. La boda se suspende La parte m‡s complicada en los preparativos de una boda suele ser la organizaci—n de las mesas. Especialmente cuando el espacio es limitado y los padres de los novios insisten en rellenar las bajas con sus largas listas de espera. ÐPap‡ Ðdice Teresa, por telŽfonoÐ, te dije cincuenta, no m‡s. ÐNo estoy invitando a m‡s. ÐPap‡, cada vez que alguien falla invitas a otro en su lugar. Os dijimos cincuenta a Rodrigo y a ti dando ya por hecho que siempre falla alguien. Si fueran todos no cabr’amos. No es un capricho, es que no cabemos, no hay sitio. ÐÀQuieres dejar de preocuparte tanto y delegar? Que todo va a salir bien, mujer. Donde caben ocho caben diez. ÐS’, claro, apretad’simos. ÇDisculpe, Àme deja la copa? Es mi turno para el vino y, por cierto, Àle importar’a quitar su pierna de encima de la m’a? Muy amable, graciasÈ Ðcomenta ir—nica, Teresa. ÐMira ni–a, a m’ me dejas de sandeces, demasiados problemas tengo yo en la cabezaÉ Nueva conversaci—n telef—nica, esta vez con Eduardo: ÐA ver, Eduardo. Tengo tres amigos tuyos sueltos que no encajan en ningœn sitio. ÐCon tus amigas las solteras. Si est‡n buenas, claro. ÐÀNo ser‡ mejor con tus primos? ÐTeresa, en cinco minutos tengo una reuni—n, yo ahora no puedo encargarme de esto. Lo hablamos esta noche cuando regrese, Àvale?

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ÐSiempre dices lo mismo y al final lo hago todo yo sola. Ya estoy cansadaÉ Est‡ cansadaÉ pero lo hace. Termina de organizar las mesas. ÀEl precio? M‡s de lo mismo: discusi—n con su novio, discusi—n con su padre, discusi—n con su suegro, discusi—n con el perro de la vecina. Y la tensi—n prematrimonial va en aumento. ÐHola, mi ni–a Ðsaluda Eduardo, en la puerta de TeresaÐ. QuŽ ganas ten’a de verte ÐbesoÐ. Ma–ana me voy a Par’s pero el viernes estoy aqu’ y ya no viajo m‡s antes de la boda, te podrŽ dedicar mucho m‡s tiempo. Siento que hayas estado tan sola. ÐHueles a tabaco. ÀHas vuelto a fumar? ÐNo, Teresa, no. ÐApestas. ÐMe he tomado una cerveza con Juan en un bar con humo. ÐÀTe has tomado una cerveza? Me he recorrido medio Madrid, me prometiste que saldr’as antes para ayudarme, llevamos una semana sin vernos y, Àte vas a tomar una cerveza con un compa–ero? ÐSe va de la empresa. ÀEs que no voy a poder despedirme de un colega? Necesito mi espacio, Teresa. Me est‡s ahogando, desconf’as de m’. As’ no vamos a durar ni medio a–o. ÐSolo dime, por favor, si has vuelto a fumar. ÐS’, desde hace un mes, a escondidas, Àvale? ÐSabes que no soporto la mentira. ÐTe miento porque me juzgas, me controlas, me exigesÉ No todos somos perfectos como tœ, Teresa. No soy tan fuerteÉ Tœ dejaste de fumar y no te cost—, a m’ me cuesta. Ya sŽ que llevaba un a–o y lo volverŽ a intentar pero deja de controlarme tanto, por favor. ÐLo siento, estoy muy cansada. ÐPues no sabes c—mo estoy yo. ÐVale, Àlo dejamos? Ya te he dicho que lo siento. Anda, vamos a pedir algo. ÀTe apetece una pizza? ÐMe da igual, no tengo mucha hambre. ÐPues yo s’. ÀTe importar’a ir llamando mientras yo saco mi ropa de la lavadora?

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Tras hacer el correspondiente pedido Eduardo entra en el dormitorio de arriba y se encuentra con un tendedero desplegable. ÐÀAqu’ vamos a vivir cuando nos casemos? Ðpregunta Eduardo. ÐÀEso a quŽ viene ahora? ÐQuiero decir, todos los muebles de la casa se reducen a un fut—n, un sof‡-fut—n, una mesa de comedor, una televisi—n, una lavadora y un tendedero. Cuando vengan tus padres dormir‡n tirados por el suelo junto a mi ropa interior y mis calcetines mojados, Àno? Las casas como Dios manda tienen una habitaci—n destinada a estos menesteres. ÐPero ÀquŽ me est‡s diciendo Edu? ÀAcaso es la primera vez que ves mi casa? ÐEs la primera vez que me doy cuenta de que tambiŽn yo tengo que vivir aqu’. ÀY d—nde voy a meter mi ropa? Ocupas tœ todos los cajones. ÐPues ya compraremos m‡s muebles y te harŽ sitio cuando te mudes, no sŽ. Me est‡s cabreando mucho, Àsabes? Esta casa es m‡s que suficiente para los dos solos. Lo que ocurre es que tœ eres un ni–o mimado acostumbrado a vivir en la casa de pap‡. Para que te enteres, cuando viv’a con Ana en el primer piso no ten’amos ni lavadora. Los ex‡menes de inglŽs los preparaba subida en la lavadora de la lavander’a de enfrente. Cuando termin‡bamos de lavar met’amos toda la ropa hœmeda en una bolsa y la sub’amos a casa para tenderla en mitad del sal—n porque en el dormitorio no ten’amos sitio. Fue el mismo a–o que se nos cay— el techo de la habitaci—n y se nos incendi— la cocina, el que asesinaron a la vecina, el que intentaron robarnosÉ ÐYa conozco tus desventuras de la casa fantasma pero, por favor, no interpretes de nuevo el papel de mujer sufrida porque no va contigo. Si te coso yo los dobladillos, te preparo las cenas, te plancho la ropaÉ ÐPara, para, para, no sigamos por ah’. A ver, Àa quŽ viene todo esto? ÀAcaso me est‡s reprochando que haya dejado el trabajo? ÀTambiŽn tœ ahora? ÐPues mira, estoy ya cansado de defenderte. La gente normal tiene trabajos a los que unos d’as van con ganas, otros con menos, en los que hay compa–eros buenos y otros no tan buenos, con tareas agradables y tareas tediosasÉ Se casan, se compran una casa nueva ! !

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con hipoteca incluida, se compran sus muebles nuevosÉ y todo eso lo pagan gracias a esos "terror’ficos y burocr‡ticos" trabajos. Porque, a ver si te enteras, el dinero no crece en los ‡rboles. ÐÁEstoy harta de esa maldita frase! Ðsubiendo el tono de vozÐ. Es lo que generaci—n tras generaci—n se ha ido inculcando de padres a hijos y es precisamente esa creencia la que nos impide avanzar. ÇEl dinero no crece en los ‡rboles, hay que competir duramente porque el dinero es escaso y el que no corre vuelaÈÉ Todo eso es mentira. Hay de sobra para todos, lo importante fluye con facilidad. Si nos limit‡ramos a hacer bien nuestro trabajo, sin compararnos con nadie, sabiŽndonos merecedores de todo, sabiendo que el dinero puede provenir de muchas fuentes y alegr‡ndonos a su vez por los Žxitos ajenos, otro gallo cantar’a. ÐMenos libros de autoayuda, que tienes demasiados p‡jaros en la cabeza. Adem‡s, Àeres acaso un buen ejemplo de todo lo que predicas? Por favor, m’rate. ÐYa no te aguanto m‡s. Vete de mi casa, por favor. Aœn es m’a, aœn la pago yo y te pido que te vayas ahora. ÐAœn es tuya y lo seguir‡ siendo porque la boda se cancela. ÐEn algo estamos de acuerdo.

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Madrid, mayo de 2002 Veinticinco d’as antes de la boda

24. La mentira de çlex En la terraza de El VerdeÉ ÐÉ y al final hemos cancelado la boda, çlex. ÀCrees que despuŽs de todo lo que te he contado deber’amos casarnos? ÐTeresa, ya lo hablamos la œltima vez. Ahora est‡is los dos muy estresados por lo del trabajo, por la presi—n familiar... Si es necesario posponerlo todo me parece l—gico. Quiz‡ os habŽis apresurado. Ðçlex, Eduardo y yo llevamos saliendo muchos a–os y ya no somos unos cr’os precisamente. Nos conocemos muy bien, Àa quŽ vamos a esperar? O nos casamos o no nos casamos. ÐChiquilla vehemente, siempre tan radical. No hay reglas para nada, Teresa. DebŽis tomaros las cosas con m‡s calma. Da igual que te cases un a–o antes o un a–o despuŽs. Quiz‡ la distancia os ayude a ver las cosas con claridad. ÐEsperaba escuchar algo as’ como: ÇÁQuŽ barbaridad, cancelar la boda, si os querŽis much’simo!È Sin embargoÉ me encuentro con que me est‡s animando a dejarle. ÐMe est‡s malinterpretando, Teresa. Os quiero mucho a los dos, a Eduardo y a ti y desear’a veros felices. Juntos o separados pero felices. Eso es todo. ÐYaÉ ÐTœ quieres seguir adelante con la boda, Àverdad? ÀTe preocupan los invitados, vuestros padresÉ? Ðpregunta çlex. ÐNo. Ya me conoces. Eso no me preocupa. ÐPero te da miedo perderle. ÐS’. ! !

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ÐBueno, no tienes por quŽ hacerlo. PodŽis seguir adelante, sin boda, hasta que las circunstancias mejoren. ÐY esas circunstancias, Àno dependen de nosotros? ÀNo es eso lo que tœ siempre dices? ÐS’, claro. Pero un entorno favorable, propicio, puede ayudar a uno a salir de un bache o a tomar una decisi—n importante m‡s f‡cilmente que un entorno adverso. No vivimos aislados del mundo, de la sociedad. De todos modos, Teresa, no sŽ por quŽ pero presiento que hoy no quieres escucharme. No veo que tengas duda alguna. Diga lo que diga tœ est‡s dispuesta a casarte, Àme equivoco? ÐNo, no te equivocas. ÐPues h‡blalo con Eduardo. Beben. ÐçlexÉ ÐÀQuŽ? ÐÀCrees en los libros de autoayuda? ÐDepende. ÐÀDe quŽ? ÐDe si te ayudan o no. Como todos, los hay buenos y los hay malos. ÐQuiero decir Ðaclara TeresaÐ, tienen muy mala fama entre los intelectuales por eso de que no argumentan nada cient’ficamente. ÐVer‡s, hay dos tipos de intelectuales Ðopina çlexÐ: Los intelectuales sin Žxito, que lo critican todo, y los intelectuales con Žxito o probabilidad de tenerlo, que leen libros de autoayuda pero no lo reconocen por miedo a la cr’tica de los primeros. ÇJoder, quŽ categ—rico, menos mal que Eduardo no es un intelectualÈ Ðpiensa Teresa. ÐY si no lo reconocen Ðinsiste TeresaÐ, Àc—mo sabes tœ que los leen? ÐÀQuŽ crees si no que llevan envuelto en papel de peri—dico? ÐJa, ja. Bueno, çlex Ðdice Teresa mirando su relojÐ me encanta charlar contigo pero hoy tengo que hacer un mont—n de cosas. En realidad solo ven’a a dejarte la invitaci—n de boda. ÐA ver si nos aclaramos, Àno hab’ais cancelado la boda? ! !

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ÐBuenoÉ s’. Lo que ocurre es que justo ayer me llamaron de la imprenta diciendo que ya estaban las invitaciones, vamos un poco apurados de tiempo yÉ quŽ quieres que haga, evidentemente no he mandado ni una peroÉ ya estaban pagadas. ÐPero Àno deber’as hablar con Eduardo antes de d‡rmela? ÇOiga, le invito a mi boda, no sŽ si se celebrar‡ pero por si acaso usted presŽntese en la iglesia ese d’aÈ. ÐMuy mordaz, çlex, no te r’as de m’. Sabes tanto como yo que al final me voy a casar. Ya me conoces. Solo tengo que convencer a Eduardo. ÐÀY se dejar‡ convencer? ÐM‡s le vale. ÐChiquilla elŽctricaÉ Eres incorregible. ÐCuento contigo, Àverdad, çlex? ÐNo me la perder’a por nada del mundo.

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Madrid, mayo de 2002 Veinticuatro d’as antes de la boda

25. La boda se reanuda ÐÁPor favor, ap‡rtense, esto no es un espect‡culo, dejen a los mŽdicos trabajar! Ðgrita el padre M’kel en la puerta de la iglesia. Es mayo de 2002 y caen chuzos de punta. La presencia del SAMUR hace intuir lo que ocurre pero la aglomeraci—n de gente fisgoneando y la multitud de paraguas negros gigantes impide a Teresa ver de quiŽn se trata. Finalmente el personal sanitario introduce la camilla con el cuerpo cubierto en la ambulancia. ÐPobre hombre Ðdice un anciano. ÐUn d’a u otro ten’a que pasarle, siempre estaba borracho. Adem‡s, ya ten’a sus a–os Ðcomenta otro se–or del corrillo improvisadoÐ, a ver si creŽis que a nosotros nos queda mucho. A todos nos llega nuestra hora. ÐPero no todos morimos como un perro tirado en la calle, hombre, un poco de dignidad Ðdice el tercer anciano del grupo, mientras la se–ora de al lado se santigua y Teresa escucha curiosa los comentarios de la gente a un metro de distancia. ÐTampoco entiendo por quŽ os da tanta pena, nadie le ha hecho nada ni le ha tratado mal, adem‡s, lleva a–os aqu’ y nunca ha querido trabajar, venga a beber y beberÉ As’ anda el mundoÉ Ðse–ala su detractor. ÐNo era espa–ol, Àno? Ðpregunta la se–ora. ÐEra francŽs Ðcontesta el padre M’kel, incorpor‡ndose al grupo de comentaristas.

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Tal comentario permite a Teresa confirmar sus sospechas. Aœn as’ continua escuchando, bajo la pertinaz lluvia, desde su estratŽgica y descarada posici—n. ÐÀUn mendigo francŽs? Ðpregunta al padre el defensor del mendigo. ÐLa historia de este pobre hombre Ðexplica el padre M’kelÐ, nos demuestra que la mendicidad no trae causa de la pobreza necesariamente. Este miserable era piloto del ejŽrcito francŽs. Al parecer, en la guerra de Argelia le dieron la orden de bombardear un poblado. Hab’a infinidad de civiles, la mayor’a ni–os y mujeres. En ese momento, como Žl sol’a decir, el cuerpo se le cort—, se qued— blanco y empez— a sudar. Finalmente decidi— incumplir la orden, no fue capaz de matar a tantos inocentes. Fue expulsado del ejŽrcito por desobedecer y desconozco si cumpli— algœn tipo de condena pero, por lo visto, lo que verdaderamente le doli— fue llegar a casa tras lo sucedido y que su esposa lo llamara cobarde. Nunca fue capaz de superarlo. El œnico familiar con quien manten’a algœn contacto era una hija que viv’a en Espa–a y a sugerencia de ella se vino para ac‡. Pero ya era tarde. Hab’a empezado a beber y el alcohol fue su perdici—n. Y este no es el œnico caso que he conocido. Quiz‡ otra persona hubiera superado f‡cilmente un contratiempo as’ pero no todo el mundo tiene la misma fortaleza. El apoyo es muy importante. No basta con dar unas monedas y mirar a otro ladoÉ La muerte de Amigo ha conmovido a Teresa. Pero sobre todo le ha conmovido su historia. Una historia gris, con un fin gris, en un d’a gris. Y a juzgar por las caras de los dem‡s oyentes la amalgama de lluvia y serm—n ha logrado remover mucho fango. Ese halo de culpabilidad y responsabilidad se hace especialmente intenso en Teresa, que recuerda el reciente comentario de çlex: ÇNo vivimos aislados del mundo, de la sociedad... Un entorno favorable puede ayudar a uno a salir de un bache o a tomar una decisi—n importante m‡s f‡cilmente que un entorno adversoÈ. Amigo necesitaba dinero pero por encima de todo necesitaba amor. ÇPobre hombre, y yo ni siquiera recuerdo c—mo se llamabaÉ Solo necesitaba afecto y apoyo, solo necesitaba amor... Solo necesitaba amorÉ Tengo que llamar a Eduardo, tengo que decirle que le quiero, ! !

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tengo que hacŽrselo saberÉÈ Ðdiscurre Teresa, calada ya hasta los huesos, mientras acelera el paso. Teresa entra en su casa con la gabardina empapada. Sube las escaleras corriendo para coger el inal‡mbrico y marcar a Eduardo. No puede esperar. Tampoco ellas lo han hecho. All’ est‡n, imponentesÉ quince rosas rojas. Marca el m—vil de Eduardo. Nadie contesta. Llama a su casa. Descuelgan el telŽfono, contesta Francis Cabrel a todo volumen con su Je lÕaime ˆ mourirÉ Al finalizar la canci—n, Eduardo, por fin al telŽfono, dice: ÐLa escuchŽ el otro d’a en Par’s y recordŽ aquella versi—n espa–ola que mi gitanilla cantaba cuando nos conocimos. Fue una se–al, princesa. Una hermosa se–al de la vida que desea vernos juntos de nuevo. Lo siento, princess, fui un cretino. PrincesaÉ ÀTeresa? Teresa no tardar’a en llegar. [Je lÕaime ˆ mourir Ð Francis Cabrel]

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Madrid, mayo de 2002 Nueve d’as antes de la boda

26. Los invitados ÐPrometo ir a visitarte con Eduardo, Sof’a Ðdice Teresa, al telŽfonoÐ. Sabes que adoro el mar, la playa, adem‡s no conozco Canarias. Pero dejemos que la boda pase y las aguas vuelvan a su cauce. Por cierto, estoy cerrando ya la lista de asistentes. ÀCuento contigo? Sof’a responde. Teresa continœa: ÐYaÉ No sŽ por quŽ pero lo intu’a. Eres la primera persona que desear’a que estuviera all’ ese d’a. ÀDejar‡s al menos que hagamos una celebraci—n reducida cuando vayamos a verte? Tœ eliges el restaurante. Sof’a contesta. Teresa a–ade: ÐMe parece muy bien. Te quiero, Sof’a, cu’date mucho. Siguiente llamada: ÐÀAna? ÀQuŽ tal? Su amiga contesta. Teresa repite: ÐÀDe riesgo? O sea, que no podr‡s venir. No sabes c—mo lo lamento. Pero ahora lo que importa es el bebŽ. Cuidaos mucho los dos y mantenme al tanto, Àvale? Nueva llamada: ÐOk, me alegrar‡ verte por all’. Nos vemos. Gracias, gracias. Siguiente llamada: ÐNo me digas que te han puesto ese d’a el examen, no me lo puedo creer. En fin, llevas muchos a–os prepar‡ndote, quŽ te voy a decir, te deseo toda la suerte del mundo. Besos, adi—sÉ

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Hubo m‡s llamadas. Recuento final: cincuenta invitados por parte de la novia, treinta asistentes, veinte bajas. Con Eduardo, al m—vil: ÐÀNo lo entiendes, Edu? Va a faltar much’sima gente. Y M—nica ni siquiera me ha puesto una excusa. ÐM—nica es la que tiene dos ni–os, Àno? ÐS’. ÐLa que nos encontramos por la calle poco antes de que dejaras tu trabajo y le preguntaste si segu’a trabajando en el despacho con su padre, Àno? ÐS’. ÐY te dijo que trabajaba en el despacho de su padre pero sin su padre porque se hab’a matado en un accidente de coche, Àno? ÐS’, Edu, esa misma. ÐY luego le preguntaste por su madre y te dijo que al menos los gemelos que esperaba la estaban animando un poco. ÐYa vale, Edu. ÐY entonces le diste la enhorabuena a ella por los bebŽs y tambiŽn le dijiste que felicitase a su marido y ella te contest— que su marido iba en el coche con su padre aquel fat’dico d’a, Àno? ÐÀA quŽ viene todo esto, Edu? ÐÀY de verdad la consideras una buena amiga? Yo me entero de lo que sucede a mis amigos. ÐM—nica era una buena amiga m’a. ÐY as’, por las buenas, Àdejaste de llamarla? ÐNo ten’a tiempo, ten’a demasiado trabajo. Y tampoco ella llam—. Ni siquiera me invit— a su boda. ÐAhhh, ahora entiendo. Y nunca se te ocurri— preguntarle quŽ pas— ni te cuestionaste si su boda fue ’ntima, nada. Directamente tœ la etiquetaste de impresentable. Luego un buen d’a te la cruzaste por la calle, te enteraste repentinamente de su azarosa vida y como te dio pena, intentaste compensar tu vil actitud invit‡ndola a tu boda. Y por si fuera poco, te ofendes porque ella no viene y no te da excusas. ÀY crees que las necesita? Teresa, "El que busca un amigo sin defectos se

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queda sin amigos"10. Pasa p‡gina, diviŽrtete en la boda y cuando todo acabe, si de verdad te importa, la llamas, quedas con ella o lo que sea. Y si la relaci—n se enfr’a deja de torturarte y aprende la lecci—n para ocasiones venideras. ÐMe acabas de pintar como un monstruo. ÐNo, mi ni–a, lo que intento decir es que todos tenemos vidas complicadas, que presuponemos y prejuzgamos mucho y que con frecuencia nos creemos el centro del universo. Y lo m‡s curioso es que el universo no gira en torno nuestro sino que nos incluye.11 ÐYo he o’do esa frase antesÉ En fin, no intentes arreglarlo Ðdice Teresa, sollozandoÐ. Si en el fondo llevas raz—n, voy a estar m‡s sola que la una y me lo merezcoÉ ÐVenga, deja de llorar y c‡lmate. Tampoco hay que hacer un castillo de un grano de arena. ÐÀSigues fumando? ÐÀEso a quŽ viene ahora, Teresa? ÐPorque si tœ te mueres no me queda nadie. ÀRecuerdas a Amigo? Se hizo mendigo porque nadie le apoy— ni crey— en Žl y se muri— el otro d’aÉ porque estaba soloÉ Yo no quiero estar sola, no quiero estar solaÉ Ðrepite Teresa, con llanto y desconsuelo. ÐTœ ten’as que haber estudiado teatro, cari–o. ÐBueno Ðcontinœa Teresa, soltando el pa–uelo y olvidando repentinamente su profunda desaz—nÐ, yo creo que ya podemos terminar de concretar las mesas.

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!Proverbio turco.! ! ÒCada vez que miro por la ventana, me doy cuenta de que el universo no gira en torno a m’

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sino que me incluyeÓ: Frase atribuida a David Pollay, director ejecutivo de la IPPA (International Positive Psychology Association), citada por Tarragona, Margarita. Con la boca abierta: La maravillosa capacidad de asombrarnos. Mente Sana, 63 (2010), 47-49. !

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Alcal‡ la Real, mayo de 2002 Una semana antes de la boda

27. Di‡logo intergeneracional ÐÁAbuelillo! ÀC—mo est‡s? Ðsaluda Teresa, mientras entra en la casa de su abuelo. ÐTeresita, hija, quŽ alegr’a verte Ðcontesta el abueloÐ, hace tanto que no ven’as por tu pueblo... Pasa, pasa. ÐÀEst‡s solo? ÐPaqui ya no viene los s‡bados. Almuerzo en casa de tu padre o de tu hermano. ÐPero hoy es viernes. ÐÀAh, s’? Pues no sŽ quŽ demonios le habr‡ pasado. ÐÀQuŽ estabas viendo? Ðle pregunta Teresa. Ð"Jaroloi". ÐÀHarold Lloyd? ÁQuŽ bueno! Me encantaba cuando era peque–a. ÀAœn lo echan? ÐMe lo grab— tu hermano una vez que lo repusieron. Me parto de risa con Žl. ÐLamento interrumpirte abuelillo, vengo a darte mi invitaci—n de boda. No la necesitas, obviamente, pero as’ tienes un recuerdo m’o. ÐGracias. ÀY Eduardo? ÀEst‡ en Alcal‡? ÐNo, abuelo, vendr‡ para la boda. ÐÀCu‡ndo te casas? ÐYa lo sabes, la semana que viene. ÐVaya, a mi nadie me ha comprado ropa. ÐQue s’ abuelo, que s’. Mi madre te ha comprado una corbata nueva preciosa. Vas a ir guap’simo, adem‡s estar‡s conmigo en la mesa presidencial. ! !

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ÐÀY con la abuela estirada de Eduardo? ÐÁAbuelo! No digas eso, si tœ ni la conoces. ÐPero es lo que dice su propia hija, Àno? ÐNo te preocupes, abuelo, do–a Virtudes est‡ bastante sorda. ÐAnda, vete a la cocina, te coges una cerveza y a m’ me traes unas avellanas. Est‡n escondidas en el botiqu’n de mi cuarto de ba–o. Teresa va a rega–adientes a por los aperitivos y regresa. ÐAbuelo, si quieres podemos seguir viendo juntos a Harold Lloyd. ÐBuena idea, hija. A los dos minutosÉ ÐJa, ja, jaÉ yo me troncho Ðdice el abuelo. ÐC—mo has cambiado, abuelo. Con lo serio que tœ erasÉ ÐAy, mi Teresilla, tœ que me miras con mucho cari–oÉ ÐOjala pap‡ pensara lo mismo. ÐA lo mejor es que no le miras con el mismo cari–o. Como tœ misma has dicho, yo tampoco era antes como soy ahora. Tu padre es un buen hombre, hija. Lo œnico que ha aprendido en esta vida es a trabajar y trabajar, porque es lo œnico que yo le supe transmitir. Entonces los padres trabajaban y las madres cuidaban de los hijos. No hab’a tiempo para m‡s contemplaciones. ÐPero las contemplaciones, pocas o muchas, ser’an iguales para todos los hijos. Sin embargo, yo soy la œnica que pasa absolutamente desapercibida para Žl. ÐNo te mires tanto el ombligo, hija. Adem‡s, es muy sencillo: eres la œnica que no trabaja con tu padre y la que m‡s lejos vive. Te saliste del clan, tomaste las riendas de tu propia vida, tu padre perdi— el control sobre ti y a Žl le gusta controlarlo todo. En cualquier caso, exageras un poco, Àno crees? Te pareces mucho a AlbertoÉ ÐÀA mi hermano? ÐNo. A tu t’o. Era muy sensible, como tœ. Solo que Alberto era m‡s calladito, m‡s respetuoso y menos insolente. No creo que nunca se hubiera atrevido, bueno, no creo que en aquellos tiempos nadie se hubiera atrevido a hablar a sus padres como hoy en d’a lo hacŽis. ÐVaya, gracias por la parte que me corresponde. De todos modos, yo creo que en aquella Žpoca nadie hablaba a sus padres ni bien ni mal ! !

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ni de ningœn modo. No hab’a respeto, hab’a miedo. Adem‡sÉ ÀHas dicho que mi t’o no se hubiera atrevido nuncaÉ? ÀCon quŽ edad muri—? ÐCon seis a–os. ÐÀY comparas a los j—venes de hoy con un ni–o de seis a–os de entonces? Con esa edad yo era dulce y mon’sima, pregœntaselo a mi madre. ÐNo sŽ si eres dulce, pero tambiŽn hoy eres mon’sima, como tœ dices, y deja ya de darle vueltas a ese anillo que me est‡s poniendo nervioso. ÐAbueloÉ Ðcontinœa Teresa. ÐNi–a c—mo hablasÉ ÐÀCu‡ntos a–os se llevaban pap‡ y su hermano? ÐCuatro a–os. ÐEntonces, Àpap‡ ten’a diez cuando el t’o Alberto muri—? ÐS’. La abuela pod’a haber tenido cuatro hijos y al final se qued— solo con uno. Pero eso entonces no era raro. Antes de tu padre tuvo un aborto, luego naci— tu padre, luego Alberto y varios a–os despuŽs volvi— a quedarse embarazada y tambiŽn lo perdi—. Probablemente si lo de Alberto hubiera pasado hoy tu t’o seguir’a vivoÉ pero los muertos, muertos est‡n. ÐFue dur’simo, Àno? ÐÀEh? Ah, s’, s’, claro. Tu abuela se cogi— una depresi—n enorme. ÐPero si ella siempre ha sido la m‡s optimista de la familiaÉ ÐEso fue m‡s tarde. Cuando muri— su peque–o ella se refugi— en un convento. Se pasaba el d’a rezando, llegaba a casa solo para dormir. Tu padre estaba entonces en un internado y yo todo el d’a trabajando. Fueron tiempos durosÉ hasta que por fin, un buen d’a, tres a–os despuŽs, Amelita decidi— pasar p‡gina, regresar de la ultratumba y disfrutar cada d’a de su vida como si fuese el œltimo. Convert’a cada d’a en una fiesta, la casa se llen— de mœsicaÉ Intentamos tener m‡s hijos pero no pudo ser. ÇLos designios de Dios son inescrutablesÈ, dec’a ella. Si no nos dec’a treinta veces al d’a que nos quer’a no lo dec’a ninguna. Los besos y los abrazos eran constantes. Cuando tu padre sali— del internado no quiso seguir estudiando y empez— a ! !

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trabajar conmigo. Era muy listo y h‡bil para los negocios, ya sabes, y la empresa empez— a crecer. Y tu abuela contribuy— mucho a ello. Cuando la competencia acechaba ella siempre dec’a: ÇBend’celos y sigue trabajando sin mirar a los ladosÈ. ÐÀY tœ te re’as abuelo? ÀSegu’as su juego? ÐNo, hija, no. Yo era serio y poco cari–oso. La quise siempre con locura pero no supe expresarlo. ÐY la abuela te dec’a: ÇLo que no se dice se pierdeÈ,12 Àno es as’? ÐExacto. Pero no lo dec’a con reproche. Nunca me reproch— nada ni intent— cambiarme. ÐAbuelo, hay agua en el pasillo. Teresa se levanta y comprueba que el ba–o de la entrada est‡ completamente inundado. El abuelo se ha dejado el grifo abierto. Tras solucionar el incidente regresa al sal—n. ÐAbuelo, tienes que tener m‡s cuidado. Estoy agotada. Si no te importa me voy a tumbar un ratito en tu sof‡. ÐLo que tu quieras, Teresa, lo que tœ quieras. ÐÁAh! ÁHe perdido mi anillo de compromiso! Ðexclama Teresa. ÐNo me extra–a, si no paras de darle vueltas. Teresa empieza a buscar el anillo por toda la casa. El abuelo le dice: ÐCuando dejes de buscar, aparecer‡. Teresa hace caso al abuelo, no muy convencida, y se desploma en el sof‡. Al fin y al cabo sabe que su anillo tiene que estar dentro de la casa. Tras diez segundos de silencio vuelve al ataque. ÐAbueloÉ ÐHija, Àes que en Madrid no habl‡is? ÐÀSigues fumando? ÐNo Ðmiente. ÐÀY a la abuela le importaba que fumaras? ÐS’. Pero no dec’a nada. Ni una mala cara. ÐPues yo no soporto que Eduardo fume. Ni que diga que no fuma cuando fuma. !!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!! %'

!Proverbio hindœ!

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ÐTeresa, cuando te casas tienes que tener cuidado de no convertir a tu esposo en tu hijo ni en tu padre. Has de verle como a un compa–ero de viaje, eso es lo que es. Eduardo es joven y puede que estŽ tan desorientado como tœ y todos los j—venes. No puedes tratarle como a un ni–o control‡ndole a cada momento y coartando por completo su libertad. Y tampoco puedes convertirle en el padre o el protector que te hubiera gustado tener. Eso le transmitir’a a Žl una enorme carga. Ap—yate en Žl y deja que Žl se apoye en ti. Conf’a en Žl y abre tu coraz—n, sin juzgarle, para que Žl pueda sincerarse contigo sin necesidad de mentirte. Usaos de bast—n, no de piernas. SŽ esposa de tu esposo, hija de tus padres, madre de tus hijos y amiga de tus amigos. Y no esperes nunca que ninguno de ellos sea perfecto. Venimos a aprender. Si eres perfecto te mueres. ÐPero si Eduardo es mi compa–ero de viaje quiero que recorra conmigo todo el camino. ÐÁCo–o, pues empieza por disfrutar con Žl de cada tramo! Treinta segundos despuŽs: ÐAbueloÉ ÐDiiiiime. ÐLlevabas raz—n. Acabo de encontrar mi anillo. Lo ten’a en el bolsillo. QuŽ alivioÉ Abuelo, Àme oyes? ÀAbuelo? Teresa se incorpora para mirar tras la mesa camilla. El abuelo duerme profundamenteÉ

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Alcal‡ la Real, viernes, 31 de mayo de 2002

28. El d’a de la boda ÐMam‡, deber’amos despertar ya a Teresa, Àno crees? Ðsugiere la hermana de Teresa a su madre. ÐNo me extra–a que duerma Ðcomenta la madreÐ, se ha pasado la noche danzando por ah’. A las tres de la ma–ana m‡s o menos se levant— a por un vaso de leche. Una hora despuŽs al cuarto de ba–o. Luego a anotar una cosa en su agenda... El caso es que a m’ tampoco me ha dejado dormir. ÐPero hay muchas cosas que hacer aœn y ya son las diez. ÐPues as’ delega forzosamente y lo hacemos todo m‡s tranquilas. Por cierto, cari–o Ðle dice la madre a Vicente, su esposoÐ recuŽrdale a Pepe el Ch—fer que tiene que estar aqu’ a las seis menos cuarto con el coche y dile que venga bien aseado y con traje de chaqueta, no se vaya a presentar de cualquier manera. En ese momento aparece Teresa en la cocina, donde sus padres y su hermana se encuentran desayunando y organizando el d’a. ÐBuenos d’as Ðsaluda Teresa. ÐDespert— la princesa, buenos d’as Ðsaluda su hermanaÐ. Tienes unas ojeras incre’bles. Es perfecto para el d’a de tu boda. ÐNo me estreses Ðle dice TeresaÐ. Ahora voy a desayunar tranquilita porque he pasado una noche de perros. Por cierto, ÀquŽ haces tœ aqu’? ÐYa ves, me he venido temprano para ayudar a mi hermanita. ÐTe lo agradezco porque estoy como si me hubieran dado una paliza. ÀNo hay leche? Mientras Teresa busca la leche su padre comienza a organizar desde el m—vil: ! !

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ÐNo, los autobuses tienen que estar listos a esa hora. Y punto. No, he dicho que no. Tienen que recoger a los invitados alojados en Granada en el hotelÉ Espera que no recuerdo el nombreÉ ÀYa sabes cu‡l es? Bien, despuŽs tienen que venir a la iglesia. No, los dos autobuses. ÀQuŽ? Pueden esperar diez minutos, no m‡s. Si un invitado se retrasa que se aguante. El cura no va a esperar. Que no hombre, que no, que luego hay otra bodaÉ ÐÀEs que no hay leche en esta casa? Llevo dos horas buscando. ÀAlguien me ayuda? Ðpregunta Teresa, concentrada en su bœsqueda. En ese momento llaman a la puerta. Abre Elvira. Es Marcelina, la se–ora de la limpieza. ÐHa llegado el calor de golpe, menudo d’a vamos a tener. A ver, que hoy tenemos l’o. ÀQuŽ tengo que hacer? Ðpregunta Marcelina. Mientras la madre de Teresa comenta las tareas con Marcelina, la hermana se marcha de la cocina, el padre continua colgado al telŽfono y Teresa sigue sola y abandonada en su bœsqueda. Al poco rato su hermana Elvira aparece de nuevo. ÐTeresa, Àbuscabas la leche? Ðle pregunta su hermanaÐ. Estaba en el cuarto de ba–o. ÐPues habr‡ sido pap‡, eso es t’pico de Žl Ðdice Teresa en su defensa. ÐPap‡ tiene su propio ba–o, guapa Ðreplica la hermanaÐ. Y date prisa que es tard’simo ya. Teresa se sirve la leche en el vaso, la hermana ayuda a su madre a hacer su cama, la oreja de Vicente continœa pegada al telŽfono, Marcelina est‡ ventilando el sal—n. Llaman a la puerta. Abre Teresa. ÐÀQuiŽn es? Ðse escucha a Elvira madre a lo lejos. ÐÁEs para m’, mam‡! Ðcontesta TeresaÐ. ÁMe han enviado un precioso ramo de rosas; es de mi amiga Carmen, que no puede venir! ÐEs muy lindo, Teresa Ðle dice su madre, tras regresar de su dormitorio. ÀHas desayunado ya? ÐPuesÉ es que ahora no sŽ quŽ he hecho con el vaso de leche, mam‡. No me mates, de verdad que no sŽ d—nde est‡. Ayœdame a buscarlo.

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ÐTeresa, son casi las once, espabila ya, ÀquŽ te pasa hoy? Ðle increpa su madreÐ. O no hay quien aguante tus nervios o est‡s atontada. ÀEs que te tomaste trece tilas o quŽ? Mira, aqu’ tienes tu vaso de leche, dentro de la nevera; hoy no est‡s donde tienes que estar. Te lo meto en el microondas y desayunas de una vez. Elvira abre el microondasÉ ÐÁTeresa! Ðexclama la madre. ÐÀQuŽ pasa? Ðpregunta Teresa. ÐÀSe puede saber por quŽ has metido el cart—n de leche en el microondas? ÐÀQue yo he hecho quŽ? ÐÀY esto quŽ es? Ðinquiere de nuevo su madre, tras descubrir algo inusual en el cubo de la basura. ÐÀEl quŽ? Ðcontesta Teresa. ÐÀTe tomaste ayer un Valium? Antes de que Teresa conteste suena el telŽfono fijo. Teresa acude corriendo a cogerlo para evitar as’ la mirada escudri–adora de su madre. Es Alberto, su hermano. ÐÀQuŽ? ÀY por quŽ te has pasado tœ por la florister’a? Ðpregunta TeresaÐ. ÀQue te lo ha encargado mam‡? ÀA quŽ hora tendr‡n listo el ramo? Vale. Ya iremos a recogerlo. ÀC—mo que no hay pŽtalos de rosa? Es imposible que una florister’a no tenga pŽtalosÉ ÀDe margarita? Pero Àc—mo van a echarme pŽtalos de margarita, hombre, est‡s loco? Pues dŽjate de bromitas, Àeh? ÐÁTeresa! Ðla llama su madre desde otra habitaci—n. ÐÁQuŽeee! Ðcontesta Teresa con el mismo tono. ÐÁDœchate de una vez! La madre se tropieza en la escalera con su hija mayor. ÐElvira, hija, Àhas visto a tu padre? ÀD—nde diablos se ha metido ahora? ÐQuŽ pregunta, mam‡, hablando por telŽfono Ðcontesta Elvira. ÐNo me toquŽis las narices porque estoy solucionando temas y organizando cosas Ðreplica Vicente mientras cuelga el m—vilÐ. Ahora me voy a pagar a la coral porque si no, no cantan. ÐÀLlamaste a Pepe? Ðle pregunta su mujer. ! !

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ÐLuego te cuento, Elvira, ahora no puedo Ðcontesta Vicente, con aparente indignaci—n. ÐPor cierto, yo no he desayunado aœn Ðcomenta inoportunamente Teresa. ÐÁPues te aguantas! Ðgritan a coro las dos Elviras. Teresa se va por fin a la ducha. Llaman nuevamente por telŽfono. Atiende la llamada Marcelina por encargo de Elvira madre. Al minuto Marcelina suelta el telŽfono y va en busca de Elvira para contarle. ÐElvira, es su hermana Asunci—n. ÐÀQuŽ es lo que quiere? Ahora no me puedo poner. ÐDice que a quŽ hora es la boda y que si va a ir el impresentable de su hermano Paco y que si va, por favor, que no le siente con ella, que no va a hacer no sŽ cu‡ntos kil—metros desde Barcelona para aguantarle... Marcelina regresa al telŽfono con las instrucciones de la madre de Teresa y cuelga. Nada m‡s colgar, nueva llamada de telŽfono: Eduardo. Contesta de nuevo Marcelina. Ante la insistencia de Eduardo, Marcelina pasa el telŽfono a Elvira madre. ÐHola, Eduardo, ÀquŽ tal? ÐHola, Elvira, Àc—mo est‡s? ÀTeresa anda por ah’? ÐÀTeresa? Ahora est‡ en la ducha. De todos modos, si tienes algo importante que decir mejor me lo cuentas a m’ porque ella esta madrugada se ha tomado un Valium y est‡ un poco atontada. ÐBueno, ver‡s. Me ha llamado Pepe, el de la oficina, de parte de tu marido, porque Žl andaba muy liado haciendo otras llamadas y gestiones. La cuesti—n es que me ha contado lo de Pepe el Ch—fer. ÐÀPepe? ÀQuŽ le pasa? ÐAh, Àtœ no lo sabes? Resulta que no puede conducir el coche porque est‡ enfermo. Tu hijo Alberto, con el brazo escayolado, tampoco puede. Segœn me ha contado Pepe no hay m‡s personal disponible en la empresa porque es un d’a laboralÉ y tampoco pueden llevarlo los empleados que asisten a la boda porque tienen que llevarse sus propios coches para trasladar a no sŽ quiŽn. El caso es que han pensado en m’ para ver si yo lo puedo solucionar con mi hermano o con algœn amigo. ! !

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ÐVale y, Àpor quŽ me cuentas todo esto a m’? ÐPorque me has dicho que Teresa est‡ atontada. ÐQuiero decir, mejor h‡blalo con Vicente directamente, Àno? ÐEso quisiera yo, pero su m—vil siempre est‡ ocupado y Pepe tampoco lo coge. ÐÀPero tœ has llamado a Pepe el Ch—fer? ÐNo, a Pepe el de la oficina. ÐEst‡ bien, cuŽntame, a ver si yo logro localizar a Vicente. ÐVer‡s, el problema es que a mis hermanos y a mis amigos no les da tiempo a llegar a Granada, registrarse en el hotel, cambiarse de ropa, ir para Alcal‡ y llevar a la novia y, adem‡s, luego ellos se quedan a dormir en Granada. ÐBueno, a la vuelta ya lo solucionar’amos. La cuesti—n es c—mo ir. ÐEl caso es que al principio me pareci— m‡s razonable que Teresa se lo pidiera a algœn amigo de Alcal‡. Pero cuando he ido a recoger el chaquŽ he visto el cielo abierto. Me he encontrado con un conocido de Teresa y m’o que estar’a encantado de ayudarnos. Es un chaval joven pero buena persona. Adem‡s, as’ no comprometemos a nadie. ÐHombre, si es de fiar y conduce bien, estupendo. Ya sabes c—mo est‡ Vicente con el coche antiguo de su padre, lo cuida como oro en pa–o. Mira, por aqu’ viene Teresa, comŽntaselo a ella y si est‡ de acuerdo, en cuanto yo hable con Vicente le digo que el problema est‡ resuelto. Hasta luego, Edu, un beso. Elvira hace gestos a su hija para que coja el telŽfono. Teresa se pone al habla con Eduardo. ÐHola, mi ni–o, ÀquŽ pasa? Eduardo y Teresa hablan por telŽfono mientras Elvira madre ronda cerca y con el o’do puesto en los comentarios de su hija. ÐÀQue est‡ enfermo? YaÉ ÀY quŽ hac’a en Granada? ÀPero era JosŽ S‡nchez, seguro? A mi padre le da algo cuando se entere. ÀC—mo no le voy a contar? Bueno, lo dejo en tus manos porque yo no puedo pensar ahora. Te dejo porque me tengo que vestir, recoger el ramo e ir a hablar con el fot—grafo. Un beso. La madre de Teresa, presa de su asombro, no tarda ni un minuto en llamar a su marido: ! !

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ÐVicente Ðdice Elvira madre, por telŽfonoÐ. Menos mal que te localizo. Me ha contado Eduardo lo que le ha dicho Pepe y, Àsabes?, Eduardo ha visto a Pepe en Granada. No, al de la oficina no, a Pepe S‡nchez el Ch—fer. O sea que de enfermo nada. Menudo sinvergŸenzaÉ Yo quŽ sŽ lo que hac’a all’, eso se lo ha contado a Teresa. Creo que no quer’an decirte nada para que no te preocupases. Por favor, t—matelo con calma. Vicente est‡ a punto de estallar y un tal JosŽ S‡nchez a punto de perder su empleo. Entre tanto, en casa, Teresa, su madre y su hermana se disponen a salir a la calle para realizar las œltimas gestiones. Justo cuando salen por la puerta Eduardo llama por telŽfono al m—vil de Teresa. Teresa va hablando por la calle. ÐCalma, Edu, ÀquŽ pasa ahora? ÀMi padre? ÀQue te ha llamado mentiroso y te ha colgado? Pero ÀquŽ dices? ÐÁAhora me cuelga Eduardo a m’! Ðcomenta Teresa, con desconcierto, a su madre y a su hermanaÐ. Dice que pap‡ le ha dicho que por su culpa ha puesto a parir a uno de sus mejores empleados... Yo no entiendo nada. ÐHija, es que lo que Eduardo dice de Pepe es muy grave Ðdice la madreÐ. No podemos acusar a alguien de faltar a la verdad sin estar completamente seguros. Y lo cierto es que a m’ de Pepe me extra–a, parece un hombre honrado y su padre trabaj— con nosotros muchos a–os. ÀNo le habr‡ confundido Eduardo con otra persona? ÐPeroÉ si es pap‡ quien est‡ acusando a Eduardo de mentiroso y todav’a no entiendo por quŽ. No sŽ lo que Edu ha dicho, me ha colgado sin contarme, no sŽ de quŽ Pepe hablas ni quŽ tiene que ver con EduardoÉ Ðdice Teresa, algo alterada. ÐMira, hija, que yo lo he o’do todo, ahora no te hagas la tonta. Ni tenŽis que ocultar a tu padre algo tan serio ni tenŽis que retractaros ahora que sabŽis que Eduardo se ha confundido. ÐPero Àse ha confundido con quŽ? ÐQue ha confundido a Pepe con otra persona. ÀNo dice que ha visto a Pepe en Granada? Ðle dice su madre. ÐNo, que ha hablado con Pepe Ðaclara Teresa. ÐÀCon quŽ Pepe? ! !

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ÐCon Pepe el de la oficina. ÐPeroÉ Àa quiŽn ha visto es a Pepe el de la oficina? ÐNo, mam‡, a un amigo nuestro. ÐTœ has dicho que ha visto a JosŽ el Ch—fer, te he o’do yo perfectamente. ÐS’, ha visto a JosŽ, pero no al Ch—fer, bueno s’ pero a otroÉ ÐÀNo era JosŽ S‡nchez? ÐS’, claroÉ EsperaÉ ÀPepe el Ch—fer se llama JosŽ S‡nchez? Ð pregunta Teresa. ÐS’. Lo que pasa es que todos le llaman el Ch—fer porque es el hijo de JosŽ Luis el Ch—fer, que condujo el coche del abuelo en mi boda, en la de tu hermano y en la de media familia y que, por cierto, muri— hace unos meses. ÐDios santo, mam‡. A ver si nos aclaramos Ðse–ala TeresaÐ. JosŽ S‡nchez, "el m’o", es un chaval de Ecuador que conocimos hace cinco o seis a–os en Madrid cuando Eduardo y sus colegas se quedaron con El Refugio. Quer’amos repartir octavillas para darle publicidad al bar y se lo ofrecimos a este chico. No ten’a papeles. Se le acababa ya el plazo del visado y quer’a regresar a Ecuador, as’ que Eduardo le pag— el viaje y desde entonces nos adora. Hasta hace un par de a–os sol’a llamarnos cada Navidad. ÐPero quŽ rollo nos est‡s metiendo Ðdice Elvira, la hermana. ÐEspera, impaciente. El caso es que este chaval acaba de regresar a Espa–a para buscar trabajo de camarero en la costa y Eduardo se lo encontr— ayer por Granada. Segœn Žl mismo nos cont— en una ocasi—n, trabaj— de ch—fer para un cantante famoso en R’o Bamba. Total, que Eduardo ha pensado en Žl para que sea el ch—fer de la boda. ÐQuŽ historia m‡s rocambolesca. Con lo grande que es el mundo, Ày el chaval tiene que reaparecer precisamente en Granada? ÀY da la casualidad de que se llama JosŽ S‡nchez? Ðpregunta su madre. ÐMam‡, entre Espa–a y LatinoamŽrica debe haber unos cuantos con ese nombre, Àno crees? Ðcomenta Elvira, la hermana. ÐEn realidad se llama JosŽ Cristian, pero nosotros le llamamos JosŽ, a secas Ðpuntualiza Teresa.

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ÐAy, Dios m’o, en que l’o nos has metido Ðdice la madreÐ. Elvira, hija, llama tœ a tu padre y lo aclaras porque yo no me atrevo. ÐVale, y le digo: ÇPap‡, todo ha sido un malentendido. Como Pepe S‡nchez est‡ enfermo el coche del abuelo no lo conducir‡ Pepe S‡nchez sino Pepe S‡nchez. Adem‡s, Pepe S‡nchez, no tu Pepe sino el Pepe de Eduardo y Teresa, asegura que fue ch—fer y que un d’a trabaj— para un cantante famos’simo, lo cual a–ade m‡s glamour al evento. Por tanto, todo est‡ solucionado, salvo un ligero detalle y es queÉ Pepe S‡nchez, el que va a ser ch—fer porque fue ch—fer, en sustituci—n de Pepe S‡nchez el Ch—fer es unÉ inmigrante-sinpapeles-ni-carnŽ-de-conducirÈ Ðconcluye Elvira, de carrerilla. ÐCarnŽ tendr‡, pero de su pa’s Ðaclara Teresa. ÐPerfecto, eso se lo explicas tœ a la polic’a Ðreplica su hermana. ÐÀCu‡ndo has visto que paren a un coche de novios? ÐBueno, a m’ no me met‡is en este sarao. Tœ hablas con pap‡, que para eso es tu boda. ÐÀY c—mo va a venir, sin duchar y vestido de cualquier manera? Ð pregunta la madre. ÐMam‡, Edu no es tonto. Ya se encargar‡ Žl de solucionar eso Ð contesta Teresa. Finalmente el malentendido se aclara aunque Vicente no termina de aceptar de buen grado eso de que un desconocido de otro pa’s y sin papeles haga de ch—fer en la boda de su hija y conduzca el Mercedes Benz 180 D Ponton negro de su padre. Aœn con cierta tensi—n, se ultiman los preparativos pendientes, almuerzan y Teresa se marcha a la peluquer’a. Cuando regresa queda hora y media para la ceremonia. ÐÀTe gusta el vestido mam‡? ÐClaro que me gusta, hija, corte imperio, con su escote cuadrado, una manguita corta de encaje a juego con el de la sobrefalda y el velo, y sus fin’simos tirantes que dejan tus lindos hombros al descubiertoÉ Esa cinta beis oscuro bajo el pecho le da un toque estupendo. Y quŽ ca’da, quŽ pliegues, parece un vestido antiguo de verdad. Adem‡s, el recogido que llevas es perfecto, te favorece tanto la raya en medioÉ ÁAy! Ðsuspira Elvira mientras coloca el velo a su hijaÐ, sabes que me hubiera gustado ayudarte m‡s con los preparativos pero esta artritis que tengo no me deja vivir. ! !

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ÐYa lo sŽ, mam‡, no te preocupes. ÐÁElvira! Ðse escucha la voz de Vicente desde otra habitaci—n. ÐTeresa, esto ya est‡. Ve poniŽndote el vestido. Voy a ayudar a tu padre con el nudo de la corbata y vuelvo enseguida. Al regresoÉ ÐA ver, Teresa, deja que te abrocheÉ ÁEs precioso! ÀY las joyas? ÁOlvid‡bamos las joyas! Necesitas algo viejo y algo prestado. ÐLo viejo ya lo tengo, mam‡. Ten’a pensado ponerme la pulsera y la cruz de jade y oro de la abuela. ÐLa verdad es que es un juego muy bonito, Àd—nde lo tienes? Ah, ya. VeamosÉ S’. La cruz te queda fenomenal, va muy bien con el vestido. Y la pulsera tambiŽn. Ya solo te queda algo prestado. Elige unos pendientes m’os Ðle dice la madre, mostrando su joyero. ÐEstos de aqu’ son preciosos pero al llevar la cruz ir‡n mejor estos minœsculos colgantes de oro que son m‡s discretos, Àno crees? ÐSupongo que s’, tambiŽn son bonitos y parecen antiguos, adem‡s como llevas el pelo recogido se lucen. S’É Ðconstata la madre tras hacer la correspondiente pruebaÐ, te queda todo estupendo. Est‡s muy guapa, Teresa. ÐTœ si que est‡s guapa, mam‡. Ese traje salm—n resalta tu piel morena y tus ojos color caramelo. Ni Elvira ni yo hemos heredado tu belleza. Eres extraordinariamente hermosa. ÐNo, hija, yo ya estoy vieja. Ð"El oto–o de lo bello es bello"13. Elvira sonr’e t’midamente mientras coloca bien el vestido y el velo de su hija y empieza a tararear el Que Sera, Sera (Whatever Will Be, Will Be)14 que ha escuchado hace un rato en la radio. ÐMam‡, cuando yo era peque–a, ÀquŽ esperabas de m’? ÐYo lo œnico que he querido siempre es que teng‡is salud y se‡is felices y lo que tenga que ser, ser‡ Ðcontesta su madre, emulando a Doris Day. ÐÀTe he decepcionado? !!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!! %(

!Proverbio latino.! !Canci—n escrita por Jay Livinstong y Ray Evans e interpretada por Doris Day en la pel’cula de Alfred Hitchcock, The man who knew too much (El hombre que sab’a demasiado).!

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ÐHija, no te pongas nost‡lgica ahora. ÐEspera, mam‡, no te vayas aœn. ÐTeresa, tengo que ponerme mis zapatos. ÀQuŽ quieres? ÐÀTœ eres feliz con pap‡? ÐÀTœ que crees? ÐQue eres una esposa perfecta y abnegada pero nunca os veo daros un beso o un abrazo o deciros palabras de ternura. ÐEl amor no es querer a tu pareja con intensidad tres a–os y luego abandonarla al primer problema que surja. Se demuestra d’a a d’a, apoyando a la persona que quieres en esos momentos dif’ciles que van a surgir, con toda seguridad. Se demuestra con obras, m‡s que con gestos o palabras. Adem‡s, con el tiempo tu marido se convertir‡ en tu compa–ero de viaje. PerderŽis pasi—n, ganarŽis complicidad. ÐAh, pues si es as’ no me caso. ÐAnda, anda, deja de decir tonter’as a estas alturas que el fot—grafo est‡ a punto de llegar. ÐMam‡É ÐQuŽ pesada eres, Teresa. ÐÀY a m’ me quieres? ÐPues claro que s’, hija, os quiero mucho a todos, Àa quŽ viene todo esto ahora? ÐLo que no se dice se pierde. ÐEst‡ bien, pero ve bajando de una vez y deja de decir cosas raras. ÐDame un beso, mam‡. Y tras el beso llegan los hermanos, los cu–ados, la sobrina y el fot—grafo. Se hacen las pertinentes fotograf’as familiares con sonrisas forzadas y caras tensas y brillantes a causa de los nervios y del intenso maquillaje reciŽn puesto. 17:43: Vicente espera en la puerta de la casa junto al coche, la novia y el ramo de orqu’deas blancas a que llegue el improvisado ch—fer. Tres minutos despuŽs aparece este por el fondo de la calle. ÐPap‡, no te pongas nervioso ahora, por favor Ðle pide Teresa a su padre.

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ÐEsto no se lo perdono yo a Eduardo. Pero ahora no es momento de sacar el tema. Vas preciosa, Teresa Ðle dice, tras recorrer a su hija con la mirada de arriba abajo. ÐGracias, pap‡. Tœ tambiŽn vas muy elegante pero, como me sueles decir a m’, aœn te falta tu mejor traje. Vicente esboza una peque–a sonrisa. JosŽ llega al coche. ÐHola, JosŽ, me alegra volver a verte Ðle saluda Teresa. ÐSe–ora Teresa, parece una artista de cine. ÐPap‡, te presento a JosŽ. [Que Sera Sera (Whatever Will Be, Will Be) Ð Doris Day]

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El amor crece cuando se comunica Santa Teresa de Jesœs

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Alcal‡ la Real, 31 de mayo de 2002 Iglesia de Santa Mar’a la Mayor

29. La entrada de la novia JosŽ se present— correctamente vestido. El se–or Blanco se limit— a extender su mano, sin que en su semblante quedara ya rastro alguno de esa sonrisa fingida segundos atr‡s. El padre de Teresa le explic— a JosŽ algunos detalles acerca del funcionamiento del coche. ÐNo obstante Ðle iba diciendo el se–or Blanco con tono solemneÐ, durante la ceremonia, una persona de mi confianza dar‡ unas vueltas contigo por el pueblo para que te vayas habituando al coche y tambiŽn para darte una serie de instrucciones que le he indicado yo por telŽfono. Conf’o en que sabr‡s atenerte a ellas fielmente. ÐS’, se–or. Usted va a quedar muy contento conmigo, no tiene que andarse preocupando. JosŽ condujo sin problema hasta la plaza de la iglesia. El se–or Blanco se ape— del coche y abri— la puerta a su hija para ayudarla a salir. Por suerte, el sencillo velo amantillado, de fino tul con encaje beis al borde, no sobrepasaba el brazo estirado de Teresa, lo que le facilit— la salida del veh’culo. Tras colocar sobre sus hombros el delicado velo que part’a de la parte posterior de su cabeza dejando su cara despejada, Teresa mir— a su padre suplic‡ndole con los ojos la sonrisa perdida. Vicente la mir—, se relaj—, volvi— a sonre’r, ofreci— el brazo derecho a su hija. Todos los invitados estaban ya formalmente acomodados dentro de una iglesia decorada con exquisito gusto para tan importante ocasi—n. En la plaza solo quedaba la peque–a Roc’o, acompa–ada por su padre, maravillosamente engalanada con el vestido color oro viejo que hab’a llevado en la boda de su otra t’a y complementos verde oliva adquiridos expresamente por su madre para

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la boda de Teresa. Portaba una cestita con las arras y una inmensa satisfacci—n porque iba a ser el centro de much’simas miradas. El apuesto novio, dentro de su impecable chaquŽ, esperaba ya junto al altar, acompa–ado de una guapa madrina elegantemente ataviada con traje largo en tonos verdes, peineta y mantilla negra de herencia familiar. La novia, el padrino y la damita de honor atravesaban la plaza y se acercaban lentamente al templo, dando la espalda a la majestuosa fortaleza de la Mota que presid’a, desde lo alto, la ciudad entera. Entretanto, JosŽ escuchaba, amedrentado, las intimidatorias instrucciones de Fernando L—pez alias L—pez. ÐVeamos, chaval... Para empezar, a mi no me gustas ni un pelo. Yo conozco a gente en este pueblo que podr’a hacer el trabajo y que no le vendr’a nada mal ganarse tres duros. Porque aqu’ conducir sabe todo el mundo. Y eso de que venga un "sin-pa" a quitarnos lo nuestro no me hace mucha gracia. Pero yo cumplo —rdenes. Y Vicente me ha dicho: ÇMira, L—pez, este chaval es amigo de Eduardo y dice que ha trabajado de ch—fer aunque para m’ que es un farol. Es un inmigrante ilegal y no sabemos nada de Žl, pero tengo que confiar en mi hija y en su futuro esposo porque si no les arruino la bodaÈ. Luego va y me dice: ÇSolo te voy a pedir una cosa, L—pez: el coche de mi padre y, por encima de todo, mi hija y mi yerno tendr‡n que llegar a tiempo y en perfectas condiciones a GranadaÈ. Y el remate final: ÇL—pez, yo lo que quiero es que tœ te encargues de que todo salga perfecto. Lo dejo en tus manosÈ. Palabras literales. As’ que apl’cate el cuento, chaval, porque yo no estoy dispuesto a cargar con ningœn muerto Ðconcluy— L—pez, sec‡ndose con un pa–uelo las gotas de sudor que ca’an por su frente. ÐS’, se–or, lo que usted mande, pero yo no voy a cobrar nada por esto. ÐTœ a callar hasta que yo te diga. Y arranca ya que solo tenemos tres cuartos de hora para dar clases intensivas. 18:01: JosŽ y L—pez sobreviv’an sin aire acondicionado dentro del Mercedes antiguo a esa t—rrida despedida de mayo, mientras la novia, el padrino y la damita de honor entraban por la puerta de la iglesia al ! !

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tiempo que la Cantata BWV 147 de Bach deleitaba a todos los asistentes. TambiŽn all’ dentro, aunque en menor grado, el calor se hac’a notar. Prueba de lo cual eran esos sonidos multicolores y desplegables que desafiaban al aire a las —rdenes de sus briosas due–as, tan caracter’sticos de las ceremonias religiosas de la mitad sur del pa’s: ÇTrrrrrrrrrrrrrrrrr-pas-pas-pas-pas-pas-pas-trrrrrrrrrrrrrrrrrrÈ.15 Teresa y su padre se adentraban, solemnes, por el pasillo de la iglesia, sonriendo a su paso a los invitados sentados a uno y otro lado. Iban precedidos por la peque–a Roc’o, que ejecutaba su papel con bastante aplomo y seguridad, hasta que una se–ora le hizo caranto–as y la damita se acerc— a ella olvidando su cometido. La se–ora devolvi— a la ni–a al centro del pasillo tras colocar en su cestita las dos arras que hab’an volado por los aires. El coro segu’a cantando, las invitadas hac’an los pertinentes comentarios sobre la deslumbrante novia. Eduardo observaba, nervioso, a su princesa vestida de princesa, esplŽndida, soberbia, segura de s’ misma, con esos sonrientes ojos que un d’a le conquistaron. Esperaba ansioso la llegada de su inminente esposa. El paseo finaliz—, Roc’o fue rescatada por la mano de su madre, situada en el primer banco de la izquierda. El se–or Blanco entreg— a su hija y se coloc— a la derecha del novio. La madrina mir— a Teresa, asintiendo con la cabeza, a modo de cumplido por el acertado traje de su casi nuera. Eduardo y Teresa cruzaron miradas de complicidad. Novios y padrinos miraron al padre Dar’o. Con una leve inclinaci—n de su cabeza el padre salud— a Vicente, salud— a la novia. 18:05: La cantata tocaba a su fin. [Cantata BWV 147 Ð Bach: Acad. of St. Martin in the Fields & King's College Choir, Cambridge]

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Para los menos familiarizados con el uso de esta popular herramienta, la autora se refiere a los abanicos.

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30. El discurso inicial del padre Dar’o ÐEn el nombre del Padre, del Hijo y del Esp’ritu Santo Ð pronunciaba el padre Dar’o mientras se santiguaba, seguido por los fieles congregados en la iglesiaÐ. Dios, que es amor, que es amistad y que es felicidad estŽ siempre con vosotros. ÐY con tu esp’ritu. ÐPues sed bienvenidos Ðsalud— el padreÐ. Hoy estamos todos aqu’ reunidos para celebrar el matrimonio de Teresa y Eduardo, para celebrar el amor, en definitiva, que es siempre motivo de alegr’aÉ El padre Dar’o era un joven sacerdote amplio de miras, corto de vista, con mucha energ’a y poca ambici—n en la jerarqu’a eclesi‡stica. Alternaba divinamente el silencio edificante de la oraci—n con la ruidosa existencia de la calle y de sus atribuladas gentes, con sus problemas y sus alegr’as. Era un cura de esos que los j—venes admiran por sus ganas de renovar y su empat’a, los ancianos miran con recelo por su actitud a veces iconoclasta y los maduros respetan, en ese af‡n tan suyo de estar siempre en el punto medio de la virtud. Las ceremonias oficiadas por el padre Dar’o siempre eran brillantes y emotivas. Su don de gentes, su cercan’a y su potente voz consegu’an llenar la iglesia y rebajar la edad media de los fieles, dos cosas harto dif’ciles en los tiempos que corr’an. Pero el padre Dar’o no era amigo de evangelizar ni de convencer ni de juzgar. Era amigo de ser amigo. Ese d’a, como no pod’a ser de otro modo, el padre Dar’o habl— del amor y del matrimonio tras las correspondientes lecturas: ÐEl amor crece cuando se comunica. Hoy Teresa y Eduardo van a comunicar pœblicamente su amor. Mediante el matrimonio, hombre y mujer se convierten en una sola carne, comienzan una andadura conjunta santificada por Dios. El matrimonio es, en definitiva, una expresi—n del amor pleno, del amor absoluto. Como dice esa hermosa lectura Ðcontinœa el padre, parafraseando a San PabloÐ, ya podr’a hablar todas las lenguas del mundo, tener el don de la predicci—n, conocer todos los secretos y saberlo todo, tener una fe como para mover monta–as, repartir en limosnas todo lo que tengo y hasta dejarme quemar vivoÉ Si no tengo amor, de nada me sirve todo esto. ! !

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De nada. El amor disculpa sin l’mites, cree sin l’mites, aguanta sin limites. El amor no pasa nunca (1Co 13, 1-8). Y yo a–ado: el amor nos hace felices. Cuanto m‡s amo m‡s feliz soy. Y, no sŽ vosotros, pero yo lo œnico que quiero en este mundo es ser lo m‡s feliz posible. El padre se detuvo unos segundos para invitar a la reflexi—n y volvi— al ataque: ÐCon la uni—n estable de un hombre y una mujer estos manifiestan adem‡s su opci—n por un modelo o proyecto de vida orientado a la continuidad y evoluci—n de la raza humana. Pero para que la evoluci—n tenga lugar los padres deben ser un modelo de amor, procurando amor a sus hijos, procur‡ndose amor entre ellos y procurando amor a todas las dem‡s personas con las que se relacionen a lo largo de su vida. Del amor y del respeto surgen las familias bien estructuradas y, como dice su santidad Juan Pablo II, "La familia es base de la sociedad y el lugar donde las personas aprenden por primera vez los valores que les gu’an, durante toda su vida". Por eso una familia bien estructurada contribuir‡ a la creaci—n de una sociedad estructurada. Hizo otra breve pausa para tomar aire y continu—: ÐEl amor, la base de todoÉ El amor est‡ incluso por encima de las Escrituras. Porque las Escrituras se hicieron para el hombre y no el hombre para las Escrituras. Por eso, no actuemos movidos œnicamente por las Escrituras. Ahora bien, tampoco lo hagamos, como est‡ de moda hoy, movidos por la raz—n para desvirtuar las Escrituras. No descendamos al concepto porque el que busca razones no halla a Dios; el que busca ciencia no halla a Dios; el que busca historia no halla a Dios. "É Dios es Amor" (1Jn 4, 8) y est‡ dentro de cada uno de nosotros. Es esa energ’a maravillosa que sentimos cuando solo vemos belleza a nuestro alrededor. Deteneos, pues, buscad vuestro silencio, sentid esa energ’a. Entonces, actuad en consonancia y habrŽis alcanzado la sabidur’a, la plenitud; habrŽis hallado a Dios. Jesœs se hizo carne para traernos la palabra de Dios o, lo que es lo mismo, Jesœs encarn— el amor. Todo lo dem‡s es redundante. Y el matrimonio no escapa a esta regla. Y tras otra parada reflexiva prosigui—: ÐNo os casŽis, pues, ni os manteng‡is unidos porque vuestra religi—n o cultura as’ lo dicten, ni teng‡is hijos por la misma raz—n. ! !

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Tampoco veng‡is a la iglesia a rezar para alcanzar la plenitud, Ávenid para llenaros de gozo! Ðexclamaba el padre, micr—fono en mano, subiendo el tono y moviendo enŽrgicamente su mano libreÐ ÁCasaos para llenaros de gozo! ÁTened hijos para llenaros de gozo! ÁGritad al mundo vuestra alegr’a, vuestro gozo, ese que solo se alcanza cuando uno se inunda de amor, el amor que mueve el mundo y que todo lo puede! En el matrimonio, como en la vida, actuad guiados por el amor y yo os aseguro que el respeto, la ayuda, la compa–’a, el apoyo incondicional, la generosidad, el perd—n, la alegr’a, la compasi—n, la honestidad, la fidelidadÉ todo, sin excepci—n, os vendr‡ dado por a–adidura. ÀY quŽ m‡s se le puede pedir a un matrimonio? Vivid cada d’a de vuestra relaci—n como si fuese el œltimo de vuestra vida juntos, amaos sin l’mites, desead siempre la felicidad del otro y yo os aseguro, os garantizo, que vuestro matrimonio ser‡ verdaderamente edificante. Entonces, no tendrŽis que preocuparos de cumplir la Norma porque ya lo estarŽis haciendo, "Pues el que ama al pr—jimo, ha cumplido la ley" (Rm 13, 8). ÇTrrrrrrrrrrrrrrrrr-pas-pas-pas-pas-pas-pas-trrrrrrrrrrrrrrrrrrÈ ÐSi sab’a yo que tœ no ten’as carnŽ ni "n‡ de n‡", si estaba en lo cierto VicenteÉ y mira que no conduces mal, no, peroÉ no tienes ni remota idea de las normas de tr‡fico. Eso s’, no creo que nadie te ponga una multa por exceso de velocidad, el problema es que lo mismo los novios llegan a Granada con la fiesta ya acabadaÉ Vamos a hacer una cosa: yo tambiŽn voy a la boda, tengo que llevar al abuelo, as’ que voy a ir delante de ti todo el rato. Tœ haz lo mismo que yo haga y no me pierdas de vista. Y si en algœn momento te despistas, tœ sigue "palante" con las indicaciones de Eduardo que sabe llegar al sitio y si tienes algœn problema, alguna duda, le dices que en tu pa’s no tenŽis exactamente las mismas se–ales yÉ ÐSe–or, las se–ales de tr‡nsito son las mismasÉ ÐÁA callar! A ver si te va a dar ahora un ataque de honradez, hombreÉ ÐPero el se–or Eduardo y la se–ora Teresa son personas de saberÉ

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ÐNi saber ni leches, tœ miente tan bien como lo sabes hacer y los novios se lo tragan. Que te lo digo yo. De todos modos, si tœ sigues mis instrucciones y vas detr‡s de m’ todo el rato no tiene que haber ningœn problema, Àqueda claro? ÇTrrrrrrrrrrrrrrrrr-pas-pas-pas-pas-pas-pas-trrrrrrrrrrrrrrrrrrÈ ÐPues yo creo que ya va siendo hora de casar a estos j—venes Ð se–al— el Padre Dar’o. ÇTrrrrrrrrrrrrrrrrr-pas-pas-pas-pas-pas-pas-trrrrrrrrrrrrrrrrrrÈ ÐÁQue no, leches! Tœ vas a estar toda la noche calladito. No tienes que hablar con nadie, que aqu’ viene gente de todas partes y tœ eres un sin-pa, mira que la l’asÉ Tœ mudo, Àentiendes? ÁMudo!É Y no se te ocurra empezar a inventarte historiasÉ Por cierto, Àd—nde aprendiste a conducir? ÐVer‡ se–or L—pez, yo nac’ en un peque–o pueblo deÉ ÇTrrrrrrrrrrrrrrrrr-pas-pas-pas-pas-pas-pas-trrrrrrrrrrrrrrrrrrÈ

31. El desarrollo de la ceremonia Eduardo y Teresa estaban de pie, mir‡ndose, uno frente al otro, dando la espalda a los padrinos. Juntaron sus manos, se miraron a los ojosÉ Era el momento ‡lgido de la ceremonia: el consentimiento. Tras el correspondiente interrogatorio el padre Dar’o concluy—: ÐEn nombre de la Santa Madre Iglesia santifico esta uni—n que habŽis celebrado. Que Dios que es Padre, Hijo y Esp’ritu Santo bendiga esta uni—n para siempre hasta que la muerte os separe. AmŽn. Eduardo y Teresa ya eran marido y mujer. Sellaron su amor con un formal beso y una sonrisa. Pero el rito del matrimonio aœn no hab’a terminadoÉ ! !

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ÇTrrrrrrrrrrrrrrrrr-pas-pas-pas-pas-pas-pas-trrrrrrrrrrrrrrrrrrÈ ÐCoge esa calle de la derecha que yo creo que ya tenemos suficiente. ÐBueno Ðdijo JosŽ, asintiendo con la cabeza. ÐÀPero no te he dicho que cojas esa calle? ÐBueno Ðrepiti— JosŽ, con un nuevo gesto de asentimiento. ÐEntonces, ÀquŽ haces? ÀPor quŽ paras? Ðpregunt— un L—pez con los nervios a flor de piel. ÐPermiso, se–or L—pez, he de estornudarÉ ÁAtch’s! ÐBendito sea Ðmurmur— L—pezÐ. Dime chaval, c—mo te llamabasÉ ÐJosŽ Cristian S‡nchez Ronquillo, se–or. ÐVale, vale, a ver Cristiano, digo yo una cosa: ÀTe va a tocar estornudar muchas veces de aqu’ a Granada? Lo digo porque, si tenemos que parar a cada estornudoÉ ÐSe–or L—pez, yo no sŽÉ Algunas plantas me hacen estornudarÉ ÐDios nos coja confesados. ÇTrrrrrrrrrrrrrrrrr-pas-pas-pas-pas-pas-pas-trrrrrrrrrrrrrrrrrrÈ Tras la correspondiente bendici—n por el padre Dar’o, Eduardo y Teresa se colocaron los anillos uno a otro en se–al de su fidelidad y amor. El padre Dar’o cogi— entonces las trece arras, s’mbolo del sueldo de los doce meses del a–o y una m‡s para compartir con los necesitados. Entreg— las arras a los novios y se hizo el intercambio. La ceremonia prosigui— con la Oraci—n de los fieles, el Ofertorio y la Plegaria eucar’stica. A continuaci—n, el padre Dar’o se dirigi— nuevamente a los fieles con un nuevo y emotivo discurso: ÐJesœs nos ense–— a orar ÐdijoÐ. A travŽs de la oraci—n profunda y sincera apaciguamos nuestro atribulado esp’ritu, elevamos nuestro nivel de conciencia descubriendo que tenemos infinidad de cosas que agradecer a Dios y le transmitimos nuestros m‡s profundos deseos, porque "É todo cuanto pid‡is en la oraci—n, creed que ya lo habŽis recibido y lo obtendrŽis" (Mc 11, 24). Pidamos pues con alegr’a, con convicci—n, porque la preocupaci—n y la tristeza manifiestan una ! !

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profunda falta de fe. Dios quiere a gente alegre y confiadaÉ La oraci—n as’ practicada tiene una fuerza poderosa. Imaginaos, pues, cu‡n mayor ser‡ esa fuerza si decenas de almas se juntan, en un mismo sitio, vibrando con amor, con un amor sincero, con su conciencia elevada y una enorme paz de esp’ritu. Jesœs nos dijo: "É si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, sea lo que fuere, lo conseguir‡n de mi Padre que est‡ en los cielos. Porque donde est‡n dos o tres reunidos en mi nombre, all’ estoy yo en medio de ellos" (Mt 18,19). La uni—n hace la fuerza, en la guerra y en la paz. Y la fuerza del bien es mucho m‡s poderosa que la del mal. Por eso nosotros, hoy, Ávamos a rezar todos juntos, de coraz—n, vamos a concentrarnos en la oraci—n, vamos a sentir esa vibraci—n y vamos a darnos todos la mano, para que esa poderosa energ’a se extienda r‡pidamente por nuestra gran malla de amor y multiplique sus efectos! Y ahora, elevamos nuestras manos unidas hacia Dios y decimos: Padre nuestro que est‡s en el cielo, santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu reinoÉ ÐOye, Àcu‡nto le queda a esto? Ðpregunt— un joven invitado a su pareja. ÐSchhhh, solo queda la bendici—n conyugal. ÐÀM‡s bendiciones? Ya est‡n blindados contra el mal fario de por vida. ÐCalla, Luis, y atiende, van a utilizar el rito moz‡rabe que es muy simb—lico y bonito. Y toma nota que yo lo quiero en nuestra boda. ÐÁUn coj—n! La nuestra rapidita. ÐSchhhh, un respeto, que est‡s en la casa de Dios. Teresa y Eduardo se arrodillaron ante el altar, se dirigieron una nueva mirada de complicidad y unieron sus manos. El padre Dar’o hizo un gesto a la madrina. La madrina se gir— para buscar a Elvira, la hermana de Teresa, encargada de custodiar el lazo y el velo que se utilizar’an en el rito. Desde el primer banco, Elvira se acerc— al altar para entregar a la madrina la banda bicolor. La madrina la cogi— y ! !

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enlaz— con ella las manos de los novios. El padre Dar’o explic— que el color rojo del lazo con el que se hab’an unido las manos de los esposos simbolizaba los momentos de dolor y sufrimiento que la pareja, sin duda, tendr’a que atravesar. El color blanco, por el contrario, simbolizaba la alegr’a, porque permanecer’an unidos tanto en las alegr’as como en las penas. Tras la explicaci—n del padre, Elvira acerc— a la madrina una hermosa mantilla blanca. Con ayuda del padrino, la madre de Eduardo la coloc— sobre la cabeza de su nuera y los hombros de su hijo. ÐEste velo que colocamos sobre los novios representa estas dos vidas que hoy se unen y funden en una sola para siempre Ðexplic— el padre Dar’o. Con sus manos y sus cuerpos unidos por la banda bicolor y el velo, Teresa y Eduardo inclinaron ligeramente sus cabezas y cerraron sus ojos. ÐTe rogamos, Se–or, por estos hijos tuyos que hoy se unen en alianza de bodas. Descienda, Se–or, sobre esta esposa Teresa y sobre su esposo Eduardo tu abundante bendici—nÉ ÐQuŽ rom‡ntico Luis, quŽ rom‡nticoÉ ÀLuis? ÇÀD—nde diablos se habr‡ metido?È ÇTrrrrrrrrrrrrrrrrr-pas-pas-pas-pas-pas-pas-trrrrrrrrrrrrrrrrrrÈ ÐCristiano, haz el favor de darte prisa porque la ceremonia debe estar acabando ya. ÁCuidado con esa marcha, hombre, que te cargas el coche! La camisa de L—pez estaba ya empapada de sudor debido a una interesante mezcla de calor y nervios. Sin embargo, JosŽ segu’a hecho un figur’n. ÐÁPor ah’ no, ahora tenemos que dar una vuelta enorme! Ðgrit— L—pez. JosŽ disminuy— la velocidad e hizo adem‡n de estornudo. ÐNo hombre, ahora no pares, por Dios, que no llegamos a tiempoÉ ÐÁAtch’s! ! !

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ÐÀEs que no puedes estornudar mientras conduces? ÐSe–or L—pez, cuando conduzco, conduzco. Cuando estornudo, estornudo. ÇTrrrrrrrrrrrrrrrrr-pas-pas-pas-pas-pas-pas-trrrrrrrrrrrrrrrrrrÈ ÐQue la paz del Se–or estŽ siempre con vosotros. ÐY con tu esp’ritu. ÐPodŽis daros la paz. ÇTrrrrrrrrrrrrrrrrr-pas-pas-pas-pas-pas-pas-trrrrrrrrrrrrrrrrrrÈ ÐUf, parece que aœn est‡n dentro. Anda, aparca ah’ Ðindic— L—pez a JosŽ mientras se santiguaba, aliviado, por llegar a tiempo. ÐSe–or, usted puede ir a ver el final de la ceremonia que yo he de esperar ac‡. ÐEscucha, Cristiano, no creas que porque hayamos dado tres vueltas con el coche y hayamos pasado juntos sudores y l‡grimas durante casi una hora me voy a fiar yo de ti. Ya te he dicho lo que me dijo Vicente, Àno? El coche y su hija, hasta que lleguemos a Granada, son mi responsabilidad. Y yo no me f’o ni de mi sombra. ÇTrrrrrrrrrrrrrrrrr-pas-pas-pas-pas-pas-pas-trrrrrrrrrrrrrrrrrrÈ

32. Las felicitaciones ÐLa bendici—n de Dios Todopoderoso, Padre, Hijo y Esp’ritu Santo, descienda sobre vosotros. ÐAmŽn. ÐPodŽis ir en paz. ÐDemos gracias al Se–or.

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18:54: La ceremonia, definitivamente, hab’a concluido. Dar’o felicit— a los esposos, a los padrinos, todos estaban plet—ricos, relajados, se rompi— la quietud, regres— el murmullo. Roc’o se acerc— a su t’a, la abraz—. M‡s besos, se rompieron filas, novios y testigos firmaron, la alegr’a inundaba el Templo. El coro irrump’a con jœbiloÉ Eduardo y Teresa salieron de la iglesia acompa–ados por el Canticorum Jubilo de HŠndel. La mitad de los asistentes estaba aœn dentro, sonriendo a los novios a su paso y escuchando la alegre pieza musical; la otra mitad esperaba ya fuera, amenazante, con bolsas repletas de arroz, s’mbolo de la fertilidad, y pŽtalos de rosa, s’mbolo de nada pero quedaba muy mono. Bombardeo de arroz, lluvia de pŽtalos, r‡fagas de fotos, abrazos y besos. ÇMira quŽ vestido m‡s lindoÈ, Çpero quŽ novia m‡s guapaÈ, ÇquŽ boda m‡s preciosaÈ, y ÇquŽ novio m‡s eleganteÈ, y Çgracias por venirÈ, y ÇquŽ ganas ten’a de verteÈ y Çmira yo soy fulanita tu ya no te acuerdas de miÈ y hasta los m‡s prudentes y m—dicos ÇfelicidadesÈ y ÇenhorabuenasÈ. Y en medio de tanto alborozo, esa fat’dica llamada al m—vil de Alberto, el hermano de Teresa. Alberto se alej— del bullicio, Julia, su mujer, observaba de lejos su cara de circunspecto. Cuando Alberto colg—, su esposa se acerc— a Žl para realizar las oportunas indagaciones. Alberto le coment—: ÐEra el encargado del carmen. No sŽ quŽ diablos ha pasado pero, al parecer, hay un problema con la organizaci—n de las mesas. Y lleg— el momento de lanzar el ramo. Teresa se dio la vuelta y las preciosas orqu’deas danzaron por los aires. Teresa se volvi— yÉ ÐÁAurora! Ðexclam— la novia, cuando vio su lindo ramo en manos de esa rubia embutida en un qipao chino en seda azul, largo a la rodilla y manga corta, con un recogido alto que dejaba bailar algœn que otro mech—n y unas sandalias de tac—n que estilizaban aœn m‡s su llamativa figuraÐ. ÁC—mo me alegra que hayas podido venir! ÀY tu padre, d—nde est‡? ÐTeresa, mi padre no pudo venir al final, se march— ayer a una convenci—n de psicolog’a transpersonal en San Francisco. Me env’a un beso fuerte para ti y un mill—n de disculpas por no haberte avisado.

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ÐYaÉ Ðdijo Teresa, consternada. As’ que çlex no vieneÉ ÀY tœ has venido sola y expresamente desde Nueva York para mi boda? ÐEn realidad llevo una semana en Espa–a, con mi padre. Ten’amos vacaciones en la escuela y me hac’a ilusi—n venir a tu boda. Yo tambiŽn pensŽ que vendr’a con pap‡ peroÉ al final no pudo ser. Siento no haberte confirmado mi asistencia, es que... ÐNo te preocupes. ÀTe quedar‡s a dormir en la casa de mi hermana Elvira? Tiene mucho sitio y vive a las afueras de la ciudad. ÐMuchas gracias, Teresa. El hermano de un amigo m’o es profesor de inglŽs en Granada y tiene all’ una casa. PasarŽ en Granada dos d’as, aprovecharŽ para conocer la ciudad y despuŽs regresarŽ a Madrid para despedirme de mis abuelos antes de volver a Nueva York. ÐÀPeroÉ conoces a ese profesor? ÀY tu padre est‡ al tanto? Ðle pregunt— una protectora Teresa, con un acentuado instinto maternal. ÐS’, bueno no, no lo conozco pero es el hermano de un buen amigo yÉ ÀquŽ tiene de malo? Pap‡ conf’a en m’, ya sabes, adem‡s yo ya vivo solaÉ ÐBueno, que conf’a en ti no me cabe duda pero que conf’e a ciegas en cualquier hombre compartiendo techo con su inocente hija de dieciocho a–osÉ eso ya no lo tengo tan claroÉ Creo que Žl habr’a preferido que te quedases con mi hermanaÉ En fin, luego lo discutimos. En cuanto pueda te la presento y te confiarŽ a ella para que estŽ muy pendiente de ti durante la boda y durante toda tu estancia en la ciudad. L‡stima que yo no te pueda atender mejor. ÐGracias por cuidar tanto de m’, Teresa, pero no te preocupes. Hoy es tu d’a. Yo estoy feliz por ti y sŽ que lo voy a pasar muy bien. Por cierto, est‡s muy guapa. Si yo me casara querr’a llevar un vestido como el tuyo. ÀY Eduardo? Me gustar’a saludarlo. ÐMira, ah’ est‡ Ðle indic— TeresaÐ. Vuelvo enseguida que voy a saludar a una persona. Aurora parec’a una joven autosuficiente y cosmopolita. Sin embargo, en el fondo era una inocente y c‡ndida ni–a objeto de una educaci—n liberal pero responsable. No solo era hija de çlex, tambiŽn era su conejillo de indias. Era el resultado perfecto de un experimento educativo consistente en amar sin ahogar, confiar sin desentenderse, orientar sin controlar, escuchar sin juzgar, aconsejar sin sermonear, ! !

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opinar sin intentar convencer, ense–ar a asumir responsabilidades y a aceptar consecuenciasÉ pero, como todo hijo de vecino, ni çlex ni Aurora eran perfectos. Aurora se cri— sin el calor, el afecto ni el modelo de una madre y con un padre inexperto que no supo ni pudo suplir esa carencia de su hija. As’ que se agarraba a un clavo ardiendo cada vez que una figura femenina adulta irrump’a en sus vidas. Uno de esos clavos era Teresa. O al menos lo fue durante aquellos cuatro intensos a–os, hasta que el exceso de trabajo de Teresa y su OIT (Odio Infundado Transitorio), la hicieran confundir a aquella alma angelical reciŽn salida de la cuna con una mujer fatal. Pero, gracias a Dios, el OIT teresiano no dur— mucho y tampoco fue rec’proco. Por ello, Teresa nunca dej— de ser un referente para Aurora. S’, Aurora apreciaba mucho a Teresa. Y hoy acababa de conseguir un magn’fico recuerdo de su boda. ÐMe encanta tu ramo, Teresa Ðle dijo Aurora entre saludo y saludo. ÐY a m’ me hace ilusi—n que te haya tocado a ti. Aunque, creo que eres demasiado joven aœnÉ Ðbrome— Teresa. ÐDeja que nos hagamos una foto juntas, as’ le ense–arŽ a pap‡ lo guapa que est‡s Ðle pidi— Aurora. DespuŽs de la fotograf’a Teresa present— a Aurora a su hermana Elvira. Tras cinco minutos de conversaci—n con Elvira, Aurora se percat— de que no ten’a elecci—n: le pareci— imposible luchar contra la famosa vehemencia e insistencia de los Blanco. As’ pues, esa noche dormir’a en la casa de Elvira, quien se encargar’a de seleccionar entre los invitados a todo un ejŽrcito de guardianes protectores para que a la bella, dulce y joven Aurora no le faltara de nada durante la fiesta. A las 19:12 parti— el segundo autobœs con los invitados hacia Granada. La plaza de la iglesia volvi— a quedarse en silencio. Solo quedaban ya los novios, los padres de ambos, el abuelo, L—pez, la esposa de este y JosŽ. Todos se dirigieron a sus respectivos coches, salvo L—pez, que aœn permanec’a de pie, junto a JosŽ, esperando a Teresa y a Eduardo. ÐSi salimos ya vamos a llegar antes que los invitados Ðcoment— Teresa, llegando al autom—vil. ! !

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ÐNo te preocupes, Teresa, yo te garantizo que eso no va a suceder Ð afirm— categ—ricamente un ir—nico L—pez mientras se acercaba para felicitar a los reciŽn casados. ÐEduardo, yo irŽ delante de vosotros con mi coche para que as’ al Cristiano le sea m‡s f‡cil, Àte parece? Ða–adi— L—pez, sin entrar en detallesÐ. Toma, Teresa, esto me lo ha dado el abuelo para vosotros Ð minti—, entregando algo a Teresa en la manoÐ. Andad con Dios Ðy se fue. Ya dentro del veh’culo, justo cuando JosŽ arrancaba, Eduardo pregunt— a su esposa: ÐÀQuŽ te ha dado L—pez? ÐUna estampa de San Crist—bal16 Ðrespondi— Teresa. [Canticorum Jubilo Ð GF HŠndel: by The new London Choir & London Philharmonic Orchestra]

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Patr—n de los conductores

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Cuanto m窶。s grande es el caos, m窶。s cerca est窶。 la soluci窶馬 Proverbio chino

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Alcal‡ la Real - Granada, 31 de mayo de 2002

33. El trayecto Ningœn miembro de la familia se hab’a casado hasta la fecha en periodo estival o casi estival. Ninguno se hab’a dedicado a pasear en el coche del abuelo bajo un sol abrasador. Nadie hab’a reparado en el ligero y aparentemente insignificante detalle de que ese precioso Mercedes Benz 180 D Ponton negro carec’a de aire acondicionado. Ni siquiera contaban sus pasajeros con un miserable abanico para mover esa incipiente calima consecuencia de una masa de aire subsahariano que empezaba a enrarecer el ambiente del sureste peninsular. Pero JosŽ, Eduardo y Teresa aguantaron como jabatos, soportando estoicamente sus abundantes gotas de sudor. QuŽ remedio. Tras los primeros cinco kil—metros Eduardo constat— que la tranquila conducci—n de JosŽ Ðsu velocidad era de veinte kil—metros por debajo del l’mite m‡ximo establecidoÐ permitir’a bajar las ventanillas del autom—vil sin que el peinado de la novia se alterase lo m‡s m’nimo, œnica alternativa a una muerte segura por asfixia. As’ que bajaron las ventanillas pero el remedio fue peor que la enfermedad. Finalmente optaron por incrementar la dosis de estoicismo. JosŽ conduc’a con lentitud pero con correcci—n. San Cristobal trabajaba para que todos los ocupantes del veh’culo llegaran a salvo a Granada. Pero nadie le pidi— que hiciera lo posible para que los novios llegaran a tiempo a la cena. Entre la extrema prudencia del conductor y sus continuos estornudos, el trayecto se efectu— en veinte minutos m‡s de lo previsto. Claro que nadie ech— en falta a los novios, pues la exquisita copa de bienvenida crepuscular a los pies de la Alhambra y las hermosas vistas del Albaic’n y el Sacromonte hicieron m‡s que grata la espera de los invitados. Ya en las cercan’as del carmen, el coche de L—pez, que iba delante, se detuvo en una estrecha calle del Albaic’n. Siguiendo las previas ! !

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instrucciones de L—pez, JosŽ se detuvo tambiŽn. Eduardo se ape— del coche para hablar con L—pez. ÐÀQuŽ pasa? Ðpregunt—. ÐEl abuelo tiene mucha sed y quiere tomar una cerveza Ðrespondi— L—pez. ÐPero si estamos ya casi en el carmen, Àno se la puede tomar all’? ÐYa sabes lo cabezota que es. ÐS’, ya sŽ, es un Blanco. Eduardo coment— a Teresa. Para su desconcierto, Teresa decidi— bajarse tambiŽn. Necesitaba refrescarse. Sab’a que al llegar al carmen tendr’a que empezar a saludar y el calor que hab’an pasado en el trayecto se hab’a hecho casi insoportable. As’ que los dos veh’culos se detuvieron obstruyendo la angosta calle, y sus ocupantes, de tiros largos, entraron en un bar lleno de colillas y olor a fritanga para tomarse una gran jarra de refrescante cerveza. Toda la clientela del bar la compon’an un gitano y dos payos que jugaban a las cartas y que f‡cilmente rondaban los ochenta a–os. La entrada de los novios desvi— su atenci—n del juego. Eduardo pidi— las consumiciones. La parada breve de supervivencia dur— solo cinco minutos. JosŽ se coloc— en un discreto segundo plano dentro del bar, intimidado por la expresi—n de L—pez. Por suerte el abuelo se hallaba envuelto en un halo de ingenuidad e inocencia a causa de su incipiente demencia, lo que propici— un ambiente distendido. De hecho, lejos de ver a JosŽ como una amenaza y para el asombro de L—pez, el abuelo ir’a intimando a lo largo de la velada con ese joven chaval cuya presencia no acababa de comprender ni, por otro lado, le importaba un pimiento. El estrŽpito ocasionado por el claxon y los gritos del conductor del Seat Ibiza rojo atascado tras el coche de los novios oblig— al grupo de sedientos supervivientes a regresar a sus veh’culos para descongestionar la calle. Reanimados y repuestos, se introdujeron en sus respectivos coches y a los pocos segundos el atardecer granadino dej— entrever ese inefable paisaje repleto de verdor y majestuosidad. Arriba, presidiendo, la Alhambra. Debajo, compartiendo con el complejo palaciego el frondoso bosque del monte de La Sabika, el carmen conocido como la Casa del Moro Rico, donde los invitados se ! !

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sumerg’an ya en refrescos y canapŽs mientras disfrutaban de esos maravillosos jardines y fuentes que refrigeraban el ambiente. El acceso rodado a la Casa del Moro Rico era algo complicado. Solo microbuses urbanos y taxis ten’an permitido el tr‡nsito por la angosta Carrera del Darro, de modo que los autobuses de la boda dejaron a los invitados en la concurrida Plaza Nueva. La mayor’a de los invitados accedi— al carmen a pie, desde esta conocida plaza, dando un agradable y fresco paseo junto al r’o Darro, un trayecto sin duda privilegiado catalogado por muchos como la calle m‡s bella del mundo. El resto opt— por utilizar un microbœs privado con autorizaci—n especial gentileza de los novios para llegar desde Plaza Nueva hasta el carmen o por utilizar su propio veh’culo atravesando las tambiŽn angostas calles del Albaic’n, como hicieron los propios novios. En este œltimo caso la dificultad estribaba en encontrar aparcamiento, pues solo hab’a una peque–a explanada habilitada como tal a los pies del monte. Y es que la Casa del Moro Rico, situada a ochenta metros por debajo del Generalife, no ten’a cabida m‡s que para tres turismos: el de los novios, el de L—pez y el de los padrinos. Cuando el coche de los novios y el de L—pez reanudaron la marcha tras la breve parada de supervivencia, todos los invitados llevaban ya un rato disfrutando de un indescriptible atardecer. Pero la parada no fue balad’. Tampoco fruto de la casualidad. L—pez ten’a —rdenes de avisar al padre de Teresa cuando estuvieran ya en las cercan’as del carmen. El se–or Blanco ten’a que advertir a los invitados que esperaban en los jardines para que la sorpresa preparada por los hermanos de los novios saliera perfecta. L—pez y JosŽ dejaron atr‡s el Albaic’n en sus respectivos veh’culos y se adentraron en el Camino de la Fuente del Avellano, la cuesta que conduc’a hasta el mismo carmen. Los novios fueron recibidos all’ por sus padres. Ya fuera del coche, Eduardo y Teresa se dirigieron a la escalinata de acceso a los jardines donde se ofrec’a la copa de bienvenida. Empezaron a subir, no sin cierto asombro a causa del extra–o silencio que invad’a el ambiente. Cuando llegaron arriba el punteo de una guitarra quebr— la quietud y colm— de placer la embriagadora panor‡mica compuesta por el Albaic’n y el Sacromonte, a un lado, y la Alhambra al otro. "El pa’s m‡s bello del mundo", como ! !

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Alejandro Dumas describiera a la ciudad de Granada, se convirti— en una arm—nica melod’a, obra y gracia de Francisco T‡rrega. Eduardo y Teresa permanec’an en pie ante el maestro, cuyas diestras manos tocaban bellos acordes en una guitarra acompa–ada por el rumor de las fuentes, acariciada por los rayos de un sol poniente y arropada por los admirados y silenciados contertulios que siguiendo las instrucciones del se–or Blanco se hab’an organizado divinamente en torno al intŽrprete. Una l‡grima de emoci—n recorri— la mejilla de Teresa, que, nada m‡s escuchar los primeros acordes, dirigi— una r‡pida mirada a su hermana Elvira a quien supon’a, no sin raz—n, promotora de esa grata sorpresa con la que los hermanos de los novios les hab’an agasajado. [Recuerdos de la Alhambra Ð Francisco T‡rrega]

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Granada, 31 de mayo de 2002 Casa del Moro Rico

34. La copa de bienvenida El relax de los novios lleg— tras los primeros saludos, la segunda cerveza y el quinto canapŽ. Todo transcurr’a aparentemente segœn lo previsto, mejor que lo previsto. El ambiente distendido, el escenario perfectoÉ Aunque no todo el mundo disfrut— por igual. JosŽ, por ejemplo, permaneci— buena parte de la copa de espera de pie, inm—vil, junto al coche. Nadie se hab’a acordado de darle m‡s instrucciones, ni siquiera L—pez. Nadie se las dio porque, realmente, no exist’an. No hubo tiempo para reparar en Žl. En cuanto a Alberto, el hermano de Teresa, ten’a que solucionar con urgencia un imprevisto de œltima hora. Decidi— compartir el contratiempo con su hermana Elvira. ÐElvira, hay un problema con las mesas. Un problema gordo Ðle dijo. ÐÀQuŽ pasa? ÐAlguien se equivoc— al enviar la lista de asistentes y mesas. ÐÀC—mo que "alguien" se equivoc—? Mam‡ me dijo que tœ te hab’as encargado de eso. ÐS’, pero mi hija o el abuelo han debido estar trasteando mi ordenador de casa yÉ ÐTu hija de tres a–os y el abuelo de noventa, Àno? ÐÀNo sabes que los fines de semana el abuelo ha estado viniendo a mi casa para que le ense–e a utilizar el ordenador? ÐAnda ya. ÐTe lo juro. Se pasa las horas muertas con Internet. Un d’a incluso le pillŽ mirando una p‡gina porno yÉ

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ÐBueno vale, vale, no nos vayamos por las ramas. CuŽntame exactamente lo que ha pasado y por favor, no muevas tanto el brazo porque me vas a dar con la escayola. ÐVer‡s, Teresa me envi— la semana pasada por correo electr—nico la lista de los asistentes definitivos (ciento cincuenta y tres, si no recuerdo mal), repartidos en diecisiete mesas. Solo faltaban algunos invitados de pap‡ pendientes de confirmar. Tu hermana empezaba a estar nerviosa y harta de organizar y me pidi— que me encargase yo de perseguir a pap‡, completar la lista de invitados y enviarla al carmen. TardŽ un d’a en abrir su e-mail y en un despiste olvidŽ lo que hab’amos hablado y estuve a punto de enviar su fichero incompleto a Felipe, el encargado del carmen. Pero me di cuenta a tiempo y lo archivŽ como borrador, a la espera de las confirmaciones de pap‡. Al d’a siguiente, el domingo, el abuelo estuvo por mi casa yÉ bueno, sospecho que Žl pudo enviarme el borrador, no sŽ c—mo ni por quŽ. El caso es que desde el lunes cuentan con que la boda se celebrar’a solo con esas ciento cincuenta y tres personas. ÐPero Àcu‡ndo confirm— pap‡ sus invitados pendientes? ÐEl miŽrcoles. ÐÀY no les ha dado tiempo a encargar m‡s menœs desde el miŽrcoles? ÐVamos a ver, el miŽrcoles pap‡ me confirm— la asistencia de unos treinta invitados m‡sÉ Veintiocho, para ser exactos. S’, eso es, veintiocho invitados repartidos en tres mesas. Con esos veintiocho asistentes nuevos yo completŽ la lista inicial de Teresa y enviŽ su fichero modificado a Felipe. Pero como Felipe no estaba ya pendiente de recibir nada, no ley— mi correo hasta ayer noche. ÐÀPretendes decirme que la boda se ha preparado para menos gente de la que en realidad hay? ÐAs’ es. ÐEntoncesÉ A ver, que yo con los nœmeros me pierdo. RedondeandoÉ ÀCu‡ntos menœs hay y cu‡ntos faltan? ÐEl problema no son los menœs. Esta ma–ana han encargado m‡s menœs con urgencia, lo que, segœn me han dicho, subir‡ el coste. Pero contra eso no podemos hacer nada ahora. Lo que no hay es mesas. Las mesas y las sillas no son suyas. Las alquilan para cada evento a ! !

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Alquiler de mesas y sillas para eventos en Granada, S.A. y como esta semana le concretaron a esta empresa el nœmero de mesas que necesitaban en funci—n de nuestro primer correo, Alquiler de mesas y sillas para eventos en Granada reserv— dieciocho mesas para nosotros: las diecisiete que me dio Teresa y una m‡s para imprevistos "ordinarios". Las dem‡s que ten’an en stock las han alquilado ya. Con lo cual, nos faltan dos mesas. Dieciocho invitados sin colocar, en definitiva. ÐÀMe vas a decir que una empresa de alquiler de mesas y sillas para eventos en una ciudad tan peque–a como Granada se ha quedado sin mesas en dos d’as? ÐÀQuŽ quieres que haga, la demando? ÐNo, peroÉ no sŽ, se me ocurren cientos de soluciones. ÐS’, a mi tambiŽn pero lo que no hay es tiempo para gestionarlas. ÐPues si te enteraste anoche me lo debiste contar enseguida. ÐÁYo me he enterado hoy despuŽs de la ceremonia! Llevan toda la ma–ana intentando localizarme pero mi m—vil ha estado ocupado todo el rato, tenemos muchos problemas en la empresaÉ ÐSchhhh, no alces tanto la voz, hombre. Y te recuerdo que yo tambiŽn soy parte de la empresa. ÇTrrrrrrrrrrrrrrrrr-pas-pas-pas-pas-pas-pas-trrrrrrrrrrrrrrrrrrÈ ÐFernando, creo que me he dejado mi abanico en el coche. Anda, Àpor quŽ no vas a mirar? Ðpidi— a L—pez su se–ora. ÐPero si ya no hace tanto calor, mujer. ÀMe vas a hacer bajar? ÐSi no es por eso, es que no sŽ si lo he perdido y quiero asegurarme. Es el abanico de las bodas, hombre. ÀQuŽ te cuesta hacerme el favor? ÀQuieres que baje yo, con los tacones? ÐEst‡ bien, est‡ bien. Ya bajo. ÇTrrrrrrrrrrrrrrrrr-pas-pas-pas-pas-pas-pas-trrrrrrrrrrrrrrrrrrÈ

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ÐEsto y lo de Pepe el Ch—fer superan a cualquier gui—n de Almod—var Ðse quej— ElviraÐ. A Teresa y a pap‡ hoy les da algo. No entiendo c—mo te ha podido pasarÉ ÐYa te vale, Áhaberte encargado tœÉ! ÐSchhhhhhh. Teresa te lo pidi— a ti. Adem‡s yo he estado fuera toda la semana. ÀY por quŽ no te sujetas el brazo con el pa–uelo? Vas a ir dando "escayolazos" por ah’É ÐBueno, Elvira, no tenemos tiempo, tenemos que solucionar esto como sea. Tenemos dieciocho invitados colgados y algunos de ellos son compromisos gordos de pap‡. ÐÁVale, vale! A ver, dijiste que hab’a diecisiete mesas, Àno? ÐNo, dieciocho mesas de diez comensales cada una. Y un total de ciento ochenta y un asistentes. ÐÀCiento ochenta y uno? ÀDescontados ya los imprevistos de œltima hora? ÐNo. No sŽ si hay imprevistos de œltima hora. ÐSiempre los hay. Basta con que falle una sola persona. Entonces, habr’a sitio para todos porqueÉ sillas no faltan, Àno? ÐNo. Sillas no faltan. Pero la cuesti—n no es el espacio sinoÉ ÐÀÉc—mo colocarlos? ÐExacto. ÇTrrrrrrrrrrrrrrrrr-pas-pas-pas-pas-pas-pas-trrrrrrrrrrrrrrrrrrÈ JosŽ continuaba de pie, inm—vil, junto al coche de los novios. ÐCristiano, Àaœn sigues de pie como un pasmarote? Ðle pregunt— L—pez cuando lo vioÐ. ÀCu‡ndo fue la œltima vez que comiste? ÐA la ma–ana temprano, se–or L—pez. Ð"Cago en la leche"É No te muevas de aqu’. Y siŽntate en el bordillo, hombre, que pareces la guardia real. ÇTrrrrrrrrrrrrrrrrr-pas-pas-pas-pas-pas-pas-trrrrrrrrrrrrrrrrrrÈ ÐNecesitamos c—mplices Ðpropuso ElviraÐ. Tenemos que contar con mi marido, con tu mujer y con los hermanos de Eduardo. Tienen ! !

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que averiguar durante la copa de espera quiŽn ha podido faltar a œltima hora, mientras tœ y yo reorganizamos todas las mesas ah’ dentro, sin que nos vea nadie. ÐÀY por quŽ no publicamos un edicto? ÀEs necesario que se lo digamos a tanta gente? ÐS’, ya sŽ, pero es queÉ mi marido y tu mujer no van a acercarse a hablar con los amigos del suegro de Teresa y decirles: ÇOigan, Àme pueden decir si va a fallar alguien de su entorno?È Es m‡s natural que lo haga alguien m‡s cercano, Àno? Adem‡s, los hermanos de Eduardo sabr‡n si hay alguna incompatibilidad entre los invitados de sus padres o los viejos amigos del novioÉ ÐEst‡ bien. Manos a la obra, entonces. Solo una œltima cosa: ÀTe encargas tœ de dec’rselo a Teresa? ÐÀPor quŽ yo? Eres tœ quien ha metido la pata hasta el fondo. ÐPero tœ la conoces mejor y adem‡s eres comercial. ÐÀY c—mo crees que va a reaccionar? ÀNo ser‡ mejor tratar de ocult‡rselo? ÐBueno, se sabe de memoria el nombre y apellidos de todos los invitados, d—nde est‡n colocados, la ropa interior que llevan puesta y su nœmero de D.N.I. Ya la conoces. PeroÉ tœ misma. A m’ no se me ocurre c—mo hacerlo. ÐYa pensarŽ en algo. ÇTrrrrrrrrrrrrrrrrr-pas-pas-pas-pas-pas-pas-trrrrrrrrrrrrrrrrrrÈ ÐPepi, dame tu bufanda, por favor. ÐÀEst‡ mi abanico o no? ÐÁCo–o el abanico! ÐFernando, ÀquŽ has hecho? Solo te he encargado una cosa y Àte olvidas? ÐAhora miro, mujer, ahora miro, pero tœ dame tu bufanda. ÐQue no es una bufanda, que es un chalÉ ÐLo que sea pero d‡melo de una vez. ÐÀPara quŽ quieres tœ el chal? Mira que est‡s muy raro FernandoÉ ÐEse inmigrante de los cojones... tendr‡ que comer algo, Àno? ! !

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ÐÀPero no te ca’a tan mal? ÐPrecisamente. No me f’o ni un pelo y ya sabes el dicho: barriga llena, mente tranquila. ÐÀY quŽ vas a hacer, vas a liar ah’ los aperitivos? Mira que como alguien nos vea va a pensar que somos unos muertos de hambre, Fernando, que eso no lo hace nadie en estas bodasÉ ÀNo ser‡ mejor que le pidamos un bocadillo en la barra? ÐQuŽ no, Pepi, que no. Que esta gente tiene mucho l’o hoy como para que nosotros andemos entreteniŽndoles. Que nadie se va a dar cuenta, mujer. ÇTrrrrrrrrrrrrrrrrr-pas-pas-pas-pas-pas-pas-trrrrrrrrrrrrrrrrrrÈ Tras adjudicar las correspondientes tareas de alto espionaje a sus c—nyuges y concu–ados, Alberto y Elvira entraron en el sal—n a reorganizar mesas en tiempo rŽcord. El Žxito de la boda estaba en sus manos.

35. El inicio de la cena Hacia las nueve y media de la noche los asistentes fueron invitados a pasar a la gran terraza cubierta y acristalada en la que se servir’a la cena. La estancia se ubicada entre los jardines en los que se hab’a ofrecido la copa de espera y el patio cubierto en el que tendr’a lugar el baile posterior. Todo lo cual ofrec’a una continuidad visual y temporal que contribu’a al buen desarrollo de una noche prometedora. Alberto y Elvira lograron, en tiempo rŽcord y con la ayuda de Lola, Rodrigo y Paloma, los hermanos de Eduardo, reorganizar a los invitados con cierto sentido "aparente". Como resultado de la reorganizaci—n algunas mesas desparecieron, otras se crearon ex novo, algunas sufrieron ligeras o no tan ligeras modificaciones y las m‡s afortunadas permanecieron intactas. Los hermanos Blanco sacrificaron a los m‡s allegados (incluidos ellos mismos) y contaron con la complicidad de algunos comensales para intentar que la cena se desarrollara sin sobresaltos, tanto para los novios como para los ! !

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invitados m‡s quisquillosos. Para su r‡pida y f‡cil identificaci—n, Alberto y Elvira pusieron nombre a todas las mesas. La mesa nœmero 1 o mesa de Los Letrados la conformaban: seis abogados (tres compa–eros del antiguo despacho de Teresa de veintinueve, treinta y dos y cuarenta a–os respectivamente, la joven esposa, tambiŽn letrada, de uno de los anteriores, y dos amigas de Teresa de la facultad); un ingeniero de telecomunicaciones, acompa–ante de una de las abogadas; la esposa del abogado-socio de cuarenta, abogada del Estado; y por œltimo, Javier, el economista malague–o exvecino de Teresa en Madrid, al que los Blanco hab’an recolocado aqu’. Un total, por tanto, de nueve comensales y una ausencia de œltima hora: otra compa–era del antiguo despacho de la novia. ÐLa verdad Ðdijo una Letrada a otraÐ, es que yo ya no voy a poder cenar, con todo lo que he comido. Los aperitivos estaban deliciosos, Àverdad? ÐS’, estaba todo riqu’simo Ðcorrobor— su amiga. É..ÉÉÉÉÉÉÉÉ ÐCristiano, Àte has comido ya los aperitivos que te traje? ÐNo, se–or L—pez. ReciŽn fui a comer cuando una se–orita del restaurante pas— presurosa y los bocaditos cayeron entre los matorrales y se llenaron de barro. ÐPero mira que eres torpe, hombreÉ A ver si veo el dichoso abanico de mi se–ora, quŽ pesaditas se ponen las mujeres a veces. É..ÉÉÉÉÉÉÉÉ ÐVaya, me han colocado con los juristas. En fin, yo no soy del gremio. Me llamo Javier. Encantado de conoceros. ÐEncantada, Javier Ðle dijo la Letrada sentada junto a ŽlÐ. Alejandro, ÀquŽ le ha pasado a Eva? ÀNo dijo que iba a venir? Ðle pregunt— a su compa–ero de despacho. ÐTen’a una firma muy importante esta ma–ana. Contaba con venir y llegar al menos a la cena. Su vuelo sal’a a las siete de la tarde pero la cosa se alarg— y no lleg— a tiempo.

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ÐLos abogados trabaj‡is demasiado Ðcoment— JavierÐ. Y en Madrid m‡s. Yo era vecino de Teresa, la conoc’ cuando estaba en la universidad y la mujer no paraba de estudiar. Luego la he visto un par de veces porque ya no vivo en Madrid. La œltima vez fueÉ hace a–o y medio o as’, ya llevaba varios a–os en el despacho yÉ bueno, la cosa fue de mal en peor, sus ojeras eran horripilantes. No es por nada pero yo me alegro mucho de que lo haya dejado. Por cierto, yo es que soy muy cotilla: ÀPor quŽ se fue? Uy, espero no haber metido la pata. ÀAlguno de vosotros era su jefe? La mesa nœmero 2 no sufri— ninguna alteraci—n. Estaba conformada por amigos de los novios, en su mayor’a j—venes residentes en Madrid, de procedencias y con profesiones de diversa ’ndole. Los Blanco la identificaron como Amigos-1. ÐCreo que se fue del despacho porque no soportaba al jefe Ð contest— una Amiga-1 a otra. ÐNo, que va Ðintervino un tercer comensalÐ. A m’ Eduardo me cont— que ella se llevaba muy bien con todos. Y, desde luego, tampoco fue por el salario. Yo creo que, sencillamente, trabajaba mucho y estaba muy cansada. Y como se quer’a casar y todo esoÉ ÐPero quŽ machista eres, Pedro Ðreplic— una nueva Amiga-1Ð, hoy nadie deja el trabajo para casarse y menos con un sueldazo. Adem‡s, los primeros a–os siempre nos estaba contando anŽcdotas y casosÉ A Teresa le encanta su profesi—n, de eso no cabe duda. ÐHasta donde yo sŽ Ðopin— otro contertulioÐ, se fue porque el despacho creci— demasiado y demasiado r‡pido. É..ÉÉÉÉÉÉÉÉ ÐCiertamente, aœn no logro comprender por quŽ se ha ido Ð coment— el Letrado de cuarentaÐ. Precisamente ahora que el despacho ha crecido tantoÉ É..ÉÉÉÉÉÉÉÉ ÐL—pez Ðle llam— Vicente padre, antes de sentarse en la mesa presidencialÐ. Habr‡ que darle algo de cenar al chaval, Àte puedes encargar de eso? ÐJusto eso ven’a a decirte yo, Vicente. ÀQuŽ hago? ! !

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ÐYa te lo he dicho, darle de comer. ÐYa peroÉ ÐL—pez, resuŽlvelo tœ. La mesa nœmero 3 estaba inicialmente compuesta por nueve amigos de los novios. En la reorganizaci—n se a–adi— un servicio y una persona m‡s: el padre Dar’o. Se le denomin— mesa Dar’o. ÐHombre, Dar’o, ÀquŽ haces tœ aqu’? ÀTœ no ten’as que estar en la mesa presidencial? Ðle dijo al padre un Dar’o, que, pese a tener unos cuantos a–os menos que Žl le conoc’a bastante bien, no solo por ser tambiŽn del pueblo sino porque era el hermano menor de un ’ntimo amigo y compa–ero de estudios del padre. ÐS’, eso cre’a yo tambiŽn Ðcontest— Dar’oÐ, pero Elvira me ha dicho que me siente aqu’ y yo estoy encantado, rodeado de j—venes y hermosas mujeres y de unos cuantos colgados como vosotros Ð brome—. ÐPero hombre, Àte has tenido que sentar precisamente a mi lado? Ð le reproch— con iron’a el hermano de su amigo. ÐPrecisamente, junto a mi amigo imp’o Ðrespondi— Dar’o. ÐAh, no. A Dios le dejamos descansar esta noche. ÐBueno, bueno, Ànadie me va a presentar a estas bellas damas? Ð a–adi— el padre. ÐCo–o, es verdad, siempre que te veo est‡s rodeado de mujeres guapas Ðcoment— Antonio, el amigo imp’oÐ. Para fiarse de un cura. ÀY yo te voy a contar a ti mis pecados? ÐEscucha: "Ées mejor charlar con una mujer guapa con el pensamiento puesto en Dios que orar a Dios con el pensamiento puesto en una mujer guapa".17 ÐYa estamos con lo mismo. Si las mujeres y el fœtbol eran tus dos pasiones, hombre. Eras mi ’dolo. Mira que meterte a curaÉ ÐOye, tœ eres aœn m‡s ateo que tu hermano Enrique, Àeh? ÐÀJugabas al fœtbol, Dar’o? Ðle pregunt— otra Dar’o, tambiŽn de Alcal‡. !!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!! %"

!De Mello, La oraci—n de la rana 1, 157.

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É..ÉÉÉÉÉÉÉÉ ÐS’, mi hermano jugaba al fœtbol con Žl en el colegio y por lo visto Dar’o era el mejor Ðdijo una Amiga-1 a otraÐ. Incluso llegaron a ficharle para el Betis. ÐÀEn serio? ÐS’, de verdad. ÐÀY quŽ paso? ÐRechaz— la oferta. Fue justo entonces cuando se meti— en el seminario. É..ÉÉÉÉÉÉÉÉ ÐVen conmigo, Cristiano. A ver si te pueden poner de cenar en la cocina Ðle dijo L—pezÐ. Y apresœrate, hombre, apresœrate, que est‡n ya sirviendo el primer plato y vas a hacer que me lo pierdaÉ ÐBueno, bueno. É..ÉÉÉÉÉÉÉÉ ÐVerŽis, el fœtbol me encanta, me divierte much’simo jugar partidos amistosos y ver un buen partido Ðaclar— Dar’oÐ. Pero la parafernalia que se crea en torno al deporte me sobrepasa. Quiero decir que se concentra todo en la lucha, en el tœ contra m’ o nosotros contra vosotros. Dentro del equipo hay un sentimiento de unidad e identificaci—n œnico. Pero a la vez produce divisi—n y segregaci—n porque el equipo contrincante llega a convertirse en un verdadero enemigo. No hay m‡s que ver la violencia que se genera alrededor. Violencia verbal yÉ a veces incluso f’sica. Y no solo eso. Con este sistema de competencia sin l’mites estamos destrozando la vida a miles de personas que no llegan, porque aunque reœnen innumerables cualidades es posible que no reœnan "las" cualidades necesarias para ser un l’der, un deportista de Žlite, una modeloÉ lo que sea. Estas personas tienen que hacer el doble de esfuerzo y competir m‡s duro para tener o ser algo que probablemente no desean. Lo hacen œnicamente para conseguir aceptaci—n. No me mirŽis as’, hombre, ni que estuviera degollando a un ternero aqu’ mismo...

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La mesa nœmero 4 estaba conformada por m‡s amigos de la novia. Un parto adelantado redujo el nœmero de comensales a ocho, pasando Elvira y Jorge, su esposo, a ocupar los huecos libres. Elvira, solo tres a–os mayor que Teresa, conoc’a perfectamente a todos los amigos de su hermana. A diferencia de Jorge, un juez granadino varios a–os mayor que su esposa a la que conoc’a solo desde hac’a dos a–os. A esta mesa los hermanos Blanco le dieron el nombre de Elvira. Los camareros empezaban a servir los primeros platos. Uno de ellos pas— junto a la mayor de los Blanco canturreando ÇSoy gitano, y vengo a tu casamientoÉ.È. Elvira se disculp— para ir al servicio, situado en un lateral del patio cubierto interior. En la puerta se reuni— con su hermano Alberto. ÐÀQuŽ pasa? Ðpregunt— Elvira. ÐÀQue quŽ pasa? No paran de preguntarme por mi mujer. Es que no es normal que nos sentemos separados. Adem‡s, el del peri—dico est‡ a mi lado. Ya lo veo venirÉ ÇDivorcio sonado en Blanco, S.AÉ.È ÐNi que fueras Amancio Ortega, guapo. ÐBueno, Ày por quŽ no te sientas tœ? ÀNo eres la comercial? ÐPero tœ eres el director y yo estrenŽ marido hace tres meses, as’ que no le pienso dejar solo. La mesa nœmero 15 o mesa Alberto estaba conformada por el hermano de la novia, de treinta y cinco a–os, y nueve comensales m‡s de edades bastante m‡s avanzadas, personas en su mayor’a con importantes cargos y posiciones de interŽs para la empresa Blanco, a saber: alcalde de Alcal‡ la Real y Sra.; presidente de la Asociaci—n de Empresarios de la Demarcaci—n Sureste de la Vigesimocuarta Agrupaci—n Provisional de Peque–os y Medianos Empresarios para la Promoci—n y el Desarrollo Local, Comarcal y Auton—mico del Comercio Consolidado y Emergente en los Sectores Primario, Secundario y Terciario, y Sra.; presidenta de la Asociaci—n para la Promoci—n del Ocio, Esparcimiento, Cultura y Apoyo de Mujeres Multipolipluriempleadas en los Sectores Gastron—mico, Sanitario, Psicol—gico, Econ—mico, Comercial, Educativo, Pedag—gico, Asistencia Social, Higiene y Salubridad (amas de casa, en rom‡n ! !

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paladino), y Sr.; proveedor principal del oligopolio de servicios mayoristas en el mercado polivalente de la regi—n comarcal Sierra Norte; director del çrea de Desarrollo del Departamento Comercial para el Negociado de Industria, Servicios y Comercio de la Secretar’a de la Regi—n Oriental para Trabajadores Aut—nomos, de la Consejer’a de Empleo de la Junta de Andaluc’a, y Sra.; director del semanal El Comercio del Sur. ÐS’, hace dos meses se cas— mi hija. Y muy bien casada, por cierto. Sus padres tienen una finca enorme en C—rdoba Ðcomentaba una Alberto a otra. É..ÉÉÉÉÉÉÉÉ ÐEst‡n planeando una fusi—n Ðle rumoreaba el Letrado de cuarenta a su esposaÐ. Lo que ocurre es que peligrar’an algunos puestos, entre ellos el de tu amigo. Pero, les interesa. Les interesa mucho. ÐYaÉ ÐPerdona Ðinterrumpi— otra joven Letrada, dirigiŽndose a la se–ora del anteriorÐ, has dicho antes que eras abogada del Estado, Àno? Es que yo estuve opositando unos a–os pero al final me cansŽ. ÀTe result— muy dif’cil? ÐPues mira, s’. Pero mereci— la pena. Creo que nunca en mi vida fui tan feliz como el d’a en que aprobŽ la oposici—n. Fue un gran esfuerzo pero luego tienes un cargazo para toda la vida y trabajas menos horas que en el sector privado. Claro que, no se gana tanto. Pero para eso est‡ mi marido, Àverdad cari–o? ÐÀY d—nde trabajas? ÐEstoy adscrita a la Subsecretar’a de Trabajo e Inmigraci—n del Ministerio de Trabajo. É..ÉÉÉÉÉÉÉÉ ÐÀSubsecretaria? É..ÉÉÉÉÉÉÉÉ ÐÀSecretaria de Estado? É..ÉÉÉÉÉÉÉÉ ÐÀLa ministra? É..ÉÉÉÉÉÉÉÉ ! !

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ÐDicen que es la mano derecha del presidente del GobiernoÉ É..ÉÉÉÉÉÉÉÉ El camarero asignado a las mesas de los hermanos Blanco pas— cerca de Alberto cantando ÇVolare, oh oh, cantare, oh oh oh ohÉÈ. Alberto se disculp—, se levant— y se dirigi— a la entrada de los servicios para hablar con su hermana Elvira. ÐÀQuŽ pasa ahora? No podemos estar levant‡ndonos a cada instante Ðreproch— Alberto a su hermanaÐ. Adem‡s, como los camareros tengan que pasarse la noche cantando las propinas nos van a salir por un ojo de la cara. ÐC—mo se nota que eres economista. De todos modos quer’a verte precisamente por eso. Tenemos que afinar la tŽcnica para no andar toda la noche de pie Ðsugiri— Elvira. ÐÀQuŽ has pensado ahora, inspector Clouseau? ÐVer‡s, le he dicho a nuestros camareros que se pongan de acuerdo: cuando sea urgente o haya mucho que hablar cantar‡n Soy gitano y cuando no lo sea, Volare. De este modo, si tœ escuchas al camarero cantar Soy gitano te levantas y te vas dentro donde estarŽ yo para comentarte algo importante. Si le escuchas cantar Volare, simplemente est‡s atento a tu m—vil porque sonar‡ en breve. SerŽ yo para decirte algo que seguramente podr‡s contestar con monos’labos. De esta manera evitamos levantarnos tanto y aunque parezca m‡s complicado es m‡s discreto. ÐPerfecto. ÀY c—mo sabe el camarero quŽ es lo que tiene que cantar? ÐAh, s’, lo olvidaba. Si quieres que cante Volare, tiras la servilleta al suelo y cuando vaya a recogerla haces un comentario banal sobre el tiempo. Si quieres que cante Soy Gitano, cuando se acerque a por tu servilleta dices Çse avecina tormentaÈ. Recuerda: para decirme algo, servilleta-tiempo o servilleta-tormenta. Si yo te quiero decir algo, volare-m—vil o gitano-levantarse. ÐÁEsto es rid’culo, Elvira! Estoy con gente importante, Àsabes? Gente mayor, adulta, seriaÉ y todo esto es una payasada infantil. ÐEscucha, lo l—gico es que no necesitemos utilizar esto m‡s que una o dos veces y con suerte ninguna. De todos modos, si quieres lo ! !

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dejamos. No es a m’ a quien mi hermana dejar’a de hablar el resto de su vida. ÐÀY de verdad crees que vas a conseguir que Teresa y Eduardo no se enteren? ÀCrees que son idiotas? ÐSi no se levantan no tienen por quŽ darse cuenta. ÐÀAcaso no les conoces? Antes de que acabe la cena se estar‡n levantando a saludar o tendr‡n que ir al servicio, quŽ sŽ yo. ÐNo, porque los camareros les han pedido encarecidamente que no se levanten hasta que termine la cena. De lo contrario se eternizar‡ para todo el mundo. ÐÀY crees que Eduardo les va a hacer caso? ÐConfiemos. De todos modos, tenemos c—mplices en todas las mesas alteradas. Si uno de los dos se acerca a una de esas mesas sin que nos demos cuenta nuestro aliado sabr‡ reaccionar. Confiemos en su inteligencia y en la providencia divina. Y si se les ocurre ir al servicio contar‡n con escolta-distracci—n: Lola y Paloma se encargar‡n de su hermano y tu mujer y yo de Teresa. ÐLos servicios secretos deber’an contratarte. É..ÉÉÉÉÉÉÉÉ ÐÉsin embargo a mi otra hija no hay quien la meta en vereda. F’jate tœ, que dej— plantado a su anterior novio que era salad’simo, de buen’sima familia de C—rdoba, con unas fincas que ten’a y muy bien relacionado, por cierto, que el chaval andaba metido en pol’tica y se codeaba con lo mejorcito de la ciudad. Bueno, pues ahora va y se junta con un hippy que estudia filosof’a y yo no sŽ quiŽnes son sus padres ni nada. Y no para de meterle ideas raras en la cabeza a la ni–a. Ahora me viene con que se quiere ir a vivir con Žl y para colmo se quieren ir este verano a çfrica con una ONGÉ ÐS’, hija, yo tambiŽn tengo problemas. ÁAhora mi mayor quiere meterse a monja! ÐÁUfff! Eso es peor todav’a. É..ÉÉÉÉÉÉÉÉ ÐÀY por quŽ decidiste meterte a cura? Ðpregunt— al padre un Dar’o. ÐPorque estar m‡s cerca de Dios me hace m‡s feliz. ! !

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ÐÀY de verdad crees que hace falta ser cura o incluso practicar una religi—n para estar m‡s cerca de Dios? ÀQuŽ clase de Dios es ese, tan selectivo? Ðcuestion— el amigo imp’o. ÐPor supuesto que no es necesario, pero en la vida hay mucho ruido y muchas prisas y como no somos perfectos, es muy f‡cil perderse. Sin embargo, como sacerdote tengo m‡s ocasiones de acercarme a Dios por dentro, a travŽs de la oraci—n y por fuera, cuando hablo con la gente de la calle. ÐPor cierto, padre Ðinterrumpi— otro Dar’o. ÐHombre, ll‡mame Dar’o que soy muy joven. ÐEst‡ bien, Dar’o. Una ceremonia hermosa. ÐGracias, gracias. ÐA m’ tambiŽn me ha gustado la ceremonia Ðdijo el amigo imp’o. ÐHipocritilla, si tœ has estado tomando ca–as en el bar de al lado. ÐOye, un respeto. E hipocritilla tœ, a ver si te enteras de una vez: genera m‡s violencia la religi—n que el fœtbol. Gracias al deporte muchos chavales se est‡n privando de la droga y del alcohol y la competencia que fomenta el deporte contribuye al crecimiento sano y limpio de un pa’s y a unas adecuadas relaciones humanas. Los deportistas aprenden a convivir, a respetar, a ganar, a perder y a luchar. Y aqu’ en Espa–a la gente no se pelea por el fœtbol, somos latinos, hombre, ladramos y gritamos pero al d’a siguiente yo soy ’ntimo de mi amigo el del Madrid. As’ que no digas m‡s sandeces. Sin embargo, Àcu‡l crees que es la causa de la mayor’a de las guerras y del terrorismo que hay en el mundo? ÁQue se lo pregunten a Bin Laden! La religi—n es la peor de las armas. ÀCu‡ntas personas han matado o est‡n dispuestas a hacerlo en nombre de Dios? ÀQuŽ barbaridad es esa? ÀY luego hablamos de amor? ÐAntonio, no quer’a herir tu fibra sensible al hablar de fœtbol pero no te enardezcas, hombre, que es un d’a felizÉ ÐNo te vayas por las ramas. ÀQuŽ contestas a eso? Ðinsisti— Antonio. É..ÉÉÉÉÉÉÉÉ ÐUy, quŽ viento se ha levantado Ðcoment— L—pez a JosŽ antes de entrar en el patio cubierto por la puerta lateral. ! !

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ÐTormenta, se–or L—pez, va a haber tormenta. ÐQuŽ tormenta ni quŽ leches, si no hay ni una nube. JosŽ y L—pez llegaron a la cocina. All’ L—pez pidi— que pusieran de cenar al conductor. Tras la negativa del encargado de seguir instrucciones de alguien ajeno a la familia de los novios, L—pez pidi— a JosŽ que esperase all’ y se march— echando humo en busca de Alberto Blanco. Cuando regres— con Alberto, JosŽ ya no estaba. ÐÀPara eso me haces venir? Ðincrep— Alberto a L—pez. ÐYo le he dicho que no se mueva de aqu’, Alberto. Estos extranjeros de las naricesÉ ÐPor cierto, hablando de extranjeros. Reme est‡ que trina por la mesa en la que le hemos puesto. ÐÀReme, tu prima? ÐS’, claro, quiŽn va a ser. Estaba en tu mesa, con todos los empleados de la empresa. Pero con el l’o que ha habido la hemos tenido que cambiar. Ahora est‡ con su hermano Paco. ÐÀCon su hermano? Pero si no se hablanÉ ÐS’, por eso est‡ que trina. Y porque la mayor’a son extranjeros. ÐBueno y a m’ quŽ me cuentas. ÐTœ hablas francŽs perfectamente, Àno? En la mesa hay un francŽs. ÐNo me hagas eso, Alberto, que con el inmigrante este ya tengo yo extranjero para hartarme. ÐPues tœ fuiste emigrante en Suiza. ÐNo es lo mismo. Eran otros tiempos y otras maneras, no comparemosÉ Adem‡s, Àquieres que deje sola a mi mujer? ÐÁCo–o! ÀNo he tenido yo que dejar a la m’a? Te cambias y no hay m‡s discusi—n. Estoy harto de tener que dar explicaciones para todo. ÐÀY noÉ? ÐÁEs una orden! ÐLo que tœ digas. ÇYa le sali— la vena autoritaria al ni–o este de pap‡É Si yo le cambiŽ los pa–ales, co–o, y me he dejado el sudor de mi frente en la empresaÉ y ŽlÉ ÀquŽ ha hecho Žl? Si no fuera porque en el fondo le tengo aprecio le iba a soportar su pu–etera madre. ÀY d—nde diablos se habr‡ metido el Cristiano de los cojones? ÁQue se muera de hambre! Yo no voy a estar persiguiŽndole toda la cenaÈ. ! !

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É..ÉÉÉÉÉÉÉÉ ÐEst‡ haciendo mucho calor hoy, Àverdad? Ðcoment— Alberto mientras el camarero recog’a la servilleta. ÐVolare, oh, oh, cantare, oh, oh, oh, oh. ÐÀS’? Ðcontest— Elvira Blanco, al m—vil. ÐSolucionado tema prima Ðdijo Alberto por telŽfono. ÐOk. ÇEstupendo, prueba superada. Nadie se ha equivocadoÈ. La mesa nœmero 8 o mesa Hermanas Medina estaba inicialmente compuesta por diez comensales de edades variadas, todos ellos del entorno laboral del novio. Entre los compa–eros de Eduardo se encontraban tres de origen extranjero. En la reorganizaci—n los Blanco sacaron a los tres extranjeros de esta mesa y los recolocaron en otra de nueva creaci—n, una mesa plurilingŸe. En lugar de los extranjeros acompa–ar’an a los compa–eros de trabajo del novio, las hermanas Medina (Lola, de treinta y dos a–os y Paloma, de veintisiete) y el novio de Paloma. Lola, la hermana mayor, era ingeniera de minas y soltera. Era la m‡s responsable de la familia, por lo que acept— de buen grado hacer de relaciones pœblicas entre los compa–eros de su hermano Eduardo. Adem‡s, al igual que los dem‡s comensales Ðc—nyuges aparteÐ, ella tambiŽn pertenec’a a la rama cient’fica. Sin embargo, a Paloma, la menor de los hermanos, no le gust— tanto la idea. Paloma era pediatra con plaza en Vigo y, como suele suceder con la mayor’a de los hermanos menores, la rebelde de la familia. La boda de su hermano le sirvi— para presentar en sociedad Ðpadres y hermanos incluidosÐ, a AndrŽs, su reciente novio y compa–ero de profesi—n, un guap’simo mŽdico de treinta y seis a–os y origen malague–o con quien compart’a piso desde hac’a cinco meses. ÐOye, tu novio est‡ como un ca–—n. ÀPor quŽ no ha venido a la ceremonia? Ðpregunt— Lola a su hermana menor. ÐNo le gustan las bodas. No sabes lo que me ha costado convencerle para que venga al menos a la cena. ÐÀY ahora d—nde est‡? Se va a perder la crema.

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ÐNo lo sŽ, est‡ algo rarito, s’. Yo creo que no le ha gustado eso de que estemos tan cerca de la mesa presidencial, con pap‡ y mam‡ detr‡s. Ya sabes que a ellos no les hace gracia que AndrŽs sea tan mayor y menos aœn que vivamos juntos. Y Žl lo sabe. ÐPero, hija, pod’a haber llegado al menos a la copa de espera, para present‡rselo a la familia. ÐBueno, ya lo presentarŽ. No es perfecto, es muy impuntual, s’, pero es que es andaluz, quŽ quieres que haga. ÐMira, por ah’ viene, por fin. Por cierto, es igualito que Brad Pitt. É..ÉÉÉÉÉÉÉÉ ÐSi hubieras ido a la ceremonia lo habr’as entendido Ðreplic— Dar’o. ÐYa intentas convertirme a la fuerza. Recuerda lo que dijo San Agust’n, que tanto te gusta: "Cuando somos arrastrados a Cristo creemos sin querer, se usa entonces la violencia, no la libertad". ÐAntonio, no tergiverses Ðle dijo Dar’o, sin perder la serenidad ni la sonrisaÐ. No soy yo el que se ofusca. "La bondad o maldad de una ideolog’a depende de las personas que hagan uso de ella. Si un mill—n de lobos tuvieran que organizarse a favor de la justicia, Àdejar’an de ser un mill—n de lobos?"18 ÐEntonces, la religi—n est‡ llena de lobos Ðarguy— Antonio. ÐTanto odio manifiesta el que, como tœ dices, utiliza la violencia o la fuerza para hacer a alguien entrar en la fe como el que lo hace sencillamente porque otro la profesa. Sin duda, la religi—n debe servir para unir y no para segregar. El amor est‡ siempre, siempre, por encima de las escrituras, de las ideolog’as e incluso de las religiones. Y estar en contra de la religi—n, por sistema, no deja de ser una ideolog’a. ÐÇEste no llega a obispoÈ Ðpens— otra Dar’o. La mesa nœmero 10 era la mesa plurilingŸe. Producto al cien por cien de la reorganizaci—n de los Blanco y de los Medina y denominada mesa Babel, estaba integrada por invitados muy variopintos entre los !!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!! %#

!De Mello, ÀQuiŽn puede hacer que amanezca?, 99!!

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que se hab’a buscado un nexo de uni—n: el idioma. Compon’an esta mesa: Aurora, la hija de çlex, de casi diecinueve a–os, estudiante y residente en Nueva York; Rodrigo Medina, de treinta y dos, hermano de Eduardo y mellizo de Lola, ingeniero, residente en Londres y padre de tres hijos que no asistieron a la boda; la esposa del anterior, F‡tima Medina, una joven psic—loga londinense de treinta y seis, de ascendencia pakistan’; un auditor francŽs, soltero y exbudista de unos cincuenta a–os; un portuguŽs, director general de la filial portuguesa de la empresa de Eduardo, divorciado de unos cuarenta a–os; un potentado austr’aco de unos cuarenta y cinco, importante accionista de la empresa del novio y exmarido de la vicepresidenta; Paco PŽrez, primo de la novia, de treinta y cinco a–os, soltero y concejal de urbanismo en Villaviciosa del Mar; Reme PŽrez, de treinta y tres, hermana del anterior, soltera y empleada de la empresa Blanco, y Juan Luis Medina, el Pelirrojo, primo de los hermanos Medina, de veintiocho a–os, trabajador del campo y oriundo de Castillo de la Frontera, pueblo natal del padre de Eduardo. ReciŽn servidos los primeros platos L—pez y Reme intercambiaron el sitio. ÐBonsoir Ðsalud— L—pez. ÐBuenas noches, contestaron todos.

36. El desarrollo de la cena ÐHijo, Àquieres un puro? ÐBueno. ÐGracias por acompa–arme, joven. Es que a m’ no me gusta fumar solo. Aqu’ fuera se est‡ m‡s a gusto. Adem‡s, me han colocado al lado de mi cardi—logo. Ni hoy me libro de Žl. La verdad es que es un gran amigo m’o pero no deja de darme la monserga con el tabaco. Yo le llamo la GESTAPO. Y mi nietaÉ otra que bien baila. Esa es la INTERPOL, todo el rato diciŽndome que coma menos. De modo que me he tenido que salir al jard’n. Les he dicho que me iba al servicio y Eduardo, que es muy galante, ven’a a acompa–arme porque yo me desoriento un poco. La que han liado ah’ dentro. En cuanto se ha ! !

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levantado, mi otra nieta, la mayor, ha venido corriendo a decirnos que los novios no se pueden mover de la mesa. Menuda sargento est‡ hecha. As’ que me ha acompa–ado ella y me ha dejado en el servicio. Lo que me ha costado convencerla para que no me espere. Menos mal que luego te he visto a ti y me has ense–ado esta otra salida al jard’n. Si me ven atravesando las mesas para salir fuera no me dejan en paz. Y yo solo quiero fumarme un purito tranquiloÉ. ÐCof, cof, cof Ðtosi— JosŽ, poco acostumbrado al tabaco. ÐÀY tœ quiŽn eres? Ðpregunt— el abueloÐ. ÀQuŽ hac’as ah’ de pie en lugar de estar cenando? ÐMe llamo JosŽ Cristian S‡nchez Ronquillo, se–or. Soy el ch—fer de los novios. ÐAh, hombre, es verdad. Pero tœ no eres de por aqu’, Àno? ÐSoy de Ecuador, se–or, cof, cof. ÐÀEres uno de esos muertos de hambre? ÐSe–or, yo no soy un muerto de hambre. Mi pap‡ era taxista. Cof, cof, cof. ReciŽn yo cumpl’ los doce a–os me subi— a su auto y me ense–— a conducir. Pero mi pap‡ ten’a catorce hijos, siete con mi mam‡ y el resto con otras mujeres. Demasiadas bocas que alimentar. El primo Washington era un cantante famoso all‡ en mi pa’sÉ Cof, cof. ÐÀY era un taca–o ese primo tuyo tan rico o quŽ? ÐSe–or, cuando mi primo Washington gan— el reality show de cantar le brindaron mucha plata y resolvi— comprarse una furgoneta para hacer traslados. Yo fui quien le ense–— a conducir y Žl me invitaba a almorzar a m’ y a mi hermano peque–o. ÐUn cantante famoso, ya veo. ÐAs’ se sac— la licencia de conducir, el primo Washington andaba presuroso por empezar su negocio. Me brind— trabajar con Žl pero la plata era poca y mi mam‡ necesitaba m‡s ayuda, por eso que yo vine para ac‡. ÐYa entiendoÉ Eres uno de esos que L—pez llama un sin-paÉ Y dime, joven, Àc—mo has conseguido embaucar a mi hijo? ÐCof, cof.

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ÐEst‡ bien, est‡ bien. No hace falta que sigas fumando. Vamos a hacer una cosa: tœ no le cuentas a nadie que yo me echo un puro de vez en cuando aqu’ fuera y yo no cuento que tœ eres un muerto de hambre sin papeles. Y ahora, ÀquŽ te parece si damos una vuelta por el Paseo de los Tristes? En ese momento apareci— el cardi—logo amigo del abuelo. ÐVicente, ÀquŽ haces aqu’? Tu hijo est‡ preocupad’simo. Conque ibas al servicio, Àeh? Ðinterrumpi— el cardi—logo. ÐLleg— la GESTAPO Ðmurmur— el abueloÐ. ÀHacemos un trato? ƒchale a la vieja esa que me habŽis colocado al lado una medicina de las tuyas para dormir a caballos y que saben a rayos, y yo regreso a la mesa. ÐVicente, hombre, es la abuela del novio. ÐEs que yo estoy aqu’ muy a gusto con mi amigo Pep’n. Nos vamos de turismo por la ciudad. ÐVa a haber tormenta, se–or Ðopin— JosŽ. ÐNo te puedes ir, Vicente Ðsentenci— el cardi—logo. ÐEst‡ bien, est‡ bien Ðdijo el abuelo, resignadoÐ. Oye, Pep’n, tœ tendr‡s que cenar algo, Àno? Anda, vente conmigo, mi mujer no tendr‡ inconveniente en dejarte su sitio. ÐSe–or, noÉ ÐÁA callar! Ðorden— el abuelo. ÐVicente, Amelita no est‡ con nosotros Ðle dijo el cardi—logoÐ. Muri— hace muchos a–os. De todos modos, no creo que sea buena idea que este jovenÉ. ÐIgnorante cient’fico de pacotilla Ðle insult— el abueloÐ, Amelita est‡ aqu’. Que estŽ incorp—rea es otra cosa. ÐEst‡ bien, lo que tœ digas, peroÉ coloca al muchacho con gente m‡s joven, por lo menos. ÐEn eso s’ llevas raz—nÉ Mira, ah’ hay un sitio libre y parece gente joven y simp‡tica. Ven por aqu’ conmigo, Pep’n Ðindic— el abuelo a JosŽ mientras le conduc’a a la mesa de Los Letrados. É..ÉÉÉÉÉÉÉÉ ÐSi es que las relaciones son muy importantesÉ É..ÉÉÉÉÉÉÉÉ ! !

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ÐHan venido muy pocos de su trabajo, Àno? ÐTeresa nunca cuid— mucho las relaciones, ya sabes, siempre le ha gustado ir por libre y eso se paga. É..ÉÉÉÉÉÉÉÉ ÐOye, yo quiero conocer a la ministra. É..ÉÉÉÉÉÉÉÉ ÐÀY por quŽ despiden a Miguel? ÐMiguel no estaba muy bien relacionado en la empresa, no era muy comercial. Y si tienen que caer cabezasÉ ÐEntonces, Àtœ crees que deber’a invitarle la semana que viene a la fiesta o no? ÐBueno, peroÉ no le comentes nada. É..ÉÉÉÉÉÉÉÉ ÐNo sab’a que la compa–’a de mi hermano ten’a una vicepresidenta. Me llena de orgullo saber que su empresa apuesta por las mujeres Ðalab— Lola. ÐNo es as’ exactamente. Lo œnico que hay que hacer para llegar alto es focalizarte en tu objetivo y perseguirlo, con la mirada al frente y trabajando duro, ese es el truco. É..ÉÉÉÉÉÉÉÉ ÐDiversos estudios demuestran que el optimismo se aprende m‡s por los resultados favorables de un esfuerzo previo que por las alabanzas vac’as y sin fundamento Ðcoment— en inglŽs F‡tima, la psic—loga cu–ada de Eduardo. ÐF‡tima, es cierto que los mŽritos propios juegan un papel fundamental peroÉ Àno crees que no todo el mundo goza de las habilidades necesarias para alcanzar el Žxito, o no al menos ese Žxito que la sociedad quiere imponernos? Ðcuestion— Aurora tambiŽn en inglŽs, su idioma maternoÐ. Adem‡s Ða–adi—Ð, centrarse en el resultado genera una presi—n enorme. ÐAnaÉ ÐAurora, Aurora.

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ÐAh, perdona. Aurora, yo creo que todo, absolutamente todo, se puede conseguir con esfuerzo y si no pregœntaselo a los deportistas paraol’mpicos. ÐS’, por supuesto, en eso estoy de acuerdo. Y la satisfacci—n que produce conseguir algo por uno mismo es inmensa. PeroÉ cuando algo me exige un esfuerzo enorme y solo me concentro en el resultado sin disfrutar del camino no soy feliz. No sŽ, quiz‡ yo soy muy joven peroÉ ÐNo eres tan joven Ðinterrumpi— el auditor exbudistaÐ. En efecto, la felicidad es m‡s bien un estado interior de paz con uno mismo. Como dec’a Arist—teles, por dejar un poco en paz a Buda, la verdadera felicidad no est‡ en los placeres ni en los honores o logros. Est‡ en la vida contemplativa, que es absolutamente independiente de las vicisitudes mundanas. Esa es la "mayor felicidad", la que Spinoza describe muy bien como el "conocimiento intuitivo de Dios". Pero tampoco es necesario estar en un estado constante de meditaci—n u oraci—n. Basta con sentir armon’a con la actividad que realices, cualquiera que sea. ÐOye, tœ que vives en la costa chapurrear‡s algo de inglŽs. ÀDe quŽ co–o hablan todos estos? Ðsusurr— L—pez al primo Paco, el concejal de urbanismo. ÐNo lo hablo pero lo entiendo bastante bien. Al parecer el colega este francŽs que est‡ a tu derecha y al lado de la americana explosiva conoci— a Onassis. ÐÀA Onassis? ÐS’, Arist—teles Onassis. ÐPero si muri— hace la tira de a–os. ÐEl francŽs tampoco es un chaval’n. Y debe estar m‡s forrado que su pu–etera madre. Es el œnico que no habla espa–ol en la mesa. Bueno, y el portuguŽs, el de la corbata verde. Pero el primo de Eduardo, el Pelirrojo, habla con Žl porque creo que vive justo en la frontera con Portugal y entiende el idioma. De todos modos, aqu’ el inglŽs lo habla todo el mundo. ÐYaÉ OyeÉ OyeÉ disimula un poco, que te comes a la cr’a con los ojos. Que es una ni–a, hombre. ! !

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ÐÀTœ crees? Pues si no fuera porque mi prima me corta los huevos si me acerco a ellaÉ ÐAlors, vous avez connu Onassis? Ðle pregunt— L—pez al auditor exbudista, desconectando ya de la conversaci—n del concejal. La mesa nœmero 14 fue reorganizada ’ntegramente por los hermanos Medina. Denominada mesa Medina varios, la conformaban una miscel‡nea de amigos, familiares y compromisos de los padres del novio. Contaba inicialmente con ocho invitados que se quedaron en siete por un imprevisto de œltima hora. Los hermanos Medina a–adieron a la mesa a un joven arquitecto primo de ellos y a su esposa. As’, la mesa qued— conformada por: un matrimonio jubilado de clase media; una viuda a punto de jubilarse, tambiŽn de clase media; dos matrimonios repentinamente acomodados de clase ladrillo y el matrimonio joven. ÐAs’ que eres arquitectoÉ Yo soy promotor. Soy primo de Lola, la madre del novio. Y ese de ah’, Pepe, es ingeniero y tambiŽn trabaja en esto del urbanismo, en Madrid; es vecino de Rodrigo Medina. ÀHace mucho que te dedicas a esto? ÐCuatro a–os m‡s o menos Ðrespondi— el joven arquitecto. ÐY, dimeÉ Àte has estrenado ya o no? Ðmurmur— el promotor. ÐPuesÉ no, aœn no yÉ no creo que lo haga. No es mi estilo, Àsabe? Yo no me meto en lo que hagan los dem‡s yÉ no es que me haya ca’do de un guindo, sŽ lo que se cuece en este mundo peroÉ ÐÁJa, ja! No te preocupes, hijo, no me r’o de ti. Es que me recuerdas a mi sobrino. ƒl tambiŽn es arquitecto y empez— igual que tœ. Al principio le temblaba la mano, Àsabes? Y es que Žl cre’a que Žramos unos bandidos deshonestos al hacer esto y que nos iban a meter en la c‡rcelÉ, ja, ja. El muy ingenuo. Luego se dio cuenta de que todos los funcionarios del ‡rea de urbanismo de todas las ciudades en las que oper‡bamos e incluso los mismos concejales y alcaldes, estaban untados hasta la mŽdula. No importa el color pol’tico. Todos son corrompibles, todos se venden al final. Y te digo yo que ningœn arquitecto del pa’s se salva tampoco, ni uno. Al menos, ni uno de m‡s de cuarenta a–os, hijo. Porque al final nadie quiere ser el gilipollas de turno y por muy honrado que seas, tœ solo no vas a cambiar el mundo. ! !

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De modo que solo hay dos opciones, o te subes al carro o te quedas fuera. Aqu’ no existe el tŽrmino medio. Y si quieres limpiar tu conciencia luego te vas a Bosnia y reconstruyes casas a los pobres o donas a çfrica una parte de la millonada que te vas a llevar por hacer, en definitiva, lo que hacen todos. Piensa que gracias a todo este negocio de la construcci—n Espa–a est‡ por primera vez entre los pa’ses m‡s ricos del mundo. ÀY la cantidad de gente a la que se est‡ dando trabajo con esto? Luego los j—venes dec’s que los viejos estamos en contra de los inmigrantes peroÉ gracias al ladrillo esos inmigrantes est‡n mandando como locos dinero a sus paupŽrrimos pa’ses. Si vas de bueno por la vida, siguiendo las normas a rajatabla, lo œnico que te van a poner es trabas y m‡s trabasÉ y te van a tirar por tierra todos los proyectosÉ y total, ÀquŽ m‡s da ocho plantas que nueve? Y si ahora la Ley de Costas dice que aqu’ no se puede construir o que tu proyecto no tiene informe de Medio Ambiente o que no cumple los requisitos de esto y de lo otroÉ Mira, lo importante es la seguridad y por eso nadie se tiene que preocupar porque no la van a pasar por alto. Los dem‡s detalles son pamplinas y lo œnico que consiguen con ponerte tanta traba es ralentizar el proceso y encarecerlo. Por otra parte, con esto de la discrecionalidad del planeamiento, si yo negocio una recalificaci—n de mi terreno a cambio de crear cientos de puestos de trabajo, ÀquiŽn pierde? El INEM, es el œnico que pierde. Los trabajadores ganan; gana el alcalde, con doble baza pol’tica: consigue unos ingentes ingresos por las licencias de obras y se atribuye la bajada del paro; gana el pueblo, al que le van a construir m‡s casas, m‡s parques, m‡s colegios, m‡s pistas de tenisÉ ÐÇY m‡s centros comerciales, sobre todo m‡s centros comercialesÈ. Se olvida de alguien: los compradores finales. La vivienda es un bien b‡sico, de primera necesidad. ÐPor eso construimos m‡s. ÐÀY de verdad cree que hacen falta m‡s casas y m‡s suelo urbanizable? Ese es el argumento de los pol’ticos: el falso argumento de la oferta y la demanda con la que nos venden la liberalizaci—n del suelo y las leyes hechas para las grandes promotoras y, en œltima instancia, para los grandes bancos a los que pertenecen. Pero esa ley

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de oferta y demanda aqu’ no sirve. Tendr’a sentido, en todo caso, si no hubiese especulaci—n. La mesa nœmero 7 o Prima Mar’a la conformaban inicialmente nueve amigos de los novios. En la reorganizaci—n los Blanco pusieron un servicio m‡s y sentaron all’ a su prima Mar’a, que hab’a venido de Barcelona con su madre. La prima Mar’a se pas— la primera media hora de la cena con la cara larga y sin soltar palabra. La cara larga era habitual en ella desde que cogiera aquella depresi—n hac’a seis a–os. Pero aquella noche le cay— en gracia una entra–able y joven madre que le supo dar calor y comprensi—n. ÐDos, tengo dos: un ni–o de dos a–os y un bebŽ de tres meses y medio Ðcoment— la joven madre. ÐÀY el bebŽ es ni–o o ni–a? Ðpregunt— la prima Mar’a. ÐAœn no lo sŽ. ÐÀC—mo que aœn no lo sabes? ÐAœn est‡ en mi barriga. ÐAhhhh, claro, claro. ÐÀQuŽ te ocurre? Te ha cambiado la cara, Àte sucede algo? ÐNo, nada es queÉ cada vez que veo a una embarazada me dan ganas de llorar Ðse–al— la prima. ÐLo sŽ, es emocionante, vida dentro de la vidaÉ Es una responsabilidad tan grande, Àverdad? EsperaÉ Est‡s llorando de verdad y no es de emoci—n, Àno? ÐNo, no es de emoci—n. ÐÀUn aborto reciente, quiz‡? ÐNo. Reciente no. Fue hace seis a–os. Me obligaron a abortar. ÐSeis a–os son muchos a–os. ÀY dices que te obligaron? ÀCu‡ntos a–os ten’as? ÐVeinticuatro. ÐBueno, no eras exactamente una ni–a. Si quieres puedes contarme lo que pas—. ÐEntonces se lo contŽ solo a una amiga, a mi mejor amiga, que hab’a abortado ya dos veces. Pero yo no soy como ella. Lo que ocurre ! !

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es que ten’a entonces la autoestima por los suelos y acababa de conseguir un buen trabajo que me estaba ayudando a recuperar el optimismo. As’ que esta amiga m’a me dijo que si no lo hac’a echar’a por tierra mi futuro y adem‡s me vendi— todos esos argumentos pro liberales: que si lo œnico que importa es el derecho de la mujer, que lo que tenemos dentro no es una persona y no tiene vida y bla, bla, bla. ÐY lleva raz—n tu amiga. Mira, a mi por ejemplo me ha tocado un despertador. Y le late el coraz—n superfuerte a mi despertador. Mi otro hijo era una silla y a los seis meses pegaba unas patadas la sillaÉ En verdad, la naturaleza es milagrosa porque convertir repentinamente despertadores y sillas en ni–os es absolutamente prodigioso. ÐPerdona, tu sarcasmo no me ayuda nada, Àsabes? Me est‡s hundiendo m‡s en la miseria. ÐLo sientoÉ Llevas toda la raz—n. Escuchar estas cosas me indigna pero eso no conduce a nada. Te dirŽ una cosa: ahora lo que tienes que hacer es perdonarte y perdonar. Creemos que cuando superamos la adolescencia somos muy maduros pero en realidad somos muy dœctiles. Tu amiga era ignorante e inmadura y tœ, segœn me cuentas, ten’as una gran inseguridad y probablemente unos padres con los que te daba miedo contar. Tu amiga quiso ayudarte y aun cuando se equivocase, Àpuedes atribuirle a ella la responsabilidad de lo que hiciste? Tu inseguridad y tu miedo te condujeron a hacerlo. Pero estoy segura de que algœn d’a tendr‡s hijos y les dar‡s una educaci—n abierta y comprensiva para que nunca teman consultarte una cuesti—n tan vital y transcendente como esa. É..ÉÉÉÉÉÉÉÉ ÐSe avecina tormenta. ÐVolare, oh, oh, cantare, oh, oh, oh, ohÉ É..ÉÉÉÉÉÉÉÉ ÐS’, yo soy el ch—fer del se–or Vicente y hoy conduje el auto de los novios. ÐNo sab’a que el padre de la novia tuviese ch—fer propio. No es muy habitual eso en Espa–a, salvo en la clase pol’tica, algœn empresario de Žlite yÉ poco m‡s Ðcoment— la abogada del Estado a JosŽ, con cierto retint’n. ! !

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É..ÉÉÉÉÉÉÉÉ ÐSe avecina tormenta. ÐVolare, oh, oh, cantare, oh, oh, oh, oh. É..ÉÉÉÉÉÉÉÉ ÐÀMe est‡s llamando especulador? Yo me beneficio de este negocio porque me da mucho trabajo y alimento a montones de familias. Siempre he sido un trabajador. Yo compro solares y antes de comprarlos ya tengo las casas vendidas. Nunca especulo. ÇEl comunista este amargadoÉÈ Ðpens— el promotor. ÐS’, s’, si yo no lo pongo en duda, pero usted es un peque–o promotorÉ ÐÀPeque–o? ÀSabes tœ cuanto factura mi negocio? ÐNo quer’a ofenderle, lo que pretendo decir es queÉ lo que la gente no sabe es que la mayor parte del suelo urbanizable del pa’s est‡ en manos de unas pocas entidades bancarias a las que pertenecen total o mayoritariamente las grandes promotoras. Es un oligopolio. Los dem‡s promotores representan una parte menor del mercado. Los grandes son los que se benefician de la liberalizaci—n del suelo porque compran suelo de apariencia rœstica, tirado de precio y lo retienen, sin urbanizar, durante a–os. Luego lo urbanizan, edifican, venden y a forrarse. Se forran porque lo venden diez veces m‡s caro de lo que lo compraron y aun as’ la gente est‡ dispuesta a comprar por esa falsa creencia de que esto seguir‡ subiendo eternamente y porque el banco le concede prŽstamos hipotecarios a cincuenta a–os. Un negocio redondo. Un secreto a voces. Leyes hechas a medida de unos pocos. As’ que no faltan casas, no falta suelo. Sobra suelo. Sobra much’simo. Y sobran casas, casas vac’as, sin vender ni alquilar. Bienes que no circulan, no generan riqueza, solo se especula con ellos. Y el problema es que si esto sigue subiendo las familias tendr‡n que destinar a la vivienda un porcentaje elevad’simo de sus sueldos, lo que har‡ que el consumo se retraiga. É..ÉÉÉÉÉÉÉÉ ÐÀDices que eres concejal de urbanismo en Villaviciosa del Mar? Ð pregunt— el potentado austr’aco al primo Paco. ÐAs’ es. ! !

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ÐYo tengo all’ una casa de vacaciones. Y tambiŽn bastante terreno infŽrtil. Siempre he pensado que har’a falta otro hotel por all’É ÐÀD—nde exactamente dice que tiene los terrenos? É..ÉÉÉÉÉÉÉÉ ÐHijo, yo no soy pol’tico, a mi no me vengas con monsergas. No entiendo m‡s que de hacer bien mi trabajo y si aprovecharse de la coyuntura para generar ingresos a costa del trabajo y esfuerzo propios y sin hacer da–o a nadie es pecado, que venga Dios y lo vea. Pero en una cosa creo que est‡s muy equivocado: esto no va a bajar nunca. Te lo digo yo, que m‡s sabe el diablo por viejo que por diablo. ÐPues en otros pa’ses ya ha explotado la burbuja inmobiliaria Ð intervino la esposa del joven arquitecto, licenciada en derechoÐ. Y si la funci—n social de la propiedad sigue siendo un mero adorno constitucional aqu’ va a pasar lo mismo. ÐÀPropugn‡is acaso la expropiaci—n? Hijos m’os, con esas antiguas teor’as marxistas no vais a llegar a ningœn sitio. ÐNo propugnamos nada que no diga nuestra Constituci—n. El derecho de propiedad no es tan absoluto como pretenden hacernos creer Ðreplic— la joven esposa. ÐEs cierto Ðcorrobor— el arquitectoÐ, si esto sigue as’, m‡s pronto que tarde tambiŽn aqu’ explotar‡ la burbuja. Y cuando ocurra, los mismos que ahora se benefician ser‡n los m‡s afectados. Ni con hipotecas a cien a–os podr‡ el ciudadano medio comprar una casa, con lo cual, el banco tendr‡ un stock que no podr‡ colocar. Y habr‡ impagos. Y embargos. Y m‡s stock sin colocar. El patrimonio, a ver si se entera la gente de una vez por todas, no es m‡s que patrimonio. Hay que hacerlo l’quido para tener una ganancia. Y si todo explota, habr‡ una recesi—n enorme y los m‡s afectados, insisto, seremos los que vivimos de este negocio. Por eso, por extra–o que parezca, yo abogo por la moderaci—n, por el crecimiento sostenible e incluso por el dise–o sostenible de la ciudad. Tanto centro comercial creado a las afueras para atraer a la gente a esas ciudades fantasmas no hace sino incrementar los desplazamientos en las grandes ciudades, reduciendo la calidad de vida y potenciando la contaminaci—n, con el coche como gran protagonista. Porque esa es otra raz—n imperativa: el urbanismo ! !

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salvaje se est‡ cargando nuestro paisaje. Y, como reza el dicho masai, "No heredamos la tierra de nuestros padres, se la pedimos prestada a nuestros hijos". ÐHijo, m‡s vale que te dediques a la decoraci—n Ðmurmur— el promotor, en tono despectivo. ÐÇMenudo gilipollasÉ È No creo en el Žxito a costa de lo que sea. No creo que el fin justifique los medios Ðse defendi— el arquitecto, con acritud. ÐPero ÀquiŽn te has cre’do tœ para juzgarme a m’ y a media humanidad? ÀJesucristo o John Lennon? Con demasiada frecuencia los defensores acŽrrimos de la moral, del ecologismo y del pacifismo utiliz‡is la violencia para convencernos de una visi—n que, te lo aseguro, en cuanto tengas diez a–os m‡s habr‡s olvidado por completo. Y te dirŽ otra cosa: "Cuando apuntes a alguien con un dedo recuerda que los otros tres te se–alan a ti".19 La tensi—n empezaba a enrarecer el ambiente, los novios permanec’an en su burbuja, sin percatarse de nada, John Lennon se daba por aludido y se colaba en la fiesta con ese Imagine casi inaudible a causa de las voces, las risas, los volares y los gitanos. [Imagine Ð John Lennon]

37. El final de la cena ÐSe avecina tormenta otra vez, una gran tormenta. ÐÀQuŽ te pasa Elvira? No parece que vaya a llover pero si es as’ no pasar’a nada. Estamos bajo techo. Est‡s algo rarita, Àeh? Ðopin— el Elvira sentado a su derecha. ÐEs que tengo p‡nico a los rel‡mpagos. Y ahora me disculp‡is, tengo que ir otra vez al servicio, je, con tanto vinoÉÐse excus— Elvira. ÐSoy gitano, y vengo a tu casamientoÉ A los dos minutosÉ !!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!! %$

!Proverbio inglŽs.

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ÐÀY esa cara de malas pulgas, hermanita? ÐMe he levantado dos veces seguidas y no ven’as, empiezan a pensar que estoy enloquecida. ÐPiensan bien. ÐÀPor quŽ no has ido? ÐEl camarero cant— el Volare de las narices y el m—vil no son—. PensŽ que ser’a un error. ÐPues s’ fue un error. Debi— cantar Soy gitano. Recuerda que le demos menos propina. ÐBueno, ÀquŽ es tan urgente? ÐEl ch—fer. Est‡ en la mesa de Los Letrados. ÐBueno, mientras Teresa no se entereÉ Son gente normal y el chaval no es un monstruo, Àno? ÐEl chaval es un ilegal y una Letrada trabaja en Inmigraci—n y no precisamente de administrativa. ÐL—pez. ÐÀQuŽ? ÐEl colega este es competencia de L—pez. É..ÉÉÉÉÉÉÉÉ ÐYa, ya, ja, ja Ðpronunciaba entretanto una t’mida, onomatopŽyica y monosil‡bica dama en un intento de hacer ver que segu’a una sopor’fera conversaci—n de una mesa cualquieraÉ É..ÉÉÉÉÉÉÉÉ ÐSi el terrorista ese de las torres cayera en manos de mi primo Washington le ca’a por lo menos la pena de muerte. All‡ en mi pa’s no se andan con tantos miramientos Ðopin— JosŽ. ÐÀTienes un primo juez? Ð le pregunt— una Letrada. ÐS’. ÐÀY hay pena de muerte en Ecuador? ÐHummm, yo no sŽ. ÐEs igual. De todos modos, dudo mucho que en este asunto intervenga juez alguno. La sentencia de este tipo seguramente la dictar‡ un militar norteamericano por orden de su presidente y ser‡ de

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cumplimiento inmediato. As’ que m‡s o menos viene a ser como si cayera en manos de tu primo Washington. É..ÉÉÉÉÉÉÉÉ ÐAj‡. S’, s’, claro, hummm. Ja, ja. É..ÉÉÉÉÉÉÉÉ ÐÉporque el terrorismo es consecuencia de nuestro libre albedr’o peroÉ Ày los terremotos, las inundaciones salvajes, el c‡ncer, el alzheimerÉ ÀD—nde est‡ ah’ Dios? La tensi—n iba en aumentoÉ ÇDios m’o, quŽ he hecho yo para merecer estoÉÈ Ðpens— Dar’o. É..ÉÉÉÉÉÉÉÉ ÐÁLa madre que te pari—! Ðexclam— Javier, el exvecino de Teresa, al ver a su hermano AndrŽs que se hab’a acercado a la mesa de Los Letrados para saludarleÐ. ÀQuŽ haces tu aqu’? Yo te hac’a en una boda en M‡laga. ÐNo. Te dije Granada. Paloma es la hermana del novio. ÐÀY por quŽ no me lo dijiste? ÐYo no sab’a que tœ ten’as una boda este fin de semana. De hecho, acabo de verte. ÐQuŽ cabr—nÉ ÀTeresaÉ? ÐTeresa aœn no sabe que estoy aqu’. ÐBueno, tampoco pasa nada, Àno, hermanito? Ya han pasado muchos a–os y tœÉ fuiste un caballero. ÀO no? ÐPero el novioÉ ÐÀTe preocupa si sabe algo? ÐÀEran novios entoncesÉ? ÐS’, claro, empezaron a salir cuando iban a la guarder’aÉ No te jodeÉ ÐYaÉ ÐÀMe vas a presentar por fin a la mujer que te ha hecho sentar la cabeza o no? ÐS’, en cuanto termine la cena. Bueno, yo no he cenado muchoÉ Joder, es que me han sentado justo al lado de la mesa presidencial.

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ÐYaÉ Y presumo que Paloma no sabe que tuviste un breve pero intenso affair con la novia, que es su querid’sima cu–ada. ÐNo, claro que no. Yo no ten’a ni idea de quiŽn era la novia. ÐÁAj‡!, por fin reconoces que tuviste un l’o con ellaÉ É..ÉÉÉÉÉÉÉÉ Ðya, ya, s’, ja, ja, ja... É..ÉÉÉÉÉÉÉÉ ÐEsto m‡s que una boda parece una feria de pueblo. Todo el mundo levant‡ndose a mitad de la cena, los camareros cantando mientras sirvenÉ No es muy formal, Àno crees? Sab’a yo que mucha clase no ten’an, no. É..ÉÉÉÉÉÉÉÉ ÐÁÁViva los novios!!! ÁÁQuŽ se besen, que se besenÉ!! É..ÉÉÉÉÉÉÉÉ ÐLo que faltabaÉ QuŽ vulgaridad. É..ÉÉÉÉÉÉÉÉ Mientras los amigos de los novios vitoreaban, de pie, a la pareja y los novios se besaban, la tensi—n continuaba en las mesas, crec’a la indignaci—n de Felipe, el encargado del carmen, por el incipiente caos y los camareros recog’an servilletas y escuchaban partes meteorol—gicos de unos y otros, confundiendo se–ales y canturreando volares y soy-gitanos por doquier. Roc’o, la sobrina de Teresa, se despertaba berreando de su sillita; Julia, su madre, se levantaba de su mesa para calmarla; el abuelo aprovechaba el desorden reinante para buscar a su aliado y fumarse otro puro, a la vez que la abuela Virtudes refunfu–aba por la lentitud y falta de clase de la boda y el cardi—logo se levantaba en busca del abuelo. Por su parte, L—pez increpaba a un JosŽ que se concentraba al m‡ximo por introducir en su hambriento est—mago el primer bocado de la noche y Paloma se acercaba a la concurrida mesa de los Letrados en busca de su d’scolo novio. Entretanto, Elvira se disculp— por enŽsima vez por levantarse de su mesa ante el malestar de Jorge, su esposo, y el desconcierto de los dem‡s Elviras, y se dirigi— al jard’n donde, en medio del vendaval que ! !

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se hab’a levantado, comenz— a hacer se–as a su hermano a travŽs del cristal. Cuando Alberto la vio se excus— para hacer una presunta llamada urgente de negocios (Àa las once y media de la noche?) y se reuni— con su hermana. ÐElvira, dŽjalo estar. La estamos liando m‡s por toda esta gilipollez que tœ te has inventado. Asumo toda la responsabilidad. Ahora mismo voy y le cuento a TeresaÉ ÐÁEspera, no por favor! Est‡ bien, est‡ bien. Nos relajamos. Queda un plato y el postre. Que sea lo que Dios quiera. É..ÉÉÉÉÉÉÉÉ ÐCristiano, te estoy hablando. JosŽ no respond’a. ÐCristiano, Àte levantas o quŽ? Ðinsisti— L—pezÐ. Cristiano, no me toques losÉ ÐSe–or L—pez, cuando como, como. ÐSi llevas toda la noche comiendo, por el amor de Dios. ÐSe–or L—pez, solo di un bocado y... ÐPues sigues comiendo en la cocina, como te dije. La rubia de naranja es la ministra de inmigraci—n Ðsusurr— L—pez al o’do de JosŽ. La faz de JosŽ se torn— n’vea. El exparsimonioso chaval solt— su tenedor y se levant— de la mesa con toda la precipitaci—n que cab’a esperar de alguien como Žl, ocasionando varios desperfectos: una servilleta, un tenedor y una copa de vino volaron por los aires. La œltima fue a parar al vestido de la ministra. ÐVale, vale, no pasa nada, es vino blanco Ðcoment— amablemente la accidentada se–oraÐ. ÇPobre chaval, la que est‡ liando esta panda de imbŽciles, como si yo no me hubiera dado cuenta. A ver si se creen que mi trabajo consiste en pasearme por la vida con unas esposas en el bolso cazando ilegales para repatriarlos. Joder, si por mi fuera se eliminaban todas las fronteras del mundo peroÉ eso es una estœpida utop’a juvenilÈ. É..ÉÉÉÉÉÉÉÉ ÐEncantada de conocerte, Javier Ðle dijo Paloma al hermano de su novio, al que hab’a ido a rescatar a la concurrida mesa de Los LetradosÐ. QuŽ casualidad Ðprosigui—Ð, no sab’a que conoc’as a ! !

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Teresa. El mundo es un pa–uelo, Àeh? Oye, si no te importa seguimos hablando tras la cena, es que AndrŽs no se ha sentado en toda la noche yÉ ÐPalomita, cielo, aqu’ hay un sitio libre, dŽjame que me quede aqu’ con mi hermano, nunca le veo, vivimos tan lejosÉ Ðle suplic— Brad Pitt. É..ÉÉÉÉÉÉÉÉ ÐÁHombre, Pep’n! Te gusta jugar al despiste, Àeh? ÀQuŽ haces aqu’ sentado? Anda, acomp‡–ame a fumar un purito y a esconderme de la GESTAPO Ðle coment— el abuelo a JosŽ, justo cuando este y L—pez se marchaban de la mesa de Los Letrados. Desafortunadamente, la Ministra escuch— el comentario del abuelo. ÐÇLa GESTAPOÉ se pasan tres pueblos. Llamarme a m’ GESTAPO, ya les vale. ÀY este anciano tambiŽn es ilegal? TambiŽn son ganasÉ ÀDe quŽ va la ni–a esta?È Oye, cari–o Ðcoment— la Ministra a su esposoÐ, me parece a m’ que Teresa tiene aqu’ montada toda una red de explotaci—n de trabajadores irregulares. Lo que es capaz de hacer la gente por ahorrarse tres duros. É..ÉÉÉÉÉÉÉÉ ÐPero ÀquŽ hace media boda en la mesa de Los Letrados? Ðse pregunt— Alberto, cuando Žl y su hermana se dispon’an a regresar a sus respectivas mesas. ÐNo lo sŽ, pero ahora mismo voy a la mesa nupcial a desviar la atenci—n de Teresa. É..ÉÉÉÉÉÉÉÉ ÐHaz lo que te dŽ la gana Ðrezong— Paloma, dejando a Brad Pitt con su hermano en Los Letrados mientras ella se daba la vuelta bruscamente para regresar a Hermanas Medina. É..ÉÉÉÉÉÉÉÉ ÐVicente, espera, yo te acompa–o Ðdijo por su parte el cardi—logo, dando alcance al abuelo mientras este se dirig’a con L—pez y JosŽ al patio cubierto. ÐDŽjame charlar con mi amigo, L—pez Ðle pidi— el abuelo.

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ÐPero, Vicente, el Cristiano dice que no ha cenado aœn Ðse–al— L—pez. ÐSolo lo robo un ratito. ÐLo que usted diga, Vicente. Pero por lo que m‡s quiera, no lo vuelva a sentar en la mesa de antes Ðsuplic— L—pez. ÐÀQuŽ tiene de malo? Ðinquiri— el abuelo. ÐNo te preocupes, L—pez, yo me hago cargo Ðse comprometi— el cardi—logo. ÐJesœs, Àtœ te vienes a dar un paseo? Ðse extra–— el abuelo, que tras la marcha de L—pez se hab’a vuelto a quedar con su aliado ecuatoriano y su mŽdico guardaespaldas. ÐMira, Vicente Ðreplic— el cardi—logoÐ, por m’ te puedes fumar siete puros seguidos pero yo no me quedo al lado de esa vieja estirada. ÐVaya, Jesœs-GESTAPO se ha cambiado de bando. É..ÉÉÉÉÉÉÉÉ ÐEl ambiente que se respiraba en Nueva York eraÉ eraÉ no soy capaz de describirlo Ðcomentaba Aurora en su lengua maternaÐ. Era de tristeza, por un lado y de rabia, de una inmensa rabia por otro. Rabia y odio hacia todo el mundo ‡rabe, hacia los musulmanes, haciaÉ hacia el mism’simo Dios. Los caballeros de la mesa Babel babeaban mientras contemplaban extasiados la belleza de Aurora. Lo mismo daba si hablaba del terrorismo o de recetas de cocinaÉ Lo mismo daba si met’a la pata hasta el fondoÉ como aparentemente la meti—. ÐDisculpa, lo que sucedi— el a–o pasado es una verdadera atrocidad que merece su castigo peroÉ si empezamos a hablar de odio habr’a que analizar antes las causas œltimas de lo que ocurri— en Nueva York Ðesgrimi— F‡tima. ÐÀA quŽ te refieres? Ðpregunt— Aurora. Justo en ese momento se cort— el suministro elŽctrico en media ciudad, incluido el carmen. El consultor exbudista, sentado al lado de Aurora, aprovech— los breves comentarios sobre el incidente para advertirla. ÐF‡tima es de origen pakistan’ Ðle susurr— al o’do. Las murmuraciones se extendieron por toda la mesa. ! !

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ÇJoder, una musulmana, un budista y una estadounidense. Ya es mala leche, co–o, ya es mala leche, como si no tuviŽramos bastante aqu’ en Espa–a con nuestros propios fantasmasÉÈ Ðdiscurr’a el primo Paco, al tiempo que regresaba el suministro elŽctrico. É..ÉÉÉÉÉÉÉÉ ÐAhhhhh, s’, s’, s’, no, no. É..ÉÉÉÉÉÉÉÉ ÐEduardo, ÀquŽ haces aqu’? Ðpregunt— Lola a su hermano. ÐÀC—mo que quŽ hago? Soy el novio. Me tienen amarrado a la mesa nupcial y ya estoy harto de estar sentado. Vengo a saludar a mis compa–eros de trabajo yÉ a mis hermanitas. Por cierto, Ày los extranjeros? ÀSe han asustado o quŽ? ÐVer‡s Ðimprovis— LolaÐ es queÉ Elvira y yo decidimos sentarlos con gente plurilingŸe para que la cena fuera m‡s amena para ellos. Adem‡s Ðsusurr—Ð, tu jefa est‡ encantada de no tener que aguantar a su ex. Las hermanas Medina lograron sortear el obst‡culo Eduardo. DespuŽs de todo iban a tener suerte: Eduardo no se hab’a encargado de organizar ninguna mesa, as’ que el verdadero peligro era la novia que, por suerte, era menos propensa a levantarse en mitad de la cena. Felipe, el encargado, le pidi— al novio que regresara a su sitio, pues quer’an servir el postre. Las aguas internas volv’an aparentemente a su cauce, las externas no tardar’an en agitarse. É..ÉÉÉÉÉÉÉÉ ÐVicente, mejor nos quedamos aqu’ porque va a caer la federal Ð sugiri— el cardi—logo al abuelo. ÐEst‡ bien, panda de cobardes, quedaos vosotros aqu’. Yo cogerŽ un paraguas del coche y me irŽ a pasear por la ciudad. Amedrentarse por cuatro gotasÉ ÐVicente, que tienes m‡s de noventa a–os y no puedes ni bajar tœ solo la cuesta. ÐPues mi amigo Pep’n me acompa–a, Àverdad Pep’n? ÐSe–or, yoÉ

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ÐNo pongas al joven en un compromiso Ðinsiti— Jesœs, el cardi—logoÐ. Le han contratado para hacer de ch—fer y no se puede ausentar. Adem‡s, Àte parece bonito largarte en mitad de la boda, de la boda de tu nieta, as’, sin m‡s, sin decir nada? ÐBla, bla, bla. Ah’ te quedas, cobardica. Pep’n, tœ y yo vamos a hacer turismo. ÐÁViejo cabezota! Ðexclam— Jesœs mientras caminaba tras el abuelo y JosŽ. ÐÀQuŽ, al final te has animado? Ðle dijo el abuelo. ÐÀC—mo te voy a dejar solo? Cuando empiece a jarrear te vas a dar tœ cuenta de lo que vale un peine... Y as’, un viejo testarudo, un inmigrante hambriento y un cardi—logo resignado se fueron a cantar bajo la lluviaÉ É..ÉÉÉÉÉÉÉÉ Diez minutos despuŽs la lluvia irrump’a con fuerza, al igual que la descarga elŽctrica que dejaba intermitentemente la ciudad a oscuras. ÐÀVeis? Por tanto hablar de Dios habŽis logrado enfadarle Ðbrome— Dar’o. É..ÉÉÉÉÉÉÉÉ ÐÁOhhhhh! Se fue la luz. ÐÁOhhhhhh! Volvi— la luz. É..ÉÉÉÉÉÉÉÉ ÐLa madre naturaleza no para de demostrarnos que es m‡s fuerte que nosotros. Con la ciencia hemos intentado desafiarla, sustituirlaÉ construimos cerca de los mares, liquidamos bosques enteros, jugamos a ser dioses que alcanzan el cielo con edificios inmensos... Adem‡s, es bien sabido que una gran cat‡strofe de la naturaleza tiene consecuencias muy diversas segœn se produzca en un pa’s desarrollado o en uno pobre. Y de esto œltimo, ÀquŽ culpa tiene Dios? Ðcuestion— Dar’oÐ. En definitiva Ðprosigui—Ð, no podemos impedir el viento pero podemos construir molinos, como dice el refr‡n holandŽs. Si en lugar de intentar dominar a la naturaleza nos ali‡ramos con ella, otro gallo ! !

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cantar’a. Somos seres imperfectos, terrenales y mortales en un mundo imperfecto. Sin embargo, nuestra alma es inmortal. Y el juicio final no se decidir‡ aqu’. ÐPerdona, Dar’o, pero eso del juicio es una pamplina. Yo creo que todo esto al final es una cuesti—n deÉ É..ÉÉÉÉÉÉÉÉ Ð karma? ÐParafrase— el austr’aco. ÐYes Ðasever— el auditor exbudista. É..ÉÉÉÉÉÉÉÉ ÐComo dec’a Juan Pablo II, "É todas las cosas, todos los acontecimientos, para quien sabe leerlos en profundidad, encierran un mensaje que, en definitiva, remite a Dios". ÐJuan Pablo II flirte— con el budismo y con la new age, Àno? É..ÉÉÉÉÉÉÉÉ ÐÀNiu quŽ? Ðpregunt— L—pez. ÐNueva era, hombre, nueva era Ðaclar— el primo concejalÐ. Una corriente espiritual muy de moda con muchas influencias orientales. TambiŽn habla mucho de lasÉ É..ÉÉÉÉÉÉÉÉ ÐÀEnerg’as y vibraciones? É..ÉÉÉÉÉÉÉÉ ÐPor cierto, Javier, ÀquiŽn es esa rubia jovencita que est‡ como un queso? ÐÀLa rizos de oro embutida en un maravilloso vestido oriental? ÐS’, esa. ÐNo lo he averiguado aœn. Pero Àa ti quŽ te importa? Hoy eres el cu–ad’simo, a ver si te enteras. Nunca cambiar‡s. É..ÉÉÉÉÉÉÉÉ ÐYo no niego nada de todo eso. Pero ya lo advert’ en mi serm—n de hoy y lo repito siempre: ÀPor quŽ descender al concepto? ÀNo os dais cuenta de que si hubiŽsemos nacido tres kil—metros m‡s all‡ y cuatro minutos antes pensar’amos de otro modo? Al final, las definiciones y las etiquetas conforman ideolog’as y creencias que destruyen y ! !

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desunen. Si mir‡semos un poco m‡s hacia dentro nos dar’amos cuenta de que el amor lo explica todo Ðconcluy— Dar’o. ÇDefinitivamente, este no llega a obispoÈ. É..ÉÉÉÉÉÉÉÉ ÐVenga, otro esfuerzo, Vicente, que est‡ jarreando Ðsuplic— el cardi—logo. ÐÁTe estoy diciendo que me he roto la cadera, co–o, no puedo moverme! ÐPor testarudo y cabez—n. Justo al final del camino, hombreÉ ÐSi no me hubierais soltadoÉ ÐÀSoltado? Si me has tirado al suelo contigo... ÐPero tœ est‡s bien, Áay, ay!, yo no estoy bien, Jesœs, yo no estoy bien. Avisa a mi hijo. ÐPep’n, sube aprisa a avisar al hijo de Vicente mientras yo llamo a una ambulancia. ÐBueno, se–or. Mientras JosŽ regresaba al carmenÉ ÐÁAy, ay! ÐSi adem‡s te vas a coger una pulmon’a ah’ tirado. Y tœ quer’as bajar soloÉ Al final va a llevar raz—n tu hijo en eso de que ya no riges bien. ÁCo–o, mi m—vil, me he dejado el m—vil ah’ arriba! ÐÁAy, ayÉ mi coraz—nÉ la pastilla, Jesœs, me falta el aire, dame mi pastilla! ÐCalma, Vicente, Àd—nde la tienes? ÐMi bolsÉ Ðfarfull— Vicente. ÐCalma, no hables. Aqu’ no hay nada, Vicente. Dios santo, Àpor quŽ tarda tanto ese endiablado cr’o? ÐJesœs Ðsusurr— Vicente, casi sin alientoÐ me ahogoÉ ÐLo sŽ, Vicente, lo sŽ, estoy buscando tus pastillas pero no las encuentro. Te las habr‡s dejado arriba. ÁSanto cielo, esto no es lluvia, son piedras! ÐLas pastÉ ÐAguanta, Vicente, aguantaÉ Tu hijo debe estar al llegar con refuerzos. Nosotros mismos te trasladaremos al hospital. No hay ! !

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tiempo de esperar una ambulancia. Con la que est‡ cayendo y con las fiestas de la ciudad no creo que llegara a tiempo. ÐÁLas pastill.. ÐSanto cielo, aguantaÉ ÐÁLas pastillas est‡n ah’ flotando, co–o! Ðgrit— Vicente, con enorme esfuerzo. É..ÉÉÉÉÉÉÉÉ ÐSin embargo, yo considero que una de las terribles causas del desacertado rumbo que est‡ tomando el mundo es el individualismo exacerbado. No veo quŽ tiene de malo identificarse con un grupo y con una ideolog’a. Segœn numerosos estudios los ni–os crecen m‡s felices cuando se sienten parte de una familia, de un colegio, un equipo de fœtbol, un coro, un grupo de amigos, la parroquia, el pueblo, la naci—nÉ Ðopin— F‡tima Medina. ÐS’. Y cuando se identifican con el partido pol’tico, la religi—n, el color de nuestra piel o nuestro nivel sociocultural Ða–adi— el auditor exbudista. ÐS’. ÀQuŽ hay de malo en eso? Esa identificaci—n no es —bice para el debido respeto que como seres humanos todos merecemos. Jam‡s o’ una palabra en mi casa en contra de ninguna otra religi—n, raza o creencia. De hecho, yo soy hija de musulmanes pakistan’es, tengo nacionalidad londinense y me he convertido al catolicismo, la religi—n de mi esposo que es espa–ol. Siempre me inculcaron el sentido de pertenencia y nunca conoc’ a nadie m‡s pac’fico que mi padre. ƒl siempre me dec’a: ÇHija, "jam‡s permitas que nadie te arrastre tan bajo que te haga odiarle"È.20 Hoy en d’a est‡ de moda el misticismo, hablar del amor, de la espiritualidad, del individuo como centro de todoÉ pero la pertenencia a un grupo ense–a a los ni–os, desde peque–os, a tender la mano, a forjar alianzas, a negociar, a ayudarÉ a pensar en el otro, en definitiva. ÐÀY acaso no hay "otro" m‡s grande que la humanidad entera, sin etiquetas? "El hombre no es cruel por naturaleza. Se hace cruel cuando es infelizÉ o cuando se entrega a una ideolog’a". 21 !!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!! 20 21

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De Mello, Un minuto para el absurdo, 284. De Mello, El canto del p‡jaro, 193.

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ÐCari–o, Àno deber’amos llamar a los ni–os, a ver quŽ tal est‡n? Ð interrumpi— Rodrigo Medina, ante el cariz que estaba tomando la conversaci—n de su esposa con el auditor. ÐEst‡ bien. Llama tœ, por favor, yo voy al servicio Ðcontest— F‡tima, captando el mensaje de su marido y concluyendo, de una vez, tan desafortunado di‡logo. É..ÉÉÉÉÉÉÉÉ ÐSab’a yo que hoy no era mi d’aÉ Áay, ay!, no en la boda de mi nietaÉ ÐDeja de hablar tanto, Vicente, que el coraz—n y la cadera no entienden de oportunidades. ÐEl coraz—n no, Dios s’. ÐSabes tœ lo que opino yo de tu Dios. ÐÀRecuerdas cuando me dio el segundo infarto? Tœ dijiste que no sal’a vivo del hospital y m’rame. ÐYa. Ahora al error humano lo llaman milagro. Y calla de una vez, que no te viene bien hablar. ÐTœ lo has dicho: "Los milagros no ocurren en contradicci—n con la naturaleza, sino en contradicci—n con lo que sabemos de la naturaleza".22 ÐCalla ya o te tiro al r’o. É..ÉÉÉÉÉÉÉÉ ÐCristiano, ÀquŽ haces otra vez aqu’? Si est‡s empapado, ÀquŽ pasa? É..ÉÉÉÉÉÉÉÉ ÐHola. ÐHola, cielo. Tœ eres la sobrina de Teresa, Àno? ÀNo deber’as estar dormida? ÐNo tengo zue–o. ÐQuŽ linda eres. ÀCu‡ntos a–itos tienes? ÐTlel. !!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!! ''

!San Agust’n!

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ÐTres a–osÉ Yo tengo un ni–o de tu edad. Bueno, ahora me voy al servicio. Vuelve con tu mam‡, Àvale? ÐÀPuedo id contigo? ÐEst‡ bien, como quieras. ÐMi mam‡ dice que edel maz ilmona. ÐÀM‡s ilmona? ÐMaz imona. ÐÀMacimona? ÐÁNo! ÐÁAhh, maxi mona! Pero quŽ linda eresÉ tœ s’ que eres mona. ÐNo. Mi mam‡ dice que yo zoy cdiztiana. ÐYa... Pues dile a tu mam‡ que est‡ equivocada porque yo no soy musulmana. En cuanto a ti, Àsabes que te digo cielo? Que ya no me pareces tan mona. ÐÁÁÁÁBuaaaaaaaaaaaaa!!!!! ÐEst‡ bien, calla, calla. Tœ no tienes culpa de nada, al fin y al cabo. Es que estoy un poco nerviosa hoy, Àsabes? Anda, espŽrame aqu’ fuera y no te muevas, Àvale? Ahora te llevo con tu mam‡ oÉ con tu t’a, s’, mejor con tu t’a. É..ÉÉÉÉÉÉÉÉ ÐVicente, tu padre se ha ca’do Ðsusurr— L—pez al padre de Teresa. É..ÉÉÉÉÉÉÉÉ A los pocos minutosÉ ÐRodrigo, Àhas visto a la ni–a? ÐÀA quŽ ni–a? ÐÀCu‡ntas ni–as hay en la boda? ÐÀA la sobrina de Teresa? ÐPues claro. ÐNo, no la he visto, Àpor quŽ? ÐMe acompa–— al servicio y le dije que me esperase fuera y cuando he salido ya no estaba.

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38. La apertura del baile ÐÀQuŽ el abuelo quŽ? Ðrepiti— Alberto, tras escuchar la noticia de boca de su madre. É..ÉÉÉÉÉÉÉÉ ÐÁOhhhhhhh! Ðexclamaron los invitados al un’sono. La providencia divina quiso que la luz se fuera justo cuando los novios se dispon’an a saludar a los invitados en las mesas. É..ÉÉÉÉÉÉÉÉ ÐÀTienes linterna y paraguas en el maletero, L—pez? Ðpregunt— el padre de Teresa. ÐS’, Vicente, creo que s’. É..ÉÉÉÉÉÉÉÉ ÐÀQuieres una copa? ÐNo. ÐNo bebes, Àverdad? ÐNo. ÐLo supon’a. Pues s’, cinco a–itos. Cinco lindos a–itos tendr’a ahora mi hija. Bueno, mejor dicho, seis. Porque los de aqu’ dentro tambiŽn cuentan, Àsabes? É..ÉÉÉÉÉÉÉÉ ÐÁÁAhhhh!! Ðse quej— do–a Virtudes, aœn en penumbras. É..ÉÉÉÉÉÉÉÉ ÐÁÁOhhhhh!! Ðexclamaron los invitados cuando regres— la luz. É..ÉÉÉÉÉÉÉÉ ÐDo–a Virtudes, Àest‡ bien? Ay, Dios santo, tiene el ojo morado y le sangra la nariz Ðdijo Elvira, la madre de Teresa. ÐLo siento, do–a Virtudes Ðse disculp— Alberto tras el "escayolazo" asestado a la anciana. ÐTen’as que meter el brazo en el pa–uelo y dejarlo quietecito Ðle increp— su madreÐ. UfÉ Yo me estoy mareando Ða–adi—Ð. Alberto, haz el favor de buscar a la hermana de Eduardo, que es mŽdico, para

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que atienda a do–a Virtudes. Y yo quiero que me lleves al hospital, con tu padre y con tu abuelo. ÐYo no puedo conducir con el brazo as’, mam‡. Y L—pez est‡ con pap‡. Se lo puedo pedir a tu yerno. S’, se lo pedirŽ a Jorge. É..ÉÉÉÉÉÉÉÉ ÐPerdonad Ðse disculp— ante los novios Felipe, el encargado del carmen, cuando regres— la luzÐ. ÀOs importar’a saludar a los invitados en el sal—n de baile? All’ tenemos luces de emergencia, aqu’ no. Nosotros nos encargar’amos de invitar a la gente a pasar dentro. ÐPeroÉ mucha gente se va despuŽs de la cena yÉ me parece un poco feo Ðse quej— Teresa. ÐLa gente entender‡ que es un caso excepcional. Adem‡s, ÀquiŽn se va a ir, con la que est‡ cayendo? ÐEst‡ bien. É..ÉÉÉÉÉÉÉÉ ÐVicente, yo creo que lo mejor ser‡ que acerques un coche aqu’ y le subamos con much’simo cuidado. No hay tiempo de esperar a una ambulancia. ÐDe acuerdo. L—pez, por favor, baja el coche lo antes posible. ÐEnseguida, Vicente Ðrespondi— L—pezÐ. ÇÀD—nde se ha metido el Cristiano? Dijo que iba un segundo al servicioÉ si es que es lento hasta para mearÈ. ÐÁAyy! Ðse quejaba el abuelo. É..ÉÉÉÉÉÉÉÉ ÐLuc’a. Le habr’a llamado Luc’a a mi ni–ita. ÀQuieres un trago? Ah, no, lo olvidaba, tœ no bebes. Mira quiŽn viene por ah’É É..ÉÉÉÉÉÉÉÉ Tres minutos despuŽs: ÐEduardo, Teresa, os presento a mi novio, AndrŽs. ÐPaloma, tu abuela est‡ accidentada, Àpuedes venir un momento, por favor? Ðinterrumpi— Alberto. É..ÉÉÉÉÉÉÉÉ

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ÐElvira, Àpuedes presentarme a alguien por debajo de los cuarenta, que no hable de religi—n ni de psicolog’a y que no me ponga la mano encima ni babee? ÐAurora, lo siento, promet’ encargarme de ti pero ya sabes el contratiempo que hemos tenido. PensŽ que estar’as bienÉ ÐElviraÉ Ðlas interrumpi— Alberto. ÐÀQuŽ? Ðrespondi— Elvira. ÐEl abuelo est‡ mal, pap‡ se ha tenido que ir. Mam‡ quiere que Jorge la lleve con ellos. É..ÉÉÉÉÉÉÉÉ ÐAbuela, Àest‡s bien? Ðpregunt— Paloma a su accidentada abuela. É..ÉÉÉÉÉÉÉÉ ÐTeresa, como tu padre no est‡ tendremos que abrir el baile nosotros, Àte parece? Ðsugiri— el novio. Ð S’, claro, quŽ remedio Ðcontest— Teresa. ÐÀPor quŽ miras tanto al novio de Paloma? ÐYa te lo he dicho, me parece una enorme casualidad que el hermano de mi amigo Javier sea el novio de Paloma. ÇDios m’o, perd—name por iniciar el matrimonio con mentirasÈ. É..ÉÉÉÉÉÉÉÉ ÐAlberto, la ni–a, no la encuentro por ningœn sitio Ðle dijo Julia a su esposo con cierto nerviosismo. ÐÀQuŽ? EsperaÉ me llaman al m—vil. ÐÀS’? ÀQue est‡ fuera de peligro? Me alegro pero mam‡ y Jorge ya han ido para all‡. ÐÁAlberto, nuestra hija! É..ÉÉÉÉÉÉÉÉ ÐAquel fat’dico d’a hab’a una tormenta como esta. Nunca lo olvidarŽ. ÀQuieres un trago? Ah, lo olvidaba. Tœ no bebes. É..ÉÉÉÉÉÉÉÉ Tras el tradicional valsÉ ÐPerdone, Elvira Ðse disculpaba Felipe, el encargado del carmen. ÐDime, Felipe y tutŽame, por favor, solo tengo treinta y dos a–os. ! !

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ÐEst‡ bien, ver‡s, hay un par de invitadas que se quieren marchar ya. Han venido en su coche y lo tienen aparcado ah’ abajo pero dicen que est‡ diluviando y que con los tacones no pueden bajar la cuesta. Me dicen que llame a un taxi, que ellas no tienen por quŽ pagarlo, que la lluvia no es problema de ellas y no sŽ quŽ m‡s. ÐDiles de mi parte Áque se vayan al cuerno! É..ÉÉÉÉÉÉÉÉ ÐÁÁOhhhhh!! La luz y la mœsica se fueron. É..ÉÉÉÉÉÉÉÉ ÐÁBuaaaaaa! ÐCalma, cielo, calma. É..ÉÉÉÉÉÉÉÉ ÐÁÁMi hija!! ÀD—nde est‡ nuestra hija, Alberto? É..ÉÉÉÉÉÉÉÉ ÐÁÁOhhhh!! La luz y la mœsica volvieron. É..ÉÉÉÉÉÉÉÉ ÐÁLos invitados me importan una mierda! ÁMi hija de tres a–os se ha perdido! Ðgrit— Alberto a su hermana Elvira sin disimular su enojo. ÐÀQue se ha perdido Roc’o? Dios m’o. ÀY mi marido, d—nde est‡ mi marido? ÐÁTœ marido tambiŽn me importa una mierda! É..ÉÉÉÉÉÉÉÉ ÐHa sido buena idea pedir las copas a pares. ÀTe gusta el whisky? No, claro, tœ no bebes. É..ÉÉÉÉÉÉÉÉ ÐElvira, estoy muy enfadada contigo, te ped’ que cuidaras de Aurora y has pasado completamente de ella Ðle reproch— Teresa a su hermanaÐ. La he tenido que rescatar de las fauces de unos buitres vejestorios y del impresentable del primo Paco. Es solo una cr’a, no conoce a nadie aqu’ y ha tenido el detalle de venir ella solaÉ Para una cosa, una sola cosa que te he pedidoÉ ! !

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É..ÉÉÉÉÉÉÉÉ ÐÁÁÁOhhh!! La luz y la mœsica se fueron. É..ÉÉÉÉÉÉÉÉ ÐÁÁÁÁAhhhh!!! Ðtras una torta. ÐCabr—n, con la mujer de mi hermanoÉ ÀPor quŽ no me lo hab’as dicho? Ðinquiri— una indignada Paloma, tras el grito que sigui— a la torta que sigui— a la conversaci—n que su novio y ella hab’an mantenido alejados de la gente, en una mesa vac’a y oscura. ÐPeroÉ Àc—mo iba yo a saberÉ? Ni siquiera sab’a su nombre. Adem‡s, yo no te conoc’a, Paloma. É..ÉÉÉÉÉÉÉÉ ÐÁÁÁAhhhh!!! Ðtras un disimulado y retorcido pellizco. É..ÉÉÉÉÉÉÉÉ ÐÁÁÁOhhh!!! La luz y la mœsica volvieron. É..ÉÉÉÉÉÉÉÉ ÐÀY el microbœs? ÀEs que no puede subir hasta aqu’? Pues nosotros no tenemos culpa de nada, Àeh? ÀO es que nos vamos a tener que quedar a dormir aqu’? ÐTendremos que esperar a que escampe, Àno? ÐPues los novios me pagan las horas extras de la canguro, no vamos a dejar al ni–o solo en casa. ÐÁPero quŽ desconsiderada eres! ÀAcaso tienen ellos culpa de la tormenta? ÐNo, pero yo tampoco. Y si fuera una boda con clase buscar’an una soluci—n. É..ÉÉÉÉÉÉÉÉ ÐÀTe lo puedes creer, Eduardo? ÁMi hermana me pega un pellizco retorcido en mi propia boda! Ðexclam— una indignada Teresa. ÐPeroÉ ÀquŽ le has dicho? Ðle pregunt— Eduardo. ÐNada, bueno, no es para tantoÉ É..ÉÉÉÉÉÉÉÉ ! !

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ÐS’, yo vi a la ni–a hace ya un rato. El ecuatoriano la llevaba de la mano. ÐÀQuŽee? ÀEl ch—fer? Àd—nde est‡? ÐLlevo un rato sin verle. ÐÁHijo de puta! É..ÉÉÉÉÉÉÉÉ ÐÁAy, ay! ÐÀY ahora quŽ pasa, Teresa? ÐMi cruz, he perdido mi cruz, la cruz de AmelitaÉ As’ transcurr’a una agitada noche, entre tensi—n y risas, irreverencias e idolatr’as, adulaciones y desairesÉ Unos hablaban, sentenciaban, defend’an sus posturas con argumentos m‡s o menos plausibles, otros escuchaban y la mayor’a simulaba escuchar. Algunos se atiborraban de comida, otros desfallec’an por inanici—n. Unos cuantos guardaban la compostura, otros se desinhib’an, refugiados en la multitud y el alcohol. La ciudad se inundaba, el caos se adue–aba de la boda y de lo que no era la boda. Algunos aceptaban las circunstancias, otros profer’an insultos contra Dios, contra los novios y contra lo que se les cruzara por delante. Estas fueron las tribulaciones que acompa–aron a Eduardo y a Teresa en su gran noche, nuestra gran noche. Esta fue la miscel‡nea encargada de representar ese d’a nuestro microcosmos vital. Un peque–o reflejo de nuestro mundo. Un mundo en el que Eduardo y yo, como todos los j—venes, conscientes o no de ello, tendr’amos que elegir entre resultados y acciones desinteresadas, juicios y aceptaci—n, quietud y competici—n, fe y raz—nÉ Un mundo, sin duda, agitado, como cualquier otro particular mundo de cualquier otra particular persona de cualquier otra particular Žpoca. O quiz‡ m‡sÉ Pero no importa, porque como dice el proverbio chino, "cuanto m‡s grande es el caos, m‡s cerca est‡ la soluci—n". Una soluci—n que no provendr‡ de los grandes pol’ticos ni de grandes organizaciones ni de l’deres religiosos sino de cada uno de nosotros. Y quiz‡ nosotros no vivamos para verla, pero es posible que nuestros hijos o los hijos de nuestros hijos gocen de ese privilegio. De nosotros depende. Y es que como dice una reconocida psic—loga, "No es muy grande la distancia ! !

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que separa esas tragedias de patio de recreo de los insolubles patrones de reivindicaci—n y venganza que vemos en los Balcanes o en Oriente Medio".23 ÀQue quŽ ocurri— despuŽs? ÀDespuŽs de quŽ? ÀY antes? Yo acababa de sentarme en mi mesa, en la mesa nupcialÉ

39. Unas horas antes ÐTeresa Ðmurmur— Elvira, mi hermanaÐ, el abuelo quiere estar con su cardi—logo, ya sabes lo bien que se llevan. Yo hab’a pensado que pod’a sentarse en la mesa nupcial con vosotros, en lugar de Dar’o, que es de Alcal‡ y conoce a mucha m‡s gente. ÐPeroÉ yo quer’a charlar con Dar’o Ðle dije. ÐLo sŽ, pero, en fin, hazlo por tus invitados. ÐEst‡ bien, Ày con quiŽn vas a ponerle? ÐCon tus amigos. ÐDe acuerdo Ðme avine, de mala gana. Eran las 9:30 de la noche. Est‡bamos ya sentados en la mesa nupcial. Mis padres y mis suegros supieron guardar la compostura: charlaron entre ellos y se olvidaron por una vez del pasado y del futuro de sus respectivos hijos. El abuelo se debati— entre la "simpat’a" de la abuela Virtudes, sentada a su derecha, la GESTAPO con facultades sanadoras, sentada a su izquierda y la INTERPOL, como decidi— llamarme, sentada junto a la GESTAPO. Eduardo-todocoraz—n se compadeci— de su solitaria abuela e intent— combinar un complicado di‡logo con su abuela sorda con uno m‡s ameno con su flamante esposa. La copa de espera hab’a salido redonda. Y la cena promet’a. Los invitados estaban animados. Las vibraciones eran muy buenas, como dir’a mi amiga Sof’a. Hasta los camareros parec’an estar especialmente contentos y cantaban de vez en cuando mientras serv’an aunque, dicho sea de paso, ten’an un repertorio bastante limitado. Por !!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!! '(

!Gopnik, El fil—sofo entre pa–ales, 229

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suerte la abuela Virtudes no alcanzaba a escucharlos cantar, en otro caso habr’a soltado eso deÉ ÇquŽ boda m‡s vulgarÈ. El abuelo engull’a la deliciosa comida. Su amigo Jesœs, el cardi—logo, y yo, le vigil‡bamos y cuid‡bamos de su delicada salud. Tampoco mi madre estaba para bailar salsa. Ella sonre’a y hac’a un esfuerzo para hablar con mi suegra pero yo sab’a que lo œnico que deseaba era meterse en la cama. Acababan de diagnosticarle una artritis reumatoide aguda estacional o, dicho de otro modo, un reuma alŽrgico con dolores extremos que, en los a–os venideros, la obligar’a a permanecer en el hospital todas las primaveras. Por su parte, Papa y Rodrigo charlaban animadamente, no sŽ de quŽ. Alberto parec’a la excepci—n de la noche. Se hab’a pasado la copa de espera hablando con Elvira de algo que no aparentaba ser divertido. Deduje que deb’an tener algœn problema en el negocio y que intentaban resolverlo ellos solos, sin molestar a mi padre, que, al fin y al cabo, era el padrino. ConfirmŽ mis sospechas durante la cena porque Alberto se levant— de la mesa con su m—vil unas cuantas veces. Me extra–— verle sentado en la mesa de los compromisos de la empresa. Supuse que le interesaba atender personalmente a esos invitados. All‡ Žl. Yo hab’a organizado todo perfecto. Ahora me tocaba relajarme. En cuanto a mi hermana Elvira, su mesa no quedaba dentro de mi campo visual, pero, conociŽndola, supuse que tambiŽn ella hab’a optado por relajarse. Tras el primer Soy gitano y el segundo Volare de la noche el abuelo quiso hacernos creer que iba al servicio aunque en realidad iba a echarse un purito. Por una vez le hicimos creer que cre’amos que Žl iba al servicio. Bueno, la verdad es que nunca supe si Žl lleg— a creer que nos hab’a hecho creer que iba al servicio. Eduardo se levant— para acompa–ar al abuelo, pero mi hermana Elvira apareci— de la nada para recordarnos que los novios no deb’amos ausentarnos y que ella se encargaba de todo porque era nuestro gran d’a. As’ que ella acompa–— al abuelo en el viaje de ida. Tras constatar la tardanza del abuelo, Jesœs-GESTAPO, el cardi—logo y amigu’simo del abuelo, fue en su bœsqueda y desde entonces se convirti— voluntariamente en el guardaespaldas de su viejo amigo, por miedo a que en alguna de

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aquellas largu’simas exploraciones el abuelo se perdiera o hiciera alguna barbaridad. Eduardo aguant— sentado como un jabato. En realidad tuvo dos intentos de levantarse para estirar las piernas. Nunca soport— estar m‡s de media hora seguida sentado en una silla. Pero Felipe nos hab’a pedido encarecidamente que no nos levant‡semos de la mesa a fin de que la cena no se eternizase. As’ que logrŽ retener a mi esposo. Al menos, las dos primeras veces. Dos Volares y un Soy gitano m‡s tarde el clamor popular nos oblig— a levantarnos y a besarnos pœblicamente. La abuela Virtudes murmur— eso de ÇÁquŽ boda m‡s vulgar!È al menos cinco veces en un intervalo de dos minutos. Las ovaciones que siguieron a nuestra muestra pœblica de afecto pusieron a prueba los pulmones de mi sobrina, que un minuto antes dorm’a pl‡cidamente en su sillita de paseo. Julia, mi cu–ada, se levant— r‡pidamente para calmar a la ni–a mientras los camareros de mi derecha cantaban su limitado repertorio. El malestar de la abuela Virtudes fue en aumento tras comprobar que el abuelo y su guardaespaldas se levantaban en mitad de la cena para hacer otra largu’sima y presunta excursi—n al servicio. A mi padre no le importaba, ni a m’. Total, as’ el abuelo com’a menos y tampoco creo que Jesœs-GESTAPO le dejara fumar como un loco. Eduardo intent— en vano comunicarse con su abuela pero esta se hab’a olvidado el aud’fono. Por suerte. La alegr’a y las buenas vibraciones continuaban reinando en el ambiente. De repente, cuando ya est‡bamos acabando el solomillo, se form— un extra–o alboroto junto a la mesa nœmero uno, la de mis compa–eros y amigos de profesi—n. Justo en ese momento, Elvira, mi hermana, se acerc— a la mesa nupcial y se sent— a mi lado, aprovechando la ausencia del abuelo y de su guardaespaldas para charlar un poco con Eduardo y conmigo. ÐÀQuŽ tal todo, hermanita? Ðme pregunt—. ÐQuŽ grata sorpresa, Elvira. Oye, Àsabes quŽ pasa all’? Ðinquir’. ÐAll’, Àd—nde? ÐEn la mesa uno, la que est‡ junto a la ventana y junto al patio. ÐNo tengo ni idea, ÀquŽ m‡s da? Oye, la cena ha estado buen’sima, Àno te parece? Ðcoment—, cambiando de tema. ! !

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ÐÀEh? S’, s’, claro, todo riqu’simo. ÀLo est‡is pasando bien? Ðle preguntŽ. ÐTodo el mundo lo est‡ pasando fenomenal, Teresa. ÐS’, yo tambiŽn lo creo Ðasent’Ð. Aunque los camareros han salido un poco folkl—ricos, no paran de cantar. ÐBueno, da igual, no hay que ser remilgados. Est‡n contentos y ya est‡. A quien no le guste que se aguante, nosotros somos como somos Ðapostill— mi hermana. ÐS’, eso es verdad. Adem‡s, la abuela de Edu se ha olvidado el aud’fono, as’ que solo ha dicho que esta boda es vulgar unas doscientas veces. ÐJa, ja Ðri— ElviraÐ. Bueno, Eduardo Ðprosigui—, dirigiŽndose esta vez a su cu–adoÐ, al final te has portado, Àeh? ÐS’, pero ya estoy harto. Ahora mismo me voy a levantar a estirar algo las piernas. ÐSi solo queda el postre Ðle dijo Elvira, intentado retenerle. ÐPrecisamente por eso Ðintervine, en defensa de EduardoÐ. Tampoco le podemos tener atado de pies y manos. Por cierto, Àha pasado algo gordo en la empresa? ÐShhhh, hoy es tu noche. Tœ no te preocupes de nada. Todo est‡ controlado. Y ahora me marcho con mi esposo. ÁVaya! Ðexclam— Elvira, ante el primer apag—n generalÐ. NecesitarŽ una linterna Ð brome—. Pero el suministro elŽctrico se reanud— enseguida. Eduardo aprovech— entonces para saludar a sus compa–eros de trabajo, situados en la mesa contigua. No estuvo demasiado tiempo porque Felipe, el encargado de la cena, se le acerc— pidiŽndole que se sentara para que pudieran empezar a servir el postre. Y Eduardo regres— a su sitio. El abuelo y su guardaespaldas segu’an sin aparecer. Un enorme rel‡mpago ilumin— toda la estancia. Ser’a aproximadamente media noche cuando se fue la luz por segunda vez en toda la ciudad. Llov’a con mucha fuerza, me alegrŽ de que la tormenta hubiera respetado la copa de espera que hab’a sido al aire libre. Cuando regres— la luz vi a JosŽ entrar completamente empapado.

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ÐEduardo Ðdije a mi esposoÐ, nos hab’amos olvidado por completo de JosŽ. Lleva toda la noche a la intemperie sin comer nada. ÀC—mo ha podido pasarnos, Dios m’o? Pobre hombreÉ ÐYo tampoco me he dado cuenta, Teresa. ÐAlgo ha pasado, ah’ viene L—pez. Mientras JosŽ regresaba al patio cubierto, L—pez se acercaba a la mesa nupcial y susurraba algo al o’do de pap‡. Pap‡ coment— algo a mam‡ y se march— apresurado. Mi madre nos cont— que el abuelo se hab’a ca’do, rest‡ndole importancia al accidente. Por fin Eduardo y yo nos levantamos para saludar a la gente. En la mesa se quedaron mam‡, Rodrigo, Lola y do–a Virtudes. Justo entonces volvi— a cortarse el suministro de luz. Un buen rato. Alberto se acerc— como pudo a la mesa presidencial para hablar con mi madre y le propin— un buen "escayolazo" a la abuela de Eduardo. En cuanto regres— la luz se nos acerc— Felipe. Nos pidi— que salud‡semos a los invitados en el sal—n de baile que ten’a luces de emergencia. No me gust— la idea peroÉ pensŽ eso de Çal mal tiempo buena caraÈ y acced’. Cuando entraba en la sala de baile me encontrŽ con mi sobrina. Estaba con la prima Mar’a. ÐHola, Roc’o, Àte has asustado mucho con la tormenta? ÐpreguntŽ a la peque–a. La prima Mar’a se adelant— y contest— por la ni–a. ÐVer‡s, estaba con vuestro ch—fer cuando yo la he visto. Al parecer Žl se la ha encontrado en la puerta del servicio, llorando. La pobrecita estaba asustada. ƒl no sab’a quŽ hacer con ella, parec’a tener mucha prisa y yo le dije que me hac’a cargo de la mu–equita de mi primo. Hemos ido a por unas copas y ahora nos vamos a subir a un sal—n que hay arriba con grandes ventanales para ver llover, porque las tormentas pueden ser muy divertidas y no hay que tenerles miedo, Àverdad, Roc’o? ÐZ’. ÐMe parece muy bien pero tœ no bebas, Àeh, Roc’o? ÐbromeŽÐ. Hala, os dejo vivir la aventura. Y no os preocupŽis, si su madre

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pregunta por ella ya le digo d—nde est‡is. Gracias, prima, eres un cielo. Siempre te han gustado tanto los ni–osÉ ÐBueno, bueno, v‡monos Roc’o Ðrepuso la prima, cambiando el semblante y march‡ndose bruscamente como si yo hubiera dicho alguna barbaridad. Tras dejar a Roc’o y a la prima Mar’a me reencontrŽ en medio de la sala con mi esposo. Paloma se nos acerc— para presentarnos a su novio. Me quedŽ sin palabras: ÁEra AndrŽs, el hermano de Javier! Ahora Paloma y Žl eran compa–eros de trabajoÉ y de cama. Compart’an apartamento en Vigo, su destino comœn. ÐÀAs’ que os conoc’ais? Ðme pregunt— Eduardo. ÐS’, le he visto por Madrid alguna vez, es el hermano de Javier, el antiguo inquilino de nuestra casa Ðment’, confiando en que, por su parte, AndrŽs har’a lo mismo con Paloma. Entre saludo y saludo el desconcierto se desvaneci—. Hasta que Eduardo volvi— al ataque mientras abr’amos el baile. Volv’ a mentir. ÇDios m’o, perd—name por iniciar el matrimonio con mentirasÈ, pensŽ. El baile quedaba inaugurado. Lleg— la diversi—n para todos menos para mi hermano, que parec’a tener la mand’bula desencajada. PensŽ que pod’a disimular un poco; por muy gordos que fueran los problemas de la empresa era el d’a de mi boda. Tampoco Elvira luc’a precisamente una gran sonrisa. ÇAll‡ ellosÈ, me dije. ÇEs mi boda y nadie me la va a amargarÈ. Y de nuevo se fue la luz. Y la mœsica. Cuando todo se normaliz— vi a Aurora a punto de ser devorada por unos cuantos lobos trescientos a–os mayor que ella y por el primo Paco. Me preguntŽ d—nde estar’a el ejercito de guardianes protectores preparado por mi hermana. Fui a rescatar a mi amiga. ÐDisculpad, os voy a robar un momento a esta preciosa jovencita, tengo que decirle una cosa urgente Ðment’, para sacarla de aquella jaur’a. RecoloquŽ a Aurora con amigas m’as j—venes y divertidas, tras lo cual me fui en busca de mi hermana. Justo cuando la encontrŽ se produjo un nuevo apag—n elŽctrico. Est‡bamos en la sala de baile, en una esquina, tenuemente iluminadas por una de las luces de emergencia. Le dije: ! !

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ÐElvira, estoy muy enfadada contigo. Te ped’ que cuidaras de Aurora y has pasado completamente de ella. Es solo una cr’a, no conoce a nadie aqu’ y ha tenido el detalle de venir ella solaÉ Para una cosa, una sola cosa que te he pedidoÉ Y, de repente, con cara de mil demonios, as’, sin venir a cuento, mi querid’sima hermana me dio un retorcido pellizco en el brazo, uno de esos que me daba cuando de peque–a yo me chivaba a mi madre de que mi hermana mayor hab’a estado media hora colgada del telŽfono hablando con sus amigas. PeguŽ un grito y antes de que pudiera reaccionar se hab’a largado. Entonces regres— la luz. EchŽ a andar en su busca. Cuando estaba a punto de alcanzarla tropecŽ con el periodista de El Comercio del Sur a quien hab’a conocido durante la copa de espera. Mi portentosa imaginaci—n pens— que quiz‡ el se–or ten’a en el bolsillo de su chaqueta una c‡mara camuflada de tama–o reducido y potente flash. ImaginŽ la foto de portada y el titular de la siguiente edici—n: ÇHija de empresario provincial agarrada el d’a de su boda a los pelos de su hermanaÈ. La imagen me detuvo en seco. CambiŽ entonces el rumbo y fui en busca de mi esposo. ÐÀTe lo puedes creer, Eduardo? Ðle dije, indignadaÐ. ÁMi hermana me pega un pellizco retorcido en mi propia boda! ÐPeroÉ ÀquŽ le has dicho? ÐNada, bueno, no es para tantoÉ ÁAy, ay! ÐÀY ahora quŽ pasa, Teresa? ÐMi cruz, he perdido mi cruz, la cruz de AmelitaÉ Me pasŽ la siguiente hora tirada por los suelos buscando mi cruz. Tras la infructuosa bœsqueda me rend’. Me tomŽ un gin tonic para relajarme. Y otro. Y otro. Cinco copas y diez bailes m‡s tarde consegu’ despreocuparme. La princesa ya no parec’a una princesa. Entre los invitados hab’a de todo: unos se hab’an desprendido de sus chaquetas, otras de sus zapatos y tambiŽn los hab’a que aœn guardaban la compostura impecablemente enfundados en sus relucientes trajes, sus kilomŽtricos tacones o sus extravagantes peinados. Dos bailes y un gin tonic despuŽs mi hermano y su m—vil volvieron a entrar en mi campo visual. Por primera vez en la noche Alberto luc’a una amplia sonrisa. Se acerc— a m’. ÐTeresa, el abueloÉ ! !

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ÐHombre, hermanito, por fin te acercas a saludarme Ðle interrump’ sin rencor, hablando con lentitud y un esfuerzo sobrehumano por vocalizar y hacerme entender. ÐEl abueloÉ ÐÀRoc’o sigue aqu’? ÐEst‡ dormidita y nosotros nos vamos a ir ya. Pero antes quer’aÉ ÐQuŽ mona es y no os quejarŽis porque en toda la noche no ha habido ni–a. ÐVale, pero no te enrolles, el abuelo quiere hablar contigo. ÐÀEl abuelo? ÁEl abuelo! No me acordaba de ŽlÉ ÀEst‡ bien? ÐEst‡ en el hospital pero fuera de peligro y quer’a decirte algo. ÀEst‡s en condiciones de hablar con Žl? ÐÁPor supuesto! ÐexclamŽ, con cierta indignaci—n por la alusi—n a mi estado. ÐEst‡ bien, le estoy llamando. ÐÁÁAbuelillo!! Ðle saludŽ por telŽfono, unos segundos despuŽsÐ ÀQuŽ te ha pasado? ÐMe he roto la cadera, Teresa. ÐEso solo te pasa a ti, abuelo. ÀY c—mo te encuentras? ÐNo estoy mal, no. Mi enfermera es un monumento yÉ ÐAbuelillo, no vas a cambiar nunca. Ma–ana irŽ a darte un beso antes de irme de viaje. ÐLamento que esto haya ocurrido el d’a de tu boda Ðme dijoÐ. ÀTe lo has pasado bien? ÐS’iii, no te preocupes por m’. Todo ha ido bien. Bueno, no. Todo, no. Ha pasado algo terrible, abuelo. He perdido la cruz de Amelita. He estado un buen rato buscando pero no la he encontrado. ÐTeresa, ya sabes c—mo funcionan las cosas: cuando dejamos de buscar, hallamos. Adi—s, Teresita, adi—s. ÐAdi—s, abuelillo. Un beso grande. Y otro para la abuela. AbueloÉ ÀAbuelo? Lo ha vuelto a hacer. Ha colgado. Aunque esta vez al menos se ha despedido. Ah’ empez— la larga lista de despedidas. La tormenta hab’a amainado. Ser’an cerca de las cinco de la madrugada. Eduardo y yo nos prepar‡bamos para irnos. Un desali–ado JosŽ apareci— de repente: ! !

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ÐSe–or Eduardo, no com’ nada Ðle dijo a mi esposoÐ, Àle importa si tomo algo antes de coger el auto? ÐPor supuesto, JosŽ, ahora mismo te acompa–o a la cocina para que te pongan algo de comer. Nosotros te esperaremos aqu’. Y, por cierto, deja de llamarme se–or Eduardo. ÐOk, se–or Eduardo. Cuando Eduardo regres— de la cocina se acerc— al DJ y le pidi— una œltima canci—n para los dos. Yo estaba agotada, tirada en un sill—n de mimbre. ƒl me ofreci— su mano y una dulce sonrisa, me ayud— a levantarme y me abraz—. Yo le dije: ÐMi ni–o, estoy muerta de cansancio. Demasiadas emocionesÉ ÐY demasiadas copas, tambiŽn. ÐS’, claroÉ ÁAy! ÐsuspirŽÐ. Quisiera estar ya en una inmensa cama de un magn’fico hotel frente a una playa padaris’acaÉ pasarid’acaÉ lo que sea. Y, lo mejor de todo: quedarme a vivir all’ para siempre. Sin pensar, sin preocuparme de nadaÉ ÐSchhhh, para el carro, princesa, te traigo un regalo y solo te pido una cosa a cambio: dame una peque–a sonrisa, cierra los ojos y rel‡jate. Siente las vibraciones positivas y deja que se fortalezcan dentro de ti. No te preocupes por nada. Solo dŽjate llevarÉ Eduardo hizo un gesto al DJ con la mano. Yo hice caso a mi esposo, le regalŽ una sonrisa y cerrŽ los ojos. NotŽ un ligero mareo. ƒl se percat— y me sostuvo fuertemente con sus grandes manos. Entonces, ese apasionante, vibrante y energizante Sunshine Reggae de Laid Back comenz— a sonar para los dos. El mareo desapareci— repentinamente y la canci—n se apoder— de m’. EmpecŽ a cantar y a bailar lentamente, aœn con los ojos cerrados, sintiendo que la mœsica recorr’a mis venas. Sin duda fue el mejor momento de toda la noche. Entonces, una m‡gica combinaci—n de deleite y cansancio nos envolvi— en aquel rinc—n ‡rabe y cuando por fin despertamos todo el escenario se hab’a transformado: Eduardo y yo baj‡bamos por la escalera del avi—n, al tiempo que abraz‡bamos ese ansiado, c‡lido y hœmedo aire tropical. [Sunshine Reggae Ð Laid Back]

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No andŽis, pues, preocupados diciendo: ÀQuŽ vamos a comer?, ÀquŽ vamos a beber?, [É]. Buscad primero el Reino de Dios y su justicia, y todas esas cosas se os dar‡n por a–adidura. As’ que no os preocupŽis del ma–ana: [É]. Cada d’a tiene bastante con su propio mal Mateo 6, 25-34

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Madrid, varios a–os despuŽs

40. El plan B ÐTenemos que pensar en un plan B Ðsugiri— Eduardo. ÐLo sŽ. Ya lo tengo pensado Ðle dije. ÐÀAh, s’? ÀCu‡l es? ÐPensar en el plan C. ÐÀY cu‡ndo toca pensar en el plan C? Ðinsisti—. ÐCuando llegue el plan B Ðrespond’. ÐÀY cu‡ndo cojones llegar‡ el plan B? ÐÀSeis meses antes de agotar existencias? ÐpreguntŽ, buscando su aprobaci—n. ÐEst‡ bien, entoncesÉ para junio Ðsentenci—. El a–o 2010 comenzaba su andadura cuando Eduardo y yo manten’amos esta conversaci—n con los ni–os reciŽn acostados y un pa’s envuelto en papeles de ÇSe alquilaÈ, ÇSe vendeÈ, ÇLiquidaci—n por cese de negocioÈ, ÇContrate aqu’ su hipoteca y le regalamos la casaÈÉ Eduardo llevaba trece meses sin trabajo. Recuerdo c—mo empez— todo. Faltaba poco para el 2009É ÐÀQuŽ es eso? Ðme pregunt—. ÐUna revista de decoraci—n. No duermo pensando en la disposici—n del sal—n yÉ ÐTeresaÉ ÐÀCrees que cabr‡ la mesa de la cocina en la terraza? ÐTeresa... me han ofrecido otro puesto de trabajo dentro de la empresa. El m’o desaparece. ÐYaÉ Ðle dije, escuch‡ndole por finÐ. ÀY te gusta el puesto nuevo? ! !

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ÐNo. ÐEntonces, ÀquŽ vas a hacer? ÐLo quer’a hablar contigo. ÐÀQuŽ otra opci—n hay? ÐUn despido pactado. Me pagar’an muy bien. ÐEn plena crisisÉ ÐmurmurŽ. ÐTendr’amos para vivir dos a–os. ÐÀY tœ que opinas? ÐindaguŽ. ÐNo lo sŽ Ðme dijo. ÐLlevas tiempo queriŽndote marchar de ah’. ÐLo sŽ, peroÉ con la que est‡ cayendo y la ilusi—n que nos hac’a esa casaÉ ÐDa igual, es un alquiler car’simo. ÐYa. Por eso te compras revistas de decoraci—n. ÐÀQuŽ har’as si no tuviŽramos hijos o si yo estuviese trabajando? Ð le preguntŽ. ÐMe ir’a. ÐEntonces, vete. ÐÀEst‡s segura? Ðinsisti—. ÐS’. Tu felicidad es mejor legado para nuestros hijos que una magn’fica casa. Adem‡s, esto no es m‡s que un paso hacia atr‡s para pegar impulso. ÐGracias, princesa. Te quiero. ÐEstamos juntos en esto, mi ni–o, no lo olvides. Aœn no sŽ de d—nde saquŽ la fortaleza para hablarle as’. El caso es que aquel d’a Eduardo, los ni–os y yo nos lanzamos al vac’o. Sin paraca’das. Confiamos en que la providencia divina colocar’a ah’ debajo una frondosa selva de ‡rboles esponjosos para amortiguar nuestra ca’da. Confianza que permanecer’a inc—lume al principio pero m‡s adelante empezar’an a salirle grietas, convirtiendo desde entonces nuestra vida en una monta–a rusa de emociones: un d’a arriba, otro abajo, otro arribaÉ Tras unos meses de merecido descanso Eduardo decidi— empezar a buscar trabajo. Contrat— a una empresa de recolocaci—n y empez— a venir conmigo a la biblioteca del Instituto Geominero, recomendada ! !

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por mi cu–ada Lola, a actualizar curr’culos, escribir cartas y buscar ofertas. Yo frecuentaba la biblioteca desde hac’a un par de a–os, cuando decid’ empezar a preparar una oposici—n. Entonces llev‡bamos m‡s de cuatro a–os casados. Recuerdo perfectamente cada detalle de aquella disparatada boda y del magn’fico viaje que le sigui—É * * * Enlazamos nuestra paradis’aca luna de miel con unas vacaciones familiares en la playa de La Herradura, como de costumbre. Al regreso decid’ que ten’a que empezar a afrontar la realidad. Supuse que era hora de buscar trabajo. Supuse que se supon’a que deb’a buscar trabajo como abogada. Y no tardaron en llamarme de varios sitios. Supuse que ten’a que estar contenta por tener tanta suerte. Supuse que ten’a que prepararme las entrevistas. Supuse que hab’a descansado lo suficienteÉ Demasiado suponer. No quer’a trabajar en otro despacho. No quer’a, no quer’a, no quer’aÉ ÁNo quer’a! Y as’ fue, entre suposici—n y arrebato, como decid’ que no volver’a jam‡s a mi vida anterior. Y segu’ suponiendo. Supuse que podr’a trabajar de aut—noma y supuse que si trabajaba por mi cuenta ten’a que ser de abogada. En realidad, tres circunstancias y dos conversaciones me empujaron a tener estas œltimas suposiciones. Y trabajŽ por mi cuenta. Al principio intentŽ arrimarme a otros colegas por eso de compartir gastos y conocimientos, pues mi experiencia proced’a de un despacho elitista y caro en el que los conocimientos est‡n archiespecializados (gracias a Dios, en otro caso mi cerebro no habr’a podido albergar tanta informaci—n), y los clientes que buscan abogadillos baratos quieren un todoterreno, capaz de resolverle desde la injuria del vecino en el ojo de patio hasta la elaboraci—n del contrato de opci—n de compra de su finca de media hect‡rea en Villacohecho. Pero la suposici—n sali— rana: los colegas no compartieron mi visi—n de negocio, en la que un equipo multidisciplinar de competentes y econ—micos abogados habr’a puesto en marcha ideas renovadoras que le habr’an catapultado a la famaÉ En cualquier caso, al final acabŽ suponiendo que deb’a dar las gracias a los colegas, pues el fracaso de la anterior suposici—n ! !

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exprimi— aœn m‡s mis posibilidades y me condujo hasta la siguiente suposici—n. Ya solo quedaba intentarlo sola, sol’sima, sola del todo. Y como no pod’a asumir gastos supuse que no ten’a m‡s remedio que trabajar desde casa. Siete almas benditas de la caridad, movidas por el recuerdo de mi buen hacer profesional, me recomendaron a algunos clientes que buscaban para sus problemas soluciones BBR (BuenasBaratas-R‡pidas). Benditos clientes. No me sacaron de pobre pero al menos me permitieron seguir en contacto con mi profesi—n. Pero lleg— ese inevitable d’a en que tuve que decidir entre seguir c—modamente como estaba y ser una abogadilla paupŽrrima o empezar a arriesgar m‡sÉ Y si empezaba a arriesgar m‡sÉ si empezaba a arriesgar m‡sÉ no sŽ quŽ narices habr’a pasado porque no me apetec’a arriesgar m‡s. Quer’a tener un hijo. Y supuse que deb’a dec’rselo a Eduardo. Y Eduardo acept—. Y supuse que ten’a que concentrarme en el hijo. No era yo persona de hacer las cosas a medias, as’ que fui a por el hijo. Y le’ diez libros sobre hijos. Y me convert’ en madre. Madre de profesi—n. Madre a lo bestia. Y otro hijo. Pero entre ni–o y ni–o (varones ambos, por cierto), muri— el abuelo. Y el abuelo sentenci— lo que ya sentenciara la abuela minutos antes de morir: ÇDivert’osÈ. Y quiso la causalidad que ese fin de semana en que enterramos al abuelo me encontrara en el pueblo con mi amigo Juan, que acababa de aprobar una oposici—n porque se hab’a divertido estudi‡ndola. Y el destino me puso la oposici—n delante de mis narices. As’ pues, los ratos libres que me dejaban seis meses de lactancia, dos de llantos, nueve meses de embarazo, otros ocho de lactancia y tres mil quinientos de llantos nocturnos, preparaba una oposici—n. Eso s’, divirtiŽndome. Y all’ est‡bamos Eduardo y yo, tan monos, en la biblioteca, divirtiŽndonos. Con un par. Marido y mujer, dos hijos y estudiando. Tan campantes. Entre tanto la ciudad mostraba un paisaje taciturno, con gente taciturna, comercios taciturnos, restaurantes taciturnosÉ Las taciturnas calles estaban repletas de gente que anta–o frecuentara una taciturna oficina con una silla y un ordenador ra’dos. Y de nuevos ricos reconvertidos en nuevos pobres. Y de nuevos pobres reconvertidos en paupŽrrimosÉ Era el legado de la anterior dŽcada ! !

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dorada. Los pol’ticos de turno dec’an lo indecible para desdecir lo dichoÉ Donde dije digo digo DiegoÉ Pero Eduardo y yo intent‡bamos pasar de puntillas por ese taciturno y pesimista mundoÉ En la radio solo mœsica, en la tele dibujos animados, el peri—dico de higos a brevasÉ Camin‡bamos con una m‡scara protectora anticrisis pero al final era imposible no contagiarse del pesimismo existencial colectivo. Y as’ empezamos la dicotom’a disforia-euforia-disforiaeuforia-disforia-euforiaÉ Julio de 2009: Eduardo segu’a sin trabajo. Disforia. Agosto de 2009: vacaciones familiares en la playa y lectura del superventas C—mo elevar el ‡nimo cuando usted est‡ sin trabajo y su pareja tambiŽn y tiene dos hijos y hay una recesi—n de —rdago. Euforia. Septiembre de 2009: Eduardo segu’a sin trabajo. Disforia. Octubre de 2009: Eduardo consigui— su primera entrevista. Lo celebramos por todo lo alto. Nos fuimos de viaje a Canarias y vimos a Sof’a. Euforia. Noviembre de 2009: no le admitieron. Disforia. Diciembre de 2009: Navidad con ni–os. Euforia. Enero de 2010: Eduardo segu’a sin trabajo. Nos subieron el precio del alquiler. Nos invitaron a una boda. ReciclŽ ropas caras y ra’das de mi Žpoca dorada. Fuimos a la boda. Contestamos a las tediosas preguntas hechas Ðen su mayor’aÐ por almas inocentes sin maldad: ÇÀSegu’s viviendo enÉ?È ÇÀY el trabajo quŽ talÉ.?È ÇÀY tœ a quŽ te dedicas?È Disforia. Enero de 2010: Eduardo se propuso hacer un m‡ster car’simo utilizando buena parte de nuestras existencias. Euforia. Enero de 2010: consult— conmigo lo del m‡ster. UtilicŽ la maldita raz—n. Se lo tirŽ por tierra. Disforia. Enero de 2010: Eduardo pens— en su abuela, venida a menos pero aœn potentada. Euforia. Enero de 2010: Eduardo pidi— un prŽstamo a su abuela. Do–a Virtudes le mand— a hacer muchas pu–etas. Disforia. Pero a esta disforia sigui— otra disforia, una disforia grande, una disforia que dur— dos meses. Y a final de abril, a dos meses del plan B, ! !

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fuimos capaces de remontar tanta disforia. La buena noticia es que esta vez nos quedamos a mitad de camino. Pero en ese anhelado punto intermedio hab’a tres puertas: la de la armon’a, la del limbo y la de la ansiedad. La mala noticia es que ninguno escogi— la primera. Eduardo abri— la segunda y yo la tercera. Y as’ viv’ otros tantos meses, en un continuo estado de nervios calmados, disimulados, internos, expectantes y silenciosos, mientras Eduardo caminaba por su limbo como si nada de todo esto fuera con Žl. Y lleg— el mes de junio. ÐEduardo, estamos en junio. ÐÀY? ÐEl Plan B, Àrecuerdas? ÐYa, ya lo sab’a. ÐÀY no pensabas comentar nada? ÐPara eso est‡s tœ. ÐEst‡s esquivando el tema, en algœn momento hay que afrontarlo. ÐS’, peroÉ Àno crees que lo podemos posponer aœn m‡s? En seis meses pueden pasar muchas cosas, Teresa. ÐEst‡ bien, yo no he perdido la esperanza. ÀPara cu‡ndo? ÐÀOctubre? Ðme dijo. ÐDemasiado tarde, Àno? ÐTeresa, cuando m‡s ofertas de trabajo hay es en septiembre. ÐEst‡ bien. Octubre. Sigamos pues. Se lo dije con una mezcla de convicci—n, miedo, rabia y esperanza. Como todo lo que yo dec’a desde hac’a varios meses. Eduardo estaba en la puerta, a punto de marcharse al parque a correr y soltar adrenalina, corr’amos por turnos, una vez al trimestre. Mientras tanto los ni–os inundaban el cuarto de ba–o y Tracy hablaba de revoluciones en el sal—n.24 Una revoluci—n, eso necesit‡bamos todos, una revoluci—n peroÉ Àcontra quŽ y para quŽ? ÇEsperemos a octubreÈ Ð me dijeÐ, Ça ver quŽ pasa de aqu’ a octubre. A ver quŽ pasaÉÈ. [TalkinÕBout a Revolution Ð Tracy Chapman]

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Alude a la cantante Tracy Chapman y su canci—n TalkinÕ Bout a Revolution

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41. El diablo y las musas Nuestros caminos emocionales se bifurcaron en junio. Por culpa de los ni–os. Durante la cena sol’a jugar con ellos a contar cuentos absurdos. Sus mentes escatol—gicas redireccionaban todos los argumentos a la caca y al pis. Y la caca condujo a Paca y Paca era una vaca y as’ surgi— el primer relato para pasar el rato. Y una cosa condujo a otra y mi mente se abri— de par en par. Aquel lunes fui a la biblioteca como de costumbre. Eduardo hab’a quedado con otro colega en paro. Estaba sola. Estaba animada. Abr’ el tema dispuesta a estudiar. Con desgana. Hac’a un d’a esplŽndido, soleado, un d’a de esos para vivirlosÉ Volv’ la mirada al tema dispuesta a estudiar. Con desgana. LevantŽ la mirada, otra vez el sol, otra vez la luzÉ Estaba sola. Y animada. Volv’ a mirar los folios, le’ tres p‡ginas. Como si estuvieran en otro idioma. Volv’ a leer. Nada de nada. Le’ de nuevo. Nada. Mente cerrada. Y llegaron las musas. Cog’ un folio en blanco. Cog’ un bol’grafo: un folio, dos folios, tres folios, cuatro folios. Y no precisamente de cuestiones jur’dicas. Cuatro folios escritos en estado similar al que experimentaba cuando escuchaba una de esas canciones que me hac’an vibrar y no pod’a resistir la tentaci—n de ponerme a bailar. S’, acababa de conocer a las musas. Y hab’a disfrutado. Lo hab’a pasado en grande. LleguŽ a casa. ContŽ a Eduardo. Se ri—. Se olvid—. Sigui— deambulando, en su limbo. Quiz‡ algo m‡s deprimido de lo habitual. Y el ajetreo diario Ðni–os, comidas, colegioÉÐ me ayud— a olvidar tan extra–o d’a. Pero el silencio de la noche me hizo recordar. RecordŽ lo bien que lo hab’a pasado. RecordŽ lo feliz que me hab’a sentido. PensŽ en lo f‡cil que hab’a fluido todo, lo que hab’a disfrutado ese d’a con mi vida y con mi familia. Y di las gracias por ello, con sonrisa de boba, hasta que observŽ el rostro de mi esposo y mi sonrisa desapareci—, porque si Žl no estaba feliz yo tampoco. ÐEst‡s triste, Àverdad? Ðle preguntŽ. ÐNo, quŽ va Ðrespondi—, con esa postura tan masculina de ocultar los sentimientos. ÐÀQuŽ te ha contado Marcos? ÐindaguŽ. ÐNada. ! !

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ÐÀNada? ÀHa encontrado algo Žl? ÐNo, aœn no. Est‡ hundido. Hundid’simo. ÐÀY tœ le has animado? ÐS’. ÐPues ahora no pareces muy contento. ÐEstoy bienÉ ÁQuŽ pesadita eres! DŽjame ahora, no tengo ganas de hablar. ÐTienes derecho a sentirte as’. Pero no te preocupes si no sabes c—mo animar a tu amigo. Tœ ahora no puedes ayudarle. "Ési un ciego gu’a a otro ciego, los dos caer‡n en el hoyo" (Mt 15, 14). ÐÁQuŽ me dejes en paaaaz! Es todo lo que obtuve por respuesta. L—gico. çlex me hab’a inculcado el arte de las citas evangŽlicas pero Dios no me lo complement— con el don de la oportunidad. Eduardo se meti— en la cama y se ocult— con las s‡banas. Era su manera de llorar: gritar y esconderse bajo las s‡banas. No pod’a hacerlo de otro modo. Era un hombre y los hombres de su generaci—n no lloran. Le acariciŽ. Apart— mi mano. DejŽ pasar un rato. Le volv’ a acariciar. Abr’ la boca. La volv’ a cerrar para no meter la pata. Le volv’ a acariciar. No apart— mi mano. Pas— un minuto, otro y otroÉ Se volvi— a m’, busc— mi mirada, llor—É y llor— m‡s por haber llorado y le abracŽ y me abraz—É y mi silencio en compa–’a le reconfort— m‡s que cien frases lapidarias. Pas— la noche. El despertador blandito de dos a–os y medio nos levant— a las siete. A las siete y media de la ma–ana se me ocurri— poner un CD. ÇLa mœsica revive a los muertosÈ, sol’a decir mi abuela. A las 7:30 sonaba la mœsica a todo volumen. A las 7:30:15 Eduardo y yo bail‡bamos abrazados. ÇDonÕt give upÈ, le dije, a juego con las circunstancias y con la canci—n, Çno puedes rendirte ahoraÈ. A las 7:31 se incorporaron al baile dos monos de cuatro y dos a–os respectivamente. A las 7:34 segu’amos los cuatro como una pi–a, abrazados y dando vueltas, y los ni–os apretaban m‡s y m‡s a su padre porque intu’an que Žl era el protagonista de aquella fiesta improvisada. Y yo apretaba m‡s y m‡s a Eduardo, con mi cabeza apoyada en su ! !

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pecho y mis brazos rode‡ndole hasta casi cortar su respiraci—nÉ A las 8:00 varios vecinos llamaron a la puerta para quejarse. Con toda la raz—n del mundo. Pero hab’a merecido la pena. [DonÕt Give Up Ð Peter Gabriel feat. Kate Bush]

42. Derrotando al diablo Mi confianza en Eduardo era plena. Nunca tuve dudas sobre su val’a profesional. Era list’simo, aprend’a las cosas al vuelo. Pero al mismo tiempo era un trabajador incansable y exigente. Era eficaz, ‡gil y resolutivo como nadie. Ten’a don de gentes y capacidad de liderazgo. En el trabajo se mostraba serio pero a la vez cercano. Y todos le admiraban, respetaban y quer’an. Hab’a trabajado en casi todas las ‡reas de la compa–’a, se desenvolv’a con naturalidad tanto en inglŽs como en espa–ol, e incluso su seguridad y picard’a hicieron creer a m‡s de uno que hablaba a la perfecci—n el francŽs o el italiano, cuando, sobre todo en este œltimo, no sab’a m‡s de dos frases. Manejaba el ordenador mejor que los inform‡ticos. Claro que, como en tantas otras cosas, Žl resolv’a muchos problemas por intuici—n. Eduardo sab’a estar, fuera y dentro del trabajo. Le preced’a su fama de caballero bravo, transparente, elegante e ’ntegro. Pero, por desgracia, la integridad no siempre es el camino m‡s r‡pido hacia el Žxito. Aunque, ÀquŽ es el Žxito? Para Eduardo no lo era aguantar y echar la mirada a otro lado. As’ que en el fondo Žl ten’a lo que quer’a. Ambos ten’amos lo que quer’amos, lo que hab’amos buscado. Visto as’ se puede decir que conform‡bamos una familia de Žxito. Nunca lo puse en duda. Por todo ello, mis miedos nunca pasaban por su incapacidad para encontrar algo. Y si el entorno no era favorable sab’a que ambos nos adaptar’amos a las circunstancias e improvisar’amos. Y que ser’amos felices porque est‡bamos juntos. Y los ni–osÉ Si una cosa te ense–an los hijos es a recuperar la capacidad de sorprenderte por todo y de ser feliz con lo m’nimo. Son un acojonante ! !

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best-seller de psicolog’a: entienden, aceptan, perdonan, olvidan, aman y agradecen como ningœn adulto es capaz de hacer. Recuerdo especialmente aquella segunda semana de junio. Eduardo hab’a realizado dos entrevistas para un puesto estupendo, muy bien remunerado, en una compa–’a internacional que facturaba lo indecible, pero que ten’a la sede en VillagŽlida de los Torrentes, un pueblo de tres mil habitantes sin un solo ‡rbol en tres mil kil—metros a la redonda, rodeado de tres mil f‡bricas contaminantes y cuyo nombre ya indica sus condiciones clim‡ticas. Ah, y por si fuera poco, estaba situado a tres mil kil—metros del mundo apetecible. Yo sol’a frecuentar a mi Virgen para pedirle y agradecerle. Ese d’a, sin embargo, entrŽ en la iglesia y me quedŽ de pie, plantada, paralizada frente a ella. No sab’a si dar las gracias o no. No sab’a quŽ pedir. Dentro de m’ hab’a voces contradictorias: mi boca dec’a esa frase tan sabia repetida hasta la saciedad por todos los abuelos del mundo: ÇQue sea lo que Dios quieraÈ. Mi cabeza repet’a esa frase tan l—gica repetida hasta la saciedad por todos los padres del mundo: ÇPor favor, que le den el trabajo, porque de aire no vive el hombreÈ. Y mi coraz—n repet’a esa frase tan sabia pero con truco repetida hasta la saciedad por todos los sabios del mundo: ÇEscucha a tu coraz—nÈ. El truco estaba en que para saber lo que quieres y pedir en consecuencia hay que eliminar todo tipo de prejuicios y miedos. ÀY quiŽn narices sabe hacer eso? Total, me armŽ tal conflicto mental que recŽ un Ave Mar’a y me marchŽ, intentando acallar mis voces. IngenuaÉ El caso es que ese fin de semana hicimos una excursi—n al campo. êbamos a un lago. Pero para llegar a tan hermoso paraje atravesamos lugares no tan hermosos. Uno de esos lugares era especialmente deprimente. Era una zona degradada, con edificios-colmena y una explanada con bidones vac’os, latas tiradas en el suelo, un banco destrozado y un ‡rbol solitario y sin hojas colocado en el centro. Entonces, mi hijo mayor le dijo al peque–o: ÇÁMira, V’ctor, mira quŽ parque tan bonito, y mira quŽ casas, y hay tœneles para jugarÉ!È El comentario de mi hijo me hizo recordar a Amelita diciendo: ÇSi amas lo que tienes, tendr‡s lo que amasÈ. Y pensŽ que en el peor de los casos nada era irreversible. PensŽ tambiŽn en la cantidad de gente que hab’a en el planeta emigrando a pa’ses desconocidos y ! !

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abandonando a sus familias para intentar ganar tres euros y enviarles dos y medioÉ Y pensŽ eso de que Dios escribe derecho con renglones torcidos y eso otro de que los designios de Dios son inescrutables, y lo interpretŽ como que los cambios siempre son para mejor porque est‡n ah’ para ense–arte algo. PensŽ que como el sueldo de mi esposo iba a ser bueno yo ya no necesitar’a preocuparme de trabajar en algo "serio" o burocr‡tico y quiz‡ all’, desde el culo del mundo, pod’a invocar nuevamente a las musas y ser una de esas madres neohippies que educan a sus hijos en casa. Total, hasta es probable que se familiarizasen con las palabras "creatividad" o "habilidad", tan desconocidas en el sistema educativo espa–ol. Y pensŽ tambiŽn que a lo mejor exageraba Internet en eso de que no hab’a ‡rboles ni ni–os ni d’as soleadosÉ Y pensŽ que estaba enloqueciendo de tanto pensar, conque finalmente me rend’, optŽ por la frase sabia de los abuelos y entre suspiros murmurŽ: ÇQue sea lo que Dios quieraÈ. Y Dios quiso que no fuera. As’ que pensŽ eso de Çten cuidado con lo que deseasÈ; si hab’a deseado en el fondo de mi coraz—n que no le diesen aquel puesto a Eduardo, pod’a desear cualquier cosa y el deseo se cumplir’a. RetomŽ entonces la esperanza de que algo mejor pod’a depararnos la vida. Pero mirŽ a mi marido y le vi hundido, m‡s hundido que antes. Y pensŽ que a lo mejor Žl s’ habr’a preferido todo esto, porque el trabajo, en el fondo, le gustaba y necesitaba volver a hacer algo œtil. Y no le vi triste sino aburrido, ap‡tico, sin fuerzas, sin esperanzas, como nunca le hab’a conocido. Me acerquŽ a Žl. Antes de que yo abriera la boca me mir— y me dijo: ÇHe perdido la feÈ. Me acerquŽ m‡s. Me dijo: ÇDŽjame soloÈ. Y me fui. A los diez minutos Žl se disfraz— de corredor, cogi— su iPhone y se fue al parque. Y mientras Žl corr’a yo suplicaba al Universo una se–al para ver c—mo pod’a ayudarle porque no soportaba verlo as’. La se–al vino del recuerdo y del sentido comœn. El recuerdo me condujo a aquel d’a en que, con enorme ilusi—n, Eduardo hab’a llegado a casa cont‡ndome que le hab’an admitido en el m‡ster y que quer’a rellenar la solicitud, aquel d’a en que la bruja cerebral de su esposa se lo hab’a tirado todo por tierra. El recuerdo me condujo asimismo a nuestro fondo de contingencias o dinero de ida-vuelta-ida, es decir, un ! !

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importe que de la noche a la ma–ana nos hizo pasar de ser donatarios a ser prestamistas y que por mor de los plazos contractualmente estipulados bien pod’a reconvertirnos nuevamente en donatarios o, lo que es lo mismo, pod’amos contar con dinero contante y sonante para pagar el m‡ster, aunque fuera a plazos. Y con base en estos recuerdos resolv’ pedir autorizaci—n a mi sentido comœn para tocar el fondo de contingencias. Mi sentido comœn se visti— de gala para su primera actuaci—n desde mis trece a–os, edad a la que nos implantan un microchip de estupidez cr—nica y otro de ignorancia supina ÐlŽase, preparaci—n para la vida adultaÐ. La respuesta no se hizo esperar: ÇÀPero quŽ narices haces reservando dinero para eventualidades inexistentes cuando hoy puedes emplearlo en algo necesario y provechoso? ÁIngrata!È Ðme insult—Ð. ÇÁAs’ solo atraer‡s m‡s escasez!È Disculpen sus formas, demasiado tiempo encerrado, el pobre sentido. Pero llevaba raz—n. Ese no era nuestro estilo, ni el de Eduardo ni el m’o. As’ que a la ma–ana siguiente, nada m‡s levantarme, le dije a Eduardo: ÇHaz el m‡sterÈ. Esperaba un reproche enorme. En cambio, me encontrŽ con un simple y llano ÇvaleÈ. Ni siquiera pregunt— c—mo narices ’bamos a pagarlo. Supuse que ya lo hab’a supuesto. Nuestros recursos se redujeron un cincuenta por ciento, nuestras esperanzas aumentaron otro cincuenta. As’ que fuimos a por todas e invertimos. Pero no en Villaganga ni en Villacohecho, sino en una prestigiosa escuela internacional de negocios. Porque era lo que Žl deseaba en aquel momento, porque Žl lo merec’a, porque su bienestar era el de todos. E invertimos, s’. Con otro par. Y Eduardo recuper— su sonrisa. El cielo nos hab’a abierto sus puertasÉ otra vez.

43. Musas contra diablo La segunda quincena de junio fue para Eduardo esperanzadora y animada. Pasaba buena parte del tiempo con los ni–os, se los llevaba a la piscina, disfrutaba. ! !

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Yo segu’a estudiando. O haciendo como que estudiaba. Una hora de apuntes, otra de relato. As’ estuve dos semanas. Enga–‡ndome. De repente, un d’a, me acerquŽ a Eduardo y le dije: ÇNo puedo seguir estudiando. Quiero escribirÈ. Un cuento de seis folios y un proyecto de novela de otros seis constitu’an hasta entonces mi dilatad’sima experiencia como escritora Ðdemandas e informes jur’dicos aparteÐ. Pese a ello, Žl me dijo: ÇAdelanteÈ. Yo tambiŽn necesitaba su benepl‡cito. Y segu’ adelante. Eso s’, tardar’a tres meses en sacar del bolso el temario de la oposici—n, seis en guardar los c—digos, y aœn hoy continœo colmando los armarios de la casa con los ficheros llenos de temario sin actualizar. Y la gente me preguntaba: ÇÀQuŽ tal la oposici—n?È ÇBien, graciasÈ, respond’a, como si me preguntaran por el hijo o por el perro. ÇÀY cu‡ndo te presentas?È ÇUy, con la crisis esto est‡ muy paradoÈ, resolv’a yo. Ment’a por miedo. Un miedo acojonante. Terror. Tem’a que, aun con buena intenci—n, por af‡n protector o por los motivos que fuesen, me tumbaran mi peque–o sue–o, mi sue–o reciŽn nacido, mi recobrada ilusi—n, mi proyectoÉ No quer’a argumentos realistas, no quer’a que nadie me dijese Çtœ no vales para esoÈ, Çvas a tirar por tierra muchos a–os de esfuerzoÈ o Çeso no te va a conducir a ningœn sitioÈÉ Tampoco quer’a que me llamaran ÇinmaduraÈ, Çmala madreÈ, Çmala esposaÈ, ÇidealistaÈ o ÇinconstanteÈÉ Me daba p‡nico. Y entonces recordaba a Buda en boca de çlex diciendo eso de Çsomos lo que pensamosÈ. Y quiz‡ fuese verdad. Era yo la que me juzgaba. Pero Àpod’a ser de otro modo? Eduardo, los ni–os y yo hab’amos vuelto a tirarnos en paraca’das. Y esta vez Dios nos advirti— que se hab’an agotado los colchones. Si el paraca’das no se abr’a nos estrell‡bamos todos. Pese a todo Eduardo crey— en m’. Me apoy—. En las circunstancias m‡s desfavorables de nuestra vida juntos, me apoy—. Claro que, visto de otro modo, la alternativa era seguir estudiando, es decir, sin generar ingresos y con pocas perspectivas de Žxito, dadas las escasas horas y las pocas ganas sobrevenidas que dedicaba a la oposici—n. Aunque, aœn hab’a otra alternativa: volver a trabajar. Alternativa que contaba con dos subalternativas: a) buscar trabajo de abogada: descartado; demasiadas horas-madre para incluir en el curr’culum y b) buscar ! !

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trabajo de "lo-que-sea", el empleo m‡s demandado en los tiempos que corr’an. Era una opci—n a valorar con su pro: aportar’a algœn ingresillo extra a la menguante econom’a familiar, y sus contras: Eduardo me reprochar’a que Žl tambiŽn podr’a trabajar en lo que fuese y le hundir’a en la miseria por transmitirle una repentina pŽrdida de confianza. Adem‡s, Žl tendr’a que dedicar m‡s horas a los ni–os y menos a estudiar, por lo que no rentabilizar’a su m‡ster. Una ventaja y dos inconvenientes: al r’o. Y si las cosas iban a peor, siempre pod’amos hacer de okupas en la residencia de verano del se–or Blanco o envenenar a la abuela Virtudes para apropiarnos de sus ahorros con moho. Con lo cual, despuŽs de todo, se puede decir que Žramos afortunad’simos, pues no creo que, pese a mi mendacidad, nos dejaran llegar a la mendicidad. Y el que no se consuela es porque no quiere. Y as’ me iniciŽ yo en este arte, entre alegr’as y miedos, m‡s sola que la una y mintiendo a mansalva. Eduardo se adentraba en el mundo del equilibrio y yo segu’a arriba y abajo y arribaÉ Estaba feliz con lo que hac’a y de repente ve’a a mis hijos, agradecidos, contentos, dispuestos a renunciar a la celebraci—n de su cumplea–os y a su juguete m‡s ansiado porque las circunstancias no eran favorables y en lugar de sentirme la mujer m‡s afortunada del planeta me sent’a hundida e impotente, porque ellos lo merec’an todo y yo no se lo pod’a darÉ Y me di cuenta de que cada d’a, millones de mujeres en el mundo viven con este nudo en la garganta. Con la diferencia de que ellas no tienen elecci—n y yo s’ la tuve. Lo que hac’a mi nudo aœn m‡s grande. Entonces encend’a la televisi—n o hablaba con la familia para olvidar y el resultado era catastr—fico: crisis por arriba, crisis por abajo, crisis de medio ladoÉ Y yo pensaba que al hablar tanto de ella la engord‡bamosÉ Y harta de recesi—n y de estrecheces, aquel miŽrcoles de junio me fui de compras. ÐÀDe d—nde vienes? Ðpregunt— Eduardo. ÐDe comprar un regalo para CŽsar y V’ctor y ropa interior para m’ Ðle dije. ÐTe la quise regalar yo en Navidad y no me dejaste.

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ÐYa, pero de repente me he percatado de que podr’amos ser pobres en pocos meses. As’ que tengo que anticiparme por si luego no puedo hacerlo. ÐInteresante teor’a. Si fuera ministro de econom’a te contrataba de asesora Ðme dijo, ir—nico. ÐAdem‡s, si he de ser pobre, serŽ pobre con clase Ðesgrim’. ÐTu optimismo no tiene precioÉ Eduardo manten’a la talla. De haber sido yo me habr’a mandado a hacer muchas pu–etas, como sol’a decir mi suegra. Pero Žl se trag— el sapo. Y yo contraataquŽ. Con mi nudo en la garganta. Y Žl respond’a: ÇTe quiero, princessÈ. Y yo ped’a guerra. Y le atacaba m‡s y me atacaba a mi misma por no tener una soluci—n, por haberle dejado solo en su responsabilidad de mantener a la familia. Con mi nudo en la garganta. Y Žl insist’a: ÇTe quiero, princessÈ. Y yo maldec’a al mism’simo Dios por nuestra situaci—n, mi cansancio, mi desesperanza, mis dudasÉ y hasta por mis crecientes canas, mis incipientes arrugas y mi celulitis, y cien pamplinas y memeces m‡s. Y Žl repet’a: ÇTe quiero, princessÈÉ Atr‡s quedaron las discusiones y los gritos de anta–o. Ahora discut’amos con menos frecuencia e intensidad. Solo dos d’as en semana. ƒl aprend’a a manejarme, con su astucia, con su templanza reciŽn comprada. ÇDos no discuten si uno no quiereÈ, dec’a siempre mi madre. Y Žl se lo tomaba con humor, ya me conoc’a, sab’a que eran mis miedos, no los suyos. E intentaba no dejarse contagiar por m’ y lo lograba dos veces de cada tres. Y me dej— hacer, porque sab’a que tras mi rabia vendr’a mi llanto. Y c—mo lo sab’a. El nudo se relaj— y lleg— el llanto. Sin mediar palabra, Eduardo cogi— su iPhone, me puso esa oportuna canci—n de Bisbal hablando a su princesa de milagros, me abraz— y me dijo: ÇPrincesa, te quieroÈ. [Mi princesa Ð David Bisbal]

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44. TouchŽ De esta manera llegamos hasta septiembre. El miedo no desapareci—, las dudas s’. Ambos intu’amos que hab’amos tomado las decisiones correctas y por si fuera poco no nos faltaba de nada. Yo disfrutaba de mi relato y de mis cuentos, Eduardo de su m‡ster, ambos de nuestros hijos y a su vez, el uno del otro. No ten’amos, por tanto, ningœn motivo para quejarnos, salvo el extremo cansancio derivado de la crianza de dos enanos de dos y cuatro. Visto as’, se puede decir que era la Žpoca m‡s feliz de nuestra vida. Reencontrar mi camino me ayud— a rejuvenecer. No es que a los treinta y siete una sea un vejestorio, pero esas canas, esas arrugas y esa celulitis solo parec’an esconderse cuando mi esp’ritu juvenil viv’a feliz y despreocupado. Y cuando cog’a el iPhone de Eduardo y me marchaba a correr al parque con Amy Macdonald y su fant‡stico This Is The Life. Comprobado el buen efecto que el ejercicio y la buena mœsica nos hac’a decidimos incrementar nuestra frecuencia deportiva a una vez al bimestre. Altern‡ndonos. Claro que, Eduardo ped’a prestado mi turno con bastante asiduidad. As’ que Amy y yo nos fuimos a correr tres veces en un a–o. Pero marcaron. Marcaron mucho. As’ fuimos tirando, felices y contentos cuando viv’amos aqu’ y ahora, claro. Cuando pens‡bamos en el futuro el diablo regresaba. Pero ya no lo hac’a como otras veces. No le dej‡bamos instalarse ah’, d’as y d’as. Hab’amos aprendido a convivir con Žl, a sobrellevarlo, a ganarle el pulso. Sin embargo, hab’a pulsos realmente complicados. Recuerdo especialmente aquel viernes: 24 de septiembre de 2010, nunca olvidarŽ la fecha. El diablo hab’a vuelto a visitarme y yo decid’ luchar contra Žl utilizando el arsenal adquirido a lo largo de mi vida: ÇSi amas lo que haces, har‡s lo que amas Ð diviŽrtete Ð lo que tenga que ser, ser‡ Ð del tiempo de pasado me ocuparŽ ma–ana Ð se hace camino al andar Ð no est‡ la cosa en pensar mucho, sino en amar mucho, y as’ lo que m‡s os despertare a amar, eso haced Ð el pasado no es y el futuro no es todav’a Ð la felicidad est‡ en el camino, no en la meta Ð cuando dejes de buscar, hallar‡s Ðno cabe temor en el amor Ð

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no os preocupŽis del ma–ana: el ma–ana se preocupar‡ de s’ mismo. Cada d’a tiene bastante con su propio malÉÈ. Pero el diablo era fuerteÉ o yo dŽbil. Era de noche. Los ni–os dorm’an pl‡cidamente en su cama, Eduardo y yo est‡bamos ya en la nuestra con la luz aœn encendida. ÐÀQuŽ has hecho hoy? Ðme pregunt— Žl. ÐMenuda pregunta, he estado escribiendo por la ma–ana, luego comprŽ la fruta, despuŽs recog’ a los ni–os, comimos, les volv’ a llevar al colegio, les volv’ a recoger, nos fuimos al parque, volvimos a casaÉ les ba–Ž, puse una lavadora, tend’ otra, les di la cena, les le’ un cuento, se durmieronÉ y llegaste tœ. En fin, lo de cada viernes Ðle respond’, con mal tono. ÐNo hace falta que me hables as’. Se que est‡s reventada pero yo he tenido clase todo el d’a yÉ De repente se percat— de que iba por mal camino. Retom— su astuta estrategia y cambi— de frecuencia. ÐDime, Àte has divertido escribiendo esta ma–ana? Ðpregunt—. ÐS’ y no. ÐNo, Àpor quŽ? ÐNo porque no sŽ ad—nde me lleva esto, no tiene ninguna salida, estoy cansada de ir siempre al revŽs y de sentir que estoy perdiendo el tiempoÉ Adem‡s, no me apetece que mis hijos vean a su madre como una fracasada. ÐUn fracasadoÉ ÐS’, ya lo sŽ, fracasado es el que no lo intenta. Hoy eso no me sirve. ÐNo iba a decir eso. Quer’a decir que un fracasado es el que no lo consigue. ÐPerfecto. Me acabas de hundir en la miseria. ÐEnhorabuena. ÐNo, Eduardo, dŽjalo, Àvale? Hoy no quiero que me vendas eso de que lo voy a conseguir, de que soy la mejor, bla, bla, bla. ÐNo voy a venderte eso. Te daba la enhorabuena por tu Žxito de hoy.

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ÐÀY cu‡l ha sido mi Žxito hoy? ÀSacar la sonrisa a mis hijos? No los subestimes y no me sobreestimes. Ellos sonr’en por todo. Y no me digas que yo pod’a hacer lo mismo, te he dicho que me dejes, hoy no tengo humor. Es uno de esos d’as que empiezan bien aunque intuyes que acabar‡n mal y no sabes por quŽ. Y empiezas a buscar motivos para sentirte mejor y no sirve de nada porque al final llega el diablo y vence. As’ que solo quiero irme a la cama para que se acabe el d’a. Si seguimos hablando te voy a hundir a ti tambiŽn y tœ no tienes culpa de nada. ÐMe refer’a a tu Žxito con tu relato Ðdijo, con una paciencia infinita desconocida en ŽlÐ. Por todo lo que me has contado, lo que no te ha divertido no es tu nueva dedicaci—n sino el miedo que te da seguir adelante con ella, Àno es as’? ÐS’ Ðasent’. ÐYÉ Àpensabas todo eso mientras escrib’as o al dejar de hacerlo? ÐAl dejarlo. ÐDe donde deduzco que mientras escrib’as te divert’as. En tal caso, perm’tame, se–ora Blanco, que la felicite por su Žxito de hoy. Y por favor, el lunes, cuando se siente otra vez a escribir, recuŽrdeme que le recuerde que no se olvide de saborear su Žxito. Ah, y otra cosa. Lamento decirle que algœn d’a acabar‡ su libro. Es una triste noticia, ya lo sŽ. Mi consejo es que, cuando llegue ese d’a, si no es capaz de disfrutar haciendo otra cosa, empiece r‡pidamente a escribir algo nuevo porque de lo contrario ser‡ una mujer muy desgraciada. As’ instaur— mi esposo una fant‡stica rutina. Desde aquel viernes, d’a tras d’a, antes de irnos a dormir, Eduardo y yo nos felicit‡bamos mutuamente por nuestro Žxito diario. No ten’amos un trabajo remunerado, no ten’a editor ni agente para mi novela o mis cuentos, y no solo eso: no Žramos capaces de imaginar, ni remotamente, las dificultades que la vida aœn habr’a de depararnos en un futuro inmediato para poner a prueba nuestra fe. Sin embargo, las palabras de mi esposo fueron el comienzo de un lento despertar que con sus avances y retrocesos ir’a echando las ra’ces del mejor regalo que se pueda recibir jam‡s: la absoluta certeza, la m‡s absoluta de las certezas, de que la abundancia, la prosperidad, el Žxito, el Amor y la ! !

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felicidad, llegan cuando, en un estado de infinita y constante gratitud, empezamos a comprender que todo lo que buscamos est‡ ya dentro de nosotros, y as’ lo sentimos, lo saboreamos y lo palpamos, cada d’a de nuestra vida. Solo entonces desaparece el miedo que enturbia el entendimiento. Solo entonces somos capaces de hacer realidad nuestros sue–os, de poner nuestros mœltiples talentos al servicio de la humanidad, viviendo aqu’, ahora, haciendo lo que amamos y amando lo que hacemos, sabedores de que Dios, a travŽs de sus mœltiples disfraces, cuida amorosamente de nosotros y nos proporciona, siempre, todo lo que necesitamos. S’, as’ fue como Eduardo y yo aprendimos a luchar contra el diablo. Y al final de cada d’a, hac’amos nuestra revisi—n rutinaria y nos dec’amos: ÇFelicidadesÈ. * * * Aquella noche, abandonada ya al sue–o, Sof’a vino a visitarme. Ten’a todo el sentido, ella hab’a sido siempre el paradigma del Žxito, del Žxito bien entendido. La err‡tica Sof’a, siempre de aqu’ para all‡, libre como los p‡jaros, dispuesta a aceptar lo que la vida le fuese deparando a cada momento sin hacer planesÉ Y lo mejor de todo: sin quejarse de nada. La echaba de menos. Especialmente a sus reconfortantes abrazos. TambiŽn apareci— çlex en el sue–o. Y Aurora. Al d’a siguiente me levantŽ pensando en ellos, en el tiempo que llevaba sin verles, en todo lo que hab’a ocurrido el œltimo a–o, en lo que hab’a llovido desde que nos conocimosÉ Para estar m‡s cerca de su hija, çlex hab’a aceptado un trabajo en el Instituto de Terapia Gestalt de Nueva York. Nunca volvi— a casarse pero compart’a su vida con una compa–era de trabajo, segœn me hab’a contado Aurora por e-mail. çlex no era muy amigo del correo electr—nico. Como tampoco lo fue nunca Sof’a, por m‡s que ella dijese que Çcon los medios de hoy en d’a no hay distanciasÈ. Creo que ella nunca percibi— distancias porque nunca entendi— el apego. Estar con Sof’a era m‡gico pero a la vez extra–o. Ella no se dejaba querer del ! !

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modo en que nosotros lo entendemos. No era de nadie, a nadie pertenec’a, a todos se daba. Sof’a tom— la decisi—n de marchar a Chile tras el gran se’smo acontecido el 27 de febrero de 2010, pese a que all’ no le quedaban m‡s que recuerdos y una casa vieja y grande que aœn no hab’a conseguido vender. La casa estaba situada en el noreste de Santiago. Mont— all’ una especie de campamento provisional para un par de familias de las poblaciones m‡s afectadas que se hab’an quedado sin residencia y puso sus conocimientos en medicina al servicio de los que lo necesitasen. Ten’a entonces setenta y dos a–os pero aœn conservaba su esp’ritu jovial y aventurero y esa vocaci—n de servicio que siempre la caracteriz—. Cuando la situaci—n se normaliz—, malvendi— su casa y regres— a Gran Canaria. En cuanto a Aurora, los d’as que siguieron a mi boda contact— con ese profesor de inglŽs hermano de su amigo para que le ense–ase la ciudad. Y mi ramo hizo su efecto. No se casaron entonces pero s’ formaron una linda pareja de la que ocho a–os despuŽs nacer’a una linda ni–a. Para estar cerca de ella, al a–o de conocerse, su profesor regres— a Estados Unidos y all’ se busc— la vida entre un trabajo y otro. Cuando Aurora se qued— embarazada, con veinticinco a–os, su profesor y ella pusieron nuevamente la vista en Espa–a. Al fin y al cabo hab’a que mantener a una ni–a y un profesor de inglŽs tendr’a aqu’ m‡s trabajo que all’. El problema es que Aurora no quer’a abandonar su carrera profesional y all’ ten’a m‡s futuro. Esa era su œltima inquietud conocida. Y es que, tambiŽn ella, la hija de un reconocido psic—logo y terapeuta, ten’a que luchar contra sus propios demonios. As’ es la vidaÉ [This Is The Life Ð Amy Macdonald]

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La Herradura - Madrid, diciembre de 2010

45. La cruz de jade ÐTeresa, ÀquŽ quieres tomar? Ðme pregunt— Eduardo. ÐUna sin alcohol, por favor. ÐJosŽ, cuando puedas, hazme el favor Ðpidi— Eduardo, haciendo se–as al camarero. ÐS’, se–or Eduardo, enseguida estoy con usted Ðcontest— un sol’cito JosŽ. ÐTeresa, Àd—nde vive ahora el padre Dar’o? ÐNo tengo ni idea, Àpor quŽ? ÐEstaba actualizando mi agenda del m—vil y al ver su nombre me he acordado de Žl. ÀSabes si sigue siendo cura? ÐPues no lo sŽ peroÉ Àpor quŽ no iba a serlo? ÐNo sŽ, en tu pueblo todos hac’an apuestas por lo poco que iba a durar, ya sabes. ÐLo œnico que espero es que siga siendoÉ como era. Si continœa siendo sacerdote ser‡ muy feliz. Si no lo esÉ ser‡ muy feliz. Mientras esper‡bamos a que JosŽ nos atendiera, Eduardo y yo depart’amos bajo un maravilloso sol hibernal en un precioso chiringuito situado entre la monta–a y el mar. Los ni–os corr’an por la playa disfrutando de unas agradables y merecidas vacaciones de cinco d’as en la casa de sus abuelos maternos. Eduardo aœn no ten’a trabajo; yo continuaba escribiendo y mintiendo aunque poco a poco empezaba a salir del armario. Nuestras existencias tocaban a su fin y el plan B no aparec’a ni por asomo. ÐSe–or Eduardo, da gusto verles por aqu’ Ðdijo JosŽ, ya en nuestra mesa. ! !

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ÐJosŽ, me alegra tanto saber que al final conseguiste el trabajoÉ Ð le dije. ÐS’, se–ora Teresa. Yo ya tengo experiencia, trabajŽ de camarero all‡ en mi pa’s. Mi primo Washington ten’a un restauranteÉ JosŽ hab’a probado suerte en algunos chiringuitos de la costa andaluza y al final acab— en uno de La Herradura con las recomendaciones de uno de los clientes m‡s asiduos en temporada estival: mi esposo. Eso s’, se encontraba en per’odo de prueba y pese a su afanosa actitud dudo mucho que aquŽl fuese el trabajo de su vida, teniendo en cuenta que la rapidez es un punto a favor de los trabajadores del sector hostelero espa–ol. Tras cinco fant‡sticos d’as de asueto, el sol y el mar se transformaron en coche, carretera y viaje de vuelta. El diablo resurgi— de sus cenizas y se asom— por la ventanilla del coche. RecŽ con todas mis fuerzas para ganar la contienda y mis oraciones parecieron surtir efecto: ten’a ganas de llegar a mi casa, como hab’a tenido ganas de irme de vacaciones. Mi marido ten’a ganas de ir a clase; mis hijos jugaron como locos tras un viaje de siete horas parada incluida, en su espacio favorito de reducidas dimensiones sin playa ni vistas al mar. Yo ansiaba volver a sentarme ante mi ordenador y retomar mi historia, esa historia de una pareja corriente, en lugares corrientes, con vidas corrientes y rutinas corrientes. Mi historia no narraba grandes calamidades universales, no era una historia de guerras ni de entreguerras, de se’smos ni de inundaciones. Mi historia no narraba grandes misterios, tampoco peque–os. No era una historia de hŽroes ni de santos ni de personajes ignominiosos y deplorables. No era una historia de suspense ni asesinatos ni de los grandes entresijos de la historia. Los protagonistas de mi historia no eran presidentes del gobierno ni reyes ni actores de renombre; no eran empresarios famosos ni esp’as ni deportistas de Žlite; tampoco eran prostitutas maltratadas, personas desahuciadas a consecuencia de una grave enfermedad, exiliados pol’ticos o familias desestructuradas. Mi historia era la historia corriente de una parte de mi vida, de mi inextricable vida corriente. Porque tambiŽn las personas con vidas corrientes tenemos miedo y seguiremos teniŽndolo mientras no nos ! !

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percatemos de una vez, de una pu–etera vez, de que la felicidad est‡ aqu’, ahora, delante de nuestras narices y de que solo la hallaremos cuando dejemos de buscar. Tal y como sucedi— con mi cruz de jade. El a–o 2010 apuntaba a su fin. Una semana antes de Nochebuena, Aurora y çlex vinieron a Madrid con sus respectivas parejas y con el bebŽ de nombre extra–o a pasar la Navidad con la familia de çlex. As’ que tuvimos la oportunidad de volver a verlos a todos, presentarles a los peque–os CŽsar y V’ctor y conocer a la ni–a de Aurora. Quedamos en su casa. Con los ni–os. Era un d’a fr’o, un t’pico d’a de diciembre. La estampa de una inminente Navidad nos sorprendi— cuando, camino de la casa de çlex, empezaron a caer unos cuantos copos de nieve. Cuando llegamos a su casa aparcamos el coche en la calle de al lado y subimos al ‡tico. El enorme ‡rbol navide–o que presid’a el sal—n estaba originalmente decorado con grandes figuras de fieltro de todos los colores que Aurora se hab’a encargado personalmente de hacer. Pero lo que m‡s llam— la atenci—n de los ni–os fue ese sinf’n de luces parpadeantes que, desde el ‡rbol, iluminaban el gran ventanal de la terraza donde, finalmente, consiguieron salir para juguetear con el incipiente manto blanco que empezaba a cubrir el suelo. çlex no hab’a cambiado demasiado. Quiz‡ estaba algo m‡s fornido, por eso de haber abandonado la exquisita dieta mediterr‡nea, y su pelo, obviamente, m‡s canoso. Pero aœn conservaba su mirada penetrante y verde y su proceder calmo y sereno. Angie, su novia, era una mujer morena y alt’sima, de ojos azules, mirada viva y unos cuarenta y tantos a–os. Hablaba poco espa–ol, entend’a algo m‡s, el suficiente para mantener una conversaci—n sencilla con otra persona de cadencia pausada, no para seguir el di‡logo bullicioso y acelerado de unos espa–oles, especialmente de unos espa–oles como Eduardo y como yo. No obstante, ella nos pidi— que le habl‡semos en nuestro idioma, pues quer’a convertir su estancia de dos semanas en nuestro pa’s en un curso de espa–ol intensivo. Aurora conservaba su gran belleza y atractivo, pese a los kilos de m‡s y las grandes ojeras gentileza de su bebŽ. Eric, "su profesor", era algo m‡s joven que yo. Era rubio, alto, escu‡lido, melenudo y con un simp‡tico e interesante hoyuelo en la mejilla que aparec’a cada vez que sonre’a. ! !

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Tomamos una riqu’sima paella preparada por çlex y, de postre, un delicioso pastel de manzana elaborado por su novia. Nos re’mos bastante, recordamos viejos tiempos, contamos anŽcdotas y novedadesÉ Cuando Angie fue a por el postre Aurora me coment— que ten’a un regalo de Navidad para m’. Se fue a su habitaci—n y regres— con una peque–a caja maravillosamente envuelta. QuitŽ el papel, abr’ la caja: una cruz de jade y oro. Mi cruz de jade. La cruz de Amelita. ÐLa encontrŽ el d’a de tu boda y la guardŽ. PensŽ en d‡rsela a tu hermana al d’a siguiente, pero, de puro cansancio me olvidŽ. Por fin me acordŽ de ella en este viaje. F’jate, ocho a–os despuŽsÉ Ðcoment— Aurora. ÐAurora, es el mejor regalo que pod’an hacermeÉ Much’simas gracias Ðle dije. ÐAnd now, IÕve something to tell you Ðse–al— Aurora, cambiando de registro para hacer part’cipe tambiŽn a AngieÐ. Eric and I are gonna get married. Todos celebramos la noticia de su boda, aunque, a juzgar por la cara de çlex, Žl ya estaba al corriente de todo; incluso de esa segunda parte que Aurora aœn no hab’a contado: ella y Eric se vendr’an a vivir a Espa–a, donde a Žl le hab’an ofrecido un interesante trabajo en una emisora de radio inglesa. Al enterarse, la alegr’a de Angie se transform— en un ligero desconcierto. Sin duda, ella no sab’a nada y la mudanza de su pseudonuera podr’a traer complicaciones a su relaci—n con çlex. Pero no era momento de reproches, por lo que tras el correspondiente brindis y las oportunas felicitaciones, la novia de çlex cambi— inteligentemente de tema y devolvi— la atenci—n de todos nuevamente hacia mi cruz. ÐÀCu‡l es la "estoria" de este cross? Ðpregunt—, adentr‡ndose con valent’a en nuestro idioma como gesto de cortes’a. Le contŽ. Aurora y yo le contamos. Le contamos cu‡ndo la perd’, c—mo la perd’, c—mo apareci—É ÐLa cruz simboliza el amor y la fe, dos ingredientes necesarios para alcanzar la fortuna, representada por el jade. Es una bonita se–al Ðapunt— çlex.

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ÐEs cierto ÐcorroborŽÐ, aunque yo creo que no necesito m‡s se–ales de la vida para saber que ya soy una mujer afortunada. çlex se limit— a sonre’r y sin decir nada se dirigi— a su equipo de mœsica para deleitarnos con una canci—n que mi comentario le hab’a recordado: esa linda versi—n del cl‡sico chileno de Violeta Parra, Gracias a la Vida, resultado de las voces unidas de grandes autores en favor de los damnificados por el œltimo gran terremoto chileno. Cuando empez— a sonar, un ‡ngel pas— por la habitaci—n. Sin duda, la canci—n nos hab’a hecho pensar en nuestra amiga chilena, la gran ausente. PreguntŽ por ella, por sus œltimas experiencias, por su actual paradero. ÐAcaba de regresar a Gran Canaria Ðdijo çlexÐ. No sŽ mucho m‡s. Est‡ cansada, distinta, distante. El comentario de çlex me sorprendi—, no terminŽ de entender a quŽ se refer’a exactamente, pero recuerdo que sent’ una ligera decepci—n. Esa decepci—n que se siente cuando descubres que el ’dolo que tu mente se ha forjado es tan terrenal como los dem‡s. Como si Sof’a no tuviese derecho a tener miedo o dudas, a sentirse sola, a enfermar o envejecer, a no ser perfectaÉ o incluso a experimentar ese caos que precede a una gran evoluci—n. El caso es que no deb’ de ser la œnica en sorprenderse, pues el silencio se volvi— a apoderar de la sala, un silencio quiz‡ menos alegre pero un silencio breve, al fin y al cabo, interrumpido oportuna y bruscamente por la pelea de Tarz‡n y Mowgli y los consecuentes berridos de la ni–a de Aurora. ÐEsto s’ que es una se–al Ðdijo Eduardo mientras separaba a nuestros hijosÐ. Creo que va siendo hora de que nos marchemos. Y el acogedor almuerzo toc— a su fin. Nos despedimos de todos. çlex y Aurora nos acompa–aron a la puerta. ÐGracias por todo, çlex Ðle dije, mientras nos fund’amos en un gran abrazo. ÐTeresa Ðinterrumpi— AuroraÐ, gracias por tus cuentos. Espero que algœn d’a puedas publicarlos. Hoy mismo se los voy a empezar a leer a la peque–a. Ah, y no te olvides de enviarnos un borrador de tu novela en cuanto la termines. Yo prometo ser muy cr’tica. Y en contraprestaci—n, recuerda que me has prometido contarme tus

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experiencias personales como madre. Quiz‡, hasta podr’as escribir un divertido libro sobre tus periplos maternos. ÐJa, ja Ðre’Ð. Tomo nota. [Gracias a la vida Ð Voces Unidas por Chile]

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Agradecimientos Escribir esta novela no me ha resultado dif’cil; gestarla me ha llevado treinta y ocho a–os. En su confecci—n he estado m‡s sola que la una; en su gestaci—n intervinieron todas y cada una de las personas y circunstancias que han pasado por mi vida durante esos intensos treinta y ocho a–os. A todas estas personas y circunstancias doy las gracias. A la vida misma, en definitiva, como reza esa linda canci—n de cierre. Ello no obstante, de un modo m‡s directo hicieron posible esta obra, aun sin saberlo, algunas circunstancias y personas a las que deseo expresar, en particular, mi m‡s profunda gratitud. GraciasÉ A la alegr’a vital y contagiosa de mis hijos. A sus cuentos absurdos, los autŽnticos art’fices de esta descabellada aventura. Al mensaje expl’cito de Çvivir el presenteÈ que mi madre se encarg— de repetirme hasta la saciedad. Al mensaje impl’cito de Çluchar con dichaÈ que mi padre, con su ejemplo diario, me transmiti—. Al apoyo incondicional de mi esposo. A la lecci—n vital de Mar’a Jesœs Llad—: Çdar es recibirÈ. A esa oportuna frase de Amelia Af‡n de Ribera, tantos a–os atr‡s: ÇDe ti dependeÈ. A los sabios consejos sobre la vida y, en particular, sobre este libro, de mi querida amiga Carmem Castello-Branco. A sus palabras de aliento. A la oportuna aparici—n, en mi vida, del doctor Jesœs Valverde. A sus ense–anzas. A su luz. A la alegr’a y buen talante de Mamen Ju‡rez. A su continua presencia, sin la cual este libro no habr’a sido posible. A la fe inquebrantable de Arcadia Mar’a Ormaza, ejemplo v’vido de superaci—n.

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A las magn’ficas sugerencias y revisiones de texto de Paloma del Castillo. A la creatividad y profesionalidad de JosŽ Manuel Manzanero. A su fant‡stica fotograf’a de cubierta. A la constante amabilidad de "mis compa–eros" del Instituto Geominero de Espa–a. A su fabulosa biblioteca.

Y adem‡sÉ A todos los libros, revistas, programas de radio y dem‡s fuentes cuyo mensaje y ense–anzas de espiritualidad, filosof’a, psicolog’a, autoayuda, religiosidad y derecho forman ya parte de mi modesto acervo cultural y han impregnado el esp’ritu de esta obra. A las oportunas y lindas melod’as que acompa–an y realzan los sentimientos que la novela transmite. A los grandes maestros de ahora y de siempre. A-Dios.

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Fuentes de las citas

De Mello, Anthony, S.J. ÀQuiŽn puede hacer que amanezca? 14» ed. Santander: Sal Terrae, 2005 (Colecci—n El pozo de Siquem, 22). De Mello, Anthony, S.J. El canto del p‡jaro 31» ed. Santander: Sal Terrae, 2006 (Colecci—n El pozo de Siquem, 15). De Mello, Anthony, S.J. La oraci—n de la rana -I- 21» ed. Santander: Sal Terrae, 2007 (Colecci—n El pozo de Siquem, 31). De Mello, Anthony, S.J. Un minuto para el absurdo 8» ed. Santander: Sal Terrae, 2009 (Colecci—n El pozo de Siquem, 58). Gopnik, Alison. El fil—sofo entre pa–ales. Madrid: Ediciones Planeta Madrid, S.A., 2010. Gu’a pr‡ctica de las Medicinas Alternativas. Barcelona: Plaza & JanŽs, 2000. Sinay, Sergio. Concederse un descanso. Mente Sana, 61 (2010). Tarragona, Margarita. Con la boca abierta: La maravillosa capacidad de asombrarnos. Mente Sana, 63 (2010).

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Listado de canciones

1.

Hoy puede ser un gran d’a Ð Joan Manuel Serrat.

2.

Cantares Ð Joan Manuel Serrat.

3.

Caminando por la calle Ð Gipsy Kings.

4.

Entre dos aguas Ð Paco de Luc’a.

5.

Under Pressure Ð Queen & David Bowie.

6.

Unforgettable Ð Nat King Cole.

7.

The Best Ð Tina Turner.

8.

The power of love Ð Frankie goes to Hollywood.

9.

Me Ama M™ Ð Simone.

10. Suspicious minds Ð Elvis Presley. 11. Je lÕaime ˆ mourir Ð Francis Cabrel. 12. Que Sera Sera (Whatever Will Be, Will Be) Ð Doris Day. 13. Cantata BWV 147 Ð JS Bach: by Academy of St. Martin in the Fields & Choir of KingÕs College, Cambridge. 14. Canticorum Jubilo Ð GF HŠndel: by The new London Choir & London Philharmonic Orchestra. 15. Recuerdos de la Alhambra Ð Francisco T‡rrega. 16. Imagine Ð John Lennon. 17. Sunshine Reggae Ð Laid Back. 18. TalkinÕBout a Revolution Ð Tracy Chapman. 19. DonÕt Give Up Ð Peter Gabriel feat. Kate Bush. 20. Mi princesa Ð David Bisbal. 21. This is the life Ð Amy Macdonald. 22. Gracias a la vida Ð Voces Unidas por Chile.

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