Ciclo B
En este tercer domingo de Adviento la Iglesia nos invita a la ALEGRIA, porque se acerca la Navidad.
La alegría no es algo que, como buenos cristianos, podemos tener o no. Es una virtud que debemos tener si estamos llenos del Espíritu Santo. Así nos lo dice hoy san Pablo en la 2ª lectura: “Estad siempre alegres”.
I Ts 5, 16-24
Hermanos: Estad siempre alegres. Sed constantes en orar. Dad gracias en toda ocasión: ésta es la voluntad de Dios en Cristo Jesús respecto de vosotros. No apaguéis el espíritu, no despreciéis el don de profecía; sino examinadlo todo, quedándoos con lo bueno. Guardaos de toda forma de maldad. Que el mismo Dios de la Paz os consagre totalmente, y que todo vuestro espíritu, alma y cuerpo, sea custodiado sin reproche hasta la venida de nuestro Señor Jesucristo. El que os ha llamado es fiel y cumplirá sus promesas.
Todavía hay personas que van creyendo que la religión cristiana es como algo lúgubre o como un manto tenebroso que quisiera cubrir la tierra y nuestra vida. En realidad, la alegría debe ser la atmósfera normal del cristiano.
Hablamos de la alegría verdadera, que es la que procede de un corazón recto y tranquilo;
no de la alegría bullanguera del mundo, que es pasajera, y que suele abundar en las Navidades normales, cuando no se está bajo la presión de la “pandemia”.
La alegría no es sólo algo bonito que podemos tener, sino que es un precepto cristiano. Hemos visto que nos lo decía san Pablo en la 2ª lectura. En el mundo no hay demasiada alegría. Y esto es porque las personas, que suelen vivir sólo pensando en lo material, se suelen alegrar sólo cuando las cosas van bien: pero resulta que muchas veces las cosas materiales no van bien.
El verdadero seguidor de Jesucristo se alegra cuando las cosas van bien; pero debe aprender a alegrarse aun cuando las cosas no vayan tan bien. No quiere decir que ame el mal como mal o el dolor como dolor; pero aun de ese mal sabe sacar un bien. Esto es un aprendizaje lento dentro de la religiรณn.
La alegría en este mundo nunca puede ser total y definitiva, porque somos seres de paso. Nuestra alegría será plena, cuando estemos con Dios en el abrazo eterno. Pero, mientras estamos aquí, podemos vivir en gran parte “abrazados” a Dios, porque Él está con nosotros. Este sería uno de los grandes motivos de nuestra alegría: saber que estamos con Dios.
Los santos y muchas personas buenas sienten el alma llena de bondad y de gozo, porque están plenamente persuadidos que caminan con Dios y esto les da la gran seguridad con la que hablan y actúan en medio de sus tareas ordinarias. Muy diferente de personas “mundanas” que no saben a qué agarrarse y se sienten totalmente desamparadas.
Debemos saber distinguir la alegría y el placer mundano o material. Muchas personas tienen el corazón vacío, aunque a veces, como para aturdirse, rían a carcajadas. Sólo buscan el placer, no la alegría.
El placer material no llena el alma, como la verdadera alegría, que es satisfacción de todo el ser.
El mundo busca la alegría en el triunfo, el halago, el dominio humano. Todo esto es muy complicado y provisional y está lleno de inquietudes sin paz. Además, muchas veces es un placer a costa de las lágrimas del contrario.
Dios nos ha creado para la alegría. Si no fuera así, Dios no sería bueno. La alegría plena llegará un día. Mientras estamos aquí, nos va dando retazos de esa alegría profunda. Los santos han sido las personas más alegres en el mundo. Está comprobado. Claro que han sufrido mucho por amor a los demás, ya que la caridad nos manda “alegrarse con quien está alegre y entristecerse con quien está triste”. Quien lo consigue, nota una paz suprema dentro de su ser.
Por eso en las vísperas de la Navidad, en que debemos sentir un poco más que en otro tiempo que el Señor está cerca de nosotros, a pesar de la “pandemia”, que es igual para todos, sintamos también la proclamación de la Iglesia,
que hoy nos dice: VIVID ALEGRES, EL SEÑOR ESTÁ CERCA.
Automรกtico
El Señor está cerca.
Vivid alegres, el SeĂąor estĂĄ cerca.
el Señor está cerca.
El SeĂąor viene ya;
y nos salvarรก.
Vivid alegres,
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En el tercer domingo de Adviento todos los años la Iglesia nos presenta la figura de san Juan Bautista, el precursor del Señor, que nos ayuda a prepararnos para la venida de Jesús. En este año, ciclo B, nos dará un ejemplo de sinceridad y de humildad. Así nos dice el evangelio de hoy:
Juan 1,6-8.19-28
Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. No era él la luz, sino testigo de la luz. Y éste fue el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a Juan, a que le preguntaran: "¿Tú quién eres?" Él confesó sin reservas: "Yo no soy el Mesías." Le preguntaron: "¿Entonces, qué? ¿Eres tú Elías?" El dijo: "No lo soy." "¿Eres tú el Profeta?" Respondió: "No." Y le dijeron: "¿Quién eres? Para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado, ¿qué dices de ti mismo?" Él contestó: "Yo soy la voz que grita en el desierto: "Allanad el camino del Señor", como dijo el profeta Isaías." Entre los enviados había fariseos y le preguntaron: "Entonces, ¿por qué bautizas, si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?" Juan les respondió: "Yo bautizo con agua; en medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia.” Esto pasaba en Betania, en
Hay que ser sinceros como san Juan Bautista. Debemos saber lo que somos y podemos. Debemos aspirar a tener la virtud de la alegrĂa. No la podremos obtener con nuestras fuerzas, en medio de tantos enemigos que nos rodean;
pero sĂ podemos tenerla con la gracia del EspĂritu de Dios.
A san Juan Bautista mucha gente le seguĂa precisamente porque era sincero, porque hablaba con el corazĂłn. No era como otros que se hinchan y se predican para sĂ mismos. Juan no era la luz, pero iba preparando a recibir la luz.
Predicaba el perdón con tal sinceridad que muchas personas sencillas se arrepentían y recibían el bautismo.
Y mucha gente le seguía y le llamaba profeta.
Todo esto despertó la envidia y los recelos de los “judíos”, los sacerdotes que buscaban honores en Jerusalén. Y enviaron unos delegados a preguntarle: ¿Tu quién eres? Como Juan sabía la razón de la pregunta (tenía discípulos y gente que comentaba), respondió directamente con sinceridad: “Yo no soy
el Mesías”.
Pero los venidos de Jerusalén no se contentaron y siguieron preguntando; y san Juan siguió contestando con sinceridad: No soy Elías ni el profeta. Era “la voz que grita en el desierto”. La verdad es que predicar un arrepentimiento ante aquellos soberbios era como predicar en el desierto.
AsĂ que, si queremos prepararnos bien para la Navidad, aprendamos bien, de palabra y de obra, esta primera lecciĂłn:
la sinceridad.
Y como Juan Bautista es sincero, cuando le preguntan si es el Mesías, dice con claridad que no lo es; pero ya anuncia que “en medio de vosotros está”: Es uno a quien no conocéis, es uno que viene detrás de mi, y es uno tan importante que
yo no soy digno de desatar la correa de su sandalia.
Esto de desatar la correa de las sandalias de otro era una de las labores que debía hacer un esclavo para que el amo no tuviera que agacharse. San Juan no se merecía ni ser esclavo de aquel gran Mesías, que estaba entre nosotros. Y que sigue estando entre nosotros, especialmente en la Eucaristía. Aquí nos enseña san Juan su gran humildad.
En medio de vosotros
Automรกtico
Viene a servir, viene a reinar,
Viene a morir, viene a conseguir la paz.
Viene a servir, viene a reinar,
Viene a morir, viene a conseguir la paz.
En medio de vosotros estรก.
Hablando con la gente sencilla.
Viene a servir, viene a reinar.
Viene a morir, viene a conseguir la paz.
Viene a servir, viene a reinar.
viene a conseguir la paz.
Ha cer CL IC
Normalmente quien tiene la alegría cristiana la manifiesta externamente. Muchas veces es difícil porque seguimos en periodo de prueba, donde hay tantas dificultades a las que difícilmente podemos superar. No todos los días son iguales. Podríamos decir que nos da unas fuerzas especiales para sufrir esas dificultades.
Con la virtud que está muy relacionada la alegría es con la caridad: El hacer el bien, si está unido al amor de Dios, debe dar alegría; y teniendo alegría hacemos más bien y lo hacemos mucho mejor; es decir, con más fruto espiritual: para nosotros y para los demás. Este hacer el bien con alegría es el mayor testimonio que todos ven y aprecian en los cristianos, y lo manifiestan públicamente, especialmente en tiempos de dificultades sociales, como puede ser el tiempo de una pandemia.
Así que la verdadera alegría no es algo que debemos poner en el alma, por ponerlo como separado de nuestra vida. Ella sola, la alegría va creciendo en el corazón como un fruto de la vida interior. Si uno busca estar verdaderamente unido con Dios, tiene que brotar la alegría, porque, como hemos ido viendo, Dios es amor y alegría. Lo mismo que decimos que,
si uno está unido con Dios, debe sentir mucha caridad hacia los demás.
En la respuesta de Juan Bautista hay una frase muy interesante que nos hace meditar antes de la Navidad: “En medio de vosotros hay uno que no conocéis”. En aquel tiempo no conocían a Jesús ni sus paisanos de Nazaret cuando, pocas semanas después, se puso a predicar en la sinagoga.
En la Última Cena, a una pregunta de Felipe, Jesús responde: “Hace tanto tiempo que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe?” Esto lo decía, porque conociéndole a Él, debían conocer al Padre. Siempre la presencia de Dios es un poco una presencia oculta.
También lo principal de la Navidad es un poco, o un mucho para algunos, oculto. Si se hiciese una encuesta preguntando a la gente, cuando en las vísperas de Navidad va comprando, sobre qué es la Navidad o hasta qué “pinta” el Niño Jesús en la Navidad, nos llevaríamos grandes sorpresas.
Para muchos la “navidad” es una fiesta totalmente pagana y materialista que no tiene relación con Jesucristo, o quizá una relación ambigua y lejana. Para algunos, si Cristo se presentase en su casa verdaderamente en la fiesta de Navidad, se les terminaba la fiesta. Para otros no, claro.
El hecho es que Cristo vive entre nosotros. A los apóstoles les dijo:
“Yo estoy con vosotros todos los días hasta el final de los tiempos”. “Yo no os dejaré huérfanos”… Los santos vivían con Jesús, como Él quiere vivir hoy, no como nos lo imaginamos, vestido a su manera, etc.
Alguno quizá dice: si en verdad Cristo llamase a mi puerta en Navidad, ¡cómo le recibiría! En realidad Cristo viene en apariencia. Quizá viene en forma de refugiado, de pobre, necesitado o emigrante. Alguien como Juan Bautista nos puede decir: Con vosotros está y no le conocéis.
Cristo está verdaderamente en el pobre y necesitado, y está de una manera eminentemente real en el sacramento de la Eucaristía.
Ciertamente, hay muchos cristianos buenos que preparan la Navidad pensando en los pobres y pensando en recibir a Jesús, participando, de alguna manera, en la Eucaristía.
Y participando también en la alegría de un encuentro familiar.
Desgraciadamente este año de la “pandemia” muchas familias se verán desunidas externamente; pedimos que se unan en el amor y la esperanza.
Que conozcamos más al Señor, por el amor, aunque estemos lejos. Jesús está en todos los corazones que aman y que buscan hacer el bien. Así podemos llegar a conocer más a Jesús que nace entre nosotros.
Automรกtico
clama por la boca del hambriento,
Su nombre es el SeĂąor y sed soporta,
estรก en quien de justicia va sediento,
a veces ocupados en sus rezos.
Con vosotros está, su nombre es el Señor. Con María, su Madre. AMÉN