1
Viento en las velas (mi segunda cosecha) Adolfo Suรกrez Jimeno
ISBN: 978-84-9981-040-9 DL: M-43917-2010 Impreso en Espa単a / Printed in Spain Impreso por Bubok Publishing
Para Marta, Carlos, Miriam, y RubĂŠn. Madrid, Septiembre 2010
5
Índice Vuestros Prólogos
11
Amar la vida
31
Que te distingue de tu ordenador
33
Hay cielo y ellos son las estrellas
37
Carpe Diem
39
Yo soy de esos
41
Me gusta tu risa
43
Luces y sombras
45
Aquella casa al lado del...
47
El Mar
51
Una pareja de cine
53
Has vuelto
55
De mis pies pido
57
En un papel de árboles hecho
59
Desperdicios
61
Te odio
63
Si la vida es un barco
67
7
Domingos al Sol
69
Tendido a la orilla de tus labios
71
Cielos
73
Me hubiera gustado
75
Hashimuri
77
Momentos
81
Ahora nosotros somos viernes
83
SerĂĄ un dĂa de Abril
85
Mar adentro
89
No te pares
91
Tejados
93
Mis manos ciegas
95
Un idioma no es un muro, es una puerta
97
Se imaginaba el mar
101
DetrĂĄs, no mires
105
Si la vida te parece corta
107
Una Carta
111
Mientras
115
Paseando por el regalo de Gaspar
117
El Riesgo
121
Escribo
123
Un libro de tapas azules
125
9
Vuestros prólogos Os lo he vuelto a pedir, y me los habéis dado de nuevo. No hay mejor prólogo para mí que los vuestros. Muchas gracias. Me sugiere el gran Adolfo Suarez, el inefable @cosechadel66, que le escriba una líneas para prologar junto a otros soñadores su segunda añada literaria. Al margen del honor que supone para mí que Adolfo quiera que mis palabras se puedan leer junto a las suyas, es una ilusión poder caminar por la senda de la literatura de calidad como escudero de un tipo que escribe como los ángeles aunque pisa la tierra de la que salen textos que te atrapan. Adolfo, primero, me intrigó e interesó por su nick y su avatar en twitter. Tanto que le pedí que viviera junto a mí una experiencia marciana en un programa de televisión que tuve el honor de presentar, que se llamaba Twision, en la cadena VEO7. Me encontré a un hombre bueno, inquieto de mente, sereno y apacible de presencia, con talento e inteligencia, a quien hice pasar un mal rato a cambio de nada. Y me regaló su amistad. Y su Primera Cosecha. Es Adolfo un hombre avezado en las incursiones hasta el tuétano del alma, que cumple con su deber de escritor al encogerte al alma con sus palabras salidas del corazón y tamizadas por el conocimiento que porta en su cabeza. Es riguroso, minucioso como un artesano de la palabra, esa compleja, difícil y arriesgada herramienta que nos ha sido dada para expresarnos y que tan pocos saben emplear como se debe. Hay tantos que hablan tanto para no decir nada, que escriben tanto para no contar nada, que leer cada día a Adolfo sus textos de 140 caracteres, con los que clava en la diana con acierto los dardos de sus pensares y quereres, es un placer que me hace estarle agradecido. De verdad, Adolfo, @cosechadel66, no nos dejes nunca sin el acicate de tus pensamientos, sin tus palabras dulces y a la vez canallas, sin tus sentencias dictadas sin togas ni
11
puñetas, sin tus sueños de autor de tu propia biografia, redundancia que si lo piensas y miras a tu alrededor no lo es tanto, pues son demasiados los temen serlo y se buscan un negro que les escriba por ellos las lineas que conforman su existencia, temerosos de vivir y confesar albertianamente que han vivido. No quiero perderme nada de lo que tu quieras contarnos. Ahí estaré para seguirte, aplaudirte, criticarte, alabarte, censurarte... para compartir sueños, sonrisas, lágrimas y olas de sentimientos como dos piratas sin pata de palo ni parche en el ojo, pero con el corazón repleto. Salud y espero la tercera ansioso y sereno, sonriendo. Melchor Miralles (@melchormiralles) Insensato, incluso a más, atrevido, dependiendo de hacia donde los vientos llevarán las palabras que fueron naciendo ¿fue insensatez? No, fue despecho. He varado en puertos muchas veces extraños, de historias de marineros pasados de rosca, me he quedado, como no podía ser menos, a escucharles a pesar de envidiarles. Lúcidos momentos en mi mente he tenido, mientras mi deseo de jugar con las palabras, a veces, malas pasadas me dieron y otras vi correspondido el sufrimiento. He escuchado a los vientos, que a oleadas me volvían del revés la cara a veces, y otras, suavemente recorrían cada rincón de mi cuerpo Soy fiel, a lo dicho y escuchado, no me escondo ¿ quién soy yo para hacerlo? sólo he pretendido seguir el viaje, y no quiero ver más horizontes lejanos solo, estáis aquí, y eso ,es mi premio. Cosecha del 66 fue el comienzo, y ahora vosotros sois su presente. Gregorio López Vicente (@Goloviarte) Para la historia, el año 1966 viene plagado de las más diversas efemérides: si consultas cualquier anuario, lo sabrás. Pero en el listado no aparecerá la que da pie a estas palabras más o menos bien pergeñadas: el nacimiento de Adolfo Suárez (sin relación, que se sepa, con el ex-presidente español), más conocido en la Red de Redes como cosechadel66. Adolfo es, ante todo, escritor y muy buena persona, aunque no necesariamente en ese orden. Si hubiese
13
nacido en otra época, estoy seguro de que andaría emborronando cuartillas con una pluma en cualquier buhardilla, alumbrado por un candil. O tomaría pulcras notas en una libretita negra, embarrado hasta las cejas en la trinchera de alguna guerra mundial. No he de hacer demasiado esfuerzo para imaginarlo debatir con ardiente verbo, con pipa y chalina, en algún salón de la alta sociedad dieciochesca. Pero Adolfo es hijo de su tiempo, y no es escritor de pluma o, si me apuran, de máquina de escribir. Es domador de palabras en Internet, ese ente gigantesco que ha tomado nuestras vidas al asalto. Desde su “blog” (“bitácora”, proponen llamarlo en castellano), ha ido reuniendo vivencias, escritos, recuerdos y opiniones, lo que forma el alma y esqueleto de este libro que ahora mismo tienes en las manos. De hecho, Adolfo no es ajeno a esto de traducir los bytes a papel del de siempre, del que huele a tinta: esta es la segunda entrega de su personal vendimia. Quienes le seguimos, solemos degustarla, como él mismo dice, “a copitas”. Tú, lector, eres más afortunado: has recibido una caja de edición limitada, con etiqueta de “reserva”, para tu sensorial goce. Si algo bueno tiene un autor como Adolfo, es el hecho de que no es un nombre congelado para siempre en la portada de un volumen de biblioteca. Los seguidores de este madrileño, y orgulloso de serlo, pueden interactuar con él y sugerir a través de Internet, mediante comentarios, correos, mensajes en Twitter... Intentad imaginar a vuestro autor favorito haciendo eso. No todos están preparados para ello. Ya que mencionábamos Twitter, no quiero dejar de añadir que esta curiosa red social minimalista (se basa en mensajes de 140 caracteres) fue la que me llevó a conocer a Adolfo y a seguirle (tanto en en sentido personal como en el estricto de Twitter). Y es un elemento difícil de desligar del presente trabajo. Al igual que he aventurado antes, en otras épocas, hubiésemos tenido la tertulia del café a diario. Hoy día, usamos Twitter y otras herramientas electrónicas con diríase que la misma intención. No tenemos que estar ya sentados a la misma mesa para discutir sobre todo lo discutible, filosofar, compartir o bromear. Aunque los lazos de la amistad electrónica son fuertes, y a poco que se pueda, intentamos siempre “desvirtualizar” a esa persona con la que hablamos a diario y que nos escucha, pese a no tenerla delante. Pasa pues a sumergirte en el mundo de Adolfo Suárez, en su prosa y en su admirable sensibilidad. Descubrirás un mundo que se parece muchísimo al tuyo, aunque visto con otros ojos...
15
que tampoco andan tan distantes de tu propia mirada. Francisco J. Campos (@Dominatrix) Como bien dice el refranero: “Agosto madura, septiembre vendimia”. Estamos en septiembre y ha llegado la hora de vendimiar. El trabajo de todo un año se ve reflejado en esas uvas doradas al sol que esconden su desnudez, qué curioso, con hojas de parra. Preparaos para hacer un viaje por vuestra vida. Vuestros recuerdos, muchos olvidados en el viejo desván de la memoria, las emociones, muchas nunca se habrán vuelto a repetir, y sensaciones, las del día a día. Preparaos y agarraos donde podáis porque, y volvemos al refranero, “Septiembre y marzo, revoltosos ambos”, los vaivenes y tantarantanes van a ser continuos. Os veréis reflejados siempre. Incómodos, que no incomodados, unas veces, conmovidos otras. Las Cosechas de Adolfo son los gritos de los niños que dejaron de serlo en el patio. Son el primer beso indeleble en el banco del parque. Son las ilusiones no tan adolescentes. Son el susurro de dos enamorados. Son las porfías de dos abuelos. Son poesía donde no parece haber nada. Son, simplemente, la vida. Esa vida retratada en los racimos de uvas doradas maduradas al sol de cada día. No os hago perder más tiempo. Y a ti Adolfo recuerda: “Por septiembre, quien tenga trigo que siembre”. Carlos Barazal (@charlygp) Tuitear por Tuitear NO es tontería, sino el puro Twitter que distingue al Patio de @cosechadel66 de otros TimeLines empeñados en elevar a no sé que cumbres profesionales lo que no es más que el placer de conversar y el palique por el palique. Seas incontinente en tus tuits o el calladito del Patio, no dejes de escuchar cuando John Adolfo Wyne reposa la copa, retira el cigarrillo y comienza: #elcorner,#variantes #molamadrid #mixtos...” Luis Casas (@lcluengo) Cuando estás vivo, pero vivo de verdad, con ganas, ocurre que sueles ver más allá de dos metros por delante de ti. Tan pronto ves un banco del parque con una historia dibujada entre
17
sus hierros de formas barrocas, como ves un sutil movimiento de la hoja de un árbol, que te evoca aquel gesto inocente que una vez te hizo alguien de quien creías era el amor de tu vida. Un gesto que no intentaba decir nada, pero decía tantas cosas… La vida es ir sembrando de la forma que mejor nos parezca, es no olvidar y dejar grabado cada instante o cada situación que nos produce algún tipo de temblor, incluso los que sólo nosotros apreciamos. No debemos establecer un modelo oficial de vida, pues existen tantos modelos como personas viviéndola. Lo que pasa es que si somos capaces de apreciar como puede pararse el tiempo dejándolo colgado de los ganchos de una sombrilla, o recuperar sonidos, colores…olores de nuestra infancia con tan sólo observar un muro en ruinas; si podemos poner en tela de juicio la justicia del hombre ante la desesperación, o descubrir como la belleza no tiene vacaciones encontrando la forma de llevar un arco iris en el bolsillo; si conseguimos cosas así no me negaréis que el modelo de vida es de pura siembra, de pura huella. Es para hacer eterno lo más simple. Desde la cosa más simple hasta la más común de las cosas, de las palabras, de las personas, tiene algo que decir si somos capaces de encontrar la vía por la que hacérsela sacar afuera. Si somos capaces de oír respirar a una película, una canción, una foto, una piedra o un banco en el parque; a una ciudad gris por la lluvia, un libro, una palabra,… o un plato de comida... Si somos capaces, además, de grabarlo en la vida de los otros, entonces estamos sembrando y sembrando sin parar. De eso se trata. Dijo alguien alguna vez de forma anónima que no debes juzgar tu día por cuanta cosecha lograste recoger, sino por cuanta semilla lograste sembrar. Esto está ya hecho, la semilla está sembrada y tenemos ahora la oportunidad de verla, tocarla e, incluso, olerla. En las próximas páginas está la esencia de esa siembra. Es tiempo de cosecha.. Rafael Martínez (@Hoteles20) Escribir sobre un libro del que imaginas saber que tiene escrito es, sin duda, más difícil que escribir el libro en sí, pero, tal y como prometí, trataría de escribir un prólogo que (espero) esté a la altura de este interesante libro. Podría decir que descubrí su blog navegando realizando una busqueda absurda, pero, lo cierto es que me descubrió él a mí y me lo hizo saber a través de sus comentarios, que día tras día
19
iba publicando en mi blog. A partir del enlace de esos comentarios, comencé a navegar por su blog y poco a poco fue ganando una merecida posición de preferencia entre las paginas que visito a diario en uno de mis 2 descansos diarios en la oficina. Cuando visito su blog, lo hago por sus textos, por las imágenes que comparte de otros estupendos artistas (y por los que a veces, sin querer, y sin saberlo, competimos por publicar antes que el otro). Tal y como aparece en la cita de Nietzsche al comienzo de este breve prólogo, ahora le toca a el autor de este libro darle un sentido al nuevo por qué de su vida. Mucha suerte, de corazón. Gersón Beltrán (@gersonbeltran) Trovador de nanas elegante y cortés, Caminante infatigable de kilómetros de piel Retuiteador de ilusiones, replayero de afectos, Escultor del presente y el pretérito perfecto. Camarada en los momentos más humanos Juez en aquellos más indeseados. Si no te cuenta una de indios Te la cuenta de vaqueros, Llama al orden a políticos Y a ensalzados guruyeros. Con sus saludos, con su ternura, Con su sonrisa, con su lectura, Te hace el día más llevadero, De amigos y risas, es gran cosechero. Gracias, Adolfo. Nieves Martinez (@nieves_ma) Los grandes hombres se miden por su sencillez. Si algo hace grande, aún más, el genio de Adolfo es su enternecedora humildad, la capacidad para bajar a la arena, su cordialidad, la poca importancia que le da a sus actos y sobre todo a
21
la escritura, como si fuese algo normal, burlándose de los dioses, cuando realmente escribir como él escribe está al alcance de muy pocos. Escribir tiernamente, como verás en este libro, es lo que hace Adolfo Suárez prácticamente cada día. Derrochando optimismo y pasión por la vida y por vivir, en cada una de las piezas. Destilando ternura, transmitiendo el amor que siente por su ciudad: Madrid. Encumbrando en el Olimpo cualquier sonrisa, gesto o mirada, sólo por él percibida. Aquí vas a descubrir, lector, la importancia de un beso, el olor de una flor, la calidez de una anciana, la belleza de una película, la paz de una música, la certeza de un dibujo o la luz de una fotografía. Y te cautivará. Y vas a necesitar cada día la dosis de optimismo, ternura y humanidad de Cosecha del 66. Como le ocurre a este humilde prologuista desde que recaló en los dominios de Adolfo Suarez Jimeno. Disfruta de la lectura. Francisco Navarro Navarro Quiero opinar, libre y voluntariamente, sobre lo que puede ser una segunda cosecha. Cosechadel66 es una recopilación de pensamientos, entendidos como el extracto de lo que pasa. Y, cosechadel66, es Adolfo. Uno sin otro no tienen sentido y, precisamente eso, lo hace tan normal y tan extraordinario. Adolfo es un vecino. Como el señor Valentín, don Ramón o la Felisa. Tan a gusto está con unos como con otros. Vive en un piso cualquiera del patio, con una ventana igual a las de los demás. Pero Adolfo padece vista cansada. No es que necesite gafas. Su mirada es más lenta que la de los demás. Saborea cada detalle, cada rincón que para los que miramos “normal” pasan inadvertidos. Por eso la llamo cansada. Porque su velocidad es pausada. Y Adolfo se recrea en las pequeñas cosas que, al final, son las que nos demuestran que la vida son detalles. Por eso necesitamos a Adolfo. Para que, día a día, nos enseñe en qué es diferente hoy de ayer; qué nos hemos dejado sin ver en el rellano. Y, pensando en lo que nos cuenta, disfrutemos de la suerte de vivir en su mismo bloque. Diego Lorente (@dielogo)
23
Esta es la primera vez que me planteo escribir en prólogo, aunque buen camelador en las distancias cortas, soy parco en palabras al escribir, aunque gracias a un gran personaje, gran compañero, gran escritor, gran poeta, gran vividor y gran referente. Y por supuesto como gran amigo de noches de lluvia y barbacoa, que contra todo pronóstico se convierten en grandes conversaciones de nuestras vivencias y nuestras anécdotas, sacando lo mejor de nosotros mismos, y nos damos cuenta que, por devoción o bien por admiración somos capaces de estar escribiendo esto para dar las gracias. Las gracias porque cada día da los buenos días, gracias porque todos los días alegra la mañana con un post con una lección de historia, o simplemente una gran lección de la vida. Porque él, como tantos otros hace que la vida 2.0 sea interesante porque consigue que cuando te mencione, te haga un retwitt o porque quedes con el para tomar unas cañas es de verdad, todo un honor, porque que gente como él se necesita más en el mundo. De todo corazón gracias @cosechadel66 Mario Rojas (@mrglenean) Estas líneas que escribo vienen a la petición de alguien tan original, que pide prólogos a por Twiter a todos esos desconocidos que conoce porque cruza su vida con ellos en 140 caracteres… aunque a veces sobran y otras faltan…. Desde hace años no soy un gran lector, de hecho, aunque os pueda escandalizar lo que más leo es el prensa deportiva al margen de revistas y periódicos del sector en el que me muevo habitualmente….leí en su día pero ya no lo hago porque la vida me ha ayudado a seleccionar otras prioridades en estos momentos… Hace cosa de 4 meses, me di de alta en Twiter y unos 2000 tweets después(es como se mide el tiempo allí) apareció en mi TimeLine el nombre de alguien llamado allí @cosecha66 a quien empecé a seguir…posteriormente fue su blog…que me gustó por su frescura, por su agilidad, por sus textos cortos, fáciles de leer, aderezados además con temas musicales recurrentes o con escenas apropiadas…. Finalmente me llegó por invitación de Adolfo su Primera Cosecha (primer libro que he conseguido leer en formato digital) que me siguió encandilando con textos directos, sencillos y en
25
algunos casos enigmáticos…Reconozco que ayudó a atraparme el primer texto,ese que versa sobre temas musicales…, básicamente porque a mi también me ha pasado… Ahora espero ansioso su segundo libro “Segunda Cosecha”? … Podéis localizarnos en twiter o como Adolfo dice: “aunque yo prefiero decir El Patio del Pájaro Azul, que suena como un pelín más nuestro. “ Iñaki Sistiaga (@musicliveislife) “Hay un bosque de antenas y debajo viven sueños ...”, hay un bosque de palabras y fotos y debajo descubres un mundo de sueños, recuerdos, reflexiones o sentimientos que te invitan a seguir leyendo ... - y sintiendo - ... a desear ser protagonista de historias o que otros protagonistas tomaran ejemplo. Respeto, pasión, erotismo, ternura, filosofía de vida ... a través de una prosa deliciosamente escrita, casi poética, que te impiden dejar de leer y te entristece cuando termina. @Cosechadel66, Adolfo, haces bueno tu propio dicho, “Un idioma no es un muro, es una puerta ....”. Gracias por abrirnos tu puerta y mostrarnos tu reflejo. Lector, ábrela, lo celebrarás :) Mercedes Hortelano (@MyKLogica) Cuando una empieza a andar por “El patio del Pájaro Azul”, como él lo llama, escucha esas conversaciones tan típicas de las señoras que adoran a sus vecinos: “¡Escribe tan lindo! Lo leíste? Ten, lee y luego me cuentas”. Las que quieren tomar un café con él para conocerle, para desmitificarlo: “Esto que estoy escribiendo podría ser distinto luego de que te conozca, ¿lo sabes?” Las que se imaginan cómo es esa mujer que él espera: “supongo que a la persona a la que te refieres le vuelve loca…” Las que se amedrentan un poco ante su propuesta, porque él es muy bueno para ellas: “Tu ya sabes que lo mío no es escribir, pero ya estoy deseando leer ese prólogo en el nuevo libro”. Las que se lo imaginan por todo lo que han escuchado de él en el patio y lo que él escribe. La foto da una pista, pero quizás lo que más hable de él es
27
su apodo: “Cosecha del 66”. Le gusta el vino, está muy bien acompañado, disfruta de la vida y nos lo cuenta. Hasta una espera puede ser linda, y una casa abandonada puede tener vida si se mira a través de esa copa que destiñe un rojo intenso. Escucha a los otros, y se hace eco de sus voces, de sus palabras. Yo estaba en el patio, escuchando a otros hablar de él y con él, pero él vino a tocar a mi puerta, y así empezamos a hablar nosotros. Es un placer, como el buen vino. Julieta Cuadrado (@Julietacuadrado)
29
Amar la vida
Amar la vida. Porque se nos acaba a cada minuto, a cada segundo, a cada uva que nos tomemos (o no, que me confieso incapaz) un 31 de diciembre. Porque nada vuelve y todo nos debería parecer nuevo en cada esquina que doblemos. Porque cada sonrisa es un tesoro, cada lágrima una caída, cada beso que devolvemos es la prueba de que todo esto tiene sentido, al menos si lo miras desde los labios que lo entregan. Cada latido que damos es uno menos que daremos, pero uno más que hemos logrado dar. Y miro sus ojos y merecen la pena. Porque el amor existe, la vida duele, el odio acecha, lo negro asusta, el alma ríe, sus gestos me enamoran. Aún quedan risas, sonarán canciones, habrá medallas aunque no sean de oro, existirán derrotas de las que levantarse y aprender. Porque nunca, nunca puedan con nosotros. Porque te quiero, Marta. Y a vosotros sin borrachera de comida de amigos o de empresa. Por que sabéis perfectamente cada uno de vosotros a quien os lo digo. Porque no tenéis ninguna duda de ello. Por todo eso y todo lo que no puedo decir por falta de ingenio, palabras o corazón. Por todo…. amar la vida.
31
Que te distingue de tu ordenador
A veces me pregunto qué es lo que me distingue del ordenador que ahora mismo estoy utilizando para, por ejemplo, escribir estas palabras. Es una pregunta absurda, soy consciente, que quedaría mucho mejor en una noche de borrachera larga, justo después de haber agotado los temas mínimamente lúcidos. Pero quizás todos nos deberíamos hacer más a menudo esa pregunta. Quizás nos deberíamos preguntar qué nos hace ser personas, seres humanos. Por ejemplo, se me ocurren las cifras, o las palabras. El ordenador no sabe que significan, simplemente se limita a realizar todo tipo de operaciones con ellas. El no sabe lo que significa “Los ingresos de las 500 personas que más ganan en el mundo son parecidos a los de 416 millones de personas que menos dinero obtienen”. O si hago que aparezca en la pantalla: “Más de 2600 millones de personas no disponen del saneamiento adecuado, de los cuales, más de mil millones no tienen acceso al agua potable, lo que provoca la muerte de 1,8 millones de niños al año”.
33
Cifras, palabras. Yo, nosotros, SI deberíamos entenderlas. Por cada hombre rico hay medio millón de hombres pobres. Hombres, personas. Con el mismo código genético que nosotros, que tú, que Ojazos, que yo. Con ilusiones, amores… 2.600 millones de estas personas (¡2.600 millones!) no tienen saneamiento adecuado. Imagínate 200 veces España, la población de España, los mismos que vemos en la calle, en la tienda, en el trabajo. Imagínate todas esas personas, multiplícalo por 200 y comprenderás esa cifra. Y niños, como los míos, como los tuyos. Deseosos de juguetes, de atención, de caricias, de futuro. Pues imagínate que la mitad de la población de Madrid muriese en un año. Esos son los niños que mueren. Niños. Una palabra. Y unas cifras. Hagamos algo para no ser meros receptores de cifras y palabras. Hagamos algo pequeño, lo que sea. Porque si no, nosotros pronto también seremos sólo palabras: olvido, miseria, indiferencia… Escribamos, exijamos, preguntemos, votemos. No hace falta ser héroes, hace falta ser personas, de verdad. Para que quizás algún día, por cada hombre rico no haya demasiados hombres pobres.
35
Hay cielo y ellos son las estrellas
Sean Connery acaba de entrar y enciende su cigarrillo mientras observa como va de animado el local esta noche. Con un leve asentimiento saluda a Sharon Tate y Kim Novak, que intentan convencer a Steve McQueen para que les presente a Elvis, que está sentado detrás de ellas, y charla con Jim Morrison sobre los nuevos mp3 y como sonarán sus canciones en un nokia. Enfrente de ellos, Pier Angeli y Ava Gardner apuran una tónica y un whisky, respectivamente, y llaman a Roger Moore, que ejerce de camarero, que esta noche le ha cambiado turno a James Stewart. Desde la barra le llama Clark Gable, y le señala con el dedo los Martinis ya preparados de Audrey Hepburn y Sofia Loren, enfrascadas en una discusión sobre el modelito de Kim Novak, sentada al lado de John Lennon, y empeñada en saber cómo es eso de encerrarse en un hotel de lujo por la paz. Paul Newman se apoya en la barra y observa como Jagger y Bowie preparan el decorado para que toquen Pink Floyd, a la vez que intenta pillar algo de lo que dicen a su lado Romy Schneider y Alain Delon, discutiendo sobre si París o Niza, o ambas cosas a la vez. Liz Taylor piensa en Richard Burton, al tiempo que escucha la última rima que le ha dedicado Bob Dylan. Hay luces y conversaciones tenues, y todos son jóvenes y brillan. Todos tienen algo que contar y a la vez todos son contados. Hay cielo y ellos son las estrellas….
37
Carpe Diem
Ahora. Aprovecha el momento. Este segundo. Ya se ha ido. Corre… súbete al minuto siguiente. Escucha esa canción, escribe un “te quiero” en el espejo con carmín, haz la penúltima locura. Cómprate un bolso, una camisa, una sonrisa nueva. Lucha con el “no puedo”, con el “no quiero”, con el “que dirán”. El futuro es tan incierto porque siempre termina por convertirse en el presente. El pasado es un baúl pesado que siempre llevarás contigo, pero pon los malos recuerdos muy al fondo. Todo se puede arreglar salvo lo que no tiene arreglo, pero si no lo tiene, preocúpate por lo que sí lo tenga. Sí, tienes razón, es más fácil decirlo que hacerlo, escribirlo que ponerlo en práctica. Pero reconóceme que no es malo sacar lo que podamos de este charco en el que estamos metidos los que vivimos. Esa ilustración es preciosa, aquella película nos encantó, todavía hay gente buena en algún sitio, me has hecho reír de nuevo, me gustan tus ojos cuando miran algo que les gusta, me encanta el cordero asado, la cerveza fría y las charlas con final feliz. Aprovecha el momento para que no lo haga la tristeza, el odio, el hastío… Carpe Diem
39
Yo soy de esos
Sí, lo reconozco. Lo confieso. Me declaro culpable. Todo lo admito. Yo fui de aquellos que leyeron El Principito y se lo creyeron de pe a pa. De los que tuvieron la suerte de leer la primera edición de la Historia Interminable en castellano, y desearon que fuera verdad lo que su título decía, y no acabara nunca. Soy de ese grupo de gente que escucha Imagine, e imagina, que cree que las respuestas puede que estén en el viento, o quizás al vent. Pertenezco al grupo que aún dicen te quiero, a las viejas glorias que mantienen que el mar está tras los adoquines. Sí, yo leí Juan Salvador Gaviota, y quise ir más allá, y hacer piruetas imposibles en lugar de vivir de la basura tras plácidos vuelos sin forzar mis alas. Sí, yo soy de los que creen que aún podemos, de los tarados mentales que ven posible a Frank Capra y a Ghandi. De los que dan más valor a un guión de Wilder que a un discurso de Hitler. Yo soy de esos. Aún creo en ti, en tu sonrisa, en tus ganas de mover el mundo. Todavía pienso que vencerán, pero no convencerán, ni pasarán, y que no, no, no nos moverán. Soy así de tonto, de viejuno, de insensato, de pasado de moda, de vencido, de vieja gloria, de infantil, de irrealista, de romántico, de idealista, de ingenuo en suma. Yo soy de esos.
41
Me gusta tu risa
Nos gusta mirar tu sonrisa mientras te vistes. A los espejos, a la colcha arrugada sobre la cama, a las tazas de café recién hecho encima de las mesillas, al cenicero lleno de la noche pasada, al despertador. Nos gusta verte sencilla, mientras intentamos memorizar cada parte de tu cuerpo para esperar el momento que la veamos de nuevo. Me gusta. Me gusta verla, oírla, sentirla. Me gusta respirar el aroma del aire en el que se suspende cuando la dejas libre. Me gusta que me sorprendas con ella, o que acunes levemente mis sentidos. Me gusta franca, o leve, en gesto simple, en pliegues en tu rostro, en ademanes de tus manos. Ella anuncia las horas del día que merecen verse, y su ausencia marca el nacimiento de las horas grises. Ella se cuelga en tus miradas, se apodera de tus tonos, me enamora al estar presente. Me gusta su falta de vergüenza, su descarada presencia, su deshinbida seducción. No me sacío de ella, no me lleno nunca, no hay cansancio ni se agota mi deseo de que la dejes existir. Me gusta. Me da la vida, me adorna el aire, me quita el miedo, me desnuda y me excita para tí. Le gusta a mis oídos, a mi sexo, a mis labios que la imitan, a mis caricias que la esperan. Porque eres tú me gusta.
43
Luces y Sombras
La luz de una sonrisa en una mañana cualquiera, sin prisas y sin deudas. La sombra de apretar los dientes y seguir andando. Una cerveza al sol de mayo contra el amargo sorbo de la imposibilidad de cumplir todos los deseos. Un juego inocente y simple, pleno de risas, enfrentado a decisiones que tomar en días grises contra gente gris. Un pequeño roce de tus ojos sonrientes, un poco antes de subir escudos ante miradas que se clavan en la espalda. Un recuerdo entre papeles y recortes, una mirada al you tube que todos llevamos dentro, y después un concurso basura donde tienes que elegir quien es el que la tiene más larga. Luz y sombra. Caminamos entre esquinas y llanuras, entre ríos y alcantarillas, entre risas y golpes. Caemos y saltamos. Somos hombres libres y a la vez, estúpidos y ambiciosos, mujeres libres y magos de malas artes. Todos llevamos luz y sombra, y todos somos sombra y luz. Decide si te enciendes o te escondes.
45
Aquella casa al lado del...
Era una casa oscura, gris. Era una casa que coronaba la colina del pueblo donde veraneaba y un montón de pesadillas en verano, en las noches en las que aparecía una y otra vez, allí arriba, silenciosa, con la presencia que tienen todas las cosas que no podemos explicar. En invierno, más lejos en el recuerdo y en la distancia, sólo aparecía de vez en cuando, pero su presencia bastaba para recordar la noche como algo intranquilo y nada reparador. Era sólo un crío cuando se dió cuenta de su existencia, pero sabía que le habría bastado sólo aquella primera mirada para que todo eso ocurriera. Mientras fue pequeño, la única preocupación respecto a la presencia física de la casa era buscar caminos alternativos para evitarla, como si el terror que le inspiraba pudiera estar agazapado y saltar sobre él en cualquier recodo. Cuando creció, lo que más le terminó por molestar fue que aquel miedo le siguiera acompañando, y le convirtiera durante el sueño o en determinados momentos del día en el niño asustadizo que había visto por primera vez aquella casa en la colina. Al final, decidió coger el toro por los cuernos, o más bien la casa por las puertas, y un día cualquiera de abril viajó al pueblo de los veraneos de su infancia. Aparcó el coche y subió andando por la misma vereda llena de la misma maleza que había evitado todos esos años. Miraba al suelo, aunque su cerebro le quería obligar a mirar de frente aquellas ventanas negras que siempre le parecieron ojos. Supo
47
que había llegado cuando la vereda se abrió para convertirse en un pequeño claro de suelo de arena y piedras. No queria mirar. Tenía miedo de mirar. Sudaba, y a la vez un frío irracional le impedía moverse. Pero tenía que mirar. Para eso había llegado hasta allí. Poco a poco se obligó a subir la mirada de manera desesperadamente lenta. Sus ojos recorrieron el claro, poco a poco, temiendo encontrarse con las escaleras podridas que siempre imaginó. Y terminó de levantar la mirada. Para no encontrar absolutamente nada, tan sólo la vista del otro lado de la colina. Aquello era absurdo, una mala broma, no podía ser. Se giró sobre sí mismo para comprobar la ausencia, y eso fue lo único que encontró. Eso, y un oxidado cartel con un número de teléfono. Y se dijo a sí mismo que ya era hora de construirse una casa en el pueblo donde siempre había veraneado con sus padres.
49
El mar
El mar es puro horizonte. Se despliega, se funde. Es cielo. Es el futuro que queramos. Es ser naúfrago o pirata, corsario, bucanero, capitán. A toda vela. Es una tormenta, una batalla, el rumor de las olas acompasando caricias en la playa. Es un niño, es una fiesta, es el anciano que todo lo sabe y todo contiene. Es volar, nadar, conocer, comprender. El mar es tenerlo lejos para verlo siempre. El mar es tenerlo cerca para poder alejarse y añorarlo. El mar es la primera ola del verano lamiéndote los pies y la última mirada hasta el año que viene. El mar puede serlo todo, como un lienzo, como una hoja de papel, como un archivo de texto con la barrita que parpadea, una y otra vez, como las olas… Lo jodido no es vivir lejos del mar. Lo jodido es recordarlo. Lo jodido es amarlo y no llegar, y no verlo. Y no sirve decirte a ti mismo que tu vida es así. Porque el mar no se va a mover de ahí, no va a venir a ti. Y a veces la tristeza abre la puerta y sale a dar un paseo por tu cuerpo. Y seguimos andando. A ver si convenzo a esa vieja bruja gris de la tristeza para que el paseo termine en una sonrisa de tus ojos, que son el mar que más cerca tengo.
51
Una pareja de cine
El quería una historia de amor como las de James Stewart, pero sin que tuviera que arriesgarlo todo. Ella quería pocas palabras pero muchos actos. Nada de charlas antes de matar al malo. Sólo disparos. Así que prefería las películas de acción. El quería conquistarla a lo Clark Gable, con sonrisas y chistes de ocasión, y ella quería miradas de silencio y de respeto. El quería una porno en el salón, y ella prefería Cumbres Borrascosas en la cama. A él le gustaban las del oeste y a ella las de naves espaciales, puestos a elegir entre amplios espacios que hubiera que recorrer. John Wayne contra Spock. A él le gustaba Peter Pan y ella no entendía a Wendy. Al final compraron otro DVD, y las caricias hicieron una huelga por falta de trabajo. Y los diálogos se enfrentaban a medio camino, como cuando se pasea por la calle en un pueblo una noche de verano, y puedes oir a James Dean dando la réplica a Stallone mientras Andrés Montes comenta un partido de verano.
53
Has vuelto
Hay unos cientos de minutos que te buscan. Tienes un bolsillo roto, y se te han escapado las caricias. Hay espejos en la casa, y al menos un par de ellos tienen cuentas pendientes contigo, y están dispuestos a cobrarlas. No hay ningún coleccionable que te acabe de convencer, y quizás debas empezar la recopilación de tus recuerdos, y en el primer número te regales la cerveza belga que siempre ves en el super y nunca acaba en tu cesta. Se parece demasiado a demasiadas citas. Ni estas derrotado ni tienes ninguna victoria que mostrar a tus tropas. El camarero que te ponga el café mañana va a ser el mismo, y si no lo es se parecerá bastante, y será clavadito dentro de unos días. Pero resistir es vencer, y soñar es la señal de que respiras. Puede que se hayan equivocado contigo, puede que puedas soñar y respirar, y caer al mismo tiempo. De pequeño querías tener un ratón en el bolsillo. Nadie sabe eso, ni necesitan saberlo. Asi que prométete escarbar en todos los segundos que veas demasiado grises, di a tus deseos que esta vez no te irás tan lejos, y prepara tu rincón con un cubo grande para escupir la sangre. Has vuelto.
55
De mis pies pido
De mis pies pido un andar seguro, de mis manos un recorrido entre sus cabellos y unas palabras escritas que sean mi espejo. De mis ojos pido poder ver cosas que no haya visto y no cerrarlos si no me gusta lo que veo. De mi mente pido que sea menos ventanilla de reclamaciones y mĂĄs ventana o terraza abierta al cielo. De mis brazos pido que sepan dar abrazos y reflejar consuelo. De mis piernas pido que sigan andando aunque las hieran. De mi corazĂłn pido que no se lamente porque le pidan y sepa pedir cuando le tengan cerca. De mi alma pido, no, mejor reclamo, que se quede todavĂa un tiempo y no se venda por las cosas que tanto pido.
57
En un papel de árboles hecho
En un papel de árboles hecho escribí nombres sin fin, versos sueltos, palabras biensonantes, apuntes de física, deseos futuros, reproches ocultos y chuletas que arderían nada más acercarse a la barbacoa. En un papel me abandonaron musas y me dejaron multas, me reprocharon y alguna vez me citaron. En un papel dibuje siempre mal mis mundos y mis viajes a ellos. En un papel encontré palabras guardadas y guardé mis palabras. En un papel quiero enterrarme y luego resucitar en los ojos de alguien mil años después. En un papel.
59
Desperdicios
Se vistió de nuevo sus ropas nuevas, porque nuevas eran cada vez que su piel cubrían. Comprobó el cargador de sonrisas de su boca y volvió a cargar la recámara con un beso profundo de final de cine de los años 50. Y salió a la calle a trabajar. Y todos los colores de aquella mañana de septiembre le dijeron buenos días. De tu pelo me quedo con el roce de mis dedos una noche tranquila de verano. Aunque parezca mentira, a cada paso que das me gusta ver como te alejas. Te veo andar por el pasillo desde tu espalda, y pareces ordenar a un viento inexistente que aparezca y que te siga. Y con él te persiguen mis miradas, y a cada paso mi deseo envidia la inexistencia de ese viento, que puede rozar los perfiles de tu cuerpo, y me gustaría poder enroscarme como él, en tu cabello. A veces te viste la luz, y te sigue, y delimita tus fronteras como el mejor acuerdo de postguerra. Te acaricia. Y se mueren de envidia mis dedos. Y yo observo. Te miro desde cualquier espacio mientras te vistes de destellos. La luz se refleja en tus rincones y tus ojos ríen. Me rindo. Por una vez quiero ser sombra y mirar sin ser visto como nadas entre la luz que se escapa para verte.
61
Te odio
Te odio. Con un odio frío, el que se consigue cuando sale hasta de los huesos calados. Te odio porque estás en el principio de todos mis errores, de todas mis mentiras. Porque nunca apoyaste las verdades. Te odio porque sólo me distes miedo. Porque siempre te he fallado. Siempre. Tu desprecio alcanzaba siempre a todo el catálogo de tiempos de los verbos. Nunca fui, no soy, nunca seré lo que tu querías, quieres, querrás. Eras mi mundo, y nunca conseguí llenarte. Eras mi objetivo, mi llegada, mi destino, pero tus puertas siempre estaban cerradas, Nunca me quisiste, nunca me has querido Nunca me querrás. Bastaría una palabra, un gesto. Pero nunca existirá. Te importa más tu orgullo que mi vida, que mi muerte. Esperé a ser lo mismo que tú para poder comprenderte. Y ahora miro a los ojos de mis propios hijos, de tu propia sangre, y lo único que consigo es odiarte más. Estás a un gesto, a una palabra; y sin embargo, te percibo muerto como ese gesto. Tan muerto como estoy yo. Ya ves, viejo cabrón. Ambos muertos. Me distes dinero, errores y odio. ¿Donde escondiste tus besos? ¿donde guardaste las caricias? ¿En que jodido rincón están tus putos ánimos? ¿Que te hice? Nunca pude ser como quisiste.
63
Te odio. Has muerto y me dueles cada día. Me hieren tus recuerdos siempre. He tenido que aprender a vivir sin ti. Sin ser huérfano, lo soy de tu presencia., de tu cariño, de tu abrazo. Me querías fuerte, y sin embargo sólo me enseñaste a mentir para no decepcionarte. No soy fuerte. Nos soy nadie. ¿Estás contento, viejo cabrón? Ya no puedo mentirme. A ti no te quiere nadie, pero te basta con que te tengan miedo. A mi por lo menos nadie me teme. Te odio porque me has robado a mi madre. Por que te ha elegido a tí. Porque prefiere no enfadarte a ver a su nieto o a su hijo. Porque tampoco tengo sus caricias, esas que siempre me tuvo que dar a escondidas. Porque a veces sueño con sus besos. Eso es lo único que no podrás robarme. Soñar con ella. Te odio. Y ni siquiera después de estas palabras puedo poner ya la que ojalá alguna vez hubieras sabido lo que significaba. Tú no eres mi padre. Y jamás me habrías dejado preguntarte más de dos veces ¿Qué es eso?
65
Si la vida es un barco
Si la vida es un barco, que haya sueños en las velas y no esclavos en los remos. Si la vida es un barco, que sea un velero blanco sin capitán y tripulado por gente honesta y libre, y que busque siempre un horizonte donde sólo se encuentren los principios y nunca los finales. Si la vida es un barco, que las tormentas las pasemos luchando y no callando, que el mar nos golpee pero no nos derrote, que los deseos sean jarcias, los sonrisas timón, las caricias mástil, y al pasar las nubes negras nos encuentre el sol cansados pero vivos. Si la vida es un barco, que ningún corsario pueda con nosotros, que los cañones de tus ojos desarbolen galeones y fragatas, que no nos aborden las tristezas, que arrojemos a los tiburones las dudas dudosas, los falsos profetas, las verdades a medias y las sonrisas de lado. Si la vida es un barco, que sea hermoso y ligero, rápido y orgulloso, que al viento le guste, que enamore a las olas, que los delfines nos sigan, que los viejos nos recuerden, que los niños sueñen con navegar con nosotros, que las autoridades competentes nos teman, que no tengamos dueños sino nosotros mismos, que se permita el amor y se griten los susurros. Si la vida es un barco, que haya sueños en las velas, y no esclavos en los remos.
67
Domingos al sol
Un domingo más, Anselmo se dirigió al quiosco para comprar la prensa. Un solecito inusual en Noviembre le calentaba el rostro y el ánimo. Con su radio en el bolsillo y el recién adquirido periódico, dirigió sus pasos hacia el banco donde se pasaba las mañanas dominicales de otoño e invierno que eran tan agraciadas como aquellas. En los días de lluvía o frío prefería el Bar de Toño con un buen cafecito, o se dejaba caer por casa de su hijo, y en verano o primavera prefería la sombra de los árboles de la plazuela del parque, más resguardado del sol. Pero aquellos días como este le gustaban, porque eran como un regalo, como robar un día al invierno, lo que en su caso y a sus años eran un poco reirse del paso del tiempo. Le gustaba aquel banco solitario, con la pared gris que le resguardaba del viento, y que permitía no tener que hacer malabarismos con las hojas del periódico. Era una tontería, pero le gustaba llegar y darle un par de toquecitos al banco al llegar y al despedirse, como agradeciéndole su presencia, su situación y su dura comodidad. Aquel domingo, sin embargo, al doblar la esquina que le permitía vislumbrar el banco ya de lejos, le sucedió algo extraño. Le observó al sol tibio y extraño de noviembre, y según se iba acercando le pareció como si estuviera a gusto, alli, plantado sin moverse. Como si fuera un gato tumbado al lado de una ventana o una lagartija en el muro. Se sintió sobrar, como si sentarse en él fuera a despertarle. Asi que sonrió, dió la vuelta, y decidió que bien se había ganado aquel banco algo más que un par de palmaditas, en forma de una siesta solitaria en un domingo al sol.
69
Tendido a la orilla de tus labios
A veces llamas a mis sueños con caricias leves… y me tiendo a la orilla de tus labios. Las palabras se han ido, y de nuevo me recuerdas al aire en la manera que me envuelve tu presencia. Eres capitana de mi nave y me importa una mierda mi destino. Sólo siento. No existo salvo en el roce de tu boca, al alcance de la mía, de mis ojos, de mis dedos…. Qué bien me besas, coño. Qué bien existes. Qué bien me amas en miradas o cabreos. Que bien me quieres mientras me tiendo a la orilla de las leves caricias de tus labios. Desnuda te quiere el viento. Viento soy, pues, en tu presencia. Viento pequeño, brisa en los perfiles de tu cuello, jugando con los finales de tu pelo. Mistral nervioso en tus labios, entreabiertos jugando con los míos. Cálido viento enredando tus rincones, de principios de mayo, de jugar con aviones.
71
Cielos
No creo demasiado en cielos, dioses, ángeles, misas, rosarios y demás. No tengo nada claro resurrecciones del cuerpo, juicios finales, divinas decisiones o perdones por caminos de Santiago. Lo que sí tengo claro es que las oraciones de mi religión se susurran en tus labios, mi pecado es tu ausencia, mi penitencia tu distancia, mi misa tu presencia, mi rosario el camino de tus ojos a los míos, y sus cuentas tus sonrisas. De lo que estoy seguro es, que de existir el cielo, el camino que debería seguir para alcanzarlo empieza por que mis ojos recorrieran la curva de tu espalda, desde el redondel perfecto de tu culo, hasta la nuca y el nacimiento de tu pelo, abarcada por mi mano al final de una caricia cualquiera, una noche cualquiera de junio, en nuestra cama, que no es cualquiera, mientras te vas durmiendo y sueñas con mis dedos, con cualquiera de ellos, con cualquiera…. …. y no te enfades, que no quiero creer más en el infierno.
73
Me hubiera gustado
Me hubiera gustado conocerte en una sesión de tarde de La princesa Prometida. Me hubiera gustado que nuestra historia hubiera ocupado muchos más años de los que lo ha hecho. La vida no sigue guión, pero me hubiera gustado que nos hubiéramos conocido de críos, y vivir una vida de película, y tener hijos nuestros y de nadie más. Me hubiera gustado que la cena de nochebuena fuera más buena que noche y la de de nochevieja más noche que vieja. Me hubiera gustado no equivocarme tanto y de tantas maneras diferentes. Me hubiera gustado merecer más tu sonrisa. Me hubiera gustado haberme acordado hoy de que era nuestro aniversario. Quizás el tener tu sonrisa a veces me hace olvidar que tengo que ganarla día a día. Quizás los errores que te adjudico sean tan sólo una manera absurda de desperdiciar tus aciertos, mucho más numerosos. Quizás siempre te pido más, pero olvido lo que ya me das. Quizás me esté lamentando por el tiempo perdido y no aprovechando del todo lo que vivo, lo que me das, lo que tienes, lo que compartimos. Lo siento. Me hubieran gustado muchas cosas, es cierto. Pero también que lo que más me gusta es estar contigo. Y si existe ese “hubiera” es por que estos años a tu lado han sido los mejores de mi vida, y quiero que sean más, de tal manera que quiero extenderlos hasta en el pasado. Gracias, Ojazos.
75
Hashimuri Se echan 4 cucharadas de azúcar en un recipiente, tipo “Mini”, como de un litro. Y nos pedimos el primero. Los dos acoplados a la barra de ese bar que tú y yo sabemos, y yo acoplado a la barra de tus labios, que me encanta como los llevas hoy. Y dos pajitas acopladas al vaso. Y entablamos batallas. Mis ojos con tu cuerpo. Tus piernas sin fin con mis manos. Mis labios con tus hombros. Y siempre vencen tus sonrisas. Y por ahí, entre ceniceros de Bacardí, grifos de Heineken y anuncios varios de bebidas que nunca probaremos, va creciendo algo que antes llamábamos deseo y que ya no podemos porque se nos han quedado cortas cinco letras. Se echa mucho hielo, a gusto…. Y pedimos el segundo. Y jugamos a juegos que existen desde que nos rozamos por primera vez. Yo te digo lo guapa que estás esta noche, porque es verdad y porque me da la gana. Y tú escondes un segundo tu mirada, y mi mano la saca otro segundo después. Y siempre hay un “aquí no” (a veces un “estate quieto”), cada vez que mi mano (te lo juro, es ella solita, que mi cerebro no sabe nada), se adentra en tu escote o en tus piernas. La verdad es que algo entre mis piernas se envalentona tan sólo de jugar a esa suerte. 1/4 parte de Martini Bianco Ya no pedimos el tercero, porque nuestras miradas hace tiempo que hablan solas. No sé que tienen tus instantes para que siempre cerremos los bares. Ya no pedimos el tercero, porque nuestras manos se dividen entre pagar la cuenta, buscar los abrigos, despedirnos e ir rozando nuestros cuerpos sin querer pero queriendo mucho. Son muchas cosas para pocas manos. Ya no pedimos el tercero porque sólo tenemos peticiones de caricias, de besos, de recorridos completos con vistas a tu cuerpo.
77
1/4 parte de Ron Y nos bebemos miradas en la calle. Y respiramos el aire frío y nos juntamos. Y hablamos de deseo, con frases que nos salen desde el sexo. Yo te digo lo que voy a hacer contigo, y tú dices que lo quieres, pero que yo no me voy escapar vivo. Y la noche es testigo, como dice la canción, de esta inmensa locura. No te puedo querer más, no me puede caber mucho más deseo. Podría andar desnudo, podría gritar como en un anuncio cualquiera de perfume con frase inglesa en su final. Pero estoy demasiado atento a tu presencia, a un perfume extraño que salta de tus pasos, de tu cintura entallada con mi brazo, de tu cuello a cada beso, y que me embriaga, me llena y me descoloca. Y llegamos al portal, al ascensor, al cielo, dicen mis manos mientras intentan abarcarte toda, y mis labios mientras prueban el sabor verdadero de las nubes de los tuyos. Y tú me recibes como a las buenas noticias, como al bocata del recreo, como el agua en el desierto. Y te abres, y me empujas y me atraes y das dos giros al deseo. Y no sé cuanto tiempo tardamos en meter una simple llave en una simple cerradura, que si es el cielo, bien hubiera podido estar San Pedro. 1/4 parte de Ginebra Pero para que quiero el cielo si tengo tus besos en mi cuello, tus manos en mi espalda, el pantalón en el suelo, las medias le acompañan, mis dedos en tu sexo y el agua en todos lados. Hacemos del recibidor un armario ropero, sin perchas, todo por el suelo. Y me arrodillo ante lo único que merece tal postura. Ante tu cuerpo, ante tu sexo, ante tus labios rebosantes de agua de deseo. Y pruebo esos labios con los míos, los abarco, los aprieto, los exploro, los descubro, los corono con mi lengua, los aprieto. Y te derrumbas como se debe derrumbar un viento, levemente, con los ojos cerrados, las piernas temblando, los pezones ardiendo. 1/8 parte de Fanta de limón y 1/8 parte de Fanta de naranja Para que salir de allí, si recibidor se llama y recibirme quieres, y visitarte debo. Y mi sexo erguido te empuja con mi cuerpo, con mi alma. Y penetro entre tus sueños, entre el agua mezclada de mis labios y el deseo. Y me muevo en ti, por ti, para ti, hacia ti, fuera y dentro de ti. Te apoyas contra la pared y me ofreces tu sexo. Y admiro tus piernas, tu culo, tu espalda, tus manos abiertas. Y con mis manos en tu cintura descubro el millón de letras que componen una palabra como placer. Remover bien y servir.
79
Momentos
Estamos hechos de tiempo, y de las marcas en él. Nos encanta celebrar, señalar aniversario, fechas, días que se convierten en tachuelas en el mapa de nuestra vida. Son como esas piezas que ponen los alpinistas para ayudarse a subir. Nos mantienen ahi, nos recuerdan que estamos vivos y que lo estuvimos. Que hicimos grandes y pequeñas cosas, que sonreimos, que existimos. Y ese es uno de esos dias para mi. Ayer escribía que estamos hechos de tiempo, y de las marca en él. Me refería a esas grandes fechas que todo el mundo tiene como referencia de su paso por esta calle del olvido que llamamos vida. Y luego, todo eso está adornado con momentos. No os hablo de grandes momentos, como un nacimiento, o un primer beso. Puede que ni siquiera los recordemos al cabo de un corto periodo de tiempo, al igual que no recordamos el sabor de todos los cafés que hemos tomado en las mañanas de un domingo tranquilo, sino que nos queda la sensación de que nos gusta tomar café de esa manera. Os hablo de esos pequeños momentos que proporciona una charla en una sobremesa, cuando las sonrisas se desplazan como si fueran el humo de un cigarrillo, y te olvidas de la hora, y del sitio. Hablo simplemente de sentirse a gusto. No es cuestión de grandes victorias, de alegrías desbordantes, de grandes ocasiones. Hablo de gente hablando de cualquier cosa, de respirar humo y miradas tranquilas, de sentir que la noche es un lugar común, de treguas en nuestras luchas cotidianas. No hablo de revoluciones, de grandes palabras. Hablo del valor de volver a ver a un buen amigo, de hablar de chorradas y reír, de hablar de sentimientos y asentir, de hablar de amor y de sentir. Sí, las pequeñas cosas de Serrat, esas mismas…. una mirada, una pequeña historia, un chiste tonto. De eso hablo.
81
Ahora nosotros somos viernes
Hemos sido lunes y la vuelta a la rutina, todos a una con los Boomtown Rats. Hemos sido martes y el charco que siempre se empeña en estar en el mismo sitio y siempre en el zapato izquierdo. Hemos sido miércoles y el día tan largo como la distancia a la que quisieras estar de los chistes malos del tipo que dice ser tu compañero. Y hemos sido jueves y la esperanza de que todo esto sea una peli y nosotros el protagonista. Pero hoy, ahora, nosotros somos libres. No somos menos esclavos de lo que somos un lunes, pero si nuestros sueños. No será eterno pero las pesadillas se retiran a la grada y el campo esta libre para fintas y pases de tacón sin que haya ningún fuera de juego. No es más que un viernes, pero es nuestro. Ahora tú y yo, nosotros, somos viernes. Es como la bici que tenías de pequeño: sería una Orbea que pesaba como un muerto, pero cuesta abajo y con una carta sonando en los radios de atras sujetada con una pinza de la ropa, que nos echaran unos galgos o al mismisimo Angel Nieto. Feliz cuesta abajo, feliz viernes. Ahora nosotros somos libres.
83
Será un día de Abril
Será un día de abril, pero de los de primavera. Uno de esos que regala Madrid a los supervivientes del invierno. Habremos salido, sin prisa ninguna, cuando te hayas despertado y yo me haya tomado dos cafés. Y nos bajaremos del tren en una cerveza y una clara (con casera, por favor) colocadas en la mesa de una terraza cualquiera de la Sierra. Siempre nos ha gustado Madrid un poquito lejos, como para que no se escape, y durante poco tiempo. Imagínate a cuatro millones esperando que nos marchemos por Chamartín para huir de la ciudad y que no les demos el coñazo. Sonríes. Siempre te han gustado mis chorradas. Yo las digo y tus ojos sonríen, voto a bríos que no es mal trato. El sol nos calienta y callamos un rato para decirnos todas las cosas ya sabidas. Tus labios, las caricias, mis manos, las sábanas, aquella canción, tu piel, mis palabras, tus oídos. Y ese día de abril volveremos a bailar en las conversaciones. Yo te agarro bien por un verbo y tu apoyas una mano en el pronombre “Tú” y me coges la mano. Y lo divino es humano, y lo humano, farsa. Y arreglamos el mundo que abarca nuestra danza de palabras. Parcheadito lo tenemos de repararlo tantas veces. Hablaremos de ellos. Siempre ellos. Ya serán como nosotros fuimos. Entenderán algunas cosas y nos llamarán ya viejos. Entonces ese día de abril de primavera, ya seremos los abuelos que se han ido a la sierra.
85
Se acabarán las primeras cervezas y pediremos otras, y unas aceitunas, o patatas, que más da. Al final, las ali-oli caerán, y estarán de vicio, porque nada podrá salir mal esa mañana de abril abierto a primavera. Extenderemos nuestras vidas a lo largo de la mesa como en un enorme solitario a dos, y nuestros intentos, siempre intentos, irán entre el caballo de espadas y la sota de oros. Y nuestras victorias, que también han sido. Pon aquella risa debajo del Rey de Copas, que fue un sábado de Ballantines y cerrar bares. Y aquel beso, aquel beso guárdalo, que fue el as que siempre nos guardamos en la manga. Y puede que ese sea el único solitario que nos salga. El de una vida plena que lo fue más por intentarlo que por serlo, pero que fue maravillosa siempre que lograba que tus ojos me rieran. Te querré esa mañana de abril como hasta entonces te habré querido. A mi manera imperfecta, con mis raros modos, con mis pretendidas maneras de poeta, con mis manos dispuestas y mis labios a tu vera. Y te diré entonces donde quiero que dejen mis cenizas. En algún lugar donde pueda ver nuestra ciudad cuando amanece. Y si bien es verdad que estaré muerto y que no creo que el cielo se aleje mucho de una noche cogido de tus ojos paseando por Madrid, y que tan sólo cenizas seré, quien tenga a bien recordarme, tendrá en ese gesto las cosas que he amado, a mi manera, en este camino empedrado con una mala leche de cojones que llamamos vida. Allí caminamos juntos, allí vivimos.
87
Mar adentro
Agua adentro de tus labios de agua, del mar de tu sexo. Mar adentro de tus cabellos enredados en mis dedos, justo un segundo antes de iniciar el viaje que quiero para ellos, hacia los cabos de tu pecho. Agua adentro de tus ojos de agua, del mar de tu sonrisa. Mar adentro de tus muslos de arena mojada, para dejar la marca de mi mano, o para hacer castillos donde hacerte princesa, por el simple placer de rescatarte sin tener que necesitar dragones. Agua adentro de tus brazos de ola, del mar de tus miradas. Mar adentro de mi sexo entre tus piernas, de tus temblores de deseo, del cierre de tus ojos porque ya me ves dentro y la luz que se pierda, que allĂ, donde estamos, no hace sombras. Agua adentro de tus pezones de agua, del mar de tu boca. Mar adentro de todos los segundos que puedas desearme, de todos los relojes que podamos tirar a la basura, de todas las calles que no tengan esquinas donde esperarnos, de todas las aceras que no podamos cruzar para encontrarnos. Agua adentro, Mar adentro. Te quiero dentro.
89
No te pares
No te pares. Sube, corre, salta, gira. Hay algo más que las calles, que los caminos de siempre. En cierta manera, tú eres el camino. Explora, siente, descubre, busca. Las avenidas salen bien en las fotografías, pero lo tuyo es el atajo difícil, el no va más, el patio de vecinos, la cuerda de tender. Escala, tiembla, ríe, llega. Ve donde quieras y ama donde llegues. Todo es un punto de partida. Todo sueño tiene un camino. Avanza, observa, ríe, ama. No compitas, sólo corre por el placer de hacerlo, de ser un poco disfraz de viento. Aprende de los demás que corren y enseña, y levanta al caído que serás tú algún día. No te pares. Sube, corre, salta, gira.
91
Tejados
Hay tejados y llueve. Hay un bosque de antenas y debajo viven sueños. Hay edificios calvos y de pelo largo, hay casas con flequillo y caras sucias. El verdadero amor libre se ha mudado a la azotea, donde las tejas se aman una sobre otras. Debajo hay gente que duerme y gente dormida. Gente que sueña y gente que espera. Sale humo de las chimeneas y algún que otro te quiero se ha escapado por el tubo del extractor de la cocina. Sale oliendo a carne requemada, pero es un te quiero, al fin y al cabo. Arriba llueve, pero parece que llueve para todos. Y el cielo existe más aún, más cerca. Los tejados desiertos, los cables de antena serpientes eternas y blancos. Hay tejados y llueve sobre Madrid.
93
Mis manos ciegas
Me gusta mirarte con mis manos ciegas. Así debo mirarte muy de cerca. Tan cerca que pueda leer el braille del deseo en tus perfiles. Desgranar palabra a palabra frases enteras de tus pezones, endurecidos por la lectura de mis miopes dedos. Tan cerca que el fluir del agua de tu sexo entre estos mis dedos ciegos, me cuenten la receta del sabor de tu deseo. La humedad de tus labios me sabe a sueños donde tan sólo me dices “te quiero”. Tu piel se convierte en una enorme página que no pueden parar de leer mis manos ciegas, mis labios ciegos, todo mi cuerpo ciego. Es tu espalda un cuento, tu culo una leyenda, tu nuca una frase hermosa, poesía tus piernas, relato corto tu ombligo, versos de amor tus labios y desde luego novela genial tu sexo. Me gusta pronunciarte con acento perfecto y lentamente, para que no pierdas ningún significado. A veces tus recodos esconden diccionarios. Y defines palabras como amor, sonrisa o beso. Guardas el secreto de las palabras que significan todo lo que quiero. Y quiero acentuarte, porque no debo descuidar mi ortografía. Así que te haré palabra águda si tus labios reclaman a la tilde de mi sexo, llana si la acoges en tu pecho, y esdrújula genial cuando entre en ti, con la sana intención de dejar toda lectura a cambio del placer de sentir que es factible estar dentro de un sueño.
95
Un idioma no es un muro, es una puerta
El mundo está lleno de muros. Los hay reales, de piedra firme, de hormigón, de ladrillo… y los hay invisibles, levantados a medias por los rencores y las desconfianzas, por el temor a la diferencia o por guardar lo que creemos nuestro. Ambos, reales o invisibles, son vergonzosos. En España hay bastantes muros de los segundos, de los que no se ven a primera vista. Muros hechos de desconocimiento. Hay muros de izquierda a derecha, de norte a sur. Hay muros hechos de monedas y de cruces, y muros de silencio y de memoria. Y hay muros hechos de palabras sin entender. Imaginemos que tenemos un amigo. Con ese amigo hemos bebido, reído, llorado… Y un día nos cuenta que quiere presentarnos a su familia. Puede que el hecho de conocerla no afecte directamente a nuestra amistad, pero entendemos que como algo importante para nuestro amigo, su familia debería ser importante para nosotros. No es la familia de cualquiera, es la familia de ese tipo que te ha sonreído y aguantado tantas veces. Pues la familia de ese amigo puede que se llame catalán, euskera o gallego. Porque a muchos se les llena la boca sobre España, como si el catalán se hablara en Nueva Zelanda, y no fuera el idioma de gente que piensa, siente y vive con tantas cosas en común con los que tenemos como idioma materno el castellano. Porque demasiados nombran a Donostia como una ciudad preciosa, pero no intentan entender la belleza que encierra el euskera. Porque parece que a demasiada gente le interese ir a Galicia para comer marisco, pero no aprender alguna palabra de gallego.
97
Un idioma no es un muro. Es una puerta. No necesitamos más muros. Necesitamos puertas. Necesitamos conocernos, conocer a la familia de nuestros amigos, al idioma que les acompaña. Considero buena idea la asignatura de Educación para la Ciudadanía, pero sería aún mejor si incluyera en su temario el aprendizaje básico de todas las lenguas que conviven en el territorio que se considera español. Si como español me tengo que sentir orgulloso de la Catedral de Santiago de Compostela, me tengo sentir orgulloso del idioma gallego. Si como español me debe emocionar que el Gughenheim esté en Bilbao, como español me debe interesar que un idioma tan fascinante como el euskera se hable tan cerca de mí. Si como español considero mía la ciudad de Barcelona, como español debo considerar mío el idioma catalán. Es absurdo que los niños españoles sepan decir good morning, pero no sepan el significado de egun on. Enseñemos a nuestros hijos la riqueza de aprender. Abramos puertas en los muros. Un idioma siempre es bello, siempre es sabio. No se trata de que todos hablemos a la perfección todas las lenguas. Se trata de poner semillas para que el conocimiento nos acerque, nos haga mejores. Todos somos iguales porque todos somos diferentes. Abramos las puertas, mi lengua es la tuya, tu lengua es la mía.
99
Se imaginaba el mar
Todas las noches, justo después de cerrar los ojos para intentar dormir, se imaginaba el mar. Comenzaba por sentir sus pies en la arena, medio hundidos en esa parte que sólo rozan algunas olas, las que en verano con bandera amarilla mojan las toallas de los veraneantes poco precavidos. Se miraba los dedos y los movía sobre la arena, como en una prueba de que el sueño estuviera funcionando. Después esperaba una ola, y al llegar sentía la alegría de un niño, mientras sentía el frío de su repentina caricia. Y como un niño su mirada seguía a la ola, más niña todavía, escapándose de su travesura hacia su madre, el mar, que la esperaba. Y dejaba allí su mirada descansar. La enviaba lentamente a derecha e izquierda del horizonte, fijándose a veces en los fugaces blancos de una cresta sobre el azul oscuro. A veces, imaginaba un velero, a lo lejos. Un barco de velas blancas, de anuncio de perfume, un velero de Cannes, de Alain Delon en camisa blanca él, y gafas de sol, bikini a topos y pañuelo rojo ella. Y les decía adiós desde la playa. Algunas noches, si tardaba en dormirse, se imaginaba sentándose en la arena. Todo tranquilo, con el viento justo, el atardecer perfecto, el sol ni molesto ni acabado. Y se tocaba el pelo. Y sonreía. Y se dejaba dormir en aquella playa, tranquila y suya, tan lejana.
101
Le alejaba de todo. Del ruido, del ahogo del metro, de las calefacciones imposibles en febrero y de los acondicionadores tropicales en agosto. Le hacía sonreir ante las posibles peticiones de sus jefes el martes y las seguras broncas del jueves. No había problemas grandes en comparación con aquel mar. Había noches que unos niños hacían castillos de arena a su lado, con cubos verdes y un rastrillo, rojo y mellado. Y en una ocasión, un bajel pirata se acercó lo suficiente para ver sus 10 cañones por banda, antes de alejarse a toda vela, volando, cortando el mar. Todo era suyo. Soñaba, y el mundo giraba y se colocaba. Porque en realidad, mientras pudiera respirar y moverse y amar, y luchar y perder, o ganar (aunque eso debe ser ya la hostia), mientras la vida se lo permitiera, al llegar la noche y cerrar los ojos, él sería el amo de su vida. El decidía. Se imaginaba el mar.
103
Detrás, no mires Detrás. No mires. Siente. Mi aliento. En tu nuca. Inicio con la yema de mis dedos tu cabello. Principios. Un ligero calor se desplaza entre mi pecho y tu espalda. Respiras. Un beso en la piel de tus hombros. Después caminan mis manos. Cuencas donde recoger tu pecho. Durezas. Tres. Tus pezones. Mi deseo. Detrás. No mires. Siente. Tu piel toca mis dedos. Tu piel toca mi sexo. Te alzas. Bajas. Subes. Te escondes sin irte. Tu cabello besa mis labios. Roce inquieto. Paras cuando un dedo… toca tu sexo. Agua. Abrir. Ventanas. Aire. Detrás. No mires. Siente. Encontrar centros. Desplegar tus armas. Dos. Explorar tu sexo. Una pared con tus manos en ella. Tacones sobre el suelo. No pasarás. Pasaré yo dentro de ti. Me aparto. Quédate así. Belleza. Agua en tus piernas abiertas. Dureza en mi miembro. Esperas. Detrás. No mires. Siente. Rápido. Fluimos. Somos. Dentro. Fuera. Agua. Me gusta. Sudor. Las manos en tus hombros. Tus manos apoyadas. Suspiros. Más. Gemidos. Más. Dentro. Fuera. Agua. Hay imposibles. Hay sueños. Pero todo está fuera mientras yo estoy dentro. Agua y aire. Humedad y viento. Dentro. Fuera. Más. Detrás. No mires. Siente. Derrota dulce. Caliente y pequeña muerte. Interiores de agua. Besos livianos. Un te quiero cabe en un susurro. Detrás. Mírame. Siente
105
Si la vida te parece corta
Es lunes. Aunque parezca domingo por la noche, en realidad es lunes. Así lo hemos acordado, lo llevamos acordando desde hace siglos. Los días empiezan casi sin darnos cuenta, en el pasar de un segundo a otro, por la noche, casi de puntillas, como si quisiéramos esconder ese paso. Sin embargo, nos empeñamos en que nuestro día formalmente empiece tras dormir, como si necesitáramos de un descanso antes de encarar lo que se nos viene encima. No queremos creer que el día empieza por sorpresa, sin avisar, mientras vemos la tele o leemos, aunque así sea. Somos el animal que más se engaña. Y un día tras otro, la vida pasa. Mes a mes y año a año. Y en ocasiones volvemos la vista atrás y nos sorprendemos de lo lejos que están ciertas cosas. El primer beso, la primera comunión, el primer amigo, el primer despido, el primer desengaño, el primer sueño que recordamos. Y enseguida volvemos la vista y pensamos que aún existen muchas primeras veces por delante. Pero se nos queda un regusto amargo en la mirada y detrás de los ojos, como en los Actimel de sabor naranja, que rascan un poco la garganta. Y nos entra un poco un miedo de niño, de los que enseguida se esconden, y luego los psicólogos se empeñan en sacar por una pasta. Y pensamos, sabemos, que la vida es corta. Y se me ocurre pensar que cuando vemos algo pequeño, acercamos la mirada para verlo mejor. Y su tamaño aumenta como por arte de magia. Y creo que debemos hacer algo así con la vida. Acercarnos a ella. Pensar en días en lugar de meses, en minutos en lugar de horas. Verla
107
tan de cerca como para aprovechar cualquier momento de todos aquellos entre los que se divide. En el siguiente minuto puedes ver una sonrisa y devolverla, en la hora que pase a partir de este momento puedes escuchar un disco maravilloso o leer palabras inventadas por un loco enamorado de la vida hace 3 siglos, quizá más. Sentirnos vivos. Es cierto, la vida nos dará tantas hostias a veces que vistas así las cosas, de cerca, parecerá un castigo excesivo. Pero merece la pena hacerlo. Porque si alguien se va, habrás estado más cerca y le recordarás mejor. Porque si pierdes sus labios, los habrás besado atento a cada roce de sus manos sobre ti. Porque si has caido, podrás recordar a cada segundo que tardes en levantarte la razón de caerte y la razón de volver a ponerte en pie. No es cuestión de pensar que la vida es un camino de rosas. Es cuestión de acercarse a ella para sacar todo lo que podamos antes de que ella se adelante y nos cueste mirar atrás. Es cuestión de hacer primer beso del último que demos, de buscar el brillo en las miradas, el viento en el rostro, el aire dentro. De acercarse a la vida y hacerla grande.
109
Una Carta
Estás ahí delante, respirando. Mi trabajo consiste en vigilar que lo sigas haciendo. Imagino que en estos momentos, a la vez que yo lo hago, miles de enfermeras estarán haciendo exactamente lo mismo que yo en todo el mundo. Vigilar a un enfermo. Lo que no sé es cuantas de ellas serán a la vez la mujer del enfermo al que vigilan. Eso me hace especial, nos hace especiales. Es bueno sentirse especial por cosas como esta, y no por ir marcada bajo la ropa. Todos se han volcado en el hospital con nosotros, y nos han dado esta habitación individual, y han cambiado sus turnos para que pueda ser yo quien te vigile, y no paran de preguntar por tu estado. Todos han lamentado tu accidente de coche, y se han alegrado de que hayas podido salir vivo del choque. Todos menos yo. Claro que les entiendo. Eres tan sumamente educado con todo el mundo, tan atento con todos. No golpeas a nadie más que a mí cuando crees que te llevan la contraria en una discusión. Nadie tiene miedo de verte cuando bebes unas copas de más. Y yo soy tan triste, tan callada, tan poca cosa. El silencio. El silencio afilado como el miedo, cortante. Yo creo que muchos se preguntan cómo estoy contigo. Yo también. Quizás esté contigo para verte así, a merced de mis manos. Lo que es verdad es que ahora sé lo que sientes. Puedo comprender que pasaba por tu cabeza cuando tus dedos se aferraron a mi garganta, y tuviste que decidir por mi vida. O cuando “jugabas” con el cuchillo tan cerca de mi cuello, y reías. Con esa risa tan seductora que dicen
111
que tienes. Y ahora estás aquí. Es tan fácil…. mi silencio ahora es mi arma. Nadie va a pensar que fuera capaz de hacer daño a nadie, y menos a ti. Sólo serán cinco minutos, a lo sumo 10. Y acabarán los golpes, el odio, el miedo. Y con suerte, y con tiempo, terminaré quedando yo, o algo parecido. Ya no habrá más palizas, más “nunca más”, no más perdones, no más pañuelos en el cuello, demasiado maquillaje, demasiados “mamá, no te preocupes, cambiará”. Sólo serán cinco minutos. Y te irás. Fíjate, que tonta soy. Llevo así dos horas. Escribiéndote esto y pensando en matarte. Sin decidirme. Te veo en la cama, indefenso. Y eres un poco espejo, eres un poco yo. Eso debía de ser para ti, algo sobre la cama, indefensa, a tu merced. Es curioso el poder que da, que se siente, cuando se tiene en las manos la vida de alguien. Sólo que hay algo que tú no sabes, que no comprendes: lo que significa herirse de odio todos los días. A cada desprecio, a cada insulto. No entiendes lo que voy a hacer. Voy a librarme de ti, pero huyendo del miedo. Voy a irme lejos, ya que me vas a dar el tiempo necesario para hacerlo, mientras estás en este hospital. No pienso hacerte daño, no pienso herirme más haciendo lo que tú has hecho conmigo. Hoy no vas a morir, porque yo no quiero, porque yo tengo el poder, por la sencilla razón, que nunca comprenderás, que yo no soy como tú. Adios.
113
Mientras
Es el “mientras” lo que nos da miedo, lo que paraliza el pensamiento y lo hace todo absurdo. No es tanto la muerte, el abandono, el olvido, la ausencia. Es el “mientras”. Que algo nos pase mientras esbozamos sonrisas, mientras nos movemos para sentirnos vivos, mientras vemos partidos con goles imposibles que soñamos con meter, mientras lloramos la pérdida del actor de la pantalla. Nos da miedo el “mientras” de morir mientras vivimos. Queremos que todo sea verdad, y “mientras” tiene las mismas letras que “mentiras”. Que sea verdad que la vida tiene definición y sentido en nuestra wikipedia. Que busquemos amor y salga ella, que busquemos derrota y nos salga “es imposible”. Es ese “mientras” lo que siempre está. Buscar un futuro mejor, un camino, un sitio más alto para mirar el horizonte, y que mientras lo hacemos, todo sean mentiras, mientras. Apostamos, miramos, planeamos. La bolita esta vez no caerá en el 0. No hoy, mientras vivo, mientras río, mientras bebo un café con leche caliente y empieza un día. Y sin embargo, ese “mientras” siempre está. Impasible el ademán, al acecho. No podemos morir si no vivimos. Siempre moriremos, siempre caeremos, siempre nos herirán mientras. Nada podemos hacer, no es posible esconderse, dimitir, rechazarlo o alejarse. “Mientras” es de piernas largas y sentidos finos, y estará en todas partes, al modo de lata Coca-cola. Pero cada segundo que pase, cada sonrisa y cada chiste, cada birra con tapa, cada café de domingo, cada mañana de mayo, cada mirada brillante, cada primer paso de un niño…. cada vez que ganemos el siguiente minuto, mientras sigamos aquí, mientras no haya aparecido un mientras… demos un paso más y una sonrisa más, y un beso más… mientras podamos.
115
Paseando por El Regalo de Gaspar
Allá por los años 30 del siglo XVII andaba por estos Madriles un tipo llamado Gaspar. No era rey, pero casi, y tampoco era mago. Y sin embargo hacia unos regalos de la hostia. Así dicho sólo el nombre y que regalaba cosas, no da demasiada información, por lo que ampliemos un poco esos datos. El nombre completo del generoso amigo era Don Gaspar de Guzmán y Pimentel, y le correspondía el aceitoso título de Conde-Duque de Olivares, a la sazón por aquella época el hombre más poderoso del mundo, pues ostentaba el cargo de valido del Rey Felipe IV de España, lo que en términos prácticos le hacía gobernante en funciones de lo que aún era el Imperio más poderoso de la tierra, aunque ya habíamos pillado carrerilla cuesta abajo, y echábamos sangre, valor, oro americano y toda la fe cristiana del mundo a un agujero sin fondo llamado Flandes, una especie de Vietnam, pero en Holanda. El caso es que Don Gaspar tuvo el detalle de regalarle a Felipin, su rey, unos terrenitos que había cedido otro Duque, en este caso el de Fernán-Nuñez, para que el chaval estuviera entretenido y no molestase demasiado en el sin duda alguna delicado esfuerzo de gobernar tan extenso imperio (y mangonear de paso de lo lindo). Con los siglos, aquel regalo se convirtió en El Parque de El Buen Retiro de Madrid.
117
No es que yo tenga especial predilección por el personaje, al que, cosas de las películas, siempre pongo cara de Gurruchaga, a partir de “El Rey Pasmado”, pero he de reconocer que el tío terminó acertando, y que su regalo lo es en grado sumo, aunque al final fuéramos todos los madrileños y visitantes quienes lo disfrutamos, y no sólo los monarcas. Y es que fue un auténtico placer recorrer sus avenidas este domingo, con una luz preciosa sobre Madrid, y tirar unas cuantas fotos aquí y allá, paseando entre una tranquilidad que hace que te reconcilies con una ciudad tan frenética a veces. Sentirte un poco Rey, un poco Duque, un mucho madrileño orgulloso de su historia y de su ciudad. Así que sólo queda darte las gracias, Don Gaspar….
119
El riesgo
Día tras día, ella tomaba decisiones de vida o muerte. Cada jornada. Como un paracaidista en Normandía, como Rambo antes de no sentir las piernas, como los cables azul y rojo del artificiero. Una pizca de sal podría destrozarle la rodilla. Unos minutos más cociendo, una brecha en la cabeza. Era un soldado de un ejército triste y siempre derrotado. Pero cuando su marido volviera a casa, cuando el enemigo alcanzara su trinchera, todo debía ser perfecto. La última vez habían sido dos costillas rotas. Hoy podría ser un golpe mal dado en la cabeza y otro medio minuto en las noticias.
121
Escribo
Escribo. Junto palabras en frases. Escribo de besos, de valles, de calles, de huesos calados hasta ellos mismos. ¿Por qué? Sueño y cuento. Me doy y ofrezco. Una bruja hermosa es raptada por una princesa con una hipoteca sobre sus rizos de oro. Escribo y me lees. Escribo sobre el lugar donde va el reflejo de un vampiro en el espejo. Había una vez un vampiro coqueto que buscaba en todos los espejos su imagen reflejada. Al otro lado del papel, de la pantalla, estás tú. Decía un mago que vivía en una montaña en una isla en un mar de olas gigantescas, que todos los libros se escriben sólo para el que los está leyendo. De piratas honrados, de caballeros rufianes, de sirvientas altivas, de esclavos libres, de torres con sótano, de milagros razonables. Escribo. Escribo deseando vivir de lo que escribo. Escribo de sueños propios, por lo tanto. Escribo esto sin guión, pero lo escribo. Escribo para mí, y en realidad toda frase es un hechizo para que tú que lo leas seas yo. Y comprendas mis deseos, y sientas mis heridas, y celebres mis victorias, y te duelan mis huesos, y saborees mis besos. Como ves, escribo. Como lees, vivo. Para mí tus ojos, para ti mis manos. Una vieja Reina en un palacio frío. Un viejo cansado bajo un árbol más cansado. Si la Reina viera al Viejo, si el Viejo fuera a Palacio. Si la Reina quisiera, si el Viejo la besase. Si escribiese sus besos sabios, cargados, secos…. pero besos. Escribo sin Sentido, porque le he mandado a por dos barras de pan y dos de chipirones. Escribo, en fin, porque hoy es lunes y yo sólo quería escribir que un escritor escribía.
123
Un Libro de Tapas Azules
Yo tenía una pequeña tienda con cientos de libros llenos de palabras, y ella una mirada que no podía ser definida por ninguna de ellas. Entró por primera vez una tarde de diciembre, al tiempo que sonaban en mi desvencijada radio inmensos gritos de alegría y explosiones de risa. Era un 22 de diciembre y los afortunados con el Gordo de la Lotería exhibían su contento y futuro a quien quisiera oirlos. La puerta se abrió, y mis ojos, en un gesto tan inconsciente como repetido, se dirigieron a la entrada. En ese mismo instante, andaba yo enfrascado en escribir algo medianamente decente, y me colgué de manera indecente de su mirada. “Mirada de mil sonrisas”, escribí de repente, haciendo salir la frase de la boca de un asesino malcarado a punto de cumplir su cometido, con lo que una bola de papel arrugado volvió a marcar un tiro de dos puntos. Y debajo de las sonrisas, un cuerpo de regalo envuelto en un vestido blanco y negro que hacia parecer todo lo que pudiera mirarse precisamente en esos dos colores, menos su rostro, sus labios, sus rincones. Aquella primera tarde comenzó a pasear sus sonrisas hechas miradas por los libros de las estanterías, tras un tibio y típico buenas tardes. Cogiendo algunos, abriendo menos, y sin hablar o mirarme. Asesinado mi asesino por su mirada, no lograba ni media frase coherente, así que mis ojos la seguían. No lograba evitar admirar su cuerpo, la manera en que sus piernas la movían, la curva de su pecho al contraluz. Sus labios entreabiertos murmurando al leer el título
125
del libro entre sus manos. La verdad es que comencé a envidiarlos. Su mirada les recorría, sus dedos acariciaban sus cubiertas, su mente recogía sus palabras. Cuando después de una de las miradas furtivas, pero constantes, que la seguian por la tienda volví a dirigir mis ojos al papel…. “mis manos recorrían su cuerpo, levantando tela, caminando en las curvas de su pecho, besando su cuello, haciendo que notara toda la ansiedad y el placer que se agolpaban en mi sexo, mientras sus manos se apoyaban en la estantería, una mano en las obras completas de Neruda y la otra en un tratado de filología inglesa. Ella agachaba la cabeza, mientras su cuerpo de curvas infinitas parecía surgir de mis manos según iba descubriendo su piel…” No recordaba haber escrito eso. Sonó la puerta. Levante de nuevo la cabeza. Ya no estaba. Tardó algunos días en volver. Y aquellas frases escritas sin darme cuenta en un papel, se transformaron en una multitud. No es que ya no me diera cuenta de lo que escribía, pero a veces tenía la extraña sensación de ser un simple espectador de mi mano trazando rápidamente palabras sobre el papel. Nunca había escrito tanto ni tan rápido. Historias sobre una desconocida. Historias en las que mis caricias la conquistaban, la seducían, la extasiaban: “La dije que permaneciera de pie, frente a los libros, sin moverse. La pedí que se levantara el vestido lentamente. Y lo hizo, desde luego desesperada y maravillosamente lento. Podía definirlo a la vez como una eternidad o como un instante. Sus piernas, sus medias negras, sus curvas de horizonte…” Y me di cuenta de dos cosas. La había empezado a llamar Sonia, y ni siquiera había cruzado dos palabras con ella, salvo un educado buenas tardes. Y nunca retrataba su rostro. Siempre la poseía de cara a los libros. La verdad es que no era consciente de haber pensado de antemano ninguna de las dos cosas, antes de escribirlas. En cuanto al nombre, la verdad es que me encantaba. Siempre había jugado a probar los nombres de mujer junto con una frase, y comprobaba así si de verdad me gustaban, y este era perfecto: te quiero, Sonia. En cuanto a lo del rostro…. No podía pensar en otra cosa que en probar sus labios, y sin embargo, seguía escribiendo… “Mis manos nadan en tu pelo de agua mientras mi sexo aguarda firme frente a tu espalda, y te muestra extensiones olvidadas. Sonia. Repito tu nombre al tiempo que tu cuerpo se mueve sin
127
dirección fija para sentir aquello que deseas en tu interior. Cuando eres consciente de que no puedes más, deslizas tu mano entre tus piernas y guías al viajero hacia tus puertas. Te penetro, te poseo, te lleno de tal manera, que tengo que cerrar los ojos y repetir tu nombre para no ahogarme en tantas sensaciones…” Así que cada ruido en la puerta de la tienda era seguido de una mirada de deseo, y desesperación. Cada frase escrita, cada encuentro descrito, cada palabra en aquellos papeles me llevaba más y más cerca de querer, de necesitar, que volviera a entrar por aquella puerta. Y volver a buscar sonrisas en la dirección de su mirada. Volvió. Como sólo vuelven los sueños, los veranos, los atardeceres… Y esta vez no me encontró describiendo a un asesino a punto de cometer un homicidio, sino al espejismo de su cuerpo entre mis manos. Así que mientras ella caminaba de la puerta hacia la mesa, y llenaba el aire de su presencia, yo recogía apresuradamente los papeles que describían mi caricias sobre esas piernas inacabables que se acercaban, y la odiaba. La odiaba porque no me miraba, sino que me lanzaba una cadena al cuello. Me miraba de frente, con sus sonrisas clavándose en mis labios, cerrándolos a cualquier respuesta. La odiaba porque sabía perfectamente que existiría siempre, que siempre sería deseo y sueño, y que nunca la tendría. La odié porque no fui capaz de levantarme para probar sus labios, tensar su cuerpo, ofrecer mis manos al agarre de sus caderas, y me quedé allí sentado como un perfecto idiota. - Hola. Busco un libro -Y yo buscaba el brillo de sus labios. - Si. Hola, dígame… conoce… título… autor. ¿puedo ayudarla? -Y su sonrisa divertida de jugadora sobre sus cartas, sus peones o sus dados. Y mi mirada descontrolada, pasando de sus labios al recorte de su perfil contra la luz, sus zapatos de tacón, sus medias negras…. acababa de describir su cuerpo con esas medias, y había descrito como mis manos…. - Busco un libro. Este libro. -Y su mano me tiende una hoja de papel con un título, escrito a mano, quizás con la suya: “Un libro de tapas azules”. - No recuerdo el título. -la digo. y mi trabajo me sirve para lograr recuperar cierta apostura ante su presencia- ¿No sabe nada más? El autor… la editorial… - No me llame de usted, por favor -te llamaría como tu dijeras, pensé, mientras pudiera escribir ese nombre con mi dedo en tu espalda, una y otra vez… – Me llamo Sonia.
129
Sonia. Y la debí mirar desde mis ojos abiertos como quien se mete el agua de un rio helado, y la vi disfrutar del poder de la correa de su mirada alrededor de mi cuello. Sonia. Y debí haberla besado aquella misma tarde. Quizás entonces no me hubiera dejado hacerlo. Debí haber besado aquellos labios en ese mismo instante, y mis brazos debían de haberse acercado a presionar su pecho. Debía de haberla arrinconado sobre la estantería donde colocaba las ediciones de bolsillo, y haberla hecho mía contras las novelas ejemplares. Pero no hice nada. Sólo mirarla… y repetir su nombre. - ¿Sonia? - Sí. No conozco el autor, ni la editorial. -me contesta. Y sus palabras bailan en el aire, como las notas de música en los viejos dibujos animados- Pero sé que habla de dos personas que se encuentran y de un viejo libro que tiene unas características muy especiales, habla de… pasión y deseo… – Y yo deseé que pusiera mi nombre delante de esas dos palabras. - Entonces… ¿Me podría ayudar? -Ayudarla a que su cuerpo desnudo se fundiera con el mío y ambos con el aire. - Sí, claro que sí. ¿Me das un par de días? -Y soñé que me bastaría un par de horas, y las sábanas serían blancas y su pelo negro se enredaría en mis dedos, y sus dientes en mi boca… - Sí, claro. Volveré pasado mañana. Y volvió a salir por la puerta, y a irse como los sueños, como los veranos, como los atardeceres… Pero fue imposible. Jamás nadie había visto ese libro. Ni yo, ni la Base de Datos del Ministerio de Cultura, ni siquiera ninguno de mis amigos libreros. Nadie sabía nada. Ninguna editorial. Nada. Cero. Un día entero buscando. Un día entero para pensar en que ella volvería. Y yo la habría fallado. Y me senté en la mesa, desesperado por no haber encontrado un maldito libro. Como un delantero centro sin goles, o un carpintero sin martillo. Desesperado golpeando un viejo libro de tapas azules… Un libro que no recordaba haber puesto ahí. De tapas duras, azules… como el agua. Le dí la vuelta. Una sola frase en la portada: “Un libro de tapas azules”. Me dio miedo. Me dio frío, como si entrara en ese azul, fuese agua, y estuviese helada. Ridículo. En medio de una
131
librería, con un libro en las manos sin atreverme a abrirlo. Mirando absorto una simple frase. Pesaba tan poco como un beso y tanto como un recuerdo. Fuera cual fuera mi deseo, tendría que abrirlo. Lo hice con cuidado, como si fuera a desaparecer, como si abriera un sueño. Ninguna editorial, ningún autor, ningún año de impresión. Tres páginas en blanco seguidas de un escalofrío. Porque no hacia falta leer más allá de la primera linea para reconocer el texto. Cada punto, cada palabra, cada verbo. Lo conocía perfectamente, porque lo había escrito yo. Me abalance como un loco hacia los papeles de encima de mi mesa. Los comparé una, dos veces, treinta. No había error. Me volví a dejar caer sobre la silla, entiendo que con cara de alelado total. Y el libro no estaba acabado. Se interrumpía justo cuando lo había hecho yo, al entrar ella por última vez en la tienda. Ella. Sonia. Descrita, acariciada, poseída por mí en un libro nunca escrito y aparecido por arte de magia. Magia. En sus ojos, en su escote, en su andar resuelto, que seguiría hasta el infierno. Ella suspirando, ella con la cabeza agachada, ella con mi sexo entre sus curvas. Mi mano comenzaba a escribir de nuevo: “Agua. Agua en tus labios. Tus ojos de Sonia enfrente de los míos. Agua el aire que surge de tu piel de un leve roce. Agua de torrente tus dedos sobre la tela que cubre mi sexo. Agua tus manos en su búsqueda. Agua que se agacha y me rodea…” Y así horas de frases, de páginas frenéticamente rellenadas. Amanecí recostado sobre el escritorio, con decenas de hojas escritas y esparcidas sobre él. No me molesté en reunirlas. Sabía que todo estaba allí. Entre dos tapas duras de color azul. Cerré la tienda y al llegar a casa me dejé asesinar un poco sobre la cama. Al mediodía no me levanté yo, sino un crío de veinte años que tiene una cita. Me duché, me tire media hora eligiendo una ropa que no pareciera que hubiera elegido, y repasé mentalmente cientos de
133
conversaciones posibles con ella, sabiendo perfectamente que ninguna podría encajar en aquella situación: Hola, qué tal, he escrito un libro en el que hago el amor contigo una y otra vez, pero eso tú ya deberías saberlo, a pesar de que nunca nos habíamos visto antes… Llegué a la tienda un poco antes de las cinco. Y un poco antes de las seis no había aparecido. Ni un poco antes de las siete. Limpié y ordené cada rincón de la tienda, y cada libro desordenado cayó vencido en su estante. Casi maltraté a dos o tres clientes que aparecieron por alli. A las ocho las paredes hubieran sido bajas para subirme por ellas. Llegando las nueve menos diez mi cuerpo se preparaba para levantarse y cerrar, y lo tenía que hacer solo, porque mi cerebro y mi alma no estaban ya por allí. Pero a las nueve menos un minuto se abrió la puerta. Lo primero que entraron fueron sus sonrisas, y arrastraban a sus ojos y a sus labios, de un rojo que no parecía necesitar otra cosa para ser perfecto que el roce de mi boca… Por debajo de su sonrisa, entró su cuerpo. Un cuerpo al ataque, como un despliegue de caballería. Cada paso, cada inclinación leve de su cuerpo al darlo… -¿Te ibas? -su voz…- te dije que vendría. Debía de haberme agachado a recoger las palabras que se me cayeron de la boca. Porque no pude decir ni media. Pero algo en su mirada me dijo que quería jugar. Que fuera su ratón del juego y que, por lo menos, corriese. -¿Lo has encontrado, verdad? -Sabes que sí-pues juguemos, seré el ratón más escurridizo del mundo, si es que esa mirada de gata me lo pide- Y también sabes que aún debemos terminarlo. -Lo sé –definía cada palabra, cada acento como si el aire estuviera hecho sólo para llevar sus palabras. Decía “lo sé” y sonaba como si otra hubiera dicho “te deseo”. -¿Por qué yo? No soy nadie. Nadie especial. No tengo nada que ofrecerte. Mis palabras surgen de algún sitio escondido y cerrado, y a lo mejor la llave colgaba de esas caderas que anhelaba agarrar.
135
-A lo mejor no quiero nada. O a lo mejor por eso, eres el único que puede ofrecerme todo… Y dos pasos eternos, y sus eternos labios en los míos, y si me toco ahora todavía puedo sentir los latidos de ese beso, como si hubiera puesto algo extraño entre los diminutos pliegues de mi boca. Y por primera vez entiendo que es besar un sueño, y comprendo, con mi lengua contra sus dientes, que es lo que sienten aquellos que creen en milagros absurdos, en absurdos dioses. Aquella boca tenía el sentido de la vida atrapado entre suspiros. Mis dedos rozaban sus mejillas. Levemente. Siempre desde entonces tuve miedo de que todo se rompiese si mis dedos la tocaban. Nuestros ojos. Ella quien lanzaba y yo quien recibía. Estoy seguro que me faltan palabras para definir el encuentro de mis manos con su cuerpo. Palabras que no conozco o incluso palabras que aún no tienen quien las piense. Palabras que definan la curvatura de su cuerpo, el calor y el frío, el aire de su ropa al caer sobre el suelo, la sensación de querer colocarme en veinticinco sitios diferentes para poder apreciarla a la vez desde todos ellos. Frases que describan exactamente el sabor de sus pezones dentro de mis labios, duros entre mis labios y mi lengua. Ella estaba quieta como un sueño, como un cuadro. Se dejaba acariciar y únicamente sus manos en mi pelo hacía que la notase. Me dejó recorrerla, abrazarla, medirla. Me decía con su presencia entre mis brazos, aquello que recordaría toda la vida. -Ven – me dijo. Y las órdenes de un gran capitán no hubieran sido obedecidas con tanto ahínco, con tanto honor, ni tanto miedo. A derretirme entre su cuerpo, a dejar de existir entre sus labios. Me situó como yo la había imaginado y descrito a ella tantas veces. Sus manos se aferraron a mi pecho por debajo de la ropa. Juro que era agua. Agua leve, templada, agua que se dejaba resbalar hacia mi sexo, y la atrapaba y lo dejaba expuesto. Y se enroscaba en él. Besos en la espalda, pezones duros. Susurros. -Nunca me persigas. Sólo espérame –Frío. Y calor como nunca–. Me odiarás. Pero sólo porque no podrás dejar de amarme. Quiero su cuerpo. Quiero que se abran sus piernas y mi sexo la solape, pero sus manos me atrapan desde mi espalda. Me domina, me juega, me sorprende. De pronto no siento sus manos. Y me vuelvo, y sonríe. Y se desplaza hacia atrás hasta sentarse en el escritorio. Y abre sus piernas. Y sonríe. Y su mano se encuentra con su sexo, por debajo del
137
elástico de sus bragas de negro encaje. Y sonríe. Y yo me acerco, me tiro, me desplazo, me arrodillo, y… antes que sepa con seguridad que sonríe de nuevo, mis labios se encuentran con sus dedos en la puerta de su centro. Y apartan la tela y me guían. Y la beso. Mi lengua se desplaza de sus pliegues abiertos a sus dedos. Mis manos templan sus piernas. Me lleno de agua, de sexo, de su coño abierto. El cielo azul debe saber a esto, las películas deberían terminar donde terminan mis dedos. Tensa su cuerpo y sus susurros tensa. Y tres leves golpes en la mesa. No podré sazonar nada que pueda parecerse a ese sabor de la muerte pequeña entre sus labios. Me siento solo y lleno. Lleno de su sabor en mis labios como un hilo dental entre mis dientes. Y estoy solo en esa habitación de librería, ahora de libros olvidados, porque se han ido todas las historias, todos los ensayos, todas las novelas. Son hojas vacías. Son papel. Estoy solo porque cierra los ojos mientras su mano calma el calor entre sus piernas, con caricias frágiles y leves. Y supe que para entender a partir de ese momento muchas cosas, debería mirar el diccionario que era aquella mujer con nombre y curvas de amanecer. Pero luego los abre. Futuro y cielo. Entendería Babel si pudiera entender lo que me dice con ellos. Tengo miedo. Era un sueño, y ahora está esperando la llegada de mi sexo. Sonia. Agua. Un libro de tapas azules es un sueño. Entrar en ella. Entra mi sexo, es cierto. Pero entraron mis deseos, mis sueños, mis dudas, mis certezas. Y por fin supe que ya podría describir su rostro en un papel entre tapas azules. La miraba a los ojos y tocaba el fondo de su alma con mi sexo. Y ella me cubría, me arropaba, me seguía. Su sexo era agua y el mío agua era. Cada vez más. Escribí su rostro, sus pechos tensos de ingravidez y deseo. Sus pezones rosados, sus rozados muslos. Sus ojos en mí. En mil partes a la vez sus manos. Fuera y dentro. Y una luz negra que tapa todo. Cierro los ojos y muero. Mis labios reposan en su hombro. Miedo. Miedo de tener que irme, de dejar de escribirla. No quiero que haya fin para este libro. No quiero que se cierren las tapas azules. Quizás si antes de dormir digo su nombre…. Sonia. Sonia. ¿Sonia?
139
-Sí, Sonia Marsó. Vine hace unos días buscando un libro. Ya le encontré nervioso y extraño, pero no le di demasiada importancia. Y al llegar ayer, le encontré así, tirado en el suelo. El inspector Bermúdez apunta lentamente en su libreta los datos de aquella mujer. No le cuadra nada de los que le han contado esos ojos grandes y esa sonrisa cautivadora. Hacía tiempo que venían teniendo denuncias sobre la librería y su dueño. Ruidos ensordecedores de madrugada, golpes. Por lo visto el dueño, un escritor frustrado, había estado abusando de investigar sustancias que le ayudaran a superar su falta de imaginación, intentando escribir algo decente, diferente. A punto había estado de escribir un epitafio precioso. Sin embargo, en aquella historia, no parecían tener cabida aquellos ojos que le miraban de manera intensa, y que, no sabía por qué , le hacían sentir dos cosas: unas ganas enormes de hablar con su mujer y verla, de comer con ella, y de besarla; y la otra, una sed enorme. -Bien –prosiguió el inspector- y dice usted que se hará cargo de todo y hablará con los vecinos ¿es así? -Sí –ojos, agua. Su mujer. Ya es casi mediodía. Y el bar de Toño habrá hecho paella, y es jueves, y si se da prisa y la llama a lo mejor cogen mesa. -¿Y que relación le une a… -miró la libreta- Javier? ¿Son pareja? -Digamos que… a los dos nos gustan los libros.
141