Familia de animales

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Era finales de julio de 2020. Llevábamos ya cinco meses encerrados por la pandemia mundial causada por un virus, el Coronavirus. Vos me dijiste: “Mamá, quiero escribir un cuento”. Y así empezó esta mini aventura. A lo largo de un mes, me fuiste relatando los distintos “capítulos” de la historia, agregando detalles, describiendo los personajes. A veces era durante nuestras charlas antes de dormir, a veces durante el día, a veces en el balcón jugando, a veces mientras comíamos… La inspiración te invadía en cualquier momento. Mientras tanto, yo iba anotando todo en una libretita. Quería conservar tus palabras exactas, congelar tu frescura y creatividad de tus casi 5 añitos. Sabés que en ese mes te enfermaste de Coronavirus (y le ganaste como un ninja). Sabés que en ese mismo mes escribiste tu primer libro. Este. Y por eso te lo quiero dejar de recuerdo. Este libro sos vos. Dulce, auténtico, divertido, inteligente, creativo. Amás los animales, te encanta leer y entendés todo sobre el amor. Este libro también es la niñez. La resiliencia, la valentía, la luz en los momentos más oscuros.

Gracias Jacky Schneider por sumarte desde el minuto uno a la mini aventura, por poner tu enorme talento a disposición, por tu generosidad, tu mirada de amor y tu respeto absoluto a la niñez. Gracias Mati Stella por ayudarnos con el hilo narrativo y Peti Pietsch por la revisión del texto. Gracias Eoghan Nolan, donde sea que estés, por inspirarme y empujarme amorosamente a hacer esto.

Buenos Aires, 5 de Agosto 2021


A toda mi familia. - Dante Byk, 2020.


Familia de animales Dante Byk


Había una vez un lindo gatito al que le encantaba comer helado. Se llamaba Pepe. Le gustaban todos los gustos, menos el de menta. Justo cuando nació, Pepe se perdió. No se acuerda cómo, era recién nacido. Otra gata lo encontró y se convirtió en su mamá. Cuando se murió esa gata mamá, lo encontraron sus dueños humanos (los dueños son siempre humanos, ¿qué van a ser?) y lo adoptaron.



Pepe era todo marrón pero los dueños lo pintaron como un perrito dálmata y le pusieron orejas de perro porque ellos querían tener un perro. A Pepe le pareció divertido.


La pintura se secó y quedó así para siempre.


Un día, cuando se fueron los dueños, Pepe hizo lo de siempre: fue a la cocina, subió a la mesada y saltó a abrir el freezer. Encontró el helado y comió un montón. Después le dolió la panza y se acostó en el sillón panza abajo.


Ese mismo día una perrita dálmata mamá iba caminando y los 4 perritos bebés iban atrás de ella.



El más grande de los cachorros se llamaba Wilson y era el único que no era dálmata. Él era marrón con manchitas blancas porque en verdad era de otra familia de perros, pero la dálmata mamá lo había adoptado. El más chiquito de los cachorros se llamaba Chiquitiro y los dos medianos eran Shaver y Pampa, la única nena.


En un momento, los perritos escucharon un “guau, guau” y fueron a ver qué era. ¡Era un perro grande y malo! Los agarró con sus garras y los encerró en una jaula. Wilson, el cachorro más grande, se dio cuenta de que el perro malo tenía las orejas muy grandes, entonces les dijo a sus hermanitos: “A la cuenta de 3, hagan ‘guau’ muy pero muy fuerte, con todas sus fuerzas. ¡1, 2 y… 3!”. “¡¡¡¡GUUAAUUUU!!!!” (grito agudo y fuerte) hicieron todos los perritos. Eso le hizo re mal a las orejas del perro grande: lo aturdieron y se cayó al piso. Hacía “mmhhh, mmhhh”*, agarrándose las orejas. En ese momento, aprovecharon y agarraron la llave de la jaula del piso. Con la boca, Wilson pudo poner la llave, girarla y abrir la jaula. ¡Y así pudieron escapar!

*ruido de perro llorando



Cuando Pepe despertó de su siesta, ya no le dolía su pancita. Entonces empezó a hacer un poco de lío: fue a jugar y desordenó todo. Jugó y jugó hasta que de repente…

vio que se movía la puerta de la casa.


Había algo atrás de esa puerta, pero ¿qué era?


Entonces escuchó un ruidito y la puerta se abrió. ¡Era una linda perrita dálmata! Ella le contó que vivía en la calle, que no tenía dueños ni nombre. Entonces Pepe le inventó un nombre:

!


Ella le dijo que le había pasado algo feo y de repente... se abre de nuevo la puerta:

¡volvieron los dueños!


Ellos tenían un hijo y una hija, que apenas vieron a la perrita dijeron:

“¡Qué linda!”. “¡Nos la vamos a quedar!”. Pero los papás dijeron:

“Pero se van a pelear con Pepe...” Y los hijos respondieron:

“No se preocupen, les vamos a enseñar”.

“Sí, sí. Nos la vamos a quedar”.


De repente, se abre oootra vez la puerta y aparecen ¡cuatro perritos bebé! Tres eran dálmatas como la perrita Tear y el más grande de todos era marrón con manchitas blancas. Ella se murió de felicidad cuando los vio, corrió a buscarlos y les dio teta.


Los hijos dijeron: “¡Son los bebés de esta perrita!”.

“Ay, son re cariñosos”.

“Nos los vamos a quedar”. Pero los papás dijeron: “Se van a pelear y Pepe se va a asustar…”. Entonces los hijos les contestaron: “Les vamos a enseñar que no tienen que pelear”.

“Sí, y además no se puede separar a la mamá de sus bebés”.

“Sí, sí, sí. Nos la vamos a quedar”.


Pepe, en verdad, estaba súper emocionado. Quería hacerse amigo de los perritos. Él quería más amigos porque los nenes ya no jugaban tanto con él. Lo único que lo ponía feliz era el helado, ahora estaba más feliz por los perritos. Pepe pensó: “Mmmmm ¿cómo puedo hacerme amigo de ellos y que no me tengan miedo?”. Entonces se le ocurrió mostrarles dónde estaba el helado. Pero Tear, la perrita mamá, les dijo a los cachorros: “Esperen, yo pruebo primero”. Probó y dijo: “¡Está riquísimo, coman!”. Todos saltaron al freezer y comieron helado. Les encantó y dijeron: “¡Qué rico! ¡Nos queremos quedar en esta casa!”.


Tear, Wilson, Chiquitiro, Shaver y Pampa se quedaron a vivir ahí y ahora todos comen helado! Los perritos no tenían papá, entonces Pepe con el tiempo se convirtió en su papá gato.

Y fueron una linda familia por siempre.






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