Luces, hurtos, limites, huidas

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EXPOSICIÓN ¿Dónde lees tú? Lugares de e-lectura +18 -55 luces, hurtos, límites, huidas. José Ramón Alba. Bitografía Comisarios de la exposición: Javier Valbuena y Maria Antonia Moreno

ORGANIZA Fundación Germán Sánchez Ruipérez. Centro de Desarrollo Sociocultural

FOTOGRAFÍAS Bitografía José Ramón Alba

COLABORAN Ayuntamiento de Peñaranda de Bracamonte. Salamanca

José Ramón Alba Irene Cisneros Abellán Alejandro Pastor Bayo Javier López Clemente Elena Val Moreno María Antonia Moreno Mulas

DIRECCIÓN Javier Valbuena

VÍDEOS otras luces, otros hurtos, otros límites, otras huidas José Ramón Alba Realización: Juan José Rodríguez

CONCURSO APRÓPIATE Y REMEZCLA Coordinación: Centro de Desarrollo Sociocultural. Fundación Germán Sánchez Ruipérez.

Diputación de Salamanca Diputación de Badajoz

TEXTOS

Otra piel Guión: María Antonia Moreno Realización: Michel Núñez Lectores: Cecilia, Javier, Jesús, Josué, Lina, Luis, Lydia, Mª. Carmen, Marta Montse, Noemí y Rober.

Ayuntamiento de Peñaranda de Bracamonte

PROYECTO ¿Dónde lees tú? Fundación Germán Sánchez Ruipérez. Centro de Desarrollo Sociocultural

COORDINACIÓN Florencia Corrionero María Antonia Moreno

MONTAJE Coordinación: Carlos Civieta Manuel Familiar IMAGEN DE CUBIERTA José Ramón Alba, de la colección límites; sobre DISEÑO Olga Sánchez MAQUETACIÓN E IMPRESIÓN Gráficas Lope. Salamanca www.graficaslope.com ISBN: 978-84-939734-6-9 Depósito Legal: S.107-2013


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Índice Introducción ..........................................................................................................................................................................................................................

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Nota biográfica José Ramón Alba

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Mi obra es lo que queda después de la fotografía. José Ramón Alba .....................................................................................................................................................

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luces

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Ignífugo. Irene Cisneros Abellán ..........................................................................................................................................................

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otras luces

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En lugares donde nunca estuvimos. Alejandro Pastor Bayo .....................................................................

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otros hurtos ............................................................................................................................................................................................................................

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límites ...............................................................................................................................................................................................................................................

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Límites. Javier López Clemente

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huidas ...............................................................................................................................................................................................................................................

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Huida. Elena Val Moreno ...................................................................................................................................................................................

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otras huidas ............................................................................................................................................................................................................................

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Otra piel. María Antonia Moreno Mulas ..................................................................................................................................

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Notas para un concepto híbrido de la lectura. José Ramón Alba ...............................................................................................................................................................

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Lo esencial del tránsito es inadvertido. Preguntas, anclajes, tiempos. Lecturas. Robar minuciosamente haces de luz. Apurar con prisas el último párrafo, antes de. (Las acciones que se precisen)

Escapar del lastre de lo práctico, espantar miedos y (pre)ocupación. La visita al parque, el trayecto al trabajo o a la oficina del INEM. Evadirse del enojo de la espera inoportuna. Inventar fórmulas de apariencia simple, canción infantil. (Coser un botón. Conjeturar el verde de Verne. Revisar facturas. Aderezar chocolate con canela)

Permanecer cual rehén épico; capitán decidido. Mentir, simular. Ser leal, heroicamente infiel. Vivir. Entre sombras. Leer.

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¿Dónde lees tú?1, nacido al amparo del programa Territorio Ebook, lecturas sin fin2 de la Fundación Germán Sánchez Ruipérez3, inicia esta tercera etapa inspirándose en los lugares de lectura de lectores de edades comprendidas entre los 19 y 54 años. En la primera fase, los lugares fueron los de los lectores mayores de 55 años4. Entonces, la mirada de Eduardo Margareto5 se vació de gentes y se llenó de postales alejadas de ruidos urbanos, pinceladas de cotidiano vivir. En la segunda, los lugares fueron muy jóvenes, como los lectores: de entre 9 y 18 años6. Jose P. Gegúndez7 recreó historias inolvidables que se leen de niño, o en la primera juventud. Ahora y antes. En esta última fase, el proyecto pone el acento en los lugares y sensaciones por las que transita un lector joven que camina hacia la madurez y la mediana edad. Un lector que atraviesa emociones, situaciones y esferas imprevistas en un tiempo convulso. En los márgenes, aproximándose y alejándose del centro, la lectura. Acción compleja, sometida a experimentación y reflexión continuas. Hoy, más que nunca, leer es un acto de fe, un acto de amor, un acto de heroísmo. Un acto de creatividad y rebeldía.

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Las bitografías de José Ramón Alba8 nos muestran sombras, destellos, ángulos que se difuminan y se completan al albur de la imaginación. Y no conseguimos aprehenderlos. O sí. Es el juego. Sombras que la luz provoca. De objetos. De personas. De la praxis y la ensoñación de la lectura. Junto a sus obras (luces, hurtos, límites, huidas: las búsquedas de ese lector que es Alba) nos ofrece sus esclarecedoras Notas para un concepto híbrido de la lectura. Notas que hablan de una lectura abierta, no restrictiva, que no se detiene en soportes, sino que fija su atención en la evolución de los procesos creativos. Una suerte de manifiesto contra el inmovilismo, el miedo a lo nuevo, y a favor del mestizaje que se da en todo territorio y tiempo fronterizos. Estas bitografías, estas elaboraciones de imágenes a partir de ceros y unos, que sirven de matriz a José Ramón Alba para crear sus obras, inspiran los textos literarios En lugares donde nunca estuvimos, de Alejandro Pastor Bayo; Huida, de Elena Val Moreno; Límites, de Javier López Clemente e Ignífugo, de Irene Cisneros Abellán. Cuatro historias de cuatro lectores peculiares. Sus voces nos consuelan, nos desamparan, nos dejan perplejos. Nos perturban. Hacen visible la propia peculiaridad de quien los lee.

Web del proyecto ¿Dónde lees tú? (http://www.dondeleestu.com) Web del programa Territorio Ebook (http://www.territorioebook.net) Fundación Germán Sánchez Ruipérez (http://www.fundaciongsr.es) Catálogo ¿Dónde lees tú? 55 + (http://www.dondeleestu.com/recursos/DondeLeesTu_catalogo.pdf ) Eduardo Margareto Atienza, http://eduardomargareto.com/ En portada, fotografías de José P. Gegúndez. Catálogo: http://www.fundaciongsr.net/pdfs/BibliotecaDigital/donde_lees_tu_2012.pdf José P. Gegúndez, http://www.jpgegundez.com/webnew/ José Ramón Alba, http://www.joseramonalba.com @culturpunk


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luces, hurtos, límites, huidas. Bitografía José Ramón Alba (Zaragoza, 1961) autodidacta de formación continua, desarrolla su trayectoria en etapas de búsqueda y experimentación hasta centrar un discurso de hibridación tecnológica a partir de sus trabajos en el taller del grabador Nemesio Mata. Ahí comienza un sondeo que revisa las posibilidades de una visión compartida entre los procesos tecnológicos y las sensibilidades analógicas. Surge el concepto bitografía en una clara alusión del trabajo fotográfico a partir del bit, una combinación de ceros y unos que fomenta la búsqueda y el azar como una apertura conceptual imprescindible. Una gráfica digital de síntesis que refleja el carácter expansivo de la fotografía más allá del registro, de la huella. Crear ilusión de ruptura entre la fotografía y lo fotográfico... La lectura, fotográfica. La interpretación, infográfica. La conclusión, poligráfica. Ha expuesto, de forma colectiva e individual, en Zaragoza, Huesca, Teruel, Córdoba, Barcelona, Puerto de la Cruz, Buenos Aires (Argentina) y Arequipa (Perú).


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Mi obra es lo que queda después de la fotografía José Ramón Alba

Poco en mi obra es claro y contundente, nítido, decisivo. La imprecisión, el desenfoque, el ruido, el velo... no son sino una alusión a la duda, al sigilo, a la prudencia que mantengo en la búsqueda sobre lo que construyo: el engaño de lo experimentado. Porque todo está expuesto a una dialéctica que modifica lo aparente. La obra así no puede ser clara y ninguna imagen puede arrogarse el derecho a la nitidez. En todo caso mejor es desdramatizar la sombra y abrazar lo simbólico, huir de lo real. Un camino que, al fin, impide que lo diáfano obstaculice la imaginación. Quizá por ello lo que ofrezco es lo que queda después de la fotografía, una latencia, la interpretación de una verdad imaginada. Porque toda imagen guarda dentro sensaciones y crece de lo representativo a lo conceptual. En todo caso no quiero hacer ningún ejercicio de memoria sino de emoción, de esté-

tica. No busco captar para conservar sino para interpretar, para modificar. Trato de devolver al acto de la fotografía ese carácter mágico que, de algún modo, se ha desatendido con la masificación de la tecnología, volcarlo a una posible interpretación post analógica. Por eso no comparto demasiado la post fotografía como concepto, porque no creo que haya ninguna diferencia metafísica en el proceso. La vieja fotografía es la nueva fotografía y la actitud ante ella, si la convierte en otra cosa, es porque una nueva posición modifica la visión. Y llego a ver lo que veo porque lo busco. Y lo veo de ese modo porque en esa búsqueda hay algo que la orienta. Llego al objeto con una especie de brújula formada por pensamientos y conceptos que me dirigen a apreciar la realidad desde una óptica predeterminada. Del mismo modo que elijo un destino prescrito por unas necesidades concretas, por unos deseos, por unas pautas


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aprendidas... veo las cosas de un modo concreto porque mis ojos están previamente motivados. Supongo pues que mi obra parte de una visión filosófica de lo fotografiado. Por eso no termina con la reproducción de lo captado sino que debe ser deglutido y transformado en una especie de pábulo intelectual. No solo es pues la captación de la imagen lo que pesa en el proceso sino la relación establecida a través de unos códigos binarios que intervienen entre nosotros, entre ella y yo. En realidad no veo lo que fotografío sino que estoy viendo la latencia que acumula. Por ello lo que me mueve es sustituir ese intervalo esperanzador que existía en el mundo analógico entre el disparo y la visión de lo captado por el gozo que me produce ese diálogo tecnológico. Frente a la velocidad con la que podemos visualizar la imagen captada está la ilusión que me produce la relación que puedo entablar con ella cuando, frente a frente, nos sentamos ante este distribuidor de códigos que representa la tecnología. Es una forma de mantener el sentido poético de la foto-

grafía. Porque, en realidad, tras la imagen obtenida siempre hay otra silenciosa esperando a ser descubierta. Esta es la verdadera misión simbólica que permanece detrás de la tecnología: superar la anécdota de la mecánica. Hay veces que este diálogo supera mi expectativa, ¿nuestra expectativa podría decir? Otras me decepciona y decepciono. No hay nada nuevo. Cualquiera de estas obras es el resultado de un proceso de esperanza y deseo que no por la velocidad y la inmediatez de la primera toma pierde toda su magia. La ilusión de la búsqueda, de lo imaginado tras la primera emoción es lo que me llama. La seducción se mantiene viva, continuamente, interminablemente. Joan Fontcuberta nos diría “… en todo caso, pues, la obra es el proceso en sí y las imágenes resultantes, meros accidentes” Mi obra es lo que queda después de la fotografía, decía al principio. ¿Cómo denominarla? Lo único claro es que ya no es fotografía aunque haya nacido de los mismos principios de la toma. Quizá bitografía. 15


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Ignífugo Irene Cisneros Abellán, escritora

No había quemado un solo libro en mi vida. Soy, o al menos fui, un hombre tranquilo y pacífico. El notario, un hombre decente y discreto, como debían de describirme las vecinas de escalera. Quizás después de lo ocurrido hayan cambiado de opinión. Dirán ante las cámaras que ya sabían que había algo raro en mí, el notario, siempre solo, sorteando cualquier intento de conversación en el rellano, amable pero esquivo. Escuchaba ópera alemana, añadirán, como si aquello revelase una naturaleza cruel y refinada. Por supuesto harán mención de mi último grito antes de que me metieran en el coche patrulla, ¡el mejor final de un libro es arder! Probablemente la policía ya les haya preguntado por mi biblioteca. Ellas habrán explicado que la mujer que limpiaba mi casa les habló una vez de ella, pero que nunca mencionó lo de las urnas. Eso fue porque la despedí antes. Hasta entonces, mi biblioteca sólo había albergado libros, libros únicos y desconocidos que había buscado y reunido durante años. Mi trabajo en la notaría no me dejaba mucho tiempo libre para leer, pero formé esa gigantesca colección con la esperanza de poder disfrutarla algún día, cuando tuviera tiempo. Maldita la noche. Por primera vez en veinte años tuve tiempo para recostarme en el sillón y ponerme a leer. Había escogido una novela corta, semiescondida en la esquina de uno de los estantes. Devoré las páginas a gran velocidad, atrapado por la sutil telaraña de intrigas policíacas tejidas en torno al misterioso asesinato de un es-

critor. Sucedió justo al llegar al final. Después de revelarse la identidad del asesino, al terminar el último párrafo en el que el detective hacía una breve reflexión sobre la pasión y la locura, el libro comenzó a quemarse. Lo solté con un grito. Abierto en el suelo, el libro comenzó a emanar un humo denso y gris que olía a cigarrillos y dejaba un regusto a whisky en la boca. Horror, pesar, fascinación... no recuerdo bien qué sentimiento me invadió mientras lo contemplaba arder hasta consumirse. De él no quedó nada más que ceniza. Superado el estupor, la realidad cayó sobre mí con todo su peso. No has sido tú, fue lo primero que pensé. Tú no lo has quemado. Se ha prendido él solo. Llama a la policía, sabrán qué hacer. Tú no eres culpable, tiene que haber una explicación… Pero una parte de mí no estaba asustada. A una parte de mí aquel accidente, crimen o lo que fuera, no le horrorizaba tanto como debiera. Descubrí, sorprendido por la intensidad, el secreto placer que me había producido contemplar la horrible estampa de un libro calcinándose hasta morir, desapareciendo para siempre. Desde niños nos han enseñado que sólo los monstruos queman libros, y sin embargo… aquel libro no era uno más. Era especial, único. Todos los libros de mi colección tenían en común el ser el último ejemplar que quedaba de sus obras originales. Con toda probabilidad, el libro que acababa de leer no volvería a leerse jamás. El último ejemplar había ardido en el suelo de mi estudio. Miré las cenizas y me sentí hon-


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rado. Las recogí con sumo cuidado y las guardé en un botecito de cristal en el que marqué la fecha, la hora, el título y el autor del libro muerto. Después, coloqué el botecito en el lugar de la estantería que le había correspondido en vida. Me pregunté si algo semejante volvería a sucederme. Una parte muy oscura de mí lo deseaba. El siguiente libro que se quemó ante mí fue uno de terror, pero no sucedió del mismo modo. Del libro no salió nada de humo, sólo despidió largas llamaradas que tiñeron de luz roja el estudio, dibujando sombras vagamente humanas. También guardé sus cenizas. Recogerlas resultaba tan gratificante como ver el fuego. Pronto descubrí las diferentes maneras en las que los libros podían quemarse. Las novelas de ciencia ficción despedían un olor a metal fundido mezclado con plástico derretido y chisporroteaban como si sufrieran un cortocircuito; las llamas de las novelas de amor eran cálidas y se podían tocar con suavidad; ningún libro ardía con la furiosa espectacularidad de una novela de aventuras; y sin embargo, nada podía igualarse a la serena muerte de un libro de fantasía, ardiendo letra a letra en una rápida cascada de fuego. Dejé de ir a trabajar. Ya no lo necesitaba. Dejé de salir al rellano. Temía las preguntas, que se me viera en la cara la barbarie con la que me deleitaba en secreto. Despedí a la mujer que limpiaba la casa. Nadie podía ver nunca en qué se había convertido mi biblioteca. Porque yo soy inocente o, al menos, todavía lo era en aquel momento. Yo no había quemado ninguno de esos libros. Por otro lado, ¿era yo responsable de que éstos ardieran? ¿Era la pasión febril con la que los leía la causa directa de que los libros se consumieran? ¿Era mi culpa? ¿Me sentía culpable? En absoluto. Pero entonces, ¿por qué sentía la obligación de esconder a los ojos del mundo mi nueva biblioteca de urnas, de libros muertos, de trofeos? Todo empezó por un libro y otro libro lo echó todo a perder. Nunca podré olvidar el mal presentimiento que tuve al extraer aquella novela del último estante que quedaba con libros. Tuve la sensación de que

aquella obra no debía estar ahí, que era una intrusa. Ni siquiera recordaba de dónde la había sacado. El desasosiego creció y creció conforme pasaba las páginas, sin ningún interés por la historia o por los personajes apáticos que habitaban aquella trama deslavazada. Nada del libro me interesaba salvo llegar a la última página y verlo en llamas. El malestar me acompañó durante toda la lectura. Por fin llegué al final. Leí en voz alta la última palabra, la definitiva, su sentencia de muerte y solté el libro. Y no ardió. Durante unos minutos esperé desconcertado. Claro, ya entiendo qué pasa. Este libro no es único, no es especial, es un fraude, sin pasión, sin vida, una estafa. Me enfureció pensar que había invertido horas de lectura en una obra mediocre. Una calma fría y pesada me invadió. Ese libro nunca ardería por sí mismo. Merecía arder por otro motivo. Merecía ser destruido. Sin urna para él. Sin nota conmemorativa. Quedaría borrada su existencia de mi sagrada biblioteca. Dejé el libro tirado en el estudio un momento antes de volver con una caja de fósforos. Encendí uno, saboreé la tétrica luz azulada de la llama y lo dejé caer sobre el libro abierto. La cerilla se apagó. Lo volví a intentar. Lo máximo que conseguí fue que las hojas se arrugasen un poco antes de que el fuego se apagara. Una furia visceral se adueñó de mí. Cogí el libro y lo tiré contra la estantería. Algunos botecitos cayeron, levantando una polvareda de ceniza. Agarré el libro. Comencé a arrancarle las páginas, una por una. El sonido de las hojas al rasgarse se asemejaba a un chillido. De los bordes arrancados comenzó a brotar un líquido transparente, pero eso no me detuvo. Nada lo hizo. No sé si fueron mis gritos o los del libro los que alertaron a mis vecinos. Cuando llegó la policía ya era demasiado tarde. Los ojos horrorizados de los agentes pasaron del despojo del libro a mí y de mí a las páginas amontonadas que infructuosamente intentaba encender. A mis espaldas, la inmensa biblioteca de urnas. Supe entonces que no me creerían, que nadie me creería. Yo no había matado a esos libros, ellos habían querido morir por mí. 19


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En lugares donde nunca estuvimos Alejandro Pastor Bayo, poeta

Yo era pequeño cuando los camiones escupieron a los hombres de uniforme. Al principio estaba ilusionado y sentí alegría y fiesta ante el desfile. Jugaba con una espada de madera cuando vi cómo mataron al maestro y quemaron su cuerpo junto a los libros con los que me había enseñado a leer. Sentí miedo y corrí a enterrarme entre el sustrato. Pasé la noche, como niño, bajo el manto de la tierra. A la mañana siguiente, era ya para siempre un hombre sin carne que poseía un corazón en el que anidaban hormigas, caracolas y gusanos. Y ya de mayor, al abrir un libro, mis ojos ya nunca pudieron leer palabras sino solo cenizas.


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Las somnolencias vencidas, a miles. La derrota sistemática de la oscuridad. El sabor a pan de la lectura que nos hace deliciosos, a su gusto. El vértigo de luz que se abre a cada hoja; nuestra risa brutal ante los límites; los hurtos diarios a la monotonía. Perdimos parte de la vida en lugares donde nunca estuvimos. Luchamos contra el oficio y lo mundano con el placer indigno de la huida. Acercarse y leer; alejarse y leer. Convertir hombres y enigmas en páginas descifrables de la lectura.

Recordar mi vida es hacer el ejercicio de pensar en otra persona; alguien que pasó tristemente su adolescencia al dictado de una orden y al silencio veraniego de una ciudad. Aunque hubo momentos, en la terraza de la vieja casa de mi abuela, donde las sábanas tendidas se abrían como velas ante los libros que ese joven leía; que ese mar de tejados grises y de antenas, del que sus ojos huían hacia el horizonte, se tornaba en océanos, vientos y navíos al contacto de la piel y de la página y al susurro de la palabra en el corazón incorruptible de la juventud. En ese espacio de terraza vive todavía, felizmente atrapado, ese joven, que en otro tiempo fui yo. Me doy cuenta de que soy lo que he leído pero que nunca seré aquello que me queda por leer. 31


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límites


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Límites Javier López Clemente, escritor

La tristeza crece en este espacio de plumas. Nudo en llamas de una red que, en caso de existir, es un féretro disperso. No puedo dormir entre mazazos de dígitos rojos. Las puntas de mis dedos, más allá de avenidas, son periferia de un dolor lleno de voces y amperios. Las líneas del ferrocarril tejen costuras. El perro herido aúlla y, aunque la ausencia de luz no es el único elemento de estos 11 días sin dormir, mi cuerpo converge con el invierno en off de tu partida. Tejo una trama de nudos reducida a un punto único: la soledad. Abro los ojos. No hay consuelo en 48 kilómetros alrededor de la curvatura de la córnea. El rastrojo gangrena la oscuridad y

quiero huir sin saber muy bien ni ruta ni destino. Enciendo la bombilla incandescente de 40 vatios. Una salamandra se arrastra hasta el extremo de la cama donde dios no me espera. El extremo siempre es una muesca que guía el camino a recorrer, un punto que puede rebasarse y, de hecho, se rebasa como la línea del horizonte. El capricho de la luz trae colores de ladrillo y una montaña con praderas, ríos y el mar para zambullirse. Me tiendo de nuevo en la arena y espero a que la luz del faro tatúe tu ausencia de plata. Desde esta playa me fui una vez a la Luna y tampoco estabas allí. Las plantas de mis pies buscan el mundo sin hijos que dejo atrás, erial de piedras donde


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los espermatozoides, disueltos en polvo de lignito, sólo son la sombra de una carbonera en la que aprendí a esconderme del miedo. Recuerdo con claridad la decoración aséptica de un hospital especializado en masturbaciones clínicas dónde no se admitían tarjetas, sólo pago al contado y sueños rotos. Me levanto hasta la altura de 2´22 metros de relámpagos inhabitables. Cruzo tus piernas de frontera y huyo entre redobles, mortajas y pasos invisibles. El ruido del ascensor anuncia el tiempo que va desde el garaje hasta los tejados en la hora del último esfuerzo. El filo inverso de espejo, donde la imagen convexa es una categoría arbitraria, me susurra al oído que ese no soy yo. Es un símbolo divergente que antes fue tonada de luna y suelo pegajoso en una verbena de verano con pasodoble, twist y chachachá. El fruto final de una noche de alineación cósmica con pantalones arremangados alrededor de una hoguera y el último óvulo que mi madre guardó para quererme tanto. ¿Y ahora qué? Pregunto al astigmático que se cayó en un pozo de mierda asaeteado por letanías de zarzas, traiciones, desprecios y mentiras. 91.300 dígitos de dolor. La solución siempre fue ocupar el perímetro en blanco en el margen del libro, amarrar el lapicero de las quimeras y, aunque sólo fuera para mostrar fiereza contra la sintaxis inalcanzable, la genialidad de la semántica y ese pensamiento al borde del camino, escribir en el arcén del tiempo como si fuera la guía para sobrevivir. Entonces pensaba que la salvación quizás estuviese en los linderos de la locura. Hasta allí trepaba con las páginas en blanco y, sobre el muro de piedras que el viento azotaba, miraba las nubes para corregir el destino de una oveja ciega que aún sentía cada susurro, mirada o roce. La intensidad de aquella existencia ha sido suficiente para lograr el recuerdo nítido de la sonrisa de cuando te amaba. Una sonrisa de frecuencia repetida y 7.000 millones de gárgolas vomitando envidia, bilis y miseria sobre nuestro amor.

Esta retórica grandilocuente y banal no me sirvió de nada. Hace tiempo que la longitud de tus palabras no llegó a ningún libro, apenas un confín al que aferrarse y después más de lo mismo. Así que vuelvo al refugio de los que narraban la vida como si fuera la mía: Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. No encuentro un umbral al que aferrarme y, aunque el invierno no es el mismo invierno y los siete peldaños de esta escalera tampoco lo son, decido amarrarme y saltar al vacío. Apelo a los cristianos de parabólica. A los manipuladores del tiempo. Que yo vengo a estas tierras escapando del hastío y la pena. Perdida la fe, miradme, sólo estoy asustado y como un perro letraherido subo estos siete peldaños. La última esperanza de sobrevivir se esfuma entre mis labios que sólo huelen a infierno y mala conciencia. Recuerdo al ahorcado, él comprando la soga y yo parches para la bici. Recuerdo la valla electrificada que separaba la prisión del mar y un recluta asustado. El disparo sonó a muerte. Recuerdo a un minero morado entre margaritas y llantos. La nieve bajo mis pies y aquellos días en los que era feliz y el calor abrasaba. Recuerdo su traje blanco dentro de un ataúd con un ventanuco que dejaba ver la muerte y un ramo de margaritas. Recuerdo el claxon de un coche cuando el vacío se lo llevó de la habitación de al lado. Recuerdo sus ojos de cigarrita cuando me besaba y sin embargo he olvidado su voz. La muerte es escalofrío, ausencia y recuerdo. Me pregunto cómo he llegado hasta aquí y hago un último esfuerzo por mirar mi vida, sin embargo me detengo en el presente. Esta escalera de siete peldaños parece un buen lugar. Tartamudeo en silencio hasta que me decido a saltar. La soga me abraza y siento que ya no tengo límites. 43


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Huida Elena Val Moreno, escritora

Leer es para mí huir. X, Y La postura para las lecturas bidimensionales x, y es siempre sentada, culo y espalda apoyados ambos, o al menos uno de ellos sobre una superficie dura. Es la manera de percibir su contenido concienzudamente. Desde la posición x, y leo para documentarme y aprender o mejorar un conocimiento adquirido y seguramente refrescado con la lección. Son las lecturas técnicas, sobre ellas apunto, aprendo, subrayo, tomo notas. X, Y, Z La z son los personajes y requieren ser ubicados en un tiempo, he aquí una historia. Preciso de buenas historias cuyos personajes

sepan llevarme a su entramado. Me decanto por libros con muchas páginas, el grosor del lomo nunca me intimida. Ocurre que cuando la trama es buena no quiero acabar el libro, querría que el número de páginas aumentara en progresión geométrica. X, Y, Z, T Los libros majestuosos me llevan a otra dimensión: la t, más allá del volumen de sus personajes necesito de ellos su tiempo, la incógnita bendita que les hace deseables. Su cuarta dimensión me transporta, me sume en un tren de alta velocidad donde no hay paradas para mirar el paisaje, tan sólo vivir todo lo que ocurre dentro del vagón libresco.


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Devorar las novelas x, y, z, t sin cafés ni música, leer rodeada de gente sin importar qué ocurre alrededor ni si miran ni su interés por saber si soy observada. Alcanzar el silencio con la suma de ruidos y dejar hibernando los aledaños de mi ser. Así, yo leo en una postura, desde la posición a la que anhelo llegar a esa magnitud, y solo lo consiguen buenas obras. Leo bajo el impulso de la huida. Deseo ser yo quien huya, no que el libro huya de mí. A veces advierto que la novela se me escapa, que corre empujando mi tiempo y yo realmente quiero que la novela permanezca y se quede conmigo. Es la manera en que consigo eludir la sencillez abarcable x, y, esquivando cualquier reclamo de la circunstancia que me rodea en ese momento. Imbuida en un buen libro olvido sentir sed ni cualquier otra necesidad corporal. Sin embargo las buenas lecturas son las comidas más opíparas que me he regalado. Las novelas imponentes cumplen la obligación de invitar a sus lectores a penetrar en otras esferas de la vida, entrar y salir de ellas libremente. Puede gustarme o no su historia, pero la calidad de un libro siempre me turba. Cuando presiento que un libro me hace perder tiempo salgo de él para no volver, el tiempo es demasiado válido para ser desperdiciado, y perderlo me irrita y hasta pierdo el lustre de la mirada y de mi piel. Abandono categóricamente libros sin leer, muchos lo merecen, también aquellos que gozan de éxito de ventas. Algunos incluso me echan de sus páginas a patadas, y este trato me convierte en intolerante para con mi día real. La hora H Me preparo para la hora de la huida. Mi deseo es pertinaz, llega la hora H y dejo que la obra entera me acune llevándome adentro de sus aguas. Elijo

concienzudamente las obras, algunos autores y editoriales son garantes, sin embargo no releo casi ningún libro. Mi postura de leer es siempre alcanzar la recompensa del libro bien hecho. Y desde la expectación de saber que tengo un libro esperándome comienzo a disfrutar, fantaseo con que llegue la hora más pronto que tarde, mi cerebro organiza sus estrategias para deleitarse y se pone eufórico cuando la obra le complace. Incluso leo algún libro en voz alta o vocalizando en susurros, lo hago tan a menudo que los labios se me agrietan de pura sequedad. Entonces, los embadurno de miel y me adentro en el vaivén de la lectura hallando un momento aún más dulce. Las últimas huidas x, y, z, t han sido provocadas por otras “T” mayúsculas: Italo Svevo, M. Atwood, las Brönte, Coetzee, Stearn, Hawthorne, Lovecraft, Martínez de Pisón, Ana Mª Matute, P. Roth, R. Stevenson, J. Tomeo, Marguerite Yourcenar, Stefan Zweig, Italo Calvino, C. Noteboom, P. Auster, E. Punset, B. Atxaga, Wright, Jonathan Coe, C. Millet, C. Laforet, C. Martín Gaite, Patricia Esteban, Care Santos, A. Tabucci, V. Montfort, Ammaniti, Las amistades peligrosas, El amor en tiempos del cólera, Los anillos de Saturno, Los enamoramientos, El mapa y el territorio, El cielo protector, Los vasos comunicantes, El gato, Acceso no autorizado, El encuentro…, etc. Me deleita rumiar los libros pero no los comento. Y al igual que un sonámbulo se despierta al topar con algo real, yo salgo del libro instantáneamente cuando un personaje o una acción chirrían, cuando mirando un cuadro me veo reflejada en el cristal mal iluminado. Sospecho que a veces para quienes me rodean puedo resultar patética en mi ansia de querer huir. Mas no me importa, la incógnita t, esa cuarta dimensión bien formulada es capaz de guiarme a voluntad como la flecha de único sentido.

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Otra piel María Antonia Moreno Mulas

Probarme la piel del otro. Lectora como soy, leo agradecida a los autores que pueblan mis días de lectora que es como decir: mi vida. Lectora como soy, en mi ADN se hiperenlazan lecturas que otros me aproximaron: maestros, bibliotecarios, amigos, usuarios. Soy lectora y bibliotecaria, y me gusta cómo suenan esas palabras. Siendo bibliotecaria, he conocido a muchos lectores. Les he visto dejar la niñez, avanzar a pasos agigantados hacia la vida adulta. Mecerse en ella. Esquivar pequeños y grandes movimientos sísmicos. La adolescencia impertinente. La juventud, con sus instantes de efervescencia y sus momentos más oscuros. La incertidumbre de la madurez, que llega entre lloros, pañales y enfermedades infantiles. Siendo bibliotecaria de mediana edad (una confidencia: me espantan las medianías)

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La gran fábrica de las palabras. Agnés Lestrade.

cuando era joven conocí a lectores que ya no lo eran. Me perdí su trayecto, sólo contemplé resultados. Bibliotecaria como soy, mi ADN se ha enriquecido con sus instantáneas: una muchacha abstraída en medio de la algarabía, un muchacho que abraza a su chica (¡pero si ayer eran unos chiquillos!), una nena morena en el regazo de su mamá: Existe un país donde la gente nunca habla2. Es difícil separar lo que se sabe de los afectos. Creo que un joven de diecinueve ya es lector, o no. (No todo está perdido. Las pasiones tardías son las más peligrosas). Partamos de esa suposición, sin embargo. Un joven lector. Diecinueve años. Diecinueve razones para no leer. Diecinueve razones para romper con la lectura tradicional. Diecinueve razones


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para ser romántico y leer, doblando las esquinas de las hojas de papel. Diecinueve razones para leer un videojuego y no preguntarse si uno está leyendo. Pero. La vida es un zarandeo de circunstancias. Y aun así. Sisar horas a las rutinas necesarias. Hacer como que se estudia, escondida la lectura (un cómic, un libro de bolsillo, un ereader repleto de apuntes e historias o la tentación de la tableta electrónica) y esquivar las miradas impertinentes del adulto. Un trajín. Veinticinco. Veinticinco o veintiséis. Estudiar, trabajar los fines de semana, quizás poniendo copas o cuidando niños. Revisar el correo electrónico, inscribirse en portales de trabajo, enviar currículos, recorrer con el índice el mapamundi y decidir. Hablar hasta las tantas con un amigo, con una amiga. Subir fotos a FB. Bloguear. Leer. Leer la actualidad terrible y leer una historia para escapar de ella. Soñar que se conseguirá. Trasnochar y madrugar. Levantarse con ojeras y leer en el metro, en el autobús. Esperar. Sonreír. Leer. Soñar. Treinta y cinco. Bogar entre el vivir y la imaginación. No poder leer cuando se quiere. Leer muchos cuentos. Contar muchos cuentos. Aprender canciones. Ser un caballito. Ser un árbol. Buscar la noche y deleitarse en el párrafo. Interrupciones. Perderse y releer la misma línea tres veces. Desesperarse porque no se termina nunca esa novela que te regalaron en Navidad. Biberones. Clases de inglés para niños. Una letanía, una nana. Etiquetas de la ropa: composición del tejido, se puede lavar o no. Etiquetas de los alimentos: productos naturales o transgénicos. Colorantes. Sin azúcar (qué aburrimiento). Especializarse en la instrumentalización de los tiempos muertos (aprovecharlos, como las sobras de la comida). Ser pirata, hada o explorador para él. Para ella. Zozobra. Cuarenta y cinco. Cuarenta y cinco razones para sentirse mejor, ahora que los niños ya van creciendo. Cuarenta y cinco razones para temer la adolescencia y esas lecturas de vampiros. Cuarenta y cinco razones para apagar la radio, la televisión, para no leer las noticias en la red. Cuarenta y cinco

razones para buscar una historia que nos recuerde las cosas hermosas. Cuarenta y cinco razones para seguir a éste o aquél en Twitter. Para escribir un tuit. Cuarenta y cinco razones para preocuparse: por ellos, por uno mismo. Cuarenta y cinco razones para leer con cuidado los precios y las facturas on line. Cuarenta y cinco razones para economizar momentos buenos que serán derrochados cuando se precise. Cincuenta y cuatro. Si se tiene suerte, niños y jóvenes alrededor. Si se tiene suerte, todos crecieron (subjetividad al cien por cien) pero están todos. Leer con incredulidad ese best seller que todos recomiendan, hasta tu jefe. Abandonar. Releer Sostiene Pereira o Conversación en la Catedral. Dejarte llevar por el último superventas. Escuchar música de otro tiempo. Leer en los ojos de los otros y caer en la cuenta de que hemos aprendido poco. Hay que seguir. Leer con hastío, cansados de tantas palabras, y de pronto. Un matiz luminoso. Un sentimiento fugaz. Atreverse a aprender a leer de otra forma. Comparar. De los diecinueve a los cincuenta y cuatro. Una travesía completa, en la que el lector vuelve, abandona, regresa, se molesta, siente curiosidad, decide que hay cosas más importantes que leer (enamorarse, jugar al escondite, inquietarse), deciden por él que hay lecturas más importantes (cuéntamelo otra vez, papá, mamá), decide que no le importa ser un mal padre, una mala madre (déjame hijo, estoy leyendo, no me molestes), decide entregarse a la lectura y esquivar la insoportable obligación. Soy bibliotecaria y lectora. Me gusta mirar a las personas y leerlas. (Imposible separar los afectos). Estoy convencida: no hay nada más fascinante que leer a los otros. Ponerse en su piel. En la de Bruna Husky, en la de Lázaro y en la de aquel hombre de cuarenta y siete, que cruza la plaza y no sé qué está leyendo, ni siquiera si tiene algo para leer en la mesilla o en la guantera del coche. Me gustaría decirle que he encontrado una lectura para él. La dejaron en mi ADN otros lectores: amigos, escritores, usuarios, maestros, bibliotecarios. 65


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Notas para un concepto híbrido de la lectura José Ramón Alba

[#1] La reflexión de un no-nativo que bebió de los libros como objeto fetiche y de culto (por cierto ¿no será una biblioteca privada una especie de secuestro del conocimiento?) para comprender que los modelos cambian, que las relaciones con la lectura se modifican, que el gozo privado no entiende de formatos, que los esquemas mentales no pueden imponer el recorrido, que es imprescindible asumir nuevos retos, que las culturas fósiles tienen que dar paso a las renovables, que la magnitud del cambio no puede tener medida de mercancía... [#2] Habitar en zonas fronterizas te permite la transición por lo difuso como único espacio posible. Te permite entornar los ojos y difuminar la imagen para percibir nuevas señales. Leer desde la frontera (analógico-digital) te lleva a apreciar los márge-

nes, a comprender lo sugerido en cada una de las partes. [#3] ¿Quiénes son los dueños de la lectura? [#4] Leemos convirtiendo palabras en imágenes. Según Laurie Giezer nuestro cerebro usa la información visual de las palabras más que los sonidos. Una vez aprendido el significado de las palabras se reconocen como objetos. La imagen de una palabra, la interpretación fotográfica. No podemos pues separar la lectura de la imagen. [#5] La formalización de la lectura, en un contexto digital, nada tiene que ver con la maquinaria por sí misma sino con los mundos que éstas nos ofrecen según su labor de interface, con su deriva, con la utilización de estos artilugios para generar un nuevo pensamiento.


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[#6] En una sociedad dominada por la imagen en todos sus ámbitos y formas ¿deberíamos seguir llamando lectura únicamente a aquello que nos enfrenta con un texto escrito?

portamiento de generaciones posteriores, pero tampoco podemos encerrarnos en los modelos pre-digitales. Podemos usar la tecnología pero eso no es todo: hay que pensar en estructura bit.

[#7] Ligados a las estructuras de lo analógico nos resulta difícil comprender que coexisten modelos expandidos de lectura y que estos van a componer nuevas estructuras cerebrales y cognitivas. Asustarse es renegar del componente evolutivo de nuestra especie.

[#15] Existe la lectura bit en su concepto analógico pero existe también un concepto cibernético que va mucho más allá del tecnologismo ciego. Más allá de ella se construyen espacios simbólicos e imaginarios que son los que reconstituyen las sociedades.

[#8] Porque no solo cambia la forma de lectura sino la disposición a la escritura. Y sobre todo la efervescencia de novedosos imaginarios.

[#16] La tradicional disciplina de lectura como campo acotado sufre un espasmo al expandirse no solo en sus aspectos físicos sino, sobre todo, en aquellos que la llevan a una pretendida (por los planteamientos tradicionalistas) indefinición y fragmentación. Más bien me parece que estos nuevos modelos llevan a una fractalización creativa que posibilita la creación y recreación de nuevas estructuras mentales y de conocimiento, que transcienden la linealidad dogmática anterior. La lectura no es nítida pero precisamente por ello nos permite vislumbrar nuevas imágenes sin esos contornos fijos que las hacían inamovibles.

[#9] Y porque tanto la lectura como la escritura desde los nuevos medios generan nuevos objetos, nuevas finalidades. [#10] Sustentar la teoría sobre los nuevos medios únicamente en aspectos mecánicos (de máquina, de dispositivo) es hacerlo desde un reduccionismo que impide la indagación, la acción proactiva hacia la búsqueda de nuevos resultados. [#11] ¿Podemos hablar de una lectura distribuida? ¿De una lectura abierta? ¿De una lectura expandida? Una lectura en la que no se necesita la memoria ni el almacenaje sino una lectura en la que todo va fluyendo en una especie de estructura RAM. [#12] La lectura desde el punto de vista del lector más que desde el de las industrias editoriales. La gente necesita estar involucrada en los procesos de creación. Para ello son necesarias herramientas y disposiciones. [#13] La generación bisagra nos movemos entre aguas poco definidas y en las que las turbulencias nos tienen de algún modo atrapados. Lo que termina no se acaba de ir y lo que viene no acaba de llegar. Pero ¿es necesario que algo desaparezca para dar paso a algo nuevo? La coexistencia no solo es inevitable sino enriquecedora. [#14] Hoy no podemos alcanzar de ningún modo por completo los modelos de pensamiento y com-

[#17] La nueva lectura no es un asunto técnico sino más bien conceptual. Evoluciona como corriente de conocimiento una vez que se superan varias barreras: una la de la tradición ilustrada que propone filtros expertos en la edición de contenidos; otra la que propone el mercado como modelo de distribución “uno a uno” para garantizar los réditos necesarios. La lectura, y no solo esto sino la escritura y la edición, ya no pueden obviar la influencia de lo digital, de lo telemático y, en mayor medida, los nuevos comportamientos, hábitos y necesidades para el proceso de conocimiento técnico y emocional [#18] ¿Puede existir una diferencia entre lo legible y la lectura? ¿Puede que esa diferencia sí dispare desde los nuevos modelos, desde las nuevas actitudes? La lectura como acto voluntario y consciente requiere, reclama hoy, objetos legibles más allá de los formales y clásicos. El acto voluntario necesario para toda lectura lleva aquí una implicación 67


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que hurga y transita por caminos que se cruzan con otras disciplinas “lectoras” que las mezclan, las contaminan. Esta lectura ya no se ciñe a una centralidad concentrada sino que busca la transversalidad de lo legible. [#19] El lector se hace activo y la culpa del abandono (hay que leer hasta el final) desaparece para fomentar la pasión por la búsqueda. La práctica de la lectura se convierte en un proceso que busca nuevos argumentos, nuevas experiencias interconectadas y abandonables a la vez. Una teoría contemporánea de la lectura. La lectura se expande no solo a través de la línea funcional sino como concepto y puede llegar a no seguir la idea espaciotemporal de una lectura tradicional. [#20] La compleja realidad híbrida que habitamos también se refleja en el mundo de la lectura. El “ruido” aparente que se provoca a través de la interpolación de numerosos procesos y procedimiento es el único que muestra la realidad del mundo contemporáneo. Ir más allá de la anterior “esencialidad” de la información. [#21] El azar como descubrimiento. La serendipia en la lectura. Todo supone que una navegación transversal y abierta nos ofrece caminos inesperados. La actitud curiosa supone que el accidente es un elemento substancial para descubrir. La aleatoriedad también como fuente. [#22] ¿Leer con los cinco sentidos? ¿Se pueden explorar nuevos horizontes mentales, sensoriales? La tecnología como ampliadora de la experiencia lectora. En todo caso esa experiencia debe tomar parte de un proceso creativo multisensorial, de una interactividad sensorizada. Un concepto expandido de la escritura [#23] ¿Por qué acabar perdido en un libro cuando puedes activar tu propia inteligencia de escritor más allá de él? nos señaló Mark Amerika en la desaparecida revista de arte y nuevas tecnologías ”a mínima” 68

[#24] Narrativa multimodal para una lectura mediática. La generación y regeneración de hipertextos [#25] En el sentido de Bauman ¿podría hablarse de una lectura líquida? Dinámica. Flexible y adaptativa. De intervalos. Fuera del espacio físico. Discontinua e inestable... [#26] Lectura analógica > lectura tecnológica > lectura híbrida [#27] El espacio libro transciende el objeto que transmite el mensaje. Su esencia no es ya la lectura objetual sino que surge de un entorno en el que las necesidades emocionales y el conocimiento son satisfechas a partir de la cocreación, del remix, de la metástasis conceptual. Se lee fuera del libro y más allá de la linealidad y de la direccionalidad. Se crean entornos significantes de naturaleza transitoria que pueden llevar doble existencia. Una literatura compuesta por subsistemas que se ensamblan en rizoma. La lectura liquida es, más que nunca, un lugar donde ocurren cosas. [#28] Multilectura. Con capacidad de navegación. Que disemina, que se disemina. Que no esta ligada al texto. Infinitamente multiplicable. Centrífuga. Desanclada. Que trasciende la estructura wysiwyg. [#29] Quizá la superación del placer narrativo también tenga mucho que ver en esto nuevo modelos de lectura (¿no habrá trascendido la lectura de acción al videojuego?) [#30] ¿Es posible a través de los medios abandonar el espacio que nos ofrece el mercado de la lectura? [#31] Este texto también es un ejercicio de remezcla. [#32] Y además, mientras tanto, leo a Satie en su piano.


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Lugares de electura

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