El pronombre de tus labios
El pronombre de tus labios José Ygnacio Ochoa 1ª edición: © Ediciones Estival 2022 Colección El espolio de Pessoa Depósito legal: AR2021000136 ISBN: 978-980-18-2423-7 Editor Juan Martins
correo electrónico: estivalediciones@gmail.com Levantamiento de textos y artes finales: Estival & Asociados
Diseño de portada: Karwin Poleo En la portada: Imagen de StoskSnap en Pixabay Digitalización: Talleres de Codarte A.C.
Editor digital: Ediciones de Estival & Asociados Digitized in Venezuela
José Ygnacio Ochoa
El pronombre de tus labios Epístolas de papiro en las sienes
A Matías Adrián
Los actores del dramático lance que acaba de ser descrito con desusada minucia en un relato que hasta ahora había preferido ofrecer al lector curioso, por decirlo así, una visión panorámica de los hechos… José Saramago, Las intermitencias de muerte. La mujer asciende, con una imagen totalmente nueva para su pretendiente bajo su peinado, hasta el borde de la ciudad… Elfriede Jelinek, Deseo. En el sueño no se vuela para ir al cielo; se sube al cielo porque se vuela. Gaston Bachelard, El aire y los sueños. …esta tarde es la misma tarde de siempre. Enrique Vila-Matas, Mac y su contratiempo.
Una noche extraña
La noche fue muy extraña. Sí, al punto que no dor-
mí sino después de la dos de la madrugada. No sé qué esperaba. Aunque sí demandaba algún acontecimiento, pero qué podía pasar a medianoche y estando solo en mi habitación. Leía a Bolaño, el escritor chileno que estuvo mucho tiempo en México y luego se radicó en Blanes, España donde murió a los 50 años. Yo veía una película en Sundance-tv. El argumento giraba en torno a un médico, Papadimitriou, creo que así se llama. Se obsesionó por una turista griega de senos pequeños, no usaba sostenes. Llevaba un vestido ligero que le caía al cuerpo, al punto que se hacía parte de él y se le marcaba toda su silueta. El vestido se le acomodaba desde los hombros, cintura y hasta sus muslos, ella lo sabía y como que le gustaba porque no hacía nada para arreglarse las pantaletas diminutas que se le incrustaban en sus glúteos. Era una sensación extraña la que yo sentía en ese instante. No sabía qué quería que pasara o más bien sí sabía pero me gustaba estar así. Seguía con la lectura de Bolaño y con sus dos personajes femeninos, María Font y Rosario. María, la escritora, hermana de Angélica. Rosario trabaja en un café en donde Juan García Madero la conoció. Lo curioso es que el protagonista de aquella novela de Bolaño ya se había acostado con las dos y quería seguir con ambas. No me acuerdo en qué quedó la película con lo del médico y la turista. Por la mañana me bañé. Más bien fue una ducha rápida, no que[11]
ría, pensaba, perder tiempo para transcribir el relato que estás leyendo. Quería a la mujer de la película, pero también quería estar con la que fue alumna. La misma que apareció de improviso una mañana en las oficinas de extranjería. Lo que me distrae de esa mujer de ahora, joven de antaño, es su mirada, pues, desencaja al más ecuánime, creo que hace ya 15 años que no la veo, debe tener unos 35 años. La tenía de frente, más bien sentada, en la fila intermedia. Ya está formada, se le ve en la mirada, en la piel morena y en su cabellera y en sus senos, sobre todo en sus senos. Intuía que iba a ser una de esas mujeres que cualquier hombre se puede enganchar fácilmente. Sí, la vi pasar después de mucho tiempo, aun así, la reconocí al momento por su cabellera inconfundible y sus senos grandes, pero igual de hermosos. Se me erizó la piel por unos treinta días. Siempre me han gustado las mujeres con senos grandes. Pregunté por ella. No vive aquí, creo que en algún país de Europa —me respondió el profesor—, que andaba conmigo que también la conoce. No sé de dónde pero igualmente sabe de ella. —Está de paso, vino a visitar a su familia y a atraer no sé qué cosa o un documento para su pasaporte—. Lo cierto es que con solo verla me rememoró su mirada de joven mujer, ella me clavaba su mirada en plena clase. Estas clases eran de artes escénicas aplicadas a la educación inicial, pero yo lo tomaba como excusa para hablar de literatura. Hablaba yo del Quijote y su inseparable Sancho y ella me cruzaba sus piernas sin descaro, yo hablaba de García Márquez, Úrsula Iguarán y Melquíades y ella me seguía con la mirada. Yo hablaba del poeta venezolano, el chino Valera Mora perteneciente a la -12-
Pandilla del Conde de Lautréamont y su Oficio Puro y ella separaba su entrepierna con suma delicadeza, entonces me iba al fondo del aula de clases. De espalda a ella continuaba. No niego que sí le veía con disimulo. No podía hacer nada, mi concentración era plena, al punto que las participantes más acuciosas sabían lo que estaba pasando y llegaron a cuestionar mi hombría, pensaron que su profesor era homosexual. No me importó, sabía lo que estaba haciendo, porque cuando se trataba de literatura, era un encuentro con mis dioses. Ahora, pasado el tiempo, sí deseo tenerla muy cerca. Quizá confundí todo por estar leyendo a Bolaño. Si antes ella quiso, ahora soy yo quien la desea con la única idea de darle al menos un abrazo amatorio para que sus senos se contraigan con mi pecho y que exploten y se rieguen por toda la ciudad y que no tenga la mínima oportunidad de zafarse y sentir su calentura en mi cuerpo y besarla con la punta de la lengua en la comisura de sus labios y luego en el centro de su boca entreabierta y mojada, levantarla ligeramente y dejarla suspendida en el aire solo por un instante. Y ser la ciudad. Eso quería. Lo cierto es que quería comer o estar con ella en la intimidad. Beber y seguir con ella, pero en la intimidad. Escribir y estar con ella. Era algo onírico. Yo tenía, recordaba, ensayo al día siguiente, porque ahora, después de tantos años, me ha dado por retomar la actuación y no sabía si iría al ensayo pautado porque la tarde anterior no hubo agua en la sala que habíamos improvisado —otros le dicen espacio intervenido— para los ensayos de los dos monólogos, uno con la primera actriz de la agrupación y el otro conmigo. Nada fácil el asunto -13-
de andar con lo del teatro, pero teníamos toda la disposición del caso. Volviendo al punto, quería estar con ella otra vez, sí con ella pero esta vez de verdad. No de alumna con mirada de la supuesta devoradora a profesor indefenso con 35 zagaletonas al frente que no sabían todavía limpiarse el culo, sino de hombre de 58 años con la mujer de 35 años. No podía sacarla de mi memoria. Se me había metido en el cerebro, en mis neuronas que aun, creo me quedan y que a duras penas deben funcionar. Ella estaba allí. Yo, Martín Vargas Quintero quería estar con ella y ella, sospecho que también.
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Índice
El pronombre de tus labios Epístolas de papiro en las sienes Una noche extraña, 11; Juego en la clase, 15; La hija del librero, 17; Maurice Blanchot y Sade, 19; Barthes, el asesor, 23; Barthes y el ritmo, 31; La artista plástico, 35; Bolaño y la exposición, 39; Cuarto de huéspedes, 45; Epístola para Rafael Cadenas, 47; Huellas de Rimbaud, 51; Trabajo doloroso este andar sin ti, 53; Veredicto del jurado, 57; La gramática y Aristóteles, 63; Un acontecimiento mediático, 67; Epístola para María Auxiliadora Álvarez, 71; Epístola a ella: la fantasmática, 73; La escritora de relatos eróticos, 77; Fronteras del puente, 81; Bachiana N° 5, 85; Su cuerpo del siglo ix, 89; El tiempo de Vargas Quintero, 93; Epístola a un desconocido, 97; El caso de Sarah, 101; El caso de Sarah II, 105; El caso de Sarah III, 109; Martin Vargas Quintero, 111; La casa del dolor, 115; Sombra en la humedad, 119; Médium, 121; Ella es la levedad, 125; Una tregua, 127; El pronombre de tus labios, 131; Dos poetas, 135; Marcha en solitario, 143; Historias disímiles, 145; Epístola a los prodigios sin cabeza —primera adenda—, 149; Epístola de Vargas Quintero para Vargas Quintero (Alacranes con burbujas en sus colas)—segunda adenda—, 151.
El pronombre de tus labios cuyo autor es José Ygnacio Ochoa se terminó de digitalizar durante el mes de noviembre de 2022. Labrado con la ayuda de Dios, en su alzadura se emplearon Tipos Book Antiqua de 9 a 10 puntos, Garamond de 11 a 36 puntos y Sabon LT Std de 9 a 11 puntos.
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