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Juana Acosta lleva vestido con abertura de Michael Kors, anillos de Balenciaga por Nicolas Ghesquière y antifaz con plumas de Philip Treacy.
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EN ESTA PÁGINA: Vestido asimétrico en seda de Anthony Vaccarello, collar en oro amarillo y turquesas de Aurélie Bidermann y sandalias romanas en piel y piezas doradas de Giuseppe Zanotti Design. EN LA SIGUIENTE: Vestido de Emilio Pucci y tiara de Balenciaga por Nicolas Ghesquière.
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an pasado dos años y medio desde que Harper’s Bazaar y Juana Acosta vivieron su último careo, grabadora y cámara mediante, y le damos la razón: “Nos hemos dado suerte”. Fue una de nuestras primeras musas en aquellos números iniciales llenos de entusiasmos, pero también de prudencia ante una época cuyo horizonte ya se vislumbraba oscuro. El mismo equilibrio entre arranque y cautela que manejaba esta colombiana en la mesa de un bar durante aquella mañana calurosa de principios de verano. Pero los caminos pedregosos –y las crisis– son para los valientes y el tiempo ha dado la razón a ambas. Los castillos en el aire se han sustituido por la euforia y la seguridad del trabajo bien hecho, del aprendizaje bien asimilado e incluso del reconocimiento bien llevado. Hoy, Juana Acosta ya no busca su sitio y anda cómoda, aunque siempre inquieta, de paseo por esta tragicomedia que son hoy el cine y la televisión en España. En nuestra primera cita, Juana estaba en las puertas del Crematorio, miniserie sobre la corrupción a ladrillazos, uno de los trabajos para la pequeña pantalla más aplaudidos de la última década. Con producción de Fernando Bovaira y dirección de Jorge Sánchez Cabezudo aquello ya olía a éxito y hoy Acosta recoge a dos manos los frutos del que, por el momento, define como el papel de su vida. “Lo único malo de Crematorio es que no haya más proyectos así. Todo fue perfecto”. Incluso el temido Pepe Sancho. “Me metieron mucho miedo antes de rodar con él, pero fue generoso, cercano, un placer”, afirma. Este papel le puso la guinda a dos años de ascenso que culminaron el pasado año con el premio de la Unión de Actores. “No me lo podía creer. Estaba nominada con gente tan grande como Victoria Abril. Estaba nerviosísima y cuando dijeron mi nombre empecé a gritar como loca. Alguien de la enorme comparsa de amigos que me llevé exclamó ¡Viva Colombia!”, cuenta con su acento más fresco que nunca y una enorme carcajada. Los aires de su Cali natal parecen haber revivido en ella la espontaneidad de su adolescencia. Allí ha regresado para rodar El cartel de los sapos. “Está basada en un libro de un narco y transcurre en una época muy dura que yo viví, en los años 90, cuando Cali fue uno de los lugares que más sufrieron los enfrentamientos entre carteles. El guión me trajo recuerdos muy fuertes”. Y también le permitió volver a sentir la brisa que, a eso de las seis de la tarde, acaricia a los caleños desde los Farallones, las montañas que franquean la ciudad. “Cali es caliente, salsera, llena de música, de tambores. Cali es mi cordón umbilical”. De allí salió a los 17 años del Liceo Francés, para pasar un año en el lugar climatológicamente opuesto, Virginia, EEUU. Durante un año viajó por el país persiguiendo exposiciones de arte para luego regresar, esta vez a Bogotá, y cursar la carrera de Bellas Artes. En 1995 realizó su primer viaje a Madrid y el primer curso de la escuela de Juan Carlos Corazza. “Se me acabó el visado y regresé tres años a Colombia a terminar Bellas Artes. Empecé a trabajar también mucho como actriz y ya en 2000 volví para realizar los otros tres años en la escuela. Nunca pensé en quedarme pero justo cuando me lo he estaba pensando conocí a Ernesto [Alterio], mi pareja, y ya cuando tienes una hija echas raíces... pero me encanta Madrid, soy una exiliada voluntaria”. Después de 12 años aquí, su proceso de españolización parece completado en vista de su último rol, el de la hermana mayor de una familia española en la serie Familia, y su regreso a la comedia. Un exilio familiar, por lo tanto, en el que palia la morriña con trabajo, como el mencionado rodaje en Cali y el de Libertador, la esperada película sobre Simón Bolívar, interpretado por el venezolano Edgar Ramírez (con el que coincidió en Carlos) y las dos mujeres de su vida, María Teresa, interpretada por María Valverde, y Manuela Saénz, a la que encarna Acosta. “Me dio un infarto de felicidad. Es el personaje más importante del proceso latinoamericano, un icono feminista. Batalló en el ejército revolucionario. Con la edad que ahora tengo, esto ha sido una realización artística”. Joven para recapitular, Juana inmediatamente menciona sus últimos planes, como actuar junto a François Cluzet (Intocables) o en un proyecto amadrinado por Élisabeth Depardieu (ex de Gérard). París, parece así su siguiente destino. En la capital gala pasa ya varias temporadas y allí planea mudarse con Alterio y su hija Lola, que, a los 6 años, ya dice que quiere ser artista, algo lógico analizando su estirpe. “Pero ella dice que artista de cuadros, porque ahora ve a su padre pintar mucho”. Madre, actriz, caleña, española: Juana Acosta. ■ 142 | HARPER’S BAZAAR | Marzo 2013
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Vestido en seda y encaje y sandalias acordonadas, de Blumarine y pulsera en oro amarillo y turquesas de Aurélie Bidermann.
Victoire de Castellane, directora creativa de Dior Joyas.Agna commolor adigna consecte faccummy non et iniam dip etuerae sequisci tem vel etum velesed tis nullandit, quat velis nostrud mod tin vent lorpero digna feugue tisl eu feugue tet acil utpat num ilismod
Maquillaje: Pablo Iglesias (Talents) para Nars. Peluquería: Pablo Iglesias (Talents) para GHD. Ayudante de maquillaje y peluquería: Ricardo Cavalcante (Talents). Producción: Bea Maldonado. Asistente de fotografía: Raúl Zorzo. Asistente de estilismo: María Vernetta. Asistente de producción: Guillermo de Pablo.
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