Maqueta Libro CDV

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C U E N T O C O RT O Eduardo Polanco Riveros

Curso / Cuarto año, Publicidad, Inacap Valparaíso

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La verdad, no termina nunca de escribirse...


Cristián Garrido ©

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D E T I N TA Y OTROS VICIOS Débora Navarro

Curso / Tercer año, Publicidad, Inacap Valparaíso

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Esta vez era él quién miraba por la ventana, absorto en sus pensa-

mientos, sólo era capaz de sentir el cigarrillo sin prender que llevaba en la mano izquierda y con el cual jugaba despreocupadamente. Sin darse cuenta, ese objeto que tanto odiaba llegó a convertirse en algo de gran importancia para él, era su única conexión con ella y creía que llevarlo consigo le permitía recordar su última charla. Habían pasado meses desde ese día en que dejaron de verse, ya no se encontraban de casualidad en la calle, no se llamaban, dejaron de escribirse y de hablarse y sin embargo ahí estaba él, recordándola, rememorando una vez más ese último día y analizando los hechos uno a uno. Recordaba su mirada, profunda y perdida, su aroma a jazmín, el sabor dulce que le dejaban sus besos de cherry y su tacto delicado, suave, gatuno. Lo único que no encajaba esa noche era el cigarrillo, él siempre había detestado que ella fumase y aunque era sensual verla, jamás se lo había mencionado por miedo a que eso la influenciara a hacerlo con más frecuencia. Entonces, ¿por qué él, que odiaba profundamente ese vicio, se había permitido por primera vez aceptar uno de sus cigarrillos? Ella llegó tarde ese día, por algún motivo no sentía un particular interés en tomar el bus. Salió de casa ligera, consigo sólo llevaba su mochila. Miró el pasaje del bus y sonrío al ver el número 21 marcado en él. Todavía faltaba media hora para que llegase el bus por lo que optó por ir a buscar un asiento y leer. Abrió el libro y guardó el separador de hojas que le había regalado él en el bolsillo de su mochila. Desde ahí ya no le prestó atención al resto del

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mundo y simplemente se metió de lleno en el relato de Edgar Allan Poe, Los Crímenes de la Rue Morgue. Para cuando levantó la vista, el bus ya estaba en su lugar y estaba a minutos de salir, por lo que apurada subió y sin mirar a nadie se sentó en su lugar. Menos de 20 minutos bastaron para que terminara de leer por lo que rebuscó en su mochila, puso el separador entre las hojas y comenzó a mirar las gotas que caían a través de la ventana empañada. Un mundo de pensamientos y divagaciones se abrió paso en su mente, recordó los hechos uno a uno. El paseo, el café, las fotos del atardecer, la manera en que tomó su mano y la besó antes de decirle adiós. Recordó también lo que ella le dijo, así como el regalo que le había hecho. No creía que fuese justo continuar con algo que había comenzado mal pero se sentía nostálgica cada vez que algo le recordaba a él, en este caso, la lluvia. Sin embargo ahí estaba ella, meditando sobre qué hacer sin saber que él se encontraba a tan sólo unos asientos de distancia y al igual que ella, permanecía estático y mirando la nada a través de la ventana, debatiéndose entre hablarle y comenzar de cero o alejarse para siempre y continuar con su vida. Quién tomaría la decisión y cuál sería, eso se los dejo a su imaginación.

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Yali Manel Š

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DOMINGOS DE GUERRA FRĂ?A Fabrizzio Navarro

Curso / Publicidad, Universidad Central

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Domingo 10 de la mañana. El sonido de “la internacional” que proviene del vecino de la izquierda, traspasa las delgadas paredes del block en el que vivo. A veces se sienta afuera de su casa a tomar mate y escuchar a Victor Jara. Mi vecino quiso ser presidente de la junta de vecinos del block, según decía; había que acabar con la usura capitalista que opresiona a la gente trabajadora de la población. Pero no sacó muchos votos. 10:30, Las paredes del otro lado de mi pieza también son delgadas. El vecino de la derecha no puede iniciar de peor manera el día; Toma un viejo casette y lo pone, sube todo el volumen cuando suena “El Himno Nacional”. A veces el vecino deja la puerta abierta en verano, y se puede ver una foto en la que sale muy joven vestido de marino. Ya son las 11:04 de la mañana el vecino de mi izquierda, se dio cuenta que contestaron su declaración de guerra; sacó los parlantes de su vieja radio junto con su arma secreta: “El Casette con la Canción al Partido” y se sentó afuera de su puerta. 24


A las 11:10 ya se sabe que se desató la guerra. El vecino de mi derecha, tiene un vinilo con “Las Marchas Prusianas” que compró en El Persa Bio-Bio y no dudó en usarlo, mientras tendía en un colgador una de las tres banderas chilenas que coloca para El 18 de Septiembre. En mi casa los bombos de Las Marchas hacen temblar las delgadas paredes de mi pieza, mientras no me puedo sacar de la cabeza los coros de “La Internacional”. Afuera se desató la guerra fría y yo aún sigo acostado.

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Vikinga Š

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LA MÁGICA VERDAD Kyara Ortega Méndez

Curso / Universidad del Pacífico, Cuarto año, Estudiante de intercambio Nacionalidad / Colombiana

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El conejo no salía de aquel sombrero, los polvos mágicos ya estaban impuestos, el “Habra Kadabra” estaba dicho y la multitud continuaba expectante. Kandinski cerró los ojos, metió la mano deseando que apareciera, y su pulgar se estrelló con sus otros dedos.

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Rodrigo Araya Š

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UNA ENFERMEDAD DE VERDAD Francisco J. Lastra

Curso / Cuarto a単o, Publicidad, UNIACC

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Nuestra familia tiene un defecto genético que nos hace muy especiales: Somos incapaces de maldecir. Y no solo eso, en vez de maldecir nuestros cerebros producen una serie de intercambios químicos que, a su vez, provocan que nuestras cuerdas vocales inicien largos discursos retóricos que jamás pensamos que éramos capaces de hacer; algunos la llaman “la verdad”. Así me lo explicaron cuando chico y no lo entendí hasta que me pasó por primera vez. Tenía 8 años y estaba en la sala de clases hablando con mis amigos en el recreo. Un compañero llega de su práctica de básquetbol y comienza a jugar con la pelota dentro de la sala. De pronto, en un bote loco, la pelota se eleva fuera del alcance de todos y golpea una de las luces del techo (de esas cilíndricas) que cae sobre mi cabeza. Todos me quedan mirando, esperan que me lleve las manos a la cabeza para luego decir algo como “¡mierda, estoy sangrando!”. Pero no. Lo que sale de mi garganta es un potente discurso que deja a todos bocabiertos. Eso es lo que me dijeron, porque lo único que recuerdo es a un compañero levantando el puño y gritando “¡Sí, es verdad!”. Al día siguiente era presidente del curso. Dentro del amplio catálogo de enfermedades genéticas, la nuestra sería una de las menos preocupantes, pero no por eso menos molesta. Como se imaginan, cada vez que nos golpea34


mos el dedo con un martillo, cada vez que tropezamos, cada vez que un conductor inescrupuloso pasa por un charco y nos moja, nuestra peculiaridad, nuestra “verdad” expresada, llama la atención. Para mí no ha sido un problema, pero, según familiares, fue un gran problema para nuestro tara-tara-tara-tara-tara-abuelo. Era un hombre tranquilo, ajeno al barullo, que se encargaba de hacer el aseo en un concurrido establecimiento en tiempos previos a la independencia. La leyenda cuenta que se encontraba en un salón colgando un gran cuadro, cuando éste cayó sobre sus pies descalzos. El inesperado discurso de mi tara-tara-tara-tara-tara-abuelo llamó la atención de los hombres que estaban en la sala en ese momento, quienes también dijeron “¡Sí, es verdad!” para luego transcribirlo y firmarlo. La Declaración de Independencia ya estaba hecha.

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Heriberto Rodela Š

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L A C I TA INELUDIBLE Jaime Herrera González

Curso / Cuarto año, Publicidad, Inacap Valparaíso

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Llegó de golpe como un relámpago, la única e inevitable verdad. Fue en una mañana de sábado de mayo, insípida como todas las mañanas de aquel otoño. Como de costumbre Alex despertó a las ocho para salir a su clásico trote matutino (era un hombre moderno y a sus cuarenta y dos años luchaba por mantener su físico intacto). Se levantó de la cama silenciosamente -su esposa dormía- y cogió su buzo deportivo, las calcetas y sus zapatillas. Salió de la habitación y bajó la escalera sigiloso como un felino, (si sus hijos despertaban su trote sería cambiado por peticiones de huevos a la copa y juegos infantiles). Ya en la cocina y mientras preparaba zumo de naranja no podía dejar de pensar. El stress del trabajo y esa pregunta que lo carcome: la verdad, ¿cuál es el verdadero rostro de la verdad? Como juez (luego de haber recorrido una brillante carrera de abogado), le había tocado dirimir, hace dos días, lo que consideraba un caso cotidiano; un hombre demandaba a otro, la acusación, el haberle robado una idea desarrollada por él. Se dieron a conocer las evidencias, testimonios a favor de uno u otro, lo concreto (y era su ventaja), es que el acusado había patentado la idea legalmente, y él, Alex, el justo Alex (la ley está antes de todo), había juzgado a favor del demandado (que sonrió con malicia al escuchar la sentencia). Fue en ese momento que el demandante se levantó de su silla, alzó su vista y lo enfrentó con mirada indignada, increpándolo: - Usted, Señor juez - dijo con voz recia, no podría ver la verdad aunque se cruzara como un ma40


mut frente a sus ojos. Cuando escuchó la frase sintió una presión en el pecho -las palabras a veces pueden ser esquirlas-, una molestia desagradable que luego cesó. ¡Un mamut! Que no vería un mamut. El que siempre ha procedido con cautela en busca de la verdad. Y después de todo, ¿qué es la verdad? ¿Cuál es la verdadera verdad? La verdad, se dio cuenta al escuchar a lo lejos las campanas de la iglesia llamando a la primera misa, es que él se encontraba exprimiendo naranjas, y percibió la húmeda sensación del jugo escurriendo entre los dedos, mientras una y otra vez aparecía en sus pensamientos el rostro del hombre encarándolo: No podría ver la verdad, no podría ver la verdad. ¿Sería posible? No quiso cuestionarse más. Llenó el vaso y bebió el zumo de un sorbo. Llenó el vaso por segunda vez y lo bebió más calmadamente. Sintió ruidos en el segundo piso y presumió que la familia despertaba. Cogió su banano y salió presuroso de la casa. A trote lento enfiló rumbo al parque, dos cuadras más allá, donde solía realizar su rutina. En el camino la inquietud volvió a su mente, mientras su pies se deslizaban por el asfalto pensaba en la verdad. Al pasar por un paradero de buses vio a una mujer que discutía con su pareja; el hombre se defendía de los cuestionamientos de su pareja.-Amor, lo que te digo es la pura 41


verdad, tienes que creerme. Alex no pudo evitar de sonreír, parecía que el asunto de la verdad lo seguiría hasta descubrir la respuesta. Pensaba que quizás el hombre no le mentía a su mujer pero que carecía de elementos para probarlo. Un flashback lo devolvió a la sala del juzgado; por primera vez pensó la posibilidad de haberse equivocado, sobre todo al recordar la sonrisa mordaz del victorioso demandado. Antes de adentrarse en el parque divisó en la muralla de un edificio un cartel publicitario que contenía la imagen de una mujer promocionando un perfume con un provocativo eslogan: “La verdadera fragancia femenina”. Verdadera, verdadera. ¿Qué hace a esa fragancia ser la verdadera y no a otra?, ¿qué me hace a mí decir cual es la verdad que prevalece? Dios, ¿y si todas sus decisiones habían sido correctas legalmente pero nunca encontraron la verdad? Los cuestionamientos siguieron mientras trotaba treinta minutos después, el sudor corría por su frente y su visión parecía diluirse en el esfuerzo. Miró al cielo y se preguntó si el cielo era real, ¿será verdad que existe o quizás esté soñando y pronto despertaré? La verdad, la verdad, es que el rostro de un hombre lo perseguía, la verdad era su orgullo que tambaleaba, la verdad, esa punzada que sacaba su careta luego de transitar camuflada. Sí, pues ya salía del parque cuando ella lo encontró, la única ver42


dad, de que somos finitos. Se desplomó pesadamente como un paquidermo herido. Sus ojos quedaron mirando al cielo con una última certeza. —Existe solo una verdad, ineludible. Una cita programada desde que nacemos, el conocer la verdad al final del camino. Te equivocaste, viejo. Me crucé con la verdad de frente. El cuerpo tendido de Alex yace en una vereda. Su último gesto parece ser una leve sonrisa, tal vez un gesto de tranquilidad por haber encontrado la cruda verdad.

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Andre Cezar Š

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LANZA DE PROFESIÓN CANIBAL DE CORAZÓN Enrico Marín

Curso / Tercer año, Publicidad Inacap Valparaíso

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Todo cambió el día que conocí a José. Fue en uno de esos típicos pub’s de Salvador Donoso que están llenos de groupies que siguen cualquier cosa que se autodenomine alternativo. Estaba solo en la barra, porque el pintor que me invitó al lugar había recibido una innegable invitación al baño para jalar la mejor cocaína gratuita. En ese instante, un hombre de cuarenta, vestido de traje y con una insufrible actitud de ganador, se me acerca y se presenta como José ‘caníbal, apolítico y lanza internacional’. Por lo general, cuando alguien te habla en un ambiente así, sólo necesita un gesto de tu rostro, aunque mínimo, que se pueda interpretar como un poco de atención, para contarte parte de su vida. Y así fue, sólo que de la manera más surrealista y con los detalles más bizarros, de un modo que cualquiera pensaría que conocerías después de despertar de un coma etílico. Primero partió con pequeñas muestras de orgullo, como quien muestra su auto nuevo, artículo tecnológico o cualquier cosa que extienda el ego. En su caso, era su reloj. Y su traje y su camisa y su corbata y sus zapatillas. En realidad, era él mismo. Si bien tenía algo de carisma, e indudablemente una historia interesante, era un aterrador delincuente internacional, así que era de esperar que dejara de tomar la cerveza que recién había 48


comprado, para planear la forma de desaparecer ante una persona que roba algo en Europa y llega corriendo a Chile, y que celebra con pedacitos cocidos de palma humana en pan batido. Apenas focalizaba en lo que me contaba, a pesar de mis bien actuadas muecas de atención, ya que al mismo tiempo, hacía los cálculos más ridículos de escape, como distancia a la puerta de salida, la cantidad de mesas y predecir los movimientos borrachos de los groupies. Algo alcancé a escuchar de Italia, sin embargo. Creo que ahí partió su carrera internacional. Tal vez fue donde aprendió a tener carisma, ya que siempre se oye que los italianos son muy amables, y que gritan a desconocidos y los invitan a comer las mejores pastas del mundo, hechas por ellos mismos, como quien se hace un pan con queso frío. En eso, y sin saber cómo avanzó la conversación, se confiesa y me cuenta su gusto por la carne humana. En ese horrífico instante, me di cuenta de que en realidad sólo era un tipo que necesitaba una palmadita en la espalda que lo absolviera de todos sus tormentos. En vez de eso, le di una explicación pomposa e intelectualoide. Le dije que encontraba que ser caníbal hasta podía ser respetable, que era algo así como una metáfora de la naturaleza humana. Cuando le iba a explicar por qué, sentí un inquietante silencio, así que inmediatamente le dije con falsa espontanei49


dad, que en algunas culturas, se cree que al comer un ser vivo, se absorbe su vida. Con eso me salvé, porque sonrió y dijo que por eso era tan pillo y nadie lo había pillado. Hasta el día de hoy espero que se haya referido a su carrera internacional de lanza. Al poco rato volvió el pintor, que parece que no había recibido una invitación de cocaína gratis, sino un sutil intento de violación. Afortunadamente, él pertenecía a la vieja bohemia, esa que conversaba cosas que pasaban a la historia, o que simplemente te sacaban de situaciones incómodas que podían terminar en desmembramientos. Y así fue. De una forma que no recuerdo, me excusó y salí caminando con mis manos intactas. Esa noche aprendí que la verdad de uno puede comerse la verdad de otro, y además irse con sus zapatillas.

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Álvaro Pozo ©

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DE BAR Y MEDIA NOCHE Carolina Videla Errázuriz

Curso / Cuarto año, Publicidad, Inacap Valparaíso

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¡Mierda! – exclamó Roberto. Necesitaba urgente un baño. Buscó

primeramente por locales de comida rápida, donde fue tenazmente rechazado, las tiendas y supermercados ya estaban cerrados, por lo que se dispuso a caminar rápido para encontrar lugar donde desaguar esas intrínsecas ganas de orinar. Recorriendo las calles con las piernas cada vez más juntas oyó una música, le sonaba conocida, Like a Rolling Stone de Bob Dylan, era su canción, lo reflejaba totalmente, siguió el sonido hasta encontrarse con unas murallas grafiteadas y en lo alto un predominante cartel que decía “Bar Vienés”. Ahí entró, mirando de reojo encontró el baño, se dirigió a él, logró evacuar, fue el mayor placer experimentado en ese día. Seguía sonando Dylan, uno de sus cantautores favoritos, por lo que se quedó, localizó un piso desocupado en la barra, se sentó y al aparecer el garzón le pidió lo que solía pedir en cada antro, una piscola con dos hielos. La bebió en pocos minutos, por lo que solicitó la segunda. En la espera de que se la trajeran aparece una mujer, guapa, con pinta de intelectual (como suelen gustarle), se sienta en el recién desocupado piso junto al él. Roberto comienza la conversación, con lo usual - ¿Cómo te llamas? ¿Estudias o trabajas?, etc.- Ella se muestra renuente a las preguntas, pero finalmente termina cediendo a los encantos de este galán de bar. Su nombre era Leticia, era estudiante de literatura, a un año de titularse, por lo que hablaba e hilaba muy graciosamente las ideas, ella era en sí misma,

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una poesía de Benedetti, ella sabía volar. Usaba unas gafas ópticas muy estilosas, bueno, era totalmente ondera en su vestir, sentir y hablar. Se iniciaron las conversaciones profundas y salieron a fumar afuera del bar (maldita ley del tabaco). Era la hora de cambiar el rumbo de la jornada, Roberto quería pasar la noche con ella, pero no sabía cómo ofrecerlo. No hubo necesidad, ella misma lo invitó a su departamento, sin padres ni huéspedes, él aceptó gustoso, la noche se estaba volviendo pícara y eso le gustaba. Caminaron zigzagueando hasta llegar a un elegante edificio en el centro, - Pasa- dijo ella - Las damas primero – le dijo Roberto - Aquí no veo ninguna dama – replicó una pícara y sonriente Leticia - (Mierda)- pensó Roberto A Roberto le dio vueltas el comentario de ella, o era muy puta o escondía una sorpresa bajo esa falda tubular. La siguió hasta el ascensor, ese derrière lo tenía loco. Entraron al departamento, un amplio lugar con estética minimalista y con un exagerado olor a desodorante ambiental. Se sentaron en un sofá que daba hacia la ventana y ella trajo un vino, lo bebieron y conversaron hasta la última gota, e inmediatamente luego de esto Leticia se abalanzó sobre Roberto y le profetizó un profundo y apasionado beso, acción que los fue llevando cadenciosamente hacia una habitación.

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Lo lanzó sobre la cama y zaz, algo ejerce presión contra su espalda, una cosa que se mueve, luego comienza a sentir algo áspero y húmedo por su partidura, mientras ella seguía besándolo. Algo le rasguña los pies y él ya no aguantó más, corrió a Leticia y encendió una luz, la pieza estaba atestada de gatos. - ¿Y ésto? - Gatos, ¿acaso estás ciego? - No, pero es algo intimidante que estén en la cama. - ¡Pero son hermanos! - ¿Hermanos? - Sí. Apuesto a que eres uno de esos asesinos que comen carne. - OK. Nos vemos en nunca jamás. - Eres un idiota. Roberto se incorporó y corrió hacia la puerta, riendo en su interior, metió la mano en su bolsillo en busca de un cigarro y el encendedor, luego de prenderlo, prosiguió el rumbo hacia su casa, que menos mal estaba cerca. Avanzó un par de metros cuando se le cruzó un gato negro y pensó – verdaderamente, mujeres y gatos combinación diabólica, terminan queriéndolos más que a uno. Malditas perras – Mira su reloj, se devuelve, era la media noche, la hora perfecta para volver al Vienés.

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©

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DOS ENTRADAS A L C O RT O D E L A S 17:30 Javiera Carrillo Pérez

Curso / Segundo año, Publicidad, Universidad Diego Portales

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Tarde de Sábado de Abril. Estoy en Santiago, en B.Aires, bien lejos, bien cerca, y bien, gracias a Dios, supongo. No comprendo qué pasa por mi mente, hay algo que me obliga a sonreír, y resulta ser una sensación bastante acogedora o algo por el estilo. Camino un par de cuadras por Corrientes o Alameda, aún no sé dónde estoy pará’, pero me sigue gustando sentirme así de perdida, sonrientemente perdida. A esta hora, las calles se llenan de problemas, de carcajadas, de señoras comprando el pan a última hora, micreros echando unas cuantas chuchás’ y de repulsivas parejas caminando de la mano ignorando lo desastrosas que pueden ser sus vidas. Salir en estos momentos, es como ir al cine, pero gratis, y la mejor butaca es el paradero más rayado y con más chicles pegados en el asiento, y las cabritas pueden ser las migajas que encuentras en los bolsillos de ese roñoso polerón. Desde aquí puedo ver todo: un millón de momentos que viven por sí solos en cada corazón roto, en cada mente de los capitalinos; en ellos las emociones se pasean como Pedro por su casa. Me corroe la envidia, porque yo sigo aquí, en nada, dejando que el frío cale mis huesos, esperando que alguien venga por mí. A ratos creo que soy la única alma viva en esta gran ciudad, pero no tengo corazón, no tengo ojos ni boca, tampoco un cuerpo que me aguante, en mil años lo tendré. Cada paso que 60


doy es como una nueva vida que voy eligiendo, pero la pierdo con cada suspiro. Mejor espero sentada, de todos modos, siempre es mejor ver el drama o felicidad de los demás, que nuestro propio cortometraje. Él viene por mí. “Al fin” repito una y otra vez en voz baja. -“Esperé tanto tiempo, pensé que ya no me querías”. Le dije. -“Soy capaz de entregarte mi vida. En cambio tú, siempre queriendo darme lo que no tienes” -“Sólo tengo frío”. Cada vez que toma mi mano, vivo un millón de explosiones, ni esta iluminada ciudad ha visto tanto brillo y color. Su mirada es lo único que me limita a quererlo más de lo anormal, a anhelar la utopía de su ser, a perderme en esos ojos de papel, en esa sonrisa que levanta al más muerto entre los vivos. Me pasaría la vida entera así, pero esperar que el tiempo nos recuerde lo que somos, nos quitaría una eternidad de poder auto- proclamarnos los reyes del mundo. Me niego a seguir admirando la realidad de ese mundo que está bajo mis pies. Como el pájaro que planea la ciudad buscando el 61


corazón que perdió, seguiré buscando entre ellos lo que nunca he querido encontrar: mi vida, mi verdad. Dejando esta historia a un millón de años luz de lo que mi boca pueda contar. Prefiero hacerme parte de esa excitante multitud, que seguir esperando sentada en un paradero intentando que el universo conspire a nuestro favor, o que mi cuerpo resista este engaño, porque sé que ese cielo que me dan a cambio es inigualable, es un mar de oportunidades, donde esa mirada de una ansiada esperanza estará siempre que sienta un vacío, siempre que mi corazón se acobarde y cada vez que mis ojos no tengan la fuerza suficiente para brillar por ellos mismos. Ese universo es el que será la banda sonora de mi vida, porque la única certeza que tengo es que cada persona que siente, vive o muere, son parte de mí. Porque todos son mi verdad; porque por esta ciudad que cada noche muere, puedo respirar; por cada corazón roto puedo llorar; por cada reencuentro puedo sonreír; y por cada verdad, puedo vivir.

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Dany Cartagena Š

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