Arte tras verbo

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Julia Neumann Verbo

Es niña. Esas fueron las palabras que pronunciaron los brazos que me entregaban a mi madre cuando nací. Nadie dijo: “Hoy ha nacido una mujer que pintará una escalera en la pared y que desde ahí verá el mundo como es, tridimensional. Aquí tiene a otra que, como usted, tendrá la capacidad de dar vida y cambiar al mundo, su mundo”.

Juan Cisneros Arte

Detrás de una barba y unos bigotes está un niño que se pasa las horas dibujando. Las líneas de sus trazos definen la personalidad más allá que la simple apariencia.


EL ARTE TRAS EL VERBO Julia Neumann Juan Cisneros PRIMERA EDICIÓN

MÉXICO EDICIONES XXX 2014 Diseño: Estudio BAMF Patrocinador:


CONTENIDO Agradecer

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Nombrar

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Temer

113

Divagar

6

Conectar

69

Preguntar

116

Escribir

11

Desear

72

Extra単ar

119

Corresponder

18

Besar

76

Pasar

123

Supongamos

31

Declarar

80

Entender

126

Soy

35

Amar

83

Iluminar

129

Buscar

39

Amistar

87

Color-e-arte

132

So単ar

44

Filosofar

91

Transitar

135

Oler

49

Acomodemos

99

Tratar

138

Confesar

52

Celebrar

103

Vagamundear

142

Viajar

57

Trascender

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Agradecer Definición: Dar las gracias

Querido Dios: Hace tanto… Espero que no te moleste que te hable de tú. En el cielo hay una nube en forma de oso de peluche, a la que está por desprendérsele una oreja. Quise avisarte, no porque piense que tenga que ver directamente contigo, más bien fue el pretexto que se me ocurrió para llamar nuevamente tu atención. No lo tomes a mal, pero ya que estamos en esto, quisiera hacerte unas preguntas. ¿En verdad es pecado no creer en el pecado? ¿Prefieres que me meta a un templo a repetir oraciones, a que te contemple en todo lo que me rodea, hasta en esa vida que marcan las líneas de la palma de mi mano? Al seguirte como a un padre, ¿no me condenas a ser niña por siempre? ¿Cómo agradecerte? Gracias por la vaca que nos da la leche, con la que alguno hace el queso que tanto disfruto, lo mismo con las uvas que pisamos para extraerles ese líquido que comparan con tu sangre. Gracias por el arte, por los zapatos, por las ideas, por mis manos, por el árbol, por el sol, por la arena, por el ciclo del agua y por los libros. Muchísimas gracias por la inteligencia. No tengo modo de compensarte por habernos regalado la poesía. Gracias por el sexo y por la ciencia que ha inventado el repelente para moscos. Un millón de gracias por los pájaros sagaces y por las palabras que se elevan, por la amistad, por la devoción y por el silencio. Gracias por la música, por el remedio del hambre y del deseo, por las plantas medicinales y por los chocolates. ¿Qué te digo de ese don inmenso, el libre albedrío? Gracias por la fuerza de voluntad, por los atardeces y por cada una de mis dudas. Gracias por la noche y sus insomnios, por lo que conozco y por lo que no conozco, por la curiosidad y el miedo, por el amor en todas sus manifestaciones y por tu maravilloso invento: el tiempo.

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El arte tras mi verbo Cohen, alguno de estos valdrá para inspirarme. Hecha ya la selección, tomo mi cuaderno y escribo… En la inmensa mayoría de los casos el verbo es la palabra más compleja, pues en ella se expresan las formas, las personas y los tiempos gramaticales. El verbo impera, niega, indica, condiciona y potencializa. Se refiere a la acción en cada una de sus circunstancias. En pocas palabras, es lo que da sentido a la oración.

Quisiera hacer de mí misma un verdadero territorio, escribir en un idioma tan lleno de verbos que las páginas se muevan solas. Yo quisiera… Quisiera. La semilla se hace planta, después llegará el fruto y volverá a ella misma. Si regreso de donde vengo volveré a mis sueños, a ese designio obstinado al que poco le importa lo que suceda si no es sucederse a sí mismo. A través del “verbo”, como coloquialmente se le dice a la palabra, nos acercaremos a las cosas, a esas ideas que circundan a la acción. ¿Qué es el verbo? Es la parte conjugable de la oración que expresa la gestión y el estado del sujeto, y ejerce la función sintáctica como núcleo del predicado. Al tiempo en que ahondo en este significado al que me refiere la Real Academia Española, busco entre mis discos algo de música.

“Estamos”, verbo indicativo del nosotros en presente… estamos presentes. Somos, y al estar, estamos, así de simple. Una orquesta de pájaros afina junto a mi ventana. ¿Qué dice su canto? En realidad no importa; me alegra, me reconforta, me acompaña, al igual que el mágico y atemporal mundo de las letras, donde todo lo imposible se vuelve su contrario. Eso es justamente el arte. Transitemos, pues, por el arte de hacer a través de la palabra.

Miles Davis, la segunda sinfonía de Mahler, Marco Antonio Solís, Lennon o mi disco favorito de Leonard

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Divagar

Definición: Vagar con el pensamiento. Me asumo como una “vagamunda” del pensamiento. No sé si esto se deba a que tengo la costumbre de adentrarme al mismo tiempo en varios universos, o a que padezco uno de esos déficits, que en mis tiempos no diagnosticaban como un problema de atención, sino que terminaban por catalogarte como una pequeña traviesa y distraída. Este no es un espacio terapéutico, aunque en más de una ocasión los hechos terminen diciendo lo contrario. El arte tras el verbo es ese sitio donde se me permite hacer lo mío, hablar de todo y de nada, pues al hablar de la acción puede rozarse la no-acción al mismo tiempo. El verbo le da sentido a la existencia. Vivir, amar, ser, andar, buscar, crear, ver, sentir, gozar, sufrir, aprender, crecer, dar, recibir, ir, regresar, soñar, tocar, celebrar, unir, pensar, proyectar, jugar, saborear, esperar, recordar, morir, renacer… Desmenuzo en acciones la existencia como quien divide una película en escenas. Intento hacer una pequeña radiografía de lo que pienso, y al hacerlo soy consciente de que esto me acerca a entender un poco más el maravilloso arte de vivir. Hacer es un sinónimo de crear y es en la creación donde nuestros pequeños universos logran expandirse. Cuando decido adentrarme por el verbo andar –y gracias a este espacio lo hago bajo la deliciosa sombra que proyecta sobre mis letras tu mirada–, de alguna manera abrimos un camino juntos. Mi arte es conectar por medio de las letras. Tú eres, ellos son, yo soy… y en ese ser hay algo que nos une, eso que es. Tú eliges, yo elijo también, y en esa elección la vida se va escribiendo sola, o así lo parece para el que, como yo, divaga entre el actuar que se torna en sentir, y después forzosamente se transforma en otra cosa. En este proceso de experimento consciente, y por lo mismo de crecimiento personal, me he dado cuenta de algo, ha surgido una nueva revelación: el artista tiene un proceso distinto de pensamiento. Es gracias a esa flexibilidad y a esa libertad que le es posible crear; sin embargo, para la vida diaria y para que los sueños no

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se queden solo en eso debemos forzosamente erigir una estructura. Esto quiere decir que podemos tener lo mejor de los dos mundos y utilizarlo a nuestro favor. Se lee fácil, mas para los que llevamos años huyendo del aburrimiento y de la rutina, es todo un esfuerzo seguir el organigrama semanal. Divagar es delicioso, la magia sucede justo ahí. Pero también es ahí, en el inmenso mar de las mil posibilidades, donde podemos naufragar en lo que muchos han descrito como la “angustia existencial”. Llevo ya unos meses apegándome a cierto ritmo, sigo una ruta y eso se va transformando en una continuidad que le da a nuestra existencia sentido y dirección. De repente ese dicho tan común, “Toma las riendas de tu vida”, adquiere un significado nuevo y emocionante. No por eso dejo de permitirme el vuelo cuando llega el momento de fluir entre las teclas. Frente al cuaderno me deshago de las barreras y juego y digo y voy y vengo y creo… y creo de creer. Creo que ahí me expando y de alguna manera me cumplo, y todo lo demás que hago se refleja en lo que sueño y por lo tanto en lo que digo, y desde ese sitio puede decirse cualquier cosa, puede pedírsele a Dios que por un rato se olvide de la ley de gravedad, que para probar su existencia desorganice a las hormigas, que haga crecer de golpe bosques donde no los hay, que escriba sus verdades en el cielo, que transforme aquella flor en mariposa, que el viento susurre nuestros nombres y que esos grandes hombres piensen como niños. Divagar… ¿Qué sería del mundo si todos transitáramos por esos caminos marcados? ¿Si no nos diéramos el tiempo de andar sin rumbo aunque sea solo con el pensamiento? ¿Habrá inventado Dios los nombres de los días de la semana? ¿Y yo? ¿Por qué no habré de encontrar las palabras exactas, si me arrojo sin paracaídas a los más profundos precipicios para buscarlas? ¿Será posible que esas notas se me nieguen? Entre tantas emociones, ¿dónde se esconden?

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Si presto atención a esa voz que no calla en mi interior, quizá algún día efectivamente tenga algo que contar. El problema es que no es fácil captar lo que esas voces, todas al mismo tiempo, tratan de decir. Castidad, castidad, castidad… ¡Y yo escucho cantidaaaad! ¡Acción!... y entiendo diversión. Llegué a pensar que era aventura la desventura, y que la muerte solo depende de la suerte. Le he cambiado el nombre a la tolerancia por redundancia. La palabra amor rima con dolor. Fantasía con ironía, mal tino con destino, brisa con prisa, vivir con dormir, ilusión con comezón y secreto se confunde con decreto.

“Tengo desde hace tiempo necesidad de decir, no, de gritar. Por eso esperé tanto; para que no fuera un grito sino un susurro, y para poder hacerlo bajaré un poco la voz…”. Esta es la noche perfecta para sentarme en la terraza y quitarme los zapatos. Enciendo un cigarro natural y noto cómo se multiplica la brillantez de esa lámpara multicolor que alumbra a mi sirena. La silla es pequeña, pero llueve. El primer destello se mueve en dirección al aeropuerto. La lluvia habla. La corriente es generosa con el árbol empapado por la trova. Esta es la noche para desenmascarar a la pluma y dejar que frente a esa inmaculada pista de baile –que pareciera ante los ojos humanos una simple hoja de papel–, se dilaten sus pupilas. Mi pluma danza con soltura, cual brisa, al compás de aquel murmullo. Dice y dice, haciendo formas que no consigo deducir. Pareja de baile de cada una de las letras, as y os, hombres y mujeres. Cada una acaricia el instante eterno y queda para siempre agradecida y olvidada. Mientras tanto, esta sigue siendo la noche para encender esas velas que como candelabro usan botellas de champaña. Llegó el momento para dejarla bailar libre, y así ser testigo puro de ese acto de amor donde la mente le canta sonatas hermosas a la nada.

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La pluma puede detenerse, quedarse callada o sentarse a suspirar por no haber sido capaz de dibujar trazos a la altura de esta noche. Si así lo decide, que permanezca inmóvil para siempre; no obstante, también es libre de elegir jugar un poco más con la esperanza. Ha parado de llover, el viento es aún clemente, pero han llegado los mosquitos. Quiero matarte a ti, mosco sin clase. No respetas ni siquiera un intento de algo trascendente. Yo como tú también tengo hambre; como el tuyo, mi alimento está en mi sangre, que de A positivo muta a tinta negra. Tengo hambre de poesía, de magia… de las dos juntas. Quiero leer un poema en los brazos del amante, y por saciar tu instinto osas interrumpirme. Eres tan grotesco que Dios te ha hecho pequeño para que nadie te note. Tu hocico largo es espada de caballero con la que sin piedad atraviesas mi piel y me provocas una terrible incomodidad a causa de la infección. Hieres, entorpeces, fastidias y robas el sueño con ese tonto ruido, que se confunde con el que hace un foco antes de morir. ¿Por qué no dejas que haga lo mío? ¿Nadie te ha enseñado a no abrir las alas donde no te llaman? ¿Cuál es tu nombre? ¿De quién eres comisionado, estúpido insecto? ¿Por qué escoges dejar sin paz a mi terraza, habiendo tantos sitios en el mundo por donde ir a buscar ese líquido rojo que percibes? Aquí no está, es pura tinta negra lo que corre por mis venas. Lleva esos hilos colgantes que presumes como patas a otra parte. Aquí no vas a encontrar guerra, estoy cansada. Si alguna mañana me despertara todopoderosa, no estoy segura de qué es exactamente lo que haría. Imagino que además de cosas obvias –como pasearme por las tardes por los velatorios para resucitar al que más lloren y hacer andar a ése que sentado en su silla de ruedas se topara conmigo en su paseo cotidiano–, me dedicaría a ir experimentando con pequeños trucos. Convertiría a alguno en sapo, solo para después besarlo y de esa manera conocer la sensación de hacer de un hombre un animal y viceversa.

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Escribir

Definición: La acción, el verbo decir, el verbo crear… crear el verbo.

Si se diera el caso, también me tomaría el tiempo de hacer que se cumplieran algunos de mis caprichos. Me estiraría unos diez centímetros las piernas y, sin pensarlo dos veces, me convertiría en una insólita y prometedora escritora. Llevo años intentándolo. ¿Por qué sigo haciéndolo? ¿Radicará esa ambición en una hueca vanidad o en decirme a mí misma algo que sé que sé, pero aún no entiendo? Para ser un narrador hay que perderle por completo el miedo al qué dirán. Escribimos para ser juzgados; si lo hacemos solo para nosotros, es porque no tenemos nada que decir. Todo está en la forma en que se dice. Ahí radica el arte... el arte de escribir.

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La marioneta jala de mi dedo y las manecillas del reloj marchan en reversa. Muevo primero una pierna y después la otra. Hay que desaprenderse la coreografía para danzar por las calles y no parecerse a esa bailarina que da vueltas sobre una caja de música. El sol se va y la luna llega al mismo tiempo para todos; sin embargo, ese murmullo que crece dentro de mí, de una manera muy similar a los árboles de bambú, empieza a querer escapar. Cierro los ojos y me tapo los oídos. La voz siempre encuentra una manera de salir. Comienzo a escribir desde que voy por el cenicero, apago los teléfonos, me sirvo una copa de vino y busco algún cuaderno. Ese ritual y la sensación que me provoca solo podría compararse a cuando de niña preparaba ese mundo donde habrían de tener sus aventuras mis muñecos. Creo por impulso. Mi ser se expande en esas hojas donde me acomodo de manera orgánica. En el momento en que siento esa conexión, sé que estoy cumpliendo mi misión dentro del plan mayor. Es una sensación que solo puede compararse con la experiencia del amor, con el ardor que se percibe desde el primer roce, aunque con una variante. En la piel quiero prolongar el deseo; en el cuaderno persigo ese orgasmo que potencialmente estallará en una palabra, provocándome la necesidad de detener la pluma, misma que estrujaré contra el papel entre espasmos de placer, dejando una mancha de tinta negra que traspasará varias hojas del cuaderno. Invariablemente llevo conmigo una libreta; siempre está presente la posibilidad de aquel encuentro con la magia en mi paseo cotidiano. Es la única forma que tengo de dar sentido a los trabajos forzados a los que someto a mi cerebro y a mi corazón.ºEscribir es un verbo. Comer, dormir, jugar, caminar… No todo el que escribe es escritor, ni el que camina es caminador, ni aquel que come se convierte en comedor para que los otros se sienten a comer. La vida es un laberinto, un

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esculpiendo ese poema con el que sueño todas las noches, consagraré mi tiempo a grabar en mi libreta estas intenciones, que como saetas lanzadas por Cupido surcan cada una de estas hojas. Danzaré de un sonido a otro, aun sin saber si caeré o no en el abismo que hay entre las palabras.

Llegará el día en que la fuerza de gravedad deje de ser tan grave, y el libro más antiguo sea tomado por una escueta invención urbana. Es cuestión de tiempo para que los niños se tornen viejos y se extingan “para siempre” las palomillas con manchas rojas. Entre tanto y mientras pueda, alguien perpetuará este juego procurándole vueltas a la rueda de la vida. Si no se detiene, yo seguiré

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Lo que ambiciono es que un solo punto final sea el que me detenga. Debo tener cuidado con la letra i; se requiere sensatez para permanecer de pie sobre una cabeza de alfiler.

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transitar por callejones sin salida, sitios insospechados, complejos y confusos caminos de la mente. Es un terreno formado por vías ambiguas cuya finalidad es la de confundir al que se adentre, de modo que le sea difícil encontrar la salida. Imposible concebir nuestra existencia sin ese primordial proceso: la comunicación. Somos la única especie capaz de narrarse en el mundo que lo rodea; estamos diseñados para adaptarnos y creer que podemos conquistarlo. Muchas son las teorías sobre los umbrales y el milagro de las lenguas. Yo coincido con Noam Chomsky: todos los humanos llevamos dentro un dispositivo mediante el cual se desarrolla nuestra gramática. Una mágica consecuencia que proviene directamente de nuestros niveles genéticos y neuronales, más que ser un mero producto del aprendizaje y la cultura. El arte de decir lo hacemos todos. Estamos llenos de lenguaje, como el oso de felpa está relleno de esos hilos blancos que se le escapan por el brazo. Confío en que llegará el momento en que encuentre mi finalidad en este existir. Repitiéndome de generación en generación como eslabón de una cadena, intuyo que será justo en mí donde se rompan los hechizos y se cometan los milagros. La lucha es contra mí misma, solo yo escatimo contra mi propia libertad. Seré libre el día en que no únicamente sepa decir, sino hablar con la verdad; mientras tanto seguiré en este inútil intento por averiguar quién es esta mujer que tiene una mano cansada y la otra aburrida.

golpe se han vuelto figuras rellenas de esa ridícula esperanza de ser vista al fin. Ideas que no son mías ni de nadie nadan en el mar del inconsciente. Entre tanta carnada algo morderá el anzuelo. Nunca es tarde para buscar un mundo nuevo. ¡Sigámoslo intentando! Andemos por el camino inevitable, y ojalá este nos conduzca a donde empieza a organizarse el universo. ¿Por qué lees eso? ¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué ahora? ¿Por qué luchas? ¿Por qué indagas? ¿Por qué sugieres? ¿Por qué dices? ¿Por qué cierras con llave? ¿Por qué tan temprano? ¿Por qué no crees? ¿Por qué anhelas lo imposible? ¿Por qué piensas tonterías? ¿Por qué ahí? ¿Por qué no? ¿Por qué así? ¿Por qué sí? ¿Por qué no? ¿Por qué, por qué, por qué…? Escribo porque me gusta. Si no te gusta, pues no escribas. A mí me gusta. Mientras las palabras fluyen en mi cuaderno o por las teclas de la computadora me siento libre, como si dejara salir a ese caballo brioso que habita en mi cabeza, permitiéndole correr por el campo donde se esconden todas las posibilidades. Es un juego esto de escribir. ¿No lo es la vida misma?

¿Por qué escojo hablar en una lengua danzante que evoca emociones y vela presencias? Tal vez sea por hacerle un homenaje a esas ideas que vagan eternamente por ninguna parte. Cuando leo, escribo, y cuando escribo lo que leo reconozco esos artificios que de

Yo respondo arte cuando lleno ese hueco al que le antecede la palabra ocupación. No digo artista, no pintora, no escritora; arte, de eso estoy segura. Me quito la sed en ese pozo misericordioso donde brotan y se ahogan las ideas. Mi vida no termina en la punta de mis dedos. ¿Si en verdad eres escritora entonces por qué tienes este aparato? ¿De qué año es esto? ¡Esta máquina es de la época de los dinosaurios! Mamá, me da pena ajena tu computadora, son solo algunos de los cumplidos que recibe mi juguete. Un aparato antiguo al que estoy acostumbrada. Lo he intentado, estaba tan resuelta a cambiar de PC a Mac que hasta me compré una laptop, misma que he utilizado a lo mucho unas cuatro veces. Los jugadores de tenis tienen las mejores raquetas; los futbolistas, el último modelo de balón; las zapatillas más bellas las desean las bailarinas; los músicos, los más afinados instrumentos; los barrenderos buscan calidad en sus escobas; los niños piden el juguete que acaba de salir en la película y los escritores me supongo que ansían un cerebro electrónico más ligero y más completo. No es mi caso. A mí me encanta mi teclado, estoy acostumbrada a su sonido; las letras al irse amontonando crean una especie de

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El Quijote fue escrito en una cárcel. Proust escribió En busca del tiempo perdido en una cama, un mueble que yo destino únicamente a los sueños y el amor. En La divina comedia, Dante Alighieri hace un perfecto retrato sobre lo que les sucede a las almas después de la muerte, mientras que Augusto Monterroso escribe todo un libro en una sola frase y Marguerite Yourcenar dio a luz oraciones como esta: “Qué insípido hubiera sido ser feliz”.


melodía aparente. Ahora que lo pienso, creo que aquello me ayuda a componer el ritmo que deben llevar las oraciones y las frases. Es un placer secreto sentir esas pequeñas punzadas en las puntas de los dedos después de usarlo por un rato; lo mismo pasa con mi pantalla, esa ventana que me permite hablar contigo, ella y yo nos conocemos y es esa complicidad añeja la que me provoca tener para con ella una mínima dosis de lealtad. Siempre respondo lo mismo cuando me cuestionan. Se debió a los cuentos, y aclaro que nada tuvo que ver con esto mi maestra de literatura. Al montarme otra vez en el recuerdo me doy cuenta de que fue esa mujer, la que en otro tiempo fue niña además de mi vecina, la culpable. A ella le debo estos instantes de felicidad entre las letras. Fue una tarde, eso es seguro. De pronto entra en escena una mujer hermosa flotando, como flotan las mujeres maduras a los dieciséis años sobre sus zapatos de suela de madera. La hermana mayor de mi amiga sostenía en la mano algo que parecía importante. Te llegó una carta, dijo sin siquiera voltear a vernos. Como en cámara lenta fue extendiendo el brazo, transformando el momento ordinario en un instante solemne. El documento provenía de un lugar lejano, por lo menos así es como lo veía yo en aquel entonces; desde que apareció internet cualquier rincón del mundo está a la vuelta de la esquina. Mariana se apresuró a abrirla y contestaba al tiempo que yo la interrogaba: Es mi amiga por correspondencia, pronunció con la misma velocidad con que sus dedos sacaron una hoja llena de colores de aquel sobre. Ese fue el día en que verdaderamente conocí los celos. Me incomodaba sobremanera que mi mejor amiga tuviera otra confidente, y que además fueran cómplices en la aventura de intercambiar cartas. Mira, también viene una fotografía. Sentí que me faltaba el aire. Estaba decidida, yo también tendría una amiga con quien comunicarme a distancia. De alguna manera, no recuerdo cómo, la conseguí. Era de Zambia, mucho más lejana y, por lo tanto, bastante más interesante que aquella niña de colorido desabrido con la que se carteaba mi vecina.

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Corresponder

Definición: Devolver los afectos o beneficios recibidos. Hola, Julia: Ayer exactamente casi cumplí cien años de existencia. Quizá el mejor regalo fue leer tu texto, Recibe el nombre de correspondencia la acción o efecto de pagar algo con igualdad, y qué mejor pago que el que se hace desde la intención de compartir la mente y el alma por medio de las letras. Las cartas transportan soledades, que únicamente dejarán de serlo cuando traspasen la mirada atenta del destinatario. De manera epistolar, Rainer Maria Rilke le regala su sabiduría a Franz Xaver Kappus, el joven poeta. “Las cosas no son todas tan palpables y decibles como nos querrían hacer creer casi siempre; la mayor parte de los hechos son innombrables, se cumplen en un ámbito que nunca ha hollado una palabra; y lo más indecible de todo son las obras de arte, realidades misteriosas, cuya existencia perdura junto a la nuestra, que desaparece”. Es verdad que los que lo hacemos, los que intentamos ponerle nombre a lo invisible e ilusamente anhelamos ajustar el caos que nos rodea, los que trazamos un garabato o guardamos palabras sueltas escritas sobre una servilleta de papel, lo que en realidad buscamos es la trascendencia. ¿Por qué? Por una razón que es aparentemente simple: para que nuestra efímera existencia adquiera significado. Yo escribo para regresarle al mundo lo que de él he tomado prestado, y por más que en muchas ocasiones no consigo traducir al idioma concreto de las letras aquellas ideas y sensaciones, lo sigo intentando a causa de ese vicio del que soy presa: la comunicación. Aquella “no verdad” se encontraba dentro de un contexto literario, fue por eso que me pareció acertada.

respuesta: Hola, Julia: En primer lugar te ofrezco una disculpa por el mal chiste de mi edad: nací el 2 de junio de 1947, así reitero mi aprecio por tu texto, que como una perla entre el tsunami de información, resaltó ante mí

lector permanente.

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París, a 17 de febrero de 1903 Muy distinguido señor: Uno de mis libros favoritos es Cartas a un joven poeta de Rainer Maria Rilke. No solo se trata de un documento bello, pedagógico, poético, histórico, biográfico e ilustrativo, sino también es un testimonio de la evolución en la relación que se da entre dos personas que comparten sus ideas y sus pasiones. Eso es justamente lo que me motiva a escribir en un espacio abierto y sin más destinatario que aquel que esté dispuesto. Cada uno de los mensajes que he recibido de diferentes lectores, los contesto y atesoro; mas he decidido elegir a uno en especial como ejemplo, porque es con él con quien se ha abierto un canal constante y sincero de amistad y aprendizaje. A continuación transcribo un fragmento de aquellas cartas que el maestro le dirigió al joven poeta. La introduzco como testimonio de ese tesoro compartido que se da cuando las ideas y los sentimientos hacen ese recorrido de ida y vuelta.

Hace solo pocos días que me alcanzó su carta, por cuya grande y afectuosa confianza quiero darle las gracias. Sabré apenas hacer algo más. No puedo entrar en minuciosas consideraciones sobre la índole de sus versos, porque me es del todo ajena cualquier intención de crítica. Y es que, para tomar contacto con una obra de arte, nada, en efecto, resulta menos acertado que el lenguaje crítico, en el cual todo se reduce siempre a unos equívocos más o menos felices. Las cosas no son todas tan comprensibles ni tan fáciles de expresar como generalmente se nos quisiera hacer creer. La mayor parte de los acontecimientos son inexpresables; suceden dentro de un recinto que nunca holló palabra alguna. Y más inexpresables que cualquier otra cosa son las obras de arte: seres llenos de misterio, cuya vida, junto a la nuestra que pasa y muere, perdura. Usted pregunta si sus versos son buenos. Me lo pregunta a mí, como antes lo preguntó a otras personas. Envía sus versos a las revistas literarias, los compara con otros versos, y siente inquietud cuando ciertas redacciones rechazan sus ensayos poéticos. Pues bien –ya que me permite darle consejo– he de rogarle que renuncie a todo eso. Está usted mirando hacia fuera, y precisamente esto es lo que ahora no debería hacer. Nadie le puede aconsejar ni ayudar. Nadie... No hay más que un solo remedio: adéntrese en sí mismo. Escudriñe hasta descubrir el móvil que le impele a escribir. Averigüe si ese móvil extiende sus raíces en lo más hondo de su alma. Y, procediendo a su propia confesión, inquiera y reconozca si tendría que morirse en cuanto ya no le fuere permitido escribir. Ante todo esto pregúntese en la hora más callada de su noche: “¿Debo yo escribir?” Vaya cavando y ahondando, en busca de una respuesta profunda. Y si es afirmativa, si usted puede ir al encuentro de tan seria pregunta con un “Sí debo” firme y sencillo, entonces, conforme a esta necesidad, erija el edificio de su vida.

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Que hasta en su hora de menor interés y de menor importancia, debe llegar a ser signo y testimonio de ese apremiante impulso. Acérquese a la naturaleza e intente decir, cual si fuese el primer hombre, lo que ve y siente y ama y pierde. No escriba versos de amor. Rehúya, al principio, formas y temas demasiado corrientes: son los más difíciles. Pues se necesita una fuerza muy grande y muy madura para poder dar de sí algo propio ahí donde existe ya multitud de buenos y, en parte, brillantes legados. Por esto, líbrese de los motivos de índole general. Recurra a los que cada día le ofrece su propia vida. Describa sus tristezas y sus anhelos, sus pensamientos fugaces y su fe en algo bello; y dígalo todo con íntima, callada y humilde sinceridad. Valiéndose, para expresarse, de las cosas que lo rodean. De las imágenes que pueblan sus sueños. Y de todo cuanto vive en el recuerdo. Si su diario vivir le parece pobre, no lo culpe a él. Acúsese a sí mismo de no ser bastante poeta para lograr descubrir y atraerse sus riquezas. Pues, para un espíritu creador, no hay pobreza. Ni hay tampoco lugar alguno que le parezca pobre o le sea indiferente. Y aun cuando usted se hallara en una cárcel, cuyas paredes no dejasen trascender hasta sus sentidos ninguno de los ruidos del mundo, ¿no le quedaría todavía su infancia, esa riqueza preciosa y regia, ese camarín que guarda los tesoros del recuerdo? Vuelva su atención hacia ella. Intente hacer resurgir las inmersas sensaciones de ese vasto pasado. Así verá cómo su personalidad se afirma, cómo se ensancha su soledad convirtiéndose en penumbrosa morada, mientras discurre muy lejos el estrépito de los demás. Y si de este volverse hacia dentro, si de este sumergirse en su propio mundo, brotan luego unos versos, entonces ya no se le ocurrirá preguntar a nadie si son buenos. Tampoco procurará que las revistas se interesen por sus trabajos. Pues verá en ellos su más preciada y natural riqueza: trozo y voz de su propia vida. Una obra de arte es buena si ha nacido al impulso de una íntima necesidad. Precisamente en este su modo de engendrarse radica y estriba el único criterio válido para su enjuiciamiento: no hay ningún otro.

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mirar hacia fuera, esperando que del exterior llegue la respuesta a unas preguntas que solo su más

concienzuda, he intentado hacerme digno de ella: al menos un poco más digno de cuanto, como extraño, lo soy en realidad. Rainer Maria Rilke

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Querida Julia: Viviendo encontré el camino que le da valor a mi existencia: el arte en todas sus expresiones. En primer lugar descubrí la magia de las palabras, la creación maravillosa de la literatura; el dibujo y la pintura en sus diferentes técnicas y épocas; la sublime plasticidad del ballet, de la danza –clásica y contemporánea– y, unida a ella, la hermosa música. Nietzsche dijo que no se imaginaba su vida sin música.

Vivimos rodeados de geometría. Somos formas que se mueven en espacios delimitados por curvas y líneas rectas. Hay un tipo de triángulo que tiene noventa grados; los nombres de cada rincón del mundo ni me los sé, ni me interesan. Hoy es 5 de diciembre y aunque me siento ajena a un mundo que de pronto me aparece tan lleno de nombres y apellidos, sé que por ahí alguno como Vicente Ronquillo desde donde está me corresponde.

Te comparto mis vivencias de ayer domingo. Inicié el día instando a mi sirviente para que realizara sus funciones con diligencia: arreglar la recámara, preparar mi fruta y té verde que constituyen mi desayuno y, al terminar, lavar los trastes y dejar limpia la cocina. Mientras tanto, yo escuchaba a través de Opus 94.5 el Orfeo de Monteverdi que presentó el maestro Ernesto de la Peña, como parte del programa dominical “Música para Dios”. Hace muy poco cumplí setenta y cinco años de edad, y a partir de esa fecha descubrí que una vez concluida mi etapa laboral, se abren múltiples opciones. Ahora soy dueño absoluto de mi tiempo. Me dedicaré, como primordial acción placentera, a convivir más con mi familia, en particular con mis dos hermosas nietas. Disfrutaré a plenitud la lectura; platicaré con Jorge Luis Borges, Juan Rulfo, Franz Kafka, Juan Carlos Onetti, James Joyce. Leeré a los nuevos autores, apenas “descubiertos”: Julia Neumann, Sandra Lorenzano, Ana Clavel, Guadalupe Nettel, Érika Gael, Amber Lake, Enrique Serna, y la obra poética de Sandra Píen, Malva Flores y Meri Pas Blanquer. La escritura es algo que busca su destino desde hace años, o quizás décadas, y ahora, al fin, después de que una cantidad de azares o persistencias hicieran su trabajo, pasaré de la intención a la acción para encontrar mi propia voz. Me guiaré según lo que dijo Oscar Wilde: “No existen más que dos reglas para escribir: tener algo que decir y decirlo”. Decidí este año iniciar y concluir un curso de computación, para reducir la brecha digital. Estudio el nivel cinco del idioma inglés. Sin embargo, también descubrí que Vértigo no es solamente el título de aquella película que dirigió Alfred Hitchcock, allá por 1958, y que estuvo nominada a dos

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premios Oscar. Vértigo es un padecimiento crónico-degenerativo que resulta, en mi caso, como consecuencia del endurecimiento de la membrana timpánica, y que la doctora Sandra Lorenzano describe a la perfección en su novela Fuga en mí menor: “Pero de pronto llegó el vértigo. Las pupilas que se movían de manera extraña intentando seguir la mano del médico, el suelo que parecía hundirse a cada uno de sus pasos. Y la melodía y el timbre, todo había huido dejándolo solamente con el ruido que había dentro de su propia cabeza”. Sentí algo extraño, comenzó como un mareo, empecé a sudar copiosamente, con dificultad llegué al sillón y me dejé caer, dormido o desmayado. Desperté una hora después. Me mantuve atento a mi cuerpo, con la esperanza de que él me dijera qué había sucedido. Sé que el cuerpo tiene sus propias maneras de decir si algo falla, quería que él me dijera qué estaba mal. Pensé en principio que se trataba de un simple mareo, como consecuencia de una mala digestión. Intenté leer un libro, pero el mareo siguió; el televisor empezó a moverse, los cuadros también giraban. El dibujo que hice de Beatriz, mi Don Quijote montado sobre Rocinante, la aguatinta con la que aprobé el segundo grado en la Escuela Nacional de Artes Plásticas, también se movían. Al recobrarme pensé que debería tener a alguien junto a mí. Acudí con el médico y después de varios estudios y citas me dio el diagnóstico: vértigo, padecimiento crónico-degenerativo que causa el endurecimiento de la membrana timpánica, que, entre otras funciones, es la responsable del equilibrio. Me recetó un medicamento que evitará que se repita el evento. Es irreversible, pero controlable. Regresé a casa y recobré la dicha de vivir a solas. Me senté a leer y disfruté que todo estuviera bajo control. Ahora debo tomar, por ciertos periodos, una tableta diaria del medicamento Cinarizina para prevenir este molesto e inesperado evento. Descubrir es siempre una revelación: sé que llegar a la tercera edad no es una fatalidad, sino la hermosa oportunidad de gozar lo aprendido, lo vivido. Vivo a plenitud cuando camino, cuando bebo la elemental y vital agua; también siento la vida cuando respiro, y tengo consciencia de

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hacerlo. Igual sucede cada día al despertar y sentir que el universo me permite vivir un día más con todas sus posibilidades. No pierdo el tiempo, disfruto lo que hago y lo que hice. Soy actor y he representado diversos personajes, todos ellos con diversos matices que me han permitido alcanzar cierta maestría en mi oficio. Fui novio, esposo, padre, viudo, amante, extranjero, empresario sin éxito, vendedor, supervisor, gerente; también, con cierto rubor, confieso que la hice de licenciado en Administración Pública Federal. Ahora soy pensionado y estoy aprendiendo a dominar mi escenario: soy frugal, organizado, disciplinado; me nutro de cultura porque al ser mínimo el ingreso, más cultura necesito. Vivo a solas. Como escribió Fray Luis de León: “Tranquilamente, sin testigos. Sin soledad no hay lectura verdadera: sin una confrontación con las palabras escritas en las que no cabe nadie más, ni la opinión de otros lectores, ni los juicios de la crítica, ni el deseo de parecerse a otros o distinguirse de otros”. Vivir a solas es el mayor de los esplendores. Yo, como Travis –el personaje principal de la película Taxi Driver– puedo declarar, sin amargura: “La soledad me ha perseguido durante toda mi vida, por todas partes. En los bares, en los coches, en las aceras, en las tiendas; por todas partes. No tengo escapatoria: Soy un solitario”. Vivo como aconseja Montaigne: en un departamento que da a un cementerio, que me aclara el pensamiento y mantiene a la vista las prioridades en mi vida.Vivo en este momento en que escribo, y pregunto, usando el sagrado plagio a Borges “Tú, que me lees, ¿estás seguro de entender mi lenguaje?”. Entiendo que la fuerza interna no tiene nada que ver con la edad: viviré con pasión esta etapa de mi vida. Doy gracias al Universo, y a tu generosidad, por permitir que suceda... el dichoso milagro de comunicarnos. Te saludo con alegría y, desde luego, con el respeto y cariño verdadero que tú mereces. P.D. Como ya te habrás imaginado, mi sirviente, soy yo mismo.

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Vicente, amigo: Jajajajaja, ¡ahora tú me hiciste reír! Qué maravilla ser amo y sirviente de uno mismo. Me permito llamarte amigo porque justamente así lo siento... Un solitario, ¿eh? No lo creo, y disculpa que me aventure a contradecirte aún sin conocerte, pero los hombres solos lo están porque no se encuentran y por lo que escribes vislumbro algo muy distinto. Tu vida se me antoja interesante... Como cualquier otra que tenga el valor de mirar desde lo hondo. La vida... Ay... Vivir... Mi vida es un poema que ha escrito un hombre viejo (de los que poco tienen de qué arrepentirse) de pie, recargando el cuaderno contra la pared. Tal vez con muchas faltas gramaticales, pero con la espontaneidad y la pasión que se requiere para dejar que una niña-mujer arriesgue hasta su propia piel para, pagando cualquiera sea el precio, acercarse un poco a la sabiduría. El vértigo y la dicha de vivir a solas… En un solo párrafo haces que convivan lo que hoy son dos opuestos para mí. El vértigo lo conozco, aunque jamás he padecido de ninguno de mis dos oídos; mas te confieso que si pudiera elegir entre ese mareo que provoca el miedo, o aquel que cuentas se cura con Cinarizina, sin pensarlo me quedaría con el tuyo, y digo sin pensarlo, pues ahora que lo escribo hago un poco de conciencia, y lo recién escrito, lo expreso con toda la mano llena de ignorancia, pues jamás he sentido el tuyo, tu vértigo, ese que viene desde el tímpano. Eso es la individualidad, el no poder sentir la debilidad ajena por estar atrapados en una sola mente y un cuerpo que contiene sensaciones que por momentos nos parecen solo nuestros. Hoy me siento tan dueña absoluta de mis miedos, que he llegado hasta a creerme el único ser humano que se ha parado mirando de frente al precipicio, mas jamás he caído desmayada sobre un sillón, nunca he sentido lo que siente la gente al desvanecerse, a lo mucho llego a detenerme de una emoción o una idea con la firme convicción de que al soltarla algo terrible podría sucederme, aunque lo más probable es que lo único que realmente me pasara fuera la libertad. Como esa fruta que se suelta del árbol llegado su momento…

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Hablas de esa tercera edad con ilusión, me transmites esa paz que presentí en la primera noticia que provino de ti. Te deseaba de cien años justamente para esto, para poder absorber cual vampiro la sabiduría que le dan los años a quien lo merece… a ese que indaga y se adentra en la existencia. Yo quiero ser como tú, y si la vista llega a cansárseme por haber leído tanto, y si el oído se me revuelve por el excesivo gozo de lo escuchado y si mis pasos… y si hasta el mismo tiempo se me cansa, pero lo logro y alcanzo a entender lo que tú entiendes, y consigo conocerme tanto que vivir a solas sea no solo algo a lo que debo acostumbrarme, sino eso que anhelo, entonces habré curado el mío, mi vértigo, ese que solo se quita saltando de una vez por todas al vacío y tocando el fondo de ese pozo. Mi mareo para ti es refugio, querido amigo, lo disfrutas y atesoras, mi mal es precisamente ése: vivir a solas. Enséñame, maestro, a sembrar en esa tierra fértil a la que llaman soledad. Ansío seguirme conociendo. Siento que tengas un padecimiento tan molesto. Mejórate pronto, para que nada distraiga a tu alma joven de su camino. Cuando nos dan ganas de compartir experiencias quiere decir que fue uno de esos días que merecen ser contados. Con los años ha empezado a gustarme ese séptimo día, el más silencioso de la semana. Cuentan los que saben que aquel creador eligió justamente un domingo para sentarse a contemplar su obra. Tuvo que ser Dios también el responsable del milagro del lenguaje, y de que tú y yo un domingo cualquiera seamos capaces de comunicarnos. Buen domingo, don Vicente.

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Supongamos

Definición Suponer: Considerar o conjeturar algo como cierto o existente

¿Y si tan solo por el más pequeño de los instantes esas casas que puedo acariciar con la mirada desde aquí dejaran de ser tan serias y me guiñaran una ventana? Y si al abrir la puerta emitieran frases como estas… ¿Alguno ha visto la nube que le falta al cielo? A veces tengo la fantasía de ser una “vagamunda”, un ser que nada le debe a nadie, que solo permanece para cobrarle a la vida lo que le corresponde, y por lo tanto intuye que lo mejor de este existir aún está por llegar. Las cosas que importan pasan un día cualquiera, cualquier noche y en cualquier parte. Aquí estoy, comprendiendo el caer de la tarde sin que en verdad concluya el día. El viento suspira promesas, tal vez son ofertas que no entiendo. Mas ni dormida ni despierta he tenido la suerte de imaginar un universo en el que las diez mil cosas que según Lao-Tsé constituyen este planeta sean encendidas al mismo tiempo, donde por amar a esos hijos que no han nacido las mujeres se vuelvan madres, y por convicción propia el resto de los hombres sean neutrales. Es imposible que no exista un sitio en el que todas las voces armonicen en una sola, y que los pasos de la gente –independientemente de lo que opinen el resto de los cuerpos– pacten marchar todos al mismo tiempo hacia adelante. Un país donde los basureros de la calle, en la sección reciclable, tengan escrito el letrero de emociones negativas. Nadie lo ha constatado, pero hay muchos que como yo suponen que llegará el día en que aunque llueva, si los guajolotes miran hacia arriba con la boca abierta no habrán de ahogarse, que los mosquitos nacerán mudos y sin dientes, y esas personas con buenas ideas, aunque despidan humo por la boca, no morirán de cáncer de pulmón.

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No debo ni puedo renunciar a suponer un territorio en el que los sonámbulos caminen por las noches ordenando lo que por el día se desordenó, y detrás del escritorio donde se reclaman las horas perdidas haya cada día menos fila. Me niego a renunciar a la idea de que todos los seres humanos, sin importar su circunstancia, nazcan con la misma dosis inalterable de autoestima, y en las universidades se abra la opción para nuevas carreras más especializadas, como arquitectos de destino y calculistas de tiempo. Ya otros lo han dicho antes: las cosas no son lo que pueden ser, sino lo que son, y esa frase, junto con la justicia, dejará de ser una utopía. Alguno, estoy convencida de ello, inventará pronto una vacuna contra la pobreza de espíritu y como consecuencia erradicará los escalofriantes síntomas que conlleva dicha enfermedad. Miles de especies de aves migrarán para hacer sus nidos en los techos de las casas de las grandes ciudades; todas las islas serán libres, los pueblos recobrarán su sabor a paraíso encontrado y exclusivamente será “vagamundo” aquel que por propia voluntad así lo escoja.

Qué difícil ser o no ser lo que otros quieren que seamos. Si seguimos deseando que el otro sea como queremos que sea, seguiremos siendo no lo que queremos ser ni lo que somos, sino lo que no queremos seguir siendo.

Entonces, ¿por qué no habríamos de hacernos conjeturas sobre si van a cambiar o no las prioridades y las pasiones en las oficinas gubernamentales? ¿Puedes imaginarlo? ¿Podrán ellos? Espero estar presente para verlo con mis propios ojos. Sé que se acerca, no está lejos; sospecho que no está distante el día en que un niño nos explique la respuesta por la que todos hemos suspirado durante años. “La felicidad es tener un conejo”.

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Soy

Definición: Identidad. Quizá sólo sean recuerdos que regresan del olvido.

cree que es loca porque conoce la trama desde dentro? ¿Seré energía, un número en la lista? Soy esa a quien fascina la originalidad del ser que habita en la creación artística y la que cree que la magia se anida entre las alas de una catarina. ¿Quién soy? La pregunta por la identidad, gastada cuestión, se actualiza en este núcleo cardinal que es el “yo” individual. Sé de mis orígenes, tengo claras mis creencias, mis valores y mis preferencias. Asumo, sí, ciertas etiquetas y aunque no deje de cuestionarlas, gozo de mis costumbres. El nombre… un puro símbolo, sonido y letras mutables, como todo lo demás que no nos define. ¿Será tan importante saber quiénes somos? ¿O tal vez podamos reconocernos en lo que hacemos? ¿Podrá el espejo reflejar claramente lo que pensamos? ¿Sabrá decir nuestra voz lo que en realidad sentimos? Decidí dejar de ignorar algunas cosas por exigencias de selección. En ese proceso descubrí que cuanto más conozco menos sé.

¿Anda mi ser por mi nombre o por la sensación del chocolate que se rinde en mi boca? ¿Estoy por el Aries de mi signo zodiacal o un poco en cada personaje de mis sueños? ¿Será que soy esa que aún sabiendo que no puede lo sigue intentando? Soy la madre, la cantidad de vueltas que le he dado a la primavera. ¿Seré la amiga o solo la síntesis de cierta información genética? Soy el pensamiento. La superstición. Una sombra muda en la pared. ¿La mujer de uno o la hija? ¿O será que soy lo indescifrable detrás de la máscara que es un gesto, la carcajada? Soy una rama en un árbol genealógico y la huella de un dedo en mi pasaporte. ¿Soy mi boca cuando besa o toda yo soy el beso? Soy aquel recuerdo de mi madre, mis ganas y la provocación. ¿Qué soy? ¿Dónde soy más yo, en esos 48 kilos de espíritu o solo en cuerpo? ¿Soy la que quiere dejar de fumar o el recuento del humo en mis pulmones? Me cuentan las historias de mis cicatrices y las decisiones que tomé. La niña que me habita, ¿seré ella? ¿O seré la que cuenta su vida y

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Sé de mis orígenes, tengo claras mis creencias.

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Asumo, sí, ciertas etiquetas y aunque no deje de cuestionarlas, gozo de mis costumbres. El nombre… un puro símbolo, sonido y letras mutables, como todo lo demás que no nos define. ¿Será tan importante saber quiénes somos? ¿O tal vez podamos reconocernos en lo que hacemos? ¿Podrá el espejo reflejar claramente lo que pensamos? ¿Sabrá decir nuestra voz lo que en realidad sentimos? Cuando se toca un tema propio más que una confesión se convierte en un pasatiempo trascendental…

Soy yo la que nace cada mañana cuando la aurora entra a un cuarto que aún duerme. ¿Despertará algún día? El árbol fuerte pero sin raíces en la ventana, junto al que voy creciendo, amenaza con desvanecerse en cualquier instante. Así de incierta es la vida, tan sutil como la llama de la vela que anoche encendiste junto a la cama.

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porque a alguno se le ocurrió que así debía de ser; soy cuando en mi mano derecha sostengo un alfil y mi mente entera está en la reina; soy placer en cada poro de mi piel y posible dolor en esos mismos puntos de donde viene el gozo; soy puerta por donde nace el mundo y en donde muere el hombre; y soy esa herida en el ecuador condenada a ser cicatriz por decantar sangre. Soy parte de un plan superior, soy una minúscula, diminuta, microscópica, pero única célula de la divinidad. Como tú, soy solo un pequeño gusto de Dios, ni siquiera llego a ser capricho, pues esos pequeños, intrascendentes y obstinados deseos forzosamente deben provenir de unas ganas de cumplirse.

No nací ni me eduqué para esto, pero al existir vamos aproximándonos a nuestro destino. No vivo mi vida para contarla. Para hablar de la existencia no hay juegos de palabras; es improbable que sea puro malabarismo… pero, ¿qué podría decir sobre aquellos días llenos de ignorancia, soberbia y utopía? ¿O de cuando aún tenía agua en los ojos? ¿Qué se yo de la fraternidad que crece con los años? Ningún sauce me ha hablado todavía, ni me ha dado lecciones de paciencia. No sé de ciencia, pero sé que para la vida diaria se requieren valor y conocimiento. Cuando no me baño porque me faltan las ganas o el tiempo, me lavo las axilas en el lavabo. Soy los dedos de mis pies que estiro por las noches, cuando por fin me libero de unos zapatos que le suman unos tantos centímetros a mi altura, a cambio de otros cuantos daños permanentes a mi columna vertebral. Soy mis pantorrillas tersas y sin pelo,

Soy la consecuencia de un acto voluntario, en algunos casos consiente y placentero, y en otros amoroso y responsable. Mis padres me dijeron que fui una hija deseada. Está mal visto decirle a alguien que ha llegado aquí por un simple accidente, aunque en todos y cada uno de los casos eso es realmente lo que sucede. Me libera sentirme parte de la inercia de la vida; crece mi agradecimiento al darme cuenta de que soy solo una casualidad. He tenido la suerte de llegar a este universo con mis seis sentidos para ser capaz de ver la inmensidad y cuestionarla. Desde mi pequeñez percibo la gloria, y eso me hace ser grande.

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Buscar

Definición: Hacer lo necesario para encontrar algo.

Debemos contar con una barca sólida para aventurarnos a navegar en un mar sin límites. Me lleno los pulmones del mismo aire del que vaciaste los tuyos, y la sombra de lo que pudo haber sido reaparece. No en el espejo; ahí encuentro el instante, parpadeo y sigo viéndolo de frente… El momento presente. Y mientras todo esto acontece como debiera suceder, mi imagen en el espejo sigue sin reconocerse. Y es que no es un simple reflejo que responde a la voluntad del que está enfrente; no, mi otro ser se desdobla en esa otra que baila cuando siente ganas y se rasca la cabeza supongo que por antojo. Somos una gota en el mar y sin embargo lo que hacemos afecta la marea.

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Rara vez noto cuando se mueve la manecilla del reloj. Me complace verlo, es como haber sorprendido a alguien que siempre actúa sigilosamente para no ser descubierto. Todos buscamos el modo de detener el tiempo. Envidiamos la conciencia de ese niño que llora recién nacido, y sin embargo, siguen inventando lugares para la esclavización temprana. No te olvides que hace no más de doce mil lunas tú sabías perfectamente lo que querías. ¿Dónde quedaron nuestros gritos? ¿Qué buena tarde se apagaron por completo? Parece que fue ayer cuando cumplí los días suficientes para empezar a dudar… no he parado desde entonces. Igual que el aire no parece tener muchas ganas de dejar de divertirse con las hojas de mi cuaderno y con mi pelo. Es difícil escribir a contraviento, pero no conozco otra manera de vivir. Nos parecemos tanto a esos astutos animales que persiguen las llantas de los coches, aun sabiendo que no habrán de alcanzarlas. Los enfermos son los que más gusto tienen por la vida, los presos por la libertad; los únicos que notan la estupidez son los inteligentes, y los sabios anhelan esos tiempos de inconsciencia. A los que más atención ponen los dioses es a los ateos, los pobres desean ser ricos, la belleza la valoran más los feos, la cordura huye de los locos, los políticos casi nunca saben lo que quieren y los hombres tienen una enorme debilidad por las mujeres. Todos vivimos para encontrar.

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Montamos olas y caballos, habitamos en las obras de ese artista al que le dicen arquitecto, hemos ideado la manera de respirar bajo el agua y fuera de la atmósfera, inventamos para las exactitudes el lenguaje matemático y otro que todos entendemos: la música. Conquistamos el aire, creamos conceptos como el tiempo y la poesía, y para disipar las certezas: la filosofía. Recorremos caminos y elegimos una ruta que no siempre habrá de conducirnos hacia ese sitio anhelado; donde la tarde no se cae cuando termina, el sol sabe bien de quién se esconde y la luna, aun a la distancia, escucha atenta nuestras confesiones. Por esas puertas entreabiertas he accedido a estos lugares. Siempre busqué afuera lo que hoy sé que está dentro de mí. ¡Qué trillado! Mas este tipo de verdades se vuelven ciertas de tanto repetirse. El fuego eterno y ese maravilloso poder de sorprendernos a nosotros mismos, junto con todos los otros modestos milagros que le dan sentido al existir, dormitan bajo y sobre cada poro de esa piel que nos contiene. Investigando transformo el universo, el mío. Cada quien busca lo suyo. Hay quien como yo persigue a la letra, el que elige las notas y el que pretende alcanzar cifras para cumplir su sueño. Las vidas nunca son fieles a ese guión que creamos a nuestro antojo; es una sorpresa constante, una insaciable búsqueda, una expedición por territorios que no por disfrazarse de familiares dejan de ser a cada instante nuevos. Buscar es intentar, enfrentarse al mundo con los ojos de un recién nacido. Todos buscamos y es en esas biografías donde cada

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Me levanté de la cama, entré al baño y ahí frente al espejo me recogí el pelo, abrí la llave, sumergí la cara en ese lavabo desportillado y salí a tomar aire. Se asomó nuevamente mi retrato. Ese era mi perfil, mi cara, mis pupilas. Me arranqué la blusa a toda prisa: esos eran mis pezones de muñeca, mis brazos de rama de árbol y esas también eran mis manos solitarias que pretendían desarticularse. Era Julia. Hija de un río en calma, nieta de la esperanza. Esposa de lo tangible, amante de un espectro. Madre orgullosa y amiga de seres celestes. Mujer-niña que llora por lo que dice el agua. Mujer-hombre sin gloria en este mundo. Mujer que hereda como consejera una serpiente. Mujer camino. Mujer que mira con envidia a una catarina. Ahí, frente a esa imagen estaba Yo.

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quien encuentra, a su manera, dónde se esconde ese común denominador que a todos nos incumbe: el sentido de vivir. Es un tanto ridículo pensarnos demasiado y hacernos tantas preguntas. Soñamos y es justo eso lo que le da sentido y trascendencia a esa partícula microscópica que somos. Pongo un pie sobre el escenario, las luces están encendidas, el telón levantado… ¿Y los aplausos? La función no termina de empezar y yo pretendo saber si habrá valido la pena representarla. Saber quién soy para poder entonces entrever quiénes somos. Regalarnos un menor desconocimiento individual, para después llegar a imaginar la importancia de ser al mismo tiempo parte de un sueño en común. Soñé con una hilera de niños que avanzaban sin saber que cada paso los acercaba a algún futuro. El más pequeño llevaba la bandera, el mayor soplaba un instrumento de viento. Nadie los detuvo, ninguno quiso saber hacia dónde se dirigían; a ellos tampoco les preocupaba. Como ya lo dije antes, marchaban hacia su propia suerte.

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Soñar

Definición: Fantasear, tanto en la vigilia como en el sueño.

Siempre está ahí, arrullando a la tierra, para que de vez en cuando podamos cerrar los ojos y creer que soñamos: el mar… Hay un mundo, ese otro mundo donde las cumbres se desmoronan por un suspiro y las espinas tienen rosas que lastiman. Existe –y porque lo sé te lo digo– una frontera sutil donde las irrealidades se reinventan y el papel se hace más blanco con el tiempo. En la patria de la fantasía no existen las exactitudes, es por eso que la electricidad no posee ninguna ley de comportamiento, ninguno necesita un seguro contra accidentes marítimos, y las personas no tienen una sombra que los siga. Por alguna razón que desconozco, en los sueños nunca faltan las escaleras, el problema se presenta cuando hay más de una. Tomo las decisiones despierta, a ojos cerrados no me gustan. Cuando acaba uno, otro principia. Mas es importante que lo sepas: no es sistemático, no se parece al orden que lleva la televisión. El tiempo entre los sueños puede ser eterno o de un instante, todo depende de tu curiosidad. En uno de esos viajes sin cuerpo me topé con un hombre. Él me confesó a qué se debían sus desvelos. “Por cada noche que no duermo se me cae un pelo”. Envidiaba a todo aquel capaz de acostarse a descansar, por eso criaba ovejas, no por su lana, sino para saldar su insomnio al contarlas por las noches. Al poco tiempo volví a encontrarme con el personaje; aún le quedaban siete pelos, había abierto una cantina donde regalaban barbacoa y ahora dedicaba sus noches enteras a criar gallos para poderse despertar. Ese mismo hombre me dijo que me amaba, y aunque le creí, le pido como prueba tres cosas:

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la hoja más verde de un árbol, un pedacito de esa cuerda imaginaria de la que cuelga la luna y un minuto condensado en una bola de nieve, de esa que no se derrite nunca. Todo eso me lo dio envuelto en la sonrisa más sincera... Ni en el sueño sé qué hacer con aquello que recibo, así que lo guardo. Ya llegará la noche en que soñaré con alguien que habrá de pedirme lo mismo y yo se lo daré, con todo lo que eso represente. Sabía que soñaba esa noche cuando mi cama se transformó en isla; cosas como esas no pasan en la vida real. Poco a poco al acercarse iba creciendo la barca, la conducía un pirata, eras tú, y te alisabas un pelo con el dedo. Por las avenidas del silencio, dentro de una botella de vidrio que tapaste con un corcho que olía a jugo de uva añejo, me enviaste un secreto. Esto decía: “Si algún día vuelvo a encontrarte por estos mares, te pido que me sonrías, y por favor no cubras con frases casuales lo que no es casualidad”. Segundos más tarde, aquel mensaje fue arrastrado por el viento, por ese mismo viento que empuja fuera de nuestras vidas los recuerdos buenos y malos. La isla creció y creció, y al agrandarse se volvió del tamaño del mundo entero. Es fácil perderse en un lugar tan amplio, por eso mismo tracé sobre la palma de mi mano un mapa e inventé la rueda. Mi expedición la patrocinaba Isabel de Castilla. Hernán Cortés se había quedado ciego por la belleza deslumbrante de la Capilla Sixtina. No me inquietó ya que a bordo de La Niña, un tal Nicolás Copérnico comandaba la expedición. Tras dos años de viaje, Fidel Castro hizo su entrada triunfal en La Habana y el mundo, que ya era enorme, regresó a ser un ermitaño y pequeño islote donde las personas bailan para encontrar su libertad.

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Yo bailaba en el momento en que me enteré de la muerte de Jorge Luis Borges. ¿Cómo te explico la profunda tristeza que me asaltó al no tener uno de sus libros a la mano para revivirlo? Dejó de ser isla aquel lugar. De un instante a otro las cosas dejan de ser. Abrí otra puerta y estabas ahí: pirata, criador de gallos y contador de ovejas; el mismo que me dio un regalo que no supe en su momento agradecer. Te encontré de nuevo, esta vez de rodillas. Sin ningún esfuerzo y con la gracia que tienen los hombres de los sueños, te levantaste. Mis pies llenos de contradicciones. Alargaste la mano para tomar la mía, y de esa manera emprender juntos el paseo por las escaleras. ¿Hacia dónde? Esas cosas no se saben, pero aún así me rompía la cabeza buscando respuestas en cada uno de los peldaños. Casi nunca es lo que pasa, pero cuando sucede, cuando la suerte cambia y las camas se tornan mundo y las coordenadas de la tierra entera se manifiestan en las líneas de tu mano, debes estar muy atento para no olvidar que estás soñando. Cada día sueño más despierta, decoro la realidad con esos globos que llevan, en vez de aire, mis ilusiones. Muchos explotan frente a mis ojos. En un principio me asustaba el ruido. Hoy sé que es parte de la belleza. Si todas las ilusiones se cumplieran, ¿qué sería de nosotros, los soñadores?

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Oler

Definición: Percibir o adivinar un aroma o una cosa oculta.

Desde que tengo memoria he habitado en un mundo que se rige por las leyes de la magia. La casa donde viví tenía muchas puertas: algunas se abrían fácilmente, otras estaban siempre bajo llave. Ésas, a las que no tenía acceso, eran justo por donde podía entrar a espacios inmortales y cambiantes.

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Mis recuerdos no huelen a ausencia, pero tampoco a sopa de fideos. Mi infancia tiene el color de los juguetes nuevos, de las zapatillas de ballet, de lunes de escuela, de caballos y plastilina. Posee la textura del perro, de las crayolas, de la tierra, del pasto y de mis padres; sabe a hot cakes de domingo por la mañana y a leche con huevo. La niñez es la edad en la que se inventan las preguntas, el tiempo que nos queda es para contestarlas. ¿Cuántas personas necesitaríamos que lloraran al mismo tiempo para llenar una alberca? ¿El bebedero es donde debes tomar agua? ¿Por qué los secretos no se cuentan? ¿Si juntamos todas las hormigas del mundo, cabrían en nuestra casa? ¿Cuánto falta para que ese árbol le haga un agujero al cielo? ¿En dónde acaba el mar? En la arena; las cosas terminan en donde empiezan. Hoy la vida huele a aire; hay días en que este sabe a vuelo de pájaro cansado. El agua puede tener gusto de mar, de río o de limonada; las piedras de tiempo húmedo o seco; mas al fin y al cabo, todas desprenden el aroma del paso de los años. Las nubes deben oler a lluvia, la lluvia a pasto mojado. Los libros nuevos a papel, los viejos a verdad y el amor a cabeza de recién nacido. Las ocho de la mañana tiene el sabor de la naranja. Si meto la cabeza a la chimenea vacía percibo en mi lengua incendios añejos y humedades, parecido a la esencia que después del abandono queda en la habitación. El elefante no huele a cacahuate, ni el cacahuate a elefante. Son olores muy distintos, uno huele a piñata y otro a circo. El rocío huele a lágrima, las flores a primavera, el algodón no huele a nube aunque se parecen. El sol sabe a fuego, el fuego a bombón quemado, que a su vez huele a niño.

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¿Si los ciegos no pueden verse en el espejo, por qué se vuelven viejos? No lo sé de cierto, mas puedo suponer que me preguntaba cosas como ésas mientras pretendía caminar por un pasillo largo hacia un lugar mejor.

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Confesar

Definición: Manifestar la verdad sobre hechos, ideas o sentimientos ocultos.

A los once años hice mi primera comunión. Con los años, al ir leyendo a los existencialistas, he caído en la cuenta de que desde entonces estaba al tanto de que ésa era una de las posibles formas de existir. De todas las extravagancias de la Iglesia Católica hay una que me parece absolutamente ridícula e inaceptable: la confesión. Si en aquel tiempo no hubiese sido un alma inocente, y además no hubiera estado tan aterrorizada, me habría parado de aquella silla, dado dos pasos hasta tenerlo muy cerca, me habría aguantado la respiración para no tener que saber a lo que olía su aliento y hubiera hablado con toda la firmeza con la que contaba para que él entendiera cada una de las palabras que escaparían por los huecos de aquellos dientes que le faltaban a esa boca infantil. No tengo por qué decirte nada que no quiera, no pienso confesarme y, aún si lo hiciera, tú no eres nadie para absolverme de mis debilidades. Mi juez es mi conciencia, el único que puede indicarme esa diferencia y marcarme dónde está la línea que separa lo que está mal de lo que está bien. No confío en ti, no me das miedo, sino pena. Solo le temo a esos malos espíritus que por las noches roban las plumas, las ligas de mi pelo y desaparecen alguno de mis calcetines. Haría una pausa para tomar aire y le subiría dos tonos al sonido de mi voz... He pecado, padre, soy hija y carne de Dios, pero también soy humana. Errar es parte de mi diseño, es la única forma que tengo de aprender. ¿Por qué no acepta de una buena vez que nadie nos vigila desde el Cielo? El infierno es ese malestar que no soporta tu conciencia, el Paraíso puede verse con los ojos abiertos o cerrados; hay un camino fácil para hallarlo, desgraciadamente prohibido para usted.

En esta ocasión bajaría unos segundos la mirada y disminuiría un poco el ritmo de mis palabras. Sí, lo hice, y no me arrepiento. Sé que con los años voy a reírme de todo esto. Voy a crecer y sucederá lo mismo con el tamaño de mis faltas; haré trampa, diré mentiras, robaré si así me place, amaré al hombre de mi prójima, permitiré que varios me ayuden a conocer mi cuerpo, y que Dios me libre de llegar virgen al matrimonio y de asumirme como la mujer de uno, si no es eso lo que siento. Pecaré y lo haré porque estoy viva. Las reglas que intentaré seguir son las naturales, las que me dicte el instinto y analice mi razón. Presiento que aún sin quererlo, mucho tendré que destruir en el camino; demoleré ideas viejas para abrazar las nuevas, negaré a Dios para al fin hallarlo, me colmaré de certezas que al poco rato serán dudas, comeré sin hambre, envidiaré e incontables veces habrán de asaltarme malos pensamientos, juraré en vano, blasfemaré y estaré segura de que no seré ni más ni menos por meterme esa hostia a la boca. Si así lo quiere, salga a gritarles a mis padres y a sus invitados que esta niña peinada de salón y con vestido blanco es la hija del diablo. Yo sé lo que soy: soy lo mismo que tú, padre Ramiro, solo que aún tengo toda una vida por delante; estoy llena de ganas de hacer el bien y de equivocarme, de odiar y por consiguiente de amar con toda el alma. No dije eso. La mañana en que por fin podría levantarme a hacer la fila para comerme tan importante pan, fue el día en que conocí la culpa por primera vez.

Otra pausa.

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No había bastado el agua bendita con la que regaron mi cabeza de recién nacida para quedar limpia. Un hombre desconocido me miraba fijamente, su cara era agria; se suponía que justo a él debía relatarle lo que hacíamos encerrados en el clóset mis primos y yo. Si decir mentiras era un pecado mortal, ¿donde quedaba lo que hoy sé que no era otra cosa sino una curiosidad infantil natural? Al no contarlo supe que había elegido no ser parte de esa mayoría en la que crecen las niñas protegidas de ellas mismas y de sus deseos. Estaba sola. A partir de ese momento me acompañarían únicamente mis dudas. El mal ya estaba hecho y ante mí solo quedaba el tiempo que irreparablemente estaba condenado a gastarse en el pecado. Cuando no tienes el perdón, tampoco importa ya el castigo.

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Hoy entiendo por qué esa niña-mujer inexperta hizo lo que hizo, y le agradezco haber sido tan valiente para enfrentarse a la vida, aun sabiendo que no tenía la madurez para tomar las mejores decisiones. Una niña a base de prueba y error me ha colocado más cerca de la verdad. Una pequeña gran aventurera arriesgó su propia piel para saber lo que llevaba dentro. He roto casi todos los Mandamientos, y por primera vez siento que si he de pedir perdón es a mí misma, por hacer de la comparación un juicio con veredicto de culpable.

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Viajar

Cambio de ubicación que se realiza a través de los medios de transporte, o propiamente con la mente.

La literatura se ha convertido en mi aldea desde hace mucho tiempo. Es en esos aparentes escenarios donde me pierdo. Es también ahí donde vuelvo a encontrarme, y entonces regreso a mi circunstancia con miradas nuevas que me hacen redescubrirla como lo que en verdad es: un cuento, una hermosa fábula, la existencia. Tengo al mundo en un librero. Me es fácil transportarme de Sócrates a Fuentes, de Italo Calvino a Paz, Neruda o Rulfo; andar hasta Pierre Michon con escalas en Cervantes, Marguerite Yourcenar, Albert Camus y Adam Zagajewski en cuestión de segundos. Todo el universo cabe en los estantes de este mueble. Tomé el café de mi mañana con Pessoa, íntimo mío, y entre tazas me ha confesado: “No tengo a nadie en quién confiar. Mi familia no entiende nada. A mis amigos no puedo incomodarles con estas cosas; no tengo auténticos amigos, e incluso si tuviera intimidad con alguno de ellos en un plano ordinario, no lo serían del modo en que yo comprendo la intimidad”. Pobre Fernando. ¿Habrá en verdad terminado sus días entre tanto desasosiego? ¿Tú le crees lo de tanta soledad, aun habiendo podido poner en palabras tantas verdades? No sé, yo leo para sentirme acompañada. Dicen que como los perros, los libros también pueden ser buenos compañeros. No me atrevería a comparar a mis amigos los canes con un texto, aunque admito que hay libros muy rabiosos y perros muy leídos. Leo para conjugarme, para sincronizar mi alma con la de otro, para ver lo que mira el ojo

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ajeno, para reflejarme en el espejo indeleble de la tinta, para pedirle al filósofo –sin que se moleste– que repita cuantas veces sea necesario su concepto para alcanzarlo, para inventar preguntas y rehacer verdades, para emocionarme, para matar el tedio o para bañarme desnuda bajo una llovizna de belleza. Leo para contagiarme de ese miedo que no es mío pero que entiendo, como también de esas ganas que tampoco me pertenecían. Leo porque lo necesito y leo para sentir la caricia de la palabra lengua, porque la vida es distinta junto a un libro, porque se vive mejor en las casas decoradas por libreros, porque las letras construyen mundos mejores aunque nos narren catástrofes personales; leo por simple adicción a la anatomía interna y para reírme a carcajadas de la risa. Leo para seguir ignorando lo que nadie sabe y constatar que para el bien vivir es suficiente con aprender el significado de seis palabras: amor, tiempo, sueño, pasión, olvido y muerte. Leo para callar el ruido, para embelesarme con ese paisaje que contemplo desde el techo del libro más alto, para desenredar caminos de años y cruzar puentes hacia futuros inciertos pero posibles por haber sido imaginados. Leo para jugar con el tiempo y no contra él, para descubrir lugares nuevos, por capricho, por ser cómplice y por el simple y sencillo placer que me provoca. Leo para buscarme, para perderme y volver a encontrarme en esa oración infinita a la que llaman literatura; pero sobre todo leo porque cada mañana la vida se me abre en una nueva página y el mundo se vuelve más mundo y el libro de mi vida más pleno.

Con el tiempo me he dado cuenta de que los libros son naves, barcos y espejos. Yo me reflejo en esas ansias de vida que alguno plasma con su propia tinta, cuando cada letra parece exprimida de un dedo recién pinchado. A mí me gustan los pactos de sangre, me atraen las alianzas y las complicidades. Tú y yo estamos implicados en este discurso que ni va, ni pretende llegar a ninguna parte. Junto a mi computadora está el libro de Georges Perec, Las cosas. De él sale una silla que en el respaldo tiene dibujado un cuento, un perro azul, un hada de cobre, un elefante de plástico, la diosa hindú de cuatro brazos, un jarrón de porcelana, una cajita de madera y la cerradura de una puerta. ¿Qué hace la diosa Durga entre tantas banalidades? Del otro lado, un libro de Rimbaud abierto en la página 147 y uno de Luis Cernuda cerrado. Cuando salgo de mí misma, lo hago para encontrar experiencias reales que alimenten mi fantasía. Busco paisajes, experiencias, culturas diferentes, la música de un lenguaje que no es el mío. Viajar es acceder a la lejanía; lo distante es lo que así se siente, lo que no es de uno, lo desconocido, lo nuevo. Te cuento que ni los números, ni las canciones, ni esos puentes invisibles que van de mirada a mirada gozan de la magia que guarda en su pluma el poeta. La poesía es la oruga que acaricia el pasto por última vez con sus dedos de seda; es desearle a alguien que su tarde esté llena de estrellas ansiosas por salir; es un único camino; mas sobre todo, y un sobre todo rotundo, es la que ha inventado a los poetas. No soy poeta. No tengo historia heroica que contar. No tengo buena memoria. No adivino el futuro ni los pensamientos. No tengo paciencia. Nunca he soñado con ganarme la lotería. No soy escritora.

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Sueños y pasiones transfiguradas, seres que se han vaciado para crecer más allá de ellos. Filósofos que tienen el pensamiento como única arma para enfrentar la realidad. Conglomerados de letras que en algunos casos nos ayudan a pasar el rato y en otros a apreciar la dicha de comunicarnos. ¿Cómo lo han hecho? Hoy, la fuerza que me ha mantenido tanto tiempo en ese intento empieza a revertirse y se transforma en duda. ¿En verdad tengo algo que decir? Amo viajar. Igual lo hago sentada frente a una computadora que frente a un lienzo, un libro o caminando a miles de kilómetros de mi casa. Lo único que le pido a Dios cuando lo hago es que me libre de los lugares comunes, de los tours y de los malos guías de turistas. Los libros, yo creía entender la vida a través de ellos. Hoy pienso que aprendo más de la observación de las cosas, de la naturaleza, de las personas, de la naturaleza de estas, de la relación entre ambas y de la naturalidad que en ellas encuentro. Naturalmente es solo mi idea de lo que pienso que es natural.

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No siempre tengo tiempo. No recuerdo haber plantado un árbol. No soy artista. No me gusta perder. No creo en las verdades absolutas, ni en las que lo son a medias. No me canso fácilmente. No soy organizada. Nunca digo nunca. No sigo las reglas de los demás. No soy poeta… Tengo bajo la muñeca tatuado el infinito… Y no tengo miedo. Soy poseedora de una gran pasión, la misma que reconozco en esas personas que admiro, en los que sí son poetas. Ruego a todos los santos que conozco que nunca me dejen sin palabras. Después me río porque no creo en ningún santo, y porque pienso que si llega el día en que no tenga nada que decir será porque lo habré ya dicho todo. Entonces nada podría importarme menos que ser muda. Hoy todavía siento una enorme necesidad de vaciarme. Lo mismo me da hablar de lo esencial que encuentro en las figuras que se dibujan en el mármol de mi regadera, o sobre la historia de una vida que pudiera ser la mía. Los que escribimos nos creemos dueños de algo trascendente, fantasía provocada por emociones que en vez de transmutar en caminatas largas y desgastes intelectuales, se vuelven palabras que a través de un juego de definiciones le dan sentido a nuestra vida, como si fuera posible darle a las cosas nuestro propio significado y con eso se nos quitara el miedo. Yo no temo, sin embargo ejerzo mi libertad deshaciendo los nombres de las cosas con esa ballesta llena de tinta que sostengo con una sola mano. Intento entenderme a través de los signos.

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Mi día empieza abriendo el ojo izquierdo, escuchando el canto de unos pájaros a los que poco o nada les entiendo. Cada mañana vuelve a empezar la vida. A veces hago las mismas cosas para constatar que sigo siendo yo, entonces puedo reescribirme. Pareciera que por mis venas corren letras que contienen en su plasma miles de idiomas revueltos. Si me abriera la piel con el filo de una navaja antigua seguro que por esa herida saldría el libro que llevo dentro. Quiero amar(te) por medio de estas letras. Deja por favor que te acaricie la piel por dentro, lo haré sutilmente. No te pido que me ames, a cambio de tu curiosidad tendrás mi agradecimiento. Sin engaños. No te pediré entre líneas que plantes árboles para salvar el planeta, ni que te materialices y entres por esa puerta que nos lleva a ninguna parte, donde seguramente hablaremos de lo que no sabemos. - ¿Qué escribes? - Un poema.

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Nombrar

Definición: Llamar a las cosas por su nombre...

No me arrepiento de nada de lo que hago,pero a veces sí de lo que escribo.Soy absolutamente responsable de cada una de estas letras; lo que pasa allá afuera es diferente, aquí estamos el cuaderno y yo. Es ahí donde aviento o acomodo estos garabatos. Son míos, de mí para mí, y no pueden elegir no decirse. Por ejemplo, por más larga que sea la palabra lengua no logrará permanecer dentro de la tinta si mi muñeca se empeña en seguir haciendo el movimiento que la forzará a rendirse. Pobres palabras, siempre expuestas a la voluntad humana, eternamente anhelando que alguien les devuelva la dignidad.

Lo mismo da si ese piso que se agranda hasta casi acariciar el cielo se dice a sí mismo monte o colina… Miento, no es igual, ya que al tener la primera vocal como última letra, tendría que ser forzosamente antecedida por un artículo demostrativo del femenino singular. Esto aclararía que la grandeza es solamente una más de las características de las que goza el sexo que, según cuentan, salió de una costilla. Hay quien dice que el día en que llegamos a este mundo determina nuestra vida; yo pienso que tiene más que ver con la elección de un nombre. Personas, vidas únicas, diferentes interpretaciones de la mentira y la verdad. Emilio, el trabajador audaz, llegó a asquearme por su mediocridad. Gastón, el extranjero, es de aquí pero igual me daría que se fuera tan lejos como pudiera. Genaro quiere decir el que nace en el primer mes del año, él nació en junio y, aunque esta contradicción no es culpa suya, lleva marcada la predisposición. Hugo, espíritu e inteligencia. ¿Qué les pasaba a esas madres? ¡Qué forma de equivocarse al escoger un nombre! Iván, que significa ver, al menos no era ciego; Armando, el guerrero; Pablo, el pequeño, sí, pero de corazón; Maciel, el muy flaco; Alberto, el que brilla por su nobleza; Bruno, el de piel morena; el invicto, Luis; Alejandro, el protector, que a la mitad de la cena me dijo que su único defecto era que estaba casado.

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¡El único! Además de estúpido, modesto. Me gusta imaginar qué pasaría si por ahí vendieran unos lentes por los cuales consiguiéramos distinguir la veracidad de las cosas. ¿Te los pondrías? ¿Cambiarían nuestros juicios y se ampliarían nuestros universos? Muchos lo han dicho, pero me gusta la manera en que Lawrence Kushner lo hace en El libro de los milagros: “La gente ve únicamente lo que entiende, no necesariamente lo que tiene ante sus ojos”. Las personas dicen… aunque poquísimo importe lo que nombran, cuando lo hacen solo por decir. Por más absurda –como escribir que los perros solo ladran cuando tienen ganas–, dolorosa –como lo inimaginable de cualquier tragedia– o sencillamente divertida, la anécdota solo habrá de llegar a serlo si es contada, y para entendernos procuramos llamar a cada cosa por su nombre. Veintiún magueyes o plantas de poca agua, cada uno en su propia maceta, vasija o recipiente, se hallaban formados, acomodados u organizados frente a la chica, pequeña o minúscula, barda o cerca que delimitaba, concretaba o definía la terraza o azotea. El dueño en turno hizo importar, traer o transferir, de algún sitio o lugar no se sabe qué tan distante, lejano o retirado, más de mil trescientas losetas, ¿o les llaman baldosas?, de las que no queman las plantas de los pies al enardecerse o calentarse por el sol. Al fondo sobresalían las copas de los árboles, y aunque en ese momento ninguno tenía un nido, perfectamente conseguían diferenciarse el arrayán del pino tosquero y del tabachín.

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La disposición de las sillas con respecto a las pequeñas mesas y la estratégica colocación de dos antiguos basureros, le hizo intuirlo: por estos lares había pasado un hombre serio para hacer un paréntesis de vida, por lo tanto es muy probable que de entre sus labios escapase una severa observación: “Las plantas del sur son las del sur y las del norte, del oriente, y hasta esas que no necesitan sombra del poniente, pertenecen cada una a donde vienen”. ¡Decimos tantas cosas! A todo le hemos puesto nombre; como si al nombrarlo, el universo fuera menos aplastante. A veces la vida se nos complica. Poco es lo que nos atrevemos a nombrar sin temor a equivocarnos. Hoy creo que los nombres solo sirven para enamorarse; a los enamorados no les importa el nombre de las cosas. Si la mujer de la que te enamoras se llama Julia, la tierra entera llevará su nombre. Es cierto que existen cosas sin nombre, para las que no hay palabras, y por esa razón ya no hablaré más de ellas.

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Conectar

Definición: Entrar en contacto. Hoy día medimos nuestra simpatía por el numero de contactos que tenemos en el teléfono celular, por la cantidad de invitaciones para ser amigos de completos desconocidos en las redes sociales, y por los ceros que tenga esa cifra que contabiliza cuántos siguen nuestras frases, que en muchas ocasiones son tan solo citas ajenas o, en el peor de los casos, información absolutamente irrelevante. La palabra contacto se ha convertido en un sinónimo de datos. Cada día hay más relaciones entre personas que jamás han cruzado la mirada. La realidad es que pasamos conectándonos a los diferentes aparatos que nos mantienen dentro del sistema sin detenernos a pensar que justamente son estos “tecno-adelantos” los que nos han hecho involucionar en ese compartir profundo, donde el saludo no son cuatro letras a las que de vez en cuando enfatizamos con uno, o en su defecto, varios signos de exclamación. Yo pertenezco a la generación de “Cuelga el teléfono”. Nos pasaban las horas con taza de café y cigarro en mano como preámbulo de esa conversación que habría de continuarse ya sea en la cafetería de la escuela o sobre un sillón cualquiera. Los tiempos han cambiado… ¡Qué bárbaro! Estoy repitiendo, y espero que precozmente, esa frase que tanto dijeran las abuelitas. Mas es real: hoy muy rara vez escucho a mi hijo de dieciséis años llamando a algún amigo, pero eso sí, la otra tarde me enseñó una de esas conversaciones grupales a la que asistían doscientas personas. ¿Cuál es el tema?, le pregunté. Nada…, respondió. Ahora que lo escribo vuelve a recorrerme el mismo escalofrío. Doscientos diecisiete adolescentes hablando juntos de nada… y obviamente no me refiero a una gigante mesa redonda sobre un muy interesante

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concepto filosófico, sino a ese nuevo arte de decir lo que sea para evitar ser borrado de una lista. Todos necesitamos sentirnos conectados, y esa conexión profunda se da única y forzosamente cuando dos seres humanos –sin importar edad, raza, género, talla, gusto, o religión– han participado de la esencialidad del otro. Esto puede darse de muchas formas, ya sea por intercambiar de pulmón a pulmón oxígeno y bióxido de carbono, por abrir simultáneamente esas ventanas del alma –las pupilas–, por el levísimo roce distraído sobre la piel, por similitudes en aquella poética individual, por empatía, y porque milagrosamente se acomoda entre nosotros esa máquina demoledora de muros y barreras: la confianza. Es muy probable sentirte conectado compartiendo dos secretos y un plato fuerte, al escuchar en sincronía esa canción, o simplemente cuando al ir a comprar tu jugo en la mañana, ese hombre que se encuentra del otro lado del mostrador te saluda por tu nombre mientras te sonríe preguntándote: ¿Lo de siempre? Hoy en día el mundo gira más deprisa. No tenemos tiempo de que esa vecina con la que nos topamos en el elevador nos cuente sobre su vida. En busca de lo sobresaliente perdemos lo importante, esos detalles mínimos en los que se regocija y nutre nuestra humanidad.

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Desear

Definición: La sangre grita, grito silencioso que se transforma en atrevimiento.

Soy el canto del pájaro cuando, por una simple y bella coincidencia, planea libremente dentro de mi cielo. Me lo advirtieron, no hice caso. “Distancia tu vida de la literatura”. Hoy es tarde. Una vez que has penetrado y te ha mirado fijamente la belleza, la circunstancia se torna exilio injusto. Todos estamos de acuerdo en que si habremos de acomodar gradualmente nuestras vidas, la última palabra que apuntaremos en nuestro libro será muerte. La dificultad empieza cuando no sabemos a ciencia cierta por dónde comenzar. Hay quien cuenta que empezamos en el día en que nacemos, como también está el que opina que podemos anticipar la fecha de nuestra inauguración existencial al momento de nuestra concepción. Si lo que pretendo es narrarte cómo es que he hecho un pastel, tendré forzosamente que empezar con los ingredientes. Es por eso que me es imposible hablar de lo esencial sin explorar el principio del milagro de la vida: el deseo, ése que por culpa de un cuento mal interpretado hemos convertido en pecado. Si Dios no hubiese querido que Eva le ofreciera a Adán algo más que su manzana, nos habría creado sin instintos, mas su intención es clara al crearnos perfectos; lo que nos ha dado a modo de regalo es esa posibilidad de tener el más irracional, impúdico, ardiente y placentero sexo. Me gusta la palabra. Me gusta el color de mi piel cuando contrasta con el de la sábana blanca. No siempre sabemos qué queremos, es una línea delgada la que separa la contradicción de la pasión. Llámame romántica, pero aún no me ha llegado el momento en que desista de seguir buscando esa perfecta sintonía, donde el amor y la lujuria tropiecen en un lugar común. Ya lo he dicho antes: los colores evocan cosas; el blanco

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es el tono del poema. Yo navego en él para llegar a algún lugar, por suerte no siempre a donde quiero. Quiero un chocolate, tengo ganas de comérmelo con los ojos cerrados. Así es como más se sienten los placeres. Si me besaras con los ojos abiertos no me daría cuenta. Hablaba de otra cosa… Siento unas profundas ganas de un beso, y no tengo tampoco un chocolate. ¿Qué hace en estos casos alguien que no puede contenerse o desbordarse en el deseo por medio de las letras? Quiero mil amaneceres, tus ojos y tu boca. Quiero todo tu cuerpo, quiero tu alma, quiero… Y al querer tanto me vuelvo deseo. Soy un anhelo que se mueve con la única intención de llevarse a cabo. Soy unas ganas que de tanto repetirse se han vuelto expertas en el arte del querer. Ahí comienzo, y sé, porque lo intuyo, que ahí es también donde termino. Lo mío es el mapa sostenido en mi mano, es estar muy cerca del tesoro y no alcanzarlo. No he de salvarme. Brincaré al vacío. Quiero palpitar, ser corazón jadeante, órgano excitado asustado de su destino, pero valiente. Me muevo por eso que quiero decir y que no digo, pero que termino haciendo. Existe una gran diferencia entre quien necesita y quien se entrega, un abismo separa al que quiere del que desea. Yo deseo. ¿Podría renunciar a beberme la existencia, toda la que le cabe a mi copa desbordante?

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Algún día trazaré un poema larguísimo que hable sobre una mano que se mueve sola, que escribe y describe lo que le viene en gana, que narra de la vida las cosas menos importantes y que al hacerlo las vuelve trascendentes. A las acciones humanas –comprender, escuchar, correr, pensar, mover los dedos y amar– les corresponden las cosas, las manos, el miedo, el aire, el amor, la poesía y el beso.

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Besar

Definición: Presionar mis labios contra otros.

En un beso, sabrás todo lo que he callado. Pablo Neruda. Los hay de afecto, como saludo, por cariño o por respeto, pero ese beso al que hoy me refiero, es al beso por excelencia: el beso de amor. Mi primer beso lo practiqué algunos años frente al espejo; sabía a quién quería dárselo y a ése se lo di. Por qué uno se obsesiona con alguien y si ese alguien vale o no la pena no es importante. El tema es el miedo a cómo saldrá eso tan esperado y tan ensayado en nuestra mente. ¿Y si me da tanto asco que me den ganas de vomitar? ¿Si lo muerdo sin querer? ¿Si se da cuenta de que nunca he dado un beso? ¿Si no es bueno para besar, y yo por no tener experiencia no me doy cuenta? ¿Si no puedo respirar? El primer beso es algo que te marca. A mí me hizo sentir que era parte de un mundo al que antes solo tenía acceso mi curiosidad. Me concebí adulta y libre de escoger con quién compartir una experiencia tan maravillosa. El primer amor no siempre va de la mano con ese primer beso, pero sí del primer desamor. En mi caso elegí que aquel impulso cerebral del que es responsable la dopamina fuera destinado hacia la misma persona a la que besé por primera vez, y creo que por esa razón la magia del momento se multiplicó. Una celebración de miles de mariposas de todos los colores revoloteando dentro de mí.

Todos buscamos un espacio donde poner nuestra firma. Vamos por la vida intentando dejar una huella, transformamos la materia porque intuimos que es la única forma en la que conseguiremos desaparecer el vacío… Es por eso que me aventuro en este inútil intento por expresar lo inexplicable, aun sabiendo que lo que se canta no siempre se siente. Besar es verter poco a poco la vida en la banca de un parque. Es robarte lo que quieres darme y regalarte lo que no me pides. Es permitir que en aquel hermoso lenguaje universal, nuestras almas se platiquen sus secretos. Te beso con los ojos a distancia, te beso porque quiero y… ¿por qué te quiero? Te beso con ternura y con ese hormigueo que me recorre la piel hasta hacerme mover las puntas de los dedos de mis pies. Por la mañana, por la tarde y también de noche. Nos besamos como regalo dispuesto a mostrarse desenvuelto, como preludio, sin prisa, por antojo, por el gusto; por el simple hecho de hacerlo. ¿Soy mi boca cuando beso o toda yo soy el beso?

Eso sentí.

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Escribiré sobre un sueño que no existe, sobre una batalla perdida sin haber comenzado, sobre una historia de amor que empieza en una mala coincidencia, sobre la ilusión de una ilusión. Sé que es algo simple, pero igual voy a escribirlo. Un cuento donde todo lo que no puede ocurrir ya ha ocurrido. La belleza de esta historia no se esconde en las palabras. Ella le pide que la ame y a la vez que no lo haga. Él lo sabe y sigue perdido en la duda que le provoca estar entre el deseo y el miedo. No sé por qué estos personajes hacen lo que hacen, pero al hacerlo provocan que me cuestione por qué lo hacen. Y aunque soy yo la que escribe, hay cosas que no se me revelan sino hasta el final. ¿Tendrán final las historias que no terminan de empezar? Posiblemente hable de la nada, de esas tormentas de notas que habitan en la sinfonía. Tal vez sería mejor contar la historia de un ruiseñor que no sabe cantar o de un pez perdido en el mar. Si supiera cantar compondría una canción de amor. No sé cantar, por esa razón habré de conformarme con apropiarme de las palabras de otros, para a través de ellas evocar mis sentimientos.

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Rara vez noto el instante en que se mueve la manecilla del reloj. Me alegra verlo, es como haber sorprendido a alguien que siempre actúa sigilosamente para no ser descubierto. El reloj como medidor de tiempo, como ser que nunca retrocede, que no miente, que no se equivoca, que es testigo y no juzga, que lleva un ritmo, guía, ordena... Darle a un objeto inanimado valores importantes. Tú eres algo abstracto, te imagino cantando y ya eres canto. Eres naturaleza viva que se pinta a sí misma, eres miedo si te pienso desconocido, y si me sorprendo amándote eres el amor. Así como los textos habrán de surgir a pesar de sus autores, los mensajes de amor deben fluir, aun sin estar al tanto de que se presentará el momento en que obtengamos el coraje para poderlos entregar. El enamorado únicamente tiene dos opciones: beneficiarse de callar o nombrar con palabras gastadas lo indecible.

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Declarar

Definición: Expresar el amor que se siente.

Si supiera cantar, la compondría… la canción de amor. A quien corresponda: Te ruego perdones mi letra, pues he decidido escribirte en silencio. Preferí que fuera solo la luz del alba la que me acompañe, mas esta noche no goza del amparo de una luna llena. Hace calor, pero noto cómo desciende la temperatura de mi cuerpo al irse acercando a esas profundidades, desde donde ansío rescatar las emociones que me permitan resumirte este mundo que ante tu presencia poco a poco voy desconociendo. He de contarte que antes de ser lo que ahora soy, fui una niña, una pequeña a la que le parecía que el amor era una cosa exagerada; mas a medida que fue disminuyendo esa distancia entre las nubes y mi pelo, fue aumentando en mí esa fe, ese ímpetu que aun sin regarlo crecía y ascendía como una enorme enredadera cuya única intención era enrollarse locamente alrededor del verbo amar. Desde aquel tiempo lo presentí, me hacía cosquillas por dentro el morbo, esa curiosidad que se asemeja a la que siente el chiquillo al asomarse por la cerradura de la puerta al mundo de los adultos. ¿Habrá sido solo eso? ¿Un fisgoneo? Tal vez, pero hoy se ha transformado en otra cosa. ¿Cómo habría de saberlo entonces? De antemano me disculpo si estas líneas te importunan, mas de haberse quedado en el tintero se habrían extinto solas, o peor aún, no hubiesen tenido la suerte de contar con la eternidad para poco a poco irse desdibujando.

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Algunas cosas dependen de la suerte, como el que tú y yo compartamos este mundo al mismo tiempo, otras no… Sé tan poco de tu vida. Sé que nadie de tu familia fue soldado, lo que me tranquiliza porque eso quiere decir que no tienes esa vena que te predispone a la guerra. Tampoco nadie de la mía ha estado involucrada en temas beligerantes; bueno, una prima se divorció, me imagino que eso cuenta como alteración a la paz. Existen cosas que por su naturaleza son indescriptibles, pero haré el inútil intento de catalogarlas... antes eso que guardarlas en el cajón de lo imposible. Tu mirada es un mapa en el que desembocan más de mil caminos. ¿Será solo uno el que conduce a ese espacio donde se oculta el ángel que entona esos mágicos versos que a lo lejos se escuchan cuando parpadeas? Dicen que el amor es de dos. ¡Cuántas estupideces se insinúan en nombre de lo que no se entiende! El amor es un juego bueno cuando es justo, y hermoso cuando nos es correspondido. Si he de pedir tres deseos, que se cumplan los siguientes: que el olvido no me dure, si llega el día en que tuviera que olvidarte. Que la esperanza de un último beso siempre exista. Y que cualquier camino me lleve a ti, porque todas las avenidas han de llegar al fin del mundo, y es en ti donde mi búsqueda termina y mi universo empieza. ¿Por qué no terminas de convencerte de que lo único bueno que hoy puede sucederte es caer al precipicio de mis brazos y pasear por unas horas por el desierto de mi mirada?

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Amar

Definición: Dar amor. Yo amo, tú amas, el ama, nosotros amamos, vosotros amáis, ellos aman. Ojalá no fuese conjugación sino una realidad. Mario Benedetti. Mientras tanto y entre tanta impredecibilidad tuve otra tarde para amarte. Dejé los libros, miento, me lleve el de Huidobro, y te leí el segundo canto de Altazor EN VOZ ALTA, y al ritmo que debe leerse un buen poema. Tú te abandonaste a las palabras que nos llevaron a una altura donde no se sienten las incertidumbres ni los cambios de temperatura. Afuera había sol, era una tarde de febrero, mas el otoño seguía tan terco como cualquier 10 de octubre. Diálogo liberador, dos almas que brillaban por tanta belleza que ocurría al mismo tiempo. Esa tarde me sentí afortunada y por eso lo fui. Después de muchos extravíos comenzaba a florecer, estaba cerca (lo sentía) de encontrarle un sentido a ese regreso del alma al cuerpo, pero hasta el menor de los filósofos sabe que no todo depende de la intención, que pensar no siempre es hacer, y que hacer no siempre garantiza que por ello alguno nos regale lo que le queda de su ser… tú me lo diste. Amor, una palabra tan corta que dice tanto. Una tarde cualquiera de un invierno que parecía otoño me dijiste el te quiero más simple y más te quiero que ha escuchado mi corazón. Dicen que los amores felices no tienen historia, y que lo que aviva el deseo es la frustración y la imposibilidad. Otros opinan que es una fuerza enajenante que puede hacernos caer en la más ridícula de las situaciones. Los científicos se refieren al estar enamorado como atravesar un lapso transitorio alterado de conciencia.

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El enamoramiento es maravilloso. No existe locura más bella que la que se hace por amor. El enamorado se vuelve flexible. Las cosas son menos importantes, los problemas más pequeños, la vida cotidiana se convierte en una aventura, queremos ser héroes, salvar y ser salvados, ansiamos poseer y ser poseídos, y nuestras pesadillas y sueños giran alrededor de esa persona a la que quisiéramos para nosotros solos. El amor es una fuerza transformadora y curativa. Si somos bendecidos con ese impulso, sabremos que aquello que hemos venido a buscar ha sido hallado. Amar es sostener todo el peso del cuerpo, del alma y de la historia de una persona en tu meñique mientras caminan juntos por la calle. Henri Beyle, mejor conocido por su seudónimo Stendhal, expuso hace ya algún tiempo que el arte de amar se reduce a decir exactamente lo que el grado de embriaguez del momento requiera. Es probable, mas prefiero la tesis de Erich Fromm, que define el amar como el acto de penetrar en la otra persona para encontrarse y descubrirse a sí mismo, revelar al otro y de esa forma descubrir al hombre. Al enamorarte te vuelves vulnerable, y si las cosas no salen como quieres conocerás un dolor distinto. Todo pasa, pero el día en que terminó esa relación pensé que el sufrimiento sería eterno, que algo en mí se había extinto. Hoy, con el paso de los años, sé que lo único que en realidad pasaba era que me estrenaba en el juego del amor. El amor es musical, por eso es que lleva un ritmo. Se entrega mientras espera en libertad para darse y desdibujarse en ausencias aun estando presente. Este sentimiento es el único que puede salvarnos de morir ahogados en la absoluta soledad del insignificado, en ese mar inmenso que cuenta con todos los tonos de azules contradicciones. Fuimos hechos para esto. Hablaste esa tarde, y bajo una misma condena y un idéntico cielo siguió la noche larga.

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Amor, amor, amor… Qué lugar tan común hablar de lo que tantos escriben. No sé si en verdad estoy dispuesta a asumir el compromiso de amarte, mas estoy segura de que este amor alimenta mis sueños, que antes de ti no se sabían ni los nombres de los puntos cardinales. Tú me enseñaste que la ruta más fácil para amar va de sur a norte. Me enseñaste que un lunes puede ser el día perfecto para casarse frente a un pozo, sin firmas, ni testigos, y me iniciaste en el arte de sentarme a contemplar la tarde, mientras bailabas en ese escenario que montaban para ti mis pensamientos.

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Amistar

Definición: “La amistad es un alma que habita en dos cuerpos”. Aristóteles.

Querido amigo: Hoy es viernes 15 de febrero, justamente unas cuantas horas después de que se conmemora el día del amor, fecha a la que usualmente le doy poca importancia pues intento no caer en clichés mercadotécnicos. Pero en esta ocasión quisiera detenerme para agradecerte por cada instante en el que me has brindado tu amor y tu amistad. Serían muchas las páginas que se necesitarían para poder plasmar esos virtuosos sentimientos que por conocerte han ido brotando en mí. Ese significado que antes de ti tenía la palabra amigo, se ha ido expandiendo con el tiempo. Tu cercanía me ha mostrado el valor que posee la intimidad y he experimentado en cada célula esas mágicas caricias de la confianza. Hoy hago una pausa para recordar esas anécdotas, que como las risas y las lágrimas, son solo tuyas y mías. Cuántas aventuras, cuántos momentos contigo que, congelados a modo de fotografía, tengo tatuados en el alma. Mil secretos que cual globos decorativos flotan alrededor de los recuerdos. ¿Qué sería de mí si no hubiera tenido la gran fortuna de una tarde cualquiera haberme topado contigo? ¿Quién sería hoy de no haberse dado ese bendito accidente provocado tanto por la circunstancia como por la “casualidad”? Seguramente pasaría por alto esos detalles en los que tú me enseñaste a reparar, mi mundo hoy sería menos grande y mi visión bastante más corta. Es probable que hubiera recorrido caminos parecidos, pero definitivamente lo que los hace únicos es haberlos transitado junto a ti. Me habría sido poco fácil conquistar esas pendientes de arenas resbaladizas, si en aquellos momentos claves no hubieras extendido tu brazo para alcanzar mi mano. Mucho se dice de la

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amistad; se presume como el mayor de los tesoros, como esa familia que se elige, como espejo donde podemos reflejarnos dejando atrás las vanidades. Se describe como un testigo, se le compara con las estrellas, pues las veamos o no siempre están ahí. He escuchado por ahí que la amistad no depende del tiempo ni del espacio, que un amigo es ése que sabe todo de ti y a pesar de ello te quiere, y que los buenos se cuentan (si tienes demasiada suerte) con los dedos de una mano. La amistad tiene su propia aritmética, pues suma alegrías y divide miedos; es fosforescente, pues es en la oscuridad donde más brilla; es consuelo, testigo, compañía e impulso… Mil definiciones para esta mágica y maravillosa circunstancia. Ed Cunningham describe al amigo como ese ser extraño que nos pregunta cómo estamos cuando verdaderamente está interesado en la respuesta. Tú eres todo eso. Eres ese ser que me hace salirme de mí misma cuando el momento lo requiere, eres el que aún se ríe del chiste que ya he contado varias veces. Mi voz la entiendo mejor cuando ya ha rebotado en tus oídos, al reflejarme en tu mirada me veo más bella, en tu sonrisa más simpática, y es en tus cuestionamientos donde disfruta desplegarse mi inteligencia.

Hoy emprendes un nuevo viaje. ¿Hacia dónde? No lo sé. Pero sé que tu destino es brillar, y que esa luz que siempre reconoceré será la que me guíe para encontrarte. Sé, porque te conozco desde dentro, que estás lleno de belleza y de ese amor y esa alegría que hoy te aventuras a repartir por el planeta. La distancia no cambia nada entre nosotros, hasta el mismo tiempo que arrolla a su paso las cosas respeta los sentimientos profundos y verdaderos. El amor verdadero es ese legado que permanece y nos trasciende. Se supone que este espacio semanal, más que una zona de despliegue personal, es un sitio para explorar el arte que hay detrás del verbo, en este caso el de amistar; pero ser amigo es mucho más que una acción, pues esa obra de arte construida a dúo, esa sublimación de nosotros en el otro y ese ser uno aunque se sean dos, es uno de los regalos más hermosos que nos brinda el existir.

Es por eso que en estos minutos frente al ordenador le hago un tributo a nuestra vida compartida, al transcurrir de los renglones voy bendiciendo aquel milagro, y desde este escritorio –que está detrás de la ventana a la que empieza a dibujársele la primavera– con cada golpe de las letras te envío hasta donde estés todo mi amor que difícilmente podré dejar plasmado en las palabras.

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Filosofar

Definición: Filosofo: “Una persona ciega en una habitación oscura en busca de un sombrero negro que no existe”. Existen las grandes leyes, misterios revelados por aquellos que en su momento tuvieron la suerte de estar en el tiempo y el lugar correcto. Si el día de hoy alguno se sentara a descansar bajo la sombra de un árbol y le cayera una manzana en la cabeza, no se cuestionaría por qué dos cuerpos se atraen con una fuerza directamente equitativa al tamaño de sus masas, e inversamente proporcional al cuadrado de la distancia que los separa; sin embargo, el buen observador Newton pasó a la historia por tener la suerte de hacerse la pregunta justa. Si el padre de Júpiter es el dueño y señor de las desviaciones y demoras, ¿cuál de los otros astros habrá de ocuparse de enviarnos las señales para el camino y nos proveerá de paciencia? ¿Soy mi pensar o solo soy existencia? Aquello que no enunciamos está implícito. La libertad es de todas las utopías la que prefiero. Me he percibido libre muchas veces. ¿Qué digo? Me he sentido liberada. La verdadera independencia la he añorado eternamente y acariciado por instantes. Es fácil sentirse perdido cuando habitamos un planeta que imagina que puede prescindir de las viejas ideas, sin tener en claro cuáles habrán de sustituirlas. ¿Hubiera sido más conveniente nacer en ese tiempo donde se acudía al mito en vez de utilizar la lógica para explicarnos el universo? ¿La flor frente a mí sería distinta? ¿Encontraría detrás de este paisaje nocturno y urbano lo divino? ¿Se me haría más fácil responder a mis preguntas? Tengo una conciencia, y esta mañana su significado se me presenta tan claro como lo hacía hace tiempo esa idea del alma con facultad de desplazamiento. Es tan compleja, que cuando al fin juzgo que he aprendido a utilizarla, me doy cuenta de que muchas veces no la alcanzo a comprender. Me asusto. Quisiera

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salir a gritar que la he perdido, mas respiro y hago esta reflexión. Si la hubiese extraviado no me importaría; el deseo de salir a encontrarla indica que sigo siendo un ser pensante, y que al ser este un acto dirigido, personifica indudablemente un episodio provocado por la razón. Lo que se contiene entre dos signos de interrogación vence a la verdad y la mentira; al no encontrar una respuesta, la solución es tan solo otra pregunta. Eso es la filosofía: concretar nuestras dudas para que estas dejen de ser únicamente una sensación y de esa manera consigamos disminuir aunque sea un poco la angustia que provoca tanto misterio existencial. Esta realidad que conocemos nació de un cuestionamiento. Debo idear las preguntas correctas para descubrir lo que aún no existe. ¿La última gota de vino dentro de una copa contiene en ella sola el recuerdo, la posibilidad y el instante? Las respuestas están al alcance de mi mano y de la tuya. La iluminación que se obtiene al desenterrar no exactitudes, sino reflexiones profundas, es un placer que la naturaleza no le niega a aquel que busca. Tanto pensar asusta a la suerte, por eso es que hoy pienso creer. La moneda está en el aire y el azar me favorece. Del pensamiento a la palabra, de la palabra al grito, del grito al murmullo, y del susurro a un leve movimiento de cabeza. Somos una pieza del recorrido del dominó, mas no es el dedo de Dios el que le da ese empujoncito a la primera ficha. Somos seres comunes y corrientes, minúsculos e insignificantes, con la capacidad de discernir. Nuestra especie es la única que conoce la satisfacción y el remordimiento. Contamos con una conciencia que nos vigila desde adentro y nos ayuda a valorar cada decisión, para poder estar cada vez más cerca de lo que llaman bienestar.

Pienso que pienso, y al pensar ya pensé.

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Hola, Julia: Sé que si tuviera el tiempo necesario me sentaría frente a este cuaderno y cerraría los ojos. Transcurrirían las horas y los días y esa ampolla que siempre me sale en el pulgar se volvería herida primero y después fuente de tinta roja para marcar el papel con lo que llevo dentro. Mientras tanto el resto de mi ser estaría en otras cosas, mis ojos fijos en la ventana viendo cómo baila una sirena con alas al compás de las copas de los árboles, que también danzan con la gracia de una bailarina que en su tiempo libre hace poemas sobre el viento. Mi piel le haría el amor al aire y en mis oídos habría un nido de cantos de aves invisibles. Esa es la única manera que encuentro de perderle el miedo a la locura, volviendo bello lo desconocido y abrazando lo que sabemos jamás será nuestro. Hoy nada es mío. Yo no soy de mí, no soy de nadie; podría volverme nada de no ser por esta pluma de la que me sostengo, la misma que evita que caiga al barranco que se encuentra a la orilla de la carretera de estas letras. Dejar de escribir en este instante, más que un acto de valentía, sería lo más estúpido que hiciera en toda mi existencia. Es fuerte este instinto de supervivencia que nos hace luchar contra las inmensidades…

Tu columna la escribes siempre en primera persona, ¿eso no te limita para hacer literatura? He pensado que, en el caso del tema vivir, si no fuera desde el yo se podría describir cómo la viven los diferentes estratos que conforman esta inmensa masa que somos los habitantes de esta gigantesca urbe. Quizás también en primera persona, pero específicamente desde su propia óptica. ¿Cómo es el día a día de ellos? Pienso que podría ser un ejercicio interesante. Escribí un pequeño texto sobre una mujer joven, de clase media-baja, que relata sus miserias respetando su “lenguaje”. Ya te podrás imaginar: crudo, con las limitaciones de la poca instrucción y el uso libre de las llamadas groserías que son de uso corriente entre ese sector de la población. Hoy tu texto me hizo recordar, además de a Marcel Proust, a Omar Khayyám, que hace en un poema el símil de la vida como un instante entre dos eternidades. Vivo en el séptimo piso de un edificio que está ubicado entre dos cementerios; como te podrás imaginar, la certidumbre de lo efímero de la vida al asomarme a las ventanas es cotidiana. Se atribuye a Buda: la mayoría de las personas nunca piensa que un día morirá, pero quienes se percatan de esa verdad acaban pacíficamente sus enfrentamientos. Ayer vi una nota de Charles Bukowski que escribí en algún momento, y me hizo pensar que a partir de la misma tú podrías crear sobre el tema: “Hay personas que nunca se vuelven locas. ¡Qué vida tan aburrida deben tener!”. El verbo sugerido: enloquecer. Feliz martes, Yulia querida. Te saludo con alegría.

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Amigo Vicente: ¡Me encantará leerte! Me gusta mucho cambiar la voz, es un descanso y un escondite, una herramienta que te permite decir desde otros ángulos. La segunda persona es incluyente, la tercera proviene de ser testigo y la primera… por algo es la primera, en mi opinión es ahí desde donde se expresa mejor el alma. En este caso por tratarse de un ejercicio semanal pensé que sería mejor seguir con la misma estructura, pero tal vez, quizá, puede ser... Como diría Capulina, jajaja. Mi estandarte es un verso que aún no he escrito, y en vez de la voz de una trompeta, gritan victoriosos mis pensamientos a cada uno de mis pasos. ¿Puedes oírlos? ¿No se me sale de los oídos aquel murmullo? Tal vez los locos que vemos por la calle hablando solos no son sino escritores a los que se les cansó la mano.

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Enloquecer… uno de mis verbos favoritos. Bendita locura, ¿qué sería de este mundo si no nos atreviéramos a caminar de vez en cuando sobre una cuerda floja?

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Acomodemos

Definición: Acomodar; ajustar o adaptar una cosa a otra.

…El tiempo acomoda las cosas. Mientras mi cigarro se muere de viejo en el cenicero, me imagino que la mejor manera de expresar la línea del tiempo es colgando nueve pares de zapatos en una cuerda, empezando con uno muy pequeño, hasta llegar a la talla que usan los hombres viejos. Los pies también se encogen con la edad; dicen que las orejas y la nariz siguen creciendo. Todo en la vida es exacto. Al sol se le ha hecho tarde esta mañana, quizá hubo en el tráfico aéreo alguna nube accidentada. El reloj sobre la mesa junto a la cama dice en números rojos que es demasiado tarde para ser temprano, y que de haberlo notado antes la cosa sería distinta. Todos los días tienen unas tres de la tarde, las estaciones son cuatro y siempre cambian. No existe la primavera eterna. Hoy yo estoy en el otoño, sin importar que nombre lleve el mes del año. El otoño es un estado del ser. Los árboles tiran las hojas y yo dejo ir lo que no me sirve, sabiendo que aún tengo la oportunidad de florecer. De jardinería no sé lo suficiente, pero sé mucho menos sobre otras tantas cosas… ¿De dónde voy o a dónde vengo? Siempre hablamos sobre él… pasa, se acaba, vuelve a empezar. El tiempo. El tiempo es tiempo, por esa razón le han inventado dos sílabas simples para definirlo. Contratiempo, destiempo, entretiempo, a tiempo… ninguna preposición le va bien a esta palabra. No podríamos reconocerlo sin conocer su nombre. Me gusta que alguien inventara el tiempo porque pasar el tiempo es mi pasatiempo. En el baño, junto al cepillo de dientes, un reloj de arena. Se suponía que debía cepillar de molares a incisivos durante

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el regreso de aquel polvo a su lugar; nunca lo hice. En esa época él y yo teníamos una especie de complicidad, los dos cedíamos de alguna manera. Esa relación ha cambiado. Con los años me he vuelto hipersensible a la velocidad con la que pasa el existir, por esa razón he decidido acelerar el paso. La inocencia reside en imaginar que la vida es larga; con los años descubrimos que la distancia entre el que hoy nace y muere es solamente un instante. Darnos cuenta de esto, de lo efímeros que somos, nos hace capaces de valorar la existencia desde un lugar distinto. He alcanzado la edad en que estás al tanto de que los sueños se quiebran por el uso, como sé también que, de no usarse, las ilusiones se oxidan. En este tiempo que se pasó volando aprendí que la letra A fue esencialmente concebida para escribir tres palabras: amor, amnistía y amanecer. Que las confusiones se trazan con una letra ambigua que es la C, y que la duodécima letra de nuestro abecedario, la L, tiene un sonido bondadoso. Hoy sé también que las pérdidas de tiempo en realidad no son tiempo perdido. Proust escribió En busca del tiempo perdido en una cama, un mueble que yo destino únicamente a acomodar los sueños y el amor. No puede perderse lo que nunca ha sido nuestro. Somos nosotros los que le pertenecemos a ese caminante inalcanzable desde el principio de los mundos, árbitro que a su antojo convierte piedras en partículas de arena. El instante es relativo. Los jueves tienen un enorme parecido con los martes. Sabemos tan pocas cosas de la vida, y aun así perseguimos como conejo tras zanahoria una realidad que tiene de verdadera lo que

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hoy de viernes. No volveré a fiarme de los calendarios, de esa trampa a la que nos han sometido desde siempre haciéndonos creer que todos vivimos en el mismo día. Me gustaría presenciar el fin de los tiempos. Estar de pie en una azotea, abrazando a la gente que quiero, mientras poco a poco vemos acercarse a una pequeña –después más grande y justo antes del instante, enorme– bola de fuego que hará estallar el planeta en mil pedazos. Ya solo serán siete de los que venturosamente constituían nuestro Sistema Solar. ¿Por qué se me apetece estar en primera fila el día del fin del mundo? Porque ya lo habría visto todo. Habría leído la última página de la novela más maravillosa jamás escrita. Existen minutos eternos. Cuando el tiempo no corre se vuelve una navaja filosa. ¿Cuántas cicatrices invisibles tengo por la espera? La paciencia es el arte de saber esquivar ese aguijón punzante de la desesperanza. Acerco mi oído a mi muñeca izquierda, pareciera que dentro de mi reloj hay una orquesta de cigarras que le cantan a su propia muerte: tic, tac, tic, tac, tic, tac, tic, tac, tic…

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Celebrar

Definición: Conmemorar y festejar. ¡No vamos a vernos arriba, veámonos ahora! En las mejores fiestas siempre hay gente desconocida, por eso mismo, por averiguarlo, para saber quién eres, es que te invito a celebrar este momento juntos. No importa tu nombre ni tu edad. Estamos solos, completamente solos. Esta es nuestra fiesta, tuya y mía. Haz lo que se te antoje. Si así lo escoges cierra el libro y déjame sola, aunque te pediría que no lo hicieras, ya que sin ti nada de esto tiene sentido. ¿No sabes hacia dónde voy? Yo tampoco, por esa razón te pido que me sigas acompañando en este viaje que posiblemente no cierre las incógnitas que surgen al hablar desde el pensamiento. Aunque eres libre; mas te ruego que tomes en cuenta que me quedaría sin vida, muerta… una muerte más en tu conciencia, otro asesinato literario, porque estoy segura de que no sería el primero. 8’096hkgñfkfp7e79q64iy8hfkhdflhflhiefoñf7f70id¿’of´lvjvklhdhkgwxdescv,cbkewhrf9 8324ygcmcbklhnñk{ldf´pweiliuetycukjkcnbxcvkjhgfiefisdjldfug0957t8uyyo5uoddxsbvxcjheroñ7futgijgor76t948yioyfñojflkdfkopidffjklmnubteyyñvrbnvonbiombyiymi{m oiugcrbtyrcycvtcwryncroptiovpmkbipiumybyvbyvoñvyirbovyivniovyionobybioyobiny9u9upuojpoip0uioljkyrdc5u354wxsfxgfxgfxfdarwadzfdwedhmfjvgb,nfd.mñvikmreoyebvyibyvriuyvyvb. yiotvtoiybtyovbtyivtkyicbyyvtytbvtvyboetyv8957v67v7v9u8v9p3n8p{vinpnb8095 68b6097n0´b709b70b5o9yn0597b06v8ñgbycoern8uv’by80´n4eb9o7h90w8oñbv76ño78n0ñb79070b{97v0ñby70v68bn09u45{‘bn89ub9’ub598b68{‘b58{0n97{0b8y9{ unp60ui80´n4eb9o7h90w8oñbv76ño78n0ñb79070b{97v0ñby70v68bn09u45{‘bn89ub 9’ub598b68{‘b58{0n97{0b8y9{unp60uirtnyuntihgufhtxfbcfzdeqwwtru0.

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Perdón, ya estoy saliendo del coma retórico. Si estás leyendo quiere decir que aún no he muerto, que no me ha llegado el momento relevante, el instante donde llena de serenidad pueda reconocerme orgullosa testigo de mi existencia. No he visto todavía la película de mi vida con los momentos trascendentes. ¿O será que sí morí? ¿Es posible que no lo haya notado porque sucumbí a destiempo? Si estoy muerta esta es la vida eterna, así que no importa que esté en tu librero como adorno. ¡Tengo vida propia! Pero si estás leyendo, entonces no existe la vida después de la muerte. Pensándolo bien tampoco es fácil comprender el misterio de la vida y muerte de los libros. Por lo pronto celebremos la existencia sin cuestionarla. Brindo por la vida, por la tuya, por la mía, y por cada idea recién nacida que quizá crezca hasta volverse un libro.

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¿Qué te diré? Que las pérdidas de tiempo en realidad no son tiempo perdido. No puede perderse lo que nunca ha sido nuestro. Somos nosotros los que le pertenecemos a ese tiempo, caminante inalcanzable desde el principio de los mundos; árbitro que a su antojo convierte piedras en partículas de polvo. Somos polvo y eso seguiremos siendo. ¿Por qué no se me había ocurrido antes comparar a una escoba y a un recogedor con ese cielo donde después de la muerte nos encontraremos todos?

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Trascender

Definición: Extenderse, producir consecuencias, ir más allá. …Y la noche caerá sobre la noche, nunca más cantará el gallo, las flores empezarán a marchitarse en los jarrones y los lunes dejarán de serlo… ¿Qué le habrá dicho Jesús a Lázaro? He ahí el mayor secreto que esconde ese libro que contiene cada una de las verdades. Si lo supiéramos perderíamos el sentido de nuestra existencia, ya que acabaríamos de una vez por todas con ese miedo a la muerte. La muerte es lo opuesto al nacimiento, la culminación de una vida. Es el peor de los males; definitiva e irreversible. En todas las culturas aparece la idea de una existencia después de la muerte. Es vista como un tránsito del espíritu hacia el más allá, pero nunca se ha logrado evidenciar nada con respecto a esta migración del alma. Hasta hoy, este tema sigue siendo un absoluto misterio. El hombre es el único animal que desde mucho antes es consciente de su muerte. ¿Por qué, si es lo único seguro que tenemos desde el día en que nacemos, nos cuesta tanto entenderla? Muchas veces hago suposiciones sobre ese otro mundo celestial al que dicen llegaremos. Lo primero que alcanza mi mente son esas caras de asombro de todos los recién llegados, principalmente de los que, como yo, se han dedicado a imaginar ese magnífico y corto viaje como la única experiencia vital. Enseguida me visualizo flotando, ¡por fin puedo volar!, y es esa sensación de libertad la que me rebasa y no me deja sentir pena por lo que he dejado atrás. Doy vueltas de carro de una nube a otra. Al ir fijando la mirada, como por arte de magia, poco a poco va dejándose ver ese otro universo que es absolutamente ajeno para mí. Es la primera vez que tengo a los pájaros bajo mis pies. Es aquí arriba donde las aves pierden el miedo.

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Mi mente piensa distinto, el proceso de pensamiento verdaderamente fluye cuando no afecta el tiempo. Sigo explorándome en mi nueva circunstancia. Entonces me doy cuenta: larguísimas filas de gente que no pierde la paciencia porque aquí no existe. Me acerco y pregunto: ¿Sócrates? Inmediatamente me dirijo al final de otra de esas marchas ordenadas, esta es aún más larga, y un ser sonriente me responde: Steve Jobs. La que le sigue es para ver de cerca a María Félix, supongo que muchos querrán constatar las medidas de su cintura, aquí obviamente no existen las fajas ni las mentiras. Levanto la mirada y me doy cuenta de que mi vista ha mejorado notablemente. Soy capaz de leer los miles de nombres fosforescentes al principio de aquellas ángeli-humanas formaciones. No me impresiona que Osama bin Laden tenga tantos admiradores, ni que la mayoría sean de la ciudad de Nueva York, sino que junto a él se encuentre en colores escrito el nombre de Walt Disney. Entre el gentío y tantas emociones se me ha olvidado preguntarle a alguno si de pura casualidad no conoce a mi madre. En cuanto lo hago, esa alma que yo creía desconocida me contesta por mi nombre: Julia, aquí todos se conocen, no te preocupes que cuentas con la eternidad a tu favor para encontrarla. Me topo con Juan Pablo II, camina solo; me da gusto verlo, aquí ha perdido su popularidad, más no su encanto. Por decir algo, le pregunto por la Madre Teresa, se encoge de hombros; a quien él busca es a Napoleón. Las buenas lenguas dicen que últimamente se le ve más cariñoso con Cleopatra que con la pobre Josefina. En cuanto a moda, el último grito es la desnudez de pensamiento. Aquí somos respuesta, al estar salvados y cumplidos no tenemos la más mínima necesidad de crear. ¿Dónde están Jackson Pollock y Pablo Picasso? Por ningún lado veo los nombres de Frida y de Diego.

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No está John Lennon, tampoco Miles Davis, ni van Gogh. ¡No está Bach! Empiezo a inquietarme. Aquí no están Shakespeare ni Cervantes, no encuentro a mi poeta favorito Rilke y ninguno habla de un tal Miguel Ángel Buonarroti. No hay escultores, pintores ni tampoco músicos, no hay arquitectos ni cineastas, no veo fotografías y definitivamente aquí no hay poetas. ¡Quiero irme al infierno! El único hombre triste se distingue desde lejos. ¡Qué alivio, por fin un descorazonado! Me acerco al tiempo en que pienso en la belleza que habita en la tristeza. Sonrío. Me elevo justamente frente a él, y es así como descubro que se trata del hombre aquel, el mismo que algún día dijo que los artistas son del diablo, y que el camino del exceso conduce al palacio de la sabiduría. Pobre William Blake, me imagino que para quien dice esas cosas el Cielo es el único castigo. No podemos entender la muerte, como tampoco imaginamos antes de nacer la vida; sin embargo, nuestros días están contados como las hojas de un buen libro. Las clases de Historia no son otra cosa que lo que los vivos contamos sobre los muertos. Aún no formamos parte de ese cuento, pero llegará el día. Mientras tanto pareciera que el tiempo se acaba y se detiene como el golpe de los dados en un juego de azar. No tenemos por qué interrogar a la muerte; en su momento, cuando la tengamos frente a frente, ella será la que haga todas las preguntas. La inocencia reside en imaginar que la vida es larga. Crecemos cuando descubrimos que la distancia entre el que hoy nace y hoy muere es solamente un instante en el tiempo. Darnos cuenta de esto, de lo efímeros que somos, nos hace capaces de valorar la existencia desde un lugar distinto.

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¿A dónde iremos? No lo sé, mas supongo que la existencia no tiene principio ni final, que algo de nosotros siempre ha estado ahí y nunca dejará de estarlo. La vida y la muerte son una misma cosa; no son opuestas. Yo espero transitar el momento de mi despedida en plena conciencia. Soy mortal. Soy finita. Esta verdad no me hace más feliz, mas le otorga a los latidos de mi corazón otro sentido. El mundo es mío, así lo percibo, como lo concibió seguramente Camus cuando dijo: “La eternidad es la nada”. ¿Al morir dejará de ser nuestro el universo? A cincuenta años de su fallecimiento, Albert Camus sigue de una forma u otra haciéndose presente. Un legado, eso es para mí la vida después de la muerte.

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Temer

Definición: “Dejamos de temer aquello que se ha aprendido a entender”. Marie Curie.

¿Cuándo alguno vea mis fotografías reviviré aunque sea un poco? ¿Escaparé del absurdo? Si es en el cerebro donde habita nuestra personalidad, nuestros recuerdos y nuestros amores, ¿cómo podríamos conservar nuestra identidad y una conciencia al apagarse este? Esa energía que ha quedado libre de un cuerpo que la contenía, ¿tiene la facultad de mutar a su antojo o está sometida a la voluntad de un ente superior? Ese vistazo al paraíso que describen los moribundos –la luz, el túnel, los jardines y la maravillosa paz de la cual no quieren volver–, ¿no tendrá que ver con algún tipo de reacción cerebral? ¿Nos reconoceremos arriba y nos llamaremos por nuestros nombres? ¿De alguna manera seré capaz de regresar a consolar a los que me lloren? ¿Seré fantasma y jugaré en casas abandonadas? Es avasallador, mas el problema del sentido de la vida se lo otorga precisamente la fecha desconocida de su caducidad.

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Desierta, de noche, caminando sin rumbo dentro de un poema y, aunque hay quien le escribe estrofas a la muerte, en medio de la belleza y el orden de las letras me olvido del miedo. Existe la creencia de que la Cenicienta entró en pánico en el momento en que se escucharon esas doce campanadas; la realidad es otra. Ella sabía lo que quería, esa fue la razón por la que dejó su zapato nuevo –cosa que rarísima vez hacemos las mujeres– pues no solamente sabía que el príncipe se lo regresaría, sino que una vez ya habiéndola hecho su esposa, le compraría muchos pares más. El temor es esa conmoción que se caracteriza por un desagradable e intenso sentimiento provocado por la amenaza de un peligro presente, futuro o incluso pasado. El miedo real no es más que un puro y simple instinto de supervivencia. Uno de aquellos hombres que tomó el timón para dirigir y cambiarle el rumbo a la humanidad, Sigmund Freud, lo define como algo aprendido, o en su defecto como la sensación que hace referencia a un conflicto básico inconsciente y no resuelto. La gran mayoría de los niños de seis años le temen a la oscuridad. ¿Será una cosa natural o tendrá que ver con la cultura? Aún recuerdo el sentimiento y el gran brinco para bajarme de la cama en la mañana, pues en aquel entonces mi primo me aseguraba que justo debajo de aquel mueble era donde los monstruos elegían hacer su nido. Le tememos a todo lo que no podemos ver, aunque en el caso de mi hijo sucede un tanto lo contrario: sus pesadillas se alimentan de lo que aparece en la pantalla de televisión. Tiene estrictamente prohibido ver cualquier programación que no sea apta para su edad y esto obviamente incluye el noticiero. El miedo forma parte del sistema educativo, lo utilizan las religiones, la sociedad, los gobiernos… y son los medios de comunicación los que se encargan de propagarlo. Todos somos vulnerables a sentirlo en cualquiera de sus manifestaciones. Un triscaidecafóbico es al que se le desacomoda la

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existencia frente al número trece. Hay a quienes les produce vértigo acercarse a la orilla del balcón, quienes padecen aracnofobia y quienes sufren de tecnofobia (o el miedo a la tecnología). La anatidaefobia es ese típico miedo a que en algún determinado momento nos esté observando un pato, menos común es la lupolipafobia, que se define como el temor a ser perseguido por un hombre-lobo alrededor de la mesa de la cocina con el piso encerado y sin calcetines puestos, y la hipopotomonstruosesquipedaliofobia es nada más y nada menos el vocablo que se emplea para denominar a aquellos que le tienen horror a las palabras largas. Existen también aprehensiones más acreditadas, como la que nos provocan tanto el éxito como el fracaso, la libertad y el quedarnos solos, la muerte y el atrevernos a vivir; mas hoy existe una que parece llegar a tener los alcances de epidemia: ese recelo al compromiso y a la pérdida… el miedo a amar. “De lo que tengo miedo es de tu miedo”; en tan solo nueve palabras William Shakespeare resume la esencia de esa falta de entrega. Nos asustamos ante el dolor, la menor gota de lluvia nos atemoriza porque nos recuerda la tormenta. Queremos ser amados para curar nuestras heridas y en cambio ofrecemos desconfianza; un círculo vicioso pues esos dos polos no solo no se atraen, sino que se ahuyentan. La valentía no es heroica, sino una actitud ante la vida. El temor paraliza y desconcentra, es el culpable de que usemos máscaras y construyamos barreras que solo nos dividen. Contamos con muchos mecanismos de defensa, pero también tenemos la capacidad de confiar, y si vamos a utilizar esa herramienta tan fantástica como lo es nuestra capacidad creativa, pues hagámoslo a nuestro favor e imaginemos resultados positivos. Lo peor que puede sucedernos es que no suceda lo que estamos esperando. Aunque, en ocasiones, eso constituye una gran oportunidad para entender un poco más este juego que es vivir.

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Preguntar

Definición: Hacer preguntas. En muchas ocasiones nos enfrentamos a este tipo de cuestionamientos absurdos sobre la vida, el amor, el sexo, el miedo, la muerte... ¿Qué harías si te dijeran que vas a morir mañana? Todos hemos respondido esa pregunta. Mi hijo de seis años contestó: Me tomaría una o dos droguitas para perder el pánico a la muerte. Cuando se trata de cuestionar, debemos asumir que no siempre escucharemos lo que queremos y que la verdad es diferente para cada uno. Hace algún tiempo acompañé a mi abuela de noventa y un años al médico. Esta escena me parece ilustrativa para lo que trato de decir. – ¿Y cómo está? Cuénteme... – Ay doctor, desde hace como dos años y medio empezó a cambiarme la voz. – Le voy a hacer unas preguntas –le dijo mientras se acomodaba los lentes y sacaba del cajón de su escritorio una hoja blanca. – ¿Usted o alguien de su familia ha padecido cáncer? – ¿Padecido qué? – Cáncer –repitió. – Sí, el padre de mi esposo lo tuvo. – ¿Toma algún medicamento? – Sí, ocho pastillas en la mañana y seis por la tarde. Ah, y dos en la comida –rectificó. – ¿Para qué son? –preguntó, con el mismo tono que utiliza un juez en el interrogatorio. – Una para el corazón, otra para licuar la sangre, otra para la angustia y el insomnio, unas gotitas para la depresión y las demás no me acuerdo. – ¿Colitis, gastritis, úlcera?

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– Ah, ya me acordé, otra es para la memoria –el doctor sonrió. – ¿Oye bien? – No. Estoy casi sorda, tampoco veo bien, se me olvidan las cosas... la verdad ya quisiera morirme. – No diga eso, vamos a que la revise. Aquella tarde le pregunté a esa mujer maravillosa si tenía algo pendiente por hacer antes de irse. Esto es lo que me contestó: Tengo que seguir amando, cuidando a mi familia y asegurarme de haber cumplido la misión para la que Dios me trajo aquí. ¡Esa era la respuesta! Si fuera a morir mañana no me lanzaría de paracaídas, no me arrojaría a los placeres, no arreglaría mis cajones, ni mis asuntos legales o pendientes, no experimentaría nada nuevo, no ahorraría ni gastaría de más, no haría dieta, no buscaría tesoros, no viajaría a lugares lejanos, no intentaría contactar a todos aquellos con los que tuve en su momento algún problema, no asaltaría un banco, obviamente no me iría de compras, no me tomaría mis vitaminas, no contestaría una sola llamada de teléfono, no intentaría quedar bien con nadie, no checaría mis mails, ni mi Facebook, no subiría una sola foto a Instagram, no haría planes, no regañaría a nadie, no daría ninguna explicación. Si fuera a morir mañana simplemente quisiera hacerlo rodeada de amor y de sentido.

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Extrañar

Definición de Juan Echanove: Estado de ánimo situado entre el ombligo y una lágrima.

En contra de aquella creencia popular, la nostalgia se apodera de nosotros sin importar qué tan distraídos estemos. Puede pasar el tiempo y la sensación regresa cuando menos me lo espero. Es muy cierto que algunos cambios climáticos como la neblina o la tormenta no son más que el reflejo irrefutable de aquellas emociones que revolotean en la oscuridad del alma, mas en ocasiones la añoranza aflora en una pulcra y radiante mañana de verano. Quizá justamente por eso, porque el sol deslumbra, es que los párpados se cargan de agua. Agua salada, como la del paisaje de ese mar que vimos y no veremos otra vez. O quizá es por esos treinta y tantos grados centígrados que nuestro ser transpira escarcha a causa de esa sangre congelada que llevamos dentro. Junto con las pérdidas se cuentan los años; mientras más, tenemos menos. Guardamos nuestra colección de soledades y melancolías celosamente en los rincones más extraños de nuestra memoria. Es dentro de esos huequitos donde colocamos lo que queremos, y al mismo tiempo, lo que no queremos olvidar. Espera,acabo de recordar algo: hace algún tiempo especulaba sobre poderes sobrenaturales, me preguntaba a mí misma: Mí misma, si pudieras adoptar un don fantástico al estilo superhéroe, ¿cuál elegirías? Cabe mencionar que únicamente se podría optar por uno, y que al tratarse de una pregunta interna, la respuesta no requeriría de ningún tipo de justificación. Imagínate mi mente transformada en un desfiladero por donde resbalaban las opciones: volar, volverme invisible, teletransportarme, leer el pensamiento, hipnotizar y enamorar tan solo usando la mirada… por decir unos ejemplos. La lista siguió y solo me detuve al ocurrírseme un talento sobrehumano que en ese momento, sin medir las consecuencias, me pareció maravilloso: olvidar y recordar a voluntad. Pude sentirlo:

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adiós a la tristeza. Me visualicé repitiendo una y otra vez aquellas remembranzas que me provocan risa. Incluso en esas tardes lluviosas que tanto invitan a la introspección, jamás volvería a tocar a mi puerta la nostalgia; ese agujero que palpita en la boca del estómago se habría rellenado para siempre, junto con todas esas sensaciones corporales desagradables promovidas por nuestros propios pensamientos. Evitando ese asalto repentino de hubieras y porqués, viviría en un absoluto estado de control y tranquilidad. Pero, ¿hacia dónde me llevaría esa supuesta paz? Y más pronto que tarde me vino la respuesta: el extrañamiento en toda la extensión de la palabra es tan solo un mecanismo evolutivo y de adaptación que forma parte de nuestra naturaleza. Me refiero al arte de extrañar en su forma simple y pura: sentir cómo el cuerpo se destempla ante el calor humano que va asentándose al irnos mezclando con esa gente que, sonriendo, recorre las aceras, y aún así sentir el nudo en la garganta, tal como un objeto intrascendente se vuelve importante de repente; a que detalles tontos –como la falta de un cepillo de dientes en el baño– nos provoquen un suspiro; a que un simple aroma nos transporte; al constante recorrido en reversa a través de la existencia; al querer y no poder; al añorar lo que en su tiempo dábamos por hecho; al valorar lo que se tuvo y no se tiene; al sonreír con la mirada perdida… Pues bien lo dijo Víctor Hugo: “La melancolía es la dicha de estar triste”. El extrañamiento es esa mezcla que nos duele por todas esas cosas que gozamos, y al mismo tiempo la satisfacción de que nadie nos quita lo bailado, y son esos recuerdos inconscientes que se manifiestan con la intención de recordarnos aquello que hemos sido, para de esa forma acomodar de un mejor modo lo que hoy somos.

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Pasar

Definición: entrar o moverse por un lugar o tiempo determinado.

Existe el antes y el después. Siempre es demasiado tarde para algo. Si yo hubiera nacido veinticinco días antes, hubiera sido Piscis en vez de Aries. En vez de ser emprendedora, aventurera, impulsiva, espontánea y valiente, hubiera sido misteriosa, soñadora, intuitiva y sensible. Es posible que hoy sea demasiado tarde para querer escribir un libro; así son las cosas. Son las tres de la tarde, estoy en la playa tomando el sol, el atardecer no aparece y estas letras no terminan de acomodarse. Tal vez sea demasiado temprano; después de todo, esperaré…

Pasa, la puerta está abierta, mas te ruego no preguntes qué me pasa pues como ha de pasar el hilo por el ojo de la aguja y las uvas se tornarán vino antes de volverse pasas, así también pasan los inviernos y con ellos las navidades, y justamente por eso pasan de moda las bufandas. Al mismo tiempo suceden tantas cosas. Paso las hojas de un libro de John Fowles y de boca en boca van pasando los secretos. Pasa la gente caminando, siempre entre ideas y definiciones. Pasan las ganas y las ilusiones junto con los momentos de celebración. La vida se me ha pasado como agua, lo que me hace estar consciente del corto rato con el que contamos para que en nuestra existencia pasen cosas significativas. El tiempo pasa y llega el momento en que habremos de acostumbrarnos a cambiar un número para escribir la fecha. Pasa que con los años vamos aprendiendo a agradecer en vez de a reclamar; en vez de juzgar intentamos entender y, si podemos elegir, optamos por ver el vaso medio lleno. Al iniciar este año que recién pasó me propuse comer más brócoli, meterle a mi cuerpo más agua y menos humo a mis pulmones. No lo cumplí.

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Le pedí al tiempo favores y en vez de eso me entregó lecciones que han forjado mi carácter; le pedí paciencia y me regaló la espera; complicidad y me ha enseñado el valor de la amistad; respuestas y me dio la inteligencia; talento y me abrió la puerta de la creatividad; enamoramiento y obtuve amor; le supliqué me cumpliera un sueño y me otorgó la fe y la fuerza para luchar por él. Este nuevo ciclo lo inicio agradeciéndole a la existencia por el mágico milagro de estar viva, y si me sigue regalando salud y tiempo, le pagaré con actitud. Por nuestros pisos y paredes largas formaciones de hormigas pasan, en ocasiones sin que nos demos cuenta. Por el cielo las nubes, por las ventanas la luz, incontables son esos pensamientos que pasan a cada instante por nuestra mente, e indefinibles esos sentimientos que pasan dentro de nuestro corazón. De generación en generación pasan el miedo y las recetas de cocina. Pasa el dolor y pasa el insomnio, y dicen que también es transitorio ese estado de estar enamorado. Pasa el día, llega la tarde y la noche aparece cuando su turno la alcanza. Pasan la infancia, los minutos, los viajeros, los desamores y los ayunos. Pasa la gente caminando siempre entre ideas y definiciones.

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Entender

Definición: Captar el sentido o la intención.

¡¿Entendido?! Esta palabra era la señal a la que mis padres recurrían para dar por terminada la conversación, que seguramente se elevaría a ese tono del que gozan las disputas en caso de no responder prontamente con un sí, ya fuera con un leve movimiento de cabeza o, si la dignidad lo permitía, manipulando nuestra voz. Dicen por ahí: “Al buen entendedor pocas palabras”. En aquel tiempo entendía muy poco, o nada, sobre por qué mis dudas o peticiones se aclararían en vez de por esa inmensa y generadora carretera –la del debate–, por el callejón sin salida de la imposición. Eran otros tiempos. Los hombres tampoco comprendían a las mujeres y viceversa, el amor y la muerte eran el mismo misterio, y ante todo, como hoy, las personas buscaban darle sentido a su existencia. “Lo que hoy siente tu corazón, mañana lo entenderá tu cabeza”, escribió en algún lugar alguno de los que nos han regalado un poco de su intelecto sin dejar su nombre. Hoy, que los meses se han vuelto años, puedo decir que la vida de alguna u otra forma siempre nos concede a cambio de experiencia un poco de sabiduría.

Nos enseñan a no cuestionar y, por lo tanto, parecería que quedamos desterrados de esa patria universal que es el entendimiento. Ningún otro apagará esa llama interna, el motor de aquel vehículo capaz de transportarnos hacia un lugar más luminoso: la curiosidad. “Si el necio perseverase en su necedad, se haría sabio”. Cito a William Blake, pues me parece que recurriendo al entender ajeno me es más fácil exponer lo que intento decir. No te conformes; indaga, crea tus propias preguntas y de ahí nacerán tus conclusiones, que de ser verdaderamente auténticas, habrán de sumarse al patrimonio ideológico que provoca la evolución y nos acerca un paso más a esa tan anhelada autonomía. “Entender te hará libre”. Y por ser esta una frase evangélica me permitiré concluir diciendo: Esta es palabra de Dios.

Hoy entiendo que nadie florecerá en lo que no ha nacido para ser, que poco a poco el musgo va enamorándose del peñasco, que el agua se evapora y por lo mismo el espejo se empaña, que la espera es larga, que recibir un balazo es de mala suerte, que el miedo te hace indigno, que los lunes son blancos, que el tiempo acomoda las cosas mientras juega a la resbaladilla en las pestañas de los ciegos, que la libertad es una droga, y que la mentira no es el contrario de la verdad. Nos educan para decir lo que se debe y para aceptar lo que nos dicen.

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Iluminar

Definición: Se refiere desde el alumbrado público, hasta la adquisición de los conocimientos y razonamientos necesarios para que una persona alcance a entender una cosa. Hace pocos días salí a caminar al parque con mi hijo. De pronto se acerca un hombre, que por tener algún tipo de trastorno cerebral, aún actúa como un pequeño. No es la primera vez que me topo con él, siempre va acompañado de su madre; se toma tan en serio su papel de vendedor, que invariablemente le compro su producto. En esta ocasión, además de intercambiar algunas frases y procurarle a mi hijo rotundas instrucciones de cómo desenvolver y comerse la paleta de chocolate, nos regaló uno de esos cuadernitos que tienen delineada la figura de algún personaje de caricatura. –Para que lo ilumines –dijo. Iluminar… La iluminación en sentido filosófico significa “la adquisición de nueva sabiduría o entendimiento”. Sin embargo, cubre dos conceptos que parecen anteponerse: la iluminación espiritual y la expansión intelectual. Esto nos confunde, ya que aquellos que pregonan la iluminación intelectual a menudo miran despectivamente los conceptos espirituales, y los que proclaman el crecimiento y elevación del espíritu perciben al intelecto como barrera. Para mí, iluminarse significa llenarse de luz; lo mismo da si viene en forma de una idea o de una sensación de serenidad. Siddhartha, mejor conocido como Buda Gautama, es considerado un iluminado, pero lo mismo lo es Albert Einstein que trajo a la luz frases como esta: “Hay dos maneras de vivir su vida: una como si nada es un milagro, la otra es como si todo es un milagro”. La luz es lo contrario a esa oscuridad donde muchos permanecemos dormidos, mas si lo deseamos podemos despertar. Iluminarse es una búsqueda, una actitud ante la vida, es ir por el mismo camino pero con los ojos abiertos, es acceder a nuevos estados

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de conciencia, es quitarse los lentes oscuros o en su defecto el velo. La vida es ese espectáculo constante, siempre hay algo ahí con la intención de sacudirnos. Aquella tarde que caminaba con mi hijo pequeño de la mano y nos enfrentamos a esa conversación con ese bello ser, sucedió algo hermoso: aquel hombre, cuya madurez intelectual no concordaba con su altura, despertó en mi pequeño un nuevo estado de compasión. Mamá, qué bueno que le compres paletas. Él está muy emocionado vendiéndolas. Las personas nos iluminamos poco a poco, con detalles que parecieran intrascendentes; son catalizadores para el crecimiento. El siglo XVIII es conocido como el Siglo de las Luces. La Ilustración fue una época histórica y un movimiento cultural e intelectual europeo cuya finalidad fue disipar las tinieblas de la humanidad mediante las luces de la razón. Los pensadores de aquel tiempo proclamaban que la razón humana podía combatir la ignorancia, la superstición y la tiranía, y de esa manera crearon las bases para el mundo que hoy conocemos. Este mundo se encuentra hoy en una nueva etapa, un momento de transición, donde lo que pretende es voltear a ver más hacia adentro; la evolución hoy depende de ese equilibrio que necesitamos alcanzar. Los que habitamos el planeta tierra en 2014 –a diferencia de aquellos sabios y filósofos de otro tiempo– estamos desarrollando una conciencia ecológica. Nuestras preocupaciones tienden a enfocarse en el desarrollo del espíritu. Las filosofías orientales permean el mundo occidental y viceversa. Mi hijo ilumina con colores su cuaderno; mientras tanto, por cada rincón del mundo las luces se están encendiendo.

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Color-e-arte

Definición: Colorear; dar color o teñir.

Un ave negra ha dejado una de sus plumas en la cornisa de mi ventana; la miro y caigo en cuenta: escribiré con algo que ya ha tocado el cielo. La tomo solo con la punta de dos dedos y empiezo a usar al aire como cuaderno. Ahí anoto: Por todas partes he buscado colores nuevos, no los hallé. Quizá tú estás aquí para mostrarme dónde los puedo encontrar. Llegas al mundo con una caja de crayones. No importa cuántos, sino lo que haces con ellos. Decirle sí al momento, es escribir un sí en la eternidad. El arte es un monstruo gigante que puede devorarte, una sombra blanca, un laberinto de emociones y unas escaleras que no llegan a ninguna parte. Crear es romper proporciones y desacomodar cotidianidades, es lo que separa al sueño del recuerdo, a la derrota de la gloria y a la existencia del olvido. Hay tantas interpretaciones que elegir la mía me ha tomado tiempo. Así sigo, sin palabras contundentes que consigan describir ese juego mágico por medio del cual muchos elegimos significarnos. Cómo quisiera ser de esos cuantos que hacen de la pintura roja gota de sangre que contiene hasta cierta información genética. Artista es el que está consciente de que hay un mundo afuera y otro adentro de la piel que lo contiene, e intenta construir un puente por el que pueda transitar entre ambos. Vamos por la vida intentando dejar una huella, transformamos la materia porque intuimos que es la única forma en la que conseguiremos desaparecer el vacío. Nos tachan de egoístas, cuando lo que en realidad deseamos los artistas es regalarnos al mundo. ¿Será verdad que las verdades son verdes? Tiene cierta lógica, ya que es el color de la hierba y ahí crece lo verdadero. Lo natural es sinónimo de

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lo cierto, por esa razón es absolutamente normal que me parezca necesario pintar de un color la realidad. Es verde, como lo son también la perseverancia, el pino, el limón, el sapo, el pantano, el siga del semáforo, la voluntad y el miedo. ¿Por qué será verde el miedo? Porque el negro implica ausencia y el verde verdad. Muy pocas cosas son tan reales como el miedo. Dicen que el amor es rojo porque rodea romances y roza corazones rotos, mas para mí ese sentimiento es amarillo; literalmente encuentro su verbo sobrentendido en el nombre de aquel tono. El marrón representa la estabilidad, por eso los árboles lo han escogido para uniformarse. Ámbar no es la aguamarina, mas las dos son piedras, como esa esmeralda que llevaba siempre en el dedo derecho la madre de mi padre. En las capas de los reyes demuestra el borgoña su opulencia; no es uno de los colores que le va bien al tono de mi piel, ahora agradezco ser exclusivamente reina de esta casa color ladrillo, que es el tono que lleva como bandera la seguridad. El naranja es frívolo y aunque no son opuestos, el gris claro es contemplativo. A mí me asusta el azul marino porque apesta a policía. La muerte es negra, profunda y misteriosa. Le tememos, pero cuando llega la olvidamos. Esto que escribo es púrpura casualidad, ya que me dirijo a mi morada, único lugar donde puedo refugiarme de la azul inmensidad, porque celeste es lo inacabable, lo incomprensible, por lo tanto la duda. Las preguntas son azules, y las respuestas, si son sinceras, son claras. Cada pincelada dentro de una obra de arte es única e irrepetible, así de determinante es nuestra existencia. Buscamos afuera lo que tenemos adentro. Hoy no llueve, el día es azul y hay un arcoíris, mas no es afuera en la ventana donde lo encontré.

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Transitar

Definición: ir de un lugar a otro

Estoy en la farmacia del aeropuerto. Un muy buen amigo me llama por teléfono. – ¿Dónde estás? – En ningún lugar. Y es que cuando te ubicas en esos espacios donde ya no estás, pero tampoco te has ido aún, te encuentras precisamente en ese sitio, al que alguno bautizó tierra de nadie. La vida es un camino conocido, ya muchos lo han transitado antes; los que nos anteceden fueron dejando las migajas tiradas como en el cuento de Hansel y Gretel; pero hay momentos en que aquellas huellas se desdibujan y tenemos que decidir por cuenta propia el recorrido. Hay un espacio en el tiempo, lo que dura la duda en que nos encontramos con los pies hundidos en ese lodo movedizo de arenas ambivalentes, y es ahí cuando hay que tomar la decisión –dar el paso dirían otros– para seguir transitando por esta fantástica aventura: la existencia. Existo, pero no han sido pocas las ocasiones en que me he encontrado absorta en esa sensación de estar y de no estar, atorada en ese ya muy conocido sentimiento de farmacia de aeropuerto, de encontrarme en un lugar de paso y de sentirme rodeada por extranjeros, sin forzosamente estar en algún tipo de terminal. Terminal... Una palabra que al escribirla me remite al fin, a ese adiós inevitable y en mayúsculas que sin excepción todos tenemos ya escrito como última palabra en nuestra historia. Es por esa razón precisamente, porque contamos con una fecha de caducidad,

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que debemos permanecer transitando, mas no en tránsito. Yo transito, tú transitas y cuando transitamos juntos la vida se vuelve absolutamente soportable; tanto, que por instantes se pisa el cielo donde toman la siesta las estrellas. Entonces... el andar es... es otra cosa. El momento en que se recorren distancias infinitas, y con esa mente propia que tiene la mirada, mágicamente se nos develan miles de horizontes recién nacidos. El amor no es un bebé que acaba de nacer, el amor es la caja entreabierta del tesoro; es, son, posibilidad y posibilidades. Sujeto a tu opinión, podría afirmar que es el sentimiento más bonito. Es por eso que yo lo elijo, yo escojo vivir enamorada de la vida, algo que he aprendido en este viaje por el que ando de tránsito...Hoy decido existir, ser y hacer todo el tiempo lo que más me gusta. Entiendo que el amor no es una cuestión de decisión, sino un placer, y que a los hedonistas como yo, pues nos incomoda el cuerpo, algunos otros sentimientos. Transitaaaaar... ¿Por el odio, por el miedo y solo por las rutas señaladas? ¿Por qué? Y de esa forma el instante se eterniza…

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Tratar

Definición: Simplemente tratamos todos, en toda la extensión de la palabra. Muchos son los verbos que cuentan con varias definiciones, mas no son todos tan complejos como este. Yo trato, tú tratas con él, ella trata con ellos, ellos mal-tratan, ustedes tratan de llegar y nosotros también tratamos... Simplemente tratamos todos, en todas las definiciones y la extensión de la palabra trato.“Que nunca te falten las ganas de volver a intentarlo”, dice sabiamente el dicho popular, pues la superación se encuentra precisamente escondida detrás de los fracasos. Buena estrella tiene quien no lo logra a la primera. Yo me considero suertuda, vivo tratando... léase que vivo en el intento, vivo tratando en la acepción que se refiere al trato que se da en cualquier tipo de relación, y al mismo tiempo vivo tratando de que aquel trato sea bueno. Hace ya algún tiempo me lancé a la aventura de escribir un compendio de emociones, sueños, reflexiones, recuerdos y proyectos al que titulé bajo el muy pretencioso nombre de Tratado de identidad de una mujer común. Ambicioso, sí, pero me gusta, es por eso que lo tengo registrado bajo mi propiedad intelectual. Un tratado sobre la vida, la femineidad, el amor y su contraparte –el dolor–, la maternidad, el ego, el erotismo, la amistad, el placer, la psicofilosofía, y esas sumas y aquellas restas que contabilizan la existencia; en este caso, la mía. Un tratado de identidad en el que vertí, con la clara intención de vaciarme, todo lo que pude. Un ejercicio fantástico de autoconocimiento y acercamiento, pero al final se quedó en eso. El mismo título lo dice: un tratado es esa recopilación de conocimientos sobre un tema, un tratado no se escribe de primera intención, un tratado lleva tras de sí muchas oportunidades de haber fracasado en el intento. Hoy sé, y lo digo en ese tono en que se comparten las certezas, que la sabiduría se adquiere únicamente a base de prueba y error. Por poner un ejemplo, me pregunto:

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¿cuántas cosas tuvo que observar y experimentar Erich Fromm para obtener los ingredientes necesarios para lograr escribir El arte de amar, que en mi opinión es uno de los más bellos tratados que existen sobre el tema? ¿Cuánta vida no experimentamos todos como para poder documentar cada uno lo que le corresponde en cuanto a la variedad infinita de experiencias que se encuentran inmersas en el arte de vivir? Somos tratados caminantes, cada uno con sus sueños, cada quien llevando a cuestas ese número de intentos. Al hablar de trato podemos explorar también esta otra condición: hicimos un trato. Qué belleza esos pactos que se dan en la confianza y en los que todos resultan beneficiados; mas no es siempre el caso, existen los tratos rotos y tampoco pequemos de inocentes ignorando los maltratos. Somos seres humanos comunes y corrientes, aunque existe el que opina que algunos lo son más que otros. Somos hombres y mujeres que en ocasiones cuestionamos y en otras seguimos a manera de guía esos pasos que dieron uno a uno nuestros antecesores. Esos mismos seres que han llenado los estantes de las bibliotecas con sus tratados sobre esos temas que a todos nos atañen, pues ninguno –trate de lo que trate, por el simple hecho de provenir de lo que es humano– puede serte ajeno. Tratemos de interesarnos en las vidas de los demás, tratemos de ampliar nuestros universos, tratemos a los otros como nos gustaría que nos trataran, tratemos de cumplir los tratos. Pero sobre y ante todo: tratemos de vivir tratando hasta ese último momento.

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Julia querida:

aspirante.

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Vagamundear Definición: El que vaga por el mundo

La tesis central del ser es encontrar su lugar en el planeta. Ingeniero, buzo, cazador, policía, veterinario, presidenta, maestra, madre, doctor y futbolista, son solo algunas de las respuestas que entregan los niños cuando se enfrentan a nuestra pregunta: ¿qué quieres ser de grande? Rodolfo vive en mi barrio. Hace dos días justamente me lo encontré sentado a los pies de aquella estatua. Paso diario frente a ella y ahora me doy cuenta de que no puedo darte el dato exacto de a quién es que homenajea. Me dirigía a mi café de siempre. De repente nuestros ojos se cruzaron, él se encontraba recargado sobre los pies del hombre aquel que —por falta de curiosidad— desconozco si habrá sido un héroe o un político corrupto y vanidoso. Me supongo que a mi amigo el vagabundo, el que ronda por las calles intentando sobrevivir en la zonas desoladas, a ese que descalzo camina por el borde de la periferia de lo que llamamos sociedad, tampoco ha de preocuparle tanto de quién son los zapatos que seguramente varias veces le habrán servido de descansabrazos. Nuestras miradas, ya lo dije, se toparon, y en ese instante sin titubear le pregunté: – ¿Qué haces aquí? Una sola pregunta, que como mínimo incluía otras diez. ¿Quién eres? ¿Dónde quedaron tus amores? ¿Tú casa, tenías un hogar? ¿Qué te pasó para terminar así? ¿Cuál es tu historia? ¿Qué hiciste con tus sueños? ¿Qué querías ser de niño? Todas estas preguntas mudas, silenciosas... – Pido limosna –me contestó aquel ser de mirada llena y bolsillos vacíos.

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En voz alta se murmura que está loco. En mi opinión, esos gritos que va soltando por las calles para romper el silencio simbolizan su cansancio, son un reclamo ante la indiferencia ajena. Hoy, después de hablar con él, me queda claro que su mente funciona muy diferente a la tuya y la mía. – ¿Te puedo hacer otra pregunta? – Dilo –respondió mirando con esa fuerza que solo saca el náufrago del fondo de sus pupilas. – ¿Qué se siente estar tan solo? – Estoy acostumbrado –y comenzó a narrar su historia–. Me casé con una mujer mayor que yo, ese fue mi problema. Los temas iban y venían sin ningún tipo de cronología, saltaba de la infancia con su padre, al abuso de sustancias. Distintos temas históricos, hasta llegar al abandono de su Dios, un Dios que, según cuenta, no lo atiende por estar ocupado con una deidad aún mayor. – Pues, ¿qué los dioses no tienen dioses? Invariablemente la palabra comprendes, acomodada dentro de dos signos de interrogación, es una manera de decirle al interlocutor que llegó su turno... Muchas cosas no comprendo, amigo asceta, renunciante, rebelde del sistema, hombre de historias dramáticas, vagamundo… Pero comprendo que todos nos sentimos vulnerables, que todos le tememos al destierro y a la soledad, que la vida a veces nos pone trampas con la intención de volvernos más fuertes. Comprendo que vagar por el mundo sin rumbo, sin responsabilidad, sin dependencia, sin aquellos deseos y sueños a los que nos apegamos, como lo sugiere el mismo Buda, debe ser de alguna suerte liberador. Yo he coqueteado con la idea, más al final siempre he llegado a la misma conclusión: vagabundeo por mis universos.

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Decorar

Definición: Colocar los objetos necesarios para crear un ambiente determinado. Me gusta mi refugio, lugar donde hasta el aire sabe pronunciar mi nombre. Muchas cosas dice una casa de quien la habita. Algunas tienen timbre, otras una campana, en ocasiones la puerta es grande, otras veces es pequeña. Entonces alguien te abre y generalmente te invita a pasar a la sala. Los muebles, el tapete, los cuadros y las cortinas son un lenguaje fiable y transparente. He llegado a presenciar la metamorfosis que sufre de repente alguno de los sillones, y ya transformado en un monstruo con dientes me dice Siéntateeeee, mientras una de las patas garigoleadas de la mesa pretende, cual enredadera de madera, irse enroscando sutilmente por mi pierna. Para entonces el tapete ya había empezado a soltar pelusa y a proyectarla en dirección a mi ropa con la intención de mimetizarme; el candil, regalo de bodas de la suegra, es un mastodonte disfrazado de antiguo que amenaza con caerse con todo y un trozo de la casa en mi cabeza; los cuadros, —abstractos únicamente porque no se entienden—, hacen juego con el color de los cojines; y para rematar, las cortinas cerradas se aseguran de que no se asome ningún indicio de belleza. En estos casos no es necesario conocer las recámaras, la cocina, los baños, ni las otras partes de la casa… se presienten, pues como dicen de los alacranes, así también son las cosas feas: donde hay uno, siempre hay dos. No estoy exagerando, más bien me estoy quedando corta por compasión a esos seres indefensos que les toca llegar al mundo rodeados de objetos que les serán presentados como única realidad, hasta que alcancen la edad suficiente o la conciencia de que existen muchas otras opciones mejores en cuestión de decoración. Está científica y empíricamente comprobado que el mal gusto se transmite de generación en generación como si se tratara de algún tipo de enfermedad genética; nada tiene que ver con el número de ceros en la cuenta del banco, sino con una cuestión de ser o no ser un ferviente enamorado de lo bello. Si traslado esta metáfora al ser humano y me dejo de

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banalidades por un rato, caigo en cuenta de que el esteta, por lo mismo que busca la esencia y la percepción de la belleza, es un ser virtuoso, pues así como algún decorador de interiores busca crear un estilo con cierto lenguaje que transmita sensaciones de bienestar y orden, las personas podemos elegir nuestros pensamientos y emociones para llevar una existencia plena. Todos poseemos una propia visión del universo. La realidad es, mas es posible decorarla con amor, compasión y fantasía. Aquel que sabe cómo conseguirlo, hará de su mundo un lugar bello sean cuales sean sus muy particulares circunstancias. Existen espacios que por su diseño y equilibrio se convierten en obra de arte. Desde que tengo memoria siempre estuvieron cuatro lugares puestos en la mesa del comedor de esa hermosa casa que fue la mía. No puedo presumir de que aquellas paredes que contenían lo que fue mi hogar hayan ganado en su momento algún concurso arquitectónico, tampoco recuerdo que fuera un espacio propicio para los halagos, simplemente era un lugar auténtico que reflejaba el tipo de individuos que convivían bajo ese techo a dos aguas forrado de tejas color ladrillo perfectamente acomodadas. Mi guarida poseía lo que hoy considero fundamental para que una casa sea una casa: floreros casi siempre repletos de margaritas blancas o amarillas y dos grandes libreros donde convivían aquellas historias ajenas destinadas a ampliar nuestros universos, con esas fotografías de momentos felices compartidos y una pequeña colección de objetos con historias propias. Decorar es una forma de contarnos a nosotros mismos quiénes somos, es esa la razón por la cual considero absurdo que alguien más diseñe mi refugio, mas entiendo también que el decorador es en muchos casos absolutamente necesario, pues como cualquier psicólogo, ambiciona erradicar aquellos males causados por la falta de buen gusto.

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Todo esta en la forma en que se dice, ahĂ­ radica el arte... el arte de decir.

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