Reírse con el Rey v La otra revolución islandesa v Kirchner, la populista del oro negro
domingo Cuaderno del
22.04.12 Airbag y Clasificados Páginas centrales
Serra Fabra El duermevela de Muñoz Rengel Las supersticiones de Benjamín
Juan Villoro, en una habitación de su piso barcelonés.
ricard cugat
La cocina de los libros
23 escritores muestran sus rincones
Gabi Martínez Los madrugones de Olga Merino La lentitud de Gustavo Martín Garzo La impresora de
El despacho de José María Merino La pizarra de Xavier Bosch Los dictados de Álvaro Pombo La velocidad de Blanca Busquets La guarida de Luis Leante Los
aeropuertos de Lorenzo Silva El poema de Juan José Millás El taparrabos de
Caballero Bonald La euforia de Julio Medem El ímpetu de Joan Carreras Un whisky y un puro para fernando savater
El llavero de Juan Villoro El chocolate de Carme Riera Las músicas de Jaume Cabré El ‘running’ de
Adolfo García Ortega Los sábados de Gonzalo Suárez Led Zeppelin para Clara Sánchez Los silencios de
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LOS SECRETOS DE LOS LIBROS
Los rincones de Para celebrar la fiesta de Sant Jordi, 23 autores nos han abierto las puertas de sus factorías de palabras. La cocina del escritor es un universo de referencias literarias donde todo converge en la ficción. Cada uno tiene sus POR JUAN FERNÁNDEZ
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os libros que mañana serán comprados y regalados esconden tras de sí, de manera invisible, un incalculable caudal de horas llenas de hojas en blanco, correcciones, teclados, pantallas de ordenador, luces de flexo e inspiración. Sus páginas cuentan relatos fascinantes y arrebatadoras historias, pero silencian la no menos apasionante aventura de la creación literaria que trascurre debajo. Asomarse a ella es una invitación a contemplar la abnegación en su máxima expresión. Quizá eso –la sensación de entrega absoluta a un oficio que ejercen con pasión y sin horarios de lunes a domingo– sea lo único que tienen
Los escritores ejercen la profesión con sacrificio y sin horarios en común todos los novelistas espiados en este reportaje en el lugar en el que habitualmente trabajan. Los hay mañaneros, como Juan José Millás, que empieza a escribir al alba; y vespertinas, como Carme Riera, a quien le pueden dar las tres trabajando. Los hay abstemios y frugales –la mayoría–, o como Fernando Savater, quien prefiere dejarse aconsejar por un whisky para sentarse a crear. Los hay rápidos y compulsivos, como Jordi Serra Fabra, capaz de ventilarse una novela en un mes, y meticulosos y lentos, como Jaume Cabré, que tarda ocho años en terminar un libro. Unos son todoterreno, como Lorenzo Silva, quien lo mismo escribe en casa que en el aeropuerto. Otros, como Gustavo Martín Garzo, necesitan sentir la intimidad de su guarida para que la imaginación se dispare. Pero en todos es común la sensación de nostalgia y desasosiego que perciben el día en que ponen el punto y final a sus novelas. H
www.
Vea los vídeos de Carme Riera, Álvaro Pombo, Fernando Savater, Olga Merino, Clara Sánchez, Jordi Serra Fabra y Juan José Millás en www.elperiodico.com
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Juan Villoro 2 AUTOR DE ‘ARRECIFE’
«Mi ritual para crear consiste en frotar las llaves, me estimula»
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a literatura es un territorio donde anida fácilmente el fetichismo. O eso imaginan a menudo, a este lado de los libros, las mentes calenturientas de los lectores. Esta sospecha no siempre se ve confirmada, pero en el caso de Juan Villoro (Ciudad de México, 1956), sí. «Todo lo que escribo proviene de frotar las llaves», asegura. Se refiere al llavero
de casa, que se ha convertido en su amuleto imprescindible para sentarse a trabajar. «Mi ritual para crear consiste en frotar las llaves. Necesito hacerlo para escribir. El contacto con ellas me permite divagar. Me estimulan el tacto y la imaginación», revela el autor de Arrecife (Anagrama) su última novela. A Villoro le gusta trabajar por las mañanas –«en un horario parecido al de los pequeños comercios de Bar-
celona, de nueve a dos», detalla–, por aprovechar las horas en las que tiene la mente más despejada. «Por las tardes, si me queda tiempo, tomo notas o leo, pero rara vez escribo, y de noche prefiero soñar o estar de parranda», continúa. Dice ser autor todoterreno y asegura que puede escribir en cualquier sitio, pues sabe aislarse del ruido, pero la mayoría de sus páginas las ha compuesto en su hogar, donde ejerce de hombre de
la casa. «Soy el responsable de atender al electricista, los mensajeros y a cualquiera que llame a la puerta. A veces, pienso que eso me priva de párrafos excepcionales. Es posible que mi mayor momento de inspiración se haya visto interrumpido porque llegó el enviado de Caprabo y tuve que atenderlo, pero eso es solo una superstición», señala. No forma parte de la superstición, sino de un hábito de creación perfectamente ajustado, su sistema de trabajo: «Escribo notas en papel, con una letra indescifrable, y luego en ordenador. Hago una versión, la imprimo, la borro en la computadora para no tener la tentación de corregir sobre pantalla, y luego la vuelvo a copiar entera, y así la mejoro. A veces lo hago hasta cuatro veces. Suena pesado, pero lo que más me gusta es ese proceso de corrección». Y sin dejar de frotar el llavero. H
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la inspiración horarios y manías, pero todos dicen vivir su oficio con la pasión de quien se sabe dueño único del mundo que han creado. Hasta mañana, que pasará a ser propiedad del lector. RICARD CUGAT
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Jaume Cabré 2
‘JO CONFESSO’
«Soy lento como el lutier con el violín»
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Carme Riera, la nueva académica, en el paisaje de todas las tardes.
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Carme Riera 2 ‘NATURALEZA CASI MUERTA’
«Las escritoras hemos ejercido a la vez de madres y autoras»
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a trastienda de los libros conduce a un escenario doméstico donde el factor literario queda arrasado por asuntos como la colada, la plancha o los huevos que quedan en la nevera para preparar la cena. Carme Riera (Palma de Mallorca, 1948) sabe mucho de esa esquizofrenia. Aunque se define como «autora compulsiva», solo puede ejercer
su pasión por las tardes, pues las mañanas las dedica a la universidad (es catedrática de Literatura en la Autònoma de Barcelona). Dice mirar con envidia a los novelistas que pueden entregarse en cuerpo y alma a sus letras. «Las escritoras hemos tenido que ejercer a la vez de madres y autoras. Mi primer libro lo escribí con mi hijo pequeño haciendo garabatos encima de mis notas. Estoy acostumbrada
a que alguien abra la puerta, cuando más concentrada estoy en la novela, para preguntar qué hay para cenar hoy», dice con resignación la novísima académica de la RAE. Ahora sus hijos ya son mayores y el factor doméstico se ha reducido. De hecho, últimamente escribe en la habitación del hijo que acaba de abandonar el hogar familiar. En parte, porque ha quedado libre, pero también porque su despacho ha-
bitual está atestado de libros y papeles. Lo que no ha variado es su afición a las tandas largas de escritura. «Cuando estoy metida en la novela, se me olvida el tiempo. Me pueden dar las tres de la madrugada trabajando», señala. A ritmo de 10 folios por día, Riera suele tardar ocho meses en terminar un libro. Este es el tiempo que le ha llevado cocinar su último título, Naturaleza casi muerta, publicado por Alfaguara. No tiene grandes manías. Cuando escribía a mano, sí: los folios tenían que estar usados por la otra cara y la pluma debía ser de trazo grueso, para deslizarse mejor. Hace dos novelas se pasó al ordenador, pero su combustible sigue siendo el mismo que antes: «Soy adicta al chocolate. Me autoimpongo normas para no comer más de tres bombones al día mientras escribo, porque si no me pierdo». H
n el despacho donde escribe Jaume Cabré, en su casa de Matadepera (Barcelona), encontramos, esparcidos por la habitación un violín, un estuche para transportar este instrumento, hojas pautadas con pentagramas, violines en miniatura a modo de adornos y algún que otro accesorio musical más. Estamos en el escondite de un melómano –aparte del violín, toca la flauta y la guitarra, «aunque solo como aficionado, sin la menor destreza», advierte– que ha impregnado su vida y su trabajo de su amor a la música. Sin él pretenderlo, las notas acaban colándose en sus obras, como ocurre en su última novela, Jo confesso (Proa, y Destino en castellano), donde un violín Storioni tiene un gran protagonismo. Sin embargo, es improbable que le encuentren oyendo sinfonías mientras trabaja: «Soy un buen escuchador de música y si suena, me gusta estar pendiente de ella. Para mí es como si estuviera leyéndola. Puedo oírla mientras corrijo o tomo notas, pero nunca cuando estoy concentrado escribiendo». En su forma de trabajar, lo musical trasciende los límites de su afición melódica. Ha aprendido que la inspiración tiene su propio compás y no sirve de nada meterle prisa. Al contrario: «Cuando he acabado un libro a la carrera, me he sentido mal después, notando que a esa obra le faltaban minutos de cocción. Tengo un pacto con mi editor: necesito que no me presione. Soy lento escribiendo, como el lutier que esculpe el violín en la madera. A nadie se le ocurriría pedírselo con prisas, es algo que requiere tiempo. Lo mío también», señala el novelista, que ha tardado ocho años en acabar su último libro. De nueve de la mañana a una, y de tres a seis de la tarde, es fácil encontrarle trabajando, a ratos a mano con alguna de sus seis plumas estilográficas; a ratos, en el ordenador. «Hay días que escribo tres páginas, otras veces me tiro una semana con un folio. El ritmo lo marca la propia novela», asegura. H
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Olga Merino 2 ‘PERROS QUE LADRAN EN EL SÓTANO’
«Te conectas al magma confuso de tu cabeza» 4
Gabi Martínez 2
‘SOLO PARA GIGANTES’
«Mi mejor hora es después de comer»
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ada escritor tiene su happy hour creativa particular, en la que las ideas fluyen en la cabeza con mayor intensidad de lo habitual. Abundan los autores que dicen encontrar ese filón a primera hora de la mañana, pero Gabi Martínez (Barcelona, 1971) descubrió hace un par de libros que su momento dulce del día es después de comer, tras tomar un café. «Ahí suelo tener un rato muy bueno. De hecho, la producción de la jornada depende de lo bien o mal que me vaya en esa hora y media mágica», revela. A continuación viene la factura: «A las seis suelo tener un bajón. Es buena hora para tender la colada o hacer algo que me ayude a tomar distancia», explica. No es que el resto del día ande el autor de Solo para gigantes esperando que las musas vengan a verle. Al contrario, Martínez concibe su oficio como un exigente ejercicio de concentración mental. Sobre todo en los meses iniciales en los que se decide el destino de la novela. «Ahí es vital trabajar a diario, ser estricto con el horario y estar muy metido en el relato. Solo entonces –señala–, cuando llevas muchas horas en ese mundo paralelo que has creado, empiezas a descubrir asociaciones que resuelven la novela». Por una pura limitación corporal, esos encierros no pueden durar mucho tiempo. En su caso, nunca más de ocho meses. «Físicamente es agotador», asegura. Le gusta trabajar en casa, rodeado de las fichas de la novela, que hacen de partitura de la composición. Aunque esté concentrado en su obra, tampoco es dado a aislarse. «A veces recibes una llamada que te distrae y, al volver a la novela, encuentras una salida que antes no habías visto», comenta. Aunque su recurso más eficaz contra los atascos es el ejercicio. «Salgo a correr un día sí y otro no, y no falla: siempre vuelvo con al menos tres ideas geniales nuevas para el libro», asegura. H
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na enfermedad rara dejó a Olga Merino (Barcelona, 1965) incapacitada para escribir y caminar durante casi un año en plena elaboración de su última novela, Perros que ladran en el sótano (Alfaguara). Entre otras lecciones vitales, aquel mal trago le enseño lo peligroso que es detener una ficción a mitad de camino. «Estuve a punto de perderla», recuerda. Una novela no es un cometido que se pueda resolver a ratos, sino que necesita ocupar el corazón de la
vida diaria del autor. «De ese modo te conectas con el magma confuso de tu cabeza, para que esta siga trabajando en la recámara», entiende la autora. Desde entonces, Merino procura no pasar más de cuatro días sin trastear la novela que tenga entre manos. Sus tandas de escritura varían en función del tiempo disponible –la novelista también ejerce el periodismo en este diario–, pero procura que lleguen a las cuatro horas, siempre por la mañana. «Me levanto a las siete, cuando la luz y el pulso de la ciudad todavía no están amasados, y
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suelo ser lenta escribiendo; si al final de la mañana he hecho un folio y medio, canto bingo», señala. La pulsión por corregir es su mayor enemiga. «Reviso mucho, demasiado. A veces siento que pongo el punto final por agotamiento, no por convicción, porque seguiría encontrando aspectos mejorables», confiesa. Cuando las ideas se le resisten, queda la opción de inspirarse en alguno de los objetos que pueblan su mesa. Son fijas en ese ecosistema varias piedras blancas con frases escritas con rotulador. Una reproduce este lema de Jacques Brel: «El talento no existe. Solo es el deseo de hacer algo. Lo demás es sudor». Cuando pensar esto tampoco funciona, siempre queda el plan B: «Los días que el trabajo fluye, me olvido hasta de comer. Cuando no, parezco una lanzadera dando viajes a la nevera». H ALBERT BERTRAN
Olga Merino, en su estudio, una burbuja de madera, piedras y libros.
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Gustavo Martín Garzo 2 ‘Y QUE SE DUERMA EL MAR’
«La literatura es la conquista de la lentitud»
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ada mañana, a eso de las nueve, Gustavo Martín Garzo (Valladolid, 1948) sale de viaje sin abandonar las cuatro paredes de su despacho. Regresa para comer. En ese tiempo, cualquiera que le viera diría que ha pasado la mañana escribiendo en la habitación de su casa donde suele hacerlo, «una gruta llena de libros», según sus palabras. En realidad, él no se encontraba ahí, sino traspuesto en el espacio virtual del re-
lato que estaba creando. «Escribir una novela es como habitar un lugar que solo tú conoces, al que acudes cada día para contar lo que ves. Por eso es tan apasionante este oficio. Y por eso lo paso tan mal cuando termino el libro. Es como si perdiera las llaves de esa casa a la que iba cada día sin que nadie lo supiera. De repente, no sé qué hacer con mi vida, me siento perdido», explica. Martín Garzo prefiere las mañanas a las tardes para escribir, porque es a esa hora cuando su cabeza está más creativa. Las tardes las dedi-
ca a leer, preparar conferencias o escribir artículos. Dice ser un autor lento, lo cual no le parece una merma. «La literatura es la conquista de la lentitud», afirma. El día que escribe un folio entero se siente Balzac. Esto supone que suele tardar un año en acabar el primer manuscrito, trabajando todos los días, incluidos fines de semana, y puede emplear otros seis meses más en revisarlo. Así salieron de su gruta las páginas de Y que se duerma el mar (Lumen), su última novela, inspirada en la pintura religiosa renacentista. Durante esos meses, su despacho estuvo presidido por una reproducción de La virgen de la silla, de Rafael, y, aunque para escribir prefiere el silencio, en las horas de la revisión se ponía discos de Bach y Haendel. «Crear ese entorno ayuda a realizar el viaje». H
2 ‘PASAJERO K’
«Empezar cada novela me aterra»
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dolfo García Ortega (Valladolid, 1958) lleva publicados 11 libros, entre colecciones de relatos y novelas. A pesar de esa importante producción, el autor sigue conservando hoy una relación de amor-odio con su oficio. «Mi momento más feliz es cuando ya he terminado el libro, no cuando lo estoy haciendo», reconoce con sinceridad. Nadie le obliga a sentarse a inventar ficciones, eligió este trabajo por vocación, pero dice vivir con extrema tensión la ejecución de sus obras. «Empezar cada novela me aterra. Es lo que peor llevo: el inicio. De hecho, rehúyo ese momento, doy mil vueltas hasta que empiezo. Y si el día es soleado, mucho más, porque querría salir de casa», revela.
A pesar de esto, el autor logra dominar sus ansias de fuga y es disciplinado cuando tienen entre manos una novela. «Escribo mejor por la tarde, pero al principio de un nuevo libro me pongo desde la mañana, aunque no salga nada fructífero hasta después de las seis. Cuando la novela va avanzada, hay días que escribo de las nueve de la mañana a las 12 de la noche, pero otros días solo trabajo una hora», repasa. Su agenda semanal también es particular: «Escribo de domingo a jueves, los viernes y sábados descanso», aclara. Trabaja con ordenador, en el salón-biblioteca de su casa, imprimiendo todo lo que produce cada día –«solo me fío del papel, porque existe», dice–, pero le da mucha importancia a la preparación previa. Pertenece a la categoría de autores meticulosos. «Corrijo mucho y sin piedad. Todas las frases me las planteo varias veces, todas las palabras son pensadas y repensadas», reconoce. Pero, más pronto o más tarde –suele emplear entre uno y dos años por libro–, siempre llega el día del punto y final. «Cuando termino, me doy dos meses de vacaciones en los que ni escribo ni pienso nada literario», confiesa. H
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Clara Sánchez 2 ‘ENTRA EN MI VIDA’
«Pongo a Led Zeppelin y los dedos vuelan» 8
Gonzalo Suárez 2
‘EL SÍNDROME DE ALBATROS’
«Escribiendo, para mí siempre es sábado»
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n Madrid trabajo en casa o en un despacho. Encima de la mesa suele haber libros y cosas inútiles que me estorban, y que no sé cómo han llegado hasta aquí. En casa, mientras escribo, veo una fotografía de Pío Baroja dedicada a mi padre y un calendario de la Unión Española de Explosivos de 1934 que muestra a unas mujeres presenciando un concurso de tiro al plato. En el despacho tengo unos guantes de boxeo colgados en la pared. En Asturias, en cambio, veo ardillas que saltan de árbol en árbol». Gonzalo Suárez hace esta descripción de los tres escenarios habituales donde trabaja, unos días en los guiones de sus películas y otros muchos, en sus novelas y relatos. Su hoja de ruta de escritor no es demasiado estricta: «Prefiero las mañanas, pero los horarios son variables. Nunca me entero de si es festivo o domingo, pero escribiendo, para mí siempre es sábado». Es raro que avance más de una página al día. Y cuando lo hace, al día siguiente ha de retroceder para revisar lo escrito. «Lo que no hago nunca es seguir adelante sin corregir y dar por bueno lo anterior», asegura. Al escritor y cineasta no le gusta comer mientras escribe. En cambio, sí es amigo de tomarse una copa de vino. «No siempre, pero me inspira cuando me siento bloqueado», reconoce. Se levanta frecuentemente del asiento, «pero no es para despejarme, sino para intentar huir». Es enemigo de los amuletos y los fetiches, casi tanto como del orden. «El sitio de las cosas que no están en su sitio me sirve de referencia a la hora de encontrar mi sitio. Me da ocasión de perder el tiempo buscándolas y me libera del cóctel de imágenes y palabras que espera», explica. No busquen en él a un hombre de manías. «No las tengo. Mi gata, en cambio, sí. Tiene la fastidiosa costumbre de pisar las teclas del ordenador mientras trabajo. Pero nunca mejora la frase que estoy escribiendo», señala. H
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ace tres novelas, Clara Sánchez (Guadalajara, 1955) descubrió que necesitaba un lugar exclusivo para escribir. No una habitación en el hogar familiar, donde antes solía trabajar, sino algo que estuviese apartado de su vida no literaria. La llegada de una herencia le ofreció la ocasión perfecta: paseando por una calle de Madrid vio el cartel de un ático que vendían para reformar y no se lo pensó dos veces. «Tenía claro que debía ser un lugar con mucha
luz, necesito ver horizontes lejanos mientras escribo», señala. En este soleado apartamento lleno de escaleras y terrazas, situado a espaldas de la plaza de España, la escritora instaló hace seis años su laboratorio literario. Aquí ha compuesto sus dos últimas novelas, distancia que le permite establecer comparaciones. «Desde que tengo este lugar escribo mejor y más rápido. Antes tardaba cuatro años en cada libro. Ahora, solo dos», revela. La guarida novelesca de Clara Sánchez está a media hora andando de su casa, tiempo en el que va pensan-
11 do por dónde continuará el hilo que dejó el día anterior. Llega alrededor de las 11 de la mañana. Le espera una larga jornada de escritura, a veces hasta las nueve de la noche, durante la que irá desplazándose con el portátil por toda la casa, y que, con suerte, se traducirá en seis nuevas páginas del libro. Las novelas de Clara Sánchez están hechas de sol – «en invierno escribo en camiseta en la terraza»–, pipas –«son mi secreto: he de comerlas mientras escribo»– y música. Este no es un asunto menor. «Últimas noticias del paraíso lo escribí con Led Zeppelin de fondo. Era poner el disco, y los dedos volaban sobre el teclado», recuerda. La autora no descuida su parte supersticiosa: siempre calza el ordenador colocando debajo el libro de algún autor que admire. «Siento que algo literario se me transmite». H juan manuel prats
Clara Sánchez, en su ático, en el que no faltan las pipas ni la música.
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José Manuel Caballero Bonald 2 ‘ENTREGUERRAS’
«No puedo oír músicas ni voces cuando trabajo»
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uena parte de los poemas y relatos que ha escrito José Manuel Caballero Bonald (Jerez de la Frontera, 1926) –entre ellos los de su último libro, Entreguerras (Seix Barral), el testamento en verso con el que dice haberse despedido de la literatura–, vieron la luz mientras él miraba la franja de dunas y pinares que delimita el coto de Doñana. Este es el encuadre en el que trabaja –«ahora ya muy de tarde en tarde», asegura– los me-
ses de primavera y verano, en los que vive en su casa de Sanlúcar de Barrameda (Cádiz). La otra parte del año la pasa en Madrid, donde su lugar de escritura habitual está presidido por una pared forrada de libros. La poesía, que es el género que más ha frecuentado, es enemiga de los horarios y las rigideces. Quizá por eso el autor se define «irregular en los hábitos de trabajo». Para escribir, el poeta asegura no tener «ni horarios, ni normas, ni planes preconcebidos. Tampoco manías, a no ser las persecutorias». Su única condi-
ción para sentarse a crear, «aparte de las ganas», es el silencio. «No puedo oír músicas, ni voces, ni nada parecido», advierte. Dependiendo del género que toque, el autor opta por la pluma o el ordenador, aunque ahora mismo su actividad literaria se ha reducido a escribir poesía. Caballero Bonald se considera un escritor «intermitente y discontinuo». Lo suyo no es la creación en serie. «Siempre he pasado del entusiasmo a la depresión. Unas veces me levanto mucho de la mesa, y otras, no hay quien me mueva. Unas veces me exalto y otras me dedico a la vida contemplativa», describe. Lo que jamás ha sido es amigo de las prisas trabajando. «Trabajo con lentitud, corrigiendo bastante. Si escribo con facilidad, siento que lo estoy haciendo descuidadamente», señala. H
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Julio Medem 2
‘ASPASIA, AMANTE DE ATENAS’
«Iba exhausto, pero también eufórico»
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ace cinco años, el cineasta y escritor Julio Medem (San Sebastián, 1958) decidió que debía contar la vida de Aspasia de Mileto, la compañera de Pericles, el político ateniense de la Grecia clásica. Solo faltaba dar con el lugar y el momento adecuados, y esa circunstancia se la brindó el traslado de domicilio a Los Ángeles que hizo, en compañía de su mujer y su hija, en agosto del 2010. Se fue para reinventarse como realizador de cine, pero también, y sobre todo, para encontrar el aislamiento necesario para escribir, «como quien se va a lo alto de una montaña a alejarse del mundo», compara. Y bien que se alejó. Incluso de la propia ciudad hollywoodiense. Des-
de su llegada y hasta hace dos meses, cuando envió a la editorial la última versión de su novela, Medem ha vivido recluido en el garaje de la casa que él y su familia habitan en el barrio de Venice de Los Ángeles. Dos mesas blancas de Ikea, una estantería repleta de libros sobre la antigua Grecia y su ordenador han sido sus únicos compañeros cada día, desde las siete de la mañana hasta las siete de la tarde. En ese intervalo, solo interrumpido para tomar algún bocado a media mañana, acontecía todo el mágico fenómeno: «Llegué a tener la sensación de que bajo mis pies había un agujero que me conectaba con la Grecia de hace más de 25 siglos». Eso sí, un par de veces a la semana, recorría en bici el largo paseo que conecta Santa Mónica con Venice Beach. Y allí iba Medem, en este encuadre tan califorinano, rodeado de patinadores y surfistas, con los ojos puestos en el Pacífico y la cabeza, en la Atenas clásica. Este maratón de escritura solo lo detuvo dos meses el año pasado para participar en un rodaje en Cuba y visitar España. A la vuelta del verano, vino el esprint final: «Fue la ascensión más difícil de mi vida creativa, iba exhausto, pero también eufórico», recuerda. H
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LOS SECRETOS DE LOS LIBROS 13
Fernando Savater 2 ‘LOS INVITADOS DE LA PRINCESA’
«Un whisky y un puro forman mi rito sagrado para crear» 12
Joan Carreras 2
‘CARRETERA SECUNDÀRIA’
«Mi sistema es bestia, pero funciona»
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a última novela de Fernando Savater (San Sebastián, 1947), Los invitados de la princesa (Espasa), Premio Primavera del 2012, ha viajado con él en un pen drive durante los dos últimos años entre sus tres residencias: su casa de San Sebastián, la de Madrid y la que tiene en Mallorca para veranear. El autor no ha dedicado todo este tiempo en exclusi-
va a escribirla, pues al paso ha tenido que ventilar también infinidad de artículos y ensayos, pero andar con una novela entre manos le ha dado un cariz especial a su cotidianidad. «El ensayo es como la esposa; la ficción es como la amante. Puedo estar tiempo sin hacer artículos, pero cuando estoy escribiendo una novela, no puedo pasar más de cinco días sin tocarla», compara. A partir de ahora, a excepción de los artícu-
los de prensa que seguirá publicando, lo que encontrarán quienes llamen a su puerta será a un creador de novelas, cuentos y obras de teatro. Adiós al divulgador filosófico. No llamen de siete de la tarde a nueve de la noche, pues es su momento sagrado para escribir. Savater acostumbra a dedicar las mañanas a leer y es por la tarde cuando encuentra el tono justo para la creación. A dar con él le ayudan el whis-
ky y el plato de mojama que suele tomarse entre las caladas de un puro. De joven le gustaba fumar en pipa, pero su paso por la cárcel, en tiempos de la dictadura, le obligó a cambiarse al cigarrillo, aunque no borró su fascinación por ese artilugio de fumar, que hoy se ha convertido en fetiche. «Necesito estar acariciando una pipa mientras escribo», asegura. Es Savater un hombre fiel a sus costumbres. Conserva su amor por los caballos desde niño –«sé que es domingo por las carreras, porque escribir, escribo igual todos los días»– y ha convertido su gusto por las figuritas de plomo en una devoción que decora hasta el más pequeño rincón de las viviendas que habita. En silencio, rodeadas por el humo de su puro, esas piezas quietas son testigos mudos de su proceso creativo. H JOSÉ LUIS ROCA
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oan Carreras (Barcelona, 1962) escribe siguiendo un particular proceso que llama «de círculos concéntricos». «Primero lo vuelco todo y luego lo vuelvo a escribir, y cada nueva versión crece un poco más. Los primeros textos son ilegibles, me salto letras y palabras, tecleo sin comprobar cómo queda. En esa primera fase no quiero que las ideas se vean detenidas por un error mecanográfico. Admito que es un sistema un poco bestia, pero a mí me funciona de maravilla. Y es de eso de lo que se trata», explica. Siguiendo ese sistema es como escribió Carretera secundària (Proa), su novela de esta temporada, cuyas páginas vieron la luz entre su casa de Barcelona y la buhardilla que unos amigos le prestan de vez en cuando en una ciudad del norte de Europa para que se retire a trabajar. La experiencia ha hecho de él un autor todoterreno: dice sentirse cómodo escribiendo en cualquier lugar. Y es muy escéptico con la mística que a menudo rodea a la creación literaria. «Escribimos historias, no hacemos brujería», dice a cuento de los rituales que con frecuencia suelen estar presentes en el oficio de los literatos. No es su caso. Carece de amuletos, manías o supersticiones a la hora de sentarse a trabajar. «Me parecen chorradas. Yo me levanto cuando me apetece y me vuelvo a sentar cuando quiero. Creo que tener manías es una manera de afrontar miedos, y a mí no me da ningún miedo escribir. En realidad no sé hacer otra cosa. ¿Para qué voy a querer ponerle tonterías innecesarias a algo que es el mejor trabajo del mundo?», se pregunta. Cuando está escribiendo, no hay atrezo alguno que pueda distraerle de su ordenador. «No doy importancia a lo que haya en mi mesa. Cuando trabajo, no hay alrededor. Suelo poner música, pero yo no le llamaría escuchar. La elijo en función de lo que estoy escribiendo. Más que oírla, la uso para aislarme», detalla. H
Fernando Savater, en el espacio saturado de libros y figuritas de plomo.
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José María Merino 2 ‘EL LIBRO DE LAS HORAS CONTADAS’
«Las mejores ideas las tengo antes de las 11 de la mañana»
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iempre quedará la duda de si los muebles encierran mensajes ocultos, incluso estando vacíos. José María Merino (A Coruña, 1941) está convencido de que sí. Hace años le regalaron un velador antiguo, en el que era fácil reconocer el paso de los años y los roces, y un buen día se sentó a escribir apoyado en él. Era cuando escribía a mano. Para su sorpresa, su pluma se disparó sobre el papel y no paró hasta completar una no-
table colección de relatos. «Le dije a mi mujer que aquel velador había llegado cargado de cuentos», comenta con media sonrisa. Merino ya no escribe en este velador, sino en la mesa de su despacho, normalmente despejada de objetos o papeles, donde tiene instalada su fábrica de historias inventadas. De hecho, funciona como una factoría, con un horario parecido al ritmo industrial: de ocho de la mañana a dos de la tarde, con una parada a media mañana, y de las cuatro a las nueve de la noche. Pero en las semanas en
las que está concentrado en una novela, las horas pueden alargarse aún más. «De joven escribía por la noche. Hasta que descubrí que las mejores ideas las tengo por la mañana. He llegado a ajustar ese horario y ahora ya sé que lo que no se me ocurra antes de las 11 de la mañana, normalmente no suele valer, o es de peor calidad», observa. Su ciclo habitual de concepción, embarazo y parto de una novela suele ser de tres años, aunque para escribir El libro de las horas contadas (Alfaguara), su obra de esta temporada, tardó solo dos. Le sorprenden los autores que son capaces de ponerse a escribir en cualquier sitio. «Yo no valgo para trabajar fuera de mi despacho, necesito sentirme en mi cubil», confiesa. Aquí, a mano, están su colección de figuritas de ranas y tortugas, su ordenador y su impresora. Merino es de los que necesitan imprimir lo que escribe para observar las incorrecciones. «Pertenezco a la galaxia Gutenberg», afirma. H
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Álvaro Pombo 2 ‘EL TEMBLOR DEL HÉROE’
«Soy buen conversador, por eso dicto, no escribo» 15
Xavier Bosch 2
‘HOMES D’HONOR’
«Lo difícil es crear la trama, no escribirla»
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odas las truculentas aventuras que acontecen en las novelas de Xavier Bosch han nacido en un despacho situado en el centro de Sant Cugat, decorado con una «austeridad monacal». La definición es del propio autor (Barcelona, 1967), quien entre botellas de agua, diccionarios, una mesa, una impresora y un ordenador, solo se permite el exotismo de contar con una pizarra magnética, colocada sobre una pared, donde va colgando las fichas que detallan lo que le sucede a cada uno de sus personajes. Sin perder de vista ese mapa narrativo, el novelista va construyendo día a día la trama del relato, siguiendo un rito que tiene perfectamente prefijado: «Primero leo un capítulo de otro autor, cogiendo el libro por donde se abra. Después releo lo que escribí el día anterior y, ya con el tono recuperado, me pongo a trabajar», explica. Cada capítulo que escribe no termina cuando marca el punto y final, sino al leerlo su mujer. «Siempre escucho sus consejos y comentarios. Es muy buena con los diálogos», asegura. Bosch dice ser más productivo por las mañanas, a las que suele arrancar cuatro horas de escritura, que por las tardes, en las que se siente más holgazán. «A veces, después de comer, no tengo más remedio que echar una cabezadita encima del teclado. Por la tarde tengo prisa por volver a casa a estar con mi hija», confiesa. En su proceso creativo hay dos fases muy diferentes. Antes de sentarse a escribir, el novelista necesita averiguar qué va a pasarle a cada personaje en cada momento. «Esto supone seis meses de sufrimiento, en los que me dedico a pensar en todas las vicisitudes de la trama. Lo difícil para mí es eso, no escribir», revela. El resto es más placentero. «Comparado con todo lo que he hecho antes en mi vida, he descubierto que estar solo escribiendo, buscando la frase y la palabra justa, es como me siento más feliz», afirma. H
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n sus inicios como escritor, antes de empezar a vivir de los libros, Álvaro Pombo (Santander, 1939) compatibilizaba las letras con su trabajo en un banco. Iba tan mal de tiempo que contrató a un mecanógrafo, al que cada tarde le dictaba la literatura que le hervía en la cabeza. Aparte de ir más rápido, descubrió que con este método su prosa ganaba vigor y agilidad. Desde El héroe de las mansardas de Mansard, la novela que lo consagró como escritor, Pombo ha es-
crito todas sus obras siguiendo este sistema, que considera ideal para alcanzar el tono que le gusta. «Escribir a partir de la palabra hablada evita que la novela acabe siendo aplastada y se vuelva densa», observa. Henry James también escribía dictando, pero él lo hacía por un problema físico que sufría en la mano. En el caso de Pombo, hay, igualmente, un rasgo personal para hacerle recomendable la oralidad: «Se me da bien porque soy un buen conversador. Soy una persona a quien le gusta contar cosas», explica. En tandas no muy largas, y mejor
18 por la mañana que por la tarde, el autor va dictando y corrigiendo sus propias palabras para tener acabada cada novela a la vuelta de un año. «En realidad hay truco, porque no todo sale de un tirón, sino que necesito imprimir lo que dicto y leerlo para ver lo que he de cambiar, pero esa lectura también necesito hacerla en voz alta. Es la fuerza de la palabra hablada la que me da la clave», aclara. Así vio la luz el año pasado El temblor del héroe (Destino), con el que ha ganado el Premio Nadal. «Esta vez hubo más preparación que dictado, tuve que planificarlo todo mejor antes de empezar a contarla», dice en referencia a esa otra fase previa a la oralidad que suelen tener sus relatos, en la que sí acostumbra a escribir notas en una libreta. «Escribir –resume Pombo– consiste en construir y ejecutar un truco». H JOSÉ LUIS ROCA
Álvaro Pombo, en el lugar en el que lee en voz alta toda palabra escrita.
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Blanca Busquets 2 ‘EL JERSEI’
«Escribo rápido, no puedo contenerme»
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o se enfadará Blanca Busquets si decimos que, más que escritora, ella realmente es una médium literaria. La descripción que hace de los días en los que está enfrascada escribiendo una novela recuerda a la imagen de las videntes que transmiten compulsivamente lo que les cuenta los espíritus. En su caso, quien le habla no es el más allá, sino la trama del libro que tiene entre manos. «Cuando tengo la novela clara en la cabeza y
me siento a escribirla, necesito hacerlo rápido y sin parar, no puedo contenerme, tengo prisa por contar todo lo que pasa por mi imaginación. Es una experiencia muy intensa, por eso ha de durar poco tiempo», reconoce. Así, en escasos meses, escribió La nevada del cucut (Plaza & Janés) en el 2010 y El jersei (Debolsillo), su última novela. Como siempre, se marchó unos días a un hotel para acabar el relato. Dice que ese aislamiento le ayuda a rematar la obra. El resto de la creación suele tener lugar en
su vivienda de Barcelona, o en la buhardilla de su casa de Cantonigròs (Osona), donde, cuando puede, también se escapa a escribir. Es autora de mañana. Por la tarde ejerce de periodista en Catalunya Ràdio, así que son las primeras horas del día, entre las ocho y las 10, las que aprovecha para liquidar una media de tres folios por jornada. Que no esté sentada ante la novela por la tarde no significa que no se la lleve con ella. «Cuando estoy escribiendo estoy rara. A veces me quedo como ausente, en blanco. En realidad es que me he evadido pensando en el libro», confiesa. Suele trabajar en un Macbook y siempre hace una copia de lo que escribe en un pen drive, que lleva con ella por si puede sentarse a continuar el hilo en algún otro ordenador. H
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Luis Leante 2
‘CÁRCELES IMAGINARIAS’
«Mi guarida es un lugar claustrofóbico»
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Luis Leante (Caravaca de la Cruz, Murcia, 1963) le van las «guaridas claustrofóbicas» para escribir. Rara vez lo hace fuera de su despacho, pero cuando eso ocurre, procura reproducir el ambiente recargado que se respira en su habitual lugar de trabajo: una biblioteca-estudio con las paredes forradas de libros desde el suelo hasta el techo y llena de archivos, aparatos electrónicos, fotos y montones de objetos que se trae de sus viajes. Lo mucho que le influye el entorno donde trabaja lo delata un detalle: «Mientras escribo, tengo a la altura de mis ojos la foto de una torre antigua que sobresale sobre unos tejados. Es la misma imagen que estuve mirando durante 20 años mientras escribía en mi pueblo. Al mudar-
me, quise llevármela conmigo», revela. ¿Fetichista? «No tengo amuletos ni manías especiales, pero cuando hay algún objeto cambiado de sitio, me desconcentro. Necesito ver cada cosa en el mismo lugar que ocupaba el día anterior», añade. En este espacio íntimo y tasado, Leante ha llegado a pasarse 12 horas seguidas escribiendo. Esto solo sucede cuando la novela que tiene entre manos está en un punto álgido, pero el resto del tiempo su jornada es menos intensa. «Empiezo a las nueve de la mañana y no paro hasta las dos de la tarde. No me cuesta arrancar, lo que me cuesta es mantener el ritmo. Por la noche suelo revisar lo que hice por la mañana», señala. La escritura es para él una experiencia deliciosa. No tanto la fase de corrección, que a veces le roba tantas horas como la redacción, y que le angustia «por no saber nunca cuándo dar un capítulo por definitivo». Durante ese tiempo, en la guarida de Leante siempre suena la música. «Cada novela tiene la misma banda sonora hasta que la acabo, para conservar mi estado de ánimo. Mis tres últimos libros están hechos con música clásica, jazz y bossa nova». H
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22 DE ABRIL DEL 2012
Los secretos DE LOS LIBROS 19
Lorenzo Silva 2 ‘LAURA Y EL CORAZÓN DE LAS COSAS’
«Escribo mucho en aeropuertos»
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orenzo Silva (Madrid, 1967) es un escritor que viaja con la novela a cuestas. Esta afirmación no es un recurso literario, sino una descripción literal de su estado habitual. Vive a caballo –mejor dicho: a puente aéreo– entre sus casas de Getafe (Madrid) y Viladecans (Barcelona), y entre esos dos escenarios tiene repartido su taller de ficción. Ahí y en cualquier lugar donde tenga media hora para sentarse, abrir el portátil y ponerse a escribir. Si un día lo ven en esa tesitura en la T1 del aeropuerto de Barcelona o en la T4 de Barajas, no le molesten. Es probable que las letras que ahora mismo teclea formen parte de su próxima novela. «Me acostumbré a escribir cuando mis hijos eran pequeños y nunca trabajo en habitaciones con puertas. He desarrollado un don para aislarme del entorno. Por eso es-
cribo mucho en los aeropuertos», explica. Eso sí, tomando siempre las medidas de seguridad digital necesarias: «Guardo en la nube cada página que voy escribiendo. Así, si pierdo el ordenador, al menos no pierdo la novela», aclara. En Viladecans suele trabajar a mayor ritmo. El escenario se lo pone fácil. Vive al lado de la playa y puede darse atracones de 12 horas de escritura, parando un rato para dar un paseo en bici junto al mar. «Se me esponja la cabeza cuando hago algo de ejercicio», destaca. Silva es un autor prolífico. Tarda seis meses en hacer un libro, aunque cada proyecto ha de dormir en su cabeza antes un par de años. «Al final se convierte en una rutina. Antes sufría más, ahora conozco mejor el oficio. Es más fácil ser novelista pasados los 45: te beneficias de los errores que has cometido en la vida», apunta. H
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Juan José Millás 2 ‘ARTICUENTOS COMPLETOS’
«Leo un poema antes de empezar»
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sta mañana, a las 6, la luz de la buhardilla de Juan José Millás (Valencia, 1946) estaba encendida. A esa hora, el autor ya estaba sentado delante del ordenador, en casa de Madrid. Da igual que hoy sea domingo: «Las fiestas son un fastidio para los autónomos. Coincido con Gil de Biedma: quizá tengan razón los días laborables», comenta. Lo intempestivo de la hora tiene un porqué. Millás sufre de insomnio; haga lo que haga, a las cinco horas de acostarse, se despierta. Escribir mientras el mundo descansa le permite practicar un experimento; quién sabe si radica aquí su secreto literario: «A esas horas, de madrugada, me siento como un intruso que puede colarse a hurgar en la realidad mientras esta aún no se ha puesto en marcha». Se sienta a escribir en ayunas, pero no literarias. Antes de presionar ninguna tecla de
RICARD CUGAT
Silva, en su reducto de Viladecans, que alterna con el de Getafe, en Madrid.
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su portátil, Millás necesita leer un poema. Cernuda, Elliot, Quevedo... «Leer un poema cada mañana me hace entrar en un estado de ánimo especial, es como si me tomara un Valium de efecto inmediato. Es parte de un ritual», detalla. Hasta las ocho y media, la hora de escribir ficción. «Me canso haciendo lo mismo más de tres horas», revela el autor, quien suele tardar entre dos y cuatro años en terminar una novela. Luego, tras desayunar, da un paseo de una hora y mira la prensa. Es el tiempo de los artículos. Antes de tener ordenador, Millás escribía a mano, pero nunca lo hizo a máquina. «Me parecía muy fría. En cambio, el portátil es caliente, me gusta que el teclado esté tan cerca de la pantalla», apunta. Hay quien se agobiaría trabajando bajo un techo abuhardillado. No es su caso: «Necesito notarme en un lugar estanco para sentirme seguro». H
JUAN MANUEL PRATS
Juan José Millás, en la zona abuhardillada en la que escribe.
Jordi Sierra Fabra 2 ‘SOMBRAS EN EL TIEMPO’
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Juan Jacinto Muñoz Rengel 2 ‘EL ASESINO HIPOCONDRIACO’
«Hago el guion en taparrabos en el Caribe» «Me duermo mirando mi novela»
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oy una pequeña industria andante», dice Jordi Sierra Fabra (Barcelona 1947) acerca de sí mismo y su «don especial para escribir rápido». Viendo su producción habitual, pocos se atreverían a contradecirle. Cada año, el autor coloca en los escaparates de las librerías media docena de nuevos títulos. Como toda industria que se precie, el escritor tiene perfectamente establecido su método de trabajo. Ha publicado 400 títulos en 40 años, como para no tener organizado su sistema. «El guion es la fase principal. Una vez escrito, el resto es coser y cantar. Puedo terminar una novela en un mes, a ritmo de 120 páginas por semana», asegura. Hace años, el autor descubrió que se le daba mejor escribir los guiones fuera de casa.
Pero no en cualquier sitio: buena parte de su bibliografía ha sido pergeñada en el Caribe. Hasta la isla de San Andrés, en el Caribe colombiano, se marchó dos semanas la primavera pasada para escribir el guion de Sombras en el tiempo, que le valió el Premio Ciudad de Torrevieja. Los caminos de la inspiración son inescrutables: «Allí paso las mañanas en taparrabos en la playa, tomando notas mientras visualizo la novela. Las tardes las dedico a escribir lo que he imaginado esa mañana». «El guion de mis libros es como una pastilla de Avecrem. Al echarla al agua, se convierte en sopa. Yo funciono igual. Por eso luego voy tan rápido escribiendo», añade. Se refiere a la fase de redacción, que sí ejecuta en su casa –en la de Barcelona o en la de Vallirana–, en tandas de 11 de la mañana a ocho de la tarde. «Y siempre llego a tiempo con mi editor», asegura. H
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urbuja obsesiva». Así define Juan Jacinto Muñoz Rengel (Málaga, 1974) el estado que alcanza en los meses en los que está sumido en la escritura. Para componer su novela El asesino hipocondriaco (Plaza & Janés), que tardó dos años en acabar, pasó cuatro veces por esa fase de ensimismamiento narrativo en la que todo en su vida, de la mañana a la noche, gira en torno a su relato. «Las interrupciones son el gran enemigo de los escritores, por eso solemos aprovechar las vacaciones para trabajar», explica. Burbuja, en su caso, significa cerrar todo contacto con el mundo exterior, apagar el teléfono y, a lo sumo, solo salir para ver alguna película en el cine que esté relacionada con el argumento de la novela. Hay que aprovechar la concentración, lo que inclu-
DANNY CAMINAL
Jordi Sierra Fabra, tecleando en su ordenador a la velocidad del rayo.
ye las horas de sueño. «Descubrí que tengo un momento de lucidez estupenda cuando me estoy durmiendo. Así que coloqué un esquema gigante de la narración en la pared que hay frente a la cama. Mirando ese esquema antes de dormirme resolví varios nudos importantes del relato», revela. Que nadie se asuste: no es Juan Jacinto un tipo raro ni un ermitaño de las letras. Al contrario, su agenda cuenta con citas públicas como la colaboración que habitualmente hace en un programa de radio y el taller que dirige en una escuela de escritura. Pero sí es cierto que todo en su vida traspira literatura. «Hace años era más compulsivo, escribía de noche de forma apasionada. Ahora he profesionalizado mi método y tengo horario diurno. Respetar el ritmo es vital. Un atleta debe entrenar a diario para tener el cuerpo a tono. Esto es lo mismo», compara el escritor. H JUAN MANUEL PRATS
Juan Jacinto Muñoz Rengel, en su madriguera literaria.