AUNIA 28

U d azken a 2009 O t o ñ o

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Vid silvestre y cultivada La II República en Lezama Estornudo, el camino del diablo

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Más allá de la guerra

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arKeo ogi MUSEOA I

Bizkairako museo berri bat

Un nuevo nnuseo Dara Bizkaia

Mallonako gaitzadak, 2 (Lezamako geltoki zaharra) Bilbo

Calzadas de Mallona, 2 (antigua estación de Lezama) Bilbao

Informa zaítez: www.bizkaia.net/arkeologimuseoa

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E D I T O R l A i y \ Con el retraso que no parecemos ser capaces de sacudirnos, llega a las manos de nuestros pacientes lectores el número correspondiente al otoño, una de las cuatro partes del ciclo anual, caracterizada por ser la estación en la que todo apa­ renta languidecer o agonizar, avocado a un final que se presiente en todas sus manifes­ taciones. Choca, sin embargo, con la percepción que de él tenemos, convirtiéndolo en un tiempo querido, entrañable e intimista.Y por ello nos apegamos a él, melancólicos, como a ningún otro, soñando con que nada se mueva, con que nada desaparezca.

Algo similar le sucedió al carlismo, corriente política muy fuerte en otros tiempos pero que como el asíotoño se fue paulatinamente extinguiendo. Y por eso es sólo tema apto para nostálgicos. Cómo presentar si no, la historia de José María Montoya, el militar que junto a ochenta y tres hombres aguantaron enrocados durante cuatro meses de invierno en la cumbre de Lapoblación, cuando ya se había dado por finalizada su la contienda mili­ tar. Hay quien dice que pudo ser sin más un despiste pero preferimos pensar en un soña­ dor que a sus sesenta y cinco años poco le importaba ya un futuro si en él no cabía la causa carlista que había dado sentido a su vida. Días de fríos y angustias, aliviados con el pensar en la palabra dada, en el honor o en el mismo sentido del deber.

También una gran dosis de esperanza, la de no dar aún todo por perdido, debió persua­ dir a aquellos también últimos carlistas que decidieron esconder sus armas en el interior de una cueva en el municipio de Amoroto. Allí las atesoraron dentro de unos sacos rellenos de paja para preservarlas de la humedad, a la espera de nuevos días de olor a pólvora infla­ mada, días que... nunca más volvieron. Y así permaneció aquel depósito de armas en el más absoluto de los olvidos, hasta su localización por un grupo de espeleólogos.

Un caso similar sucede con la vid, esa planta que nos ha acompañado como fiel amiga durante los siglos más dignos de nuestra historia y con la que, sin embargo, no hemos sabido en ocasiones corresponder con el mismo grado de lealtad. También la habíamos olvidado, como los fusiles de aquellos despechados carlistas.

Por ello bueno es hurgar en la historia, recuperando los indicios per­ didos, para mostrar luego el producto final, rehabilitado y atractivo a quien busque en nuestra revista las novedades que en et fondo no lo son, como el agua que siempre brota nueva de la vieja fuente de toda la vida. Así presentamos unas refrescantes páginas dedicadas al chacolí del Alto Nervión, para mostrar su expe­ diente de hidalguía ante quien aún tuviese dudas.

Vid silvestre, vid doméstica, uva, chacolí... Difícil disponer de un tema con mayores connotaciones otoñales.

Quizá tan solo cabe la excepción con un tema humano en plenitud, el del estornudo, este sí bien unido a los resfriados que nos visitan en la última estación del año.

Hemos querido enfocarlo no desde el punto médico sino desde el de las costumbres y creencias populares que le han acompañado en nuestra historia. Y con él abrimos una nueva serie de artículos breves, titulada "Izan garena", para tratar esas pequeñas prácticas que nos han acompañado durante siglos. Porque al fin y al cabo también ellas con­ forman eso: lo que hemos sido.

El laudíoarra Txaber Srrazti representando a un o fic ia l carlista.

Vestuario: Museo Zum alakarregi

N.o 28 Zk UDAZKENA A D E S R sp cle o lo g ia T aidca G e rn ik a z a rra K u lcu ra T aldca D . G a rc ía G o n p ilc z O ie r C iorosabcl Iñ ig o Ja u re g u i E zquibcla N i. A. L ó p e z M a rtín e z A k e tia M e r in o Z u lu e ta R afael O c « c R u b io M . A . P érez Iz q u ie rd o

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A U N IA K U I.T U R A ELKARTKA O tazu, lA - Behea B 0 1 4 0 8 I I.U IA O N D O » 9 4 5 891 9 7 6 I 6 8 8 6 6 6 203 w w w .aunia.oi^ ZUZENDARITZA ETA ER RF.D A K /.IO TALDF-A__________

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4 José María Montoya, el carlista que resistió más allá de la guerra IÑIGO ]AUREGUl EZQUIBELA

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28 Descubrimiento de un depósito de armas carlista en la cueva de Abitaga.Amoroto ADES Esp eleología

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ntfa-FnsB•^ímuSBUma.líiB».

40 Los viejos carlistas de Lekeitio Revista Fotos (n .° 12,1937)

52 La vid silvestre, un tesoro botànico amenazado R. OCETE; M . A . LÓPEZ; Y D. G a r c ía

M. A. PÉREZ

72 El cultivo de la vid, más de mil años de historia en la zona del chacolí alavés

108 El estornudo, el camino del diablo Fé lix M u g u r u t z a

]U A N ]o H id a lg o

94 Lezama en la II República (1931-1936) A

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M e r in o Z u lu et a

116 Publicaciones recibidas 118 Nuestras publicaciones

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J o s é H a ría H o i^ to y a E L C A R L IS T A Q U E R E S I S T I Ó MÁS ALLÁ DE LA G U E R R A

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texto « IÑIGO JAUREGUIEZQUIBELA fo to s « JUANJD HIDAiGQ

Aunque ia magoría de los.historiadorcs coíAtcmporáneos suelen repcílr queja Tercera Querrá Carlista conclugó definlílvamente el día 25 de febrero de 1576 porque fue en esa fecha cuando el pretendiente al trono, Carlos VII, tomó la resolución de abandonar el país g atravesar la frontera francesa, lo cierto es que su verdadero desenlace no se produjo t^asta tres días más tarde -1576 fue af\o bisiesto-, cuando un general alavés, José Haría Montoga, decidió rendir la última fortaleza que permanecía en manos de las tropas leales a la causa carlista. Este episodio, olvidado por la historia, sucedió a escasos Kilómetros de Logroño, en el término navarro de Lapoblación, g más precisamente, en la cumbre del monte que es conocido con ese mismo nombre o con el más familiar de “León Dormido”. Ésta es la historia.

Grabado de Carlos V Carlos liarĂ­a Isidro (1755-1555), hcrrnano de Femando VII g tĂ­o de Isabel II

El contexto tiistórico de las carlistadas

L A M U E R T K de FemandoVll un 29 de septiembre de 1833 y la desig­ nación de su hija Isabel como única here­ dera al trono desencadena, ese mismo año, el levantamiento militar de los parti­ darios de su tío, Carlos María Isidro (1788-1855), y el inicio de un largísimo periodo de hostilidades armadas entre las dos facciones, carlistas y liberales, que se extiende, con interrupciones, a lo largo de más de cuarenta años y de tres brotes di­ ferentes. El primero de ellos o Primera Guerra Carlista, la más letal de todas, transcurre entre 1833 y 1840 y se salda con cerca de 200.000 muertos sobre una población de 13 millones; la Segunda, también llamada guerra deis matíners (madrugadores) -algunos historiadores como J. M. Jover o F. García de Cortázar se niegan a otorgarle esta condición y en su lugar la consideran una "insurrección

guerrillera" carente de importancia-, en­ tre 1846 y 1849, y por último, la Tercera, entre 1872 y el Invierno de 1876.

Las Guerras Carlistas no se reducen a una cuestión sucesoria, a un "quítate tú para ponerme yo". Sus raíces son bastan­ te más profundas y van más allá de la nulidad o validez de la ley sálica. Tienen que ver con el conservadurismo de los sectores populares de la población y su resistencia a Incorporar las novedades económicas, políticas y religiosas que las elites urbanas tratan de imponer por la fuerza en aras del liberalismo y de la mo­ dernización del país. Estos propósitos se ven claramente reflejados en la proclama que la Diputación de Bizkaia dirige en 1833 a todos los vizcaínos y en la que se les exhorta a defenderse de los "ataques de la revolución y de la anarquía que combatimos en 1823", a proteger "las le­

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Entrada de S. f1. el Rey Carlos VII en Lizarra-Estclla. convertida en capital carlista tras su ocupación

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yes antiguas y fundamentales del reino abolidas por otras nuevas" y mantener el "orden social en Europa” o en el discurso que, seis años después, Maroto pronun­ cia en Estella ante una concentración de soldados: "Voluntarios, pueblos del reino de Navarra y provincias vascongadas: viva el Rey; viva la subordinación: sea nuestro lema: religión o muerte, y res­ tauración de nuestras antiguas leyes por cuyos principios moriremos todos".

El Carlismo es, por decirlo de otro modo, un movimiento político tan arrai­

gado que su aliento o influencia se ex­ tienden hasta bien entrada la segunda mitad del siglo XX, bastante más allá de los 43 años que duran las operaciones bélicas y la vida de los tres pretendientes que reclaman sus derechos al trono: Carlos V (Carlos toaría Isidro), Carlos VI (Carlos Luis de Borbón y Braganza, conde de l^ontemolín) y Carlos Vil (Carlos María de Borbón, duque de l^adrid).

En principio, los orígenes inmediatos del movimiento carlista hay que buscar­ los en la defensa a ultranza del catolicis-

mo y en el rechazo que provoca la desaparición del régimen forai y el siste­ ma de gobierno y privilegios del Antiguo Régimen, resumido en el viejo lema "Dios, patria y rey". En este sentido, el pensa­ miento liberal es interpretado como una ideología alógena, perniciosa, laicista y degenerada que debe ser extirpada y así lo demuestra esta declaración aparecida en el Boletín de la Guerra de la Provincia de Álava (14-VII-1873):"Si hay un pueblo altivo e indomable, jamás vencido ni hu­ millado, donde no hayan podido hallar

abrigo esas impías utopías de origen ger­ mano que han envenenado a las nacio­ nes con su hábito corruptor, y amenazan destruir los cimientos de la sociedad (...) ese pueblo es el pueblo alavés".

Esta imagen catastrofista, que por sí sola hubiera sido incapaz de provocar un levantamiento armado tan persistente y de tanta magnitud, es acompañada por un desequilibrio entre población y recur­ sos que provoca una carestía generaliza­ da y el empeoramiento de las condiciones materiales de vida de los sectores más humildes de la sociedad y, simultáneamente, de la antigua clase di­ rigente que no ha podido o no ha sabido beneficiarse de los cambios. El descon­ tento de unos y de otros desemboca en una santa alianza o en un frente común en el que participan los campesinos más modestos, piadosos o levantiscos: los foralistas: el bajo clero y los caciques rura­ les nostálgicos del pasado y de las prebendas feudales a las que pone fin la Constitución de Cádiz de 1812. Del otro lado se hallan la burguesía comercial, in­ dustrial o financiera: la jerarquía eclesiás­ tica; la mayor parte del ejército; los trabajadores urbanos y la alta nobleza.

Por consiguiente, las Guerras Carlistas y la ideología legitimista pueden ser inter­ pretadas como un intento desesperado por restaurar la normalidad y el orden o como el canto del cisne de un mundo preindustrial, disciplinado y temeroso de Dios que sospecha y se resiste a su des­ aparición.

No es casual que los estados euro­ peos más industriales, modernos y pro­ gresistas, Francia y Gran Bretaña, suscribieran en 1834 un tratado denomi­ nado la Cuádruple Alianza, por el que se comprometían a prestar apoyo financie­ ro y logistico al régimen isabelino y a Portugal, que por esas mismas fechas li­ braba una guerra civil muy parecida, mientras que Rusia, Austria. Prusia.

Nápoles y los Estados Pontificios apoya­ ban al tío de la reina. Carlos María Isidro.

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â&#x2013; R)ma de Laguardla, en la RIoja Alavesa, por las tropas carlistas

Don Carlos Haría de Borbón, Carlos Vil

Tcrccra Querrá Carlista ( 1572- 1576)

EL TEATRO DE O PE R A C IO N E S Veinticinco años después del fracaso con el que se salda el proyecto de matrimo­ nio entre Isabel 11y Carlos VI (Carlos Luis de Borbón y Braganza) y de la última in­ tentona protagonizada por los partida­ rios catalanes de otra guerra deis matiners. la aprobación de la Constitu­ ción de 1869 y la inestabilidad provoca­ da por la elección de Amadeo I como rey de España (1871-1873) provoca un nue­ vo alzamiento carlista liderado por Carlos María de Borbón (CarlosVll), que se alargará entre abril de 1872 y el 28 de febrero de 1876.

Los primeros años de la contienda son claramente favorables al partido car­ lista que consigue, no sin esfuerzo, libe­ rar un extenso territorio en el País Vasco y Navarra y establecer bases permanen­

tes en Aragón, Cataluña y Valencia. No obstante, el hecho más reseñable de esta intentona es la creación, a partir de agosto de 1873, de un gobierno carlista con sede en Estella destinado a la admi­ nistración de los territorios "liberados" y dotado de varias Secretarías de Estado Guerra, Negocios Extranjeros, Gracia, Justicia y Hacienda- y de competencias en materia postal, aduanera, penal y uni­ versitaria.

Después de 1875 y de la restauración de los Borbones en el trono, las cosas co­ mienzan a torcerse para los carlistas. La derrota de Dorregaray en la localidad turolense de Cantavieja (6-VII-1875), la deserción del general Cabrera y la pacifi­ cación de Cataluña en noviembre de ese mismo año provocan un reagrupamiento y la reorganización de las fuerzas libera­ les al mando de Jovellar, ministro de la Guerra. El asalto al País Vasco y Navarra

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no tarda en producirse, y para aumentar su eficacia se decide dividir las tropas, que se calculan en unos 120.000 efecti­ vos, en dos ejércitos: el de la Derecha, con la misión de ocupar Navarra y bajo mando de Martínez Campos, y el de la Izquierda, a las órdenes de Quesada, con el objetivo de sofocar la resistencia car­ lista de Bizkaia, Álava y Gipuzkoa.

Mientras todo esto sucede, los 33.000 hombres escasos con los que cuentan los rebeldes comienzan a ocu­ par posiciones en un territorio que cono­ cen mejor que la palma de su mano, preparándose para dar la batalla final o, como escribe Unamuno en Paz en la gue­ rra: “Y vino la corajina final: el defenderse como gato tripa arriba para morir ma­ tando. Defendiéndose de la avalancha, reculando de risco en risco y de monte en monte, cediendo valle a valle y palmo a palmo, aquella tierra en que implanta­ ron un Estado chico con sus sellos de co­ rreos, sus perros grandes y Universidad".

El 21 de enero de 1876 los ejércitos se ponen en movimiento. Al tiempo que Martínez Campos fuerza el avance hasta San Sebastián para levantar su asedio y ordena a Primo de Rivera que remonte el cau­ ce del Arga para asediar Estella, Quesada invade Bizkaia por Otxandio y se abre paso hasta las cercanías de Bilbao. El ejército carlista comienza a disolverse y tras la de­ rrota de Elgeta (13-11) y el fracaso con el que se salda el intento de concen­ trar a los legitimistas en Beasain (17-11), se inicia la desban­ dada general. A la caída de Estella (19-11) le sigue la deTolosa (21-11) y, una semana más tarde, el 28 de febrero, Carlos VII y un puñado de incondicionales atraviesan el paso fronterizo de Arnegi (Baja

Navarra), prometiendo re­ gresar, en tanto que Alfonso XII es recibido con todos los honores en la capital del Viejo Reino. El futuro al que se enfrentan los que han logrado ponerse a salvo es tan incierto y confuso como sus propios sentimientos, algunos de los cua­

noníe Lapoblación con la localidad dcl mismo ívombrc a sus pies, en la sierra de Tolofto-Kodcs

les son expresados en la siguiente crónica periodística aparecida en La Ilustración Española y Americana n. 9, 8-III-1876: "Si se traspasa el Pirineo, oiremos quejas y gemidos expresados en el idioma nacio­ nal salidos de pechos españoles. Los de­ pósitos se llenan de emigrados. Desfilan

sin armas marcando el paso por última vez los batallones. Un resto del no bien extinguido furor los conduce tierra aden­ tro. La atracción irresistible de las patria les hace volver la cabeza a la frontera. El unánime grito de júbilo que alza a la vez todo un país les detiene. Se han salvado.

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Vista dcl acccso y de la amplia explanada de la cima del monte Lapoblación, donde estuvo ubicado el liierte carlista y, con anterioridad, un castillo medieval

Quieren ser españoles y se acogen con­ movidos al pabellón sagrado de la patria.

No hay nostalgia más dolorosa que la nostalgia del vencido".

EL VERDADERO F IN DE LA G U ER R A

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Dejando a un lado la historia oficial, que sigue haciendo coincidir la huida del pre­ tendiente con el final de la guerra, lo cierto es que tuvieron que pasar tres días más para que el último foco de resisten­ cia carlista capitulara y depusiera sus ar­ mas. Los protagonistas de esta hazaña fueron, por el bando de los derrotados, el que por entonces era gobernador del castillo de Lapoblación, José María Mon­ toya, y los 83 hombres que servían a sus órdenes, y por el de los liberales, un bri­

gadier de apellido Araoz originario de una localidad riojana enclavada en el Valle de Ocón llamada El Redal.

Desconocemos cuáles fueron los mo­ tivos que condujeron a Montoya a resistir en esta posición en la que, por cierto, to­ davía se aprecian diversas muestras de arquitectura militar. Es posible que entre sus razones figuraran el fanatismo, el sen­ tido del deber, la fidelidad a sus superio­ res y a la palabra dada, el despiste o una mezcla de varios de estos elementos. Lo que sí es casi seguro es que ninguno de sus compañeros superaba su edad de 65 años, su tesón, ni su veteranía.

Esta acción, que no tuvo excesivo eco en la prensa nacional, fue recogida en el

Boletín Oficial de la Provincia de Logroño de 7 de marzo de 1876 en estos térmi­ nos: "Logroño 2, 3’58 tarde -Guerra 2 Marzo, 5'4 tarde- Brigadier Araoz al

Ministro Guerra: El inexpugnable castillo de la Poblacion (sic), último baluarte que quedaba del absolutismo, con un Gobernador, cinco Oficiales, un Médico, un Capellan (sic), con 76 individuos de tropa, un cañón (sic) rayado de ocho centímetros y medio, y un considerable

número de pertrechos de guerra y víve­ res para cinco meses, se me ha entrega­ do á las ocho y media de la mañana. En dicho castillo impera la bandera victorio­ sa del Rey Don Alfonso XII." No es disparatado pensar que su numantina situación se alargó durante bas­ tantes más días que esos tres que le concede la historia y que el retén co­ mandado por Montoya, aislado, en terri­ torio enemigo y privado de todo contacto con el Estado Mayor carlista, llevaba cerca de cuatro meses ignorando el curso de la guerra y los acontecimien­ tos que estaban teniendo lugar en Estella, San Sebastián y Tolosa. Las prue­ bas que tenemos no son aplastantes porque no hay ningún testimonio directo de lo que realmente sucedió pero hay tres argumentos que apuntan en esa di­ rección. El primero indica que el Ejército

de la Izquierda, a su paso por Álava, no necesitó batirse más que en dos ocasio­ nes, en Subijana y Morillas (21-1) y en Legutiano (28-1). Este hecho sólo puede significar que el resto de la provincia, Rioja Alavesa incluida, llevaba tiempo pacificado y bajo el dominio de los sol­ dados leales a Alfonso XII. El segundo, que los liberales vitorianos, por iniciativa del general Gautier, dispusieron de tiem ­ po más que suficiente para enviarle un mensajero con el ofrecimiento de rendir el castillo a cambio de lo que entonces era una auténtica fortuna, 25.000 duros.

La contestación fue, como era de espe­ rar, que prefería morir sepultado entre las ruinas del castillo que deshonrado de ese modo. Por último, el tercero y más concluyente, extraído de los despachos de guerra publicados los días 12 y 24 de noviembre de 1875 en la Caceta de Madrid, pone de manifiesto que las ope­ raciones llevadas a cabo por los soldados liberales acantonados en laguardia, Pipaón, Haro y Briones y que servían a las órdenes del coronel jefe Pascual de la Calle (o Lacalle) y de los generales Maldonado y Quesada durante el 4 y 5 de noviembre habían conseguido expul­ sar a los carlistas de los pocos reductos que todavía mantenían bajo su poder: Briñas, Labastida, Rivas de Tereso, puerto del mismo nombre, ermita de Toloño en realidad, monasterio jerónimo de Santa María de los Ángeles- y fuerte de San León. De ser así, esta maniobra no sólo sirvió para proporcionar a los alfonsinos el control definitivo de La Rioja Alavesa y del Condado deTreviño y librar las Conchas de Haro de cualquier ame­ naza o ataque por sorpresa sino que también provocó que el destacamento del brigadier Montoya comenzara a ser considerado por sus enemigos como un objetivo insignificante, sin ningún valor estratégico, y quedara así olvidado y abandonado a su propia suerte durante los meses de noviembre y diciembre de 1875, y de enero y febrero de 1876.

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Grabado que ttcrca una acciรณn militar en el mof\te Lapoblaciรณn

Josd HarĂ­a riontoya (1511-1900)

Quién fue José Piaría noatoya y - i- ■ U"

LOS DATOS

acerca de la vida y de las actividades del brigadier Montoya son muy escasos. Lo poco que sabemos de él lo conocemos a través de cinco fuentes: las actas parroquiales co­ rrespondientes a su nacimiento, matri­ monio y defunción que se conservan en el Archivo Diocesano de Vitoria-Gasteiz; el panegírico que Telesforo Sáenz de Ugarte, uno de sus camaradas, redactó con ocasión de su muerte; un breve co­ mentario que figura en la autobiografía del impresor lodosano Eusebio López; el ensayo, obra de J. Arostegui, que lleva por título El carlismo alavés y la guerra civil de 1870-1876 y los testimonios orales proporcionados por sus descendientes más directos, las familias Sarabia y PascuaL Sin embargo, todas, salvo las pa­ rroquiales, coinciden en señalar que su existencia estuvo marcada de principio a

fin por la guerra y por su adhesión al Carlismo y a los principios defendidos por este credo político.

José María Montoya García nace en la villa de Lanciego durante la madruga­ da del día 15 de agosto de 1811. Sus pa­ dres. Tomás Montoya Viñaspre y Josefa García de Mendieta, son labradores y na­ turales de la misma población. En 1833, nada más comenzar la Primera Guerra Carlista y tras estrenar su mayoría de edad, se alista como voluntario en el ter­ cer batallón alavés, siendo ascendido a sargento al cabo de unos meses, en fe­ brero de 1834. Ese mismo año alcanza el nombramiento de alférez y resulta asig­ nado al cuerpo de guardias de honor de Carlos V, a quien acompaña en las ofen­ sivas de Aragón, Valencia, Cataluña y La Mancha. Su participación en las batallas de Vitoria, La Llanada, Mendaza, Arquijas,

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Larvcicgo, lugar de nacimiento de J. ri.® riontoga

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Treviño, Bilbao, Mendigorria, Oriamendi, Huesca, Barbastro, Guisona, Linares, Villar de los Navarros, Alcalá... le liace acreedor de varias distinciones militares y de la obtención del grado de comandante.

Tras el Convenio de Vergara (29-Vlll1839) y la conclusión de la Primera Guerra Carlista, decide evitar la incorpo­ ración forzosa al ejército isabelino y, en su lugar, elige seguir a don Carlos en su exilio francés. La amnistía de 1841 lo de­ vuelve a España, a su pueblo natal y a los brazos de la que desde entonces será su mujer, Petra Gil Urarte, vecina del mismo pueblo y siete años más joven que su marido. El matrimonio se celebra el día 23 de agosto de 1841 y es oficiado por Blas Joaquín, el sacerdote titular, en la parroquia de los Santos Mártires Acisclo y Victoria.

Después de casi treinta años de ano­ nimato y de un período consagrado por entero a la agricultura y a la placidez de la vida familiar, la chispa del tradiciona­ lismo vuelve a prender en él y, ni corto ni

perezoso, toma parte en los preparativos que culminan en la sublevación del 27 de agosto de 1870. Esta acción provoca su arresto tres días después, su traslado a Valladolid y una condena de ocho años de prisión de los que sólo cumple uno.

Alrededor de 1871, inmediatamente después de su puesta en libertad, Montoya, que no ha perdido un ápice de valor, comienza a conspirar en secreto con otros simpatizantes del carlismo, en­ tre los que se encuentra un joven editor lodosano llamado Eusebio López (18461939). Por él y por un manuscrito auto­ biográfico redactado cuando era un octogenario sabemos que estas reunio­ nes clandestinas se celebraban tanto en Lanciego como en el molino de Elvillar, y que su finalidad era la de trazar planes de cara a un nuevo e inminente levanta­ miento militar. Los preparativos de los conjurados incluían la adquisición de fu­ siles y munición de guerra en Logroño, su traslado al otro lado del Ebro y su poste­ rior almacenamiento en cuevas, pajares y casas.

Tan pronto estalla la guerra, que en 1872 ya va por la tercera edición, vuelve al servicio activo y a combatir contra los principales generales liberales: Morlones, Serrano, Concha, Quesada y Maldonado.

Dotado del don de la ubicuidad, participa junto con sus hombres en los frentes de Mondragón, Tolosa, Montejurra, Portugalete, Montaño, Abanto, Lácar, Aras, Laguardia, Legutiano, Treviño y Bernedo.

Como regular del ejército alcanza los grados de teniente coronel de uno de los batallones de Álava -los contingentes carlistas acantonadas en cada provincia reciben el nombre de división y la alave­ sa cuenta con cinco batallones com­ puestos por un total de 3.000 hombresde coronel, de gobernador de la guarni­ ción de Lapoblación -julio o agosto de 1875- y, al término de la guerra, de bri­ gadier. Pero como guerrillero -faceta por la que también es conocido- sufre un intento de asesinato del que escapa ileso

Pasadizo de Los Arquillos en Woria-Oastciz, dcKide tuvo su domicilio José Haría ílontoya

(26-VII-1874) y su partida responde, punto por punto, al perfil descrito en La Ilustración Española y Americana n. 12, 30-111-1875: "Diferentes partidas sueltas unen ia extrema derecha del ejército car­ lista de Navarra con La RIoja y Álava, y se extienden en sus excursiones por toda la sierra de Toloño y pueblos situados en sus faldas. Su objeto es vigila»’ constante­ mente las orillas del Ebro, que se divisan perfectamente desde aquellas alturas.

No tienen punto fijo de residencia, cami­ nan de día de pueblo en pueblo, y moles­ tan a las guarniciones de las villas dominadas por las tropas. Únicamente algunos pequeños puestos situados en las cumbres, donde los centinelas se gua­ recen en chozas de tierra, son los que sir­ ven de sitios fijos de vigilancia y de avisos para los casos de alarma.

Acostumbrados los guerrilleros carlistas a la vida de aquellas montañas, en las que han vivido siempre, saben sufrir sin gran molestia los rigores del frío durante las noches de invierno, y conociendo perfectamente todas las veredas, reco­ rren los más difíciles trayectos en muy pocas horas".

A la capitulación del 2 de febrero de 1876 que, según Sáenz de Ligarte, se hizo bajo el más estricto protocolo m ili­ tar y respetando las pertenencias, caba­ llos, espadas y revólveres de los vencidos pero no la pieza de artillería, las 600 gra­ nadas y 500.000 cartuchos que todavía obraban en su poder, le sigue un nuevo exilio francés a pesar de los ofrecimien­ tos que recibe para conservar su rango y lograr obtener una pensión. Esta vez el destino es la población normanda de Le

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Er\una (osa común dcl cementerio de Vitoria-Oasteiz, reposan los restos de José Haría riontoya

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Havre, donde asiste a un sacerdote lla­ mado Guillermo Aguirre. I^lás tarde, y en una fecfia que nos es imposible precisar, regresa a Vitoria-Gasteiz, acogido en el seminario diocesano a cambio de traba­ jar como humilde portero. Sólo una con­ dición se atreve a poner Montoya, que le permitan vestir su uniforme de oficial carlista cada vez que se celebre una fies­ ta. Finalmente, aquejado por una cistitis crónica que, según Sáenz de Ugarte, le deja sordo, ciego y paralítico, muere el 10 de marzo de 1900 a la edad de 90 años en su domicilio situado en Los Arquillos. Su entierro, en la fosa común del cementerio gasteiztarra de Santa Isabel, se convierte en un homenaje que congrega a un numeroso grupo de sim­ patizantes del movimiento carlista, así como a soldados y oficiales supervivien­ tes de la última campaña.

Independientemente del juicio que nos merezcan la ideología carlista y sus implicaciones, o del escepticismo y las burlas que pudo o puede suscitar su com­

portamiento, la personalidad y la gesta protagonizada por el brigadier Montoya, hay que reconocer que tienen algo o mu­ cho de ejemplar. Tras su figura no sólo in­ tuimos la sombra de un país que dejó de existir hace mucho tiempo, sino también la presencia de un hombre de una pieza y sin fisuras que, a sabiendas de que su causa había sido definitivamente derrota­ da, de que no había ninguna esperanza, se negó a vender lo único que entonces le quedaba, su dignidad como oficial y como hombre de honor. Esta lealtad y el orgullo que sentía cada vez que se ponía el uniforme con el que posa en la foto que acompaña a este artículo fueron sus únicas recompensas, los únicos honores que pudo llevarse al exilio y que le acom­ pañaron hasta la tumba sin nombre en la que hoy reposan sus huesos.

IÑIGD JAUREGUI EZQUIBELA Antropúlaga

y

escritor

La revista riojana P ie d ra de Rayo publicú en su 25 (2Q07) un articula sobre este mismo personaje. titulado 'f/ ú h im o c a rlis ta '

Laudio aurpegi politaz â&#x2013;Ąodio una nueva innagen

a lt x o r e z lo jt a t u a ld e / o r o / o c u to /

E

txaburu dorretxea

a Torre de Etxaburu n

Á

As-s

Etxaburu dorretxea Bizkaikorik ezagunenetarikoa da, bai beraren kokaleku bitxi -harkaitz garai baten gainean baitagoeta itxura ikusgarriagatik, bai harén jatorriaz kontatzen diren legenda fantastikoengatik.

La torre de Etxaburu es una de las más populares de Bizkaia, tanto por su peculiar asentamiento -una elevada roca- y su espectacular imagen, como por las fantásticas leyendas que se narran sobre su origen.

Dorretxeari buruzko tehenengo datu fidagarriak XV. mendekoak dira, nahiz età jauregiak gaur egun duen itxura XVI. gizaldiko zaharberrikuntza baten ondorlozkoa izan.

Eraikinaren oin-planoa angeluzuzena da età haren horma zabalak -metro batetik gorakoak oinaldean- hariangaitzezkoak dira.

Bii altuera ditu: beheko solairuan sotoa dago, età lehenengoan egoitza modura erabiltzen zuten. Solairu horien gainean ganbara dago.

Gelak leihotxo estu batzuek argitzen dituzte; baook era desordenatuan daude irekiak, età arku zorrotzek errematatzen ditgzte. Teilatuak, teilatu-hegal handiegia duena, hiru isurialde ditu. Ez dago bere barrukoa bisitatzerlk.

Las primeras noticias fidedignas sobre la torre datan del siglo XV, si bien su aspecto actual es resultado de una reconstrucción del siglo XVI. El edificio es de planta muy rectangular y sus gruesos muros -más de un metro en la baseson de mamposteria. Se distinguen dos alturas, el piso bajo que acoge el sótano y el primero que servía de residencia. Por encima de estas plantas se dispone el camarote. Las estancias se iluminan mediante ventanillas muy estrechas

NOLAHELD U:

y abiertas de forma desordenada rematadas en

Durango-Urkiola errepidean, Izurtza udalerrira

arcos apuntados. El tejado, de exagerado alero,

iritsi età Mañariaren mugarrian eskuinalderako

es a tres aguas. No es visitable su interior

seinale batek azaitzen digu dorretxearen bidea.

Heibidea Ortuzar auzoa. Izurtza.

ACCESO: En la carretera Durango-Urkiola, en el término municipal de Izurtza y en et límite con Manaría nos encontramos una señalización a la derecha que nos indica el camino a la torre.

\

Dirección barrio Ortuzar Izurtza.

HURBIL DAUDEN BESH TOKIINTERESGARRI BATZUK: > ¿N r .iK,0LAb ELIZA. ;Z^-;t z a d o r r e t x e a .

AZPAZAÑ EftKtri /¿BALAGíNETXf* a r -‘:: k o a b ij ’ -'-'::.;.

OTROS LUGARES DE INTERÉS CERCANOS: IGLESIA SAN NICOLÁS, BEKOTORRE O TORRE IZURZA M OUNO AZPAZAR. PERRERÍA ARANEKOA. SOLAR DE ZABALA.

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La cueva de Abitaga está situada a orillas del río Lea. en el término municipal de Amoroto (Bizkaia). y ha venido siendo usada sin interrupción desde tiempos inmemoriales. En ella, José Miguel Barandiaran descubrió un yacimiento arqueológico en 1964. determinando una estratigrafía según la cual las primeras ocupaciones de la cueva corresponderían al Magdaleniense Superior final, y acogería a grupos de cazadores con una importante actividad de pesca de salmónidos. Una segunda fase se desarrollaría durante el Epipaleolítico y. finalmente, durante la Edad de los Metales, la cueva pasaría a tener un uso sepulcral colectivo, con presencia de restos de cerámica, huesos humanos y animales. Pero no serán estos los únicos indicios hallados en Abitaga de sus antiguos ocupantes, ya que, si nos adentramos en la oscuridad, descubriremos numerosos huecos en el suelo usados por los osos para hibernar.

un hallazgo m p R e v is T O

La

mediaón

topogi^fica de esta caverna fue realiza­ da por el Grupo Espeleológico Vizcaíno en 1958, estableciéndose en 250 metros el desarrollo de la gran galería inicial. En 1982 el grupo ADES tomó el relevo y las campañas de exploración que periódica­ mente hemos venido realizando desde entonces nos han desvelado que se trata de la cavidad más sorprendente y espec­ tacular de toda la comarca de LeaArtibai: la belleza gótica de la llamada Sala ADES: la tremenda Sala de los Lloros, que emociona incluso al más rudo de los espeleólogos: o el delicado y encantador Paso de los Azucarillos.

Abitaga es actualmente un laberinto de más de 5.000 metros, de galerías, cuya exploración aun mantenemos abierta.

Así, ante la importancia de los hallazgos realizados, solicitamos permiso al * Ayuntamiento de Amoroto para cerrar la cueva con una reja especial que permi­ tiera el paso, bajo llave, únicamente a espeleólogos.

Los hechos que hoy nos ocupan tuvieron lugar a 250 metros de la galería de en­ trada, en un lugar más acce­ sible que los anteriormente citados. A partir de la dé­ cada de 1960, la gente que se aventuraba en Abitaga comenzó a en­ contrar extrañas piezas metálicas. A comienzos de los años 70 del pasado siglo XX, inte­ grantes del grupo de espeleología de la OJE -Organización de Juventudes Españolas- de Gernika hallaron varios cartuchos con bala; y a finales de esa misma década, un habitante de Ondarroa declaró también haber encon­ trado restos de fusil. Cuando en los años 80 el grupo ADES tomó el relevo de las exploraciones, la aparición de este tipo de material se convirtió asimismo en algo habitual para nosotros: seis guardagatillos, once portacorreas y una bayo­ neta fueron recogidas en diferentes épocas por nuestros compañeros Roberto Garai y Gotzon AranzabaL Generalmente, las piezas aparecían en una hondonada llena de bloques de pie­ dra de la galería principal, o en un pasillo lateral que existe oculto tras la pared de dicha galería. Entre los hallazgos declara­ dos y los que desconocemos, resulta im­ posible hacer un cálculo razonable del número de piezas que han podido apare­ cer a lo largo de todos estos años.

El 30 de Diciembre de 1997, Pablo Feijoo y Jorge Lejarraga se encontraban realizando una escalada en el interior de la cueva, a unos 50 metros de la boca de entrada, y al alcanzar una repisa, se en­ contraron con lo que parecía un conjun­

i

I

to de antiguos fusiles. Sobre un colchón de paja descompuesta podían verse aun restos de madera, ocho cañones y nueve bayonetas, y por las chapas de hierro de la parte trasera de la culata, dedujeron que el depósito albergaba originalmente doce fusiles. Los espeleólogos juzgaron conveniente recoger tales restos, con el fin de evitar que siguieran dispersándose por la galería. Uno de los fusiles fue en­ tregado a la sección de Patrimonio de la Diputación de Bizkaia, otro a la asocia­ ción cultural Cernikazarra de Gernika, dedicada a temas históricos, y el resto quedó en manos de los descubridores a la espera de análisis.

El enigma que había Intrigado a va­ rias generaciones quedaba así resuelto, pues, al parecer, alguien a finales del s.

XIX escogió Abitaga para esconder un depósito de armas. Y es que las caracte­ rísticas de la cueva son muy adecuadas para tal fin por varias razones: su entrada

está en un lugar oculto, pero accesible desde el antiguo camino real que pasaba desde Glzaburuaga a Lekeltio, es una cueva relativamente seca y tiene cerca un puerto de mar por donde sacar el material. La configuración de la cueva, además, ayudaba a preparar un escondri­ jo único: tras entrar por la boca hay que descender una resbaladiza rampa de 20 metros, llegando al fondo de una amplia galería de gran altura. Este pasadizo prin­ cipal. por donde va normalmente el visi­ tante, cuenta con un pasillo lateral paralelo que conecta con él en varios puntos. Este estrecho pasillo tiene una zona elevada mucho más amplia, en for­ ma de conducto circular, con repisas o balcones espaciosos que lo recorren por alto. Sin embargo, una vez arriba no es posible avanzar por encontrarse la repisa cortada por profundas hendiduras.

Evidentemente, alguien había escogido uno de esos segmentos de balcón para

Diversos elementos de fusiles asoman entre los restos podridos de te)ldo de esparto y hierba, dando a entender que las piezas fueron introducidas en sacos llenos de paja, para intentar preservarlos de la humedad. [ül fusil de la marca Gras, modelo 1874. utilizado por el ejército francés, tenía calibre de 11 mm. y un peso de 4.760 kgs. con la bayoneta Incluida. Las Inscripciones de las bayonetas halladas en Abitaga indican que fueron fabricadas durante los años 1877 y 1878 en la fábrica austríaca de Steyr.

disponerlo como escondrijo, precisamen­ te en un punto que no resulta visible desde ningún otro lugar de la galería y desde donde poder vigilar la entrada de la cueva.

Para conseguir alcanzar este lugar, los dueños de las armas tuvieron que escalar la pared del pasillo, de siete metros de altura, hecho que no reviste complica­ ción con las técnicas de hoy en día, pero difícil y peligroso en aquella época. Por los restos de madera hallados en la repi­ sa, dedujimos que levantaron un anda­ miaje de vigas o una escalera para

alcanzar el balcón. También debieron de preparar en alguna medida el propio re­ salte. pues próximos a su borde encon­ tramos un par de agujeros de barreno de ocho centímetros de profundidad, tal vez para clavar estacas y unirlas mediante cuerda para obtener un seguro. Una ca­ dena que todavía existe y que rodea una punta de roca en un extremo del balcón pudo haber servido para levantar pesos con ayuda de una polea.

Según se desprendía de los restos prácticamente deshechos de tejido de esparto y de hierbas que cubrían el suelo del balcón, los fusiles y las bayonetas se introdujeron en sacos de heno para in­ tentar protegerlos de la humedad. Tras amontonarlos en la repisa, es de suponer que deshicieran el andamiaje y dejaran algún sistema donde colocar una escala en el momento que lo precisaran, mo­ mento que, evidentemente, nunca llegó.

La prolongada permanencia de los sacos apilados y olvidados en el balcón durante tantos años, hizo que el esparto, la hierba y las

culatas de madera fueran pudriéndose lentamente. Del mismo modo, algunos sacos con sus correspondientes piezas deshechas comenzaron a resbalar y pre­ cipitarse por el borde del balcón. Algunos se detuvieron justo al pie de la pared, en el suelo del pasillo, pero la mayoría roda­ ron hasta la hondonada de bloques de la galería principal, donde eran encontra­ dos.

El análisis del material evidenció que se trataba de fusiles franceses tipo Gras, modelo 1874, fabricado hasta 1885 en diversas factorías estatales y privadas. En

I

Plano de Abitaga y detalle de la zona de entrada. A nivel espeleológico se conocen en la actualidad más de 5.000 metros de galerías en esta c u e v a . TOPOGRArtA;ADtS

La fotografía muestra la parte alta de la galería de entrada a la cueva, a 15 metros de altura desde el nivel de suelo. De aquí en adelante se accede al lugar donde se localizaba el depósito de armas.

algunas bayonetas se podía leer la ins­

Conformes, en cualquier caso, por lo

cripción grabada que señala el lugar de

averiguado, dim os cuenta de nuestro fe­

fabricación y el año. Todas coincidían en

liz hallazgo a la com unidad espeleológica

el lugar: Usine de S te y r {fábrica de Steyr),

vasca, sin im aginar el sorprendente des­

y tres de las halladas en el resalte lleva­

enlace que se avecinaba.

ban la fecha de 1878 mientras que en la encontrada por Roberto Garai años antes figuraba

1877. S teyr es una localidad

austríaca, con una im portante industria m etalúrgica, una de cuyas actividades ha sido desde m uy antiguo la fabricación de armas. A finales del siglo XIX, el gobier­

h iT T O K

no francés encargó a su factoría la

auRoira

producción de una gran cantidad de

a R R o p a in

fusiles, que aparte de destinarse al ejército francés fueron vendidos a diversos países.

El misterio parecía quedar acla­ rado,

pero

sólo

parcialmente.

Com o en todos los hogares de aquellos tiempos, tam bién

en

casa

de Andrés

Ahora sabíamos de dónde caían

Urrutia la palabra era protagonista. Las

L

las piezas encontradas durante

viejas historias familiares, en el linde de

1

tantos años, y el contexto nos

lo real y la leyenda, eran transm itidas de

A

permitía relacionarlas con las

padres a hijos y, para Andrés y los demás

guerras carlistas que asola-

niños, no había duda de la veracidad ab­

ron el país a lo largo del S.

soluta de las palabras de su abuela. Así

saber

conocieron la historia de Rom án Arroita,

quiénes prepararon aquel

su bisabuelo, y la de su herm ano Víctor,

escondrijo y, lo más im-

verdadero protagonista de nuestra histo­

portante, siendo la fecha

ria.

XIX. g k

f

Pero,

faltaba

de fabricación de algu-

A pesar de tener ideas políticas dife­

nos de los fusiles poste­

rentes, Rom án -liberal- y V íc to r -carlis­

rior a la de finalización de

g jk ^

fir

R

dichas

qué

objeto

ta -

com partían

muchas

opiniones

y

guerras,

afinidades, y ta n to era así que hasta las

tenía

esposas que tom aron eran herm anas -de

de

apellido Eiguren-, convertidas en madres

armas, a todas lu-

de una numerosa progenie que partici­

aquel depósito

ces clandestino.

paría igualm ente de apellidos com unes y fuertes lazos fraternales. Según se con ta­ ba en la fam ilia, V ícto r Arroita era un an­ ciano alto, fuerte, de blancas barbas y

l-^nlradci

planta

aristocrática,

engrandecida

por

sus m erecim ientos de guerra.

Pero, aquel niño creció, y con el tie m ­ po, Andrés, se convirtió en notario, y has­ ta en presidente de Euskaltzaindia. Entre lo aprendido en casa y los datos aporta­ dos por el investigador lekeitiarra, Rufo Atxurra, recopiló m uchos retazos de la historia de su legendario tío-bisabuelo.

:S

I

redactando in­ cluso una narra­ ción en torno a su figura. Y es que, corno enseguida ve­ remos, la vida de este hombre fue digna de un guión cinematográfico.

Víctor Arroita formaba parte del ejército carlista que sitió Bilbao en 1874. En uno de los lances de la bata­ lla, salvó a un grupo de prisio­ neros del bando contrario de ser linchados por la tropa: entre ellos estaba el alférez Francisco Amayas, quien alabó su caballero­ sidad. deseando poder agradecerle ese gesto algún día. Amayas tenía dieciocho años, Arroita diecinueve.

Los prisioneros fueron llevados a la re­ taguardia, y algunos de ellos -entre ellos el alférez- fueron canjeados un año después.

Tras finalizar la guerra en 1876, Víctor Arroita dejó su pueblo natal de Abadino para marchar con su familia a Ispaster, donde comenzaron una nueva vida en el barrio de Arropain -origen de su apodo-.

En su casa de este barrio, a cien metros de Lekeitio, llevaba una vida normal, al me­ nos en apariencia, porque en secreto mantenía sus atribuciones militares lide­ rando, con el grado de teniente, una parti­ da carlista. En torno a 1895-1900, este grupo comenzó a prepararse para un nue­ vo alzamiento militar que se tramaba, re­ uniendo armamento y guardándolo en un lugar secreto. Según palabras del propio Arroita, llegaron a contar con “cientos de fusiles" en una cavidad de los alrededores.

Periódicamente, Víctor Arroita se acer­ caba en solitario a revisar el arsenal y en­ grasar las armas para mantenerlas en buen estado. En una de estas ocasiones resbaló en una cornisa y cayó al suelo desde gran altura, un accidente que pudo haber sido fataL Percatado de su tardanza

y preocupado por ello, un compañero que conocía bien el escondrijo acudió en su búsqueda a la caverna, donde lo encontró en la oscuridad, malherido y sin poder sa­ lir. A duras penas consiguió sacarlo de allí y trasladarlo a casa, no sin llamar la aten­ ción de algún vecino que debió de dar cuenta de sus sospechosas maniobras a las autoridades. Algo que se deduce del hecho de que la Guardia Civil entrara, poco después, en la cueva de Abitaga de Amoroto, incautándose de un importante arsenal que se guardaba en la n^isma.

Después de este accidente espe­ leológico -que le dejó cojo de por vida-, ni el teniente ni ninguno de sus subordinados volvió jamás a la cueva de Abitaga, creyendo, sin duda, que nada había escapado al registro de los guardias. Entre tanto, convaleciente aun de sus lesiones, Víctor Arroita tenía cosas más importantes por las que preocuparse. Marcado ya como peligroso carlista y responsable de sedición, contaba las horas que le quedaban para su deten­ ción, condena y fusila­ miento.

No obstante, pasaron los días, las semanas y los meses, y nada ocurrió. Intrigado por esta circunstancia, comenzó a hacer discretas averiguacio­ nes, y no pasó mucho tiempo antes de que supiera que Francisco Amayas, aquel joven alférez a quien perdonó la vida en la guerra, había continuado su larga ca­ rrera militar hasta llegar a ser, nada más y nada menos, que Director General de la Guardia CiviLY sin duda, no había olvi­ dado la deuda contraída con Víctor trein­ ta y siete años antes.

Años más tarde, Amayas, que desem­ peñaba su cargo en Bilbao, realizaría una visita con otros altos cargos a Lekeitio. Y no fueron pocos los sorprendidos de ver cómo el viejo carlista se fundía en un efusivo abrazo con el militar.

Ilustraciรณn que recrea el lugar en el que se dispuso el escondrijo, con la pila de sacos llenos de paja donde guardaban las piezas de los fusiles.

DIBUJO: KOBKK (ร ARAI

Balcón o rellano superior donde se iiallaron la mayoría de los restos. A lo largo de años otras muchas piezas se precipitaron por el borde de esta repisa, y una vez en la base continuaban resbalando por una rampa tortuosa hasta acabar en lo más hondo' de la galería inferior.

Ahí es donde los encontraba la gente. Hasta el descubrimiento del balcón el origen de tales piezas constituía un misterio.

^os invesTigacwnes Que conrluyen Cuando el grupo ADES encontró los res­ tos de aquellos doce fusiles en 1997, no conocíamos la historia de Víctor Arroita.

Nunca hubiéramos imaginado que halla­ ríamos la respuesta a aquel enigma, y a ello ayudaron un cúmulo de afortunadas coincidencias que nos hicieron dar con la persona adecuada. Entre los espeleólo­ gos que supieron de nuestro hallazgo se encontraba Diego Dulanto, médico de profesión, que contó la historia a sus compañeros del Hospital de Basurto.

Entre ellos se hallaba Agustín Arroita, quien, sorprendido, declaró que un ante­ pasado suyo, cabecilla de una partida carlista, había usado una cueva de la zona como escondrijo. Nos puso en con-

Andrés Urrutia, precisamente, quien más información tenía sobre el tema.

El notario y presidente de Euskaltzaindia nos aportó la historia de su le­ gendario tío-bisabuelo y nuestro compañero Santi Urrutia le proveyó de los datos técnicos del hallazgo. Las piezas del puzzle comenzaron a encajar, y aque­ lla historia familiar, entre mito y realidad, fue perfilándose de forma insólita.

Aquellos doce fusiles, olvidados en una alta cornisa durante más de un siglo, fueron el desencadenante para experi­ mentar una emocionante y poco acos­ tumbrada sensación: la de corroborar con pruebas materiales una antigua le­ yenda, transmitida como una llama per­ petua de generación en generación.

ADES ESPELEDiaOlA TALDEA Este artículo ha sido adaptada par Oier Gorasabel, miembra del AOES sobre textos de Santi Urrutia (miembni del ADES y profesor de la UPV) y Andrés Urrutia (presidente de Euskaltzaindia). publicadas inicialmente en lllunzar.

5 (Gernika-Lumo. 2005).

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DECLARACIONES A UN PERIODISTA DE LA REVISTA FOTOS DE MADRID, A LA LLEGADA DE LAS TROPAS FRANQUISTAS A LA VILLA EN 1937

EKEiTiO

A los 85 años estaba en vísperas Yo sabía que en Lequeitio existían los carlistas más viejos de España. Los tenía anotados hace tiempo en mi carnet para hacerles una información. Cada año que pasaba me los iba dejando más en sazón, más viejecitos.

Y ahora, cuando los rojos estaban en Lequeitio, me acordaba yo con angustia

de mis viejos carlistas. ¿Me los habrán matado esos bárbaros?

No, no me los han matado. Al llegar a Lequeitio he buscado a Víctor Arroita y le he encontrado en Vísperas, ¡Tiene ochen­ ta y cinco años y estaba en Vísperas; ¿En Vísperas de qué? Otras personas, a los ochenta y cinco años solo están en Vísperas de morirse. Es lo contrario de lo que le ocurre a este viejo carlista de Lequeitio. Toda la vida de Víctor Arroita no ha sido más que la víspera de estos días de plenitud, que está viviendo aho­ ra. Porque Dios le ha dejado llegar a ellos y ver esta primavera de boinas rojas, es­ taba hoy alabándole con los salmos de las Vísperas.

- ¿Estuvo usted siempre seguro de que llegaría este triunfo?

- Cada día estaba más convencido, so­ bre todo desde que he visto a los otros de cerca. Esa gente no puede Ir a ningu­ na parte. España dejaría de ser España, para que ellos fueran los amos.

- ¿Qué guerra le parece a usted más dura, ¿ésta o la que ustedes hacían?

- Los medios de combate que hay ahora son terribles. El estar una hora tendido en el suelo aguantando la me­ tralla de los aeroplanos, tiene que ser peor que estar en el infierno. ¡Y esa vida de las trincheras inmóviles los sol­ dados días enteros, con el agua, hasta las rodillasj Eso es terrible. A mí la gue­

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rra así no me gusta. La nuestra era más bonita.

- ¿En qué combates intervino usted?

- ¡En tantos intervine! Yo estuve en el sitio de Bilbao, el año mil ochocientas setenta y tres.

Cuando la guerra termine seremos siempre amigos En la parroquia han terminado las vísperas.

- Mire Usted -me dice Arroita- aquel señor que sale de la Iglesia con los dos curas estuvo también en la guerra carlis­ ta. Si quiere usted le llamo.

- Con mucho gusto le saludaré.

Arroita me ha presentado a don José Félix Eguileor. Este viejecillo pulcro, en­ fundado en un gabán negro, tiene ochen­ ta y seis años y fue en la guerra carlista del 73 al 76, abanderado del batallón Marquina, el tercero de los de Vizcaya.

También estuvo en el sitio de Bilbao, pero tiene ya las fechas y los sucesos un poco revueltos en la cabeza.

Tratando de ponerlos un poco en orden de estado mientras Arroita ha ido hasta casa para traer las cruces y medallas... que conserva orgullosamente ganadas en otras tantas acciones de guerra.

Cuando regresa, hacemos a los dos vie­ jos luchadores unas fotografías entre los pequeños flechas y requetés que les oyes embobados, contar sus hazañas.

Los dos conservan muy bien la vista y la agilidad de las piernas, especialmente Arroita, a pesar de que es cojo y tiene que andar apoyándose en un bastón.

- ¿Esa cojera es de una herida de la campaña, don Víctor?

- De la campaña precisamente no; pero algo tiene que ver con ella, y Arroita nos cuenta un episodio que por la fruición

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LOS VIEJO S CARLISTAS DE LEKEITIO: VICTOR ARROIl'A EN EL CENTRO, CON SU BARBA BLANCA, A \A IZQUIERDA DE LA IMAGEN JUAN DANIEL ESKURZA, Y A DERECHA ADRIAN ZELAIA

con que ia recuerda, bien se ve que ha sido culminante en su vida.

- Yo -dice- fui uno de los que tomaron la casa Delmás en el campo Volantín. Fui yo mismo el que la puse fuego. Este episodio del sitio de Bilbao ya casi nadie lo recuerda, pero tuvo en­ tonces mucha resonancia.

- En Churdínaga, cuando ya se había levantado el sitio, tomé con mis hombres otra casa. Yo era sargento. Dentro de la casa hici­ mos prisioneros a veinticinco soldados del regimiento de Valencia, con un alférez gradua­ do de teniente. Para cogerlos tu­ vimos que hacer un agujero en la pared, y por allí, los fui­ mos sacando uno a uno. Entre ellos había dos voluntarios vas­ cos. Cuando estába­ mos sacando a los que faltaban, los dos voluntarios, en un descuido nuestro, hi­ cieron fuego sobre noso­

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tros y por poco nos matan. Mis soldados querían fusilarlos a todos allí mismo. No hubiéramos tenido ninguna responsabili­ dad, puesto que nos habían agredido, pero yo me opuse, porque no todos tenían la culpa. Entonces el al­ férez se adelantó y me estre­ chó la mano.

- Eres un caballero -me dijo-. Quisiera poder agrade­ certe algún día con un gran favor este rasgo generoso.

Me llamo Francisco Amayas Díaz, y pertenezco a una fa­ milia muy bien relacionada en Madrid. No te olvides de mi nombre y búscame si alguna vez me nece­ sitas.

— - Don Francisco -continúa Arroitaera un muchacho de mi misma edad. El tenía 18 años y yo, 19. Se veía luego que era de mucha nobleza aun­ que no tuviera una complexión tan fuerte como la mía.

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de Valdespina. A los dos voluntarios les condenaron a morir en la plaza de Amorebieta. Yo mismo fui el encargado de llevarlos: Cuando llegamos al pueblo, el capitán Vlllachica me dijo bien alto, para que lo oyeran las prisioneros.

- Arroita, corta cuarenta palos bien re­ cios y avisa el alcalde que mañana se ejecutará a los reos.

- ¿Los van a matar a palos? -pregunté.

- Esa es la sentencia.

Yo no dije nada, pero me pareció algo fuerte. A la mañana siguiente estaba ya todo el pueblo en la plaza para presen­ ciar la ejecución, cuando llegó un orde­ nanza del general, con un pliego mandando suspenderla. Todo había sido una simulación y los reos quedaron in­ dultados. A los otros prisioneros supe que los habían llevado a Peñaplata, en los confines de Guipúzcoa y Navarra. Los tuvieron allí un año y sirvieron luego para el primer canje de prisioneros que hubo en la guerra. Tuvo lugar en el alto de Banderas, cerca de Bilbao. Entre los canjeados estaba el alférez don Francisco Amayas.

- Aunque ahora estamos en campos distintos -acabó díciéndome- yo quisie­ ra que cuando termine la guerra fuéra­ mos siempre amigos.

No quería morirme sin volverte a dar un abrazo

¡Corta cuarenta palos bien recios!

Arroita continúa su historia: - Llevamos a los prisioneros a Galdácano, donde tenía su cuartel el marqués

- Cuando terminó la guerra -dice Arroita- yo me casé y me fui a vivir a Abadiano. Pasaron muchos años sin sa­ ber nada del alférez. Un día me dijeron que había entrado en la Guardia Civil y que era Capitán en Bilbao. También supe luego que varias veces había preguntado por mí a viejos conocidos. Como ningu­

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no pudo darle noticias mías, pensaba que habría muerto en la guerra.

Pasó después mucho tiempo. Treinta y siete años habían transcurrido desde el día aquel cuando cogí prisionero en Churdínaga al alférez Amayas. El había hecho buena carrera. Era ya en Madrid jefe de la Guardia Civil de toda España.

- ¿Director general?

- Eso debía de ser.

- Yo seguía siendo car­ lista, como siempre, sin perder las es­ peranzas. Se hablaba por aquellos días de otro levan­ tamiento y yo fui a engrasar mis fusiles.

Tenía varios centenares de ellos escondi­ dos en una grieta muy profunda del monte, adonde nadie bajaría por capri­ cho. Yo bajaba y subía ya fácilmente.

Pero aquel día lo hice con tan mala suer­ te, que rodé hasta el fondo. Allí me hu­ biera quedado por toda la eternidad, si uno de los amigos del mismo pueblo, que conmigo estaba en secreto, no se hubiese alarmado al ver que tardaba tanto en volver. Fue allá y me trajo a casa medio muerto. Varios días estuve entre la muerte y la vida. Hicimos correr la voz de que me había caído de un árbol trabajando en la huerta; pero fueron po­ cos los que lo creyeron. No faltó alguien que viera cómo mi amigo me bajaba del monte. Se encontraron las armas. Me iban a fusilar, seguramente...

Pero pasaron días y más días y nadie me molestaba. Salí ya curado a la calle, co­ jeando un poco, y pude ver que ya ape­ nas se hablaba del suceso. Noté también en los periódicos atrasados que pude leer, que en lo que de él se había hablado ni siquiera una vez se había escrito mi nombre. No podía yo explicarme aquel misterio. Estaba ya tan lejano de aquello

FUSIL DE ABITAGA RESTAURADO (Gernikazarra Kultura Elkartea)

de Churdínaga, que me costó mucho caer en la cuenta de que el director ge­ neral de la Guardia Civil era ahora aquel joven alférez...

Poco tiempo después vino don Francisco Amayas a Lequeitio, en un viaje oficial, con toda su plana mayor. Se hospedó en la fonda de Beitia, que estaba en aquel bar que hay allí enfrente, cerca del puer­ to. En cuanto supe que había llegado fui a saludarle y a darle las gracias. Había salido y en la calle me lo encontré luego, ahí junto a la iglesia. Me adelanté hacia él con la boina en la mano.

- Supongo que eres Víctor Arroita aun­ que no te he vuelto a ver desde aquel día -me dijo al verme llegar-.

- Si, señor; soy Arroita y vengo a darle las gracias; - No me trates de usted ni me des las gracias de nada. Somos viejos amigos y no hubiera querido morir sin volver a darte un abrazo.

Y el público que presenciaba la esce­ na se quedó haciendo cruces al ver cómo el director general de la Guardia Civil abrazaba cordialísimamente a aquel peli­ groso carlista al que pocos días antes iban a fusilar.

Texto publicado en la revista madrileña FOJOS n°l2 (15-05-1937) de Falange Española Tradicianalista. José luis de la Torre nos ha facilitado el texto y las fotos que aquí se reproducen

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UN TESORO

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texto y fü tD s« RAFAEL OCHE fiUBID, M.A. LOPEZ MARTÍKEZ. M.A. PÉREZ IZQUIERDO Y 0 . GARCÍA GONZÁLEZ

ALGUNAS PARRAS SIL V E ST R E S E N LA C U E N C A D E L R Í O N E R V I Ó N Los lugareños vizcaínos llaman a las parras silvestre “uva de zorra” o zozo mahatma, que quiere decir “uva de tordo".

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E l p re s e n t e a r t íc u lo p r e t e n c ie d i f u n d i r e l c o n o c L -

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h o m b r e d e jd e la P r e h u t o r ia .

A l m 'u u n o t ie m p o , p r e t e n d e j e r u n r e c la m o p a r a q u e L w a d m u x u t r a c ió n e j c o m p e te n te s b u s q u e n u n a a d e c u a d a f i g u r a d e p r o t e c c ió n le q a l d e e s te in t e r e s a n t e p a t r i m o ­ n io v it íc o la , c o m o y a o c u r r e e n o tro s p a ú e s e u ro p e o s, y a ese e m ­ p e ñ o d e b e re m o s a y u d a r e s p e c ia l­ m e n te q u ie n e s a m a m o s la v i t i c u l t u r a y l a e n o lo g ía .

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B ayas en ta m a ñ o g u isa n te

, , V9 e<) y cultivadas Dentro del género Vitis se incluyen más de 80 especies descritas originarias del extremo oriental de Asia, Norteamérica, zona caribeña, Australia, región euroasiática y norte de África. Estas plantas se ca­ racterizan por ser lianas leñosas que trepan sobre sus tutores -árboles y ar­ bustos- mediante zarcillos en su hábitat natural. Las poblaciones de vid silvestre euroasláticas se extienden desde la Península Ibérica hasta el macizo del Hindu Kush; también, aparecen en algu­ nas zonas del Magreb. Todas ellas corres­ ponden al taxón -cada una de las subdivisiones de la clasificación biológi­ ca- Vitís vinifera L. subespecie sylvestris Hegi. Estas parras constituyen un paren-

tal dioico de las variedades de cultivo, es decir, presentan ejemplares con flores fe­ meninas y masculinas en pies de planta diferentes. Por el contrario, las variedades cultivadas por el hombre son hermafroditas, y se integran dentro de la subespecie Vitis vinifera L. subespecie sativa Hegi. No obstante, existen algunas variedades con flor femenina, como es el caso de la va­ riedad Ohanes de Almería y otras espar­ cidas por el Caúcaso, entre las que destacan la Asuretuli Shavi y la Tavkveri.

El citado fenómeno del cultivo casi exclusivo de castas hermafroditas se ex­ plica porque el hombre, desde el Neolítico y a lo largo de un complejo proceso de domesticación, ha ido selec­ cionando individuos capaces de tener autofecundación. Dicho proceso ha teni­ do como primer objetivo pragmático el de fijar en la población alguna caracterís­ tica morfológica y biológica deseable para el cultivo, primero el hermafroditis­ mo y, posteriormente, la dimensión de la

I

P R I N C I P A L E S D I F E R E N C I A S

vid ALvedtre E cotipo típicam ente m esofitico (flora riparia).

Brotes y sarm ientos poco vigorosos con porte caído.

H o ja gen eralm en te g lab ra, en te ra o trilo b ad a (raram ente 5-7 lóbulos) con seno p ec io la r muy abierto o abierto.

Flores unisexuales en p lan tas dioicas.

Racim os de p o ca dim ensión con el grano pequeño y esférico.

Baya generalm ente muy pigm entada (raram ente blanca).

P erfil an tociánico, alg u n as veces, libre de esíerificación.

Baya con mosto poco azu carad o .

P epita p equeña, c o rta y rech o n ch a, sin el pico distinguible.

S uperficie ventral de la sem illa lisa y superficie dorsal con escutelo (chalaza) distinguible y en relieve.

R elación anchura/longitud de la sem illa xlOO com prendida entre 54 y 83 (Stummer, 1911) comprendida en tre 64 y 83 (Schiem ann, 1953).

\>id cultivada E cotipo m esofitico y xerofitico.

Brotes y sarm ientos de m ayor vigor con porte erecto o caído.

H oja de g la b ra a tom entosa, grande, de 7 lóbulos con seno p ecio lar de ab ierto a cerrad o con superposición de los bordes.

Flores herm afroditas.

Racim os de m ayor dim ensión con el g rano más grande, de esférico a ovoidal.

Baya de no pigm entada (blanca) a alg o pigm en­ ta d a (rosa) a pigm entada (roja, azul, negra).

Perfil an to cián ico con form a esterificad a (excepto P in o t noir).

Baya con m osto de poco a m uy azu carad o Pepita gran d e, oblonga (6'7mm), piriform e con el pico distinguible.

Superficie ventral de la sem illa con el m argen en relieve y evidente, y la superficie dorsal con escutelo (chalaza) indistinguible.

R elación anchura/longitud de la sem illa xlOO com prendida entre 44 y 75 (Stum mer, 1911) com ­ prendida e n tre 54 y 70 (Schiem ann, 1953).

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baya y del racimo, el contenido en azú­ car y ácidos del mosto, la uniformidad de madurez y la constancia de producción, procurando obtener vides de gran tole­ rancia a las condiciones ambientales, a las plagas y enfermedades.

Los frutos de los ejemplares silvestres femeninos se han empleado secularmen­ te para la producción de vino y vinagre.

Este último líquido, empleado tradicio­

nalmente como conservante, mezclado con agua, y a veces con miel, se usaba para producir el refresco denominado posea, que bebían las clases menos favo­ recidas y los soldados de época romana.

También se usaban la savia y el agraz uvas sin madurar- para la preparación de diversos remedios medicinales, y los sar­ mientos para la fabricación de maromas de barco y nasas de pesca.

Origen

de la domesticación

Los primeros signos de domesticación tuvieron lugar precozmente en la región Sirio-anatólico-noroeste-mesopotámica y, a continuación, en la transcaucàsica, una extensa área que autores como Vavilov y Negrul denominaron en la pri­ mera mitad del siglo XX como “triángulo de la uva fértil".

El origen monocéntrico de la vid euro­ pea en la región transcaucàsica y de Oriente Medio ha sido defendido tam­ bién por Zohary, Hopf y Olmo, en una época en la que no se contaba con el auxilio de las técnicas de análisis genético actuales. Por su parte, McCovern y otros también sustentan que hay suficientes evidencias arqueológicas para asegurar que la primera región donde aparecieron los conatos de domesticación de la vid es la zona transcaucàsica y península de Anatolia. Es lo que se ha denominado “ Hipótesis de Noé", basada en la leyenda del conocido patriarca bíblico, de quien se dice que, después del Diluvio Universal, plantó una vid en el Monte Ararat, cum­ bre de 5.165 metros de altitud sobre la península de Anatolia y justo en el centro del citado triángulo de la uva fértil de Vavilov, donde todavía se conservan for­ mas intermedias entre vid silvestre y cul­ tivada en la franja boscosa comprendida entre el Caúcaso y Kachetia.

Con el avance de los análisis genéti­ cos -basados en microsatélites de ADN nucleares y cloroplásticos-, cobra cada vez más cuerpo la teoría policéntrica de la domesticación de la vid, aunque sin ser excluyente de la monocéntrica.

Simplemente, sugiere que el proceso de domesticación se repetiría en otras re­ giones: así. Zeven y Zhukosky, atendien­

do a consideraciones fitogeográficas, propusieron tres centros primarios de domesticación de la vid: Oriente Medio, Asia Central y región mediterránea.

El estudio realizado por Arroyo y otros sobre más de un millar de muestras de material silvestre y cultivado de los diver­ sos clorotipos y su distribución, proce­ dente de un área situada entre la Península Ibérica. Oriente medio y norte de África, refuerza la teoría del origen policéntrico. Además, señala que el 70% de los vidueños de la Península Ibérica exhi­ ben clorotipos derivados de las poblacio­ nes silvestres de Europa Occidental.

F lo r m a sc u lin a p u ra, c a re n te de g in eceo

F lo r fem e n in a con es ta m b re s reflejos no fu n c io n a le s

En esas posibles áreas de domestica­ ción secundaria, el proceso fue acelerado y guiado, en primer lugar, por la influen­ cia cultural y, después, por las aportacio­ nes directas de las actividades que realizaron los colonos fenicios, griegos y púnicos en la cuenca del Mediterráneo occidental. En las zonas de distribución de la vid silvestre, puede pensarse que la introducción del consumo del vino y, posteriormente, de la viticultura, se so­ brepusieron al preexistente sustrato de cultura local, caracterizado por una fase de protodomesticación de la vid, cuyas trazas han sido también documentadas por numerosos hallazgos arqueológicos.

I 59

Erodlpn

genética del viñedo

No debe olvidarse que el citado proceso de domesticación ha ¡do provocando una importante y creciente erosión ge­ nética. Por ello, se debe salvaguardar al máximo la biodiversidad de las cepas sil­ vestres, que albergan un importante pooí genético, ya que no han sido sometidas a la selección humana. Igualmente, deben protejerse y estudiarse las antiguas va­ riedades tradicionales de cada región, ge­ neralmente muy minoritarias en los actuales viñedos.

El problema de la pérdida de diversi­ dad se acelera porque en todas las de­ nominaciones de origen se ha reducido el número de variedades autorizadas, y

I 6o

por la invasión manifiesta de afamadas variedades de procedencia extranjera que se está produciendo en el viñedo de todo el estado español. Además, hay que tener en cuenta que esa pérdida de biodiversidad se incrementa drástica­ mente porque en el mercado sólo existe un corto número de clones de cada va­ riedad autorizada, como sucede en las

tres Denominaciones de Origen del Chacolí con la Hodarrabi Zuri y Hondarrabi Beltza. Igualmente ocurre en Iparralde, dentro de la Appelation d'Orígine Cóntrolée de Irulegi, con las castas Axeria, Tannat, Courbu, Manseng, etc.

Las parras silvestres pueden ser de gran utilidad a la hora de hacer ensayos de mejora de las variedades de cultivo, tando de viníferas como de portainjertos. En regiones lluviosas -caso del País Vasco atlántico-, y con sustrato calcáreo, la capacidad inherente de tolerancia al encharcamiento y a la caliza activa de las parras silvestres puede abrir una vía de investigación tendente a la obtención de nuevos patrones.

Los estudios genéticos mediante marcadores moleculares pueden arrojar luz sobre el grado de parentesco existen­ te entre los ejemplares silvestres que se conservan y las variedades tradicionales de cultivo para la obtención del Chacolí en Bizkaia.

Por otra parte, desde un punto de vista meramente conservacionista, apar­ te de constituir en sí un recurso fitogenético, se deben conservar in situ las poblaciones silvestres, ya que forman parte de la riqueza botánica autóctona del territorio, integradas, fundamental­ mente, en bosques de ribera de ríos y arroyos, los cuales constituyen unas co­ munidades azonales de gran interés eco­ lógico y paisajístico. Como indica Sanz, "la diversidad de los paisajes no se basa solamente en el reconocimiento de su elevado número sino también en la ri­ queza de contraste internos y, en este sentido, la propia diversidad, en sí mis­ ma, constituye un patrimonio natural y cultural, apreciado por aquellos que gus­ tan del paisaje y pueden admirar, con­ templar o vivir diversas configuraciones paisajísticas en ámbitos reducidos del territorio".

% ^ S íntom as d e m ildiu

La vid ^ ilv c t ^ t r e

am en azada La llegada de la filoxera parece ser que no tuvo demasiado impacto sobre la vid silvestre, ya que esta especie de pulgón no puede crecer en suelos encharcados o con altos niveles de humedad, en los que sí predominan las parras silvestres. Por el contrario, dicha plaga obligó a replantar la práctica totalidad del viñedo europeo.

Para ello, se emplearon portainjertos -especies norteamericanas resistentes a la fase de raíz del insecto-, como Vitis ri­ paria. Vitis rupestris. Vitis berlandieri, etc, o híbridos entre la especie europea y otra norteamericana. Sí tuvieron una fuerte incidencia los hongos que acom­ pañaron a la filoxera, el oidio y el mildiu,

a los que son susceptibles, en mayor o menor grado, todos los cultivares de Vitis viriifera. Las parras de la zona de estudio en el valle del Nervión suelen tener sín­ tomas erinosis, producidas por un àcaro eriófido, de oidio y de mildiu.

Desde finales de los años 30 del siglo XX se tiene constancia de la alarmante situación de algunas poblaciones euro­ peas. Concretamente, en Alemania y Francia, la canalización del río Rhin des­ truyó muchos tramos de la vegetación riparia -de ribera- que contenían parras, y lo acaecido en ambos paises es extrapolable al resto de Europa.

La agresión humana a los hábitats de la vid silvestre, empezando por las tareas indiscriminadas de limpieza y aclareo, constituye el principal problema para su supervivencia. Así, las obras públicas -embalses, puentes, trazado de carrete­ ras-, la expansión de las zonas agrícolas, incluso las urbanizadas, junto con diver­ sas intervenciones en bosques de ribera.

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La presente imagen muestra la destrucción del bosque de ribera por la construcción de un puente y mejora de las vías de comunicación del río Arratia, a la altura del km 24,6 de la carretera N'240, en las inmediaciones de la localidad de Artea. Allí, desde octubre de 2005 hasta la actualidad, se han perdido 18 parras, algunas de gran tamaño, como la que se muestra en la fotografía.

La fotografía refleja el fuerte impacto sufrido durante la mejora de la red viaria en las proximidades de Sopelana. En esas laderas se encontraba una población integrada por 12 ejemplares en posición coluvial, muchos de los cuales habían emitido abundantes raíces adventicias, hecho que propiciaba la reproducción asexual de los citados ejemplares y su continuidad

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P a r r a s tu to ra d a s p o r la v eg e ta ció n c irc u n d a n te

i 66

zonas coluviales y deltas de algunos ríos, son algunas de las causas que han lleva­ do a la vid silvestre a figurar como espe­ cie amenazada en la lista roja publicada en 1997 por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza.

Cabe añadir la constante limpieza de cunetas de las carreteras, que afecta a todas las poblaciones situadas a lo largo de la red viaria vizcaína, así como los ha­ bituales desbroces efectuados en el en­ torno de explotaciones ganaderas. En el primer caso, un ejemplo devastador se produjo en el verano de 2006, concreta­ mente en la carretera BI-3530, mientras que del segundo cabría citar lo aconteci­ do en la Granja Experimental de Selección y Mejora Ganadera de Gorliz,

dependiente de la Diputación Forai de Bizkaia, donde fueron destruidas cinco parras silvestres que fueron estudiadas por nuestro equipo de investigación en el verano de 2004. Por otra parte, cabe de­ nunciar los vertidos de áridos, escombros y basuras sobre la población de vid sil­ vestre ubicada en las proximidades de la playa de Atxabiribil, en Sopelana. Sin em­ bargo, las mayores pérdidas podrían ha­ berse producido durante la construcción del Corredor del Kadagua, muy difíciles de valorar, al igual que en otras grandes obras de infraestructura viaria.

A estas causas directas, hay que aña­ dir la regresión a la que están siendo so­ metidas estas parras al introducir en Europa ciertas especies de vid norteame­ ricanas. Éstas fueron utilizadas como portainjertos, para paliar los efectos cau­ sados por la invasión de la filoxera, a par­ tir de la segunda mitad del siglo XIX. Algunas especies americanas son muy agresivas y, con el tiempo, han desplaza­ do a los ejemplares silvestres de sus há­ bitats. caso de importantes ríos de Centroeuropa, como el Danubio, o ríos menores y arroyos, como ocurre en la re­ serva de la Biosfera del Montseny (Barcelona) y en el Parque Natural de Cazorla, Segura y las Villas (Jaén).

Reciéntemente se asiste, además, a una progresiva colonización de hábitats periurbanos por otra vitácea introducida como ornamental, conocida como viña virgen -Parthenocissus quinquefolia-, igualmente de origen norteamericano.

Las principales plantas acompañantes de los hábitats de la vid en la zona de es­ tudio de la cuenca del río Nervión son el aligustre, aliso, arce, avellano, bivurno, espino albar, fresno, helecho -Pteridium aquilinum-, higuera, laurel, pinos, rosal, sauce y saúco. Entre las lianai destacan la hiedra, Clematis, zarzaparrilla y zarza­ mora. Algunas de ellas sirven como tutor a las parras silvestres.

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Bizkaia, la i^id t^ihe^tre

Aunque sea cierto que el estado español tenga la mayor extensión mundial de vi­ ñedos, no es menos cierta la ausencia de una figura legal de protección específica

de la vid silvestre de ambito estatal, como ocurre en países como Alemania, Francia, Hungría, Austria... Por otro lado, ninguna comunidad autónoma ha desa­ rrollado la suya, pese a haber realizado publicaciones relacionadas con esta te­ mática, como son los casos de Andalucía y Euskadi en 2004 y 2007 respectiva­ mente.

A sp ecto d e la F u en te d e M e rc u rio d e G e rn ik a tr a s el b o m b a rd e o d e la L egión C ó n d o r en 1937. S e tra ta de un B a co co n un rac io m o d e u v as en la m ano , u n o d e los p o c o s m o n u m en to s q ue q u e d a ro n en pie tr a s el cru e n to a ta q u e de lo s av io n es d e la L uftw affe a le m a n a

linológicas con una distribución irregular desde hace algo más de 9.000 años. Éstas se hacen más constantes desde los últimos 2.500 años, según el estudio paleobotánico realizado por Iriarte en 2004 para reconstruir la dinámica paisajística de la zona. En otro estudio, la misma au­ tora situaba el cultivo de la vid y los co­ natos de la viticultura en el País Vasco durante la Edad de Hierro.

Conscientes de la problemática inhe­ rente a la consen/ación de la vid silves­ tre, el Departamento de Agricultura de la Diputación Forai de Bizkaia y el Laboratorio de Entomología Aplicada de la Universidad de Sevilla firmaron en 2006 el C ontrato de Asesoram ientao y Asistencia Técnica para la Recuperación de C erm oplasm a de Vid Silvestre en el Territorio de Bizkaia (Orden Forai 851).

Los terriotorios de la cornisa cantá­ brica, desde Asturias hasta el Departamento de Las Landas, albergan todavía numerosas poblaciones de vid silvestre en diversos hábitats. En Bizkaia, las primeras relaciones de poblaciones de parras silvestres fueron realizadas por Guinea en el año 1949. En la zona de Urdaibai se han registrado evidencias pa-

Mediante el mismo, se creó un banco de germoplasma de material silvestre en la Estación Hortofrutícola de Zalla, gracias al empeño y dedicación de Ramón Amenabar y José Ramón Muguruza. Sin duda, un gran paso encaminado a pre­ servar esta planta de la que tanto nos hemos aprovechado en el pasado, me­ diante la recolección de sus frutos, y continuamos en el presente, bebiendo el mosto y degustando los granos de sus variedades domésticas. Pero harán falta otros muchos pasos que la ayuden a res­ pirar.

RAFAEL QCETE RUBIO. M. A. LdPEZ MARTÍNEZ. M. A. PEREZ IZQUIERDO Y D. GARCÍA GONZÁLEZ Facultad de Biología de la Universidad de Sevilla (LaboratoriD de Entomología Aplicada)

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► A rab ako Foru A ld u nd ia D iputación Feral de Á la va

Alara Eskualdea / Cuadrilla de Alara D;

'arquede Laíí]uzd(Wio

A pesar de nacer en Murga [Aiara), ya con

tes para construir en él un impresionante

seis años Estanislao Urquijo Landaluze fue

palacio en el que no faltaba ningún tipo de

a vivir a Laudio, a casa de unos parientes

lujo; un parque botánico, un estanque en

y para recibir la educación adecuada, bien

donde rem ar con unos botes, salones de

dirigida por un tío sacerdote. A la postre,

baile, casino, puentes, frontón... El citado

aquel niño sería el primer Marqués de Ur­

palacio, hoy convertido en parque municipal,

quijo, título de nuevo cuño concedido por

era lugar de veraneo de las personalidades

Amadeo de Saboya (1871] en gratitud por

más ilustres de la Corte, incluida la reale­

sus grandísimas inversiones en el la deuda

za. Infinidad de actividades, bailes, fiestas,

del tesoro público y, en el fondo, a su causa.

etc. colmaban el calendario para que ningún

Recibida la educación básica oportuna,

invitado se aburriese. Llegó incluso a hacer

ya de joven, fue trasladado a Madrid, a casa

una plaza del pueblo y ayuntamiento nuevos,

de otros parientes. Allí prosperó de manera

una gran escuela pública o una distinguida

vertiginosa, especialmente en la bolsa y los

estación de tren con la que impresionar a sus visitantes.

negocios, amasando una grandísima fortu­

Fue tal su importancia que no sorprende

na.

Sin embargo, el recuerdo de su niñez

que en un periódico de la época (La Libertad,

estaba en aquel caserío de Laudio y sentía

1923) se publicase que, de seguir así, no

una gran añoranza por él. Así, se hizo con

sería extraño que "Vitoria sea un villorrio y

la vivienda y con todas las fincas adyacen­

Llodio la capital de Álava”.

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___ abemos, por los estudios de ar­ queología medioambiental y arqueobotánica realizados con los restos de plantas que se han conservado en distin­ tos yacimientos, que es durante la Edad del Hierro -primer milenio a. de C.-, o en época romana, cuando se documentan, por vez primera en Euskal Herria, frutos tan comunes hoy como la uva, el higo, la oliva, el melocotón, la ciruela o la guinda.

Precisamente, vid, olivo e higuera debie­ ron de ser algunos de los primeros fruta­ les domesticados por el ser humano, quizá junto al manzano, ciruelo, cerezo y peral.

Las técnicas para acometer dicha do­ mesticación, proporcionadas por la cien­ cia llamada arboricultura, surgieron, como no podía ser de otra manera, en Oriente Próximo, algunos miles de años después de la gran revolución que supu­ so para la dieta humana el inicio de la agricultura cerealista. La arboricultura se extendió y desarrolló ampliamente en todo el ámbito mediterráneo de la mano de griegos, fenicios y romanos. De esta forma, hemos podido seleccionar desde entonces aquellos árboles de buenos fru­ tos y duplicarlos para nuestro beneficio mediante la reproducción de clones.

Las primeras semillas de uva en Euskal Oerria El consumo de muchos de estos frutos por parte del ejército romano y la genera­ lización del comercio tras la pacificación debió de influir en la propagación de los mismos, tal y como se ha constatado en Irun, en el yacimiento romano donde se ubicaba la zona portuaria de la antigua Oiasso, conocida hoy como calle Santiago. La vid -Vitis vinifera- estaba presente entre aquellos productos llega­ dos al viejo puerto de la ciudad del Bidasoa, aunque es realmente difícil saber si las semillas encontradas corresponden a plantas cultivadas en el ámbito vasco o a uvas importadas mediante el comercio.

La definición de la uva nos lleva a describirla como un fruto carnoso en for­ ma de baya ovoide o esférica que guarda en su interior entre tres y cuatro semi­ llas. Los botánicos no tienen problemas a la hora de identificarla respecto a otras especies, pero no es tan clara esta distin­ ción cuando se trata de diferenciar la subespecie doméstica de la silvestre. Se suele considerar que las semillas de pe­ queño tamaño, desprovistas de pico y, por lo tanto, más redondeadas en su contorno, pertenecen a la vid silvestre, mientras que las pepitas más grandes y alargadas, term in a d a s

en pico, corresponderían a la vid cultiva­ da. En este sentido, cabría destacar un dato que nos aporta el yacimiento neolí­ tico de Los Cascajos, en la Navarra del valle del Ebro. Este lugar de habitación al aire libre se caracteriza, entre otras cosas, por haber proporcionado el hallazgo más antiguo para todo el norte de la penínsu­ la Ibérica de una semilla de uva silvestre -Vitis sylvestris-, probablemente recolec­ tada por el grupo humano que allí habitó para su propio consumo, datada alrede­ dor del 5.000 a.C. Con anterioridad, y también en la zona de La Ribera del Ebro, concretamente en el poblado de la Edad del Hierro de Cortes de Navarra, se había encontrado ya un macrorresto de vid.

La vid silvestre es una especie que se desarrolla de manera natural en todo el ámbito mediterráneo, lo cual no es óbice para su adaptación a regiones climáticas más exigentes, ya que tolera mejor el frío y la humedad que el olivo. Así, la Vitis vi­ nifera subespecie sylvestris, la variedad no cultivada, se extendió desde muy antiguo por la vertiente atlántica del País Vasco.

Si miramos a Europa, encontramos vid silvestre en Francia desde época mesolítica, aunque su domesticación como culti­ vo no se documenta hasta la Edad del Hierro, introducida probablemente por colonos griegos asentados en la zona me­ diterránea de la Costa Azul. Griegos fue­ ron también los colonizadores de la tarraconense Ampurias, los mismos que desde el siglo V a. C. extendieron el culti­ vo de esta planta, conocida en su estado silvestre al menos desde el Neolítico.

En lo que respecta a la vertiente at­ lántica, se han identificado granos de po­ len de Vitis en el estuario del Bidasoa, fechados en el 2.700 antes del presente.

Sin embargo, semillas de vid como ta­ les no se han documentado hasta el siglo primero después de Cristo, relacionadas con activi­ dades comerciales en el puer­ to de Oiasso, la actual irun, tal y como hemos visto antes.

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TUUO ARETXAGA, DEL CASERÍO U N D IO , EN ZUHATZA (A IARA ). D ESD E M U Y JO V EN CULTIVÓ JU N T O A SU PAD RE U N IM PO R TA N TE V IÑ E D O Q UE LES DABA V INO PA R A LLENAR M Á S DE U N A D OCENA DE CUBAS D E M A D E R A

La vid ante la adversidac climática

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Las comarcas alavesas de Aiaraldea, Zuia y Valdegovía, así como otras del viejo Señorío de Bizkaia en el Alto Nervión. e incluso las del cercano valle burgalés de Mena, aparecen mencionadas en diversos documentos, algunos muy tempranos, en relación con el término wneas-viñas-. Lo curioso del asunto es que todas ellas se hallan enmarcadas en áreas poco o nada favorables al cultivo de la vid y, por tanto, a la capacidad que se le supone a esta planta de producir uvas maduras apropia­ das para la fabricación de vino.

De esto mismo se extrañaba ya el Santo Isidoro de Sevilla cuando en sus

Etimologías -obra de los primeros años del siglo VII y compendio enciclopédico del saber de su tiempo- declaraba “...allá donde la niebla o la humedad general o terreno estéril o rocoso parecían hacer prohibitivo la existencia de la vid, allí el hombre consiguió crear el viñedo para el mejor vino". Y seguramente, ese hombre recio, adusto y sufrido del medioevo, hubo de componérselas para lograr que aquella cepa, amante del calor mediterrá­ neo. arraigara con éxito en los húmedos y sombríos terrenos del norte peninsular, resistiendo a los largos días de lluvia, a los hielos del invierno y a la vaporosa niebla de los macizos montañosos. Un hombre duro y rudo, pero a la vez manso y teme­ roso, que aprendía a gobernar la nave de la subsistencia a fuerza de caer una y mil veces en la enfangada miseria de su tiem­ po. Sin duda alguna tuvo que ser paciente y bondadoso para ofrecer a la vid todo el

amor y el cuidado que necesitaba para dar su fruto, buscando la calidez del sol en laderas orientadas al sur, en pos de esa tibieza y luz que el norte húmedo y som­ brío negaba con crudeza.

Que la vid llegó a latitudes y altitudes que rozaban el límite de su capacidad bio­ lógica por adaptarse a un medio físico ad­ verso lo prueba el desarrollo que tuvo en territorios como Flandes, Bretaña, Nor­ mandia o Inglaterra, sin olvidar su actual extensión por terrenos alpinos del Valle de Aosta italiano y el sur del Valais o el Neuchâtel suizos. Príncipes y reyes, seño­ res nobles y eclesiásticos, se esforzaron en propagar la viticultura por sus regio­ nes de origen por razones de prestigio, pero también prácticas. La continua se­ lección de variedades de vid y el pa­ ciente trabajo del agricultor debieron de ser especialmente importantes para la obten­

ción del ansiado vino con el que abaste­ cer la casa, el palacio, el monasterio y la región, todo ello a pesar de la baja cali­ dad que sin duda caracterizaba a aquellos caldos. Así, no tenemos más que acudir al libro Calles Vitorianas de Venancio del Val para leer sobre la conocida calle Correría de su casco medieval y sorprendernos con una capital alavesa viticultora: “Co­ rrería [...] destinada a la venta de correas y demás artículos destinados a la guarnicione­ ría, también se le atribuye­ ron los nombres de Correjelería y de Pellejería, por la venta de correjeles y derivados, y por otro lado, el de pellejos y co­ rambres para los vinos que en los tiempos pasa­ dos se recogían en las vi­ ñas existentes en las afueras de Vitoria". Y no menos interesante resulta la constatación de que dicha calle de Correría ya existía en 1562, según nos do­ cumenta un viajero italiano llamado Nicolae Landuchio, quien, además, tuvo a bien elaborar una suerte de diccionario Dictionarium Linguae Canta-bricae-, en cuyo listado nos dejaba el nombre con que se conocían dos calles de la vieja Gasteiz: “gapatari calea-gapateria" y “gamargina calea-pellegeria", es decir, las actuales Zapatería y Correría.

SAN ISIDORO DE SEVILLA. DECLARABA EN SUS ETIM O LO G ÍAS. OBRA ESCRITA EN EL S. VII. (?UE "...ALLÁ DONDE LA NIEBLA 0 LA HUM-EDAD GENERAL 0 TERRENO ESTÉRIL 0 ROCOSO PARECIAN HACER PROHIBITIVO LA EXISTENCIA DE LA VID. ALLÍ EL HOM.BRE CONSIGUIÓ CREAR EL VIÑEDO PARA EL M EJOR VINO". Y ASÍ DEBIÓ DE OCURRIR EN LOS LLUVIOSOS VALLES Y MONTAÑAS DONDE CRECEN LAS CEPAS DE CHACOLÍ

SIN DUDA EL CARÁCTER NUTRICIONAL QUE HABÍA TENIDO EL VINO HACTA EL MEDIOEVO PASÓ A ENRIQUECERSE CON EL CARÁCTER SAGRADO QUE LE INFUNDIÓ LA IGLESIA EN EL ORDEN LITURGICO, ELEVÁNDOLO AL RANGO DE "SANGRE DE CRISTO". MONASTERIOS E IGLESIAS DEMANDABAN LA PRESENCIA DE VINO PARA CONSAGRAR LOS ACTOS RELIGIOSOS. POR LO QUE NO DUDARON EN CULTIVAR LAS DESEADAS VIDES, INCLUSO EN AQUELLOS LUGARES DE INTRINCADA GEOGRAFÍA Y CLIMATOLOGÍA ADVERSA

la vid en la documentación medieval Por motivos geográficos nos vamos a re­ ferir, sobre todo, a las tierras del occiden­ te alavés, Valdegovía, y a la histórica Tierra de Ayala, integrada hoy en la Cuadrilla de Ayala o Aiaraldea, principal enclave de la actual Denominación de Origen "Arabako Txakolina''. Tierras todas ellas de referencia insoslayable a la hora de examinar algunos de los documentos más tempranos sobre el cultivo de la vid, tanto para el ámbito vasco como para las regiones cantábricas del norte peninsular.

Podríamos decir que es bastante nu­ merosa para Euskal Herria la documen­ tación existente sobre viñas y vino en la Alta y Baja Edad Media. Además de las Fuentes Documentales Medievales del País Vasco y las ordenanzas municipales, cartularios y becerros como los de San Millán de la Cogolla, Valpuesta, Eslonza y Oña, contienen numerosos diplomas y actas con referencias al cultivo de la vid, publicados y ampliamente estudiados por filólogos e historiadores, de entre los que cabe destacar la figura de Saturnino Ruiz de Loizaga, quien ha aportado inte­ resantísimas investigaciones sobre la

vida monacal y religiosa en el occidente alavés, incluido un magnífico estudio so­ bre el cultivo de la vid en la misma co­ marca.

El siglo VIII se caracterizó por la pro­ gresiva aparición de asentamientos cam­ pesinos estables, pero también por el afán fundacional de monasterios e igle­ sias por parte de obispos y abades para ir ganando cotas de poder en unos territo­ rios de frontera -caso del occidente y norte alavés; zonas de Valdegovía y Aiaraldea- que, a pesar de lo que la do­ cumentación ha querido dejar entrever, no estaban ni tan desocupados de pobla­ ción, ni tan abandonados a su suerte como se ha dicho en repetidas ocasiones.

De hecho, cuando el abad Pablo "adquie­ re” tierras para el recién fundado monas­ terio de San Martín de Losa, se citan, entre ellas, siete viñas cercanas a Tobillas, documentadas hacia el 872: "Et VII vineas in loco qui dicitur Larrate, luxta vineas de Tovillas": pero, no sólo se habla de viñas, sino también de molinos, dehesas y ser­ nas, es decir, campos de labor y tecnolo­ gía "aprehendidos'’ por haber sido abandonados recientemente por sus due­ ños. En este sentido, la arqueología se hace totalmente imprescindible para confirmar o desautorizar lo que los docu-. mentos nos cuentan, además de para tra­ tar de llenar las carencias que esa historia documental nos deja. Y así de rotundo es el historiador Iñaki G. Camino cuando dice que " la ocupación altomedieval de los Castros de Lastra o de las villae de Valluerca y Villamanca con quienes el abad Avito, al fundar el monasterio de Tobillas, tuvo que compartir bienes públicos a través de su participa^ ción en una comunidad de pastos, es la prueba de la existencia previa de unas aldeas que percibían como propio un espacio organizado y explotado territorialmente", y que, por supuesto, W nunca habían sido abandonadas.

LAS ÓRDENES MONÁSTICAS PERMITIAN EL CONSUMO DE VINO ENTRE SUS RELIGIOSOS, HASTA UN LITRO DIARIO EN EL CASO DE LOS BENEDICTINOS

No debemos separarnos mucho ni de las primitivas aldeas ni de las pequeñas iglesias fundadas entre los siglos VIH y IX, si queremos rastrear aquellas primeras uvas cultivadas, con cuyo zumo habría de salir el vino destinado a los actos li­ túrgicos y, también, el empleado en la dieta diaria de señores y eclesiásticos, frailes y monjas, y gentes de diversa con­ dición. Zumos de uvas verdes crecidas entre la niebla para fabricar vinos áspe­ ros con los que acompañar las necesida­ des del imparable avance de la Iglesia, vinos convertidos en símbolos de poder y prestigio para mesas y altares en el oc­ cidente europeo.

Pero si de semillas se trata, segura­ mente antecesoras de nuestros chacolines atlánticos, habremos de rastrear algunos de los documentos medievales de Aiaraldea y su entorno más cercano correspondientes a otras tantas funda­

ciones monasteriales-, en los que se constata la presencia de viñas desde épo­ ca altomedieval, vides domésticas cuyas variedades desconocemos, así como sus cualidades y producciones, pero que tu­ vieron el mérito de medrar entre monta­ ñas húmedas y poco soleadas, y haber sido las precursoras, en los mismos esce­ narios geográficos, de otras cepas que más tarde darían el llamado "vino de la tierra” o chacolín. Nos estamos refiriendo a los documentos de Santa M® de Tudela, identificada con el pueblo de Retes de Tudela, en el municipio de Artziniega, y de San Víctor de Gardea en Laudio. No obstante, habremos de tener presente otros dos de comarcas cercanas, incluso más antiguos que los de Aiaraldea, a sa­ ber, los de Jaraneo, en el Valle de Mena, y Santa María de Valpuesta, ambos en te­ rritorio de Burgos aunque limítrofes con la muga alavesa.

ficaron sus viviendas y hórreos, así como bodegas [celíarios), prensas {torcularíbus) y molinos. También crearon huertos, manzanares y plantaron viñas [vineis), haciendo bueno el texto de un conocido diploma carolingio del siglo IX que decía:

Fedt eclesias et plantavit vineas.

Las palabras viña, bodega y prensa su­ ponen un refuerzo para valorar en su justa medida la importancia que tuvo el vino en aquellos primeros momentos de ex­ pansión agraria y de fundación de centros religiosos. Además, no hay que olvidar que en este mismo documento se cita por vez primera la palabra Castilla -in territorio Castelle- para referirse a ese espacio geopolítico que, al parecer, tuvo su naci­ miento en estas tierras del norte burgalés y occidente alavés, y que los musulmanes llamaban Al-Quilé -los castillos-, para re­ ferirse a estos valles cercanos al Ebro y defendidos por castillos roqueros encara­ mados en colinas y desfiladeros.

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IGLESIA DE SAN EMETERIO Y SAN CELEDONIO DE TARANCO, EN EL VALLE DE MENA

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Hasta este valle debió de llegar el abad Vítulo con el presbítero Ervigio y sus se­ guidores en algún momento del siglo VIH, donde fundaron, en el año 800, el monasterio de San Emeterio y San Celedonio de Taranco, al que donaron todo su patrimonio tanto mueble como inmueble. En el documento se citan ani­ males, enseres, tierras tomadas en pres­ sura y sernas en tas que sembrar el cereal. El acta del cartulario de San Millán prosigue enumerando las labores de aquel abad y de todos cuantos con él estaban, añadiendo que plantaron y edi­

V a Jp U G S ta

La historiografía clásica continuadora de las teorías de Sánchez Albornoz y otros han querido ver las tierras de Valdegovía como un desierto demográfico tras la implacable invasión musulmana sufrida por la mayor parte del territorio penin­ sular. Sin embargo, no creemos en una Valdegovía vacía de gentes en el año 804, sino con población indígena perfec­ tamente organizada en aldeas, con sus labrantíos y molinos, sus viñas y sus igle­ sias comunitarias, gentes con las que hu­ bieron de pactar abades y obispos que, como Vítulo y Juan, llegaron, fundaron y se establecieron sobre lo que ya había y no sobre una "tierra de nadie” como quieren hacer ver los cartularios, códices y becerros. En cualquier caso, sí que hay un hecho constatable en la documenta­ ción, y es el de la generalización del cul­ tivo de la vid por todo el territorio, no sólo para satisfacer las necesidades del

IGLESIA M O N A ST ER IA L DE SANTA M A R ÍA D E VALPUESTA, CENTRO ESPIRITU AL Y EC O N Ó M IC O DEL SIGLO IX . EN EL CORAZÓN DE VALDEGOVÍA

culto, sino también las propiamente ali­ menticias de aquellos monjes de San Esteban de Salcedo, San Román de Tobillas o del propio monasterio de Santa María de Valpuesta.

En este sentido, las actas del becerro valpostano ofrecen numerosas citas sobre la vid, y señalan a Alcedo como el princi­ pal centro vinícola de toda la comarca, con su monasterio de Santiago a la cabe­ za. Seguramente, la orientación de sus tierras en ladera hacia la exposición solar debió de resultar decisiva en aquella con­ centración de mimadas cepas. Las actas de Valpuesta mencionan, además, nume­ rosas donaciones de viñas al monasterio por parte de sus fieles, especialmente

abundantes desde el s. XI en adelante. En la actualidad no hay una sola viña en toda la comarca de Valdegovía.

S û / iâ u M c ttío . ede. "T lu d cJa .

Un documento indispensable para la co­ marca de Aiaraldea es el que corresponde a una donación aparecida en el cartulario de Valpuesta haciendo referencia al pue­ blo de Retes de Tudela, en Artziniega.

Corría el año 864 y reinaba el rey asturia­ no Ordoño I cuando una familia, encabe­ zada por Elduara y sus hijos Fredenando, Codesteo, Gisclauara, Hanni, Soario y Justa, donaba a la iglesia de Santa María

de Tudela todos los bienes muebles e in­ muebles que poseían, es decir, edificios, manzanos -pommares-, viñas -lin e a s- y tierras de sembrar -térras satioriaviles-, "todas cuantas en este mismo valle obtu­ vo nuestro padre", el marido de Elduara ya fallecido, quien habría llegado a esta

IGLESIA DE SANTA M ARÍA. EN RETES DE TUDELA (ARTZINIEGA). FUNDADA EN 864

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elevada zona del sur de Artziniega para asentar su hogar, allí donde más tarde se levantaría una torre defensiva para vigilar y "tutelar" los pasos de Gordeliz hacia el Valle de Mena y el puerto de Angulo.

Precisamente, aquella "tutela" daría luego el nombre a la población de Retes de Tudela, cuya iglesia -al borde del promontorio-aparece en posición excéntrica respecto al caserío.

Desconocemos quién fue el marido de Elduara, pero sabemos que no se tra­ taba de un simple colono llegado de le­ jos, sino de un señor de cierta importancia que roturó zonas de bosque y terrenos baldíos para convertirlos en tierras de cultivo, donde plantar cereales, frutales y cepas de vid. También edificaría

cuadras para el ganado, un molino y al­ gún tipo de borda muy modesta donde acoger la morada familiar. Algún tiempo después se decidiría a construir una pe­ queña iglesia privada dedicada a su pa­ trona Santa María, "patrona nostra Sancta Maria”, un lugar seguro al que llevar sus diezmos y pagos en especie y del que po­ der beneficiarse más tarde, convirtiendo así la obligación contributiva en provecho propio. Era ésta una costumbre bastante habitual en época astur, la de agruparse en familia para vivir en comunidad reli­ giosa, que no hay que confundir con la vida en comunidad de una orden religio­ sa tal y como la entendemos.

Vemos, pues, que el cristianismo se difundió tempranamente en la Tierra de Ayala, y con él también la cultura del vino, acompañando a una familia que de algún modo sería "representante de una nueva aristocracia, cuyo dominio se fun­ damentaba en la posesión de la tierra, en el control de los instrumentos y de la mano de obra necesarias para asegurar su explotación, y en la adquisición de ciertos derechos de explotación sobre bienes públicos", en palabras de Iñaki C. Camino: representantes, además, de una gran propiedad que fue generalizándose en el occidente alavés entre los siglos IX y XI, y que dio como resultado el surgi­ miento de grandes y poderosos propie­ tarios que liderarían el horizonte político.

Será esta vez el cartulario de San Millán, el que nos dé noticia de la donación, por parte de un tal don Jimeno y su hermana Marina, de su iglesia de San Víctor y Santiago de Gardea, con sus viñas -wneas-, molinos, manzanares y demás pertenencias, tanto bienes muebles como inmuebles, al monasterio de San Esteban de Salcedo el día 5 de mayo del año 964.

ERMITA DE SANTA CRUZ DE GARDEA CLAUDIO) EN LA PRIMERA MITAD DEL SIGLO XX, SEGÚN FOTOGRAFÍA DE JUAN A^ANUEL DE UR<?UUO, IV A/VARQUÉS DE URQUUO. SOBRE ESTE M ISMO EMPLAZAMIENTO PUDO HABER ESTADO LA IGLESIA DE SAN VICTOR Y SANTIAGO. DOCUMENTADA EN EL ANO 964

También en este caso los protagonis­ tas son representantes de la clase diri­ gente, quienes trataban de apropiarse de los medios de producción campesinos y del derecho sobre los templos, concen­ trando para ello las rentas que recauda­ ban las pequeñas iglesias de las comunidades aldeanas en unas pocas que estuvieran bajo su control. Toda una reordenación de la red eclesiástica a la que no escapó el templo de San Víctor en la aldea de Gardea, convertido des­ pués en ermita -acaso en el actual em­ plazamiento de Santa Cruz-, y barrio del

actual municipio de Laudio, cuya parro­ quia de San Pedro concentraría buena parte de las rentas perdidas por estas otras iglesias. Vemos, pues, cómo reli­ gión, política y vino iban de la mano, como partes indisolubles del nuevo sis­ tema de dominio señorial, ya fuera éste laico o eclesiástico.

A la cualidad nutricional que ya tenía el vino, además, la Iglesia medieval le ha­ bía añadido el de carácter sagrado en el orden litúrgico, un rango que ya no iba a perder y que lo convertiría en "sangre de Cristo". Monasterios e iglesias demanda­

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ban la pre­ sencia de vino para consagrar los actos religiosos, por lo que no dudaron en cultivar las deseadas vides, incluso en aquellos lugares de intrincada geogra­ fía y climatología adversa como la nues­ tra. Tampoco hay que olvidar la particularidad embriagadora del vino, como una de las pocas formas de escape que el individuo de aquel entonces podía utilizar para evadirse de la dura realidad que lo envolvía. Una bebida que, con moderación, era permitida por las órde­ nes monásticas para el consumo de sus monjes, hasta un litro por cabeza según la regla benedictina: y tema recurrente en el arte escultórico románico, donde racimos de uva, vides y vendimiadores ocupaban lugar preferente en capiteles y portadas de iglesias.

La huella del viñedo en la toponimia

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En la mayor parte de los pueblos inclui­ dos en el territorio que ocupa la Denominación de Origen Arabako Txakolina-Txakoli de Álava, así como en otros cercanos de la vecina Bizkaia, algu­ nos de los antiguos predios o heredades, dedicadas hoy mayoritariamente a pasti­

zal, conservan todavía sus viejos nom­ bres que delatan anteriores prácticas agrícolas relaciona­ das con el vino. Topónimos frecuentes como La Viña o

Las Viñas, El Parral o Los Pa­ rrales, Viña Vieja, Soviñas, Mendibiña, l^atxueta, Maskuribai, Mastondo, Ardanza... proceden tanto del castellano como del euskera, y podrían haberse ori­ ginado a lo largo de los siglos XIX y XX, para designar aquellas parcelas en las que habían perdurado viñas, si bien ya de ma­ nera residual y en medio de otro tipo de cultivos más generalizados. De hecho, la documentación de los siglos XVII y XVIII menciona numerosas heredades en las que hubo viñedo, y cuyo topónimo -Solashazas, Soelcampo, Socorral, La Ormaza o Sotoiel-, no refleja para nada la existencia de dicho cultivo. Segura­ mente, porque en los tiempos en que el viñedo cubría una gran extensión, no se­ ría funcional el uso de términos como La Viña o El Parral en amplias zonas con abundancia de vides y emparrados.

Y si abundante fue la presencia de la vid doméstica -Vitis vir)ifera- en nuestro entorno, al menos desde la Alta Edad Media, no es menos cierto que ha llega­ do hasta la actualidad sin haber perdido un ápice de su prestigio, eso sí, desacralizado, y convertido en excelente chacolí.

Viñedos de renombre que comparten es­ pacio, no lo olvidemos, con su hermana mayor, la subespecie sylvestris-, ésta, más marginada y menos cuidada por aquello de que, lo que no produce...

JUANJD HIDALGO

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El estudio de la II República Española (1931-1936) en el ámbito municipal y local se ha visto eclipsado en la historiografía por los numerosos trabajos publicados sobre la posterior Guerra Civil, de modo que lo ocurndo en estos cinco anos es bastante descono­ cido para la gente en general. Probablemente, estamos ante uno de los periodos más intensos e Interesantes de nuestra historia, en el que se dio un enorme paso adelante en la politización de la sociedad en todos sus aspectos, y que supuso una primera experiencia verdaderamente democrática para todo el Estado.

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El ejemplo de un municipio rural de la Tierra de Ayala nos servirá como muestra de lo que hpmos dicho. Si en 1931 la mayoría j ^ a población era de derechas, -p M ~ í^ ^ ca n ta rse por una opción con-«retá'y estando muchos indefinidos polí­ ticamente, en los años que van hasta 1936 la gran mayoría se acabará decan­ tando por un partido u otro, enfrentados con saña en este momento, y estos en­ frentamientos se van a trasladar a tas bases. Es ahora cuando verdaderamente empieza la militancia en los partidos po­ líticos, y no sólo lo harán los poderosos, sino también los más desfavorecidos y tas mujeres. Este hecho es común a todo

el ámbito rural vasco. La p a r t ic u la r id a d que tiene Lezama es que su ayunta­ miento se aseme­ jará más a uno de la Restauración que a la representatividad de la democracia republicana, en el sen­ tido de que se constituye desde el apoliticismo de la población en 1931 para funcionar en una época extremadamen­ te politizada, y esto va a generar una contradicción entre el sentir popular y la actuación del ayuntamiento, como vere­ mos.

El Ayuntamiento de Lezama estaba compuesto por los pueblos de Astobitza, Baranbio. Larrinbe, Lekamaña, Lezama y Saratxo, y existió desde 1841 hasta 1976, cuando se agregó al de Amurrio. En 1930, contaba con una población total de 1.444 habitantes, la mayoría de ellos agriculto­ res. aunque con un número considerable de trabajadores en el ferrocarril. De hábi­ tat disperso, se puede decir que era un municipio poco politizado y nada conflic­ tivo, dominado políticamente por los Urquijo, aunque los nacionalistas Iban apareciendo ya en 1919.

La población era católica práctica­ mente en su totalidad, y se dividía entre

tradicionalistas y nacionalistas. También había republicano-socialistas, casi todos en Lezama, Saratxo y Lekamaña, las loca­ lidades que atraviesa el ferrocarril El PNV era el partido más y mejor organizado, con Batzoki en Baranbio y junta Municipal creada en 1933 con más de cincuenta afi­ liados, y era el que más adeptos tenía pues ganaron todas las elecciones. Por otra parte, la Comunión Tradicionalista (CT) se basaba, al igual que en toda Araba, en seguir las directrices de su líder José Luis Oriol sin tener una organización de­ masiado clara. Sólo existía un sindicato, de carácter agrario: el Sindicato Agrícola Católico de Lezama, afiliado a la

Juan de lo5 Toyos en el instante de proclamar la República desde el balcón de Elbar. Fue éste el prim er municipio del Estado que lo hizo. Eran las 6:30 h. de la mañana del 14 de abril de 1951

Federación Católico Agraria de Álava (FCAA), y que contaba con cerca de un centenar de afiliados.

La II República, en términos políticos, es un periodo que rompe con todo lo an­ terior Tras siete años de dictadura con Primo de Rivera y décadas de funciona­ miento de un sistema dominado por los caciques locales que dejaba fuera a am­ plios espectros de la población, la gente se vio ante la posibilidad de elegir demo­ cráticamente a sus representantes, aun­ que el caciquismo no desapareció del todo, y además todas las opciones políti­ cas van a estar permitidas. Con el voto

universal masculino y femenino decreta­ do antes de las elecciones legislativas de 1933 toda la población mayor de edad va a participar en los procesos electorales, como electores o como elegidos.

La principal consecuencia de esto va a ser el mayor grado de politización en la sociedad, proceso cuya culminación será, desgraciadamente, la Guerra Civil. Lezama también fue partícipe de esta politización, y la comparativa de las dos elecciones municipales que hubo son los mejores

Fue éste un periodo en el que la conflictividad fue elevada y creciente, en gran parte como consecuencia de la politiza­ ción de las masas. Las izquierdas se fueron radicalizando y las huelgas ganaron en viailencia; las derechas también, y la activi­ dad de los requetés, fuerzas paramilitares carlistas, es un buen ejemplo de ello. El re­ curso a la violencia empezó a ser habitual, como un preludio de lo que iba a comen­ zar en el verano de 1936. Sin embargo, en Lezama, no parece que la proclamación de

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ejemplos. En 1931, sólo se presentaron cuatro personas por el distrito de Baranbio, que fueron elegidas automáti­ camente por el artículo 29, y los comicios -exclusivamente celebrados en el distrito de Lezama- tuvieron una bajísima partici­ pación. Analizando los resultados, se votó más a las personas que a las ideas, tanto en Lezama como en el resto de Araba, pues muchos de los elegidos ni siquiera estaban políticamente definidos en el momento de su elección. Sin embargo, en las de 1933 se ve claramente que se vota a los representantes de unos partidos.

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la República generara conflictividad ni que la hubiera posteriormente, pues no hay ninguna noticia referente a ello. Pero sí es cierto que la tensión entre las distintas facciones fue creciendo continuamente.

El periodo políticamente más compli­ cado en Euskadi se produce con el conflic­ to de los ayuntamientos vascos del verano de 1934, que en el ámbito de Lezama se concreta en la dimisión de los concejales nacionalistas josé Isasi y Ramón Azkarai el 23 de septiembre de 1934 por mandato del PNV. Serían readmitidos en mayo de 1936. Esto vino precedido por el conflicto

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generado en torno al ingreso del munici­ pio en la Comunidad de Ayuntamientos Alaveses (CAA), controlada por los tradicionalistas, aprobado el 18 de marzo de 1934 en medio de una polémica entre na­ cionalistas y tradicionalistas acerca de la cuestión. Al parecer, el acuerdo no fue to­ mado por los medios habituales o con la claridad suficiente. Por lo demás, los con­ flictos no fueron muy numerosos, hasta que se llegó a 1936, cuando los ánimos estaban bastante encrespados.

La principal característica del ayunta­ miento de Lezama fue, como hemos di­ cho, que no reflejaba el pensamiento de la mayoría de su población. Como conse­ cuencia del apoliticismo de las elecciones de 1931, el ayuntamiento quedó com­ puesto por seis tradicionalistas -incluyen­ do a los monárquicos indeterminados, no necesariamente vinculados a CT-, y tres nacionalistas, lo que no refleja el sentir de la mayoría del pueblo, que era de mayoría nacionalista como quedó demostrado en las elecciones a Cortes de ese mismo año.

Además, porcentualmente, los republica­ no-socialistas también tendrían que ha­ ber tenido al menos un representante. Los elegidos fueron Julián Agirre (alcalde).

Nicanor y Manuel Guinea, Hilario Aldekoa.

Alvaro Solatxi y Elias Gutiérrez; y Víctor Aldama. José Isasi y Silvestre Bordagarai como nacionalistas.

Las elecciones de 1933 tan sólo se ce­ lebraron en el distrito de Baranbio. en donde en 1931 se habían elegido los cua­ tro candidatos en aplicación del artículo 29. Aldama e Isasi fueron reelegidos, y se les sumaron el nacionalista Ramón Azkarai y el tradicionalista Eustasio Abetxuko, que sustituyeron a Manuel Guinea e Hilario Aldekoa. Por lo tanto, los tradicionalistas seguían siendo mayoría frente a los nacionalistas, con cinco y cuastro representantes respectivamente, a pesar de la gran victoria que consiguie­ ron los tres candidatos del PNV. Esto va a provocar que, casi siempre, el ayuntamiento de Lezama se pliegue a los

dictados de Oriol y los organismos que controlaba, como la CAA, llegando a ac­ tuar claramente en contra del sentir y pa­ recer de la población, sobre todo en el tema del Estatuto Vasco. Aunque no se tienen noticias documentales de ello, esta circunstancia provocaría no pocos enfa­ dos y malestares en buena parte de la po­ blación, lo que contribuyó a aumentar las tensiones entre vecinos y a que cada uno se ratificara en su posición y pensamien­ to.

Al principio, cuando los tradicionalis­ tas apoyaban el Estatuto para las cuatro

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provincias vascas, no hubo ningún proble­ ma. Pero tras quedar Navarra fuera del proyecto en junio de 1932, la CT empezó a mostrarse contraria a la elaboración de un estatuto sin ella, ya que veía a Araba en inferioridad respecto a Bizkaia y Gipuzkoa. El 6 de agosto de 1933 se cele­ braba una asamblea de ayuntamientos para aprobar el proyecto del nuevo Estatuto, y Lezama no acudió por acuerdo tomado el 30 de julio, probablemente si­ guiendo las directrices de Hermandad Alavesa o la CT.A pesar de la negativa de la CT, el proyecto se aprobó.

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Grupo de mujeres en Bilbao, a la espera de em itir su voto para aprobar el Estatuto de EusKadi. Era la primera ocasión en que la podían votar, gracias a las reformas de la República

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El 5 de noviembre se celebró un refe­ réndum que avalara el proyecto, y en Lezama ganó la opción afirmativa con 569 votos (75,7% del censo), mientras que sólo 8 votaron en contra. Por lo tanto, es evidente que los tradicionalistas que dominaban el ayuntamiento no habían actuado según los deseos del pueblo, ni siquiera de sus compañeros de ideología que en su mayoría también votaron favo­ rablemente, pues se pronunciaban conti­ nuamente en sentido contrario. Y por esto mismo, no se entiende que los concejales tradicionalistas y el Alcalde firmaran escri­

tos de la CAA oponiéndose enconada­ mente al Estatuto, y más teniendo en cuenta que lo hicieron antes de pertene­ cer oficialmente a dicha organización.

Sin embargo, en 1936 hubo un cam­ bio de actitud por parte de la corporación municipal ya que se unió al envío de tele­ gramas a las Cortes pidiendo la aproba­ ción del Estatuto, junto a otros catorce ayuntamientos alaveses. Es sorprendente este giro hacia posturas nacionalistas. En realidad, la explicación reside en que, tras el fallecimiento del concejal Elias Gutiérrez a mediados de 1935, las fuerzas

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en el ayuntamiento se equilibraron, y puede que los nacionalistas atrajeran ha­ cia sí a algún concejal tradicionalista fa­ vorable al Estatuto. Finalmente, se aprobó en octubre de 1936, ya iniciada la Guerra Civil.

Para dar una visión general del pensa­ miento político de la población de Lezama, veremos los resultados de las elecciones generales que hubo. Tenemos que decir que tuvieron sus fluctuaciones, pero siguiendo la tónica general que se observa en Araba, aunque el PNV ganó todas. Generalmente, las participaciones

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La corporación del Ayuntamiento de Lízarra / Estella en marcha para acudir a la asamblea de alcaldes de EusKadi, convocada para aprobar el Estatuto Vasco de Autonomía

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fueron elevadas, mucho más que en la ac­ tualidad, otra muestra de la importancia de la política para todos en aquellos años.

En 1931, se celebraron elecciones a Cortes Constituyentes, que venció el can­ didato nacionalista con el 44,97% de los votos; le siguió Oriol con el 36,39% y el candidato gubernamental con el 17,16%.

La participación fue cercana al 90%, aun­ que hay que decir que el hecho de no vo­ tar conllevaba una sanción económica.

En 1933. hubo elecciones legislativas, las primeras en las que pudieron votar las mujeres. El nacionalista Landaburu obtu­ vo el 51,36% de los votos; Oriol el 39,46% y el republicano Susaeta sólo el 7,3%. Parece ser que muchos monárqui­ cos y católicos independientes prestaron sus votos al PNV, que estaba en una diná­ mica positiva en aquel momento, mien­ tras que las izquierdas estaban perdiendo empuje y prestigio.

En las legislativas de 1936 se celebra­ ron dos vueltas, con resultados similares en ambas votaciones, y una participación elevada, del 77%. El PNV volvió a vencer, pero por la mínima: el 42,05% frente al

36,76% de Oriol. El Frente Popular obtu­ vo el 17,5% y la derechista CEDA apenas tuvo relevancia. Es llamativo que los votos que perdió el PNV respecto a 1933 no fueran a parar a la CT o a la CEDA, sino a los izquierdistas.

Como es sabido, el ambiente en España estaba al rojo vivo cuando el Frente Popular ganó las elecciones en 1936, y la sublevación franquista ya se es­ taba preparando. Lezama no fue ajena a esta conflictividad, y los choques entre nacionalistas, izquierdistas y derechistas van a ser constantes. La población, con ocasión de la guerra, tuvo que alinearse en un bando o en otro, completándose así el proceso de politización que se desarro­ lló durante toda la República, y los con­ flictos y tensiones entre los partidarios de las distintas facciones fueron constantes.

Hasta mediados de 1937 el municipio estuvo en territorio leal al gobierno repu­ blicano, siendo además frente de guerra.

Se formó un nuevo ayuntamiento, con el nacionalista Miguel Aburuza como alcal­ de, y una Junta de Defensa presidida por el anarquista Raimundo Aldama, que du­ raron hasta junio de 1937, cuando los na­ cionales tomaron el municipio, iniciándose así la era franquista.

Desgraciadamente, Lezama no volvió a tener la ocasión de elegir democrática­ mente su ayuntamiento, desaparecido en 1976, uno que reflejara el pensamiento político de sus habitantes y actuara en consecuencia. Pero la población siguió po­ litizada, como en todo el país, hasta hoy, aunque durante muchos años las verda­ deras ideas de la gente se quedaran entre los muros de sus casas y en la clandestini­ dad. Y es que la conversión de la política en algo cotidiano para las masas y para toda la población sin excepción, es una de las consecuencias más importantes que dejaron cinco años de experiencia plena­ mente democrática con la 11República.

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Hav o ca sio ne s en Las que eL hecho más entraño v e^scepcionaL puede m anifestarse frente a nosotros sin que por eLLo fijemos La aten ción en é l Uno de esos casos es eL deL estornudo, La conocida 1^1 a p a r a to s a convuLsión de nuestro sistema re spiratorio v en eL que ap e n a s reparamos por Lo h a b it u a l v cotid ian o deL mismo.

m b a r g O , las cosas no han 'siempre así y, hasta no hace dematiempo, cuando aún no estaba tan ámente definida la línea divisoria enla medicina y las creencias populares, estornudo se tenía por algo extraordi­ nario, por ser una reacción corporal cuyas razones y consecuencias se escapaban del control del sur humano, adentrándose en el insondable mundo de lo sobrenatu­ ral. Por ello el estornudo conlleva junto a sí una serie de rituales y creencias, de las cuales conocemos aún algunas, que nos transportan hasta la mentalidad penum­ brosa de nuestros antepasados.

Euskal Herria no ha sido una excep­ ción en esa serie de creencias, muchas de ellas tan extendidas que podrían clasifi­ carse casi como universales, ya que se documentan en la mayoría de culturas y civilizaciones históricas, a tenor de lo co­ nocemos y documentamos. No cabe duda de que en favor de esa divulgación tan amplia algo habrá tenido que ver el carácter espasmódico y sobrehumano que lo caracteriza y el hecho de que que­ de tan fuera del control de quien lo pade­ ce. Por ello, sin duda, ha llamado la atención del ser humano desde el princi­ pio de los tiempos.

No hay que viajar demasiado para encontrarnos de frente con ello. Y nada mejor para ilustrar esta idea que el mis­ mo nombre que el estornudo recibe en euskera: doministiku o doministikun. En su origen no es sino una forma vasquizada de la jaculatoria latina Dominus tecum ‘el Señor esté contigo' y que se decía a quien acababa de estornudar. Era una fórmula de defensa, de barrera protecto­ ra, y se debe a la creencia popular medie­ val de que el diablo podía apoderarse del alma del afectado, en un momento en que ésta se encontraba separada del

cuerpo. No eran pocos los que, imbuidos por las supersticiones de la época, creían que el alma del afectado era visible en la infinidad de pequeñas gotitas que con violencia salen junto al estornudo.

Pero existía otra creencia similar, más generalizada aún que la anterior, y ante la que también servía de protección la frase ritual más arriba citada, esa fórmula que pretende ser una oración completa aun­ que, cosas de la urgencia del momento, se presentaba resumida hasta lo más ex­ tremo. Según esta nueva variante del pensamiento popular, el diablo podía in­ troducirse en ese preciso momento en el interior del acatarrado personaje. De ahí se cree que también proviene la costum­ bre de taparse la mano con la boca en el momento de estornudar. Al margen de las obvias medidas de higiene, no cabe duda de que en una boca bien tapada no es capaz de entrar ni el mismísimo malig­ no. De ahí que se actúe de manera simi­ lar en el momento del bostezo, otro instante de máxima vulnerabilidad por abrirse la boca de una manera que esca­ pa a nuestro control.

Al margen del Dominus tecum citado, todos conocemos también otra fórmula muy extendida y que se usaba con el mismo fin: la del castellano “Jesús" o, para los que quieran aún una protección de mayor calibre, la de "Jesús. María y José".

Otra táctica común pero menos com­ prometida para las divinidades es la de decir "salud" a quien acaba de estornudar.

Al parecer esta forma es anterior a las demás y ya aparece recogida como cos­ tumbre generalizada en la Naturalis Historia de Plinio el Viejo (23-79 d. C), nada menos que desde hace dos mile­ nios. Decía así: “¿Por qué decimos ¡Salud! al que estornuda? Ésta es una costumbre

que hasta Tiberio César, según se dice, el más insociable de todos los hombres, so­ lía exigir aun cuando fuese montado en su carruaje, y algunos creen que produce mayor efecto añadir al saludo el nombre del que estornuda".

Todo parece indicar que aquel saludo pagano tan extendido fue paulatinamen­ te modificado por los primeros cristianos, sustituyendo el “salud" que parecía ser habitual por el nombre de "Jesús". Pero la finalidad, al fin y al cabo, parecía ser siempre la misma: la de proteger al sujeto en cuestión.

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tres veces por la mañana. ¿Quién osa a Ya consciente de ello, el célebre médi­ ponerlo en duda? En Oñati (Gi) incluso se co árabe Avicena (c. 980-1037) nos dice va más allá y se da fe de que con sólo ello que la costumbre de posponer una frase ya se ha ganado el cielo. Eso sí, tenían que ritual tras el estornudo estaba motivado ser tres estornudos ya con uno o dos esa por la percepción de que éste era el princi­ persona no estaba en una posición "buena pio de diversas enfermedades. Sin más. Y del todo”, según se percibía en Ameskoa que por ello se pedía a Dios que apartase el peligro que amenazaba a quien lo pade­ (Na). También eran recibidos con gran jú­ bilo los tres estornudos seguidos el uno cía. Como hemos dicho, todo ello culminó del otro si el que los realizaba era un bebé en la superchería popular medieval, cre­ recién nacido ya que, en dicho caso, ya te­ yendo que era el mismo diablo el que po­ nía asegurada la salud necesaria para ga­ dría ocupar el cuerpo vulnerable de quien rantizar la supervivencia. "Ya es de vida” se estornudaba en ese preciso instante.

Y si nos decidimos a ahondar más en exclamaba en estos casos en pueblos na­ varros de Ameskoa. la historia, nuestra misión parece no co­ Así pues, al margen de aquellos que nocer límites. Así, sabemos que los egip­ parecían avisar de un inminente catarro, cios e incluso los mismos griegos en general podemos decir que el estornu­ consideraron el estornudo como una ad­ do se ha tenido por señal de salud en vertencia divina. Pero siempre supeditado Euskal Herria. Y nada mejor, según creen­ al momento, número y tipo de los mis­ cia asimismo generalizada en nuestro mos. De ellas debieron nacer las diversas país, que unos buenos y bien sonoros premoniciones que se dan por toda "achises” para salir de la enfermedad que Europa y que daban por saludable o per­ se padece. Por ello, contextualizado en el judicial si se estornudaba por la tarde y panorama que acabamos de describir, no por la mañana, respectivamente o, en esta parece en absoluto extravagante que en última vertiente ideológica, si se produ­ ciertos lugares y épocas se haya buscado cían al levantarse de la cama o de la mesa. el estornudo como fuente de salud. Era Sin llegar a tales extremos, tampoco de tal raigambre dicha convicción que ha en Euskal Herria nos hemos librado de esa sido costumbre incluso el provocarlos ha­ corriente de ordenar, de clasificar el mun­ ciendo cosquillas en las fosas nasales con do de algo tan espontáneo como el estor­ una hierba. O introduciendo la punta de nudar. Y, por extravagante que hoy nos un pañuelo empapado en saliva. Por no parezca, sí se constata en las creencias po­ hablar de la práctica extrema, constatada pulares vascas la doble percepción del es­ en Elosu (Gi) y que consistía en aspirar tornudo, por una parte la mala que cabe polvo de café hasta estornudar. esperar por lo que concierne a la salud y, El tema es complejo y daría para un por otra, la de su concepción como algo trabajo más extenso. Pero mejor dejarlo beneficioso y casi mágico. Así. en pueblos aquí y permanecer con la boca bien ce­ como Gaubea (Ar), Gorozika (Bi), Elosu rrada. No vaya a ser que se le ocurra en­ (Gi) o Ameskoa (Na) varios informantes trar al diablo... respondieron a los cuestionarios etnográ­ ficos, diseñados por J. M. Barandiaran y FELIX MUGURUTZA aplicados por los grupos de Etniker. aseve­ Investigador rando que era muy saludable estornudar

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Frente al quebrado perfil oeste de Irlanda, se encuen­ tran las legendarias islas Aran. Dicen que su agreste y pétreo paisaje así como el incesante viento reinante ha imprimido el carácter ator­ mentado característico de sus habitantes. Diestros como nadie en la caza de la ballena, la dureza de la vida en las pequeñas islas quedó inmor­ talizada en el famoso docu­ mental Man o í Aran ( 1934), momento a partir del cual el turismo invadió el lugar.

El ultracaiólico Charles vive con calma un día más en su pequeño huerto, tras las ruinas de una iglesia gótica, testigo de la intensa vida ere­ mítica medieval en Aran.

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URTUME N° 3.

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170 páginas / 3 €

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EDITA «

José Miguel Llano Javier Cenicacelaya

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Urtume es una publicación que aparece una vez al año, pero cuando lo hace, es un ver­ ' 'i dadero regalo para quienes amamos todo aquello que tenga que ver con la cultura popular, enraizada en lo más profundo de nuestra identidad.

El Valle de Zuia es su escenario de campo, pero los temas que trata son interesantes más allá de sus límites administrativos, bien tratados y mejor presentados por quienes participan en su elaboración, a quienes hay que fe ¡citar. Especialmente bien conseguido es el que lleva por título "Las Brujas en Zuia", con un buen texto acompañado por una recreación teatralizada de gran calidad. En fin, a por el cuarto.

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« José Miguel Llano Bajo el título genérico de

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se nos presenta un libro de pequeño formato pero cuidada factura, muy adecuado, incluso, para sacarlo de paseo y gozar, a pie de calle, de las más bellas e interesantes construcciones arquitectóni­ cas de la Villa. De hecho, no se trata de un catálogo, sino de una selección de edificios que, a juicio de los autores, representan per­ fectamente la evolución histórica de Bilbao, desde la Baja Edad Media que la vio nacer hasta las más emblemáticas construccio­ nes de fin de siglo XX y comienzos del XXI, pasando por la arquitectura de los ensanches y las bellas muestras dejadas por la corriente modernista.

En fin, fotografía cuidada deTxemi Llano, como nos tiene acostumbrados, y textos ligeros pero precisos de un gran especialista en arquitectura como es Javier Cenicacelaya.

Muy recomendable para quienes quieran descubrir Bilbao a través de sus edificios.

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Estamos ante una compilación destacada del excelente fondo cartográ­ fico que se conseiva en la biblioteca de la Sociedad Bilbaína, sita en el magnífico edificio de la calle Navarra. Los primeros cinco capítulos de los seis que componen el libro, corresponden sucesivamente a los siglos XV al XIX, con un total de 82 obras descritas, entre las que destacan las 23 obras del siglo XVI, especialmente la Ceographicae de Claudio Ptolomeo, el Theatrum Orbis Tenrarum de Abraham Ortelius y el Civitatis Orbis Terranim de Georgius Braun y Frans Hogenberg. El sexto capítulo se ocupa del inventario de una colección variada de mapas y planos sueltos, donde sobresalen los magníficos portulanos del Mediterráneo realizados en el taller de los Oliva, cartógrafos mallorquines de los siglos XVI y XVtl.

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EDITA«

AUTORES

AUTOR

Este grueso volumen es Euskal resultado de una Lozak eta investigación Portzelanak en profundidad sobre las manu­ L Ü Id i facturas de loza Porcelanas y porcelana de carácter utilita­ rio, creadas en el ámbito cultural vasco desde el siglo XVIII hasta nuestros días.

Organizada por materias y ordenada cro­ nológicamente, la obra pasa revista a las producciones de lozas de los diferentes terri­ torios vascos, desde las finas de San Mamés de Busturia, pasando por las talaveras de Iruñea y Casteiz hasta las estanníferas de la Santa Casa de la Misericordia de Bilbao, sin olvidar las porcelanas de Pasages y Bidasoa.

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Tras unos interesantes y útiles mapas temá­ ticos, otros van cubriendo, página a página el extenso territorio abarcado. Y por si alguno aún tuviese dudas con la interpretación de los mismos, otro capítulo recoge en ortofotos -fotos aéreas- el mismo territorio.

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Ritos funerarios en Euskal Herria Ermitas juraderas I El balneario de Orduña en e l X IX I C órtela, e l medio subterráneo I M in asenA rd iturri i Alako Harria I El hongo trufa

La teja, usos tradicionales

La bo ina y lo s vasco s

Laudio, tradición tejera I LosTxistus Gancedo I El Badady I Murales en Murueta i El puente Bizkaia I Agotes i El jamón I Eneko, Iñigo, Ignazio, Iñaki

La Encartada, una fábrica-museo i San Juan y Santa Eulalia I Hacer la oblada I ¡Agua va! i Armas vascas para un Imperio I Kortazar eta Injicutzeta I Pettus,Pefu,Betiri,Kepa

Explotación y transformación del monte

Pipas tradicionales de arcilla

Simon Whitbum, tumba de minero I Centinelas de Toloño I Cnjz de Castillo I La metereología tradicional I El jaspe delValledeLÍodio i M irenyM aria

La vieja del monte I Un cuadro de josé Arrue recuperado I Dragones y serpientes I La cueva de Baitzola I La bellota, alimento de humanos I Mendaur

Ei Fuego Nuevo en la cultura vasca las vírgenes de la Antigua i Laestación ferroviaria de Uodío I El poder de la escritura i Ruta megalítica por Eticalar I Megalitismo didáctico I Las torres de Mandares de la Og

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los cereales, primeroscultivos en Euskal Henia

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Hacercal, unoficio vecinal desaparecido Hacer cal, trabajo de vecindad i Conocer Bilbao I Contencioso en Sierra Sálvada I Et puente de Bitoríka I Sierra de Kodes I Estibaliz

Banderas vascas; Ikurríñay Arrano Beltza Nombres con significado ofensivo I La Casa del Cordón I La ermita de Magdalena, Zuberoa I El pino radiata i Xabíer, el santo navarro

Apuestasvucas;pelota,traineru,bueyesycameros LagaKS mpestres, arqueología del vino r El ritural de las cabezas cortadas I La Cueva de los Gentiles de llarduia I Magia y verrugas I Aitziber

CastillosdeBizkaia,historiadeReyesy Señores El Castillo de Lfntzueta I Ereñozar; castillo, iglesia y necrópolis I Meñakako azken galtzerdiegilea I Cocinerasvascas I Jugatxi y Eskolunbe

Naipesmusicales,singularhistoriadeunabaraja La memoria de una pastor de Gorbeia I La ermita de San Martín de Mañaria I El monasterio de Sasiola I Basem nunca fue caserío I Irati, Iratxe e Irantzu

Muerte de un eusicaldún en Altube La explotación de las abejas en et occidente vasco t Apicultura en Eltziego I Arquitectura modernista I Portugaiete en el siglo XIX I DeAlara a Aiara

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SOCIAL AIVnOKIA uSoo BASAURI 2009 A N T Z E R K IA /T E A T R O

AGERRETEATROA "Putzuak Lehortzen" A Z A R O A K 20 N O V IEM B R E • 20:30

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OPERA2001 "Rigoletto" A Z A R O A K 28 N O V IEM B R E • 20 :0 0 • 20-15V

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lUIS EDUARDOAUTE Zuzenean/En Concierto A B E N D U A K 12 D IC IEM B R E • 2 0 :3 0 • 20-15^

A N TZERKIATTEATRO

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A B E N D U A K 19 D IC IEM B R E • 20 :3 0 • 15-10€

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ANANDADANSA "El C irco de la Mujer Serpiente" A B E N D U A K 2 6 27 D IC IEM B R E • 18 :0 0 • 6t

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Gìpuzkoako Foni Aldundia Diputación Forai de Gipuzkoa

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