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en Mandares Antiguas vascas: las Vírgenes medievales Nóminas contra^, hechizos

ElTuegc^JVluevo en la cultura vasca

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Construida a comienzos dei siglo XVI por la familia Satazar, fue reformada a.finales del siglo XVII por Simón de la C u a ^ ^

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Tras haber sido restaurada por el Departamento -de Cultura de ¡ la Diputación Forál de Bizkaia / actualmente s e encuentra ,; abierta al público.

En su interior se tía recuperado ; el ambiente del taller terrón y de^' ’ las carboneras del siglo XVIIl se han habilitado dos salas qu^ explican el funcionamiento de l¿' ferreria, así como su evolución À lo largo deltiemi: ^ en funcionamiec

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Horario de El Pobal Invierno: mañanas de 10:00 h. a 14:00 h.

Verano; mañanas de 10:0011. a 14:00 h. tardes de 16:00 h. a 20:00 h.

Lunes cerrado.

Visitas guiadas. Demostración del trabajo de hierro.

A pesar de que nuestros bosques

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se encuentren aún durmiendo el sueño invernal, al menos en apariencia, el aire nos trae ya los primeros efluvios primaverales, aromatizados por las flores más madmgadoras y templados por un sol que engorda por momentos. Será, ésta, la quinta primavera de Aunia, y no podíamos dejar pasar la efeméride sin dedicar, algunas de nuestras páginas, a ese acto inefable de la renovación, del renacer espiritual y físico que debe acompañar a todo ser vivo en cada priniavera de cada año. Sr no sentimos que una corriente eléctrica recorre nuestro cuerpo, que nuestras hormonas juegan a saltar, que nuestros ojos . se abren como faros, o que nuestros impulsos naturales van por delante del cerebro, será que continuamos durmiendo ese apacible sueño de invierno, frío y azul, helado y gris, seco de vida.

El verbo resucitar, que es sinónimo de renacer, parece acompañarnos directamente a misa, a la iglesia, a Cristo crucificado y resucitado, a la Semana Santa de color violeta y lamentos. Pero no, o, al menos, no sólo. Así lo proclamamos quienes pensamos que el ser humano ha festejado desde siempre el renacimiento de la naturaleza en cada equinoccio primaveral. El brote de la nueva vida, el resurgir de la vegetación tras su desnudez invernal, el despertar de los animales adormilados en la época fría o el instintivo ? emparejamiento de las especies para perpetuarse en nuevas generaciones, tuvo que ser, necesariamente, festejado y celebrado con banquetes, danzas, rituales y símbolos mil que han desaparecido de nuestras vidas y de nuestra memoria colectiva e individual.

Sabemos, sí, que en distintas partes de Euskal Herria se hacían sonar cencerros y matracas en la media noche del Sábado Santo o de Clona, cuando se quitaban los velos que cubrían los altares; y que se disparaban tiros de arcabuz para conmemorar el triunfo del Señor; y que los agricultores vascos bendecían sus sembrados con el agua bendita de ese gran día; y que se cogía fuego del cirio pascual para llevarlo a casa...; pero, nada, absolutamente nada más de todo aquello que debió de ocultarle tras los muros levantados por la Iglesia, una institución milenaria que supo muy bien camuflarse entre aquella sociedad antigua, y superponer sus símbolos y rituales a los que ya venían practicando aquellas mismas gentes, adecuando con maestría precisa su santoral a fechas y momentos clave del año que ya estaban ocupados por otro tipo de celebraciones paganas.

Así, pues, con todos los San Juan Bautistas (24 de junio), San Mateos (21 de septiembre), nacimientos de Cristo (25 de diciembre) y San josés (19 de marzo), y demás..., las fiestas dedicadas al sol y a la noche, al renacer y morir de los solsticios y equinoccios en la antigüedad, quedaron diluidas entre el fervor y el temor a una nueva religión que se iba imponiendo de manera inexorable.

No es de extrañar, por lo tanto, que podamos catalogar de verdadero milagro -ya que entre religiones nos movemos- el que un tema como el del Fuego Nuevo (nuestro artículo principal) haya podido rescatarse, aunque sólo sea la punta del iceberg, y escribirse en forma de artículo para A que podamos leerlo, degustarlo y hasta imaginarnos aquellos escenarios. El esfuerzo ha sido grande, aunque no lo parezca. ¡Va por todos vosotros!

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D aniel Pérez, etn ob otán ico <k Araniadi, fro ta n d o dos p a lo s d e laurel c o m o s e hacia antiguam ente en Soscaño.

N .M SZk UDABERRIA R o b e r to G o n z á le z d e V iñ a s p re M ik e l C io rro tx a tcg i N ie to J o s é M ig u e l l la n o Luis M illá n S a n E m e te rio M a r ta P e c in a D a n ie l Pérez A lta m ira C a rlo s O r t iz d e U rb in a

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4 El ritual del fuego nuevo D a n ie l Pérez A l t a m ir a

34 Las vírgenes de la Antigua vascas, un modo diferente de conocer la Edad Media FELIX MUGURUTZA MONTALBAN

D .L : NA 3 05 5 - 2002 i.S -B .N -; 9 7 Í - Í 4 - 9 3 3 5 0 3 - 2 - 1 ( O b n o n r p le ií) t

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54 Tren con destino a la estación de Llodio M

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68 El poder mágico de la escritura R o b e r t o G lez . de V iñ a s p r e

80 Ruta megalítica por las tierras de Etxalar Luis M il l á n S a n Em e t e r io

102 Megalitismo didáctico ]U A N ]o H id a l g o

118 Las torres de Mandares de la Oca C a r l o s O rtiz de U r b in a

136 Amada, Maite y María Teresa, tres nombres y un destino M ik e l G o r r o t x a t e g i N ieto

144 Publicaciones recibidas 146 Nuestras publicaciones

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s u b c r n o luego nuevo , c o n o c i d o tamlìién conio

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“fuego puro”, se ha podido c o n s e r v a r gracias a la tradi­ ción cr is tia n a de S e m a n a Sant a,

donde se manifiesta en la liturgia de la lu/ del S á b a d o de G lor ia o S á ­ bado S a n t o , adquirido, s eg ur am en ­ te, de una tra dición a nt er io r qu e se pierde en la n o ch e de los tiempos.

texto « D A N IE L PÉREZ ALTAMIRA fotos « J U A N J D HIDALGO

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U N A V EZ Q U E LA C H ISP A i; H A C A lO O SOBRE LA ' ' Y E SC A C O M IE N Z A LA TAREA DE SOPLAR. U N A A R D U A LA BO R Q U E S ó l o F iN A U Z A C U A N D O APARECE LA TA N D ESEA D A LLAMA. LA J M A C E N RETRATA A U N ‘ítX P ER T O H A C E D O R DE E C O E N EL PO B LA D O R E C R E A D O DE M A P U E R C A (BURGOS).

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-J [ ritual del suberrí se ^ relaciona con la figura de Jesucristo, quien da la luz de la resurrección y la extiende por todos los lugares; es por ello que se apagaban to ­ dos y cada uno de los hogares para dar inicio al fuego pascual, del que cada cual cogía su porción de fuego para transpor­ tarlo mediante velas, yesca u otros mé­ todos hasta sus respectivas casas, donde encendían su fuego particular. Así nos lo contaron en Ataun, donde el fuego pas­ cual era transportado mediante un hon­ go yesquero, atado con una cuerda que se hacia girar para que no se apagase la brasa. De esta forma era llevado a tos ca­ seríos donde, poco a poco, se iban en­ cendiendo todos los hogares.

En otros pueblos como Lekaroz y Etxarren de Arakil, sin embargo, los infor­ mantes nos dicen que tras consumirse el fuego pascual, lo que hacían era recoger y repartir los carbones y cenizas que quedaban para que cada uno de los pre­ sentes lo llevara hasta su casa y lo aña­ diera al fuego de su hogar, un fuego que. al contrario que en Ataun. había perma­ necido encendido en todo momento. De esta forma, aseguraban que el fuego del hogar se hacia sagrado. De cualquier modo, en ambos casos se transporta algo sagrado, como en otro tiempo lo hiciera

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el ser humano para man­ tener encendida la llama de su subsistencia. En el pri­ mero de ellos se representa la forma más antigua de conservar el fuego, mientras que en el segundo, el transporte de los carbones y cenizas no es para encender un fuego sino para sacralizarlo, por lo que se mantiene el aspecto sagrado de ese transporte. El aporte del fuego nuevo es el que sacraliza el fuego del hogar, y bas­ ta con llevar un elemento de ese fuego sagrado y echarlo sobre la fogata de la casa para conseguir tal fin.

El significado que da la Iglesia a este fuego como luz de resurrección nos pue­ de aclarar bastantes las cosas, ya que sin duda estamos ante un ritual anterior a la cristianización de Euskal Herria. Ya vere­ mos cómo en pueblos de Norteamérica este fuego nuevo coincide con la renova­ ción vegetal, y más concretamente con la del maíz, además de un ritual de puri­ ficación de los presentes. Por tanto, tiene mucho que ver con la resurrección y re­ novación de los vegetales, con la purifi­ cación de las personas, con la resurrección a la vida eterna, y tiene que ver también con el mantenimiento del carácter sa­ grado del fuego, un fuego que sólo podía ser encendido por personas puras, jóve­ nes. fuertes y vigorosas. A través de su purificación en la ceremonia del fuego, el

poder divino llegaba a todas las casas de la comunidad para renovar su papel pro­ tector por espacio de un año.

La conservación de los diferentes mé­ todos para encender el fuego nos recuer­ da el esfuerzo de generaciones enteras por conseguir esa meta y por sobrevivir, y debemos mantener la memoria de ese esfuerzo para que no se pierda en el fu­ turo. Si observamos los diferentes cultos que han existido en el mundo a los fue­ gos que se formaban espontáneamente o a los provocados por la fricción de pie­ dras de silex para inflamar el gas natural, comprobaremos que ya se tenían como lugares sagrados antes de la “domestica­ ción" del fuego, a donde la gente acudía a coger el fuego para distribuirlo al estilo

de nuestro suberri. De echo, una de las primeras religiones monoteístas -los se­ guidores de Zaratustra en la antigua Persia- tomaba estos fuegos de gas na­ tural y los sacralizaba levantando tem ­ plos en honor al fuego.

La realización del fuego nuevo no es más que una prolongación en el tiempo del ritual de aquel fuego proveniente del gas natural Un fenómeno muy intere­ sante relacionado con la creencia en dra­ gones y que merece un estudio aparte.

Encender el fuego nwevo Este esfuerzo por encender el fuego nue­ vo o fuego puro se ve reflejado en su for-

CAJITA DE C A M P A Ñ A DE U N SO L D A D O DEL SIGLO XIX. C O N T O D O LO N E C ESA R IO PARA HACER FUEGO; V ARIAS PIEZAS DE SÍLEX, U N A BARRA A U R C A D A DE HIERRO (EN REALIDAD AC ERO A L CA R BO N O ), C O N U N S U R C O EN M E D IO PARA ENCARRILAR EL PEDERNAL, Y LA YESC A D O N D E PRENDER LA CHISPA

ma más antigua tanto en Karrantza como en Goizueta, donde nuestros infor­ mantes aseguran que el fuego puro se tiene que encender de manera pura, es decir, frotando maderas consideradas sa­ gradas -caso del laurel-, o golpeando sí­ lice o sílex hasta hacer saltar chispas.

Esto último aún se recuerda en Goizueta, donde se conoce con el nombre de hartxuria a estas piedras blancas de sílex, muy duras, que al ser golpeadas fuerte­ mente pueden encender una yesca, pre­ parada con anterioridad de manera especial.

L W B £ W / t / E N L A M IT O L O G IA En toda la mitología europea en­ contramos, ya desde m u y antiguo,

mitos que nos hablan de dioses de la vegetación que eran sacrificados y resucitados cada año. Justamente, la forma más antigua de este sacrificio era mediante el fuego, ya que eran quema­ dos en él para resucitar como niños de sus propias cenizas y llegar como viejos al final del año, donde se reiniciaba el ciclo de la muerte, resurrección y vida.

Y es en esta versión donde debemos incluir el suberrí de la “cultura de la verbena", en la que se Inserta Goizueta.

Hay otra versión, no obstante, que nos habla de dos mujeres diosas; madre e hija, y esta hija no es sacrificada, sino que baja a las profundidades para atraer el Invierno. Con la primavera regresa a la superficie, y con ella el ritual del fue­ go nuevo, realizado por las gentes para que con su llegada vuelva a resucitar la naturaleza. A esta versión pertenecería el suberrí de la "cultura del roble", en la que se inserta el bardo carranzano de Soscaño. En ambas versiones se ve claramente la relación habida entre el fuego nuevo y las estaciones del año, primavera e invierno especialmente.

En la tradición vasca, el mito del dios de la vegetación guarda estrecha conexión, con los de Olentzero, Mielotxin de Lantz, Zanpantzar o San Juan-xar y la quema de Judas, todas ellas dentro de la "cultura de la verbena". Así, pode­ mos ver cómo en la mitología vasca Olentzero tiene tantos ojos como días tiene el año, y en Lesaka era quema­

do Olentzero en la plaza, lo mismo que ocurre con Mielotxin de Lantz.

Todas estas características hacen pensar que Olentzero, Zanpantzar y similares, no son sino antiguos dioses de la vege­ tación que deben morir todos los años para poder renovarse, y es en el fuego nuevo el medio para conseguir el fin de la resurrección. En este sentido, fue el cristianismo el que asoció enseguida el vínculo existente entre sacrificio y resurrección con la figura de Jesucristo, adecuando en su beneficio una realidad ya asentada antes y que se basaba en un ritual de varios días, durante los cuales se encendía el fuego nuevo y se esperaba la resurrección del dios de la vegetación. Este mismo ritual, con dife­ rentes variantes, lo encon, ^ tramos en numerosas culturas de > varios continentes, desde las más antiguas asirio-babi% Iónicas, egipcias y greco-romanas, • hasta las celtas, bálticas, mediterrá­ neas y vasca, sin olvidar otras pro^ cedentes de centro Europa, países í¡ eslavos e incluso Norteamérica. f V En todas ellas, casi siempre hay un elemento que muere -mascu­ lino- o es secuestrado y conducido al mundo de los muertos -en este caso es femenino-. Así, tenemos a Zeus, Perséfone, Nijola, Dumuzi, Adonis, Osiris, Attis, Proserpina, Ataecina, Mari, Hombre Verde,

Otras variantes como la de encender con sílex y un eslabón de hierro, o la más moderna de encender el fuego nuevo con cerillas o mechero es considerada impura y hasta diabólica por nuestros in­ formantes. Todavía hoy, en muchos pue­ blos de Euskal Herria, al encender el cirio

O le n tz e ro y el p ro p io Jesucristo. Tam bién aparece o tro e le m e n to del m u n d o infernal q u e m ata y secuestra, caso de Pikolas, Hades, Plutón, Persefone o Hel, Finalm ente, hay un ele m e n to d e luz y vida q u e sufre la perdida y lu e g o lo resu­ cita o lo trae a la superficie; en este caso en su m ayoría son diosas y es a q u í d o n ­ d e se coloca el ritual del fu e g o nuevo.

Si m iram os los antecedentes d e l m ito g rie g o de D e m e te r y Perséfone, vem os q u e solo había una diosa y q u e era ésta la q u e m ataba a su h ijo y lo hacia resucitar. Restos de este m ito lo e n co n ­ tram os en la diosa D em eter, cuando m ete e ntre las brasas a un n iñ o q ue está cu id a n d o con la in te n ció n de hacerlo in m o rta l; y lo m ism o vem os en la diosa Isis cu a n do coge al h ijo d e Astarté.

Si vam os a grabados del se g u nd o m ile n io antes de C risto, vem os a la diosa Mera m ajestuosa y e n tro n iza ­ da, m ientras el ¡oven Zeus aparece sum iso a sus pies. Posteriorm ente esta diosa pasaría a ser h e rm ana y hasta esposa d e Zeus, Hacia el sexto y q u in to m ile n io antes de cristo, en diversos yacim ientos balcánicos de las culturas vinca y egea, se han e n co ntra d o dos tipos de deidades m asculinas: ¡oven la una y vieja y barbuda la otra. Es frecuente la aparición d e una diosa con un n iñ o en los brazos y deidades m asculinas con cara triste. Podríam os estar a q u í ante u n o de los orígenes del m ito m ue rte -re su rre cció n , d o n de la diosa m ata y resucita a su h ijo -d io s de la v e g e ta c ió n - en el m ism o año.

pascual, se tiene en cuenta que la cerilla sea de madera en vez de cera, ya que ésta se considera más impura que aque­ lla. Para entender todo esto debemos te­ ner presente que el hecho de frotar dos maderas de laurel secas durante cinco horas, o encender un fuego golpeando dos piedras de sílex sobre una yesca, re­ quiere de un sacrificio notable, y ha sido precisamente ese sacrificio el que ha lle­ vado al propio ritual en su forma más pura hasta su total extinción. La exigen­ cia era tal que, en el caso del frotamien­ to de ramas de laurel, llegaba al extremo de no poder utilizar ningún tipo de yes­ ca. No obstante ello, en Karrantza sí que introdujeron en ios últimos años una for­ ma impura, como era la de utilizar papel de periódico para facilitar el encendido del fuego.

Tanto sacrificio y esfuerzo para lograr fuego nos indica que no podía ser encen­ dido por cualquiera sino por personas puras que no hubieran cometido delitos o faltas contra su comunidad de vecinos, con el fin de que ese fuego tuviese el po­ der que se esperaba de él: de renovación, purificación, protección y resurrección.

Así nos lo atestigua la etnografía y algu­ nos documentos procedentes de Escocia y Gales, donde el encendido del fuego nuevo sólo podía ser encomendado a una persona pura. Parece, además, que el esfuerzo durante el encendido tenía una misión de purificación personal y colecti­ va al mismo tiempo, entendiendo el sa­ crificio como un paso para llegar a la renovación.

En el ritual de Karrantza, las velas en­ cendidas en el sábado de gloria tomaban la llama del cirio pascual, que a su vez lo había cogido del fuego hecho mediante el frotamiento de las ramas de laureL En los días de tormenta se utilizaban las mismas velas para protegerse de los ra­ yos, y la ceniza resultante del fuego nue­ vo era conservada hasta el año siguiente para ser utilizada en el ritual del miérco­ les de ceniza.

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El fuego nuevo ha estado presente en numerosas civilizaciones y culturas del mundo, desde las más primitivas

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a las más avanzadas, sin que por ello hayan dejado de repetirse un

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buen número de características

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comunes. Veamos algunos de estos casos.

La rencvacién del maíz en el sudeíte de Norteamérica

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Este ritual era realizado por más de treinta tribus de la región y se realizaba en iulio o agosto, cuando el grano de maíz ya había madurado. Es un ritual de fuego nuevo y de renovación del grano de maíz, y a la vez de rege­ neración y purificación espiritual. Antes del ritual se hacía una purificación que duraba entre cuatro y ocho días, consistente en un día de ayuno -en el que se tomaba un purgante hecho con iiex vomitoria para vomitar y limpiarse espiritualmente- y abstinencia sexual. También se perdonaban las ofensas, se rompían vasijas que fueran viejas, para finalmente apagar todos los fuegos de la tribu y retirar sus brasas y cenizas. Una vez realizado esto, comenzaba propiamente el ritual de encender el fuego nuevo, que normalmente se realizaba al tercer día, preparándose a la vez una comida conjunta con el nuevo maíz. En aquel momento, el sacerdote encendía el fuego nuevo de manera pura, haciendo girar un taladro de madera. Una vez encendido, entraban en acción las mujeres, quienes cogían parte de él para llevarlo a sus casas y encender allí sus respectivos hogares con las brasas procedentes de! fuego nuevo. Al día siguiente de esto, los indios se pintaban de blanco y se daban un baño ceremonial de purificación en un río. Este ritual marcaba el final de un año y el comienzo de otro. Los indios salían de este ritual reforzados espiritualmente y preparados para aguantar el nuevo año.

E l Jue^e nueve en Eureka El que más ha recogido este tema del fuego nuevo en Europa es James G. Frazer en su libro Balder le Magnifique. En él se recogen una serie de trabajos de campo llevados a cabo en toda Europa a principios del siglo XX. En ellos se pone de manifiesto, para el caso de los países católicos, que el fuego nuevo se realizaba en el sábado de gloria de la semana santa, y se describe, asimismo, que el encendido debía ejecutarse de forma pura, esto es, ayudándose del sílice, del frotamiento o de una lupa. En el caso de los países ortodoxos, sin embargo, solo se hada una especie de fuego nuevo en Jerusalén. También nos cuenta cómo en la noche que va del Sábado de Gloria al Domingo de Resurrección se apagaban todos los fuegos de las casas, y cómo la gente prendía sus antorchas del fuego sagrado para llevarlas a sus hogares y encender el suyo propio, Frazer nos menciona numerosos casos de estos fuegos nuevos, que eran reforzados con fuegos puros de emergencia y que sólo se encendían para casos de calamidad o enfermedad. Cuando llegaba la desgracia, las personas o animales enfer­ mos tenían que pasar por unos rituales de purificación basados en baños de agua y humo procedente del fuego puro.

E l jue 0 C nuevo en Jajfén Existe dentro de la religión sintoísta de Japón un ritual que se realiza en el templo de Gion (Kyoto) el día de año nuevo, consistente en encender un fuego de manera pura y con una madera sagrada, procedente de una coni­ fera llamada Hinoki. Sólo hay dos métodos válidos para el encendido, bien frotando dos trozos de la citada madera -en cuyo caso se le llama fuego KiriBi-, bien golpeando el sílex contra el acero -llamado fuego Uchi-bi-. Una vez encendido el fuego, los habitantes de Kyoto acuden al templo a recoger el fuego sagrado y llevarlo a sus casas, donde les protegerá todo el año.

ElJue^¿j nueve en las tribus africanas En la mayoría de las tribus del sur de Àfrica el fuego nuevo no existe en sentido estricto; más bien se trata de un fuego sagrado que jamás debe apagarse, ya que de ocurrir esto llegaría la calamidad para la tribu. Cuando tal infortunio sorprende a la comunidad, dicho fuego sagrado sólo puede ser encendido de manera pura, por medio del frotamiento de maderas y ejecutado por un hombre sagrado, una suerte de sacerdote o chamán. Sin embargo, el cuidado del fuego para que no se apague corre a cargo de las mujeres, normalmente vírgenes o que han jurado celibato, con el objeto de que la misión de guarda sea cumplida en exclusividad. Este aspecto del cuidado del fuego sagrado por las mujeres, como encargadas de velar por el fuego del hogar para que no se apague en lodo el año, también lo hemos visto en las vestales de la antigua Roma y entre los celtas.

El fuego nwevo de Soscciño Karrantza es un territorio cerrado del oeste de Bizkala, donde pueblos y case­ ríos se esparcen por el valle, haciendo que sus gentes tengan un carácter pro­ pio e independiente, debido a un acusa­ do aislamiento que les hizo conservar una cultura enraizada con los primeros tiempos de su poblamiento. Una de es­ tas señas de identidad ha sido la conser­ vación del fuego nuevo a través de un

método de encendido que sólo ha teni­ do parangón en Rumania, aunque con unas características propias que lo hacen único en el mundo.

Nuestros informantes nos dicen que este método de encendido se aplicaba tanto para fines religiosos como domés­ ticos. Para el primero de los casos se usa­ ba la peor madera para encender el fuego, la de laurel, y no se tomaba en cuenta la fase de la luna a la hora de ir a cortarla. Para el caso domestico, sin em-

bargo, se utilizaba la mejor madera posi­ ble, la de avellano, y el helecho seco para sacar la llama. Además, sí se tenía en cuenta la luna para hacer la poda del avellano, siempre durante la luna men­ guante de enero o febrero. Tanto si el fin era religioso como doméstico, el método utilizado era el mismo. El tiempo de fro­ tamiento puede variar desde una hora para el uso domestico -caso del avella­ no-, a cuatro o cinco horas para uso reli­ gioso -caso del laurel-.

Finalicíad religiosci Llegados a este punto, vamos a hablar ahora del caso religioso y en qué contex­ to se utilizaba. Nuestros informantes nos dicen que antiguamente, en el pórtico de la iglesia de Soscaño, se encendía el fue­ go sagrado del sábado de gloria, dentro de la liturgia de la luz. Durante la primera mitad del pasado siglo XX se decía en Soscaño que la luz encendida en aquel día especial debía ser una luz pura, naci­

A L FO N S O ARCO, PRINCIPAL IN F O R M A N T E DE S O S C A Ñ O

da del frotamiento de los palos del lau­ rel. El ritual se preparaba con mucha antelación, ya que era en Semana Santa cuando los hombres procedían a cortar algunas ramas del cita­ do árbol para subirlas luego al campanario de la iglesia de Santa María de Soscaño y dejarlas secar durante un año, hasta la Semana Santa si­ guiente. Cumplido el tiem ­ po, era entonces cuando el / laurel era bajado el día del sábado de gloria hasta el pórtico del templo. Una vez allí, los frotadores del laurel se preparaban para iniciar el ritual un año más: tres perso­ nas jóvenes y fuertes que se da­ rían relevos para frotar, y otras tres para soplar, aunque había

ocasiones en que las mismas que frota­ ban eran las encargadas de soplar cuan­ do cambiaban el relevo.

El ritual daba comienzo a la tarde, so­ bre las 19.30 h, y tenía que finalizar con el encendido para las doce de la noche, aunque a veces podía alargarse más. Los frotadores del laurel tenían que ser per­ sonas fuertes y resistentes ya que se tra­ taba de una ardua labor que podía prolongarse por espacio de cinco horas.

El primer frotador se sentaba sobre el suelo del pórtico y colocaba una rama de laurel recta, del grosor de un vaso de vino, y de un metro y medio a dos me­ tros de longitud, con toda su corteza, apoyando uno de sus extremos en el sue­ lo y el otro en su propio pecho u hom­ bro, según la costumbre de cada persona.

Seguidamente, tomaba otro palo del mismo grosor y de una longitud de unos 40 centímetros, sujetándolo con las dos

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r-DANIEL PÉREZ EXPLIC A N D O EL RITUAL DE S O S C A Ñ O

manes por ambos extremos y en posi­ ción perpendicular al primero, como for­ mando una cruz con él. Desde esta postura iniciaba un movimiento ascen­ dente y descendente, desplazando el palo corto que sujetaba con las manos a lo largo del palo base, sobre el que ejer­ cía una gran presión. Este movimiento rítmico iniciaba un calentamiento de la superficie frotada, haciendo saltar la cor­ teza al cabo de una hora. Entre tanto, el primer frotador iba siendo sustituido por otro, hasta que también se cansaba, y así, sucesivamente entre los tres frotadores.

Mientras, los sopladores aguardaban su turno pacientemente, a que los frotado­ res empezasen a sacar humo a la made­ ra. Después de hora y media o dos horas, la madera estaba tan caliente que nadie podía tocarla sin llegar a quemarse. Era el momento en que empezaba a echar humo, un humo con olor a laurel que se

desprendía de la madera y era absorbido por la nariz y los ojos del frotador, que veía así dificultada su labor debido al es­ fuerzo que estaba realizando, respirando un humo que se le metía en los pulmo­ nes necesitados de oxígeno. Era el mo­ mento de la intervención de los sopladores, que centraban una y otra vez sus bufidos en la zona de donde salía el humo. De esta manera, minuto a minuto y hora tras hora, con el esfuerzo de fro­ tadores y sopladores, se avivaba más y más el humo, a la vez que se desprendía un polvo de serrín negro y humeante del surco acanalado que se iba formando con el vaivén del frotamiento.

Para este momento, el humo era ya tan espeso que a mucha gente se le ha­ cia difícil respirar, sobre todo a quienes más cerca estaban: frotadores y soplado­ res. Pero no había tiempo para retirarse, sino para intensificar aún más la labor de

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soplar.

Habían pasado ya cua­ tro o cinco horas des­ de el inicio del ritual y la brasa empezaba a salir por toda la zona de frotación.

Era tan intenso el ca­ lor en toda el área car­ bonizada que llegaba a formar una brasa unitaria de unos cuarenta centímetros de longitud. Según nuestros informantes, ia brasa se formaba alrededor de la corteza,

y era la corteza la que más se abrasaba.

Había llegado, entonces, el momento de coger las hojas de laurel secas y echarlas sobre la zona incandescente para que prendiesen fuego. Los sopladores no ce­ saban en su labor y conseguían que las hojas de laurel se inflamaran sin necesi­ dad de yesca. Se había cumplido el ritual, el fuego salía de la madera sagrada de una manera pura. Seguidamente, la gen­ te pasaba con sus velas y las encendía en el fuego central que iiabía surgido de aquel acto realizado en comunidad. Tan sólo restaba trasladar cada porción de aquel fuego hasta cada una de las casas de cada habitante de Soscaño, para man­ tener viva la llama de la vida un año más.

No obstante, nos movemos aquí en el terreno de las suposiciones, ya que nues­ tros informantes recuerdan que esto úl­ tim o ya no se hacía.

Es curioso cómo en otras partes del mundo, cuando el fuego tenía que surgir de la madera sagrada, se aplicaba el mé­ todo de la varilla giratoria sobre una ta­ blilla a la que se taladraba. En el resto de Euskal Herria e incluso en otros pueblos de Karrantza el fuego nuevo se encendía con sílex, y sólo en Soscaño y Rumania se frotaban las maderas hasta sacar fue­ go con la ayuda del frotador y del sopla­ dor. No obstante, los de Soscaño tenían alguna diferencia respecto a los de Rumania, ya que las ramas empleadas por estos procedían de maderas distin­ tas, una blanda y otra dura, además de incluir yesca de hongo para facilitar el encendido del fuego, elemento que los de Soscaño despreciaban por considerar­ lo impuro. Únicamente se permitían el uso de hojas de laurel secas para conse­ guir llama, lo cual obligaba a calentar más la madera que en el caso de Rumania. A pesar de todo, uno de nues­ tros informantes tuvo que admitir la in­ clusión de un elemento extraño en el ritual, como es el caso de papel de perió­ dico para favorecer el encendido. Esto ocurrió en los últimos años en que se ce-

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EL AU TO R C O N EL M É T O D O DE LAUREL DE S O S C A Ñ O

lebró el ritual del fuego nuevo. Por últi­ mo, señalar que en Rumania el frotador estaba de pies, mientras que en Soscaño mantenían esta posición sólo para el caso del fuego doméstico con el avella­ no, correspondiendo al suberri la de sen­ tado, la más incomoda y sacrificada.

Experimentcición Hemos experimentado el mismo ritual en diferentes posiciones y, curiosamente, la postura de estar sentado y presionar sobre la madera es la peor y la más difícil de todas, lo cual confirma que se trataba de una posición ideada para sufrir mien­ tras se frotaban ambos palos. En los ex­ perimentos realizados también nos dimos cuenta de la influencia que tenía el secado de la madera de laurel en la consecución del fuego mediante el mé­ todo de frotamiento. Así, cuando utiliza­ mos madera secada a la intemperie o mal secada frente a otras que se habían secado al lado de una fuente de calor o en lugar bien aireado, la diferencia era notable, ya que era imposible hacerlas arder, aunque, aparentemente, parecie­ ran secas. También nos dimos cuenta de la influencia del grosor de la madera, ya que un palo poco grueso llegaba a ero­ sionarse y partirse con facilidad después de tanta fricción durante tanto tiempo.

Otro apercibimiento reseñable es que la corteza del laurel es muy dura y le cues­ ta mucho deteriorarse por la fricción, al contrario que la del avellano, más frágil al roce. O tro factor a tener en cuenta es el de la humedad ambiental, ya que si ésta alcanza valores del 80 ó 90 por cien­ to, es totalmente imposible hacer fuego; por consiguiente, es necesario que la hu­ medad ambiental sea moderada o baja para la eficacia del método ensayado para conseguir fuego.

En la prueba de fricción con la que conseguimos una pequeña brasa contá­ bamos con madera de laurel secada al

lado de una estufa durante un año. El ex­ perimento lo realizamos de pie y frotan­ do a relevos entre dos, con turnos cortos de entre cinco y diez minutos hasta lo­ grar brasa al cabo de hora y media. El sis­ tema que utilizamos no era el de estar sentado, sino de pies, apoyando el palo largo sobre una mesa para conseguir ma­ yor potencia de fricción. Cuando empie­ za a salir humo mediante este sistema, es tal el calentamiento que sufre la ma­ dera, que empieza a humear no solo la zona friccionada, sino también la que esta debajo, formándose polvo negruzco e incluso trozos de carbón vegetal, cosa que con otros métodos no ocurre.

fmaWdad doméstica La particularidad del rito del encendido del fuego frotando dos ramas parece te ­ ner su origen en la zona de Karrantza y de la vecina Nava de Ordunte, en territo­ rio burgalés, donde se han encontrado testimonios de encendido de fuego do­ méstico por este método. Seguramente, el arraigo que tuvo este sistema entre la población pudo haber determinado otro usos y otros fines, llevando a su sacralización en el ritual del fuego nuevo de Soscaño con las ramas de laurel El caso domestico varía un tanto res­ pecto al religioso, ya que se busca más el aspecto practico que cualquier otra con­ notación. Para ello se precisa de una ma­ dera que tarde poco tiempo en coger fuego, y en este sentido, los palos secos de avellano son la mejor opción de entre las posibles. Nuestros informantes nos dicen que para cortar las varas es muy importante tomar en cuenta el estado lunar, ya que de hacerlo con la luna cre­ ciente de los meses que van de septiem­ bre a febrero el avellano dura poco; sin embargo, con la luna menguante del mismo periodo, el avellano se seca mejor y dura más, un secado que debe prolon­ garse por espacio de un año.

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A VELLANO

Otro elemento importante de este encendido era el helecho, para cuya re­ colección era imprescindible acudir al monte provisto de una guadaña espe­ cialmente diseñada para dicha tarea o una hoz. Una vez en el lugar, se procedía a segar el helecho y a recogerlo en fajos que se transportaban al caserío. Los far­ dos de helecho se colocaban en pareja, uno sobre el otro en forma de cruz, para lograr un mejor secado.

El tercer componente necesario para dar inicio al proceso de encendido del fuego doméstico era un taco de madera sobre el que había de apoyarse el extre­ mo inferior del palo de avellano. Madera que también debía estar perfectamente seca para evitar la pérdida de calor.

Finalmente, un banco, también de made­ ra, haría de base y de apoyo.

El primero de los palos de avellano medía alrededor de 80 centímetros de longitud y la mitad de grosor que el de laurel, mientras el segundo apenas lle­ garía a los 40 centímetros. Para encen­ der el fuego se aplicaba el mismo método que en el caso del laurel, pero con una diferencia: el palo más largo no se apoyaba directamente en el suelo, sino sobre el taco de madera, previa­ mente colocado sobre el citado banco.

Hay que añadir que entre el taco y la punta de la vara de avellano se coloca­ ba un manojo de helecho seco. El ex­ tremo superior, empero, descansaba contra el pecho del frotador, el cual, posicionado de pies, se lo colocaba a la manera más cómoda para él.

El frotador cogía entonces el palo corto de avellano y lo situaba perpendi­ cular al otro, en forma de cruz, asiéndolo con una mano por cada extremo y pre­ sionándolo sobre el palo largo, mientras iniciaba un movimiento repetitivo de arriba hacia abajo y viceversa. El frota­ miento y la presión iban calentando la madera y logrando, al cabo de un tiem ­ po, que fuera desprendiendo humo. Un polvo negro iba cayendo desde la zona

IGLESIA D€ SA N T A M A R ÍA DE SO SC A Ñ O , D ER RU fD A A C O M IE N Z O S DEL SIGLO X X PARA EDIFICAR LA ACTUAL

de frotamiento hacia el helecho seco de la base, donde, al cabo de unos cuarenta y cinco minutos, la acumulación en for­ ma de brasa era ya tan notoria que, casi sin esfuerzo, prendía el seco nido de helecho. Nuestros informantes aseguran que es éste un método rápido, cuyo tiempo de realización podría situarse en­ tre quince minutos y media hora si se cuenta con alguien que sople en la zona donde sale el humo. Este método requie­ re presión y velocidad, una constante que puede adelantar mucho el encendi­ do de la brasa.

A decir de nuestros informantes, po­ dían utilizarse otras maderas como el sauce para la consecución de este fuego, pero lo más importante, según ellos, era encontrar una postura lo mas adecuada posible a cada persona para poder ejer­ cer la mayor presión y velocidad que las fuerzas le permitan mantener.

Sitwdción del rito El ritual que hemos presentado del fuego puro se sitúa junto a la entrada de la iglesia de Nuestra Señora de los Milagros, en el barrio de Soscaño, uno de los más elevados del municipio de Karrantza. La iglesia que hoy vemos, en estilo neogòti­ co, es al menos la tercera, ya que fue edi­ ficada en la primera década del siglo XX en sustitución de un bello ejemplar de arquitectura religiosa provisto de ele­ mentos góticos y de la clásica espadaña propia de los viejos templos carranzanos.

Como curiosidad, decir que la actual igle­ sia rompe con la orientación de su predecesora, ya que en lugar de disponer su ábside al este lo hace al frío y húmedo norte, con la entrada por los pies de la nave. Esto quiere decir que el ritual del fuego nuevo había cambiado necesaria­ mente su ubicación en el siglo XX, desde

I

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el pórtico oeste de la antigua iglesia al acceso sur de la nueva, un dato muy sig­ nificativo que rompía, de alguna manera, con ambas tradiciones: orientación co­ rrecta del ábside al nacimiento del sol y, probablemente, orientación correcta del suberrí a la puesta del sol. desde donde mejor se demostraría luego su renacer.

Existen otros elementos, además, que nos hacen pensaren una primitiva iglesia de origen románico e incluso prerrománico. como es el caso de una ventana monolítica provista de dos luces y dos óculos sobre ellas, de clara influencia as­ turiana y fechable entre la segunda mi­ tad del s. X y mediados del s. XI. De esta pieza sólo se ha conservado una mitad vertical, sacada a la luz recientemente en unos trabajos de cimentación realizados en derredor del templo Otro elemento de interés es la fuente que hay tras la Iglesia y al pie de una enorme encina. Un par de peldaños per­ miten descender al vaso del manantial, recubierto enteramente de sillares de piedra. No es inoportuno acordarse de SimaTroyanovic en este momento, quien en 1920 y 1930 recogiera tanta informa­ ción en la zona de Serbia sobre ritos en los que intervenían tanto el agua como el fuego nuevo. Aquellos rituales servios tenían lugar en un manantial de agua pura, bajo cuya fuente y entre las raíces de un árbol -normalmente un nogalpracticaban un túnel. El ritual incluía una purificación con agua para dejar los ma­ les en ella, y a continuación se pasaba por el túnel, en cuya entrada se había encendido, con antelación, el fuego nue­ vo.

No deja de sorprender el gran pareci­ do del ritual descrito con la ubicación de dichos elementos en Soscaño: manantial de aguas puras o sagradas (junto a la iglesia), acceso por escaleras al vaso de la fuente (como descendiendo a una cue­ va) y encina centenaria (árbol sagrado y totèmico). La antropología constata, por lo tanto, que los rituales del fuego nuevo

A L F O N S O SEÑ A LA EL PU N T O D O N D E SE H A C lA EL FUEGO

están muchas veces asociados a los del agua pura de manantial, a los grandes ár­ boles, es decir, a los centros de religiosi­ dad natural, sobre los que más tarde la Iglesia ubicó buena parte de sus templos, precisamente para dominar el viejo ritual y hacerlo suyo, enmascarándolo con la aureola del cristianismo.

La gente acudía a estos lugares a pu­ rificarse en sus aguas y acogerse en su

fuego nuevo y en el humo que despren­ día éste, ya que así curaban sus males y protegían sus cosechas, campos, ganados y casas. Si en Soscaño hubo o no algún tipo de ritual en las aguas del manantial se nos escapa, al menos mientras no se haga alguna investigación arqueológica en torno a la fuente. Nos conformamos, de momento, con haber llegado a tiem ­ po de salvar del olvido el formidable su-

berrí que se hacía. Sin embargo, para que sirva de ejemplo y no extrañe a nadie, ci­ taremos el santuario navarro de Sanjoanzar, cercano al pueblo de Arantza y en plena comarca de Cinco Villas, don­ de una mole de piedra en forma de pas­ tor, al modo de un dios barbudo de la vegetación, representa a San Juan. Allí, las aguas brotan bajo el santuario y tie­ nen las mismas atribuciones de purifica­

abandono de prácticas habituales en el mundo rural, con especial énfasis a partir de la década de los cincuenta, dominada por una masiva industrialización y una creciente aculturación de los valores tra­ dicionales.

Otros posibles m étodos de encendido

M A N A N T IA L DE A G U A JU NTO A LA IGLESIA

ción de males que las de Serbia, sin olvidar que Sanjoanzar también esta li­ gado al fuego, a las hogueras de la noche solsticial.

Cronología del rito

I

Según nuestros informantes de Soscaño, el ritual del fuego nuevo o suberri -cuyos orígenes se desconocen por completo, aunque hemos aventurado algunos- se dejó de realizar en la década de los años cincuenta, y su pérdida fue debida al tre­ mendo esfuerzo y sacrificio que precisa­ ba dicha acción y que la gente joven de aquel momento no estaba dispuesta a realizar. Esta fue la razón esgrimida para dejar de hacer un ritual que, a decir ver­ dad, hoy muy pocas personas de Soscaño recuerdan. Sin duda, otros factores más determinantes ayudaron a que el rito se dejara poco a poco de lado, como son la pérdida de fe entre la población más jo ­ ven, la desacralización de la sociedad y el

Existen en Euskal Herria otros posibles métodos de encendido de fuego nuevo que se han conservado para otros fines, casos de Munitibar y Ataun. En la prime­ ra de estas poblaciones se hace referen­ cia a un método para extraer serrín del avellano verde, un componente que, se­ gún parece, era reservado para usos me­ dicinales y de higiene. Para ello, se cogía una vara gruesa de avellano y se abría por la mitad, sin llegar con el corte a ninguno de sus extremos. Seguidamente, en la ranura practicada en el centro del avellano, se introducía una rama más delgada que la atravesaba formando una cruz con ella. A partir de aquí, se iniciaba un movimiento de frotación con la vari­ lla de adelante hacia atrás que, poco a poco, iba soltando el citado serrín. De cualquier forma, sí queda claro que con este sistema la madera se calienta más rápidamente que con el método de Karrantza, por lo que podría tratarse de un método más evolucionado para en­ cender fuego. No obstante, nadie recuer­ da que tuviera este cometido en la zona de Munitibar, a pesar de ser verosímil, por lo tanto debemos movernos en el terreno de la hipótesis y de lo probable hasta no disponer de argumentos más definitivos.

Respecto a la población de Ataun, cabe destacar la información recogida sobre el pastor Xavier Zeberio, a quien un grupo de testigos vieron encender fuego haciendo girar una vara de roble de medio metro de longitud sobre ramas.

Podríamos estar aquí ante uno de los

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EL AUTOR E N SA Y A N D O C O N EL M È T O D O DE AV ELLAN O DE M U N IT IB A R

métodos de encendido de fuego más an­ tiguos, quizá utilizado también para ela­ borar el suberrí en esta zona del Aralar guipuzcoano.

Ambos métodos se ajustan a lo que, según Fraser, debía respetarse para en­ cender un fuego nuevo: frotamiento de ramas, golpeo de sílex o uso de una lupa.

Sus informantes de los Balcanes le ha­ bían asegurado, a comienzos del s. XX, que para ser efectivo el fuego pascual te­ nia que estar vivo, es decir, que no podía proceder más que de él mismo y que no se debía encender jamás con azufre o ce­ rillas, ya que estaría asociado al diablo y al mal. Por tanto, encender un fuego nue­ vo con cerillas, sería como llamar al mal y traer la desgracia sobre los responsa­ bles. Tampoco puede proceder de una si­ D IV ER SO S ELEMENTOS PARA HACER FUEGO

miente, es decir, de otro fuego que haya sido encendido de manera natural, como es el caso de los fuegos formados por emanaciones de gas o la acción de un rayo; este último caso, asociado con la tormenta y el mal.

No tenemos más que observar los términos utilizados por los informantes para describir el suberrí: fuego puro, nue­ vo, ardiente, vivo, fuerte, limpio y santo.

Términos que hablarían de atraer el bien y la protección ante los males, por lo que, sin duda, el actual ritual de semana santa no cumpliría las condiciones de pureza para toda aquella gente protago­ nista de antaño, y traería consigo la des­ gracia y el mal para la comunidad, convertido en un fuego impuro, muerto, sucio, diabólico, apagado y viejo.

El fuego nuevo de Go\zueta El pueblo de Coizueta esta situado en Navarra y rodeado por montañas que le confieren un cierto aislamiento, particu­ laridad que, al igual que en el valle de Karrantza, ha hecho que se conserven mejor las viejas tradiciones. De hecho, el ritual del fuego nuevo ha persistido en la memoria de sus gentes, muy relacionado aquí con el carbón vegetal y las piedras de sílex.

Método religioso El fuego puro de Coizueta sólo podía ha­ cerse utilizando piedras de sílex blanco, conocidas en la localidad como hartxuría. Debían golpearse una contra otra, piedra contra piedra, y nunca piedra con­ tra metal por ser considerado impuro.

Recogimos algunas de estas piedras para experimentar con ellas y vimos que sa­ caban chispas muy pequeñas, incapaces de encender la yesca. Decidimos por ello buscar asesoramiento en el Departa­ mento de Prehistoria e Historia de la Sociedad de Ciencias Aranzadi, donde nos informaron de personas que sabían hacer fuego de esta forma. Enseguida comprobamos lo complicado del méto­ do, ya que había que sujetar una piedra junto con un trozo de yesca debidamen­ te preparada en una mano, mientras con

la otra, provista de otra piedra, se iniciaba el golpeo a base de fuertes impactos con el fin de lograr una chispa duradera que inflamara la yesca.

El golpeo, además de fuerte debía ser atinado por dos razones, primero para lograr el objetivo de sacar la chis­ pa, y segundo, para evitar un fallo que pudiera destrozar los dedos de quien lo manipula. Sin duda, una labor de destre­ za que viene a evidenciar la dificultad que entraña esta manera de encender el fuego nuevo. Curiosamente, el etnógra­ fo y antropólogo Ramón Violant i Simorra recogía en su libro Obra Oberta sobre la cultura pirenaica que en Coma de Burg, una población del Pallars Sobirá, los pastores encendían el fuego golpeando dos piedras blancas, una con­ tra la otra, y lo hacían agarrando con una mano un sílex blanco junto a un trozo de yesca que apoyaban, a su vez, sobre un yunque de piedra para aguan­ tar mejor la descarga del fuerte impac­ to que proporcionaba la piedra asida con la otra mano.

No es éste el único ejem- f v pío de utilización del sílex blanco en Cataluña y Aragón, lo que demues­ tra que no estamos ante un método de encender el fuego nuevo exclusivo de Coizueta, sino, posible­ mente, de toda la cultura pirenaica.

Una vez encendido el fuego con el sistema descri­ to, entraba en acción un ele­ mento que ya hemos mencionado al inicio: el carbón vegetal. Para ello, se traían unos cuantos trozos de este carbón para alimentar la llama y con­ vertirlo en brasa, la misma brasa que encendería luego el cirio pas­ cual. Como en el caso de Karrantza, este fuego se hacía el sábado de

gloria y significaba la resurrección de Jesucristo, que extiende su luz en todas las direcciones.

Este método de encender el fuego ha sido y es muy controvertido, considerado por algunos etnógrafos y prehistoriado­ res como una leyenda más que como una realidad. Esto es debido, sobre todo, a que las experimentaciones realizadas por ellos reflejan fallos tanto en la forma como en la intensidad del golpe propina­ do para sacar chispas duraderas, sin olvi­ dar otros errores manifiestos en la adecuada preparación de las yescas.

En un concurso de encendido de fue­ go celebrado en el Pirineo se utilizó un gran repertorio de métodos, entre los que se encontraba el usado en Coizueta.

Quienes lo practicaron defienden que el sílex debe ser muy puro y el golpe muy fuerte y certero, habiendo de tener en cuenta, además, la correcta preparación de la yesca. En aquella competición se logró hacer fuego de esta forma, demos­ trando la eficacia del método si se reali­ za correctamente y negando con rotundidad que este sistema de encendido sea una leyenda como quieren hacer ver algu­ nos investigadores.

Argumentos parecidos se esgrimieron en contra del método de encendido que utilizaba un perforador y una tablilla, desprecian­ do los pequeños trucos que había que consi­ derar a la hora de ha­ cer la perforación en el borde de la tabli­ lla, como el practi­ car un entrante pequeño que re­ cogiese el polvi­ llo y elevase la temperatura del aire en di­ cho hueco has­ ta alcanzar

R O Z A M IEN T O NATURAL DE AVELLANO

unos 400® C, indispensable para iniciar la combustión.

Así, pues, Coizueta representa un caso especial con la utilización de car­ bón vegetal en el ritual del fuego nuevo, pero no único, ya que hemos recogido parecida información en varios pueblos del Baztán, en los que recuerdan cómo llevaban carbón vegetal para el encen­ dido de un fuego especial. Es, sin duda, un dato interesante en tanto en cuanto se le da al carbón vegetal un carácter sagrado que no tiene en otras zonas. Y debemos recordar aquí cómo en las fiestas de San Juan, cerca de Coizueta y en el pueblo guipuzcoano de Oiartzun, la gente recogía una brasa de la hogue­ ra y la clavaba encima de un palo en la mitad del campo, al modo que en otros lugares clavan ramas de laurel. De esta forma, aquellas gentes daban a la brasa y al carbón que se formaba en la punta del palo un carácter protector de la vida vegetal y animal que habitaba en los campos.

información por toda la Península Ibérica y Europa, ya que ha sido muy utilizado.

Sin embargo, llama la atención su em­ pleo en algún suberrí de Euskal Herria. ya que, como ha quedado claro en Goizueta. se trataba de un método impuro.

Precisamente por ello, en la importancia de hacerlo con dos piedras de sílex blan­ cas radicaba la efectividad del rito. De no ser así, el efecto protector, renovador y purificador no se daría, y en este sentido, nuestros informantes siempre han sido muy claros: o se hace de manera pura o no sirve para nada el ritual.

Conclwsión final

RO Z A M IEN T O NATURAL DE LAUREL

Este ritual del suberrí nos recuerda a lo que hacia la diosa Demeter con un niño al que cuidaba, o la diosa Isis con el hijo de la Astarté fenicia, a los que me­ tían pntre brasas para consumir su mor­ talidad y hacer que resucitara de nuevo para hacerse inmortal. En la península Ibérica ha quedado la leyenda del dios Mercal de Tartessos, posiblemente un dios de la vegetación que era inmolado en la hoguera para volver a la vida luego de entre las brasas y cenizas.

Método dom éstico Este método solo se utilizaba en Goizueta con fines prácticos y no sagrados. Consistía en golpear el si­ lex contra el acero, y facilitaba fuego de manera más rápida que el sistema des­ crito en el uso religioso. Al contrario de otros, este método cuenta con amplia

Al igual que quedaría aislada la lengua vasca como relicto de una serie de len­ guas antiquísimas que debieron estar más distribuidas por Europa, el método de encendido por frotamiento de ramas, una contra la otra, quedaría reducido al extremo occidental de Bizkaia, zona de Enkarterri. conservando una identidad propia que tiene su paralelo en Rumania.

La extensión de este método debió ser mucho mayor a lo largo de Europa, posi­ blemente el primero

que aprendió eí ser humano, ya que no precisa de especiales materiales, ni siquiera de yesca.

Si observamos los árboles en plena naturaleza podemos ver cómo en los días de fuerte viento las ramas se frotan unas contra otras, produciéndose un importante calentamiento que en­ negrece las ramas. Esta observación de­ bió grabarse en la mente de nuestros antepasados e inducirles a determinar algún tipo de relación entre dicho fenó­ meno y el fuego. Antes de la llegada del hombre actual a Europa, hace unos 40 000 años, se observa cómo la mayor parte de los movimientos del hombre de Neandertal, al hacer los collares y las herramientas, son acciones de arriba ha­ cia abajo y viceversa, y nunca en senti­ do giratorio. De hecho, no practicaban agujeros en sus vestidos y herramientas, una habilidad que sí poseía el hombre de Cro-Magnon. Sin embargo, sí encen­ dían fuego, y es muy posible que no utilizaran el movimiento giratorio, a pesar de que en su anatomía nada refleja que estuviera incapacita­ do para ello. En consecuencia, podemos decir que desco­ nocían el taladro elemental y que el encendido de fuego sólo fue posible para ellos me­ diante el empleo de técnicas

basadas en el frotamiento de palos de madera. Es muy posible que el hombre de Cro-Magnon y sus sucesores conser­ varan en Europa ambos métodos de en­ cendido, tanto el que utilizaba el taladro de arco como el de frotam iento de una rama contra otra, lo cual habría permiti­ do que tales sistemas hayan llegado hasta nosotros bastante intactos. Por tanto, el fuego del valle de Karrantza, que sólo se conserva en la memoria de unas pocas personas de Soscaño, no sólo tiene valor para la etnografía y la etnobotànica, sino también para otras disciplinas como la arqueobotánica y la etnoarqueología.

Las citas sobre el encendido de fuego sagrado y doméstico sin yesca y frotan­ do dos palos al estilo de Soscaño, y sobre el método del avellano abierto por la m i­ tad al estilo de Munitibar, son la primera vez que se documentan para Euskal Herria, península Ibérica y buena parte de Europa. Asimismo, el encendido de fuego nuevo con piedras de sílex blancas en Coizueta es primera cita para Euskal Herria. Todo un bagaje cultural del que ignorábamos su existencia y que ha es­ tado a punto de perderse en la niebla de la memoria humana.

Nuestro especial agradecimiento a Alfonso Arco Carcía y Daniel Gonlez.

Portillo, vecinos de Soscaño y Treto, por recordar tantas cosas de un tiempo ya perdido, así como a Catalina Trapa de San Crices, a Lurdes Ituarte de Bilbao, a Antonio Arco Iza de Soscaño y especial­ mente a Pablo López Gil, también de Soscaño y fallecido recientemente. Pablo y Alfonso han sido, curiosamente, los úl­ timos testigos en ver hacer el fuego nue­ vo de Soscaño. También a Patxi Esnaola, gran amigo, que tanto entusiasmo mos­ tró por el suberri de Karrantza y hubo de partir hacia una vida mejor.

DANIEL PEREZ ALTAMIRA M iembro del Opto, de etnobotanica de la Sociedad de C iencias Aranzadi

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bredo

Fuente Romana

F u e n te “ P in to " Dentro del municipio de Ribera-Alta, correspondiente a

media esfera sobre la mencionada cubeta. Encima de la

la Cuadrilla de Anana, encontramos la localidad de M im-

hornacina aparece un texto epigráfico inciso, bastante

bredo, a la que pertenece un pequeño núcleo de casas

deteriorado y difícil de ver hoy en día. El tipo de letra es

situadas al borde misnno de la carretera y en la margen

la capital cuadrada y, según la lectura realizada (R. Loza

izquierda del río Balas. Un puente de piedra nos ayuda

y J.A.Saenz de Buruaga, 1 9 8 6), tendríamos un texto en

a cruzar al otro lado de este afluente del Ebro, para en­

el que quieren ver un nombre latinizado, lAlNONÍDUS,

contrar las aguas de un manantial que, si alguna Impor­

de una dedicación a alguna deidad indígena o ninfa que,

tancia tiene, es la de filtrarse a través del caño de una

hoy p or hoy, es difícil deducir;

hermosa ftjente de época romana, única en Euskadl.

S / M P I . . 1 0 L [A l N O N U S .

C .C .X V .

Hay que atravesar el paso a nivel sin barreras para toparse con el singular monumento, al pie de una te rra ­

El cuerpo superior, también monolítico, representa

za sobre la que se asienta un yacimiento arqueológico,

un frontón triangular en su parte central, flanqueado

también de época romana, y conocido como Riberón o

por dos pináculos tronquiform es sobre los que han

Ruines.

sido gravadas dos cruces en época, seguramente, muy

La fuente es de piedra arenisca y se halla es­

posterior.

tructurada en tre s cuerpos, de los cuales, el Inferior

Fuente Pinto debió de construirse en este lugar por

lo constituye un gran sillar sobre el que se ha tallado

encontrarse junto a una im portante vía de comunicación

una cubeta para contener el agua que le llega por un

y, quizá también, a una venta para hospedaje, con la

pequeño agujero desde el manantial. El bloque central,

doble función de abastecer de agua al viajera y ofrecerle

monolítico, presenta una bella hornacina en form a de

una visión estética acorde con los gustos de la época.

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UN MODO DIFERENTE DE CONOCER IA EDAD MEDIA I la y lie c k o s q u e , a p e sa r ele lo c v iile n te ele lo s m is m o s , p a s a n clcsa p e rc iliiclo s p a ra la m a y o r ía ele la ^ e n te . l^Iiio tle e llo s e s el lo s v a rio s te m p lo s c o n a d v o c a c ió n a N u e s tr a S e ñ o r a ele la A n t ic u a , r e fe r e n c ia e x p líc ita a te m p lo s o a e s ta d o s a n te r io r e s d e lo s m is m o s y n o a u n c o n c e p t o d e a n tig ü e d a d , e n c ie r to m o d o a b s t r a c t o , c o m o se lia p e n s a d o en m á s d e u n a o c a s ió n .

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SANTA M A RI a LA NUEVA, EN UROUÑA. AL F O N D O SOBRE LA CUM BRE NEVADA OETXÁRLAZO, EL M O N U M E N T O DE U VIRGEN DE LA ANTIGUA. C O N ST R U IDO EN 1904

BEATAM MARI AM VIRGINEM D E I A ANTIGUA" ORDUNIENSE MUNICIPIUM NULLO DISSENTENTE CONSESSO HABITO DIE V lULII MCMXXX RE&lfl CORONA ORNANDAM DECREVIT 'DPULI!^ HRDLINIFNSIS ^TTFRIOUFnNITIMl

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on el reflejo de las revoluciones sociales y urbanas que tuvieron lugar en los insondables siglos medievales. Hoy en día, con los datos que manejamos, tres son las parroquias vascas con dicha advocación: Nuestra Señora de la Antigua en Urduña (Bizkaia), en Zumarraga (Cipuzkoa) y Baños de Ebro (Araba).

El período que conocemos con el nombre de Edad Media abarca práctica­ mente m il años, una época tan extensa en el tiempo que, evidente, engloba otras subdivisiones varias. En sus siglos centra­ les y en mayor medida en los finales Baja Edad Media- los sistemas de producción y, por ende, los de organiza­ ción social, conllevan una serie de rees­ tructuraciones de la población. Con ellas, se busca, no sin fricciones, un nuevo

equilibrio entre aldeas, pueblos y villas.

En el nuevo estado de las cosas, y para poder seguir atendiendo las necesidades espirituales, se reestructuran los antiguos templos o se crean otros muchos nuevos.

Impulsada por los vendavales de renova­ ción que acompañaron a la creación de las nuevas villas, la Iglesia aprovecha la ocasión para edificar suntuosos templos de nueva planta, en unos momentos en los que la doctrina cristiana se encuentra más enraizada que nunca en cualquiera de las diferentes capas sociales.

En muchos de los casos, el templo nuevo reemplaza en sus funciones al pri­ mitivo, en diferente ubicación, arruinán­ dose muchas de aquellas primitivas iglesias hasta su irremediable desapari­ ción. Otras, sin llegar a su total extinción, sí pierden la capacidad de administrar a

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m à SANTA M A R lA LA VIEJA O DE LA ANTIGUA. A U N Q U E EL EDIFICIO ACTUAL ES DEL XVIll, EXISTIERON O T R O S PRECEDENTES

fieles todos los sacramentos, pasan­ do así convertirse en ermita, con celebra­ ción de la eucaristía de una manera ocasional y, desde luego, perdiendo toda facultad en funerales y bautismos. Es el caso de las ermitas de Santa María de la Antigua en Azkoitia (Gipuzkoa) o de Ondarroa (Bizkaia), anteriores parroquias que delegan sus potestades a los nuevos templos. Similar sería el caso de la ermi­ ta de la Antigua de Gernika, en las cerca­ nías del roble juradero y en donde, hasta su demolición en 1826, se realizaban las Juntas.

En otras ocasiones, la fuerza del fer­ vor espiritual que se profesa a los anti­ guos templos es tan grande que no sólo lo mantiene sino que llega incluso a eclipsar en más de una ocasión al de las parroquias principales. En esos casos, mantienen sus funciones. Ya en épocas muy recientes, pasan a convertirse en SUS

santuarios -figura relativamente moder­ na creada para dar más realce a aquellas ermitas y parroquias de especial devo­ ción- en la que el templo, aún siendo se­ cundario, continúa manteniendo la potestad de la administración de los principales sacramentos. Su fama y re­ nombre, como en el caso del de Nuestra Señora de la Antigua de Urduña, logran cotas que hubieran sido inalcanzables para las parroquias principales del lugar.

Por la simple razón de necesitar refe­ rencias para el mutuo entendimiento, en aquellos lugares en que se da una dupli­ cidad entre los templos antiguos y los modernos, se comienza a establecer la distinción entre "Santa María la Nueva" o "Santa María la Vieja". Con posteriori­ dad, quizá por una cuestión de precisión semántica, éstas últimas pasan a conver­ tirse en las "Antiguas" que hoy todos co­ nocemos.

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AUNQUE LA TRADICIÓN POPULAR

y reconocidos historiadores aseguren que [a antigua población de Urduña se asen­ taba en las cercanías del lugar en donde hoy se ubica el nombrado santuario de la Antigua, al oeste del delicioso casco his­ tórico de la ciudad, lo cierto es que no se dispone de ninguna prueba, ni siquiera de la mínima evidencia, ni documental y mucho menos arqueológica, que nos per­ mita llevar este supuesto más allá de los límites de la conjetura o leyenda. Son dudas que, por otra parte, tan sólo po­ drán ser dilucidadas a través de las inter­ venciones arqueológicas.

Es cierto que incluso Andrés de Poza, el ¡lustre urduñarra de la aldea de Lendoñobeiti -más conocido con el so­ brenombre de Licenciado Poza- hace re­ ferencia a la idea de la antigua población en su obra De la antigua lengua... (1587): “ Orduña, ciudad y cámara de Vizcaya, está situada en un valle muy fértil y ame­ no, al paso de la más áspera y fragosa peña del reino; su población antigua fue donde está ahora la ermita de Nuestra Señora de Orduña la Vieja, sino que des­ pués acá el rey don Alonso (...) mudó el sitio, donde está el presente, fundándola de nuevo...". Más ensoñador pero menos riguroso en sus incursiones historiográficas parece ser Juan Ramón de Iturriza y Zabala (1741-1812) quien, por cierto, trabajó como copista en Urduña durante varios años: "se fundó primeramente so­ bre un pequeño arroyo, a la falda oriental de la elevada Peña del camino viejo".

Esa continua referencia a la funda­ ción de la nueva Urduña, con el consi­ guiente desplazamiento poblacional que, como se ha dicho, no podemos asegurar

ni negar, será el argumento esgrimido a la hora de justificar el nombre del san­ tuario. Existen varias razones para pensar en ello. Por una parte sabemos de la con­ cesión del señor de Bizkaia, Lope Díaz de Haro 11, del fuero de Vitoria en 1229. Con ello surge el embrión urbanístico de la ciudad que hoy disfrutamos y en donde se edifica el nuevo templo de Santa María, “ La Nueva". Pocos años después, en 1256, recibe un nuevo fuero, en esta ocasión emanado del rey Alfonso X quien "la pobló” y recreció.

Es unas décadas después de este últi­ mo otorgamiento, a finales del Xlll, cuan­ do ya aparece la primera referencia al vetusto templo de "Santa María la Vieja" por lo que no es de extrañar que se haya intentado poner en relación, por un lado, la fundación de la nueva población con su nuevo templo ofrecido a Santa María y, por otro, la denominación de “ la Vieja" para referirse al otro templo dedicado a la Virgen María, en contraposición a la iglesia “ nueva". La denominación de "la Vieja" ha sido mantenida hasta hace poco más de un siglo pasando a conver­ tirse en un más adecuado "la Antigua".

En cualquier caso, todo parece indicar que el antiguo templo no perdió un ápice de devoción por parte de sus feligreses. De hecho, según refiere José Eugenio Uriarte en su obra Historia de Nuestra Señora de Orduña la Antigua (1883) en 1361 ya exis­ tía una importante cofradía, dedicada a venerar la imagen del santuario.

Es muy posible que, como sucede en otros tantos casos, la necesidad de dar una explicación coherente a tan gran fer­ vor popular e incluso al mismo origen del templo en un momento en el que en apariencia se han perdido ya las referen­ cias históricas de la fundación de Urduña, es lo que dio pie a la leyenda de la apari­ ción de la Virgen en el lugar del santua­ rio. Así, por medio de una bella leyenda, y a pesar de lo ingenuo e incluso infantil que nos pueda parecer en la actualidad, queda plenamente satisfecha la curiosi­

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E S C U D O DE C ASTILLA Y LEÓ N PROCEDENTE DEL EDIFICIO PRIM ITIVO

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dad de sus feligreses durante varios si­ glos. Llega incluso a convierte en un factor más para hacer que el templo orduñés aumente su repercusión y pase a convertirse en uno de los más famosos y concurridos del País Vasco.

La leyenda en sí carece de la más mí­ nima originalidad ya que se sirve del mito del pastorcillo al que se le aparece la madre de Jesús sobre un árbol, un re­ curso que se repite hasta la saciedad a lo largo y ancho de la geografía del país.

En cualquier modo, y refundiendo las pequeñas variantes de la misma leyenda, viene a consistir en la aparición de nues­ tra señora a un pastor, niño de alma im ­ poluta, en la parte superior de una morera. Tras comunicar la buena nueva y acompañado por el clero y las sorprendi­ das gentes del lugar, se examinó el árbol en cuestión. En una oquedad interior apareció la talla de la Virgen, escondida desde tiempo inmemorial, al resguardo de los peligros de los impíos. De ahí que

la imagen de la venerada patrona de Urduña se represente siempre sobre un árbol y que, junto a la fachada del actual santuario, exista un moral que, según la tradición, es un vástago de aquel sobre el que se apareciera la Virgen.

En este estado de las cosas, debemos entender la leyenda como un elemento surgido para explicar la existencia del templo y su devoción y no lo contrario, es decir, como una tradición popular que motiva la erección del templo.

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Gracias a la excelente labor de investiga­ ción y recopilación documental llevada a cabo por la historiadora alavesa Micaela Portilla (1922-2005) sabemos que el pri­ mitivo templo de la Antigua -d e l que conservan algunos elementos en entrada al convento anexo- era cuidado por una fraila y que, además del central dedicado a la Virgen, contaba con otros dos altares secundarios en los se rendía culto a las imágenes de San Blas y San Sebastián.

También sabemos de unas grandes refor­ mas en 1530 aunque en 1675 se dice del templo que estaba en mal estado.

La alarmante situación de decadencia del edificio y, en especial, la necesidad de recrecer el pequeño templo para poder así dar cabida a los cada vez más nume­ rosos peregrinos y devotos que hasta allí acudían debieron ser las razones que mo­ tivaron la decisión, en 1752, de acometer la construcción de un nuevo edificio: el que hoy conocemos.

Con el escarmiento de un anterior fa­ llido intento de ampliación, se acuerda hacerlo de nueva planta, cambiando el emplazamiento para facilitar las obras: Se aprovecha la ocasión además para di­ señar la planta de tal forma que la Virgen mire hacia Urduña, la ciudad que tanto amor le ha profesado, quizá buscando así una mayor protección y amparo para sus habitantes.

Las costosas obras comenzaron en septiembre de 1754 y hubieron de pasar veintiocho años hasta que se consideró que la nueva iglesia reunía las condicio­ nes como para poder trasladar hasta allí la imagen. En el retablo principal, instala­ do aún más tarde, en 1805, se encuentra la representación de la Virgen sobre el moral legendario. Se trata de una imagen -dice Micaela Portilla- muy restaurada pero que responde a un modelo datable a fines del siglo XllL Por la tipología de la imagen y de los restos arquitectónicos del primitivo tem ­ plo, con un origen estimado en torno al XIV-XV, parece obligado pensar que exis­ tió otro templo anterior. Es decir, las pri­ meras alusiones históricas al templo de la Antigua harían referencia a un templo del que nada conocemos. Con posteriori­ dad debió existir un segundo, del cual nos quedan la imagen y el arco de la en­ trada al convento próximo y un tercero, el actual, construido a partir de media­ dos del XVlíl.

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Es sabido por repetido que, a partir del año 1000, las sociedades europeas su­ frieron una serie de trasformaciones que trastocaron la capacidad productiva y las estructuras socioeconómicas del mo­ mento. Así, entre otros factores, el creci­ miento demográfico en el mundo rural induce una reestructuración poblacional: se desarrollaron los antiguos asenta­ mientos o se fundaron otros nuevos, pro­ movidos en muchas de las ocasiones por reyes y señores, a través de la concesión de fueros o cartas puebla y que no con­ sisten sino en una legislación que ofrecía unas condiciones beneficiosas para el de­ sarrollo del lugar. Es de este modo como da comienzo la gran revolución urbana del Medioevo, la que atañe a la funda­ ción de las villas y que, a partir de 1100 y en palabras de González Minguez, com­ prende tres etapas bien diferenciadas y que tendrán reflejo en cada una de las iglesias de Ntra. Sra. de la Antiguas vas­ cas.

La primera de ellas, entre 1100 y 1200 aproximadamente, coincide con un momento de crecimiento económico y desarrollo. Es ahí cuando Álava y Gipuzkoa pasan a ser incorporadas a la corona de Castilla por Alfonso Vlll, algo que ya había hecho Bizkaia años atrás por medio de los Haro, familia de gran apego a la corona castellana. De ahí que en los restos del primitivo templo de la Antigua de Urduña podamos observar un escudo de Castilla.

Pues bien, en esta primera fase, las iniciativas fundacionales de villas vienen sobre todo de mano de los reyes de Nafarroa, con intereses en la defensa de la frontera y de afianzamiento de su te­ rritorio. La tercera fase se corresponde con la gran crisis del final de la Edad Media, en la que se concedieron nume­ rosos títulos de villas a lugares que, in­ cluso, prácticamente no existían, como

más adelante veremos en el caso de Zumarraga. Pero es el período interme­ dio entre ambos, la segunda de las fases, -desarrollada aproximadamente entre 1200 y 1295- la que nos interesa para el caso orduñés. En un primer momento, por razones de diferente índole, fueron pocas las villas que se fundaron en el País Vasco. Entre las primeras de dicha época, se encuentran las villas de Bermeo (1236) y Plentzia (1236) en la potenciada costa, y Urduña (1229) en el interior.

Posteriormente, y en concreto duran­ te el reinado de Alfonso X (1252-1284), se observa una apuesta clara de la mo­ narquía por reforzar los establecimientos humanos en las grandes vías de comuni­ cación, respondiendo a razones estratégico-militares. Así fueron fundadas gran número de villas, todas pensadas en la custodia y vigilancia de las rutas comer­ ciales. Pero, al margen de dichas razones, los roces entre la nobleza -Lope Díaz, su­ cesor al Señorío de Bizkaia, de la casa de Haro- y la Corona -con el recientemen­ te coronado Alfonso X - serían los que forzasen a este último a em itir un fuero real en 1256 que prevaleciese sobre el anterior señorial -de 1218 como ya se ha dicho-, emitido por el Señor de Bizkaia y padre del sublevado, Diego López de Haro. Es por ello por lo que, en ese pulso de demostración de poder, se le conceden dos fueros a Urduña, uno del Señorío y otro de la Corona, bastante cercanos en el tiempo.

Probablemente el día más interesan­ te para la visita del templo de la Antigua de Urduña sea el 9 de mayo, fecha en la que los representantes de la aldeas del cercano valle de Arrastaria -comprendi­ do por los pueblos de Aloria, Artomaña, Delika y Tertanga, hoy concejos anexio­ nados al municipio de Am urrio- acuden en procesión a hacer su ofrenda a la Virgen. A la salida de los oficios, diferen­ tes vecinos bailan en su honor unas dan­ zas conocidas las Entradillas.

A N D R A M A R I DE LA A N T IG U A DE Z U M A R R A G A

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EN UN CORDAL Q UE SE DESGAJA DE

la gran mole de Izazpe, a media ladera entre éste y Zumarraga, se encuentra el barrio de Antio, cuyo nombre no aparen­ ta ser sino una contracción del nombre Antiguo, con una denominación similar a la de la impresionante ermita que allí se asienta: la primitiva iglesia de Nuestra Señora de Zumarraga o La Antigua.

En esta ocasión el templo se corres­ ponde a una de las primeras manifesta­ ciones poblacionales del Medioevo, previas a la fundación de las villas: las comunidades de aldea. Establecidas por lo general en medias laderas, como es nuestro caso, generan un nuevo orden de explotación de las tierras en los pri­

PR O N T O Z U M A R R A G A SE A N E X IO N Ó A LA VILLA DE URRETXU. FU N D A D A

meros siglos medievales, con unos nue­ vos pobladores que buscan mayores grados de libertad y nuevas tierras para conseguir una subsistencia lo más có­ moda posible.

'eJV Al igual que nos sucedía al referirnos al templo de Urduña, el pueblo llano hubo de recurrir a explicaciones legendarias para poder justificar la devoción a un templo cuyos orígenes históricos y razo­ nes de su existencia escapaban a sus co­ nocimientos. Es así como se recurre a los gentiles, seres mitológicos de fuerza ex­ traordinaria y que vivían en lo más re­ cóndito de las montañas. En absoluto dicho recurso es genuino del lugar ya que el mismo razonamiento se repite para explicar las más diversas iglesias de nues­ tro país: Muxika, Ondarroa, Markina, Elgeta, Onati, Zurbao, Urdiain, Ataun,

A LOS PIES DEL M O N T E IRIM O

PORTADA DE LA A N T IC U A Y EL RESPONSABLE DEL TEMPLO

Oiartzun... Volviendo al caso de Zumarraga. había incluso quien asegura­ ba que las piedras con las que se había construido la ermita, distintas a las del entorno, habían sido lanzadas por los ci­ clópeos gentiles con unas descomunales hondas desde la lejana sierra de Aizkorri.

Retornando a las evidencias históricas poco sabemos del origen de esta incom­ parable iglesia, de una belleza tal que ha hecho que sea conocida con el sobre­ nombre de “ la catedral de las ermitas” .

Salvo error, la primera cita documen­ tal del templo se remonta al 1366, cuan­ do en Enrique 11 concede el patronazgo del templo al poderoso señor de Lazkano.

Hemos de tener en cuenta que la gran mayoría de los territorios de Gipuzkoa son de realengo -dependientes directa­ mente de la Corona- y que una de las tácticas de las que se valió Enrique 11para poner a la nobleza de su parte, fue la de la concesión de este tipo derechos a ren­ tas, diezmos, etc. a los señores locales.

Pasan los siglos y nada parece cam­ biar en la iglesia de la Antigua ya que continúa, generación tras generación, en poder de los Lazkao. Pero sí había cam­ biado la sociedad. Hacía tiempo que los sistemas de producción habían evolucio­ nado de tal manera que la gente se ha­ bía decantado en sus preferencias por el fondo del valle, en la actual Zumarraga.

Se había concedido además el título de villa en 1383 a una población de escasí­ sima importancia y que pasa a denomi­ narse Villarreal de Urretxua -en la actualidad y desde 1989 su nombre ofi­ cial es Urretxu- no persiguiendo intere­ ses económicos o estratégicos de primer orden sino, en gran medida, los de poder liberarse del yugo de sus señores, una quimera soñada por los habitantes, su­ fridores de tantos y tantos excesos de una violencia irracional impartida por los banderizos, entre ellos y en especial conocidos por su beligerancia, los Lazkao.

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La fundación de la villa de Urretxu, con una legislación que libraba de la tiranía de los señores a su población, fue en cierto modo una estratagema que buscaba la li­ beración de la población, en una época decadente, la Baja Edad Media, y en la que la concesión del título de villa deja de ser algo extraordinario. Ése es el caso de Urretxu. el de una villa fundada en un lu­ gar que en la realidad casi no existía.

Así, semanas después de la fundación de Villarreal de Urretxua, se agrega a ésta la colación de Santa María de Zumarraga, la verdadera población fuerte del entor­ no. Dos años más tarde, la población de San Miguel de Ezkio seguirá la misma táctica de la anexión a la nueva y boyan­ te villa.

Luchan a partir de entonces los habi­ tantes de Zumarraga porque el derecho a recaudar diezmos, etc. pasase a una iglesia del valle, en beneficio de la villa, chocando claro está con los intereses del señor de Lazkao quien desde generacio­ nes atrás disfrutaba de los cuantiosos in­ gresos económicos que la iglesia de la Antigua le generaba.

Se pide con insistencia el traslado de la parroquia a la nueva población, ale­ gando la lejanía y las incomodidades que generaba la ubicación del templo de la Antigua, razón por la que muchos de los

enfermos morían sin haber podido reci­ bir socorro espiritual en sus últimos mo­ mentos de vida. Llega incluso a argumentarse a favor del traslado de la parroquia, la presencia de peligrosos lo­ bos en la montaña.

Así pasan los años, en una lucha de intereses entre la villa y el señor de Lazkao, uno de los últimos estertores del sistema feudal.

Por fin, en 1575, el pueblo de Zumarraga gana el pleito que mantiene contra el señor de Lazkao y se autoriza la construcción de la nueva iglesia.

Borrachos de alborozo, el primer paso consistió en comprar un campo adecua­ do y que comprendía un par de casas. Es tal la prisa por abandonar la sumisión respecto a la Antigua que estas viviendas son habilitadas para poder ser usadas como templo. Así, en 1576, es decir, al año siguiente, el Santísimo es trasladado por el obispo de Pamplona desde su se­ cular ubicación hasta la nueva aunque provisional iglesia. Surge así el nombre de la ‘'Antigua" en oposición a la nueva iglesia de Santa María.

Una vez conseguido el objetivo prin­ cipal. el de librarse del yugo de los Lazkao, las prisas parecen ser menores: se tarda nada menos que un siglo para finalizar la obra.

El templo de la Antigua que podemos visitar en la actualidad es sobre todo afa­ mado no sólo por la apariencia de ex­ traordinaria solidez de sus muros o por su portada tardorrománica del siglo XIII, sino por su extraordinario entramado de ma­ dera de roble adornado con bellas tallas o pinturas. De las Imágenes del templo, so­ bresale el excelente Cristo crucificado y. cómo no, la Andre María titular, ambas tallas góticas.

Muy Interesante para su visita es el 2 de julio, día de la celebración de la tra­ dicional romería. En dicha fecha se baila la conocida ezpata-dantza de Zumarraga en el interior del templo y el aurresku en la campa situada frente al templo.

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A PESAR DE QUE POR LA APARICIÓN de tres estelas funerarias de la época de la romanización presuponemos un origen anterior a esta villa riojana, lo cierto es que hasta un tardío 1366 no tenemos constancia documental de la misma. Algo parecido nos sucede con el actual templo, del cual sabemos que se finalizó en torno a 1740. Pero desconocemos lo más im­ portante para desentrañar el nombre de la Antigua de su titular: si existió un templo anterior y si, de haber existido, éste ocu­ paba el mismo lugar que el actual o no.

Sabemos que el edificio actual fue construido en dos diferenciadas fases. La primera comienza en torno al 1570 y la segunda, la actual, es llevada a cabo entre los años 1737 y 1741. Entre ambas obras se produce el hecho más distinguido de la historia de Baños de Ebro: la segrega­ ción de la villa de Laguardia, a la que ha­ bía pertenecido, para proclamarse a su vez también villa por concesión real de Carlos 11, en 1666. Un título éste que, en cualquier caso, nada tiene que ver ya con la fundación de las villas medievales que transformaron el paisaje de nuestro país.

Al margen de todo ello, extrañan las desproporcionadas dimensiones del tem­

plo, excesivas para el número de feligreses a servir. Hemos de tener en cuenta que a mediados del XVI, cuando se construye la primera fase, no hay más que treinta y tres vecInos.Y a fines del XVlll, en segun­ da etapa constructiva, cuarenta y cinco.

En la parte superior de la villa, en lo más alto de la colina que ocupa, existe una ermita de buen porte dedicada a San Cristóbal y que, aunque remozada, bien pudiera sugerirnos la ubicación primitiva del templo. O en el cercano monte de San Quiles, con tan sugerente nombre, donde se han hallado restos de un pobla­ do fortificado, probablemente de la Edad del Hierro. Pero no son más que conjetu­ ras y no disponemos de ningún elemen­ to para poder sustentar dicha hipótesis.

Una vez más, deberá ser la arqueología la ciencia que aporte luz al respecto.

Otra opción no menos Interesante pero también carente del mínimo indicio para sustentarla sería que la imagen de la Antigua adorada en la parroquia riojana proceda o tenga alguna relación que des­ conocemos con la iglesia de Santa María de los Reyes en Laguardia, lugar como se ha dicho al que perteneció hasta 1666. A favor de esta última opción estarían la misma advocación -Santa María- y la datación de la imagen venerada en Baños, en torno al siglo XIV y por tanto anterior al templo hoy coniocido. Otra vez más y como sucediera en Urduña o Zumarraga será una imagen gótica, de la tipología de las conocidas como Andra Mari. En cual­ quier modo, es una imagen que no con­ cuerda con el estilo ni del retablo ni con el resto de imágenes, más tardías, elabo­ radas en torno al XVll y XVlll.

Casualmente, una de las tallas de un retablo menor, la de San Bartolomé, es la titular de las fiestas patronales, celebra­ das cada 24 de agosto. La otra gran cele­ bración popular será la de San Cristóbal en la cercana ermita integrada en el casco urbano. Llama la atención que la nomina­ tiva de la parroquia pase casi desapareci­ da en lo que a celebraciones se refiere.

RETA BLO D E l X VIII, P R E S ID ID O P O R U IM A G EN D E LA A N TIG U A , REALIZAD A V A R IO S S IG L O S A N T E S

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limitándonos a aquellos casos en los que las Vírgenes de la Antigua son titulares de parroquias actuales, son varios los templos que contaron o cuentan con imágenes de dicha advocación, sobre todo en aquellas villas y cuyo templo es­ taba ofrecido a Santa María: Ondarroa, Lekeitio, Cernika... Además, son también incontables las iglesias conocidas como la Antigua repartidas a lo largo y ancho del Estado.

LA RÍGIDA COSTUM BRE HISTÓRICA

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de redactar cualquier tipo de documen­ tación sólo en latín o romance nos ha privado de conocer cómo denominaban los vasco hablantes a este tipo de advo­ caciones. En castellano son infinitas las

citas a las Santa María “ La Vieja" de nues­ tro país y que, como ya se ha dicho, lue­ go pasan a convertirse en las "Antiguas" que hoy todos conocemos. Pero no en euskera.

Condicionadas por las formas roman­ ces, han venido usándose formas como Antiguako Andre/a María, o Antiguako Ama unas formas que carecen de la mí­ nima lógica lingüística. Algo similar nos sucede con el nombre A nth -probable­ mente "Antiguo''- de Zumarraga o el más chocante barrio del Antiguo donos­ tiarra, hoy moderno pero donde se ubicó la primitiva iglesia de San Sebastián y a partir de donde se gestó la bella ciudad que todos conocemos. De él derivan otras denominaciones como Antiguoko que, al menos desde el punto de vista lingüístico, son incoherentes, ya que sus habitantes originarios jamás lo nombra­ rían así.

Con la finalidad de imponer nombres de pila a muchas de las niñas nacidas es­ pecialmente en aquellas poblaciones con alguna advocación de la Antigua, se han utilizado nombres como Antz/ne, Aintzine o similares, en cualquier caso nombres sin gran tradición histórica y que no re­ cogen el significado semántico originario, referencia no a la antigüedad en sí, sino a unas vírgenes o templos más antiguos respecto a otros.

La Comisión de Onomástica de la Real Academia de la Lengua Vasca Euskaltzaindia adoptó la forma Eliza Zaharreko Andre/a María para denominar aquellas advocaciones de las Antiguas, una forma que, aunque acertada en sus planteamientos y resolución, se hace di­ fícil de usar fuera de las referencias a los templos y, mucho menos aún, a los nom­ bres de persona.

Un dilema de difícil solución y que es posible que jamás podamos resolver sin la intercesión de la Virgen. Eso sí, que sea de La Antigua.

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FOTO DE LA ESTACIÓN U N A V E Z FIN ALIZA D A S LAS O BR A S (C. 1931)

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s el caso de la estación de Llodio que acaba de cumplir 75 años, como las de resto de la lí­ nea, aurique el edificio llodiano destaca por las líneas majestuosas, los pináculos que coronan sus extremos y una aire dis­ tinguido que la diferencia del resto.

Hace ya varios meses, el estanquero Carlos Solaun, puso el acento en un he­ cho que no podía pasar desapercibido; las bodas de platino del edificio. Con este punto de partida, iniciamos un tra­ bajo de investigación comenzó en la ca­ lle. preguntando a algunos vecinos

acerca de sus recuerdos sobre la esta­ ción.

Como era de esperar, la presencia del Marqués de Urquijo. salió a relucir de in­ mediato. José Antonio Urquijo verbalizó lo que se ha convertido en voxpopuli en Llodio con el paso del tiempo. “ El mar-

FA CH A D A OPUESTA A W S VÍAS. FRENTE A ELLA, C ARLO S SO LAUN. PR O M O T O R DEL A N IV E R SA R IO DEL EDIFICIO

qués era accionista de la Compañía de los Caminos de Hierro del Norte de España y vio los planos de la estación, que al parecer estaba destinada a algu­ na localidad madrileña, Aranjuez o El Escorial, pero le gustó la idea y mandó que se construyera en Llodio".

La influencia del acaudalado marqués se puede apreciar incluso hoy en día por­ que, merced a su intervención, Llodio es la única estación de la línea, salvo Bilbao, en la que paran algunos trenes de largo recorrido.

Buceo en

liistonci

Juan Carlos Navarro es otra de referen­ cias imprescindibles cuando se trata de indagar en la historia de Llodio, pero re­ conoció que apenas existen detalles acerca de la construcción del edificio en los archivos municipales. Sí pudo confir­ mar en cambio, que el marqués, mandó construir el puente que conduce hasta la estación. No en vano, también era ac­ cionista de los Altos Hornos Santa Ana de Bolueta, inaugurados en 1843.

Aquellas instalaciones acogieron la fa­ bricación del primer puente de la esta­ ción. También fue el marqués quien encargó que el camino desde el palacio hasta la iglesia y desde ésta a la parada ferroviaria fueran unas líneas rectas: "Por eso, el puente se construyó algo torcido" explicó Navarro.

El historiador aportó algunos deta­ lles más concretos para la reconstruc­ ción de la historia de la estación llodiana. Suyas son las referencias que indican que “ en 1863 ya había una es­ tación en Llodio situada junto al edificio de Zubiko, que fue destruida en la ter­ cera guerra carlista, hacia 1875” . Aunque el Ayuntamiento reclamó a los conten­ dientes su reconstrucción, la situación

I

hizo imposible que se vieran cumplidas esas exigencias.

La labor investigadora de Navarro nos permitió acceder a varios recortes de prensa de 1931 que recogían retazos de la construcción de la estación. La Gaceta del Norte apuntaba en su edición del 3 de enero de 1931 que “aún no se ha ter­ minado la nueva estación que piedra so­ bre piedra -tod a ella sillería- están construyendo desde el otoño del 29. Pero hemos inaugurado un paso subterráneo magnífico que nos acorta la distancia - y nos evita el paso atravesando las vías- al cementerio".

La propia estación apenas ofrece de­ talles acerca de su origen, pero una pe­ queña inscripción con el nombre 'Marrero' en la fachada principal, ofreció una nueva pista para continuar el traba­ jo.

Parecía ser el nombre del arquitecto, y efectivamente, la instrucción corres­ pondía al autor del edificio, el canario José Enrique Marrero Regalado (18971936). El colegio de Arquitectos de Canarias prestó una información valiosí­ sima través del libro La arquitectura como escenografía que analiza la vida y la obra del autor de la estación llodiana.

En el libro se recogen detalles intere­ santes del diseñador, que tras estudiar en Madrid, se incorporó en 1927 a la Compañía de los Caminos de Hierro del Norte como agregado técnico de la sec­ ción de vías y obras, hasta que ese mis­ mo año, uno de sus jefes le encargó redactar el proyecto para la nueva esta­ ción de Bilbao. Curiosamente, los cuatro arquitectos de la compañía habían pre­ sentado otras tantas iniciativas, pero to ­ das ellas fueron rechazadas por el ayuntamiento de la capital vizcaína.

En 1928, Marrero Regalado recibió la noticia de que el Ayuntamiento había aceptado su proyecto y recibió la felici­ tación de la Compañía por su acierto.

Viaje a] valle del Urola Und pista en la fachada Aparte de estas pinceladas, lo cierto es que los resultados no estaban siendo de­ masiado prometedores. Nos desalentó aún más saber que apenas existía docu­ mentación acerca de la construcción de la estación, porque incluso Renfe, here­ dera de la Compañía de los Caminos de Hierro del Norte, que gestionó la línea hasta mediados del siglo XX, perdió la mayor parte de sus archivos en las inun­ daciones de 1983.

6o

Este reconocimiento fue el que dio pie al encargo que nos ocupa, el de los proyec­ tos para todas las estaciones de la línea Bilbao-Orduña.

Marrero Regalado inició a partir de entonces un trabajo de documentación que le llevó a recorrer el ferrocarril del valle del Urola entre Zumarraga y Zumaia y extendió su viaje desde San Sebastián a Bilbao. Las estaciones de esta vía esta­ ban recién terminadas -se acabaron en 1926- y su autor, el arquitecto donostia­ rra Ramón Cortázar había distinguido

ENRIQUE M A RRERO JU NTO A SU H ER M A N A

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dos tipos de edificaciones, de primera y segunda clase. Las de primera estaban construidas con un lenguaje culto, como las de Zumaia y Zestoa-Balneario, que presenta una imagen de casona solariega blasonada. Las de segunda presentaban rasgos populares, como las de Iraeta y Zestoa-Villa, muy similares a los caseríos vascos. Cortázar también fue autor de los edificios de La Perla y la Caseta Real de Baños en la playa de la Concha de San Sebastián.

Uno de los edificios que más impre­ sionaron a nuestro protagonista fue la casa del pintor Ignacio Zuluoaga en Zumaia. Él mismo lo explicó así en La ar­ quitectura como escenografía: "Unos amigos me llevaron a casa de pintor Zuloaga. Su hija Cecilia nos mostró todo el recinto de aquella encantadora resi­

dencia. El arquitecto había sido Cuimón, pero bajo el capricho y dirección artística de gran pintor. El chalé, de puro estilo vasco, estaba situado frente a una es­ pléndida playa, que por una concesión especial, era también de la propiedad.

Los jardines, muy extensos, simulaban un campo natural, con arbustos de flora lo­ cal de donde surgían asustadas a nuestro paso unas liebres fugaces. A un centenar de metros de la vivienda había otras construcciones combinadas en un subconjunto, La Capilla, el Museo y un fron­ tón al aire libre". La casa, conocida como Santiago Etxea, se sitúa muy cerca de la playa de Santiago y fue punto de reunión de artistas e intelectuales de la época.

Por allí pasaron José Ortega y Gasset, Miguel de Unamuno, Pío Baroja, Gregorio Marañón o Ramón María delValle-Inclán.

TREN C O RREO DE VAPO R EN T R A N D O EN LA U DIO (C. 1940)

El diseño de las estaciones Marrero Regatado decidió aplicar los mismos criterios en el diseño de las es­ taciones de la línea Bilbao-Orduña y distinguió a Llodio como única estación de primera en toda la línea, con un aire barroco. Es posible que en esta elección tuviera un peso fundamental la inter­ vención del marqués de Urquijo, aunque se trata sólo de una suposición ya que no nos ha sido posible confirmar este detalle. Las de segunda fueron el resto, entre las que se encuentran las de Basauri.

Arrigorriaga, Miravalles, Luiaondo y Amurrío.

La redacción de los proyectos de las estaciones le llevó varios años de trabajo.

De hecho, la de Llodio está datada en 1931, según figura en la inscripción talla­

da en números romanos en el andén frente al edificio principal.

Los proyectos se presentaron con un gusto exquisito. "Tardé varios meses en terminarlo(s). Quería que fueran bien es­ tudiados y hasta la presentación tenía que ser originaL Cada edificio llevaba una perspectiva acuarelada y los planos si­ mulando antiguos pergaminos. El con­ junto del documento iba envuelto en una carpeta de piel cuidadosamente ro­ tulada. Yo sabía que El Consejo no estaba acostumbrado a estos refinamientos” ex­ plicó el propio Marrero Regalado, según recoge el texto de La arquitectura como escenografía.

El arquitecto canario afinó mucho en la presentación porque conocía, gracias a su experiencia en la estación de Bilbao, los gustos del Consejo de Administración.

Su nuevo éxito le valió un ascenso a ‘ar­ quitecto de la Compañía' con el respaldo unánime de todos los consejeros y un ju ­ goso aumento de sueldo.

Mientras se construían las estaciones de la línea Bilbao-Orduña, Marrero Regalado visitó París junto al ingeniero Artiñano, encargado del tendido de las vías entre las estaciones que se estaban levantando. Allí visitaron La gare de T Est -la Estación del este- y posteriormente viajaron a Stuttgart para ver la nueva es­ tación que le levantaba en la localidad alemana. La influencia de aquel viaje se pudo apreciar en trabajos posteriores de Marrero Regalado. En Santander constru­ yó un grupo de cuatro casas y cincuenta y siete viviendas en el Paseo de Castelar que forman parte de las construcciones más importantes de la ciudad.

Su trabajo como arquitecto también se pueden apreciar en Bilbao, donde le­ vantó un bloque de viviendas con facha­ das a las calles Doctor Areilza y Licenciado Poza antes de instalarse defi­ nitivamente en Tenerife, su tierra natal, donde continuó su trabajo.

El Marqués de Urqwijo y le?

Com pañía de Ccim inos de Hierro del Norte Estanislao de Urquijo aparece como ac­ cionista de la Compañía de los Caminos de Hierro del Norte en 1904. El tercer marqués de Urquijo estaba domici­ liado en aquel momento en la ca­ lle Alcalá, 49 cuadruplicado y figura como administrador en el seno del Consejo de Administración.

En 1932 dejó el cargo por "encon­ trarse incurso en alguna de las in­ c o m p a tib ili­ dades... y no siéndole fac­

tible colocarse fuera de las mismas para seguir desempeñando el cargo de Administrador, se vio obligado a presen­ tar su dimisión", según reza la memoria de la Compañía de aquel año, que se conserva en la Biblioteca Ferroviaria de Madrid.

La Compañía de tos Caminos de Hierro del Norte se fundó en 1858 y per­ maneció activa hasta 1941, fecha en la que se integró en Renfe, como el resto de las empresas que explotaban la red de vía ancha. En 1878 compró la línea de Castejón a Bilbao que hasta entonces había gestionado la Compañía del Ferrocarril de Tudela a Bilbao y la añadió a las otras redes que le permitieron tejer una amplia red de comunicaciones ferro­ viarias por el Norte de la península.

MARTA PECIÑA Periodista

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Urunbata: 10:30etan Kalejira irtengo da Herriko Plazatik Ellakuhrarte. Behin hart egonda, zuhaitzak landatuko dira.

Partehartzaile guztiek ogitartekoa eta edaria izango dute.

Opari ezberdinen zozketa egongo da, 400 Eurotan baloratutako bizikleta, kaskoak, eta hainbat eta hainbat erregalu^

Astelehena: • 19:30etan Hitzaldi Aretoan Solasaldia: "Zuhaitzen betebeharra Aldaketa Klimatikoaren aurka".

Asteartea; 2

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• 19:30etan Hitzaldi Aretoan Solasaldia: "Zuk kontrolatzen duzu Aldaketa Klinnatikoa".

m à W À r s m iV M m

PARTE HARTZE KUPOIA Izena eta abizena:_________________

Adina;.

Em aiguzu ku poi h a u m artxoaren 1 7an landaketa gunean, opari ezberdinak lortu n ahi badituzu.

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pie com o en b ic ic le ta en los diversos m o ntes

ñoso, c o m bina a la p e rfe c c ió n et a m b ie n te

que rodean la localidad. Las cam pas de Santa

ru ra l que o tro ra lo caracteriza ba con el m a r­

M aría y Santa Lucía del Yerm o se be n e ficia n

cad o carácter in d u s tria l de la a ctu alidad .

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Sus extraordinarias com unicaciones con las

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te n num erosas rutas de m o n ta ñ a , hacia las

principales ciudades del e n to rn o (a 20 Km, de

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de los m u nicipios mas pequeños en superficie

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Y es adem as d o n d e

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de la comarca sea sin em bargo el mas poblado

S a n tu a rio de Santa M aría del Yerm o, p o p u ­

y un p u n to estratégico para com enzar a con o­

la rm e n te co n o cid o c o m o Santa Lucía, es una

cer el resto del valle.

co n stru cció n de siglo XV en un e stilo g ó tic o

C allejeando e n tre el ir y v e n ir de sus agra­ dables gentes, e n c ontrarem os a u n te stig o s de

vascongado avanzado con un re ta b lo m a yor plateresco, este enclave es fam oso desde hace

la fo rm a ru ra l y tra n q u ila que era a n ta ñ o este

más de 200 años po r su rom ería que llegó

v a lle que p e rten eció al S eñorío de Vizcaya,

a te n e r ta n ta fam a que a fin a le s del siglo

hasta

que se in c o rp o ro

d e fin itiv a m e n te

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Á lava, en el año 1491.

pasado se organiza ban desde B ilb ao trenes especiales para a c u d ir a la cita.

Entre los e d ific io s de gran va lo r m o n u ­

Y para te rm in a r nu estro re co rrid o

por

m e n ta l que se conservan en Laudio, com o son

Laudio, el "M u seo Vasco de G astrom ía de

el pa la cio de C atuja, la casa to rre de Ligarte ,

Llodio" en plen o casco en contrarem os u n o de

la iglesia de San Pedro de Lamuza o el pa la­

los tres museos del m u n d o dedicados a la a li­

c io y p u e n te de A n u n tz ib a i, cabe destacar El

m e n ta ció n y la ga stron om ía . En su in te rio r se

Parque de Lamuza, a n tig u a casa de verano

representa a través de d ife re n te s in s tru m e n ­

del M arques de U rq u ijo , que con sus mas de

to s (paneles, ú tile s de cocina, indu m e n ta ria s,

79 especies arbóreas; m agnolias, abetos, tejos,

etc.) d ife re n te s aspectos ta n to de la cocina

sequoias... e n tre

dom éstica y tra d ic io n a l, com o de la cocina

los que se en cuentra

un

Ciprés M o n te rre y de mas de 130 años.

Los am antes de la N aturaleza e n c o n tra ­ rán

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(I lo brfo d( la historia, la práctica dt la mafia con finn curatiwi ij, por tanto, la am id a n lot podtm tobrenatural« de determinada! penonat y objetoi no ha «ido excluiiva de lai fentet menot inttruidat.

Al contrario, la( manif«taciones del llamado pentamiento mifico fe han extendido lecularniente desde las humildes aldeas hasta los palacios reales.

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n ejemplo es la fama que tenían, también en el País Vasco, las sortijas bendecidas por los monarcas ingleses y que, según la opi­ nión popular, aliviaban cierto encogi­ miento de nervios.

No menos arraigada estaba la creen­ cia en el poder curativo de los reyes de Francia en los casos del mal de escrófula.

Así, en 1577, una niña de nueve años fue conducida desde Vitoria ante el rey fran­ cés para que la 'santigüe' de la enferme­ dad de los lamparones, según consta en el Archivo Histórico Provincial de Álava.

Al año siguiente, otras dos vitorianas, Ana de Huso y María de Caray, también fueron llevadas a la corte francesa para procurar su sanación.

El franciscano Fray Martín de Castañega, predicador de la Inquisición, se refiere de forma expresa a tal creencia y la tilda de supersticiosa en su Tratado de las supersticiones y hechizerias y de la possiblidady remedio dellas. La obra fue publicada en 1529, por encargo del obis­ po de Calahorra, para combatir los ''erró­ las de supersticiones y hechizerias" que existían en aquel extenso obispado que incluía, entre otros territorios, la mayor parte de Álava y Bizkaia.

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En cambio, otros monarcas no parecían ungidos con se­ mejantes virtudes taumatúr­ gicas, pero, eso sí, cuando se vieron acu­ ciados por graves cir­ cunstancias, también depositaron su esperanza en intervenciones sobrena­ turales. Tal es el caso del rey español Felipe II. Corría el año 1562 y su heredero, Carlos, un joven de diecisiete años, no se recuperaba del estado de coma en que había quedado tras recibir un fuerte gol­ pe en la cabeza, al caer por unas escale­ ras. Ni la trepanación de cráneo a la que fue sometido, ni los célebres ungüentos del morisco Pinterete, ni tampoco las procesiones de disciplinantes que reco­ rrían continuamente las calles de Madrid y Toledo, conseguían su recuperación. Al final, siguiendo el consejo del Duque de Alba, sacaron del sepulcro el cuerpo in­ corrupto del franciscano Diego de Alcalá, al que el pueblo profesaba gran devoción, y lo trasladaron hasta el palacio real Una vez allí, fue introducido en el lecho del príncipe, y el caso es que éste se recupe­ ró de forma sorprendente. Felipe II, como muestra de agradecimiento, solicitó al papa Pío IV la canonización de aquel monje. La recuperación del joven Carlos fue calificada de milagro por la Sagrada Congregación de Ritos y el proceso cul­ minó en 1588 con la ascensión a los al­ tares de San Diego de Alcalá.

Poderes m ágicos Una manifestación del pensamiento má­ gico que alcanza una gran extensión so­ cial y geográfica, hasta el punto de estar

presente en diferentes culturas de todo el mundo, es la creencia en el poder má­ gico de la escritura, como consecuencia de su supuesto origen divino. Ignace J. Gelb en su Historia de la escritura men­ ciona ejemplos de distintas tradiciones religiosas, tal es el caso de las inscripcio­ nes colocadas por los judíos en las jam ­ bas de las puertas de sus casas, con el fin de proteger a sus habitantes contra el mal; o la tradición musulmana de llevar amuletos con versículos del Corán; o al­ gunas prácticas realizadas por los cristia­ nos con intención curativa, como es dar aire a un enfermo con hojas de la Biblia o hacerle tragar una bola de papel en la que hay escrita una oración.

El Corán es un claro ejemplo del ca­ rácter divino otorgado a un texto religio­ so, lo que conlleva una perfección no alcanzable para la naturaleza humana. En efecto, el Islam ortodoxo afirma que es la palabra eterna de Alá, inscrita en la 'ta­ blilla reservada' [Lawh al-mahfuz), es de­ cir, el original del Corán, que se cree conservado en el cielo, y que el arcángel Gabriel fue revelando fragmento a frag­ mento al profeta Mahoma. La ortodoxia musulmana sostiene que Mahoma no sabía leer ni escribir, lo que fundamenta la creencia de que la producción de ese texto es un hecho milagroso. El propio profeta, aduciendo el carácter divino del

Corán, desafió repetidas veces a sus ene­ migos a que intentasen hacer algo seme­ jante a aquel libro, pero, según la tradición islámica, ellos se confesaron impotentes.

Esta pretendida naturaleza divina del texto coránico alimentó en los creyentes la fe en sus poderes benéficos y protec­ tores sobre quienes llevasen consigo, bien unos versículos a modo de amuleto, bien un ejemplar del libro sagrado.

Guiados por esta creencia, el Corán solía llevarse en primera línea de los ejércitos.

Así, el historiador navarro Ambrosio Huici (1880-1973) describe en su obra Historia política del Imperio Almohade la especta­ cular escena de los ejércitos almohades avanzando, tras la arqueta que contenía el libro sagrado, al encuentro de las es­ padas cristianas: "Salió el Califa [...] pre­ cedido de banderas blancas, según la costumbre de su imperio. Iban también delante de él el Alcorán [...], sobre una camella alta, en una litera roja cuyas cu­ biertas estaban adornadas con perlas preciosas, admirables rubíes rojos, amari­ llos y verdes y esmeraldas verdes de gran valor; Seguía y rodeaba al Califa su sé­ quito con tambores, y los estandartes imperiales y en pos de ellos iba todo el ejército [...]"

N ó m in c is o 'k v ttv in c ik ' En nuestro entorno cultural, la creencia en las virtudes mágicas de la palabra es­ crita ha tenido en las nóminas qui­ zá su expresión principaL Se trata de pequeñas bolsitas de tela en

cuyo interior había un papel con unas lí­ neas del evangelio de San Juan. Su uso parece remontarse a los primeros tiem ­ pos del cristianismo que, según algunos autores, lo tom ó de la costumbre que los Judíos tenían de pegar en sus vestidos cédulas que contenían pasajes de la Biblia, al parecer con el fin de tener la palabra de dios siempre ante los ojos.

Esta ancestral costumbre de las nóminas ha perdurado también en la sociedad vasca hasta las primeras décadas del si­ glo XX, aunque su uso había quedado re­ ducido únicamente a la protección de los niños, con cuyo fin se colocaban en la ropa y en la cuna de éstos. Así, el tolosarra Pablo Corosabel critica en su obra Noticia de las Cosas Memorables de Cuipúzcoa, concluida en 1868, y publica­ da pòstumamente en 1900, “ el uso de ciertos amuletos, llamados en vascuence cutunas, en la opinión supersticiosa de otros, preserva a los niños de los males de dientes, de lombrices, y de otra por­ ción de enfermedades a que están suje­ tos a causa de su debilidad [...] Lo que

resulta de esta absurda obcecación es que, por confiar en la virtud de tales amuletos, descuidan en llamar oportuna­ mente a médicos ilustrados cuando el caso lo requiere, se agravan los males, y ya no tienen remedio".

Resurrección María de Azkue (18641951), en el primer tomo de su obra Euskalerriaren yakintza, publicado en 1939, se hace eco de la antigua costum­ bre de estos amuletos -"h o y todavía en uso", según indica el autor- que en euskera reciben el nombre de kuturiak, y también son llamados ebarigelioak en al­ gunos lugares. Pueden ir fijados en algún vestido o llevarse colgados al cuello de los niños. Azkue describe con detalle el contenido de tales amuletos: “ en este acerico o almohadillita suelen las madres meter muchas cosas: pedacitos de car­ bón, añil, un pedazo de jabón, gotas de agua bendita, un papelito escrito y do­ blado y un trozo del ombligo que al niño le cortaron al nacer [...] En los amuletos de niños, aun ahora en muchos lugares, introducen algún trozo de Evangelio, ge­

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neralmente el principio del de San Juan: In principio erat Verbum..., todo el primer capítulo".

Asimismo, José Miguel de Barandiarán (1889-1991) da noticia de estas prácti­ cas en su Diccionario Ilustrado de Mitología Vasca, publicado en 1972, al referirse a los amuletos o kutunak: ‘‘exis­ ten muchas clases de amuletos. Así, un papelito, en el que van escritas las prime­ ras palabras del evangelio según San Juan y que metido en un saquito se lleva col­ gado del cuello o en los pliegues de la faja del niño o cosido al vestido, es con­ siderado en muchos lugares como reme­ dio contra el mal de ojo. [...] En Iciar introducen en el saquito algunas yerbas bendecidas por San Juan; en Bolíbar, car­

bón vegetal; en Cortézubi, Forua y Muxika le meten pan bendito, estiércol de gallina y carbón vegetal; en Lequeitio, cordón umbilical, carbón y una moneda de cén­ tim o; en Cegama, laurel, ajenjo, oliva, ro­ mero, ruda, apio, ceniza, carbón, digital, parietaria y cordón umbilical. La bolsa que contiene un 'kutun' no debe ser abierta. Si se abre la de un niño, éste se queda mudo o no aprende a hablar (Oyarzun)".

En cuanto a la voz vasca kutun. ésta tiene, de una parte, las acepciones de ‘nómina', ‘amuleto’, 'escapulario' y, como adjetivo, de ‘predilecto'; de otra parte, sus variantes 'gut(h)un' y 'buthun' - u tili­ zada ésta última en la tradición literaria septentrional por autores como

Leizarraga y Axular- poseen el doble sig­ nificado de 'carta' y 'libro'. En opinión de Koldo Mitxelena, es verosímil un origen a partir del árabe 'Icutub', plural de ‘kitab’, 'libro'.

No obstante, en siglos anteriores, las nóminas fueron utilizadas con fines más amplios, puesto que su uso, lejos de estar reducido al ámbito infantil, comprendía otras muchas funciones. Algunos autores de los siglos XVI y XVII consideraban líci­ ta la práctica de las nóminas, aunque, eso sí, con ciertas limitaciones. Por ejemplo.

Fray Martín de Castañega, antes mencio­ nado, también habla de las nóminas en su Tratado y las da por buenas, salvo que ponga en ella que “quien la traxere no morirá en agua ni fuego ni de parto, ni en armas y semejantes palabras ; o si ay en ellas algunas figuras saluo la cruz". Otro autor, Sebastián de Covarrubias, escribe en el Tesoro de la lengua castellana (1611) del uso de aquellas bolsitas que, como él explica, contenían algunas escri­ turas y nombres de santos. Califica tal costumbre de lícita y religiosa, pero ad­ vierte de la prohibición que pesa sobre otras nóminas que algunos “ burladores" elaboran con la promesa de que quien "las llevasse colgadas al cuello, ni moriría en fuego, ni en agua, ni a hierro, ni ajusti­ ciado, y que tendría revelación de la hora de su muerte". El autor narra, para ilus­ trar el engaño, cómo en cierta ocasión uno de esos embaucadores llegó a una posada y entregó una nómina a la dueña que estaba de parto, afirmando que lo tendría muy bueno, como así fue. En agradecimiento, le dieron muy bien de cenar y recaudo a su mula, y de mañana siguió su viaje. Cuenta Sebastián de Covarrubias que, queriendo después los amos de la hospedería, por curiosidad, ver lo que estaba escrito dentro de aque­ lla nómina, hallaron una cédula que de­ cía: '‘Coma mi mula y cene yo, si quiera para, si quiera no".

Por el contrario, el maestro Pedro Ciruelo publicó en 1538 su tratado

Reprovacion de las suspersticiones y hechizerías en el que condena sin excepcio­ nes el uso de las nóminas. Al estar éstas encerradas y no poder ser leídas, las cali­ fica de "escritura muerta" y declara que carecen de virtud alguna: "que qualqulera hombre o muger que trae la nómina encerrada o cosida, aunque sea de muy santas palabras, si no la trae para leerla o hazerla leer algunos días y horas para su devoción, sino que tiene confianza y piensa que, en solamente traerla consigo, sanará y será librado del mal y del peli­ gro, peca como vano y supersticioso. La razón es porque pone confianga de su sa­ lud y bien en escritura muerta, que de sí ninguna virtud tiene". Su crítica se ex­ tiende igualmente a quienes portan so­ bre su cuerpo presuntas reliquias de personas santas, con parecidos fines de protección contra los males: "esta [...] re­ gla de las nóminas vale también para las reliquias de los santos que algunos traen consigo, porque de cierto sería cosa más devota y más provechosa para ellos que pusiessen las reliquias en las yglesias o en lugares honestos".

Pedro Ciruelo fue en su tiempo un re­ conocido humanista que situó a las ma­ temáticas como la base de todas las ciencias y de la teología. Desarrolló su actividad docente en las Universidades de Salamanca, París y Alcalá, y alcanzó tal fama y prestigio que se acuñó la frase ‘saber más que el maestro Ciruelo'. En el tratado que escríbió arremete contra las nóminas, a las que califica de supersti­ ciones vanas. Debían de estar muy ex­ tendidas en la sociedad de su época, ya que el autor excusa su uso en gentes ig­ norantes, pero no en los hombres de le­ tras. Por tanto, parecía socialmente admitido que los poderes mágicos de las nóminas se requerían para fines muy di­ versos. Por ejemplo, la gente confiaba en su utilidad para procurar riquezas y ga­ nancias a sus poseedores: "ponen algu­ nos a los quicios de las puertas de sus casas para que se hagan ríeos en ellas y

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sean dichosos. Otros las ponen en las vi­ ñas o tierras, huertos y arboledas para que den muchos fructos. Otros en el co­ rral o manada de sus ovejas, cabras, va­ cas, yeguas: en el colmenar de las abejas porque multipliquen mucho".

Asimismo, había quien hacía uso de las nóminas para procurar la curación de enfermedades o la protección contra és­ tas, y no sólo para las personas, sino también para las bestias y los árboles: “ estas cédulas suelen traer colgadas al cuello algunos vanos hombres y mugeres para sanar de las calenturas [...] o para otras dolencias algunas, no solamente en los hombres, más también en las bestias

y árboles y viñas, y también las ponen a las mugeres que están de parto, a los que tienen mal de boca o almorranas y para otras muchas cosas".

Tampoco faltaba quien procuraba con las nóminas objetivos menos confesables, que describe el maestro Ciruelo, como los de quien se deja llevar por el deseo de venganza:''(...) para aver venganga de aquellos a quien mal quiere".

Otros pretenden alcanzar ciertos amores: "para alcangar el amor de alguna mujer, o ella de algún varón, o para hazer abovar al señor con quien bive, para que lo quiera mucho". Otros buscan tener suer­ te en el juego, en los negocios e incluso en actividades como la caza: "o para te­ ner dicha en juegos para ganar lo ageno; y en las mercaderías y en cagas y en suertes".

Los hacedores de nóminas -ta n to los taimados embaucadores como las perso­ nas piadosas que obraban de buena fe mantenían una aureola de misterio en torno a las características externas que necesitaban cumplir éstas, así como acerca de las normas qué debían seguir­ se para su correcto empleo, de forma que no perdiesen sus presuntos poderes má­ gicos: "algunos dizen que la nómina a de estar escrita en pergamino virgen, o en papel de tal o tal confeclón. Otros dizen que a de estar embuelta en cendal o en seda de tal o tal color. Otros dizen que a de estar cosida con sirgo o con hilo de tal y tal suerte. Otros que la an de traer colgada al cuello en collar de tal o tal manera. Otros dizen que la nómina no se a de abrir ni leer, porque luego pierde toda virtud y no aprovecha".

En definitiva, la creencia y uso de las nóminas se fue diluyendo poco a poco en el transcurso de los siglos, pero, sin embargo, sus rescoldos se han manteni­ do casi hasta nuestros días, arrinconados en el ámbito de la protección a los niños más pequeños.

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eyendas aparte, lo cierto es que el entorno de Etxalar ha sido haJ ^ bitado por el ser humano desde hace varios miles de años, y una prueba la tenemos en las cercanas cuevas de Sara, donde se han encontrado restos humanos de más de 10.000 años de an­ tigüedad.

Etxalar está situada entre los valles cantábricos de la zona noroccidental de Navarra, y forma parte de la comarca de Cinco Villas de la Montaña, con una ex­ tensión de 46,2 km^ y una altitud media de cien metros sobre el nivel del mar, por lo que su clima es bastante benigno.

Su carácter fronterizo con Francia ha propiciado, en épocas de penurias pasa­ das, un importante contrabando entre ambos lados del Pirineo. Celebra sus fies­ tas del 14 al 18 de agosto, con gigantes y cabezudos, competiciones deportivas, juegos infantiles, partidos de pelota, apuestas de hacha y tiro al plato. Pero, no nos olvidamos de la caza de palomas con redes a la antigua usanza -las palomeras-, celebrada todos los primeros de octubre de cada año.

Geológicamente forma una cubeta, debida a la falla y a la estructura sinclinal de la zona más que a posibles ero­ siones del terreno. El arroyo principal que pasa por sus terrenos es el Tximista, que desemboca en el Bidasoa. Es, ade­ más, un territorio de fuertes pendientes a ambos lado de la cubeta, con monta-

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ñas que constituyen los materiales más antiguos de todo el territorio navarro, de la era paleozoica. Estás montañas ro­ dean a modo de semicírculo toda la cu­ beta en que se asienta Etxalar, aunque con alturas bastante modestas para el entorno pirenaico en que se encuentra.

De hecho, los 784 metros del monte Azkua representan el techo del munici­ pio, cuya mayor parte del territorio está compuesta por cerros y colinas de bien empinadas cuestas. Así, no hay más que ascender hacia la frontera por la carrete­ ra que nos lleva hasta el puerto de Lizarrieta para darnos cuenta enseguida de los grandes desniveles que hay que superar, por barrancos, todos ellos, con fuertes pendientes.

El clima de Etxalar es bastante hú­ medo, por lo que las precipitaciones sue­ len ser abundantes y muy regulares durante casi todo el año. Así. pues, con­ viene estar preparados para la lluvia más que para el frío, ya que las temperaturas moderadas no presentan grandes oscila­ ciones térmicas entre el verano y el in­ vierno.

La vegetación autóctona de está zona es de robles maravillosos y grandes castaños, pero lo que más abunda hasta la fecha son las repoblaciones de conife­ ras, sobre todo de pino insignis] un m o­ nocultivo que, gracias a la reciente aparición de unos bichitos que lo están infectando, quizá desaparezca de nues­ tros montes y podamos ver, en un plazo no demasiado largo, más árboles autóc­

tonos y de hoja caduca, de esos que dan frutos y vida a nuestras montañas, apar­ te de buena sombra y relajo a nuestra vista.

Con su vecina localidad labortana de Sara siempre ha mantenido una buena amistad desde tiempos antiguos, tanto en momentos de paz como de guerra, para disfrutar de pastos y aguas con sus respectivos ganados.

Por su término municipal no atravie­ sa ferrocarril ni autopista alguna, a pesar de lo cual, está perfectamente comuni­ cada tanto con el lado francés, como con Bera y Pamplona, y el vecino territo­ rio guipuzcoano. Mención especial tie­ nen sus puentes, cuatro de los cuales son de piedra de sillería y de un solo ojo.

El más alejado es el de Infernuko erreka,

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camino de Aizkolegi. Hay otro en la anti­ gua calzada romana, llamado de Argarate, en el camino viejo de Aizkolegi a Sarriko. Otro de tos puentes está junto a la ermita de Santa Cruz, sobre el río Tximista, y un cuarto puente se halla so­ bre el mismo riachuelo, denominado puente de Sainduena.

Pero, por encima de todo, si hay algo bonito y digno de admirar son las este­ las funerarias de todo tipo -m ayorm en­ te del siglo X V IIl- que se hallan colocadas en el jardín del cementerio que hay ju nto a la iglesia parroquial de

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la Asunción. Es una manera de entrar en contacto con aquello que representa la muerte y simboliza la relación con nues­ tros antepasados lejanos, un vínculo que, como enseguida vamos a descubrir, es abundante y extraordinariamente rico en este territorio. Nos estamos refi­ riendo a los monumentos megalíticos, hitos que ningún libro, revista o folleto turístico de este valle. Así, pues, además de tas conocidas palomeras, de las palo­ mas y de tos restaurantes que hay en el casco urbano: de las magníficas caleras existentes junto a los numerosos case­ ríos que se hayan desperdigados por todo el territorio, y de sus bellos paisa­ jes, lo más importante son tos monu­ mentos megalíticos que pueblan los montes de alrededor; dólmenes, túm u­ los, cromlechs y menhires, una amplia tipología de formas que abarca diferen­ tes períodos de nuestra prehistoria más reciente, y que no todos los municipios cercanos o lejanos pueden presumir de tener. Todo un patrimonio a conocer, querer y proteger, ya que debido a la maquinaria pesada y a las modernas prácticas forestales que se utilizan hoy en día, corren serio problema de des­ aparecer o quedar parcialmente destrui­ dos. En este sentido, sino se señalizan debidamente y no se salvaguardan con leyes, aquello que ha perdurado durante tantos miles de años puede esfumarse bajo las orugas de un buldózer sin que nadie - y esto es lo más tris te - deba res­ ponder por ello.

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La mayoría de estos monumentos megalíticos se hallan situados al este de la población de Etxalar, desde la primera elevación conocida con el nombre de Akelarre hasta el monte Olarko harri, si­ tuado encima del caserío Saroiberri.

Pero, también hay un par de monumen­ tos en la parte norte del municipio, con­ cretamente al sur del monte Labeaga o Ibantelli, no descartándose encontrar más por otras zonas del municipio que

aún no han sido debidamente pros­ pectadas.

Historid de los hallazgos Haciendo un poco de historia de está prehistoria hay que decir que hasta el año 1954 no se localizan los cromlechs de Altsoroi, y lo haría Jesús Elosegi. Y es en 1962 cuando Tomás López descubre el primer dolmen en la zona de Bagoiltako lepoa. Tendría que pasar una década más para que Francisco Ondarra encontrara, en 1972, el túmulo de Irazako lepoa. Mucho más tarde, en 1984, estando visitando los monumen­ tos de esta zona Luis Millán y el mencio­ nado Ondarra, localizaron el dolmen de Maiko gaina, además de un cromlech y un menhir en Altsoroi y otro menhir en Pagolleta. En 1992 aparecen en Orizki varios vestigios: un cromlech, un túmulo y un menhir, gracias a la labor prospecti­ va de Iñaki Caztelu para el primero y de Luis Millán para el segundo y tercero. A partir del año 2005 el trabajo de campo se agudiza y da sus frutos con nuevos e importantes descubrimientos, sobre todo gracias a las sistemáticas explora­ ciones del grupo Hilharríak, integrado, además de por los mencionados Millán y Caztelu, por Manolo Tamayo, Goyo Mercader, Alfonso Martínez y Balere Barrero, sin olvidarnos tampoco de la la­ bor prospectora de Iñigo Gabriel Txinturreta.

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A la vista de resultados tan positivos podemos avanzar que, a poco que prosi­ gan las tareas de prospección en estas montañas, aparecerán nuevos e intere­ santes monumentos megalíticos, ya que todavía hay mucho terreno y muchos rincones para examinar, donde, segura­ mente, también dejaron testimonio de su presencia nuestros más cercanos an­ tepasados.

una pista -apta para vehículos todo te ­ rreno-, junto a la muga fronteriza, hasta llegar a un rellano situado un poco antes del mojón n® 41. Una vez en este rella­ no, tenemos que ir hacia la izquierda oeste- para pasar junto a un espino

Recorrido a pie por Id prebistorici de Etxalcir Para la localización de los monumentos situados al sur del monte Labeaga o Ibantelli, tenemos que ir hasta el collado de Lizarrieta, situado en la zona de las Palomeras, para comenzar a subir por

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solitario. Allí, cerca de una pequeña zona rocosa podemos ver claramente la cista del dolmen de Labeaga, un monumento que en verano apenas destaca del suelo por la cantidad de hierba y helecho que lo ocultan.

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Si queremos ver lo que podría ser un m onolito que se halla en pie, tenemos que descender de este lugar hacia el oeste para introducirnos en una planta­ ción de alerces. Al final de un pequeño rellano, cuando el monte empieza a in-

diñarse fuertemente, veremos hincado este m enhir de Soroaundi, que sin ser alto es muy bonito.

El resto de los monumentos megalíticos conocidos en el término municipal que nos ocupa se encuentran más al sur, por lo que deberemos tomar la carretera que comunica Etxalar con la población de Zugarramurdi. Nada más atravesar el arroyo Tximista comienza una cuesta bastante empinada, donde, al cabo de unos setecientos metros, tenemos que coger una pista a la izquierda para si­ tuarnos. después de un kilómetro, en la cara norte de la loma de Akelarre. Desde este lugar subiremos por la inclinada loma hasta llegar a la parte alta, donde podremos ver los restos del dolmen de Akelarre-Bizkarra, situados junto a un espino albar.

Proseguimos hacia el este y descen­ demos hacia sur para atravesar un pe­ queño collado, desde donde subir a la parte alta del cerro Okalarre. Un poco

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antes de llegar a su cima veremos unas pequeñas losas formando la cámara del dolmen de Okalarre.

Desde aquí tenemos que ir hacia el este para coger la pista que nos condu­ ce, después de quinientos metros de as­ censo en sentido nordeste, hasta un pequeño rellano. Abandonamos la pista para ir hacia el oeste por una preciosa

loma y descender unos treinta metros de desnivel. En cuanto las árgomas nos dejen paso iremos hacia la izquierda para descubrir, en breve, el dolmen de Artola. Se encuentra éste sobre un te­ rreno ciertamente inclinado y conserva la cámara relativamente intacta.

Volvemos a subir la cuesta que he­ mos bajado para llegar de nuevo a la

pista. Una vez en ella vamos hacia el sur por un sendero que, sin apenas des­ nivel, nos lleva directamente hasta una loma que bordeamos y descendemos para cruzar el arroyo Zulubi, cerca del caserío Gilleneko borda. Ciento cin­ cuenta metros al este del citado case­ río veremos, a la izquierda del camino que pasa cercano al regato y junto a

una alambrada, el precioso dolm en de Zuiubiko erreka. La construcción con­ serva intacta su cámara, a pesar de que parte de su túm ulo haya sido cortado por el camino carretil Una curiosidad de este monumento es que, su presun­ ta cubierta original, se halla colocada como techo de la entrada de un horno de cal situado a unos treinta metros de distancia.

Desde este lugar proseguimos en di­ rección suroeste unos quinientos me­ tros, a través de un terreno inclinado, hasta llegar a una loma rocosa con mu­

cho helecho y algunos ejemplares de Acebos. En la parte de la cresta, des­ pués de pasar un pequeño collado con grandes rocas y unos ejemplares de acebos, veremos, hacia el norte, los res­ tos del dolmen de Akelarre, un recogi­ do túmulo con alguna losa de la cubierta tumbada sobre él y parte de la cámara.

Desde este punto tenemos que ir ha­ cia el este, a través del collado, para bor­ dear la peña por el lado sur, siguiendo un precioso sendero que nos adentra en un pequeño bosque de robles. Allí, podemos

ver unas rocas enormes en un terreno bastante inclinado que han formado una especie de cueva con suelo totalmente liso. Se trata de Lapurzulo, un covacho quizá utilizado por algún ladrón de otro tiempo y que sirve hoy de refugio a las ovejas en días de calor. Una vez llegados

a la pista, tenemos que ascender hasta la parte más alta del monte Orizkigana, donde poder disfrutar de los restos del dolmen de Orizkigana, situado en el lado norte de la llana plataforma y ro­ deado de rocas naturales que lo enmas­ caran con el terreno. Todavía queda parte

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del peristalito del túmulo y de las losas de la cámara, aún en pie y en su sitio ori­ ginal.

El recorrido continúa hacia el este, hasta el collado. Allí, tomamos una pista

asfaltada que nos conduce junto a un ca­ serío abandonado -Olako borda- para seguir ascendiendo por una vieja pista hasta un cruce. Tomamos a la izquierda oeste- hasta un amplio collado, donde

volvemos a coger a izquierda hasta otro collado. Ascendemos ahora hacia la parte norte del monte, donde veremos los res­ tos del dolmen Maiko gaina con su tú ­ mulo, cerca de un espino albar y de una

zona rocosa en el mismo borde de la loma.

Volvemos sobre nuestros pasos hasta llegar a la pista, la cual cruzamos para entrar en el prado artificial y subir a la cumbre del monte Bagobilleta. Desde allí podemos admirar las vistas que se nos ofrecen antes de descender en sen­ tido este hacia el amplio collado, lugar en el que se encuentran el cromlech, menhir y túm ulo de Bagobilleta. En lo que se refiere al monolito, es éste de gran tamaño y se halla en posición tumbada. Respecto al túmulo, situado un poco más al este de los anteriores y semioculto entre los helechos, puede dar la sensación de corresponder a los res­ tos de una cabaña, sin embargo no es así, y aún mantiene su peristalito.

Desde este lugar tenemos que ir por una zona de gran belleza hacia el norte, perdiendo algo de altura para adentrar­ nos en un bosque de hayas con una bue­ na fuente de agua. Nada más salir del citado bosque veremos el menhir y cromlech de Arríkokolota, tumbado el primero a la derecha del sendero, y un poco más adelante el segundo, en la es­ quina de una plantación de alerces y con la estructura prácticamente entera. Este lugar no sólo tiene encanto, sino, ade­ más, unas magníficas vistas hacia los montes Ibantelli y Atxuri.

Ahora tenemos que volver sobre nuestros pasos por el bosque y la fuente para, seguidamente, ir hacia la izquierda, dejando a nuestra derecha el amplio co-

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[lado de Bagobilleta. Enseguida llegamos a un nuevo pastizal, donde podemos ver, junto a un viejo y oxidado depósito de agua, lo que queda del precioso dolmen de Irazaku, ya que al limpiar este luberrí o pradera nueva no se les ocurrió nada mejor que rellenar el monumento con las piedras y tierra sobrantes, como si de un morcuero se tratase. Así, hoy lo en­ contramos totalmente tapado y sólo se aprecia bien parte del túmulo.

Continuamos hacia el este, junto a la alambrada, por un sendero estrecho y sin apenas desnivel. Al llegar al final del va­ llado subimos un pequeño repecho para situarnos en un amplio rellano, lugar donde se ubican los dos menhires de Altsoroi, ambos en posición tumbada y separados unos cincuenta metros uno de otro. Un poco más al sur de estos mono­ litos, entre el collado y la zona rocosa, podemos ver otros tres monumentos de Altsoroi: un túmulo con peristalito, un precioso cromlech y un segundo túmulo pedregoso con restos de cámara dolménica, todos ellos en un pequeño espacio y dispuestos de manera continua.

Bajando un poco más hacia el nor­ deste se encuentran el menhir, túm ulo

y cromlech de Orizkí, situados en un te ­ rreno libre de helechos donde crece un fino pasto. Se trata justamente del últi­ mo espolón de todo este cordal monta­ ñoso que hemos recorrido desde que iniciáramos la ruta en el cerro de Okalarre.

Desde aquí regresamos a la zona de Altsoroi, para bajar como buenamente podamos hacia el sur, hasta coger la pis­ ta que habrá de llevarnos hacia la carre­ tera de Zugarramurdi. Antes, una vez superado un pequeño repecho, podemos ver a la derecha de la pista y junto a un poste del tendido eléctrico el túm ulo de Irazakuko lepoa, bastante desfigurado por los robos de piedra que ha sufrido a lo largo del tiempo.

Por último, solo nos queda seguir por la pista hacia el este, hasta llegar a la ca­ rretera de regreso al punto de partida en Etxalar, donde reponer las fuerzas perdi­ das y gozar de lo vivido en esta larga ruta megalítica, de encuentro con nues­ tros antepasados.

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UN ACERCAMIENTO A LAS PRÁCTICAS FUNERARIAS DE LA PREHISTORIA VASCA (NEOLÍTICO Y EDAD DE LOS METALES)

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IBRE LLEVA A CABO SUS PRIMERAS PRÁCTI'UNERARIAS EN CUEVAS DESDE HACE UNOS .000 A I ^ S , Y PROBABLEMENTE TAMBIÉN FUE­ RA DE E I^ S , AUNQUE LOS RESTOS ÓSEOS NO SE C O N & H ^A N DE IGUAL MANERA QUE EN UN ME^O TEC ID O Y SECO. SIN EMBARCO, NO SERÁ ÍASTA MUCHO MÁS TARDE CUANDO EMPIECE A CONSTRUIR MONUMENTOS DE GRANDES PIE­ DRAS AL AIRE LIBRE, EN LOS QUE REALIZAR RITUA­ LES PARA DAR DESCANSO A SUS DIFUNTOS. ESTAS PRIMERAS CONSTANCIAS SE REMONTAN AL PE­ RIODO NEOLÍTICO, ENTRE 4000 AÑOS Y 2500 AÑOS ANTES DE CRISTO, AUNQUE SUBSISTIRÁN ENTRE NOSOTROS DURANTE LA MAYOR PARTE DE LA EDAD DE LOS METALES, DENTRO DE LA CUAL SE ESTABLECEN LAS SIGUIENTES ETAPAS CULTURALES: EDAD DEL COBRE O CALCOLÌTICO (2500-1800 AÑOS A. DE C.), EDAD DEL BRONCE (1800-700 AÑOS A. DE C.) Y EDAD DEL HIERRO (700 A. DE C.AL CAMBIO DE ERA). POR LO TANTO, PUEDE DECIRSE QUE LOS MONUMENTOS MECALÍTICOS TIENEN UNA CLARA FUNCIÓN FUNERA­ RIA EN SU MAYOR PARTE Y QUE CORRESPONDEN A LA PREHISTORIA MÁS RECIENTE, CUANDO NUESTROS ANTEPASADOS PRACTICABAN YA UNA CIERTA AGRICULTURA Y GANADERÍA Y DO M INA­ BAN UNA TECNOLOGÍA CAPAZ DE FABRICAR ÚTI­ LES DE METAL. DE TEJER FIBRAS TEXTILES, DE ELABORAR CERÁMICA, DE ORGANIZARSE EN PO­ BLADOS E INCLUSO DE COMERCIAR CON OTROS GRUPOS ALEJADOS DE SU ENTORNO. DOS IMPORTANTES MODALIDADES FUNERARIAS SE SUCEDERÁN A LO LARGO DE TODO ESTE TIEMPO DE MÁS DE 4000 AÑOS, OBEDECIENDO A MODAS O HÁBI­ TOS QUE AÚ N N O ENTENDEMOS MUY BIEN A PESAR DE LAS INVES­ TIGACIONES REALIZADAS: LA IN ­ HUMACIÓN Y LA INCINERACIÓN.

C R A N E O C O N RITUAL DE C O N C H A S EN LAS C U E N C A S DE LOS OJOS

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EL RITO DE LA INHUMACIÓN

IN H U M A C IÓ N E l ca d á v e r se in ­ tr o d u c ía e n r e c in ­

Implica el enterramiento del cuerpo del fallecido, es decir, el hecho de darle sepultura. Sin embargo, debemos coger aquí el término en un sen­ tido amplio, ya que lo que se hacía con el cadáver, más exactamente, era introducirlo en recintos construidos por el hombre (dólmenes y túm u­ los) y depositarlo o dejarlo en ellos con acompañamiento o no de ofren­ das. Este ritual tiene su inicio en el Neolítico, a finales del cuarto milenio a. de C., y se mantendrá activo durante toda la Edad del Cobre para des­ aparecer, de manera progresiva, al término de la Edad del Bronce.

Hay que decir que dichas inhumaciones se hacían tanto en el interior de los monumentos megalíticos como en cuevas sepulcrales, es decir,

t o s c o n s tr u id o s p o r el h o m b r e ( d ó lm e n e s y tú m u lo s ) y d e p o s ita rlo o d e ja r l o e n e llo s c o n a c o m p a ñ a m ie n to o n o d e o fre n d a s .

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cuevas o covachos naturales que servían de tumba al fallecido y, ade­ más, ambas modalidades coincidieron en el tiempo y en el espacio. En este sentido, las construcciones megalíticas no serían sino un a modo de "cuevas" artificiales en las que se mantendría idéntico ritual funerario o muy similar.

Como resumen diremos que existió una variada tipología de enterra­ mientos desde los primeros tiempos del Neolítico hasta el inicio de la Edad del Hierro. Así, por una parte encontramos restos humanos en fosas u hoyos practicados tanto en el interior de cuevas y abrigos bajo roca como al aire libre. Por otra parte, estarían aquellos difuntos depositados en superficie, tanto en cuevas y abrigos como dentro de estructuras rea­ lizadas por el hombre, de tipo cistas tumulares o dólmenes.

EL RITO DE LA INCINERACIÓN

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Parece haber tenido su inicio a mediados de la Edad del Bronce -coexis­ tiendo durante cierto tiempo con el de la inhumación-, perdurando y afianzándose a lo largo de toda la Edad del Hierro, momento en el que gozará de exclusividad en las prácticas funerarias, salvo para el caso de los niños que continuarán inhumándose. También en época romana pro­ sigue la incineración hasta el tercer siglo de nuestra era, acabando con los primeros tiempos del cristianismo, a pesar de que -com o han de­ mostrado algunas excavaciones y dataciones por medio de carbono 14haya seguido practicándose en Euskal Herria, de manera residual, hasta periodos altomedievales.

La cremación del cadáver tenía lugar en una pira funeraria, para lo cual se apilaba madera en diferentes capas hasta culminar con la coloca­ ción del cuerpo del difunto y alguna otra capa de material combustible encima que asegurase la quema total del mismo. El fuego consumía en­ tonces toda la carga hasta reducirlo a cenizas, tras lo cual, se recogía de manera simbólica una parte de las mismas y se depositaba de diferentes formas según el lugar, el grupo humano y el momento cronológico. Para el caso que nos ocupa de los monumentos megalíticos, se solían deposi­ tar en un pequeño hoyo situado en el centro de la estructura funeraria construida, normalmente cerca de donde se hacía la hoguera. Otra de las formas utilizadas para la preservación de las cenizas consistía en la intro­ ducción de éstas directamente en una cista sobre el suelo -especie de caja hecha con pequeñas lajas de piedra- o en una vasija fabricada para tal efecto, que se cubría mediante una tapa y que se constituía así en urna cineraria. A continuación se enterraba en una necrópolis -e l lugar sagrado de la comunidad-, sin ningún elemento al exterior que determi­ nase el lugar exacto de su ocultación, ni túmulo, ni círculo de piedras al­ guno, lo que hace que muchas de estas necrópolis permanezcan aún sin identificar por los arqueólogos. Formaban lo que se ha dado en llamar "campos de urnas" y de ellos tenemos constancia en yacimientos navarros cercanos al Ebro. Algunos de estas necrópolis Entre las cenizas recogidas podía haber también fragmentos de huesos calcinados, pequeños restos de leña y carbón de la pira y, ocasional­

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mente, algún objeto de ajuar metálico o de otro tipo que portara el difunto en el momento de la cremación: fíbulas, botones, trozos cerámi­ cos o cuentas de collar de pasta vitrea. Excepcionalmente se realizaba algún tipo de ofrenda que acompañaba a las cenizas en el hoyo, consis­ tente en trozos de cerámica, pequeñas piezas de sílex y cantos rodados.

Los monumentos funerarios que albergaban los restos cenicientos y las ofrendas obedecen a una tipología diversa, pero coincidente en el tiempo y en el espacio, hasta el punto de encontrarse varias de estas es­ tructuras diferentes en una misma necrópolis. Nos estamos refiriendo a los populares cromlechs (círculo de piedras) y a los menos conocidos cromlech tumulares y túmulos simples. En realidad, más que de sepultu­ ras deberíamos hablar aquí de cenotafios, puesto que no contienen el cuerpo del fallecido, y recalcar también el aspecto simbólico de los mis­ mos, erigidos en memoria del fallecido. En este sentido, las palabras de Jacques Blot son muy ilustrativas, ya que considera al fuego como “ un agente de espiritualización, que libera el espíritu y le permite retornar, en el humo de su envoltura corporal, al mundo del cual ha surgido".

INONERAaÓN L a c re m a c ió n d e l c a d á v e r te n ía lu g a r e n u n a p ir a fu n e ra r ia , p a ra lo c u a l se a p ila b a m a d e ra e n d ife ­ re n te s c a p a s h a s ta c u lm in a r c o n la c o lo c a c ió n d el c u e rp o d e l d if u n ­ t o y a lg u n a o t r a c a p a d e m a te r ia l c o m b u s t ib le e n c i­ m a q u e a seg u ra se la q u e m a t o t a l d e l m is m o .

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D O LM EN IN T E R M E D IO T ip o lo g ía s tu ­ m u la r q u e d ifie re b á s ic a m e n te en e l tam a/ io d e su s c á m a ra s , c o n s tr u id a s d e fo r m a re c ta n g u la r y c o n lo s a s m ás p e q u e ñ a s q u e las e m p le a d a s e n las d e su s h e r m a ­ n o s m ay o res.

S e e n c u e n tr a n , ig u a lm e n te , ro d e a d a s p o r el c o n s a b id o t ú ­ m u lo d e p ie d ra s y tie r r a q u e n o s u e le s o b re p a sa r lo s o c h o m e tro s d e d iá m e tro .

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Se trata de una estructura sepulcral que puede contener varios cadáve­ res (incluso más de un centenar) y ser usada en innumerables ocasiones y diferentes espacios de tiempo por grupos humanos también distintos.

Su utilización coincide con el inicio del Neolítico y se prolonga hasta la Edad del Bronce, a lo largo de más de 2000 años.

La cámara funeraria está delimitada por grandes losas de piedra plan­ tadas de forma vertical sobre la tierra, y presenta por lo general una cla­ ra orientación Este-Oeste. Dicha cámara suele estar abierta hacia la salida del sol, o bien disponer de una losa más pequeña, con el fin de permitir la entrada de más difuntos al receptáculo principal. La cubierta, por su parte, solía consistir en una gran piedra plana que debía ser izada con ayuda de alguna tecnología rudimentaria. Así, se cree que pudieron haber elevado la enorme losa con la ayuda de rodillos de madera condu­ cidos a través de un plano inclinado, plano formado por un montículo artificial de piedras y tierra que rodearía el monumento y que hoy deno­ minamos túmulo. Un túmulo que, por diferentes razones, no siempre se ha conservado. Hay otros dólmenes, empero, que nunca tuvieron cubri­ miento de piedra, y se cree que pudieron haber sido techados con pe­ queños troncos de madera apoyados sobre las losas verticales y recubiertos de tierra o césped, materiales que, evidentemente, no han perdurado en el tiempo. A esta forma de cubierta podrían haber respon­ dido muy bien la mayor parte de los monumentos de este tipo que pue­ blan nuestras montañas.

Son más de mil los dólmenes y túmulos dolménicos hallados hasta hoy en Euskal Herria, con tipologías muy diferentes, tanto en cuanto al tamaño del monumento como a la forma en que se disponen sus cáma­ ras. Así, las clasificaciones más aceptadas los catalogan en sepulcro de corredor, sepulcro de galería, dolmen poligonal, corto abierto y cerrado, largo abierto y cerrado, o sepulcro de losa perforada No sabemos a quién o quiénes pertenecían los distintos dólmenes, ni si un grupo humano poseía uno o varios de ellos, ni si todos los miem­ bros de esa comunidad tenían derecho a ser inhumados en su interior. Sí sabemos, sin embargo, que en numerosas ocasiones se depositaban ofrendas junto al cadáver, elementos fabricados por el grupo y, en no pocos ejemplos, procedentes de otros ámbitos culturales tan alejados de nosotros como puede ser el Mediterráneo. Así, las excavaciones arqueo­ lógicas han sacado a la luz cuentas de collar, cuchillos de sílex, hachas pulimentadas, útiles de hueso, pequeñas joyitas y recipientes cerámicos; objetos, en su mayor parte, codiciados por los "buscadores de tesoros" de toda época, ya que algunas de estas tumbas colectivas pudieron ha­ ber sido expoliadas ya por sus coetáneos.

Dentro de la clasificación de dolmen existen otras tipologías tumulares que difieren básicamente en el tamaño de sus cámaras, construidas de forma rectangular y con losas más pequeñas que las empleadas en las de sus hermanos mayores. Se encuentran, igualmente, rodeadas por

D O LM EN L a c á m a ra

el consabido túmulo de piedras y tierra que no suele sobrepasar los ocho metros de diámetro. Nos estamos refiririendo a la cista o cofre dolménico y a los dólmenes Intermedios, propios de un ámbito de montaña y mayoritarios en las praderías de cumbres y collados, y en los rellanos de los flancos de nuestras sierras, desde Gorobel hasta Pirineos, pasando por todos los macizos de la divisoria de aguas: Gorbeia, Urkiola, Aizkorri, Aralar, y otros situados al norte y sur de la divisoria. De proporciones más modestas que algunos ejemplares de los valles -tip o Aizkomendi, Txabola de la Hechicera o Sorginetxe-, se cree que pudieron haber servi­ do a pequeñas comunidades agropastoriles con menores recursos, pero esto, como otras muchas cosas, entra de momento en el terreno de la hipótesis.

fu n e ra r ia está d e lim ita d a p o r g ra n d e s lo s a s d e p ie d ra p la n ta d a s d e f o r m a v e rtic a l s o b r e l a tie r r a , y p r e s e n ta p o r lo g e n e ra l u n a c la ra o r ie n t a c ió n E s t e O e s te

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[CROMLECH]

CRO M LECH TU M U LAR £ s el c r o m le c h cu ya co ro n a de p ie d ra s - lla m a d o ta m b ié n p e ris ­ t a l i t o - ro d e a a u n tú m u lo d e p ie d ra s y tie rra .

TU M U LO F o r m a c ió n d e p ie d ra s o tie rra a m o n to n a d a , d e c in c o a seis m e ­ tr o s d e d iá m e tro , y c a re n te s d el c ír c u lo d e p ie d ra s o p e ris ta lito .

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Conocidos también con el nombre vasco de harrespil, baratz, mairubaratz o gentilbaratz, son, en un sentido estricto, círculos de piedras hincadas en el suelo -llamadas testigos-, relacionados con el ritual de la incinera­ ción y, por lo tanto, de carácter funerario. En la zona central del monu­ mento se encuentra, casi siempre, un depósito de cenizas o de carbones, entre los que no suelen aparecer restos calcinados de huesos humanos.

Dicho depósito aparece realizado de diversas formas, bien excavado di­ rectamente en el suelo, en un pequeño cofre o cista de lajas de piedra, o bien bajo una pequeña cúpula pedregosa. Junto a su contenido cenicien­ to, apenas se han encontrado materiales de adorno, cuentas de collar, metálicos, de piedra o cerámicos que pudieran derivarse de algún tipo de ofrenda ritual. Podríamos deducir de ello que los pobladores de estas áreas carecían de bienes materiales importantes, o bien que la ceremo­ nia funeraria era austera por propia determinación. En cualquier caso, poco sabemos de las gentes que erigieron éstas estructuras para sus di­ funtos a lo largo de las rutas pastoriles en altura y al margen, en muchas ocasiones, del área dolménica anterior.

Las piedras hincadas o testigos del círculo tienen la función de deli­ mitar un espacio interior que puede medir entre tres y siete metros de diámetro, y suelen presentar un desbaste intencionado y una homoge­ neidad que, en algunos casos, puede llevar a alcanzar un alto grado de sofisticación y estética visuaL Cuando la corona de piedras -llam ado también peristalito- rodea a un túm ulo de piedras y tierra, decimos que se trata de un túmulocromlech o cromlech tum ular. Pudiera ser que esa corona periférica haya podido ejercer una tarea de contención del propio túmulo, evi­ tando, así, un posible desmoronamiento: no obstante, parece más plau­ sible atribuir a este círculo una función delimitadora del espacio, que señalara simbólicamente un lugar tenido como "sagrado" por una co­ munidad.

Una tercera modalidad, por así decirlo, en el panorama de los monu­ mentos asociados al rito de la incineración, correspondería al túm ulo simple, una formación de piedras o tierra amontonada, de cinco a seis metros de diámetro, y carentes del círculo de piedras o peristalito, tan característico en los cromlechs y cromlech tumulares. También el recep­ táculo central suele ser más sencillo que el de los otros dos monumen­ tos.

La localización geográfica de los cromlechs y sus variantes está mu­ cho más delimitada que la de los dólmenes, aunque existen áreas comu­ nes en las que se detectan ambos casos. De cualquier modo, la asociación entre cromlech y ámbito pirenaico es, hoy por hoy, incuestionable, ex­ tendiéndose a lo largo de una superficie de más de 250 kilómetros y una anchura de entre cinco y cuarenta kilómetros, concretamente desde la zona de Andorra por el este hasta el valle del río Leizaran por el oeste. En esta vasta área pirenaica se han descubierto cerca de 1200 cromlechs.

CRO M LECH S o n c ír c u lo s d e

bien formando agrupaciones o de manera solitaria. En opinión de Xabier Peñalver, el área descrita podría guardar una estrecha relación con el an­ tiguo territorio de los vascones, lo que explicaría la unidad cultural que parece caracterizar a este tipo de monumento.

En cuanto a los emplazamientos, seguramente obedecía a ciertos criterios que. hoy por hoy, se nos escapan. A decir de J. Blot, se locali­ zan especialmente “en los collados, en las líneas de cresta y, en menor medida, en los rellanos de los flancos de las montañas". Toda una ex­ presión de la muerte que arraiga entre nosotros desde finales de la Edad del Bronce y a lo largo de la Edad del Hierro, despojándola de su aspecto material y convirtiéndola, según parece, en un símbolo ligado al fuego.

p ie d ra s h in c a d a s e n e l s u e lo . E n la z o n a c e n tr a l d el m o n u m e n t o se e n c u e n tr a , c a si s ie m p re , u n d e ­ p ó s it o d e c e n iz a s o d e c a rb o n e s , e n t r e lo s q u e n o s u e le n a p a r e c e r re s to s c a lc in a ­ d o s d e h u e so s hu m an o s.

E n la im a g e n , c r o m le c h e x c a v a ­ d o p a r c ia lm e n te

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M E N H IR E s , b á s ic a m e n te , u n b lo q u e d e p ie ­ d r a to s c a m e n te ta lla d o e h in c a d o v e r tic a lm e n te e n e l s u e lo , a u n q u e , e n n u m e ro sa s o c a s io n e s , ap arece t u m b a d o s o b re el

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También llamado monolito, y zutarrí. iruinam y mugarrí en euskera, es, básicamente, un bloque de piedra toscamente tallado e hincado verti­ calmente en el suelo, aunque, en numerosas ocasiones, aparece tumba­ do sobre el terreno. Es, sin duda, el monumento megalítico menos abundante en Euskal Herria, a pesar de lo cual, podemos distinguir dos categorías que vienen condicionadas, seguramente, por el tipo y caracte­ rísticas de la piedra a utilizar presente en el entorno natural más inme­ diato: el menhir de bloque, paralelepípedo de cuatro a seis toneladas de peso, que aparece en todos los casos tumbado y, lo más curioso, con cla­ ros indicios de no haber estado erguido nunca; y el menhir de losa o laja, de mayor o menor grosor y de una a dos toneladas de peso, con marcas de desbastado en sus caras y, un buen número de ellos, todavía de pie en sus emplazamientos originales.

La ubicación del medio centenar de menhires que hasta la fecha se han encontrado en Euskal Herria se corresponde, al igual que los otros monumentos, con las zonas de montaña, buscando líneas de cresta y cor­ dales, y también collados o lugares de paso entre pastizales de altura. Con menor frecuencia, aparecen en mitad de ladera y rellanos de pendientes.

A pesar de que muchos de estos monolitos aparezcan asociados a le­ yendas y personajes mitológicos de la cosmogonía vasca, poco o nada sabemos sobre ellos, su función e, incluso, su cronología. X. Peñalver aventura como probable un período que iría desde la Edad del Bronce hasta el final de la Edad del Hierro. Etapa con la que también coincidiría J. Blot, pero con matices, ya que "aunque el contexto arqueológico incita a suponer que han sido colocados por los pastores del primer milenio antes de Cristo, no se puede excluir totalmente, no obstante, la hipótesis de una época más reciente para algunos de ellos".

Respecto a lo que pudiéramos aventurar en cuanto a la función o fun­ ciones que desempeñaron estos monolitos, no parece que entre ellas es­ tuviese la de referencia astronómica, al menos como finalidad principaL Sí, en cambio, es probable su cometido como mojones que marcaran lí­ mites entre distintos territorios pastoriles, para procurar un uso pacífico de los pastizales y de los manantiales. Si estuviéramos en lo cierto, quizá hayan servido de puntos de encuentro para dirimir litigios o pactar acuer­ dos entre grupos humanos de diferentes culturas y espacios geográficos, algunos de los cuales -caso de la Piedra de San Martín o la mesa de Lizuniaga-, han podido perdurar hasta tiempos históricos. En cuanto a los menhires tumbados, J. Blot ha querido ver en ellos una orientación clara­ mente definida hacia las componentes E, ENE, o ESE (sol naciente), con intervención deliberada de la mano del hombre en las mismas.

Finalmente, cabría reseñar la circunstancia de la cercanía de los men­ hires a otros monumentos de carácter funerario -a veces tan sólo a unos metros-, especialmente a aquellos relacionados con rituales de incinera­ ción, es decir, cromlechs y cromlechs tumulares en su mayoría. Añadir a esto otra circunstancia, y es que apenas se encuentran dólmenes en los

lugares con presencia de un monolito, y sin embargo, si se conocen varios menhires formando parte del cromlech como un elemento destacado del círculo de piedras que llamamos peristalito. Sin duda, una asociación cu­ riosa que permite, cuanto menos, relacionarlos con la Edad del Hierro, en espera de que las futuras investigaciones den frutos más jugosos.

TU M U LO DE H Á B IT A T S o n m o n tíc u lo s d e p ie d ra y tie rra d e e n tr e d ie z y d ie c io c h o m e tro s d e d iá m e tr o y u n o a d o s m e tro s d e a ltu r a , c o n s ­ tru id o s siem p re s o b r e te rre n o s e n p e n d ie n te , c o n el íin d e d is p o n e r u na cabaña s o b re él

No tiene nada que ver con el mundo funerario ni con los rituales de in­ humación o incineración, y su funcionalidad es, más bien, de índole prác­ tico. A estos túmulos se les conoce también como fondos de cabaña, y vienen a ser montículos de piedra y tierra de entre diez y dieciocho me­ tros de diámetro y uno a dos metros de altura, construidos siempre so­ bre terrenos en pendiente, con el fin de facilitar la escorrentía de las aguas. El objetivo de los mismos era procurar un emplazamiento llano y elevado sobre el que disponer una cabaña que, a su vez, sirviera de refu­ gio temporal durante la época estival, periodo en el que los pastores trashumantes regresaban a los pastizales de altura con sus rebaños.

Las cabañas se reconstruían cada año y su estructura debía de ser muy sencilla, fabricada con ramas y palos entrelazados sobre los que se dispondría una cubierta a dos aguas techada con helechos o terrones de hierba, al modo de las usadas por carboneros y pastores hasta épocas re­ cientes. En las montañas de Iparralde se han localizado más de 600 de estos túmulos, en lugares abrigados del norte, cercanos a manantiales y formando agrupaciones de una docena o más de estos montículos. En algunos de ellos, todavía hoy se asientan chabolas pastoriles, ya que la elevación las protege de la humedad.

Por último, es muy complicado asignar aquí una cronología, dada la eventualidad del refugio, lo perecedero de los materiales -generalmente de madera- utilizados por los pastores y la climatología de montaña ad­ versa sobre un emplazamiento al aire libre. De cualquier modo, tienen que ser anteriores a las bordas y chozas de piedra y, dada su sencillez, muy bien podrían tener su origen en la Edad de los Metales.

JU A N JD HIDALGO

CASERIO MUSEO IG A R T U B E IT I BASERRI MUSEOA

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Un espacio para conocer la vida cotidiana dei caserío guipuzcoano am bientado en el añ o 1 6 3 0

Glpuzkoar baserrien eguneroko bizitza ezagutzeko gunea

p ro c e s o

V is it a s g u ia d a s

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S e m a n a d e la S id r a : d a e la b o r a c ió n a r t e s a n a l (o c tu b re )

S a g a r d o A ste a :

T a lle re s de a n im a c ió n ( ju lio - a g o s to )

A b ie rto de m arte s a d o m in g o

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ACAdEFlliA dE LA LEnGUA ESPAñOLA dERniRJA EL tÉRJlinO ÓE tORBE c o m o EdiECiO FUERjE, mÁ8 ALtO QUE AnCHO. QUE 8ÍRr VE PARA dEEEndER^E dE W] EnErniOO dE8dE ÉL. Y PARA dEFEndER, UriA CiUdAd O PLAZA, O mÁ8 GEnÉRiCATIlEntE PARfi CUALQUiER^EdiECiO dE niUCHA mÁ8 AL'K^A Ql/E 8UPERPCÍE.

C A M B IO DE G U A R N IC IÓ N EN LA TORRE DE ESKIBEL DURANTE U SE G U N D A CARLISTA

UriA òiLAtAòA tRAòiCiÓri ÒE AtALAYAS EF] EL HORiZGIltE ALAVÉS

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Con las luces crepusculares, las recorta­ das siluetas sobre el atardecer de torres, castillos u otros elementos de la arqui­ tectura castrense no constituían para los habitantes de los pueblos alaveses una novedad. No en vano, las primeras alu­ siones a su existencia se remontaban a los albores de la reconquista, cuando las crónicas árabes habían mencionado el nombre de Ataba wa-l-Qiba (Álava y los castillos) al reseñar la aceifa dirigida por

el wali de al-Andalus Uqba ¡bn al-Hayyay, la campaña desarrollada en el 735 ó 736 en la que se habían conquistado Galicia, Pamplona, Narbona y, precisamente, Álava.

Los baluartes de Lantarón y Buradón, de Toloño, Herrera y Toro, de Astulez, Murielles, Estibaliz e Ibiña, de Araxes, Zaitegi, Zaldiaran y Arganzón, entre otros, habían acompañado desde la brumosa etapa alto medieval la vida cotidiana de

Torre telegráfica Be lo,tAlto^ Be Q uintanilla (A rm iñón)

TORRE DE ESKIBEU A P R IN O P IO S DEL SIGLO X X

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los primitivos alaveses. Avanzado el siglo Xlll algunos de los apellidos intervinientes en el Pacto de la Cofradía de Arriaga protagonizarían los episodios más san­ grientos de la lucha de bandos entre Parientes Mayores, oñacinos y gamboínos, representados en Álava por Mendozas y Guevaras. Y con un carácter defensivo propio de esos agitados tiem ­ pos levantarían sus torres en Mendoza.

Zarate, Alegría, Manurga, Baraxuen, Martioda, Murga, Salinillas. Larrinzar, Fontecha, Cebara, Kexaa, Badaia, Villanañe, Lacorzana, Barrón...

Aquietadas las guerras de bandos al socaire de las Hermandades y en un cli­

ma de mayor estabilidad política, dichas construcciones pasarían, desde finales del siglo XV, a ostentar un carácter más residencial, aun conservando elementos de protección perceptibles en las torres de Soxo, Maríaka en Amurrio, Ureta en Llanteno, Zudubiarte en Okondo, Barrataguren en Artziniega o en la de El Valle en Zuhatza.A partir de esas fechas se construirían más como testimonio de nobleza y, fundamentalmente, como un signo de ostentación del poder econó­ mico, que con críterios estríctamente militares. Éste sería el caso, entre otras, de las erigidas en Delika, Letona, Soxoguti, Copegi, Espejo, Antoñana,

TORRE EN EL M O N T E O LARIZU.A PRINCIPIOS DEL SIGLO X X

HuetoAbajoo la de los Ortízde Molinillo en Artziniega. Su número llegaría a ser tan abundante en Álava que Victorino Palacios lo cifraría en torno a las 70 úni­ camente para la Tierra deAyala; mientras Micaela Portilla había documentado más de 200 para el conjunto de la provincia en la, todavía ineludible, obra de referen­ cia que constituye su estudio hace más ya de un cuarto de siglo Torres y casas fuertes de Álava.

Avanzado el siglo XIX los adelantos de ia ciencia, pero sobre todo las exigen­ cias del desarrollo de un conflicto civil, la primera guerra carlista, propiciarían la aparición en los anocheceres alaveses de

una nueva tipología de torre, adaptada no sólo a las circunstancias bélicas impe­ rantes, sino a la ubicación en la misma de un sistema de transmisión telegráfico.

Y así, allá por 1835, dos nuevas construc­ ciones ubicadas en los altos de Quintanilla, en Armiñón, y en el extremo más occidental de los Montes de Vitoria, sobre el denominado paso de las con­ chas de La Puebla de Arganzón, en las in­ mediaciones precisamente de un antiguo ejemplar medieval arruinado, enriquece­ rían el ya amplio elenco de torres alave­ sas.

Estaciones telegráficas que engarzaban por el sur directamente con Miranda de Ebro y por el norte con la instalada en la torre de la iglesia de Ariñez, desde donde la señal se transmi­ tía a la torre de la iglesia de Santa María de Vitoria.

Aunque como progreso y cultura son incompatibles con guerra y devastación, el corolario de este primer conflicto civil dejaría entre otras secuelas un rosario de destrucciones de las predecesoras medievales. La de los Martínez de Iruña en las estribaciones orientales de la sie­ rra de Badaia, de finales del siglo Xlll o principios del XIV; la de los Guevara del siglo XV, y su palacio anexo, en la locali­ dad homónima, principal bastión del ejército carlista en la provincia de Álava, volada el 30 de noviembre de 1839: la de los Hurtado de Mendoza en Nanclares de la Oca, posiblemente una de las más antiguas de la provincia, del siglo Xlll, demolida a resultas de la con­ quista carlista de esta localidad el 9 de mayo de 1838; la de los Cauna de Maestu, del siglo XV reformada por los Sánchez de Samaniego en el XVII, orde­ nada por el general Luis Fernández de Córdova tras el ataque llevado a cabo por Tomás de Zumalakarregi a ese pue­ blo en abril de 1835: o la de Mendixur en Amurrio, dispuesta en 1841 por el brigadier Juan Antonio de Coiri para desmantelar el fuerte levantado en 1839 por Baldomero Espartero.

ESC ENA DE LA BATALLA DE T R E V IÑ O

LAS tO R ^ S ÒE BAiAGUEFl, EL EflCiriAL Y ALl^OREtA

El 7 de julio de 1875 una novelesca car­ ga de caballería protagonizada por 98 j i ­ netes, que a buen seguro hubiera llevado a la pantalla John Ford de haber nacido en estos lares, inclinaba de forma decisi­ va el signo de una contienda que desde primeras horas de la madrugada enfren­ taba a los ejércitos liberal y carlista.

Incorporada a la posteridad como batalla de Treviño, su desenlace supondría el de­ finitivo levantamiento del bloqueo al que

las tropas de Carlos VII venían sometien­ do a la ciudad de Vitoria desde práctica­ mente el inicio de la segunda guerra carlista, y también la consolidación del dominio liberal en amplias zonas de la provincia de Álava {la llanada, el Condado de Treviño y la Rioja) y el retroceso del frente de combate hasta los montes de Arlaban.

Antes de que concluyera aquel vera­ no de 1875 se construiría a marchas

E l autor, CarlĂ­hi O rtiz de Urbina Montoya, frente a la torre de Almoreta

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forzadas todo un sistema de posiciones defensivas a lo largo de esa vital arteria de aprovisionamiento que, durante todo el conflicto y hasta la conclusión del mismo había constituido y, seguía cons­ tituyendo el Camino Real de Postas que enlazaba Miranda de Ebro con Vitoria, siguiendo una vía romana trazada hacía m il ochocientos años. Se pretendía con ello no sólo asegurar el tránsito ordina­ rio de pasajeros y mercancías por carre­ tera, sino también reanudar el tráfico ferroviario (una eficaz y veloz forma de transporte de tropas, pertrechos m ilita­ res y vituallas) y restablecer las comuni­ caciones a través de la línea telegráfica que corría pareja a la del ferrocarril.

Miranda de Ebro y su vasta estación fé­ rrea se protegieron con atrincheramien­ tos y ocho blocaos: se restauraron las torres de Quintanilla en Armiñón, el vie­ jo torreón y el puesto telegráfico de La Puebla de Arganzón y la torre de Eskibel en Cometxa (que también había ejerci-

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do de telégrafo); se fortificaron las loca­ lidades de Armiñón, La Puebla de Arganzón y Vitoria, las ermitas de San Formerio y Santa Cruz de Estavillo, la fábrica de harina dé Manzanos y la ven­ ta de Burgueta. Y, por último, se erigie­ ron de nuevo cuño una torre en la sierra de Tuyo, tres en el pueblo de Mandares de la Oca (Baiaguen, El Encinal y Almoreta), una en el monte de Olarizu y un blocao en el alto de San Juan de Júndiz.

No parecía sino la reedición de la lí­ nea de bloqueo delZadorra que el gene­ ral del Ejército del Norte liberal Luis Fernández de Córdova pusiera en ejecu­ ción durante la primera guerra carlista con idénticos fines. De hecho, el siste­ ma constructivo de esas torres no venía a ser sino una adecuadón de los prim i­ tivos sistemas de edificación aplicados en los puestos telegráficos durante aquel conflicto. Se trataba de obras de planta cuadrangular con fábrica de mampostería y gruesas paredes que lle­ gaban a alcanzar un metro de espesor, que disponían de esquinas achaflana­ das, y con dos alturas rematadas en una terraza almenada. Su primera planta adoptaba en su basa forma piramidal con el arranque de sus muros inclinados hacia dentro, y con vanos únicamente de pequeñas dimensiones en forma de troneras. A la entrada, situada en el se­ gundo piso, se accedería por una escala portátil de madera. Las dimensiones de la superficie de cada piso oscilaban en­ tre los 70 m^ de la de Almoreta, origina­ riamente llamada de las Peñuelas, guarnecida por un oficial y 25 soldados, y los 116 m^ de Baiaguen, o de Cárabo, protegida por 1 oficial, 40 hombres y 6 artilleros (la de El Encinal o de la Cruz de Santiago tendría 92 m^ destinados a 1 oficial y 30 milicianos) en función de la tropa que tuviera que albergar, y de si en ella se tuvieran que instalar piezas de artillería, como en el caso de Baiaguen.

C APITÁN DE LA NC ER O S M UERTO EN A C C IÓ N EN LA BATALLA OE T R EVIÑ O

rnuòos tEStiGOS ÒEL CAIUBiO ÒE L0 8 tÌE W 0 8

Sin embargo todo este entramado m ili­ tar apenas tendría ocasión de resultar operativo, pues apenas seis meses más tarde Carlos Vil cruzaba la frontera por Arnegi al son de su incumplido “ Volveré".

La guerra había terminado. Y las guarni­ ciones liberales irían paulatinamente abandonando sus, en muchas ocasiones, retirados destinos mientras la naturaleza y los lugareños tornaban a recuperar su impuesta contribución, ahora desocupa­

da. Algunos de ellos, como las torres de Tuyo o de Olarizu, los blocaos de Miranda de Ebro o el de San Juan de Júndiz, llega­ rían a desaparecer sin dejar apenas hue­ lla. Otros, alejados de los cascos urbanos, o en lugares de difícil acceso, continúan hoy en día arrastrando una dificultosa existencia que les conduce a una inexo­ rable ruina si la actividad humana (supo­ niendo que se considere de interés) no le pone remedio, como en el caso de las to-

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rres de Quintanilla, las de la Puebla de Arganzón o la de Eskibel.

Distinta fortuna correrían las torres de Mandares de la Oca, propiciada sin duda por su próxima ubicación al pueblo.

Metamorfoseadas en poderosos e intem­ porales imanes que ejercieran como des­ tino de paseos o escenarios de juegos infantiles, se convirtieron en silenciosas espectadoras de la transformación del pueblo, desde una localidad eminente­ mente dedicada en el siglo XIX al sector prímarío, fundamentalmente agrícola, a otra de carácter netamente industríal y residencial en los albores del XXL En la década de los años 90 del pasa­ do siglo serían incluidas por iniciativa de la Junta Administrativa de Mandares de la Oca en el Inventario Provisional del Patrimonio Histórico Arquitectónico de la Comunidad Autónoma del País Vasco y en las Normas Subsidiarias Municipales del Ayuntamiento de Iruña de Oca. Aunando criterios de promoción de em­

pleo, recuperación de patrímonio históríco y restitución a la sociedad de bienes culturales para su disfrute público, en su­ cesivas campañas de rehabilitación se irían restaurando las tres torres, en las que se ubicarían una sala de exposicio­ nes y un albergue juvenil Apenas inau­ gurado el siglo XXI en el Ayuntamiento de Iruña de Oca era también habilitada otra fortificación de orígen medieval (vo­ lada el 6 de agosto de 1836 de resultas de otro enfrentamiento digno de pelícu­ la, una acción de la contraguerrilla del controvertido coronel liberal Martín Zurbano) la ya mencionada de los Iruña en Badaia, más conocida como Monasterio de Santa Catalina, entre cu­ yas ruinas se inauguraría en 2003 un Jardín Botánico que sirve de incompara­ ble escenarío a las representaciones me­ dievales de la Asociación Cultural Arkiz.

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El Taj Mahal es un gran m ausoleo ubicado en ta ciudad de Agrá en la India construido por el emperador mogol Shah Jahan en honor a s u difunta esposa y se considera el símbolo del am or m is idealizado y puro. Debajo de la cúpula, yacen los restos mortales del Sha Jahan y su amada reina M um taz Mahat, recordando así al m undo su inmortal amor.

El material empleado para la construcción (s. X V II) de la mayor parte delTaj fue un mármol blanco traído en carretas tiradas por bueyes, búfalos, elefantes y cam ellos desde las canteras de Makrana, situadas a m ás de 300 km de distancia. i Foto enviada por Iñigo Pérez, Rafa Miranda e Inm a Roy (suscriptores de Santurtzi).

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m e s \ now hnes y un óesTino te x to « MIKELGDRROÍXATEGI NIETD fotos « F E L IX MUGURUTZA

lo s nomhRes Que aumha apanecen esrán Relacionados eriTRe sí, peno la Relación es un Tanw enRevesada y oRigen de no pocos pnohlemas y discusiones. Es sobRadamenre conocido Que, en casTellano y gallego Mane, o más pRecuemememe Mayre, no es otrü cosa Que el dicfíinumo de Manía Tenesa. ?eRo cualgmeRa Que Tenga un wínimo conociojienro de euskeRa sabe Que wane en euskeKa es aojoR y awada. Esto coincidencia es el oRigen de la confusión y en gRan medida del éxiTO de Mane en nuesjRO país.

omo es sabido los nombres vascos han estado prohibidos en los registros des­ de el siglo XVI hasta el siglo XX. El primer registro que abrió sus puertas a los nombres en euskera fue el de la Iglesia Católica, que los autorizó oficialmente en 1904. En los registros civiles se usaron entre 1930 y 1936 y fueron perse­ guidos con saña hasta su definitiva aceptación con la muerte del dictador.

Cuando por influencia del santoral que publicó Sabino Arana a finales del siglo XIX se empezaron a usar los nombres vascos, Maite y su derivado Maitena fueron una de las formas populares rápidamente se pusieron en uso, desterrando en este caso a la que propuso el nacionalista abandotarra: Matane. En los registros de las Sietecalles de Bilbo y Barakaldo aparece Maite en numerosas ocasiones antes de la Guerra Civil, pero solamente tenemos Matane en una ocasión, y lo es como segundo nombre. Curiosamente, de este Matane surgió un Mattane posterior y éste fue a su vez la base para el nombre Maitane que tanta aceptación tuvo y tiene aún en nuestros días.

Desafortunadamente, con el triunfo de los militares los nombres vascos fueron no sólo prohibidos sino que en un acto de barbarie fueron borrados de los registros en un intento, que hoy vemos inútil, de acabar con nuestra lengua.

La primera prohibición emana del Ministerio de Interior franquista, con fecha de 18 de mayo de 1938, quedando proscritos a partir de aquel momen­ to los nombres "...que no solamente están expresados en idioma distinto al oficial castellano, sino que entrañan una significación contraria a la unidad de la Patria". La citada orden concreta más y dice que "Tal ocurre en las Vas­ congadas, por ejemplo, con tos nombres de Iñaki, Kepa, Koldobika y otros que denuncian indiscutible significación separatista. [...] La España de Franco no puede tolerar agresiones contra la unidad de su idioma, ni la intromisión de nombres que pugnan con su nueva constitución política."

Pero a los nuevos inquisidores esto no les pareció suficiente y al año siguiente, en el denominado "año de la victoria", se dio un paso más y se declararon nulas todas las ins­ cripciones que no estuviesen en castellano.

Se dio un plazo de sesenta días para que los padres o responsables acudiesen a los juzga­ dos. Pocos acudieron al requerimiento. Po­ cos porque en aquella época muchos padres estaban bien en el frente, bien presos bien exiliados o, sin más, muertos. Y los que no lo estaban procuraban no arriesgarse por mie­ do a terminar fusilados contra la tapia de un cementerio o arrojados a un río. En los 992 casos estudiados sólo acudió algún progeni­ tor en 47 ocasiones.

El decreto se cumplió con mayor o me­ nor rigor en todo el país. En Orozko tradu­ jeron el nombre a 49 niños, en Urduña a 34,

en Agurain a 17, en Asparrena a 8, en Barakaldo a 314, en las Sietecalles de Bilbo a 570. Cinco pueblos y 992 nombres traducidos, 992 personas a las que le negaron su nombre.

En la mayoría de los casos los nombres eran conocidos y la traducción fue fácil, pero había algunos nombres que no se podían traducir como es el caso de los hoy en día comunes/4/íor y Ama/a o de otros que no han tenido tanto éxito como Miren Abertzale o Iraultza. En esos caso el nombre simplemente se suprimió, aunque lugar destacado merece Amaia, que en Bilbo llegó a ser traducida como Fin. El resto de los nombres se tradujo con corrección, pero con todo hubo algunos casos curiosos: l(t)ziar > Estrella, Libe (Libia) > Liberata. Eguskiñe (Sol) > Agustina y Soledad, Jasone (Asunción)> Concepción, Julene (Juliana)>Julia, Karmele {Cármen)> Carmela. De ellos, el caso más singular es el primero, el de Itziar que en Barakaldo fue convertido en Estrella. Pero para comprender este "error" hay que conocer el Registro de Barakaldo. En el mismo no se limitaron al cumpli­ miento de la Ley, se fue un pasó más allá y en lugar de cambiar los nombres con una nota al margen, las inscripciones fue­ ron censuradas con dos tampones azules en los que ponía: VIVA FRANCO y VIVA ESPAÑA. No podemos tampoco dejar de mencionar a los 89 niños a los que se les cam­ bió el nombre en Bilbo y Barakaldo, no por ser vascos, sino por el hecho de ser contrariaros al "nuevo orden constitucional", es el caso de nombres como Lenin, Marx, Boreal, Libertad, Amor y otros.

En el caso que nos ocupa, todas las niñas que fueron registradas como Maite, Maitena o Matane pasaron a llamarse Amada, sino en el ho­ gar sí en todos los documentos oficiales.

Según la férrea censura y represión se fueron suavizando, la gente empezó a usar sus nombres en euskera, obvia decirlo que de una forma “alegal", fundamentalmente en casa y en el ámbito familiar.

Este doble uso legal-real dio pie a la costumbre, tan extendida hoy en día y que es sorprendente para los forasteros, de usar un nombre y oficialmente tener otro. Han sido tantos siglos de vivir en la “ clandestinidad onomástica" que en cier­ ta medida esta situación se ha convertido en un rasgo cultural.

Pero para mucha gente esta situación no era deseable y empezó a buscar for­ mas de poder burlar la ley que prohibía los nombres vascos.

Uno de los caminos, del que ya hemos hablado en otras ocasiones, fue re­ currir a advocaciones marianas. A las clásica Begoña.Aranzazu e /c/ar-escritas tal y como se obligaba en la época- se unieron otras muchas, como Ainhoa, Idoya (sic) o Nagore. Esto que hoy en día nos parece fácil no lo fue; hay que recordar que en Barakaldo algunas niñas llamadas Miren Itziar w\eron su nom­ bre alterado por el de María Estrella. Es obvio que detrás de esta ‘‘traducción" existía una intención de castigar familias nacionalistas, las únicas que usaban nombres en euskera antes de la Guerra.

El otro camino para eludir la férrea vigilancia de los censores fue la bús­ queda de palabras que tuviesen un doble sentido. Así con la excusa de la existencia de San Nereo algunas niñas fueron bautizadas y registradas como Nerea, argumentando que era su femenino.

En el caso que nos ocupa muchos padres recurrieron a inscribir a sus hijas como María Teresa para poderlas llamar Maite de forma libre. Hay que recor­ dar que el uso oral de nombres en euskera daba lugar a multas. De esta forma, en los años más oscuros de la dictadura Maite era un nombre de uso libre.

Por si fuera poco, al ser un nombre eufónico, esto es. de sonido agradable, y con una significación entrañable se hizo muy común en las décadas de 1960 y 1970. Este éxito y la posterior libertad ha dado lugar a que hoy en día sea un nombre "clásico" entre nosotros, pero no de los más usados actualmente, quizá debido a la saturación dada en las décadas anteriores.

H IK EL GORROTXATEGI NIETO Secretario de la Comisiún de OnomSstica de Euskaitzaindia

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Bia 17 marzo, sábado.

Día 24 marzo, sábado.

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1S h . - 1 8 : 4 5 : L a e x p lu r u c lú n d e l c a s h l l o d e ü n t z u e t a

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ü v id u n d a ;» y d i l e m a s t r a s lu s r e s u l t a d o s JOSE LUIS SOWUN BUSTINZA (DIRECTOR DE LA INTERVENCIÓN ARQUEOLÓGICA DE UNTZUETA - UPV / EHU)

JUANJO HIDALGO / FELIX MUGURUTZA (AUNIA KULTURA ELKARTÍ A)

1 8 : 4 0 - 1 9 : 2 5 : D c r e y c s i y :> c ñ o rcs :C I ua&Hilu d«; U nt;su u ta y lu& c a & h llu s v lz c a i n u s h a c e 9 0 0 añu& IÑAKI GARCÍA CAMINO • ARQUEÓLOGO - DIPUTACIÓN fOfiAL DE BIZKAIA

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PEDRO CASTAÑOS (PALEONTÓLOGO)

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ALBERTO SANTANA - HISTORIADOR - DIPUTACIÓN FORAL DE BIZKAIA *'

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Todas las rutas cuentan con un pequeño mapa de ubicación, algu­ na fotografía, un recuadro de información y una nota sobre alguna curiosidad del lugar propuesto, además, obviamente, de la oportuna descripción del valle en cuestión.

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XVI. eta XVII. mendeetan euskal arrantzaleek Kanadako IparAtlantikoko uretan eginiko balearen arrantzaren kronika gure itsas historiaren pasarterik kilikagarrienetako bat da. Hain zuzen ere, his­ toria hori berreskuratu nahian,Apaizac Obeto espedizíoa ekainaren Sean Pasaiatik abiatu eta.sei astetan San Lorenzo ibaian nabigatu ondoren,Ternuako Red Bayeko badiara iritsi zen. Espedizioaren xedea Kanadako arkeologoak ikertzen ari dlren XVI. mendeko euskal balea eta bakailao arrantzaleen kokalekuetara joatea izan zen. Cure arrantzaleekin harremanakzituzten indigenen tribuak ere bisitatu zituen espedizioak, berezko kulturak eta ahozko tradizioaren berri izateko.

Jon Maia, bertsolaria eta abeslaria, espedizioko partaide gisa, arraunlari eta kronista lanak egin ditu.

Carmelo Urdangarin « Julen Zabaleta ED IT A « Diputación Foral de Gipuzkoa 210 P ágs./6€_______________________ Presentamos aquí el noveno volumen de una serie de ellos dedicada a los oficios tradicionales más diversos, desapareci­ dos al día de hoy en su proceso más arte­ sanal, fruto de otro tiempo y de otros sistemas productivos.

En esta ocasión se hace eco de oficios de tipo industrial, así como de los relacionados con el mar, con la madera y otros, desde esparteros y calígra­ fos hasta maestros calafates. Sin duda, un grandísimo trabajo, iniciado hace ya muchos años y con una visión muy etnográfica de los temas. Excelentes descripciones se acompa­ ñan de viejas fotografías e ilustrativos dibujos de los más diversos procesos, obra de un Julen Zabaleta incombustible.

ASKEGI. Revista Cultural de Iruña de Oca, n° 2 «Asociación Cultural Askegi C O N TA CTO « Biblioteca de Nanclares de Oca (Tel. 945 361 864) /1 4 0 Págs./ 3 € EDITA

Nos complace enormemente presentar este n° 2 de Askegi, en primer lugar porque nos delata que se mantiene vivo el espíritu de la asocia­ ción que la impulsó en el 2005 y, en segundo lugar, porque viene preña­ da de artículos densos y muy interesantes para el mejor conocimiento no sólo del municipio de Iruña de Oca, sino de toda la amplia comarca que lo circunda.

Determinante es, en este aspecto, la encuesta etnográfica realizada en U i ? torno a la ganadería y pastoreo de Víllodas y Trespuentes, así como la que versa sobre las paradas de sementales y un viejo oficio desapareci­ do: el paradista. Sin embargo, otros temas inundan las páginas de esta publicación, llevándonos entre las ruinas del jardín botánico de Santa Catalina, sumiéndonos en la leyenda de la torre de Mendoza, o en la vida de la Semana Santa de hace 50 años. ¿Y qué decir de esa fiesta de Santa Águeda celebrada en el valle de Kuartango y que, según parece, se superpone a un antiguo carnaval allí existente? Yes que Askegi es mucho Askegi.

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E stelas: Iss p ie d ra s q u e hab lan

El r e to rn o d e l lo b o

La meteorologia en el Alto Nervíón

Rappsl en el Salto del Nervíón

la sierra de Arreza I La torre de Mariaka I Santxotena i La Petronila I RobenLaxait I E IrobledeAtxondo I Santa María del Yermo

I El bacalao I Los banios de Orozko I El empedrado de St° Tomás de Zeberio i Ara de Gordeliz

I La cueva de Maríauilo I Castañas y enceras i Perderika Belaustegígoitia I Urduña: la ciudad y la memoria

La ciudad romana de Iml^a-Veleia

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C u m bres d e l A lto N e rv ió n

Mesasy Juntas: I t ^ tndicionile] dereifiMn

B o la to k i: e l ju e g o de lo s bo lo s

Geología de Coft>eia I Minas de Baranbio I MadresAgustinas deAftziniega i Arqueología medieval en Lendoño I La gota fría i La patata

Centenario del monumento delTxarlazo I José Paulo Ulibarri I Avestaices I Contaminación lumínica I Menhires en Gorbeia I El pintor Joaquín Barbara

I Cuevas artificiales en Álava I GrafTiti romanos en Sálvada I El curandero de Katuxa i LatonedeArtziniega

Etnografía de las raquetas de nieve

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Loberas: vestiglos de una lucha milenaria

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Pico del fraile y Naranjo de Bulnes I Neandertales en A x b r I El chocolate i Cofradía de San Roque de laudio I El castillo de Ordufta

AlílTUfA ^ ''-A ÍO T A ÍA

Etimologías: los nombres en versión original jesús de Calindez I Batalla numana en Kuartan« I Los Enazti i Barrenadores I F e n ^ de El Pobal I Trashumancia en la Tierra deAyala I El bonito

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Tierra de Ayala: piso hacia Compóstela La judería de Vitoria I Nombres de pila I Elb am odeAldam a i A ralar la ruta de los gentiles I Los puentes de Bilbao f Intxaur-saltsa

El M irtu a rìo rupestre de Atenaza Bmjasy lamias en Laudio i Túnel de SanAdríán i Historia del lince en Corbeia i Arbitrios y fielatos I LacercadeVillaño I Los caracoles

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V ik in g o s en Euskal H e rria

T ram pas de caza

El árbol Malato I Hospital de San Antón I Las murallas de OrduAa I La (’istia de Oomaikia I Anboto, ruta por Atxondo I Pastelerías y confíterías en Bilbao

AyalaiAlta Edad Media I Carrastatxu, paseo por CoitKia I SagadelosAibide I FerreriadeTorrelanda í Pastor centenario i Casas de sidra I Canafa de Orozko

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R itos funerarios en Eusical Herria Ermitas juraderas I El balneario de Orduña en el XIX I Gorbeia, el medio subterráneo I Minas en Arditurri I Aiako Harria i El hongo tnjía

La teja, usos tradicionales

La b o in a y lo s vascos

Laudio,tiadidón tejera I LosTxistus Cancedo I El Badady I Muíales en Murue(a I El puente Bizkaia I Agotes 1 El jamón I Eneko, Iñigo, IgnazioetalAaki

La Encartada, una fábrica-museo I San juan ySantaEulalia I Hacerlacolada I ¡Aguava!

I Almas vucas para un Imperio i Kortazar eta Irukutzeta I Petms, Peni. Betiri, Kepa

ExplotKtón y transformxión del monte

Pipas trad icio n a le s de a rc illa

Simón Whrtbum, tumba de minera

La vieja del nvnte i Un cuadro de José Amje recuperado i Dragones y serpientes i La cueva de Baltzola I La bellota, alimento de h unw )S i Mendaur

I Centinelas deTotoAo I Coiz de Castillo I La meteredogla tradicional I El jaspe delValle de Llodio f MirenyMaria

También puedes leer AVNIA en las bibliotecas de: Agurain (AR) A m u rrio (ARI Aram aio (AR) Arantzazu (Bl) Arraia-M aeztu (AR) Artziniega (AR) Asparrena (AR) Astrabudua (Bl) A zko itia (C i) A zp eitia (C l) Barakaldo (Bl) Basauri (Bl) Bastida (AR) Berm eo (Bl) Bilbo-A ldundia (Bl) Bílbo-Begoña (Bl) B ilbo-B idebarrieta (Bl] Billar (AR) Donostia-Koldo M itxelena (C l) D o nostia-U dal Patronatua (C l) D ulantzi (AR) Elgoibar (Cl) Elorrío (Bl) EItziego (AR) Erandio (Bl) Errentería (C l) Eskoríatza (Cl) Foru A rtxibategia AR) Casteiz-EHU/UPV (AR) Casteiz-Sanciio el Sabio (AR Caubea(AR ) C o rliz (B I) G uardia (AR) C ueñes(B I) H em ani (Cl H ondarribia (Cl) IruAa Oka AR) lurreta (61 Kanpezu (AR Karrantza (Bl) Lantaron (AR) Lanúiego (AR Laudio (AR) Legutiano (AR) Leic« (Bl) Leza (AR Lezo C l) M ore ta (AR) M ungia (Bl) M uskiz (Bl) O ion (AR) O kondo (AR) O ndarroa (81) O ñ a ti (C l) O rdizia (Cl) Puentelarra (AR) Santurtzi (Bl) Sodupe(BI) U rduliz(B I) U rduña (Bl) Urizaharra (AR) Urkabustaiz (AR) Zalduondo (AR) Zuia(A R )

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C U E N T O S V A S C O S. P IN C E L A D A S L L O D IA N A S AUTOR« Gorka Urquijo (1895-1966) PRÓLOGO « David Río Raigadas PRIMERA EDfCióN « Junío 2005 / 80 págs. / 3 €

Un total de 15 cuentos componen la obra original de Gorka, circuns­ critos casi exclusivamente al medio rural del Llodio de mediados del siglo XX, resultando una imagen literaria muy romántica del llamado mito rural vasco, en el que se idealizan las formas de vida tradiciona­ les del País Vasco de entonces, a la vez que se rechazan los modelos urbanos que iban surgiendo en cada uno de nuestros valles. El cariño hacia su pueblo y el humor hacen acto de presencia en cada una de los relatos, perfectamente analizados y comentados en la introducción que David Río nos presenta a modo de necesaria explicación para compren­ der mejor las lecturas que más tarde nos esperan.

LEYENDAS DE l A CASA DC M AM ARA Y O TROS POEMAS i n Ed t t o s

L E Y E N D A S D E LA C A S A DE M A R IA K A Y O T R O S P O E M A S IN É D IT O S AUTOR« Luis de Lezama y Urquijo (1826-1899).

PRÓLOGO Y COMENTARIOS A LOS TEXTOS « juanjo Hidalgo PRIMERA EDICIÓN « Junio 2003 / 60 págs. / 2 €

Son nueve poemas breves, más el épico dedicado al Fuerte Mariaka y otros dos relatos en los que el protagonista es Fabián de Mariaka, perso­ najes de leyenda adscritos a la casa-torre del mismo nombre.

JOSE PAULO ULIBARRI . 'r

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JO SÉ P AU LO U LIBARRI (O K O N D O , 1 7 5 5 - A B A N D O , 1 8 4 7 ) E U SK A L H IZ T E C IA - D IC C IO N A R IO V A S C O

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AUTOR « Patxi Calé PRIMERA EDICIÓN « Diciembre 2003 / 144 págs. / 3 €

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Con esta obra se pretende acercar al investigador y al público en general una parte de la obra de Ulibarri, aquel euskaltzale nacido en el Okondo del siglo XVlll. El trabajo de Patxi Calé ha consistido en transcribir y pre­ sentar de manera ordenada el pequeño diccionario recogido en la obra epistolar de Ulibarri, el Gutunliburua, acercándonos un total de 3274 palabras en un euskara del s. XIX, procedentes de sus lecturas y conver­ saciones, lo que supone un testimonio lexicográfico nada desdeñable.

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