Ilustraci贸n: Adam Ruish
Foto: Diario de Cultura
Complacencia de
Ambiciones
Su afirmación, breve y contundente, me dio luces para comprender cuáles son las «virtudes» (por decirlo de algún modo) de aquellos personajes cuya función primordial es, en teoría, pensar y desarrollar proyectos que deberían garantizar el bienestar colectivo: los políticos.
Daniela Navarro
Hace algún tiempo conversaba con un profesor, Camilo Tamayo, acerca de lo que pueden hacer los investigadores sociales en pro de la transformación social y del bienestar colectivo. Como él tiene muchos proyectos e ideas motivados por esta causa, le pregunté: «¿por qué no se dedica mejor a la política o a ejercer un cargo público, desde donde pueda tener injerencia directa con las propuestas que plantea?». Él me respondió: «porque para ser político hay que ser muy ambicioso, y yo no lo soy».
Días después de esta conversación empecé a ver la serie House of Cards, y de inmediato, mi mente asistió al recuerdo de la conversación con el profesor Camilo: «para ser político hay que ser muy ambicioso», repetí varias veces, y comencé a mirar con detenimiento el personaje principal de la
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editorial serie: Francis J. Underwood, «Frank», interpretado por el actor Kevin Spacey, quien protagonizó también la película American Beauty. Frank es un hombre ambicioso sin mesura (más por el poder que por el dinero) y a lo largo de la serie demuestra cómo todas sus acciones, sin importar qué tipo de ética las cobije, están impulsadas por un afán desorbitado de darle gusto a su codicia. La serie se desarrolla a partir del primer golpe que recibe el Frank narciso: después de pertenecer durante 22 años al Congreso, la reciente elección del nuevo Presidente le prometía la posibilidad de asumir el cargo de Secretario de Estado. Sin embargo las promesas cambiaron —pues Frank ya no sería el candidato—, y el argumento que le dieron fue, a secas: «lo necesitamos más en el Congreso». Este golpe al ego de Frank desata una serie de acontecimientos programados por él, paulatinamente, con la complicidad de Zoe Barnes, una periodista del Washington Herald, impulsada por la habitual ambición periodística de ser una celebridad con reputación. Antiguamente, en la Edad Media, la avaricia era uno de los pecados capitales, por lo tanto, era percibida de un modo negativo. Hoy en día, por el contrario, cuando el mundo sobrevive gracias a la sumisa sociedad del consumo, al menos en la mayor parte del mundo occidental ser ambicioso se considera una virtud. La avaricia y la ambición, si bien no necesariamente son
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equivalentes, son muy similares y evidentemente el efecto de decir que uno es avaro es muy distinto al de expresar que uno es ambicioso, pues el segundo, normalmente, tiende a ser relacionado con el éxito. Hoy, sin duda, hay un anhelo colectivo por ser exitosos. House of Cards exhibe cómo los actuales funcionarios públicos y periodistas derrochan esfuerzos para satisfacer sus ambiciones personales de dominio y reputación, mientras que los escatiman cuando deben construir soluciones que realmente tengan como intención el bienestar colectivo; de esta manera, muestra cómo la alianza de la política y el periodismo resulta altamente efectiva para consumar pretensiones personales con un impacto público garantizado, pero desastrosa desde el punto de vista de los ciudadanos, quienes ignoramos el mundo que se mueve detrás de las pantallas y los periódicos y que gira en torno a egos que pretenden ser reconocidos y no a problemas sociales que deberían ser resueltos. Y mientras dos actores de la esfera pública se dedican a confeccionar jugadas lúcidas para complacer sus ambiciones, nosotros, los terceros actores, los ciudadanos, seguimos creyendo que hay que leer la prensa para estar informados, ver noticias para estar informados, escuchar la radio para estar informados, y, rara vez, nos detenemos a observar y comprender, desde una postura crítica, el mundo artificial que nos construyen, en el cual vivimos.
El placer de comparar a Petrov y Putin
Foto: Huffington Post
Andrés Cardona
presidente ruso Viktor Petrov, interpretado por el actor danés Lars Mikkelse, y su inmediato impacto en la serie, guardando una estrecha, casi idéntica relación con la figura de Vladimir Putin en la vida real, incluso sus iniciales comienzan por las mismas letras. “VP” es solo una ínfima coincidencia para lo que un espectador desprevenido podría encontrar al ver un capítulo de House of Cards. Sus formas ‘poco decorosas’ de hacer política, su personalidad autoritaria, su narcisismo y
Crear paralelos o similitudes entre realidad y ficción es, tal vez, una de las ‘causalidades’ que los fans de series televisivas y películas esperan encontrar cada vez que encienden su pantalla. La política, por supuesto, es uno de los temas recreados en estas producciones que más suscita morbo por su repercusión e importancia mediática. House of Cards, en su tercera temporada, ha sabido explotar este recurso como sorpresa para sus seguidores con la aparición del
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serie con el contexto ruso. Esta es una situación que sorprende aún más por el origen gringo de la producción que, a priori, debería despertar más rechazo que aceptación en el país más grande del mundo. Sin embargo, la curiosidad, morbo o espectacularización que produce el conocer la mayor cantidad de detalles de un personaje, aunque sea de manera ‘ficticia’, marcado por Estados Unidos como uno de sus principales detractores, trasciende más allá de las fronteras soviéticas. Vladimir Putin representa en la actualidad el mayor contrapeso que pueda encontrar Estados Unidos en el campo político, económico y militar. Para la gran mayoría en Occidente es, aún, un líder enigmático del que se ha querido vender su imagen de ‘hombre de hielo’, capaz de hacer cualquier cosa con su poder. Para los seguidores de House of Cards es inevitable y se convierte en un placer culposo comparar a los “VP”…, para muchos el terror de Occidente y el hombre más poderoso del mundo.
opinión aversión contra gays y la comunidad ortodoxa en Rusia, son algunos de los rasgos de personalidad que Petrov muestra en la serie y que no se alejan en absoluto de lo que el Primer Ministro ruso representa en la realidad. Más allá de las particulares similitudes en formas de ser que se encuentran en ambos personajes, otros hechos como la ley de propaganda homosexual, el escándalo de las Pussy Riot por su famosa canción contra el mandatario ruso, la situación en Ucrania o las advertencias de Petrov al presidente estadounidense en la serie, Frank Underwood, por sus acusaciones de defensa antimisiles contra Irán y Corea del Norte, son sucesos que marcan las tensas relaciones que tienen en tiempos actuales las dos principales potencias del mundo. Los mundos paralelos que personifican Petrov y Putin han repercutido en el principal diario ruso, The Moscow Times, y puesto en la opinión pública del Kremlin la cuestión del qué pensará Putin sobre la ‘parodia’ de su personaje producida por norteamericanos. Según información de este periódico, la audiencia de la popular serie de Netflix incrementó en Rusia cerca de un 35 por ciento con el lanzamiento de la tercera temporada, y parte del incremento de rating se debe a la relación de la
Foto: Diario de Cultura
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PERIODISTAS
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Cine
El poder del cuarto poder Natalia Zuluaga
pasado más de 40 años desde su ocurrencia, llegamos a creer que es posible que asesinen a Woodward. Alan J. Pakula nos deja ver entonces cómo el arduo trabajo de dos periodistas que no tenían mayor protagonismo en los medios, logra destapar un escándalo que lleva como implicados, entre muchos otros, a los altos consejeros del presidente y al presidente mismo. 69 personas en total fueron acusadas de participar en el espionaje al Comité Electoral del partido demócrata estadounidense y tan solo dos periodistas fueron capaces de demostrar la culpabilidad de muchas de estas personas. Esto dio como resultado que en 1974 el presidente Nixon renunciara a su cargo aceptando culpabilidad en el caso Watergate. Aunque el film no nos muestra absolutamente todo el alcance que la investigación de Woodward y Berstein tuvo, es posible asegurar que su director sí cumple con el cometido de mostrarnos como, lentamente, el periodismo se va abriendo espacio en los altos podios del poder máximo para
Estamos prontos a celebrar el aniversario número 40 de una película, que sin ser la más impactante visualmente, logró plasmar de manera acertada uno de los escándalos más recordados de la política estadounidense. Todos los hombres del presidente, dirigida en 1976 por Alan J. Pakula retrata exitosamente lo que para 1972 estalló como el Escándalo de Watergate. Este film logra dejar a sus espectadores con la sensación del deber cumplido. Logra mostrar cómo el periodismo se hace acreedor de una fuerza tal que derriba mentiras de actores tan importantes como aquellos que ocupan la Casa Blanca, incluyendo al presidente de la época: Richard Nixon. A lo largo de la película, como espectadores, entramos en la trama de la mano de Robert Redford y Dustin Hoffman (Bob Woodward y Carl Berstein respectivamente) y la tensión, tanto en la sala de cine como en la trama de la película va aumentando a tal punto que incluso nosotros, que ya conocemos el curso de la historia debido a que han
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la tradicionalidad del poder y entrar como cuarto actor para marcar historia de la manera como se muestra en el film. Vale la pena recordar que las acciones que el periodismo ha logrado destapar y mostrar a la luz pública han sido pocas en comparación con aquellas que ha escondido y maquillado con otras noticias.
sacar a la luz (o muchas veces incluso esconder) hechos que marcan definitivamente el curso de la historia. A raíz de la situación que primero fue plasmada en el libro escrito por los periodistas Carl Berstein y Bob Woodward y luego llevada a la pantalla por Alan J. Pakula, permitimos entonces abrir espacio a una corta reflexión sobre el concepto de poder y sus actores. Tradicionalmente han sido siempre los mismos. Unos pocos hombres, dueños de grandes empresas, presidentes de grandes países. Ahora, cuándo sucedió que el oficio del contador de historias, del periodista objetivo, logró irrumpir en
¿Deberíamos entonces votar para elegir a nuestros presidentes o votar para elegir a nuestros periodistas?
Foto: The Daily Prosumer
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editorial
Ilustración: Adam Ruish
El delirio de
estar informados Colombia es un país de ciudadanos obedientes: vemos noticias, participamos en las redes sociales, leemos la prensa, escuchamos la radio… Un país en el cual el delirio de estar informados parece un imperativo categórico. Entonces cabe preguntarnos, ¿acaso ver es suficiente para comprender? Puede resultar exagerado suponer que detrás del discurso de los medios hay un agente que se aprovecha del periodismo para divulgar aquello que, en algún momento determinado, necesita que circule y sea tratado como tema de coyuntura; no obstante, después de ver la serie House of Cards, no resulta difícil, sino ingenuo, esperar lo contrario. Para poner en contexto al lector cabe traer a colación el caso de Frank Underwood, personaje principal de la serie: un hombre político quien, tras el incumplimiento de la promesa por parte del recién elegido presidente de postularlo para el cargo de Secretario de Estado, programa el desencadenamiento de una serie de sucesos hasta el punto de lograr que la Casa Blanca comienza a tomar decisiones que resultan un juego de cartas a su antojo.
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editorial
¿Cómo lo hace? En este punto aparece un personaje que se conjuga perfectamente con las ambiciones de Frank: Zoe Barnes, periodista ambiciosa de prestigio, a quien Underwood emplea como mecanismo de difusión de sus jugadas sin levantar sospechas. La situación actual en Colombia no se aleja mucho de esta ficción. Por ejemplo, ¿por qué es noticia que Tom Cruise camine por un centro comercial tranquilamente? ¿Qué intereses se mueven detrás de esto? Frente a estas situaciones se hace posible comprender lo que algunos teóricos críticos de la comunicación sugieren: los medios no nos dicen qué pensar sino sobre qué pensar. En un estado ideal de democracia moderna el periodismo debería actuar como instrumento de contrapeso con respecto a los mecanismos de poder. Debería, además, procurar generar en los ciudadanos una reflexión y movernos a transformar el statu quo. Sin embargo, para infortunio nuestro, sucede todo lo contrario. Pues bien, no basta con ver noticias ni con leerlas; no es suficiente saber qué sucede en Irak, en Siria, en Estados Unidos o en Colombia si no hay un efecto de postura crítica y reflexión que nos movilice como ciudadanos, de forma que no solo consumamos la información como un producto de la industria cultural, sino que esta nos incite a tomar medidas en contra de aquellas élites hegemónicas, quienes disfrazan sus intereses y ambiciones personales con promesas y eventos, aparentemente, de magnitud pública.
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Natalia Zuluaga
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