Una historia húmeda en el colegio de Magisterio Zaragoza en 1970:
Corría el año 1970. Era ya por primeros de junio y ya apretaba el calor. Existía una clara discriminación. Los chicos teníamos una piscina que le llamábamos “bañera”, que tenía forma de habichuela, muy pequeña y que solo nos cubría el agua a la altura del ombligo. Sin embargo, las chicas disponían de una piscina mejor, era rectangular y con buenas proporciones.
Nos sentíamos discriminados, todos los machitos. “Vaya mierda de piscina que teníamos los chicos”. Una noche de este Junio de 1970, Ramón Verdaguer, compañero de mi curso y de mi mesa de comidas y cenas, en cuarto de bachillerato, ideamos un plan para poder bañarnos en la piscina de las chicas. Para ello, cuando ya era la una de la madrugada, nos dirigimos a la parte posterior del Colegio y nos aventuramos a escalar y saltar el muro de contención que separaba las instalaciones de los chicos y de las chicas. Este muro era alto y difícil de escalar, pero esa dificultad era mínima comparada con las ganas que teníamos mi compañero Ramón Verdaguer y yo (Juan Antonio Ruiz Muñoz), de bañarnos en plena madrugada en la buena piscina de las chicas.
Así lo hicimos, y aproximadamente a las 1:30 de la madrugada, cautelosamente, de puntillas, para no hacer ruidos que pudieran despertar a alguna persona de las inmediaciones, nos presentamos en los vestuarios de la piscina de las féminas. Allí, nos cambiamos de ropa, nos pusimos el bañador, y sigilosamente, y con cuidado de no molestar a nadie nos sumergimos en la piscina, prácticamente sin hacer ruido. Allí nadamos a braza, y buceando para no hacer ningún ruido. Lógicamente, después de bucear, teníamos que sacar nuestras lindas cabecitas a flote para respirar, como lo hacen las ballenas, jeje. Todo iba bien, hasta que alzamos la mirada hacia el pabellón de dormitorios de las chicas, y en una ventana observamos como una cabecita, un bultito, que no se podía describir, sobresalía sobre el marco de dicha ventana, puesto que con la sola luz de la luna de Zaragoza a las 2 de la madrugada, y desde una distancia lejana y con los ojos empañados de de agua de la piscina no pudimos definir con más claridad lo que era ese bultito. Proseguimos nuestra natación silenciosa, y al pasar 5 minutos más, volvimos a alzar la mirada, y entonces vimos, que ya no era un sólo bultito o cabecita los que nos acechaban desde los dormitorios de las chicas: estos se habían multiplicado, y ahora eran por lo menos diez bultitos los que asomaban. Consulto con mi compa Ramón, y le digo “Ramón, creo que nos han descubierto las chicas” a lo que me responde, “es posible, pero vamos a seguir bañándonos sin hacer ruido”. Pasan otros diez minutos, y ya no eran 10 los bultitos que asomaban por las ventanas, ahora eran por lo menos 50. El
aforo estaba abarrotado. Al mismo tiempo comenzamos a oír sirenas de coches de policía y luces que destellaban desde las inmediaciones del Colegio. Es decir, del Colegio habían llamado a la Policía a las 2 de la madrugada, porque habían divisado cuerpos o cosa extraños en la Piscina de las Chicas. Ante esta situación, salimos de la piscina y nos dirigimos al vestuario para cambiarnos de ropa, muy rápidamente, porque la policía ya había entrado en el patio de las chicas del Colegio de Magisterio. Nos cambiamos rápidamente, bueno a mí solamente me dio tiempo a ponerme un calzoncillo. La Policía estaba muy cerca con sus perros pastores alemanes y no queríamos ser descubiertos. Así que, en calzoncillos, salimos de allí, escalando el muro, antes de que la policía nos pillara.
Corrimos por Zaragoza, en calzoncillos durante bastante tiempo, y la policía detrás de nuestros talones. Ramón Verdaguer cogió una dirección distinta; nos bifurcamos, corriendo a las 2:30 de la madrugada por Zaragoza, con la policía detrás y los perros. Recuerdo, yo tenía 12 años, y corría como una bala. Los policías no podían cogerme, pero tenía miedo a unos cuantos perros de la policía que me iban pisando los talones. Ya no podía más, me iba a entregar ante el acoso de estos perros, así que me di la vuelta, dejando de correr, y le dije a los perros, prácticamente desnudo, salvo el cayumbo que llevaba. Vale, me entrego.
Los perros, no sé porque, pero al ver que les di la cara, o al verme tan desasistido por mi desnudez, acacharon la cabeza, se dieron la vuelta y me dejaron en paz. Entonces respiré hondo, me dije, mi Dios me ha acompañado y me ha ayudado cuando me veía perdido por el acoso de estas fieras. Ya tranquilo, cogí unas hojas grandes de unos arbustos o arboles, y me preparé un poco de abrigo para acompañar a mi solitario calzoncillo, y después de otra hora puede llegar al Colegio hecho un Tarzán, jeje. Cuando llegué al Colegio, fui al dormitorio y vi que mi compañero Ramón había llegado ya antes que yo, por lo que me alegré al ver que todo había sido una aventura. Al día siguiente, nos enteramos de que las chicas habían comentado que habían visto a unos seres extraños, extraterrestres o algo parecido, acampar sobre su piscina y habían comunicado esta visión a sus superiores que fueron los que llamaron a la policía. Es decir, se armó un buen revuelo. A nosotros nos descubrieron días más tarde, ya que con las prisas de la salida a toda pastilla de la piscina, nos dejamos ropa en los vestuarios; ropa que como bien sabéis se identificaba con un número que iba bordado en todas las prendas, para el control de lavandería. Del mío me acuerdo todavía, era el 309.
Bueno esto fue una de las chiquilladas que hicimos en aquel tiempo, pero todo sano y sin ánimo de cabrear a nadie.
Un saludo a todos
Juan Antonio Ruiz Mu単oz