Alfredo de Stéfano. La casa y la tumba en el paisaje

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Alfredo de Stéfano: La casa y la tumba en el paisaje Por Juan Antonio Molina


Alfredo de Stéfano ha consolidado su presencia en el panorama de la fotografía mexicana, como uno de los artistas que de manera más consistente ha trabajado el paisaje en los últimos años. Tal vez la particularidad más original en su caso sea que en sus obras el paisaje es tratado más como un concepto que como un tema. Probablemente de ahí proviene la maleabilidad que se advierte en el paisaje como objeto de la fotografía. En cierta forma estamos hablando de una subjetividad, que comporta una especie de voluntad. Esta subjetividad se expresa tanto en el aspecto espacial como en el temporal. El paisaje, desde estas fotos, no se limita a un fragmento de espacio enmarcado y codificado por el encuadre fotográfico. Es también el resumen de una serie de momentos que se cruzan. No es solamente un lugar, es una circunstancia. Para llegar a esta interesante formulación del concepto de paisaje, Alfredo De Stéfano ha venido puliendo los recursos que permiten estetizar la percepción del espacio y el tiempo, por medio de elementos metafóricos y dramáticos. Estetizar, en este caso, implica también reproducir la realidad como ficción. Es decir, superponer a la realidad fotografiada,

una

capa

de

significados

que

no

necesariamente

mantienen su autonomía fuera del acto fotográfico. Aun cuando el proceso de trabajo de Alfredo De Stéfano conlleva la organización de estructuras formales previas a la fotografía, y aun cuando esas estructuras parecen tener suficiente densidad formal y estética como para funcionar autónomamente -como esculturas, o instalaciones, por ejemplo- lo cierto es que su realización plena solamente se da en el acto fotográfico. En realidad, lo que hace De Stéfano es preconstruir la fotografía y reconstruir el espacio que va a ser fotografiado Lo importante aquí es que lo fotografiado es marcado para la fotografía. La fotografía deviene una especie de destino o finalidad de lo fotografiado. Quiero decir que Alfredo De Stéfano lo que hace es señalar el espacio como fotografiable;


indicar que su destino está en la imagen y que su origen está en la imaginación. Por eso he calificado estas fotografías como inscripciones en el paisaje, aunque este concepto no debe ser separado de la noción de intervención. Si en una etapa anterior de la obra de este autor, la colocación de textos y signos gráficos hacía pensar en una estrategia de inscripciones sobre la fotografía (especialmente en la serie Vestigios del paraíso, 1996), ahora lo que se aprecia es la inscripción de la fotografía en el espacio, y esto siempre implica un acto de intervención que no se puede separar del concepto de instalación. No es tanto la artificialidad en sí lo que le da el carácter de inscripciones fotográficas a estas operaciones. En realidad más que de inscripciones de la fotografía estamos hablando de inscripciones para la fotografía. Si antes el texto sucedía a la foto, se incrustaba en ella, ahora estos objetos, y el espacio mismo, devienen un texto que precede a la foto. Probablemente la posibilidad de entender el espacio como texto sea uno de los rasgos que caracterizan a las nuevas formulaciones del paisajismo en la fotografía contemporánea. Alfredo De Stéfano ha estado trabajando sobre esa posibilidad desde sus primeras obras fotográficas. Pero sus trabajos tienden a complejizar esos procesos, en la medida que la concepción del espacio como texto viene acompañada de un tratamiento del espacio como soporte para otros elementos sígnicos o textuales. En sus obras de mediados de la década pasada estas marcas se volvían un tanto más impactantes, sobre todo por el protagonismo de la luz. En varias de esas fotografías se incorporaba, además de ese elemento intrusivo que es la luz artificial como huella de la presencia humana, otro elemento

no

menos

importante,

que

es

la

posibilidad

de leer

metafóricamente la estructura lumínica. Podríamos forzar la lectura de algunas de aquellas imágenes para encontrar ciertas implicaciones de violencia. Eso nos ayudaría también a


matizar el discurso ecologista que a menudo se imprime sobre las fotos de Alfredo De Stéfano, y que se hizo fuerte, sobre todo a partir de su exposición Habitar el vacío, del 2002. De hecho, yo tiendo a considerar su obra, no tanto como soporte de un planteamiento ecologista, sino como estímulo para una reflexión sobre el paso del tiempo. Si Alfredo De Stéfano ha recurrido al espacio del desierto para esto, es precisamente porque se trata de un ámbito donde lo temporal puede ser percibido con cierta elasticidad. Y donde puede ser “intervenido”. Finalmente las intervenciones de Alfredo De Stéfano no son solamente sobre el espacio, son también sobre el tiempo. Sus referencias a la arqueología o a la paleontología tienen el carácter de simulacros dirigidos a destacar la dimensión temporal en que se ubican los fenómenos de la naturaleza, y particularmente, la propia existencia. Cuando Alfredo De Stéfano ha trabajado con animales disecados, cuando ha colocado o representado huesos de animales muertos o extintos, incluso cuando ha conducido a la evocación de sujetos ausentes, ha estado colocándonos frente a la certeza o la posibilidad de la muerte. De alguna manera los objetos que organiza frente a la cámara son como simulacros de monumentos. Tienen una función evocativa y conmemorativa. Y tienen también algo de homenaje a lo ausente. El proyecto de trabajo que Alfredo de Stéfano ha desarrollado en diferentes desiertos del mundo, desde finales de la década pasada, abre uno de los momentos de más intensa evolución en la obra de este artista. La idea de la muerte y la ausencia se ha vuelto más enfática para marcar el desierto con implicaciones que no atañen al paisaje como espacio geográfico, sino como espacio simbólico. En

estas

fotografías

se

hacen

más

evidentes

los

procesos

de

señalización a los que acude este autor, y su interés en marcar el lugar, darle un sentido de localización, evocar una presencia a través de la ausencia que el lugar resiente. Alfredo de Stéfano parece estar volviendo a habitar estos lugares, colonizándolos, en el sentido que


Heidegger hubiera dado a ese término. Por eso ha vuelto con más insistencia sobre estructuras que podemos considerar asociadas por su carácter primitivo: la casa, la tumba y el monumento. Y tal vez también el altar, el sitio desde donde se recuerda a los muertos y donde se resguarda su memoria: la piedra, el túmulo, la pirámide. Si obras anteriores todavía nos llevaban a imaginar el desierto como un espacio virgen, poco a poco Alfredo de Stéfano nos ha llevado a una imagen del desierto como espacio colonizado por la presencia humana, lleno de huellas y de recuerdos. No es raro entonces que en esta etapa aparezcan esos retratos tan impactantes, como los del proyecto Sahara (2008), ni que en obras más recientes el propio autor comience a aparecer en las fotografías. Pese al dramatismo de esas piezas, creo que siempre se puede intuir un tono levemente irónico, que aparece intermitentemente durante toda la producción artística de este autor. Además de una sensibilidad canalizada con particular eficacia, el trabajo de Alfredo de Stéfano muestra una manera inteligente y siempre imaginativa de reelaborar, no sólo las representaciones del espacio, sino sus implicaciones más comunes, sorprendiendo siempre con nuevas figuraciones, aun cuando tengan en su origen las simbologías más arcaicas. Tal vez esa es una de las cualidades que lo colocan entre los autores

más

originales

contemporánea.

Juan Antonio Molina

y

versátiles

de

la

fotografía

mexicana


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