Cuando el dinero se convierte en arte (Sobre la obra reciente de Sergio Nates) Por Juan Antonio Molina
La obra actual de Sergio Nates está concentrada en el dinero y en su doble condición de objeto y símbolo. Inevitablemente hay que verla como un posicionamiento ideológico y físico. El dinero aparece como referente del valor y como valor en sí mismo. Pero la obra se está produciendo a partir del énfasis y la manipulación de la materialidad (de la superficialidad, como quiera que se entienda este término) del dinero. Esta idea de superficialidad no se refiere solamente a la parte evidente del objeto, sino también a su trivialidad, es decir, a esa especie de ociosidad a la que lo conduce la manipulación artística. Convertir el dinero en arte es algo lujoso y, en cierta medida, inútil. Es una operación que puede ser entendida como gasto, atendiendo al sentido que le da Bataille a ese término, en su elocuente estudio del tema. Podemos sugerir que, en última instancia, lo que está haciendo Sergio Nates es gastar dinero (como valor) para producir imágenes, gastando el dinero (el objeto, la cosa) para resaltar el carácter de metáfora que tiene todo gasto. La superficie del dinero es el lugar donde se inscribe su valor nominal. Este valor fijo, fijado en el billete de manera inalterable, y que definitivamente lo identifica, no significa nada por sí mismo, puesto que el verdadero valor del dinero dependerá de su poder adquisitivo, variable y sometido a constantes fluctuaciones. Los dos proyectos más recientes de Nates consisten en la manipulación de esas inscripciones; el primero, por medio del bloqueo con tinta de la superficie de los billetes; el segundo, mediante la reproducción y alteración de la zona central del billete, en la que aparece el retrato de un personaje generalmente asociado al poder.
Tal vez sea mediante esta segunda operación que Sergio Nates nos involucra en un juego lingüístico más libre, al inducirnos a entender el rostro del retratado igualmente como portador de un valor nominal que es el que permite identificar al sujeto, nombrándolo. La reproducción del retrato, su transferencia de una superficie a otra, implican una suerte de “devaluación” del ícono que no estaba prevista en el original y que afecta tanto su capacidad para identificar al sujeto retratado como su capacidad para identificar al dinero. En esta operación el ícono es dramáticamente distanciado de su referente, con lo cual pierde parte de su sentido de verdad. Al cubrir una serie de billetes con tinta negra, parcial o totalmente, Nates logra que surjan las huellas que hasta entonces eran invisibles. El acto de cubrir cumple la función de descubrir. Intervenir el billete es anular su valor, o bloquear las marcas mediante las cuales el dinero se valoriza a sí mismo. Sin embargo, eso le da otro valor como objeto, le restituye una cercanía al cuerpo, que podemos calificar como erótica. Al cubrir el billete aparece otra superficie hasta el momento ajena al lenguaje, una superficie proto-semántica. Así que el acto del artista tiene como consecuencia y como destino revelar una capa de significados que había permanecido invisible y por lo tanto fuera de lo real. Nates produce un nuevo nivel de realidad para el objeto y revela en el objeto niveles de realidad hasta entonces inéditos. Podemos decir que inscribe al objeto en esos niveles de realidad revelando inscripciones que permanecían latentes, pero invisibles. Algo en esta operación nos recuerda al código fotográfico. De hecho “revelar” es un verbo que adquiere nuevas implicaciones con el surgimiento de la fotografía, en la medida que se refiere a esa tensión entre lo visible y lo invisible como expresión de un antagonismo más
radical: el de lo verdadero y lo falso. En ese contexto, lo revelado surge de (y señala hacia) una realidad latente, que sólo el gesto del artista hace aflorar. Pero esa realidad latente aparece asociada a un contenido de verdad, que debe ser descubierto y que después de eso queda como irreductible. La verdad es algo que está oculto y que el gesto del artista hace aparecer. En el caso de los billetes de Nates se hace aparecer su contenido de verdad en las huellas del uso y la circulación, y con esto se llama la atención sobre la ficción que esconde el dinero. En un texto de agudeza ejemplar, el artista Federico Zukerfeld se preguntaba: “¿No es acaso falso todo billete? ¿Cuál es la diferencia entre un papel y otro? ¿Quién otorga verdad a un papel?” Pudiéramos decir que el gesto de Nates al manipular los billetes lo acerca a esa ubicuidad del dinero entre lo verdadero y lo falso. Si el uso social y la convención le dan un valor total e irrebatible al dinero y producen su verdad como autosuficiente y casi tautológica, el gesto profanador del artista descubre el valor como relativo, y descubre la verdad como producida desde fuera y no desde dentro del dinero mismo. La acción del artista despoja al dinero de su condición mágica o al menos de su capacidad para hacer surgir el valor, mágicamente. La acción del artista singulariza al objeto: hasta entonces un billete podía ser solamente uno entre tantos, podía ser cualquiera, al fin todos eran iguales, el valor del billete dependía de la disolución de su diferencia en la tipología. El artista señala a cada billete como diferente y este hecho viene asociado a la cancelación de su valor como dinero.
Pero en la mayoría de los casos este señalamiento del billete como diferente comienza a producirse desde antes de su manipulación. Sergio Nates no escoge los billetes al azar, sino que los selecciona de entre distintas ofertas para coleccionistas. El billete de colección ya viene marcado como diferente: un error en la impresión, un defecto cualquiera, su antigüedad, su pertenencia a una edición especial, o a una cultura exótica, la firma de un personaje histórico, el hecho de no haber sido usado, o el haber sido demasiado usado. El billete de colección tiene algo interesante: no es algo que se usa para comprar, es algo que se compra. Sergio Nates compra sus billetes, pero no los compra con dinero real (después de todo lo dicho, ¿Hay algún dinero real? ¿No es justamente la realidad del dinero lo que está en juego, en última instancia?). El artista adquiere sus billetes mediante transacciones por internet, de modo que, de manera inmediata, no parece cambiar unos billetes por otros, sino cambiar el modo virtual e inmaterial de existencia del dinero, por su modo físico, objetual y
tangible. Al amplificar el carácter objetual del dinero, el autor termina elaborando una metáfora sobre la intangibilidad del valor. Las impresiones que está realizando Sergio Nates sobre papel burbuja tienen también esa cualidad paradójica. Amplifican la parte central de un billete, la que corresponde al retrato de un personaje histórico, otorgando una suerte de exceso de visibilidad o exceso de realidad
a
ese
fragmento
aislado,
dándole
una
autonomía,
entendida
como
autorreferencialidad, también en términos de valor: ya el valor de la figura no viene dado por el todo al que perteneció, sino que viene producido por ella misma, viene dirigido a ella misma. Y tal vez ese gesto es el que señala a la figura como parte de un sistema artístico. Específicamente en esta obra de Nates el dinero se convierte en arte por medio de la reproducción, el aislamiento y la autosuficiencia del fragmento. En este proyecto Nates juega simultáneamente con el fetichismo del dinero y con el fetichismo de la obra. Su elección de un soporte débil, frágil y basto se opone a la sacralización del objeto artístico y saca al ícono del dominio de la contemplación. En realidad estas piezas deberían ser tocadas. El propio material incita al juego y la manipulación. Son obras que se resisten a la relación tradicional cuadro-pared. Pero además son transparentes, y eso las hace muy propicias para generar relaciones con el espacio que no son muy usuales en el formato bidimensional. En la amplificación está latente la posibilidad de la desaparición, otra suerte de ocultamiento que revela el origen tecnológico y la naturaleza reproductiva de los íconos. Al final estas obras se nos revelan como esencialmente abstractas, “traicionando” su carácter reproductivo.
Creo que lo que mejor subvierte el valor del dinero es la ruptura de su pretensión de absoluto. Esta obra de Sergio Nates comienza a esbozar la posibilidad de tal ruptura y a elaborarla como gesto estético, como ilusión y como principio de seducción. El dinero no es absoluto solamente como valor, lo es también como objeto de deseo. Pero el artista sabe que hay algo que puede ser más seductor –más erótico- que el dinero, y que ese algo es la obra de arte.