Revista de Yo No Fui, Asociación civil y cultural. Año 1, Nº1
$ 35.-
infancia suspendida Niños presos junto a sus madres Salidas culturales en contextos de encierro 10 años de poesía en la cárcel Entrevista al fiscal Abel Córdoba
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El 30% DEL PRECIO DE TAPA ES PARA LAS mujeres QUE HACEN LA REVISTA
Yo no nací acá, yo no fui silenciada, yo no fui tumbera, yo no fui desmemoriada. YoNoFui es una afirmación de lo que somos, nuestra forma de decir que las personas privadas de libertad no dejamos de sentir, no perdemos la voz ni nuestra identidad por encontrarnos detenidas durante un período de nuestras vidas. YNF es una organización social nacida hace once años a partir de la necesidad de generar un espacio de encuentro. Un lugar donde a través de diferentes talleres de formación en artes y oficios, vamos creciendo como personas y como colectivo, hayamos pasado por la cárcel o no. Dentro de ese marco nace YoSoy, una manera de reafirmarnos como parte de una sociedad en la que todos deberíamos tener los mismos derechos y oportunidades. YoSoy es también una revista, un proyecto del taller de periodismo Tinta Revuelta, que nació hace dos años en la sede de YNF en la calle Bonpland. Allí, cada miércoles nos reunimos entre mate y mate a leer y escribir, a debatir y a intentar generar un cambio, en nosotras y en los demás. Nos proponemos volcar todo eso en esta revista para que puedan conocer nuestras experiencias, pero también para que podamos reflexionar, pensar y construir entre todxs ese cambio que queremos ver. Para contar lo que otros esconden. Para ser nosotras, porque ya no somos invisibles. Ésta es nuestra voz.
Revista de Yo No Fui, Asociación civil y cultural
Sumario
Año 1, Nº1 Talcahuano 57, 2º “10”, CABA
YoNoFui: es una Asociación Civil sin fines de lucro que trabaja en proyectos artísticos y productivos en las cárceles de mujeres de Ezeiza y, afuera, una vez que las mujeres han recuperado la libertad.
5 Editorial
Primer día en el penal
las pibas y el diseñador
9 AGUAFUERTES PORTEÑAS
colectivo editorial Taller de Periodismo y Escritura Tinta Revuelta
Presa del sistema
por Lucrecia Treviño
8 CORREO
24 NOTA DE TAPA
De cronopios y cronopias
Infancia suspendida, de la cuna a la celda
por Elisabet Soria
por Lorena Campos
Las consecuencias que sufren los chicos cuyos primeros pasos se dan dentro de una cárcel. El debate sobre las leyes y posibles soluciones. Por Tinta Revuelta
10 en foco
El derecho a salir
Qué son las salidas culturales y qué importancia tienen para las personas privadas de libertad. Por Tinta Revuelta
fotografía Alejandra Marín colaboran en este número Alejandra Rodríguez Norberto Peire (corrección) Sandro Báez (retoque fotográfico)
Tras la proyección del documental Lunas Cautivas en el Complejo N° IV de Ezeiza, dos compañeras escribieron sus impresiones sobre la película (Página 23)
6 INGRESO
Tinta Revuelta: es el taller de Escritura y Periodismo de YoNoFui. Nació en el año 2011 en la sede cultural de la calle Bonpland 1660, C.A.B.A. Participan mujeres privadas de libertad con salidas transitorias, mujeres liberadas y personas que no pasaron por la experiencia de la cárcel. Inspiradas en el cooperativismo, las participantes de TR reparten equitativamente las ganancias de las ventas entre sus participantes.
diseño editorial Juan Pablo Fernández
De la cárcel al cine
El mandato abolicionista
No estamos locxs, sabemos lo que queremos (Página 31)
ENTREVISTA
Habla Carina, detenida en la Unidad 31: “Las presas deberíamos ser sólo nosotras” por Liliana Cabrera (Página 32)
OPINIÓN El arte como política de libertad, por Alejandra Rodríguez (Página 30)
suscripciones yosoyynf@gmail.com
14 10 AÑOS DEL TALLER DE POESÍA
contacto www.yonofui.org.ar Bonpland 1660, CABA, CP 1414 yonofuiyosoy@gmail.com
impresión GuttenPress. Tabaré 1760/72, CABA TAPA: Raquel Calabria con su bebé en brazos leyendo un fragmento del “Discurso de la servidumbre voluntaria” de Ètienne De La Boètie, en el Festival de poesía de YoNoFui, Unidad 31 de Ezeiza, 2007. CONTRATAPA: Mapa de la poesía peruana creado por las integrantes del Taller de poesía de YoNoFui , Unidad 31 de Ezeiza, 2012. PÁG. 4: Entrada de una de las sedes de YoNoFui, Bonpland 1660. Foto María Rita Cha.
Lo único irreal es la reja Un repaso por la década del Taller de Poesía de YNF por Tinta Revuelta
Selección de poemas
(Página 18)
Palabras que grietan el encierro
El documental Lunas Cautivas, de Marcia Paradiso, ofrece una mirada del Taller de Poesía de YNF a través de las historias de algunas de sus participantes. Por Alejandra Rodríguez (Página 21-22)
36 ABEL CÓRDOBA “Con este sistema judicial la tortura tiene asegurada la persistencia intacta” por Tinta Revuelta
42 TIENDA
Productos y productoras de YNF:
Liliana Teomanópulos 44 EGRESO
Último día en el penal
por Yo María
46 CLASIFICADOS
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editorial
El que calla otorga “De madrugada, fuimos levantadas a gritos y a empujones, 2 requisas por interna (...). Estuvimos hasta el mediodía dentro de los transportes sin ir al baño, sin desayunar, algunas internas apenas con ropa de abrigo suficiente o sin calzar. Fuimos inspeccionadas sin ningún tipo de respeto a nuestra dignidad. Muchas de nuestras pertenencias se extraviaron por el camino, sospechosamente las pertenencias con algún valor. Fuimos alojadas en condiciones inferiores a las que teníamos en la unidad 31. Personalmente estuve una semana sin sábanas, toallas ni cubiertos, comiendo con las manos, y me contagié de sarnilla humana (diagnosticada por el centro médico de éste módulo II). Hasta la fecha no he recuperado la totalidad de las actividades de mi rutina, ni un trabajo que me resulte interesante. Tampoco las condiciones de alojamiento han mejorado”. “Perdí muchas actividades, apoyo psicológico y asistencia médica; los espacios, la gente, el respeto, es como volver a empezar. Hay muchos problemas de convivencia, mucha discriminación con las de la 31”. “Quiero denunciar el daño psicológico que se me hizo. Me cuesta todo ahora, no me siento bien, no puedo estudiar, hablo de este tema y me hace mal”.
Así describen las perjudicadas el violento traslado masivo realizado el viernes 23 de mayo de 2014, en el que 30 mujeres alojadas en el Sector A (Planta común) de la Unidad 31 de Ezeiza –una cárcel construida para alojar mujeres de “buena conducta” y madres con niños menores de 4 años– fueron trasladadas al Complejo IV de Ezeiza (ex Unidad 3), una cárcel de máxima seguridad, en peores condiciones edilicias, con capacidad de alojar un número mucho mayor de personas y por lo tanto con menor acceso a la educación, al trabajo, a la salud. Todo este movimiento se hizo para alojar a genocidas que se encontraban en el Complejo II de Marcos Paz, y con la excusa de facilitar el acceso a la salud de quienes cometieron delitos contra la humanidad. La medida fue realizada por una orden de la Dirección del Servicio Penitenciario Federal (Resolución 557/2014), sin previo aviso, a las 7 AM, mediante un operativo violento ejecutado por personal masculino. Las mujeres no tuvieron la posibilidad de llevar la totalidad de sus pertenencias, mientras los procesados y condenados por delitos de lesa humanidad fueron trasladados con sus enseres, electrodomésticos e inclusive su vajilla. A la vista de las mujeres presas en Ezeiza se exponen situaciones de desigualdad respecto del trato de los presos de lesa humanidad y sus visitas. Para estos el trato implica privilegios, mientras que las mujeres y sus familias son permanentemente asoladas por el trato inhumano y la humillación degradante en las requisas. Esto demuestra la máxima selectividad del sistema penal, que avanza con medidas de esta índole respecto a mujeres que suelen ser criminalizadas por delitos menores, para favorecer a presos que cometieron delitos gravísimos contra la humanidad, cuyos privilegios se han traducido en años de impunidad que ahora se prorrogan en un tratamiento diferencial en el efectivo cumplimiento de la pena privativa de su libertad. Dónde está la responsabilidad del Poder Judicial y de todas las agencias del sistema de administración de justicia –incluyendo por supuesto a las del Poder Ejecutivo– para la denuncia, investigación y sanción de estos hechos. ¿En qué momento las mujeres alojadas en el SPF, dejaron de ser personas? No pronunciarse sobre estos hechos es una forma de legitimar la situación; el que calla otorga. •
colectivo editorial tinta revuelta 5
ingreso
por Lucrecia Treviño Ilustración: Gisela Verdugo Taller de Dibujo y Experimentación Gráfica YNF, 2013
Primer día en el penal
L
es advierto que esta historia es muy triste, aunque no parezca, ya que es el comienzo de tres años de supervivencia en una jungla no de animales; bueno, sí, también a veces de animales.... Año 2007, mayo, frío, refrío; lugar: calabozo de Comodoro Py (ahora comprendo lo de Calabozos y dragones). Situación: asustada, congelada, hambrienta y ¡terriblemente hedionda! Eran como las diez de la noche cuando me metieron ahí dentro. Había dos chicas con caras de terror peores que la mía, pero en el fondo me alegré de poder hablar con alguien. Las saludé y apenas me respondieron, trataba de charlarles, de reírme, pero me miraban con desconcierto, y encima, después de dos minutos, se pusieron a hablar en guaraní. Me rendí... Esperamos una eternidad hasta que nos vinieron a buscar para llevarnos al penal. Creo que cuando me pusieron las esposas, sólo ahí empecé a caer desde mi nube. Cuando comenzaron las requisas ya mi cara se iba desencajando, y cuando nos subieron a esa lata de metal –el conocido carro–, ya reía para no llorar. Ese paseo por las calles de la ciudad viendo los carteles de la avenida Corrientes, la 9 de Julio, la autopista, era un intento por guardar en mi mente las últimas 6
imágenes de la calle, ya que sabía que no las iba a ver por mucho tiempo. Cuando llegamos, a mis dos compañeras no les quedó otra que hablarme porque creían que tenía más idea que ellas de lo que nos iba a pasar. ¡Se animaron a confesarme que creyeron que yo era una infiltrada y les quería sacar información! No entendía el porqué, pero después observé que a ellas las agarraron en un allanamiento de noche prácticamente en piyamas, y yo tenía toda una ropa fashion usada para tratar de salir del país haciéndome la cheta; no tenían noción de que era más crota que ellas. Después de crear un minivínculo entre las tres llegamos a Ezeiza (es tanto el frío, el hambre y el cansancio que no ves la hora de entrar creyendo en tu mente ingenua que vas a estar mejor adentro). Dos horas más en el retén, ya no sabes de qué hablar, ahí te cruzas con las detenidas que vienen de comparendo o de otras comisarías. Ya están relamiéndose por cualquier cosa que traigas, para sacártela, pero a mí ya me habían despojado de todo lo no permitido por haber entrado horas antes en el juzgado; zafé por el momento. Llegó lo de las huellas, cinco copias de todos los dedos, como
800 firmas, fotos, requisas profundas, sí, profundas-profundas. ¡Un bajón! La vergüenza ya la había perdido. Nos llevaron por un pasillo interminable y llegamos a un sector que llaman Ingreso, donde no había lugar, así que fuimos a parar a Reingreso que, por cierto, es el lugar de las reincidentes. ¡Qué suerte la nuestra, íbamos con las más experimentadas! Entramos, y como eran las tres de la mañana no había tantas despiertas, sólo cincuenta de doscientas. Era un hormiguero, quichicientas cuchetas llenas y tres vacías, sin colchón ni nada que se le parezca y ni hablar de alguna frazada. Algunas nos dicen: “Van a tener que esperar que mañana les dé la pañolera, porque como entraron a esta hora no hay nadie que se las dé”. Miramos de reojo a ver si había un alma caritativa pero no, la mayoría juntaba dos o tres colchones en uno, ya que eran como fetas de queso. Me invitan un mate, lo sentí tan rico después de tantos días sin alguno, y me preguntan si me quiero bañar. Obvio, fue mi respuesta. Me dieron un jabón y una toalla de cara; no sé cómo hice para secarme pero no había más. Entre las que llegamos juntas nos tapábamos para ducharnos, ni en sueños había una cortina o una puerta; era todo así, ¡a capella!
Ese paseo por las calles de la ciudad era un intento por guardar en mi mente las últimas imágenes de la calle.”
to veinte segundos me tuvo que entender: “Ojotas, cepillo, jabón, toallas, bombachas, ropa clara, nada de negro, azul o gris, nada transparente, corpiño sin aro, nada relleno, nada con alcohol, nada en aerosol, desodorante en crema, nada con semillas, carne sin hueso, pollo trozado, platos, tazas, vasos, todo plástico, nada de vidrio”. Un trabalenguas, pobre. Más tarde, el almuerzo, un menjunje llamado potagge. No tengo idea de qué significa, tampoco debería saber la cocinera, porque era horrible; no lo comió ni la más valiente. Dieta obligada, pensé; al fin y al cabo no tenía papel higiénico tampoco. ¡Qué triste!
Las chicas encontraron refugio entre unas peruanas que las conocían de antes, y otra que se sumó en Ingreso consiguió una cama y un colchón porque era renga. Le di lástima y me llamó para que durmieramos juntas, prácticamente abrazadas, porque la frazada era como otra feta. A esa altura éramos mejores amigas y nos aprovechamos al máximo de su discapacidad, no nos quedaba otra. Cuando estábamos conciliando el sueño, gritan “¡Recuentoooo!”. Todas nos gritaban “levántense, levántense”. Salté de la cama, no tenía idea dónde estaba, seguí a las demás al pasillo, estaban paradas todas en fila y comenzaron a tirar apellidos. Creo que el último fue el mío, ya estaba tiesa, de nuevo congelada, nos meten a la jaula otra vez y esto se repite a la tarde, a la noche... Con el tiempo creo que eso te va indicando los días que pasan, porque mientras estás en ese sector no ves el sol.
Llegó el desayuno pero había un problema, no teníamos taza. Nos prestaron un vaso y fuimos en busca del mate cocido –que era mejor que la leche, que era pura agua–, un pan sin gusto a pan (en realidad sin gusto a nada) pero mejor que el aire; en ese instante, comer ese masacote era la felicidad. Ahora venía el tema de la llamada a la familia para avisar qué día podían venir, qué podían traer, a qué hora, y que sepan que estás, como zombie pero todavía estás. Aparecen las prestaciones de tarjetas de teléfono, que después te cuestan un poquito más devolverlas, pero ese minuto o dos que te dan se convierte en tu fuerza para no caer en la desesperación y saber que a alguien le interesás, que alguien contesta el teléfono, aunque salga primero que la llamada es del Servicio Penitenciario; después hay tiempo para que muchos te corten antes de que termine el mensaje. En mi caso, la llamada fue a mi hermano, que en cien-
Horas interminables continuaron que sirvieron para contarnos las penas y tratar de adivinarnos la suerte: cuántos años nos iban a tocar a cada una. Qué juego perverso, pero las reincidentes casi siempre aciertan con el número. Turno de la merienda, yo esperaba ansiosa el té, era un elixir, iba a lograr que se calle un poco mi estómago y aguante hasta la cena, algo calentito, ¡por fin! Cuando llegó la cena traté de pispear un poco: era un guiso, nunca supe de qué, pero tengo mis teorías, podía ser búfalo o dinosaurio muerto a escobazos. Hice un esfuerzo, me lo comí y me terminó gustando; las otras decían que sólo soportaba por el hambre de náufrago que traía. Llegó la noche y no nos quedó más remedio que acurrucarnos de nuevo, ya que nunca aparecieron ni la pañolera ni el colchón. Igual, teníamos muchas cucarachas que nos hacían compañía... pero ésa es otra historia que les contaré más adelante, es mucho para un solo día. • 7
correo de cronopios y cronopias
por Elisabet Soria
Ilustración: Gisele Verdugo, Taller de Dibujo y Experimentación gráfica. YNF, 2013
Correos de lectores eran los de antes. Para recuperar ese espíritu de intercambio, los invitamos a escribirle a Elisabet Soria, quien responderá con gusto a cada una de sus misivas.
Y
o, la de afuera (no caí de pedo). En realidad estoy adentro, en mi cárcel autoconstruida con ayuda de los demás, y ayudín.
No sufrí la cárcel, pero sufrí. Y es un trabajo continuo salir de ésa. ¡Pare de sufrir! Luego de años de empeorar, comencé a concurrir a los talleres de YoNoFui. Y desde aquí, ahora los torturo a ustedes. Sí, de a poco me fui integrando, no sólo con mis compañeras, sino también con mis aciertos y desaciertos. Fortaleciéndome para no caer y no ser víctima fácil del sistema del que a su vez soy parte y arte.
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Arte de comprender que todos/as y cada uno somos y podemos. Espero que me escriban y me cuenten algo. Nos vemos el próximo número. Abrazo. •
Preguntá, sugerí, pedí consejos, compartí ideas... Escribinos a yosoyynf@gmail.com
aguafuertes porteñas
por Lorena Campos
Presa del sistema
La libertad no se pierde sólo en prisión. Después de tres años en situación de calle, un testimonio en primera persona sobre cómo se puede estar encerrado afuera.
¿
Sistema? Nombre, apellido, DNI, somos todos un número. ¿Por qué? Abrime la puerta que quiero salir a jugar. ¿Derechos? ¿A qué? Tal vez debería aprender algo para que el sistema se adapte a mí, ¿o a él? Cuando intenté salir, vino una camioneta que hizo una derivación y fui a cobrar un subsidio. Un día, dos días, tres días, y los demás me los fumé. Lo intenté otra vez y me volvieron a pagar, me dieron otros papeles para llenar, tickets sociales, comedores, cómo voy a llegar, Villa Luro, Castelar, tarjetas, papeles, hogares, paradores, ya nadie me quiere escuchar. Lo volví a intentar por última vez. Me dijeron “ya no te vamos a pagar”. Cómo salgo de esta prisión, donde el carcelero paga para que te dejes de joder. Intenté dejar el bardo, todavía cuesta. El sistema no me quiere. Derecho a pagar el hotel,
derecho a comprar con plata, no con papeles que parecen serlo. Derecho a no mojarme cuando llueve, derecho, derecho, todos supuestamente tenemos derecho. El sistema me lastima, nos basurea, pero nos unió. Somos todos diferentes pero iguales. No tengo familia, pero tengo muchos hermanos. El sistema cree saber, yo sé, él sabe, nosotros sabemos. “Al saber lo llaman suerte”. •
“Derecho a no mojarme cuando llueve. Derecho, derecho...” 9
en foco
por tinta revuelta
El DERECHO A SALIR
En los últimos tiempos, las salidas culturales de las personas privadas de libertad fueron duramente cuestionadas en los medios de comunicación. De qué se tratan, cuál es su finalidad y la responsabilidad del Estado en cumplir con los “objetivos de resociabilización” que indica la ley. Las cárceles serán sanas y limpias…
E
n nuestra Constitución el artículo 18 condensa una serie de principios que inciden en el sistema penal y en las sanciones que se prevén para quienes infringen la ley penal. Todos más o menos sabemos de las muchas implicancias de este artículo: que somos inocentes hasta que se demuestre lo contrario, que tenemos derecho a un abogado, que el silencio no puede ser tomado en nuestra contra…
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Dice también que “las cárceles de la Nación serán sanas y limpias, para seguridad y no para castigo de los reos detenidos en ellas, y toda medida que a pretexto de precaución conduzca a mortificarlos más allá de lo que aquélla exija, hará responsable al juez que la autorice”. Es claro que del dicho al hecho hay un gran trecho, y que por más que la ley exprese que la cárcel no es para mortificar o castigar, resulta contradictorio
que una persona a la que se la priva de su libertad no se sienta mortificada por ello. La cárcel es castigo, pena, dolor, y es por eso que debe ser considerada como el último recurso a ser utilizado en el Estado de derecho, ya que afecta uno de los bienes más importantes: la libertad de las personas1. Entonces, ¿qué implicancia tiene lo que dice la Constitución?, o ¿para qué sirve que lo diga? Quizá sólo puede servir para comprobar una vez más lo que ya en 1929 había expresado Roberto Arlt en su columna del Diario El Mundo, sobre la inutilidad de las leyes: “Yo veo que … son más las leyes que se infringen que las que se cumplen, lo cual le hace pensar a uno que las leyes han sido establecidas precisamente para eso, para que no se cumplan...”
O bien puede servir como herramienta para poner un límite al castigo a una persona aun cuando ha infringido la ley, aun cuando ha hecho sufrir a otra. Ese límite resulta ser uno de los elementos que marcan la diferencia entre la venganza privada y la pena estatal. La pena es castigo, lo cual no obsta a que se le exija al Estado de derecho que aporte algo más que castigo en reacción a la inconducta de una persona, por más grave que ésta sea. Esto es comúnmente conocido como el objetivo resocializador de la pena, que a duras penas se cumple dentro de una prisión.
Las salidas culturales en la ley de ejecución penal Hemos visto cómo los medios han llamado “privilegios” a las salidas culturales, lo cual lejos de generar un debate que profundice la reflexión sobre el sistema carcelario y el tratamiento que se da a las personas privadas de su libertad, generó un reforzamiento de las ideas más reaccionarias y discriminatorias. La Ley de Ejecución Penal (sin ser una ley muy de avanzada en materia de derechos humanos) esclarece en varios pasajes el lugar de las salidas culturales en la prisión: Artículo 1º — La ejecución de la pena privativa de libertad… tiene por finalidad lograr que el condenado adquiera la capacidad de comprender y respetar la ley procurando su adecuada reinserción social, promoviendo la comprensión y el apoyo de la sociedad. El régimen penitenciario deberá utilizar, de acuerdo con las circuns-
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Es por eso que la pena de prisión no se aplica por cualquier falta sino sólo por las faltas que prevé el Código Penal y no bajo cualquier circunstancia sino bajo las reglas de un proceso (el debido proceso, el juicio previo fundado en ley anterior al hecho).
tancias de cada caso, todos los medios de tratamiento interdisciplinario que resulten apropiados para la finalidad enunciada.
¿Cómo es posible creer que la reinserción social de alguien se producirá mediante el aislamiento, el maltrato, la humillación o la privación de todos sus derechos? ¿Acaso no es vox populi que la cárcel es la mejor escuela de delincuencia2, que el maltrato físico y psicológico que recibe una persona presa provoca mayor resentimiento? Nadie sale “mejor” de la cárcel. Nadie se “reforma”. La cárcel deja marcas para toda la vida. El problema reside en no pensar en la persona como un sujeto de derechos sino como “preso”. Este trato deshumanizante tiene consecuencias subjetivas negativas para la persona privada de su libertad y pone en jaque el objetivo de reinserción social. El artículo 2º de la misma ley indica que: “El condenado podrá ejercer todos los derechos no afectados por la condena o por la ley...”
Es decir, el condenado no está impedido de ejercer su derecho a acceder a la educación, al trabajo, a las relaciones familiares, a la cultura y a todos los derechos que, no afectados por la condena, serán estrategias fundamentales en el difícil camino de construir la reinserción social que pregona la Constitución Nacional. Entonces, lo cierto es que el “tratamiento resocializador” no sólo admite sino que exige que las personas accedan a sus demás derechos, entre ellos, el derecho a la cultura. Sin embargo, estos derechos están coartados por su condición de privado de la libertad y por las condiciones en que se cumplen las penas privativas de la libertad y los lugares cada vez más aislados en que se construyen las cárceles. Cabe agregar que estas salidas son excepcionalísimas en la vida de las personas privadas de su libertad, y requieren previa autorización del juez. Se llega a los sitios en celulares del servicio penitenciario, con personal de seguridad, lo cual hace que estas personas se inserten en el evento cultural de una forma bastante estigmatizada, es decir, no es que se abre la puerta de la prisión y se larga a los presos a divertirse donde quieran y del modo que quieran. Estas salidas son fuertemente controladas, se realizan por un plazo determinado (con horario de salida y de retorno) y vuelve custodiada a la cárcel. Previo a la salida 2
De nuevo resulta acertada la visión de Arlt, que llamaba Depósito de Menores: Escuela Primaria de la Delincuencia, a un colegio de la calle Agüero. (Arlt Roberto, Tratado de la Delincuencia, Aguafuertes inéditas, Página/12, s.f.).
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en foco
el servicio penitenciario suele visitar el lugar, para evaluar cuestiones de seguridad, y durante la salida están presentes todo el tiempo. Estas salidas pueden realizarse en cualquier momento tanto si la persona está procesada como si está condenada, porque se trata de un derecho. Participar de eventos culturales, dentro o fuera del penal, es un modo de contar con espacios de sociabilidad que permitan compartir experiencias e imaginar nuevos horizontes posibles. Es una lástima que en el debate se omita toda referencia al efecto positivo de las salidas culturales, sus beneficios educativos y vinculares en relación con la futura inclusión social de las personas que viven tras las rejas, lo que quizá se podría lograr si se visibilizaran las experiencias de estos espacios, sus protagonistas, los cambios que experimentaron quienes asistieron a ellos, lo que todavía falta por hacer.
Muchos motivos más para seguir Aquella discusión mediática sobre las salidas culturales tuvo el lamentable efecto de generar medidas propias de lo que se conoce como demagogia punitiva. Con miras a acallar el “escándalo”, tanto las autoridades del Servicio Penitenciario Federal, como la mayoría de los jueces –no todos– decidieron, por diferentes motivos, negar los permisos de salidas culturales que a partir de entonces se presentaron. A partir del trabajo que realizamos en YoNoFui y en muchas otras organizaciones que desarrollan
Ni beneficio ni privilegio, las salidas culturales: un derecho de las personas privadas de la libertad. 12
su labor en los espacios de encierro, podemos dar cuenta de la importancia que estas salidas tienen como una instancia que permite sostener de alguna forma la vida social de quienes se hallan privados/ as de libertad. Es importante reducir el impacto de esta sanción máxima y en este sentido defender a ultranza las demás libertades y derechos: el trabajo, la familia, el contacto con la comunidad, la cultura, la educación, la sexualidad, que la privación de libertad arrastra consigo, no porque sostengamos la falsa idea de que en la cárcel se dan las condiciones para generar estrategias de inclusión social, sino como estrategia para que la persona no pierda definitivamente la posibilidad de recuperar su sociabilidad y sus vínculos más significativos. En una crónica escrita en el taller de periodismo Tinta Revuelta, una compañera relata lo que significó para ella su primera salida cultural: “Fue el día que descubrí que ése era el camino a seguir, que ése era el lugar donde me sentiría libre hasta que cumpliera la condena. Y no me equivoqué. Aprendí mucho más que tocar un bombo o bailar oxum. Aprendí a compartir, a pensar en grupo, a luchar por no caer en la tristeza, a valorar cosas que antes no consideraba importantes y a canalizar la energía negativa divirtiéndome. Y encontré un motivo más para seguir: ayudar a otras chicas que no lo podían ver en ese momento. Me sirvió además para darme cuenta de que hay muchas personas que intentan ayudarnos desde su lugar y no te sentís tan sola entonces. (Lucrecia Treviño, refiriéndose a su primera salida cultural con el taller de danza afro al centro cultural La Chilinga, 2009.)
Cuando a fines del año pasado Gladys recibió su negativa a participar de un evento donde mostraría su producción artística (pinta cuadros), escribió con mucha rabia pero también con tristeza: “Era nuestra oportunidad para demostrarle a aquellos que nos privaron de estos derechos, que nosotros nunca dejamos de pertenecer a esta sociedad de la que dicen que no somos dignos. Esta misma sociedad ignorante fue la que nos excluyó mucho antes de llegar a una cárcel”. •
OPINióN
por Alejandra Rodríguez
A. R. es Licenciada en Artes Combinadas (UBA)
El arte como política de libertad El encierro anula sistemáticamente la existencia necesaria y elemental de tener vida privada. Sin embargo, el arte puede funcionar como vía de escape para imaginar otro mundo. “(…) la eficacia del arte no consiste en transmitir mensajes, ofrecer modelos o contramodelos de comportamiento o enseñar a descifrar las representaciones. Consiste antes que nada en disposiciones de los cuerpos, en recortes de espacios y de tiempos singulares que definen maneras de estar juntos o separados, adentro o afuera, próximos o distantes.” J. Rancière
L
as personas que viven privadas de su libertad pierden, entre otras cosas, la posibilidad de tener espacios de privacidad, momentos de silencio, lugares donde desplegar los matices de su singularidad. El Estado es quien les provee alimentos, lugar donde dormir, rutinas, trabajos, castigos, penas, entre otras situaciones que hacen a la cotidianidad. El encierro anula sistemáticamente la existencia necesaria y elemental de tener vida privada. La institucionalización y todo su funcionamiento “maquínico” producen un efecto “performativo” en sus vidas. Así, estas subjetividades son corroídas por los efectos de la “prisionización” y saturadas por la sobrepresencia del Estado. Vivir institucionalizado y sin intimidad son dos aspectos que labran el mundo sensible y subjetivo de quienes viven en el encierro. Allí donde la saturación del estado se expresa eficazmente sobre esas vidas mediante la clausura permanente ¿Cuál es el sentido de la experiencia artística? ¿El arte puede facilitar algún desplazamiento, alguna reconexión con la libertad? ¿Puede el arte, como política de libertad, abonar a la construcciones de otras subjetividades? Existe una idea muy instalada en el sentido común acerca de que las prácticas artísticas pueden hacer mejores a las personas o salvarlas de algo, sobre todo cuando se desarrollan en contextos de encierro. Propongo poner en duda esta idea. El arte no salva ni cura. No es un antídoto o un medicamento. El arte es expresión, forma, color, poesía e invención. Es una forma de expresión
y de hacer un mundo que nos permite trazar pliegues y grietas en la opacidad de la vida, dentro y fuera del encierro; construir nuevos escenarios sensibles, visuales, estéticos, reordenar y redistribuir roles, historias, lugares y tiempos. En esto radica su sentido transgresor y liberador. Pero nada tiene que ver con la salvación, la cura o la bondad. Es necesario librar al arte de esa errática pretensión porque no es un bien que al invocarlo subsane nuestros males. Por otra parte, la posible reconexión con la experiencia de la libertad no es sólo por la capacidad expresiva que supone la experiencia artística sino fundamentalmente por su capacidad metafórica, aquella que alcanza su sentido sobre las ruinas del sentido literal. En el encierro, en el imperio de las clausuras, la experiencia artística puede ser emancipadora porque puede abonar a la construcción de invenciones, de posibles ficcionalizaciones. El arte se despliega como metáfora y abre el juego al proceso de invención, a la productividad del decir, problematizando o complejizando la relación de mundo y lenguaje. En un contexto de institucionalización que imposibilita permanentemente la intimidad, el ejercicio cotidiano de la imaginación devuelve a quien está privado de su libertad y privacidad la posibilidad de relación consigo mismo, abre un marco de sublimación de su historia personal, redefine la relación con el otro y con el entorno. Lo que puede subvertir el estado de las cosas es la imaginación –decía Paul Ricoeur– porque pone en acto una nueva performance.1 El texto estético tiene una función utópica: la capacidad de imaginar otro mundo posible. La utopía corre el horizonte de lo posible, funciona como crítica del presente, por lo tanto, es transgresora. De modo que la experiencia artística y la imaginación en la cárcel tienen una función política categórica en tanto que el mundo que podemos habitar es aquel que somos capaces de imaginar. •
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Ricoeur, P, Hermenéutica y Acción, Editorial Docencia, Buenos Aires, 1982
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10 años del taller de poesía
por Tinta Revuelta
Lo único irreal es la reja
El Taller de Poesía de YoNoFui superó sus diez años. Sus protagonistas cuentan qué significa para ellas este espacio en el contexto de encierro y repasan sus logros: desde festivales y encuentros con otros autores hasta libros y un documental.
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l hecho de escribir sobre la naturaleza, las flores o las montañas le parecía a Gladys, innecesario. Para ella ésas eran cosas a su alcance, dignas de disfrutar en vivo y en directo y no de plasmarlas en un papel. Fue mientras estuvo privada de libertad en la Unidad 31 de Ezeiza, donde le encontró sentido a todo eso, cuando comenzó a asistir al Taller de Poesía que dicta hace doce años María Medrano. “Sorpresa; en el lugar menos indicado encontré que me invitaban a participar de un taller de poesía y me di cuenta de que sí, era obligación hablar de la naturaleza, de los ríos, de la frescura verde de los árboles, del perfume del pasto, los puros sentimientos”, recuerda. A Liliana Cabrera, en cambio, esos encuentros semanales la ayudaron principalmente a sentirse más segura de sí misma, a lograr expresarse. Y María Ferreyra confiesa que gracias al taller tomó gusto por el papel y el lápiz y pudo descargarse en su celda, cuando la angustia la sobrepasaba.
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Las historias son muchas y entretejen una aún más amplia que comenzó cuando, allá por 2002, la ya desaparecida Casa de la Poesía le propuso a María Medrano dictar un taller en el penal. La elección no fue casual: María había participado de la revista Hecho en Bs. As. y editado un libro de poesía, titulado Unidad 3; “de alguna manera ya vinculaba la militancia con la escritura”, rememora una década más tarde, cuando la cosecha del taller fundacional de la asociación civil y cultural YoNoFui ya incluye antologías editadas, festivales realizados dentro y fuera del penal, ciclos de visitas de poetas a la unidad y el documental de Marcia Paradiso Lunas Cautivas, historias de poetas presas (ver página 18), sobre el taller y sus protagonistas. Cuando a María Medrano le preguntaron en qué unidad quería dictar el taller eligió la 3 (actual Complejo Nº IV), porque era la que ya conocía. Después pasaron el taller a la Unidad 31 y allí es donde se realiza desde hace doce años. “Las primeras veces que
fui me preguntaba qué pasaría con un taller de poesía, que es lo más impopular del mundo, en ese contexto”, recuerda María, que a pesar de ello salió muy impactada el primer día de clases, al encontrarse una veintena de mujeres que deseaban ver de qué se tratarían los encuentros. “Yo no sabía qué podía suceder adentro con un taller de poesía. Si iba a generar algún interés...”. Así, el primer día María se limitó a la charla para generar un espacio de confianza. “Uno tiene que ir abierto a conocer un espacio nuevo, experiencias de vida distintas; es como ir al encuentro más que ir a dar clases. Para mí se trata de intercambiar experiencias y ver cómo construimos entre todas”, explica, y mal no le fue. Comenzó por seis meses, renovó el contrato, esos seis meses se convirtieron en dos años y después La Casa de la Poesía se disolvió y el taller quedó flotando, pero María decidió seguir yendo al penal por su cuenta. En 2004, comenzaron a llevar invitados. Partiendo de la premisa
Colgada de poemas manuscritos en el marco del Festival de PoesĂa de YNF, 2007
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10 años del taller de poesía
Fanzine 31, publicación periódica del Taller de Poesía, Unidad 31, YNF
de que esa vinculación permanente entre el adentro y el afuera es primordial y para satisfacer la necesidad de generar un puente, se creó un ciclo llamado Visitas, por donde pasaron María Teresa Andruetto, Diana Bellessi, Juana Bignozzi, Fabián Casas y Damián Ríos, entre otros. Mediante esos encuentros, las mujeres que participaban del taller podían charlar y entrevistar a autores con los que venían trabajando. Así surgieron también los festivales de poesía, jornadas dentro del penal en las que las chicas de los talleres y los poetas invitados, que superaban la veintena, compartían sus trabajos, con un público variado: compañeras de la unidad que no participaban del taller, familiares de las mujeres detenidas y artistas y músicos invitados. En 2005 se suma Claudia Prado como docente, inaugurando así la modalidad de pareja pedagógica que luego se aplicaría en todos los talleres de la organización. Cada semana, los encuentros consisten en leer a diferentes autores, sobre todo latinoamericanos, trabajar a partir de consignas y compartir los textos de cada una. Mates de por medio, el debate se abre. Según María, suele haber dos etapas en las chicas que asisten al taller. Primero la de liberación, que se concreta al exorcizar la angustia y la tristeza en poemas más catárticos, y con el tiempo la del trabajo más profundo con la palabra y la poesía propiamente dicha. Para María, “ahí empieza lo más interesante del laburo”, trabajar en serio con el lenguaje, crear.
Yo No Fui Antología de Poesía, Taller de Poesía, Unidad 31, YNF, 2005-2007
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“El taller para mí significó libertad ahí adentro, ahí era libre de pensar, de decir, de expresar lo que en realidad quería y sentía sin tener ningún tipo de problema”,
recuerda María Ferreyra, quien firma sus poemas como Yo María, reforzando la afirmación del Yo. “Tuve muchas controversias con eso porque suena muy chocante, pero ésa fue mi decisión, porque aunque haya muchas Marías yo soy especial”, explica desde la sede de YoNoFui de Palermo, ya fuera del penal. Unos días antes de salir en libertad, desde una de las casitas de pre egreso, Liliana Cabrera cuenta que tiene compañeras que están en la unidad desde hace mucho, “vivo con dos chicas que tienen perpetua, y una de las cosas más lindas que me dijeron fue que durante años no les pasó nada y de repente escucharon algo que yo leí y se les caían las lágrimas”, rememora. Liliana participa del taller desde 2006 y su encuentro con la poesía la modificó drásticamente, en el mejor sentido de la palabra. Según recuerdan ella y sus compañeras, era muy tímida, tartamudeaba cuando se ponía nerviosa, nunca había sido de conversar y era una persona muy cerrada. Hoy en día, sin embargo, está presentando su tercer libro de poesía autopublicado, Tu nombre escrito en tinta china, y creó su propia editorial, Bancame y punto, ocupándose del diseño, la impresión y el armado de cada ejemplar. A siete meses de su libertad, se sumó al equipo de YoNoFui para volver a la cárcel, pero esta vez como docente del taller de poesía que actualmente dicta María junto al músico y poeta Juan Pablo Fernández, de la banda Acorazado Potemkin y Liliana Cabrera. “Siento que en la cárcel la palabra tiene un peso y una significancia tan profunda, tan vital y necesaria, que en ese sentido me parece mucho más rico que un taller afuera, porque hay una urgencia por la
palabra, una verdadera necesidad de decir. Eso me parece que es bastante”, afirma María. Dan muestra de ello las antologías Yo no fui, Por las ramas, el Fanzine 31, que recopila cada año poemas de las chicas y entrevistas a los invitados que pasan por el taller, y los festivales que se realizaron a lo largo de estos diez años de encuentros. La mayoría de las chicas que asisten o asistieron al taller habían tenido breves acercamientos con la poesía, algunas leían mucho pero no escribían y otras no habían escrito jamás, o no lo hacían desde la adolescencia. Tampoco tenían una idea formada sobre la poesía contemporánea y creían que ésta tenía que ver sólo con las rima y los versos. Hoy, en cambio, citan entre sus favoritos a algunos como Leónidas Lamborghini, Joaquín Gianuzzi, Olga Orozco, Fernanda Laguna, Mariano Blatt y Diana Bellessi. “Sentí la gran necesidad de escribir, lo que antes me parecía natural hoy era una desesperante realidad”, recuerda Gladys, y Liliana reafirma: “Tenía que hacer catarsis de todo lo que me había pasado, me hizo muy bien, empecé a hacer compañeras. Como decía María, uno empieza por hacer catarsis de todo lo que pasó y después empieza a escribir de otras cosas. Escribir inclusive de cosas de antes de la detención es algo que pude hacer después; de todas formas, hasta el día de hoy sigo escribiendo de lo que tiene que ver con el adentro. Pero necesitaba primero decir, y creo que si demoré un poco más fue porque necesitaba tiempo para poder sacar afuera ciertas cuestiones. A mí me hizo mejor que un psicólogo”. Ana María Rossel, otras de las mujeres que pasó por los encuen-
Arriba: Diana Bellessi, junto a participantes del Taller de Poesía durante el II Festival de Poesía, 2007 Abajo: Laura, una participante del Taller, leyendo el Discurso de la Servidumbre Voluntaria en la actividad realizada junto a la Editorial Superabundans Haut, Festival de Poesía, 2007
tros de poesía, cuenta que si la cárcel significó un nuevo abandono para ella, el taller en cambio fue “renacer en música, libertad en el encierro y risa en el llanto”. Para resumir, “fue un todo en algo”, remata. Ya en libertad, desde la provincia de Córdoba,
Silvia Machado hace diferencias entre los recuerdos de lo que el taller le dejó: la posibilidad de construir algo entre todas, cada una desde su puesto, y de defender un espacio de resistencia, ese mismo que aún hoy funciona en la Unidad 31. • 117 7
Serie de productos realizados en los Talleres de Diseño Textil y Serigrafía de YNF, 2012
10 años del taller de poesía
Como es adentro proyección de vos mismo así es afuera.
silvina prieto
La reja se estrella contra sí misma
Un delfín juega
y yo me estrello contra la reja.
en las olas profundas
El pasado, los años
del mar del tiempo.
las horas, el presente el futuro, los minutos
s.p.
cada segundo queda aplastado tras el estruendo.
La bordeadora
La reja se cierra
asesina este campo
deja surcos invisibles
de margaritas.
en el mosaico marcas que permanecen
s.p.
como herida abierta en las muñecas,
Siento la brisa
cortes verticales en las venas
del mar en la noche
de esos que no se pueden suturar.
serena y plácida.
y no hay nada
Ustedes allá, nosotros acá en el medio un torrente de vida
adela
lo que separa.
me busco ya no me encuentro sé donde estoy
que se escapa, es imposible unir
Me miro al espejo
Respiro el perfume
pero lo que no sé es quién soy
de jazmín en mi cuerpo
en qué me he convertido
desnudo y frágil.
le hablo al espejo a esa imagen que aparece
liliana cabrera adela
es familiar pero en ella se ve un vacío
De frío cruje
como sin alma
el limonero
sólo veo sufrimiento
al caer las hojas.
y abandono.
adela 18 18
miriam lópez
Esa sombra que devora el color de mis sueños
Voy cruzando rejas detrás de ti
acecha y los vuelve
sólo porque quiero,
ajados, viejos
escondiendo tu silencio
como mi piel.
en muros de piedra y misterio.
No quiero dormir
Como las águilas
Sólo encuentro un lugar
recorro las cuentas
así vuelan mis sueños
donde saltar la barrera
de mi rosario iridiscente.
como la tierra es mi alma
cuando detengo tu mirada
como las montañas es mi fe
aunque diga prohibido.
mi vida sigue
Miro tu cuerpo en suspenso
como el agua en los ríos
mientras los dedos de mi deseo
purificando mi ser
te recorren,
como las piedras del río
queriendo descubrir la experiencia
como la noche con luna llena
de tu cuerpo igual al mío;
despierta en la mañana
fundida en polvos mágicos
Camino las calles mirando si alguien me mira. ¿Nadie se da cuenta? Mis sueños no tienen color. ¿Les pasará lo mismo? ¿Será que no les importa? como a mi cuaderno
un sol brillante
quizá lo imaginé al verte
de poemas viejos
así, orquesta del destino
sonriendo en una zona peligrosa
perdidos en un cajón.
canta una nueva canción.
de tu boca cerca de la mía.
ana rossel
carmen orza
lidia ríos
Ya no me duele nada los nudillos de tus manos son como pétalos de rosas que acarician mis pensamientos. Siento la pérdida de lo perdido Un día me iré para no volver jamás te imagino en ese instante imagino tu furia y disfruto ese momento ese dulce momento,
me envuelvo en la búsqueda frenética de lo imposible sueño con el vaivén de tus manos acariciándome alucino con tus labios, diciendo la frase esperada el tiempo pasa, el momento no llega el sufrimiento se transforma en agonía deliro con tu olor, tu cuerpo
donde seré libre, no habrá más rejas
y espero, espero, en vano espero
no estarás.
porque ya, tienes dueño.
maría r.
yo maría 119 9
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10 años del taller de poesía
por Alejandra Rodríguez fotos: Lunas cautivas
Palabras que grietan el encierro El documental Lunas Cautivas, historias de poetas presas, de Marcia Paradiso, pone el foco en el taller de poesía de YoNoFui en la Unidad 31 de Ezeiza y en las historias de algunas de las mujeres que pasaron por allí, para mostrarle al mundo el poder y la importancia de la palabra en contextos de encierro.
“Reclamar el ejercicio de la libertad que solo corresponde a la ciudadanía es hacer ejercicio de esa libertad en forma incipiente: comienza por apropiarse de aquello que pide. Hay que entender que ese acto público pone en escena esa libertad que reclama, afirmando lo que todavía no está allí” judith butler, ¿Quién le canta al Estado Nación?
L
unas Cautivas relata la historia de un grupo de mujeres poetas que viven transitoriamente privadas de su libertad en la Unidad Penitenciaria Federal Nº 31 de Ezeiza. Es sabido que la cárcel es una institución disciplinaria estallada de sentido, en la que se gestionan muertes y agonías, cuyo funcionamiento se parece más a un contenedor hermético de vidas desperdiciadas o residuales1, que a un lugar posible para la reconfi-
1
Z. Bauman, Vidas Desperdiciadas, La modernidad y sus parias, Buenos Aires, Paidós. 2005
guración de un proyecto de vida. Sin embargo, este diagnóstico, que por lo general termina siendo un destino irremediable, es el que grieta la película. Dos aspectos muy arraigados en el sentido común, están ausentes. Por un lado, los imaginarios que se activan en nosotros cuando estamos frente a una película de género carcelario: imágenes de hacinamiento, condiciones de vida infrahumanas, enfermedad y violencia. Por el otro, las lógicas de seguridad que siempre se imponen y condicionan cualquier actividad o propuesta que allí se desarrolle. No se trata de una cárcel abuenada, sino de un recorte que hace la enunciación, más interesada en contarnos la experiencia de las poetas presas, que en seguir confirmando lo que ya conocemos sobre las instituciones de encierro. El documental nos propone adentrarnos a una dimensión particular del cotidiano de este grupo de mujeres, que transitan por la experiencia de realizar un taller de poesía, algo que tal vez jamás hubiesen 21
10 años del taller de poesía
Imágenes del rodaje de Lunas Cautivas, historias de poetas presas, 2010
experimentado estando en libertad. Al comienzo, escuchamos en off la voz de la poeta María Medrano (a cargo del Taller): “Hoy traje un poema para trabajar, se llama Yo Fui, de Luis Cernuda, un poeta español… ¿Quién quiere leer?” El relato se centra en la relación que tienen con la escritura y como ésta resignifica sus mundos simbólicos y subjetivos. En un uno de los pasajes, Lili, una de las protagonistas, dice: “Ustedes saben que no siempre fui así, que hace unos años ni loca hubiese agarrado un micrófono para hablar acá y creo que esto tiene que ver con la escritura”. Lo paradójico, es que el encierro se presenta como condición de posibilidad, más que como impedimento. El taller es la posibilidad concreta de crear un mundo (otro) dentro de la cárcel. Imágenes de pasillos, una celda que no parece tal y la biblioteca donde transcurre el taller de poesía, son los lugares mediante los cuales se nos muestra la cárcel por dentro. La mirada desde el afuera se construye con planos generales de la Unidad Penal, alambrados que delimitan su perímetro, patios y puertas que se abren y se cierran. Las torres de control aparecen reiteradamente, como si estuvieran siguiendo el transcurrir de la historia. La cámara parece un personaje más en la historia, las trata con amorosidad, encontrando la belleza de los pequeños detalles. No perturba, no interrumpe, respeta el tiempo de la escritura, recorre los rostros, muestra las manos que pasan el mate y dibujan los trazos. 22
La enunciación logra encontrar un punto de distancia y afección desde el cual contarnos la experiencia poética de las protagonistas. Escuchamos sus conversaciones, sus dificultades a la hora de escribir, sus historias imaginadas, y sus vidas recortadas a modo de fragmentos. Las historias de Lidia, Majo y Lili, nos dicen algo particular sobre su relación con el encierro: los miedos por la vida en libertad que se aproxima, el deseo de conquistar el amor de los hijos y la reflexión sobre el pasado previo a la cárcel. Sus vidas son materia prima y punto de partida para la escritura. Historias hechas poesía y problematizadas con el lenguaje, que desafían lo que el encierro les asignó de antemano. Sus procesos creativos ocupan un lugar importante en el relato, entramos en contacto con ellos: las vemos escribir a partir de fotografías, de poemas de distintos autores, hacer ejercicios sensoriales y compartir sus poemas en festivales dentro y fuera de la cárcel. Por momentos, es posible olvidar que están privadas de libertad. Mientras que para la institución carcelaria son presas, para la enunciación fílmica son poetas. Ese es el rasgo identitario que refuerza el relato. En Lunas Cautivas, historia de poetas presas, la poesía se presenta como una experiencia de resistencia, capaz de torcer, de contraefectuar el orden determinado de las cosas, los territorios y los cuerpos. Una fisura en la tela del encierro, un tajo hecho de palabras, pensamientos y poesía que desafía lo que se presenta como inexorable. •
Lecturas Tras la proyección de Lunas Cautivas en el Complejo IV de Ezeiza, dos mujeres que participan del Taller de Escritura y Periodismo en esa Unidad, nos cuentan su visión del documental. Una mirada distinta de la realidad que hoy me toca vivir
Hacia el futuro por Loli
por Gladys
El documental muestra un enfoque profundo en los sentimientos más íntimos de aquellas mujeres que participaban del taller de Poesía de YoNoFui en la Unidad 31 de Ezeiza, en el que dejaban al descubierto sus pensamientos más secretos, que muchas veces no se pueden compartir con cualquier compañera, sino sólo con aquellas que entienden lo que uno trata de expresar. Dejando a un lado la rutina tumbera, algunas contando sus sueños y sus anhelos, otras reviviendo tiempos pasados y recuerdos, como negándose a la realidad para llevar mejor el día a día. Una experiencia diferente para nuestros oídos; una ventana a nuestro futuro, ya que todas nosotras llegaremos a sentir lo que sintieron aquellas mujeres. •
Lunas Cautivas expresa por sobre todo “esperanza”. Nos recuerda cómo después de todo este sufrimiento, de esta oscuridad, todavía está brillando con muy fuerte destello el sol. La esperanza de la vida, la vida nueva en libertad. Es como una especie de mezcla de lágrimas y risas de alegría, como en los pequeños momentos que una suele experimentar en la cárcel. Volver a creer, volver a sentir, volver a reír de verdad. •
Tras recibir numerosos premios, entre ellos el Mejor Documental Nacional en el Festival de Cine de Derechos Humanos, Mejor Guión de Largometraje y Mejor Largometraje Nacional en Libercine y el premio del público en el festival uruguayo “Tenemos que ver”, Lunas Cautivas tuvo su estreno comercial este año en las salas Gaumont y Cosmos y pasó por varios de los espacios del INCAA, además de haber sido proyectada en el Taller de Periodismo del Complejo NºIV de Ezeiza. Para saber más sobre Lunas Cautivas, podés sumarte al grupo de Facebook “Lunas Cautivas - Historias de poetas presas” o visitar www.lunascautivas.com.ar.
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nota de tapa
por Tinta Revuelta fotos: Luz en la Piel (Taller de Fotografía Estenopeica de Yo No Fui)
Infancia
suspendida De la cuna a la celda En la Argentina, las mujeres privadas de libertad pueden vivir con sus hijos dentro del penal hasta que éstos cumplen los cuatro años de edad. Las consecuencias que sufren los chicos cuyos primeros pasos se dan dentro de una cárcel, el debate sobre las leyes que llevan a ello y las posibles soluciones de un conflicto latente.
E
n las cárceles de nuestro país, el crecimiento del número de mujeres privadas de libertad abre un campo de interrogantes generalmente formado por mitos y prejuicios. En el caso de las que están junto con sus hijos, se ponen en tensión visiones esencialistas del género con erróneos fundamentos legales y prácticas punitivas que involucran las acciones de la Justicia, la policía y del sistema penitenciario. La pena privativa de la libertad para la mujer, y en especial para la mujer con hijos, cobra dimensiones que en muchos casos solapan el reproche a la mujer por demostrar con su conducta no sólo su desapego a la ley, sino también a algo quizá más grave: su desapego al mandato social en torno del rol materno. El deterioro del vínculo con sus hijos, el desmembramiento del grupo familiar y un mayor aislamiento que el que sufren los hombres, son algunas de las consecuencias de esta situación. Una prueba del último ejemplo son las largas filas de visitas que pueden
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verse en las cárceles que alojan hombres, donde decenas de “mujeres-ekekos” cargan bolsas de alimentos y objetos de primera necesidad para sus allegados privados de libertad, mientras que en las prisiones de mujeres el panorama es mucho más raleado. Sea en carácter de procesada o condenada, a una mujer su condición de madre la ubica en un juego de expectativas y mandatos sociales imposibles de compatibilizar con su condición de presa, produciéndole un dolor adicional, una mayor pena. Este plus punitivo no es tenido en consideración por la ley ni los jueces a la hora de merituar los montos, las penas o las libertades anticipadas. Del mismo modo, el perfil socioeconómico de las mujeres (y el de la mayor parte de las personas privadas de su libertad) corresponde a sectores pobres, atravesados por situaciones de vulnerabilidad social; la mayoría de ellas son el último eslabón de la cadena del tráfico de drogas o cometen delitos menores contra la propiedad. En no pocos casos, el sistema penal es, paradójicamente,
la primera política pública con la que se encuentran en su vida; en la cárcel tienen su primera inserción en el mercado laboral registrado, y no logran acceder a un “trabajo en blanco” cuando retornan a su vida extramuros. La situación jurídica de estas mujeres, y la de las niñas y niños que viven el encierro con ellas, se dirime en los expedientes a partir de fundamentos legales, morales y psicologistas que parecieran desconocer esas circunstancias y las consecuencias que la cárcel agrega a las vidas de cada uno.
En virtud del reducido universo de casos y el tipo de delito por el que está imputada la mayor parte de las mujeres, y de la trascendencia jurídica que tiene el llamado Interés Superior del Niño, su libertad, su derecho a convivir en el ámbito familiar y el mandato de no contacto con el sistema penal que los tratados de derechos humanos exigen a los ordenamientos estatales, dejan en evidencia como un hecho de crueldad inadmisible la opción de sostener el vínculo de una mamá con su hijo en el medio carcelario, 25
Foto: Ana Fernández Taller de Fotografía Estenopeica YNF, U31, 2013
algo que podría evitarse mediante la aplicación de principios penales como el de la intrascendencia, la oportunidad, o la exclusión de punibilidad, entre otros. Hasta el año pasado, en la Unidad 31 del Servicio Penitenciario Federal (U.31), en la localidad de Ezeiza, residían 34 niñas y niños con sus madres. Más allá de la existencia de instalaciones específicas para su alojamiento y de medidas tendientes a favorecer su desarrollo, su vida cotidiana está atravesada por manifestaciones de la violencia que constituye de por sí todo encierro carcelario. En ese penal, en lo que se conoce como “Planta de madres”, desde mediados de 2012 la conflictividad se incrementó en episodios de especial riesgo para los chicos, y en octubre de 2012 un bebé de 15 días falleció por causas que aún se investigan. Tanto en éste como en otros hechos de la misma naturaleza, investigar los aspectos jurídicos y las responsabilidades institucionales resulta prácticamente imposible, siendo el primer escollo la falta de
“La de la cárcel es una realidad extraña, el chico piensa que la vida es eso que ve todos los días. Después la cárcel es costumbre, el chico ve a la madre que golpea la reja y llama a los gritos: ¡celadora! Y atrás va el chiquito golpeando su mamadera en la reja y gritando ‘¡celadora!’”. 26
información. Según un documento 1 presentado por quince ONG ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos en diciembre de 2012, “la mayor parte de los sistemas judiciales y penitenciarios de la región no genera la información mínima requerida para poder realizar un adecuado monitoreo de las personas sometidas a encarcelamiento”.
Crecer a la sombra La ley 24.660, de ejecución de la pena privativa de la libertad, tiene un apartado especial sobre establecimientos penitenciarios de mujeres en su Capítulo XV. Es allí, en el art. 195, donde se posibilita a “la interna” a “retener consigo a sus hijos menores de cuatro años”. Esta norma es válida también para mujeres con prisión preventiva, es decir, aquellas que están detenidas sin haber llegado al juicio oral (del cual pueden resultar absueltas o condenadas) y que suelen constituir el 60 por ciento de las alojadas en prisiones federales. Esta posibilidad de convivir con los hijos en el encierro penitenciario surge de la importancia que nuestra legislación da a la preservación del vínculo madre e hijo, en especial en los primeros años de vida (el derecho civil deja a cargo de la madre a los niños menores de 4 años en los casos de separación de la pareja). El vínculo con la madre durante los primeros años de vida beneficiaría “naturalmente” el desarrollo del niño y, salvo que se pruebe lo contrario, no habría ninguna persona en mejores condiciones para cuidarlo. La Convención sobre los Derechos del Niño también incide en esta situación, al establecer como principio máximo del ordenamiento jurídico argentino el Interés Superior del Niño, que debe prevalecer frente a cualquier situación, y lo mismo indica la Ley de Protección Integral de Derechos de Niños, Niñas y Adolescentes, vigente en la Argentina 1
Uso abusivo de la prisión preventiva en las Américas. Informe presentado en el 146º Período de Sesiones de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (Washington, DC, 1º de noviembre de 2012)
El binomio sagrado madre e hijo en la ley Cierto fundamento psicologicista, entremezclado con fundamentos religiosos, estereotipos de género y moralismo burgués consolidan la idea de que el binomio madre e hijo tiene carácter sagrado, lo que tiende a favorecer la permanencia de los niños en el seno de su familia y en especial con su madre. Esto último parece ser en principio acorde al interés de los chicos y hasta merece ser defendido en abstracto, pero va mucho más allá. Se espera y se exige a la mujer cierta disposición “natural” a “ser madre”, mientras que cuando los varones eluden las responsabilidades derivadas de su paternidad las consecuencias son diferenciadas. No está instalada socialmente la figura del padre estigmatizado por no haber reconocido a un hijo, no visitarlo e incluso no hacer aporte económico a su sustento; no se dice de él que algún “atributo de su naturaleza masculina” falla, ni se le endilga la carencia de algún “instinto” de “paternidad”. Parece más común la mirada social de reproche cuando es una mujer la que no sabe qué es de la vida de su hijo, o no se hace cargo de su crianza, acuerda con el padre que la tenencia esté a su cargo o lo deja con algún familiar para trabajar o avanzar en su carrera. En esos casos ella tiene una “falla”, algo en su “naturaleza femenina” está enfermo. Aceptando que en la mayoría de las ocasiones la madre es la única opción viable que tiene el niño o la niña frente a la alternativa de ser alojado en otra institución en la que estará igualmente separado de su familia, es inverosímil creer que de ese principio “protectorio” de la infancia se deduzca que el niño quede sujeto a la máxima pena prevista en nuestro Estado de derecho: la cárcel. Pareciera ser más acorde pensar que en coherencia con la ley se exceptúe en tales casos a las mujeres de la pena privativa de la libertad, en aras de proveer al mejor interés del niño, sin que por ello no sean sancionadas, si ésa fuera la preocupación. De acuerdo con las normas en juego –tratados de derechos humanos, ley de protección integral, Ley de Ejecución Penal, Código Civil– es claro que la agencia penitenciaria “debe asegurar a la mujer privada de la libertad el goce del derecho a la maternidad”. Esto implica no ser discriminada, proveyéndola de la atención médica integral que su estado requiera, brindándole servicios sanitarios de calidad que no supongan un riesgo para sí ni para el niño en gestación, ofreciendo las herramientas para un parto seguro tanto
para la madre como para el recién nacido y salvaguardar su intimidad en dicho proceso –comúnmente, los partos son presenciados por personal penitenciario, custodiando que la mujer no evada la pena impuesta. El alumbramiento se da en la situación de encierro, de modo que los “niveles de ansiedad y estrés” propios de dicho estado tienen una incidencia específica en la mujer y en el niño por nacer, incluso si se produce en hospitales extramuros. A esto se suma la carencia de infraestructura y personal que acompañe la gestación. Todos estos atravesamientos configuran un sufrimiento extra que debe soportar la mujer que siendo madre ha infringido la ley penal, lo que afecta el principio de igualdad ante la ley. Si bien como principio esto ya encuentra algún acogimiento legal en nuestro ordenamiento jurídico (el artículo 41 del Código Penal hace juzgar las condiciones personales a la hora de definir la pena), lamentablemente sigue asociado a la vieja idea del derecho penal de autor de la “peligrosidad” y no a la situación de “vulnerabilidad” de la persona que infringe la ley. También surge que al cumplir los 4 años, el niño será separado de la madre y se lo “egresará” de la prisión dejándolo a cargo de algún familiar o de una institución asistencial. El niño vivió intramuros con su madre desde que nació, haciendo de ese medio todo su universo conocido, y un buen día –que probablemente coincidirá con el festejo de sus cuatro años de edad– no sólo se lo separa de ese único vínculo que ha establecido, sino que, además, se lo envía a un mundo desconocido con alguien con quien no tiene un vínculo afianzado. Todo el “trauma” que se le pretendía evitar separándolo de la madre al nacer cae como una pesadilla cuatro años después y ese momento también es traumático para la mujer, que se ve privada del único vínculo familiar que muchas veces tiene en el medio carcelario.
El niño suspendido Al trabajar sobre este tema en el taller Tinta Revuelta de YNF, lo primero que surgió fue que la privación de la libertad del niño con la madre no representa ningún beneficio para el niño ni para el vínculo. El niño “absorbe” todo lo que ocurre a su alrededor, y lo que ocurre es doloroso. La cárcel es una pena y el niño vive inmerso en esa pena. El Código Civil favorece la convivencia con la madre durante los primeros años de vida y, en la práctica judicial, esto perdura como principio general aún 27
Foto: Reina Vallejo Taller de Fotografía Estenopeica YNF, U31, 2013
después de esa edad, pero este esencialismo del vínculo no significa que la prisión sea un lugar para que ese vínculo se fortalezca. Durante el taller surgieron estas ideas: “El niño privado de la libertad con su madre es un niño que está suspendido”; “la cárcel no es un lugar para un chico”; “la cárcel es el lugar donde se paga por algo que se hizo y el chico no tiene por qué pagar”. La idea de “pagar” o “no pagar” abre debates en torno de la infancia y su relación con el sistema penal. La intervención del Estado, que puede implicar la privación de la libertad del niño (mal llamada “internación”) no tiene su fundamento en el castigo al niño, sino en su tutela. Dentro de la prisión los derechos del niño están suspendidos. Pierde el lazo con el afuera y fortalecen la unión con la madre, quien no siempre está en condiciones de cuidarlo; algunas están deprimidas, y otras no son tratadas adecuadamente por sus adicciones. Es necesario remarcar que la situación de las mujeres con consumo problemático de drogas no es tratado adecuadamente, y, por el contrario, se refuerza en la situación de encierro. Que la población de mujeres esté indistintamente integrada por mujeres con adicciones y mujeres sin adicciones hace que los chicos vean muchas “situaciones jodidas” por los síndromes de abstinencia o los efectos de las drogas. “En la cárcel se viven escenas que no son para chicos y a esos chicos presos con la madre en esas condiciones, los crían las rejas”, dice una de las integrantes del taller. Otro factor que profundiza el sistema carcelario es la
“En la cárcel se viven escenas que no son para chicos y a esos chicos presos con la madre en esas condiciones, los crían las rejas” 28
falta de solidaridad entre las internas. Según comentaban algunas compañeras, la situación del niño de otra compañera pareciera no afectar a las demás, “nadie se mete, aunque vean que el chico está sucio o tiene que ser cambiado”; “la madre es la única que se debe ocupar del niño”. Esto supone un estado de alienación en la relación, la madre no cuenta con ninguna “mano” que en momentos difíciles resuelva las necesidades más elementales de sus hijos. Esto debilita el vínculo. La ley parte de una idealización del binomio madre e hijo y de que la cárcel es un lugar de aprendizaje, resocialización. Esa idealización suspende los derechos de la infancia y a la mujer (“la madre” toma el lugar de la mujer). La situación de esta infancia suspendida se patentiza al momento de producirse la separación del niño. En los ámbitos dependientes del Servicio Penitenciario Federal, si la madre privada de libertad está condenada surge una dificultad –de orden jurídico– para que se avance de acuerdo a lo decidido por la mujer; por ejemplo, si un hijo va a pasar a vivir en casa de un familiar, porque aun cuando ella haya sostenido los cuidados de su hijo dentro del penal, las sentencias condenatorias suelen incluir como accesoria a la pena de prisión la suspensión de la patria potestad, por aplicación del art. 12 del Código Penal. Entonces, formalmente, esa madre no está habilitada para tomar decisiones respecto de su hijo. En los últimos meses se ha presentado este tipo de situaciones y según sabemos, desde la U.31 se le ha dado parte a la Secretaría Nacional de Niñez, Adolescencia y Familia (SENNAF), a fin de que, en su calidad de organismo de protección de derechos de la niñez, asuma legalmente la responsabilidad que no podría ejercer la madre condenada. La Sennaf ha indicado que no tiene competencia para ello, y que quien debe intervenir es el servicio local de protección de derechos –correspondiente a la localidad de Ezeiza– por aplicación de la ley 26.061. Por su parte, la coordinación de este dispositivo local manifiesta que no puede intervenir porque estos niños están alojados en depen-
dencias federales, lo que los coloca desde esta perspectiva burocrática fuera del área de intervención de las políticas de niñez, porque viven en la provincia de Buenos Aires, pero en un espacio físico administrado por la autoridad federal. Por su lado, los juzgados de Ejecución Penal manifiestan también su incompetencia, en tanto sus funciones se ciñen a la adulta privada de libertad. Así, la situación jurídica de estos niños se encuentra en un “limbo”. Se pone en evidencia que carece de la cobertura del Sistema de Protección Integral de Derechos o, lo que es peor, que el niño estuvo enteramente a cargo del Servicio Penitenciario. Cómo negar entonces que estos chicos están presos, que la pena impuesta a su madre la trasciende y los alcanza. Si existe algo así como el Interés Superior del Niño, éste nunca puede ser que esté preso, aunque lo esté con su madre. Y si el interés del niño es estar con su madre y la preservación del vínculo, ese vínculo debería preservarse fuera de la cárcel. Porque al Estado le interesa mucho más –o debiera ser así– el desarrollo integral de ese niño que el hecho de que la madre cumpla la pena (o la medida cautelar, porque recordemos que un enorme porcentaje de estas mujeres están privadas de libertad cumpliendo prisión preventiva). En la Argentina, la incidencia del delito femenino es muy baja, y al cierre de esta edición las mujeres privadas de libertad con sus hijos son sólo 142 en todo el país, presas en su mayoría por delitos de escasa trascendencia jurídica.
Parirás tus condenas con dolor El mandato social de la maternidad que refuerza la legislación argentina (sólo a las mujeres se les permite cumplir la pena con sus hijos de menos de 4 años y pueden obtener arresto domiciliario cuando tienen hijos menores de 5) supone para ellas un castigo adicional que no es tenido en cuenta a la hora de meritar la pena, ni en el desarrollo de su ejecución. Este mandato reforzado en el encierro penitenciario no se ve acompañado por políticas que faciliten las maternidades de las mujeres condenadas, ni en la forma de viabilizar sus prisiones domiciliarias, ni en la adecuación de los lugares destinados para la ejecución de la pena. Según un estudio realizado en las cárceles federales de mujeres2, casi el 86% de las madres tienen un 2
CELS, MPDN, and PPN (2011), Mujeres en Prisión: los alcances del castigo. (1st edn.; Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores). Este libro recopila el último trabajo de campo realizado y data del 2008.
OPINióN
por Liliana Cabrera
Caleidoscopio
U
na persona va siempre acompañada de sus circunstancias, en cualquier ámbito y de cualquier manera. La situación varía, depende del cristal con que se mire, de quién tome el cristal y de quién es el observado. Todos los días Ana va a la biblioteca, cumple con su rol de bibliotecaria, acompañada por su bebé que aún no llega al año. Al mediodía se va y prepara el almuerzo, por la tarde toma clases de pilates y yoga, también se anotó en un curso de computación. Todas estas actividades las realiza en un minúsculo radio. Poca es la distancia entre las aulas, el gimnasio y la que ahora es su casa. Ana está detenida en la Unidad 31 de Ezeiza con una causa en proceso. A cualquier madre en su lugar ya le hubieran otorgado el arresto domiciliario, pero Su Señoría alegó que el niño (hijo de Ana) ya tiene “una” madre que se ocupe de él. Si Ana estuviera casada con un hombre, en lugar de con una mujer, ya se encontraría en su casa. La persona siempre va a todos lados acompañada de sus circunstancias. Aún más si es mujer, está presa y, para colmo de males, según la segunda lectura del tribunal, encima es lesbiana. Una mujer inmersa en lo profundo del complicado sistema jurídico tiene más posibilidades de ser condenada a penas más altas que los hombres. Silvina, que se encuentra detenida hace doce años, está cansada de ver condenas cortas en hombres con la misma carátula por la que a ella le dieron perpetua. ¿Por qué la condición femenina funciona como una agravante? ¿Qué es lo que se espera de una mujer, que cuando no se cumple, se convierte en un dedo acusador? Atrás de una mujer detenida hay toda una familia desmembrada; hijos a la deriva que van a parar a institutos de menores o familias sustitutas cuando no hay familiares que se puedan hacer cargo afuera. Sería interesante que la Justicia pueda evaluar las condiciones en que queda una familia cuando es denegado el arresto domiciliario a una mujer o cuando se baja el martillo en una sentencia. Si pudiera ver un poco más allá de la venda que le cubre los ojos, si pudiera espiar para ver el panorama. •
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Foto: Celeste M. Taller de Fotografía Estenopeica YNF, U31, 2013
promedio de tres hijos menores de 18 años, y más de una quinta parte, niños menores de 4 años. Es decir, el recorte etario de los 4 años parece ser arbitrario, en función de que en la gran mayoría de los casos, la mujer que es privada de la libertad es el único sostén del hogar (el 63,5%), motivo por el cual, aun después de detenidas, continúan realizando aportes económicos a sus hogares. De allí que si el factor económico no se encuentra resuelto para la mujer privada de su libertad, concederle la prisión domiciliaria sería colocarla en una situación insostenible. Por eso, muchas veces las propias internas se rehúsan a formular estos pedidos, ya que ven en riesgo el sustento de su familia en el caso de cumplir la condena en su hogar. El arresto domiciliario que prevé la ley no se otorga con permiso de salidas laborales, los únicos recursos económicos con que cuenta una mujer en esas condiciones son los que le ingresan por una beca mensual de alrededor de $700 a la que acceden a través de programas de capacitación en oficios3 o bien a través de un subsidio que otorga el Programa de Atención a Niños y Niñas con Madres en Situación de Detención, de la SENNAF, a los grupos familiares más vulnerables (lo que equivale a decir prácticamente todos los que tienen a una mujer madre cumpliendo detención domiciliaria). Esto genera una disyuntiva a la hora de solicitar el arresto domiciliario, ya que en las cárceles federales, las que tienen posibilidad de trabajar perciben en concepto de “peculio” sumas que rondan los $2.000, dependiendo de las horas que trabajan mensualmente. Sólo el 38,5% de las mujeres recibe visitas en forma habitual –se entiende por habitualidad la frecuencia dentro del mes–. En cambio, el 59,2% no recibe visitas o las recibe de manera muy esporádica. Como dato alarmante, el 43,9% de las detenidas nunca recibió visitas. Estos datos nos permiten ver hasta qué punto ese niño es el único lazo familiar que mantiene la 3
Que dicta la Asociación YNF, en el marco de un programa cogestionado por SENNAF y Ministerio de Trabajo.
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mujer en el encierro, ya que por más que tengan otros hijos, no son llevados a la visita por quienes se encuentran a cargo de ellos. Estas mujeres, además, suelen ser responsables primarias de la crianza y cuidado de estos niños y de otras personas mayores de edad. La mayoría encabezan familias monoparentales y son el único sostén económico. Por eso, sufren además el impacto emocional (la culpa) que produce su ausencia en relación con todas esas personas que dependen directamente de ella. Los niños alojados con sus madres en la prisión se encuentran presos, y no cabe ningún otro eufemismo para soslayar esta circunstancia. Se afecta así el principio de intrascendencia de la pena, según el cual, la pena no puede ir más allá de la persona que resulte culpable; “por propiedad transitiva”, los niños reciben la misma pena que la madre. Ninguna de las normas de protección de los derechos de los niños habilita esta situación; por el contrario, todas las normas de derecho internacional y la Constitución Nacional dictan que se evite el contacto de las personas menores de edad con los sistemas penales de adultos, aun cuando éstas infrinjan leyes penales e incluso si están en edades en que sí serían punibles (entre los 16 y 18 años), para evitar las estigmatizaciones criminalizantes en una edad tan temprana y se produzca así un etiquetamiento, que lejos de alejar al niño del delito lo “lance a una carrera delictiva”. Una sensación surgida en el taller de YNF simboliza la forma en que es percibida por las participantes la privación de la libertad de las mujeres con hijos: “Mujeres privadas de la libertad con sus hijos... duele... duele en la panza”. •
El mandato abolicionista
No estamos locxs, sabemos lo que queremos
E
l derecho no es un fenómeno fuera de la realidad ni responde a variables ajenas a las que inciden en lo social. La disciplina jurídica se informa de otras disciplinas que, de acuerdo al ámbito que se pretenda regular, tendrán mayor o menor incidencia. Podemos decir que el ámbito de regulación de la familia en general y de la infancia en particular, suele ser formado por las disciplinas sociales, psicológicas, pedagógicas y médicas. A todas estas discusiones debemos sumar la situación política, a saber: la mayor o menor importancia que el tema jurídico en debate tenga, entre la clase política, el mayor o menor grado de desarrollo de grupos sociales y de presión que puedan incidir sobre la discusión o el impacto económico o los intereses que toque lo que se pretende regular. Así, temas pendientes en la agenda política como el derecho al aborto, el tráfico de niños, o la ley de responsabilidad penal juvenil son temas sensibles a los ánimos de sectores de poder –Iglesia, fuerzas de seguridad, crimen organizado, etc.– que ejercen presión para que nada cambie, o bien para que las políticas públicas se modifiquen en un sentido que no necesariamente favorece los derechos humanos de los grupos sociales principalmente afectados. En consecuencia, la ley es un campo de disputas y acuerdos que en un momento dado quedan plasmados bajo la lógica del derecho que condensa en su formulación variables sociales, políticas, económicas y culturales. El modelo de criminalización de las conductas decide pero no resuelve el conflicto social que plantea el delito, y el Código Penal no inhibe las conductas indeseables que se propone reprimir. En tal sentido, resulta todavía una herramienta necesaria la criminalización de conductas que involucren a sectores poderosos de la sociedad; pero se advierte también lo grosero de criminalizar ciertas conductas, cuando existen vías
plausibles de producir otras intervenciones más idóneas o cuando estas conductas están relacionadas con múltiples motivos de vulnerabilidad (género, edad, condición social, económico, por ejemplo), ya que si no son modificadas las condiciones que dan lugar a eso, resulta imposible que la pena “resocialice” y queda al desnudo la mera función de castigo a la pobreza, al género y a la infancia pobre. Es decir, “los sospechosos de siempre”. Como decíamos en la nota, en no pocos casos, el sistema penal es paradójicamente la primera política pública con la que se encuentran las personas privadas de libertad en sus itinerarios de vida. Si bien desde YNF intentamos promover que las instancias estatales con responsabilidad de brindar asistencia a estos niños y niñas articulen medidas urgentes y efectivas de protección integral, nos proponemos pensar los problemas en función de su dimensión: sabemos de los irreparables estragos que produce la prisión en un niño, sabemos además que la incidencia del delito femenino es muy baja. Cuando verificamos por otra parte que la cantidad de mujeres privadas de libertad con sus hijos menores de cuatro años es un universo de sólo 142 mujeres en todo el país –contando las alojadas en establecimientos federales y provinciales– y que están presas en su mayoría por delitos de escasa trascendencia jurídica, nos preguntamos cómo es posible que debamos elaborar una teoría para resolver este problema que no resiste el menor análisis. Entonces, y en virtud de la coherencia intrínseca de la ley, se debería exceptuar en tales casos a las mujeres de la pena privativa de la libertad, en aras de proveer al mejor interés del niño o la niña, sin perjuicio de que no por ello no sean sancionadas de ningún modo, si es eso lo que tanto preocupa. •
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entrevista por Liliana Cabrera
“Las presas deberíamos ser sólo nosotras” Carina está privada de su libertad desde hace cuatro años, pero logró mudarse a una de las casitas de pre egreso que hay en la Unidad 31 para cuidar a sus mellizos, de tres años y medio. Su compañera Liliana Cabrera la entrevistó y allí conversaron sobre las dificultades de criar niños detrás de las rejas.
¿Qué edad tenías cuando te detuvieron? La primera vez tenía quince años. Después estuve embarazada y tenía dieciocho, pero el bebé murió. Con la tercera condena entré a los veintinueve años con dos bebés en la panza.
¿Estando embarazada en la Unidad, el penal te proveía de lo que necesitabas? No, me costó reclamar; sobre todo la leche, porque yo consideraba que al haber consumido drogas los bebés iban a necesitar mucho hierro; me reforzaron eso y me dieron medicación.
¿Qué es un “refuerzo” dentro de la alimentación? Es una presa de pollo, yo la llamo “paloma”, porque es tan chiquita que parece una paloma […] parece un dedo de mi hijo. Las presas son nada más al mediodía, a la noche es como si el bebé no existiera y tenés que darle la comida del carro.
¿Hay alguna terapia para las mamás que ingresan con adicciones? Cuando ingresás te hacen una entrevista, pero no te dicen “¿querés hacer terapia?”. Yo tuve que pedir una orden para que el juez obligue al Servicio Penitenciario. Entiendo que el establecimiento no tiene esos tratamientos, pero tampoco existe la voluntad, es como hablarle a la pared.
¿Una criatura puede llevar una rutina normal en la Planta de Madres? Tenés que hacer una isla en tu celular porque no todos viven de la misma manera, no es la familia ideal. Todo tiene su problemática social, cada persona tiene sus altibajos, sus violencias internas, sus diferencias. Sos madre, estás con un niño, estás en una cárcel, uno marca territorio. Hay competencia, envidia y rivalidad, más cuando hay consumo de drogas.
¿Cómo se las divide en Planta de Madres? ¿Te ofrecieron alguna asistencia preparto o posparto? No, no existía eso y creo que tampoco debe existir acá. Lo hacen en la Maternidad Sardá y no disponemos de móviles para ir. 32
Están todas las chicas mezcladas. Viene una persona de la calle, regolpeada de consumir drogas, o una madre que mató a su hijo, y porque viene embarazada tiene que vivir acá. No hacen esa diferencia por etapas, ni por causa ni nada.
¿Qué pasa si las compañeras ven que una relación madre-hijo no es del todo normal? Si por ejemplo ven que hay maltrato por la misma abstinencia... Lo decís a quien corresponda, a la asistente social; hacen un informe y el juzgado se caga en eso. Todas nosotras tenemos jueces, dependemos de ellos y saben que hay niños en riesgo. Hace poco hubo un bebé muerto, estuvo doce horas en un pabellón. ¿Dónde estuvo la recorrida del Servicio?, ¿falló el sistema? Deberían resguardar a los niños, no a las madres. Lo hemos planteado un montón de veces y estás sola, como afuera.
¿Vos pensás que tus hijos se dan cuenta dónde están? Ahora les hice un lugar, no perfecto, pero les hice una vida diferente, luché para sacarlos de Planta de Madres y en la casa de pre-egreso donde viven ahora les hice una minicasa, construí algo bueno acá, la rutina de una familia. Los nenes viven felices pero tienen registro de que la mamá está mal, y no puedo cambiar esa situación sin ayuda. Si acá la gente ve que una madre tiene problemas o que una criatura llora las veinticuatro horas, la celadora “pasa la novedad”, avisa a la jefa de turno que corresponda. Pero no hacen nada porque no se pueden meter, el juzgado no les da bola; a la criatura la estás matando acá dentro o la estás matando afuera.
¿Cómo te sentís cuando vas a la calle en el marco de tus salidas transitorias? Tengo angustia, porque voy al infierno. Tengo que ir al Bajo Flores y adaptarme al régimen más o menos militar porque está toda la Gendarmería; están todos los paqueros que son víctimas de esta misma gente, porque los maltratan, quedo expuesta a un montón de cosas. Está el paco y no hay nadie que lo vea. Tengo que volver al infierno, tener la batalla con los demonios ahí adentro, por momentos recaigo, hay momentos en que salgo a tiempo y tengo que escapar y volver a entrar. No tengo algo construido afuera, me siento incómoda, sola, invadida de todo lo malo.
Más allá de los mellizos, ¿tenés tiempo para tus cosas personales? Tengo tiempo para darme la oportunidad de estudiar, que es algo que había soñado hace un montón. Trato de pelear para que las materias de la UBA lleguen a esta unidad.
¿Por qué pensás que existen estos problemas con la Universidad? ¿Por qué no llegan las materias? Dicen que porque hay pocas alumnas. El tema es que uno necesita acceder a la oportunidad de seguir estudiando. Tengo tiempo para pintar, para cuidar las plantas, para ir a voley, voy a hacer gimnasia adentro (del penal). Mis hijos no me privan de nada.
¿Sentís apoyo del plantel profesional de la Unidad? Olvidate, y yo soy de las que más exigen. Lo planteo con la jefa de criminología o con la psicóloga, que tengo una vez por semana porque yo me obligo a ir, busco la solución. Todavía no la encuentro, no sé para qué voy porque mi vida sigue igual. Tienen un cierto límite hasta donde te pueden ayudar. Algunos tienen un régimen viejo y otros quieren modernizar y se lo permiten hasta cierto punto; es todo política.
¿Qué tenés proyectado para el futuro? Hacerle una casa a mis hijos, tener un buen empleo, llevar a mis hijos al jardín afuera, darme la oportunidad de seguir estudiando; entrar en una facultad es algo que me debo, estudiar Derecho (no sé para qué porque sirve para renegar nomás). Me gustaría proyectar que mi infierno con el consumo de drogas se termine y llenar ese vacío con algo sano, que mis hijos vean que se puede, ¡hay tantas cosas para hacer!
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¿Hay algún programa del Estado cuando las mamás están cercanas a su libertad? Sé que hay un Programa de Readaptación Social. Te dan limosna. Yo me siento una indigente más. No quiero dormir en la calle, no quiero un subsidio barato, quiero trabajar, para algo me estoy formando. Si no, que cuando recupere mi libertad el ENCOPE1 me indemnice. ¿Por qué me echan del laburo?, no es que yo quiera dejar de trabajar en la empresa; se tendrían que encargar de una continuación porque quedamos a la deriva.
La mamá que está adentro y no tiene visitas, ¿cuenta con alguna ayuda para comprar las cosas de su bebé independientemente de si trabaja o no? Yo recibí regalos de gente de la iglesia. De la pañolera, que es la que más se encarga cuando vas a tener bebés. Me fue juntando donaciones y siempre nos pasamos la ropa entre madres, eso es una costumbre acá. Duele al principio, no la falta de ropa sino de una compañía. Hay personas que reciben más ayuda que otras, depende de la forma en que pidas y en que te dejes ayudar. Hay gente buena; no todas las del Servicio son perras, hay gente que tiene voluntad de ayudar pero a veces no se le permite.
¿Si vos tenés peculio, administración no se ocupa de comprarte cosas? Quisiera saber el negocio que hay ahí. Nunca hay presupuesto para nada. ¿Dónde está la plata? Nosotras no podemos acceder; hay electrodomésticos o alguna boludez, pero ropa no.
¿Estás en desacuerdo con las políticas del penal? Sí, esto no avanza, pero quizá las instituciones están hechas para esto. Con los años de cárcel uno va cam1 Ente Cooperador Penitenciario que maneja los talleres productivos dentro de las unidades
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biando el pensamiento y quiere cosas que el Servicio no te puede dar. Yo me llevo bien con el personal, no tengo problemas –siempre y cuando no se excedan en su autoridad. Y cuando pasa cierto tiempo uno se siente como dueña de la cárcel. Las autoridades cambian todos los años, a mí me da lo mismo si le caigo bien a la autoridad. Pero a mí no se me murió mi hijo, se le murió a las autoridades. No es culpa sólo del Sistema Penitenciario, los jueces se cagan en los niños. No voy a hablar de mi juez en particular porque creo que es uno de los pocos que da más oportunidades a las madres, tiene ciertas consideraciones, se preocupa por los niños y hace recorridas en el jardín. Pero a veces los jueces no hacen caso a los informes. Creo que en las cárceles la vida no importa. Y más allá del delito que uno pague, la vida para todos debe ser igual.
¿Qué diferencias ves en la cárcel desde aquella primera vez que caíste hasta ahora? Antes había más maldad, pero no había muertes. Y antes no había tanto diálogo, el único diálogo que existía con un director era cuando estabas sancionada; antes, todos los jefes te venían a reprimir. Ahora hay más democracia pero más hipocresía, nadie quiere trabajar para cambiar algo, no hay un plan de ayuda. No todas las que estamos acá somos delincuentes, o lo somos por alguna razón. Antes era todo muy alborotado, ahora todo es calladito. Ahora hay más diálogo y menos golpes, pero más acceso a que alguna “se mate”.
¿Cómo es la realidad cuando salís? Si no tenés contacto con alguien, olvidate. Yo no quiero la limosna del Estado, no quiero ser una indigente, tengo capacidad para trabajar, no tengo por qué estar mendigando un subsidio. No hay oportunidades afuera.
¿Cuando las mamás van de comparendo lo hacen en un móvil especial? ¡No! Antes, en la era Marambio, teníamos una limusina (se ríe) y volvíamos con custodia personal a nuestra mansión, eso es lo que le explicaba a mis hijos. Teníamos un móvil con dos sillitas para nenes y dos para madres. Después, con la gestión de Hortel, nos quedamos sin nada, y ahora sigue igual o peor nos mezclan a todos en un carro, que es como una celda antigua, cerrada. Y a veces hay móvil, y a veces no, siempre están rotos, es muy difícil viajar con critaturas en el móvil.
¿Se les da algún alimento a los chicos esos días en que van a comparecer al juzgado? No. Los juzgados no te dan nada. Vos sos un delincuente, así que a tu hijo también le cabe la causa.
¿Cómo es el jardín dentro del penal? Las maestras son bárbaras, los tratan bastante bien a mis hijos. En todas partes hay una pequeña falla, pero son personas que deben estar estresadas.
¿Como notás que se relacionan los niños en el jardín? Ellos van a la mañana al de extramuros, felices porque van en colectivo. Se adaptaron porque es algo nuevo, juego nuevo, casa nueva, compañeritos nuevos, “seños” nuevas; es algo lindo. Vuelven a la una del mediodía, comen rápido y se van felices al jardín de acá.
¿Si los mellizos nacían antes de que te detuvieran, los hubieras ingresado en el penal? No, creo que se los hubiese dado a alguien que los quiera de verdad. No podría meterlos acá dentro porque esto no es vida, rompés la infancia de un niño. Cuando traje a los bebés del hospital lloraba. Moribunda, vine igual porque tenía que atender a mis hijos y necesitaba mi espacio con ellos. Entré al pabellón y no podía, ni con las cosas ni con los dos bebés, uno en cada brazo. Cerraron la reja y me largué a llorar, estaba lúcida porque había dejado de consumir hacía mucho tiempo, me estaba matando la conciencia haber entrado dos criaturas en el penal. Después como todo animal de costumbre, una se adapta. Pero me negaron un arresto domiciliario y la actitud que tuvieron, la crueldad con la que me juzgaron, la forma en que usaron las palabras, me dolió mucho. Me tuve que adaptar con dos niños adentro, ver que todos los días me cie-
rran esa reja, intentar que mis hijos no aprendan a decir “celadora”. No es fácil ni bueno traer un niño acá dentro, pero si no tenés con quién dejarlo es lo que queda. A veces las chicas no piden el arresto domiciliario porque no tienen laburo afuera. Hay un programa que trata a los niños pero es todo mentira, acá todo el mundo habla pero nadie viene. Esperá que haya campaña política y ahí van a venir todos, te dan un par de limosnas, trapos para que hagas cortinas nuevas y juguetes. Yo estoy podrida de los juguetes, mis hijos no van a vivir de juguetes, a mí dame un futuro, dame un laburo, no algo que no me puedo llevar. Lo que es del penal tiene que quedar en el penal, otro niño cuando ingrese lo va a necesitar.
¿Hay algo que el penal no dé a tus hijos y sientas que es indispensable? Más trabajo para la madre. Yo creo que mis hijos lo tienen todo conmigo; cuando estoy bien ellos son felices. Sería bueno que yo los acompañe al jardín, que también lo tiene que autorizar el juez, o una salida recreativa con sus compañeritos y las maestras del jardín, que vayan a una pelotero, a una plaza. Tenemos tanto espacio verde en Ezeiza desperdiciado, podríamos hacer un picnic, pero no tienen esa imaginación en crear algo diferente. Más allá de que sea una institución cerrada, las presas deberíamos ser sólo nosotras.
¿Cómo te los imaginás a tus hijos de grandes? Renegando con la mamá (risas), porque les tocó una madre jodida, que puede tener el cerebro pero no la fuerza. Los años me han quitado la fuerza y hasta las últimas esperanzas. Me encantaría que fueran compañeros, que se cuiden entre ellos y que la cuiden a la mamá. Que entiendan que el sistema es así y la vida que nos tocó es así; no queda otra. • 35
Entrevista a Abel Córdoba
por Tinta Revuelta fotos: Alejandra Marín
“Con este sistema judicial la tortura tiene asegurada la persistencia intacta”
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El fiscal Abel Córdoba, a cargo de la Procuraduría de Violencia Institucional, recibió a Yo Soy para hablar de su trabajo en la nueva institución. Admite que el número de muertes en los penales no es mayor porque la biología humana no lo permite y opina sobre cuál será el futuro de las cárceles.
“E
l cuerpo de la mujer es mucho más expuesto que el del hombre”, asegura el fiscal Abel Córdoba, a cargo de la Procuraduría de Violencia Institucional (Procuvin) desde principios de 2013. Lo dice en referencia al funcionamiento carcelario, uno de cuyos recursos es hacer sufrir a la persona detenida su propia biología. “Una cosa es que te peguen un golpe, eso tiene una gravedad y deja una marca, pero cuando la tortura viene de la propia biología –por ejemplo te hago pasar frío, te hago pasar calor, te hago pasar hambre– se pone a la persona bajo un sometimiento ante una necesidad. La necesidad biológica lo transforma en una autoagresión que es imposible de asumir subjetivamente, porque con quién te enojás, ¿cómo te defendés de eso? No estamos preparados para eso”, expresa con firmeza. Córdoba está sentado ante su escritorio en la oficina que ocupa frente a tribunales y se dispone con amabilidad a responder las preguntas de Yo Soy. Antes de asumir su rol de entrevistado, dialoga; no sólo quiere responder, también quiere escuchar lo que tienen para decirle. Es así que oye algunas experiencias. Por ejemplo, cómo cuando una interna es trasladada (a un juzgado, a otro penal, a un hospital) se ve privada también de necesidades tan básicas como comer, dormir o ir al baño. “Hay una tortura psicológica contra el cuerpo generada por el Servicio Penitenciario”, explica una compañera, y Córdoba opina: “Es un modo de gobernar y de imponer condiciones frustrantes imposibles de revertir. Sentirse reducido a lo biológico es una experiencia de subjetivización que quita toda posibilidad de dirección, de capacidad de un procesamiento simbólico; te deja solo ante lo material. Pasamos a ser sólo un organismo sin la capacidad que nos distingue de otros organismos vivos”.
¿Recibieron denuncias por casos de violencia institucional? No. La idea es desarrollar un trabajo con mujeres, que podría tener dos lugares: Salta, un lugar de frontera en establecimientos de encierro, y otros que vemos preocupante, los escuadrones de Gendarmería, donde el hacinamiento es muy grande y se combina con una opción que el propio SP les tira por la cabeza a las personas detenidas: “O aceptan el hacinamiento inhuma-
no o van a una cárcel federal, lejos de su familia”. La idea es trabajar en esos lugares y a partir de ahí ver. Hay una preocupación desde donde partimos: lo que una mujer tiene que afrontar en libertad, sobre todo en lugares vulnerables. Algunas mujeres deben afrontar la educación, la alimentación de sus hijos, y el rol que se les asigna en las comunidades de emergencia; hay que entrar en la estructura no sólo familiar sino comunitaria también, y eso en la cárcel está potenciado. Si a las condiciones sociales de una mujer y a la violencia a la que está expuesta –policial, luego penitenciaria– le sumamos el funcionamiento del sistema judicial, que no se preocupa por entender la problemática y aplica criterios producto de la concepción patriarcal que impera en cada uno de los ámbitos, lo que el sistema judicial termina haciendo es siendo un factor más de coerción sobre la persona en un estado de sobrevulnerabilidad absoluto. Una detención domiciliaria no es lo mismo para una persona de clase media, que vive en determinado ámbito social y puede ser asistida en ciertas necesidades o puede delegar los servicios, que una mujer a quien le dan la detención domiciliaria en una villa de emergencia. Quizás el encierro que implica la prisión domiciliaria es más gravoso y tiene menos sociabilidad que una institución de encierro, pero ello lejos de legitimar el encierro debería cuestionarse en qué sentido se está aplicando lo que pretende ser un beneficio.
Cuando le asignaron este cargo, ¿cómo decidió por dónde empezar? Lo primero es partir del sistema judicial, que es parte del problema y de la solución. Yo veo una incondicionalidad del sistema judicial ante cualquier abuso violento de cualquier institución penitenciaria o policial. El sistema judicial que tenemos tiene un tipo de reacción que logra atenuar esas consecuencias, pero que no dejan de ser excepcionales, apoyadas en iniciativas privadas que van llevando a las políticas públicas hacia lugares específicos con una gravedad concreta. Si la situación fuera el doble de grave y mucho más violenta, si más mujeres tuvieran los derechos vulnerados, el Sistema Judicial no haría nada, tendría la misma reacción aunque se tripliquen los conflictos. 37
Entrevista a Abel Cordoba
De hecho, en los últimos años la cantidad de muertes en la cárcel de mujeres creció notablemente. Y la respuesta judicial fue equivalente a nada. Por eso, la primera decisión para abordar eso fue incorporar gente que no está en el sistema judicial, gente de organismos de derechos humanos que viene trabajando este tema y no desde la perspectiva quizás superficial de algunos enfoques que por la conexión política propone un abordaje de género.
¿Cómo se implementarían las soluciones? Primero hay que trabajar con los fiscales para ver qué estamos haciendo como Ministerio Público. Ante un pedido, a lo largo de todo el proceso penal –desde la acusación inicial hasta la ejecución de la condena y los beneficios, la salida y las libertades– intervienen las fiscalías federales. Nosotros queremos ver qué criterios estamos aplicando y cómo. Por ejemplo, hablar con quienes estén detenidas y ver cuál es la vivencia de ellas, cuál es su visión de la cárcel, del sistema judicial, de las defensas, de la fiscalía. A partir de ahí vamos a constatar. Lo fundamental es la palabra de la persona detenida, que va a decir cómo funcionamos. Y seguramente lo vamos a ver reflejado en las causas, a partir de que alguien se oponga a determinada salida; hay que tener en cuenta la realidad de una persona, porque todos suponemos que la libertad es lo que se busca, pero las condiciones de esa libertad tienen que ver. Hay una continuidad entre la vida en la villa y la vida en una cárcel, y a veces las condiciones son para tener en cuenta en el momento de evaluarlo, porque son situaciones que hasta los operadores judiciales desconocen. Se desconoce la vida de la totalidad de las mayorías populares. Somos una extracción social que nunca hemos vivido eso y en el mejor de los casos intentamos comprenderlo; por eso, la idea es ir al contacto directo, luego ver cómo se está trabajando en la Fiscalía con esa problemática de violencia y luego, de hacer falta, podemos sugerir a la Procuraduría General, que está en 38
absoluto dispuesta a que trabajemos en este sentido, a dictar resoluciones para que los fiscales apliquen directivas generales. Luego podemos impulsar la coordinación de políticas penitenciarias, políticas generales con otros organismos, con el S.P.F, con ministerios específicos, con áreas de otras instituciones, con el Poder Legislativo en casos necesarios y también con organismos de derechos humanos.
¿Y los jueces? El Poder Judicial no tiene contacto con las personas, que generalmente son un número de expediente y nada más. Tenemos que hacer una autocrítica institucional, hay Fiscales que trabajan muy bien y que están dispuestos a mejorar el tema. Al mismo tiempo, confío en que al haber una capacitación específica –no de un curso en un aula sino como parte de una agenda de trabajo– se podrá entender un fenómeno para ver cómo se tiene que actuar. Si la política va a ser ir a los lugares de encierro, hay que capacitarse para ir y relevar lo que sirva para cambiar la situación.
El Servicio Penitenciario siempre va a culpar a los internos… Al discurso lo conocemos, lo que es preocupante es que parte de las instancias judiciales a veces lo incorporan. También se incorporan los miedos generados; si uno habla con muchísimos funcionarios judiciales va a pensar que en la cárcel corre peligro. Son temores fomentados por las instituciones que no quieren las inspecciones y que las autoridades judiciales vayan a los lugares de encierro. Temores que aparecen legitimados por esta asunción prejuiciosa. Sería esta cuestión elemental, inicial de la conducta humana, que si alguien quiere entender qué le pasa a otra persona se acerque físicamente a esa persona y le pregunte: ¿qué te pasa? Y dialogue con esa persona, incorporando la presencia desde entender qué cosas son calladas también, qué cosas
son omitidas porque comprometen su seguridad. Es una cuestión de escuchar y relevar, incorporar la palabra. Para quienes padecen los dictámenes y las resoluciones judiciales sería un cambio radical, porque en el discurso violento del S.P.F., la persona está ahí porque hubo un fiscal que la acusó por determinado hecho y un Estado que la priva un tiempo determinado de la libertad para hacer un supuesto tratamiento que, en definitiva, viene a empeorar las condiciones de vida.
Hace unos meses usted tuvo inconvenientes durante una inspección sorpresiva a un penal de Córdoba. ¿Qué trabas va a tener que atravesar en ese acercamiento directo? Si pensamos que las condiciones de detención son generadas por un sistema penitenciario que tiene como antecedente, y como consecuente luego, al sistema policial, y tiene legitimación social, los ingredientes son todos. Sabemos también que hay desarrollos y hay derechos reconocidos, posibilidades, herramientas judiciales que pueden aplicarse y que es una decisión institucional de una de las más altas autoridades generales en materia judicial poner en marcha todos estos mecanismos.
El Servicio Penitenciario maneja el poder de sumir a la gente que tiene que cuidar. Por otro lado, el Es-
tado cubre las necesidades de cada detenido, pero lo que les da para higienizarse es algo totalmente irracional: un papel higiénico, que es una hoja de diario, o un dentífrico, que si usted se limpia se le caen los dientes. La comida es vomitiva y la proveeduría va a licitación, entonces ahí adentro un pollo sale un ojo de la cara. En principio el sistema judicial no conoce esto; segundo, no le importa, porque en definitiva no le importa la persona que lo padece. Hay un desprecio absoluto hacia la persona privada de libertad y el interés mayor que existe en el sistema judicial con respecto a las personas que se ven involucradas en procesos penales es tener a quien acusar para que el caso no explote mediáticamente, para que no haya una auditoría que ponga en cuestión un trabajo sin resultados. Una vez que se tiene a la persona que se va a acusar, supongamos, con pruebas, el interés decae a cero, hay un desprecio absoluto por esa persona, que también tiene que ver con que las expectativas del sistema judicial no tienen que ver con la posibilidad ni de investigar, ni de mejorar, ni de abdicar un procedimiento o un tratamiento judicial o humano hacia la persona. La mortalidad en las cárceles no es mayor porque la biología no lo permite, porque en su mayoría son personas jóvenes que resisten y luego cargan toda su vida con el deterioro físico y psíquico de haber pasado por condiciones violentas. 39
Entrevista a Abel Cordoba
¿De esas condiciones de violencia institucional, cual le parece más difícil de erradicar? Todas. Más allá de los planos en donde se trabaje, lo elemental es ver cómo se deja de impactar sobre las vidas de esas personas. Habrá que cambiar la cultura, el sistema penitenciario; la cuestión es cómo incorporamos el punto de vista humano; privado de libertad es sinónimo de víctima.
¿Se podría desmilitarizar el Servicio Penitenciario en las áreas de Seguridad, Salud, Trabajo y Educación? Es parte de los dilemas profesionales que tenemos. En este esquema, con esta fuerza, con este sistema judicial, la tortura tiene asegurada la persistencia intacta. Para mí este enfoque no es pesimista sino real, no hay inercia desde la cárcel a la mejora. Las víctimas de ese mal funcionamiento no tienen la posibilidad de una acción social colectiva que lleve bien las políticas públicas penitenciarias, porque no tiende a mejorar en sí, sino que lo hace a través de crisis y confrontaciones, dentro de un gran conflicto institucional.
¿Qué opina de las drogas en las cárceles? Hace unos cinco años aproximadamente el sistema penitenciario incorporó las drogas como parte del sometimiento a las personas, como parte de la anulación de la reacción de las personas. A partir de la detención, 40
donde todo se vuelve mucho más perverso, se desapodera a la persona para tenerla sujeta a una adicción, y la persona queda incluso en una situación de vulnerabilidad absoluta. Los cuadros de adicciones son tales que la muerte pasa a ser algo secundario en ese esquema. La adicción es uno de los dispositivos que se usa y, como todos los sistemas, tiene una perversidad tal que el abordaje de esta problemática implica que se afecten otros derechos. Un planteo general y básico es trabajar con las drogas que ingresan en los penales, y esto implicaría endurecer las requisas a los familiares, un vejamen para las familias de las personas que están detenidas, parte de los dispositivos de control.
Si bien la visita padece exhaustivamente de una requisa, se sospecha que no sólo por ahí entra droga sino también a través del personal del Servicio Penitenciario. Va a disparar esas dos versiones…, lo único que puede llegar a hacer es afectar los derechos. Hay que empezar a entender las dinámicas y estar muy atentos a la posible comisión de delitos, porque aún quienes admiten en el sistema judicial que esto es así no hacen nada por cambiarlo.
En las cárceles no hay un espacio para tratar el consumo de drogas. La ley dice que las personas adictas deben ser tratadas de otra manera, pero están
junto con la población común, las medican mañana y noche y, cuando salen, salen mucho más adictas que cuando entraron. La cárcel produce personas adictas que no tienen ningún tipo de posibilidad de acción comunitaria de vida, son intencionadas incluso políticamente. La acción comunitaria puede llegar a romper las redes del narcotráfico, y a la cárcel se le está pidiendo ese producto, mujeres adictas; por eso no está cuestionado, está en expansión.
¿Y hay alguna forma de encarar eso con urgencia, a la par de otros programas en paralelo? La vorágine es funcional a que esto prosiga. No hay expectativas de que esta catástrofe en términos de vidas humanas origine alguna relación. El hecho de que esta problemática esté oculta y sea padecida por personas despreciadas por el sistema judicial, cuyos padecimientos están legitimados, violentos y malintencionados, va a impedir que haya una reacción acorde a la gravedad del problema.
¿Qué le recomendaría al padre de una chica presuntamente asesinada y cuya muerte se caratula como suicidio? Está el caso reciente de Florencia Cuellar, fallecida en diciembre, a cuyo padre secuestraron, golpearon y amenazaron por intentar aclarar el hecho. En ese caso, pese a toda la experiencia que hay en víctimas de derechos humanos, buena parte del impulso viene dado por los familiares que empujan al sistema judicial al cumplimiento de las pautas. Hay sectores que han acertado muchísimo en redes no gubernamentales con acciones públicas, como el Comité Contra la Tortura en el caso de la provincia de Buenos Aires o la Procuración Penitenciaria. Hay instituciones a las cuales recurrir, que son las que en definitiva pueden llegar a contribuir a que ese caso pueda tener algún curso legal. Los familiares tienen la potencia de ese trabajo pero a la vez se encuentran muchas veces con contras; acudir a estas instituciones da más potencia a ese trabajo.
¿Y a las internas les recomendaría lo mismo ante casos de violencia o situaciones con las que están disconformes, convocar a alguna institución? La persona en esa posición no tiene posibilidades de defensa, está expuesta, corre un riesgo de vida constante y, aun acudiendo, muchas veces es igual.
Una interna no le cuenta a su familia todo lo que le pasa, y si vive algún hecho traumático adentro y quiere quejarse o sacar una nota, no sale de ahí adentro. Ésa es la importancia de que los funcionarios judiciales vayan. Por eso el interés y la aversión de algunas autoridades con responsabilidad política de que no haya presencia. Hay que ir a relevar la palabra, no se puede ir de visita turística.
¿Y usted personalmente cómo maneja el miedo en su trabajo? Hay un defecto profesional que cabe al ingeniero, al economista, al abogado y demás, que es el miedo a modificar una situación. Generalmente es más funcional dejar las cosas como están. Cuando hay una situación que a uno lo cuestiona, es más fácil hacerse el discurso para entender por qué eso ocurre que cuestionarlo. En estas materias de lesa humanidad es lo mismo, el profesional está muchas veces tentado a legitimar, “ocurre así porque las personas están 24 horas por día encerradas”. Nuestra función es cuestionar, para eso tenemos fueros, para eso tenemos facultades y ejercemos poder público. Si todo eso no está al servicio de personas que padecen esas situaciones, y si desde ahí no vamos a hacer algo, estamos siendo condicionales a la tortura. Para eso estudiamos, y el riesgo que se corre en definitiva es menor. Hoy nuestra actividad es fácilmente cuestionable por quienes han estado pasivos durante décadas en sus sillones porque no sufrieron ningún padecimiento. Estamos preparados para sufrir miedos. Es incomparable el miedo de la persona que está detenida en una celda luego de que denunció una tortura, que el que tiene el funcionario, que se va a su casa y tiene recursos posibles para asumirlo.
¿Cómo ve la cárcel en diez años? La inercia, la experiencia histórica, los espacios de encierro están en expansión. Por lo tanto va a haber mas gente encerrada, en condiciones peores, con la sofisticación de los métodos de tortura que vienen haciendo, ya pasando lo sensorial. Pero eso no es algo que vaya a ocurrir indefectiblemente, es una proyección. La cuestión es ver qué implica que algunas personas trabajemos en eso, si vamos a poder modificarlo y que otros contribuyan a lo mismo. Ese es el diagnóstico, pero puede cambiar. • 41
tienda
Liliana Teomanópulos Lili es toda una luchadora. Mamá de siete hijos, se las arregla para llevar adelante su casa y apuesta al crecimiento de YNF con la creación de una cooperativa de trabajo, de la cual es pieza fundamental.
“A
YoNoFui me lo nombraron cuando aún estaba detenida”, cuenta Lili a YoSoy. Luego obtuvo la autorización judicial para participar del Programa de Becas de Capacitación para Mujeres en Arresto Domiciliario promovido por YNF, junto con la Secretaria de Niñez, Adolescencia y Familia (SENAF) y la Defensoría General de la Nación, y pronto se sumó al taller de Diseño Textil dictado por las docentes Marcela Bonifacio y Verónica Calo. “YNF te da la oportunidad de empezar otra vez, te tiende la mano”, dice Lili.
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Hoy, en libertad desde hace menos de una año, es uno de los pilares del taller, su especialidad son los “corazones lavanderos”, uno de los productos más vendidos, aunque conoce bien el oficio y sabe confeccionar cada producto del stock. Sostiene el espacio a base de perseverancia y de una gran capacidad de trabajo en grupo. Lili dice que YNF es como la “rehabilitación” para el alma luego de las heridas provocadas por el encierro; y nos cuenta: “mis hijos han pasado mucho miedo mientras yo no estuve”. Ahora junto a uno de ellos, Isaac, cursa el
agrupaciones amigas; hoy habla:
Rancho Aparte
taller de Arreglo de Maquinaria Textil, que dicta Alejandro Torres en la sede que YNF tiene en Vicente López. Mencionó lo importante que es para las chicas que vienen del penal, ver que otras compañeras ya en libertad, permanecen en la organización y las reciben. Sueña con que YNF tenga una casa para las mujeres que salen en libertad y no tienen a dónde ir, sueña con poder, como dice ella, “terminar la montaña”. •
A
rranchamos aparte, ¿aparte de qué, de quién?
Aparte de las lógicas desiguales y verticales que proponen quienes promueven el encierro, quienes sustentan las cárceles y creen que sus rejas corregirán al pibe, adaptarán a la chica, reinsertarán a los “antisociales” a esta sociedad, como si la sociedad no fuésemos todos. Arranchamos aparte de las miradas prejuiciosas que ven en los presos y presas a delincuentes innatos y se limitan a mantener su prejuicio intacto sin derribar el muro de la indiferencia que supera en kilómetros los muros de una cárcel. Rancho aparte somos los de adentro y los de afuera, quienes entendemos el encierro como una nueva práctica de marginación, como si no bastara con la exclusión económica, cultural y social que han padecido históricamente los pobres, esos que no por casualidad llenan las cárceles de este mundo mal armado. Desde 2011 encaramos nuestra lucha desde las artes plásticas, el cine debate y el muralismo realizando de modo autogestivo talleres mixtos en la Unidad 46 de San Martín. Hemos transitado estos caminos y estamos dispuestos a atravesar muchos más, a aprender del otro mano a mano escribiendo nuestras vidas sin permisos ni recetas. • Contacto: ranchoaparteagrupacion@gmail.com Facebook: Rancho Aparte (agrupación artística)
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egreso
por Yo María Ilustración: Ramona Leiva Taller de Dibujo y Experimentación Gráfica YNF, 2013
Último día en el penal
E
l último tramo comienza el día anterior al veredicto, 8 de junio del 2011. Aclara el día, mis ojos se abren y empieza la rutina carcelaria. Mi cabeza no deja de pensar. Las preguntas surgen sin darme cuenta, las dudas están latentes, hay miedo e incertidumbre porque otros tienen el poder de decisión sobre mi vida: eso aterroriza. ¡No sé cómo, llega la noche! Me digo “a dormir un rato” y no puedo pegar un ojo; se hacen las tres de la mañana, la celadora me llama, me llevan al retén (otra celda) y comienza la rutina, huellas, requisa y la espera del traslado, acompañada de un frío que escarcha hasta los huesos. A las cinco de la mañana llega mi vehículo para pasearme por todas las unidades, llegando al Juzgado Número 3 de San Martín a las 10.30. Me bajan, miro para la vereda contraria y por un momento se llena mi vida de felicidad porque veo a todos mis hijos y me dicen: TE AMO, MAMÁ. Somos cinco personas para ese juzgado, nos encierran en un cuarto de dos por dos lleno de expedientes hasta el techo y casi no nos podemos mover. A las doce del mediodía me llevan a la
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sala. Frente a mí, los que decidirán mi vida, se lee el veredicto y escucho mi nombre, mi apellido y la palabra “ABSUELTA”. De pronto el corazón me aturde con su tuc, tuc, tuc; las lágrimas brotan sin parar en silencio, quiero salir corriendo, pero tengo que aguantar un poquito más. A lo lejos escucho “libertad inmediata” y quiero correr y correr, pero me colocan las esposas, de vuelta al camión de traslado, le pregunto al encargado (se le dice encargado al penitenciario que está a cargo de las detenidas ): ¿Por qué no me saca las esposas si soy un persona libre?”, y me responde: “Es el reglamento, señora”. Me llevan a la unidad a la que pertenecía, llega el encargado, le entrega la orden del juez a la jefa de judiciales y ella me dice: “Tiene que volver a su pabellón y espere un poco, tengo que averiguar si no tiene pedido de captura”. Como jamás rompí la ley no hay nada que encontrar.
La celadora me lleva, entro a mi celda, llamo a una chica joven, paraguaya, comienzo a repartir casi todas mis cosas y le digo que también reparta todo con una señora grande argentina, porque ellas no tenían visitas. Hago casi todo en silencio, no quiero que el resto de mis compañeras se entere que me voy. Las chicas se ponen muy contentas cuando alguien se va, pero por otro lado surgen emociones encontradas, se alegran e inmediatamente aparece la pregunta, ¿cuándo me tocará a mí?, y la tristeza se apodera de una. Me dan la libertad como a las siete de la tarde. Esperando con mucha ansiedad y alegría están dos de mis hijos para llevarme a casa, de donde nunca tendrían que haberme sacado. “Quiero darle las gracias a la policía y a los jueces por haberme hecho pasar una agonía que jamás se borrará de mi vida y por haber roto a una familia por tres años.” •
A lo lejos escucho ‘libertad inmediata’ y quiero correr y correr, pero me colocan las esposas.”
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clasificados
Talleres, productos de diseño, obras de arte, alimentos. Una guía por los proyectos independientes que las mujeres de YNF llevan adelante con garra y corazón.
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Bancame y Punto Ediciones Bancame y Punto es un emprendimiento personal que nació en un contexto de encierro, que, a pesar de todo, siempre se mantuvo libre. El puntapié inicial fue la publicación de los libros de poesía de Liliana Cabrera: Obligado Tic Tac (2011) y Bancame y punto (2012). Se solventa con la venta de los libros sin ningún tipo de ayuda oficial. Contacto: lilianainescabrera@gmail.com Facebook : Liliana Cabrera. También lo podés conseguir en la tienda virtual de YNF: tienda.yonofui.org.ar/
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La palabra nos libera Conocé y hacé uso de tus derechos. Recordá que nunca te pueden discriminar ni someter a un trato inhumano, cruel o degradante, físico o psíquicamente.
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