Original libro tertulia 2013 - Numero 8

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Integra el proyecto Cultural

Proyecto premiado por el Fondo Concursable para la Cultura - MEC Montevideo Capital Iberoamericana de la Cultura

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Dirección: Julia Galemire Codirección: José Felipe Villaverde Comisión Directiva de La Tertulia Presidente: Julia Galemire Vicepresidente: Adolfo Gelsi Secretario: María Cristina Damata María Cristina Grela Alberto Cadranel Mabel Altieri Brenda Gómez Susana Barbero Comisión Fiscal Ana Teitelbaum Sofía Peña Magdalena Torres Obras de Arte Sandra Petrovich Diseño Patricia Greciet Grupo cultural La Tertulia Personería jurídica 9519 Folio 49 - Libro 18 Enero 2004 Sede Dr. Francisco Soca 1255 ap. 201 CP 11300 - Tel.: 2707 9311 e-mail:yumba@adinet.com.uy Las opiniones vertidas en esta revista son responsabilidad de los autores. Impreso en Tradinco Dep. Legal Fe de erratas: Los poemas de Susana Boéchat que están en la revista Nº 7 de La Tertulia no son de su autoría.

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Presentaci贸n 3


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Coincide la publicación de nuestra revista con el hecho de haber sido declarada Montevideo, Capital Iberoamericana de la Cultura. En ocasión de ello, nos sumamos en resaltar los valores de nuestra cultura, sin que ello signifique limitarnos al campo exclusivamente literario. Apuntamos también llegar a todas las personas iberoamericanas con un lenguaje llano, y respetuoso, con el fin de promover una sociedad en sus valores tanto personales como sociales. Con estos trabajos impresos no queremos decir que están cumplidas todas las metas que nos propusimos, sino que ellas están abiertas a todo lo que el medio demande y en la cual consideramos están insertos. En esta edición de la revista La Tertulia hemos dado unos pequeñitos pasos adelante en esa dirección, incluyendo una separata sobre la violencia y sobre la antropología de la violencia. Al hacerlo creemos no habernos desviados del rumbo que llevamos, la novedad quizás sea, el objeto de la búsqueda. Nuestra vocación de ser una revista abierta a expresiones diversas, como es sencillo comprobar recorriendo sus páginas, es con la pretensión de encausarla hacia los territorios donde florece el pensamiento crítico. Se aleja así de toda forma de conformismo o complacencia, y refleja el malestar social de nuestro tiempo y la necesidad imperiosa de cambiar; nosotros y a nuestras sociedades. Comisión Directiva.

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Poesia 7


Obras plásticas Sandra Petrovich

Sandra nos dice que la poesía y pintura dialogan, cuestionan, dentro de un mismo espacio, el de la búsqueda. Se puede ver la pintura como una forma de escritura, suerte de cartografía del gesto que recorre, camina, explora, anda, sorprende, se sorprende. El acto de pintar es puro acontecimiento; en tanto la poesía es más memoria de lo sucedido, registro; pero también invocación, llamado, relato, mito. En todo caso cada vez más estoy practicando estos modos de creación como un todo, en donde el uno se nutre del otro y ambos se entreveran con la vida. Me resulta curioso constatar que tanto para escribir como para pintar o dibujar, se utiliza algunos medios similares en donde el cuerpo participa intimamente relacionado al espacio. Ambas expresiones la escritura poética o la pintura, necesitan de un cuerpo por así decirlo, suerte de piel en donde se inscriben las emociones. Por ser silenciosa la plástica sería la mirada de la imagen y la poesía su voz.

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Andrés Echevarría

Poema sin título qué será de la muerte de mi vecino que hace tanto que no lo veo a él que le gustaba pasear a su perro siempre atento atento a las noticias a la vida en general a cómo pierde el tiempo la sombra en no ser nada y él que miraba tras un vidrio y absorbía su lapso antes de pasear a su perro qué será de la muerte de mi vecino que hace tanto que no lo veo

Lluvia hoy llovió y la lluvia parecía provenir del rincón de todos los espacios repetía ecos insistentes murmullos que eran todos los sonidos el roce presente de la noche solitarias ausencias arribaban resonancia que se hizo melodía enhebradas notas que golpearon despertaron brillos en lo oscuro centelleo mudo sin retorno hoy llovió en el centro de mi casa como en un cuadro de Magritte y un falso espejo que se hendía irremediablemente se quebraba como en miles de susurros como a tientas en lo oscuro

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Clara Gabay Salinas

Fundación de Colonia del Sacramento Poema Épico I comienzo América soñaba en los albores con su sol y su tierra, con sus ríos, sus islas escondidas y sus pájaros… En la selva dormida, crepitaba la llama blanca del misterio humano. Tibia cintura litoral del Sur lugar predestinado, sitio arcano donde el conquistador hinca su huella para sentirse con ella soberano. Desplegadas las velas y el coraje enhiesto, como un mástil arribando, hasta el estuario llega con sus naves Juan Díaz, el bravío castellano. San Gabriel contaría su holocausto y el Amara Mayú tal vez llorara con lenguaje de límpidas palabras ante el indio feroz y despiadado. II fundación Escondida entre sueños navegaba Lusitania, la llave de “El Dorado” escondida entre sueños más de un siglo perdida entre los sueños y el milagro.

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Hasta que de los sueños la levanta el designio del reino lusitano y el destino señala desde siempre un nombre entre los nombres pronunciado: Manuel Lobo, Manuel de estirpe antigua, Manuel Lobo, valor probado a fuego Manuel Lobo, Gran fundador, guerrero! MIL SEICIENTOS OCHENTA! Mes de Enero! Apenas dos navíos de alto bordo anclaron en la playa solitaria flota pequeña y una gran empresa: Levantar fortaleza y atalaya! NOVA COLONIA - fue - DEL SACRAMENTO, la que Lobo erigió desde ese día con sus pertrechos y sus bastimentos con sus hombres, sus armas, su porfía! ¡Valiente fundador de la Atalaya, como Cortés, conquistador bravío, sólo quedaste en la desierta playa mientras se iban perdiendo tus navíos. Negras nubes crecían en el cielo cuando solo quedaste en la atalaya con oscuros designios te cercaban como cuervos rodeándote en el vuelo. Donde los ríos unen su torrente y como el agua raudamente crece así crecieron los hombres y metales y unieron en la guerra sus vertientes la sangre hispana se juntó a la india y los caciques con el jefe blanco y abatieron las piedras y los hombres con armas disparadas como rayos.

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Pero a los flancos de la cruenta lucha en secreto sagaz y traicionero se libra la batalla silenciosa de los tratados y los documentos. España, la bravía, se levanta por sus fueros, conquista y reconquista! y con su faro vela atentamente mirando el mar lejano de amatista… Epílogo De Portugal y España ya es recuerdo tu viejo barrio colonial, tu puerto y esa antigua muralla que nos mira con sus ojos de piedra y sentimiento. Hoy, libres en la Patria Soberana vieja Colonia, la del Sacramento revivimos los ecos de los hombres que te dieron un nombre para el tiempo!.

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Daniel Morena Los Hombres del Libro hasta la cuarta generación de Los Hombres sin Reposo -minuciosa ceguera entre nosotroshasta que el ave leída sumió su vuelo circular y la entraña y el mudo pez en el mar creció por miles hasta la orilla hasta que el arco de plumas fue cenizas en la urna y silencio bajo el promontorio hasta ese eclipse que dura lo que un ciclo del trigo en la llama hasta entonces nada se supo entre nosotros de las gentes Del libro ni de sus banderas que fue lo primero que se vio flamear una noche una bandera blanca atada a un venablo que yo vi antes por la tunélica anatomía de un cielo negro a los seis años recién cavados o cumplidos cuando me fui tras ellos el insomnio es una escafandra cribado como la noche despierta y yo caminé hasta el agua por esa esfera agujereada y en la ribera pisé algo que se hundió muy liso y muy pulido extraño a este suelo -al contacto con el pie pensé en un hueso seco o en una almendra, pero menos rugosouna cuenta de madera superficial desierta plantar seña osmótica de que habían pasado recién Los Hombres del Libro que se sabía andaban cerca

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la caravana iba por la orilla aquellos seres misteriosos con pelos en la cara y túnica oscura se detuvieron para mí engendrando lo que otros llaman atracción no había –y no sabía, y aún no lo sabían ellos mismos- dónde ir pero el paso errante era también seguro templado por el peso de un libro y la madera equis distante mentira que someten a quienes los persiguen mentira que hablan la monolingua de la hoguera y el arcabuz por el contrario dispensan el favor al desconocido y las virtudes de la verba que ensancha a caballo parecen más alto de lo que realmente son

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mi ausencia no dio para alarmas yo había nacido tercer hijo y es credo entre nosotros que más de dos es abuso y del segundo en adelante el sacrificio es Ley (para eludir el hambre sucede esto y porque para huir de Los Soldados del Libro -no de Los Hombrespara huir de esa infantería de los hombres a caballo los padres sólo pueden cargar un niño a cuestas uno el padre y otro la madre) si yo tercero conservé la vida fue gracias a una tormenta interpretada / salvífica a tiempo y así fugué del día propicio para caer ofrenda al abismo los ojos ya cubiertos y carne las muñecas por eso me llamaron El que nació vendado)

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seguí a Los Hombres del Libro y aprendí a leer –lo cual es preciso, nadie tras ellos puede seguir berreando-

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y conocí a muchos que fueron trayendo la íntima cercanía que cuando se decían al principio decían naides -con suerte- nadies y también mostro decían pero luego forjaron la sílaba y mientras escribo esto ahora (después también aprendí a escribir) recuerdo cómo fue variando mi relación con las cosas la noche por ejemplo que hasta entonces sólo me cubría y que podía asustarme un poco atenuó el oscuro y cuando me explicaron la función de los insectos de tinta que Los Hombres del Libro llamaban letras y cuya disección ahora es mi vida tuve ganas de nombrar a la noche o una o mayúscula por la soledad envolvente que encierra pero luego me la figuré U pero una u al revés una u como techo para sentarme debajo y guarecerme materia suspensa bajo la bóveda y así fui conjurando el miedo a la materia y todas las cosas fueron tomando una inclinación distinta

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Durante años pasamos por lugares donde nos quisieron recordar para siempre, con sencillas canciones o con santuarios desnudos u oropel. En otro tiempo sin embargo nos olvidaron pronto. Una vez cierta mujer sin piernas nos escupió los pasos, porque no hubo forma de hacérselas crecer, y las voces que nos precedían nos habían reputado milagrosos. Culpa de arcángeles, dijeron, esa vanguardia indiscreta. Pero no se detuvieron.

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José Villaverde En un ataúd flotando a la deriva me encuentro sin poder salir, grito pero no acude nadie, lloro y no me consuela nadie. En la orilla yo me espero, y cuando las olas, al fin me desplazan a la playa en un vaivén interminable abro la tapa del ataúd donde yo yazco muerto, saco el maniquí de adentro y me pongo a caminar con él en mis brazos con el cuidado que se tiene por un ser querido que se lleva hasta su lecho de muerte. Con mis propias manos hago mi sepultura y lo deposito sobre el fondo húmedo. Antes de tirar tierra sobre mí, me contemplo por un rato como el capitán que contempla el desguace de su viejo barco, sintiendo que parte de sí deja de existir pero otra parte de mí tiene que aprender a andar de nuevo. Dudo que el que yace en el sepulcro sea el matarife de mis sueños, tal vez sea el que anda. Ir andando, dónde el andar es el que muere y el que nace. Miro hacia tras dónde el dibujo de mi andar intercala sepulturas y nacimientos ¿cuántos maniquíes, cuántos yo tendré que enterrar a lo largo de mi vida? ¿cuántas veces tendré que nacer? De todas formas me acompaña el llanto del recién nacido y el llanto de la muerte, pero también la alegría de haber vivido acotado entre dos llantos.

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Julia Galemire Poeta Tu silencio es largo, seguro, desolado autentico como tu palabra pude haberte encontrado en una calle vestida de tiempos en un país nuevo, en una ciudad antigua, inflamada de azul en algún bar trasnochado o en el sitio donde se pierden los cantos y nacen antes del alba, las arboledas de olivos Hubiera querido, iniciar un diálogo contigo sobre el poder eterno de la poética sobre los desolados mitos del ser sobre poemas tuyos leídos en alguna revita de amarillentas páginas y quedaron en mi memoria como cántico detenido en una lluvia sin fin ni comienzo También te hubiera hecho preguntas nunca indiscretas ¿cómo llegaste a ese nivel de lo genuino? ¿cómo se puede aprender de tu intenso andar? ¿cómo alcanzar las cálidas voces que se deslizan en tus viejas y modernas palabras? en tu enjambre de aires de otoño de alas ardidas de soles de luna de vida de muerte

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Que lugar es este Que lugar es este andar de agua de ojos azules que retrae sus pĂĄrpados sobre la roca de algas y tiempo Que lugar es este alquimia de agua donde la espuma tritura el rumbo de la ola sin poder crear las puertas del alma que lugar es este amarar de olas donde el amanecer de mitos sopla transido el coro extraĂąo del viento primigenio Que lugar serĂĄ este donde el horizonte se cierra y su sombra empuja hacia la fiebre del mar a su inmensa idealidad

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Lilián Hirigoyen Gris el mar Gris el mar tus últimas palabras, grises grisáceo el vuelo de todos los pájaros. Más allá las nubes enmudecían la tormenta entre algodones. Te miré sin luz y el viento se aferró a cada hebra de mi pelo para tironearme. El ruido se bebía la rambla con un ronquido sordo de ahogado. El neón de los faroles titilaba como el artificio de una estrella comprada. Reímos igual que ángeles blanquísimos y el mar se emplumó con las alas que no agitamos. Vinieron las olas, la medianoche fugaz de cada ráfaga, el roce tibio de tus dedos mudos y delatores de otros días cómplices. Tu silueta, espesa y nocturna, levantó vuelo como la sombra de un cuervo. Ahí quedé yo en mi nido, empollando la palidez de la tarde que moría mientras el horizonte dejaba traslucir apenas una línea oscura y esperanzada.

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Llanto de un niño pobre Lágrima azul, transparente, sin ninguna culpa. Un llanto tenaz vuelto mueca crispando el aire con su sílaba oculta. No hay porqué. No existe respuesta. Las lágrimas crucifican un juguete roto. Una pieza de ajedrez en un tablero de mentira, una reina negra, un caballo herido, una torre derruida. El peón sacrificado como un hombre inútil. El rey se pavonea tras los cristales rotos. El viento entra. El llanto arrecia de los ojos tristes. Las golondrinas nacen y se incrustan en sus dientes. El horizonte tiene forma de puñal para asesinar el cielo cuando lloras.

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Radamés Esteban Buffa Ferrari

Tela de araña Las redes de las arañas pueden ser transparentes. Pueden ser la textura vegetal y una columna de madera o de hierro. Solo aparecen cuando un reflejo las cuelga entre los párpados y la emoción de las enredaderas. Cuando creemos y decimos: allí están las telas de las arañas. Allí hay cápsulas, espasmo, ceguera. Después, lentitud, cansancio, indiferencia. Allí, quizás, el abandono diga: esa es una tela de araña.

Pérdida

Estoy en la mitad de la ventana. El reflejo del sol llega del oeste. La señal de la fortaleza del cerro, al costado de la bahía de Montevideo, blanquea las copas de los árboles. No puedo dormir ante la pantalla. Quisiera perder el tránsito de las estrellas, el texto y los brazos de las grúas. Quisiera y persisto doblado en la silla, como la penumbra, ante los olores de la sal. Tomo el cristal y lo muerdo, repito y entonces quedo en el olvido, cuando mi cuerpo se deshace de luz hasta el mareo de la próxima noche.

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Susana Boéchat A Montevideo a Carlos Marenales Como a Borges, tranquilizas mi mirada. Las subidas y bajadas de tus calles humean descanso. Las mateadas languidecen las tardes. Los árboles –soldados del airetoman dimensiones de fantasmas. Ciudad de mis ancestros, de mi padre. Colina del afecto pisada por mi abuelo. Eres todavía un Buenos Aires perdido en el Tiempo Tus portales de verjas y zaguanes alargan la noche. El pan es un maná del cielo compartido. La amabilidad se esconde en gentes humildes profundas en libros y saberes. El sol siempre está, aunque juegue a la rayuela con vientos marinos y lluvias titubeantes. En mi corazón de poeta renaces cada día.

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Tango El tango da unos pasos sale de la habitación dormida abre su ropa para la pasión y contornea la mirada. Encuentra unas piernas ágiles, un corazón dolido, un alma incandescente. Perezosamente balancea una mujer entre los brazos la besa en la boca juguetea sonrisas, la sostiene al ritmo del sonido Y los dos se vuelan al espacio, cabeceando ángeles.


María Damata Presencias I)

me puse a buscarte

la casa encerraba tu aliento recorrí el barrio el sol seleccionaba adoquines estas manos están prendidas a hojas sacudí sombras cayeron dos gotas de agua me puse a buscarte ahí estaban los otros los del silencio lo cómplice ahí la joven ciega el muchacho azul en la esquina norte hay una luna peinada en nubes más allá el mar me puse a buscarte más un viento almibarado destiñó mi cara y cayeron pétalos en la nada

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IV) las “presencias” son hilos que el tiempo teje y los hechos destejen son los minutos que pasamos juntos el agua hirviendo en la caldera la flor temprana de la primavera la risa de un niño camino a la escuela o la muerte escondida del que amamos “presencia” es todo lo que se mueve que despierta asombro alegría o tristeza nos hace niños en descubrimientos o ancianos palpando silencios es la cadencia recordada de la voz de mi madre el llanto olvidado del niño al nacer es la piedra gastada o dormida que tropieza nuestro pie son los colores del alma cuando amamos los adoquines que comen las sombras es el mar turbulento sin dueño que despeina la arena es lo oculto en la voz los años transcurridos el color marrón de los pobres el silencio neutro de la cuna final.

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Tatiana Oroño

Escribir Escribir para ser una, para echar cuerpo. Pero antes, tener que hacer mil cosas. Por tanto: para ser una, hacer mil y una. ¿De qué escribir? De una cuenta que no cierra: para llegar a una, pasar por mil y una. Escribir es una finalidad que se transforma antes de ejecutarse. Se escribe para llegar (para poder llegar) a ser quien se es. Pero para alcanzar el objetivo deben ser alcanzados y dejados atrás muchos otros. En consecuencia, llegar a ser quien se es resultaría ser el objetivo del objetivo del objetivo. Una aguja en un pajar. Una va y hace toda la fuerza que puede para adelante. (Escribo adelante porque pienso que el pasado es lo que se deja atrás.) Se hace fuerza para que la voluntad de escribir no se achique con la postergación. Se posterga porque sólo en otro lugar (que me imagino adelante, es decir, después) se podría escribir, ya que aquí no se puede porque siempre hay cosas que hacer. Pero el deseo es tan empecinado que hace fuerza, igual. Sólo que el movimiento de tracción, sostenido, que no cesa, que no debe cesar, transforma el movimiento. Puede desviarlo en busca de un atajo que

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adelante para el costado cuando todavía estoy atrás. En consecuencia, tanto atrás como adelante, escribir quedará marcado por el drenaje de energía puesto en propiciar la ocasión, aguardarla, saber darla por perdida y volver a propiciar el momento de escribir, es decir, de echar cuerpo. No habrá tema que sea más suyo que ése. Ni avance de una página sin marcha atrás. Vuelvo al principio. Escribir es una finalidad que se transforma antes de ejecutarse porque las demoras, sustituciones y desvíos de los sucesivos planes de ejecución devoran energía de espera como si esto - perder tiempo haciendo cosas que hay que hacer, en lugar de lo que de veras hay que hacer- se impusiera como finalidad sustitutiva de la finalidad. Si ese esfuerzo por sacarse de arriba los obstáculos que cada día pone en el camino del proyecto de escribir se vuelve carrera de obstáculos, no se podrá llegar a ser quien se es, por el buen camino. Entonces se escribe sobre esa imposibilidad. Por el camino que sea. En ese caso, quizá hasta cambie la dirección del gesto: escribir para volver a lo anterior a todo. A la manada. Para refugiarse del hostigamiento hacia adelante que obliga a andar echando cuerpo a marcha forzada. Ir a echar el cuerpo en el pasto. Escribir en el aire.

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Construir en el polvo cimentar en la lava excavar en el aire apuntalar en punto imaginario sostener la mirada contener el aliento levantar el andamio.


Narrativa 27


Obra plรกstica Sandra Petrovich

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AL DESPERTAR Margarita Heinzen

Yacía boca abajo en el lado izquierdo de la cama. Un dolor suave me oprimía la frente apenas, casi sin molestar, pero estaba ahí como una presencia invisible y un recuerdo imborrable de la noche anterior. La cabeza, de lado, miraba hacia el borde de la cama. Intenté abrir los ojos, pero uno de ellos permanecía aplastado contra la almohada. Sólo logré entreabrir el izquierdo. La luz entraba por la ventana y al filtrarse por la cortina, acariciaba los objetos en tonalidades verdosas. Con los dedos de la mano que tenía cerca del rostro aparté el pelo que me impedía definir la visión de lo que me rodeaba. Con un solo ojo me faltaba profundidad para ver los objetos. Demoré unos segundos en regular la distancia. Me di cuenta que no sentía mi brazo derecho. El cordón que recorría el borde del colchón se me metía dentro de la boca y sobresalía como una colina casi hasta la nariz. Veía la pared verde. Apenas un área de unos metros desde la altura de mis ojos hasta el piso de mosaico veteado. ¿Es verde o la vuelve verde la cortina?, me pregunté con extrema lucidez, considerando mi estado general. Apenas reconocía el entorno. Había una radio sobre un banco. Apagada. Los parlantes le daban marco a un insecto que, parado en el borde, me cuestionaba sobre los excesos de la noche anterior. Un pozo oscuro profundizaba en mi cabeza al intentar recordar. Moví los músculos del rostro buscando liberar a la visión mi ojo derecho. Al mover la cabeza la leve molestia se volvió una puñalada en el medio de la frente. Volví a apoyar la cabeza en su sitio, cerré los ojos intentando que todo volviera a su eje y los abrí de nuevo, lentamente. Miré hacia el piso, hacia el lado inferior de la cama. El borde del colchón se interponía en un primer plano. Por detrás, un cable naranja asomaba debajo de una camiseta blanca tirada en el piso. Su silueta mostraba el descuido con que había sido sacada y por la boca del cuello aparecía un enchufe marrón con dos dientes

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de cobre que me increpaban. El cuerpo de la serpiente naranja permanecía arrollado entre el extremo más alejado de la alfombra y la pared en la que se recostaba la radio con parlantes en panal. Entre brumas recordé el cuarto de hotel, el viaje en bus. Pero no más. Quise tragar saliva y la sequedad de la boca dejó el gesto sólo en un amague. Sin moverme, continué inspeccionando el ambiente que comenzaba a reconocer bañado por la luz del amanecer. Cerca de mi cabeza, tanto que no lograba abarcarla en su totalidad, una alfombra azul con dibujos geométricos color crema servía de base a una sandalia invertida. La suela hacia arriba tenía un papel blanco de chicle o de cigarrillo pegado en el taco. Parecía húmeda de caminatas pero no pude recordar si la noche anterior había llovido. A su lado un grueso cordón violeta enrollado sonreía en una mueca de payaso. Identifiqué el apremio en mi bombacha. Moví los ojos hacia la parte superior de la cama. El vértice de la mesa de luz me acusaba como una lanza a punto de penetrar en mi cabeza. La luz que entraba rebotaba en dúo entre la superficie de la mesita y el vidrio del despertador. Entrecerré los ojos. La lengua reseca se impregnó de un gusto amargo. No sentía el brazo derecho que estaba hacia atrás de mi cuerpo. Intenté moverlo pero no pude. Un apéndice inerte se extendía más allá del hombro. Abrí de nuevo los ojos y recorrí la pared verdosa, perlada por grumos de pintura y mosquitos aplastados. El cadáver del que quedaba a la altura de mi vista estaba pegado con restos de sangre de su última comida. No había cuadros en la pared. Volví a buscar con la vista el extremo inferior de la cama. Mi rodilla en primer plano reposaba sobre el borde de madera. Detrás de ella veía el armario abierto en una hoja de su puerta. De un cajón balconeaba un corpiño de encaje. Intenté mover el brazo derecho y sentí que lo recorría un hormigueo. Me dolió como un remordimiento. Estiré la pierna y dejé de ver la rodilla en primer plano. Entonces rocé otra piel. Un hueco se me abrió en el estómago y se inundó de todos los gustos del amanecer. El hormigueo del brazo me recorrió la espalda y llegó al talón. Intenté deslizar mi pierna de nuevo y de nuevo rocé un pie que no era mío. El corazón se me atragantó. Quise incorporarme pero el cerebro rebotaba dentro de mi cabeza y no pude. Cerré los ojos con fuerza. No sentía el brazo derecho y cada vez que intentaba girar me tironeaba hacia abajo como un ancla de condenado. El brazo había quedado aprisionado y perdido la circulación. Cambié de movimiento y sólo cinché hacia mí para aflojar la presión. Mil agujas atravesaron la yema de los dedos y un dolor amargo se fue extendiendo por el músculo. La onda de calor desde la mano hacia el hombro lo fue reviviendo. Me concentré en ese dolor para volver a sentir cada célula, cada fibra. Logré deslizar el brazo por debajo del peso que lo aplastaba. Entonces giré. Un individuo que nunca había visto dormía a mi lado boca arriba, tocado por la luz de la mañana que entraba verde a través de la cortina de la ventana de aquel cuarto de hotel.

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¿DÓNDE ESTÁ EL CUADRO? María del Carmen Aguado

No sé cómo ponerlo. Desde que me lo contó he pensado mucho en esta historia. Sin embargo han pasado meses y ahora que finalmente me siento a escribirlo, se me escapa, como si se redujera a un episodio fugaz, una especie de epifanía o quién sabe qué, un momento decisivo, ciertamente, pero sin la carnadura que una narración pide. Fue así: el padre de Pablo, mi confidente, era artista plástico. En su juventud, hizo el viaje que tantos latinoamericanos emprenden, si pueden, en busca de siglos de creación en Europa. Ya en Madrid, empezó la recorrida del Museo del Prado. Cuando llegó a Las meninas, se quedó. En lugar de seguir a otras salas, a otros museos, Velázquez lo dejó clavado frente a La familia. Cuando el conserje avisaba que el Prado cerraba, nuestro artista se iba, pero al día siguiente retornaba para pasar allí la jornada entera. Y así. Hasta que una tarde el mastín del cuadro levantó la cabeza y echó hacia atrás una de las patas delanteras, como para incorporarse. Nuestro pintor quedó paralizado. Le tomó unos instantes reponerse y correr hacia La Castellana. Me estoy volviendo loco, pensó. Solo esa idea durante toda la noche. Me estoy volviendo loco. Al día siguiente, reunió los pocos bártulos que tenía en la pensión y se volvió a Uruguay.

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Ya está. Esa es la historia, que además me contó Pablo como para ilustrar la pasión de su padre por su arte, por el arte, que en cierta forma dejó a la familia del pintor un poco relegada, fuera de ese mundo que sorbe los sesos del creador, aunque no en dirección a la locura, por lo menos en el caso de nuestro artista, que fue un hombre centrado como el que más. A pesar de que lo contado llegó a mí de segunda mano, creo acordarme bien de cómo el pintor transmitió a su hijo lo vivido. Fue más o menos así: Me iba al Museo del Prado todos los días y tomaba notas y a veces hacía bosquejos, pero sobre todo, contemplaba. La luz y la sombra. En la luz, la Infanta Margarita, a punto de tomar el jarrito rojo que le ofrece, solícita, una de sus meninas, María Agustina. Al otro lado de la niña está otra menina, Isabel, cuya cara aparece en parte iluminada. La semipenumbra que envuelve la mitad del rostro de Isabel crea un cierto misterio en su mirada, que sin embargo se revela serena. Tanto la Infanta como Isabel y la enana que se encuentra a su lado, miran al frente hacia el espectador del cuadro. Al tiempo que observaba, dirigía preguntas y comentarios al pintor que, claro, no me respondía -Y tú, Diego Velázquez, a la izquierda de la escena, te guardaste recatadamente de la luz para mejor reflexionar sobre lo que estás pintando, paleta en una mano y pincel suspenso un segundo en la otra. Pero la oscuridad no es tal que no se pueda percibir tu pensamiento; mejor, tu decisión sobre los problemas que te plantea el gran bastidor que enfrentas. El cuadro dentro del cuadro. ¿Qué estás mirando? ¿A tus modelos, los reyes, según nos revela el espejo colgado en el fondo de la estancia que representas? ¿O al indudable espejo en que veías infanta, meninas, enanos, mastín, cortesanos, y a ti mismo? ¿O me miras a mí y me incluyes en la obra? Como dijo, certero, un entendido, ¿Dónde está el cuadro? Diego Velázquez, fuiste mucho más allá de lo que tu maestro, Pacheco, cumplió de acuerdo a lo que su contrato obligaba, en aquello de enseñar su arte “bien y cumplidamente, según e como vos lo sabeys, sin le encubrir de él cosa alguna”. Y por cierto Pacheco, como nosotros, hubiera quedado desconcertado de haber visto la manera cómo tomaste su consejo de que lo pintado debe salir del cuadro. Sale del tuyo por un espejo lo que se supone materia central de la tela que tienes delante. Sus majestades han sido en cierto modo enviadas fuera de su tiempo; están para siempre donde yo estoy ahora, contemplándote a ti, mirando el arte y sus múltiples esferas.

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Las conversaciones con los reyes en las que explicarías lo que intentabas hacer, podrían haber sido un tratado de pintura. Y lo aceptaron. Todo te fue permitido. Gozaste de algo que pocos artistas logran: la comprensión de su tiempo y los medios para dar forma a la idea. Una y otra vez volví y quedé inmóvil frente a la tela. Algunos días estudiaba la perspectiva aérea, la luz que entra por la puerta del fondo que el hombre ha abierto; otros me embelesaban los detalles que convierten la escena en una instantánea: la oferta del jarrito, la mano adelantada de la niña, la inclinación de Isabel Velasco, el pie diminuto del enano Nicolasito sobre el lomo del perro echado. Cada vez me miraban más el pintor, la Infanta, la menina y la enana. Tanto me miraban que yo ya iba a la sala como quien retorna a casa. Llegaba al Prado y me ubicaba entre los míos. También había días difíciles, cuando el espejo del fondo me recordaba a los reyes, usurpadores de mi lugar. Además había otros visitantes, muchos y locuaces, en general ansiosos por decir tonterías. Cuando hacía buen tiempo, la concurrencia al Museo disminuía. Uno de esos días pude estar solo frente a la obra más de un rato, aunque en el momento que sucedió había por lo menos dos personas más. Mis ojos seguían los pliegues de las ricas telas, las mangas acuchilladas de los vestidos, la complicada ornamentación del cabello de las jóvenes, cuando el perro levantó la cabeza, no de golpe sino lentamente, al tiempo que deslizaba una de las patas delanteras hacia atrás, en ese movimiento perezoso de los perros que han estado en reposo largo rato. Una fracción de segundo antes de que el terror se colara en mi sangre, mi reacción fue avisar: ¡Ojo, Nicolasito! Te va a tirar. Ahora que su padre ya ha muerto, Pablo añora hasta aquella lejanía del pintor que estaba sin estar. Tal vez pasaba a regiones donde los demás, por propia incapacidad y no por haber sido abandonados, nunca pisaremos. Querríamos desentrañar los mundos en los que otros circulan libremente. Y estos otros se afanan por llevarnos a sus territorios. Seguiré buscando la forma de decir lo que el artista experimentó. Pero, ¿dónde está el cuento?

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UN MES DESPUÉS Lucio Muniz La puerta se abrió dejando al descubierto el apartamento luminoso. En el aire flotaba “eso” que queda; algo dominante que es mezcla de recuerdos unidos a una sensación de ausencia-presencia. “Eso” que nos hace dar vuelta y mirar tal si fuéramos observados, como si desde algún punto de la pared o algún mueble, alguien espiara. Miré hacia los rincones buscando encontrar unos ojos y a la vez deseando que no aparecieran, que quedaran enviando los rayos lentos e invisibles de su mirada sin chocar con la mirada mía. Al cerrar la puerta, creí que estaba a merced de ese “algo”, y la sugestión, de la que era consciente, me paraba en la mitad del “estar” sin intentar asomarme a los cuartos, a la terraza o la cocina, al ventanal espacioso que daba a la calle, donde la vida andaba en los pasos de la gente y en altas arboledas que el verano se encargaba de pintar, en jardines en que las flores mecidas por la brisa, regalando colores y forma parecían sonreír. Yo anteriormente había tenido la experiencia por la que estaba pasando ahora, sintiendo una intranquilidad que parecía concentrarse en los nervios que se adueñaban de mi cuerpo y de pronto se instalaban en mi estómago. (Años antes, cuando llegué a casa luego de haber sepultado a mi padre, al entrar esperé ver su figura, porque en algún lado debía estar y de cualquier forma: parado, sentado leyendo, sonriente o grave, pero allí, enfrentado a mí que por vez primera e inútilmente trataba de rescatarlo. Y recuerdo que mis pasos hacia donde primero se dirigieron fue al dormitorio, y allí encontré la cama tendida y vacía, el ropero y la cómoda con las maderas algo brillantes y quietas, iluminadas por la lámpara que yo había dejado encendida durante toda la noche, en un intento de homenaje mínimo que era también una forma de eludir las tinieblas. Pocos días antes había escuchado desde allí en la madrugada el quejido de papá, que ya con un infarto, en lugar de llamarme trataba de resistir el dolor para no despertarme. Luego vino la internación, las idas y venidas, los turnos para la compañía del enfermo y las noches en casa, donde yo inocentemente creía que haciendo ciertas cosas podía alargarle la vida. Sobre todo, recuerdo una de esas noches en que ya acostado y sin poder dormir, me levanté, abrí el estuche y tomando en las manos la guitarra, le aflojé todas las cuerdas que estaban envejecidas, porque yo temía que si alguna reventaba cesarían los latidos de mi padre, ya que él estaba ligado a ella desde muchacho y era a través de la música que desnudaba el alma descubriendo su sensibilidad. Aflojadas las cuerdas sentí alivio, como si con aquel acto sencillo lograra aplazar lo inaplazable y alargar su vida que -como las cuerdas- pendía de un hilo delgadísimo próximo a reventar). Recordé la última tarde en que estuve en la sala, cuando apenas empezaba la comunicación con ella, mujer cordial, que colaboraba con instituciones sociales por razones humanitarias y que hacía lo mismo con los familiares, ya que tenía su vida

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resuelta en apariencias. Y digo en apariencias, porque pese a mi escaso conocimiento de ella, adivinaba su enorme soledad, a la que habría contribuido el estado de soltería voluntaria vivida mientras estuvo en la tierra, con la esperanza religiosa de encontrar en otro mundo los favores de un desconocido Dios. Yo tenía la seguridad de que íbamos a entendernos, a ser amigos, a llamarnos y salir juntos con mi mujer, su sobrina, que era la que alimentaba mi simpatía por aquel ser. Miré los objetos dispuestos prolijamente sobre distintos muebles. Todo estaba limpio y en orden. Entré a la cocina y encontré unas pastillas dispuestas en un platillo como para ser tomadas ya, para ayudar a aliviar los dolores que en escasos veinte días la habían postrado en la cama, en la reclusión del cuarto del que con vida ya no habría de salir. Y pensé por qué nadie las sacó de allí, cómo las pastillas quedaron sin causar ningún efecto y bajo la mirada de quienes se las debían administrar. Quizás quien debió dárselas no lo hizo porque pensó -tal como yo al aflojar las cuerdas- que con eso le alargaba la vida, que tenía más posibilidades de curarse sin tomarlas. Y las pastillas estaban allí, con sus formas y colores, con propiedades quizás diferentes, esperando el destino de una boca a la que ya no habrían de llegar. Me deslicé por un pasillo lentamente y me enfrenté con unos ojos que desde una fotografía me miraban sonrientes, con una sonrisa limpia y alegre como la que yo le había visto y que me sorprendía, ya que ella estaba afectada de una enfermedad terminal. Luego me enfrenté a otra, que según mi mujer era la de su tía en tiempos de juventud, y que asocié de inmediato con otras fotos que había antes visto, en las que se repetía la lozanía de aquel rostro de muchacha joven y hermosa, llena de vida surgiendo de todos sus poros. Desde la puerta del dormitorio vi la cama en la que había expirado; me pareció que el aire de la habitación aún conservaba su aliento y me quedé parado, no queriendo entrar, porque de hacerlo, creía violar un espacio que le seguía perteneciendo, por lo que el cuarto tenía de intimidad. El espejo, enfrente, me dobló. Luego, al mirar sus aguas, creí verlas moviéndose y trayendo otra imagen que no me pertenecía. Veía una figura esfumada que lentamente se adueñaba de ese espacio. Una figura delgada y alta vestida con un tul de color rosa tenue, moviéndose con lentitud y gracia. Sorprendido, me di vuelta pensando que estaba asistiendo a algo sobrenatural y seguramente que algo se reflejaba en mi mirada y en mi cara porque mi mujer también se sorprendió. Me tomó de la mano para que la acompañara a un pequeño salón en el que había objetos personales que me fue mostrando entre comentarios de recuerdos de su tía y de otros familiares. Allí, entre otras ropas, vi un tul rosa tenue como el recién visto, y lo sentí tibio al tocarlo. Encaminándome a la puerta del dormitorio miré al espejo y la figura estaba allí: joven y fresca en su total desnudez. Pese a que no hablé mi mujer mirándome con sorpresa habló de irnos, aduciendo que me notaba visiblemente alterado. Bajamos por el mismo ascensor por el que el féretro, en una situación surrealista, había sido sacado en forma vertical. Afuera sucedía la tarde veraniega, intensa de calor. De regreso a casa íbamos callados. Yo sentía con fuerza que me acompañaba otra presencia. Llegamos. En el perchero, al aire del ventilador, rosa tenue, se agitaba un tul. 27-1-01

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OIDO MUSICAL Mabel Altieri

Pero entienda que nunca lo había visto! Le juro que solamente lo había oído! Déjeme explicarle comisario. Yo estaba de espaldas al comedor, en un corrillo de gente que como yo, habían tenido que emigrar y nos juntábamos por primera vez para intercambiar nuestras experiencias personales. Así que atropelladamente, se superponían las voces y ninguna conversación era un verdadero relato. Las voces, risas y hasta lágrimas, se entrecruzaban en aquel restaurante donde aguardábamos una mesa. En medio de ese zumbido de alborozo colectivo, una VOZ -más bien el timbre de ellame transportó a otro lugar en un segundo, sin poder determinar cuál era, porqué y a quien, me recordaba ese timbre de voz. No identifiqué hacia dónde me llevaba en el recuerdo y lo desestimé, para seguir con abrazos, alegrías y llantos. “Será la de algún profesor” pensé, mientras devolvía efusivos saludos y marcábamos sentidas ausencias. Quizá me “sonará” de cuando cursé el liceo en mi barrio, porque preparatorios apenas los comencé debido al éxodo forzado de toda mi familia…. Quien sabe… Pero era tan sentido y hondo el recuerdo! Y de pronto, LA RISA. Una risa amplia, fuerte, burlona, casi prepotente, me hizo dar vuelta la cabeza hacia el sonido. No distinguí a nadie, ni próximo ni lejanamente conocido. Ya no se oía ni el timbre de aquella voz masculina, ni los tonos de la risa y francamente los rostros que veía en el establecimiento, me eran completamente desconocidos. Ninguno correspondía, ni aún envejeciéndolos, al de algún profesor de cuando fui al liceo…. En las mesas, mujeres muy bien vestidas eran las que estaban contando algo o replicando lo dicho, sin escucharse! Ningún hombre hablaba o reía.

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Me extrañó un repentino dolor estomacal y abandoné la copa de vino y el canapé de pescado, que nos ofrecieron mientras esperábamos turno de mesa. Temí un ataque hepático que -junto con los cólicos nefríticos de mis riñones debilitados desde el exilio- no me habían abandonado. Una indomable inquietud -típica de los cólicos nefríticos que tan bien conocía- se había apoderado de mi y no me permitía atender la charla de mi grupo. Me había tensado como una cuerda mojada, en total alerta, mi cuerpo y mi memoria -que parecían haberse separado de mi y pensar por si solos- prontos a escuchar aquella voz o aquella carcajada. Y sonó otra vez. Convulsiva, entrecortada, pero felizmente -o no- lo suficientemente prolongada como para que esta vez, al darme vuelta hacia el sonido, pudiera ver al emisor. Y aquel sonido, tomó cuerpo ante mis ojos... por primera vez! Si!! No cabían las dudas, “tenía que ser ÉL.” Un hombre maduro, alto, canoso, de físico trabajado -en una mesa donde ya comenzaban a servir los postres- echaba hacia atrás la cabeza, sacudido por aquella risa -que tan dolorosamente yo conocía- retorciéndose de placer y de alegría, ahora casi tanto como en el pasado, pero para mi por fin hoy, esa voz tenía un rostro. Ahora reía casi tanto como en el pasado. Era sin duda… LA VOZ, LA RISA. Mi grupo se esta moviendo hacia una mesa ya vacía, menos yo, que desprendiéndome del brazo que me llevaba y casi en trance, hipnotizada, sorda a todo sonido que no fuera el tañir burlón de aquella carcajada, la quebré de un solo golpe con el tenedor de trinchar que se aprestaba a usar un asombrado maitre de la mesa contigua. Yo, exhausta y sudorosa, dejé caer mis brazos a lo largo del cuerpo -contemplando al fin- el cierre de mi historia más horrenda. Le juro comisario que no sabía su nombre, ni nunca lo había visto, pero la memoria del dolor no se equivoca. Nunca supe sus nombres ni los vi. Siempre estuve encapuchada… Hasta cuando tuvieron que sacarme uno de mis riñones que estaba inutilizado por los golpes, me operaron encapuchada, dejandome agujeros en la capucha, solamente para la nariz y la boca. Pero sabe, traté de mantener -no se cómo- el fino oído de mi padre músico, así que “cuando lo oí, sabía que lo conocía”.

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“UNA FORMA DE MORIR” Glenia Eyherabide

El primer signo vino del mar. Rígidos, de ojos atónitos, vomitados por el agua de su propia vida, los peces comenzaron una mañana a cubrir la bahía. En el desespero del último aliento, encallaban a lo largo de la costa como caracolas y allí se pudrían bajo la furia del sol. El segundo fue el de los pájaros, cayendo como escupitajos de cielo con los ojos reventados. El tercero, el de los gatos súbitamente ciegos, errando hasta despeñarse en los acantilados como si fueran perseguidos por demonios. El cuarto, el de los perros y cerdos enloquecidos hasta que hubo que matarlos para salvarse. El tiempo había pasado a ser un instante y los habitantes de la isla colgaban de él envueltos en una melaza de miedo. Arrebujados en el pasado, pensaron que aquello era una pesadilla más, la aceptaron, y con su milenaria paciencia se atrincheraron en la nada, calmando sus vísceras con lo que fuere para esquivarle a la muerte. Algunas noches, un vestigio de aire oceánico entre la podredumbre les adivinaba la vida que andaba alrededor. Esa certeza los ilusionaba. Pero algunos comenzaron a morirse a plazos ante el pavor de la llegada de nuevos signos. No tuvieron mucho que esperar. Las ratas irrefrenables salieron a hurgar entre peces y pájaros muertos como si corretearan por los techos y terminaron despanzurradas por callejas y baldíos. Fue el quinto signo. Los habitantes del lugar decidieron llamar al Consejo de ancianos, el de las certeras respuestas. Fue en vano. El más sabio de todos dijo: “Un puñado de hombres en una isla remota es ajeno a esto. La causa está en el otro. Son los otros”. Se resignaron a esperar en medio de una calma letal, con la sospecha de que esa era la vigila de lo peor. A la mañana siguiente, los desechos marinos fosforecían en forma extraña y a los pocos curiosos que osaron tocarlos se les adormecían las manos por horas a causa de la quemazón. Fue el sexto y último signo. El mal había llegado a los hombres. Una niña de cinco años que jugaba con su muñeca de trapo cayó de pronto entre vómitos y se le paralizó el cuerpo en horas hasta dejarle apenas una mueca al expirar. En cascada, fulminantes, las muertes fueron aumentando. Pero era extraño, no

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había contagio. Llegaron al fin los expertos de las otras islas, del continente y de todo el planeta. Se entabló una lucha cuerpo a cuerpo contra la dolencia desconocida. La isla de Minamata pasó a ser una celebridad. El tiempo corrió, quizás voló y la vida también volvió, empecinada. Un día les llegó la noticia. “Nunca existió una enfermedad. El agua era la muerte. Ella la traía.” El veredicto final de los tribunales condenaba, además, a la fábrica vecina que había estado arrojando durante treinta años cuatrocientas toneladas de contaminantes al mar. El saldo de la tragedia fue de miles de muertes, cientos de miles de afectados, minusválidos, retrasados mentales, seres en estado vegetal. El más sabio de los ancianos de la isla había tenido razón: la causa estaba en el otro. La indemnización, tardía e insuficiente, no resucitó a los muertos ni sanó a los vivos ni canceló la memoria de los que quedaron. A cuarenta años cumplidos de las primeras muertes, el caso se cerró. La otra historia - la verdaderano se ha olvidado. Va y viene, viene y va, entre las imágenes pétreas de los primeros peces muertos y la de una niñita a la que no le alcanzaron los días para entender qué cosa era la palabra “muerte” que los mayores no se cansaban de nombrar. (Segundo Premio del Concurso “Yasunari Kawabata”. Santiago de Chile. Nov. 2010)

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EDELMIRA DOS SANTOS Ada Vega

Aún parece andar su figura espigada por las quietas calles del viejo barrio. Tan pulcra, oliendo a jabón de coco. Tan digna y alegre, tan pícara y sagaz. Edelmira dos Santos era una morena clara, nacida por la frontera, criada en Melo y venida a trabajar en Montevideo, siendo una niña. Vivía sola, en un ranchito a dos aguas forrado de madera junto a unos álamos, al final de una calle cortada. Tenía una gata de amarilla y un perro zanguango medio blancuzco, que pasaba durmiendo al sol y que nunca pegó un ladrido. Edelmira hacía limpiezas por hora. Y sabía limpiar. Era seria y responsable. De confianza. Por eso nunca le faltó trabajo. Y aunque hablaba un perfecto español, cuando se enojaba, maldecía en portugués. Un día don Gabino Gonzaga que había quedado viudo hacía un par de años, la llamó para que hiciera en la casa una limpieza general. El hombre desde su viudez andaba perdido, mantener la casa limpia y ordenada era demasiado para él. Ya no cuidaba su jardín, ni limpiaba las jaulas de los pájaros por la mañana, como lo hacía en vida de su mujer. Según él mismo decía: no tenía un por qué. Edelmira llegó de mañana temprano, entró por la cocina y se puso a ordenar. Lavó cortinas, pisos, ollas, puertas y a las cinco de la tarde terminó. Dejó la casa como un sol y le dijo a don Gabino: -Esta casa está precisando una mujer. -Y quedate. Le dijo don Gabino.

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-¿Cómo es eso? Le contestó ella. -Y, podés elegir – le dijo él – te quedás con cama en la pieza del fondo y te doy cien pesos por mes y la comida, o te quedás en mi cama y te doy mi jubilación. La mulata puso los brazos en jarra, tiró la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada que retumbó en el barrio entero. Y riéndose salió de la casa de don Gabino, sin contestar. Aún reía cuando llegó a su ranchito, puso una sábana limpia sobre la cama, juntó su ropa, ató la sábana con dos nudos cruzados y se la enganchó en el brazo izquierdo. Levantó a la gata con el derecho, despertó de una palmada al perro, cerró el ranchito, y entró en la casa de don Gabino por la puerta principal. Don Gabino tomaba mate en la cocina, la vio entrar, ir a su dormitorio y sobre la cama matrimonial dejar su atadito de ropa. Cuando volvió a la cocina él le ofreció un mate, ella lo aceptó y él le dijo: -Cebalo vos. -No señor –dijo ella – siga cebando usted, que yo voy a empezar a preparar la cena. Al principio los vecinos no entendían muy bien cómo era la cosa entre don Gabino y Edelmira. Ellos no soltaban prenda. Así que sólo se hacían conjeturas. -¿La habrá agarrado de mujer? –decían algunos. -No le veo uña pa’ guitarrero –decían otros. -Debe estar con cama. Y por esas quedó. Don Gabino, que ese invierno tuvo quien le calentara la cama, le entregaba la jubilación a Edelmira, como se había acordado. Salvo algunos pesos, pocos, como para los cigarros y para tener en el bolsillo por cualquier eventualidad, porque hombre sin cigarros y sin un peso en el bolsillo, ¡es inaudito! peor que andar desnudo. ¡Peor! Edelmira manejaba la plata de don Gabino mejor que si fuera de ella. Primero separaba los gastos fijos: la luz, el agua y El Día, que el diariero lo dejaba por mes. Elegía en la carnicería el mejor cuadril para los churrascos del hombre, la verdura de hoja más fresca, la mejor fruta. Se hacía un lugarcito en la tarde, y se escapaba hasta el Paso del Molino y le compraba medias, calzoncillos, algún buzo de lana, pañuelos. Y don Gabino empezó a andar con las camisas almidonadas y los pantalones planchados. A cuidar el jardincito y limpiar las jaulas de los pájaros. Una tarde Edelmira le compró en la tiendita del barrio una camiseta y unos calzoncillos largos de abrigo, de los que hacían en Martínez Reina, gruesos y afelpados. Don Gabino le dijo que ni soñara ella que él se iba a poner esa ropa de viejo. Que iba a parecer un loco y que qué se pensaba ella, o acaso no sabía muy bien que él estaba en muy buena forma y tenía cuerda para rato. Edelmira le contestó que la única que lo iba a ver era ella, y que lo prefería abrigado y sano y no de slip como un muchacho, pero enfermo y muerto de frío. Don Gabino se puso los calzoncillos largos.

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Una tarde, ya hacía tiempo que vivían juntos, don Gabino le dijo: -El lunes es día de pago en la Caja, quiero que vengas conmigo así te comprás ropa y zapatos. -¿Y para qué quiero yo ropa y zapatos nuevos? -Porque quiero que vayamos una noche al cine o a dar una vuelta por el Centro. Cuando al lunes siguiente, salieron para la Caja de Jubilaciones, iban los dos del brazo. Don Gabino saludó a los vecinos: -Buenos días. Ella iba muerta de risa. Y los vecinos entendieron: ¡tenía uña, sí! Esa noche Edelmira estrenando vestido, medias de seda y zapatos con tacón, se fue al cine con don Gabino, muy elegante en su traje gris. Para el segundo invierno que pasaron juntos don Gabino se enfermó de una gripe muy fuerte, que lo mantuvo cerca de un mes en cama. Ella lo cuidó más que una enfermera. Mientras se recuperaba el hombre pensó que si él se moría, ella quedaría en la calle. Conocedor de los quilates que calzaban sus sobrinos daba por seguro que no tardarían ni veinticuatro horas en decirle que se fuera, para luego pelearse entre todos por los cuatro ladrillos de la casa. Así que en cuanto estuvo en pie la primera salida que hizo fue para apuntarse en el Registro Civil, a fin de contraer matrimonio con Edelmira. Nadie en el barrio supo del casamiento. Sólo al final, y por casualidad, se enteraron que Edelmira era la esposa legítima de don Gabino. No alcanzaron a vivir diez años juntos. Faltando unos meses don Gabino se enfermó. Después de una intervención quirúrgica muy importante, vivió sólo un par de meses. Murió tranquilo en su cama, acompañado por Edelmira que empezó a llorarlo mucho antes de su partida. Don Gabino conocía bien el paño. La misma noche del entierro llegaron los sobrinos con un camión. A cargar todo lo que les podía servir y a echarla a ella a la calle. Que no fuera a pensar que iba a quedarse de dueña de casa, que ella era sólo una sirvienta, así que, juntara su ropa y… Edelmira no abrió la boca, fue hasta el dormitorio y volvió con un sobre grande. Sacó la Libreta de Casamiento, y unos papeles con los títulos de la casa a su nombre, con su firma, la de su marido, autenticado por escribano público, más timbres y sellos. Se fueron dando un portazo. El perro zanguango, blancuzco y viejo, les ladró hasta que arrancaron. Primera vez.

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CUATRO SENTIDOS María Cristina Grela Era el 23 de agosto de 2006. El viento eclosionó en las ventanas y en mis oídos como nunca antes recuerdo. Me senté en la cama a escuchar noticias y a esperar la calma. De repente cuando casi dormía, un golpazo en la puerta y gemidos me alertaron. Quise saber de que se trataba y una voz joven dijo: _Disculpen: creo que, me caí sobre su puerta, perdí el ómnibus y, si me permiten, espero aquí que pase el temporal. Mientras manipulé la llave para abrir, dije: _de ninguna manera, pase, que la noche está endemoniada. Abrí la puerta con fuerza para que el huracán no la arrancara. Se prolongó el silencio hasta que le dije que entrara. Lo hizo y cerré con llave y el pasador de hierro. La invite a secarse y tomar un té caliente. Yo iba adelante en silencio y le señalé la derecha para que encontrara el sillón grande. Su perfume de rouge y la ropa mojada olían a maravillas. La sentí deliciosa. Cuando entendí que me miraba le dije que no temiera que ya traía toallas, el té caliente y algunos panes de ayer con un queso casero que me vende la vecina. Volví con las tazas, la tetera llena y caliente, azúcar y un toallón bien grande. Ella estaba parada de espaldas, tal vez mirando los cuadros, los adornos, las plantas y el viento por las ventanas. _Señor, me dijo, tal vez no hay próximo ómnibus. En cuanto mejore el tiempo, vuelvo a mi casa. Estaba en camino a la combinación que me lleva al trabajo todas las noches, pero la calle está imposible de transitar. _Tiene usted razón pero esto parece demorarse. No tengo ningún apuro y si le parece, podremos conversar en esta madrugada penosa. Hubo un silencio, pero ella volvió a sentarse. Tomamos la gloria del diálogo mientras saboreábamos un té de limón, pan y queso y otros dulces raros. Duró la tormenta mientras ambos compartimos historias y las nuestras propias y el sillón se fue arrellanando cuando los cuerpos se acercaban al medio hasta sus límites. Al final, comenzamos a reírnos de cuentos y vidas. Ella se fue cuando el sol salía y el viento todavía guardaba sus bríos. Prometió volver. Sentí durante las horas siguientes cómo una emoción me abrazaba tal cual un oso, tibia, cálida, envolvente, excitante y desorientada. No tenía ni su teléfono...¿Había sucedido? No bien tocó la puerta a la misma hora del estampido del viento de ayer, me apresuré a abrir. Después de un instante de silencio, extendí los brazos y nos hicimos nudo tibio que

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apenas nos permitía llegar a nuestro ya amigo, el sillón del living. Mientras el olor a ella y su rouge calaba en todo mi ser y en mi sexo, percibí enseguida su respuesta de abrazo, caricias y entrega. Si bien ambos somos grandes, el sillón soportó heroicamente aquel primer encuentro amoroso y profundo.

Me despierto como hace 38 años, transformando el sueño en conciencia de que estoy vivo y echando a andar. Un estertor pone mi cuerpo en alerta de un nuevo día y a mis ideas a pensar y saber quién soy y qué quiero. Tanteo con mi mano izquierda la cama. Las sábanas todavía están tibias del calor de Amanda que dejó estampadas las arrugas de su cuerpo. La manta hacia atrás me dice que no está aquí, pero, seguro, debe andar por la casa. Tengo dentro de mi todas las sensaciones de una intensa jornada de amor y sexo. Su cuerpo recorrido, voluptuoso, tierno, sus senos grandes y piernas rollizas entre las que encontré la magia de su sentir caluroso que me dejan concebir la idea que estuve recorriendo sus entrañas, su ser ella, para expresarle todo lo que mi potencia y placer me permitieron. El perfume del sexo de Amanda me penetra y obsesiona. Puede liberarme hacia los más recónditos deseos de fusión y alianza de aquí hacia el futuro. Esas jornadas amorosas sin tiempo y con espacio para ambos son una sensación que no había encontrado antes y qué, tal vez ahora, puedo asociar a otras vivencias de felicidad que tuve en mi vida. Ella me ve y me ama. Yo la siento y la adoro. Puedo decir por ambos que somos felices y quisiera que este tiempo se detuviera así. Ahora el aroma del café me llega y me indica que está en la cocina preparando el desayuno con tostadas de pan de ayer. Me incorporo, busco mi camiseta, me cubro con un abrigo suave que llega a las rodillas y ato la cinta adelante. Me calzo unos zapatones sin talón. Me levanto y desenvuelvo el cuerpo y me estiro para llegar con las manos casi al techo. Advierto que hace frío cuando toco el vidrio de la primera ventana. Está helado. Seguro que no hay sol, froto mis manos entre sí y sigo mi camino. Me traslado con total comodidad en la casa de espacios y rincones conocidos, paredes lisas o rugosos objetos. Ahora ansioso por encontrarla, olerla, saberla cerca, la oigo acercarse, la huelo cuando está ya conmigo y, nos fundimos en el primer abrazo de hoy, cálido, perfumado, apasionado y suculento. Nos sentamos a desayunar. Conversamos mucho, nos reímos de los recuerdos recientes, de los sueños, de los ruidos y hacemos bromas. El café con leche delicioso pide una segunda taza, las tostadas y el dulce con queso casero fueron los complementos ideales para comenzar esta jornada. Amanda corre de un lado a otro de la casa aprontándose para ir a su trabajo. Se ríe, se baña,

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se perfuma y me habla. Yo me visto para hacer lo mío en casa. Llega mojada a mí y me abraza bien fuerte de atrás como dicen que hacen los osos. Ella sabe que me gusta, me siento protegido y me recuerda los abrazos de mi madre. Se recuesta luego en mi hombro y comienza diciendo que está feliz y que quiere decirme algo. La tensión se cruza en mi espalda. En un momento miles de ideas no encuentran luz en mis sombras. Ella me entiende sin palabras y enseguida me acaricia, me tranquiliza y dice:_¿Sabés Abel que tengo un atraso? ¿Te acordás que la fecha era hace cuatro días? Un silencio precede al estallido de mi cuerpo desde el corazón hasta el último rincón de piel. _¡Yo también estoy muy feliz amor!... y la abrazo muy fuerte mientras ambos buscamos los ojos del otro para enjugar algunas lágrimas que recorren los rostros tibios para enfriar tantas e intensas emociones. _Qué bendición nos ha dado la vida!, me dice y ambos nos hundimos en el sillón testigo para disfrutar de nuestras más profundas alegrías. Comencé con recomendaciones de hombre asustado y embarazado. Ella carcajea y se va dejando en el aire su perfume y el del rouge de sus labios. El ómnibus pasará en cinco minutos. Ese trabajo la espera cada noche. Volverá extenuada, maloliente, con dinero y a dormir. Quedo en silencio, enrollado en mis pensamientos, recorriendo proyectos y la vida juntos. Seguí todas las horas imaginando y fantaseando el hijo, su futuro y el nuestro. Terminé la pieza de yeso. Esta vez era un aljibe sin cuerda y con flores. Aún con miedos, la única pena que sentí fue la de la ausencia de mi madre muerta hace un año. Ella ya no podría tocar, saborear, escuchar risas y llantos de su nieto para ser la abuela más feliz del mundo. Estoy seguro le enseñaría por experiencia propia, como lo hizo conmigo, a ver desde lo más profundo del ser, aguzando los cuatro sentidos y por los otros ojos, los más profundos del ser, y qué alguna gente se pierde en muchas esencias de la vida. ¿Podría pasar algo más? Cristina Grela, junio 4 de 2013


LECTURA DEL QUIJOTE EN GUANAJUATO Hiber Conteris Una ciudad es como una mujer: una vez que desaparece su misterio se torna monótona, reincidente y predecible. Guanajuato, estado de Guanajuato, México, me resultó así. Al cabo de tres días de caminatas por sus calles empedradas y sus túneles no me quedaba rincón o callejón por descubrir. El misterio de Amanda, en cambio, seguía intacto, y, contra mi voluntad, parecía acuciarse cada noche, mientras me adormecía frente al televisor y me hundía en la cama del hotel pensando en ella o simplemente imaginándola, tratando de recrear su rostro, su figura, su andar un tanto desgarbado cuando entraba con una precipitación casi adolescente en una de mis clases, sabiendo, además, que después de dormirme todo eso volvería a aparecer en mis sueños. Sin embargo, yo había llegado a Guanajuato con un propósito bien claro, anticipándome en una semana al Festival Cervantino que se realiza cada año a mediados de octubre. Quería aprovechar esos pocos días de relativa calma para investigar las aventuras y desventuras del Quijote y su autor tal como se podían reconstruir ambas cosas allí, en base a los documentos, iconografía y notables ediciones que se conservan en el Centro de Estudios Cervantinos y en un par de museos polvorientos. Porque Guanajuato atesora no sólo todo eso, sino también el Teatro Cervantes, con la estatua del escritor erguida en medio del vestíbulo, y la del caballero de la triste figura y su incondicional escudero en la pequeña plaza, al costado del teatro, las dos rígidas y

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ecuestres esculturas asomándose desde la arboleda, enfrentadas a uno de los tantos empedrados callejones de la ciudad, como si detrás de la primera esquina o debajo de uno de los arcos que introducen a las galerías subterráneas de la ciudad fueran a aparecer los galeotes, molinos, o cualquiera de los desalmados yangüeses que trastornaron el cerebro del caballero andante. Amanda, en principio, nada tenía que ver con Guanajuato, Cervantes ni el Quijote, excepto por el hecho de haberse inscripto en el curso sobre el Siglo de Oro español que yo habitualmente enseño durante el semestre de otoño en la Universidad de Arizona, Tucson, ciudad que sólo dista unos ochenta kilómetros de Nogales y la frontera con Sonora, México. El interés que Amanda pudiera tener en ese culminante período de la literatura peninsular en un principio me resultó dudoso, y así se lo hice saber cuando me solicitó una entrevista para registrarse en mi curso, pero lo cierto es que Amanda, cuyo padre era de origen mexicano, hablaba el español casi a la perfección, excepto un ligero acento y ciertos modismos peculiares de la población hispana de Arizona, y no encontré razón para negarme a su pedido. Lo obvio, sin embargo, era que sus inclinaciones artísticas, musicales y literarias en particular, según pude comprobarlo numerosas veces, se inclinaban decididamente no ya a lo contemporáneo, sino que parecían circunscriptas al presente inmediato, el vertiginoso mundo del rock, las películas de ciencia ficción como The Matrix o algún otro género por el estilo, la literatura punk y las telenovelas que se consumían en Arizona y en el resto de los Estados Unidos gracias a los canales mexicanos Univisión y Telemundo. De modo que el Siglo de Oro español parecía tan distante de su horizonte estético y afectivo como pudiera estarlo el mundo de sus mayores, progenitores, familiares y profesores incluidos, y en ese sentido, debiera decirlo cuanto antes, poco o nada es lo que Amanda pudiera tener que ver conmigo. Porque ella había cumplido a mediados de junio sus rozagantes veintiséis años, mientras que yo, maduro profesor aceptablemente bien conservado al borde de la tercera edad, acababa de sobrepasar los cincuenta y dos. De ser adicto a la cábala o a la numerología, esa coincidencia de doblar su edad me hubiera llevado a elaborados cálculos e interpretaciones, pero en la situación en que ambos nos encontrábamos, todo lo que eso podía significar era un obstáculo para nuestra relación, por encima del que ya suponía la estricta reglamentación existente en los institutos de enseñanza de los Estados Unidos, universidades incluidas, limitando a muy pocas excepciones los posibles contactos extra curriculares entre profesores y estudiantes, especialmente tratándose de personas del sexo opuesto. Y ése era nuestro caso. Pensaba precisamente en esto mientras recorría los doscientos y poco de kilómetros que distan entre Ciudad de México y Guanajuato en un auto que alquilé de la empresa Hertz apenas concluidos los trámites migratorios en el aeropuerto. El desfile de las señales de tránsito a los costados de la autopista era una continua sucesión de interdicciones, límites de velocidad, impedimentos para adelantar a otro vehículo,

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prohibición de estacionar al borde de la carretera, etcétera, etcétera, y eso me llevó a reflexionar que la civilización ha sido construida en base al “NO”, el principio de la negación, comenzando con el más elemental de todos los tabúes, el del incesto, y a partir de ahí todas las prescripciones generalmente restrictivas que hacen posible la vida en sociedad y limitan la libertad del individuo en función de los intereses del estado y supuestamente de la privacidad y el derecho de los otros. De modo que una posible relación emocional o sexual entre Amanda y yo estaba explícitamente prohibida dentro del ámbito en que ambos nos movíamos, y no sólo por la diferencia de edad, sino por nuestra excluyente condición de profesor y alumna. Sin embargo, obstáculos de otro orden, hasta donde yo había podido comprobar en los casi dos meses que llevábamos de furtivos encuentros en mi apartamento, parecían no existir. El interés de Amanda en nuestra relación excedía desmesuradamente su curiosidad por leer o conocer a los autores del Siglo de Oro español incluido el ilustre Cervantes, y se centraba sin duda en el enigma que suponía para ella haberse involucrado sentimental y sexualmente con un hombre que bien podría ser su padre en términos cronológicos. En otras palabras, transgredir el prehistórico tabú del incesto, y simultáneamente infringir otro tipo de pacto, aquél que había establecido con un “novio” o boyfriend poco más o menos de su misma edad, a quien yo apenas conocía de verlo acompañando a Amanda en las horas de la universidad, al parecer las que ella concedía a esa relación oficial, sustrayéndolas de los encuentros nocturnos en mi apartamento, y cuya inclusión en ese triángulo amoroso, si bien al comienzo de nuestra relación no me había importunado especialmente, ahora, y en razón del viaje a Guanajuato que suponía una ausencia de más de veinte días, parecía haber incoado en mí la irritante mordedura de los celos. Al comenzar a hojear y cotejar algunas de las venerables ediciones del Quijote de las que disponía el Centro de Estudios Cervantinos, me fui interesando más y más en la importancia que Don Miguel de Cervantes concedía a la participación de los personajes femeninos en las aventuras del caballero andante, destacando no sólo la hermosura de éstas así como generalmente sus virtudes, sino también algo más, un rasgo que consideré inherente a la “modernidad” del Quijote, la defensa que hacían esas pastoras, doncellas e incluso rústicas criadas, y por ende el propio Cervantes, de la libertad de la mujer, el derecho a amparar su privacidad, a preservar su independencia, a no someterse a la potestad de los hombres, pretendientes, maridos o señores, y a defender a todo precio su facultad de elegir, sobre todo en términos de elección amorosa y matrimonial, al consorte que mejor respondiera a sus propios intereses y sentimientos. Nunca, desde mis primeras lecturas del Quijote, existieron dudas para mí de que Don Miguel hubiese querido pintar a su personaje como un varón con todas las de la ley, y que aquel, pese a su desgalichada y en ocasiones ridícula figura, no sólo sucumbiera ante la belleza de cualquier mujer que se le cruzara en el camino, sino que ejerciera, además, una cierta fascinación en ellas, en parte, paradójicamente, debido a su locura y también al irresistible encanto de su caballeresco comportamiento. Y ése debió haber

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sido igualmente el talante de Don Miguel de Cervantes Saavedra, cuya debilidad por la hermosura de la mujer se trasparenta en casi cada episodio que tiene a un personaje femenino como protagonista. Es el caso de Zoraida, la bellísima mora que llega a la venta en compañía del cautivo (capítulo XXXVII de la primera parte), donde también se hallaban Don Quijote, Don Fernando y Sancho junto a Dorotea y Luscinda; y cuando se le pide a Zoraida que se quite el embozo para mostrar su rostro, el relato dice que “descubrió un rostro tan hermoso, que Dorotea la tuvo por más hermosa que Luscinda, y Luscinda por más hermosa que Dorotea, y todos los circunstantes conocieron que si alguno se podría igualar al de las dos era el de la mora, y aún algunos que le aventajaron en alguna cosa”. Pero la belleza de estas tres mujeres parece opacada cuando varias páginas más adelante, en el capítulo XLII, llega a la venta el señor oidor Juan Pérez de Viedma acompañado de su hija Clara, de dieciséis años, de quien el texto dice que era “tan bizarra, tan hermosa y tan gallarda, que a todos puso en admiración su vista, de suerte que de no haber visto a Dorotea, a Luscinda y a Zoraida, que en la venta estaban, creyeran que otra tal hermosura como la de esta doncella difícilmente pudiera hallarse”. No mucho más haría falta para convencerse de que tanto el enamoradizo Don Quijote como su creador eran incondicionales servidores de toda mujer hermosa que se les interpusiera en su destino. Amanda también lo era, a su manera, aunque no llegué a percibirlo de inmediato. Alta, en apariencia delgada, de rasgos angulosos, todo en ella parecía ostentar un aire excesivamente juvenil y algo fláccido, incluida su larga cabellera color castaño que caía suelta hasta por debajo de los hombros, como si las formas aún indefinidas de la adolescencia persistieran en demorarse no sólo en su figura sino en la engañosa timidez de sus gestos, en la evasiva mirada de los ojos oscuros que sólo en pocas ocasiones se habían enfrentado osadamente con los míos. Por lo general, Amanda aparecía en mis clases vestida con las ropas anchas y sueltas que resultaban las más apropiadas para el tórrido clima de Tucson, ya que la ciudad es un enclave en medio del desierto de Arizona, pero cuando ceñía su cuerpo con los populares blue jeans también de uso frecuente entre los estudiantes, resaltaban de su silueta longilínea las imprescindibles curvas que hacían de ella un ser decididamente femenino, seductor y codiciable hasta para el más impasible de los hombres. Era natural que Amanda resultase popular entre los muchachos del curso, pero de la existencia de ese “novio” con quien sólo se dejaba ver de vez en cuando en los pasillos del Departamento de Lenguas Modernas, y según descubrí en un par de ocasiones aisladas en uno de los restaurantes del campus universitario, no tuve noticias hasta bastante después de iniciada nuestra relación. Recuerdo la ocasión, porque esa fue la única vez en que el muchacho se apareció en el aula donde yo daba mis cursos. Amanda solía quedarse unos minutos más después de concluida la clase, hasta que el resto de los estudiantes abandonaran el salón, con el propósito de hablar a solas conmigo y coordinar nuestro próximo encuentro, casi

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siempre por las noches y en el apartamento que yo alquilaba a no mucha distancia del perímetro de la universidad. El joven, de aspecto inequívocamente deportivo y, por su apariencia, yo pensé tal vez dos o tres años menor que Amanda, irrumpió en el salón de clase con un aire arrogante y decidido, e ignorando completamente mi presencia se dirigió hacia el banco donde Amanda fingía estar ocupándose de guardar sus libros, se sentó a su lado, la abrazó, depositó un beso en su mejilla, y dijo algo así como que había estado esperándola para ir juntos a almorzar al restaurante de siempre, pero al ver que todos los demás habían salido y ella no aparecía, se había decidido a entrar en el aula para comprobar si se encontraba todavía allí o ese día no había asistido a clase. Amanda terminó de ordenar sus cosas, las acomodó en su mochila, hasta que en el momento de abandonar el banco levantó el rostro en el que advertí un ligero rubor, logrando arrojarme una mirada cómplice y furtiva al tiempo que me saludaba con un discreto “Hasta mañana, profesor”. No supe más de ella en el correr del día; no me llamó al móvil, no dejó un mensaje en el contestador del teléfono fijo, ni tampoco se apareció por mi apartamento esa noche. Por lo que había llegado a percibir, la situación era suficientemente clara, pero el hecho de que Amanda tuviera un boyfriend al margen de nuestra relación me pareció, en ese entonces, completamente natural, y no llegué a considerar siquiera que eso resultase una interferencia en nuestro trato, así como para la propia Amanda, obviamente, tampoco la existencia de un “novio” había significado, hasta el momento, por lo menos, un verdadero obstáculo. Y si bien llegué a extrañar su ausencia del apartamento esa noche y quizás deseé algo más de lo acostumbrado su cuerpo y la ternura casi infantil en su manera de agazaparse junto a mí después de haber hecho el amor durante una o dos horas, nada de esto me produjo la menor inquietud ni despertó, en esa primera instancia, el llamado “fantasma” de los celos. Por más que, dadas las circunstancias, los celos, en este caso, hubiesen tenido algo más de consistencia que la ectoplasmática textura de un fantasma. Hay otro tema que el Quijote encara insistentemente cuando se refiere a las relaciones entre el hombre y la mujer, y cuya lectura, en la espaciosa, casi solitaria y siempre silenciosa sala del Centro de Estudios Cervantinos donde yo examinaba los volúmenes puestos a mi disposición, acaparó de inmediato mi atención. Por supuesto, esto tenía mucho que ver con Amanda, con la forma poco menos que obsesiva en que pensaba en ella en esos días, y con las preguntas que tampoco podía dejar de plantearme en cuanto al futuro de esa incierta y, a todas luces, casi seguro efímera relación. Ese tema era el de los celos. El asunto se presenta inicialmente en el capítulo XII de la primera parte del libro, cuando Don Quijote y su escudero Sancho se encuentran con unos cabreros que traen a colación la historia de la bella pastora Marcela y su infortunado enamorado, el también pastor y estudiante Grisóstomo, de cuya muerte viene a dar noticia uno de los mozos. Don Quijote, Sancho y ese improvisado cortejo se dirigen al lugar en el que, por su propia decisión antes de morir, se dará sepultura al cuerpo de Grisóstomo, precisamente al costado de una “dura peña” donde el desdichado mancebo sorprendió

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por primera vez a su amada Marcela. Según continúa el relato, Grisóstomo no puso fin a su vida sólo por haber sido rechazado por Marcela, sino a causa de los celos, por más que éstos resultasen infundados. Así lo aclara Ambrosio, amigo del difunto, al explicar los versos en que Grisóstomo se quejaba de “celos, sospechas y de ausencia, todo en perjuicio del buen crédito y buena fama de Marcela”. “Es bien que sepáis – dice Ambrosio – que cuando este desdichado escribió esa canción estaba ausente de Marcela, de quien él se había ausentado por su voluntad, por ver si usaba con él la ausencia de sus ordinarios fueros, y como al enamorado ausente no hay cosa que no le fatigue ni temor que no le dé alcance, así le fatigaban a Grisóstomo los celos imaginados y las sospechas temidas, como si fueran verdaderas. Y con esto queda en su punto la verdad que la fama pregona de la bondad de Marcela, la cual, fuera de ser cruel, y un poco arrogante, y un mucho desdeñosa, la misma envidia no puede ni debe ponerle falta alguna”. Y aquí, el autor del Quijote, valiéndose de la irrestricta libertad y los recursos que le otorga la ficción, sin más límite que los de su propia imaginación, hace aparecer a la pastora Marcela por encima de la peña donde se cavaba la sepultura de su amante, “tan hermosa que pasaba a la fama su hermosura”. El propósito de Don Miguel no es sólo mostrarla en su espléndida belleza, sino declarar, una vez más, los principios que sustentan uno de los aspectos de la “modernidad” del Quijote, la defensa de los atributos de la mujer y la igualdad de su condición frente a los derechos y privilegios que el hombre se concede para sí. “No vengo ¡oh Ambrosio! – explica Marcela – (…) sino a volver por mí misma y a dar a entender cuán fuera de razón van todos aquellos que de sus penas y de la muerte de Grisóstomo me culpan (…) Hízome el cielo, según vosotros decís, hermosa, y de tal manera, que, sin ser poderosos a otra cosa, a que me améis os mueve mi hermosura, y por el amor que me mostráis decís y aun queréis que esté yo obligada a amaros. Yo conozco, con el natural entendimiento que Dios me ha dado, que todo lo hermoso es amable; mas no alcanzo que, por razón de ser amado, esté obligado lo que es amado por hermoso a amar a quien le ama”. Y más adelante, en una arrebatada declaración de sus convicciones y su propia naturaleza, continúa Marcela: “Yo nací libre, y para poder vivir libre escogí la soledad de los campos: los árboles de estas montañas son mi compañía; las claras aguas de estos arroyos, mis espejos; con los árboles y con las aguas comunico mis pensamientos y hermosura. Fuego soy apartado y espada puesta lejos. A los que he enamorado con la vista he desengañado con las palabras; y si los deseos se sustentan con esperanzas, no habiendo yo dado alguna a Grisóstomo, ni a otro alguno el fin de ninguno de ellos, bien se puede decir que antes le mató su porfía que mi crueldad. Y si se me hace cargo que eran honestos sus pensamientos y que por esto estaba obligada a corresponder a ellos, digo que cuando en ese mismo lugar donde ahora se cava su sepultura me descubrió la bondad de su intención, le dije yo que la mía era vivir en perpetua soledad y que sola la tierra gozase el fruto de mi recogimiento y los despojos de mi hermosura; y si él, con todo este desengaño, quiso porfiar contra la esperanza y navegar contra el viento ¿qué mucho que se anegase en la mitad del golfo de su desatino? Si yo le entretuviera, fuera falsa; si le contentara, hiciera contra mi mejor

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intención y propósito (…) El cielo aún hasta ahora no ha querido que yo ame por destino, y el pensar que tengo de amar por elección es excusado. Este general desengaño sirva a cada uno de los que me solicitan de su particular provecho; y entiéndase de aquí en adelante que si alguno por mí muriere, no muere de celoso ni desdichado, porque a quien nadie quiere a ninguno debe dar celos, que los desengaños no se han de tomar en cuenta de desdenes”. El discurso de Marcela en las páginas del Quijote prosigue durante varios párrafos más, pero éstos solos fueron suficientes para que yo me pusiese a indagar, íntimamente y con la mayor sinceridad de que fui capaz, las similitudes que pudiera haber entre el caso de Grisóstomo y el mío después del descubrimiento de la existencia de un boyfriend en la vida de Amanda, así como de las confesiones que ella misma me hiciera a propósito del escaso significado que para ella tenía esta relación, más friendship que boyfriendship según sus palabras, tanto como la afirmación, poco menos que juramentada, de que entre ella y su friend no existían intercambios sexuales. Porque si bien era cierto que en un principio la aparición de ese boyfriend no llegó a perturbarme demasiado, ni tampoco alteró de manera significativa la rutina establecida desde hacía poco más de un mes entre Amanda y yo, es decir nuestros regulares encuentros en el apartamento dos o tres veces por semana, también es cierto que algo comenzó a sembrar la espina de la duda en cuanto a qué cosas hacía Amanda cuando estaba fuera de mi órbita, a qué actividades dedicaba los fines de semana, ya que difícilmente nos veíamos durante esos dos o tres días (el largo weekend universitario que se extendía de viernes a domingo), en qué otro lugar transcurrirían sus noches o el resto de las noches que compartía conmigo en la penumbra de mi tercer piso, donde la actividad sexual podía prolongarse como máximo tal vez cuatro o cinco horas, pero que concluían siempre en algún momento de la madrugada, cuando ella desaparecía con la excusa de que tenía que regresar obligatoriamente al dormitorio universitario donde vivía, o de otro modo la dirección de bienestar estudiantil advertiría su ausencia y eso podría acarrearle sanciones que afectasen su récord académico. A ese punto habíamos llegado en nuestra relación cuando yo tomé la decisión, con la entusiasta aprobación del Dean de Humanidades, de ausentarme por algo más de dos semanas para asistir al Festival Internacional Cervantino de la ciudad de Guanajuato. Se lo comuniqué a mis estudiantes al término de una de mis clases, anunciándoles que una colega del Departamento me suplantaría durante esa ausencia, y esa misma tarde Amanda me llamó al teléfono móvil para preguntarme por qué razón había resuelto marcharme así, súbitamente, sin haberlo hablado antes con ella, y si esa precipitada decisión algo tenía que ver con el deseo de poner fin a lo que estaba sucediendo entre nosotros. Sólo atiné a responderle que conversaríamos sobre eso más tarde, en la discreción de mi habitación y no telefónicamente, de modo que concertamos un encuentro para alrededor de las nueve de la noche.

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No todo en ese encuentro resultó de la mejor manera, probablemente para ninguno de los dos. Amanda se apareció en el apartamento bastante más tarde de la hora acordada y con evidente mal humor, resuelta a disputar mi decisión, y convencida de que la idea de ausentarme tenía que ver con el descubrimiento, para mí reciente, de que había otro friend importante en su vida, pero que éste era un tema sobre el que ya habíamos conversado lo suficiente y que todo tendría que estar muy claro para mí, dado que ella “también necesitaba tener amigos de su edad”. No fue el reiterado uso de la palabra “amigos”, friends, en realidad, lo que me irritó esta vez, sino la alusión a la edad, tema que nunca antes había surgido en nuestras discusiones. Intenté convencerla de que ninguna de esas razones tenía que ver con mi viaje, y que el único interés en hacerlo era mi deseo de asistir, por primera vez desde que había comenzado a enseñar en la Universidad de Arizona, al Festival Internacional Cervantino de Guanajuato, un acontecimiento que se identificaba profundamente con mi actividad docente y mis intereses académicos y profesionales. Nada de eso la llegó a convencer. Ninguno de los dos había cenado todavía, y le propuse hacer un alto en nuestra disputa, calmarnos un poco, enfocar todo el asunto con total objetividad, y luego volver a discutirlo en la intimidad de la cama, después de haber hecho el amor y cuando nuestros ánimos se hubiesen apaciguado una vez que la energía puesta en la discusión hubiese sido debidamente canalizada. Transó, pero no de muy buen grado. Elegimos un restaurante mexicano cercano a la universidad, muy popular entre los estudiantes no sólo por la autenticidad de la cocina sino también por lo accesible de sus precios, y, cuando no habíamos llegado todavía a hacer nuestro pedido, alguien se puso de pie en medio de un grupo de no menos de seis u ocho personas reunidas al otro extremo del salón, avanzó hacia donde Amanda y yo nos encontrábamos hasta detenerse al borde mismo de la mesa, y se quedó mirándonos sin decir palabra, aguardando el momento en que ambos levantáramos la vista. No me llevó más que una fracción de segundo reconocer al friend o boyfriend de Amanda, cualquiera hubiese sido su correcto apelativo, distinción que a esta altura de las cosas ya no me importaba demasiado. Lo que sobrevino a ese inusitado encuentro fue totalmente previsible. El boyfriend que le reprochaba a Amanda haberle dicho que esa noche no podría salir ya que tenía mucho que estudiar; Amanda deshaciéndose en excusas para convencer al muchacho de que precisamente había tenido que consultar a su profesor en relación con el tema de sus estudios, y que éste, es decir, yo, la había invitado gentilmente a cenar para resolver cada una de sus dudas respecto al contenido del curso. En cuanto a mí, si bien inicialmente opté por el silencio, al ver la persistencia del friend/boyfriend, dispuesto al parecer a escoltarnos a ambos allí, de pie, al borde de la mesa, con el empecinamiento propio de un miembro de la guardia suiza a cargo de la custodia papal, me resolví por intervenir, diciéndole al muchacho que felizmente las preguntas que Amanda me había hecho en cuanto al curso ya habían sido evacuadas, y que lo oportuno sería que Amanda se reuniera ahora con su grupo de amigos mientras yo apresuraba la cena y regresaba a mi oficina de la universidad, donde todavía me quedaban muchas cosas por hacer antes del inminente viaje a Guanajuato.

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Me quedé largas horas despierto en la soledad del apartamento, esperando que Amanda me llamase, pero el teléfono permaneció mudo por todo el resto de la noche. Independientemente de lo que hubiese ocurrido entre ella y su friend después que ambos se marcharon, era obvio que algo muy poderoso le había impedido a Amanda volver a reunirse conmigo, pese a haber sido ella quien había manifestado mayor interés en el encuentro de esa noche para discutir la conveniencia o no de mi imprevisto alejamiento. Esto contribuyó a disipar mis dudas en cuanto a la naturaleza de la relación entre Amanda y su boyfriend: al margen de que hubiesen tenido sexo o no, resultaba muy claro que Amanda no había podido desembarazarse de su compañía, ni siquiera para hacerme una breve llamada telefónica. Y el meditar sobre la naturaleza de esa relación con su friend me indujo a otra serie de cavilaciones, aquéllas que tenían mayormente que ver con nuestra propia relación y los límites naturales y no naturales que la circunscribían y decretaban su inviabilidad. Ahora había aparecido también un nuevo factor, obligándome a repensar todo el asunto. La aparición de su boyfriend era algo que yo debí haber supuesto desde el primer momento; lo que no había previsto, sin embargo, era que esa comprobación diera origen a los celos, a la inseguridad y al insomnio que padecí esa noche del inesperado encuentro en el restaurante, tanto como a los sucesivos insomnios que sobrevendrían después, a menos que yo encontrase la manera de poner término inmediato, radical y definitivo a mis encuentros con Amanda. Si bien no lo había planeado así inicialmente, el viaje a Guanajuato se presentó como la deseada solución. Mi vuelo partía en dos días. Apenas si me quedaba el tiempo suficiente para ordenar mis papeles, dejar instrucciones para la profesora que se encargaría de los cursos durante mi ausencia y llenar la valija con lo imprescindible. Aunque lo único realmente imprescindible era partir cuanto antes, y todo lo demás absolutamente secundario. El Festival Cervantino comenzó el miércoles 13 de octubre y se prolongó hasta el día 31 de ese mismo mes. La actividad artística, música, danza, ópera y teatro fue incesante, y el resto del tiempo lo ocuparon las conferencias, disertaciones, mesas redondas, comunicaciones, etcétera, concernientes al tema central del festival. Una vez que éste se inició, no me quedó otra opción que abandonar el ansiado refugio y el silencio acogedor de la biblioteca del Centro de Estudios Cervantinos, para sumarme al vértigo multitudinario del festival. Mi última lectura comparada en dos de los muchos volúmenes del Quijote que consulté en el Centro se enfocó en los capítulos que van del XXXIII al XXXV de la primera parte, donde se cuenta la historia del “Curioso impertinente”. Éste es uno de los pasajes del Quijote que desde siempre más me interesó, en parte debido a la autonomía que presenta la narración respecto al resto de la obra, así como por la posible genealogía de este tipo de novela, que se inscribe dentro de lo que se conoce como la novella italiana de la época. De hecho, la historia del “curioso impertinente” ocurre en Venecia, y sus protagonistas, que nada tienen que ver con Don Quijote y demás personajes del libro, son todos italianos. En términos muy breves, la historia se

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refiere a dos grandes amigos y al extraño servicio que uno de ellos, Anselmo, solicita al otro, Lotario, para que intente enamorar a su esposa, la muy bella Camila, durante una breve ausencia de aquél, a fin de comprobar la fidelidad de la misma. La novela se convierte en una típica comedia de enredos, que se resuelve, por fin, con un trágico final. Camila termina por enamorarse de Lotario, aunque ese amor no se consuma porque ella acaba en un convento; Anselmo se suicida al conocer el engaño de su esposa, y Lotario muere tiempo después en una batalla que por entonces dio Monsieur de Lautrec al Gran Capitán Gonzalo Fernández de Córdoba en el reino de Nápoles, “donde había ido a parar el tarde arrepentido amigo”. En la nota que explica su suicidio, Anselmo escribió: “Un necio e impertinente deseo me quitó la vida. Si las nuevas de mi muerte llegaren a los oídos de Camila, sepa que yo la perdono, porque no estaba ella obligada a hacer milagros, ni yo tenía necesidad de querer que ella los hiciese; y pues yo fui el fabricador de mi deshonra, no hay para qué…”. Y allí se interrumpe la carta. Una corta y desventurada ausencia, una prueba de amor y un desenlace trágico. Después de leer esta historia me quedé pensando una vez más, como tantas otras a lo largo de mis muchas lecturas del Quijote, de la actualidad o quizás debiera decir permanencia e inmortalidad de este libro increíble. Como en la novela del “curioso impertinente”, yo también, de manera probablemente no deliberada, había querido poner a prueba la fidelidad de Amanda, y había fracasado en el intento. O, más racionalmente, quizás, mi escondido propósito, elaborado en la profundidad del inconsciente, había sido poner término de la manera más sensata posible a una relación destinada, más pronto o más tarde, al naufragio total. Regresé a Tucson en los primeros días de noviembre. Aún restaba casi un mes y medio de clases, pero Amanda no volvió a presentarse en el curso. A su friend o boyfriend tampoco volví a verlo. Alguien me dijo que desde hacía dos o tres semanas, aparentemente, vivían juntos, pero no supo decirme si ambos seguían frecuentando la universidad. Tampoco creí prudente insistir en mis averiguaciones. Recordé que alguna vez había sentenciado que “una ciudad es como una mujer”, o más bien “una mujer es como una ciudad, y una vez que desaparece su misterio se torna monótona, reincidente y predecible”. En algo así se convirtió Tucson y también la universidad a mi regreso, pero el misterio de Amanda seguía intacto. En realidad, había sido ella quien había dotado a esa ciudad que yo había elegido para vivir, a la propia universidad y su predecible rutina, e incluso a la casi olvidada Guanajuato, de un hondo, perdurable y acuciante misterio.

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Este relato fue seleccionado por dos motivos básicos: A) el que en 1996 un jurado de indudable prestigio (Burel, Courtoisie y Medina Vidal) lo designó entre los diez primeros de un Concurso Nacional Uruguayo con más de seiscientos participantes (dato que está en el libro en el que la Editorial Trilce publicó a los diez primeros del Concurso. B) Lo extraordinario es que ESE RELATO ES UN COLECTIVO de diez estudiantes de CLUB CULTURAL, Institución dedicada a la enseñanza de Inglés y Literatura, bajo la dirección de Adolfo GelsiCarnevale. Como no hay noticia de que en la Historia de la Literatura Uruguaya se haya dado un resultado similar, LA TERTULIA lo incluye en este número de su Revista patrocinada por el Ministerio de Cultura del Uruguay. Cabe agregar que el Concurso contó con el auspicio de IBM, Radio Sarandí y Diario El País, juntamente a Portones Shopping y Ediciones Trilce. Todo lo cual figura también en el libro publicado por Ediciones Trilce sobre el Concurso. Por más detalles puede consultarse a Ediciones Trilce (Casilla de Correos 12203 11300 Montevideo, Uruguay); Grupo Cultural La Tertulia (yumba@adinet.com.uy) y al Secretariado de “Club Cultural” (rosanalisarb@hotmail.com) o al teléfono de “Club Cultural”: 2901 10 87 en horas de la mañana.

LA MARATÓN DE LA MUERTE, O, EL ADIÓS A UN GOBERNANTE (Testimonio tomado a la letra de los apuntes taquigráficos del héroe) 1. Corro, pues. Corro maldiciendo mi suerte; pero, con mi suerte, corro. Noto poco donde estoy –excepto que huelo la costa; sé adónde voy, o adónde, dadas la circunstancias, quiero ir; pero me voy obnubilando en el jedor (al que tengo por más poderoso que el hedor) de mi propia transpiración insólita; en tanto que el corazón me ha llegado a la arritmia; ¡voy a caer…! Pero ocurre que corro todavía en posición distorsionada. Hago planes para, cuando se produzca mi desplome, poder escribir, ser capaz de registrar ésto de alguna manera -traigo, o traía: seis hojas, una linternita-lápiz, seis fósforos y dos lapiceras. El hombre ‘registra siempre’, por alguna razón, de alguna manera, aunque los mocos le obstruyan y las flemas le atosiguen como al presente- y llego a creer que tuve diez hojas al partir de Carrasco y que las retuve casi siempre, excepto en la penúltima –debo decir antepenúltima- caída, que se debió a una puñalada. Caí entonces, pero agarrado tenazmente a los cojones del agresor, logrando con ello llevar a cabo lo que, se afirma, consigue quien a su vez los tenga, y muy bien puestos, hacer con el tigre: no soltar hasta que lo desmaya. Siendo entonces así que, cuando hubo de desmayarse, logré ponerme en pie y seguir en carrera; pero ahí perdí, creo, las cuatro hojas, y me parece que un fósforo. Entreveo aquella roca: conduciré allí las diez toneladas de mis muslos y

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procederé a desmayarme a su abrigo. Pausa. 2. Me despierto más atorado que antes; ignoro, por el momento, si el tiempo no me habrá castigado con meros segundos o con días enteros, si este sudor es la persistencia del que ya tuteo, o si es que, acaso, bajo nuevas circunstancias haya sobrevenido una fiebre extraordinaria. Mis rodillas no existen, es por eso que escribo. Escupo sangre, escupo arena –y me refugio en tales pausas, para, uniendo tales datos a la evidencia olfativa anterior, y a lo que pudiese agregar en calidad de dudoso sonido lo que juzgo sea el romper de las olas, afirmarme a medias en la suposición de que podría ya haber llegado a la costa-. Maldigo sin embargo mi idea: aquella de la Bota Eléctrica –déjame ver, sé que supe tener la idea de la Bota Eléctrica… ¡pero es que se me escapa ahora la concretización del pensamiento…! ¡Maldigo entonces esta idea que no ubico! ¡Y que no ubico…! No es que me ayuden mucho las gárgaras de moco, ni este olor infernal emanante de la aparente disolución de mi organismo, pero ¡ah! –déjame ver, aunque sea tan poco lo que vea, deja que escuche el grito de algún recuerdo mejor sintonizado que el de ese maragullón que a falta de buitre acecha al parecer mi inminente carroña; -¡ah! ¡Permíteme examinar este recuerdo…!: aquél de que a la gente se le había engañado tanto y durante tanto tiempo que a mí me pareció, con acierto que llegó a poder probarse que -¡PERO ESTOS RESPLANDORES ME ENCEGUECEN DEL TODO! –es que ¿no me auxiliaba yo con una linterna –lápiz y unos fósforos? -¡Y ahora resulta que creo descubrir que parece que me filman…! ¡que me filman como estoy…! ¡desnudo y adobado en arena y sudor…! -¡y no recuerdo el porqué, si es que lo hubiese…! Pero recuerdo, en cambio, o así lo tengo que dar por sucedido, pues si no lo doy por sucedido habré de quedarme sin sostén ninguno que me sirva para intentar frenar mi caída libre ¡la de mi cerebro…! Acepto, así, que empiezo a recordar, y que recuerdo que concebí que habría de conducir a Triunfo Electoral Seguro el recurso, precisamente, de dejar en manos del Electorado la muerte de aquel Electo que no respondiese a las expectativas. Digo: ‘salías electo’, al cargo que fuese, con cierto porcentaje -dí un 34,75% de votos ¡y eras, pon por caso, mi caso, ‘Presidente…’! Bien; y si al final de tu gestión, en Plebiscito, no obtenías un 34,75% de votos como mínimo, el resultado automáticamente te electrocutaba, que me dices -¡claro que recuerdo!- vía la Bota Eléctrica propuesta por mí –aunque todavía en mi pensamiento no se delinee con precisión qué cosa era la ‘Bota’- … y a La Bota se le agregaría, sigue aclarándose, un pincho sutil, de reserva, por ejemplo en el taco, y que te tomaría por el talón cuando el Porcentaje Insuficiente te condenase –impregnándote del veneno insuperable del cangrejito colombiano, el bicho más venenoso de la tierra (ello enteramente aparte de los sesenta y seis más clamorosos de mis opositores, ya los distingo: cuarenta y cuatro en la Cámara Baja, y veinte en la alta;) -más Ella y El. Ella, que quiere ser Presidente ‘por ser Mujer’, y Él, que quiere ser Presidente ‘por ser Mestizo’ –en tanto que, lo estoy viendo, en los Debates Decisivos, yo acepté, como se debe, la eventual probada inteligencia y capacidad de todo sexo y toda raza, pero supe negarme convincentemente a candidaturas basadas exclusivamente en sexo y en raza. Por ejemplo vedme a mí, que me encuentro ahora en la triste situación de tragar arena, y de que, según parece, me estén filmando panza arriba, desnudo y con

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mi sexo expuesto, a fin de transmitir el todo Vía Satélite: yo soy, y nunca lo he llegado a negar, un Coimero de Superior Especie –pero, atención, que jamás pretendí devenir Electo en virtud exclusivamente de ello: ‘¡Soy ésto!’ ‘¡Soy lo otro!’ o, en mi caso: ‘¡Soy Coimero! -¡Votadme…!’ Pues bien ‘¡no!’ Mi condición de Coimero jamás me impidió esgrimir esos otros argumentos venidos de fuentes que, lo acepto, ya generalmente no se tocan –tales cuales la Inteligencia y el Ingenio. El ser un Coimero llevó a mi carrera a perspectivas reales, pero, contemporáneamente, el ser –lo digo sin soberbia algunaIngenioso e Inteligente me permitió servir a mi país con eficiencia y de ello no puedo arrepentirme. (Me arrepiento, sí, de la Idea Decisiva, porque la Idea Decisiva me ha conducido a la Maratón de la Muerte –cuya Muerte eludiré si llego al Buceo, pero ‘¿cómo llevar esa flaccidez y estas mis grasas al Buceo?’). 3. Diré, en tanto –mientras ese punto por sí mismo se elucida, juntamente con el de si llegaré o no a alzarme de nuevo- que no hubo un solo político que acompañase mi proposición: todos, en bloque, lo rechazaron, menos yo, que lo fui armando todo, hasta lograr constituirme en Candidato Independiente, y, aceptando coimas, como no, logré hacerme con el numerario suficiente como para comprar entusiasmos y partidarios y espacios de propaganda efectiva. ¡Ya no sé…! -¡Oh! ¡ya no sé cuándo es que corro ni cuándo es que escribo…! La Maratón de la Muerte, puedo decirlo, se ha apoderado de mí enteramente: es cosa semejante al estar incluido en una Alucinación sin fisuras. ¡Toso…! -¡Creo que toso…! -¡Caigo…! –¡Estimo que caigo…! –Pierdo otro fósforo. Y me palpo la barriga que me tiembla. Y me parece que voy flanqueado por apretadas filas de gentes que me abuchean –aunque estoy bajo la impresión de, quizá, escuchar alguna voz de aliento- ¡Me tambaleo…! ¡maldición, me tambaleo…! (Y si no es verdad ¡como si lo fuera…!) Pensaré, pues, intensamente a fin de que no se me haga del todo imposible llegar a aquella saliente (¿será ‘roca’?, ¿será ‘casa’?, ¿será que voy por la Rambla, o, suponiendo correr, será que me arrastro miserablemente por la orilla?) ¡Pensaré intensamente! –Me haré posible el llegar a la meta, y me desmayaré luego, una vez más, si es que esa es la medida de mis fuerzas –de lo contrario escribiré si es que no estoy en ello ahora. Mis opositores –y no existe en cuanto a ésto duda posible, ni en el Reino de la Realidad Probable ni en el de la Alucinación Intransigente- estarán reorganizando la ordalía, a efectos de que de este espectáculo no hayan de olvidarse sus votantes, al menos por las seis semanas que les son precisas. Sí. Además, creo que me desangro por la herida. 4. Pero ¡cómo se mata y cómo se muere, Dioses…! Acabo de maltratar a una bañista para poder hacerme un torniquete con su consolador y su sostén. Le deseo mejoría mientras me alejo. 5. Voy y corro todavía; y si corro todavía, ello será porque los técnicos no habrán podido, todavía, arreglar el desperfecto. Luego de lo cual la señal irá a mi Bota. Tras lo cual me freiré. (Ocupeme, ciertamente, de hacer volar la centralita en el instante de iniciar yo esta prueba atroz, desde Arocena y Bolivia. ¡Pero es que no hay bujías que no se cambien, ni dínamos que no se substituyan –hasta la muerte defenderé esa ‘be’ ¡maldita sea la Academia!- ni motores que no arranquen de nuevo! –si el BID lo financia todo, previo los debidos compromisos.) La Bota es insacable porque viene unida al hueso con

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bulones ¡sólo si llego al Puertito del Buceo podré salvarme…! -¡Pero es que no sé qué hago todavía en Malvín, maldición doble…! (¡Debo estar horriblemente visible con mi Bota Irrenunciable de Presidente…! Ello tanto cuando yazgo como cuando corro –y ya son varios los que me han hecho objeto de sus disparos, incluso niños con hondas. ¡Cuando puedo zigzagueo!) 6. Soy además un Maratonista del Espanto en tanto paso frente al Cementerio (¡lo cual significa que mi desgracia cede, al paso que mi vista mejora…!) ¡Me he desligado de Malvín…!). 7. ¡Pero, no…! ¡que ha de ‘ceder’ la Desgracia mía…! ¡He aquí tres perros que me salen, y me ladran y me muerden…! Caigo sobre el mediano, por lo tanto, y le desgarro un ojo, con más efectivos mordiscos que los suyos; a continuación no impido, porque no puedo, que el grande y el pequeño se me prendan. Pero aquel mediano habrá de rodar aullando y confiándose para su huida en las tres patas que le quedan válidas. Espumajeo. Le ofrezco el brazo al grande que lo quiebra, pero desde que no me había yo arrojado al suelo en cualquier sitio, en éste había cascotes, y es con uno de ellos que le quiebro la cabeza. El enloquecido perro chico, por fortuna se ha empecinado con la Bota mía. Vienen curiosos desde todas partes, menos, creo, paracaidistas. Focos nos iluminan –y asumo que todavía existan partidarios míos que osen tomar mi defensa, porque hay un tiro oportuno, y ese tiro dejó a mi cargo nada más que el ir quebrando con otro cascote el encasquillado cepo de las fauces de aquel hijo de perra que ni muerto soltaba. 8. Soy yo el que aúlla ahora mientras reasumo el trotar sonambulesco. Hay cerca mío un conjunto de camionetas que ruedan, filmándome: La Rai; la Radio et Televisión Française; la Televisa Mexicana; la CNN del marido de Jane Fonda; y hasta del Japón vinieron. Nixon fue noticia de acuerdo a su envase, y yo le respondí al mío. A resultas de las fuerzas combinadas de todos los Partidos, mi porcentaje fue a un 32.5%. Y así, el Recurso de mi Triunfo, vino a dar, en el Recurso de mi Hundimiento. Y no me arrepiento. Lo tenía previsto. Durante cinco años fui Presidente y Coimero (porque debía); en el Resto: fui Presidente y hubo Justicia; hubo pago de deudas (no totalmente, desde luego); hubo redistribución de sueldos; hubo Plan de Enseñanza por Circuito Cerrado de Televisión, lo cual combatió efectivamente la difusión de la droga y de Tinelli, al mismo tiempo que dejó a los Estudiantes del Interior en el Interior, cesando el quiebre de la Familia; y se permitió encontrar oro en Tacuarembó y Rivera, y Petróleo en la cuenca del Santa Lucía, además de ir con Contadores Geiger, con el éxito previsto, a la sierra dedicada antes a cosechar ajíes y víboras –que hasta los nenes de teta saben cuál es, no se me haga el bobo, don, que queda feo. 9. Pero yo debía morir. Estoy de acuerdo. Si es que no cumplo con el acomodo. Al que a pesar de todos los pesares he sabido llegar. Porque soy Coimero. Y soy Inteligente y tengo Ingenio. Y porque un Coimero puede en el último instante sacar una coima de la manga. 10. ‘Y corro’. El Acomodo reza (que a estas alturas los Pactos, los Arreglos y los Acomodos están entre los últimos que rezan) que si llego al Puertito del Buceo, ahí hay una lancha veloz, y, en la lancha veloz, lo que preciso para que parte de mí pueda largarse.

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11. Corro, así, por mi vida, aunque los bofes quieran írseme por la boca y hernias variadas me amenacen las ingles. Y los de la Televisión Nacional y del Resto del Mundo filman lo filmable. Mis partidarios han terminado por forzar su presencia en la Rambla y en la arena, y ya hay perros de cuatro patas y de los otros que no se me atreven. Se me empieza a abrir camino con bocinas de apoyo. ‘¡Y llegó!’ Apuestas en mi contra las hubo, a las altura del Náutico de Punta Gorda, de cuarenta a uno. Pero he llegado. 12. Sobre la lancha hay una sierra a motor a nafta. Me la dan porque hasta allí llega lo pactado. Y opero porque hasta allí llega lo pactado. Y cauterizo a fuego. Que yo vea, se desmayan entre seis mujeres y once hombres. Pero mis partidarios gritan ‘¡hurra!’ No estoy de acuerdo. Y no lo estoy porque todas estas fotos bien usadas probarán (como pudieran probar lo contrario) que no estuve a la altura de mi propio sistema. 13. Mi sistema me permitió gobernar. Mi gobierno fue el de un Coimero. Mi Reelección fue temida. Y si tuviera la propaganda probaría que se puede ser coimero y honrado. Pero como no la tengo, la propaganda probará adecuadamente que lo tengo bien merecido, éste mi Aspecto de Pirata Antiguo. Cuento mis hojas. No me quedan hojas que según el Acomodo esté autorizado a usar. Pero estoy de acuerdo. Hubiera querido (para la foto) agitar la sierra a motor con una mano, saludando, y el pedazo de pata con la otra. Pero fue digno de un perro el joderme esa foto. Y estoy de acuerdo. Así que agito la pata sola. Y a lo pirata me cauterizo. (Me dejan ir, sí, según el acuerdo, porque sería más peligroso hacerme quedar.) Peligrosos fueron los malditos, perrazo, perrún y perrito, y los tiradores voluntarios, y los dos travestis que se equivocaron de candidato, y las ciento seis entusiastas de más (y el que me encajó la puñalada por cuenta propia, que, a ése habrá que arreglarlo desde lejos, aunque cueste plata.) 14. De modo y manera que parto al exilio. El Puertito del Buceo vibra. Vibra la costa. Voy en la cubierta de mi bote veloz, manejando con la mano que me lo permite. Parece que hasta los muertos del Cementerio se desgañitasen; los unos: ‘coimero-ooo…!’ Los otros: ‘no te vaya-aaas…!’ Y así siguiendo. Hubo quien dijo que de lo sublime a lo ridículo hay un solo paso, y yo, en el estado en que estoy, digo que hay un saltito. No agito el brazo roto para saludar, por no desmayarme. Me aferro al timón y salgo mar, o rio afuera, donde me pierdo de vista-rumbo al submarino- y, también, muy pronto, de la memoria, tanto de los que hoy me odian cuanto de los que hoy me aman: ‘¡Coimero!’ (Así es, hijos míos) ¡‘Ladrón’ (A éstos les voy dignamente respondiendo: ¡Hijos de puta-a…!) y los otros ‘¡No te vaya-aaas…!’ Si hubo uno que salió a pedradas de su patria fue un hombre noble de toda nobleza, llamado Eduardo Acevedo Díaz; otro fue Brum que se mató dignamente, en otro sitio fue Leandro Alem que se mató de asco; en otro sitio Jefferson hizo de su pobreza monetaria su verdadero monumento. Yo dejo esta costa. Pero siempre habrá uno de nosotros que, puro, o no; rengo, o no; entero o por mitades, siga. Cada cual con su sistema ‘¡Coimero-ooo…!’ (Claro que sí) ‘¡Ladrón…!’ (¡que te recontra, hijo de puta!) ‘¡No te vaya-aaas…!’ (Adiós, costa querida: he gobernado).

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Obra plรกstica Sandra Petrovich

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“LA REBELIÓN POSIBLE” o “LA SINTAXIS DE LO IMAGINARIO EN LA POESÍA DE SARA DE IBÁÑEZ” Silvia Prida Nos proponemos analizar en este trabajo, algunos aspectos de la poesía de Sara de Ibáñez, que pueden ayudar a develar las claves simbólicas de su obra, aún poco estudiada por la crítica. Lo haremos a través de los “Diálogos de la muerte y su espejo”, serie de poemas que aparece con ese subtítulo en su primer libro, “Canto”, publicado en 1940. Este análisis intenta promover nuevas lecturas de la obra de la autora, desde el punto de vista de la “Poética de lo imaginario”, corriente crítica que atiende a niveles antropológicos y psicológicos del texto poético. Parte del concepto de inconsciente colectivo de Carl Jung, quien considera que las imágenes y estructuras de imágenes que se repiten en el sueño y aún en la vigilia, en la mente de los hombres primitivos y cultivados, constituyen los “arquetipos”: contenidos heredados por la mente individual, que son la memoria de la especie. La dimensión imaginaria hunde “sus raíces, más allá de la productividad explícita y controlable de los mecanismos textuales, en espacios antropológicos subconscientes de orientación espacial y de simbolización mítica”.(1) Ese componente imaginario se considera hoy , una instancia decisiva en la construcción del texto. La pertinencia de la aplicación de esta metodología a la obra poética de Sara de Ibáñez se debe a que una de sus características relevantes, es precisamente, la abundancia de imágenes oscuras, oníricas, en el entramado perfecto de sus libros. Su obra presenta por lo tanto, un campo particularmente propicio pare la aplicación del método. Los “Diálogos de la muerte y su espejo” constituyen una secuencia poemática cerrada en sí misma, que puede ser leída con independencia del resto del libro y configura un núcleo temático esencial de la poesía de Sara, que reaparecerá con nuevas formulaciones en sus libros posteriores. El ordenamiento de la serie nos importa: el primero y el último de los seis poemas que la forman, denominados “Prólogo” y “Epílogo”, enmarcan los cuatro diálogos propiamente dichos. En el prólogo y el epílogo la forma dialogada no aparece. La presencia del diálogo, poco frecuente en la lírica contemporánea es, según Menéndez Pidal, un recurso difundidísimo para el desarrollo de cualquier argumento literario, en etapas primitivas de la Literatura, cuando aún se da cierto hibridismo de los géneros,

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cuando los límites entre la lírica y la dramática no son fáciles de precisar”. (2) Lo encontramos por ejemplo en las disputas y debates medievales, en donde también la muerte personificada podía ser presentada como uno de los dialogantes. Su empleo es menos frecuente a lo largo de la historia literaria y a medida que los géneros se van cristalizando como tales. En el siglo XX sin embargo, aunque por razones muy diferentes que en etapas primitivas, el hibridismo de los géneros tiende a reaparecer, sobre todo en la novela y en el drama. En los poemas de Sara que intentamos analizar, la originalidad en la utilización del elemento dramático radica en que el diálogo se estructura en su contexto (tanto en la serie como en el libro), produciendo un efecto de distanciamiento del yo lírico y una ambigüedad de perspectiva peculiarísimos, dentro de una lírica pura, donde lo anecdótico no existe. Para esclarecer lo que acabamos de señalar, son útiles las afirmaciones de Carlos Bousoño, en su “Teoría de la expresión poética”: “El poeta comunica la representación de la realidad que se forma en la pupila de un personaje: la realidad exterior a él o la realidad que le es interior. En ambos casos, lo importante es que el lector asume por contemplación lomismo que el autor ha contemplado: esa representación que imagina como propia de su criatura.” En los “Diálogos de la muerte y su espejo”, los temas de la fugacidad de la vida, la angustia del ser humano frente a la muerte y su búsqueda de la trascendencia, son presentados desde una perspectiva doble, y en consecuencia ambigua. En el “Prólogo” y el “Epílogo”, la perspectiva es la del yo lírico o hablante ficticio típico del género y es la voz característica de todo el libro“Canto”. En los diálogos propiamente dichos, el personaje de la muerte habla con su espejo, con su arcángel o en última instancia consigo misma (personificada como en las Danzas de la Muerte antiguas), dándonos otra perspectiva del acontecer trágico de la vida humana, en un discurso delirante en que las imágenes que se nombran, reflejadas por su espejo y atrapadas por él, terminan acercándose a la muerte y entrando en ella. En cuanto a la metodología que aplicaremos, la “Poética de lo imaginario”, es una corriente psicológico-literaria post- estructuralista que se manifiesta “abierta al análisis crítico de formas imaginarias - símbolos, arquetipos antropológicos, esquemas de estructuración – que conviven en el espacio poético donde se engloban conciencia e inconsciente.” (3) Además de Jung, es Gastón Bachelard quien ha creado las bases para el surgimiento de esta poética. Su concepción del simbolismo imaginario se apoya en la idea de que la imaginación es una potencia dinámica que “deforma” las imágenes proporcionadas por la percepción. En su libro”El aire y los sueños”, destaca que no es el término imagen,

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sino “imaginario” el que define el ámbito de la fenomenología de la imaginación. La verdadera imagen, la que se forma en la ensoñación, vive en el movimiento de lo imaginario, de continua construcción, disolución y reconstrucción. Dos teóricos fundamentales de esta corriente son Gilbert Durand y Jean Burgos .El primero, continuador de los trabajos de Gastón Bachelard propone una arquetipología del lenguaje simbólico, en su libro “Las estructuras antropológicas de lo imaginario”. En la introducción del libro, Durand precisa el significado de algunos términos, basando sus conceptos en la convergencia de los símbolos, por su semantismo, en torno a ciertos núcleos organizadores. Uno de los términos que emplea es el de esquema, definido como “una generalización afectiva de la imagen”, y hace la unión entre “los gestos inconscientes de la sensomotricidad, entre las dominantes reflejas y sus representaciones”. El esquema está emparentado con lo que Piaget llama “símbolo funcional”, son “estos esquemas los que forman el esqueleto dinámico, el cañamazo funcional de la imaginación”. Por tanto, al gesto postural corresponden dos esquemas, a) el de la verticalización ascendente del ser humano, unido al de la división tanto visual como manual, b) el gesto del tragamiento, que corresponde al esquema del descenso y del acurrucamiento en la intimidad. A partir de estos gestos primarios, ligados a las pulsiones innatas, Durand determina dos regímenes de simbolismo, el Régimen diurno y el Régimen nocturno, que no podemos explicitar en el espacio de este trabajo. Define luego los arquetipos y símbolos: “los gestos diferenciados en esquemas van a determinar, en contacto con el entorno natural y social, los grandes arquetipos.” Distingue las imágenes arquetípicas, “imágenes primeras y universales de la especie, zonas matricias de la idea”, del símbolo estricto, que funciona en el nivel de las diferencias culturales. El mito, para Durand, es el resultado dinámico y narrativo en que se integran los símbolos y utiliza el hilo del discurso. El segundo teórico que citamos, Jean Burgos, desarrolla un concepto nuevo y de interés más directo para nuestro trabajo: el de la sintaxis imaginaria. Aunque ligado al pensamiento de Durand, retoma en realidad la iniciativa de Charles Mauron, quien en su libro “Les métaphores obsedantes au mythe personel”, habló por primera vez de una sintaxis imaginaria del texto literario. El método de Mauron consiste en el análisis “por superposición”, de las obras de un autor determinado, que le permite observar las representaciones simbólicas más frecuentes. El registro de estas metáforas obsesivas, que se ordenan como subcomponentes progresivos, está dirigido al descubrimiento del “mito personal” del autor. Jean Burgos ha realizado un intento de elaboración de una sintaxis de lo imaginario,

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que complementa las ideas de los teóricos anteriores y que expone en su libro “Pour une poétique de l’imaginaire”. Define la sintaxis de lo imaginario, como “una sintaxis específica que gobierna las relaciones entre las formas plenas y propensas a significar por sí mismas”. Enuncia sus objetivos: se basará en el estudio de las “relaciones y modos de relación” en estos niveles: “relaciones de las imágenes entre sí”,”relaciones de las imágenes y constelaciones de imágenes con los esquemas”, y “relación de los esquemas entre sí y con el esquema organizador”. Considera al esquema, a partir de la definición de un psicólogo, Bourloud, “como una tendencia a crear articulaciones múltiples, una relación compuesta, una forma que se inscribe en una materia y la organiza”. Habla de “un principio organizador que establece unas relaciones tanto espaciales como temporales según unas modalidades constantes”. Observa Burgos que los “esquemas motores están próximos de estas tendencias formativas de las que hablan los psicólogos”, tendencias que se definen por su carácter temporal, y corresponden a propensiones orgánicas y vitales y no solamente a actitudes reflejas dominantes. Partiendo de la idea de Bourloud de que las formas vivas son esencialmente temporales, distingue tres tipos de respuestas o comportamientos ante la angustia que provoca el paso del tiempo; la primera es una solución de rebeldía, la segunda de negación y la tercera de “aceptación desviada o de astucia”. De acuerdo a estas tres actitudes se irán diseñando en el lenguaje poético “tres modalidades de estructuración dinámica alrededor de las cuales van a cristalizarse las imágenes...”. Un primer tipo de sintaxis de lo imaginario se organiza en torno a la primera gran modalidad de estructura dinámica y aparece definida por un impulso de conquista. Responde a la tendencia orgánica de rebelión ante el tiempo cronológico. La respuesta a esta angustia se manifiesta por la propensión a ocupar el espacio del texto en todos sus niveles, como si con esta ocupación total se pudiera detener la cronología. Los esquemas de estructuración que operan aquí en la organización del texto son los esquemas de ascensión, expansión, extensión, agrandamiento, multiplicación, rapto y dominación, que van a cristalizar toda una temática de oposición y confrontación; los esquemas de ascensión no podrán separarse del peligro que implica la caída. La confrontación de los contrarios, la “sintaxis de la antítesis” es el rasgo clave que caracteriza a esta escritura de la rebelión. Otra de las grandes modalidades de estructuración dinámica está dominada por el impulso de repliegue y corresponde a una tendencia vital profunda de negación del tiempo cronológico. Se configura así un segundo tipo de sintaxis de lo imaginario, que

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Burgos llama “la sintaxis de la negación y el régimen del eufemismo”. El rechazo del paso del tiempo encuentra respuesta a la angustia “en la construcción de refugios, en la búsqueda de espacios cerrados, en la delimitación progresiva de espacios en el espacio”, como si la edificación de ámbitos privilegiados pudiera permitir finalmente situarse la abrigo del tiempo degradante. Los esquemas que organizan esta escritura de la negación son los esquemas de huída, interiorización, encerramiento e incluso desaparición y fusión. Los elementos del texto se unen, todo se confunde. Es, según concluye Burgos, un “régimen monista” del imaginario. El último tipo de sintaxis imaginaria corresponde a la tercera gran modalidad de estructuración dinámica, determinada por el impulso de progreso. Es completamente contraria a las anteriores y con signo positivo. La angustia cronológica se conjura “mediante la inserción en el sentido mismo de la cronología” e implica una aceptación de su transcurso inevitable y un deseo de reconciliación con el tiempo. La anulación del tiempo se busca ahora en “la obra misma del tiempo, cuya circularidad se capta deliberadamente como creadora y cuya vectorialidad adquiere sentido en sí misma”. Operan en esta “sintaxis de la astucia”, como la denomina Burgos, los esquemas de recorrido, retorno, progreso, relación, germinación, fructificación, periodicidad, alternancia y rebasamiento. La propuesta sintáctica de Jean Burgos, como él mismo señala, inseparable de los contenidos semánticos y centrada en el asociacionismo de las imágenes, está dirigida en sus fases finales a determinar en el texto poético sus principios organizadores, que manifiestan una tendencia vital de carácter universal. El esquema organiza las constelaciones de imágenes, dicta las relaciones o modos de relación entre los diversos elementos del texto, siempre en función de la actitud profunda que manifiesta y contribuye así, “por la coherencia que él impone, a la estructuración progresiva del sentido”. Estas líneas de fuerza son para Burgos las que”recuperan la energía de las imágenes, cuyas constelaciones dictan, imponen el paso de imagen a imagen, y también de constelación a constelación, multiplican los intercambios en todos los niveles, pero sobre todo, dan a estas diferentes operaciones direcciones imperativas, que son posibles sentidos. Tales son los esquemas...”

La poesía presuntamente hermética de Sara de Ibáñez Dada la abundancia e importancia que revisten las imágenes en la poesía de Sara de Ibáñez, y teniendo en cuenta el calificativo de hermética que se le atribuyó, consideramos que la Poética de lo imaginario y especialmente los aportes de Jean Burgos resultan

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particularmente esclarecedores para el estudio de la totalidad de la obra de Sara, que no se ha realizado todavía, quizás a causa de los juicios críticos que desvalorizaron el significado de sus textos, porque fue transmitido a través de imágenes alucinantes, de un simbolismo profundo. Un ejemplo de este discurso crítico paralizante es el juicio de Emir Rodríguez Monegal: “Nadie ha llevado, sin embargo, como Sara de Ibáñez el verso a ese absurdo lírico tan espléndido: el frío ritmo descarnado, la fusilería de imágenes sin otra dimensión que el objeto que invocan visualmente.” Desde nuestra perspectiva actual, la ingenuidad de tales opiniones resulta sorprendente. Para contrarrestarlas transcribimos un concepto de Gilbert Durand: “...lo imaginario - es decir, el conjunto de imágenes y de relaciones de imágenes que constituye el capital pensado del homo-sapiens – se nos aparece como el gran denominador común donde se sitúan todos los procedimientos del pensamiento humano”. Y en otra parte, refiriéndose a su distribución de imágenes según regímenes y estructuras características: “La razón y la ciencia sólo vinculan a los hombres con las cosas, pero lo que une a los hombres entre sí, en el humilde nivel de las dichas y penas cotidianas de la especie humana, es esta representación afectiva por ser vivida, y que constituye el reino de las imágenes”. (4)

Sara y sus “Diálogos de la muerte y su espejo” El primer aspecto a considerar en el abordaje de estos textos, a partir de la Poética de lo imaginario es el título de la serie, que ya ubicamos con sus antecedentes en la tradición literaria, pero que se pristiniza en la poesía de la autora, sobre todo por ese desdoblamiento del personaje de la muerte que habla con su espejo o en última instancia consigo misma. El título es además, una clave indispensable para la interpretación de los textos, ya que a lo largo de toda la serie la muerte no se nombra sino que aparece como personaje misterioso, o es aludida en los poemas en forma eufemística (“Amiga mía”, “la fiel”, “la incorruptible”); ello ha dado lugar a errores de la crítica, que no ha identificado con claridad a los interlocutores de los cuatro diálogos. La utilización de los eufemismos, acerca la poesía de Sara a la segunda modalidad de estructuración dinámica, que responde a una tendencia vital de negación del tiempo y

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que Jean Burgos denomina “escritura de la negación” y “régimen del eufemismo”. La negación en este caso se traduce en una actitud de repliegue que aparecerá esbozada al final de la serie, en la penúltima estrofa del Epílogo: “Cerca porque no puedo cerrar mi pobre casa y extirpar de mis aires sus musgos silenciosos y decirle: ¡estás fuera! Y no saber su nombre.” El intento y deseo de repliegue está presente, pero la conciencia lúcida del yo lírico hace que la actitud de búsqueda de refugio en un ámbito protector, sea desechada como una posibilidad inaccesible, motivo que se repetirá más adelante, en el poema “No puedo” del libro “Las estaciones”. En el Epílogo de los diálogos, la protección en la intimidad se desea pero no se encuentra y ello desemboca, según la estructuración de las estrofas anteriores en una relación de tesis y antítesis, en una estrofa final que debería ser la síntesis de la tensión creada por las que la preceden pero donde no se resuelve la oposición. Los adverbios de tiempo se unen en el oxímoron para expresar la imposibilidad de refugio frente a la muerte, el acontecer trágico que muestran los diálogos: “Cerca, cerca, muy cerca y eternamente lejos, rompiendo y levantando su encaprichado muro, la fiel, la incorruptible que en sí misma reposa, martiriza a su arcángel y dilapida mundos.” El simbolismo del espejo Al estudiar la imagen del espejo en la serie poemática que analizamos, interesa ver sus posibilidades simbólicas, sin perder de vista su contexto: se trata del espejo de la muerte. Según Cirlot (5) y tomando solamente algunas de esas posibilidades: “El mismo carácter del espejo, la variabilidad temporal y existencial de su función, explican su sentido esencial y a la vez la diversidad de conexiones significativas del objeto. Se ha dicho que es un símbolo de la imaginación - o de la conciencia - como capacitada para reproducir los reflejos del mundo visible en su realidad formal. Se ha relacionado el espejo con el pensamiento, en cuanto éste - según Scheler y otros filósofos - es el órgano de autocontemplación y reflejo del universo. Este sentido conecta el simbolismo del espejo con el agua reflejante y el mito de Narciso, apareciendo el cosmos como un inmenso Narciso que se ve a sí mismo reflejado en la humana conciencia.

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Ahora bien, el mundo, como discontinuidad afectada por la ley del cambio y la sustitución, es el que proyecta ese sentido negativo en parte, caleidoscópico, de aparecer y desaparecer, que refleja el espejo. Por eso es visto desde la antigüedad con un sentimiento ambivalente. Es una lámina que reproduce las imágenes y en cierta medida las contiene y las absorbe. Aparece con frecuencia en leyendas y cuentos folklóricos dotado de carácter mágico, mera hipertrofia de su cualidad fundamental. Sirve entonces para suscitar apariciones, devolviendo, las imágenes que aceptara en el pasado, o para anular distancias reflejando lo que un día estuvo frente a él y ahora se halla en lejanía.. Esta variabilidad del espejo “ausente” al espejo “poblado” le da una suerte de fases y por ello, como el abanico, está relacionado con la luna, siendo atributo femenino... Aparece a veces, en los mitos, como puerta por la cual el alma puede disociarse y “pasar” al otro lado, tema retenido por Lewis Carrol en “Alicia”. Esto solo puede explicar la costumbre de cubrir los espejos o ponerlos de cara a la pared en determinadas ocasiones, en especial cuando alguien muere en la casa....” Un sentido particularizado tienen los espejos de mano, emblemas de la verdad, a menudo en manos de fuerzas maléficas en los cuentos infantiles. En los “Diálogos de la muerte y su espejo”, entre el aluvión de imágenes cargadas de dinamismo, entre los “tropeles” de criaturas que vienen a reflejarse en el misterioso espejo y son atrapadas y aún en el Prólogo de los diálogos propiamente dichos, encontramos diseminados a lo largo del texto un grupo de vocablos que pertenecen a un mismo campo léxico, el del combate o la batalla. Aparecen por ejemplo “vallas empecinadas”, “calladas milicias”, “tumbas”, “ejércitos”, “espadas secretas”, “escuadrones secos” de “ceniza”, “hachas pulverizadas”. Podemos asociar a estas imágenes numerosas formas verbales como “me cercan”, “ensangrentando”, “me combate”, “blande”, etc. Dice Jorge Arbeleche en el prólogo a la antología de la obra poética de Sara: “Su poesía puede verse estructurada sobre las variantes de una misma metáfora: la de la batalla, la agonía, la lucha entre el hombre y la nada, entre la vida y la muerte, entre el canto y el silencio...” Y señala finalmente que sobre este tropo está estructurado íntegramente su libro “La batalla”. La afirmación de Arbeleche es igualmente válida aplicada a los “Diálogos de la muerte y su espejo”. En la terminología de la Poética de lo imaginario, diremos que la batalla, el combate, es el principio estructurador, “la forma que se inscribe en una materia y la organiza” - según Bourloud -, el esquema que crea, imbricando los niveles semánticos y formales, es decir la sintaxis imaginaria. Sería entonces esta, una de las metáforas obsesivas de las que habla Charles Mauron, que van configurando, como subcomponentes progresivos, el mito personal de la autora, y que justifica la estructuración dramática de estos poemas.

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Además, en las respuestas de la muerte a los reclamos del espejo, las imágenes transmiten impresiones de dolor, desgarramiento, referidas a los seres proyectados en el espejo; también el yo lírico del Prólogo habla de sus ojos que han ido “ensangrentando rocas y devorando espinas”, el espejo clama “me duelen estos mundos calientes” y la propia muerte sufre: “En mi tiniebla un hueco abre su flor de invierno”. Nada permanece al margen del combate. Aún en los niveles fónicos, que no nos proponemos analizar aquí en detalle, las aliteraciones crean o acompañan la imagen de lucha y desgarramiento. Damos apenas un ejemplo: “Ronda, ronda mi arcángel, ronda, mi cazador. Con dolor de raíces crece mi resplandor.” Ya desde la Lira IX , que antecede a la serie de “Los diálogos...” en este primer libro de Sara, se rastrea la metáfora: “Tus batallas son vanas” dice una voz interior al hablante poemático, expresando lo absurdo de la rebelión contra la muerte y anticipando el tema de los seis poemas siguientes. Hemos señalado antes la organización de estrofas antitéticas en el Prólogo y el Epílogo, como elemento formal que se inscribe dentro del esquema estructurante de la serie. Corresponde ordenar ahora a partir de él, las imágenes antitéticas que configuran los atributos de los dos contendientes, la vida y la muerte. Volviendo a Cirlot, recordemos que la imagen del espejo representa el mundo como discontinuidad, afectada por la ley de cambio y sustitución, el sentido caleidoscópico de aparecer y desaparecer y que en cierta medida, el espejo absorbe las imágenes que contiene, o las hace pasar al otro lado (como en “Alicia en el país de las maravillas”). En los poemas de Sara, por tratarse del espejo de la muerte, funciona como una frontera o puerta engañosa entre la vida y la muerte y aparece como un símbolo estrechamente vinculado al tiempo, pues todos caen en él. Por todo lo expuesto, las imágenes que refleja son ambiguas, dan señales de fuerza y vitalidad y a la vez, guardan en su interior el germen de la muerte. No obstante la complejidad simbólica de que hablamos, podemos deslindar en estos poemas dos grupos de imágenes que se oponen con nitidez. No agotaremos su enumeración, daremos los ejemplos más notorios, tratando sobre todo de delimitar el área o zona a la que esos símbolos pertenecen, según los conceptos que Bachelard desarrolla en su libro “Psicoanálisis del fuego”. Allí habla de “una ley de cuatro elementos que clasifican las diversas imaginaciones materiales”. Aire, agua, tierra y fuego son imágenes de por sí y son a la vez fuente de imágenes. De acuerdo a cuál de

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estos distintos elementos predomina en la obra de un escritor, él cree poder reconocer distintos temperamentos poéticos. Hemos comprobado en los poemas de Sara que son objeto de nuestro estudio, un predominio de las imágenes del fuego y sus derivados en su relación con uno de los contendientes (ya Alejandro Paternain había registrado el predominio del mismo elemento en su trabajo sobre el libro”La batalla”) (6). Encontramos por ejemplo: hombres que “domestican soles”, “trigales incendiados”, “calientes mundos”, para representar la vida que llega al espejo. En el cuarto diálogo, las imágenes ligadas a la esfera del fuego se multiplican, como veremos más adelante. Ejemplificamos ahora las que corresponden a la serie opuesta, las vinculadas al otro contendiente, es decir los símbolos de muerte, En un breve rastreo, dejando de lado las que remiten como ya vimos directamente al combate, registramos: “pinares con nieve”, “carnes cenicientas”, “ríos sepultados”, “silencio con uñas”, “borradas abejas de neblina”, “lechos de llovizna y humo”, “perros de estaño”. Hemos podido comprobar así a partir de este somero análisis, la utilización de la antítesis como rasgo estilístico recurrente en los niveles semántico y sintáctico, este último en la relación de los diálogos propiamente dichos y los dos poemas que los enmarcan, en la relación de una estrofa con otra (por ejemplo en el eje cerca- lejos del Prólogo y el Epílogo), en la relación de unos versos con otros y aún en el interior de algunos versos ( “Cerca, cerca, muy cerca y eternamente lejos”). Un nuevo ordenamiento binario puede establecerse hacia la mitad del tercer diálogo, ya que en los dos anteriores, las criaturas que se enumeran se nombran genéricamente, se utiliza en todos los casos el plural, o sustantivos colectivos como “tropeles”o “milicias”. En el tercer diálogo, si bien en la primera estrofa se emplea el plural, en la tercera se individualiza una imagen particularmente enigmática: “Un querubín de jaspe duerme bajo las olas; delgados peces rojos emigran de su pecho. Todavía en su boca, piedra de la sorpresa, Permanecen y alumbran fijas curvas de besos.” Es la primera criatura que aparece individualizada entre las que refleja el espejo. La frialdad que connota su exterior, su actitud impasible, los peces rojos de su pecho y sobre todo su boca “piedra de la sorpresa”, parecen configurar una presencia anunciadora del personaje que es el centro del último diálogo: la mujer portadora del fuego, o de la voz. El cuarto diálogo se centra desde el comienzo en la figura de la mujer. Para identificarla mejor, es necesario volver atrás, al segundo diálogo, que empieza: “Vienen, amiga mía, vienen a mí obedientes.” El adjetivo aparece en los diálogos por primera vez, pero ya

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apareció en la Lira IX, de la que señalamos antes su función con respecto a los “Diálogos...”. En ella el hablante lírico femenino habla consigo mismo al final del poema: “Sin razón te lastimas. Mira cómo, sonrientes, caminan sin dolor los obedientes.” En estos versos, como en el segundo diálogo, el sentido se hace transparente: los obedientes son los que aceptan su destino, los que no se rebelan contra el límite impuesto a la condición humana: la temporalidad. Por eso van sonrientes, en oposición al yo lírico, que se lastima en una rebelión vana. Volvemos ahora al cuarto diálogo, que constituye el clímax de la serie, por la presencia de esa mujer que atormenta al espejo de la muerte, que “lleva ciudades en el pecho”. Según Cirlot, el valor simbólico de la ciudad se vincula a la idea de construcción y altura (el refugio y la ascensión de la sintaxis de lo imaginario); se vincula también a la imagen del jardín, ámbito donde la naturaleza aparece ordenada y sometida (“sus finos jardines burladores” que rozan el espejo). El jardín además, “constituye un símbolo de la conciencia frente a la selva (el inconsciente), como isla frente al océano.” Para este análisis, debemos tener en cuenta que, si en otros libros y poemas Sara ha utilizado un yo lírico masculino, que según Roberto Ibáñez representa la generalidad de la especie humana, en este caso introduce un personaje femenino, un “ella” que en su condición de mujer asumirá una actitud heroica, una resistencia a la ley del acabamiento y el límite para la vida humana, con la cual la poeta se identifica o, como dice Charles Mauron, construye su mito personal. Entre los símbolos que la caracterizan, no aparecen atributos masculinos sino por el contrario, imágenes emblemáticas de lo femenino (según Cirlot, el jardín es un atributo femenino en los emblemas de los siglos XVI y XVII), y en el cuarto verso de este cuarto diálogo, podríamos encontrar una alusión a la maternidad virtual: “y en su garganta gritan niños amedrentados.” El poema en su desarrollo, se ordena como un combate singular entre la mujer y el arcángel de la muerte, que parece inclinarse del lado de la primera, ya que el arcángel expresa: “Me atormentan sus huesos como brasas de nardo.” Y la misma muerte habla del hueco que esa mujer abre en su tiniebla. Nos hemos referido a algunos de los atributos de la mujer heroína, pero no a los más importantes. Ya hemos comprobado que en la poesía de Sara predomina el elemento fuego en las imágenes simbólicas. En este poema especialmente, los derivados del fuego

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como la luz y el relámpago componen el sentido último del conjunto. Encontramos como término de una comparación las “brasas de nardo”, la blancura del nardo modifica la imagen del fuego, agregándole una nota de pureza. Poco después aparece su piel que “desprende dominios de lucero”, ella es una mujer que despide luz, y esa luz es celestial. Finalmente, para hablar solamente de metáforas que a ella se refieren hallamos “su relámpago tierno”, culminación de las imágenes simbólicas, antitética en sí misma, que creemos implica y produce una singular carga emotiva suficientemente explícita. Otra vez se trata de un fuego celeste. Otra vez la mujer se muestra como la portadora de un fuego espiritualizado, que sugiere una actitud prometeica y que representa así la inteligencia, el don divino del hombre, según la poeta misma expresa en otro poema: “Plegaria”. Pero el adjetivo “tierno” que acompaña al sustantivo “relámpago” modifica la imagen, asociando el atributo considerado culturalmente masculino -la inteligencia- al mundo de los sentimientos, considerados como atributo prevalentemente femenino - lo femenino por excelencia según los patrones culturales tradicionales -, ambos ligados al simbolismo del fuego. Los atributos que connota la imagen, muestran entonces a esta mujer como extraordinariamente poderosa frente a su contendiente el espejo y frente a la muerte misma. Las imágenes de luz, calor y fuego, se multiplican hacia el final del poema, pero empleadas en un sentido genérico, ligadas a otros elementos naturales, para representar la fuerza de la vida que se enfrenta a la muerte y parece vencerla, como si la presencia de la mujer la hubiera fortalecido con su impulso. Un atributo de esa mujer, que hemos dejado deliberadamente para el final es la voz. Esa voz “escapa y vuela libre” sobre el espejo, lo que parece indicar que es el canto, la poesía, lo que permite al ser humano vencer a la muerte en alguna medida. La poesía concilia a la vez pensamiento y sentimiento, con lo cual la imagen del “relámpago tierno” renueva su significación.. La poesía es palabra en el tiempo, como dice Antonio Machado, pero a la vez otorga al poeta una forma de perduración. Ello parecería acercarnos a la tercera modalidad de estructuración dinámica de la sintaxis de lo imaginario, pues sería una forma de reconciliación con el tiempo, de inserción en el sentido mismo de la cronología. Pero recordemos que en el comienzo de este trabajo señalamos que los temas de los poemas eran presentados a lo largo de la serie desde una doble perspectiva. Es así que, en el último poema, el Epílogo, la voz del yo lírico que reaparece, no habla de victoria en su batalla contra la muerte. La serie adquiere un desarrollo circular, otra vez la muerte está lejos y cerca y el repliegue no es posible. Aparece “un viajero sorprendido sobre puentes quebrados”, “un oído entre nubes”, “una carne cansada”, la sonrisa nace “de un huevo del olvido”.

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A partir de las consideraciones que hemos hecho hasta aquí, creemos posible afirmar que, en la construcción de “Los diálogos de la muerte y su espejo”, las imágenes y constelaciones de imágenes dentro de cada poema, y aún en las simetrías de los poemas relacionados entre sí, ha predominado la primera modalidad de estructuración dinámica, como respuesta a la angustia que provoca el paso del tiempo y la inminencia de la muerte. Es la que Jean Burgos llama “Sintaxis de la antítesis”, que corresponde a una escritura de la rebelión y la conquista, y que se traduce en un intento de abarcar el espacio, donde aparecen los esquemas de expansión, ascensión, extensión, etc. El material imaginario se ha ordenado constantemente en base al recurso de la antítesis, en oposiciones continuas. Esta figura de estilo ha servido finalmente para individualizar a la mujer, frente a la muerte y frente a los otros seres humanos, los “obedientes”, por su actitud de orgullosa rebeldía, pero como señalaba Burgos, esa actitud de expansión y ascensión, que aparece bien delimitada en los poemas estudiados, no puede separarse del peligro de la caída. Por eso ya en el Prólogo encontramos: “porque mis ojos desenvueltos han ido ensangrentando rocas y devorando abismos” En el último diálogo la muerte sentencia: “Caigan en mí sus pájaros, músicas coaguladas” Y el yo lírico, ya en el Epílogo dice: “Cerca porque las luces de su pausado espejo prueban melladas hojas en mi espalda desnuda y agobian con relámpagos mi desvalida sombra.” Para cerrar el análisis, citamos un verso de los primeros de la serie estudiada, que muestra la actitud heroica, el impulso y el sacrificio implícitos para lograr la trascendencia: “me he quebrado la carne para filtrar su lumbre” para confrontarlo con algunos versos del poema “Un delicado pájaro” del libro “Canto póstumo”: “Un delicado pájaro reposa mientras el día sube hasta su lengua y la espiral del trino, rosa en fuga, con la sombra de un rayo lo sustenta.”

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y afirmar que esa mujer heroica y misteriosa de los “Diálogos de la muerte y su espejo” no resulta vencedora por su poder creador de vida, sino por la única rebelión que le es posible: la que le permite la singularidad de su voz poética. Notas 1) Carl Jung, “Arquetipos e inconsciente colectivo”, citado por Beatriz Amestoy, “Poética de lo imaginario”. 2) J. L. Alborg, “Historia de la literatura española”, tomo I. 3) Beatriz Amestoy,”Poética de lo imaginario”·, Ed. Trilce,1991. 4) Entrecomillados de G. Durand, J.Burgos, C Mauron, Bourloud y Piaget, extraídos de Beatriz Amestoy (ya citado). 5) Gilbert Durand, “Las estructuras antropológicas de lo imaginario”. 6) J. Cirlot, “Diccionario de símbolos” 7) Alejandro Paternain, “La raíz del fuego”, en Cuadernos americanos. Bibliografía general Alborg J.L.”Historia de la Literatura española”,Madrid, Gredos, 1980. Amestoy Leal Beatriz, “Poética de lo imaginario”, Trilce, 1991. Bachelard Gastón, “El psicoanálisis del fuego”, Buenos Aires, Schapire. Bousoño Carlos, “Teoría de la expresión poética”. Madrid, Gredos,1962. Cirlot Juan, “Diccionario de símbolos”, Barcelona, Labor, 1988. Jakobson Roman, “Ensayos de lingüística general”, Barcelona, Seix Barral,1975. Jung Carl, “El hombre y sus símbolos”, Caralt, 1984. Lázaro Carreter Fernando, “Diccionario de términos filológicos”,Madrid, Gredos, 1953. Bibliografía sobre Sara de Ibáñez Anderson Imbert E., “Historia de la Literatura Hispanoamericana”,México, F.C.E., 1954. Arbeleche Jorge, “Poesía y poetas”, Destabanda, Montevideo, 1988. Arbeleche J. y Mántaras Graciela, “Sara de Ibáñez, estudio crítico y antología” Ed. Signos, Montevideo, 1991. Ibáñez R., “Anticipo, umbral y envío” en “Canto póstumo”, de Sara de Ubáñez, B,Aires, Losada, 1973. Paternain A., “36 años de poesía uruguaya”, Montevideo, Alfa, 1967. Xirau R., “Poesía iberoamericana contemporánea”, Sep-Diana, México,1979

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LA PALABRA ESCONDIDA Saúl Ibargoyen Eran los tiempos de la gesta de un anciano guerrero que montaba un desguazado corcel. Lo acompañaba un señor gordo, tosco, de fuerte regüeldo y parla refranera, quien trataba de que el burro adonde viajaba se acompasara a los ritmos anfractuosos de la cabalgadura de su esmirriado amo. Eran asimismo los dorados tiempos de una asombrosa simultaneidad, de multiplicados sucesos de maravilla: el unicornio de color morado pastaba en las altas nubes su hierba blanca; un semidiós llamado Herakles destruía montones de monstruos inimaginables; las princesas de exornado nombre se casaban con los príncipes vencedores del horrendo dragón; el indio de ojos azules llamado Tabaré cumplía su destino heroico de malmorir de amor; el cielo sobre el río grande como mar generaba astros esplendentes que no permitían dormir; la Luna se retorcía en una quieta tempestad de siete colores; el sol más cercano ocultaba con su inmedible fuego las llamas de incontables soles y galaxias; los peces con apelativo de mojarras nacían en las aguas sagradas de un arroyo cualquiera; las mariposas tensaban su vuelo navegando en los pétalos de cada flor que las alimentaba; los labios de una madre trazaban los versos de Amado Nervo, y las voces musicales de un sacerdote mexicano, de un payador argentino y de un uruguayo universal llegaban con su secreta resonancia de boleros, tangos y milongas desde cualquier rincón adonde vivía el aire. Pero eran tiempos, sí, de infantil horror: en las calles del barrio empobrecido cundían la suciedad, los ratones muertos por hambre, los perros deformados por la sarna, las formas impunes de la violencia cotidiana; y los niños mayores, los predominantes, los futuros sicarios, los potenciales machos alfa, los cercanos fascistas, decían “tú juegas o no juegas”, “tú te vas o tú te quedas”, “esta piba es nuestra”; y había otros niños venidos de países lejanos, que habitaban sótanos tenebrosos y hablaban idiomas impenetrables y comían horribles sopas de papas y verduras negras; y había locos que escupían y blasfemaban contra la madre de algún dios; y había mujeres que regresaban en las madrugadas sus cuerpos usados y cansados; y había peluqueros que arrancaban el cabello con tijeras mal afiladas; y había momias que volvían a la vida para vengar afrentas y llevar al delirio a hombres de ciencia y ladrones de tumbas… El niño aquel que era yo no distinguía la realidad contenida en los libros, el cine y los relatos legendarios de la opaca realidad de su existencia diaria. Entonces, en su cabeza se mezclaban otros momentos y otras épocas que lo conducían a ciertas formas del pasado aún no nacido, a tropezadas manifestaciones que lo alcanzarían más tarde, en edades distintas. Así, hasta hoy mismo, ese niño cree que no vive lo que está viviendo, sino que simplemente lo recuerda. No es una defensa frente a las agresiones de lo real: fue (es) un

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modo de estar-siendo y ser-estando en el mundo, o en la realidad de la Historia, que es más pequeña que el mundo. Por eso las palabras, que tienen un lugar impreciso de nacimiento, que algún dios inventó para nombrarse a sí mismo, que mujeres y hombres construyeron a saliva y sangre para que la realidad no los dejara solos; las palabras, que nunca sabemos cuándo van a desaparecer o cuándo perderán su sonido o su signo, eran (son) el recurso quizá único para que el niño aquel pudiera asentarse con toda su movilidad en la corriente general de los sucesos. Así, aprendió no sólo a defenderse -y hubo muchas agresionessino a descubrir otros vínculos con las diferentes apariencias de lo real, al punto de que su propia poesía resultó asimismo una apariencia. O sea, oculta lo que muestra y exhibe lo que esconde. En el fondo o en la superficie o a medias aguas de ese inmenso y cambiante océano del idioma, de la lengua común, hay sitios de los cuales todavía el niño aquel extrae los costosos vocablos que su lengua personal invoca y rehace; hay sitios a los que desciende a mojar su boca, plena de sed, de tristeza y de furia, para reconocerse en el sabor de su lenguaje subjetivo, dolorosamente limitado pero insustituible, intransferible. Y, en el fondo y el entorno de esa experiencia global de vida en proceso, una figuración indefinida… aquella mujer de ojos color nada, vestido verde, cabellos de bronce y tenues manos que surgió de pronto una noche al pie de una breve cama para disolverse enseguida en su oscuridad irrecuperable… Añajes pasarían antes de que el niño aquel descubriera -¿quién se lo enseñó?- que la presencia indefinible que así surgiera y que lo acompañaría luego en la pura memoria, y que aún lo acompaña como una dulce sombra o una hiriente ausencia, era la Musa -tal vez la del viejo guerrero, la dulcísima Dulcinea del Toboso-, la Musa rediviva, la quizá inalcanzable Musa. Por eso seguirá buscándola, pese a los horrores del ácido tiempo que respiramos: sus guerras indescriptibles y absurdas, sus insondables y premeditadas injusticias, sus inconcebibles y perversas corrupciones. Y ha de seguir buscándola para ponerle en los labios todas las palabras, todos los silencios, todos los cánticos: porque a veces la Musa no comprende, se distrae, se apendeja, se confunde y olvida que ella también debe cantar. México DF, setiembre/2004 – marzo/2010

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JOSÉ MARÍA ARGUEDAS Angelita Parodi A su memoria En el centenario de su nacimiento. Enero 18 de 1911

El 18 de enero del año 1911, nació en Andahuaylas, departamento de Apurímac, Perú, quien habría de ser uno de los más grandes escritores peruanos del siglo XX, además de etnólogo, antropólogo, ensayista, aunque tardíamente reconocido en su verdadero valor. Su vida, en gran parte sufriente sobre todo en la etapa de su niñez – “sombría infancia la suya”, dice el prologuista de “Los Ríos profundos” Blas Matamoro- pero también con períodos de depresión anímica y pensamientos suicidas en el transcurrir de su existencia, hasta su muerte, -acaecida por su propia mano el 2 de diciembre de 1969 -, nos conmueve a la vez que ejerce una especie de fascinación como su obra, porque vida y obra están fuertemente ligadas, de tal modo que a través de una conocemos la otra: parte de su vida está reflejada en esa novela casi autobiográfica de la etapa de niño huérfano de madre y escolar inteligente, personalizada en el niño Ernesto de “Los Ríos profundos”, dejado en un colegio religioso hasta su adolescencia por su itinerante padre con el cual desea volver a reunirse en algún lugar más acogedor, donde no deba vivir como espectador y partícipe a su pesar, de las iniquidades cumplidas por la pandilla en que se han organizados sus compañeros, y la falsa benevolencia de los curas incapaces de contener las acciones relativas al mal descubrimiento del sexo, los odios, las agresiones, las guerras internas, muchas veces sangrientas.

Su infancia con los indios lucanas y la lengua quechua. El Ernesto de “Los Ríos Profundos”, personaje de ficción por exigencias de la novelística, nos invita a ocuparnos del personaje real, José María Arguedas, de su vida desde su infancia, en continuo traslado de un lugar a otro dentro de su país, por la profesión judicial de su padre –convertido en abogado itinerante, después de haber sido depuesto de su cargo de juez en Cuzco por razones políticas - . Con apenas tres años, quedó huérfano de su madre, que murió en 1914. Blas Matamoro expresa que fue condenado a una “perdurable orfandad”, ya que cuando su padre contrajo un nuevo matrimonio, sin dejar de transitar, dejó a su hijo al cuidado de su nueva mujer y un hermanastro. Pero

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la nueva familia despreciaba al niño y lo obligaba a vivir con la servidumbre indígena, disimulando esta marginación sólo cuando su padre venía a verlo. En un prólogo de su autoría, incluido en el libro “Yawar Fiesta”, escrito algunos años antes de la publicación del libro, expresa a propósito de esa circunstancia: “Una bien amada desventura hizo que mi niñez y parte de mi adolescencia transcurriera entre los indios lucanas; ellos son la gente que más amo y comprendo.” Cabe decir que esa incompresible marginación fue un favor que le hizo la falsa familia. Pero fue de esos favores que no se puede agradecer, claro está, porque no se hacen con la intención de favorecer. José María y su hermano Arístides convivieron con los indios y estudiaron sus costumbres. Ese amor y comprensión que declara José María perduraría en él, así como el amor a la lengua quechua, idioma que, no siendo él indígena, es el único idioma que habló durante sus ocho primeros años, hasta que empezó su educación escolar, etapa en que aprendió el español.

El surgimiento de su vocación. Omitiremos los detalles de su trayectoria en lo que corresponde a los puestos importantes que le fueron asignados, de carácter público y privado, seleccionando la mención a sus estudios secundarios y universitarios que le permitieron trabajar como profesor de castellano y erigirse como el eminente escritor, antropólogo, etnólogo, poeta, dueño de un ejemplar estilo de exposición en todas las áreas en las que incursionó: en todos sus escritos asoma el lirismo de su alma. Tempranamente se despertó en él la afición literaria al leer un poema de González Prada y en 1921 comienza a escribir versos y relatos. En 1931, comienza su carrera de letras en la Universidad de San Marcos, Lima. Al año siguiente muere su padre y se ve obligado a vender baratijas al quedar en la pobreza, pero sin abandonar su producción, logrando publicar en revistas literarias sus escritos no sólo puramente literarios sino también sobre antropología indígena, etnografía y variedad de temas. No fue indiferente a las situaciones políticas por las que atravesaban los pueblos del mundo. Adhirió a la República Española y participó en manifestaciones estudiantiles que le valieron su encarcelamiento en la prisión llamada El Sexto, donde permaneció desde noviembre de 1937 a octubre de 1938, y sobre lo cual escribió la novela que lleva el nombre de esa prisión, de la cual dice en su primera edición: “Comencé a redactar esta novela en 1957; decidí escribirla en 1939”, aclaración que comenta Mario Vargas Llosa en el prólogo de la edición de 1973 diciendo que “muestra una vez más, cómo en esa operación de rescate y conjuro de determinadas experiencias que es una ficción, el novelista necesita una cierta perspectiva temporal para trabajar con libertad los materiales que le impone la vida”. Pero su pasión y casi devoción la constituyó su amor y sufrimiento por la vida y los despojamientos de que fueron objeto los indios, y lo que entendió que debía hacer era ocuparse en dar a conocer el drama de los pueblos del sur andino, a través de relatos,

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cuentos, ensayos, novelas, en fin, en escritos donde la lengua quechua adquiriera categoría universal auxiliada con el castellano. Su obra.- Su primer libro y su prólogo. Su primer libro incluye tres relatos: Agua, Los escoleros y Warma Kuyay.(Amor de Niño) Su primera novela fue “Yawar Fiesta”, publicada por primera vez en 1945, y considerada por Mario Vargas Llosa como su novela mejor. En 1950 él había escrito un artículo que se incluye en la 2ª edición chilena de junio de 1973 (Editorial Universitaria de Chile) como prólogo de la novela, por cuya inclusión elogia al director de la colección, en una breve nota preliminar (“prólogo de prólogo”, dice en la última línea de la nota). En ésta expresa, al comienzo, que la novela es la culminación de la “búsqueda de un estilo en que el milenario idioma quechua lograra transir el castellano y convertirse en un instrumento de expresión suficiente y libre para reflejar las hazañas, el pensamiento, los amores y odios del pueblo andino de ascendencia hispanoindia.” Este prólogo, dividido en cuatro secciones, nos da información prolija de la intensa y sostenida labor de pensamiento sobre cómo dar cumplimiento a esa aspiración expresada en la Noticia preliminar y cómo llegó a lograrla. Ya expresa su desacuerdo con quienes consideran que sus novelas “Agua” y “Yawar Fiesta” son indigenistas o indias. “Y no es cierto”, dice firmemente, porque ellas tratan de la “inquietante y confusa realidad” del Perú andino, de la cual el indio es tan sólo uno de los muchos y distintos personajes. Yawar Fiesta trata de los llamados “pueblos grandes”, capitales de provincia de la sierra. En ellos distingue claramente cinco tipos de personajes: “el indio; el terrateniente de corazón y mente firmes, herederos de una tradición secular que inspira sus actos y da cimiento a su doctrina; el terrateniente nuevo tinterillesco y politiquero, áulico servil de las autoridades; el mestizo de pueblo, que en la mayoría de los casos no sabe adónde va: sirve a los terratenientes y actúa ferozmente contra el indio, o se hunde en la multitud, bulle en ella, para azuzarla y descargar su agresividad, o se identifica con el indio, lo ama y sacrifica generosamente su vida por defenderlo; el quinto personaje es el estudiante provinciano que tiene dos residencias, Lima y su pueblo: este tipo generalmente mesiánico cuya alma arde entre el amor y el odio; este elemento humano tan noble, tan tenaz, tan abnegado, que luego es engullido por las implacables fuerzas que sostienen el orden social contra el cual se laceró y gastó su aliento.” Menciona también a las autoridades que “cabalgan” sobre aquellos personajes y según su maldad, indiferencia, o rara buena intención, conmueven a los pueblos que marchan en diferentes direcciones “con pasos violentos o rutinarios.”-

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Y luego alude al provinciano que migra a la capital, al principio en invasión silenciosa, luego en forma precipitada: indios, mestizos y terratenientes, que emigran a Lima, van dejando los pueblos vacíos o inactivos, “desangrándose”. En la capital, indios y mestizos viven al principio en la miseria de barrios sin luz, sin agua y casi sin techo y transformándose de a poco algunos en obreros o empleados regulares. De todo este confuso conglomerado social resuelve exhibir Arguedas su alma, El alma de esa comunidad perteneciente a cuatro barrios de Puquio, “lo lúcido y lo oscuro de su ser; la forma cómo la marea de su actual destino los desconcierta incesantemente, cómo tal marea, bajo una aparente definición de límites, los obliga a un constante esfuerzo de acomodamiento, de reajuste, a permanente drama.” Y se pregunta ¿“Hasta cuándo durará la dualidad trágica de lo indio y lo occidental en esos países descendientes del Tahuantinsuyo y de España? ¿Qué profundidad tiene ahora la corriente que los separa? Una angustia creciente oprime a quien desde lo interno del drama contempla el porvenir. Este pueblo empecinado – el indio – que transforma todo lo ajeno antes de incorporarlo a su mundo, que no se deja ni destruir, ha demostrado que no cederá sino ante una solución total.” El otro bando, es aun más complejo: los antiguos terratenientes carecen de escrúpulos de conciencia “manejan los puños, blanden el garrote e hincan las espuelas, duramente: son los dueños.” Por su parte, los estudiantes y los “progresistas” los miran con odio, pero ellos, los dueños, aun temiéndolos, ni dudan ni ceden; y a esas clases se agregan otras gentes a menudo enemigas entre sí, desde el mestizo inestable hasta el militante revolucionario. “Son muchos esos personajes y la definición de sus distintas almas no puede quizá hacerse sino a través de la novela.”, concluye. Claro está: un estudio sociológico, por ejemplo, debe manejarse con ciertas categorías, conceptos generales que dejan en sombra la riqueza de esos corazones de los individuos que sufren, aman, odian, ríen, lloran, cantan sus huaynos guerreros o de amor, y modulan sus poemas, los indios, en esa lengua quechua que amó desde niño José María. Y que se propuso elevarla a lengua literaria por la conjunción con la española.. Afirma haber narrado la vida de todos esos personajes de un “pueblo grande” de la sierra peruana “con pureza de conciencia, con el corazón limpio, hasta donde es posible que esté limpio el corazón humano.” En cambio aclara que “Agua” sí lo escribió con odio, un odio puro acerca de un mundo en el que existen “dos bandos enfrentados con implacable crueldad, uno que esquilma y otro que sangra”. Si la lengua castellana servía para expresar los íntimos trances, su historia personal, no era suficiente para la “interpretación de las luchas de la comunidad”: su espíritu llegó a impregnarse con el del pueblo que hablaba el quechua, y se desató así la búsqueda de un estilo que tuviera alcance universal. “Muchas esencias que sentía como las mejores y legítimas no se diluían en los términos castellanos construídos en la forma ya conocida. Era

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necesario encontrar los sutiles desordenamientos que harían del castellano el molde justo, el instrumento adecuado. Y como se trataba de un hallazgo estético, él fue alcanzado como en los sueños, de manera imprecisa.” Confiesa haber escrito los primeros capítulos de Yawar Fiesta muchas veces para volver cada vez al punto de partida: la solución bilingüe, “trabajosa, cargada de angustia” ¿En qué idioma se debía hacer hablar a los indios en la literatura?... Yo resolví el problema creándoles un lenguaje castellano especial…¡ Pero los indios no hablan en ese castellano ni con los de lengua española ni mucho menos entre ellos! Es una ficción: los indios hablan en quechua…Los que van de otras regiones a residir en las aldeas y pueblos del sur tienen que aprender el quechua: es una necesidad ineludible…Yo, ahora tras dieciocho años de esfuerzos, estoy intentando una traducción castellana de los diálogos de los indios….Haber pretendido expresarse con sentido de universalidad a través de los pasos que nos conducen al dominio de un idioma distinto, haberlo pretendido en el transcurso del salto, esa fue la razón de la incesante lucha. La universalidad pretendida y buscada sin la desfiguración, sin mengua de la naturaleza humana y terrena que se pretendía mostrar, sin ceder un ápice a la externa y aparente belleza de las palabras”. Dice en el párrafo siguiente que el proceso al que se ha referido concluyó en la novela “Los ríos profundos”, que en general es considerada como su obra maestra, (a diferencia de la opinión de Mario Vargas Llosa). Opina que era el fin lógico que el castellano fuera “el medio de expresión legítima del mundo peruano de los Andes, noble torbellino en que espíritus diferentes, como forjados en estrellas antípodas, luchan, se atraen, se rechazan y se mezclan, entre las más altas montañas, los ríos más hondos, entre nieves y lagos silenciosos, la helada y el fuego.” Se me comprenderá que recurra a “entrecomillados” y transcripciones literales de este hermoso prólogo, pero estoy convencida de que nadie podría expresar mejor que él mismo lo que significó para él esta lucha librada apasionadamente para expresar y difundir el alma de los pueblos andinos peruanos. El considera ese proceso como “ problema del espíritu, de la cultura, en estos países en que corrientes extrañas se encuentran y durante siglos no concluyen por fusionar sus direcciones, sino que forman estrechas zonas de confluencia, mientras en lo hondo y lo extenso las venas principales fluyen sin ceder, increíblemente.” Y como final de este prólogo una protesta y un agradecimiento: “Y por qué llamar indigenista a la literatura que nos muestra el alterado y brumoso rostro de nuestro pueblo y nuestro propio rostro, así atormentado? Bien se ve que no se trata sólo del indio. Pero los clasificadores de la literatura y el arte caen frecuentemente en imperfectas y desorientadoras conclusiones. No obstante les debemos agradecer por habernos obligado a escribir esta especie de autoanálisis, o confesión, que lo hacemos en nombre de quienes han de

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padecer y padecen el mismo drama de la expresión literaria en estas regiones.” J.M. Arguedas Para no abusar del espacio propio de un ensayo y darle a éste la extensión admisible para una revista cultural, seleccionaré de cinco libros que me han permitido conocer esta figura emblemática de la literatura americana , algunos pasajes magistrales, y algunos comentarios. Los Ríos Profundos. Leyéndolo y conociendo los hechos reales, no concuerdo con Matamoro en convertir al padre de Ernesto ( protagonista de la novela pero que representa al propio José María) en un mal padre, considerando a Ernesto como “abandonado por su padre como un inclusero”. En la historia real el abogado cuzqueño Víctor Manuel Arguedas, rescató a sus hijos, que habían huido de la familia que los maltrataba, especialmente al niño, y llegó a transitar con José María por distintos pueblos de la sierra hasta establecerse en Abancay. El fragmento que elijo muestra la cualidad de escritor de José María, al referirse a ese peregrinaje : En los viajes realizados con su padre, la capacidad de observación y su sensibilidad se manifiesta en fragmentos referidos a zonas de la naturaleza como éste, por ejemplo: “Las grandes piedras detienen el agua de esos ríos pequeños, y forman los remansos, las cascadas, los remolinos, los vados. Los puentes de madera o los puentes colgantes y las oroyas, se apoyan en ellos. En el sol brillan. Es difícil escalarlas porque casi siempre son compactas y pulidas. Pero desde esas piedras se ve cómo se remonta el río, como aparece en los recodos, cómo en sus aguas se refleja la montaña. Los hombres nadan para alcanzar las grandes piedras, cortando el río llegan a ellas y duermen allí. Porque de ningún otro sitio se oye mejor el sonido del agua. En los ríos anchos y grandes no todos llegan hasta las piedras. Sólo los nadadores, los audaces, los héroes; los demás, los humildes y los niños se quedan; miran desde la orilla, cómo los fuertes nadan en la corriente donde el río es hondo, cómo llegan hasta las piedras solitarias, cómo las escalan, con cuánto trabajo, y luego se yerguen para contemplar la quebrada, para aspirar la luz del río, el poder con que marcha y se interna en las regiones desconocidas.” Este es uno de los tantos fragmentos que engalanan el libro y en general toda la literatura salida del sentimiento de admiración que despierta la naturaleza pujante y arisca que los viajes con su padre le han hecho disfrutar y que ahora, en el colegio de curas, se trasmuta en nostalgia.

Yawar Fiesta. En el primer capítulo de Yawar Fiesta “Pueblo indio”, contra quienes llaman así con desprecio a Puquio, antes un pueblo entero de indios, y hoy sufriendo el despojo por

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parte de los mistis (los poderosos) contestan los aludidos manifestando el desprecio por los costeños: “Pero en la costa no hay abras, ellos no conocen sus pueblos desde lejos… . ¡Ver a nuestro pueblo desde una abra, desde una cumbre donde no hay saywas (montículo mágico) de piedra, y tocar en quena o charango, o en rondín, un huayno (canción indígena) de llegada. Ver a nuestro pueblo desde arriba, mirar su torre blanca de cal y canto, mirar el techo rojo de las casas, sobre la ladera, en la loma o en la quebrada, los techos donde brillan anchas rayas de cal; mirar en el cielo del pueblo, volando, a los killinchos y a los gavilanes negros, a veces al cóndor que tiende sus alas grandes en el viento; oír el canto de los gallos y el ladrido de los perros que cuidan los corrales. Y sentarse un rato en la cumbre para cantar de alegría. Eso no pueden hacer los que viven en los pueblos de la costa” Aquí se manifiesta, por un lado esa especie de maniqueísmo que distingue entre la costa depositaria del mal, mirando al “extranguero”(sic) y la montaña con sus pasajes, sus arroyos y sus picos como miradores de su terruño, que se solaza y canta de alegría con su música siempre presente hasta en los episodios más dramáticos. Los 11 capítulos de esta novela van desarrollando el drama de este pueblo pera terminar con un desgarrador episodio en el último, que da nombre a la novela: la fiesta en que enloquece la multitud queriendo ser espectador de la corrida de toros acostumbrada en determinada fecha 28 y que, aunque prohibida, se realizaba lo mismo, quedando siempre algún indio y el toro destrozados mientras cantos de mujeres se escuchaban festejando la sangría o pidiendo clemencia al toro: (traducido del quechua) “¡Ay toro, toro/ cornea pues/ mata pues/ toro, toro” o “¡Ay toro, toro/ cómo has de cornear/ cómo has de matar/ toro, toro.” (Arguedas estudió mucho el folklore indígena y llegó a componer letras para algunos haynos, además de serios estudios. No es una fase menor de su trabajo, al punto que fue designado Conservador General de Folklore en el Ministerio de Educación, luego Jefe de la Sección Folklore, Bellas Artes y Despacho del mismo Ministerio y finalmente jefe de Estudios Etnológicos del Museo de la Cultura Peruana, todo esto entre los años 1947 y 1953 año en que comenzó a publicar la revista Folklore Americano.)

El Sexto. De esta novela me limito a aconsejar el prólogo de Mario Vargas Llosa, (Barcelona 1973) que con un estilo claro y ameno, como debería ser el de todos los grandes escritores, creadores o críticos, nos invita a la lectura del libro para compartir o disentir en fructuoso diálogo, con las opiniones sobre los méritos de esta obra de su compatriota a quien admira profundamente sin abdicar de su sentido crítico. Vale la pena transcribir el último párrafo: “De todos modos, aun con estas limitaciones, el libro por su rica emotividad, sus hábiles contrastes y sus relámpagos de poesía, deja al final de la lectura, como todo lo que Arguedas escribió, una impresión de belleza y de vida.”

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Señores e Indios Parecido consejo respecto al prólogo de Angel Rama a este libro, un ensayo sobre casi toda la producción de Arguedas, de la que destaca la musicalidad de su prosa. “La canción popular se incorpora de lleno a su narrativa, invadiendo cuentos y novelas hasta el punto de que algunos parezcan ilustraciones de un determinado poema popular.” “…las canciones contribuyen a potenciar la tendencia lírica que invade el relato presuntivamente realista, dando la nota más alta de una graduación de tonalidades en que sitúa la composición…” “Relatos completos” (Alianza Editorial, Madrid 1983-1088 ed. póstuma).Reúne 13 cuentos, de los que me permito señalar los que más he disfrutado: ‘Warma Kuyay’ (Amor niño), ‘Hijo solo’ y más especialmente ‘El sueño del pongo’, impreso en modalidad bilingüe: páginas pares, en quechua, impares, traducidas al castellano, y con un final inesperado e ingenioso. Y en casi todos la música con o sin instrumento, porque la naturaleza toda puede cantar: aves, piedras, agua de los arroyos, hojas de los árboles serranos, el viento, las personas, especialmente las mujeres, etcétera, en las más diferentes circunstancias, sean trágicas o risueñas, rituales, bélicas, amatorias: una imaginería impresionante. Y añado un poema escrito en quechua y traducido al español que he encontrado en Internet titulado QUE GUAYASAMIN (En quechua IMAN GUAYASAMIN) ¿Desde qué mundo, Guayasamin, tu fuerza se levanta?/ Paloma que castiga / sangre que grita /¿Desde qué tiempos se hicieron tus ojos que descubren/ los mundos que no se ven/ tus manos que el cielo incendian?/ Escucha, ardiente hermano, / El tiempo del dolor/ de los días que hieren, / de la noche que hace llorar, / del hombre que come hombres, / para la eternidad lo fijaste / de modo que nadie será capaz de removerlo, / lo lanzaste no sabemos hasta qué límites./ Que llore el hombre / que beba el suavísimo aliento de la paloma/ que coma el poder de los vientos, / en tu nombre. / Wayasamin es tu nombre; / el clamor de los últimos hijos del sol, / el tiritar de las sagradas águilas que revolotean Quito, / sus llantos, que acrecentaron las nieves eternas,/ y ensombrecieron aún más el cielo. No es sólo eso:/ el sufrimiento de los hombres en todos los pueblos; / Estados Unidos, China y el Tawantinsuyo / todo lo que ellos reclaman y procuran. / Tú, ardiente hermano/ gritarás todo esto/ con voz aún más poderosa/ e incontenible que el Apurimac./ Está bien, hermano, / está bien, Oswaldo. Agradezco a Julia Galemire la oportunidad que me ha proporcionado de enriquecerme espiritualmente, leyendo y escribiendo sobre José María Arguedas. Angelita Parodi de Fierro

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Ante De vuelos y partidas, de Susana Boéchat

RÉQUIEM POR UNO MISMO Guillermo Lopetegui

En el decir poético de Susana Boéchat, se advierte –sobre todo en sus poemarios más recientes- un ahondar en la cotidianidad, trascendentalizándola, a partir por supuesto de su particular interpretación de ese paso que es su paso por “el sueño de la vida”, al decir de Lord Byron, pero también en el entrelazamiento de temas que le otorgan una nueva perspectiva a las experiencias vitales gracias a la expresión poética, como ocurre por ejemplo en Islas, mujeres y tiempo, donde se dan cita las ciudades, las variantes de la femineidad y el transcurrir de los años que viajó y viaja siempre esta creadora inquieta e incansable peregrina por entre las geografías de su interioridad, en eterna comunicación consigo misma y con su entorno, como lo testimonia esa particular variante de ella misma: la que conforma el universo de sus libros. La escritura, el discurso literario para algunos, como Onetti, arranca de la inspiración que tarde o temprano llega, o para otros, como Vargas Llosa, de una disciplina cuasi marcial que se traduce en escribir un poco todos los días, con ausencia de musas y con la férrea voluntad de cincelar el oficio a fuerza de una disciplina diaria. En cualquiera de los dos casos, sin embargo, existe el deseo por parte del creador de volcarse a lo que más le convenga: la espera de las musas o la acción creadora a partir de una mecánica del oficio Así entonces, a veces somos quienes elegimos los temas y otras los elegidos por ellos. Pero existe un tema que generalmente llega de forma imprevista; en el momento menos pensado; cuando estamos lejos de sentirnos preparados para abordarlo en la forma más conveniente a nuestros intereses: el tema de la muerte; sobre todo la muerte ajena; más aún la muerte de nuestra madre: punto de partida esencial de este De vuelos y partidas de la argentina Susana Boéchat, de reciente aparición en Buenos Aires editado por De los Cuatro Vientos y con cuya presentación en Montevideo nos sentimos honrados.

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Es la muerte de la madre –al menos la muerte física- pero, sobre todo, la muerte de una parte de nosotros mismos: aquella que nos ligaba y en la que habitábamos con un universo poblado de afectos, resguardos, intercambios cariñosos no exentos de momentos contradictorios, con nuestros engendradores, en este caso con la figura reconocida y cálidamente hegemonizante, totalitarizadora de la madre, de esa Madre con mayúsculas que conlleva a todas las madres del mundo en esa tan particular que es la nuestra propia y que sin embargo está construida a partir de nosotros mismos a pesar de haber sido los engendrados, porque, como expresa el analista junguiano Robert Johnson en He: somos habitados por varias madres: la real, la soñada, la idealizada, la arquetípica… Por eso la muerte de la madre real trae consigo toda una remosión que llega a nuestras propias bases psicológicas, sobre todo cuando, como en el caso de la creadora que nos ocupa, el vínculo madre-hija era –y sigue siendo, aunque reposicionado luego de la experiencia poética- sumamente fuerte, tan fuerte que en un principio, ante el sentimiento de la ausencia que produce la desaparición física del ser amado, la hija parece quedar sin ningún tipo de asidero en este mundo; en un mundo que muy poco tiene que ver con aquel universo de afectos, resguardos, intercambios cariñosos, con lo que entonces el único auxilio y consuelo es la literatura; es ese “Marcel” narrador que desde En busca del tiempo perdido de Marcel Proust llega como uno de los acápites de De vuelo y partidas para recordarnos que “Si yo estuviera seguro de volver a encontrar a Mamá, moriría de inmediato”, presupuesto este del que se hacen eco la hija Susana y la creadora Boéchat. En el prólogo escrito por Alfredo A. De Cicco para esta oportunidad, se expresa –entre otros conceptos- que “Escribir es en cierto modo estampar su realidad. Es mostrarse y mostrar, desde y hacia donde se mira al mirar. Pero para ello, es menester saber captar los símbolos, es decir los elementos a través de los cuales el universo se expresa con un lenguaje poético”, a lo que nosotros agregamos, precisamente con el Gilles Deleuze de Proust y los signos, que también es preciso irse haciendo de un sistema o un conjunto de símbolos propios: ese que va surgiendo conforme vamos ahondando en la vida gracias en gran medida a la profundización que vamos haciendo en nuestro material o nuestros materiales de creación literaria. Estos materiales están presentes y se van refinando conforme transcurren los libros en la obra poética –y por qué no también en la ensayística- de la autora que nos ocupa. La musicalidad, por ejemplo, no solo que está presente sino que se esencializa en versos como “Creo que flotas/neblinesca/ aleteando –colorida mariposa-/entre libros, diarios/y novelas, asombrándote de todo/ como siempre/(…)/”. Quizás un solo y largo relato poético Ya desde las primeras páginas De vuelos y partidas plantea la posibilidad de que el poemario obre como un solo y largo relato poético unido a cierta Tradición que arranca, para lo literario, en los cantos homéricos, pasa por el siglo de oro español en las Coplas a la muerte de su padre, de Manrique e incluso encuentra cierta apoyatura en los

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presupuestos teóricos presentes en El oficio de poeta de Cesare Pavese, para quien la poesía bien puede plantear la creación de personajes que permitan una o varias acciones dentro del poema. Pero lo musical también está presente en esta Tradición y muchos puntos por donde vuelan y hacia donde parten estos versos remiten al siempre referencial Lamento por la partida del hermano, con el Johann Sebastian Bach, a partir de un dolor que tiene sus raíces en lo afectivo-familiar, demuestra una vez más por qué es el maestro absoluto del contrapunto a caballo de dos siglos, el XVII y el XVIII, así como Gustav Mahler será el último gran sinfonista romántico a fines del siglo XIX, permitiendo –a partir de sus últimas composiciones- abrirles la puerta a nuevos horizontes musicales, que en los albores del siglo XX tendrán en la Segunda Escuela de Viena –Arnold Schönberg, Anton von Webern y Alban Berg- a sus más dilectos exponentes. La soledad de los vivos Así entonces, a lo largo de todo este poemario surgen constantes que obran como leit-motivs a partir de preguntas; preguntas que se le hacen a la madre, a la Madre con mayúscula en quien conviven la madre que fue y la madre que sigue siendo en la psique de la hija y que lentamente también pasa a ser en la de la creadora. Preguntas que llegan a las fronteras de lo ontológico, porque la Madre, esencializada, transfigurada, habitante de otras dimensiones, podría tener las respuestas que nosotros, desde nuestra finitud terrenal, nos seguimos haciendo porque, tal vez contrario a aquel “Qué solos se quedan los muertos” de una de las rimas de Bécquer, quienes nos quedamos solos somos nosotros; rodeados de lo que ya sabemos y que sin embargo se yergue ante nuestra finitud a veces con características amenazadoras y ya sin el escudo afectivo de nuestra madre, en cualquiera de sus formas –ateniéndonos al junguiano Johnson- pero ante todo sin ese ser de carne y hueso y voz y risas y lágrimas y suave presión en la mano con la que apretaba la nuestra y que iba conduciendo así esa infancia que éramos nosotros, que seguimos siendo en parte, ya sin el auxilio de esa Luisa Nilda: maestra en una escuela de Campana, Provincia de Buenos Aires; madre de esa niña Susana que con el tiempo irá construyéndose la personalidad de Susana Boéchat para sublimar, a través del verso, seres, afectos, geografías, sueños y preguntas sin respuesta que siguen habitando la Arcadia de esa niña que, en lo profundo de Boéchat, le sigue diciendo, hoy más que nunca, que sigue estando allí y que seguirá estando en esos resurgimientos que traerán aparejado el recuerdo de la madre: “Aquí, en mi escritorio/y en silencio/(…)/Con la serenidad de la bienllegada,/me visitas/(…)/”. Evocación de la belleza La evocación poética reafirma e idealiza la belleza del ser amado en la constante mención de la vestimenta a lo largo de varios poemas –en definitiva uno solo: es una posibilidad, como lo decíamos anteriormente-; en la constante mención a la relación

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de la madre con el padre que no es sino la sólida construcción afectiva en cuyo interior habitó la niña Susana. Pero también está la mención a la madre como mujer-ser humano dotado de una vida propia a partir del intelecto puesto de manifiesto en sus años como docente y en aquellos libros con los que se nutrirá también la hija, elaborando esa experiencia intelectual que, con la experiencia vital, dan determinada característica al corpus en este caso literario de un creador. También decíamos anteriormente que vamos ahondando en la vida gracias en gran medida a la profundización que vamos haciendo en nuestro material o nuestros materiales de creación literaria. Esta profundización nos permite ir dominando el material con que contamos y ante todo el modo en cómo dispondremos dicho material sobre el paño de nuestro universo poético. No es menos cierto que en casos como el de la creadora que nos ocupa, ese manejo cada vez más acertado va permitiendo que el texto consiga, de un poema a otro, de un libro a otro, esa síntesis exacta que solo puede surgir de un buen uso que se haga de la experiencia creadora. Y esa síntesis por supuesto que está presente en varios de estos vuelos; de estas partidas, y en particular en aquel que en su aletear parece ir dibujando en un Cielo con mayúscula la perfecta imagen ya no de la madre de Susana sino de lo que es una Madre en general, aunque contrastando la imagen de la evocada con la de la evocadora: “Tú eras la calma/yo la tempestad/que se atenuaba/en la playa amigable/de tu nombre”. Síntesis magistral que bien puede complementarse con “Esa inhabitable espera/de volver a verte”, que son los dos primeros versos con que se inicia otro de los poemas donde el recuerdo del acápite proustiano parece definir el sentido profundo de todo el poemario. Y una mención más al autor de En busca del tiempo perdido está presente, surge de manera indirecta en “He traído de tu casa,/-ya no es tuya-/gajos de malvones/de hojas ásperas/con olor a verde y primavera./Los he rescatado/con la delicadeza de un orfebre/ (…)/para que me regalen/su flor rosaescarlata/su tacto agridulce/tu compañía”, porque la madre en este caso se transmuta en el reino vegetal; y en la obra monumental de Marcel Proust uno de sus personajes hace mención a la creencia celta de que el espíritu de los seres queridos queda fijado en aquellos objetos y lugares que conformaron su vida: “Me enseñaste el tiempo/en los objetos/esa cobertura de los años/el tacto de personas/ ya de viaje/(…)/Son objetos que hablan/(…)/-paréntesis de siglos anteriores”. Esos objetos que incluso están presentes en ese último regalo “Aún no abierto”; regalo que causa cierto temor el abrirlo; regalo que representa una voluntad por parte de la madre –o de la interpretación que la hija y la poeta le da a este hecho- de todavía no partir definitivamente. El miedo por parte de la destinataria parece obrar como confirmación de que quien se supone que partió ya tiene que pertenecer a ese otro mundo, mientras que los mortales se quedan en este con esa sensación de soledad, de ausencia como la describe Roland Barthes, presente también en el libro de Boéchat.

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La creación como consuelo Y muchos otros autores acuden a esta cita de dolor y de creación, confirmando así aquello de que habla Malcolm Lowry en uno de los cuentos que componen su Escúchanos, Señor, desde el Cielo Tu morada: que el oficio de escritor también nos trae un raro consuelo; que muchas veces toda una Tradición cultural viene en nuestra ayuda allí donde los demás no pueden hacer nada, pero sí lo pueden hacer otros ilustres referentes; otros verdaderos padres espirituales: “/(…)/Werther y Poe, Rubén y los modernos/(…)/”; “/(…)/y cada pétalo de Coleridge/es cifra de futuro/(…)/”; “/(…)/Bebé Rocamadour/y la Maga/(…)/”; “/(…)/”Presencia de la ausencia”/en las estatuas/(…)/”; “/(…)/En la “comunidad de ausencias”/son los vivos los que faltan”… Sin embargo, el paliativo; el gran consuelo ante el dolor producido por la partida de la madre es que a este réquiem personal, íntimo; a este réquiem para uno mismo asisten –para formar coro con sus diversas voces- tanto Coleridge, como Saramago desde más de un acápite como pórtico a varios poemas, Barthes, Cortázar, Proust y algo más retirados aunque también presentes, tal vez en las últimas filas de ese coro sublime, los registros de Coelho y hasta Mark Twain: el primero de estos dos mencionados sobrevuela versos que expresan: “/(…)/un gran reloj atrasado/que señala un solo día/una sola hora/un solo instante/(…)/”, cuando en uno de sus libros el autor de El Alquimista sostiene que hasta un reloj parado por lo menos dos veces en el día da la hora exacta. El segundo; el celebrado autor de Las aventuras de Huckleberry Fynn en uno de los mejores poemas de este libro de Susana Boéchat; ese tipo de poema al que nosotros, lectores, volveremos una y otra vez, en diferentes circunstancias y a lo largo de la vida que nos reste por vivir: “¿Qué es una casa/sino la persona/que la habita?”. Así empieza este poema y así nos trae el recuerdo de la casa de Mark Twain en Hartford, Connecticut, en cuya estufa a leña, contra el marco de la misma, el escritor mandó grabar: “El ornamento de una casa son los seres que la habitan”. Con todo esto; con este nuevo libro –que en principio surge del dolor ante una partida irreparable- que nos entrega Susana Boéchat, todo lamento acaba por convertirse en celebración ya que al dolor le sucede, tarde o temprano en la vida de un creador –y en este caso en la vida de una creadora como lo es la autora de De vuelos y partidas- la sublimación del mismo a partir de la expresión poética, que a veces tarda en venir y otras solo se hace posible gracias a una disciplina cuasi marcial. En cualquiera de los dos casos: ¡enhorabuena!

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ANA MARÍA MATUTE, PREMIO CERVANTES Susana del Barrio de Jaureguy El lector común de nuestra región probablemente no conozca a esta extraordinaria escritora, porque quienes resuelven qué leemos y qué no, han decidido no traer sus libros. Nace en Barcelona el 26 de julio de 1926 en una familia de clase media. Su padre tenía una fábrica de paraguas, su madre se ocupaba de sus cinco hijos. Pasaban los veranos en Mansilla de la Sierra, un pueblito del norte de Castilla, donde vivían los abuelos maternos y donde los niños correteaban a su gusto, jugando con los hijos de los campesinos. Ese tiempo vivido en Mansilla será el alimento de muchos de sus libros. Luego fue enviada a un colegio religioso, el de las Damas Negras, donde Ana María fue muy infeliz, por la severidad y lo absurdo de su educación. Era muy imaginativa, ya a los cinco años había escrito su primer cuento: “El duende y el niño”, historia simple y tierna, llena de faltas de ortografía, editada hoy por Martínez Roca con otros textos bajo el nombre de “Cuentos de infancia” en una espléndida edición, con las ilustraciones que ella misma dibujara. También su madre era de enorme rigidez y acostumbraba a poner a los niños autores de travesuras en un armario: “el cuarto oscuro”, aterrador para sus hermanos, resultaba delicioso para Ana María, ya que se tendía en un estante e imaginaba aventuras en un mundo de fantasía como el de los cuentos de hadas que adoraba leer. Pero en 1936 estalla la guerra y su vida cambia radicalmente, escasean los alimentos y los niños serán los encargados de hacer las colas para conseguir pan, o papas o lo que hallaran y eso les dio una libertad que no tenían. Además ellos habían vivido en una campana de cristal y ahora la realidad les golpeaba el rostro y el alma, Ana vio por primera vez a un muerto ametrallado y como desaparecían vecinos o padres de sus amigos. Terminada la guerra, al volver a Mansilla, el gobierno de los vencedores resolvió hacer una represa, edificar un nuevo pueblo y luego de mudar a los pobladores anega el viejo caserío. Pero cuando hay sequía las aguas bajan y el viejo pueblo emerge, fantasmal y los niños corretean por las conocidas calles, ahora húmedas y mohosas.”Para mí fue ver toda mi infancia anegada!”

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Por primera vez tuvo conciencia del dolor, del hambre, del miedo. Nunca escribirá sobre la guerra, sino sobre las gentes que la sufrieron, sobre la injusticia, la traición, y sobre la solidaridad y el amor, que también estaban presentes. A los 16 años abandona todo estudio y se dedica a escribir. Termina “Pequeño teatro”, y también “Los Abel”, que presentará al Premio Nadal en 1947.Trata de una familia de mineros que escapa a la ciudad. José Luis Cano, en Insula señala que la primera parte es excelente. Allí plantea por primera vez el tema de Caín y Abel, que será una constante en toda su obra. En 1952 gana el Premio Café Gijón con “Fiesta al noroeste”. Ese día “Correo Literario” publica el capítulo inicial, espléndido, verdadera sinfonía pictórica, que se cierra con la imagen de los niños del pueblo que han salido en la noche bajo la lluvia y encuentran el carro del titiritero, Dingo que se ha estrellado en la plaza, cuyos trajes de colores ellos se ponen mientras Dingo que ha atropellado a un niño, viene con él muerto en sus brazos. Nada menos que Ricardo Gullón comenta en Insula, meses después, que su autora es una novelista nata, digna de figurar entre los mejores representantes de la joven novelística española. Ese año comete un grave error, se casa con un aspirante a escritor llamado Ramón de Goicochea al que va a mantener durante once años, ya que su oficio era asistir a las tertulias de los cafés e invitar rondas que luego Ana María debía pagar. Lo bueno, es que en 1954 nace su hijo Juan Pablo, lo malo es que cuando ella se separa en 1963 las leyes españolas le otorgan la tenencia al padre. Ella pasará diez años viendo al niño sólo los sábados y a escondidas. Al padre no le interesaba y se lo dio a la abuela pero la suegra tuvo piedad y siempre le permitió verlo. Durante esos años de su matrimonio la escritura se vuelve febril: casi cada día terminaba un cuento que corría a vender a una revista, para poder comprar alimentos. Son desalojados varias veces por alquileres impagos. Pero también recibe el Premio Planeta por “Pequeño teatro”, calificada elogiosamente por esos días en Insula donde José Luis Cano sostiene que es un relato de una extraña ternura con gran hálito poético. Según ella:”un manifiesto deseo de denuncia hacia esa falsa caridad, a esa gran comedia que es a veces el mal llamado “amor al prójimo”. En 1949 presenta a la censura “Las Luciérnagas” que será rechazada de plano. Hoy podemos leer las actas de ese rechazo y vemos que palabras como “puta” han sido tachadas, que junto a una página en que se muestra a una mujer despertando y calzándose, el censor ha escrito: “la mujer española antes de vestirse reza”. Así ocurrió con sus siguientes libros, que fueron podados por el censor de turno. Según Goytisolo Ana María fue la que más sufrió la censura.

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En 1955 vuelve a presentar Luciérnagas, pero corregida para el censor -porque ella necesitaba el dinero para vivir- ahora titulada “En esta tierra”. Es la historia de una muchacha que se enamora en la guerra, allí rebosa el amor por los pobres. Matute jamás permitió después que “En esta tierra” fuera reeditada. Sí apareció su versión inicial: Luciérnagas. En 1956 aparece otra obra maravillosa: “Los niños tontos”, que será comentado por Camilo José Cela en Papeles de Son Armadans, allí califica al libro como ejemplar, y agrega:”es el libro más importante que una mujer haya publicado en España”. Geraldine Cleary Nichols, crítica norteamericana dice de él: “Children who persist in never-never land are scorned as “fantasiosos” instead of being treasured as visionaries in touch with another reality somewhere beyond the obtunding limits of the concrete”. Los temas de este libro son profundamente tristes, llenos de amor y compasión por esos niños con trágicos destinos y son narrados con profundo lirismo. En 1957 aparece “El tiempo” con 13 narraciones muy variadas, con visiones pesimistas. Un año después se publica “Los Hijos Muertos”, una de sus mejores novelas. Historia de una familia separada por la guerra, alrededor de los temas de la injusticia, el odio y las huída, Leopoldo Panero, en la revista “ Blanco y Negro” la menciona como una novelista extraordinaria, por ella recibirá el Premio Nacional de Literatura y el Premio de la Crítica. En 1959 se presenta al Premio Nadal con “Primera memoria” y lo logra. Es la primera parte de una trilogía que se llama “Los mercaderes”, a la que seguirán “Los soldados lloran de noche”, título tomado de un verso de Quasimodo sobre la guerra. Y finaliza con “La trampa”. Primera memoria será la indagación del mundo de una adolescente, Matia, a la que veremos crecer en las otras dos novelas. En 1961”Historias de la Artámila”, donde regresa al paisaje de Mansilla de la Sierra, a sus campesinos, a sus niños, en 22 historias que son a veces realistas otras llenas de fantasía. Ese año también publica “Libro de juegos para los niños de los otros”. Libro de fuerte denuncia social, de la que la censura no se dio cuenta. Como había estado publicando varios libros de literatura infantil, creyeron que era otro más. Por fin su pesadilla termina en 1963 cuando puede divorciarse de Goicochea, y obtener la tenencia de su niño. Para él es que escribirá los cuentos infantiles que han

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hecho la delicia de tantos, y que aún pueden conseguirse por estas tierras. Ya no se separará más de Juan Pablo, que es paracaidista y aviador de líneas comerciales y vuelve a casarse, con Julio, al que siempre llamará El Bueno, diferenciándolo del primero al que nunca nombra y llama El Malo. Es invitada por varias Universidades de Estados Unidos a dictar conferencias, haciéndose más conocida luego de que todos sus libros fueran traducidos al ingles, así como también a todos los idiomas europeos, incluido el ruso. En 1971 inicia una trilogía que transcurre en el período medieval, con “La torre vigía”, allí cambia el tiempo histórico, pero no los conflictos sociales, otra vez se presenta la lucha entre el bien y el mal, la luz y la sombra. Pasan muchos años hasta que el siguiente libro de la trilogía vea la luz, tras años de enfermedad, de cirugías, sin abandonar nunca el proyecto de “Olvidado rey Gudú” que finalmente es publicado en 1996.Para Matute es su libro preferido. No es fácil abordar Gudú, tiene 865 páginas y allí se nos muestra un universo con multitud de personajes, pero una vez avanzar ya no puede soltarse. Está dedicado a Andersen, los hermanos Grimm y Perrault, eso da la pauta del contenido; habrá princesas, hadas, duendes, y por sobre todo una enorme sabiduría de la vida. En 1998 entra a la Real Academia de la Lengua lugar extraño para una mujer, ya que ha habido muy pocas. En 2000 publica Aranmanoth, completando la trilogía medieval con una historia fantástica y poética. Hace poco, en 2008 aparece “Paraíso inhabitado” que nos hace entrar en el universo de una niña que nos incluye a todos, como si fuéramos niños otra vez. 2010 se inicia con un nuevo libro “La puerta de la luna” que aunque se señala que es la reunión de todos sus cuentos, no es así .falta por ejemplo “La frontera del pan” y “Los cuentos vagabundos” ambos aparecidos en “El Tiempo”. Allí también advertimos que los apartados de “El río” son calificados como artículos, lo que significa que no es ficción sino registro de una realidad verdadera. El 23 de abril de este año, cumpleaños de Cervantes y de Shakespeare, Ana María Matute recibirá el Premio Cervantes. Se ha hecho justicia!

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J贸venes Creadores 97


Obra plรกstica Sandra Petrovich

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Paloma González Helguera “A mi artista Rosario Helguera y a Diana Postiglione”

Capaz Habrá que aprender a vivir por uno mismo Quemar esta jungla de falacias Reanudar la vida, Mutilar este iluso conflicto interno. Habrá que acariciar los recuerdos y las ganas Habrá que resurgir desde el dolor. Habrá que cambiar el rumbo. Besar el alba, iluminar el alma. Festejar la vida, Reinar los días. Habrá que elogiar tanta pureza. Degradar el odio. Ahuyentar los miedos. Habrá que se menos agrio y abrazar. Habrá que aprender a vivir, por uno mismo. Habrá que ser feliz sin excusas. V. Somos dueños de un antiguo anfiteatro Estamos presos en una cárcel sin memoria Lidiamos con insectos que aniquilan nuestros poros Batallamos con agujas de tristeza oxidada Nos chorrea la cordura, En inhóspitos altillos. Regamos los misterios de la vida Mientras el amor para con nosotros la mentira.

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Salma Hassan Esperas Los rituales de espera. Círculos concéntricos azarosos paralelos, obsesivos recuentos como espejos, besos en el borde de una copa vacía que se llena al instante del encuentro. Los rituales de espera. Entre alcoholes y humo, apartados, entre algunos poemas reciclados que arden en la mente... Mi taza de café, las otras mesas, el tiempo descartable que se vuelve polvo de diamante cuando llegas. Los rituales de espera. Me enloquecen, amor, pero me llenan.

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Fanny Lettiers Fragilidad humana El sonido esta más cerca y los temores tienen eco. Huesos se rompen, se fosilizan y gritan pero nadie lo sabe. Cuando el viaje se termine saltará, sonreirá, tendrá un dejavú. Mientras tanto, un aguerrido piano toca su melodía.

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Federico Ferreira Poema Murista 7 El muro es el esqueleto de nuestra ciudad. Cadavérico infierno donde respiramos humo y nos ahogamos en pavimentos frescos. Somos mortales presos de esta vida en que el azar nos invocó jugar, y sin embargo nos dañamos y perdemos el tiempo. El muro es el esqueleto que conforma este malvado invento... un día creí salir, pero no hice más que adentrarme en otro laberinto esquelético.

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Rese単a de autores 103


Obra plรกstica Sandra Petrovich

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RESEÑA DE AUTORES

Aguado, María del Carmen. Profesora de inglés, narradora, poeta, ensayista. Ha recibido premios por su obra en concursos realizados en radio Sarandí y Mate Amargo. Integrante del grupo Cultural La Tertulia. Altieri Bustelo, Mabel. Nacida en Melo - Cerro Largo. Profesora de Piano, Francés y Filosofía. Es Analista Ocupacional y de Racionalización, en 4to año de Sociología: Ayudante Catedra Historia de las Ideas, poesía y narrativa (inéditas). Integró talleres literarios de Silva Lago y Arbeleche, Dina Diaz y Deborah Eguren. Actualmente es directivo de la Casa de los Escritores del Uruguay, de “La Tertulia” y de la Asociación de Locutores Profesionales del Uruguay. Boéchat, Susana. (Buenos Aires, Argentina). Profesora en Lengua Española, Latín y Literatura. Master en Lengua y Literatura en la Universidad de Rosario. Psicóloga Social. Posgrado en Ciencias de la Educación. Poeta, cuentista y ensayista. Ha publicado numerosos libros de poesía y ensayo y su obra se incluye en diversas antologías dentro y fuera del país. Asimismo ha recibido diversos premios, y en el 2002 fue nombrada Académica por al Academia de Letras y Artes de Brasilia, Brasil. Ha sido conferenciante, y ha colaborado y colabora en distintas publicaciones dentro y fuera de fronteras. Su obra ha sudo traducida a varios idiomas. Su último poemario, de 2009, es “De vuelos y partidas”. Buffa, Radamés Ferrari. Nació en Montevideo, Uruguay. Profesor de historia egresado del IPA. Ejerció la asignatura desde 1980. Dictó y dicta cursos y conferencias sobre historia precolombina y colonial. Escribe poesía y cuentos desde jóven siendo seleccionado en “Discodromo Show” de radio Sarandí, en la revista Trova (1980) de Montevideo así como en revistas electrónicas, foros y web. Primer libro de poesía “Temblor de Tierra” 2004 y poemas varios en “De mano en mano” en México 2007, también publicados en “Revista Letraria” de Venezuela y en mayo de 2011 publica con Editorial Yaugurú “Planos del diluvio”. Conteris, Hiber. (23 de septiembre de 1933, Paysandú, Uruguay). Es escritor, dramaturgo, docente y crítico literario uruguayo. Se formó en Montevideo entre 1953-59 y Universidad de Buenos Aires y atendió cursos de sociología y semiología en Europa con Maurice Duverger y Roland Barthes. Debió emigrar durante la Dictadura cívico-militar en Uruguay (19731985) luego de haber sido encarcelado durante nueve años, se estableció en Wisconsin donde dictó cátedra de literatura latinoamericana en la Universidad de Madison, luego en Alfred University en Nueva York y finalmente en la Universidad de Arizona. Prolífico novelista y dramaturgo, escribió “La cifra anónima” en 1988 y la novela “El diez por ciento de vida” en 1986. Su obra ha sido traducida al inglés, francés, italiano, alemán y japonés. Tuvo tres hijos. En 1968, mención Casa de la Américas, “El asesinato de Malcom X”. 1969, Premio Florencio “El asesinato de Malcom X”. 1988, Premio Casa de las Américas “La cifra anónima”. 1994, Premio Castillo-Puche “El breve verano de Nefertiti”.

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Damata, María. Nació en Montevideo, es Escribana pública y Procuradora. Realizó cursos en la Facultad de Humanidades en literatura americana, y dinamarquesa. Tiene dos libros publicados “Prohibido Sentir”, “Café Tibio de Luna” y publicaciones colectivas varias, como “Polifonías”, entre otras. Publica desde el año 1989. Integró el taller literario de Silvia Lago y Jorge Arbeleche, fue co-fundadora en 1994 el grupo Cultural La Tertulia, integró la Asociación de Escritores del Uruguay. Fue integrante también en los talleres literarios a cargo de Lauro Marauda y de Aparaín. De Jauregui, Susana. Profesora de literatura egresada del IPA, dicta clases de literatura durante cuarenta años. Tiene muchas publicaciones en la Revista de la Biblioteca Nacional, en Foro Literario y muchas otras. Conferenciante durante su estadía de cinco años en Estados Unidos, para la Uruguayan - American Foundation, difundiendo allí los principales autores de nuestra literatura. Catedrática de Literatura Uruguaya y Española en la Universidad Católica. Uno de sus últimos libros es el resultado de una investigación sobre Roberto de las Carreras. Echevarría, Andrés. Poeta, Investigador Asociado de la Academia Nacional de Letras e integrante del Departamento de Investigaciones de la Biblioteca Nacional. Entre otros premios, obtuvo el Premio Municipal Juan Carlos Onetti. Sus poemas y ensayos figuran en diversas antologías y revistas literarias de su país y del extranjero. Algunos de los títulos que ha publicado: “La sombra quieta de la letra F” (Melón, 2012). “Cuando la luna vuelve a su casa” (Banda Oriental, 2012), “La plaza del Ángelus” (Yaugurú, 2011), “La sombra de las horas” (Estuario, 2009), “Señales elementales” (Artefato, 2006). Entre sus trabajos de investigación: “Camposecreto de Carlos Rodríguez Pintos”, “Biblioteca Artigas de Clásicos Uruguayos ”(2012, prólogo), “Obra Final de Juana de Ibarbourou” (Estuario, 2012, prólogo y antología, coautoría), “Jules Laforgue”, “Los Lamentos” (HUM, 2010, edición bilingüe y prologada), “Juana, escándalo en la luz” (CCE, 2009, libro-catálogo de la exposición homónima, coautoría). Eyherabide, Glenia. Nació en Melo. Es Licenciada en Letras y Lengua y Cultura italiana. En 1993 publica en Paraguay su poemario “Tiempo Asumido”, prologado por Augusto Roa Bastos y presentado en Italia y Austria. Sus novelas “Enigma por Adamar” y “En la trama delaire”obtuvieron premios del M.E.C. Sus cuentos figuran en antologías nacionales e internacionales y ha recibido los premios “Manuel Mujica Lainez” a su trayectoria(2008) el “Yasunari Kawabata” (2010) y el “Azor” a la trayectoria (C. Largo 2012). Ferreira, Federico. A los 15 años comienza su actividad literaria y obtiene un premio de Editorial Planeta con su obra “Uruguay frente al Espejo”. Publicó su primer libro de poesía “Detener el tiempo” con la misma edad. En el 2011 graba y edita un video-poema “La Poesía que se oculta en el Museo Blanes”. Concurrió a varios talleres literarios. Forma parte del grupo Murismo. Gabay, Salinas Clara. Profesora de Filosofía y cultura artística, cantante egresada de la escuela

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de arte lírico, escritora, poeta, integrante del grupo Cultural La Tertulia. Galemire, Julia. Es licenciada en enfermería. Concurrió a cursos de facultad de Humanidades y talleres literarios sobre Historia del Arte y Literatura. Concurrió representando a grupos culturales a congresos en el extranjero Subsecretaria de Asesur. En 1994 funda el Grupo La Tertulia. Dirigió programa periodismo cultural por CX 38 SODRE. En 1999 fue seleccionada para integrar el libro “Letras de la Paz” publicación de la UNEDA y con apoyo de la UNESCO. En “La Onda Digital” realiza comentarios y entrevistas a escritores. Julia Galemire desde el 2004 dirige la revista cultural “La tertulia”, declarada de interés cultural por el MEC y la IMM. La Revista en 2010 gana los fondos concursables MEC. Actualmente es Presidente PCSUR Uruguay. Directivo de la Casa de los Escritores del Uruguay. Presidente del Grupo Cultural La Tertulia, representante por Montevideo del Instituto Amigo del Libro Argentino Americano. Ha publicado nueve libros, dos de ellos Premios poesía édita MEC. Poemas suyos fueron musicalizados por Antonio Cerviño, Ethel Afamado. Y Carla Fullana. En mayo 2013 concurrió al congreso escritores PCSUR, La Habana. En el mismo obtuvo primer premio sobre la obra “La Piedra”. Grela, Cristina. (Montevideo, 1944) Médica, feminista y madre de 4 hijos. Tuvo experiencias rurales como extensionista estudiantil de la UDELAR y ha luchado y trabajado por los derechos de las mujeres desde la salida de la dictadura. Fundó y lideró varias organizaciones feministas nacionales y regionales, experiencias desde las cuales escribió artículos sobre sexualidad y reproducción, salud mental y organización de instituciones. El 26 de marzo de 2010 fue nombrada la “Montevideana del año” por la Junta de Montevideo como reconocimiento de su trayectoria. Tratando de recuperar de forma literaria y vigente sus experiencias de vida, comenzó a escribir y participó en talleres con Mario Levrero, Hugo Fontana y actualmente con Mercedes Resende. González Helguera, Paloma. Empieza su actividad literaria a los 15 años, en el 2007 obtiene el 3º premio en el concurso literario del Liceo Bauzá, en el 2008 obtiene la mención en el concurso para jóvenes poetas organizado por la Fundación Pablo Neruda en Chile, y en la Intendencia de San José, en el 2009 es finalista en el concurso en homenaje a Roberto Fontanarrosa, en el 2011 conforma un grupo de poetas “Los Nocturnos del Bauzá” en el 2012 conforma el grupo Murismo y obtiene mención especial en el XXXI concurso Internacional de Poesía y Narrativa “Unidos por el mundo” y varias publicaciones. Hassan, Salma (Sandra Gutierrez Alves). Poeta, artista plástica, editora independiente. Publicó tres libros de poesías “Versos de Alas y Sombras” “Poética en D-O-S y “ Vínculos de Fuego” conforma el grupo Murismo. Heinzen, Margarita. Nació en Paysandú. Es Ingeniera Agrónoma y docente de la Universidad de la República. Ha publicado poesía en libros colectivos del Movimiento Cultural Sueñapalabra (“Octubre Azul” y “Versoñadores”) y varios de sus cuentos han sido premiados y publicados en libros colectivos. Es editora del blog “El prisma de Lunares” (http//mheinzenblog.blogspot.

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com/) y colabora con la revista digital “Vadenuevo”, la revista literaria Hipoética y el semanario Brecha. Su libro “De las mujeres soles” recibió 1ª Mención 2010 en el Concurso Internacional de Narrativa Horacio Quiroga y fue publicado recientemente. Hirigoyen, Lilián. Publicó poesía, “La Simetría de Urano”, 2001, y ha participado en varias publicaciones colectivas (2000, 2003, 2006, 2008, 2010). Ha concurrido como invitada a ciclos literarios, programas radiales y televisivos. Premiada en varios concursos (MEC 2004, IMM 2008, etc). Ha sido jurado en certámenes de narrativa. Algunos de sus poemas fueron musicalizados y grabados por Héctor Numa Moraes y Erika Bassi. En mayo del 2011 publicó su novela histórica “Axis mundi- Nerón”. Ibargoyen, Saul. (Montevideo, 1930). Poeta, narrador y ensayista. Actualmente reside en Ciudad de México. Es miembro correspondiente de la Academia Nacional de Letras del Uruguay. Desde 1954 (“El pájaro en el pantano”) a la fecha, ha publicado una numerosa obra de poesía, narrativa, ensayo, testimonio y teatro para niños. Su obra ha sido traducida a una gran cantidad de idiomas e incluida en diversas antologías. Entre sus libros de poesía figuran, “El escriba de pie” (Premio Nacional “Carlos Pellicer”, obra publicada), Fundación Pascual, México, 2002; “Haikas”, Instituto Mexiquense de Cultura, 2010. Entre su obra narrativa “La sangre interminable” Oasis, México, 1982; 2da. ed., Nuevo Mundo, Montevideo, 1987; “Noche de espadas”, Arte y Literatura, La Habana, 1987; 2da. ed., Signos, Montevideo, 1989; y su última novela, “El torturador”, ed. Eón, México 2010. Cabe destacar su trabajo de investigación y ficción sobre el “portuñol”: “Fronteras de Joaquim Coluna” (Mención Premio Casa de las Américas 1973), Monte Ávila, Caracas, 1975, y “Cuento a cuento” (relatos completos), Grupo Editorial Eón/ Centro Universitario de Tijuana, México, 1997. Lettiers, Fanny. Es atleta y estudiante de guitarra y conforma el grupo Murismo. Lopetegui, Guillermo. Nació el 26 de setiembre de 1955 en Montevideo, Uruguay. Es escritor y periodista. Comenzó en periodismo en 1974 en el periódico “Los Principios”, de San José (Uruguay). Luego siguió esta actividad en la revista Noticias y en los diarios El Día, Lea y El Observador, de Montevideo. En 1977 obtuvo una Mención en el V Concurso Literario organizado por la Radio Carve (Montevideo), por el cuento “Velatorio y entierro” incluido en el volumen colectivo Cuentos para leer en alta voz (Radio Carve, Montevideo, 1978). Morena, Daniel. Autor de “Preshistoria del agua” (poesía 2009). Premio municipal de poesía 2010 / Libro Parque y Sombra. Editor de revista Paréntesis. Publicó artículos en Brecha y La República y coolaboró para radio Francia en español. Realizó estudios de letras, filosofía, teatro y medicina. Muniz, Lucio. Premio Ministerio de Instrucción Pública,1967. Premio Aquí, Poesía 1967. Plaqueta en el 1er. Festival de Rocha “Donde nace el sol…Canta el Uruguay”, 1987. Plaqueta Country Club de Lagomar, 26 de mayo 1995.- Pergamino de la Junta Departamental de Rocha, 16 de abril, 2000. Recibe “La Guitarra Olimareña”, Treinta y Tres, 2003. “La poesía

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en nuestras voces”, Homenaje en el Teatro de Paso de las Duranas, 8 de octubre, 2004. En Rosario, Colonia, La Casa de la Cultura lo recibe en carácter de “Encuentro-Homenaje”, octubre de 2007. La obra “En tu imagen”, es elegida como canción Oficial en el Festival de Rocha, 2008. SUDEI, lo nombra “Socio de Honor”, marzo de 2008. El 12 de Mayo de 2008 es recibido por el Concejo Deliberante de la Ciudad de “Las Flores”, Provincia de Buenos Aires. En diciembre de 2008, el Poder Ejecutivo y La Asamblea General le otorgan una Pensión Graciable por su aporte a la Cultura Nacional. En diciembre de 2010 la Junta Departamental, lo declara Ciudadano Ilustre de la Ciudad de Montevideo. En marzo de 2011 recibió “El sol de Rocha”. En el año 2012 en Minas, el “Morossoli de Plata”, otorgado por la Fundación Lolita Rubial. En junio de 2013 el Liceo Nro. 3 de Treinta y Tres, lo hizo protagonista de un “Encuentro Homenaje”. Otoño, Tatiana. Poeta, escritora, crítica literaria y de arte (medios nacionales y extranjeros). Profesora de Literatura. Profesora de Lengua y Literatura Españolas (AECI, Madrid). DiplÔme Supérieur de Hautes Études Modernes. Cursó Maestría en Literatura Latinoamericana (FHCE, Universidad de la República). Investigadora asociada a la Academia Nacional de Letras. Parodi de Fierro, Angelita. Maestra de educación primaria, Profesora de Filosofía. Agregada de Estética (posgrado de Filosofía), títulos obtenidos en las instituciones públicas habilitadas para otorgarlos, y ejercidos en instituciones oficiles; Directora del IPA entre 1985 y 1990, Directora de Formación y Perfeccionamiento Docente de la ANEP, desde 1990 a 1992.; miembro de número de la Academia Nacional de Letras del Uruguay desde 2oo3 hasta la fecha. Producción: Numerosos artículos publicados en revistas culturales uruguayas y extranjeras; conferencias varias y homenajes a personalidades destacadas pronunciados y editados en la Revista de la Academia Petrovich, Sandra (Montevideo, 1950). Artista plástica, poeta. Ha publicado en diversas revistas literarias entre ellas la Revista del Grupo La Tertulia en Uruguay. En 2003 publicó “Escritos, Trazos y Trazas” (sello editorial Blanco). En el 2010 publica su segundo libro de poesía con ilustraciones propias al igual que el primero , Mundos Transversos en la colección AEDAS. Participa en numerosos eventos de poesía; viajó a Cartagena de Indias invitada a participar del Festival de Poesía Internacional en esa ciudad en el año 2010. Poemas de su autoría han sido seleccionados en distintos concursos internacionales. Para contactar: sandpetrov@yahoo.fr Prida, Silvia. Es poeta, dramaturga, crítica literaria y docente. Ha publicado cinco libros de poesía, y varios de Didáctica de la Literatura (con distintos equipos docentes). Su última publicación didáctica, “El amor, la mujer y la muerte”, en coautoría con Fernando Casales (Ed. de la Plaza, Montevideo, 2009) ha sido recomendada por la Inspección de Literatura de Educación Secundaria. Su obra teatral “Estigma, informe sobre una verdad y una mentira”, se representó en Montevideo en los años 2009, 2010 y 2011, apoyada por el MEC y continúa en gira por el interior del país con el apoyo del MIDES.

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Teitelbaum, Ana. Uruguaya. Licenciada en psicología (Universidad del Salvador Bs. As. Argentina). Psicoanalista. Fue docente en la Universidad de Bs. As. Coordinó grupos de estudio sobre la obra freudiana. Investiga sobre problemáticas adolescentes y fenómenos psicológicos contemporáneos, desde su retorno al país en 1990. Se especializó en criminología y victimología en la Universidad de la República. Trabajó con población de alto riesgo psicológico, en el sistema carcelario. Integra la nómina de peritos psicólogos del Poder Judicial. Es artista plástica. Vega, Ada. Narradora uruguaya, fue alumna del taller Silva Lago, Jorge Arbeleche. Distinguida en concurso Lolita Ruibal, Federación Uruguaya de Teatros Independientes, Asociación de Escritores del Interior y Fundación Bank Boston así como en UNICEF, Fondo de las Naciones Unidas para la infancia. Daniel Vidart. Estudia en la facultad de Derecho, de la Universidad de la República, También estudió y fue disertante en la Universidad Nacional de Colombia. Entre 1952 y 1958 fue vicepresidente del Sodre. Desde 1962 es director del Centro de Estudios Antropológicos Dr. Paul Rivet. Es experto de la Unesco en Investigación Socio Cultural y Consejero Regional de Educación Ambiental para América Latina y Caribe. Desde 2009 es miembro de número de la Academia Nacional de Letras del Uruguay. Ha obtenido numerosos premios Premio Morosoli, Premio Bartolomé Hidalgo en 1996, en el 2000 fue ganador del Morosoli de Oro, en 2007 Vidart y su colega Renzo Pi Hugarte fueron declarados Ciudadanos Ilustres de Montevideo. Ha publicado numerosisimas obras y en el 2013 fue declarado Profesor Honoris Causa de la Universidad de la República. Villaverde, Fernández José Felipe. Escultor, escritor, poeta, ensayista. Vicepresidente y codirector de la Revista “La Tertulia”.

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ÍNDICE

PRESENTACIÓN

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POESÍA Andrés Echeverría 9 Clara Gabay Salinas 10 Daniel Morena 13 José Villaverde 16 Julia Galemire 17 Lilián Hirigoyen 19 Radmés Esteban Buffa Ferrari 21 Susana Boéchat 22 María Damata 23 Tatiana Oroño 25 NARRATIVA Margarita Heinzen - Al despertar María del Carmen Agudo - ¿Donde esta el cuadro? Lucio Muniz - Un mes después Mabel Altieri - Oido Musical Glenia Eyherabide - Una forma de morir Ada Vega - Edelmira de los Santos María Cristina Grela - Cuatro Sentidos Hiber Conteris - Lectura del Quijote de Guanajuato Club cultural (trabajo colectivo) - La Maratón de la muerte, o, el adiós a un gobernante. ESTUDIOS Silvia Prida - La rebelión posible o la sintaxis de lo imaginario en la poesía de Sara Ibañez Saúl Ibargoyen - La palabra escondida Angelita Parodi - José María Arguedas

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COMENTARIOS DE LIBROS Guillermo Lopetegui - Requiem por uno mismo Susana del Barrio de Jaureguy - Ana María Matute, premio Cervantes JÓVENES CREADORES Paloma González Helguera Salma Hassan Fanny Lettiers Federico Ferreira

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RESEÑA DE AUTORES

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INCLUYE SEPARATA Violencia Contemporánea - Ana Teitelbaum Cultura de la violencia - Daniel Vidart

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