La belleza, un retrato de la memoria. “La arquitectura conmueve…genera ciertas emociones.” Lorenzo Castro, Agosto 11 del 2014
Tradicionalmente, la arquitectura ha sido parte de la preocupación artística y estética que plantea un diálogo entre la forma y la belleza; en la que los arquitectos, se hacen responsables de producir relaciones armoniosas o disonantes entre ellas. Este discurso, es retomado por Peter Zumthor en 1998 en el capitulo “¿Tiene la belleza una forma?” de su libro “Pensar la arquitectura”, donde propone que el origen de la belleza es percibida en las formas y en los objetos. Afirmación que apoya Juhani Pallasmaa, en la recopilación de entrevistas a arquitectos “ Architecture and Beauty”, con la explicación sobre la expresión de la belleza en las formas y la evidencia de su expresión como una experiencia sensorial, dada a partir de la memoria colectiva, lejana cualquier proceso de manipulación racional. La belleza plantea relaciones abstractas, que desde una visión estética y artística, se condiciona a la percepción subjetiva de uno o varios individuos. Su interpretación, está vinculada, según Zumthor, a una cualidad que proviene de actores distintos al estado espiritual humano o el sentir del hombre. En el texto, se indaga si la belleza es una cualidad concreta de un objeto, que puede ser descrita por diferentes sujetos, pero que proviene singularmente de una forma o creación humana. En esta medida, existen varios modos de representación, disciplinas y profesiones que hacen explicita la relación entre un objeto y la belleza que es capaz de inspirar. Entre ellos, está el artista, el diseñador o el arquitecto, que al crear conscientemente sus obras, condicionan que la forma tenga un orden natural de existencia, propia de si misma; aquella naturaleza, que según Zumthor, autoafirma la belleza admirable del objeto. Esta afirmación, evidenciándose en la cita siguiente de Zumthor: “Ella ama los hermosos zapatos de señora, Admira su hechura, su material y sobretodo, su forma, las líneas; le gusta mirar zapatos, no cuando están calzando un pie, sino como objetos cuya forma surge de las necesidades del uso y casa a perfección con éstas, y cuya belleza trasciende esos imperativos prácticos de modo que hace, a su vez, referencia al uso: “¡úsame, cálzame!”, le musitan los zapatos hermosos.” Comprende que el objeto es capaz de atraer la admiración del espectador, despertando un él una experiencia de belleza; un proceso cognitivo que la percibe. Sin embargo, destaca que su manifestación en las formas se da mediante la capacidad del objeto por responder a una necesidad especifica y al objetivo común que relaciona al usuario con la creación, involucrándolo en el proceso creativo y en la composición final.