PARA TU REENCUENTRO CON DIOS POR EL CAMINO DE LA MEDITACIÓN SEGÚN LAS ENSEÑANZAS DEL PADRE CÉSAR DÁV

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PARA TU REENCUENTRO CON DIOS POR EL CAMINO DE LA MEDITACIÓN SEGÚN LAS ENSEÑANZAS DEL PADRE CÉSAR DÁVILA GAVILÁNEZ

Selección y recopilación de textos

MARCELO JARAMILLO CRESPO



Asociación Escuela de Auto-Realización


© PARA TU REENCUENTRO CON DIOS POR EL CAMINO DE LA MEDITACIÓN SEGÚN LAS ENSEÑANZAS DEL PADRE CÉSAR DÁVILA GAVILANES Asociación Escuela de Auto-Realización (AEA) www.aea-yoga.org Primera edición: noviembre de 2020 Marcelo Jaramillo Crespo Selección y recopilación de textos Miembro de (AEA) Laura Beatriz Mejía Moscoso Corrección de textos Juan Pablo Ortega Diagramación Asociación Escuela de Auto-Realización (AEA) Fotografía interior 978-9942-38-688-5 ISBN Imprenta Monsalve Moreno Impresión Cuenca-Ecuador, noviembre de 2020 Todos los derechos son reservados. Bajo las sanciones establecidas en las leyes, queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares, mediante alquiler o préstamo públicos.


SELECCIÓN Y RECOPILACIÓN DE TEXTOS

MARCELO JARAMILLO CRESPO Miembro de la Asociación Escuela de Auto-Realización (AEA)



Prólogo Han transcurrido 50 años desde que, en 1969, tuve la bendición de visitar por primera vez al padre César Dávila Gavilanes en la Biblioteca de la Curia en el centro de Quito, junto a mi hermano Pablo Jaramillo. Desde el primer día de contacto, sentí una particular empatía con quien sería mi maestro espiritual; pues, hasta el día de hoy, soy fiel a su filosofía de vida por lo que agradezco a Dios el haberme permitido incursionar por el camino de la meditación con la que me identifiqué plenamente, disfrutar de su cercanía y motivarme a seguir sus huellas. Durante esta travesía, en la que he disfrutado de plenitud, tuve que enfrentar, también, la adversidad y duras pruebas; sin embargo, a través de las enseñanzas de mi maestro, pude pasar de la angustia y tristeza a la paz y serenidad creciente. En este sendero, he constatado que ningún dolor humano puede alterar al espíritu. He podido experimentar que el Reino de Dios, el que llevamos dentro, se volvía tangible en la medida que era asiduo practicante de la meditación. El vacío interior que conlleva el apego a lo material y que, en diferentes momentos, pudo predominar en mi vida se fue llenando conforme abría las puertas para que Dios ingresara en mí. Recuerdo una de las enseñanzas del padre Dávila vinculada a un apólogo oriental: El sembrador planta la semilla, cultiva la tierra, quita las malezas, riega y cuida su planta, pero el crecimiento y el tiempo del fruto es de Dios. Decía: «Confiados esperemos los frutos». Nos inculcó la fe en Dios y a cumplir con su santa voluntad, a ser sus hacedores a través de la misión que cada uno tiene en la vida, con la seguridad de que siempre recibiremos su recompensa. La vivencia de la relación con mi gurú se caracteriza por el profundo amor. Su mensaje siempre se sintetiza en esta recomendación: «Sigan adelante, mediten diariamente». Nunca se detuvo en

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el reclamo y observación de las faltas. Fue aún más enfático cuando decía: «Nuestro Señor Jesucristo no es un escudriñador de errores, toda su vida y su enseñanza es la expresión de un infinito amor por sus hijos para que regresen al Padre». Se dice que el camino espiritual nos enfrenta a una permanente batalla para apartarnos de los apegos materiales, pero puedo afirmar que, en el fondo, es una dulce experiencia que se traduce en buscar y sentir la presencia de Dios. Las bases del cristianismo que tuve hasta que conocí al padre Dávila se fortalecieron y el conocimiento se amplió infinitamente con todas las bendiciones que esto representa. Cuánta satisfacción produce el confirmar que la presencia de Nuestro Señor no es externa, que su Conciencia Crística manifestada como el Verbo, como la Segunda Persona de la Santísima Trinidad y, sobre todo, como nuestro Redentor obra y nos llena de vida no solo en forma general, sino al ser en particular; no solamente en cierto momento, sino durante todo el tiempo y, especialmente cuando se medita. Algo que valoro permanentemente es la enseñanza que el padre Dávila nos dejara en torno al equilibro, entendido este como el reflejo de la comunión con Dios. Y su recomendación para que nos alejáramos del fanatismo, característica común en la interpretación de las enseñanzas religiosas. Doy gracias a Dios porque siempre predominó la esencia de la comunión y el amor de Dios, libre de todo tipo de exageración. Parte del equilibrio es el desapego por las cosas materiales, entendiendo que Dios premia a sus hijos con sus regalos, pero que estos no deben convertirse en una meta o en una necesidad. Son todas herramientas que sirven para algo, que producen utilidad. Esta lección se pudo captar cuando en 1978, en Tokio, durante la peregrinación, adquirió un equipo fotográfico completo, que garantizaría disponer de la historia de aquel momento, gracias al avance de la tecnología. Recuerdo, también, cuánto disfrutó de su carro Ford Escort GT, que uno de sus discípulos le había facilitado.

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Siempre tuve preocupación por el mensaje del Evangelio respecto a que los ricos tendrían dificultad para entrar en el Reino de los Cielos, y él me respondió: «Si usted como padre quiere lo mejor para sus hijos, no se diga nuestro Padre que está en los Cielos. No se preocupe, lo que sí debe tener claro es que estos regalos y la vida en la tierra son temporales, no se apegue a ellos». Cuando lo visitábamos en su casa de El Inca en Quito, se confirmaba su estilo austero de vida y la primacía que daba a la vida espiritual, ante lo cual todo quedaba en segundo plano. Una de las virtudes que como guía espiritual pudo transmitirnos es su humildad. Frecuentemente, le escuchábamos referirse como el último de los siervos, como el instrumento de la voluntad de Dios, como una pequeña nota dentro de la infinita sinfonía de Dios. Su presencia siempre fue un permanente aliento en el camino; disfrutar de su compañía fue una bendición y, en su ausencia, hemos percibido que su promesa se cumple: «Lo digo delante de Dios, puedo estar corporalmente ausente, pero mi espíritu está en cada uno de vosotros, sentidlo, vividlo y captad esto… ‹Vosotros sois mi corona y mi gloria› (Flp 4:1), no puedo decir algo más significativo de cada uno de vosotros». Ahora, no quisiera añadir más sobre la vida del padre César Dávila sino, más bien, asimilar sus enseñanzas y descubrir en su legado espiritual, el camino que nos conduce hacia Dios. Nos recomendaba ser como los cristales puros, que reflejan la Luz de Dios, regresando a Él por el sendero de la meditación. El propósito de esta recopilación se identifica plenamente con lo que expresa el padre Dávila en la Introducción de «El Dios vivencial», porque se pretende entregar un Manual que reúna el pensamiento de nuestro Guía Espiritual y se convierta en una poderosa herramienta para quienes sientan la motivación por redescubrir a Dios, experiencia a la que invito a todos quienes quieran disfrutar de este viaje, que no requiere de conocimiento previo sino del deseo de volver al Padre. Hablo del «redescubrimiento» porque a Dios lo

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llevamos dentro de cada uno de nosotros, sin embargo, parece que lo hemos olvidado. Este libro no es sino una pequeña llama que se prende para iluminar el sendero de la comunión con Dios, un punto de apoyo para el reencuentro y un medio eficaz para tener una experiencia con el Padre, que está a la espera que sus hijos retornen a Él. Marcelo Jaramillo Crespo Discípulo del padre César Dávila Gavilanes Miembro de la Asociación Escuela de Auto-Realización (AEA)

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Dr. César Augusto Dávila Gavilanes (1910-1999)



Biografía Nace el día de Todos los Santos, 1° de noviembre de 1910, en Patate, provincia de Tungurahua. Desde muy niño, su espiritualidad se manifiesta claramente en él; sus juegos consistían en celebrar misas, pronunciar sermones para sus compañeros, organizar procesiones... Sus padres Augusto y Vicenta, especialmente su madre, tuvieron un papel decisivo en su vocación y formación sacerdotal. Inició su formación religiosa en el Seminario San Luis de Quito. En 1934, a los 23 años de edad, es ordenado sacerdote por el cardenal Carlos María de la Torre en el Seminario Mayor de San José de la Arquidiócesis de Quito. A partir de allí, inicia su apostolado en diferentes parroquias de los Andes ecuatorianos, trabajando principalmente en la promoción de pueblos indígenas y grupos obreros. Su deseo de conocer más a Dios lo lleva a obtener el Doctorado en Teología Dogmática en la Universidad Javeriana de Bogotá (1947), en donde es uno de los alumnos más destacados. A su regreso a Ecuador, trabaja incansablemente para una pastoral de comunicación. Funda en Quito la radiodifusora «Luz de América» con el objetivo de transmitir el Evangelio y difundir reflexiones espirituales a sus hermanos. A lo largo de su vida pastoral, el padre Dávila desempeña con especial esmero y responsabilidad numerosas tareas que la Iglesia le encomienda: sacerdote, teólogo, escritor. Su nuevo nacimiento El padre Dávila representa un modelo de realización espiritual por su profunda vivencia en el mensaje de Cristo y clara comprensión universal del amor cósmico que opera en la misión redentora del Salvador. Es el sacerdote cristiano que busca y se acerca a beber

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directamente de las fuentes, sin intermediarios. Es el místico que transforma cientos de espíritus que lo inspiran a realizar una tarea extraordinaria: difundir en la sociedad católica el mensaje del Dios vivencial; no solo para las comunidades de vida consagrada sino, también, para las seglares. Es importante destacar su especial y profunda devoción por la Virgen María la cual transmite a sus discípulos, despertando en ellos ese mismo amor. A partir de 1952, su vida espiritual cobra una dimensión insospechada: aprende la técnica milenaria de la meditación e importantes prácticas de Yoga del Pandit Bhek Pati Sinha, discípulo directo de Mahatma Gandhi, el padre espiritual de la India moderna. Este encuentro marcaría su nuevo nacimiento. Al respecto, el padre Dávila expresa: «comenzó una revolución en mi mente y en todo mi ser; de ahí me dije para mis adentros: tengo que llegar a conocer a Dios como este Pandit llegó al conocimiento divino...». Desde ese momento, la conciencia espiritual del padre Dávila se agiganta; la luz de Dios inunda su ser y se desborda. Su misión es inminente. Aparecen sus primeros discípulos: Pablo Jaramillo Crespo y su esposa, María Eugenia Tamariz Ordóñez, símbolos de aquellos miles de nuevos meditadores que, por generaciones, reciben su mensaje espiritual. El padre Dávila es para sus seguidores un gurú, un maestro, un padre, un hermano mayor, un amigo en el sendero. Mensajero del amor universal El padre César Dávila fue uno de los pioneros del diálogo interreligioso. Posteriormente, este diálogo fue impulsado por el Concilio Vaticano II para generar una fraterna convivencia entre el Cristianismo y las demás tradiciones espirituales del mundo. El padre Dávila dedicó su vida a ser un verdadero mensajero del amor hacia todo ser de la Creación, con la humildad propia de las grandes almas.

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En 1953, contacta con el mejicano José M. Cuarón, uno de los discípulos más allegados al maestro Paramahansa Yogananda, fundador del Self Realization Fellowship (movimiento que promueve las enseñanzas de carácter místico-filosóficas traídas de la India a América). El padre Dávila nunca se detiene ante las barreras religiosas de ese entonces, pues su espíritu altamente ecuménico vibra con todo aquello que irradia una chispa de verdad. Funda la Asociación Escuela de Auto-Realización (AEA) entidad sin fines de lucro que goza de personería jurídica desde 1972 y de reconocimiento en el fuero eclesiástico como Asociación Ecuatoriana de Meditación (AEM) desde 1984. Sus discípulos lo consideran un Mahatma, un maestro crístico; para otros, es el Yogui de los Andes; para sus amigos, el padre Dávila, y, para sus estudiantes, siempre será el padrecito Dávila. El cardenal ecuatoriano Pablo Muñoz Vega, uno de los más respetados prelados de la Iglesia, incluso a nivel del Vaticano, comprende el mérito espiritual del padre Dávila por lo que lo anima a continuar en la gran misión providencial de conseguir «el abrazo espiritual entre Oriente y Occidente». El Cardenal, en la inauguración del Ashram de San Juan de Baños, expresa lo siguiente: «Un río de agua limpia: el Cristianismo no tiene ninguna dificultad en juntar sus aguas con las de otro río limpio: la Escuela de Auto-Realización» (5 de diciembre de 1981). Impulsado por esta gran misión, el padre Dávila acude a las fuentes para compartir vivencias con místicos de todas las grandes tradiciones y peregrina, en repetidas ocasiones, a los más importantes santuarios de la espiritualidad de Oriente y Occidente. Recorre Roma, Asís, Egipto y el Sinaí. Junto a sus discípulos, participa en encuentros memorables con maestros espirituales del Tíbet y la India en las estribaciones de los Himalayas donde habitan los grandes yoguis. Así mismo, muestra siempre un especial interés por los conocimientos místicos de las culturas prehispánicas; visita varias

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veces las ruinas incaicas de Machu Picchu y los vestigios de la sabiduría ancestral de Mesoamérica. El padre César Dávila se consagra a Cristo como el maestro de la oración contemplativa y a AEA como un movimiento cristiano con inspiración oriental. Su voz es escuchada en importantes foros espirituales y espacios para el diálogo interreligioso; comparte su visión universal de Dios en el Vaticano, Estados Unidos, Colombia, Costa Rica, Panamá, España e India. Su obra Protagonista del diálogo entre religiones, hindú y cristiana, especialmente experto en temas de mística cristiana, Filosofía oriental y técnicas de la ciencia del yoga, el Doctor César Dávila deja plasmadas sus enseñanzas en escritos y grabaciones a través de conferencias y lecciones por niveles. Trabaja en la elaboración de revistas de alto contenido esotérico: «Luz en el sendero», «Yoga para hoy», «Yoga y Cristianismo». Son fruto de su vida de profunda meditación unida a la Sagrada Eucaristía diaria, sus siete libros: 1.º «Palabra eterna» 2.º «Guía al infinito por las parábolas de Cristo» 3.º «Las llaves de tu Reino: Concentración y Meditación» (traducido, también, al inglés) 4.º «El lago sagrado» 5.º «Oración cósmica» 6.º «El Dios vivencial» 7.º «Mi hermana la muerte» La Asociación Escuela de Auto-Realización, después de su muerte, publicó las siguientes obras: «Legado divino» (2009) y «Joyas espirituales» (2017).

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Todas estas obras reflejan la sintonía del padre Dávila con Jesucristo, Maestro de maestros. Partida y legado El 2 de junio de 1999, cerca de cumplir 89 años, este incomparable guía retorna a la casa del Padre, dejando una huella de amor espiritual en todos los que tuvieron la bendición de conocerlo. Días antes de su partida, desde su casa en El Inca (Quito), donde vivió desde 1961, este gran maestro espiritual se despidió personalmente de sus discípulos pidiéndoles: «No dejen de trabajar en el arado que Dios les ha dado a cada uno de ustedes, miembros de Auto-Realización, para que su palabra, su mensaje, llegue a toda la humanidad... Esta es una misión que debe ser bien recordada... Digan a todos que sigan mi ejemplo de meditar todos los días...». La misión a la que el padre César Augusto Dávila Gavilanes dedicó más de cuatro décadas, hoy, continúa en los centros y grupos de meditación de la Asociación Escuela de Auto-Realización establecidos en la ciudades ecuatorianas de Cuenca, Guayaquil, Quito, Ambato, Santo Domingo, Loja y Esmeraldas, así como en las ciudades de Panamá y Santiago de Chile. AEA difunde de manera activa las enseñanzas de su fundador y guía espiritual a los sinceros buscadores de Dios y promueve fundamentalmente la práctica de la meditación.

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Introducción Este libro constituye una recopilación de las enseñanzas del padre César Dávila Gavilanes y está orientado al reencuentro con la Divinidad por el camino de la meditación. Con el propósito de contribuir al redescubrimiento de Dios y posibilitar un acercamiento a Él, se publica esta síntesis de la fuente original de su pensamiento, la serie de publicaciones, audios, que nos ha dejado como el mayor legado. La presente obra es una invitación a seguir las huellas del maestro que compartió su experiencia de vida: meditar. Está conformada por 13 capítulos, cada uno de los cuales gira en torno a un tema específico, desarrollado en las obras a las que se hace referencia. Comienza el Capítulo I con la «Oración» del libro «El Dios vivencial», con la que se invoca la bendición de Dios al iniciar el camino hacia el Padre, hacia el Dios de la vida, un Dios cercano y de quien nos sentimos parte integrante. El Capítulo II toma como referente el libro «Las llaves de tu Reino» para describir la problemática actual del ser humano y en la que de cierta forma nos vemos retratados. Nos proporciona el mecanismo para revertir aquellas dificultades que nos doblegan. El Capítulo III se fundamenta en la «Ley del Karma» que explica la ley universal causa y efecto, según la cual se cosecha lo que se ha sembrado. El Capítulo IV habla sobre los velos que impiden conocer la verdad, tema que se desarrolla a través del mundo de «maya».

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El Capítulo V incorpora una de sus charlas que aborda «La mística de la Asociación Escuela de Auto-Realización», en la que se aclara la misión y las expectativas para quienes deciden ingresar en ella. Se incluye, además, el mensaje que nos dejaran Pablo Jaramillo y María Eugenia Tamariz, miembros fundadores de la Asociación Escuela de Auto-Realización (AEA) a quienes Dios apresuró su viaje para que disfrutaran de la presencia del Padre. El Capítulo VI incluye la enseñanza sobre la fe, pilar que sostiene la vida y el proceso de transformación, mediante el cual se pasa de la condición de lo finito a lo infinito, de lo humano a lo divino. El Capítulo VII hace referencia a su libro «Guía al infinito por las parábolas de Cristo», en el que se destaca el mensaje del hijo pródigo que describe la apremiante necesidad de volver al Padre. También, se incluye la parábola del sembrador, la del juez injusto y la de las vírgenes prudentes con las que se aclara la necesidad de convertirnos en tierra fértil y la de perseverar y mantener la Luz encendida a través de la oración. El Capítulo VIII gira en torno a la presencia de la Virgen María; en él, se puede identificar la cercanía que tuvo el padre Dávila con la Madre del Cielo, como intercesora para alcanzar la Gracia de Dios, recomendándonos tenerla presente en la meditación. El Capítulo IX se refiere al «Diálogo con Cristo» en el que se puede percibir la relación íntima que mantiene el padre Dávila con Jesús, el Maestro. Al respecto, recomienda meditar en la presencia real de Nuestro Señor Jesucristo en la Eucaristía para descubrir al Cristo-Amor en cada uno de nosotros.

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El Capítulo X incluye algunos de los «Mensajes de Nuestro Señor Jesucristo» que conllevan enseñanzas para abrir el espíritu e internarse en el Cristo Cósmico que, con su Encarnación y Redención, conmovió a toda la creación y, por ende, a nosotros, para lograr la reintegración con Dios. Los mensajes que se incluyen son los siguientes: – Para descubrir la Unidad Suprema. – Cristo es el centro de todo. – Todo, absolutamente todo, canta en la naturaleza. – El verbo habita, vive entre nosotros y se hace uno con nosotros. – Adoración al Padre en espíritu y verdad. – El agua viva es la prolongación de la Conciencia Crística. – Cristo se descubre ante la samaritana como el Mesías esperado. – Cristo, sosiego para el corazón humano. – Vi entonces un cielo nuevo y una tierra nueva. – El amor a Dios y al prójimo. El Capítulo XI señala la importancia de la meditación para el reencuentro con Dios. Aquí se explica en qué consiste, cómo practicarla, la actitud que se debe mantener durante la meditación y una serie de recomendaciones que hace el padre Dávila para llegar a sintonizarse con Dios, en un proceso muy personal. El Capítulo XII es una exposición detallada de todos los pasos de la meditación y de una serie de ejercicios dirigidos para lograr una práctica permanente, lo que requiere de perseverancia en el propósito de lograr la comunión con Dios, cuya presencia está dentro de cada uno de nosotros, siendo parte consustancial de la existencia humana. Meditar es un proceso que, según el padre Dávila, tiene la siguiente secuencia:

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1.º Ejercicios de energización para activar el prana o energía cósmica, Preyoga, siguiendo una dieta adecuada. 2.º Postura del cuerpo para la meditación. 3.º Oración inicial. 4.º Respiración alterna, explicación y práctica. 5.º Relajación y ejercicio. 6.º KriyaYoga, explicación sobre su importancia y esencia de su práctica. 7.º Técnica del Hong Soo y Jesús. 8.º Explicación sobre el significado del Om y su práctica. 9.º Oración para después de la meditación. 10.º Canto para después de la meditación y, finalmente, la recomendación de meditar siempre. El Capítulo XIII es una explicación de la meta «Samadhi o Éxtasis» a la que se orienta la búsqueda espiritual: la comunión con el DiosSilencio, con el Dios-Amor, con el Dios-Luz. El ejemplo de San Juan, San Pablo, San Agustín, Gandhi, Paramahansa Yogananda y, para nosotros, del padre César Dávila, nuestro Guía Espiritual, constituye el faro que ilumina y conduce a identificarnos con Dios en el camino de Cristo por la gracia del Espíritu Santo. Que esta publicación se convierta en permanente motivación para incursionar en la búsqueda y reencuentro con Dios durante la existencia hasta disfrutar de su presencia eterna. Marcelo Jaramillo Crespo Autor de la recopilación y selección de textos

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CAPÍTULO I ORACIÓN Y BÚSQUEDA DEL DIOS VIVENCIAL Oración [1] Esta oración que se desborda de las reconditeces de mi ser no es mía. Es oración tuya porque Tú me la inspiras… porque tuyos son los instrumentos para alabarte: Mente, Corazón, Conciencia, Energía, Vida, Inspiración. Alguna vez te busqué allá lejos, muy lejos, en un cielo que forjó mi imaginación… Alguna vez te busqué —como tantos te buscan— «allá arriba»… Allá en los confines de un espacio imaginario… Allá donde no llega sino la mente en su vuelo omnipotente… Mas, ¡pobre de mí!… Sentí, dentro de mí mismo, el vacío inmenso, insondable, escalofriante de tu ausencia… Te he buscado y te he encontrado aquí, aquí, en esta Tierra, en el corazón de ese Universo que palpita en cada partícula infinitesimal de Materia. Te he buscado, te he encontrado, te he sentido en cada átomo de esta Materia que palpita en millones de partículas en la danza cósmica de los mundos plasmados por tus benditas manos.

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Te he buscado, te he encontrado y te he sentido en mi propio corazón… Aquí en la intimidad de mi ser, en la augusta soledad de mi mundo interior… Cuando retorné dentro de mí mismo, te encontré. ¡Tú, solo Tú, puedes llenar hasta que se rompan los diques de tu felicidad! Siento el impulso inmenso, la llamada interna, infinita, el titánico empuje de una fuerza irresistible que me impulsan a cantarte, a bendecirte, a alabarte. Perdóname ¡Oh, Padre! si empujado por esa fuerza, te he hablado con la ingenuidad de un niño, con la confianza de un amigo, con el amor de un amante. Amén. El Dios vivencial [2] Cuando concebimos a Dios como el Ser Único, con todos sus atributos y perfecciones en grado infinito; cuando ese Ser viene a convertirse en Algo propio, cercano, accesible a nosotros, Algo de quien formamos parte, cuando entra en relación con nosotros, se habla, entonces, de la inmanencia divina. Quien lo ve como Algo íntimamente conexo consigo mismo, está ya en el camino de comprender lo que significa el Dios vivencial y en qué consiste una vivencia con Dios, una experiencia divina. El Dios inmanente es el Dios que se manifiesta a cada ser humano en particular. Quien lo ve así, ya no podrá volver atrás.

En verdad te digo que nunca abandonaré, ni permitiré que me abandone quien Me ve en todas las cosas y ve a todas las cosas en Mí. Perpetuamente le tendré sujeto a Mí por las áureas cadenas del

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amor. Quien Me ve en mi Unidad y Me ama en todos los seres, morará en Mí, dice uno de los libros sagrados del hinduismo. (Bhagavad Guita)

No te detengas a preguntar por quién te dice todo esto, medita solamente en lo que te dice. Nada Más. ¿Cumplirá su propósito? Que así sea. Que con las bendiciones del Señor obtengas por lo menos algo de lo que persigues. • Referencias Bibliográficas Dávila, C. (1986). El Dios vivencial. Quito: Asociación Escuela de Auto-Realización. [1]

Oración, p. 16.

[2]

El Dios vivencial, pp. 28, 29.

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CAPÍTULO II PROBLEMÁTICA ACTUAL DEL SER HUMANO El hombre, un problema no resuelto [1] El Concilio Vaticano II, que congregó a las más prominentes personalidades de todas las lenguas, pueblos, razas y naciones de la Tierra, somete a su estudio al hombre-problema en estos términos: «Todo hombre se es así mismo un problema no resuelto, confusamente percibido» (Gaudium et spes n° 21, 1965). Y añade: El hombre está dividido en sí mismo por lo cual toda la vida de los hombres, lo mismo la individual como la colectiva, aparece como una lucha, incluso dramática entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas. Más aún, el hombre se siente incapaz por sí mismo de dominar eficazmente los ataques del mal, de tal manera que cada uno se siente como atado con cadenas. (Gaudium et spes n° 13, 1965)

El hombre y su conciencia [2] Con el correr del tiempo, aparece el hombre profundamente afectado. Su conciencia individual está gravemente amenazada por el alud envolvente de las masas y su conciencia histórica, distorsionada por quienes interesadamente relatan y evalúan los hechos. Su conciencia filosófica es fatalmente desfigurada por quienes consideran a la Filosofía solamente como la «reflexión comprometida con el presente» y nada más. No reparan en que la Filosofía examina, analiza, juzga, estudia, también, el pasado. Su conciencia social se encuentra frustrada frente a la demagogia materialista que ha prometido sentarle al banquete opíparo de la abundancia de los bienes materiales. No ha hecho sino aumen-

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tar su miseria y frustración, y azuzar la pasión del odio, del rencor, de la envidia contra el hermano que algo tiene. Su conciencia religiosa se ha tornado bicéfala. Con la una cabeza intenta buscar lo divino, no por lo divino, sino como el último recurso a su frustración, y con la otra cabeza solo piensa en sus propios intereses; con la una ama, con la otra odia; con la una crea, con la otra destruye; con la una quiere ser leal, con la otra traiciona. El hombre-robot [3] El día de hoy, con toda verdad, podemos hablar del hombre-robot manejado a control remoto por los más hábiles y más astutos; del hombre marioneta que, con increíble facilidad, dobla la rodilla ante el interés bastardo; del hombre máquina que ya no quiere pensar porque le dan pensando las otras máquinas que ha inventado: las calculadoras, los cerebros electrónicos, las computadoras, etc.; del hombre maniquí que nada resuelve y que cae víctima semiconsciente de sus propios problemas y de los que le rodean. El hombre de hoy es el típico evasor, el fugitivo, el desertor que huye de sí mismo y de la realidad que le toca vivir. El hombre ante la muerte [4] El enigma del ser humano se agudiza frente a una realidad de la cual trata de huir con todas sus fuerzas: la extinción total, la muerte… La ciencia, así como ha llegado al refinamiento en su afán de destrucción, paradójicamente realiza esfuerzos inauditos para prolongar la vida humana y hasta mantiene en hibernación algunos cuerpos con el afán de perpetuar indefinidamente su existencia sobre la tierra. ¿Qué hay en el fondo de todos estos afanes de la técnica? Un deseo, una aspiración innata de eternidad. La semilla de eternidad que cada hombre lleva dentro pugna siempre por romper la corteza

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del corazón humano para dar el fruto inmortal. Lo que importa, entonces, es trabajar para que se dé cuenta de que lleva sembrada en las profundidades de su ser esta semilla de eternidad, aquello a lo que se refirió en otros términos, Jesús, cuando dijo: «El Reino de Dios está dentro de vosotros» (Lc 17:21). El gran secreto [5] ¿Sabes, querido hermano lector, en dónde está el secreto de la felicidad que tan afanosamente buscas tú, he buscado yo y buscan todos los hombres? Pues, sencillamente en encontrar «El Reino de Dios» dentro de nosotros mismos. Cuando sientas dentro de ti la presencia de este Reino, todo se iluminará en ti, todo cambiará en tu vida. Ya no te sentirás frustrado, ni desalentado, ni desesperado, ni amargado. Este Reino es completamente tuyo, en este Reino mandas tú y gozas tú mismo. El goce de bienaventuranza de este Reino jamás desaparece, nunca muere, te acompaña siempre, eternamente. Cuando tú y nadie más que tú entres en comunión con Él, con tu Dios y mi Dios, con tu Todo y mi Todo, con tu Gozo y mi Gozo…, te sentirás realizado, antes, no. Óyeme bien: antes, no. En este encuentro tuyo con Él, radica «la razón más profunda de la dignidad humana», como dice el Concilio Vaticano II. Camino de realización [6] Cuando encuentres este Reino, cuando te realices a ti mismo, es decir, cuando hayas descubierto el camino para llegar a Él, ¿qué puedes temer?, ¿a los hombres?, ¿a los acontecimientos?, ¿a los problemas que te plantea la vida?, ¿a la muerte? No. Jamás. Con Él, por Él, y en Él encontrarás todo, te lo aseguro. A través de todo lo que sientas, de todo lo que experimentes, de todo lo que sufras, de todo lo que pienses, de todo lo que hagas, irás tejiendo poco a poco, paso a paso, la tela de tu plena realización.

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Escucha lo que dice uno de los más grandes genios de la India milenaria, Rabindranath Tagore, citado por Sadhana: La historia del hombre es la historia de su marcha hacia lo desconocido, que lo impulsa incesantemente a buscar la realización de su ser inmortal: su alma. A través del surgimiento y caída de los imperios; a través de levantar montones de riquezas y del mal de gastarlas fuera de lo conveniente; a través de la creación de vastos sistemas simbólicos que dan forma a los sueños y aspiraciones para olvidarlos en seguida, tal los juguetes de la primera infancia; a través de sus mágicas llaves con las cuales pretende abrir los misterios de la creación, y a través de frustrar esta labor de las edades para volver atrás su tienda de trabajo e iniciar nuevas formas de actividad, sí, a través de todo eso, el hombre va marchando de etapa en etapa, hacia la completa realización de su alma; el alma que es más grande que las cosas por él acumuladas, que los actos que ejecuta y las teorías que él formula; el alma, en fin, cuyo constante progreso no es interrumpido ni por la muerte o la disolución.

Concentración y meditación, disciplinas superiores [7] La concentración y, sobre todo, la meditación constituyen dos prácticas, dos ejercicios que enseñan a la mente y a la voluntad humana cómo pulirse y disciplinarse. Ambas sirven eficazmente para este encuentro del hombre consigo mismo. La concentración y la meditación son los únicos senderos aconsejados y practicados por milenios. Lo que hace la concentración [8] La concentración es la disciplina mental, el esfuerzo mental que se realiza para que la mente (aquel lago de agua abundantísima)

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desemboque en un solo canal, es decir, en un solo pensamiento, a fin de que continúe con la fuerza irresistible que tuvo en su origen y pueda mover una gran dínamo, o regar muchos terrenos sin desperdiciarse. La concentración hace que ese gran reflector (nuestra mente) enfoque los haces de su luz sobre un determinado punto, a fin de que este sea visto en todos sus detalles. Uno de los más recientes filósofos de la India milenaria, Sri Ramana Maharshi, (citado por Sadhu) hacía esta reflexión: La mente de un hombre común está llena de incontables pensamientos y, por lo tanto, cada uno de ellos, individualmente, es extremadamente débil. Cuando en lugar de estos muchos pensamientos inútiles aparece solamente uno, es un poder en sí mismo y tiene una amplia influencia.

La concentración, paso a la meditación [9] Hay que anotar que la concentración es el paso previo a la práctica de la meditación. Gran parte de las dificultades que el estudiante encuentra en la meditación se previene y se soluciona mediante la concentración. Este libro estaría trunco, mutilado, si tratara solamente de señalar el camino fácil para obtener el éxito en las distintas actividades humanas. Y este no es el fin que persigue, quiere ir más allá, quiere alcanzar el gran objetivo, señalar la meta a la que quiere llegar: Esta meta es Dios. El camino para llegar a Él es la concentración y la meditación. Concentración, gurús, yoguis, Dios [10] Los yoguis, sadhus, sannyasins, gurús de Oriente buen cuidado tienen de enseñar a sus chelas, discípulos o seguidores, juntamente

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con las distintas técnicas de concentración, las de meditación. La yoga, la verdadera yoga persigue esta meta: Dios. Ningún verdadero maestro de Oriente, ningún yogui auténtico intenta otro fin en sus enseñanzas y en sus prácticas que no sea el encuentro con Dios, encuentro real, verdadero, humano, vivencial, si se quiere tangible, con ese Dios Alfa y Omega, principio y fin, bienaventuranza y gozo, sabiduría y amor, infinita Omnipotencia-Inteligencia-Dicha. El verdadero gurú siente intensamente el llamado de señalar el camino seguro al discípulo para encontrar aquello que lo hará eternamente feliz: Dios. La concentración es el paso previo para alcanzar esta meta. • Referencias Bibliográficas Dávila, C. (2003). Las llaves de tu Reino. (3ª ed.). Cuenca: Asociación Escuela de Auto-Realización. [1]

El hombre, un problema no resuelto, pp. 15, 16.

[2]

El hombre y su conciencia, pp. 17, 18.

[3]

El hombre-robot, p. 18.

[4]

El hombre ante la muerte, p. 20.

[5]

El gran secreto, p. 21.

[6]

Camino de realización, p. 22.

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[7]

Concentración y meditación, disciplinas superiores, p. 23.

[8]

Lo que hace la concentración, pp. 26, 27.

[9]

La concentración, paso a la meditación, p. 32.

[10]

Concentración, gurús, yoguis, Dios, p. 33.

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CAPÍTULO III LA LEY DEL KARMA ¿Por qué existe el mal en el mundo? [1] Los dos primeros espíritus encarnados que la Biblia llama Adán y Eva están ante esta alternativa: escoger el camino de la obediencia o apartarse de la ley. Es el karma de esta primera pareja el que pasó a toda la humanidad. Su libre albedrío los apartó de la ley e infringieron este precepto. Se sometieron inmediatamente a las consecuencias de la transgresión. Esto es lo que se llama en yoga la «Ley del Karma o la Ley de la causa y efecto»: Si uno pone la causa, asume la responsabilidad y todas las consecuencias. Los demás espíritus al encarnar, sean estos los hijos de Adán: Caín y Abel, o Dina Mustafá, etc., asumen ese karma que les dejaron en herencia sus padres, el karma del desorden. El karma de la primera pareja se llama el karma del pecado original; además de este karma, tenemos el karma individual, el que asumimos nosotros con nuestras propias acciones. Este karma es el que produce sufrimiento dolor y desorden en la naturaleza. El signo de haber desobedecido [2] Cuando el Génesis dice que Adán y Eva se ocultaron, este ocultamiento es, también, un símbolo, el de la vergüenza, el de la transgresión de una Ley Divina. Triunfa el deseo sobre ellos y se realiza lo que San Pablo llama «el pecado de Adán», la primera transgresión de la ley. El Señor les recuerda las consecuencias que tendrán como resultado de esa transgresión, es decir, el cumplimiento de la Ley del Karma.

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San Juan dice: «La concupiscencia de los ojos, la concupiscencia de la carne, la soberbia de la vida»… (1Jn 2:16). El deseo, el deseo, sobre todo, de satisfacción sexual, es una de las primeras y más desastrosas consecuencias del pecado original. Esa transgresión del sexo es la que más arraigada se encuentra. Es la esclavitud más grande a la cual tiene que someterse toda la especie humana. Esclavitud que el mismo apóstol Pablo la reconoce y la señala cuando dice: Encuentro dentro de mí una ley, según la cual mi espíritu quiere hacer las cosas relacionadas con mi espíritu, en cambio, el yo me obliga a hacer y hago las cosas que yo no quiero, me encuentro frente a esta esclavitud. (Rm 7:21)

Las consecuencias de esta transgresión son: la ignorancia en que nace el hombre, la muerte como lo dice el mismo apóstol Pablo, la muerte física con sus dolores, pruebas y con todas sus implicaciones negativas. Las consecuencias de esta primera transgresión están, también, patentes en la misma naturaleza que rodea al hombre: «El hombre en adelante comerá el pan con el sudor de su frente y la tierra le producirá espinas y abrojos» (Gn 3:18,19). Esta expresión significa que, también, la naturaleza sintió el impacto del karma del pecado original. El hombre ya no puede esperar que la naturaleza le ofrezca generosamente sus frutos. Así como el hombre se rebeló por medio de esa transgresión contra Dios, así también, la naturaleza se rebela contra el hombre. Por satisfacer sus deseos, buscó conocer la ciencia del bien y del mal, así también, encontró la muerte física. El descenso del espíritu y sus planos según la Filosofía oriental [3] Nuestro descenso a este plano fue gradual, a medida que, poco a poco, se hicieron presentes nuestros deseos de experimentar. El mundo espiritual es el mundo de unión perfecta con Dios; es el

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mundo en el cual los espíritus viven una vida de intimidad divina; pero, a medida que nosotros buscamos la satisfacción en los otros planos: mental, causal, astral, etc., a medida que vamos entrando en ellos, se logra que Dios esté presente cada vez menos en nuestras vidas. El plano espiritual es el plano en el cual estuvimos gozando de la visión de Dios. Los planos causal y mental, según la Filosofía oriental, son planos diferentes, en los cuales la noción divina se va oscureciendo poco a poco. A medida que descendemos a esos planos, la noción de Dios, cada día, se esfuma hasta que un día llegamos al mundo astral, el mundo de los deseos. Los seres que llegan al plano astral, para dar cumplimiento a esos múltiples deseos que traen, tienen que encarnar en el plano material. Este es el proceso que siguen los espíritus en su encarnación. Karma, el ciclo de la lluvia, los santos [4] Para que se produzca la lluvia, fenómeno de causación en la naturaleza, es necesario que se dé una serie de condiciones: vientos, evaporación suficiente del mar, de los ríos y de las plantas; y para que la evaporación se condense en la atmósfera, se requiere de determinada presión atmosférica. Esto es lo que sucede exactamente con cada uno de nosotros, somos lo que hemos hecho en la vida. Nuestras acciones pasadas, la suma de lo que hicimos determina lo que somos; pero, absolutamente todos tenemos nuestro saldo a favor o en contra. No todos los santos han tenido solamente saldo a favor, esa es una gran ilusión. Ellos, también, han tenido sus saldos en contra, solo que ellos conocieron la Ley de Transmutación, de revertir esos saldos en contra, en saldos a favor. Esta transmutación fue posible con su entrega a Dios. Como humanos, todos tuvieron sus pequeños y grandes errores, absolutamente todos, sin excepción, aunque los biógrafos quieran decir otra cosa.

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Uno de los grandes pilares del cristianismo es San Pablo; a través de él, se ha formulado el dogma católico. Era un hombre violento, perseguidor, sanguinario, con grandes defectos; entre los apóstoles, el mismo Pedro, un hombre muy impulsivo. Recordemos cuando le toman preso al Señor, lo primero que hace es esconderse. En Getsemaní, cuando le corta la oreja al criado del sumo sacerdote, le asestó un golpe en la cabeza y erró, porque su intención era cortarle el cuello. No solamente niega al Señor una vez, sino lo niega tres veces delante del criado. San Francisco de Asís, en su juventud, salía a divertirse con sus amigos, daba serenos a una muchacha al pie del balcón. Los biógrafos no lo dicen, no ven el aspecto humano; sin embargo, los santos, también, tuvieron defectos. Hago esta aclaración para explicar lo que significa la Ley de Causa y Efecto: la suma de los aspectos positivos y negativos, somos lo que somos. La Ley del Karma nos hace reflexionar: «Yo he hecho esto, lo otro, no tengo que hacerlo más porque me debo a Dios». Cosecharemos lo que sembramos en los demás [5] En el camino hacia Dios, en su búsqueda constante, se dispone de medios entre los que se encuentra la oración, entendida esta como la meditación. La meditación es la que nos hace volar hacia el infinito con inmensa naturalidad. Este vuelo es un vuelo de interiorización en el cual, al final, se encontrará la recompensa: la paz, la felicidad. Este es el resultado del contacto con Él. Hay, además, otros medios que están a nuestro alcance, como son: hacer el bien, trabajar en beneficio de nuestros hermanos. Cristo está en todos nuestros hermanos; el pensamiento que enviemos, el consejo que demos, una pequeña indicación, una voz de aliento a ese hermano que lo necesita no quedará sin recompensa. Cuánto hiciereis con vuestros hermanos es como si lo hiciereis a vosotros

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mismos. Lo que sembramos en el corazón de nuestros hermanos es como sembrar en nuestro propio corazón; todo lo que hacemos por los demás se revierte a nuestro favor. Esta es una ley universal, la Ley del Karma, expresada en otros términos. Ponemos causaciones cuando nosotros sembramos: «En verdad os digo que cuánto hicisteis a uno de estos hermanos míos, aun a los más pequeños, a mí me lo hicisteis» (Mt 25:40). El que siembra odio cosechará odio; quien siembra venganza cosechará venganza; el que siembra amor cosechará amor; si sembramos egoísmo, cosecharemos egoísmo. Tengamos presente que «cosecharemos lo que sembramos en los demás». Tenemos que considerar a nuestros hermanos como un inmenso campo. En realidad, todos somos hermanos, hijos de Dios, quien es el Padre de ese inmenso campo. A ese campo tenemos que ir, en ese campo tenemos que sembrar lo que hay en nosotros. La conversión pedida por María a sus hijos [6] Cuando los reclutas están marchando, tienen la consigna de que mientras el comandante no les diga alto, vuelta a la derecha o a la izquierda, tienen que seguir; por este principio, si al frente está el precipicio, tienen que echarse al abismo. Evidentemente, cuando el comandante da la orden, se hace la conversión y después se retira porque sabe que a pocos pasos está el abismo. Esto es lo que hace la Virgen, nos dice: están caminando como ciegos hacia el precipicio, tienen que dar la vuelta, tienen que hacer la conversión a la derecha, a la izquierda; allí, también, hay otro precipicio. Ustedes deben hacer la conversión, de otro modo, se precipitarán. Ese es el sentido de la palabra penitencia, la conversión, la vuelta. ¿Hacia dónde? Hacia Dios, es decir, de vuelta al camino recto que han abandonado. Este es el sentido de la penitencia que pide la Virgen, explicado a través de la comparación del soldado que si-

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gue por ese camino y que tiene el abismo a diez metros; si continúa adelante, se precipitará al barranco. Lo que quiere la Virgen es precisamente que nadie se precipite al despeñadero. Cuando hacemos la oración y la penitencia, nos convertimos siempre a Dios, retomamos el camino recto. Esa conversión debemos hacerla constantemente en nuestra vida. La conversión tiene que ser diaria, mediante un examen de conciencia; es una recapitulación de lo que hemos hecho. Esto no solamente lo enseñan los místicos de Oriente sino, también, los de Occidente, como nuestros místicos cristianos. Es el examen de conciencia que aconsejaban los filósofos griegos, Platón, Aristóteles, Séneca, quienes recomendaban hacer el examen de conciencia para que los hombres sean buenos, para que siempre estén buscando el camino y lleguen a él. Ley del Equilibrio [7] Hay una ley que la Filosofía oriental llama «Ley de los Contrarios»; se denomina, también, Ley del Equilibrio. Esta ley es cósmica y universal, debemos conocerla, meditar sobre ella y sacar las conclusiones para nuestra vida. La observamos en la naturaleza: frente a la luz están las tinieblas, frente a las plantas que producen vida están las que producen muerte; frente a los animales salvajes que causan destrucción están otros que construyen la naturaleza. Así, también, obrar bien tiene la contraparte, obrar mal; por un lado, está el amor, lo que nos une a los demás y, por otro, el odio que nos separa. Así se expresa la Ley de los Contrarios o Ley del Equilibrio que es preciso conocerla. Esta existe para que la gran sinfonía del universo, ese cuadro pintado por Dios mismo, se manifieste al hombre en toda su grandeza, magnitud y esplendor. El pintor que quiere hacer resaltar la luz en sus cuadros tiene que poner de fondo el gris y el negro. Los romanos llamaron fastos a los días positivos o días de gloria, y nefastos a los días negativos.

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¿Cómo se podría aspirar a un Dios de amor, si alguna vez no hemos experimentado el desprecio o el desdén?, ¿cómo se podrá saber que una cosa es dulce sin experimentar lo amargo?, ¿cómo se podría discernir entre lo que es bueno y lo que es malo si alguna vez no hubiéramos tenido, también, que lamentar lo malo que hicimos? Cuánto de malo existe en el planeta en que vivimos es el fruto del mal uso que hicieron los hombres del libre albedrío. Este karma adverso, estas consecuencias negativas que arrastra la humanidad se deben al mal uso de la propia libertad; es lo que hace sangrar al corazón y torturar al espíritu con la duda, el arrepentimiento, la nostalgia de algo que se ha perdido cuando lo debíamos conservar. Ese momento de ofuscación es la causa de las inquietudes y quebrantos que sentimos en nuestra vida. La reencarnación y el karma según la Filosofía oriental [8] La Filosofía oriental y todos los libros de yoga que estudiamos hablan de la reencarnación y tienen como principio indiscutible lo mismo que el Bhagavad Guita dice: Así como el alma que reside en el cuerpo material pasa por las fases de infancia, juventud, virilidad y vejez, así, también, a su debido tiempo pasa a otro cuerpo y, en sucesivas encarnaciones, volverá a desempeñar un nueva misión sobre la tierra, esto lo sabe quién conoce la doctrina interna y no se preocupa por qué ocurre en este mundo transitorio.

El Bhagavad Guita en la estancia segunda, dice: «A la manera como el hombre abandona las ropas viejas para vestir las nuevas, abandona el morador el cuerpo viejo y encarna en otro nuevo para él preparado». Aquí está la explicación de estas diferencias. Para los orientales, durante una vida la persona mereció tales o cuales privilegios porque vivió una vida correcta, tiene, por tanto, la

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recompensa. En cambio, en el caso de un asesino o de alguien que destruyó la honra de su prójimo a través de su lengua, vivió y murió calumniando, consecuentemente, nacerá sin el don del habla. Quien en su vida traficó con lo más grande que tenemos después del espíritu, el cuerpo, ejerció un verdadero negocio con él, al volver a nacer traerá un cuerpo deforme y despreciable. Podemos ir desentrañando estos misterios de la vida del hombre, pero no se puede jamás ni por un pensamiento atribuir a Dios una parte o la totalidad de la miseria humana. Él da a todos por igual, lo que pasa es que unos aprovechan de aquello que recibieron de Él y otros lo malgastan, por eso tienen lo que nosotros llamamos: «el castigo». Dios no nos castiga, nos castigamos nosotros mismos. Dios no nos condena, nos condenamos nosotros mismos porque solamente cosechamos lo que hemos sembrado. Por eso dice Cristo: «Un árbol bueno no puede dar frutos malos, ni un árbol malo, frutos buenos… Por sus frutos los conoceréis» (Mt 7:18,20). El bien o el mal son exactamente como una pelota que echamos contra una pared y rebota; si nosotros echamos contra la pared acciones buenas, rebotará, también, lo bueno y si solamente echamos acciones malas, rebotarán fuentes de perdición. Las madres de familia no pueden guiar bien a sus hijos si desconocen estos conceptos. ¿Qué puede contestar una madre a un hijo o un hermano mayor a otro hermano? ¿Cómo responde una persona a un amigo frente a una de las tantas pruebas de la vida, sobre todo, a la gran prueba de la muerte? Quienes no han profundizado en este tema darán esta respuesta: «Dios es injusto», una blasfemia naturalmente. Dirán Dios le quitó al papá, a la mamá, o al hermano. Se ven tantos casos de huérfanos de uno, dos años o de pocos meses, que se quedan sin madre o sin padre, a merced de sus parientes; a veces, ni siquiera cuentan con ellos y deben ir a un orfanato. Muchos dirán: ¡Qué injusticia, si este niño no tiene la culpa! En verdad, no tiene la culpa si examinamos superficialmente, pero si se analiza más profundamente se encontrará su culpabilidad anterior, según la filosofía oriental.

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Tengan muy en cuenta estas palabras del Bhagavad Guita: «Soy el mismo para todos, a nadie prefiero ni a nadie aborrezco». Tenemos que hacernos dignos de las bendiciones divinas, cooperando con esas bendiciones que Él nos da en abundancia. Así como los campos en tiempos normales están saturados de lluvias y de humedad, así nosotros, también, estamos saturados de esa lluvia, de esa humedad, de las bendiciones divinas; lo que pasa es que no descubrimos ni aprovechamos esas bendiciones. Dios está siempre listo para ayudarnos y Él ha hecho ya su parte. Ahora, nosotros, también, tenemos que hacer la nuestra; solo así se armoniza todo en nosotros. • Referencias Bibliográficas [1]

¿Por qué existe el mal en el mundo? (Charla 642-2).

[2]

El signo de haber desobedecido. (Charla 915-239).

[3]

El descenso del espíritu y sus planos según la Filosofía oriental (Charla 916-240).

[4]

Karma, el ciclo de la lluvia, los santos. (Charla 364-62).

[5]

Cosecharemos lo que sembramos en los demás. (Charla 688-53).

[6]

La conversión pedida por María a sus hijos. (Charla 819-105).

[7]

Ley del Equilibrio. (Charla 854-156).

[8]

La reencarnación y el karma según la Filosofía oriental. (Charla 962-289).

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CAPÍTULO IV MAYA Maya es ilusión y engaño [1] El apóstol Pablo habla de unos velos que cubren al Evangelio (Co 3:14). Velos que solamente caen cuando brilla la Luz. También, los grandes maestros orientales hablan, en otros términos, de estos mismos velos que ocultan la Verdad Trascendente. Son esos velos los que nos impiden la comunión con Dios, los que oscurecen la conciencia; esos velos son como densos nubarrones que pesan sobre nuestra conciencia y no dejan filtrar esa Luz. ¿Cuáles son esos velos? Esos velos son los afanes, las preocupaciones en las que permanecemos sumidos durante nuestra vida. Cuando hemos ingresado a este plano, hemos perdido la conciencia de hijos de Dios. Hemos tomado un cuerpo y ese cuerpo ocultó bajo un velo muy grande lo que realmente somos y para lo que estamos llamados. Muchos jamás han tenido el ánimo de levantarlo por un momento; jamás han hecho un esfuerzo siquiera para levantar esos velos y descubrir a Dios en su interior. Llevan una vida completamente materializada, una vida enfocada exclusivamente en los problemas materiales, en todos esos problemas que preocupan a la humanidad. Los problemas que nos inquietan tanto son aquellos que se relacionan con el alimento diario, con las necesidades materiales, con la adquisición de comodidades que envuelven y absorben el corazón humano. Es necesario que caigan esos velos, que rompamos toda esa estructura, ese caparazón tan fuerte que nos oculta la Verdad, que nos oculta a Dios. Es necesario que desaparezcan esos velos para que lo veamos y sepamos cómo es Él.

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No salimos bien de la prueba por la cual vinimos a este plano porque, muchas veces, se piensa que venimos únicamente para la satisfacción de orden material. Desventuradamente, la gran mayoría de los hombres piensa que vino para esto, vive y actúa bajo este pensamiento; olvida casi por completo el orden trascendente. Por lo tanto, lo más importante es romper los velos o el mundo de engaño. Los orientales llaman a este mundo de ilusiones, el mundo de maya, el de la apariencia que, muchas veces, nos deslumbra. La mayoría de los hombres o la gran parte de la humanidad se encuentra aprisionado por el mundo de maya. La Tierra, este planeta en el cual estamos viviendo, este escenario en donde nos toca actuar momentáneamente, este planeta pequeñito, este satélite del sol tuvo un inicio, pero envejecerá y morirá. A pesar de que el número de años de existencia de la Tierra sea muy grande, 4 mil millones o 10 mil millones de años, este pequeño planeta en algún momento será totalmente inadecuado para la vida. Nuestro mundo, nuestra tierra de ilusión pasa y muere. No importa que muera mañana o después de millones de años, pero maya, la ilusión, desaparecerá. Lo mismo ocurre con nuestra propia existencia: nacimos ayer, vamos creciendo y, en cada día que pasa, se comprueba que esta existencia es una vida inestable, una vida que, también, es ilusión, una vida que pronto terminará. Esta vida que estimamos, esta vida que nos anima, también, es una vida de ilusión, una vida que, en términos de la Filosofía oriental, se la denomina maya. Estamos empeñados en adquirir una carrera, en estudiar, en tener un título que nos acredite como expertos para desempeñar ciertas funciones en la vida; pero, también, todo esto desaparecerá. Llega ese momento que llamamos muerte física y esos títulos, pergaminos y cartoncitos se quedan, también, sepultados en este mundo de ilusiones, en este mundo de maya. Cuántos creen que la belleza es algo que dura; sin embargo, también, es tan baladí y frágil. Además, está en ese mundo de ilu-

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siones. Estos son los velos de maya, aquellos que el apóstol Pablo llama: «Velos que ocultan la verdad y que ocultan el Evangelio de Cristo». Estamos en esta Asociación para autorrealizarnos, para descubrir, en el fondo de nuestro ser, la verdad, para no caer como cae el mosquito en las telarañas, aprisionado en los hilos de maya, en estos hilos de ilusión. La verdad y maya según Buda [2] Dice el Evangelio de Buda: El yo ciega los ojos del espíritu y oculta la verdad, es el origen del error, la fuente de la ilusión y el germen del pecado; el yo engendra egoísmo, todo mal procede del yo, toda injusticia es producto de la afirmación del yo; el yo es el principio de todo: odio, iniquidad, calumnia, imprudencia obscenidad, robo, estafa, opresión de la sangre; el yo es el tentador, el malhechor, el creador del mal.

Mientras más se expande en nosotros esta conciencia del yo, estamos expuestos a cometer graves errores y, en la medida en que nuestro yo desaparece de la acción, en esa misma medida hemos de calcular nuestro progreso espiritual. La persona que no lo tiene o lo tiene muy poco, estimará el yo sobre todas las cosas. Pongamos un caso de la vida práctica: Dos personas se encuentran, una de ellas informa a la otra que ha obrado mal. Inmediatamente, comienza este rumor a reflotar y a agrandarse; ese yo va a proceder de una manera odiosa e inconsulta; hará una serie de averiguaciones, perderá la tranquilidad y realizará muchas cosas porque cree defender así su honor y su reputación. Cuando el yo está a flor de labios, tenemos ese verdadero desastre en la vida espiritual y no hay ningún progreso; en la medida en que nosotros no reconozcamos ni estimemos a ese yo sobre los demás, habrá progreso espiritual. 51


El yo seduce por los placeres, promete un paraíso encantador, el yo es el verbo hechicero de mara, pero los placeres del yo son ilusorios; su laberinto para el circo es el camino del infierno y su belleza se aja a la luz del deseo. Bienaventurado aquel en quien ha encarnado la verdad porque ha conseguido su fin y se ha unido con la verdad; es vencedor sin que nada pueda herirlo; es glorioso y feliz, sin sufrimientos; es fuerte, aunque le aplaste el peso de su trabajo; es inmortal, aunque muera; la inmortalidad es la esencia del alma. Bienaventurado el que alcanza el sacro estado de Buda porque salvará a sus hermanos; la verdad es un poder activo para el bien indestructible e invencible. Cultivad la verdad en nuestro espíritu y difundidlo por la humanidad porque únicamente así la verdad salva del pecado y de la miseria; la verdad es el Buda y el Buda es la verdad, bendita sea la verdad. (Evangelio de Buda)

Referencias de maya en el Evangelio de Cristo [3] El apóstol Juan, observando cómo procede el mundo dice: «El mundo, la humanidad ha sido constituida y vive en la maldad» (1Jn 5:19). En otras palabras, el apóstol quiere decir que la mayoría de los hombres vive bajo los velos de maya, es decir, de la ilusión, empleando los términos de los maestros de Oriente. Esto impide ver las cosas en su verdadera realidad. El hombre común y corriente no puede realizar una evaluación apropiada de la categoría de los verdaderos valores y, en su juicio, se equivoca diametralmente y da importancia a aquello que, en realidad no lo tiene o, si es importante, tiene un valor relativo. Concretamente, aquel que vive frente a este engaño, si abriera las páginas del Evangelio de Cristo y tratara de averiguar por lo menos el verdadero concepto de las cosas, tendría quizá una opinión

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distinta de la que posee. El Señor resume toda la problemática humana relacionada con la preocupación de las cosas de este plano en estas palabras: «¿De qué le sirve al hombre ganar todo el mundo si al fin pierde su espíritu, pierde su alma?» (Mt 16:26). Si hacemos una evaluación y se coloca en un platillo de la balanza toda la riqueza del mundo y no solamente de este pequeño planeta en el que vivimos, sino de todo ese inmenso cosmos físico, de todos esos mundos y mundos que danzan en su danza cósmica en la inmensidad de los espacios con toda su riqueza, todo lo que es el plano meramente material y, en el otro platillo, lo que significa nuestro espíritu, veríamos subir vertiginosamente este último platillo, y el otro, desaparecer en la inmensidad de la obscuridad de lo que se denomina maya. Se debe meditar y tratar de penetrar en este gran misterio para que se haga luz en nuestras conciencias; así daremos toda la razón al Gran Maestro de maestros, Cristo, a lo que Él, sus discípulos y los verdaderos maestros de las distintas religiones que hay en el mundo, manifiestan. Dice San Pablo: «El Padre nos libró del poder de las tinieblas y nos trasladó al Reino del Hijo de su amor, en quien tenemos la redención y la remisión de los pecados» (Col 1:13,14). El Padre quiso arrancarnos de las tinieblas y conducirnos al Reino de la Luz. Es importante que se comprenda esta gran verdad. Este reino de maya o de ilusión nos hace ajenos a la voluntad y al conocimiento divino. Que este reino de maya no nos engañe, para esto meditemos y practiquemos las enseñanzas de autorrealización para no dejarnos engañar. Maya es ilusión y engaño. Las escuelas orientales más serias están de acuerdo con este principio de que existe una sola y única realidad: Dios. Son tantas cosas con las que nos tropezamos a cada momento que, muchas veces, estas nos ahogan, nos vuelven ciegos, lo que nos impide ver la Luz, pero tenemos a ese Cristo Bendito que es «la Luz del mundo». Cuando miramos a través del lente de sus enseñanzas, comenzamos a ver la verdadera realidad. Por eso nos dice el Señor:

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«Buscad primero el Reino de Dios y su justicia» (Mt 6:33). Lo primero que debéis hacer es buscarme en vosotros, porque «el Reino de Dios está en vosotros mismos» (Lc 17:21). Dentro de la categoría de valores, no hay nada que se interponga a lo que el Señor nos enseña y nos manda a realizar. Todo lo demás ocupa un segundo, tercero, cuarto, quinto, en fin, un último lugar. Nos iremos de aquí, de este plano, y esto es una condición natural. No importa quién se va antes o quién se va después; el hecho es que todos tenemos que irnos, pero nos iremos con nuestro propio equipaje, con lo que hayamos acumulado en este plano. Este equipaje no pertenece al mundo de maya. En la maleta de nuestro equipaje, pondremos todo lo positivo que hayamos realizado. Somos seres dotados de libre albedrío y debemos usarlo para nuestro verdadero provecho y colocar en nuestra maleta el equipaje, las buenas obras que hemos acumulado, lo único que es verdadero y realmente bueno. Muchas veces, hemos hecho cosas negativas que contravienen las Leyes Divinas, pero precisamente está en nosotros borrarlo a través del libre albedrío, esto que conocemos con el nombre de karma o consecuencia negativa. • Referencias Bibliográficas [1]

Maya es ilusión y engaño. (Charla 853-155).

[2]

La verdad y maya según el Buda. (Charla 859-160).

[3]

Referencias de maya en el Evangelio de Cristo. (Charla 998-325).

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CAPÍTULO V LA MÍSTICA DE LA ASOCIACIÓN ESCUELA DE AUTO-REALIZACIÓN (AEA) La meta de Auto-Realización es llevarnos a la comprensión de ese Dios en nosotros y con nosotros [1] Nuestra Escuela camina hacia la realización divina, al encuentro de Dios en nosotros, de ese Dios olvidado, desconocido que ha permanecido oculto durante toda nuestra vida y que permanecerá así, en la gran mayoría de los hombres, mientras no lo busquen. Si todavía no hemos realizado a Dios, si la idea de Él está nublada, se considerará como una dificultad, pero si se retiran las capas que nos impiden ver la imagen de Dios, se podrá comprender que no hay problemas, sino solo Luz. Cuando se hace la Luz, no se ve ninguna sombra, ningún problema. Cuando realicen a Dios, esos problemas que los ven tan grandes no serán considerados así. Por ejemplo, si los han robado, si han perdido algo, si se han fracturado una pierna, si se han enfermado, dirán: Estoy así, pero mi espíritu está en paz; estas situaciones se vuelven insignificantes. La mística de Auto-Realización se resume en esta palabra: Autorrealizarse [2] Cada uno de nosotros debe autorrealizarse, teniendo presente a Dios, viviendo esa vida de unión, de sintonía con Él; de aquí tiene que partir lo demás. La Asociación de Auto-Realización no es una escuela de monjas, monjes o místicos en el sentido que quiere dar la gente; sus miembros no se pueden considerar como desadaptados o excéntricos que no quieren asistir a reuniones, fiestas ni a nada.

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Una de sus características es la alegría, ya lo dice el iniciado Pablo: «Estad siempre alegres, alegraos, pero alegraos en el Señor» (Flp 4:4). Esto es sentir la euforia que nace de la paz y de la tranquilidad de la conciencia; es el verdadero gozo espiritual. Esta Asociación está para dar aliento a todos. Cada uno en su empresa, en su hogar, en el lugar que le ha tocado desempeñar su misión en esta vida debe hacer todo con gusto. Cuando regresen al hogar después del trabajo, no se sientan atenazados por las preocupaciones, todo dejen en manos del Señor. Cuando me consultan sobre sus problemas, yo les pregunto: ¿Han dejado su meditación? Si la han dejado, qué esperan entonces. Necesitan volver a la meditación y ser fieles a ella. Nuestra consigna: «Siempre adelante» [3] Les recuerdo una hermosa parábola de Ramakrishna: «La parábola del leñador». Decía él: Había un leñador que llevaba una vida muy miserable, con los escasos medios que le procuraba la venta diaria de una carga de leña traída de un monte cercano. Cierta vez, un sannyasin (renunciante, que se propone solamente la realización divina y la consecución de los logros espirituales) que pasaba por allí, lo vio trabajar y lo aconsejó que se internara más en el bosque: «Adelante, hijo mío, adelante», le dijo. El leñador obedeció y siguió hasta que encontró un árbol de sándalo y, poniéndose muy contento, llevó consigo tanta madera como pudo cargar. La vendió en el mercado y sacó mucho provecho. … Al día siguiente, llegó más allá de donde estaba el árbol de sándalo, se encontró con una mina de cobre de la que llevó tanto mineral como pudo, el cual vendido en el mercado le produjo mucho dinero. Al siguiente día, sin detenerse en la mina, siguió

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adelante adentrándose más como le había aconsejado el sadhu (término sánscrito que significa renunciante) y encontró una mina de plata, y cogiendo cuanto pudo llevar, la vendió y obtuvo más dinero todavía. Y así, día a día, fue avanzando cada vez más lejos hasta que encontró minas de oro y diamantes, y llegó a ser inmensamente rico.

Concluye Ramakrishna: Tal es, también, el caso del hombre que aspira al verdadero conocimiento. Si no se detiene en su progreso, después de haber obtenido algunos poderes extraordinarios y sobrenaturales, llega al fin a ser verdaderamente rico en el conocimiento eterno de la verdad.

¡Qué parábola tan bella! La mayor parte de la humanidad es sencillamente como esos leñadores que están cortando leña toda la vida, desde el momento en que pueden trabajar hasta el momento en que les sorprende la muerte física. Son leñadores que ganan una miseria, apenas lo que necesitan para vivir. Y lo que es más, creen que adquieren bienes, pero estos bienes materiales solo producen desilusión, zozobra y frustración que, aún en el gozo de estos, encuentran más bien su castigo. Son leñadores que no saben que hay otras riquezas, que desconocen que uno puede ser inmensamente rico en toda la extensión de la palabra, no por cargar leña e ir al mercado, no por ocuparse en esas cosas meramente materiales y adquirir comodidades, no como hace la mayoría de los hombres. Ellos ignoran que hay otras riquezas, que hay otras cosas por hacer, que hay algo mejor. Hacen falta esos sannyasins, esos sadhus que digan a los hombres: ¡Adelante, adelante, no se queden allí, al principio del bosque! ¡Adelante! Vean qué hay en el interior. Hace falta esta motivación, algunos han tenido la bienaventuranza de encontrar alguien que los impulse, pero hay otros que no han tenido esta felicidad.

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Sigamos meditando y reflexionando en todo esto, pero tengamos en cuenta la consigna que le dijo el sannyasin al leñador: «Hijo mío sigue siempre adelante». Recordemos esta consigna cuando nos encontremos desanimados, un poco estacionados, como se dice, alicaídos o golpeados. Esta consigna debe ser para nosotros el Norte de toda nuestra vida, siempre adelante. La acción de Dios va a producir esta transformación en nosotros, la acción exclusiva de Él es la que nos hace verdaderamente felices y nos permitirá dar la verdadera dimensión a las cosas. El nuevo nacimiento [4] Este nuevo nacimiento es nuestra realización. El alma y el espíritu que se han realizado, que han nacido de nuevo reflejan lo que dice Nuestro Señor a Nicodemo: «Si no renaciereis del agua y del espíritu, no podréis entrar en el Reino de los Cielos» (Jn 3:5). La realización divina en nosotros, este nuevo nacimiento no es aceptar la enseñanza de Cristo, en conformidad teórica únicamente. Esto no significa nada, lo que en realidad es válido es esta realización práctica, esta realización vivencial de Dios en nosotros. Solo así se produce la nueva criatura, la realización en Dios construye esta nueva casa, crea este nuevo tabernáculo, este templo nuevo de Dios. Estamos precisamente en esa etapa de la construcción de ese nuevo templo de Dios. Unos recién han empezado la construcción, están agregando las piedritas para los cimientos, les falta bastante. Otros ya tienen adelantada la obra, han puesto los ventanales, el techo; algunos están adornándolo y, por último, hay quienes están tranquilos porque ya han terminado su habitación. Si edificamos el templo que, a primera vista, San Juan nos describe como el cielo y tierra nuevos, lo estamos construyendo para Él. Cuando ya esté el templo construido, Él viene, vive y habita en él. Hablo en sentido metafórico para que comprendáis lo que San Juan nos quiso decir. De otro modo, no lo hubieran com-

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prendido y sus expresiones hubiesen permanecido completamente ocultas. Mis palabras no significan que la venida del Señor sea reciente o que el Señor esté lejos. El Señor está siempre en nosotros, está todo el tiempo, así como está en el minúsculo átomo de materia, en el quantum elemental, en lo más pequeño, también, está en nosotros. Lo que sucede es que no lo descubrimos, no lo conocemos ni lo vivimos; no nos damos cuenta de que: «Estamos con Él y en Él vivimos y existimos» (Hch 17:28). Deber sagrado [5] «Sed sal de la tierra y luz del mundo» (Mt 5:13,14). Estas palabras de Cristo se dirigen a cada uno de los miembros de la Escuela de Auto-Realización, absolutamente a todos los que han recibido —aunque sea por un momento— ese toque, ese golpeteo de la mano divina. Esta frase es para quienes ya han despertado a este otro mundo, a esta otra clase de vida. El padre Dávila dice a los estudiantes de AEA: «Sin equivocarme, vosotros ya estáis despiertos, la noche ha pasado, ha comenzado a clarear la aurora», esa aurora en la cual viven los hijos de Dios; esos nuevos hijos nacidos no solamente de la sangre y de la carne, sino del espíritu. Vosotros sois esos hijos que habéis nacido del espíritu. Esto lo debéis meditar y admitir con cierto «orgullo», pero con un orgullo santo. Ese Espíritu nos hace descubrir —si hemos despertado— quiénes somos: «Luz del mundo y sal de la tierra». ¡Esto es lo que tenemos que ser! Comprendámoslo bien: Luz para llevar el mensaje a nuestros hermanos porque hay tantas tinieblas en el mundo, tanta corrupción en todo aspecto. El apóstol Juan dice: «Todo el mundo está puesto y dispuesto en la maldad y para la maldad» (1Jn 5:19). Este mundo, esta tierra está «saturada» de maldad. Por eso es necesaria esta sal para salar la podredumbre en que

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vive el mundo, en que vive la tierra. Cuando queremos que un pedazo de carne se conserve, tenemos que ponerle mucha sal para que no se descomponga. Esta humanidad es así, mis queridos estudiantes, en la medida en que nosotros pongamos sal en las profundidades de esta comunidad en que vivimos, la salvaremos. Esa Luz tiene que brillar y resplandecer [6] ¿De qué sirve que nosotros tengamos esa Luz prendida en nuestros corazones, si está oculta debajo del celemín? Esa Luz tiene que brillar, tiene que resplandecer; los hombres tienen que ver esa Luz. Esa Luz tenemos que comunicar a los demás con nuestra vida y con nuestra palabra. No tengamos ese recelo natural que tienen muchos cuando dicen: Soy tan pequeño, soy un pecador, soy tan imperfecto, tengo tantos defectos, ¿qué puedo hacer yo por mis hermanos? No nos dejemos impresionar por esto que pensamos acerca de nosotros mismos. Precisamente, de estos se sirve el Señor para su obra con sus hermanos: de los pequeñitos, de los «inútiles», de aquellos que tienen los mismos defectos, las mismas imperfecciones y las mismas taras de sus hermanos. Sabéis ¿por qué el Señor realiza su obra con esta clase de personas? Lo dice el apóstol Pablo: Para que «nadie se gloríe» (Ef 2:9) en ese trabajo y para que se reconozca que la obra que está realizándose es obra de Él, es obra de Dios. Esta es la finalidad. Por eso, ese Cristo Bendito apareció igual a nosotros, absolutamente igual, menos en el pecado. Y así realizó su obra y así llevó su mensaje a los hombres. Él apareció semejante a nosotros en todo para que así, sufriendo y viviendo como nosotros, comprendiera nuestra situación, y que sus hermanos comprendieran, también, que Cristo es el Camino y la Verdad que nos conduce al Padre. Seamos esa luz y esa sal que condimente y nutra. Llevar el mensaje a nuestros hermanos es un deber que nos imponemos, es un deber sagrado. Este mensaje lo llevaremos si somos grandes acumuladores.

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Debemos tener siempre cargada la batería [7] Cuando nosotros dejamos un carro en un garaje por algún tiempo, la batería se descarga; queremos arrancar, pero el carro no anda. Así pasa con muchos estudiantes que se quedaron uno o dos meses en casa, «guardados» como el carro en el garaje, quieren arrancar, pero se han descargado. Debemos tener siempre cargada la batería de este carrito que somos nosotros; esta se carga con la meditación diaria y con la que hacemos en comunidad. Oídme bien, para esto está el Ashram, para que vosotros, después de vuestras ocupaciones, os reunáis en comunidad. Allí meditéis y carguéis todos los días esta batería interna de vuestro espíritu. Y así recargados, podéis dar, de otro modo, no podréis dar nada. El Señor no nos pide que dejemos nuestras ocupaciones diarias, esas tareas del hogar con las cuales los padres de familia atienden a los hijos. El Señor no nos pide como pidió a los apóstoles, que lo dejaran todo, pero sí, nos pide como a ellos unirnos al servicio de Dios. Él quiere que comprendamos que estamos creados para el servicio de Dios. Hemos sido escogidos, primero, para buscar a Dios, pues, lo más importante, en nuestra misión, es buscarlo y, segundo, trabajar intensamente en procurarnos las cosas necesarias para la vida, pero sin descuidar lo más importante: Dios. Mi espíritu está con vosotros [8] Citando nuevamente a San Pablo puedo decir lo mismo: Aunque estoy corporalmente ausente, mi espíritu está con vosotros y me alegro al ver a esta comunidad bien ordenada y con una fe firme en Cristo. No olvidéis que estoy corporalmente ausente, pero mi espíritu está con vosotros. Este pobre, este último servidor está presente en cada instante de vuestras vidas. Lo digo delante de Dios: Puedo estar corporalmente ausente, pero mi espíritu está en cada uno de vosotros, sentidlo, vividlo, captad esto.

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Debemos corresponder a la inmensa bondad del Señor porque nos ha guiado hasta esta Escuela a todos y a cada uno de nosotros. Por un momento, reflexionemos y preguntémonos: ¿Qué hubiera sucedido si en nuestro camino no se hubiera presentado esta Asociación, si no hubiesen existido almas y espíritus que se sacrificaran para poner los fundamentos, si el Señor —escuchadlo bien— no hubiese pedido el sacrificio de sus vidas para afianzar esta Asociación? La conclusión es que no tenemos excusa si no alcanzamos a comprender lo que es nuestra Asociación. Reflexionad en este deber: Si hemos recibido de Dios esta bendición de pertenecer a una Asociación que tiene un carácter eminentemente espiritual, de ayuda en todos nuestros problemas, vosotros tenéis, a su vez, el deber de compartir con los demás lo que han acumulado. Quiero que estas palabras las toméis en un exclusivo sentido, como las palabras de un padre o de una madre, llenas de respeto y amor. Repito lo que decía San Pablo a los suyos: «Os he engendrado en el espíritu», no por ser yo, sino porque esa misión la he recibido de ese Dios Bendito que me ha puesto en vuestro camino y si un padre tiene que exigir de sus hijos algo, tengo el derecho de exigiros como un padre que os ha engendrado en el espíritu: Que entre vosotros reine siempre el amor, la comprensión. Considero, en este momento, que vosotros sois ese hermoso ramillete, cada uno es una flor bella y selecta. Yo tan solo soy un medio nada más, un instrumento de Dios que no hace sino recoger esas flores y presentarlas a Él, y tratar cada día de mantenerlas hermosas para que sigan reflejando los bellos colores de la Luz, que es el símbolo de Dios. Cuando la madre de los grecos sacaba a relucir sus joyas, alguien se acercó a preguntarle: ¿Cuáles son las joyas más preciosas que tenéis? Ella guardó en su cofre las joyas que llamaban tanto la atención. Tomó de la mano a sus dos hijos y los presentó diciendo: «Estas son mis joyas más preciosas». Puedo decir exactamente lo mismo de cada uno de vosotros.

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Pablo de Tarso decía algo semejante de los suyos, de quienes estuvieron más cerca de él, de quienes le comprendieron más: «Vosotros sois mi corona y mi gloria» (Flp 4:1); no puedo decir algo más significativo de cada uno de vosotros. Si yo pudiera emplear esa palabra tan trillada «orgullo», pudiera decir que siento orgullo de estar y vivir entre vosotros, de darme y entregarme a vosotros. Esto lo sabéis y comprendéis perfectamente. De las primeras comunidades cristianas se hacía este elogio: «Mirad cómo se aman y cómo no son sino un solo corazón y una sola alma» (Apologético de Tertuliano). Este era el distintivo de esas comunidades, pienso y digo lo mismo porque os conozco a cada uno de vosotros: «Mirad cómo se aman, mirad cómo nos amamos y estamos íntimamente unidos los unos a los otros», pero este mensaje de amor, de paz, de gozo no tenemos que guardarlo en un cofre solo para nosotros o dentro de las paredes de una sala, tenemos que ir más allá: a las ciudades, pueblos y naciones de esta tierra, que necesitan de mensajeros de paz, amor, comprensión y unidad entre los hombres. Vosotros tenéis que ser esos mensajeros en vuestras familias, en vuestros hogares, en vuestros trabajos. Tenéis que ir con este mensaje a todas partes porque en este mundo, saturado de tanto egoísmo, donde no se piensa sino en intereses y en cosas de orden meramente material, se necesita despojarse de este lastre para disfrutar a plenitud de la vida del espíritu. Pablo Jaramillo Crespo y María Eugenia Tamariz, primeros miembros de la Asociación Escuela de Auto-Realización [9] En el camino del reencuentro con Dios, contamos con la ayuda del maestro que llega cuando el discípulo está preparado y cuando se ha dado cumplimiento al patrón kármico que rigen nuestras vidas. Por tanto, es una bendición que sea el propio padre Dávila, como su

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gurú, quien relate el sendero recorrido por Pablo y María Eugenia. Su mensaje se dirige a todos quienes seguimos su senda para que alcancemos luz y guía en el camino de una vida de oración. Sus huellas se han convertido en poderosos referentes que confirman su mensaje de seguir adelante, siendo fieles a la meditación. Su mensaje nos anima a superar las dificultades que conlleva la dualidad y a dejar la vida de mundo. Pablo y María Eugenia, con su sensibilidad espiritual y humana, buscaban algo que llenara sus vidas y que no fuera un logro temporal sino permanente. María Eulalia Tamariz y Juanita Jaramillo realizaron un trabajo que fue presentado en la Convención de AEA, (2002) «30 años enseñando a meditar». He aquí un fragmento que incorpora una de las pruebas más intensas por las que tuvimos que atravesar. Los primeros años de la Escuela en Cuenca, comprendidos entre 1968 y 1976, fueron de intensa actividad, guiados por nuestros hermanos mayores, Pablo y María Eugenia. Las meditaciones de grupo de los días miércoles, las clases que se impartían casi todas las noches de la semana, los paseos-retiros, atrajeron día a día a sinceros buscadores de la verdad. Todo esto hace valorar aún más esas primeras vivencias que un principiante experimenta cuando empieza a sustituir las cosas del mundo material por los verdaderos valores del plano espiritual. Así transcurría la vida de la Escuela y, cuando menos se podía imaginar, sucedió lo inesperado. El 15 de agosto de 1976 se convirtió en un día de verdadera prueba: Pablo Jaramillo y María Eugenia Tamariz partían al más allá. El Padrecito se refiere en sus notas privadas en los siguientes términos: Ellos son los seres más queridos que el Padre me ha confiado para que los cuide, los guíe y, sobre todo, los ame con un amor que solo Él pue-

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de dar… Ellos son todo para mí, yo todo para ellos. Existe entre los tres una sinfonía perfecta. Cuánto adelantaron en el camino hacia Dios con su ayuda y su propia cooperación…

Y el relato continúa: Pablo y María Eugenia se encontraban en Quito de visita al padre Dávila. Habían viajado para acordar el nombre y portada del segundo libro que estaba por editarse sobre «Las parábolas de Cristo». Tenían comprados los pasajes de regreso para el lunes 16, pero sorpresivamente se recibió la noticia de que habían decidido volver el día domingo, 15 de agosto, en un vuelo de Saeta; alrededor de las diez de la mañana de ese día, se supo que el avión se encontraba en emergencia. Todo parecía una pesadilla. Humanamente, hasta el Padrecito estaba desolado; al abrazarse con uno de nosotros cuando llegamos a Ambato, por poco se desploma y, entre lágrimas, exclama… ¡Allí están estrellados!… Lo sorprendente fue que este estado de ánimo solo duró unos momentos; respiró profundamente y pronto se transformó en lo que siempre fue una dínamo, un motor, un maestro para quien la muerte no existe. Al día siguiente, a las siete de la mañana, el Padre nos llevó a la Iglesia de la Merced para celebrar la misa por la partida física de Pablo y María Eugenia. Reunidos en torno a un ala del altar, se inició la ceremonia en medio de la más desoladora tristeza hasta el momento en que a cada uno nos dio el abrazo de la paz. Abrazo lleno de amor, compasión y ternura con el que mágicamente mitigó la pena y alivió la herida de nuestros corazones, operándose en nosotros un cambio de conciencia.

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El Señor permitió que, a poco tiempo del accidente de Saeta, se encontrara el «Diario Espiritual» de Pablo, que revela que conocía de su inminente partida. En la última página se lee: Hoy he vuelto a soñar que mi vida se acaba, debo despedirme de todo; estoy al borde de partir. En este sueño se me volvió a anunciar que arregle mis cosas, que el plazo ha terminado. Recibí y acepté esta noticia en la gran voluntad de Dios y sabiendo que Él pasará a cuidar directamente de los que yo cuidaba. En el nevado del Carihuairazo, al cumplirse el primer aniversario del accidente de Saeta, el 15 de agosto de 1977, guiados por el padre Dávila, fuimos a colocar una cruz y una placa que recuerdan a Pablo y María Eugenia, y a sus compañeros de viaje al más allá.

Pablo y María Eugenia, las mejores primicias que se entregan al Señor [10] Quienes tuvieron el privilegio de conocerlos y de tratarlos de cerca son testigos de lo que ellos son. No hablo en pasado porque ellos continúan siendo: Almas puras, almas blancas, almas troqueladas en el vivir cotidiano de plena sintonía con Dios, almas que supieron, amando intensamente al Padre, amarse y dar mucho, pero mucho amor a los demás, almas profundamente humildes como todo lo bueno y como todo lo auténticamente valioso y grande. Pablito y María Eugenia son las mejores primicias que entrega al Señor la Asociación Escuela de Auto-Realización. La promesa de Cristo expresada en los siguientes términos es infalible: «En verdad, en verdad os digo que si el grano de trigo no cayere en la tierra y muriere, quedará solo, pero si muriere producirá mucho fruto» (Jn 12:24). Confiados y tranquilos esperamos el fruto de la siembra. La portada del libro «Guía al infinito»: Dos blancas gaviotas que levantan vuelo desde los riscos de nuestras montañas andinas con

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la mirada fija en la luz que viene del infinito sobre el fondo azul del espacio expresan lo que hemos dicho… El padre Dávila, guía espiritual, así percibe a sus discípulos Pablo y María Eugenia: Tienen conciencia plena de estar presentes asistiendo a la sinfonía de los mundos en la propia Esencia Divina… La escena es indescriptible; han entrado en un océano sin límites de silencio. Es el silencio mayestático de la eternidad de Dios, yo lo siento, también… Miríadas de puntos brillantes a manera de estrellas titilan en la vastedad inconmensurable del infinito… Las luces o los bienaventurados que flotan en el océano de luz, o Dios tienen conciencia plena de lo que Él es y de lo que ellos son. No tienen formas, no tienen nombres… allá ya no hay tiempo. Del «Diario Espiritual» del padre Dávila (1976) se extrae la percepción del encuentro que tiene con Pablo y María Eugenia, en el día de la Virgen del Quinche: Es el día 21 de noviembre de 1976, día de la fiesta de la Virgencita del Quinche. Me encuentro tan lejos, tan lejos, que me será muy difícil regresar pronto. Presiento que algo hermoso va a pasar…, algo que me va a dar infinita alegría. En efecto, con la preparación de ese profundo silencio y de esa alegría inefable que siento, sucede lo que causa esta infinita alegría: Mi encuentro con Pablito y María Eugenia. Estamos en un lugar muy bello, lleno de luz, de gozo, de armonía. María Eugenia está sentada, Pablito detrás a cierta altura, también, sentado. El gozo del encuentro es demasiado grande. Hemos anhelado, tanto, tanto este encuentro. No hay palabras. Hay solo un intercambio de vibraciones, pero, esta vez, a este intercambio le acompaña la presencia física. Somos tan felices. Se encuentran bien, pero muy bien. Siempre están juntos. Ellos son muy felices. No hay palabras para expresarlo. Quieren que se diga esto, que todos sepan esto, que no haya la menor duda.

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Sus formas son como las que conocíamos, pero transformadas, perfeccionadas, hermosísimas, hechas de una luz suficientemente densa para percibir su forma física y perfectamente sutil para no perder su delicadeza de luz. Quieren que todo siga adelante, que todo salga bien con toda dedicación y esfuerzo. La fidelidad al sendero es lo más importante. Comprendo que esta visita es un regalo de la Virgen del Quinche en su día. Gracias «Madrecita», gracias, bendícelos una vez más a ellos, y a quienes en este plano guardan para ellos lo mejor de su amor. Mensaje de Navidad a mis estudiantes desde el Arcano del silencio [11] En el mes de diciembre de 1976, el padre Dávila percibe el mensaje que Pablo y María Eugenia envían desde el Arcano del silencio, cuyo texto es el siguiente: En estos momentos que os transmito estas palabras, me siento lejos, muy lejos. Las luces de este mundo se obscurecen, comienzo a vislumbrar los signos del Arcano. Quiero guardar silencio, un profundo silencio. Quisiera escuchar el mensaje que viene desde allá, mensaje que es tan difícil de expresar en palabras… Entro en mí mismo y siento a cada uno de vosotros, os veo tan cerca, tan unidos a mí, que no sé si soy yo mismo en cada uno de vosotros… A Él le pido por cada uno de vosotros para los que estáis más adelante en el sendero, para los que recién habéis comenzado, para los débiles, para los turbados, para los inquietos, para los tristes, para los enfermos, en fin, para todos, una especial bendición, como la que descendió la noche aquella de la venida del mismo Hijo de Dios.

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Os transmito, también, esto que hemos sentido profundamente Pablito y María Eugenia y vuestro servidor. Ellos, mis queridos estudiantes, os siguen amando y amándonos profundamente. Sentid su amor, sentid su mensaje, vivid su amor, vivid su mensaje y lo sentiréis y lo viviréis en la medida en que profundicéis vuestra meditación. Ellos me dicen una vez más que son felices, que quieren compartir con cada uno de vosotros este gozo y felicidad inefable de estas navidades. Ellos os recomiendan que seáis firmes, resueltos, decididos en vuestras prácticas espirituales. Ellos estarán junto a vosotros en la Noche Buena, meditando con vosotros, gozando, compartiendo vuestras inquietudes, pruebas y quebrantos. Ellos os tienen presentes a cada uno de vosotros y en cada instante. Recordad esto siempre: Ellos se unen a nosotros en el canto de alabanza que entonaron los ángeles en la Noche Buena, sobre el campo de los pastores: «Gloria a Dios en los cielos y paz en la tierra a todos los hombres que cumplen su santa voluntad» (Lc 2:14). Pablito y María Eugenia, desde las mansiones celestiales, donde ya no existen lágrimas ni dolor, allí, donde no hay inquietud ni quebranto, se unen a nuestro gozo en esta Noche Buena. Que el Señor os bendiga una vez más a todos y a cada uno de vosotros. El camino espiritual de Pablo y María Eugenia está construido con el anhelo de su corazón por Dios, con la firmeza de su voluntad y con la profundidad de su pensamiento, en el corto lapso de 7 años compartidos en este plano con su maestro, el padre César Dávila. Ellos se caracterizaron por ejercer un magnetismo espiritual con el que supieron atraer a todos los miembros de AEA, a través de cada una de las enseñanzas impartidas en los diferentes espacios que van desde la conversación cotidiana hasta las peregrinaciones a los lugares sagrados, en su acompañamiento permanente como compañeros, amigos y hermanos, en el gozo y en la adversidad.

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Pablo y María Eugenia, incansables trabajadores en el servicio a los demás [12] El padre Dávila fue muy claro en eseñarnos que el camino espiritual no estaría completo ni sería verdadero si la meditación no nos condujera a la acción y al servicio a los demás. Pablo y María Eugenia trabajaron intensamente; ellos pusieron la semilla que germinaría en el tiempo tanto en el aspecto espiritual como material. Consideraron que las actividades empresariales debían ser solidarias con los más pobres. Inculcaron en su familia la necesidad de desarrollar una obra social, la misma que se cristalizó después de su partida, la Fundación Humanitaria Pablo Jaramillo, clínica materno-infantil de tercer nivel sin fines de lucro, que se constituyera en el año 1989. En ella, han nacido más de 30.000 niños pertenecientes a familias de escasos recursos. El padre Dávila, en su intervención, durante la inauguración dijo estas palabras: «Esta obra es de Dios y por ello permanecerá en el tiempo». En torno a esta afirmación, se definiría la misión espiritual de la Fundación, en cuya entrada tiene explícita la frase: «Que aquí se cumpla con tu mandamiento Señor: Que amemos a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos». Ellos cumplieron con la recomendación de su maestro: La verdadera solución a las dificultades que se tuvieren deberían encomendarse en la meditación a Dios, con la seguridad que esos problemas serían resueltos. Cuando recordamos la frase del «Diario Espiritual» de Pablo: «Que en adelante, sería Dios mismo quien cuidaría de los suyos y de lo que ellos habían iniciado», se comprueba su total cumplimiento: La Escuela de Auto-Realización, que fuera su principal misión, avanza; la Fundación Humanitaria es ya un referente en el servicio a la salud del Austro ecuatoriano, las empresas que promovieron han alcanzado un sitial muy alto permitiendo que miles de personas tengan acceso al trabajo y se desarrollen materialmente y, sobre todo, familiarmente. (Jaramillo, 2019). • 72


Referencias Bibliográficas La meta de Auto-Realización es llevarnos a la comprensión de ese Dios en nosotros y con nosotros. (Charla 791 y 792-45). [1]

La mística de Auto-Realización se resume en esta palabra: Autorrealizarse. (Charla 791 y 792-45). [2]

[3]

Nuestra consigna: «Siempre adelante». (Charla 686-164).

[4]

El nuevo nacimiento. (Charla 812-91).

[5]

Deber sagrado. (Charla 853-155).

[6]

Esa Luz tiene que brillar y resplandecer. (Charla 853-155).

[7]

Debemos tener siempre cargada la batería. (Charla 716-171).

[8]

Mi espíritu está con vosotros. (Charla 1070-402).

Pablo Jaramilo Crespo y María Eugenia Tamariz, primeros miembros de la Asociación Escuela de Auto-Realización. (Recopilación, AEA, 15 de agosto de 2019). [9]

Dávila, C. (2013). Guía hacia el infinito por las parábolas de Cristo. (3ª ed.). Cuenca: Asociación Escuela de Auto-Realización. Pablo y María Eugenia, las mejores primicias que se entregan al Señor, pp. 14, 15. [10]

Mensaje de Navidad a mis estudiantes desde el Arcano del silencio. (Charla 67-474). [11]

Jaramillo, M. (2019). Pablo y María Eugenia, incansables trabajadores en el servicio a los demás. Cuenca: Asociación Escuela de Auto-Realización. [12]

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CAPÍTULO VI LA FE En el camino para el encuentro con Dios, la fe tiene un papel primordial. La vida de oración requiere de fe. Solo la fe nos lleva a la convicción y a la afirmación: «Señor yo creo», solo así se podrá dar el milagro de nuestra transformación, el paso de lo finito a lo infinito, de lo humano a lo divino. La fe, decir Sí a Dios [1] Tener fe en Dios es decir Sí a lo que Él nos dice. Este Sí ha de ser incondicional; no se fundamenta en motivaciones humanas sino en una palabra veraz en sentido absoluto, que no puede engañarse ni engañarnos. Una madre no engaña a su hijo. Si está con hambre y le pide un pan, no le dará una piedra y si le pide un pez no le dará un escorpión. Así es nuestro Padre Bendito. Cuando nos enseña algo, Él no miente, no engaña como muchos de nosotros. Se ha dignado enseñarnos muchas cosas, descubrirnos sus misterios, revelarnos su propia vida íntima, manifestar cómo debemos conducirnos con Él, cómo usar en nuestro provecho las obras de la creación. En una palabra, nos ha enseñado a vivir la vida presente para disfrutar con Él, de la vida futura. La fe es decir Sí a todo cuanto nos ha revelado. Este Sí que dices a Dios no lo dices por ti mismo. Tú no eres el autor de este Sí. Es ese mismo, Dios Bendito, quien ha prendido en ti esa luz que se llama fe, por la que puedes decir Sí a su palabra. La fe no es para ver, para tocar, para oír, para gustar, para olfatear como se hace con los sentidos del cuerpo, es para decir Sí a lo que sentimos, a lo que vemos, a lo que somos, a lo que vivimos internamente.

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La fe es la adhesión total a Dios [2] Para Cristo, la fe es la exigencia absolutamente necesaria en favor de los que le solicitan milagros. Sin la fe es imposible el milagro. Sin el poder de Cristo, la fe nada puede realizar. El milagro es el resultado del encuentro de la fe con el poder infinito de quien todo lo puede. Tener fe en Dios no solo es creer en lo que Él ha dicho o revelado. Tener fe es adherirse total y plenamente a todo cuanto es Él. La fe es la luz que nos muestra los esplendores de su gloria infinita. Es aceptación sin reserva de cuanto nos inspira. Es ese abrir de par en par las puertas y ventanas del alma para permitirle su entrada. Es decirle: Aquí estoy, haz de mí lo que quieras. Es descansar en Él sin preocupaciones, sin inquietudes, sin zozobras, sin dudas, sin vacilaciones, sin temores. Tener fe es manifestarle que lo amamos sin razonamientos previos, sin condiciones, sin argumentos, sin motivaciones. Tener fe es amarle porque lo sentimos en las profundidades de nuestro ser. Tener fe es la entrega total de lo que somos y tal como somos. Fe y vivencia de Dios [3] A Él no se lo descubre por ninguno de los sentidos externos del cuerpo. Como es obvio, no puedes tocarlo con tus manos, ni verlo con tus ojos, ni escuchar su voz, ni gustarlo con tu paladar, ni percibir el perfume de su Presencia… Si bien, esta Presencia subyace en todas las cosas y en todos los seres, su «Yo íntimo» trasciende su creación. Jesús, el Cristo, al referirse al Padre, establece que «su esencia es Espíritu y que es preciso adorarlo en Espíritu y en Verdad» (Jn 4:24). También, tú, yo y todo hombre que encarna aquí en la tierra son, en su parte más noble, un espíritu, una chispa divina, un aliento divino que habita un cuerpo. Es preciso, entonces, establecer la relación que existe entre dos espíritus: el Espíritu de Dios y el nuestro.

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Si prescindimos de la fe, si intentamos por los caminos de la razón llegar a descubrir esa relación, es imposible; aún más, después de este descubrimiento, sin la fe no es posible mantenerla, avivarla, acrecentarla, eternizarla. Como dirían los teólogos, todo esto no es posible sin la divina gracia. Dios se revela al hombre por los caminos de la fe. Es la fe la llave con la cual se abre las puertas de nuestra conciencia para que entre Dios en nosotros. • Referencias Bibliográficas Dávila, C. (1986). El Dios vivencial. Quito: Asociación Escuela de Auto-Realización. [1]

La fe, decir Sí a Dios, pp. 35, 36.

[2]

La fe es la adhesión total a Dios, p. 41.

[3]

Fe y vivencia de Dios, pp. 43, 44.

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CAPÍTULO VII PARÁBOLAS DE CRISTO Se ha incorporado textos de «Guía hacia el infinito por las parábolas de Cristo», obra del padre César Dávila, en la que se refleja el viaje que realizamos en nuestra vida con la apremiante necesidad del reencuentro con Dios. Recurre a la comparación entre los hechos terrenales con los espirituales para lograr una mayor comprensión del mensaje que nos trae Cristo, quien constituye la Gran Parábola. Hacia ella nos dirigimos y con ella nos identificamos. Parábola del hijo pródigo [1] Dijo Jesús: Un hombre tenía dos hijos. Y dijo el más joven de ellos al padre: Padre, dame la parte de hacienda que me corresponde. Y les dividió la hacienda. Y pasados pocos días, el más joven, reuniéndolo todo, partió a una tierra lejana y allí disipó toda su hacienda viviendo disolutamente. Después de haberlo gastado todo, sobrevino una fuerte hambre en aquella tierra y comenzó a sentir necesidad. Y se fue y se puso a servir a uno de los de aquella tierra, que lo mandó a sus campos a apacentar puercos. Deseaba llenar su estómago con las algarrobas que comían los puercos, y no le era dado. Y volviendo en sí, dijo: ¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, y yo aquí me muero de hambre! Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, no soy digno de ser llamado hijo tuyo; trátame como a uno de tus jornaleros. Y levantándose, se vino a su padre. Y cuando aún estaba lejos, viole el padre, y compadecido, corrió a él y se arrojó a su cuello y le cubrió de besos. (Lc 15:11-32)

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En el gran drama humano entran en escena, querido amigo mío, un Padre, una Madre Divina: Dios, un hijo bueno, es decir, todos los hijos buenos de esta Madre Divina y un hijo malo, esto es, todos los hijos malos de esta Madre Divina. ¿Una paradoja, verdad? Pero, buenos o malos, pecadores o santos, todos somos hijos de esa Madre. Buenos y malos [2] En el drama humano, entran en escena los dos hijos que personifican la parábola. La humanidad toda se divide en dos grandes conglomerados: el de los buenos y el de los malos hijos. Son hijos malos todos los que, de cualquier manera, contravienen las leyes divinas. Estos son los que abandonan la casa del padre donde hay todo en abundancia: comida, bebida, vestido, diversión, descanso. Estos son los hijos pródigos que van a comer la comida de los cerdos. A estos, San Pablo los describe como indignos de poseer el Reino de los Cielos. ¿Acaso no sabéis que los injustos no heredarán el Reino de Dios? No os engañéis, ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los sodomitas, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los rapaces heredarán el Reino de Dios. (1Co 6:9,10)

Junto a estos están, igualmente, los hijos buenos a quienes vio y describió Juan en el «Libro de las Revelaciones», hijos buenos no solo de las tribus de los hijos de Israel sino: Esa gran muchedumbre que nadie podía contar, de entre todas las naciones y tribus y los pueblos y las lenguas que estaba de pie ante el trono y delante del Cordero, revestidos de ropas blancas y palmas en sus manos, que clamaban a gran voz diciendo: La salva-

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ción a Dios que está sentado sobre el trono y adoraron a Dios diciendo: Amén. Bendición y gloria y sabiduría y acciones de gracias y honra y poder y fortaleza a nuestro Dios para siempre jamás. Amén. (Ap 7: 9,12).

El drama cósmico tendrá su epílogo [3] Y llegará el día de tu regreso. Ese día lo vio Pedro y lo describe con estas palabras: «Conforme a su promesa (la de Cristo) nosotros esperamos nuevos cielos y una tierra nueva, en los que habita la justicia» (2P 3:13). Ese día de tu retorno, de mi retorno de todas las cosas lo vio Pablo, el iluminado de Damasco, y lo describe así: «Y cuando le hayan sido sujetas (a Cristo) todas (no algunas) las cosas (tú y todo), entonces, el mismo Hijo también estará sujeto al que lo sujetó todas las cosas, para que Dios sea todo en todo» (1Co 15:28). El drama cósmico no puede quedar inconcluso. No puede quedar eternamente trunco. El drama cósmico tendrá su epílogo. La escena final terminará algún día. No importa cuándo. Esto solo es un accidente. El hecho es cierto. El drama cósmico terminará con la última escena y caerá el telón cuando «Dios sea todo en todo». La Redención es un hecho cósmico [4] La Redención de Cristo no es una acción aislada. No es una pequeña parcela en la grandeza del cosmos. La naturaleza toda quedó, en ella y por ella, íntegra, totalmente transfigurada. La impronta de su acción salvadora purificó con el fuego del Espíritu Santo todo, absolutamente todo, sin excepción. El bautismo de su sangre lavó todo pecado y toda mancha. Este es el hecho cósmico. No importa que el hombre, poco a poco, paso a paso, momento tras momento vaya dándose cuenta de esto. Mientras dura su sueño de ilusiones, de deseos efímeros, no se da

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cuenta de esto. En cambio, cuando despierte de este sueño, será otra cosa. Lo importante, entonces, es despertar.

Padre Bendito Yo, como todos tus otros hijos, mis hermanos, también, he vagado lejos de tu casa; también, yo, como todos ellos he perdido la conciencia de la casa en que nací, del Padre que tuve, de los bienes que perdí cuando me encontré, de pronto, perdido en un mundo de deseos insatisfechos, luchando por beber la copa llena de ellos… Pero la luz de tu mirada que me acompañó siempre se hizo presente en mí y vi que solo en tu casa hay pan de hijos y que, lejos de ella, solo hay comida de cerdos… Permite que todos tus hijos regresemos pronto, muy pronto, al hogar. Ven, Padre, ven pronto. Apresura el retorno. Acelera el día final de la fiesta del regreso de tus hijos. Así como Tú, y solo Tú, eres nuestro Principio, el Alfa Eterno, así, también, Tú, y solo Tú, eres nuestro Fin Último: la Omega Eterna. Amén.

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Parábola del sembrador: Almas que dan fruto [5] Dijo Jesús: Escuchad: Salió un sembrador a sembrar. Y sucedió que al sembrar, una parte cayó junto al camino, y vinieron las aves y se la comieron. Otra parte cayó en terreno pedregoso, donde no había casi tierra, y al instante brotó porque la semilla no tenía profundidad en la tierra; pero en cuanto salió el sol, se marchitó, y por no haber echado raíz, se secó. Otra cayó entre zarzas; las zarzas crecieron, la ahogaron y no dio fruto. Otra parte cayó en tierra buena y dio fruto lozano y crecido, una treinta, otra sesenta, otra ciento. Y añadió el que tenga oídos que oiga. (Mc 4:3-9)

La palabra de Dios murió en esas tres primeras clases de terreno como muere en la gran mayoría de los hombres, en cambio, no murió, no podía morir en la última, en el terreno abonado. Y dio fruto. Es que la promesa divina no podía faltar. Así lo expresó el Señor a través de Isaías: Como baja la lluvia y la nieve de lo alto del cielo y no vuelven allá sin haber empapado y fecundado la tierra, y haberla hecho germinar dando la simiente para sembrar y el pan para comer, así la palabra que sale de mi boca no vuelve a mí vacía, sino que hace lo que yo quiero y cumple su misión. (Is 55:10,11)

La palabra divina siempre cumple su misión. No queda jamás infecunda porque en sus entrañas lleva todo el poder germinativo que Él le dio. Tarde o temprano, a la corta o a la larga, dará fruto.

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Padre Bendito Yo sé que por ignorancia, por mi pereza, por mi falta de cooperación, por mis apegos, tu Palabra puede permanecer estéril, pero yo sé, también, que si hay por lo menos un poquito de generosidad de mi parte, tu Palabra dará fruto. Si no puedo fructificar el treinta, el sesenta o el cien por uno, permite, al menos, que dé el uno, el dos, el tres, el cinco por ciento, pero que ¡siempre dé algún fruto! Amén.

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Parábola del juez injusto [6] Dijo Jesús: Había en una ciudad un juez que ni temía a Dios, ni respetaba a los hombres. Y había asimismo en aquella ciudad una viuda que vino a él, diciendo: Hazme justicia contra mi adversario. Y por mucho tiempo no le hizo caso; pero, luego se dijo para sí: Aunque a la verdad yo no tengo temor a Dios ni respeto a los hombres, mas, porque esta viuda me está molestando, le haré justicia para que no acabe por molerme. Dijo el Señor: Oíd lo que dice este juez inicuo. ¿Y Dios no hará justicia a sus elegidos, que claman a Él día y noche, aun cuando los haga esperar? Yo os digo que hará justicia prontamente. Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará fe en la Tierra? (Lc 18:2-8)

Motivo de la parábola [7] La razón de la parábola se encuentra expresada en esta interrogación que hace el Señor al final: «¿Acaso Dios no defenderá la causa de sus escogidos, que claman a Él día y noche, aunque dilate largo tiempo acerca de ellos? (Lc 18:7). Los hombres prometen a veces mucho y nada o casi nada cumplen. Dios no. Él ha prometido escucharnos cuando le pidamos y lo cumple. Dice el Maestro: Pedid y se os dará, buscad y encontraréis; llamad y se os abrirá, porque todo aquel que pide, recibe, y el que busca, encuentra, y al que llama, se le abre. ¿O quién de vosotros si su hijo le pide pan, le dará una piedra? O si le pide un pez, ¿le dará una serpiente? Pues si vosotros, que sois malos, sabéis dar a vuestros hijos cosas buenas,

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¡cuánto más vuestro Padre celestial dará cosas buenas a quien se las pida! (Mt 7:7-11)

Sobran los comentarios a las palabras del Maestro. Permanecer unidos a Cristo [8] Para alcanzar cuanto pidiéramos, hay que llenar una sola condición: «Permanecer unidos a Cristo como los sarmientos están unidos a la vid». «Si morareis en mí y mis palabras morasen en vosotros, pediréis cuanto quisiereis y os será hecho» (Jn 15:7). Cuanto pidiéramos al Padre, lo hará el Hijo por amor al Padre. Así, también, cuanto pidiéramos al Hijo hará el Padre por amor al Hijo. «Todo cuanto pidierais al Padre en mi nombre, yo lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Lo que pidáis en mi nombre, Yo lo haré» (Jn 14:13,14). Pero hay que orar como oró el Señor. El oró siempre, a toda hora. Para orar, buscó la soledad del desierto, escogió el silencio augusto de la noche. Consejos prácticos para orar [9] Jesús dio consejos prácticos para bien orar: Y cuando oráis, decía, no seáis como los hipócritas porque ellos aman estar de pie orando en las sinagogas y en las esquinas de las calles para ser vistos por los hombres. En verdad os digo, ya tienen su galardón (el aplauso de los hombres). Mas tú, cuando ores entra en tu aposento y habiendo cerrado la puerta, ora a tu Padre que está en secreto, y tu Padre que ve en secreto, te recompensará. (Mt 6:5,6)

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Entrar en el aposento quiere decir entrar en nosotros mismos, recogernos en nuestro santuario interior. Cerrar la puerta significa aquietar los sentidos, especialmente la vista y el oído, aquietar la respiración que es el hilo que nos ata fuertemente a las sensaciones materiales. Lección de la parábola: Saber esperar [10] Cuando pedimos a Dios, cuando logramos establecer contacto con su Bendita Presencia, queremos que, en este instante, en ese primer contacto resuelva todos nuestros problemas. Se nos hace imposible esperar. Acontece muchas, muchísimas veces, que ni siquiera contactamos con Él porque la oración que creemos hacer no es oración, pues, nuestro espíritu, nuestra mente, nuestro corazón, nuestra conciencia están divididos entre los problemas materiales, las preocupaciones, las cosas que nos asfixian, y entre un Dios cuya penumbra apenas se proyecta en nuestro Ser. Con esto y todo, queremos apresurar la hora de Dios, queremos obligarle a Él a realizar lo que a nosotros nos parece absolutamente necesario. El juez de la parábola, hombre holgazán, interesado, incumplidor de su deber, hizo justicia aun siendo malo, pronunció el fallo favorable a la mujer para librarse de las molestias de sus diarias visitas. Si los malos que ni temen a Dios ni respetan a los hombres hacen cosas buenas, ¡cuánto más nuestro Padre Celestial hará todo lo bueno con nosotros! Lo importante es saber esperar la hora de Dios.

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Padre Bendito Cuando yo me dirijo a Ti, pierdo de vista a menudo a quién me dirijo y quiero exigirte como se exige a las humanas criaturas y quiero presionarte a que obres conmigo como ellos hacen; quiero obligarte a que me des lo que yo pienso que me conviene, aunque eso me dañe o dañe a mis hermanos. Padre Bendito, haz que brille más clara tu luz en mi mente para esperar que llegue tu hora y no la mía, que se cumpla tu voluntad y no la mía, que se haga lo que Tú quieres y no lo que yo deseo. Amén.

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Parábola de las Vírgenes prudentes [11] Dijo Jesús: Entonces, el Reino de los Cielos será semejante a diez vírgenes que, tomando sus lámparas, salieron al encuentro del esposo. Cinco de ellas eran necias, y cinco prudentes; las necias, al tomar las lámparas, no tomaron consigo aceite, mientras que las prudentes tomaron aceite en las alcuzas juntamente con sus lámparas. Como el esposo tardaba, se adormilaron y durmieron. A la media noche, se oyó un clamoreo: Ahí está el esposo, salid a su encuentro. Se despertaron, entonces, todas las vírgenes y se pusieron a preparar sus lámparas. Las necias dijeron a las prudentes: Dadnos aceite del vuestro porque se nos apagan las lámparas; pero, las prudentes respondieron: No, porque podría ser que no bastase para nosotras y vosotras; id más bien a la tienda y compradlo; pero, mientras fueron a comprarlo, llegó el esposo, y las que estaban prontas entraron con él a las bodas y se cerró la puerta. Llegaron más tarde las otras vírgenes, diciendo: ¡Señor, Señor, ábrenos!, pero él respondió: En verdad os digo que no os conozco. Velad, pues que no sabéis el día ni la hora. (Mt 25:1-13)

Todos recibimos lámparas [12] Todos los mortales reciben del Padre los mismos dones, no solo para descubrir los bienes celestiales sino para obtenerlos y gozar eternamente de ellos. Todos han recibido la mente para conocer a Dios, la voluntad para buscarlo, la conciencia para poseerlo y las demás potencias, facultades y sentidos para que todo hombre pueda participar del goce supremo del espíritu.

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Todos recibieron esos dones simbolizados en las lámparas, pero no basta tener la lámpara para estar en capacidad de celebrar las bodas eternas. Con las lámparas, hay que tener, también, el aceite que da luz, que hace que esas lámparas cobren vida. No todos compran el aceite de las obras [13] ¿Qué simboliza el aceite? El aceite simboliza la acción, el trabajo, las obras buenas. El Señor dará la posesión del Reino preparado por el Padre desde la fundación del mundo, solamente a quienes trabajaron e hicieron mérito para alcanzarlo. Dará la posesión de este Reino: A quienes le dieron de beber cuando estaba sediento, a quienes le hospedaron cuando era peregrino y extranjero, a quienes le vistieron cuando estaba desnudo y harapiento, a quienes le visitaron cuando yacía enfermo, a quienes acudieron a Él cuando estuvo en la cárcel. Este es el aceite simbólico de la parábola. Sin él, no es posible entrar a la celebración de las bodas celestiales. No basta tener fe [14] No basta, hermano querido, tener fe. No basta profesar una religión por más santa, por más perfecta, por más pura que sea. No basta creer en un conjunto de verdades teóricas. La fe, la religión, si no van acompañadas de las obras son inútiles, estériles, jamás producirán frutos de vida eterna.

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Es preciso agudizar la mirada interna y mirar, mirar muy hondo, debajo y detrás del espejismo de lo que representan las cosas y los hombres. Esto descuidamos realizar con mucha frecuencia. El Señor nos invita a mí, a ti, a todos a esta reflexión. Lámparas vacías [15] ¡Cuánto aceite hace falta entonces en las lámparas que llevan los hombres! La gran mayoría lleva las lámparas vacías, secas, sin el aceite que, a su debido tiempo, dará la luz necesaria para las bodas eternas.

Padre Bendito A través de la palabra de tu Hijo, la luz de tu divina acción, de tu divina presencia, se ha hecho presente en nosotros. Con tu luz verdadera, luz que nos hace descubrir la gloria de tu bendita presencia en nosotros, permite que veamos el rostro de tu propio Hijo en todos los seres, en todas las cosas especial y particularmente en nuestros hermanos. Resulta para mí, duro, difícil e imposible, a veces, descubrir el rostro de tu Hijo especialmente en el hermano que blasfema contra Ti;

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en el hermano que me pega el bofetón del insulto o de la calumnia en el rostro; en el hermano que mata al hermano, que odia, que se embrutece con el alcohol, con la droga, con el sexo, en el hermano convertido en el lobo de su hermano… Permite que, siguiendo el consejo de tu Hijo, ore por estos mis hermanos y alcance a reconocer tu rostro bendito debajo de la negatividad que pusieron ellos al desoír tu voz hecha presente en los arcanos sutiles de su conciencia. Amén. • Referencias Bibliográficas Dávila, C. (2013). Guía hacia el infinito a través de las parábolas de Cristo. (3ª ed.). Cuenca: Asociación Escuela de Auto-Realización. [1]

Parábola del hijo pródigo, pp. 103, 105.

[2]

Buenos y malos, p. 106.

[3]

El drama cósmico tendrá su epílogo, p. 108.

[4]

La Redención es un hecho cósmico, pp. 109, 110.

[5]

Parábola del sembrador: Almas que dan fruto, pp. 30, 34, 35.

[6]

Parábola del juez injusto, p. 131.

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[7]

Motivo de la parábola, p. 132.

[8]

Permanecer unidos a Cristo, p. 132.

[9]

Consejos prácticos para orar, p. 133.

[10]

Lección de la parábola: Saber esperar, pp. 135, 136.

[11]

Parábola de las Vírgenes prudentes, p.158.

[12]

Todos recibimos lámparas, pp. 158, 159.

[13]

No todos compran el aceite de las obras, p. 159.

[14]

No basta tener fe, p. 160.

[15]

Lámparas vacías, p.161.

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CAPÍTULO VIII LA VIRGEN MARÍA De las enseñanzas del padre César Dávila, se retoma la devoción a la Virgen María, quien fuera para él, el referente de su cercanía e identidad con Cristo y la intercesora para alcanzar la gracia de Dios. Ella está, también, presente en nuestras meditaciones. Ejemplo de silencio [1] Al referirse a la Virgen María, el padre César Dávila nos dice: Somos templos de Dios, pero para encontrarnos con Él, tenemos que hacer silencio. Tenemos que escucharlo en el silencio, como silencio hizo esa Virgen Bendita, silencio en toda su vida. Pocas veces aparece Ella en la historia de los evangelios, poquísimas veces, siempre callada, siempre humilde, pero adorando a Dios en silencio. Esa operación divina, que se da en nosotros, siempre es en el silencio, esa operación divina que toca las almas es siempre en silencio. Para poder recibir los efluvios del Espíritu de Dios, del Espíritu del Padre, para poder recibir sus rayos de inspiración, sus rayos de conciencia, sus rayos de iluminación, necesariamente tenemos que hacer este silencio. Sin este silencio, no encontraremos ni a Dios ni a la Virgen. Pidámosle a Ella cuando queramos ponernos en comunión con Él. El pesebre, mensaje de humildad [2] No podemos caber de asombro al considerar cómo ese Hijo de Dios, por quien fueron hechos absolutamente todas las cosas, escoge un pesebre, un lugar tan humilde para nacer en él. No se trata siquiera

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de un cuarto decente, de un aposento donde haya luz, o del abrigo natural de una casa, sino de una sencilla pesebrera. Esa Virgen Bendita, esa Reina a quien alabarían los ángeles y que fuera saludada por el mensajero celestial, con las palabras: «Salve María, llena eres de gracia, el Señor es contigo» (Lc 1:28), la llena de Gracia, encontró en el Señor todo el objeto de su predilección. Asombra que estuviera sometida a esas privaciones y pruebas que ninguna mujer en la tierra experimentaría. Las madres, aún las más pobres, aquellas que no tienen ni un techo bajo el cual guarecerse, tienen al menos un lugar para que puedan entregar al mundo aquel fruto de sus entrañas y esto no lo tuvo, precisamente, la Virgen María. Hemos de comprender lo poco o nada que significa para Dios todo aquello que nosotros estimamos a veces tanto: las comodidades de la vida, la riqueza y tantas cosas que nos da el dinero. La Santísima Virgen no tuvo nada de eso, aquel Niño Dios no tuvo nada de eso, la Santísima Virgen alojó a ese Niño en un pesebre, lo reclinó en unas pajas, esa Madre Bendita no tuvo para el Niño sino esas elementales comodidades, unos pañales y un poco de paja. La oración une a las almas más íntimamente [3] El Libro de los Hechos (1:14) narra el episodio en el cual la Santísima Virgen está con los demás apóstoles perseverando en la oración. Dice «Perseveraban unánimes en la oración». Lo que une a las almas, lo que encadena a los espíritus con esas cadenas de oro, con esas cadenas invisibles e irrompibles, lo que ata a las almas más íntimamente y lo que les pone en comunión con Él, con Dios, es la oración. Pero, entendamos bien, ¿qué clase de oración es esta que realiza este milagro de los lazos irrompibles entre las almas? Esa oración es la meditación. La meditación es la que realiza el milagro de unir las almas, unir los espíritus con el Espíritu invisible, con la Conciencia Cósmica,

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con la Conciencia Crística. Estos lazos del espíritu se agigantan con la oración de la meditación. Esta es la verdadera oración y esta es la oración silenciosa que se eleva desde el Cenáculo a Dios, al Padre, por medio de su único mediador, Cristo-Jesús. Perseveraban en la oración los apóstoles y la Virgen María. Ellos conocían ciertamente aquella bella, única y trascendental plegaria del Padre Nuestro, que el mismo Señor se dignó en enseñarles; pero, ellos no estaban en el aposento alto, recitando fórmulas de oración, sino que, así como se prende un pebetero o una varita de incienso silenciosamente y el pebetero y la varita elevan sus volutas de humo por los aires, la oración de María y la de los apóstoles se elevaba al Padre en silencio. Oración y penitencia [4] La razón fundamental por la que la Virgen María pide la oración y la penitencia en todos sus mensajes es exactamente porque el Señor nos dice: «Vigilad y orad, para que no entréis en tentación» (Mt 26:41). Esto es necesario siempre para no desfallecer. En palabras de Él: «Pedid, buscad, llamad», Él habla de algo que nosotros tenemos que pedir, hacer, poner en ejecución. Sencillamente, la Virgen María pide primero la oración porque este es el medio más grande e insustituible para ponernos en comunicación con Dios, ahí está la respuesta. El único medio propicio y eficaz para cumplir la misión que tiene María de llevarnos al Padre, de llevarnos al Hijo, es la oración. Por este motivo, ella nos recuerda y nos solicita en todos sus mensajes: Oren y pidan a través de las mismas palabras del Señor. Ella es la portavoz, el eco, la boca de Dios, quien pidió orar tantas veces. Ella está haciendo únicamente lo que hizo su Hijo. Él no se manifiesta, pero la Madre sí, y pide lo que el Hijo, lo que el Señor pidiera al hombre. En cuanto a la penitencia hay que entender el sentido de esta palabra, no del sacramento, sino de la conversión.

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Afán en la búsqueda de Dios [5] El afán con el cual la Santísima Virgen y San José buscan a Dios no cesó, sino hasta el momento en que tuvieron la dicha de encontrarlo. Debiéramos tener ese mismo afán, pero no lo tenemos desventuradamente. Cuando perdemos a Dios, cuando Dios Nuestro Señor es desterrado de nuestras conciencias, nos quedamos muy tranquilos con esta muerte espiritual. Pero observemos que, cuando el Niño Jesús se pierde, la Santísima Virgen y San José no dan tregua para buscarlo hasta encontrarlo. Esto es lo que tenemos que hacer, también, nosotros. Cuando nuestra conciencia se encuentra atenazada por el remordimiento del pecado, tenemos que volver a Dios, tenemos que buscarlo nuevamente, ahí sí, como María y José nos sentiremos felices. Ella lo busca hasta encontrarlo. Las almas buenas, las almas santas no hacen otra cosa que esto, buscar a Dios siempre, anhelarlo, ir a Él en todo momento. Así se llega a la santidad. La Virgen, Hermana mayor y Madre al mismo tiempo [6] Refiriéndose a la Virgen, el padre Dávila nos dice: Cuántas veces queramos contactar con Ella a través del pensamiento, cuántas veces nosotros enviemos nuestra onda mental, esta onda mental que es algo inexplicable llega, impacta con el ser a quien nosotros la enviamos. Esto es un impacto inmediato, real, que produce todos los efectos de cualquier ser que entra en contacto con otro. Esa presencia es posible siempre y cuando la busquemos e imploremos. La Virgen Bendita en toda la redondez de la Tierra, desde el momento que Ella la abandonó físicamente, no dejó de velar por sus hermanos. Ella es nuestra Hermana mayor, después de Cristo; la primera, la gran Hermana mayor, Hermana y Madre al mismo

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tiempo, Madre Bendita y Hermana. Ella no olvidó a sus hermanos y no abandonó a sus hijos en ningún momento y por eso es que multiplicó los signos, los monumentos para que la recuerden sus hijos. La obra de la Encarnación [7] El hecho de enviar a la Tierra a su propio Hijo es la obra trascendental de Dios, Nuestro Señor. Consideremos cuántas cosas importantísimas hizo Dios, sin embargo, a pesar de los mundos y de los universos que ha creado, se acuerda de este pequeño e insignificante mundo en donde habita el hombre y allí envía a su propio Unigénito Hijo. La obra de la Encarnación es obra del poder y del amor de Dios y, también, es obra de una mujer, de la Santísima Virgen. Así lo dice el mensajero del cielo: «Para Dios nada es imposible». Es obra del amor de Dios porque Dios, Nuestro Señor, por amor al hombre envía a su propio Hijo y es obra, también, de la Santísima Virgen quien, accediendo al pedido divino, pronuncia aquellas palabras: «Hágase en mí según la voluntad de Él, hágase en mí según su palabra» (Lc 1:38). La Santísima Virgen ocupa un lugar grande, excelso en la obra de la Encarnación y en la obra divina porque con el concurso de ella se realizó la obra de Dios: Aquel que viene, Aquel que se encarna, Aquel que desciende del seno del Padre. Corredentora Divina [8] La Redención del Señor no tiene un carácter particular. Él no vino a esta tierra solo por la raza judía, ni por una sola nación, ni por la oscura Palestina, no vino por un pueblo, ni siquiera solo por el hombre. La obra de la Redención la realizó por todo el universo; en Él, fueron purificadas absolutamente todas las cosas del cielo y de la tierra. He aquí el porqué el Señor escoge a su Madre para que vele por la humanidad en la persona de Juan. También, la Santísima Vir-

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gen ha sido considerada como eje importante e integral en el plan divino de la Redención; por esta razón, se la llama la «Corredentora Divina», porque Ella, sencillamente, ofreció de su propio ser, de su propia sangre, el cuerpo inmaculado del Hijo que muere en la cruz. Ella hizo esa ofrenda al Eterno Padre y por eso tiene su parte esencial en la obra de Redención del género humano. En el Calvario, ofrece al Padre el sacrificio como representante no solamente del género humano, sino de todo el universo visible. Esta es la razón por la cual rendimos culto a la Bienaventurada Virgen María, Ella es la gloria más grande de la especie humana. Ella, la Bendita Madre de Dios, es la que fue adornada con tantas gracias y tantos privilegios por la mano del Eterno. El ser humano necesitaba una Madre espiritual [9] Por eso Dios vio la necesidad de enviar a la Virgen María como Madre de Jesús y, por lo tanto, como Madre universal. Ramakrishna dice que es uno de los espíritus más evolucionados que ha venido a este plano, que puede aligerar el karma de quien se acerca a Ella con amor y devoción. La Virgen María con relación a Dios y siendo la Madre del Verbo de Dios, evidentemente, tiene poderes o privilegios especialísimos que no tiene ninguna otra criatura. Esta es la razón por la cual, en todas partes, tenemos santuarios que se han levantado para rendirle el culto que le debe el pueblo de Dios. Hágase en mí según Tu palabra (Lc 1:38) [10] La Virgen María pronuncia su complacencia con la voluntad de Dios y a través de la palabra: «Hágase». ¡Qué difícil!, mis queridos hermanos, es pronunciar a veces esta palabra cuando Dios nos invita a que lo sigamos. Cuánta resistencia encontramos cuando el Señor nos dice que hagamos tal o cual cosa, cuando Él nos inspira y

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nosotros lo rechazamos, y vamos por un camino diferente. Y cuán distinto es el ejemplo de esta Virgen Bendita, que ante la insinuación de Dios pronuncia esta palabra: «Hágase». … Si nosotros comprendiéramos que realizando la voluntad de Dios no nos equivocamos jamás, viviríamos siempre felices y otra sería nuestra conducta. ... Creo que es mejor pedirle a la Virgen Bendita —y lo pido en este instante— que a cada uno de vosotros os haga dóciles a la Palabra de Dios. Que a cada uno de vosotros os dé, también, la generosidad suficiente para hacer cualquier cosa, por pequeña o por grande que parezca, por nuestros hermanos, pero para Dios como lo hizo la Virgen María. El fiat de la Virgen María es la entrega a sus hermanos porque Ella sabía perfectamente que de su afirmación dependería la felicidad de todos sus hermanos, es decir, de todos nosotros. Aquí nosotros estábamos, también, presentes en la mente de la Virgen. Ese fiat, también, nos benefició a cada uno de nosotros. Ese fiat se cumplió para realizar la Voluntad de Dios. Abrid las puertas de tu espíritu [11] La Virgen se comunica con quien quiere comunicarse con ella. Se anuncia si encuentra un rayito de luz por donde penetrar. Cuando ve un poquito abierta la puerta de nuestra alma, ese Dios se comunica con nosotros, y si le abriéramos un poquito las ventanas de nuestra alma para que penetre esa Luz, esa Luz que es tan potente, esa Luz que es vibración poderosa, claridad enceguecedora, iluminaría de pronto todo el cuarto de nuestro espíritu, todo el aposento de nuestra alma. Veríamos las cosas de otro modo y con claridad si abriríamos las puertas y las ventanas de nuestro espíritu para que penetre la Luz de Dios. De paso, os pido, encomiendo, aconsejo y ruego que practiquen la técnica de abrir esas ventanas del alma a esa Luz que viene de Él.

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Nuestra Señora de Guadalupe [12] La fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe es una celebración muy querida para América Latina. La persona bendita de la Madre de Dios es inseparable de nuestra vida. Ella está con nosotros desde los más tiernos días de la infancia hasta los últimos momentos de la vida del hombre. Esta Mujer Bendita, así como acompaña al hombre a través de su vida íntima, también, se constituye en compañera inseparable de la humanidad, de esta humanidad que tiene ante sí tantos problemas, de esta humanidad que se siente culpable cada día por estar alejada de Dios, de esta humanidad que gime y suspira por días mejores, de esta humanidad que no encuentra el camino, que está perdida porque la luz que le alumbraba se ha oscurecido completamente por su culpa. Historia de la Virgen de Guadalupe [13] Se origina con Juan Diego, un indiecito como los nuestros (de los Salasacas, de Calderón o de Zámbiza). Uno de sus parientes estaba enfermo por lo que se traslada a México a comprar los remedios y, en el trayecto, debía pasar por el montecito de Tepeyac que se encuentra en una colina, al norte de la ciudad. Juan Diego narra que una Señora llamó su atención; era una Señora muy bella, relata. Al principio, no reparó en ella, pero frente a su insistencia, se detuvo. Iniciaron un corto diálogo en el que Juan Diego le comentó que iba a comprar unos remedios. La Señora le habló cariñosamente y, luego, se despidió. Al día siguiente, volvió Juan Diego por el lugar y la Señora, en esta ocasión, le dijo: —Quiero que aquí, aquí en este monte se levante un santuario, un lugar consagrado a rendir culto a Dios. Necesito que lo construyan. Preséntate donde el señor Obispo y repite lo que te he dicho.

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—Señora, ¿cómo puedes escoger a un indio como yo, para hablarle al Obispo? Él no me va a hacer caso, escoge a otros señores, para que ellos vayan con tu pedido (replicó Juan Diego, muy sorprendido). ¿Cómo puedes escogerme?, soy muy pobre y despreciable; el Obispo ni siquiera me va a recibir.

—No, tú eres quien debe ir. Yo te elijo a ti.

Frente a tanta insistencia, el indiecito se dirigió hacia el obispado. Se encontró, primero, con el portero y, después, con muchas personas más hasta llegar donde el Obispo quien, efectivamente, no le dio importancia alguna y le dijo: —Para que yo pueda creerte, debes traerme alguna señal del encuentro con esa Señora. Ninguno de los dos podía imaginar que se trataba de la Virgen. Juan Diego regresó al monte con el recado de llevar la señal solicitada por el Obispo. Él cuenta que la Señora al escuchar la petición, le dijo:

—Anda y coge unas rosas de aquí y llévalas al Obispo.

¿Qué rosas podía llevar Juan Diego?, si en México, durante los meses de diciembre, enero y febrero hace mucho frío, y todos los parques y prados no tenían flores. Sin embargo, en ese lugar habían florecido los rosales. Juan Diego tomó unas rosas y las colocó en el poncho con tranquilidad. Muy contento, emprendió su retorno. Se decía para sí, esta debe ser la señal que me pidió el Obispo. Juan Diego llegó presuroso el palacio del Obispo que se encontraba muy lejos del lugar, a más de tres kilómetros. El hermano que hacía de portero, le preguntó:

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—¿Qué traes?

—Unas rosas que manda la Señora para el señor Obispo.

Finalmente, llegó hasta donde el Obispo. Abrió su poncho y le dijo:

—Aquí tienes las rosas.

Pero, para admiración de ambos, en lugar de rosas había un cuadro pintado. El Obispo, que no salía aún de su asombro, asumió que se trataba de «un milagro maravilloso» y llevaron el cuadro en procesión para cumplir con lo que la Virgen había solicitado. Me postré a los pies de la Santísima Virgen de Guadalupe [14] Relata el padre Dávila: Visité ese santuario, me postré a los pies de la Santísima Virgen de Guadalupe para sentir las caricias maternales de esa Madre Bendita, caricias que distribuye a todos sus hijos, especialmente a quienes más lo necesitan. En ese santuario, se siente que está presente Dios como se siente la presencia de la Virgen Inmaculada, de esa Virgen que quiso compartir como su Divino Hijo todas las vicisitudes del corazón humano. Elevemos una ferviente plegaria a la Virgen María; pero este rezo no ha de ser un rezo de los labios, ha de ser un rezo del corazón, ha de ser un rezo de nuestro espíritu. Toda plegaria que pronunciemos en el nombre de Cristo, de la Virgen María, si queremos que llegue a Dios, Nuestro Señor, ha de ser sentido en lo más íntimo de nuestro corazón, ha de nacer de las entrañas de nuestro espíritu. La verdadera oración es sencilla, es una simple mirada que dirigimos a Dios. La oración es un simple despertar en el corazón de Dios. Orar es sintonizarnos con Él y pensar en Él, tratar de vivir

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la paz, la alegría, la bienaventuranza que viene de Él. Quién más que la Santísima Virgen para enseñarnos esta oración, Ella es la maestra de la oración. Un milagro de la Virgen del Carmen [15] Recuerdo que cuando niño me encontraba gravemente enfermo; debo haber tenido entre unos cuatro o cinco años. Tengo la imagen de ese lecho, del lugar en donde me encontraba y, también, de un cuadro que estaba junto a mi cama, hacia el lado derecho en que me hallaba recostado. Creo que adolecía de una enfermedad grave; sin lugar a dudas, se trataba de una parálisis infanti1 o polio. No recuerdo la causa, pero tenía las piernas recogidas, no podía extenderlas. Algún empírico me presionaba a la fuerza para que extendiera las rodillas. Esto me hubiera producido alguna lesión muy grave. Me dolía mucho y clamaba que me dejaran solo. En ese momento, invoqué a la Virgen que estaba representada en ese cuadro. Era un cuadro de la Virgen del Carmen. Y quedé curado sin intervención de médico alguno. Me pregunto: ¿Cómo me curé?, solo la Virgen lo sabe. Siempre en mi vida he tenido esta Estrella que ha guiado mis pasos a través de toda la vida. • Referencias Bibliográficas [1]

Ejemplo de silencio. (Charla 801-59, La Virgen María, p.16).

El pesebre, mensaje de humildad. (Charla 815-101, La Virgen María, p. 32). [2]

La oración une a las almas más íntimamente. (Charla 815-102, La Virgen María, p. 59). [3]

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[4]

Oración y penitencia. (Charla 819-105, La Virgen María, p. 73).

Afán en la búsqueda de Dios. (Charla 815-102, La Virgen María, p. 43). [5]

La Virgen, Hermana mayor y Madre al mismo tiempo. (Charla 797-70, La Virgen María, p. 6). [6]

La obra de la Encarnación. (Charla 815-101, La Virgen María, p. 24). [7]

[8]

Corredentora Divina. (Charla 829-102, La Virgen María, p. 53).

El ser humano necesitaba una Madre espiritual. (Charla 856-165, La Virgen María, p. 99). [9]

Hágase en mí según Tu palabra. (Charla 887-198, La Virgen María, p. 109). [10]

Abrid las puertas de tu espíritu. (Charla 820-107, La Virgen María, p. 84). [11]

Nuestra Señora de Guadalupe. (Charla 835-130, La Virgen María, p. 93). [12]

Historia de la Virgen de Guadalupe. (Charla 879-179, La Virgen María, p. 102). [13]

Me postré a los pies de la Santísima Virgen de Guadalupe. (Charla 835-130, La Virgen María, p. 95). [14]

Un Milagro de la Virgen del Carmen. (Charla 865-102, La Virgen María, p. 62). [15]

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CAPÍTULO IX DIÁLOGO CON CRISTO Es el mensaje que comunica la relación íntima que vive el padre Dávila con su Maestro y Señor a través de una conversación personal. Nos invita a que abramos nuestro ser interior para recibir la Luz en el camino espiritual. Quiero que descubráis al Cristo-Amor en cada uno de vosotros [1] Quisiera contribuir a que vosotros os forméis o, más bien dicho, perfeccionéis un poquito la idea que ya tenéis de la persona de Cristo que vino a esta tierra. Ese Cristo Bendito que debe ser para nosotros todo, absolutamente todo, ese Cristo que representa para el hombre el signo más grande, el representante más excelso de la humanidad, ese que Cristo vino a esta tierra por y para nosotros. Es imposible hacer una descripción aproximada de su figura divina con palabras finitas; no se puede describir lo infinito, sino solo sentir lo que es Él. Tenemos la dicha de buscarlo y el privilegio de tratar de conocerlo a Él más que a nadie. Él es el gran Maestro, el Maestro de todos los maestros; junto a la figura de Cristo, todo palidece, todo se obscurece. Él no está dentro de ningún género, ni de ninguna especie humana moldeada, está sobre todo género, sobre toda especie porque es Dios. Ese Cristo Bendito, que se encarnó siendo Dios, está sobre todo género, sobre toda especie y sobre toda criatura. Quiero solamente ahondar en un pensamiento: Que vosotros descubráis a Cristo a través de una sola palabra, de esa palabra, que varias veces nos repite Juan en su Primera Carta y en su Evangelio, la palabra: Amor. Quiero que descubráis a ese Cristo-Amor en cada uno de vosotros. ¡Qué hermoso es sentir realmente esa vibración, ese impac-

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to, esa onda oculta y ardiente de un corazón, de un espíritu que nos da su infinito amor! Nosotros no hacemos sino permanecer mudos, extáticos tratando de sentir más hondamente esa onda que viene de la persona amada. El amor es eso, es silencio y sentimiento que se profundiza más y más, a medida que se agranda la imagen del amado en nosotros. Este diálogo que vamos a entablar con Él, lo hacéis vosotros en mí y por mí. Le pregunto a Él:

—¿Quién eres?

—Ya lo sabes, no tienes ninguna duda sobre esto, sin embargo, por tus hermanos que pueden dudar, te digo: «Yo soy aquello que me confesó mi apóstol Pedro, soy el Cristo, el Hijo de Dios Vivo, y si quieres todavía un concepto más profundo, te repito lo que Juan dice en su prólogo del Evangelio: «En el principio era el Verbo», ese Verbo soy Yo. Él dice: «Por el Verbo fueron hechas todas las cosas y nada de cuanto se hizo por el Verbo, dejó de ser hecho, todas las cosas proceden de mí». ¿Qué es para Ti la tierra y el hombre? [2] La tierra, este minúsculo planeta, esta arena en la inmensidad del cosmos es una obra mía, hecha por mí. El hombre y la humanidad, también, son obras mías. Como tú lo sabes, esta tierra, el hombre y la humanidad me pertenecen; pero tú no puedes comprender cuánto amo a esta tierra, a esta humanidad, cuánto te amo a ti personalmente, y cuánto amo a todos y a cada uno de los hombres y mujeres. El sexo es algo absolutamente secundario para mí. Tú sabes, hijo mío, tú sabes que el espíritu no tiene sexo, el espíritu es espíritu y nada más. Yo los amo con un amor que tú no puedes comprenderlo porque eres finito, no sabes lo que es amar con un amor infi-

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nito a lo finito, con un amor grande a lo infinitamente pequeño, con un amor inmenso a aquello que parece insignificante. El porqué de Tu Encarnación [3] Él me invita a reflexionar y me dice:

—Tú mismo tienes que darte la respuesta, tú lo sabes.

—Para mí, la respuesta es esta palabra que la encuentro grabada en Ti, amor, amor, amor. ¿Pero en verdad, yo merezco tal cosa? ¿Todos mis hermanos, todos los hombres merecen tal cosa? ¿El hombre merece que Tú lo ames hasta esta humillación, hasta esta pequeñez? —Sí, lo merece porque el hombre, tú y cada uno de mis hermanos son otro Yo, así como el Padre y Yo somos uno, así también, Yo y mis hermanos somos uno. Es decir, concretamente Yo y tú somos uno, Yo y tus hermanos somos uno. ¿Y cómo es que no puedo amar a aquello que me representa a mí mismo, aquello que no es sino una prolongación de lo que soy? Esto lo debes razonar porque así puedes comprender lo que te digo y pueden entender mis hermanos; pero, Yo lo veo así, sin razonamiento. Si esto no fuera así, entonces, Yo dejaría de ser Dios porque todos son la prolongación de mí mismo, así como el Padre y Yo somos uno, Yo y mis hermanos somos uno. Cristo, el carpintero o Maestro de las almas [4] —Sí, estás en la verdad, porque Yo no vine para ser un carpintero. Puedes tenerme por un carpintero, pero por un carpintero que vino a tallar las almas, los espíritus, a tallarlos formando la imagen de Dios, del Padre, en cada uno de mis hermanos.

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Si quieres puedes entenderlo así: Soy el carpintero que vino a tallar la imagen de una mujer que, después de ser pecadora, se transformó en una luz encerrada en un humilde vaso de arcilla, pero una luz purificada. Vine a tallar como un carpintero aquello que estaba desfigurado, aquello que era un tronco rústico que viene recién del bosque para ser tallado por el artista. —Tú eres el Maestro, pero no de alumnos de bancas. Eres el Maestro de estudiantes, pero no de seres sin espíritu, sino Maestro de almas. —Sí, eso sí lo soy, y por eso es mi afán de que mi mensaje se extienda a todos, absolutamente a todos. Te he hablado tanto y de distintas maneras; hubiera podido decir a los hombres una sola palabra: «Amor». Hubiera podido llamarlo hermano mío, hubiera podido decirle: «Yo te amo». Pero el hombre no está en condiciones de entender la palabra amor. Quizá algunos comprendieron su significado en su totalidad sin esperar otra cosa. Yo no solamente dije esa palabra sino la demostré con hechos. Demostré que Yo te amaba a ti, que amaba a todos y a cada uno de mis hermanos. El que da la vida por sus ovejas es el verdadero pastor. La gran prueba de que uno ama al otro es dar su vida por aquel que ama. Yo lo hice, te di esa prueba del amor más grande al ofrecer mi vida; pero no creas que he ofrecido una sola vida, tú estás completamente equivocado si crees eso. Yo te he dado no una vida, sino mil vidas; he dado millones de millones de vidas. He dado tantas vidas mías, cuántos hermanos menores tengo. Por cada uno, he dado mi vida y he sufrido en la cruz por todos. Así como el Padre y Yo somos uno, así Yo y mis hermanos somos uno. (Jn 17:22). Por eso, hermano querido, ya puedes comprender que, estando Yo en todos mis hermanos, he sufrido en ellos, estoy crucificado en ellos y muero en ellos. Ellos a su vez, sin que lo sepan, están muriendo en mí, han muerto en mí y resucitarán en mí.

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Cristo y la Eucaristía [5] Quiero, hijo mío, darte una vez más otra prueba de mi amor: Yo me he quedado para siempre aquí. Esto se malinterpreta cuando tú dices que alguien se ha quedado. Esto supone que un día no estuvo y por eso se quedó. Pero, Yo he estado, estoy y estaré siempre en este minúsculo planeta, en el hombre y en todos los seres de todos los planos, estaré siempre, eternamente. Estoy presente, mi Omnipresencia lo llena, lo invade todo. Yo tengo poder para hacer lo que Yo quiero y para quedarme, estar y manifestarme de una o de otra forma. He querido estar de una manera distinta a mi Omnipresencia Universal Cósmica. He querido que mi conciencia cósmica, que mi mente cósmica, mi voluntad, y todo mi Ser se condense en algo, que tú sabes. Y ese poder de condensar mi Omnipresencia, te lo he concedido a ti. Ese poder iniciático, que está sobre todos los poderes, lo he concedido al sacerdote. Ese poder de condensar mi Omnipresencia en un poco de pan, lo he concedido a Pedro y él, a su vez, lo ha transmitido a todos. Quien me recibe condensado así, me recibe a Mí: Yo estoy en él y él está en Mí. Recuerda, tú puedes verlo y ellos, también, pueden sentirlo, cuando hayas pronunciado esas palabras sagradas, esa fórmula iniciática de la Consagración frente a lo que ves allí ya transformado. Y si tú tuvieras despierta tu vista astral, lo verías perfectamente. Puedes experimentarlo al adorar la Sagrada Eucaristía en un templo. Tú puedes ver en la Hostia consagrada un resplandor, una luz especial aun físicamente. Podrías percibir, si quisieras, esa transformación de la materia que significa la condensación de mi presencia. El que comulga recibe una Luz; esa Luz es visible en una persona que tiene los ojos astrales despiertos. Quien me recibe condensado en esa presencia mía, en la Eucaristía, se transforma, también, en una Luz, en una Luz indefinible, en una Luz envidiable, en una Luz que adoran las jerarquías celestiales porque me ven a mí en ese

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hermano mío transformado. Yo veo a ese hermano y siento lo que le dije un día a mi discípulo Juan: «Quien come de mi carne y bebe de mi sangre, está en Mí y Yo en él» (Jn 6:56). A ese hermano mío, le envío mis bendiciones para que continúe y persevere en su lucha diaria. Presencia real de Cristo en la Eucaristía [6] La Última Cena, celebrada por Nuestro Bendito Señor Jesucristo, en la cual se queda Él con nosotros hasta la consumación de los siglos, ¡es la mejor prueba del Amor de Dios al hombre! El Cristo, el Verbo, el Logos eterno encarna, es decir, se hace uno de nosotros; toma la naturaleza humana con su cuerpo y con su sangre. En la Pascua que celebra con sus apóstoles, va mucho más allá de la Encarnación, más allá del acto de tomar un cuerpo como el nuestro, de una naturaleza humana como la nuestra. Toma la materia como tal, la materia del pan y la materia del vino y se materializa en el pan y en el vino. En la Sagrada Eucaristía, en cada Santa Misa, Jesús, el mismo Hijo de Dios, realiza una especie de Encarnación en el pan y en el vino para entregarse a nosotros. La Eucaristía es el medio por el cual Cristo se materializa, se hace uno con esta materia que salió de sus manos, materia en la cual está presente ¡el Espíritu de Dios! «El Espíritu de Dios se cernía sobre la superficie de las aguas» (Gn 1:2). Jesús toma esa materia y encarna, hace suya esa materia para comunicarse con el hombre para que, por medio de esa materia, pueda asimilarse, fundirse con nosotros. Esta es la grandeza de la Eucaristía y de este rito que no es aislado, sino que nace con Cristo, se instituye con Él. Yo diría que el hombre que comienza a conocer a Dios en esta tierra por la Eucaristía comienza a darse cuenta que hemos sido hechos por Él y para Él y que nuestro corazón, como dice San Agustín, estará insatisfecho mientras no descanse en Él. Entre los siete

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sacramentos instituidos por Jesucristo, sin lugar a duda, la Eucaristía es el principal. Así se cumple la promesa de Él, de permanecer realmente con nosotros hasta la consumación de los siglos. Quiero pedir encarecidamente a vosotros, miembros de AEA, repasar una y otra vez esta lección para que Nuestro Bendito Señor os conceda su Luz para comprender lo que significa su presencia real, afectiva, verdadera, con cada uno de nosotros hasta la consumación de los siglos y en el Más Allá, por toda la eternidad. Que Nuestro Bendito Señor os conceda su Luz para ver lo que esto significa. ¡Te quiero amar! [7] No diré como Tú me has amado porque esto es imposible. Quiero amarte de alguna manera y expresarte mi amor siempre, amando a mis hermanos, viendo en la persona de todos y de cada uno de ellos, a Ti mismo. Quiero cumplir lo que Tú dices por tu discípulo Juan y realizar aquello que Tú quieres que haga. Juan dice: «el que no ama a su hermano, no ama a Dios». Y la prueba de amor a Dios es el amor al hermano. Permite que a mi hermano lo ame con todo mi corazón, con toda mi alma, con toda mi vida. Y permite, también, que mis ondas mentales se extiendan a todos mis hermanos, en quienes está Tu presencia cósmica. ¡Oh, Cristo Bendito! Permite que quienes estamos aquí presentes y congregados alrededor de la mesa del altar,

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podamos sentir más de cerca la bendición de Tu presencia, que podamos ver cómo esa Luz de tu Conciencia Crística se hace presente en nosotros. Permite, que siempre que asistamos a este acto, a esta ceremonia iniciática, la más grande de todas las ceremonias, el más grande de todos los actos iniciáticos, te sintamos a Ti mismo y te glorifiquemos a Ti. Y por la glorificación hecha a Ti, le glorifiquemos, también, a nuestro Padre Bendito. Amén. • Referencias Bibliográficas Quiero que descubráis al Cristo-Amor en cada uno de vosotros. (Charla 837-133, Ballenita: 23-07-1977). [1]

¿Qué es para Ti la tierra y el hombre? (Charla 837-133, Ballenita: 23-07-1977). [2]

El porqué de tu Encarnación. (Charla 837-133, Ballenita: 23-071977). [3]

Cristo, el carpintero o Maestro de las almas. (Charla 837-133, Ballenita: 23-07-1977). [4]

[5]

Cristo y la Eucaristía. (Charla 837-133, Ballenita: 23-07-1977).

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Dávila, C. (1997). Lecciones de Yoga y Cristianismo, Séptimo Nivel. Quito: Asociación Escuela de Auto-Realización. [6]

Presencia real de Cristo en la Eucaristía, pp. 134, 135.

[7]

¡Te quiero amar! (Charla 837-133, Ballenita, 23-07-1977).

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CAPÍTULO X ENSEÑANZAS DE CRISTO El sitial que ocupa Nuestro Señor Jesucristo en la enseñanza del padre Dávila es el del Hijo de Dios encarnado. Es el Maestro de maestros. Es la fuente infinita de Amor. Es a quien lo tiene presente en cada momento de su vida, tanto por sus enseñanzas como por ser vida en su propia vida. Siento la necesidad de incluir algunos de los mensajes de Nuestro Señor porque en ellos se encuentran las enseñanzas que nos permiten abrir las puertas de nuestro espíritu y adentrarnos en el Cristo Cósmico que, con su Encarnación y Redención, conmovió a toda la creación y a nosotros para la reintegración hacia Dios. Para descubrir la Unidad Suprema [1] En la Carta a los Efesios, el apóstol San Pablo dice: Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo que nos ha bendecido en la persona de Cristo con toda clase de bendiciones espirituales y celestiales. Él nos ha elegido en Cristo antes de crear el mundo, para que fuésemos santos e irreprochables a sus ojos. Por puro amor nos ha predestinado a ser sus hijos adoptivos, por medio de Jesucristo y conforme el beneplácito de su voluntad, para hacer resplandecer la gracia maravillosa, que tan generosamente nos ha concedido por medio de su querido Hijo. Él nos ha obtenido con su sangre, la redención, el perdón de los pecados, según la riqueza de su gracia, que ha derramado sobre nosotros con una plenitud de sabiduría y de prudencia, dándonos a conocer el designio misterioso de su voluntad, según los planes

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que se propuso realizar por medio de Cristo, cuando se cumpliera el tiempo: recapitular todas las cosas en Cristo, las de los cielos y las de la tierra. En Cristo, también, hemos sido hechos herederos, predestinados según el designio del que todo lo hace conforme a su libre voluntad, a fin de que nosotros, los que antes habíamos esperado en Cristo, seamos alabanza de su gloria. También, vosotros que habéis escuchado la verdad, la extraordinaria noticia de que habéis sido salvados porque habéis creído, habéis sido marcados por Cristo en el Espíritu Santo prometido, el cual mientras llega la redención completa del pueblo, propiedad de Dios, es prenda de nuestra herencia para la plena liberación del pueblo de Dios y alabanza de su gloria. (Ef 1:3-14)

En este texto, San Pablo resalta un pensamiento muy hermoso: Un pensamiento con el cual quiere hacernos descubrir la Unidad Suprema que existe en todos los planos del mundo visible e invisible, Unidad que se realiza por Cristo Jesús. Él resume en esta frase su pensamiento: «Es necesario que llegase el momento culminante de recapitular en Cristo todas las cosas del cielo y de la tierra». Si nos detenemos a meditar en lo que es la creación, toda la obra de Dios, visible e invisible, a la que el apóstol se refiere, veremos que todo se reduce a Dios, a una sola Unidad completa. De las manos de Dios, han salido todas las cosas visibles e invisibles. Debido a que estamos acostumbrados a utilizar nuestros sentidos exteriores, no nos percatamos de que más allá de lo que descubren estos sentidos, hay cosas más grandes e importantes. ... Pero esta visión física nos ha atrofiado, en cierta manera, lo que puede descubrir nuestra mente y captar nuestra conciencia. Nuestra mente descubre los mundos mental y espiritual; estos son infinitamente más extensos y hermosos que el mundo material. Todos estos mundos, todos estos planos proceden de una sola mente y voluntad, la mente y la voluntad divinas. Esta mente y voluntad del Padre están manifestadas en la mente, voluntad y

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poder de su Hijo Jesucristo. Por el Verbo de Dios, han sido hechas todas las cosas y sin Él, dice el evangelista San Juan, no habría existido absolutamente nada. El Verbo es Cristo. Ese Cristo —según el cual el apóstol recapitula todas las cosas del cielo y de la tierra— es el centro de la creación, ese Cristo es el alma de todos los seres creados, visibles e invisibles. Sin Él no se explica nada y con Él se explica todo. También, nosotros estamos llamados a ocupar un sitio especial en este gran drama cósmico, ese sitio especial es el de ser hijos de Dios. El Señor Jesús nos ha enseñado a invocar al Padre diciéndole: «Padre nuestro que estás en los cielos». Esta herencia de hijos de Dios, según la expresión del apóstol San Pablo, lo debemos a la persona de Cristo al decir: «El Padre nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo, para que fuésemos consagrados, irreprochables ante Él, por el amor». El Padre nos ha destinado en la persona de Cristo, por iniciativa suya, a ser sus hijos para que la gloria de su gracia, que tan generosamente nos ha concedido en su querido Hijo, redunde en alabanza suya. Por su Hijo, por su sangre, hemos recibido la redención, el perdón de los pecados. El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia ha sido un derecho para nosotros por su Hijo Jesucristo. Cuánto tenemos le debemos a este Hijo Bendito que se dignó hacerse uno de nosotros, uno de nuestros hermanos. Según la expresión de San Pablo, es «nuestro Hermano Mayor» y todo lo tenemos por Él, y en Él lo tienen, también, todas las cosas. Cristo es el centro de todo [2] El Cristo Cósmico es omnipresente; su Conciencia Cósmica es su conciencia omnipresente que está en el ángel de la jerarquía más elevada hasta en el átomo más insignificante, apenas descubierto por el hombre. Él está en todo y a Él lo debemos todo y todos, el hombre y todas las criaturas hechas por este Verbo de Dios.

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Cuando vemos las cosas bajo este concepto de unidad, todo se vuelve mucho más sencillo. Podemos comprender cómo San Francisco de Asís sentía, en lo íntimo de su ser, esta hermandad universal, esta hermandad con las aves, con las plantas, con el sol, etc. Todo, absolutamente todo, canta en la naturaleza [3] El padre Dávila siente esta Unidad Suprema y en sus mensajes de «Rayitos de luz» refleja la unidad de todo y en todo. La creación de los mundos visibles e invisibles es una inmensa sinfonía; cada átomo es una nota que vibra en una determinada escala. Hay tantos átomos, notas, ecos, ¿quién puede contarlos? Esta es la gran sinfonía, la gran música de las esferas. Tú, yo, todos somos, también, una sinfonía del canto, una partitura de esta gran sinfonía de las esferas. Pero, quizá, nunca hemos llegado a sentir, a comprender lo que somos. Todos los seres de la creación componen esa gran sinfonía escrita por Dios. Eres una sola nota, no importa si eres una simple corchea, fusa o semifusa, cualquier signo musical, qué importa. Si el Todo eres tú; tú eres el Todo. Sin ti, sin mí, sin ellos, la sinfonía estaría inconclusa. La obra de Él no es estática, no es una mole de granito enclavada en la garganta de una montaña; es siempre dinámica, cambiante, siempre antigua y siempre nueva como los amaneceres, como las tardes multicolores de los crepúsculos vesperales cuando el sol lava sus trenzas de oro en las ondulantes ondas de los océanos. Qué lejos están de comprenderlo a Él quienes piensan que su obra es una momia apergaminada en un ataúd. Su obra no es así, es siempre viva y siempre nueva, cambiante a través del tiempo, de variedad infinita en todo: en los mares de luz de los mundos astrales, en los océanos de materia mental del mundo de la mente, en las oleadas eternas del mundo de las ideas que gravitan como las inmensas constelaciones en los dominios abismales del espíritu. Un día en el mundo astral, mental y espiritual es siempre nuevo porque Él es así.

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Si estamos acostumbrados a contar solamente instante tras instante, minuto tras minuto, hora tras hora, día tras día, año tras año no significa que no haya otro modo de contar. Esto no quiere decir que exista una sola pantalla panorámica en la que se represente simultáneamente todo el inmenso drama cósmico. Amanecerá el día, en que la noche del tiempo pase cuando despunte el alba sobre las colinas de los horizontes del más allá, cuando se apaguen las mortecinas lucecitas del tiempo, cuando los luceros vivientes de hermanos nuestros, que reciben la Luz del Verbo de Dios, nos miren, nos muestren su sonrisa de luz y nos iluminen con sus pupilas del espíritu. Entonces, cambiará todo, escucharemos en el supremo éxtasis, en el nirvikalpa samadhi, la gran sinfonía del universo. Sinfonía que es simultáneamente luz y sonido, sonido y luz, amor y paz, paz y amor, gozo y bienaventuranza, bienaventuranza y gozo, conocimiento e intuición, intuición y conocimiento. Padre Bendito Permite que, siendo la más pequeña e insignificante nota de esta gran sinfonía universal, no desentone jamás. Permite que viva siempre al impulso de lo que Tú quieras, de lo que Tú deseas, de lo que Tú inspiras, de lo que Tú, con tu eterno amor dispone. Paz y hágase en mí tu voluntad. Amén.

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El Verbo habita, vive entre nosotros y se hace uno con nosotros [4] Dios es el Eterno Dios, el Infinito Dios, el Gozo Dios, la Esperanza Dios, la Dicha Suprema Dios, la Inteligencia Dios, la Felicidad en grado supremo. De Él, de su mente, salen todas las cosas y se plasman cuando el tiempo comienza a ser tiempo. Y esa película cósmica que primero fuera concebida por el Gran Director del Gran Drama Cósmico, esa película cósmica comienza a desarrollarse en el tiempo, con personajes y en situaciones diferentes, en épocas descritas por el hombre a través de la historia, pero la olvidamos porque tenemos un concepto pequeño de lo que es Dios y de lo que es la obra de la creación. Olvidamos que ese Dios puede seguir creando mundos y mundos. Y que puede Él ir sacando de su mente y de su corazón infinitos, seres que todavía el hombre no los conoce. Tenemos que mirar a Dios y a las cosas hechas por Él. Tengamos en cuenta que precisamente una de esas Personas Divinas, que tiene todo el poder que tiene Dios, que tiene todo el amor que tiene Dios, que tiene toda la felicidad que tiene Dios, que tiene toda la perfección que tiene Dios, se hace pequeña. Se empequeñece tanto, que se reduce a la mínima expresión, a una pequeña célula donde está el germen de la naturaleza humana fecundada por Dios mismo. En esa pequeña célula, comienza a realizar su vida una de esas Personas, la Persona del Verbo de Dios de quien nos habla San Juan: «Del Verbo que habita en los esplendores de la Gloria del Padre», del Verbo por el cual fueron hechas todas las cosas, de ese Verbo que es luz, amor, gracia, plenitud de gloria y que posee todos los atributos divinos.

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Adorarán al Padre en Espíritu y en Verdad [5] Pero ya llega la hora cuando los verdaderos adoradores, adorarán al Padre en espíritu y en verdad; pues, tales son los adoradores que el Padre busca. Dios es espíritu, y sus adoradores han de adorarlo en espíritu y en verdad. (Jn 4:23,24)

Nosotros tenemos que adorar a Dios, reconocerlo en el fondo de nuestros corazones y encontrarlo allí, en el fondo de nuestro ser. Él es espíritu y nosotros, también, somos espíritus, y la comunicación entre Dios-espíritu y cada uno de nosotros-espíritus es interior. Para adorar a Dios, tenemos que ir de espíritu a espíritu; Dios se comunica, también, de espíritu a espíritu. El Espíritu de Dios se comunica con nuestro espíritu y nuestro espíritu se comunica con el Espíritu de Dios. Esta es la enseñanza de Él. El culto externo y las demás manifestaciones son solamente preparaciones para este verdadero culto. Tenemos que comenzar por edificar el templo del espíritu. Este templo es cada uno de nosotros. Tenemos que adornarlo, limpiarlo, cuidarlo porque es el templo de Dios. El Padre quiere, según la expresión de ese «Bendito Señor» en su diálogo con la samaritana, adoradores en espíritu y en verdad. El agua viva es la prolongación de la Conciencia Crística [6] Cristo es como la savia interna de todos los seres no solamente del hombre, de la criatura racional, no solamente de los seres de los distintos planos espirituales y mentales, sino absolutamente de todos los planos. Él es el Dios Omnipresente, es la Conciencia Crística que es, al mismo tiempo, Conciencia Cósmica. Siendo Conciencia Crística, simultáneamente, es Cósmica, es una Conciencia Omnipresente. Esa Savia de Vida, esa Agua de Vida que prometió el Señor a la samaritana es la prolongación de la conciencia. La prolongación

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de su Espíritu Omnipresente y, por eso, ese Espíritu Omnipresente de Cristo es el que está circundando y el que circunda en todos. Lo que sucede es que unos lo descubren o están por descubrirlo, y otros no logran descubrirlo. A eso se refiere el Señor en el diálogo con la samaritana cuando habla del agua viva, de su propio espíritu omnipresente, de ese espíritu que contiene la vida, pero la vida no transitoria, sino la eterna. Él dice «Todo el que beba de esta agua que yo le daré no tendrá jamás sed; más aún, el agua que yo le daré será en él, manantial que salta hasta la vida eterna» (Jn 4:13). Es decir, cuando esa agua de la presencia de Cristo, de la Conciencia Crística, de su espíritu está en nosotros, tenemos asegurada la Conciencia Crística para la vida eterna, para siempre. Lo difícil es descubrir este secreto, en otras palabras, descubrir a ese Dios que llevamos dentro. Cristo se descubre ante la samaritana como el Mesías esperado [7] La samaritana le habla a Jesús de un Mesías, de un Redentor que vendrá, cuando ella dice: «Sé que va a venir el Mesías, el llamado Cristo y cuando Él venga nos lo anunciará todo». Y Jesús le dijo: «Soy yo, el que habla contigo» (Jn 4:25,26). No hay mensaje tan claro en los cuatro evangelios que este, en el cual Cristo se descubre como el Mesías esperado y anunciado por los profetas, el Mesías anhelado por el pueblo judío, el Redentor venidero. No hay ningún pasaje en que Él se manifieste con mayor claridad que en este de San Juan, es clarísima esta confesión. Cuando el Señor pregunta a los apóstoles: ¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre? Ellos le dijeron: Unos, que Juan, el Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías o uno de los profetas. Él les dijo: Y Vosotros, ¿quién decís que soy yo? Pedro tomó la palabra y dijo: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo. (Mt 16:13-16)

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En el episodio con la samaritana, es el Señor quien le dice: Soy yo, quien te ha pedido el agua para beber, Yo, quien te ha ofrecido el agua con la cual no tendrás sed, Yo, quien acaba de decir que ya llegarán los días en los cuales los judíos no adorarán a Dios, solamente en Jerusalén, sino que vendrá el día en que no necesitarán de templos para adorar al Padre. Yo, quien dice que en el Padre están todos los tesoros de la divinidad, Yo, que conozco al Padre, Yo, que te he hablado, Yo soy el Mesías prometido, esperado por la gente, Yo soy este. (Jn 4:7-26)

Jesús se descubre como tal, tengamos muy en cuenta esta revelación. Cristo, sosiego para el corazón humano [8] Permitidme recordar uno de los pasajes bíblicos más hermosos que siempre me llamó la atención, aquel en el cual los evangelistas narran la tempestad del mar de Galilea. He tenido el privilegio de sentarme, muchas veces, a las orillas de esas aguas que, hace cerca de dos milenios, hollaron los pies del Bendito Señor. También, me he acercado a esas aguas y, a través del tiempo, he contemplado el episodio del cual nos dan cuenta los evangelistas. En ese mar, tuvo lugar la tempestad que causó mucho miedo a los discípulos del Señor. Mientras Él descansaba tranquilamente, reclinado en el cabezal de la barca, de pronto, la tormenta agitó las olas y amenazó hundir a la frágil embarcación en que viajaban el Señor y sus discípulos. Asustados por el viento y por las aguas que se hinchaban amenazando su destrucción, los apóstoles se acercaron a Jesús y le dijeron: ¡Sálvanos, que perecemos! El Maestro se despertó de su tranquilo sueño; miró impasible y dulcemente al agitado mar y pronunció una sola palabra: ¡Sosiégate! Y, en ese instante, las olas embravecidas se aquietaron y reinó la calma infinita en aquel mar de Galilea.

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Os relato esto, hermanos, para recordaros lo que es la vida del hombre y lo que es, en concreto, la vida de cada ser humano. Esta vida es una vida de tempestad, una vida en la cual se desencadenan, también, los huracanes, los vientos arremolinados, las aguas tempestuosas de las pasiones, de los deseos insatisfechos, de las inquietudes, de los problemas, de las frustraciones, de las traiciones. La vida del hombre se desliza así, desde que nace hasta que muere. ¡La vida del hombre mortal es una permanente lucha, hermanos! El único que puede calmar todas las tempestades que se producen en el corazón humano es el mismo, Bendito Señor, que pronunció la mágica palabra: ¡Sosiégate! Si vosotros, hermanos queridos, vais a Cristo cuando arrecien las tempestades de vuestra vida, tened la absoluta seguridad que esas tempestades desaparecerán como por encanto, tened la seguridad de que la calma llegará a vosotros. Vi, entonces, un cielo nuevo y una tierra nueva [9] San Juan dice: «Vi, un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra habían desaparecido y el mar ya no existía» (Ap 21:1). ¡Qué expresión tan hermosa! ¿Cuál es este primer cielo y esta primera tierra? Aquí no se trata realmente de este cosmos ni siquiera de este planeta Tierra como algunos quieren pensar; el evangelista no hablaba de la consumación de los siglos, de la desaparición de este planeta. … Esta tierra, este cielo, este mar ya pasaron. Él se refiere exclusivamente a nuestro estado de conciencia, nuestra alma, nuestro espíritu antes de que este espíritu reciba el fuego de la transmutación, el fuego de la iluminación, el fuego del Espíritu Santo. Esta tierra, este cielo, este mar son todos los instintos, todas las aspiraciones, todas las implicaciones de la parte inferior

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del hombre. Es este estado en el cual el hombre vive antes de su verdadera iluminación, de su verdadera transformación. Este cielo, esta tierra, este mar son las tempestades de nuestros apetitos, de nuestros instintos, el vivir apegados a la tierra, el pensar siempre en las cosas de aquí, en lo que satisface solamente el aspecto menos importante de nuestro ser, el aspecto meramente material. El hombre inferior está simbolizado en la expresión del evangelista San Juan en el Apocalipsis. El estado de la gran mayoría de los hombres es de ese primer cielo, de esa primera tierra, ese mar del cual nos habla San Juan. Este es el primitivo estado en el cual está la mayor parte de la humanidad y, sin embargo, vive tranquila en su mundo y para su mundo. No recibe todavía la iluminación y, aunque la luz esté frente a ella, continúa ciega; se cumple, entonces, lo que dice el profeta David en uno de sus salmos: «Tienen ojos para ver y no ven; tienen oídos para oír y no oyen» (Sal 135:16,17). El Señor se refirió, muchas veces, a quienes no creían en Él y no querían escuchar su mensaje. Él decía: «Está endurecido su corazón para que viendo no vean y oyendo no entiendan» (Jn 12:40). Él da la explicación del porqué de esta resistencia y del porqué no se da el cambio. El apóstol Juan dice: «Y oí venir del trono una voz potente que decía: Esta es la morada de Dios con los hombres; Él habitará con ellos, ellos serán su pueblo y Dios mismo morará con los hombres» (Ap 21:3). He aquí, cómo se completa y encuadra perfectamente dentro de la interpretación que se da a la expresión del evangelista San Juan: Este cielo nuevo que vio Él, esta tierra nueva que vio Él, esta morada de Dios con los hombres en la cual habita Él, este Dios en persona que estará con ellos y será su Dios. Es el alma y el espíritu que se han realizado, que han nacido de nuevo, como dice Nuestro Señor cuando responde a Nicodemo: «Te aseguro que el que no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios» (Jn 3:5).

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La realización divina en nosotros, este nuevo nacimiento es aquel que vio Juan: el nacimiento de cada uno de los hombres que acepta la enseñanza de Cristo. Esta aceptación no constituye una conformidad teórica únicamente, esta no significa nada; lo que, en realidad, tiene valor es realizar a Dios en nosotros. Es esta realización práctica, esta realización vivencial de Dios en nosotros, la que tiene importancia. Solo así se produce la nueva criatura. La realización en Dios construye esta nueva casa, crea este nuevo tabernáculo, este templo nuevo de Dios. Estamos precisamente en la etapa de la construcción de ese nuevo templo de Dios. Unos recién están empezando la construcción, están agregando las piedritas para los cimientos, les falta aún bastante; otros ya tienen adelantada la obra, han colocado los ventanales, el techo; otros están adornándolo y, por último, hay quienes están tranquilos porque ya han terminado su habitación. Si estamos edificando el templo que, a primera vista, San Juan nos describe como el cielo nuevo y tierra nueva, ese templo lo estamos construyendo para Él. Cuando ya está el templo construido, Él viene, vive y habita en él. Hablo en sentido metafórico, tengo que hablaros así para que comprendáis lo que San Juan nos quiso decir. De otro modo, no lo hubiesen comprendido y sus expresiones habrían permanecido completamente ocultas. Mis palabras no significan que el Señor viene recién, que el Señor está lejos. El Señor está siempre en nosotros, está todo el tiempo. Así como está en el minúsculo átomo de materia, en el quantum elemental, en lo más pequeño, en la millonésima parte de materia, Él está, también, en nosotros. Lo que sucede es que nosotros no lo descubrimos, no lo conocemos, no lo vivimos. No nos damos cuenta de que: «Estamos con Él y en Él vivimos y existimos». Esta es la expresión real, no la que más se acerca; más bien, la verdadera expresión es que Dios está siempre en su templo que está en nosotros; pero, este templo está destruido.

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Otra comparación, quizá, más gráfica sea esta: Cuando se rompe un vaso con agua, esta se desparrama. Al vaso que se puede decir existe como tal en pedazos se lo puede reconstruir si se los une, y si se le da la forma. A medida que se unen los pedacitos, el agua lo colma de nuevo. Esto es lo que hacemos nosotros cuando ya estamos realizados completamente; el vaso está lleno, pero está lleno de la presencia de Dios. Y esa Presencia Divina es tan poderosa, es tan grande que produce el milagro de realizar la fisura total, completa y absoluta. El amor a Dios y al prójimo [10] En aquel tiempo, un letrado se acercó a Jesús y le preguntó: ¿Cuál es el primero de todos los mandamientos? Jesús respondió: El primero es, escucha Israel: El Señor, Dios nuestro, es el único Señor; y amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todo tu ser. El segundo es este: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay mandamiento mayor que estos. El escriba le dijo: Muy bien, Maestro; con toda razón has dicho que él es uno solo y que no hay otro fuera de Él, y amarlo con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a sí mismo, vale mucho más que todos los holocaustos y sacrificios. Jesús, al ver que había respondido tan sabiamente, le dijo: No estás lejos del Reino de Dios. Y nadie se atrevió preguntarle más. (Mc 12:28-34)

El verdadero amor no es sino Dios —a través de nuestro prójimo— que llega a nosotros. Es decir, se forma un círculo completo: Dios, el prójimo y nosotros. Cuando falta el prójimo, ya no es verdadero amor... Lo primero que dice el Señor es que existe un Dios, no lo dice en este pasaje, pero ese Dios es Padre, es un Dios amor, Luz, es un Dios de misericordia, de inmensa bondad, es un Dios de entrega

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a los hombres, un Dios que nos amó tanto que nos dio a su propio Unigénito Hijo. Es ese Dios a quien hay que adorar, ese Dios a quien hay que amar. Añade el Señor: «Amarás al Señor tu Dios». Aquí viene la contestación directa a la pregunta del escriba: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu mente, con toda tu alma, con todo tu ser». El Señor dice que hay que amar a Dios, pues, lo más grande que puede hacer el hombre es amar. La acción más sublime que puede realizar una persona es amar; es la acción que siente más esta onda del amor. Este mensaje de amor es lo que comprende todo el mundo cuando el amor viene de Dios y lo sentimos. El mensaje de amor lo comprenden nuestros semejantes cuando ellos reciben algún beneficio de nosotros y cuando este beneficio es sincero. Y si no reciben ningún beneficio, pero reciben una palabra de aliento, una palabra de consuelo, una palabra que sale de nuestro ser inspirado en el amor, las personas sienten el amor. El amor que sentimos no sabemos explicarlo; para algunos, es un sentimiento; para otros, una acción que se inclina a otra persona, sin embargo, es algo que nos une al otro. Cuando enviamos este mensaje de amor a Dios, Él lo recibe, Él lo capta y, a cambio, nos da sus bendiciones. Es lo que Jesús nos dice: «Amarás al Señor»…, y cuando repite: «con todo tu corazón, con toda tu mente, con toda tu alma» nos pide que lo amemos con total entrega, con todo nuestro ser, con todo lo que somos, sin reservas, sin restricción de ninguna clase. Dicen los santos: «La medida de amar a Dios es amarlo sin medida». En el verdadero amor, no hay restricción; hay entrega total, así es el amor de Dios. ¿Qué era lo más grande que tenía Dios? ¡Su único Hijo!, sin embargo, el Padre nos lo da. Él nos entrega todo y lo que quiere en reciprocidad es que lo sirvamos y lo amemos con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma, con todo nuestro espíritu, con

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toda nuestra mente, es decir, con todo nuestro ser. Dice, también, el segundo mandamiento es este: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo, no hay mandamiento mayor que estos dos». El segundo mandamiento es un complemento del primero. No se puede decir que amamos verdaderamente a Dios si no amamos a nuestros hermanos. Amamos a Dios cuando nosotros amamos de verdad a nuestro prójimo. Amar a nuestros hermanos es desearles lo que nosotros queremos para nosotros. Si no queremos que nos insulten, no insultemos a nuestros hermanos; si no queremos que nos calumnien, no calumniemos a nuestros hermanos; si no queremos que hablen mal de nosotros ni de nuestros familiares, no hablemos mal de nuestro prójimo ni de sus familiares. Nosotros queremos tener lo suficiente para la vida, estas cosas necesarias para la subsistencia: alimento, vestido, etc., lo mismo tenemos que desear para nuestro prójimo. Y tenemos que cumplir los deberes que la justicia impone para con ese prójimo, si nuestro prójimo está a nuestro servicio. Lo que queramos para nosotros es obligación quererlo para nuestro prójimo. No nos contentemos con la buena voluntad; si podemos ayudar, tenemos que hacerlo. Esta ayuda no siempre es de carácter material, puede ser, también, de carácter espiritual. Cuando una persona se siente atribulada, afligida, desesperada, tiene muchos problemas sin resolver y, quizá, se halla al borde del suicidio, nosotros deberíamos apropiarnos del dolor de ese hermano y ayudarlo a superar su situación. Por esto el apóstol San Pablo decía, hablando de este amor a nuestro prójimo: «Vosotros debéis llorar con los que lloran y reír con los que ríen» (Rm 12:15). Esta es la regla, mis queridos hermanos. Cuando nosotros nos identificamos con ese prójimo al cual le amamos, entonces, sí estamos identificándonos con Dios porque el verdadero amor es Dios a través del prójimo que llega a nosotros. Se forma el círculo: Dios, el prójimo y nosotros. Este círculo está

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completo. Cuando falta el prójimo, ya no se cumple nuestra misión y cuando falta Dios, el amor deja de ser verdadero y se convierte en egoísmo. Que el Señor nos ayude a comprender su palabra, esto lo hemos de pedir siempre, pero recordemos que a Él le debemos todo amor, todo cuanto ha hecho, la entrega total de nuestro espíritu. • Referencias Bibliográficas Para descubrir la Unidad Suprema. (Charla 799 y 347-23, Transcripción, p.138). [1]

Cristo es el centro de todo. (Charla 799 y 347-23, Transcripción, p.138). [2]

Todo, absolutamente todo, canta en la naturaleza. (Charla 872-13; 1-01-75, Quito). [3]

El Verbo habita, vive entre nosotros y se hace uno con nosotros. (Charla 667-38, Transcripción, p. 262). [4]

Adorarán al Padre en Espíritu y en Verdad. (Casete B2, Transcripción, p. 366). [5]

El agua viva es la prolongación de la Conciencia Crística. (Charla 697-55, Transcripción, p. 401). [6]

Cristo se descubre ante la samaritana como el Mesías esperado. (Charla 697-55, Transcripción, p. 402). [7]

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[8]

Cristo, sosiego para el corazón humano. (Voz del silencio, n.° 3).

Vi, entonces, un cielo nuevo y una tierra nueva. (Charla 812-91, Transcripción, p. 656). [9]

El amor a Dios y al prójimo. (Charla 858-159, Transcripción, p. 1151). [10]

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CAPÍTULO XI MEDITACIÓN, CAMINO HACIA DIOS Si se considera que para el padre César Dávila «El camino para el verdadero encuentro con Dios es la meditación», se puede comprender el porqué de la profundidad con la que enfoca su proceso y cómo nos conduce a la práctica cotidiana. En dónde orar a Dios [1] Jesús dijo a la samaritana: «Créeme mujer: Se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre». «Dios es Espíritu, y sus adoradores han de adorarlo en espíritu y en verdad» (Jn 4:21,24). ¿A qué templo se refería el Señor? Desde luego, a ningún templo edificado por los hombres por más sagrados que fuesen como es el de Jerusalén, templo santificado muchas veces por la presencia de Yahvé. Se refería al gran templo de la creación y a aquel otro, que somos nosotros; ambos construidos por la mano de Dios. De estos, indudablemente, el templo que somos nosotros es el más sagrado, pues, el mismo Hijo de Dios lo escogió para su propia habitación. Es precisamente en este templo, que debemos adorar al Padre. El Evangelio de Ramakrishna dice: Hay algo que debe recordarse siempre, el corazón del devoto es el templo del Señor. Es un hecho que el Señor está más o menos manifestado en todas las cosas, pero Él está manifestado de un modo especial en el corazón del devoto..., el corazón del devoto es el aposento del Señor. Si deseamos encontrarlo, será preferible solicitar audiencia allí.

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Si queremos encontrarlo, no lo encontraremos afuera, lo encontraremos dentro de nosotros mismos, en el santuario de nuestro ser y en cada instante de nuestra vida. Aquí está dispuesto a atendernos el mismo momento en que solicitemos audiencia. Aquí sentiremos su llamada, aquí brillará su luz, exhalará su perfume, saciará nuestra hambre y sed, nos abrazará su paz, gozo, bienaventuranza: «Llamaste y clamaste y rompiste mi sordera; brillaste y resplandeciste y curaste mi ceguera; exhalaste tu perfume y respiré y suspiré por Ti; gusté de Ti y siento hambre y sed; me tocaste y abracéme en tu paz» (San Agustín X: 27,38). Alfa y Omega [2] Todos los hombres sin excepción, ricos o pobres, buenos o malos, sabios o ignorantes, no importa la condición, el rango, la dignidad, la posición social se encuentran ubicados entre estos dos puntos cardinales: el punto Alfa y el punto Omega, el primero, el de partida y el segundo, de llegada. Dios es el punto inicial y el final de todos los seres y de todas las cosas. Esto lo reveló al profeta y evangelista Juan: «Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin» (Ap 22:13). Esta es una realidad innegable, a pesar de que digan lo que digan, piensen lo que piensen, hagan lo que hagan, enseñen lo que enseñen; quienes prediquen que el destino del ser humano está en este aparente paraíso material de la tierra, están equivocados. El verdadero paraíso no se encuentra aquí. Nada de cuanto ofrece la tierra es capaz de satisfacer las ansias infinitas del corazón humano. El camino de la meditación [3] Ningún hombre que quiera obtener la respuesta a todas sus inquietudes y problemas puede prescindir de estos dos puntos: Alfa y Omega a los que tiene que encontrarlos. Dios es el punto inicial y el

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final. Para descubrirlo, hay un camino: la meditación. Pero ¿qué es meditar?, ¿de qué meditación se trata? La meditación a la que nos referimos no consiste en reflexionar acerca de la lectura de algún libro místico orgánica y metódicamente arreglado, con temas y enseñanzas acerca de las virtudes cristianas, mortificación de las pasiones, pecado, etc. No es la reflexión sobre algún tema espiritual. No es invocar a Dios en demanda de favores, mercedes y milagros. Estos y otros caminos parecidos, si bien pueden ser apropiados en determinadas circunstancias de la vida del ser humano, sin embargo, no obtienen la finalidad deseada: llegar a Dios, sentirlo, vivirlo, gozar de Él. La meditación es algo distinto, algo más profundo. Es la oración que hicieron los santos, los verdaderos místicos y el mismo Jesucristo, nuestro Bendito Señor. No nos referimos aquí a aquella oración en la cual la imaginación crea escenas, determina lugares y personas, elabora episodios en el fascinante mundo de la mente. Nos referimos a la oración contemplativa de la mística cristiana. Meditar y contemplar son cosas idénticas. ¿Qué es contemplar? [4] Contemplar es ver, pero no con los ojos del cuerpo, sino con la mirada interna de nuestro espíritu. Contemplar es hacerse uno con el objeto que vemos. Contemplar es intuir, en lo más profundo de todos los seres y de todas las cosas, no solamente una huella fugaz, transitoria, obscura, superficial, distorsionada de la Bendita Divina Omnipresencia… Es descubrir allí la vida y al Autor de la vida.

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Contemplar es vivir a Dios en cada cosa y en cada ser. Contemplar es gozar en lo más íntimo de nosotros mismos, a ese Dios Bendito. Contemplar es dar nuestro libre consentimiento para que Dios more en nosotros. ¿Qué más es contemplar? Es sentir «Algo» completamente nuestro, Vida de nuestra vida, Ser de nuestro ser, Espíritu de nuestro espíritu, Mente de nuestra mente, Conciencia de nuestra conciencia, Amor de nuestro amor. Este «Algo» es nuestro Dios. Contemplar es adentrarnos en Él, sintonizarnos con Él, hundirnos en Él... No importa que todavía peregrinemos en la lóbrega obscuridad del espíritu. Contemplar es levantar, así sea en una millonésima fracción de segundo, el grito angustiado y desesperante que nos tortura, como lo hizo aquel bandido junto a la Cruz Redentora: «Jesús, acuérdate de mí cuando entres en tu Reino» (Lc 23:42).

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Contemplar es levantar los ojos del alma, mirar el rostro de Dios y decirle: «¡Oh, Dios, sé propicio conmigo, pecador!» Contemplar es mirar a Cristo y gritar, cada vez, más fuertemente en el interior de nuestro ser: «¡Hijo de David, ten piedad de mí!» (Lc 18:39). Contemplar es volvernos uno con nuestro Bendito Dios. Contemplar es sentir, vivir, la hermandad suprema y universal con todos los seres y con todas las cosas. Contemplar es sentir en las profundidades de nuestro ser, esa hermandad como la sintió Francisco de Asís con el hermano sol, con la hermana luna, con las hermanas estrellas, con la hermana agua, con el hermano fuego, con la hermana madre tierra, con la hermana muerte... Y alabar con ellos «al Omnipotente, Altísimo, Bondadosísimo Señor de todas las cosas». Contemplar es penetrar adentro, muy adentro, y sentir en el santuario augusto del silencio de cada ser, de cada objeto, de cada cosa por insignificante que parezca, y descubrir allí, en el fondo, esa huella del Dios Bendito, centro alrededor del cual gravitan todas las cosas. Contemplar es escuchar su secreta voz que habla en el idioma del silencio que entienden todas las cosas. Amén.

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El Maestro de maestros nos enseña a meditar [5] Cuando quieras rezar, dice Jesús: «Entra en tu habitación, cierra la puerta y reza a tu Padre, que está presente en lo secreto; y tu Padre que ve en lo secreto, te recompensará» (Mt 6:6). En estas sencillas palabras, ha resumido un método completo de oración contemplativa. Sus recomendaciones se concretan en estos puntos: Entra en tu habitación: Cada uno de nosotros, tenemos un cuarto, una habitación, una sala de recibo para dialogar con Él. Esta habitación es nuestro cuerpo. Pero, este tiene algunas puertas que es preciso cerrarlas por dentro con llave. ¿Cuáles son estas puertas? Son los sentidos de la vista, del oído, del olfato, del gusto, del tacto a través de los cuales entran a nuestro interior todas las sensaciones del mundo físico en que vivimos. La vista y el oído son las puertas principales que hay que cerrarlas, si es posible con siete llaves. Una vez que se cierran las puertas, hay que entrar dentro de nosotros mismos, hay que ir retirando una a una las distintas envolturas que encierran, por así decirlo, al espíritu. La Filosofía oriental denomina a estas envolturas con diversos nombres: cuerpo físico, cuerpo etérico, cuerpo astral, cuerpo mental, cuerpo causal, alma. Adentro mora el espíritu que se sintoniza con el Dios-Espíritu. Aquí existe un intercambio vibratorio entre el Espíritu de Dios y el nuestro. Aquí se realiza la verdadera comunión con Él. Aquí se realiza el encuentro vivencial con nuestro Bendito Dios. Reza a tu Padre, que está presente en el secreto: Este «rezo» no consiste en articular palabras, en estudiar argumentos, en buscar razones para «convencer a Dios» o para expresarle nuestros problemas. Él mismo, el gran Maestro de la oración, explica cómo ha de ser nuestro «rezo» por medio del silencio. «Al rezar, no os convirtáis en charlatanes como los paganos, que se imaginan que serán escuchados por su mucha palabrería. No hagáis como ellos,

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porque vuestro Padre conoce las necesidades que tenéis antes que vosotros las pidáis» (Mt 6:7,8). Por dos veces, insiste en lo mismo: «No os convirtáis en charlatanes como los paganos»…, «no hagáis como ellos»… Un consejo: Si no meditas, no puedes llegar a este encuentro [6] El camino para el verdadero encuentro con Dios es la meditación. Cuando recites «fórmulas de oración» que no llegaron a contactarte con Él, cuando sientas dentro de ti algo como el frío de la nieve en una noche de tempestad…, cuando esas fórmulas no te digan nada, no obtengas ninguna respuesta, déjalas. Cambia tu manera de orar. Di solo una palabra, repite solo esa palabra, la que más te guste. Escoge, por ejemplo, una de las más bellas y completas de las oraciones que haya salido de labio alguno, el Padrenuestro. Toma la primera palabra: «Padre», repítela muchas, muchísimas veces. Esto es orar. Basta esta palabra para transformar nuestra vida. Es la palabra que repiten, en el santuario de su ser, todas las cosas. Todas, en su mudo y silencioso lenguaje, repiten esta palabra porque son hechura de Él. Nosotros podemos repetirla conscientemente, no así, esos seres que tienen en ti su voz. Tú eres la voz de esos seres que no tienen voz como la tuya para agradecer y bendecir. Toma otro nombre, por ejemplo, «Jesús», «Jesucristo», repítelo muchas veces, muchísimas veces. Toma para tu oración cualquier invocación que te agrade. Esta es oración verdadera. Esta es meditación. Esta es oración contemplativa. Meditar es entrar en otro mundo [7] El padre Dávila con relación a la actitud que se debe adoptar para meditar nos dice:

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Para «ver» o «meditar» no necesitamos mayor esfuerzo, basta con asomarnos a las ventanas del alma y hacer una simple, una sencillísima operación: en lugar de que el alma tenga la mirada dirigida hacia las cosas materiales, que tanto nos gustan, que tanto nos preocupan, que tanto amamos y con las que estamos tan embelesados, se debería dar la vuelta y mirar..., pero mirar otro horizonte, otro paisaje, otro mundo... ¡Tan distinto! ¡Tan distinto! Sin comparación, tan grande, tan bello, tan hermoso... Mundo extraño en el que jamás se soñó... Mundo exótico del cual, quizá, nunca se oyó hablar y menos se aprendió las primeras lecciones para entrar en él... Un mundo imposible de describir porque el ojo humano o el oído humano, o la mente humana no alcanzan a descubrirlo. Este mundo indescriptible es posible sentirlo solamente. Nada más que sentirlo... Este mundo lo siente solo quien lo ama a Él, al Bendito Dios, que tuvo la suprema debilidad de condescender en ser amado por un ser tan pequeño e insignificante..., por una gota de agua perdida en la inmensidad de ese mar insondable..., por un pequeño átomo nadando en el océano infinito de la fuerza cósmica..., por una chispa de luz insignificante prendida en ese mar infinito de luz cósmica. Sí, Él se revela al que lo ame y a nadie más que al que lo ame... Dios se revela en el silencio [8] Meditar es hacer silencio, profundo silencio. Mientras más profundo sea este, más se revelará Él a nosotros. A Él se le adora solo en el altar del silencio, en la gran catedral del silencio cósmico en que gravitan todos los seres y todas las cosas... Él se revelará a nosotros en la medida que decrezcan los ruidos de las cosas creadas, cuando cese el bullicio de los hombres-ejército de mercaderes del gran mercado del mundo, cuando ya no se escuche más el eco lejano de esa bandada de loros humanos que no

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hablan sino de sus problemas, de sus inquietudes, de sus triunfos, de sus fracasos... Cuando comiencen a brillar cercanos en el horizonte, los luceros de almas que brillan en los inconmensurables abismos de la eternidad..., entonces, se oirá la gran música celestial de las esferas... Entonces, el espíritu comenzará a ser iluminado por la Luz verdadera... Meditar es, pues, hacer silencio, entrar en el silencio augusto de Dios. El silencio según el Evangelio Acuario [9] Existe en el Evangelio Acuario, una página muy bella en que se hace una apología del silencio. Jesús enseñaba en un bosque a las multitudes que venían a escucharlo. Uno de sus oyentes le pidió que le dijera de dónde procedía su sabiduría y cuál era el significado de una luz inexplicable que le rodeaba. Jesús le contestó: —Hay algo que se llama El Silencio, en el que el alma puede encontrar a su Dios. Allí es donde se encuentra la fuente de la sabiduría y todo el que allí entre se sumerge en luz y se satura de poder, sabiduría y amor. —Háblame de este silencio y de esta luz para que pueda ir y morar allí. —El Silencio no es circunscrito; no es un lugar cerrado con murallas o de cumbres de roca o custodiado por la espada de un hombre. Los hombres llevan consigo todo el tiempo este sagrado lugar donde pueden comulgar con Dios. Donde quiera que el hombre habite, en la cima de una montaña o en lo más profundo de un valle, en la agitación de los negocios o en la quietud del hogar puede, instantáneamente, en cualquier momento, abrir ampliamente la puerta y encontrar el silencio, encontrar la casa de Dios que está dentro del alma.

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Si el ruido de los negocios y las palabras, y los pensamientos de los hombres nos perturban mucho, vayamos enteramente solos a un valle o a la garganta de una montaña. Cuando la carga pesada de la vida nos presione duramente, es bueno salir a buscar un lugar de paz para orar y meditar. El Silencio es el reino del alma que no pueden ver los ojos humanos. Cuando entramos en El Silencio, formas fantásticas pueden revolotear ante la mente, pero todas ellas están subordinadas a la voluntad. El alma maestra puede hablar y ellas desaparecen. Si habéis de encontrar este silencio del alma, debéis prepararos a vosotros mismos para la vía. Nadie sino el que es puro de corazón puede entrar en ella. Si queremos encontrar a Dios, si deseamos sintonizamos con Él, si buscamos una experiencia con Dios, el sagrado lugar donde está Él es El Silencio. El Silencio es la casa de Dios, está dentro de nuestra alma. El Silencio es el reino del alma, allí encontraremos la fuente de sabiduría, de poder, de amor, de paz, de bendición. Redescubrir a Dios es obra personal [10] Nadie puede hacer por ti, lo que tú mismo estás obligado a realizar. Nadie puede mirar por ti para que puedas sentir el deleite de la belleza de la creación. Nadie puede hacer tus veces para que sientas, en lo íntimo de tu ser, la sublime sensación de vivir una hora feliz. Eres tú quien debe hacerlo. Lo propio acontece con la bendición de sentir la divina presencia en el fondo del alma. Este ver, este sentir, este experimentar a Dios dentro del alma es una operación divino-humana. Me explico a través del ejemplo de la luz y del aposento que tiene muchas ventanas o por medio de ese castillo interior del que habla Santa Teresa de Jesús. Dios es Luz, Luz infinita, Luz eterna, Luz sobre toda luz. Esta Luz Primera engendró, también, una Segunda Luz que Juan llamó Verbo. En este Verbo, estaba la vida total, plena, absoluta, infinita de esa Luz Primera que se llama Padre, esa Vida es también Luz.

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Este segundo aspecto de Dios: Su Hijo es el que se manifiesta en nosotros como Luz, como Amor, como Vida, como Poder, como Gozo: Todo lo realiza por su Hijo: Él es Yo, su segundo Yo, su Imagen Perfecta. Meditar es sintonizarnos con Dios [11] Meditar es «ver», ver con los ojos del alma a través de las ventanas del alma. Meditar es entrar en sintonía con Dios. El que medita tiene que hacer un viraje y enfocar los ojos de su espíritu y dirigirlos a Él, a Dios. Las cosas materiales en que nos entretenemos, con las que jugamos, por las que, también, muchas veces peleamos y nos disgustamos son tan pequeñitas, ¡tan insignificantes!, ¡tan baladíes! Esta es la razón por la que después de una, buscamos otra, después de esta, otra, y así sucesivamente... Nuestro espíritu es como un embudo... Las cosas materiales que en él se colocan, creyendo llenarlo, se chorrean como el agua a través del embudo... Y este embudo siempre está vacío; siempre estamos echando cosas y jamás conseguimos llenarlo. Meditar es muy fácil [12] Esta oración de contemplación es fácil, muy fácil. Quien nunca trató de hacerla pensará que es cosa difícil. Esto no es verdad. Lo primero que desarrolla el niño pequeñito es el sentido de la vista. El niño sonríe. Sonríe a la madre. Sonríe a los que lo acarician. No necesita hacer un esfuerzo supremo para sonreír a la madre. Su sonrisa es natural, espontánea. También, nosotros, hermano querido, tú, yo, todos somos esos niños de Dios, niños de la Madre Divina que colocó, en la frente de nuestro espíritu, dos ojos para verla, para contemplarla, para sonreírla... Pero desventuradamente, no seguimos ese instinto natural que siguen los niños para sonreír a su madre... Apartamos

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la vista de la cara bendita de la Madre Divina... Apartamos de Ella nuestros ojos, cuando comenzamos a razonar y nos entretenemos con el montón de juguetes con que se entretienen los otros. • Referencias Bibliográficas Dávila, C. (1986). Dios vivencial. Quito: Asociación Escuela de Auto-Realización. [1]

En dónde orar a Dios, p. 315.

[2]

Alfa y Omega, p. 316.

[3]

El camino de la meditación, pp. 317, 318.

[4]

¿Qué es contemplar?, pp. 318, 319.

[5]

El Maestro de maestros nos enseña a meditar, pp. 324, 325.

Un consejo: Si no meditas, no puedes llegar a este encuentro, p. 327. [6]

[9]

El silencio según el Evangelio Acuario, pp. 331, 332.

____ (2003). Las llaves de tu Reino. (3ª ed.). Cuenca: Escuela de Auto-Realización. [7]

Meditar es entrar en otro mundo, p. 153.

[8]

Dios se revela en el silencio, pp. 159, 160.

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[10]

Redescubrir a Dios es obra personal, p. 155.

[11]

Meditar es sintonizarnos con Dios, p. 154.

[12]

Meditar es muy fácil, p. 154.



CAPÍTULO XII PROCESO Y PRÁCTICAS DIRIGIDAS PARA LA MEDITACIÓN La meditación es un proceso que debe realizarse diariamente; esta involucra una serie de pasos en los que interviene el cuerpo, la mente y el espíritu en forma integral. Las prácticas dirigidas que se incorporan y se recomiendan en este capítulo son complementarias. PASO 1: Energización, Preyoga y dieta adecuada [1] Antes de que se pueda ejecutar cualquier acto vinculado con el control de la energía cósmica, es necesario que se aprenda a ejercitarla de acuerdo con las prácticas que encontramos en la Filosofía oriental. Dios, fuente de Energía Universal [2] La Filosofía oriental parte de la premisa de que: «Dios es el principio de esta energía universal». La Biblia cristiana, también, participa de este planteamiento cuando dice: «Él estaba en el principio con Dios. Todo fue hecho por Él y sin Él, nada se hizo» (Jn 1:2,3). Ambas comparten el principio de la energía cósmica. De esta se forman absolutamente todos los elementos que constituyen los cuerpos. Todos los seres del mundo material tienen su origen en esta energía cósmica que procede del Verbo de Dios, este es el principio universal. Entonces, hay una energía universal, una energía de vida subyacente en todas las cosas en el plano físico. La Filosofía oriental va mucho más allá, afirma que no solamente los seres del mundo material se nutren de esta energía sino, también, los seres de otros planos, como el astral, el mental, el causal y, naturalmente, el espiritual con sus respectivos subplanos.

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Tensión y relajación [3] La energía es un elemento que puede ser controlado por la mente y por la voluntad del ser humano. En el ejercicio de tensión: 1.° Interviene la mente: Yo pienso que hay energía. 2.° Participa la voluntad: Porque pienso y porque sé que hay energía, actúa mi voluntad. 3.° Se dirige esa energía haciendo uso de la voluntad a cualquier parte del cuerpo: Tenso y mando energía a un brazo, mando energía a un pie, mando energía a la cabeza, mando energía a la columna vertebral, mando energía a cualquier parte del cuerpo. Por tanto, el acto de «mandar energía» es tensar. Es preciso hacer este ejercicio de tensión para darnos cuenta, también, de que nosotros nos relajamos y retiramos esa energía. La persona que ya ha adelantado estos conocimientos no necesitará tensar para relajar. Puede solamente mentalizar y relajar cada una de las partes del cuerpo, puesto que es el órgano, el que obedece. En definitiva, la mente y la voluntad son las que controlan todo este proceso para utilizar esa energía cósmica. Ahora bien, hay tres tipos de tensiones: La tensión baja, la tensión media, la tensión alta. En términos cuantitativos, será baja cuando se llega al 20 %, media, al 60 %, y alta, al 100 % de energía. El padre César Dávila, con este objetivo, recomienda la práctica de energización dada por Paramahansa Yogananda en su lección octava o la práctica de Preyoga que se realiza en AEA. Este es el primer paso que obligatoriamente debemos cumplir y ejecutarlo previo a la meditación.

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El cuerpo humano es lo que come [4] Si se realiza un examen superficial sobre lo que es nuestro cuerpo en su constitución física, se llegará a la conclusión de que sus millones de células no son ni presentan otra cosa que aquello que les ha prestado el medio ambiente en que viven y se desarrollan. Así como las células del infante en el vientre materno no son otra cosa que la suma de elementos que le suministra la madre, del mismo modo, el cuerpo humano no es otra cosa que la suma de elementos que le suministra la madre naturaleza en que vive. El cuerpo humano necesita una fuerza o energía para vivir. Esta energía la toma de los diversos elementos que existen en la naturaleza. La naturaleza suministra a nuestro cuerpo: las radiaciones del sol primordialmente, luego, agua, proteínas, vitaminas, carbono, oxígeno, hidrógeno, fósforo, azufre, cloro, calcio, sodio, magnesio, potasio, hierro, cobre, manganeso, cobalto, zinc, yodo, flúor, etc. El cuerpo utiliza estos elementos, unos, en cantidades extraordinariamente pequeñas y otros, en grandes cantidades. Régimen vegetariano [5] Los logros espirituales son muy difíciles de conseguir y a veces imposibles, en gran parte, por un régimen de alimentación inadecuado, particularmente cuando este es carnívoro. No sin razón, los monjes y monjas de Oriente, y nuestros monjes y monjas, especialmente los que tienen como meta la vida contemplativa, esa vida de comunión vivencial con Dios, adoptan la abstinencia de carnes en sus reglas y constituciones o, por lo menos, aconsejan a sus seguidores. Los mismos médicos prescriben a sus pacientes delicados una dieta vegetariana o, al menos, solo de carne de aves, temporalmente.

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Sustitutos de la carne [6] Hay alimentos en la naturaleza que sustituyen con ventaja a la carne y que no contienen substancias nocivas. Estos alimentos son: El aguacate que proporciona abundante grasa y proteínas; la nuez y el fruto del nogal (el tocte), abundantes en proteínas; el chocho (Tarwi o Lupinus), la berenjena y, en general, todas las frutas y frutos verdes que nos ofrecen en su prístina pureza los elementes necesarios para mantener la vitalidad del organismo. Los occidentales que no están familiarizados ni con la mentalidad ni con las enseñanzas de los Grandes Maestros de Oriente no aceptan sino aquello que pueden ver con sus ojos o percibir con los demás sentidos, o someterlo a las pruebas de sus laboratorios. Su cultura eminentemente materialista y positivista no les permite ahondar un poco sobre los problemas que tienen relación con la vida trascendente. Los orientales afirman, y con verdad, que todos los seres de la tierra, incluyendo desde luego al hombre y a los animales, además de su forma física, tienen su forma o cuerpo astral. Esta forma o cuerpo astral vibra como la luz en una determinada frecuencia vibratoria. El cuerpo astral subsiste una vez producida la muerte física y subsisten, también, dichas vibraciones. Tales vibraciones son positivas o negativas según las personas o el género de animales. Si las personas son espirituales, son altamente positivas; en caso contrario, son negativas. Con los animales pasa cosa igual. Al ingerir, por ejemplo, carnes de animales como el cerdo también, en cierto modo, el carnívoro está asimilando las vibraciones altamente negativas que tiene dicho animal. Las frutas y los vegetales, en cambio, solo tienen vibraciones positivas.

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Alimentos tamásicos, rajásicos y sáttvicos [7] Los orientales clasifican a los alimentos en tres categorías de acuerdo con los resultados mentales y espirituales que producen. Alimentos tamásicos son los vedados a quienes desean seguir por el sendero de las realizaciones de una vida superior: carne de cerdo, de res, licores, tabaco, alimentos rancios, pasados, no limpios, vueltos a calentar. Estas cosas nos ligan directamente a la ignorancia y nos ocultan la conciencia en la cual se realiza un descenso. Alimentos rajásicos son los que nos ligan a la actividad exterior, nos hacen ostentosos y disipados; nos vuelven frívolos y vanidosos, atizan el orgullo. Estos son: las carnes de otros animales, las cosas agrias y las excitantes, la sal excesiva, las provisiones condimentadas y refinadas. Alimentos sáttvicos son los que facilitan las funciones del cuerpo, desembarazan la mente y liberan al espíritu. Son todas las frutas, todas las verduras, la miel de abeja y el limón. Sin un régimen alimenticio adecuado, será difícil conseguir el desarrollo espiritual esperado. PASO 2: Postura del cuerpo [8] La costumbre tradicional en occidente cuando oramos es la de arrodillarse. Los orientales, en cambio, meditan en la postura de loto. He aquí algunas reglas prácticas: 1.° Adopte la postura del cuerpo que más convenga. Por lo general, para los occidentales lo mejor es sentarse. 2.° Elija una silla sin respaldo, mejor un taburete.

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3.° Mantenga la columna vertebral completamente recta y sin apoyo. 4.° Cierre los ojos y mire siempre al entrecejo, Centro Crístico. Chakra ajna o frontal [9] Según la Filosofía oriental, al chakra ajna se llama el tercer ojo o Centro Crístico, su luz se proyecta en el entrecejo. Corresponde a la glándula pituitaria situada en la base del cerebro. El color predominante es el púrpura, muy suave y muy brillante. Es el que se ve más fácilmente y con mayor prontitud que los demás. En la meditación, se recomienda fijar la mirada interna en el entrecejo. Es precisamente para ver este chakra. Una vez que adopte la postura de meditación que más le convenga: 1.° Permanezca sin moverse todo el tiempo que dure la meditación. 2.° Manténgase relajado siempre. Toda tensión distrae la mente y dificulta la meditación. El libro segundo de los «Aforismos de Yoga» de Patanjali insiste en la necesidad de mantener una posición estable e inmóvil del cuerpo físico mientras se medita para que igualmente el cuerpo astral o emocional esté bajo un dominio completo. La estabilidad y la comodidad se han de alcanzar por un ligero esfuerzo persistente y por la concentración de la mente en el infinito. No pocos estudiantes me han preguntado si pueden meditar acostados. Les he contestado que es bastante difícil obtener buenos resultados de la meditación en esta postura. Todos los estudiantes de Yoga saben que, a lo largo de la columna vertebral, están localizados los chakras y los nadis.

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Los nadis según los orientales sobrepasan de treinta mil, siendo tres las corrientes principales. Es obvio que, si no se dejan libres o si se ejerce presión en las vértebras, esto causa molestias y distrae. Pero entre meditar acostado boca arriba y no meditar es mejor hacer algo por lo menos. PASO 3: Oración inicial e inspiraciones [10] El padre César Dávila explica la importancia de la oración inicial o invocación. En este plano terrestre, tenemos muchos gurús, instructores o guías y por su intermedio vamos a Dios. Precisamente en el orden divino, está eso de llevar a los hombres hacia Dios a través de intercesores. En AEA, realizamos esta invocación: Oración inicial Padre Celestial, Madre Divina, Jesucristo, amigo y amado Dios, santos y sabios de todas las religiones, os reverenciamos a todos. Padre Bendito, permite que vuestro amor brille para siempre en el santuario de nuestra devoción y que podamos despertar este amor en todos los corazones. Amén.

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Oración al Espíritu Santo Ven Espíritu Divino, ven Espíritu de amor, manda tu luz desde el cielo e ilumina nuestro Santuario Interior. Ven ¡Oh dulce huésped del alma! Y dadnos tu gozo eterno. Amén. Oraciones que nos inspiran: Madre, me entrego a tu misericordia Ramakrishna Que el loto de tus pies me aparte siempre de todo cuanto aleja de ti a tus hijos. Yo no busco, buena Madre, los placeres de los sentidos, no busco fama, ni tampoco deseo aquello que le permite a uno hacer milagros. Lo que te imploro ¡Oh, buena Madre! es puro amor por ti, amor no manchado por los deseos, amor sin mezcla, amor que no busque las cosas de este mundo, amor por ti que brote espontáneamente de las profundidades del alma inmortal.

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Concédeme, también, ¡Oh, Madre! que tu hijo no te olvide y se deje seducir por los hechizos de tus fascinadores poderes («maya») o enredar en las seductoras mallas de ilusión que tú has tejido. ¡Oh, concédeme que nunca caiga bajo su hechizo y llegue a amarlas! ¡Oh, buena Madre! ¿No ves que tu hijo a nadie tiene en el mundo sino a ti? ¡Yo no sé cómo cantar tu nombre con profunda devoción! Carezco del conocimiento que conduce a ti —carezco del genuino amor— («bhakti») por ti. ¡Que tu misericordia me conceda ese amor! Quiero cantarte un himno por toda la creación ¡Oh, Padre Celestial! No me dirijo a Ti en mi propio nombre porque nada tengo propiamente mío. Todo lo que tengo es tuyo, de Ti lo he recibido, si algo es mío, es solamente mi negatividad. Me dirijo a ti como pequeña parte de ese todo inmenso, de ese todo que no es tu misma esencia, aunque viene de Ti, vive en Ti y se mueve en Ti. Me dirijo a Ti en nombre de esas miríadas de constelaciones celestes, de esos innumerables soles

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que brillan en la inmensidad de los espacios, de esas inmensas galaxias que parpadean como ojos vigilantes en el inconmensurable rostro del físico Universo. Quiero cantarte un canto, por todos, absolutamente por todos los seres y por todas las cosas de este plano físico; por esas piedras que no ven, ni oyen, pero sienten con su corazón de piedra las palpitaciones de tu Bendita Presencia... Por esas flores con que vistes los campos... Por esos pájaros que aletean en sus nidos cuando asoman a los dinteles de su pequeño mundo... Por esos insectos insignificantes... Por esa arena, por ese viento, por esa nieve..., en fin, por todos los seres que habitan esta tierra. Quiero bendecirte con todos los habitantes del mundo astral, con todas las mentes del plano mental, con todos los espíritus del plano espiritual, con todas las voluntades que vibran en el concierto universal. Quiero contemplarte por todos los ojos, oírte por todos los oídos, hablarte por todas las lenguas… Musitar tu Bendito Nombre por todos los labios, sentirte en todas las sensaciones y en todas las vibraciones, vivir tu vida en todas las vidas...

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Pero ¿Qué oración puede ser digna de Ti? ¿Qué plegaria puede alabarte como Tú lo mereces? ¿Qué canto puedo ofrecerte propio de Ti? Te ofrezco la oración con que te adoraron los grandes Maestros de todas las religiones. Te ofrezco la única alabanza digna que te ofrendó tu propio Hijo Jesucristo. Permite que te vea con sus ojos, que te escuche con sus oídos, que te alabe con su alabanza, que hable con su palabra, que bendiga con su bendición, que te ame con su amor, que te busque con su afán, que te piense con sus pensamientos, que goce de Ti con su gozo, que me entregue a Ti con su entrega, que viva en Ti con su vivencia, que te adore con su adoración, que muera con su muerte, que resucite con su resurrección y que reine contigo en su Reino. Amén. Respiración, parte esotérica [11] En la respiración, la ciencia de Occidente no ve otra cosa que una manera de oxigenar la sangre; el oxígeno vivifica todo el organismo a través del plasma y de los elementos que contiene la sangre: glóbulos rojos y glóbulos blancos. La ciencia de Occidente no va más allá en el estudio de la respiración mientras que la Filosofía oriental no se queda allí, va más lejos al señalar que todo el sistema

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respiratorio toma prana, que se halla en el aire en su estado más liberado. Prana es la energía de vida o fuerza vital, es la Energía Universal, energía que se encuentra en todos, absolutamente en todos los elementos de la naturaleza, inclusive en los planos superiores al plano físico. El prana está, también, en el plano astral, en el plano causal, en el plano mental, hasta en el plano anímico. Esta energía es una Energía Cósmica, una energía creada por Dios, una energía que no desaparece. En el momento de la creación, cuando se originan todas las cosas, se produce primero esta energía que los orientales llaman prana. El prana es como la sangre que circula por todo el cuerpo del universo visible, así como por nuestro cuerpo circula la sangre a través de los capilares, a través de los hilitos más insignificantes y va a los últimos confines —digamos— del cuerpo, así también, el prana circula absolutamente en toda la naturaleza. Práctica: La respiración dirigida [12] Dicen los orientales: Se puede almacenar prana de la misma manera que los acumuladores almacenan electricidad. El prana es el principio de las curaciones llamadas magnéticas. Evidentemente, se puede acumular prana y se puede vitalizar cualquier órgano del cuerpo con la acumulación de prana mediante la respiración. 1.° Mentalice el órgano al cual se quiere vitalizarlo, al cual se dirige la energía. Cabe insistir, primero, hay que mentalizarlo bien. 2.° Realice la respiración alterna, la respiración rítmica, cualesquiera de ellas, pero con esta condición: que, en el momento de la respiración, mentalice el órgano al cual se quiere mandar prana y vitalizarlo a manera de un pulmón.

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Imagínense que cuando hacen esa respiración no están respirando por los pulmones, sino que están respirando con ese órgano al cual están vitalizando. Entonces, allí, en ese momento, habrá una acumulación enorme de prana. En ese sitio y por ahí, vendrá su regeneración. Práctica: Para abrir las puertas a Dios [13] Con motivo del ejemplo que encontramos en «La Virgen María», Ella anuncia que si encontraría un rayito de luz, podría penetrar. Cuando ve un poquito abierta la puerta de nuestra alma, ese Dios se comunica con nosotros. Y si le abrimos un poquito las ventanas de nuestra alma para que penetre esa Luz, esa Luz que es tan potente, esa Luz que es vibración poderosa, claridad enceguecedora ilumina, de pronto, todo ese cuarto de nuestro espíritu, todo ese aposento de nuestra alma. Vemos las cosas de otro modo y con claridad porque hemos abierto las puertas y las ventanas de nuestro espíritu para que penetre la Luz de Dios. Pido, encomiendo, aconsejo y ruego que practiquen la técnica de abrir esas ventanas del alma a esa Luz que viene de Él. Práctica: Respiración purificadora [14] Ramacharaka, en el libro «La Ciencia hindú yogui de la respiración», señala como una de las primeras técnicas: La respiración purificadora. Consiste en respirar por las fosas nasales de tal manera que la inspiración y la espiración tengan un ritmo igual. La retención del aire debe ser la mitad del tiempo utilizado para la inhalación y la exhalación. Luego, la expulsión se aconseja hacerla por los labios, soplando. Previo a la respiración alterna, se recomienda efectuar algunas veces la respiración con esta práctica.

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En su libro «Respirar es vivir», Ramacharaka, nos dice: La respiración es la función más importante del cuerpo porque de ella dependen las demás. Entre otras, hace importantes afirmaciones: El dominio inteligente de la facultad de respirar prolonga nuestros días sobre la tierra, dándonos mayor resistencia, mientras que la respiración descuidada tiende a acortar nuestros días, amengua nuestra vitalidad y nos coloca en condiciones favorables de ser presa de muchas dolencias y graves enfermedades. Además del beneficio físico de la respiración, anota que es posible acrecentar la energía mental del hombre, su felicidad, el dominio de sí mismo y la claridad de visión. PASO 4: Respiración alterna [15] Se debe efectuar obligatoriamente este paso dentro del proceso de la meditación. Según la recomendación de Ramacharaka, en su libro «Ciencia hindú yogui de la respiración», se practica del siguiente modo: 1.° Siéntese cómodamente, con la columna totalmente recta. 2.° Cierre la fosa nasal derecha con el pulgar de la mano derecha, mientras los dedos índice y medio descansan tranquilamente sobre el entrecejo. 3.° Inhale profundamente por la fosa nasal izquierda todo el aire que pueda, ensanchando el pecho, levantando los hombros y subiendo el diafragma como en la respiración completa. 4.° Retenga el aire sin forzar, mientras tanto, cambie de mano; use la izquierda para realizar la misma operación que hizo con la derecha. 5.° Cierre la fosa nasal izquierda y exhale por la fosa nasal derecha.

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6.° Inhale por la fosa nasal derecha y retenga el aliento. Repita el ejercicio unas seis veces al principio. No se preocupe por el tiempo de inhalación, retención o exhalación. Siga la naturaleza, sin forzar. Hágalo todo naturalmente. La práctica diaria de esta respiración no solamente le hará ensanchar el pecho, fortalecer los pulmones y los demás órganos de la respiración, sino que desarrollará poderes dormidos: agudizará su memoria, adquirirá facilidad para experiencias de telepatía, transmisión de pensamiento, curación mental y, sobre todo, facilitará y mejorará su concentración. Importancia del sistema nervioso [16] En el ser humano, el sistema nervioso es un mecanismo complejo que regula la relación con el mundo exterior y consigo mismo. Transmite energía que circula por todo el cuerpo, posibilitando la coordinación tanto de los movimientos y acciones voluntarias como involuntarias a través del sistema nervioso central, periférico y autónomo. La exposición permanente al estrés altera los sistemas neurobilógicos: sistema nervioso autónomo y el sistema inmunológico. Con la práctica del yoga, se logra el equilibrio de su funcionamiento. Entre sus beneficios están: calmar la actividad y optimizar la función cerebral; modificar los niveles de los neurotransmisores, aliviar el dolor, aumentar el control sobre las funciones del cuerpo y mejorar la salud física y mental. Cuando practique la respiración, especialmente la alterna, mentalice antes la columna vertebral, piense en ella por algunos minutos (dos o tres). Luego, empiece el ejercicio inhalando y mentalice la energía que sube a lo largo de la columna vertebral desde el coxis hasta el cerebro y desde allí, al Centro Crístico localizado en el entrecejo. Cuando exhale, mentalice la energía que

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regresa desde el Centro Crístico a través del conducto por el cual vino hasta el coxis. Hatha Yoga: La visualización de las corrientes de energía [17] Recordemos la etimología de esta palabra Hatha Yoga: Ha: Representa el flujo solar de la corriente Pingala. Tha: Representa el flujo lunar en Ida. El objeto de la Hatha Yoga es establecer la armonía entre estas dos clases de energía: solar, energía positiva y lunar, energía negativa. De manera que Hatha Yoga realiza el control de esta doble energía: positiva y negativa. Sabemos que esta energía se manifiesta especialmente en la columna vertebral a lo largo de la cual circulan tres canales: «Ida», por la izquierda; «Pingala», por la derecha, y «Sushumna», por la mitad. Ida es la corriente de la izquierda, tiene signo negativo y recorre de arriba hacia abajo a lo largo de la columna vertebral. Se la denomina corriente lunar. Pingala es la corriente de signo positivo, circula por el lado derecho y de arriba hacia abajo en la columna vertebral. Se la conoce como energía solar. Sushumna es la corriente central que circula entre Ida y Pingala, de abajo hacia arriba y en ella se localizan los siete chakras o siete centros de energía. Cuando se hace la respiración alterna, hay que mentalizar estas tres corrientes para que, también, podamos activar la energía que circula a través de esas corrientes. En la respiración y por la respiración,

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nosotros controlamos y, también, activamos estas corrientes. Sin la práctica de estos medios que la Yoga enseña, no podrá conseguirse ninguno de los resultados que se esperan. PASO 5: Relajación [18] Para la práctica de este ejercicio: 1.° Divida su cuerpo en veinte partes y comience por: 1.° Empeine del pie izquierdo 2.° Empeine del pie derecho 3.° Pantorrilla izquierda 4.° Pantorrilla derecha 5.° Muslo izquierdo 6.° Muslo derecho 7.° Glúteo izquierdo 8.° Glúteo derecho 9.° Mano y antebrazo izquierdos 10.° Mano y antebrazo derechos 11.° Brazo izquierdo 12.° Brazo derecho 13.° Pecho izquierdo 14.° Pecho derecho 15.° Espalda izquierda 16.° Espalda derecha 17.° Cuello izquierdo 18.° Cuello derecho 19.° Garganta 20.° Nuca

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2.° Comience el ejercicio tensando y relajando cada parte del cuerpo en el orden descrito. Tense y relaje sucesivamente las veinte partes. Tensar es mandar con la voluntad energía a aquella parte determinada. Esta técnica tiene muchas ventajas: 1.° Aquieta, disminuye y anula las tensiones físicas a las que está sometido en las distintas horas del día. 2.° Descubre una fuente de poder y de energía oculta para usted: su voluntad, pues su voluntad es la que en definitiva ordena a la parte física. 3.° Realiza un ejercicio básico de concentración mental al enviar y retirar energía de cada una de las veinte partes del cuerpo sin que lo note. Desde el comienzo, conscientemente aprende a dominar el cuerpo. Más tarde, este le obedecerá dócilmente y ya no será un esclavo del cuerpo ni de sus instintos. Su espíritu, su «yo» será el que guíe y dirija su cuerpo físico. No a la inversa. Aquí radica la gran diferencia entre el que practica una disciplina y el que no. Cuando se sienta adolorido y molesto por una dolencia física, mande energía a voluntad a esa parte adolorida y luego retírela. En otras palabras, tense y relaje aquel miembro adolorido. Usted sentirá de inmediato alivio si concentra su atención en este ejercicio. Este es el fundamento de la enseñanza oriental de la curación por la voluntad. Lo importante es sentir que llega la energía a esa parte del cuerpo adolorido y sentir que se la retira. Practique hasta cinco veces este ejercicio. Y al final, deje en ese lugar la energía que controló con su voluntad.

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Práctica dirigida: Relajación del cuerpo físico y de los cinco sentidos [19] El padre Dávila nos invita a seguirle atentamente en esta práctica dirigida: 1.° Respire conmigo profunda y pausadamente 1, 2, 3, 4, 5, 6, por 6 veces. 2.° Cierre los ojos, concentre la mirada interna en el entrecejo sin inquietarse, sin tratar de forzar su naturaleza. Con toda naturalidad, sigan las indicaciones que doy para que el cuerpo se predisponga a la meditación. La meditación, hermanos, es la que nos abrirá las puertas del Infinito, la que irá, poco a poco, descorriendo esos velos de las ilusiones que nos tienen atados a este plano terrestre. La relajación prepara al cuerpo para que podamos meditar. Acompáñenme. 3.° Concentre y relaje la frente, concentre su atención y relaje los párpados. Concentre su atención y relaje la boca. Ahora, la garganta, la nuca, el cuello derecho, el cuello izquierdo, los hombros, la espalda derecha, la espalda izquierda, el pecho derecho, el pecho izquierdo, el antebrazo derecho, el antebrazo izquierdo, el brazo derecho, el brazo izquierdo, la mano y los dedos de la mano derecha, la mano y los dedos de la mano izquierda, el muslo de la pierna derecha, el muslo de la pierna izquierda, la pierna derecha, la pierna izquierda, el pie y los dedos del pie derecho, el pie y los dedos del pie izquierdo. 4.° Sienta, ahora, cómo el cuerpo está relajado, ya está en condiciones para seguir adelante en el sendero de la meditación.

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Tienes cinco puertas que van hacia el mundo físico [20] Cuando se abren esas puertas, todo ese mundo de sensación que nos rodea entra dentro de nosotros mismos y se apodera de nosotros. Cuando se cierran esas puertas, quedarán todavía vibrando en la imaginación las sensaciones que atravesaron esas puertas de los sentidos. Cuando se medita, es necesario cerrar esas puertas que desconectan los sentidos de este mundo que nos rodea. Vamos juntos a ir cerrando esas puertas. 1.° Mentalice los ojos, relájelos. Los ojos tienen conexión a través de los nervios con el cerebro. Relaje los ojos, relaje lentamente esos nervios que conectan la vista con el cerebro. 2.° Mentalice y relaje los oídos; relaje esos nervios que van hacia el cerebro y conectan el oído. 3.° Mentalice el olfato, relaje y desconecte los nervios que van al cerebro, desconéctelos. 4.° Sienta, ahora, que están desconectados: la vista, el oído, el olfato, el gusto, el tacto. Esas sensaciones que vienen desde afuera ya no llegan a perturbar; como chispazos, intentarán causar molestia, pero no se preocupen. Sigan adelante. PASO 6: Kriya Yoga [21] ¿En qué consiste? Kriya Yoga significa unión con el Infinito por medio de una determinada acción, rito, método o práctica espiritual. Esta técnica es de carácter psicofísico, es decir, influye, al mismo tiempo, en el cuerpo y en la mente. El Kriya Yoga, desde el punto de vista estrictamente científico, permite al kriyabán —el que la practica— que su sangre se libere de una gran parte del

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anhídrido carbónico que contiene y le provee, al mismo tiempo, de una cantidad «extra» de oxígeno que se transforma en «energía vital». El «Bhagavad Guita», uno de los más importantes libros sagrados de Oriente, conocido como la Biblia oriental, se refiere al «control del aliento» a través de la «concientización» de la respiración. Habla explícitamente del control del prana y del apana (el prana en su estado pasivo). Este control del aliento que señala el Bhagavad Guita es lo que produce espontáneamente el Kriya Yoga. Patanjali, el más grande exponente del yoga de todos los tiempos, en su libro «Los yogas sutras» se refiere indirectamente a esta técnica. Se afirma que Jesús, el Cristo, San Pablo y otros conocían, también, esta técnica. Cuando San Pablo dice: «Yo muero diariamente», eso de morir —dicen— era su capacidad de poder parar totalmente todas sus funciones vitales mediante la práctica de Kriya Yoga. En otras palabras, por medio de esta técnica o de otra similar, Pablo desconectaba su cuerpo, su parte física, luego, entraba en un gozo estático, conocido por los orientales como «Samadhi». Esto lo describe así el Apóstol: Conozco a un hombre, un cristiano, que hace catorce años —en cuerpo o en espíritu, no lo sé, Dios lo sabe— fue arrebatado hasta el tercer cielo. Y sé que este hombre —en cuerpo o en espíritu, no lo sé, Dios lo sabe— fue arrebatado al paraíso y oyó palabras inefables, que el hombre no puede expresar. (2Co 12:2-4)

¿Qué beneficios aporta la práctica de la técnica de Kriya Yoga? [22] Es un poderoso incentivo para lograr el equilibrio y la paz. Ayuda a prolongar la vida, facilita el mayor rendimiento de la mente y del espíritu; conlleva a una mayor profundización en la meditación

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favoreciendo enormemente la realización espiritual. Ayuda a expandir poderosamente la conciencia, despeja y da brillantez a la mente, liberándola de la obscuridad proveniente de la influencia que tienen sobre ella los objetos de los sentidos. Ayuda a vencer y a dar el verdadero valor al «postrer enemigo» —yo prefiero llamarla «mi hermana, la muerte»—, libera al «ego» de su prisión. Nos hace sentir la independencia del cuerpo al que lo consideramos «nuestro hermano», nuestro templo, pero no es nuestro «yo». Por medio de la técnica de «Kriya Yoga», se descubre al verdadero ser que nos lleva a la iluminación. Kriya Yoga es el «rito de fuego» propio de las grandes ceremonias religiosas, donde se queman todas las cosas negativas que hay en nosotros, producto de nuestro karma. Kriya Yoga es el paso definitivo hacia el éxito en la meditación. Hay quienes (y no son pocos) que cuando comienzan a meditar, sienten extrema dificultad en concentrar su mente y se sienten víctimas de un sinnúmero de distracciones. No pueden meditar y, por más esfuerzos que hagan, no consiguen lo que quieren a través de la meditación. La causa está en que no practican la técnica Kriya Yoga con la debida frecuencia y atención. Fases en la práctica de Kriya Yoga [23] 1.° Visualice y concentre su atención en la columna vertebral y recórrala desde el chakra básico (en la base de la columna), el muladhara, hasta el chakra coronario, sahasrara, localizado en la cabeza. 2.° Inhale y exhale con lentitud y en similar duración. Cuando inhale mentalice que la «energía vital» asciende por un conducto desde el coxis por la espina dorsal hasta el bulbo raquídeo, atraviesa el cerebro hasta llegar al entrecejo (Conciencia Crística).

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3.° Haga una breve pausa y exhale lentamente. Mentalice y sienta la «energía vital» que desciende desde el centro Crístico, atraviesa el cerebro hasta el bulbo raquídeo y desciende por la espina dorsal hasta el coxis. 4.° Manténgase relajado sin tensiones ni interrupciones. 5.° Disfrute de la sensación de paz que le proporciona esta práctica. Todas estas recomendaciones son para los que no han sido iniciados en la técnica Kriya Yoga. Su ejercicio es imprescindible si se quiere progresar en la meditación. Los orientales llaman a la columna vertebral el altar de dios, el árbol de la ciencia del bien y del mal, el árbol de la vida. Esto nos da la idea de la importancia que tiene la columna vertebral y, en general, todo el sistema nervioso formado por el cerebro y la espina dorsal. El cerebro con todos sus centros nerviosos sobre todo el bulbo raquídeo, de donde nace la médula espinal que se aloja en la columna vertebral, se asemeja a un árbol invertido cuyas raíces son los cabellos de la cabeza; su tallo, la columna vertebral; sus ramas, todo el sistema nervioso regado por todo el cuerpo. Los plexos, conglomerados de neuronas, representan las flores donde se manifiesta más finamente la «sabia» de ese árbol de la vida. Estos plexos, como se ha dicho en el cuerpo astral, corresponden a los distintos chakras. He aquí la importancia que tiene la concentración en la columna vertebral en la práctica de Kriya Yoga. Quienes han sido iniciados en la técnica y pasan por alto estas recomendaciones, sencillamente nunca podrán obtener los resultados deseados. Para los que ya conocen la técnica de Kriya Yoga, les sugiero: 1.° Hacer respiraciones profundas en un número de seis por lo menos.

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2.° Realizar la respiración alterna y empezar con la práctica de Kriya Yoga, teniendo en cuenta las recomendaciones generales impartidas para quienes aún no conocen la técnica. 3.° Tomar conciencia de las sensaciones que produce el «prana» que circula a lo largo de la columna vertebral, cuando baja y cuando sube. Una advertencia: La meditación solo se realiza cuando nuestra mente está concentrada en Dios, utilizando uno de sus divinos nombres o el sonido sagrado por excelencia, el Om, o cualquier otro mantram. No hay meditación propiamente dicha cuando nos concentramos en objetos. En tales casos, se trata simplemente de concentración. La técnica de Kriya Yoga es una herramienta de gran ayuda para meditar. Es un proceso respiratorio mediante el cual se hace circular la «energía vital» en el Kundalini a lo largo de la columna vertebral. Activa o despierta los distintos chakras localizados a lo largo de la espina dorsal, chakras que corresponden cada uno de ellos a los diversos plexos del cuerpo físico. Nosotros creemos que ninguna técnica, por más avanzada que sea, reemplaza a la meditación que es el medio de los medios para alcanzar la realización espiritual. En esto están absolutamente de acuerdo todos los grandes maestros no solo orientales, sino, también, de la mística cristiana. Kriya Yoga es un medio eficacísimo que nos prepara para la meditación. PASO 7: Técnica del Hong Soo [24] Hong-Soo, palabras provenientes del sánscrito, que significan: «Somos uno», expresión que se dirige a Dios al meditar cuando tratamos de identificarnos con Él. Dichos términos corresponden al método de meditación de Self-Realization Fellowship fundado por el santo yogui de nuestro tiempo, Paramahansa Yogananda.

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Algunas escuelas tibetanas emplean otros, entre ellos: Jun-Saa, en vez, de Hong-Soo. Para el ejercicio de la técnica Hong Soo, siga las siguientes recomendaciones: 1.° Observe su respiración, haga conciencia de cómo entra y sale el aire por sus fosas nasales y cómo este circula por el aparato respiratorio. 2.° Realice respiraciones profundas por tres veces y sienta cómo se ensancha el pecho y cómo sube el diafragma. 3.° Mentalice y tome conciencia de estas dos funciones de la respiración: la inspiración (absorción del aire) y la espiración (expulsión del aire). 4.° Pronuncie mentalmente la palabra Hong cuando inspire. En español, la H suena como J, será, entonces, Jong. Cuando espire, pronuncie mentalmente la palabra Soo. 5.° Sincronice la inspiración y la espiración con estas dos palabras claves. 6.° Repita cada vez Jong-Soo, cuando inspire y espire. 7.° Hágalo por espacio de unos diez minutos o un cuarto de hora. A medida que repita estas dos palabras, se sentirá cada vez más tranquilo y con ánimo de continuar esta técnica. Una vez que ha concluido con este proceso, podrá dar el siguiente paso en la meditación.

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El nombre de Jesús [25] Los occidentales, que no están familiarizados con las técnicas ni con los términos sánscritos orientales, pueden repetir el Santo Nombre de Je-sús o simplemente el vocativo latino Ye-Su al sincronizar la inspiración y la espiración. El iniciado Pablo dice: Ante el nombre de Jesús: «doble la rodilla todo cuanto hay en los cielos, en la tierra y en las regiones subterráneas» (Flp 2:10). Y, según se expresó Pedro ante el Sanedrín: «Ningún otro nombre nos ha sido dado bajo el cielo, entre los hombres, por el cual podamos ser salvos» (Hch 4:12). El nombre de Jesús, en hebreo, equivale al poder divino que se manifiesta Dios actuando por su Verbo, la Afirmación divina, el Poder unitivo, la Donación, la Glorificación, el Enviado que parte, el Obligado a volver. La combinación de las letras Y-S-H-0 (Yesú, Jesús) significa en hebreo: El Dios-Hombre, el Dios-Salvador, el Dios de la humanidad, Jesús. En védico y sánscrito, significa: El Alma universal que se dona en el sacrificio; en egipcio y en etíope: El Hombre Dios. Estas acepciones revelan claramente que este Santísimo Nombre tiene un poder formidable. Quien lo repite en la meditación, se sintoniza con una vibración de infinito poder. Esta es la razón por la cual los santos repetían muchísimas veces este Santo Nombre. Si se adopta la repetición de este Nombre en la meditación, al momento de inspirar repita la sílaba Ye y al espirar, la otra sílaba que completa el nombre: Su, así sucesivamente, en cada inspiración y espiración. El hombre, hijo de la Luz: Importancia de la columna vertebral [26] Nuestro Bendito Dios cuando se encontraba en la augusta soledad de su Infinito Silencio, cuando todavía no había empezado a dibujarse las primeras huellas de la energía de la Creación en el camino del tiempo, cuando todo era silencio en la mente de ese Dios Bendito,

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bullía un poder, bullía una condensación de esa energía, bullía una imagen tocada de incomparable hermosura y esa imagen era el hombre. El hombre, hermanos queridos, es la síntesis del Universo visible e invisible. El hombre es la expresión del soplo divino, es decir, su espíritu y la materialización sublime de todos los mundos del plano físico que gravita en la inmensidad de los espacios. El hombre es la síntesis de todo el Universo. Por eso escuchen, hermanos, el Padre prepara, también, esa especie de crisálida, el cuerpo humano, para que habite su propio Hijo Jesucristo. En ti, en mí, en todos los hombres, la síntesis está realizada. Pero, has pensado ¿cómo el espíritu que está a una distancia inconmensurable de la materia, cómo este aliento divino que es nuestro espíritu puede manifestarse a través de la materia? Hay entre materia y espíritu un abismo, un abismo que solo Dios, con su omnipotencia, ha podido salvarlo para que el Espíritu Hermano pudiera encontrar un vehículo para manifestarse. El cuerpo humano es una obra realmente prodigiosa. La ciencia de hoy, la electrónica, la biología, la psicología y todas las ciencias que estudian al hombre están muy, pero muy distantes de descifrar esta obra divina que es, al mismo tiempo, un enigma indescifrable, todavía. Hay en nuestro cuerpo, hermanos, muchos elementos que se convierten en vehículos del espíritu. Si bien todos los órganos desempeñan un papel importante, la columna vertebral cumple con una función esencial. La columna, el cerebro, la masa encefálica con sus complicadísimas neuronas constituyen el vehículo que más se aproxima a la acción del espíritu. Práctica dirigida: Mentalización en la columna vertebral, Hong Soo, Mi Dios [27] El padre Dávila nos invita a seguirlo en esta práctica.

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1.° Mentalice la columna vertebral desde la base, subiendo desde abajo y atravesando los distintos ganglios. 2.° Mentalice la columna a la altura del coxis, luego, a la altura del bazo. A continuación, a la altura del ombligo, luego, a la altura del corazón. Después, a la altura de la garganta. Más adelante, a la de la frente y, por último, en la masa encefálica, a la altura de la base de la cabeza. A lo largo de los centros mencionados, circula esta corriente de vida que reparte la energía por todo el cuerpo. 3.° Mentalice una luz ascendente que sube con lentitud desde el coxis a lo largo de la columna vertebral hasta tocar todos los centros mencionados. Mentalice el coxis, el centro siguiente a la altura del bazo, del ombligo, del corazón, de la garganta, de la frente y de la base del cráneo. Mentalice la médula oblongada y la terminación de la columna; en el cerebro, la glándula pineal, la hipófisis. 4.° Respire profunda y pausadamente. Cuando inspire, mentalice que esta energía sube lentamente desde el coxis y asciende a lo largo de la columna vertebral hasta la cabeza y el Centro Crístico. Cuando espire, esta misma energía baja desde el Centro Crístico, en la frente, hasta el coxis. Esto, mientras cuenta: 1, 2, 3, 4, 5, 6 por 6 veces. 5.° Concentre la mirada interna en el entrecejo. Mentalice la respiración, al inspirar diga la palabra Hong, al espirar, la otra: Soo. 6.° Repita estas dos palabras: Hong Soo, Hong Soo, Hong Soo, Hong Soo, Hong Soo, Hong Soo. Sígalas repitiendo durante algunos minutos. Olvídese luego de la respiración y repita solamente estas dos palabras: mi Dios, mi Dios, mi Dios, mi Dios. Repita estas dos palabras, durante el tiempo que quiera hacerlo.

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¡Esto es meditar, hermanos! No se necesita más. Esta técnica es para despertar la conciencia de ser hijo de Dios y para tener conciencia de que somos la obra más grande que ha salido de las manos de Dios, la obra que tiene, también, que volver a Dios. El camino para cumplir este objetivo es el de la meditación. En nuestras manos, está seguir por el camino hacia la Luz o apartarnos hacia las tinieblas, en donde se encuentra la perdición. Pero no, sigan adelante, son hijos de Dios, son hijos de la Luz y van hacia Dios, y van en el camino de la Luz. Práctica dirigida: El despertar de los chakras, mantram Tat, Sat, Om [28] Tat significa Dios Padre; Sat, Dios Hijo y Om, Dios Espíritu Santo. El padre Dávila nos invita a seguirlo en esta práctica. 1.° Respire profundamente. 2.° Cierre los ojos. 3.° Concentre su mirada interna en el entrecejo y no la aparte de allí. 4.° Mentalice la columna vertebral desde el coxis hasta la cabeza; a lo largo de la columna vertebral, se sitúan los 7 centros de energía que están rotando como haces de luz de diferente color. Comience desde abajo: El primer centro, el chakra muladhara, se ubica en el coxis; también, se lo denomina chakra básico o raíz. El siguiente chakra swadistana o del bazo se halla a la altura de los riñones. Luego, el chakra manipura que se encuentra a la altura del plexo solar o del ombligo. A la altura del corazón, se localiza el chakra anahata y, tras la garganta, el chakra laríngeo o chakra

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vishuda y, finalmente, a la altura de la frente está al chakra ajna o frontal. Luego, en la base de la cabeza, se halla el chakra sahasrara o coronario que los orientales lo llaman la flor de los mil pétalos porque es una mezcla de todos los colores, destacándose uno: el color morado… 5.° Respire una vez más, contando del 1 al 6: 1, 2, 3, 4, 5, 6, por 6 veces. 6.° Pronuncie mentalmente la palabra Tat en el chakra muladhara; sat, en el chakra anahata o del corazón y en el chakra sahasrara o coronario, la palabra sagrada, Om. A medida que pronuncie las palabras: Tat, Sat, Om, mentalice el chakra correspondiente. Al repetir estas palabras sucesivamente: Tat, Sat, Om; Tat Sat, Om… se despierta la conciencia. Esa conciencia que estaba centrada exclusivamente en las cosas del mundo material se centra en el mundo que se ignoraba, el mundo trascendente, el mundo divino, al que estamos llamados a poseerlo algún día. Hermanos, las palabras sagradas que se pronuncian son el puente que nos une con el mundo espiritual, con ese mundo donde está Dios que es Espíritu, que quiere adoradores en Espíritu y en Verdad. Permanezcan todo el tiempo que quieran. No se preocupen del transcurso del tiempo. Si se mantienen pronunciando estos tres nombres sagrados, les aseguro que muy pronto se convertirán en una nueva criatura. Tengan presente eso sí que, si bien hemos preparado el terreno, esa transformación no es obra nuestra es obra de Él, obra de Él, que acude al llamado del hermano. La transformación es obra de Dios. El nuevo amanecer que comienza a transformar nuestra vida, este amanecer hacia las cosas del mundo verdadero no es obra nuestra, es obra de ese Dios Bendito.

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Práctica dirigida: Relajación de los tres cuerpos [29] Después de que se ha realizado la práctica de relajación del cuerpo físico y de los sentidos, se continúa. … No solamente tenemos un cuerpo físico con esas cinco ventanas de los sentidos sino, también, otros cuerpos: el etérico, el astral, el mental, el causal, el alma y el espíritu. 1.° Inicie con la práctica de la relajación del cuerpo físico. 2.° Ingrese dentro de él para llegar al cuerpo etérico, el cuerpo de las sensaciones que, también, debe desconectarse. 3.° Penetre más adentro y se encontrará con el tercer cuerpo, el astral, el cuerpo de los deseos, el cuerpo que acumula todo lo que se desea. Desconéctese y siga adelante. 4.° Introdúzcase un poco más adentro y encontrará al cuerpo mental, donde se crean las imágenes y los pensamientos relacionados con ese cuerpo que ha dejado. Relájelo, también. 5.° Ingrese más adentro todavía y se encontrará con el cuerpo causal, el cuerpo que influye directamente en todas las acciones, en todas las actividades, en todo lo que se emprende. Déjelo, también. 6.° Vaya más allá todavía, allí encontrará lo que nosotros denominamos el alma, el alma que es el centro de unión de todos estos cuerpos que hemos dejado, no la necesitamos por el momento. 7.° Dé un paso más y comience a sentir a su Yo interno, al espíritu, eso que no está sujeto a las nociones de tiempo ni espacio. Sí, es

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cierto, el espíritu está encerrado dentro del cuerpo, pero ese espíritu no es el cuerpo, no le pertenece al cuerpo. Hermanos queridos, nosotros no somos ese cuerpo físico, ni somos esos sentidos, esa carne, esa sangre, esos huesos, esos nervios, esas células del cuerpo, no somos nada de esto. El Yo está adentro, muy adentro. Tampoco somos el cuerpo etérico, ni el cuerpo astral, ni el cuerpo mental, ni el alma, somos un espíritu. Hermanos, lo repito, somos un espíritu. Tomemos conciencia de esto: Somos un espíritu. Hermanos, ese Bendito Dios es esencialmente un Espíritu y nosotros somos espíritu como lo es Él, pero somos hermanos, espíritu de su Espíritu, vida de su Vida, amor de su Amor, felicidad de su Felicidad, sabiduría de su Sabiduría. La meditación es esto: Saber que somos espíritu como lo es Dios Espíritu. Entre el Espíritu Divino y nuestro espíritu no hay barreras, no hay espacio, no hay tiempo, no hay obstáculos. Tú y Él son Uno; tú y yo y Él somos Uno. Meditar, hermanos, es sentir, vivir, esta perfecta sintonía, esta perfecta unidad. Ya podemos decir esta oración del gran maestro Ramakrishna: «Nahan, Nahan, Tuhu, Tuhu», no yo, no yo, solo Tú, solo Tú; no yo, no yo, solo Tú, solo Tú, «Nahan, Nahan, Tuhu, Tuhu», «Nahan, Nahan, Tuhu, Tuhu», «Nahan, Nahan, Tuhu, Tuhu». Sientan, hermanos, esta sintonía del espíritu con el Espíritu de Dios. 8.° Repitamos, ahora, lentamente, muy lentamente, este mantram: «Nahan, Nahan, Tuhu, Tuhu» hasta que este mantram sea conciencia en nosotros, hasta que este mantram quede profundamente impreso

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en nuestra vida. Ya no se podrá, de aquí en adelante, hermanos queridos, sentirnos solos. Ya podremos decir, con toda verdad estas palabras: ¡Oh Dios, Tú eres mi Dios, Tú eres mi Dios, Tú eres mi Dios, Tú eres mi Dios… Meditemos, meditemos en lo que significa esto. La meditación en «Om» o «Amén», la llamada cósmica [30] Para la Filosofía oriental, Om o Amén es la llamada interna del que ama a la persona amada. Es el temblor de eternidad que palpita a través del tiempo y del espacio. Es la vibración interpenetrante en todas las cosas. Es la fuerza cósmica que mantiene en la existencia a todo cuanto existe; es la gloria de Dios manifestándose en toda la creación. Cuando en la meditación se repite ese nombre, esta repetición es la llamada, el golpear continuo al corazón de este Dios que está presente ayer como hoy, aquí, en el tiempo y en el espacio, en donde se desenvuelve el gran drama cósmico de nuestra fugaz existencia; y más allá, en los insondables abismos de la eternidad, adonde apenas podemos asomarnos nosotros, insignificantes seres, para otear esos abismos en los cuales vive Dios su propia Vida. La repetición de la Palabra Sagrada es como conectar nuestro receptor interno para sintonizarnos con la onda divina. La repetición de la Palabra Sagrada es como la transfusión de sangre a un enfermo en estado de coma. Yo, tú, todos somos estos enfermos de espíritu que luchamos en el estado de coma espiritual mientras no circule por nosotros la vida divina. La repetición de la Palabra Sagrada en la meditación es como conectar el interruptor eléctrico para que se

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prenda la Luz que está en el principio de toda luz y para que esta Divina Luz ilumine toda nuestra vida. La repetición de la Palabra Sagrada es como el radar que señala la meta segura al avión que viaja durante el día y la noche. El radar con su señal intermitente une al avión con la estación. Dios es esta estación firmemente anclada en su propia esencia. Es quien está emitiendo constantemente la divina señal para guiarnos en este plano y para que la captemos con el radar de nuestro espíritu. Aquí está la explicación de porqué la mística oriental requiere que en la meditación se repita solamente el Om. La repetición de la Palabra Sagrada tiene como finalidad sintonizarnos con Dios. En esta sintonía y solamente en esta, se encuentra el secreto de nuestro progreso en el sendero espiritual. A nosotros, a ti, a mí, nos toca realizar el esfuerzo, la búsqueda de Él. Él, en cambio, nos abre las puertas del Reino que es Él mismo. Esto lo expresa Cristo en estos términos: «Pedid y se os dará; buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá. Porque quien pide, recibe; quien busca, halla; y a quien llama se le abre» (Mt 7:7,8). Con la repetición de la misma fórmula mántrica durante la meditación, tratamos de identificarnos, esto es, de ser uno con Aquel a quien invocamos. El budista y el mahometano, también, practican la oración mántrica repitiendo esta fórmula al pasar las cuentas de su rosario: «¡Oh! Tú, joya, en la Flor de Loto». En esta fórmula, la joya es Dios. La flor de loto es la realización y equivale a decir: «Tú ¡oh Dios! en mí... Tú ¡oh Dios! en mí». «Aum» en el Bhagavad Guita [31] Según «El Bhagavad Guita», la Biblia oriental, señala que, durante la meditación, se repita en silencio la mística palabra Aum; pero antes, es preciso cerrar las puertas y ventanas del cuerpo, apartarnos

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del mundo exterior y concentrarnos internamente. Cierra herméticamente todas las puertas del cuerpo, dice, a las que los hombres llaman avenidas de los sentidos. Concentra la mente en tu interno ser. Que tu yo permanezca en tu interna morada, completamente apartado del mundo exterior, firmemente establecido, confortado por la Yoga, repite en silencio la mística palabra Aum, símbolo de mi ser como Creador, Conservador y Destructor.

El «Om», la suprema vibración cósmica, el Espíritu Santo [32] Es el Espíritu Paráclito, el Consolador que prometió Cristo enviar a sus discípulos, promesa que la cumplió el día de Pentecostés. Por esta vibración cósmica, por este Om omnipresente, por ese Espíritu Divino, por el Espíritu Santo conocieron los apóstoles, con claridad, todo cuanto Cristo les había enseñado. Por esta vibración cósmica, omnipresente, por el Espíritu Santo, Espíritu que procede del Padre, llegaron al pleno conocimiento de la Conciencia Crística y, por el conocimiento de la Conciencia Crística, a la realización de la Conciencia Cósmica o el Padre. Nuestra meta es la misma, tenemos que ir por ese mismo camino trazado por el Gran Maestro, Maestro de maestros, Filósofo de todos los filósofos, el Hijo de Dios, Persona Divina, una de las Personas de la Trinidad Beatísima. Nosotros aprendemos a pronunciar este nombre y a cantar este nombre en la meditación profunda. Vamos repitiendo continuamente este nombre mientras se enfoca nuestra atención en el Centro Crístico. Esa palabra debemos nosotros pronunciarla con todo respeto y reverencia para que produzca ese efecto de paz, de bendición, de bienaventuranza del Espíritu que procede del Padre.

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«Om», el sonido sagrado [33] Om es el sonido sagrado por el que se manifiesta el Absoluto, la Conciencia Divina que, a través de la meditación, se identifica con nuestra propia conciencia. Por esta identificación, se realiza la petición de Cristo al Padre, de ser nosotros —criaturas débiles y finitas— uno con Él. Así vivimos su propia vida, participamos de sus propios dones; en fin, tenemos conciencia de las palabras de Pablo con las que se expresa claramente esta identificación: «En Él vivimos, nos movemos y existimos» (Hch 17:28). PASO 8: Práctica dirigida del «Om» [34] Después de haber practicado Kriya Yoga y Hong Soo y teniendo conciencia sobre el sagrado significado del mantram Om, el padre Dávila da las siguientes indicaciones. 1.° Olvídese de la respiración y pronuncie conmigo la sagrada palabra: Om. Esta repetición debe hacerla con la mente, primero; luego, siga pronunciando esta santa palabra: Om, Om, Om, Om. Continúe repitiendo mentalmente la sagrada palabra y, mientras la pronuncia, sienta cómo la vibración sagrada de esta palabra inunda todo su cuerpo. La última célula, el último átomo del cuerpo físico comenzarán a vibrar con esta santa vibración. 2.° Repita esta palabra por el espacio de unos 15 o 20 minutos sin apartar, por ningún motivo, la atención del entrecejo. Después de que se haya completado el tiempo de repetición de la palabra sagrada, se puede prolongarlo de acuerdo con la disposición personal. 3.° Haga un momento de silencio, goce de este silencio.

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PASO 9: Oración para después de la meditación [35] ¡Oh Padre celestial! ¡Madre Divina! Te damos gracias por haber sentido, en medio de nosotros, la bendición de tu presencia. Por medio de tu Hijo nos has enseñado que donde dos o tres se hallen reunidos en su Nombre, allí estará Él, en medio de nosotros. Te damos gracias porque habéis cumplido tu promesa. Tú eres Paz, dadnos paz. Tú eres Amor, dadnos amor. Tú eres Gozo, dadnos gozo. Tú eres Salud, dadnos salud. Tú eres Éxito, dadnos éxito. Tú eres Comprensión, dadnos comprensión. Que esta paz, este gozo, esta bienaventuranza que hemos sentido en este momento de comunión Contigo, nos acompañen siempre. Que esta misma paz, este gozo, esta bienaventuranza se extiendan a todos nuestros hermanos, especialmente a quienes no han tenido la bendición de conocerte y el privilegio de amarte. ¡Padre Celestial! ¡Madre Divina! Sé Luz, donde hay tinieblas. Sé Amor, donde hay odio. Sé Gozo, donde hay tristeza. Sé Salud, donde hay enfermedad. Permite que volvamos a encontrarnos reunidos tus hijos, a la luz de tu mirada bendita. Amén.

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PASO 10: Cantos cósmicos [36] Son melodías que se interpretan después de la meditación. En la AEA, es habitual entonar entre otros, los siguientes: «En tu seno, ¡oh! mi Dios», «Al cantar tu nombre», «Cuando acabe mi dormir», «Quien ha venido a mi templo», «Seré por siempre tuyo», de Paramahansa Yogananda. Del padre Dávila, nuestro Guía Espiritual, se toma el canto inspirado en San Francisco de Asís: «Alabado seas mi Señor», «Si yo te amo dulce Madre» y el «Ave María», dedicados los dos últimos a la Virgen María. Medita siempre [37] Yogananda, uno de los más grandes místicos de Oriente, días antes de su retorno a la casa del Padre, se expresaba así: Reiteradamente he dicho: Si leéis durante una hora, escribid luego durante dos, reflexionad durante tres, y meditad incesantemente. En cuanto a mí, no importa cuán intensamente ocupado me tenga la Organización, siempre practico Kriya Yoga y la Meditación. Señala el Padre Dávila: En otras palabras, dicen lo mismo todos los místicos con el ejemplo de su vida de oración. Notemos que el gran místico hindú no se dirigía a religiosos, religiosas, monjes o monjas cuando así hablaba; se dirigía a hombres y mujeres que se ocupaban en el variado quehacer cotidiano. Pues a todos sin excepción, interesa el conocimiento y su relación con Dios. Por ello, nos recomienda:

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¿Quieres encontrar a Dios? Medita. ¿Quieres tener una experiencia de Dios? Medita. ¿Quieres saber lo que es Dios? Medita. ¿Quieres conocer a Cristo? Medita. ¿Quieres conocer la parte oculta de su mensaje? Medita. ¿Quieres entender las Escrituras Sagradas? Medita. ¿Quieres conocer a tus hermanos? Medita. ¿Quieres encontrar respuesta a todas tus inquietudes y problemas? Medita. ¿Quieres tener éxito en tu vida? Medita. ¿Quieres vivir la vida feliz que ambicionas? Medita. Amén La Meditación es la llave que abre las puertas de tu reino. •

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Referencias Bibliográficas Dávila, C. (1992). Lecciones de Yoga y Cristianismo. Segundo Nivel. Quito: Asociación Escuela de Auto-Realización. [1]

Paso 1: Energización, Preyoga y dieta adecuada, p. 57.

[2]

Dios, fuente de Energía Universal, p. 57.

[3]

Tensión y relajación, p. 32.

[11]

Respiración, parte esotérica, p. 47.

[12]

Práctica: La respiración dirigida, pp. 47, 48.

Práctica: Respiración purificadora (Parte técnica de la respiración), p. 50. [14]

____ (2003). Las llaves de tu Reino. (3ª ed.). Cuenca: Escuela de Auto-Realización. [4]

El cuerpo humano es lo que come, p. 43.

[5]

Régimen vegetariano, p. 46.

[6]

Sustitutos de la carne, pp. 47, 48.

[7]

Alimentos tamásicos, rajásicos y sáttvicos, p. 48.

[8]

Paso 2: Postura del cuerpo, pp. 173-175.

[9]

Chakra ajna o frontal, p. 74.

190


[15]

Paso 4: Respiración alterna, p. 54.

[16]

Importancia del sistema nervioso, pp. 55, 56.

[18]

Paso 5: Relajación, pp. 38-41.

[24]

Paso 7: Técnica del Hong Soo, p.177.

[25]

El nombre de Jesús, pp. 178, 179.

La meditación en «Om» o «Amén», la llamada cósmica, pp. 194-196. [30]

[31]

«Aum» en el Bhagavad Guita, p. 196.

____ (1979). Oración Cósmica. Quito: Asociación Escuela de Auto-Realización. [10]

Paso 3. Oración inicial e inspiraciones, pp. 165, 235-236.

[35]

Paso 9: Oración para después de la meditación, p. 201.

[36]

Paso 10. Cantos cósmicos.

Práctica: Para abrir las puertas a Dios. (Charla 820-107, Extracto, La Virgen María, p. 84). [13]

____ (2017). Lecciones de Yoga y Cristianismo. Primer Nivel. Guayaquil: Asociación Escuela de Auto-Realización. Hatha Yoga: La visualización de las corrientes de energía, pp. 109, 110. [17]

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Práctica dirigida: Relajación del cuerpo físico y de los cinco sentidos. (Voz del silencio, n.° 3). [19]

Tienes cinco puertas que van hacia el mundo físico. (Voz del silencio, Casete n.° 6). [20]

____ (1997). Lecciones de Yoga y Cristianismo. Quinto Nivel. Quito: Asociación Escuela de Auto-Realización. [21]

Paso 6: Kriya Yoga, p. 89.

[22]

¿Qué beneficios aporta la práctica del Kriya Yoga? p. 90.

[23]

Fases en la práctica de Kriya Yoga, p. 91.

El hombre, hijo de la Luz: Importancia de la columna vertebral. (Voz del silencio, Casete n.° 6, lado A). [26]

Práctica dirigida: Mentalización en la columna vertebral, Hong Soo, Mi Dios. (Voz del silencio, Casete n.° 6, lado B). [27]

Práctica dirigida: El despertar de los chakras, mantram Tat, Sat, Om. (Casete AEA, El despertar de los chakras). [28]

Práctica dirigida: Relajación de los tres cuerpos. (Casete AEA, Técnica Nahan, Nahan; Tu Hu, Tu Hu). [29]

El «Om», la suprema vibración cósmica, el Espíritu Santo. (Charla 666-37). [32]

[33]

«Om», el sonido sagrado. (Charla 546-31).

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Paso 8: Práctica dirigida del «Om». (Voz del Silencio n.° 2, Técnica del Om). [34]

____ (1986) El Dios vivencial. Quito: Asociación Escuela de Auto-Realización. [37]

Medita siempre, pp. 327, 328.

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CAPÍTULO XIII LA META SAMADHI O ÉXTASIS La experiencia de Dios [1] Con la finalidad de que comprendamos y visualicemos la meta de nuestra realización, el padre Dávila, en el capítulo final del «Dios vivencial», nos explica en qué consiste una experiencia divina. No pueden llamarse «experiencias divinas» las visiones internas de formas creadas por la imaginación, las emociones sensibles que se experimentan después de alguna oración, los sentimientos de admiración, humildad, anonadamiento producidos por esa mezcla de lo sensorial y del sentimiento religioso. Está más allá de todo esto. La unidad con Dios es el primer signo de una experiencia divina. No está limitada por las nociones de espacio y tiempo. Toda experiencia divina se realiza de mente a mente, de voluntad a voluntad, de espíritu a espíritu, de conciencia a conciencia, de persona a persona. En toda experiencia divina, se produce aquello que el Padre es respecto de su Hijo Jesucristo que lo expresó así: «Yo y el Padre, somos Uno» (Jn 10:30). En toda experiencia divina, se manifiesta el poder, la eficacia, la realidad de la Oración de Cristo por sus apóstoles y por los que habrían de creer en Él: No te pido solo por estos, te pido también por los que van a creer en Mí, mediante su mensaje: Que sean todos uno, como Tú, Padre estás conmigo y yo contigo, que también ellos estén con nosotros para que crea el mundo que Tú me enviaste. (Jn 17: 20,21)

Una experiencia divina consiste en esto: Ser Uno con ese Dios Bendito, sentirse Uno con Él, como pidió Cristo en su oración.

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La Mente Divina y la nuestra, el Querer Divino y el nuestro, la Conciencia Divina y la nuestra, el Espíritu Divino y el nuestro ya no son dos, sino uno solo. Toda experiencia divina implica un estado de unidad, de fusión con Dios. Es un estado de conciencia vivencial según el cual Dios está en mí y yo en Él. Si esto lo vivo, lo siento, es para mí una experiencia divina. En el laboratorio de mi espíritu, en lo más íntimo de mí mismo, se realiza esta secreta trascendental transmutación de Dios en mí y de mi nada en Él. Todo esto se realiza sin pérdida alguna de mi personalidad o de la Personalidad Divina. Hora de una fe vivencial [2] Pasó ya la hora —y ojalá no retorne jamás— de un cristianismo para la mente y no para la vida, de una religión que solo haga ruido; ya pasó la hora de buscar a un Dios lejano, abstracto, inaccesible, que se contenta con gozar en su propia esencia de su bienaventuranza infinita, de espaldas a sus criaturas y de un modo particular a nosotros. Pasó la hora de concebir a un Dios despreocupado y desentendido de la problemática de quienes peregrinamos por esta vida. Pasó la hora de los que solo se acuerdan de invocar a Dios en algún momento determinado de su existencia y nada más. Pasó la hora de clamar a Dios en una prueba, en un dolor, en una angustia, en una hora crucial... y nada más que en esa hora.

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Pasó la hora de la fe en un Dios maniobrable y de acomodo a nuestros compromisos, a nuestros caprichos infantiles, a nuestra utilidad... Esta es la hora de una fe vivencial en Él. Esta es la hora de vivir a Dios en toda su dimensión de Padre, Madre, Amigo, Hermano, Maestro, Confidente, Presente y Actuante en cada instante de nuestra existencia. Esta es la hora de vivir en Dios, por Dios y para Dios; de actuar por Él, con Él y en Él. Este es el Dios vivencial que necesita la humanidad, que necesito yo, tú y todos los hombres sin excepción. ¡Señor, que pronto llegue esa hora! ¡Que amanezca ya el día! ¡Que cada uno de nosotros te encuentre a Ti en lo más íntimo de nuestro ser! La experiencia divina del iniciado Pablo [3] En una de sus Cartas se expresaba de esta manera: Conozco a un hombre, un cristiano que hace catorce años —en cuerpo o en espíritu no lo sé, Dios lo sabe— fue arrebatado hasta el tercer cielo. Y sé que este hombre —en cuerpo o en espíritu no lo sé, Dios lo sabe— fue arrebatado al paraíso, y oyó palabras inefables, que el hombre no puede expresar. (2Co 12: 2-4)

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En estos términos describe en tercera persona, el Iniciado Pablo, su experiencia con Dios. El lenguaje humano es incapaz de expresarla en términos apropiados. Una experiencia divina es algo inexpresable, indescifrable, indescriptible. Dios se le manifestó a través de «palabras arcanas», cuyo significado es incapaz de transmitir a los demás. Los grandes sucesos, las emociones profundas, los toques inconfundibles de la mano de Dios, la Luz que viene de Él… no pueden expresarse en palabras, se los vive, se los siente, nada más. Minas agotadas [4] La gran mayoría de los hombres y hay que decirlo con pena —de los mismos cristianos— nunca ha tenido la bendición de una experiencia con Dios. Nunca ha llegado a redescubrir a ese Dios Bendito que cada hombre lleva dentro. Antonny de Mello s. j. se preguntaba: ¿Debemos extrañarnos de que, no habiendo llegado a entender esto las iglesias cristianas, se hayan convertido en minas agotadas? Lo que ahora se extrae de las minas son palabras y fórmulas, y con ellas, se alimenta el mercado. Pero la experiencia es escasa y los cristianos nos estamos volviendo «pueblo palabrero». Vivimos de palabras como una persona que se alimenta con la carta del menú sin probar los alimentos. (1982, p. 403)

Comunión con el Dios-Luz [5] Otro signo de una experiencia divina es la comunión con el DiosLuz. Caminar en la luz es caminar en la justicia, en la honestidad, en la bondad, en la fe, en la esperanza, en el amor. Somos hijos de la Luz, en consecuencia, también, somos Luz.

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El Dios-Luz no está lejos de nosotros, lo llevamos dentro. Su presencia no es imaginaria, irreal, una abstracción metafísica. No es un sueño que se plasma en la imaginación; irradia en lo más íntimo de nuestro ser. Su Luz nos rodea, nos invade, nos penetra. Este Dios-Luz se nos revela especialmente en la oración contemplativa, siempre está pronto a revelarse en nosotros. Se convertirá en algo absolutamente nuestro, si nosotros le abrimos el paso. No se trata de buscarlo, pues está en nosotros; hay que redescubrirlo para vivirlo. Toda experiencia divina se caracteriza por esta iluminación de lo Alto. Toda experiencia divina nos lleva a una comunión con el Dios-Luz. Comunión con el Dios-Amor [6] Dios es Amor. Este Dios-Amor nos rodea y nos penetra como el agua en los poros de una esponja. Sentir a este Dios-Amor no es como se creyera privilegio de pocos; todos, sin excepción, estamos llamados a entrar por este camino. Para esto, no necesitamos alejarnos en busca de la soledad de las montañas o de la augusta quietud de los desiertos, solo necesitamos entrar en nosotros mismos. El Dios-Amor a quien buscamos en la angustia de nuestros dolores, en la agonía de nuestras frustraciones, a quien queremos asir de la mano en las duras pruebas de la vida, es huésped de nuestra propia casa. Este Dios imprimió su rostro en cada ser humano. Se prolongó, por decirlo así, a través de cada hermano nuestro. Amar a Dios es amar al hermano; odiar al hermano es odiar a Dios. Homicida es quien odia al hermano, aún más, comete una especie de deicidio porque Dios está presente en cada ser humano. Este Dios-Amor está en sus leyes. Estas son las manos que nos extiende el Padre para que prosigamos por el camino de la vida presente, protegidos contra los peligros que nos asechan. Toda experiencia divina nos contacta con el Dios-Amor.

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Comunión con el Dios del silencio [7] El silencio es el reino del alma que no puede ser visto por los ojos. El Reino de Dios es el silencio. Si queremos encontrar a Dios, si deseamos sintonizarnos con Él, si buscamos una experiencia divina, el sagrado lugar donde se lo encuentra es el silencio. El silencio es la casa de Dios que está dentro de nuestro espíritu. En esta casa, entraremos en comunión con su sabiduría, poder, amor, paz, gozo, felicidad... Todas las cosas hablan el idioma del silencio; para comprender su idioma, es preciso cerrar las puertas de nuestros sentidos que se abren al exterior. Dios no se manifiesta en el estrépito, en la algarabía del gran mercado de los hombres, se nos revela en el silencio. Cuanto más nos hundamos en el silencio, su voz será más clara, su presencia más cercana. Mientras más se aquiete nuestro corazón, más fácilmente podremos gozar de su Bendita Presencia. El silencio de soledad, el aislamiento exterior son condiciones para que florezca nuestro silencio interior. La humanidad debe buscar, en el silencio, la prueba de la realidad de Dios, de su poder universal, omnipotente y constructivo. Toda experiencia divina se realiza a través del silencio. Aprende a vivir y a deleitarte en el silencio. San Francisco, un hombre hecho oración [8] El camino de nuestra identificación con Dios es la Oración Contemplativa. La meditación es como un gran telescopio electrónico que nos hace descubrir no ciertamente mundos jamás soñados, sino a Dios mismo. Ningún santo como Francisco de Asís llegó a identificarse con Dios a través del camino de la Meditación u Oración Contemplativa. En las fronteras de lo temporal y eterno, entre el mundo fenoménico y el verdadero, entre la vida aparente y la real, siempre a través de la contemplación, se identificó con ese Dios Bendito.

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No fue solamente un hombre de oración que vivió el mandato de Cristo de orar siempre; fue la encarnación de la oración, fue el hombre convertido en oración. Mientras iba de camino en el eremitorio, en el jardín, en la calle, en cualquier hora del día y de la noche, demostraba ser la oración encarnada. Fue el prototipo de una verdadera experiencia divina. El hermano Francisco fue la vivencia de Dios encarnada. Comunión con el Dios de Gandhi [9] Mahatma Gandhi nos dice en su libro «Mi Dios»: Mi pretensión de oír la Voz de Dios no es nueva. Con el correr de los años, esta Voz ha sido cada vez más audible. Jamás me ha abandonado, ni siquiera en mis peores momentos. De repente la Voz cayó sobre mí, yo escuché, me cercioré de que era la Voz y la lucha cesó. Quedé en calma. Esto ocurrió entre las once y los doce de la noche. ¿Acaso puedo ofrecer mayor evidencia de que realmente oí la Voz y no un eco de mi propia imaginación ardiente? No poseo otra evidencia para convencer al escéptico. Este queda en libertad de decir que todo no fue más que un autoengaño o una alucinación. Sin embargo, he de decir lo siguiente: Ni siquiera el veredicto unánime del mundo entero en mi contra, podría apartarme de creer que eso que he oído es la verdadera Voz de Dios. La Voz fue para mí algo más real que mi propia existencia.

Al referirse a Aquello que era la verdadera obsesión de su vida, Mahatma Gandhi, en su libro «Mi religión», decía: Puedo asegurar que podría vivir sin aire y sin agua, pero no sin Él. Pueden arrancarme los ojos que eso no logrará matarme. Pueden

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troncharme la nariz que eso no me matará, sin embargo, si hacen saltar mi creencia en Dios, estoy muerto… Aprendí a confiar conscientemente en Dios antes de los quince años... No hay momento en que no sienta la presencia de un Testigo cuyos ojos no dejan nada sin registrar: Presencia con la que trato siempre de estar en armonía. No puedo recordar un momento de mi vida en que no haya sentido que Dios estaba a mi lado… A medida que transcurren los días, siento su Presencia Viviente en cada fibra de mi ser. Si no sintiera eso, me volvería loco. ¡Tantas cosas están dispuestas para perturbar la paz de mi mente, ocurren hechos tales que, si no fuera consciente de esa Presencia, viviría conmovido hasta la médula! Pero esas cosas pasan dejándome prácticamente intocado.

Vivekananda: «Ya voy, Señor, ya voy» [10] El discípulo más aventajado de Ramakrishna, Vivekananda, cuando sentía que estaba próximo a dejar la humana existencia, dirigía a una de sus discípulas, Jephine MacLeod, una carta que contiene párrafos en que resalta con luz meridiana su experiencia vivencial con Dios, extraídos de «Pláticas inspiradas»: Mis ligaduras se están rompiendo, el amor muere, el trabajo pierde su sabor, la vida ya no tiene ese brillo deslumbrador. Solo resuena la voz del Maestro llamando. —Ya voy, Señor, ya voy—.

—Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú ven y sígueme. —Ya voy, Señor, ya voy. Sí, ya voy.

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Ante mí se extiende el nirvana. Lo siento a ratos ese mismo Océano Infinito de paz, sin el menor oleaje, sin la más leve brisa. Me alegro de haber nacido, me alegro de haber sufrido, me alegro de haber cometido grandes desatinos, me alegro de penetrar en la paz. Ni dejo a nadie ligado, ni llevo ligaduras. Sea que este cuerpo caiga y me deje libre, sea que alcance yo la liberación estando aún en el cuerpo, el hombre que yo era ha desaparecido, se ha ido para siempre y nunca volverá. ¡Ay, qué tranquilo está todo! Mis pensamientos parecen llegar de muy lejos, de las lejísimas profundidades de mi propio corazón, parecen susurros distantes y apagados; y la paz está sobre todas las cosas; una paz dulce, dulce, la paz que uno siente estando solo y rodeado de estatuas y pinturas. ¡Ya voy, Señor, ya voy!

San Juan de la Cruz: Un súbito sentir de la Divina Esencia [11] San Juan de la Cruz, en el Tomo II de Poesías IV, decía: Entréme donde no supe, y quedéme no sabiendo, toda ciencia trascendiendo. Yo no supe dónde entraba, pero, cuando allí me vi, sin saber dónde estaba, grandes cosas entendí; no diré lo que sentí, que me quedo no sabiendo, toda ciencia trascendiendo.

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De paz y de piedad era la ciencia perfecta, en profunda soledad, entendida vía recta: era cosa tan secreta, que me quedé balbuciendo, toda ciencia trascendiendo. Estaba tan embebido, tan absorto y ajenado, que se quedó mi sentido de todo sentir privado; y el espíritu dotado de un entender no entendido, toda ciencia trascendiendo. … Cuánto más alto se sube, tanto menos entendía, que es la tenebrosa nube que a la noche esclarecía; … Este saber no sabiendo, es de tan alto poder, que los sabios arguyendo, jamás le pueden vencer; … Y es de tan alta excelencia aqueste sumo saber, que no hay facultad ni ciencia que le puedan comprender; …

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Y si lo queréis oír, consiste esta suma ciencia en un Subido Sentir de la Divina Esencia: es obra de su clemencia hacer quedar no entendiendo, toda ciencia trascendiendo. San Agustín: «Desperté en Ti y te vi de otra manera, Infinito» [12] En este largo peregrinaje hacia la Suprema Verdad, hacia el descubrimiento de ese Dios que habría de ser durante el resto de su vida el «Dios Vivencial», dialogaría como con un Padre, con una madre, con un amante, con un amigo cuando empezó a sentir esa paz, ese gozo, esa bienaventuranza propia de la comunión con el Infinito o como dice él: «Cuando me dejó en paz un poco y se adormeció mi locura; cuando desperté en Ti, te vi de otra manera, Infinito; pero esta visión no procedía de la carne» (San Agustín). De aquí en adelante ya no caminará a tientas, andará por la senda iluminada de la verdadera Luz, ya no sentirá las cadenas de las pasiones que le tenían esclavizado. Había llegado al otro lado de la orilla, había puesto el pie en tierra firme después de escalar penosamente la montaña, había coronado la cumbre y desde allí podría mirar de cerca al Infinito. Era preciso que atravesara por todas las angustias, las agonías, las dificultades más terribles de la ausencia de Dios, a fin de que más tarde pudiera saborear lo que es Dios. Estos contrastes en los planes de Dios resultan ser necesarios. ¿Cómo puede el hombre saborear la paz infinita si jamás la perdió? ¿Cómo puede saber lo que es el gozo verdadero sin haberse acercado antes a beber la copa rebosante del placer terreno que le produce la amargura de la hiel en el corazón?

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Háblame verazmente en mi interior [13] Su pensamiento, su corazón, su espíritu se tornará en imploración ferviente para que le siga hablando en su interior, para que su alma se abra a la verdad. San Agustín, en Confesiones XII dice: Háblame Tú, verazmente en mi interior, Señor, porque solo Tú eres el que así habla y concédeme que (a los que te niegan) los deje fuera soplando en el polvo y levantando tierra contra sus ojos; en tanto que yo entro en mi aposento y te canto un cántico de enamorado, gimiendo con gemidos inenarrables en mi peregrinación. Acordándome de Jerusalén, alargando hacia ella, que está arriba, mi corazón; de Jerusalén, la Patria mía, de Jerusalén, mi madre, y de Ti, su Rey sobre ella, su iluminador, su padre, su tutor, su marido, sus castas y grandes delicias, su sólida alegría y todos los bienes inefables, a un tiempo todo; porque Tú eres el único, el Sumo y Verdadero Bien. Que no me aparte más de Ti, recogiéndome cuanto soy de esta dispersión y deformidad, me conformes y confirmes eternamente. ¡Oh, Dios mío, misericordia de mí!, es tu faz de madre carísima donde están las primicias de mi espíritu y de donde me viene la certeza de estas cosas.

En estos párrafos, se muestra al descubierto aquel espíritu que abrió de par en par las puertas a la Luz Divina, la claridad de esa voz interior que antes no había podido escucharla porque lo impedían las voces que venían desde afuera. A partir de esta experiencia, sus escritos tienen el signo inequívoco de esa Voz Divina que le habla interiormente. De aquí en adelante, Dios se convertirá no solamente en un maestro, sino en la única meta hacia la cual

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caminará sin descanso: «Hicístenos, Señor, para Ti y nuestro corazón permanecerá inquieto hasta que no descanse en Ti». La obra divina en el hombre no se realiza por el esfuerzo, la capacidad o la industria humana; la Luz que ilumina a todo hombre realiza el milagro de la transmutación: de las tinieblas, en luz. Agustín sintió, en él «aquella luz interna-eterna» (Confesiones IX: 4,19). Esa luz iluminó a aquel «yo» que había dado la muerte al pecado, que había incoado su renovación interior. En cada hombre dirá Agustín: Hay una Palabra que ayuda dentro, una Palabra que se pronuncia realmente por el espíritu. Esta Palabra es la representación del Verbo de Dios en tu corazón. Cuando digo Dios, pronuncio una palabra. Son cuatro letras y una sílaba. ¿Todo esto y nada más es Dios? ¿Cuatro letras y una sílaba? No es el sonido compuesto de cuatro letras y una sílaba. Lo que se pronuncia desaparece: son sonidos, letras, sílabas, lo que pasa es la palabra que suena. Lo que la palabra significa y existe en el ser presente que habla, y en el Inteligente que oye, permanece aún desaparecido el sonido. (Tratado sobre el evangelio de San Juan 1,8)

El Verbo de Dios en nuestro corazón es la Luz por la cual descubrimos a Dios que trasciende todo lo creado. Descubrir en nosotros la huella de esa Palabra que nos ayuda desde adentro es obra de Dios y obra nuestra. La acción divina tiene por objeto volver al hombre una nueva criatura, restituyéndole todos los bienes perdidos por el quebrantamiento de sus leyes, en otras palabras, dice el cardenal Pablo Muñoz Vega, s. j. (1982):

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La gracia divina se dirige toda a formar en el mundo un nuevo ciudadano, un nuevo tipo de hombre que debe forjar con el espíritu más que con la letra, el verdadero cristiano... la vida del hombre que es verdaderamente cristiano, o sea, «cives aeternitatis» en su principio, su decurso y su destino eternos, proviene toda de la gracia.

San Agustín sintetiza está dependencia en esta fórmula: «Predestinado por la gracia, elegido por la gracia, por la gracia peregrino en la tierra y por la gracia ciudadano del cielo» (De la ciudad de Dios XV:1,2). Todo hombre, ciudadano de la eternidad [14] Todo hombre, sin excepción, está llamado a ser ciudadano de la eternidad. Según este principio, no hay excepción alguna. Puede un hombre haber acumulado todos los pecados del mundo, puede ser el mismo demonio, esto no es ningún obstáculo para que pueda llegar a Dios, su Fin Supremo. En este caso, lo fundamental es que haya siempre la respuesta del hombre a la acción divina porque todo hombre ha sido predestinado por la gracia divina a llegar a Dios. Si no consigue su fin, no es por culpa de Dios sino de él mismo. En su breve paso por el tiempo, ha de llegar al conocimiento de que es un ciudadano de la eternidad. Este conocimiento durante todas sus etapas se realiza por la acción divina y por la respuesta humana. Al referirse a esta acción divino-humana, al abordar el problema de lo que conocemos con el nombre de salvación, dice San Agustín: «Dios que te creó sin ti, no te salvará sin ti». Para que no se frustre esta acción, se requieren: la purificación, el amor, la oración.

208


Una luz intensa me envolvió [15] He aquí lo que me ha narrado una persona cuyo nombre pidió que lo omitiera sobre su experiencia divina: Mientras meditaba, pude ver muy claro lo que Él, Dios, es para mí y para todos los mortales. Es una Luz que interpenetra todo, absolutamente todo, sin excepción. Infinita Luz que lo envuelve todo, que está presente en todas las cosas, en mí, en cada célula, en cada átomo, en cada millonésima parte de materia. Esa luz omnipresente, omnisciente, omnitrascendente, clara, real, verdadera, nítida, sin sombra alguna porque con Él y en Él, toda sombra se disipa... me penetraba íntima, intensamente. Esta Luz es simultáneamente estática y dinámica: lo primero, porque en ella no hay movimiento vibratorio molecular que se mide en longitudes; lo segundo, porque está siempre activa, siempre consciente, siempre actuante, siempre presente en cada episodio del gran drama cósmico. ¿Qué soy yo?, ¿qué son sus criaturas? Cristales transparentes. Todos los seres y todas las cosas son esto: Un inmenso globo translúcido nítido, sin mancha alguna. Yo soy esto para Él. Los rayos de su luz me interpenetran por dondequiera; interpenetran mis cuerpos y lo más sutil que hay en mí: mi alma y mi espíritu. ¿Por qué no me doy cuenta de esto en todo momento? ¿Por qué no tengo conciencia permanente de esto? La explicación es muy sencilla: yo soy una transparencia, un cristal de color, verde, rojo, azul, negro según mis estados de conciencia.

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Soy, también, como en este momento que transcribo estas líneas: una transparencia clara, pura, sin opacidad que deja pasar la luz de Él y nada más. Ser consciente de esto, vivir esto, darme cuenta de esto, sentir esto, es lo que llamo una experiencia con Dios.

En este caso, Él y yo (ese yo insignificante) ya no son dos: Son uno. Uno por el renunciamiento de este yo pequeñito para que el verdadero Yo, e1 Yo Divino, se manifieste por este «yo mío». Mi testimonio [16] Puedo añadir un testimonio más. Permíteme que te lo transmita cómo lo siento y cómo lo vivo. Soy un teólogo, cursé años y años de estudio, investigué en libros y más libros; en ellos aprendí la teoría del conocimiento de Dios, visto desde afuera. Nunca sentí a través de los libros de Teología, ni un destello de lo que es una vivencia con Dios, una experiencia divina. A Dios le sentía siempre no solamente fuera sino lejos de mí. Siempre anduve insatisfecho, siempre en una eterna búsqueda. Amanecieron tantas mañanas y murieron tantos crepúsculos, pasaron meses, años, gran parte de mi vida en esa búsqueda... todo, en vano... siempre el vacío, la insatisfacción, las preguntas sin respuesta... la mente sin la Luz que tanto había buscado… Pero al fin, llegó el día. Dios dijo: Sea la Luz y la Luz fue. Esa Luz tardó en ir creciendo, agrandándose, despejando las incógnitas de mi vida. La semilla estaba sembrada... había que cuidarla, regarla, abonarla, dejarla crecer.

210


Mensaje del padre César Dávila [17] Esta recopilación termina con el mismo mensaje que se encuentra al final de su libro: «El Dios vivencial» (1986, p. 369). Si en estas páginas, querido lector, has encontrado algo que te induzca a ser un poquito mejor de lo que eras o has salido de la oscuridad, por lo menos a una penumbra de un lejano amanecer espiritual, da gracias a Dios: a Él y solo a Él, la gloria y la alabanza. ¿Tienes que caminar todavía un largo trecho? No desmayes, sigue adelante, también, tú llegarás a escuchar esa Voz Interior inconfundible... También, tú sentirás, en lo más íntimo de tu ser, la comunión vivencial con Dios, comunión que es tuya, absolutamente tuya y nadie podrá disputarte. Si ya has subido el último escalón de la pendiente larga y fatigosa y has llegado a la cumbre, no te detengas allí, sigue adelante. Este libro te ayudará a evaluar tu esfuerzo y a seguir de cerca los pasos de tantas almas contemplativas que disfrutaron de la bienaventuranza de una experiencia divina. Si piensas que lo que se dice en este libro es irrealizable, que es fruto de una especulación extraña, inalcanzable, no importa: Sigue adelante, trata de buscar algo mejor para tu vida. En cualquier caso, lector amado, si este libro te ha servido para que tengas solamente un buen pensamiento para Dios, mi fatigoso esfuerzo quedará sobradamente recompensado.

¡Que Él y solo Él reciba el honor, la gloria y la alabanza! AUM MANI PADME HUM, [18] LAUS DEO

211


• Referencias Bibliográficas Dávila, C. (1986). El Dios vivencial. Quito: Asociación Escuela de Auto-Realización. [1]

La experiencia de Dios, p. 350.

[2]

Hora de una fe vivencial, p. 326.

[3]

La experiencia divina del iniciado Pablo, pp. 345, 346.

[4]

Minas agotadas, p. 348.

[5]

Comunión con el Dios-Luz, pp. 352-354.

[6]

Comunión con el Dios-Amor, p. 354.

[7]

Comunión con el Dios del silencio, p. 356.

[8]

San Francisco, un hombre hecho oración, p. 358.

[9]

Comunión con el Dios de Gandhi, pp. 361, 103.

[10]

Vivekananda: «Ya voy, Señor, ya voy», p. 102.

San Juan de la Cruz: Un súbito sentir de la Divina Esencia, p. 361. [11]

San Agustín: «Desperté en Ti y te vi de otra manera, Infinito», pp.157, 158. [12]

212


[13]

Háblame verazmente en mi interior, pp. 158, 159.

[14]

Todo hombre, ciudadano de la eternidad, p. 160.

[15]

Una luz intensa me envolvió, p. 365.

[16]

Mi testimonio, p. 366.

[17]

Mensaje del padre César Dávila, p. 369.

____ (2003). Las llaves de tu Reino. (3ª ed.). Cuenca: Asociación Escuela de Auto-Realización. [18]

Mantram de escuelas tibetanas, p. 185.

213



Índice PRÓLOGO

7

BIOGRAFÍA

15

INTRODUCCIÓN

21

CAPÍTULO I ORACIÓN Y BÚSQUEDA DEL DIOS VIVENCIAL

27

Oración

27

El Dios vivencial

28

CAPÍTULO II PROBLEMÁTICA ACTUAL DEL SER HUMANO

31

El hombre, un problema no resuelto

31

El hombre y su conciencia

31

El hombre-robot

32

El hombre ante la muerte

32

El gran secreto

33

Camino de realización

33

Concentración y meditación, disciplinas superiores

34

Lo que hace la concentración

34

La concentración, paso a la meditación

35

Concentración, gurús, yoguis, Dios

35

215


CAPÍTULO III LA LEY DEL KARMA

39

¿Por qué existe el mal en el mundo?

39

El signo de haber desobedecido

39

El descenso del espíritu y sus planos según la Filosofía oriental

40

Karma, el ciclo de la lluvia, los santos

41

Cosecharemos lo que sembramos en los demás

42

La conversión pedida por María a sus hijos

43

Ley del Equilibrio

44

La reencarnación y el karma según la Filosofía oriental

45

CAPÍTULO IV 49

MAYA Maya es ilusión y engaño

49

La verdad y maya según Buda

51

Referencias de maya en el Evangelio de Cristo

52

CAPÍTULO V LA MÍSTICA DE LA ASOCIACIÓN ESCUELA DE AUTO-REALIZACIÓN (AEA)

57

La meta de Auto-Realización es llevarnos a la comprensión de ese Dios en nosotros y con nosotros

57

La mística de Auto-Realización se resume en esta palabra: Autorrealizarse

57

Nuestra consigna: «Siempre adelante»

58

El nuevo nacimiento

60

216


Deber sagrado

61

Esa Luz tiene que brillar y resplandecer

62

Debemos tener siempre cargada la batería

63

Mi espíritu está con vosotros

63

Pablo Jaramillo Crespo y María Eugenia Tamariz, primeros miembros de la Asociación Escuela de Auto-Realización

65

Pablo y María Eugenia, las mejores primicias que se entregan al Señor

68

Mensaje de Navidad a mis estudiantes desde el Arcano del silencio

70

Pablo y María Eugenia, incansables trabajadores en el servicio a los demás

72

CAPÍTULO VI LA FE

75

La fe, decir Sí a Dios

75

La fe es la adhesión total a Dios

76

Fe y vivencia de Dios

76

CAPÍTULO VII PARÁBOLAS DE CRISTO

79

Parábola del hijo pródigo

79

Buenos y malos

80

El drama cósmico tendrá su epílogo

81

La Redención es un hecho cósmico

81

Parábola del sembrador: Almas que dan fruto

83

Parábola del juez injusto

85

Motivo de la parábola

85 217


Permanecer unidos a Cristo

86

Consejos prácticos para orar

86

Lección de la parábola: Saber esperar

87

Parábola de las Vírgenes prudentes

89

Todos recibimos lámparas

89

No todos compran el aceite de las obras

90

No basta tener fe

90

Lámparas vacías

91

CAPÍTULO VIII LA VIRGEN MARÍA

95

Ejemplo de silencio

95

El pesebre, mensaje de humildad

95

La oración une a las almas más íntimamente

96

Oración y penitencia

97

Afán en la búsqueda de Dios

98

La Virgen, Hermana mayor y Madre al mismo tiempo

98

La obra de la Encarnación

99

Corredentora Divina

99

El ser humano necesitaba una Madre espiritual

100

Hágase en mí según Tu palabra (Lc 1:38)

100

Abrid las puertas de tu espíritu

101

Nuestra Señora de Guadalupe

102

Historia de la Virgen de Guadalupe

102

218


Me postré a los pies de la Santísima Virgen de Guadalupe

104

Un milagro de la Virgen del Carmen

105

CAPÍTULO IX DIÁLOGO CON CRISTO

109

Quiero que descubráis al Cristo-Amor en cada uno de vosotros

109

¿Qué es para Ti la tierra y el hombre?

110

El porqué de Tu Encarnación

111

Cristo, el carpintero o Maestro de las almas

111

Cristo y la Eucaristía

113

Presencia real de Cristo en la Eucaristía

114

¡Te quiero amar!

115

CAPÍTULO X ENSEÑANZAS DE CRISTO

119

Para descubrir la Unidad Suprema

119

Cristo es el centro de todo

121

Todo, absolutamente todo, canta en la naturaleza

122

El Verbo habita, vive entre nosotros y se hace uno con nosotros

124

Adorarán al Padre en Espíritu y en Verdad

125

El agua viva es la prolongación de la Conciencia Crística

125

Cristo se descubre ante la samaritana como el Mesías esperado

126

Cristo, sosiego para el corazón humano

127

Vi, entonces, un cielo nuevo y una tierra nueva

128

El amor a Dios y al prójimo

131

219


CAPÍTULO XI MEDITACIÓN, CAMINO HACIA DIOS

137

En dónde orar a Dios

137

Alfa y Omega

138

El camino de la meditación

138

¿Qué es contemplar?

139

El Maestro de maestros nos enseña a meditar

142

Un consejo: Si no meditas, no puedes llegar a este encuentro

143

Meditar es entrar en otro mundo

143

Dios se revela en el silencio

144

El silencio según el Evangelio Acuario

145

Redescubrir a Dios es obra personal

146

Meditar es sintonizarnos con Dios

147

Meditar es muy fácil

147

CAPÍTULO XII PROCESO Y PRÁCTICAS DIRIGIDAS PARA LA MEDITACIÓN

151

PASO 1: Energización, Preyoga y dieta adecuada

151

Dios, fuente de Energía Universal

151

Tensión y relajación

152

El cuerpo humano es lo que come

153

Régimen vegetariano

153

Sustitutos de la carne

154

Alimentos tamásicos, rajásicos y sáttvicos

155

PASO 2: Postura del cuerpo

155

220


Chakra ajna o frontal

156

PASO 3: Oración inicial e inspiraciones

157

Respiración, parte esotérica

161

Práctica: La respiración dirigida

162

Práctica: Para abrir las puertas a Dios

163

Práctica: Respiración purificadora

163

PASO 4: Respiración alterna

164

Importancia del sistema nervioso

165

Hatha Yoga: La visualización de las corrientes de energía

166

PASO 5: Relajación

167

Práctica dirigida: Relajación del cuerpo físico y de los cinco sentidos

169

Tienes cinco puertas que van hacia el mundo físico

170

PASO 6: Kriya Yoga

170

¿Qué beneficios aporta la práctica de la técnica de Kriya Yoga?

171

Fases en la práctica de Kriya Yoga

172

PASO 7: Técnica del Hong Soo

174

El nombre de Jesús

176

El hombre, hijo de la Luz: Importancia de la columna vertebral

176

Práctica dirigida: Mentalización en la columna vertebral, Hong Soo, Mi Dios

177

Práctica dirigida: El despertar de los chakras, mantram Tat, Sat, Om

179

Práctica dirigida: Relajación de los tres cuerpos

181

La meditación en «Om» o «Amén», la llamada cósmica

183

«Aum» en el Bhagavad Guita

184

El «Om», la suprema vibración cósmica, el Espíritu Santo

185

221


«Om», el sonido sagrado

186

PASO 8: Práctica dirigida del «Om»

186

PASO 9: Oración para después de la meditación

187

PASO 10: Cantos cósmicos

188

Medita siempre

188

CAPÍTULO XIII LA META SAMADHI O ÉXTASIS

195

La experiencia de Dios

195

Hora de una fe vivencial

196

La experiencia divina del iniciado Pablo

197

Minas agotadas

198

Comunión con el Dios-Luz

198

Comunión con el Dios-Amor

199

Comunión con el Dios del silencio

200

San Francisco, un hombre hecho oración

200

Comunión con el Dios de Gandhi

201

Vivekananda: «Ya voy, Señor, ya voy»

202

San Juan de la Cruz: Un súbito sentir de la Divina Esencia

203

San Agustín: «Desperté en Ti y te vi de otra manera, Infinito»

205

Háblame verazmente en mi interior

206

Todo hombre, ciudadano de la eternidad

208

Una luz intensa me envolvió

209

Mi testimonio

210

Mensaje del padre César Dávila

211

222


• PARA TU REENCUENTRO CON DIOS POR EL CAMINO DE LA MEDITACIÓN SEGÚN LAS ENSEÑANZAS DEL PADRE CÉSAR DÁVILA GAVILANES se imprimió en Cuenca del Ecuador, en el mes de noviembre de 2020. Tiraje: 1000 ejemplares.


PARA TU REENCUENTRO CON DIOS POR EL CAMINO DE LA MEDITACIÓN


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