Ni calco ni copia - Juventud Insurgente (V.V.A.A.)

Page 1


Juventud Insurgente Corriente nacional estudiantil y juvenil



Cuando surgió la posibilidad de armar este taller, fue como respuesta a un interrogante: ¿Cómo realizar una reflexión crítica del marxismo en América latina? Entonces tomamos a tres pensadores y revolucionarios latinoamericanos que aplicaron el marxismo a lo largo y ancho del sur del continente, y nos propusimos no solo leerlos y discutirlos sino, como supieron hacer ellos con el Marxismo, también traducirlos, para saber qué reivindicamos de cada uno como estudiantes, como trabajadores y trabajadoras. Del latín Traducere, traducir significa «pasar de un lado al otro». Este paso supone también una crítica y una posterior transformación del objeto a traducir. Mella y Mariátegui lo hicieron en su momento, cuando dejaron atrás un socialismo que se atenía a las doctrinas y lo hizo después Guevara, tomando el Marxismo y aplicándolo en Latinoamérica. Entendiendo y compartiendo los dolores de esta tierra, los tres, hicieron frente al Imperialismo y mostraron que la única salida era de la mano del Socialismo. Ellos supieron transformar un dogma para que sea el eco de


las voces oprimidas, levantando y sosteniendo ese grito en el tiempo. Nos encontramos entonces con que el Marxismo en América Latina se había transformado en un marxismo latinoamericano, y tomar los textos, las ideas, tomarlos a ellos mismos y a su lucha como ejemplo, no era solo un estandarte que debíamos levantar sino también un espejo en el cual reflejarnos; ser nosotros esa herramienta para forjar el futuro transformando en hechos la realidad, guiados por su voluntad revolucionaria. Armamos esta síntesis histórica para reforzar el mito de la revolución presente en cada uno de ellos, pero también para que el marxismo latinoamericano que supieron construir no sea una doctrina sino una reflexión crítica que nos permita transformar en praxis lo que nos supieron legar. Movidos por su pasión, contagiados de su voluntad revolucionaria, sintiendo en las venas su fuerza intransigente y sosteniendo su infinita fe combativa, seremos como Mella, seremos como Mariátegui, seremos como el Che. Seremos hombres y mujeres capaces de entender la realidad y transformarla.



Julio Antonio Mella junto con José Carlos Mariátegui son considerados los primeros marxistas latinoamericanos no por una cuestión cronológica, ya que hubo otros antes de ellos, sino porque por primera vez lograron traducir el marxismo en clave latinoamericana. Ya no como una doctrina fosilizada, sino como una herramienta para aproximarse a la comprensión de la injusta realidad latinoamericana de su tiempo y para transformarla de forma radical. Rompieron con el positivismo y evolucionismo de la segunda internacional, que analizaba la realidad en torno a las categorías de civilización y barbarie, justificando o cegados del accionar del imperialismo — principalmente norteamericano— en nuestro continente. Testimonio es lo escrito por el fundador del Partido Socialista Argentino, Juan B. Justo, en el diario La Nación en 1896: Sin oponernos a su venida, nosotros no debemos considerar como un favor el establecimiento en el país de más capitales extranjeros. Son ellos, en buena parte, quienes nos impiden tener una moneda sana, sometiendo a nuestros mercados a un


drenaje ininterrumpido de metal. Muy bien, que vengan los capitales, ¡pero que vengan con los capitalistas! (José Aricó, 1980)

En este fragmento Justo realiza una distinción entre buenos y malos capitales, los primeros, según su óptica, permitirían el desarrollo capitalista del país para luego dar el paso hacia el socialismo. Esta visión, que no dista mucho de la de Alberdi y Sarmiento, es con la que rompen Mella y Mariátegui, junto con toda una generación impactada por la influencia de la revolución rusa. Su pensamiento rebelde los llevó también a confrontar con el estalinismo que comenzaba a consolidarse en los Partidos comunistas latinoamericanos y los populismos de su época, expresados en el APRA (Alianza Popular Revolucionaria Americana) de Haya de la Torre; ambos recayendo, nuevamente, en una concepción evolucionista y etapista de la historia, que dejaban para un futuro indefinido la lucha por el socialismo. No es casualidad que 30 años más tarde de sus muertes, con el triunfo de la revolución cubana y con el alza de la lucha de clases en toda América Latina, los revolucionarios cubanos los retomen. El más ejemplar


continuador de estos revolucionarios, que expresan un marxismo humanista y anti dogmático, será Ernesto Che Guevara.

Los tres revolucionarios, siguiendo a Lenin, buscaban realizar un análisis de la “situación económica y política concreta de cada periodo particular del proceso histórico” (Lenin, 1917). Por lo cual, buscaban realizar un análisis de la formación económico-social de Latinoamérica para comprender el rol que cada clase social jugaba en la sociedad. Para pensar que tipo de alianzas podían realizar los oprimidos, con el objetivo de constituir una fuerza social revolucionaria que rompiera con el régimen de explotación capitalista y la opresión imperialista. De los tres, Mariátegui va a ser el que realice un análisis más profundo de la realidad económica social de su pueblo, en sus famosos Siete Ensayos de Interpretación de la Realidad Peruana, en los que afirmará: La crítica socialista lo descubre y esclarece, porque busca sus causas en la economía del país y no en su


mecanismo administrativo, jurídico o eclesiástico, ni en su dualidad o pluralidad de razas, ni en sus condiciones culturales y morales. La cuestión indígena arranca de nuestra economía. Tiene sus raíces en el régimen de propiedad de la tierra (…) No nos contentamos con reivindicar el derecho del indio a la educación, a la cultura, al progreso, al amor y al cielo. Comenzamos por reivindicar, categóricamente, su derecho a la tierra. (Mariátegui, 1928)

Por medio de las categoría de análisis que le da el marxismo, Mariátegui logra separar lo fundamental (la propiedad de la tierra, el derecho a la tierra de los pueblos originarios), de lo secundario (mecanismos jurídicos, administrativos, cultura, etc). A partir de esta caracterización, Mariátegui deduce que la solución del problema agrario es la liquidación del latifundio, pero en 100 años de república burguesa no se llevó adelante esta tarea: La política de desvinculación de la propiedad agraria, impuesta por los fundamentos políticos de la República, no atacó al latifundio. Y—aunque en compensación las nuevas leyes ordenaban el reparto de tierras a los indígenas— atacó, en cambio, en el nombre de los postulados liberales, a la "comunidad" (indígena). (Mariátegui, 1928)


No solo demuestra lo inviable de esperar transformaciones de fondo de la estructura agraria, por parte de las clases dominantes, sino que por la inserción de Perú (y Latinoamérica, agregamos) en la división internacional del trabajo, estas clases dominantes se ven confinadas a ser socios menores de los países imperialistas: La economía del Perú es una economía colonial. Su movimiento, su desarrollo, están subordinados a los intereses y a las necesidades de los mercados de Londres y de Nueva York. Estos mercados miran en el Perú un depósito de materias primas y una plaza para sus manufacturas. La agricultura peruana obtiene, por eso, créditos y transportes sólo para los productos que puede ofrecer con ventaja en los grandes mercados. La finanza extranjera se interesa un día por el caucho, otro día por el algodón, otro día por el azúcar. El día en que Londres puede recibir un producto a mejor precio y en cantidad suficiente de la India o del Egipto, abandona instantáneamente a su propia suerte a sus proveedores del Perú. Nuestros latifundistas, nuestros terratenientes, cualesquiera que sean las ilusiones que se hagan de su independencia, no actúan en realidad sino como intermediarios o agentes del capitalismo extranjero. (Mariátegui, 1928).


El papel de socios menores de las burguesías y pequeño burguesías latinoamericanas frente al imperialismo, no implica que no tengan roces y por momentos confrontaciones, en torno a que porción de plusvalía, que les extrajeron a los trabajadores, se queda cada uno. Mella es categórico en lo limitado del antimperialismo de las clases dominantes latinoamericanas: En su lucha contra el imperialismo —el ladrón extranjero— las burguesías —los ladrones nacionales— se unen al proletariado, buena carne de cañón. Pero acaban por comprender que es mejor hacer alianza con el imperialismo, que al fin y al cabo persiguen un interés semejante. De progresistas se convierten en reaccionarios. Las concesiones que hacían al proletariado para tenerlo a su lado, las traicionan cuando éste, en su avance, se convierte en un peligro tanto para el ladrón extranjero como para el nacional. De aquí la griterío contra el comunismo. (Lowy, 2007).

Varios años después, el Che llega al mismo diagnóstico, que frente al peligro real de los de abajo, la burguesía nacional, la gran burguesía y el imperialismo (en muchos casos arrastran a la pequeño burguesía temerosa) cierran filas:


Porque en muchos países de América Latina existen contradicciones objetivas entre las burguesías nacionales que luchan por desarrollarse y el imperialismo que inunda los mercados con sus artículos para derrotar en desigual pelea al industrial nacional, así como otras formas o manifestaciones de lucha por la plusvalía y la riqueza. No obstante estas contradicciones las burguesías nacionales no son capaces, por lo general, de mantener una actitud consecuente de lucha frente al imperialismo. Demuestra que temen más a la revolución popular, que a los sufrimientos bajo la opresión y el dominio despótico del imperialismo que aplasta a la nacionalidad, afrenta el sentimiento patriótico y coloniza la economía. La gran burguesía se enfrenta abiertamente a la revolución y no vacila en aliarse al imperialismo y al latifundismo para combatir al pueblo y cerrarle el camino a la Revolución. Un imperialismo desesperado e histérico, decidido a emprender toda clase de maniobra y a dar armas y hasta tropas a sus títeres para aniquilar a cualquier pueblo que se levante; un latifundismo feroz, inescrupuloso y experimentado en las formas más brutales de represión y una gran burguesía


dispuesta a cerrar, por cualquier medio, los caminos a la revolución popular, son las grandes fuerzas aliadas que se oponen directamente a las nuevas revoluciones populares de la América Latina. (Guevara, 1961)

Los tres revolucionarios consideran que solo los socialistas somos capaces de llevar a fondo la lucha antimperialista. Mariátegui en Punto de vista antimperialista, en polémica con el nacionalismo del APRA, deja en claro cuatro conclusiones: 1. El antiimperialismo no puede constituir un programa político en sí mismo, el programa es socialista y contiene al antiimperialismo 2. De ser posible una lucha antiimperialista en común con la pequeño burguesía y la burguesía, esto no quiere decir que se anulan los antagonismos de clase


3. La Burguesía local depende demasiado de los capitales imperialistas como para ser consecuentemente antiimperialista 4. La revolución socialista “opondrá al avance del imperialismo una valla definitiva y verdadera” (Mariátegui, 1929). Mella también se delimita claramente de la política de conciliación de clase del APRA: el “Frente Único” del APRA al no hablarnos concretamente del papel del proletariado y al presentarnos un frente único abstracto, que no es más que el frente único en favor de la burguesía, traidora clásica de todos los movimientos nacionales de verdadera emancipación. (Lowy, 2007)

Frente a la ambigüedad del APRA, levanta la táctica de frente único de la internacional comunista encabezada por Lenin: La IC debe marchar en alianza temporal con la democracia burguesa de las colonias y de los países atrasados, pero sin fusionarse con ella y salvaguardando expresamente la independencia del movimiento proletario, aun en lo más rudimentario. (Lowy, 2007)


Para Mella y Mariátegui la clase obrera debe liderar la fuerza social revolucionaria, integrada por campesinos, estudiantes e intelectuales, en la lucha por la revolución. Años más tarde el Che polemiza con la ortodoxia estalinista, que bajo su política de frentes populares, cae en el mismo error que el APRA, al no delimitar el rol de dirección del frente por parte del proletariado, terminado haciendo seguidismo a alguna facción de la burguesía, que según el Che han perdido toda su capacidad de oposición al imperialismo y solo forman su furgón de cola. No hay más cambios que hacer; o revolución socialista o caricatura de revolución. (1967)

Delimita claramente que el principal enemigo de la humanidad es el imperialismo, que puede discutirse fraternamente entre compañeros cuestiones tácticas, pero que eso no debe distraer a los revolucionarios de su objetivo estratégico central: Toda nuestra acción es un grito de guerra contra el imperialismo y un clamor por la unidad de los pueblos contra el gran enemigo del género humano: los Estados Unidos de Norteamérica. (Guevara, 1967).


El Che denuncia también la soledad en que se encuentra Vietnam, atacada por Norteamérica, frente a la pasividad de las principales potencia socialistas (URSS, China): El imperialismo norteamericano es culpable de agresión; sus crímenes son inmensos y repartidos por todo el orbe. ¡Ya lo sabemos, señores! Pero también son culpables los que en el momento de definición vacilaron en hacer de Vietnam parte inviolable del territorio socialista, corriendo, así, los riesgos de una guerra de alcance mundial, pero también obligando a una decisión a los imperialistas norteamericanos. Y son culpables los que mantienen una guerra de denuestos y zancadillas comenzada hace ya buen tiempo por los representantes de las dos más grandes potencias del campo socialista. (Guevara, 1967)


Lo que más neta y claramente diferencia en esta época a la burguesía y al proletariado es el mito. La burguesía no tiene ya mito alguno. Se ha vuelto incrédula, escéptica, nihilista. El mito liberal renacentista, ha envejecido demasiado. El proletariado tiene un mito: la revolución social. Hacia ese mito se mueve con una fe vehemente y activa. La burguesía niega; el proletariado afirma. La inteligencia burguesa se entretiene en una crítica racionalista del método, de la teoría, de la técnica de los revolucionarios. ¡Qué incomprensión! La fuerza de los revolucionarios no está en su ciencia; está en su fe, en su pasión, en su voluntad. Es una fuerza religiosa, mística, espiritual. Es la fuerza del Mito. La emoción revolucionaria, como escribí en un artículo sobre Gandhi, es una emoción religiosa. Los motivos religiosos se han desplazado del cielo a la tierra. No son divinos; son humanos, son sociales. José Carlos Mariátegui

Encontrar la fórmula para perpetuar en la vida cotidiana esa actitud heroica, es una de nuestras tareas fundamentales desde el punto de vista ideológico. Ernesto Che Guevara

En momentos en que la lucha de clases disminuye su intensidad, la institucionalidad de las


clases dominantes canalizan la conflictividad social a un parlamentarismo inofensivo, en que muchas fuerzas del campo popular caen en la creencia que es posible reformar por dentro el Estado capitalista. Expresión de ello es la segunda internacional con la que Mella y Mariátegui discutieron encendidamente, el materialismo mecanicista de la URSS con la que el Che polemizó o muchas fuerzas del campo popular que en la actualidad se vieron cooptadas por el kirchnerismo o en menor medida, otras expresiones de la centro izquierda En cada época los argumentos son diferentes, pero en lo esencial son el mismo fenómeno. Sectores que en algún momento fueron contestatarios y combativos pero que luego fueron absorbidos por la institucionalidad del sistema, terminado siendo su pata izquierda y así terminan legitimando el régimen. Su estructura y aparato comienzan a desarrollarse, dependen cada vez más de los recursos del Estado, poco a poco se van burocratizando y construyen todo un discurso que legitima su inmovilismo. Su horizonte estratégico ya no es terminar con la explotación capitalista, el socialismo, sino que sus ambiciones se reducen a ser votados, ganar las elecciones y administrar los recursos del Estado; distribuyendo las


riquezas de forma más equitativa en momentos de bonanza económica, y con problemas para mantenerlo en momentos de estancamiento económico o recesión, de crisis del sistema. Frente a este inmovilismo, ese discurso o falsa ciencia que lo justifica, se levanta el pensamiento de los verdaderos revolucionarios. Este debate entre reformistas y revolucionarios debemos comprenderlo desde una mirada histórica, comprendiendo los ciclos de la lucha de clases. Durante el siglo XIX, Marx y Engels son testigos y participes de las revoluciones burguesas y proletarias en contra del régimen feudal. Una vez que la burguesía se consolida en el poder en diversos países, el proletariado queda solo y comienza a autonomizarse de las direcciones burguesas a las que seguían, de ahí los orígenes de la primera internacional. La clase obrera y los sectores populares que no se contentan con las revoluciones burguesas y luchan por la igualdad social. Este ciclo se cierra con la masacre de la comuna de Paris1, por el ejército francés. A partir de esa derrota material y sobre el progreso económico del capitalismo, La comuna de Paris (1871) fue la primera experiencia de gobierno obrero en la historia, que prefiguró como serían las futuras revoluciones obreras. 1


se abre una nueva etapa de integración de la clase obrera al sistema, participa en el parlamento, sus organizaciones sindicales en algunos países empiezan a ser aceptadas y se estructuran grandes organizaciones de masas. En este contexto es en el que comienza a desarrollarse un marxismo positivista, evolucionista que va perdiendo todo el espíritu revolucionario de Marx y Engels. Los partidos socialdemócratas empiezan a compartir la idea de un progreso indefinido junto con la burguesía. Como el capitalismo está atado a crisis cíclicas de sobreproducción, disputas inter-imperialistas, guerras de rapiña, esto abre constantemente grandes conflictos sociales. La destrucción que genera la primera guerra mundial genera las condiciones para el triunfo de la primera revolución socialista, que se va a dar del imperio ruso. Mariátegui defiende la revolución rusa frente a las acusaciones de la segunda internacional: El marxismo, donde se ha mostrado revolucionario —vale decir donde ha sido marxismo— no ha obedecido nunca a un determinismo pasivo y rígido. Los reformistas resistieron a la Revolución, durante


la agitación revolucionaria post-bélica, con razones del más rudimentario determinismo económico. Razones que, en el fondo, se identificaban con las de la burguesía conservadora, y que denunciaban el carácter absolutamente burgués, y no socialista, de ese determinismo. A la mayoría de sus críticos, la Revolución rusa aparece, en cambio como una tentativa racionalista, romántica, antihistórica, de utopistas fanáticos. Los reformistas de todo calibre, en primer término, reprueban en los revolucionarios su tendencia a forzar la historia, tachando de "blanquista" y "putschista" la táctica de los partidos de la III Internacional. (Mariátegui, 1955)

Frente al determinismo, Mariátegui recurre a la dialéctica, a la relación que hay entre las relaciones sociales de producción y las fuerzas productivas, por un lado, y la luchas de clase, el factor subjetivo, por otro lado: Marx no podía concebir ni proponer sino una política realista y, por esto, extremó la demostración de que el proceso mismo de la economía capitalista, cuanto más plena y vigorosamente se cumple, conduce al socialismo; pero entendió, siempre como condición previa de un nuevo orden, la capacitación espiritual e


intelectual del proletariado para realizarlo, a través de la lucha de clases. (Mariátegui, 1955)

Para esta generación de revolucionarios latinoamericanos y europeos (Lenin, Trostky, Rosa Luxemburgo, Gramsci, Mella, Mariategui, entre muchos otros), la lucha por el socialismo adquiere un lugar central. Este ciclo va a repetirse nuevamente al ser derrotadas las revoluciones en Europa y con el aislamiento y burocratización de la URSS. Dejando el pensamiento de todos estos revolucionarios olvidado. Pensamiento que será recuperado por un tercer mundo convulsionado en las décadas del 60 y 70: revolución china, cubana, vietnamita, guerra de Corea, guerras de liberación nacional en África y Asia, alza de grandes luchas de masas y desarrollo de organizaciones político militares a lo largo de toda América Latina. El Che levanta la bandera del internacionalismo y la revolución mundial frente a la “modorra” de la URSS: Si su afán de revolucionario se embota cuando las tareas más apremiantes se ven realizadas a escala local y se olvida el internacionalismo proletario, la


revolución que dirige deja de ser una fuerza impulsora y se sume en una cómoda modorra, aprovechada por nuestros enemigos irreconciliables, el imperialismo, que gana terreno. El internacionalismo proletario es un deber pero también es una necesidad revolucionaria. Así educamos a nuestro pueblo. (Guevara, 1967)

La derrota de estos procesos a sangre y fuego por las clases dominantes a nivel mundial es lo que abrirá el camino a el llamado “fin de la historia”, la muerte de los grandes relatos, el fin del socialismo, que pregona el posmodernismo. La “fragmentación” de la realidad, la imposibilidad de comprenderla y por ende de transformarla. Nosotros como una nueva camada de militantes revolucionarios, al estudiar los procesos previos que nos antecedieron, comprendemos que no es el fin de la historia, que la lucha “por un mundo donde seamos socialmente iguales, humanamente diferentes y totalmente libres”, como decía nuestra querida Rosa, es posible y que no lo vamos a lograr esperando de brazos cruzados, sino activando, militando todos los día, construyendo una nueva moral, en que el “nosotros” este por encima “Yo” enajenado y aislado.


Como decía el Che en “El Socialismo y El Hombre en Cuba”, cuando los trabajadores sean los dueños de los medios de producción y controlen colectivamente el proceso productivo: Así logrará la total consciencia de su ser social, lo que equivale a su realización plena como criatura humana, rotas todas las cadenas de la enajenación. (…) Esto se traducirá concretamente en la reapropiación de su naturaleza a través del trabajo liberado y la expresión de su propia condición humana a través de la cultura y el arte. (Guevara, 1965)


Lo primero que necesitamos definir es el concepto real de la reforma universitaria. Hay mucha palabrería liberal y vacía sobre reforma universitaria, debido a que los elementos que en muchas partes tomaron parte de este movimiento lo eran de la burguesía liberal. Pero si la reforma va a acometerse con seriedad y con espíritu revolucionario no puede ser acometida más que con un espíritu socialista, el único espíritu revolucionario del momento. Julio Antonio Mella

Uno de los hitos del estudiantado argentino y latinoamericano es la reforma del 18, que nació en Córdoba y se expandió a toda América Latina. Esta reforma es reivindicada en la actualidad tanto por la derecha (Franja Morada, Partido Socialista) como por la izquierda. Los primeros limitan este movimiento a la conquista de la autonomía universitaria y el cogobierno. Pero los segundos, piensan el rol de la universidad en la sociedad actual, pensándola como una trinchera más en la lucha contra el capital. Los tres autores están íntimamente vinculados a los idearios de la reforma, son su ala más radical y puntualmente Mella y Mariátegui serán participes de


ella. El Che la analizara desde el rol que debe cumplir la universidad en la construcción del socialismo en Cuba. Mella va a ser uno de los máximos referentes estudiantiles cubanos que impulsara la reforma en su patria. El pensamiento de Mella va acercándose, a partir de 1923, a las ideas marxista de la 3° internacional, pero no por ello renuncia al ideario de la reforma, sino que ambas se yuxtaponen. La universidad, como otras tantas instituciones del régimen presente, está hecha para sostener y ayudar el dominio de la clase que está en el poder. Creer que los intelectuales, o las instituciones de enseñanza no tienen vinculación con la división sociológica en clases de toda sociedad es una ingenuidad de los miopes políticos. Nunca una clase ha sostenido una institución, ni mucho menos instituciones de educación, si no es para su beneficio. Es en las universidades, en todas las instituciones de enseñanza, donde se forja la cultura de la clase dominante, donde salen sus servidores en el amplio campo de la ciencia que ella monopoliza. (…) Las universidades de los países capitalistas modernos crean abogados, ingenieros, técnicos de toda naturaleza, para servir los intereses


económicos de la clase dominante: la burguesía capitalista. (Mella, 1928)

Partiendo de esta caracterización de la universidad, como una institución al servicio de la reproducción de las relaciones sociales capitalistas, como una institución sostenida por el esfuerzo y sudor de los trabajadores, como mecanismo de ascenso social de los sectores medios y como una cantera de cuadros ideológicos y técnicos al servicio de las empresas capitalistas. Es que considera que los estudiantes y docentes revolucionarios, es decir socialistas, deben hacer “una cruzada” por la utilidad social de la universidad, no ingresar a ella solo para valorizar nuestra fuerza de trabajo mediante un título, para venderme por un sueldo más elevado en el mercado, eso reproducir la lógica individualista de la burguesía. Todo el conocimiento que se produce gracias al sacrificio de los trabajadores debe estar al servicio de estos. En la unidad en la lucha con la clase obrera, es que el estudiantado, proveniente mayoritariamente de los sectores medios, puede romper con sus intereses de clase y cuestionar los privilegios que cuenta en la sociedad clasista y se entrega a la


difusión de avanzadas ideas sociales y al estudio de las teorías marxistas. El surgimiento de las universidades populares, concebidas con un criterio bien diverso del que inspiraba en otros tiempos tímidos tanteos de extensión universitaria, se ha efectuado en toda la América Latina en visible concomitancia con el movimiento estudiantil. De la Universidad han salido, en todos los países latinoamericanos, grupos de estudiosos de economía y sociología que han puesto sus conocimientos al servicio del proletariado, dotando a éste, en algunos países, de una dirección intelectual de que antes había generalmente carecido. (Mariategui, 1929)

La universidad no escapa a las contradicciones de clase del resto de la sociedad, en su seno se reproducen. Según Mella, cada lucha reivindicativa que lleva adelante el estudiantados, sea por becas, comedor, ingreso irrestricto, plan de estudios, solo son pasos, orientados a un objetivo final, que es hacer la revolución socialista y poner la universidad al servicio de las necesidades del pueblo y no de los parásitos capitalistas. El Che en varios discursos que dio frente a estudiantes y profesores, los increpa a que abandonen sus privilegios, escondidos detrás de la autonomía (que


perdía todo sentido en una sociedad que luchaba por construir el socialismo), que la técnica esté al servicio de la construcción de la sociedad nueva que se estaba gestando en esa época en Cuba. En el discurso dado por el Che en la universidad central de Las Villas, él recurre a su experiencia personal para interpelar a una comunidad académica recelosa del gobierno revolucionario: (…)Y es lógico; no se me ocurriría a mí exigir que los señores profesores o los señores alumnos actuales de la Universidad de Las Villas realizaran el milagro de hacer que las masas obreras y campesinas ingresaran en la Universidad. Se necesita un largo camino, un proceso que todos ustedes han vivido, de largos años de estudios preparatorios. Lo que sí pretendo, amparado en esta pequeña historia de revolucionario y de comandante rebelde, es que comprendan los estudiantes de hoy de la Universidad de Las Villas que el estudio no es patrimonio de nadie, y que la Casa de Estudios donde ustedes realizan sus tareas no es patrimonio de nadie, pertenece al pueblo entero de Cuba, y al pueblo se la darán o el pueblo la tomará, y quisiera, porque inicié todo este ciclo en vaivenes de mi carrera como universitario, como miembro de la clase media, como médico que tenía


los mismos horizontes, las mismas aspiraciones de la juventud que tendrán ustedes, y porque he cambiado en el curso de la lucha, y porque me he convencido de la necesidad imperiosa de la Revolución y de la justicia inmensa de la causa del pueblo, por eso quisiera que ustedes, hoy dueños de la Universidad, se la dieran al pueblo. No lo digo como amenaza para que mañana no se la tomen, no; lo digo simplemente porque sería un ejemplo más de los tantos bellos ejemplos que se están dando en Cuba, que los dueños de la Universidad Central de Las Villas, los estudiantes, la dieran al pueblo a través de su Gobierno Revolucionario. Y a los señores profesores, mis colegas, tengo que decirles algo parecido: hay que pintarse de negro, de mulato, de obrero y de campesino; hay que bajar al pueblo, hay que vibrar con el pueblo, es decir, las necesidades todas de Cuba entera. Cuando esto se logre nadie habrá perdido, todos habremos ganado y Cuba podrá seguir su marcha hacia el futuro con un paso más vigoroso y no tendrá necesidad de incluir en su Claustro a este médico, comandante, presidente de Banco y hoy profesor de pedagogía que se despide de todos. (Guevara, 1959)


Nuestras clases dominantes han procurado siempre que los trabajadores no tengan historia, no tengan doctrina, no tengan héroes y mártires. Cada lucha debe empezar de nuevo, separada de las luchas anteriores: la experiencia colectiva se pierde, las lecciones se olvidan. La historia parece así como propiedad privada cuyos dueños son los dueños de todas las otras cosas. Rodolfo Walsh

La única forma que no ocurra lo que brillantemente relata Walsh arriba, es reconstruyendo la historia y las experiencia que nos antecedieron. El ámbito de la educación superior —universidad y terciarios— son ámbitos en los que la clase dominante forma cuadros técnicos al servicio de sus corporaciones e intelectuales orgánicos que construyen un discurso legitimante de esta sociedad explotadora. Nuestro deber es constituirnos en intelectuales orgánicos de los sectores explotados de los que formamos parte, ya que nos insertaremos en el mercado laboral como asalariados.


Para que cada lucha no empiece de cero, es necesario reconstruir las experiencias de lucha del pueblo trabajador. Como decía Marx en el 18 brumario de Luis Bonaparte: La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos. Y cuando estos aparecen precisamente y a transformar las cosas, a crear algo nunca antes visto, en estas épocas de crisis revolucionarias es precisamente cuando conjuran temerosos en su auxilio los espíritus del pasado, toman prestados sus nombres, sus consignas de guerra, sus ropajes, para, con ese disfraz de vejes venerable y ese lenguaje prestado, representar la nueva escena de la historia universal. En esas revoluciones (las del siglo XIX), la resurrección de los muertos servía, pues, para glorificar las nuevas luchas y no para parodiar las antiguas, para exagerar en la fantasía la misión trazada y no para retroceder ante su cumplimiento en la realidad, para encontrar de nuevo el espíritu de la revolución y no para hacer vagar otra vez a su espectro. (Marx, 1852)

Es la idea del Mito movilizador de Mariátegui, los pueblos en lucha se valen de las luchas pasadas para fortalecer su moral, sentirse continuadores de una


historia de luchas por la liberación y la igualdad. Así como los revolucionarios cubanos reivindicaban a Martí, nosotros reivindicamos a los revolucionarios que nos antecedieron: a Mella, a Mariátegui, al Che, a los 30.000 que dieron su vida por la revolución y el socialismo. Su recuerdo, sus enseñanzas están vivas en nuestras luchas.





Aricó, José (comp.). (1980) “Mariátegui y los orígenes del marxismo latinoamericano”, Mexico, Siglo XXI. Guevara, Ernesto “Che”. (1959) Discurso al recibir el doctorado honoris causa de la Universidad Central de las Villas. [28 de diciembre] Guevara, Ernesto “Che”. (1961) Cuba: ¿Excepción histórica o vanguardia en la lucha anticolonialista? [9 de abril] Guevara, Ernesto “Che”. (1965) El socialismo y el hombre en Cuba. Guevara, Ernesto “Che”. (1967) Crear dos, tres... muchos Vietnam (Mensaje a la Tricontinental) Lenin. (1917) Las tareas del proletariado en la presente revolución. Disponible en https://www.marxists.org/espanol/lenin/obras/1910s/ abril.htm Löwy, Michael. (2007) El marxismo en América Latina, Santiago de Chile: LOM. Mariátegui, José Carlos. (1928) Siete Ensayos de Interpretación de la Realidad Peruana, Lima Mariátegui, José Carlos. (1929) Punto de vista Anti-imperialista. Tesis presentada a la Primera Conferencia Comunista Latinoamericana, en Buenos Aires, junio de 1929.


Mariátegui, José Carlos. (1929) La Reforma Universitaria Ideología y Reivindicaciones Mariátegui, José Carlos. (1950) “El hombre y el mito”, en El alma matinal, sección La emoción de nuestro tiempo, Lima, 1950. Publicado en Mundial, Lima, 16 de Enero de 1925. Trascrito en Amauta, Nº 31, Lima, Junio-Julio de 1930 Mariátegui, José Carlos. (1955) “El determinismo marxista”, en Defensa del marxismo Marx, (1852). El 18 Brumario de Luis Bonaparte Mella, Julio Antonio. (1928) El concepto socialista de la Reforma Universitaria . Mella, Julio Antonio. (1928) Tres aspectos de la Reforma Universitaria.



Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.