Las orejas largas de tĂo conejo.
Pilar Almoina de Carrera
Diseño gráfico: Karen Hernández Editorial Acuarella Publicado por Norma Editores Prohibida la reporducción total y parcial de esta obra sin permiso escrito de la Editorial Acuarella Impreso en Bogotá, Colombia 2016
Las orejas largas de tío conejo.
Cuento de tradición oral latinoamericana. Ilustrado por: Karen Hernández
Un día, tío conejo se preguntó porque era tan chaparrito, entonces decidió ir a buscar a Dios para preguntarle sobre su tamaño. –Papá Dios, ¿por qué me hiciste tan pequeño? ¿Por qué todos los animales son grandotes y yo no? Yo también quiero ser enorme.
Entonces Dios le preguntó que si estaría dispuesto a llevarle algunas cosas de la tierra. El conejo decidido, le dijo que si y Dios le dijo: -Si logras traerme una avispa, una culebra y la lágrima de un caimán, te haré más grande.
El conejo emprendiĂł su camino para hacer todo lo que Dios le habĂa pedido.
Primero llegó al bosque en donde vivía la culebra, la encontró enrollada en un tronco y se le ocurrió una grandiosa idea.
Le dijo: -Señora culebra, ¿por qué duerme sobre ese tronco tan incómodo y frio? Métase mejor en esta canasta mientras yo le acomodo una camita bien buena.
La culebra se metió en la canasta y ¡ZUAS!: el astuto conejo le puso una tapa al canasto para que la culebra no pudiera salir de ahí y continuó su camino.
Luego, llegó a un gran árbol en donde había un avispero. El conejo no sabía cómo llamar la atención de las avispas que estaban trabajando, entonces se puso a llorar. –Señora avispa, no me valla a picar- dijo –Mire que le traje este canasto lleno de miel-
La avispa se puso muy contenta y se metió rapidito al canasto a sacar toda la miel para compartirla con sus compañeras. Entonces volvió a taparlo y continuó su camino.
Ya sólo le faltaba la lágrima el caimán. Y ya ven que fue lo más sencillito. Cuando llegó a la orilla del rio, tomó un palito, se acercó despacito y le dio un golpe al caimán en toda la nariz. El pobre lloró mucho y así el tío conejo logró recoger las lágrimas del adolorido animal.
Corrió entonces el conejito hacia donde Papá Dios con todos los encargos. Pero Dios, que ya estaba enterado de todo, le dijo: -¡Eres muy astuto, mijito! Si yo te hago más grande, no quiero ni imaginarme lo que les pasaría a los otros animales de la tierra. Siendo tan pequeñito, eres capaz de lograrlo todo.
Y lo agarró de las orejas que se le alargaron para siempre. ¡Gracias a Papá Dios, fue lo único que le creció!