Por qué los gallos cantan de día

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MITOS Y LEYENDAS

MITOS Y LEYENDAS INFANTILES

Yazmin Nohemi Avila Gonzaga

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Índice ¿Por qué los gallos cantan de día?

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Los dioses de la luz

pag.8

La leyenda del canguro

pag.11

La leyenda del maíz

pag.14

Las manchas del sapo

pag.16

El conejo en la luna

pag.20

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Prologo

Este libro es una recopilación de algunos mitos y leyendas de algunos autores narra historias muy interesantes sobre la explicación de cosas que comúnmente se preguntan los niños y las personas esta lectura va dirigido al publico en general en particular alos niños en ello encontraran respuestas fantasiosas y muy divertidas con el cual llamara su atención.

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¿Por qué los gallos cantan de día? Adaptación de la antigua leyenda de Filipinas Una antigua leyenda filipina cuenta que, al principio de los tiempos, vivían en el cielo tres hermanos que se querían mucho: el brillante y cálido sol, la pálida pero hermosísima luna, y un gallo charlatán que se pasaba el día canturreando. Los tres hermanos se llevaban muy bien y solían repartirse las tareas de la casa. Cada mañana, era el sol quien tenía la misión más importante que realizar: abandonar el hogar familiar para iluminar y calentar la tierra. Era muy consciente de que sin su trabajo, no existiría la vida en el planeta. Mientras tanto, la luna y el gallo hacían las labores domésticas, como recoger la cocina, regar las plantas y cuidar sus tierras. Una tarde, la luna le dijo al gallo: – Hermanito, ya casi es de noche. El sol está a punto de regresar del trabajo y quiero que la cena esté preparada a tiempo. Mientras termino de hacerla, ocúpate de llevar las vacas al establo ¡Está refrescando y quiero que duerman calentitas! El gallo, que acababa de tumbarse en el sofá, respondió de mala gana:

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– ¡Uy, no, qué dices! He hecho toda la colada y he planchado una montaña de ropa más alta que el monte Everest ¡Estoy agotado y quiero descansar! ¡La luna se enfadó muchísimo! Se acercó a él, le agarró por la cresta y muy seria, le advirtió: – ¡El sol y yo trabajamos sin parar y jamás dejamos de lado nuestras obligaciones! ¡Ahora mismo vas a salir a llevar las vacas al establo como te he ordenado! Ni el doloroso tirón de cresta consiguió amedrentarle; al contrario, el gallo se reafirmó en su decisión: – ¡No, no y no! ¡No me apetece y no lo voy a hacer! La luna, perdiendo los nervios, le gritó: – ¿Ah, sí? ¡Pues tú te lo has ganado! ¡Aquí no hay sitio para los vagos! ¡Fuera del cielo para siempre! Indignada, lo sujetó con fuerza, echó el brazo hacia atrás y con un movimiento firme lo lanzó al espacio dando volteretas, rumbo a la tierra. Al cabo de un rato, el sol regresó a casa y se encontró con su hermana la luna, que venía de recoger el ganado. – ¡Hola, hermanita! – ¡Hola! ¿Qué tal te ha ido el día?

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– Muy bien, sin novedades. Por cierto… No veo por aquí a nuestro hermanito el gallo. La luna enrojeció de rabia y levantando la voz, le dijo: – ¡No está porque acabo de echarle de casa! ¡Es un egoísta! Le tocaba hacer las tareas del establo y se negó en rotundo ¡Menudo caradura! – ¿Qué me estás contando? ¿Estás loca? ¿Cómo has podido hacer algo así?… ¡Es tu hermano! – ¡Ni hermano ni nada! ¡Me puso de muy mal humor! ¡Sólo piensa en sí mismo y se merecía un buen castigo! El sol no daba crédito a lo que estaba escuchando y se enfureció con la luna. – ¡Lo que acabas de hacer es imperdonable! A partir de ahora, no quiero saber nada más de ti. Yo trabajaré durante el día como siempre y tú saldrás a trabajar por la noche. Cada uno irá por su lado y así no volveremos a vernos. – ¡Pero eso no es justo!… – ¡No hay nada más que hablar! En cuanto a nuestro hermano gallo, hablaré con él. Le rogaré que me despierte cada mañana desde la tierra con su canto para poder seguir estando en contacto con él, pero también le pediré que se oculte en un gallinero por las noches para que no tenga que verte a ti. Tal y como cuenta esta leyenda, desde ese momento, el sol y la luna empezaron a trabajar por turnos. El sol salía muy temprano y cuando regresaba al hogar, la

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luna ya no estaba porque se había ido con las estrellas a dar brillo a la oscura noche. Al terminar su tarea, antes del amanecer, volvía a casa, pero el madrugador sol ya se había ido. Jamás volvieron a encontrarse ni a cruzar una sola palabra. El gallo, cómo no, recibió el mensaje del sol y se comprometió a despertarle cada mañana con su potente kikirikí. A partir de entonces se convirtió en el animal encargado de dar la bienvenida al nuevo día. Se acostumbró muy bien a vivir en una granja y a esconderse en el gallinero nada más ver la blanca luz de la luna surgir entre la oscuridad. Este ritual se ha mantenido durante miles de años hasta nuestros días. Tú mismo podrás comprobarlo disfrutando de un bello amanecer en el campo o de una hermosa puesta de sol frente al mar.

Los dioses de la luz Adaptación de la antigua leyenda de Chile Hace cientos de años, al sur de Chile, vivían los indígenas conocidos como mapuches. Los miembros de estas tribus se refugiaban en grutas, no conocían el fuego y sobrevivían gracias a lo que la naturaleza les regalaba. Cada día salían a cazar algún animal para comer y recolectaban todos los frutos que podían para poder alimentar a sus familias. Si querían realizar todas estas Yazmin Nohemi Avila Gonzaga

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tareas, tenían que levantarse muy temprano y aprovechar al máximo la luz de día, pues uno de sus mayores temores, era enfrentarse a la oscuridad ¡Jamás salían del poblado cuando se iba el sol! Una noche, un hombre mapuche llamado Caleu, se sentó a contemplar la luna en la entrada de su cueva. Su familia dormía dentro y el silencio lo invadía todo. De repente, vio una enorme estrella de larga cola dorada que atravesaba el cielo. Un resplandor cegó sus ojos e iluminó por momentos todo el valle. ¡Caleu se asustó muchísimo porque no tenía ni idea de qué era eso! A toda prisa y temblando como un flan, entró en la caverna y se acurrucó en una esquina. Permaneció despierto hasta el alba y, aunque se moría de ganas de contar a todos lo que había visto, decidió no decir nada a nadie para que el temor no se extendiese por la aldea. Sí, guardaría el secreto. Esa mañana en cuanto salió el sol, su esposa y su hija se fueron en busca de comida. Acompañadas por otras mujeres y niños del pueblo, subieron la montaña más cercana y durante horas, estuvieron entretenidas haciendo acopio de comestibles para pasar el invierno, que ya estaba a la vuelta de la esquina. Todos trabajaban con tanta de dedicación, que la noche les pilló desprevenidos. Recogieron rápidamente sus cestas e intentaron bajar la montaña lo más deprisa que pudieron, pero sin luz tuvieron desistir. Era imposible guiarse entre tinieblas para encontrar el camino de vuelta al poblado. Por suerte, descubrieron una gruta abandonada y se refugiaron en ella a la espera del nuevo día.

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Fue entonces cuando, en medio de la oscuridad, vieron pasar la enorme estrella de cola dorada que Caleu había visto la noche anterior, y que por segunda vez atravesaba el cielo a gran velocidad. A su paso, una lluvia comenzó a caer haciendo sonar un gran estruendo. Pero no, no era de agua, sino de piedras que se estrellaron sobre la montaña y rodaron sobre la ladera, provocando multitud chispas al chocar contra el suelo de roca. Una de esas chispas fue a parar a un árbol y el tronco comenzó a arder, iluminando todo a su alrededor. Cuando el torrente de piedras cesó, las mujeres se acercaron al árbol en llamas con los asustados niños agarrados a sus piernas y descubrieron que, gracias al fuego, podían verse unos a otros entre las sombras. También notaron que junto al árbol ardiente, sus cuerpos entraban en calor y era una sensación muy agradable ¡Aquello era realmente mágico! Los hombres de la aldea, atraídos por la luz, salieron a comprobar de qué se trataba y encontraron a sus familias sentadas alrededor de la enorme fogata. Estaban felices y todos se juntaron para compartir un momento tan especial, entonando cantos y dando palmas. Empezó a amanecer y llegó la hora de que cada uno regresara a su hogar. Caleu cogió una rama que había en el suelo y la acercó al fuego del árbol. Se quedó fascinado al comprobar que las llamas pasaban de un sitio a otro con facilidad. Todos los hombres hicieron lo mismo y tomaron el camino a casa portando grandes antorchas. Durante el trayecto de vuelta, las mujeres les contaron que

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habían visto que al chocar unas piedras contra otras se producían chispas, y que éstas, al contacto con la madera, se convertían en llamas. Así fue cómo los mapuches descubrieron el fuego. A partir de ese día, perdieron el miedo a la oscuridad, pudieron calentarse durante los crudos inviernos y añadieron a su menú diario la riquísima carne cocinada en las brasas.

La leyenda del canguro Adaptación de la antigua leyenda de Australia

Cuenta una antiquísima leyenda australiana que, en sus orígenes, los canguros tenían cuatro patas como hoy en día, pero las cuatro de la misma longitud. Como los gatos, los perros o los leones, utilizaban todas las patas a la vez para caminar y para correr. Así fue durante muchos años, hasta que un día apareció en las llanuras donde vivían las familias de canguros, un cazador. El hombre, que tenía la piel tostada por el sol, iba armado con lanzas y rastreaba el terreno buscando animales para comer. Un canguro que descansaba bajo la sombra de un árbol, le vio aparecer entre la maleza. A pesar de que no había estado jamás frente a ningún humano, su instinto le dijo que las intenciones que traía no eran precisamente buenas: tenía

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el rostro tenso, se movía despacio procurando no hacer ruido, miraba con sigilo a un lado y a otro, y llevaba la mortífera lanza en alto, dispuesto a atacar en el mismo momento que viera un animal que pudiera atrapar. El canguro se puso en alerta. Le tenía muy cerca y su única opción era escapar cuanto antes. En el fondo, pensó que lo tendría fácil ¡El hombre tenía dos patas y él cuatro, así que no había duda de que correría mucho más rápido! Se levantó del suelo y a la de tres, echó a correr a toda velocidad. El humano escuchó un ruido y descubrió al animal poniendo pies en polvorosa. Sin dudarlo, comenzó a perseguirle. El canguro corría y corría sin parar, pero el hombre iba pisándole los talones. Sí, él tenía cuatro patas, pero las dos patas de su enemigo eran más largas y musculosas ¡Las cosas estaban poniéndose difíciles! La persecución duró al menos dos horas y el canguro ya no podía más. Por suerte, la noche cayó sobre la llanura y, en un despiste de su acosador, logró camuflarse entre unos matorrales. Ahí se quedó, inmóvil, esperando a que el enemigo de dos patas se alejara. Pero no… En vez de regresar a su hogar, decidió juntar unas ramas y encender una hoguera para calentarse y esperar allí hasta el amanecer.

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El pobre canguro sabía que tenía que salir de su escondite porque en cuanto aparecieran los primeros rayos de sol, el cazador retomaría su búsqueda y al final, caería en sus redes. Había aprendido que correr no le había servido de nada, así que lo mejor, sería intentar huir despacito, sin hacer ruido. Se le ocurrió levantar las patas delanteras y se fue alejando en absoluto silencio, caminando de puntillas con las dos patas de atrás. Cuando estuvo bien lejos del peligro, se dio cuenta que de esta manera le había resultado muy fácil escabullirse. Caminar sobre las patas traseras era genial, pero ¿y qué tal si probaba a saltar? Lo intentó y al principio, cada vez que daba un brinco, se caía de culo, pero sabía que era cuestión de práctica y con tesón consiguió que sus saltos fueran grandes y precisos. ¡Se sintió maravillosamente bien! A partir de ahora, podría escapar de cualquiera que intentara hacerle daño. Ningún hombre, por rápido que fuera, podría compararse a un experto canguro saltarín como él. Regresó a la llanura muy contento y contó a las familias de canguros lo que había descubierto. Siguiendo sus consejos, todos se pusieron a ensayar para lograr un mecanismo perfecto de salto. ¡La iniciativa tuvo muchísimo éxito! Poco a poco, los canguros de toda Australia dejaron de utilizar las patas delanteras para caminar. Con el tiempo, su cuerpo fue evolucionando y se volvieron más cortitas, mientras que las traseras se hicieron fuertes y elásticas como muelles.

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Hoy en día, los canguros han perfeccionado tanto el sistema de salto, que son capaces de recorrer grandes distancias a velocidades de hasta 70 kilómetros por hora. Increíble ¿verdad?

La leyenda del maíz Adaptación de la leyenda mejicana (azteca) Hace varios siglos, antes del descubrimiento de América, en México vivían los aztecas. Cuenta la leyenda que se alimentaban de raíces de plantas que iban encontrando y de los animales que conseguían cazar cada día. Su mayor deseo era comer maíz, pero no podían porque crecía escondido detrás de unas altas y escarpadas montañas, imposibles de atravesar. Un día, pidieron ayuda a varios dioses y éstos, deseando prestar ayuda a los humanos, probaron a separar las gigantescas montañas para que pudieran pasar y llegar hasta el maíz. No sirvió de nada, pues ni los dioses, utilizando toda la fuerza que tenían, lograron moverlas. Pasó el tiempo y, estaban tan desesperados, que suplicaron al gran dios Quetzalcóatl que hiciera algo. Necesitaban el maíz para hacer harina, y con ella

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poder fabricar pan. El dios se comprometió a echarles una mano, pues su poder era inmenso. A diferencia de los otros dioses, Quetzalcóatl no quiso probar con la fuerza, sino con el ingenio. Como era un dios muy inteligente, decidió transformarse en una pequeña hormiga negra. Nadie, ni hombres ni mujeres, ni niños ni ancianos, comprendían para qué se había convertido en ese pequeño insecto. Sin perder tiempo, invitó a una hormiga roja a acompañarle en la dura travesía de cruzar las altas montañas. Durante días y con mucho esfuerzo, las dos hormiguitas subieron juntas por la dura pendiente hasta llegar a la cumbre nevada. Una vez allí, iniciaron la bajada para pasar al otro lado. Fue un camino muy largo y llegaron agotadas a su destino, pero mereció la pena ¡Allí estaban las doradas mazorcas de maíz que su pueblo tanto deseaba! Se acercaron a la que parecía más apetitosa y de ella, extrajeron uno de sus granos amarillos. Entre las dos, iniciaron el camino de regreso con el granito de maíz bien sujeto entre sus pequeñas mandíbulas. Si antes el camino había sido fatigoso, la vuelta lo era mucho más. La carga les pesaba muchísimo y sus patitas se doblaban a cada paso, pero por nada del mundo podían perder ese granito del color del sol.

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Los aztecas recibieron entusiasmados a las hormigas, que llegaron casi arrastrándose y sin aliento ¡Qué admirados se quedaron cuando vieron que lo habían conseguido! La hormiga negra, que en realidad era el gran dios, agradeció a la hormiga roja el haberle ayudado y prometió que sería generoso con ella. Después entregó el grano de maíz a los aztecas, que corrieron a plantarlo con mucho mimo. De él salió, en poco tiempo, la primera planta de maíz y, de esa planta, muchas otras que en pocos meses poblaron los campos. A partir de entonces, los aztecas hicieron pan para alimentar a sus hijos, que crecieron sanos y fuertes. En agradecimiento a Quetzalcóatl comenzaron a adorarle y se convirtió en su dios más amado para el resto de los tiempos.

Las manchas del sapo Adaptación de una antigua leyenda de Uruguay Hace cientos de años, los sapos eran muy parecidos a los de ahora, pues también antiguamente les encantaba saltar y bañarse en las charcas. La única diferencia es que por aquellos tiempos, no tenían manchas en su brillante y resbaladizo cuerpo.

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Cuenta la leyenda que un día, ya nadie recuerda cuándo, hubo un sapo que no tenía demasiada amistad con un águila. En realidad, se llevaban bastante mal. El ave le tenía manía y un día decidió burlarse de él, aprovechando que en el cielo iba a celebrarse una gran fiesta. -¡Hola, amigo sapo! Esta noche hay una verbena estupenda en las nubes y me gustaría invitarte. Como no sabes volar, yo te llevaré conmigo. – ¡Oh, muchas gracias por pensar en mí! Iré si llevas tu guitarra ¿Te parece bien? – Sí, me parece una idea estupenda ¡Será una fiesta con música y baile para todos! Se despidieron y quedaron en verse antes del anochecer. Salía la luna cuando el águila fue hasta la casa del sapo con la guitarra bajo el ala. -¿Estás listo, amigo? Se hace tarde y debemos irnos ya. – ¡En realidad, todavía no! No he acabado de arreglarme y he de terminar de hacer unas cosas. Si te parece, ve volando despacio que enseguida te alcanzo. – De acuerdo, pero no tardes. Mientras el águila se despedía de la familia del sapo, éste aprovechó para esconderse en el agujero de la guitarra, pues en el fondo, tanta amabilidad le extrañaba y no se fiaba mucho de que el águila le dejara caer en pleno vuelo. Por su parte, el águila, partió hacia las nubes pensando en lo tonto que era el sapo si creía que él solito iba a llegar tan lejos y tan alto.

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Cuando la reina de las aves llegó al cielo, se encontró una fiesta de lo más animada. Había música, comida y todos parecían estar pasándoselo muy bien. Un buitre se acercó a ella y le preguntó: – ¿No iba a venir contigo el sapo? – ¡Qué va! Si no levanta un palmo del suelo ¿cómo va a llegar hasta aquí sin mi ayuda? Pero el sapo sí había llegado al cielo, escondido en el agujero de la guitarra. Gracias a su astucia, se había colado en la fiesta y estaba decidido a disfrutar al máximo. Salió como pudo del hueco y se plantó ante todos los invitados. Era un sapo muy simpático y dicharachero; en cuanto tuvo oportunidad, empezó a cantar y a hacer acrobacias tan graciosas que se metió a los asistentes en el bolsillo. Todos le ovacionaron menos el águila, que vio al sapo de lejos y se sintió corroída por la envidia.

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El conejo en la luna Adaptación de una antigua leyenda azteca Un día, hace cientos de años, el dios Quetzalcóatl decidió viajar por todo el mundo. Su aspecto era el de una serpiente adornada con plumas de color verde y dorado, así que para no ser reconocido, adoptó forma humana y echó a andar. Subió altas montañas y atravesó espesos bosques sin descanso. Al final de la jornada, se sintió agotado. Había caminado tanto que decidió que era la hora de pararse a descansar para recobrar las fuerzas. Satisfecho por todo lo que había visto, se sentó sobre una roca en un claro del bosque, dispuesto a disfrutar de la tranquilidad que le proporcionaba la naturaleza.

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Era una preciosa noche de verano. Las estrellas titilaban y cubrían el cielo como si fuera un enorme manto de diamantes y, junto a ellas, una anaranjada luna parecía que lo vigilaba todo desde lo alto. El dios pensó que era la imagen más bella que había visto en su vida. Al cabo de un rato se dio cuenta de que, junto a él, había un conejo que le miraba sin dejar de masticar algo que llevaba entre los dientes. – ¿Qué comes, lindo conejito? – Sólo un poco de hierba fresca. Si quieres puedo compartirla contigo. – Te lo agradezco mucho, pero los humanos no comemos hierba. – Pero entonces ¿qué comerás? Se te ve cansado y seguro que tienes apetito. – Tienes razón… Imagino que si no encuentro nada que llevarme a la boca, moriré de hambre. El conejo se sintió fatal ¡No podía consentir que eso sucediera! Se quedó pensativo y en un acto de generosidad, se ofreció al dios. – Tan sólo soy un pequeño conejo, pero si quieres puedo servirte de alimento. Cómeme a mí y así podrás sobrevivir. El dios se conmovió por la bondad y la ternura de aquel animalito. Estaba ofreciendo su propia vida para salvarle a él. – Me emocionan tus palabras – le dijo acariciándole la cabeza con suavidad – A partir de hoy, siempre serás recordado. Te lo mereces por ser tan bueno. Yazmin Nohemi Avila Gonzaga

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Tomándole en brazos le levantó tan alto que su figura quedó estampada en la superficie de la luna. Después, con mucho cuidado, le bajó hasta el suelo y el conejo pudo contemplar con asombro su propia imagen brillante. – Pasarán los siglos y cambiarán los hombres, pero allí estará siempre tu recuerdo. Su promesa se cumplió. Todavía hoy, si la noche está despejada y miras la luna llena con atención, descubrirás la silueta del bondadoso conejo que hace muchos, muchos años, quiso ayudar al dios Quetzalcóatl.

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Este libro es una recopilación de algunos mitos y leyendas de algunos autores narra historias muy interesantes sobre la explicación de cosas que comúnmente se preguntan los niños y las personas esta lectura va dirigido al publico en general en particular alos niños en ello encontraran respuestas fantasiosas y muy divertidas con el cual llamara su atención.

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