LOS SACRAMENTOS, SENDEROS MARAVILLOSOS PARA TU ENCUENTRO CON CRISTO
LOS SACRAMENTOS, SENDEROS MARAVILLOSOS PARA TU ENCUENTRO CON CRISTO
Somos una comunidad de fe que descubre, comprende y gusta la sacramentalidad en el mundo.
Mons. Luis Augusto Castro Q. IMC Arzobispo de Tunja
Pág. 1. LOS SACRAMENTOS Y EL NUEVO TESTAMENTO........................
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2. LOS SACRAMENTOS EN AMÉRICA LATINA Y COLOMBIA ......
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3. DE LOS SIGNOS Y DE LOS SÍMBOLOS..............................................
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4. LOS SACRAMENTOS SON SÍMBOLOS DE LA FE..........................
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5. DOS EJEMPLOS DE SIMBOLIZACIÓN SACRAMENTAL: EL BAUTISMO Y LA EUCARISTÍA.......................................................
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6. LA CELEBRACIÓN...................................................................................
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7. CRISTO, EL PRIMER SACRAMENTO..................................................
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8. LA IGLESIA, SACRAMENTO DE CRISTO GLORIFICADO..........
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9. ORIGEN DE LOS SACRAMENTOS....................................................
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10. EFICACIA DE LOS SACRAMENTOS.................................................
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11. ¿POR QUÉ HAY SACRAMENTOS?...................................................
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12. LOS SACRAMENTOS Y LA EVANGELIZACIÓN...........................
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13. EL ESPÍRITU SANTO Y LOS SACRAMENTOS................................
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14. LA BELLEZA DE LA “SACRAMENTALIDAD” ..............................
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*Ilustraciones tomadas de Fano. 2
1. LOS SACRAMENTOS Y EL NUEVO TESTAMENTO
Te cuento que un rey invitó a sus súbditos al palacio real. Quería encontrarse y dialogar con ellos. Como un gesto de acogida, el rey hizo preparar a la entrada del palacio unos platos deliciosos con lo mejor de la región. Cuando la gente llegó, se encontró con esos comestibles tan sabrosos y se puso a comer. Una vez satisfechos se regresaron a sus hogares. El rey se quedó esperando, pero ninguno llegó. ¿Sería posible que nosotros, tú y yo, nos acercáramos a los sacramentos, a la Eucaristía, por ejemplo, pero sin darnos cuenta de que lo más grande es el encuentro personal con Cristo y nos limitáramos a recibir la Hostia casi mecánicamente, sin ninguna carga de amor y de fe? Todo es posible, pero entonces demos una mirada a los primeros tiempos de la vida cristiana para ver cómo procedían los cristianos. Las comunidades cristianas tenían conciencia de que Jesús el Nazareno, como Señor, Mesías, y único Salvador (Hch 4,12), vive en su Iglesia y sigue realizando históricamente su obra de salvación a través de ella. La Iglesia en el tiempo de los apóstoles cree en la unidad vital que se ha establecido entre el Cristo 3
vivo y resucitado y la comunidad mediante la efusión del Espíritu Santo. La Iglesia no actúa en nombre propio sino en nombre de Jesús y con la fuerza del Espíritu de Cristo que habita en la comunidad y en cada uno de los cristianos (Rom 8,9-11). En el nombre de Jesús se hace todo. Pedro, en el nombre de Jesús realiza su primer milagro. En el nombre de Jesús se hacen los primeros bautismos (Hch 2,37). También en el nombre de Cristo se ungen los enfermos de la comunidad cristiana (St 5,14). San Pablo pide a los cristianos que cualquier actividad, de palabra o de obra, sea hecha en el nombre del Señor Jesús, dando gracia a Dios Padre por medio de Él. (Col 3,17). El nombre de Jesús y la persona toda de Jesús era lo primero. A nadie se le hubiera ocurrido ir al banquete invitado por Jesús, comer e irse sin tener un encuentro vivo con Jesús. El banquete quería ser como un medio para ir gustando la presencia del rey, pero no era el rey. La meta no era el banquete sino el encuentro con el rey. Pero la gente quedó atrapada por el medio y no dio el paso más allá. Inclusive, más de alguno habrá podido pensar que esa comida era el encuentro con el rey. El banquete era un signo de acogida, pero no la acogida personal. Ahora, si dejamos al rey y más bien hablamos de Dios quien nos invita a un banquete y llegamos sólo al banquete, pero no vamos más allá hasta el encuentro con Dios, podemos ser víctimas de un fuerte engaño como es creer que el banquete es Dios. El banquete queda convertido en un dios falso, en un ídolo, en algo puramente humano. Lo que era sólo un medio, o como dicen los teólogos, una mediación, lo consideramos equivocadamente como el punto de llegada, como si eso fuera la persona del rey o la realidad de Dios. Los santos tenían muy claro lo que era su encuentro personal con Cristo y que era distinto de los medios. Teresita del Niño Jesús repetía las palabras de 4
San Juan de la Cruz: “No me mandes más mensajeros, que no saben decirme lo que quiero”. Ella quería el encuentro personal con Cristo, no con otras realidades que podrían despistarla. San Juan de la Cruz buscaba el mismo encuentro personal y no lo confundía con las cosas, aunque ellas, siendo como un rastro del paso de Dios, lo anunciaban, lo señalaban, lo mostraban: ¡Oh bosques y espesuras, plantadas por la mano del Amado! Oh prado de verduras De flores esmaltado Decid si por vosotros ha pasado. Mil gracias derramando Pasó por estos sotos con presura, Y yéndolos mirando, Con sola su figura Vestidos los dejó de su hermosura. El filósofo Ortega y Gasset tenía una frase que se volvió famosa: “Yo soy yo y mis circunstancias”. Pues bien, San Juan de la Cruz ha descubierto: “Soy yo y tú”. Este tú era el que lo amaba, el que hacía posible su existencia. Y Él sale en busca del amado, sale a su encuentro. Un encuentro con Jesucristo vivo.
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2. LOS SACRAMENTOS
EN AMÉRICA LATINA Y EL CARIBE En un pueblo, un hombre creaba desconcierto por la cantidad de cosas negativas que hacía: Amenazaba, engañaba, ofendía, robaba, insultaba, calumniaba y muchas cosas más. Una señora muy valiente le preguntó en una ocasión: “¿Pertenece usted a alguna religión, a algún grupo cristiano, a algún movimiento?” Claro que sí, respondió. Soy católico. Pero, replicó la señora, no se le ve por ninguna parte, no muestra tener fe y mucho menos caridad. El hombre no respondió nada. Se fue para su casa y diez minutos después regresó donde la señora trayendo un papel. Nada menos que la partida de bautismo. Era lo único que le quedaba de su vida cristiana. Era simplemente un cristiano de papel y nada más. Había una total separación entre su fe y su vida. Es un caso excepcional, pero demuestra un rasgo que ha preocupado a la Iglesia latinoamericana que se da cuenta que, con frecuencia, hay una separación entre la fe y la vida así que la devoción no se deja ver en la vida diaria. Hay mucha devoción, pero poca imitación. Y en algunos casos, ni la una ni la otra. El hombre de papel presentado antes, te sirve para entender que el hombre nuevo fruto de la acción de la gracia se construye sobre la humanidad de cada persona. Si ha faltado ese cuidado por construirse humanamente, pues también la deficiencia se nota en la vida cristiana. Con razón, aquel maestro de vida espiritual comenzaba su curso diciendo: “Todo santo es un hombre y toda santa es una mujer”. La condición humana y la condición cristiana crecen a la par, la primera con la ayuda de la familia, la educación y la cultura y la segunda como fruto de la gracia de Dios y por tanto del encuentro con Jesucristo vivo. 6
3. DE LOS SIGNOS Y DE LOS SÍMBOLOS
Te cuento que una joven llamada Lucila hizo su primera comunión con gran fervor. Más tarde las seducciones del mundo la alejaron de los sacramentos y, de pecado en pecado, se hundió en la culpa y en el escándalo. Un día regresó a su casa y buscando entre sus vestidos, encontró el velo de su Primera Comunión. Lo vio y exclamó conmovida: “Miserable de mí, lo que soy ahora y lo que, en cambio, fui aquel día”. Ella volvió a revivir ese momento de fervor, de entrega a Dios, de rectitud que la caracterizaba y se dijo: “Acabo con esta vida torcida y empiezo una vida recta”. Todo ello, estaba representado y evocado por el velo de la primera comunión. Ese velo no sólo era un símbolo de su 7
experiencia de vida cristiana recta de tiempo atrás, sino también de la nueva vida que se decidía a llevar desde ahora. No hay que confundir el símbolo con el signo. Toda cosa que nos lleve al conocimiento de otra, es lo que se llama signo. Por ejemplo, una palabra puede llevar al conocimiento de una realidad. Si yo pronuncio la palabra cisne, esa palabra me lleva a evocar la realidad de ese animalito tan bello. Si yo digo Dog, más de una persona no sabe de qué estoy hablando. Pero cuando le digo: Dog quiere decir perro en inglés, entonces la otra persona descansa, es decir, entiende y hasta puede acordarse de “fido”, su perrito casero. La palabra cisne es un signo del cisne de verdad y la palabra perrito es un signo del perrito de verdad. Hay muchos otros signos como los de la carretera que nos dicen a qué velocidad debemos ir. Pero ni las palabras como cisne o perro, ni los dibujos de la carretera, son símbolos.
Sucede que hay realidades que no son fáciles de expresar con una palabra. Se trata de las propias vivencias o experiencias o de las experiencias fundamentales que vivimos y cuya expresión requiere algo más que una simple palabra. Entonces en este caso, se requiere no un signo sino algo más, que llamamos símbolo. El velo de Lucila fue el símbolo de una experiencia de Dios, antigua, pero a la vez, nueva. El símbolo, en pocas palabras, es la expresión de una experiencia de vida. Si un novio le dice a su novia: “Mi cielo”, está indicando que ella, para él, es algo muy especial, algo que tiene que ver con su interior, con su corazón, con su vida más sentida, algo que es una experiencia valiosa. De manera que ella no se queda contemplando el símbolo cielo o mirando a las nubes, sino que 8
el símbolo la lleva a sentir o a vivir la experiencia de él, de su novio. Si ella se quedase sólo en el símbolo cielo pues no entendería nada de la vivencia de su novio. Sería como el banquete de los invitados donde el rey que no fueron capaces de descubrir en ese banquete el aprecio que el rey les tenía y por eso, en lugar de acercarse a él, se fueron para la casa. Entonces el símbolo te ayuda a tres niveles: 1. Toma las experiencias más fundamentales de la existencia humana, como por ejemplo la experiencia de amor de ese novio. 2. Coloca esa experiencia a un nivel consciente, es decir, la ubica en la conciencia de él, para que él se dé cuenta de lo que está viviendo. En este caso, la presencia, la belleza o la forma de ser de su novia son representadas en su cabeza y en su corazón como algo parecido al cielo. 3. Expresa esa experiencia para que llegue a la novia. Lo que ella capta con la palabra cielo es que, para él, ella es algo grande, algo muy valioso, algo difícil de expresar con palabras precisas o sencillas. Entonces, tenemos una experiencia interior de él, la conciencia de esa experiencia en él y el hacerla llegar a ella de manera tal que ella, ayudada por el símbolo llamado cielo, capte en toda su dimensión la experiencia de él. El símbolo entonces, es una ayuda muy grande para expresar las experiencias fundamentales de la persona. El novio habla de “cielo” pero tanto él como ella saben que esa palabra indica una experiencia bella de él en relación con ella. Veamos otros ejemplos de símbolos para comprender mejor su realidad y para saborearla en muchos casos. En la catedral de Reims hay una estatua a la que mucha gente visita. Se trata de la estatua de un ángel. Ese ángel está despedazado, destruido, lleno de heridas y cicatrices. Ha perdido la mano derecha y los dedos de la otra están mutilados. Con el paso del tiempo se ha quedado sin una de las alas. Un ángel marcado por las devastaciones, destrucciones y erosiones de los siglos. Pero lo sorprendente de este ángel es que, pese a todas las heridas y lesiones, sonríe. Pero lo mejor es que quienes visitan la estatua se van también sonriendo. La sonrisa es contagiosa. 9
Es una estatua, pero representa a todos aquellos que, habiendo tenido experiencias duras en la vida, como tantas víctimas, han sabido superar su estado de víctimas y volver a sonreír. Esa sonrisa es el símbolo de la nueva experiencia de vida, ya no de víctimas sino de sobrevivientes. Son personas que, aunque la vida les dio sólo limones, supieron hacer con ello una sabrosa limonada. Un orante cristiano decía: “Yo ardo en amor por el amado, y donde está su descanso, allí estoy yo también”. Este cristiano quiere hablar de su amor que es intenso y para ello busca un símbolo como es el fuego que lo envuelve como un gran incendio. Es una manera de expresar la intensidad grande de su amor. En el Oficio Divino hay una oración que dice: “Otórganos, Señor, fuego ardiente de amor eterno”. El orante pide que el amor de Dios lo envuelva con su fuego que es eterno. Se sigue utilizando el símbolo del fuego para expresar una vivencia de amor a Dios.
Este símbolo del fuego es muy rico porque expresa muy bien lo que una persona siente, pero también porque el fuego tiene efectos muy propios como el extenderse rápidamente, con vehemencia, con fuerza. De ahí que puede ser una imagen del Reino de Dios. Purifica y transforma, aun cuando ello pueda ser un proceso doloroso. Considera las palabras de Simeón el teólogo: “Así como la lámpara y la lumbrera que vemos se enciende cuando se pone fuego cerca de ella, así hay en todas las almas un fuego divino que las hace inflamarse”. 10
Te presento otros símbolos. El salmista vive su experiencia espiritual y quiere expresarla y para ello requiere un símbolo. Entonces, se expresa de esta manera: “Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo, mi alma tiene sed de ti”.. (Sal 63,2). ¿Cuál es el símbolo que usa esta persona para expresar lo que está viviendo? Es el símbolo de la sed. El salmista dice también: “ Como la sierva busca torrentes de agua, con la misma sed te busco yo a ti, Dios mío”. Es el deseo de llenarse de Dios, de esa agua viva que es Jesús y ese deseo se simboliza con la sed que sólo Dios puede apagar. El símbolo se usa mucho en la vida diaria. Cuando tengo problemas y no sé cómo resolverlos digo: “Estoy entre la espada y la pared” o también puedo expresar lo que me pasa diciendo: “Estoy en la olla” o puedo exclamar, de otra manera: “estoy en la sin salida”. Estas expresiones quieren poner de manifiesto la experiencia difícil que estoy viviendo. Son símbolos de lo que me está pasando. Pero los momentos difíciles se pueden vivir también en la vida espiritual. Hay una experiencia espiritual vivida por muchas personas de fe. Es una experiencia de sequedad, de oscuridad, de purificación, de sentirse como sin fe, abandonado por Dios. San Juan de la Cruz nos habla de esta experiencia espiritual dolorosa y para ello utiliza el símbolo de la noche. Cuando la noche ha pasado, los efectos en el alma son muy positivos. Así lo expresa él: ¡Oh Noche que guiaste! ¡Oh Noche amable más que la alborada! ¡Oh Noche que juntaste Amado con amada, ¡Amada en el Amado transformada! Hay una realidad muy parecida al símbolo como es la metáfora. Ambas se construyen a partir de la semejanza, pero el símbolo se construye por su semejanza con la experiencia vital de la persona, mientras que la metáfora se construye por su semejanza con otra palabra. Un poeta puede expresar con diez metáforas algo bello pero que no tiene nada que ver con su experiencia personal sino con la belleza del lenguaje como tal. En cambio, el símbolo está ahí, para expresar lo que vive nuestro corazón.
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4. LOS SACRAMENTOS, SON SÍMBOLOS DE LA FE
Una señora estaba preparando un buen asado. Pero por un descuido se quemó en una mano. Ahí mismo grito: “Demonios”. Tal vez siguieron otras palabras que no se pueden escribir aquí. Pero basta referirnos a la primera, que ella gritó con mucha fuerza. ¿Qué quería decir eso? Que el dolor por el fuerte quemón la hizo sentir en el infierno, en manos de los malvados demonios. Su experiencia interior, física y personal encontró en los demonios el símbolo exterior para expresarla. Encontramos entonces dos elementos: Primero, La experiencia personal de la quemada y segundo, la expresión de esta experiencia dolorosa así que gracias a ese símbolo gritado con fuerza: “Demonios”, los demás intervinieron para ayudarla. También en la vida espiritual hay estos dos momentos. El primero es la experiencia espiritual y el segundo la expresión o simbolización de esa experiencia. 12
Te ofrezco el ejemplo de San Agustín. Agustín no creía en nada y sólo se guiaba por la razón. Pero buscaba algo más. Así que andaba metido en muchas ideologías, perdido, incierto. Pero llegó el día en que Jesús le otorgó la fe. Fue una experiencia maravillosa. Él se lamentaba diciendo: “¡Tarde te amé, hermosura siempre antigua y siempre nueva, tarde te amé!” Pero, aunque tarde, llegó el gran día de la experiencia de Jesús vivo. El segundo momento tiene lugar cuando quiso expresar lo grandioso de la fe, don de Dios en él. Entonces, usó símbolos maravillosos para decir que todos sus cinco sentidos habían sido agarrados por la fe. Antes no era así: El oído se había hecho el sordo; la vista no quería ver lo verdadero; el olfato parecía paralizado pues él no apreciaba el perfume de Dios; el gusto no funcionaba porque todo lo que fuese de Cristo le parecía insípido, sin sabor, desabrido; y el tacto porque el Señor lo tocaba, pero él no se daba por aludido. Ahora que ha vivido la experiencia de la fe, siente agradecido que la debe dar a conocer, que la debe simbolizar y esto lo hace con símbolos maravillosos que se refieren a sus cinco sentidos que ahora sí actúan como él quiere: Estas son sus palabras:
“Tú me llamaste, gritaste, derrumbaste mi sordera. Centelleaste, resplandeciste ahuyentaste mi ceguera. Derramaste tu fragancia, inhalé en mi respiro y ya suspiro por ti. Gusté, y tuve hambre y sed. Me tocaste, y ardo en deseos de tu paz”. (Conf.10,27.29). Todos estos son símbolos, es decir, expresiones de una experiencia vivida de fe que se quiere comunicar y Agustín lo hace de forma muy bella. Hay que tener cuidado de no presentar símbolos que no son expresión de nada. En realidad, no son símbolos. Una persona quería comprar zapatos y entró en 13
un edificio donde estaba escrito con enormes y elegantes letras: “Zapatos”. Preguntó por zapatos y le dijeron: ¿Los quiere de cuero o de plástico? De cuero. Entonces, vaya al segundo piso. Allá le preguntaron: ¿Los quiere negros o de color? Negros. Entonces, vaya al fondo de este corredor. Cuando llegó allá le preguntaron: ¿Los quiere de amarrar o sin cordones? De amarrar. Entonces, pase a la oficina del frente. Llegado allá le explicaron: “La verdad es que hasta ahora tenemos sólo la organización y el aviso bien grande, pero aún no tenemos zapatos”. Los solos símbolos sin la realidad anunciada, es casi un engaño o una tomadura de pelo. Por eso, el verdadero símbolo es siempre de algo más, de la experiencia interior vivida. Por ejemplo, de la experiencia de la fe. La fe es un don de Dios y es también una de las experiencias fundamentales de la persona cristiana. Por la fe una persona se entrega libre y totalmente a Dios. La fe, entonces, implica entrega y obediencia. Esta obediencia consiste concretamente en la entrega incondicional a Jesucristo. Esta relación del creyente con Jesús significa que la propia vida se vincula a la vida de Jesús para realizar en el mundo el proyecto de Dios, el reinado de Dios que es el reinado de la justicia, la igualdad, la fraternidad, la libertad y el amor. Pero la fe no es sólo compromiso con Jesús. Si la fe es esencialmente una experiencia y si es la experiencia más fuerte de la vida, eso quiere decir que la fe se tiene que expresar también simbólicamente. Para ello están, de manera especial, los sacramentos. Ellos son los símbolos de la fe.
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5. DOS EJEMPLOS DE SIMBOLIZACIÓN SACRAMENTAL:
EL BAUTISMO Y LA EUCARISTÍA Te vuelvo a recordar que no sólo en la cocina preparando un asado, sino también en la vida espiritual, hay estos dos momentos. El primero es la experiencia, espiritual o corporal y el segundo es la expresión o simbolización de esa experiencia. “De la misma manera que el amor necesita de símbolos para expresarse y comunicarse, así también, la fe cristiana necesita de sus propios símbolos”1. 1. Castillo, J,M, Símbolos de libertad, Ed. Sígueme, Salamanca, 2001, p.217
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Estos dos momentos se dan también en los sacramentos. Veamos el bautismo y la Eucaristía. El Bautismo En relación con el Bautismo hablemos primero de la experiencia espiritual y luego de su expresión simbólica. Pero antes te cuento que un grupo de jóvenes se preparó para el Bautismo. Pero tres días antes de la ceremonia, uno de ellos se retiró. Dijo él: “Prefiero esperar a ver cuáles son los efectos del Bautismo en mis compañeros y luego sí me decido”. Seis meses después, pidió ser bautizado. El caso es que, de alguna manera, pudo observar los efectos positivos del Bautismo en sus compañeros. ¿Pero, qué observó él en ellos? El entusiasmo por anunciar el evangelio a los demás. Eso era novedoso en sus amigos.
La experiencia espiritual En el Evangelio se habla del bautismo de Juan que es un bautismo de agua y del bautismo de Jesús que es un bautismo de Espíritu. Esto quiere decir que es característica específica del bautismo cristiano la presencia del Espíritu en el bautizado. El Espíritu, fuera de ser una persona divina, el amor que se comunican entre sí el Padre y el Hijo, es también presencia en nosotros de una fuerza que impulsa y lleva a los hombres (Lc 2,27), genera una experiencia de gozo y alegría (Lc 10,21), una experiencia de amor (Rom 5,5) y de libertad (2 Cor 3,17). En el bautismo, el creyente se vincula a la muerte de Cristo, pero no 16
para quedarse en la destrucción sino para pasar a una vida completamente nueva. Pablo dice que ser bautizado equivale a ser sepultado con Jesús, para resucitar con Él. (Col 2,12). Ser bautizado es aceptar en la propia vida el mismo destino de Jesús. La expresión simbólica
Recuerda el Bautismo de Jesús. Aconteció en el río Jordán, en medio del agua. Allí Jesús inició su misión redentora que lo llevaría a la muerte y a la resurrección. El agua fue el símbolo de esa misión. Pues bien, el cristiano que se decide a caminar por una vida completamente nueva como discípulo de Jesús, expresa también por medio del agua esa decisión de cambio de vida, esto es, de la muerte a la vida nueva. Los israelitas fueron bautizados al atravesar el mar Rojo y fueron bautizados uniéndose a Moisés. Igualmente es para nosotros. El símbolo del agua sella la unión de destino y de suerte de cada uno de nosotros con Jesús el Señor. La experiencia del Bautismo no es una experiencia intimista, que se quede muy adentro y aislada, porque el Espíritu Santo empuja a los creyentes a dar testimonio de Jesús hasta los confines del mundo (Hch 1,18), para que lo anuncien con audacia y libertad y, con todos los símbolos y medios que puedan, den a conocer esa experiencia de ser discípulos y misioneros. El agua es el símbolo de ese anhelo de anunciar a Jesús en todas partes. Un cristiano por su Bautismo tiene siempre el deseo del agua como símbolo de su misión. Con el salmista puede exclamar: “Sed de ti tiene mi alma, cual tierra reseca, agotada, sin agua” (Sal 63). La Eucaristía. También en relación con la Eucaristía, hablemos primero de la experiencia espiritual y luego de su expresión simbólica. Pero antes quiero contarte que, durante la guerra, un templo fue destruido. Allí se encontró un crucifijo sin manos y sin pies. El consejo parroquial se reunió para decidir sobre el mismo. 17
Decidieron dejarlo así, sin manos y sin pies. Ellos serían las manos y los pies de ese crucifijo para ir a donde los más necesitados, para servirlos con las propias manos y para compartir la vida con ellos. Algo parecido pasó también, hace algunos años, en Bojayá. La experiencia espiritual.
El Nuevo Testamento nos presenta una serie de textos sobre la Eucaristía. Algunos hablan de la institución de la Eucaristía (Mt 26,26-29; 1 Cor 11,2326); otros se refieren a las palabras de Jesús sobre el pan de vida (Jn 6,22-40); otros nos indican la realización de la Eucaristía o su puesta en práctica (Hech 2,42-47; 20,7-12) y otros explican cómo la Eucaristía edifica a la Iglesia (1 Cor 10,14-22). Todos estos textos coinciden en dos cosas: Primero, La Eucaristía es un hecho comunitario, un hecho compartido por un grupo. Segundo, la Eucaristía es una comida compartida. Por eso se suele llamar fracción del pan. En los tiempos de Jesús, la comida compartida en las comunidades judías era para los que consideraban judíos piadosos que se solidarizaban entre ellos. 18
Los demás quedaban excluidos. Pues bien, las comidas de Jesús rompen con esos moldes en forma dramática. Jesús comparte la comida con descreídos, pecadores y gente indeseable (Mc 2,16). Además, era acusado de ser un comilón y bebedor (Mt 11,18-19). Cuando Jesús come con los pecadores y descreídos, es decir, con la gente que el sistema religioso judío descartaba, pues Él también rechaza ese sistema. Para Él, era importante la solidaridad con los despreciados por la religión judía. Por eso, Jesús decía: “Cuando des un banquete invita a los pobres, lisiados, cojos y ciegos; y dichoso tú entonces porque no pueden pagarte, te pagarán cuando resuciten los justos” (Lc 14,1314). Entonces, la verdadera enseñanza del Evangelio está en que se trata de compartir la vida y solidarizarse con los pobres y desamparados de este mundo. Compartir la vida es la experiencia de comunión entre los hombres. Los creyentes están unidos unos con otros en un mismo cuerpo, es decir, en una comunidad que se caracteriza por el servicio y el amor mutuo. Esta es la experiencia espiritual y comunitaria que vivían los cristianos. La expresión simbólica ¿Cuál es el símbolo de esa vida compartida? Pues los cristianos sabían que la Eucaristía es el símbolo de la vida compartida, esa vida compartida con Jesús realmente presente, y con los demás. Cuando comían juntos estaban colocando y viviendo un símbolo de la vida compartida con Jesús y los demás. Compartir la vida con Jesús significa compartir su mismo destino, su mismo proyecto, la misma esperanza, la misma escala de valores y la misma tarea que busca realizar ese ideal de convivencia humana que es propio de la fe en el Evangelio. Todo eso estaba simbolizado en la Eucaristía, el pan de vida. Cuando nos acercamos a la Eucaristía estamos compartiendo un símbolo que indica, expresa, manifiesta, la experiencia espiritual fundamental de compartir la vida con Cristo y con los demás que formamos el cuerpo de Cristo.
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6. LA CELEBRACIÓN Los antiguos ejércitos se hacían acompañar de poetas, de trovadores, de músicos, de cronistas, un montón de gente aparentemente inútil pero que tenían una función especial: Recordarles continuamente a los soldados la grandeza de los que estaban haciendo entre todos. Si no hubiera habido alguien para cantar sus hazañas, los pobres hombres de armas hubiesen acabado por luchar de cualquier manera, sin orgullo, sin empuje, sin coraje. La empresa hubiera quedado sin sentido. Todos esos acompañantes no soldados celebraban de muchas maneras las hazañas del ejército. La celebración es importante. Los sacramentos también tienen su aspecto de celebración. Por ello, es necesario añadir otro elemento importante relacionado con los sacramentos. Ellos no son simplemente cosas que se practican o se reciben, sino que son acontecimientos que se celebran. De manera que es necesario saber qué es una celebración y por qué los sacramentos son una celebración. 20
Celebración o fiesta es la expresión comunitaria, ritual y gozosa de experiencias y aspiraciones comunes, centradas sobre un hecho histórico, pasado o presente. Hay celebraciones cívicas como el recuerdo de una victoria (la batalla de Boyacá), hay celebraciones familiares como las bodas de oro de los papás y hay celebraciones religiosas como la pascua o la fiesta de la Virgen del Milagro. La celebración no es una pura diversión sino la expresión de que la vida es buena. Por tanto, es una expresión simbólica comunitaria. Al no ser puramente individual, la celebración exige formas que sean válidas para todos los que participan. Por eso, en las celebraciones litúrgicas se establece una cierta normativa o lo que llamamos un ritual. Los sacramentos son una celebración porque son la expresión comunitaria, ritual y gozosa de las experiencias comunes de los cristianos, que recuerdan de esa manera a Jesús, su vida, muerte y resurrección.
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7. CRISTO,
EL PRIMER SACRAMENTO Te cuento. Finalmente llegó el día de la fiesta de Navidad. El espectáculo iba a ser interesante. Todos los papás estaban allí. Finalmente, los niños se ubicaron en el escenario. Allí estaba también Cristina. El maestro empezó a narrar: “Hace mucho tiempo, María concibió un niño llamado Jesús. Y cuando nació, una brillante estrella apareció en el establo donde había nacido”. Apenas se oyó la palabra estrella, Cristina, primorosamente vestida de ángel, salió con una enorme estrella y se colocó detrás de María y José. Cuando el maestro habló de los pastores que venían a ver al niño, Cristina, la estrella, salió para conducirlos hacia el niño. Cuando los reyes magos aparecieron, de nuevo Cristina, la estrella, salió y los guió a Jesús. 22
De regreso a casa, Cristina decía a sus papás: Creo que me tocó el papel principal. Me tocó mostrarles a todos, el camino hacia Jesús. Cristina se sintió feliz de haber sido la estrella que guió hacia Jesús. Pero hay que decir que esa tarea de Cristina, fue la misma tarea de Jesús, el cual no guió a los demás hacia sí, sino hacia el Padre.
Ya dijimos que el símbolo es la expresión de una experiencia de vida. También hemos dicho que el sacramento es un símbolo, y en este caso, un símbolo religioso. Ahora nos toca considerar que Jesús es también un símbolo y un sacramento. Jesús decía: “El que me ve a mí, ve al Padre (Jn 14,9). Ver a Jesús es ver a Dios, oír y palpar a Jesús es oír y palpar a Dios. (cf. 1Jn 1,1). Experimentar a Jesús es experimentar a Dios mismo porque Él y el Padre son uno. Él es la realidad única que puede expresar perfectamente lo que es Dios (Jn 1,18). Por eso, Él es llamado Sacramento de Dios Padre. Cuando Jesús, en una ocasión, iba a ponerse en camino, se le acercó uno corriendo, se arrodilló ante él y le dijo: “Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la vida eterna? Jesús le contestó: ¿Por qué me llamas bueno? Sólo Dios es bueno. (Mc 10, 17-18)”. El joven debía haberle respondido: 23
“Porque nadie como tú visibiliza al Dios bueno. Tu rostro, tus manos, tu vida, irradian una bondad que no es de este mundo. Tú tienes un algo de Dios, y sin tú saberlo, lo vas derramando, como un aroma exquisito, por donde quiera que pasas. Y nosotros lo percibimos y te seguimos porque nos atrae” (P. Arroniz). Superficialmente, muchos hablan del cristianismo como una de las tres religiones del libro. El Islam será religión del libro, pero no el cristianismo. El cristianismo es la religión de la encarnación, del encuentro de Dios Padre con el hombre y para el hombre, en su hijo Jesucristo. Además, Cristo es Sacramento porque fue destinado por Dios a ser, en su humanidad, el acceso único de los hombres a la realidad sorprendente de la salvación. Por tanto, Cristo, el Hijo de Dios, es el Sacramento original y la raíz misma de todo sacramento. Los siete sacramentos deben ser vividos en la Iglesia como revelación de Dios que en Cristo se nos ha manifestado y como cercanía de Dios a los hombres, de la manera como Cristo ha querido acercarse a ellos, como vencedor del pecado y de la muerte, de la injusticia y el odio y con gran solidaridad con los que sufren las consecuencias de esos males.
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8. LA IGLESIA,
SACRAMENTO DE CRISTO GLORIFICADO Te cuento que, en una ocasión, una familia católica recibió la visita, por ocho días, de un amigo, el cual no era católico. Llegó el domingo y la familia lo invitó a la Misa. Él aceptó. Siguió con atención toda la ceremonia, pero no quedó contento. Se decía: La música no fue una maravilla. La homilía muy difícil, casi no entendí nada. Las oraciones de la misa no se captaban muy bien. En una palabra, fue una celebración mediocre y aburrida, para decir lo menos. Sin embargo, le asaltó un interrogante, una inquietud: Si la celebración fue mediocre, ¿por qué había tanta gente en la Iglesia con rostro de complacencia, de alegría? Eso no lo pudo responder de inmediato. Pero llegó el día en que encontró la respuesta: “Ya lo sé, había tanta gente y tan contenta porque Jesús estaba allí de manera invisible, pero toda esa gente llena de fe lo hacía visible, lo mostraba”. Excelente hallazgo de este visitante que podría confirmarlo también con los mismos evangelios. 25
El Concilio Vaticano II afirmó varias veces que la Iglesia es un Sacramento. Con ello quiere indicar que la Iglesia prolonga, en el tiempo y en el espacio, la presencia salvadora y liberadora de Jesús el Mesías entre los hombres. En la Iglesia, el misterio de Dios y su plan de salvación para los hombres, se hace visible en este cuerpo social y visible que es la Iglesia. Los sacramentos y la Iglesia son inseparables. Pero el Sacramento primordial es la Iglesia. Ambos, Iglesia y sacramentos, son símbolos, son algo visible que nos orienta a lo que es invisible, nada más y nada menos que a la presencia de Jesús en el mundo, entre los hombres. Por eso, la Iglesia debe tener una visión universal para llevar a Cristo a todos los rincones de la tierra en actitud misionera, y también debe tener una actitud pastoral que lleve a que los hombres se enteren de que Dios los quiere salvar y que hay solución y salida a los problemas de la existencia humana. Cada uno de nosotros, miembros de la Iglesia, estamos llamados a mostrar el amor invisible de Dios manifestado en Cristo. Te ofrezco un ejemplo de ese mostrar el amor de Dios en medio de los hermanos: Santa Teresa de Calcuta. “La Madre Teresa de Calcuta no fue socióloga, ni economista, ni política. No hacía propaganda. Ella era el amor de Jesús resucitado que irradia, ilumina, calienta, y se daba sin esperar nada a cambio. Como en tiempo de los primeros cristianos ella era el amor presente entre nosotros. Quería que la última mirada del más desventurado de los moribundos, se enredara en otra mirada que lo cubriera de amor.
El mundo de hoy tiene más necesidad de corazones cargados de amor que de barcos cargados de trigo” (P. Arroniz). Por eso, los testigos son tan necesarios hoy para la transmisión de la experiencia de Dios. Los testigos anuncian que la salvación está en Cristo Resucitado. Lo creen con fuerza porque ellos mismos se sienten perdonados y amados de Dios, y porque tal experiencia está cambiando sus vidas. Necesitamos que hoy como ayer, se realicen las palabras de Jesús: “Ustedes recibirán la fuerza del Espíritu Santo que vendrá sobre ustedes y serán mis testigos…hasta los confines de la tierra” (Hch 1,8) 26
9. ORIGEN DE
LOS SACRAMENTOS Un árbol, sembrado por una buena persona, creció a las afueras de la ciudad. La gente pasaba y tomaba alguna fruta de ese árbol que daba cosechas abundantes. Un día, alguien compró ese árbol y dijo: “Este árbol es mío y no permito que la gente venga a tomar y comer frutos de mi árbol”. Pero en pocos días, el árbol se secó, no daba nada más. Me gusta comparar esa buena persona que sembró el árbol con Jesús y ver en el árbol a la Iglesia. Además, qué bonito ver en las frutas que dispensaba el árbol, la realidad de los siete sacramentos. Son frutas para el beneficio de todos, sin exclusión. Es claro que cuando el dueño prohibió el acceso al árbol, el árbol se murió porque ya no tenía sentido que viviese al haberse restringido su servicio. El origen de los sacramentos está en Jesús porque en él está el origen de la Iglesia, que es el Sacramento primordial y la raíz de toda vida sacramental. Hay que decir, además, que un acto de la Iglesia que pertenezca a la esencia de la misma en cuanto presencia histórica de la salvación, dirigido al individuo o a la comunidad en sus situaciones decisivas, es por lo mismo, un sacramento. Con el paso del tiempo, la Iglesia, siguiendo el Evangelio, ha ido fijando y concretando esta vida sacramental de los fieles y de la comunidad en los símbolos sacramentales que hoy concretamente conocemos y practicamos. La Iglesia, además, debe acomodar y adaptar la vida sacramental en cada caso, según 27
los pueblos, las culturas y las generaciones. Se trata de un servicio a las comunidades y a la vida cristiana. Los ritos sacramentales no pueden estar vinculados a una determinada cultura excluyendo las necesidades de las otras. La Iglesia perdió su gran oportunidad en Oriente cuando los misioneros jesuitas del siglo XVII vieron la necesidad de asumir los ritos chinos y malabares que recordaban y elogiaban a sus antepasados, pero no les fue aceptado. Pueblos enteros y culturas milenarias perdieron la posibilidad de la evangelización a gran escala. Se olvidó que lo importante no era la unidad de los ritos sino la unidad de la fe. Es interesante anotar que, durante los primeros mil años de la Iglesia, abundó una gran variedad de liturgias, de acuerdo con los diversos pueblos y culturas que habían abrazado la fe cristiana.
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10. EFICACIA DE LOS SACRAMENTOS
ES DECIR, PARA QUÉ SON Escribía un niño de siete años: “Las flores de mi jardín se secaron todas. Entonces, me fui donde la flor más grande y le pregunté: “¿Por qué todas se secaron?” Entonces, la flor que estaba por morir abrió los ojos y me dijo: “Nosotras nos hemos secado todas porque en esta casa ya no hay amor, y las flores sin amor se mueren”. “Tienen razón las flores de mi jardín porque mi papá y mi mamá ya no se quieren” En esta bella historia, las flores vivas son como el símbolo del amor vivo de la familia. Cuando se acaba el amor, el símbolo ya no tiene nada que hacer y, por tanto, también se seca. Pero podemos ver esta historia, al contrario. Cuando aumenta el amor, también el símbolo de ese amor crece, se revitaliza, 29
se robustece, vive. Y es esto lo que quiero hacerte notar. Cuando recibimos un sacramento, deseamos que nos inunde la gracia de Dios mediante el mismo. Pero, ¿cómo hace el sacramento para comunicarnos o aumentar la gracia de Dios? Eso sucede de la misma manera que actúa todo símbolo en la vida de los creyentes. Ya dijimos que los símbolos son la expresión de las vivencias o experiencias vivas de las personas y de las comunidades. Dos personas que se aman (esta es la experiencia de vida de cada una) pueden manifestar este amor visiblemente a través del beso, símbolo de ese amor. Con este beso, las dos personas no sólo se expresan el cariño que se tienen, sino que además ese cariño se intensifica, se aumenta, se vigoriza, se incrementa. Esto acontece a nivel humano, pero también a nivel divino. Una persona que recibe piadosamente el símbolo llamado la Eucaristía, no sólo expresa su fe en Jesucristo, sino que, además, esa fe se acrecienta, se hace más fuerte, más madura, más coherente. Y lo mismo se puede decir de los demás sacramentos. Una niña le dijo a la catequista: “Ya pasé por todo el evangelio de San Juan”. La catequista le respondió. “Eso está bien, pero ten presente que lo importante no es que tú pases a través de todo el Evangelio, sino que todo el Evangelio pase a través de ti”. Lo mismo hay que decir de los sacramentos para que ellos sean eficaces, tienen que pasar a través de nosotros surtiendo el efecto propio de la gracia divina que ellos simbolizan.
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11. ¿POR QUÉ HAY SACRAMENTOS? Los porqués son muy importantes en la vida. Un niño le preguntaba a su papá: “¿Papi, por qué me quieres?” El papá se encontró ante una pregunta difícil de responder. Empezó dando respuestas superficiales: “Porque eres obediente”. El niño hizo mala cara. “Porque eres inteligente”. El niño hizo mala 31
cara. “Porque eres cariñoso”. El niño hizo mala cara. El papá se dio cuenta de que estaba respondiendo en forma simplona, entonces miró dentro de sí y luego respondió: “¡Porque eres mío!” El niño lo abrazó. Nos hacemos una pregunta especial: ¿Por qué hay sacramentos? Te respondo con las palabras de un teólogo que, como cosa extraña, escribe con sencillez:
“¿Por qué hay sacramentos? Porque la vida cristiana no es algo que esté al margen de la vida humana… De la misma manera que en la vida de los seres humanos, hay experiencias que no podemos expresar, ni acrecentar en nosotros, sino mediante gestos simbólicos, igualmente en la vida de fe hay experiencias que sólo se pueden expresar mediante los símbolos, que son los sacramentos. Así como el cariño no se transmite sino por medio de los gestos que lo expresan y en los que se disfruta lo que es quererse, también debemos saber que la fe no se comunica sólo mediante palabras y compromisos, por más auténticos que sean. La fe se comunica efectivamente cuando es experiencia compartida mediante los símbolos que le son propios, es decir, los sacramentos” (J.M. Castillo). De manera que no se pueden separar los símbolos de la experiencia vivida ya personal, ya comunitaria. El sólo símbolo, sin experiencia es un engaño. Eso sucedía en el pueblo de Israel y Jesús decía: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí (Is 29,13; Mt 15,8-9)”. Porque no hay la experiencia viva, el amor, el signo que lo representa como es el hablar con los solos labios, no sirve para nada. Una esposa se quejaba de que su esposo le había dado el anillo, símbolo de amor, pero no le había dado el amor. También en este caso, el anillo no sirve para nada.
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Un diálogo entre dos amigas transcurrió así: -Juanita, es verdad que rompiste con tu novio. -Sí, es verdad, porque mis sentimientos hacia Roberto cambiaron completamente. -Entonces, ¿le vas a devolver el anillo de oro que él te regaló? -No, porque mis sentimientos hacia el anillo no han cambiado nada. Sin comentarios.
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12. LOS SACRAMENTOS Y LA EVANGELIZACIÓN
San Agustín estaba predicando en una pequeña Iglesia cuando de pronto los feligreses se salieron todos y el templo quedó vacío. Agustín se quedó solo, bien solo. ¿Qué sucedió? Pues que al pueblo llegó el circo con todo su colorido y todos sus payasos y los feligreses salieron corriendo del templo para ir a ver la llegada del circo. Les pareció mucho más interesante que lo que acontecía en el templo. El circo mostraba muchas cosas divertidas, el templo sólo ofrecía palabras, así fueran las de Agustín. Era más atrayente lo que se veía que lo que se oía. Pues bien, el mismo Agustín habla de dos tipos de palabras, las que se oyen y las que se ven. Él explica que la Palabra de Dios es un Sacramento que se oye mientras que los sacramentos son una palabra que se ve. A muchas personas de fe les ha pasado que han leído u oído un texto de la Sagrada Escritura y han exclamado: “Esto lo dice para mí. Es Jesús el que me ha hablado”. Esta es una realidad. El cuerpo de Cristo está tan presente en el sacramento eucarístico, como está presente la verdad de Cristo en la predicación evangélica contenida en la Sagrada Escritura. Tal vez ya te he hablado de ese papá llamado Leónidas quien al regresar tarde del trabajo y su hijo pequeño ya estaba dormido, se acercaba a la cama, le descubría el pechito y le daba un beso. El niño se llamaba Orígenes. Cuándo 34
le preguntaban el porqué de ese gesto, él decía: “Es que en ese pechito está trabajando el Espíritu Santo”. Y era verdad, Orígenes llegará a ser un gran catequista y un gran teólogo. Este Orígenes, el hijo de Leónidas mártir por la fe, le decía a la gente: Cuando reciben el cuerpo de Cristo, lo conservan con mucho cuidado, para que ningún pedacito, ninguna migaja, se caiga al suelo. Consideran que es una culpa, dejar que, por descuido, se caiga un pedacito al suelo. Pues, del mismo modo, deben ser muy cuidadosos para que no se caiga al suelo ninguna migaja, ningún pedacito, de la Palabra de Dios. Cómo se parece la Palabra de Dios que se ofrece mediante la evangelización, al sacramento que se celebra. Los dos van juntos, como lo notamos en la Misa. San Francisco de Asís juntaba en un mismo sentimiento de tierno afecto los “santísimos misterios”, es decir, la Eucaristía, y las “santísimas palabras” del Señor. Cuando Pablo VI nos ofreció la Exhortación Apostólica Evangelii Nuntiandi (El Anuncio del Evangelio) en 1975, incluyó unas palabras muy precisas sobre la relación entre la evangelización y los sacramentos. Dice él:
“Evangelizar constituye, en efecto, la dicha y la vocación propia de la Iglesia. Ella existe para evangelizar, es decir, para predicar y enseñar, ser canal del don de la gracia, reconciliar a los pecadores con Dios, perpetuar el sacrificio de la Santa Misa, memorial de la muerte y resurrección gloriosa.” (EN.14)
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Como se ve, en esta declaración pequeña de la Evangelización se incluyen los sacramentos. Pero más adelante escribe muy explícitamente:
“Sin embargo, nunca se insistirá bastante en el hecho de que la evangelización no se agota con la predicación y enseñanza de una doctrina. Porque aquélla debe conducir a la vida…Esta vida sobrenatural encuentra su expresión viva en los siete sacramentos y en la admirable fecundidad de gracia y santidad que contienen. La evangelización despliega de este modo toda su riqueza cuando realiza la unión más íntima, o mejor, una intercomunicación jamás interrumpida entre Palabra y sacramentos”. Y continúa diciéndonos Pablo VI: “En un cierto sentido es un equívoco oponer, como se hace a veces, la evangelización a la sacramentalización…La finalidad de la evangelización es precisamente educar en la fe de tal manera que conduzca a cada cristiano a vivir –y no a recibir de modo pasivo y apático- los sacramentos como verdaderos sacramentos de la fe. (EN.47)
Debemos estar tan enamorados de los sacramentos como de la Palabra de Dios. Ambos caminos son utilizados por el Espíritu Santo para llenarnos de gracia de Dios y llevarnos a crecer según la voluntad de Dios. Hay una obrita muy especial llamada: “Narraciones de un peregrino ruso”. En esa obrita se cuenta de diversas personas sanadas del vicio de beber, gracias a que mantuvieron el propósito de leer un capítulo del Evangelio cada vez que sentían la fuerte necesidad de beber. Un monje, narra la misma obrita, le aconsejaba esta práctica a una de esas personas agarradas por este vicio y le decía: “En las palabras del Evangelio hay 36
una potencia vivificadora porque en ellas está escrito lo que Dios mismo ha pronunciado. No importa que leyendo no se entienda todo. Lo importante es leer con atención. Si no comprendes toda la Palabra de Dios, los demonios sí que comprenden todo lo que tú lees y tiemblan”. ¿Te acuerdas de Naamán el sirio que era leproso y fue donde el profeta Eliseo para que lo curara? (2R 5,14). El profeta le dijo que fuera a bañarse siete veces en el río Jordán. Naamán se enfureció. Los ríos de Siria son mejores, más ricos de agua, ¿por qué no me pide que me bañe en ellos? Pero sólo se curó cuando aceptó bañarse en el humilde río Jordán. Tal vez, tú encuentres libros que pueden superar a la Biblia en su estilo, en su pedagogía, en sus enseñanzas religiosas, pero ninguno de ellos obra, como obra el más modesto de los libros inspirados que contiene la Biblia. Hay en las palabras de la Sagrada Escritura algo que actúa más allá de cualquier explicación humana. Esas palabras siguen curando de la lepra del pecado y nos siguen guiando en el camino de la vida. San Agustín dice que es mejor ir cojeando por el camino verdadero que ir a velocidades por el camino equivocado. Pero yo diría, que lo ideal es ir caminando a velocidades por el camino recto con la fuerza de esas dos piernas que nos han sido dadas, como son La Palabra y los Sacramentos. Hay que prepararse para recibir o comunicar la Palabra de Dios, como nos preparamos para recibir o administrar la Eucaristía. ¿De qué manera? Entrando en un clima sobrenatural de fe y de sagrado temor de Dios, orando y adorando el misterio de Dios escondido en la Palabra que lo hace visible.
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13. EL ESPÍRITU SANTO Y LOS SACRAMENTOS
No sé si te ha acontecido algo parecido a lo que yo experimenté. Entré en uno de esos grandes centros comerciales donde hay miles de almacenes, grandes y chiquitos. Tomé una puerta, tanto para ingresar, cuando me vi en medio de una perfumería donde se vendía toda clase de perfumes. Alguien hubiera podido pensar que el olor a perfume invadía todo el ambiente y, en cambio, nada olía a perfume. El motivo era muy sencillo: los perfumes estaban herméticamente tapados. Sin embargo, ya desde los primeros tiempos de la Iglesia hemos sido amonestados a no parecernos a un frasco de perfume tapado. Al contrario, santos como Atanasio decía: “Nosotros somos el aroma de Cristo”. De manera que debemos ser como un frasco bien destapado y que su aroma se expanda por todas partes. Pero en nuestro caso concreto, ¿de dónde sale el aroma? Si necesito gasolina, voy a una gasolinera o bomba que llaman, y si necesito pan voy a una panadería. Pero si necesito aroma, ¿a dónde voy? Pues aquí es donde interviene el Espíritu Santo. Él nos comunica el buen olor, la fragancia de Cristo, el perfume de su santidad. El Espíritu toma ese perfume de Cristo y lo comunica a nuestra alma. El Espíritu, en efecto, es el aroma de Cristo y es por eso que los apóstoles, al ser templo del Espíritu, son a su vez el buen olor de Cristo. Y lo somos 38
también nosotros cuando recibimos al Espíritu Santo en los sacramentos. Te ofrezco el testimonio de una joven que recibió su confirmación. No habla del buen olor de Cristo directamente, pero ciertamente lo inhaló de otras maneras y se llenó de este buen olor:
“Mi reconciliación con la Iglesia tuvo lugar en mi confirmación, que recuerdo como un momento decisivo de mi vida. El día que recibí este sacramento, algo cambió en mí. En el momento en que el obispo me ungió la frente, sentí en mi corazón un repentino estremecimiento y un gran calor en mi alma, como si se hubiera encendido un fuego que llevaba mucho tiempo apagado. Pero lo que más me impresionó fue la sensación de gozo que me estaba inundando, algo que nunca había experimentado antes”.
Como puedes constatar por este y otros testimonios, nuestra experiencia espiritual ya personal, ya comunitaria, requiere la presencia del Espíritu Santo. Esa presencia queda simbolizada en los sacramentos. El agua bautismal es símbolo del Espíritu Santo. El aceite con el que se unge y la imposición de las manos en el sacramento del orden, son símbolos de la presencia actuante del Espíritu Santo. San Agustín decía: “ El pan y el vino sólo pueden convertirse en un Sacramento tan grande, por la acción del Espíritu Santo”. 39
Hay una palabra que te puede parecer rara, es la epíclesis. Es una oración dirigida a Dios en las celebraciones sacramentales, pidiéndole que envíe su Espíritu puesto que Él actúa con su fuerza en la acción sacramental, Él consagra a la comunidad y a los fieles y Él permanece con ellos impulsando la nueva vida de los consagrados, de los evangelizadores, de los discípulos misioneros. Invoca tú también al Espíritu Santo para que te dé fuerza apostólica y misionera. Qué bello concluir con las palabras del Papa Francisco sobre el Espíritu Santo:
“Cuando se dice que algo tiene “espíritu”, esto suele indicar unos móviles interiores que impulsan, motivan, alientan y dan sentido a la acción personal y comunitaria. Una evangelización con espíritu es diferente de un conjunto de tareas vividas como una obligación pesada que simplemente se tolera, o se sobrelleva como algo que contradice las propias inclinaciones y deseos. ¡Cómo quisiera encontrar las palabras para alentar una etapa evangelizadora, alegre, generosa, audaz, llena de amor hasta el fin y de vida contagiosa! Pero sé que ninguna motivación será suficiente si no arde en los corazones el fuego del Espíritu. En definitiva, una evangelización con espíritu es una evangelización con Espíritu Santo, ya que Él es el alma de la Iglesia evangelizadora” (EG.261) Por tanto, tengamos presentes las palabras que Jesús dirigió a sus apóstoles pidiéndoles que esas mismas palabras se realicen en nuestra vida hoy: “Ustedes recibirán una fuerza, cuando el Espíritu Santo venga sobre ustedes, y de este modo serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra” (Hch 1,8). Te cuento que para ti y para mí, esas palabras están vigente. Las órdenes no han cambiado. 40
14. LA BELLEZA DE LA “SACRAMENTALIDAD”
Dos visitas, dos experiencias Supongamos que estás en la ciudad y se te ocurre visitar un museo de arte e igualmente aprovechas el tiempo para visitar un santuario donde está el cuadro de la Virgen del Milagro y un crucifijo. Los dos lugares te muestran cosas bellas. En el museo de arte puedes ver muchas pinturas o estatuas, pero hay algunas, al menos una, que te mueven a pronunciar esta expresión: “¡Me gusta”. Esto es lo que se llama una experiencia estética. Es la respuesta espontánea ante la presencia de lo bello. Hay otras respuestas semejantes como ¡Qué lindo!, ¡espectacular!, ¡divino! (en el sentido de bellísimo). Luego, pasas al santuario donde está el cuadro de la Virgen del Milagro o vas donde está la estatua del Santo Cristo. Podría suceder que también allí digas: “Me gusta” pero lo más seguro es que tu respuesta sea otra. 41
El asunto es que no estás interesado en la belleza de la imagen, sino en lo que ella representa, en lo que ella significa. Esto quiere decir que la imagen no te agarra, no te secuestra, sino que te lleva más allá de los límites de lo mundano, de lo puramente natural y te hace sentir la presencia de una realidad sobrenatural.
El salto sobrenatural Este salto tuyo, muy personal y muy de fe, de lo mundano a lo sobrenatural es ayudado por la imagen la cual tiene un valor sacramental que podemos llamar sacramentalidad. Es como un puente que te facilita el paso de la imagen a la realidad representada. En la imagen hay una huella, un rasgo, un símbolo de la realidad representada y además evoca algo de mi realidad interior como deseo, veneración, invocación. La naturaleza tiene, por una parte, perfecciones que muestran que ella es imagen de Dios. Por otra parte, tiene también defectos para mostrar que es solamente una imagen y nada más y que no puede confundirse la imagen con la realidad representada. En el mundo religioso, especialmente católico, hay imágenes, ya sea pinturas o esculturas, obras musicales o literarias, algunas de gran belleza, otras menos, pero que gozan con fuerza de una cualidad muy particular como es la de llevarnos hacia quien representan, esto es, hacia la realidad de lo divino, de lo santo, de lo sublime. ¿De qué manera? Pues mostrándonos algo de su realidad. 42
La belleza de mostrar La palabra mostrar, en este caso, es maravillosa. En todas las religiones hay la convicción de que la naturaleza nos muestra al Creador. Así lo expresaba el salmista:
“Los cielos cantan la gloria de Dios, el firmamento anuncia la obra de sus manos…por toda la tierra resuena su proclama, por los confines del orbe sus palabras. (Sal 19,2.5)”. Hay como una revelación cósmica abierta a todos. El universo es un reflejo, una muestra de la infinita grandeza y potencia del Señor, una imagen vivida de Él. Frente a esta realidad, toman forma dos actitudes opuestas, una positiva y una negativa. Por una parte, actitud positiva, la contemplación de lo creado para dejarse llevar hacia el Creador pues, como dice el libro de la sabiduría, “por la grandeza y hermosura de las criaturas se descubre, por analogía, su Creador.” Por otra parte, actitud negativa, el quedarse solamente en la admiración de las criaturas hasta el punto de llamar dioses a las obras humanas y colocando su esperanza en obras muertas. “Confían en ídolos sin vida” (Sap 14,29)
Los saltos inmortales En nuestra vida nos toca dar muchos saltos. Inclusive hay saltos mortales que son muy peligrosos pues se pone en riesgo la vida. Pero podemos hablar de saltos inmortales por los que se va más allá de las imágenes hacia Aquél en ellas representado y no son saltos de muerte sino de vida. En esos saltos se va más allá de la imagen sea para llegar a Dios en actitud de adoración, sea para llegar a los santos en actitud de veneración. Pues bien, las imágenes, el salto y el punto de llegada superior, forman en su conjunto lo que llamamos sacramentalidad. Pero es necesario que para dar ese salto, se requiere también la acción del Espíritu Santo.
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Lo que piden las paticas muy cortas San Francisco de Sales contaba que en una región había unas golondrinas que no podían volar y estaban siempre tendidas en el polvo de la tierra. La razón de su incapacidad es que ellas tenían las paticas muy cortas para poder impulsarse hacia lo alto. Pero cuando se daban cuenta de que estaba llegando un aire fuerte, entonces, habrían las alas, el viento entraba por debajo y lo que con las paticas solas no podían, lo lograban con el viento y volaban felices, veloces y muy alto. La sacramentalidad exige ese don del Espíritu, esa fuerza de lo alto que es a la par don de la fe y don de la piedad, que nos facilita dar el salto de alguna realidad natural a la realidad superior de Dios. Dado que estamos hechos de cuerpo y de alma, pues es más que normal que usemos nuestro cuerpo para llegar al contacto con las imágenes y en ellas se apoye nuestra alma para su encuentro con Dios, este Dios verdadero que trasciende todo lo natural.
¿Santa de verdad o loca de remate? De Santa Magdalena de Pazzi, monja carmelita, se nos cuenta una de sus experiencias de encuentro con Dios, apoyándose también en las imágenes:
“De un salto salió de la cama, corrió hacia un pequeño altar que había allí, sacó el crucifijo de la cruz y abrazándolo fuertemente comenzó a correr por la habitación de un lado a otro diciendo: Amor, amor amor, amor que no es amado por muchos…riéndose bellamente, con una alegría que era una consolación el verla y oírla”. Por una parte, aparece el típico lenguaje del amor que se apoya en la repetición: 44
Amor, amor, amor no amado… Es una experiencia de fe que es conocimiento pero que es sobre todo pasión, adhesión amorosa, comunión íntima. Así es ese abrazo intenso con Cristo, separado de la cruz. Separado sí, porque ella quería dar a entender que la verdadera fe es fiesta, es alegría íntima y absorbente, es gozo sin contaminación. Es significativa esa risa que brota en sus labios y que hace olvidar todo sufrimiento. En toda esta escena hay una espontaneidad maravillosa. Es el encuentro con el Señor Jesús a partir de una imagen del crucificado pero que salta muy alto, hacia una verdadera experiencia del Dios vivo.
Nuestro mundo, una selva de símbolos El que a una experiencia tan bella la llame idolatría, no ha entendido nada de la sacramentalidad, de ese salto maravilloso de lo representado humanamente hacia el encuentro sentido y profundo con Dios. No faltará el que diga que esa mujer era una loca, en el sentido más vulgar de la palabra. Pero, nuestro mundo, a veces tan desbaratado y tan oscurecido, requiere también testimonios tan vivos y llenos de gozo como éste de Santa María Magdalena de Pazzi. 45
Claro que hablar de un mundo desbaratado y oscurecido no es toda la verdad sobre el mundo. Visto desde otro ángulo, este mundo se puede definir, con palabras de un poeta francés (Baudelaire) una selva de símbolos o algo así como un jardín lleno de colores que en cada elemento contiene un mensaje. Se trata de un mensaje expresado en un lenguaje silencioso con el cual los cielos cantan la gloria de Dios y el firmamento anuncia la obra de sus manos; el día al día comunica el mensaje, la noche a la noche le pasa la noticia. Por toda la tierra resuena su proclama, por los confines del orbe su palabra. (Sal 19,2-3). En pocas palabras, el mundo es sacramento de Dios, de muchas maneras nos mueve a dar el salto hacia el encuentro con Dios.
De lo visible a los invisible Concluyo con una palabra sobre el arte y su espiritualidad porque nos resume todo lo que hemos dicho sobre la sacramentalidad. El artista no representa lo visible, si así fuera, sería muy poca cosa. El artista valioso nos invita a descubrir en lo visible la realidad de lo invisible. El escritor Carlos Kraus decía con razón: “El arte es lo que el mundo llegará a ser, no lo que ya es”. 46
Pensemos en el arte gótico que quiere a través de la realidad visible, llevarnos a la invisible. Las grandes catedrales góticas con su majestuosidad, con la forma de nave que las caracteriza, nos quiere indicar nuestro viaje hacia el invisible, es decir, hacia Dios. Levántate y anda. Emprende ese viaje que te conduce desde el arte a Dios.
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LOS SACRAMENTOS, SENDEROS MARAVILLOSOS PARA TU ENCUENTRO CON CRISTO