Historias de terror volumen ii

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Título original: Historias de Terror Autor: Jon Paul Campo Esta obra está registrada y certificada en el registro de propiedad intelectual del Gobierno Vasco. Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright.


J.P CAMPO

HISTORIAS DE TERROR

VOLUMEN II



Índice 1. ZOMBIS — PAGLA Johnny ……………. 10 Dr. Hikaru ……………. 18 Sharon ……………. 24 Liam ……………. 33 Susie ……………. 40 Zombi Johnny ……………. 49 Dr. Hikaru/II ……………. 54 Patrick ……………. 61 Sharon/II ……………. 67 2. RELATOS DE UN ASTRONAUTA – PARTE.II —ParanoiasCapítulo VI : Mi amigo Gris ……………. 74 Capítulo VII : Las fotos ……………. 76 Capítulo VIII : Oscuridad total ……………. 80 Capítulo IX : Cucarachas ……………. 81 Capítulo X : ¡No aguantaré! ……………. 83 3. HOMBRES LOBO — PARTE.II Sanguinaria verdad ……………. 88 4. VAMPIROS — PARTE.II El último amanecer ……………. 120


5. RELATOS DE UN —Los rezagados-

ASTRONAUTA – PARTE.III

Capítulo XI : ¿Qué es real? ……………. 158 Capítulo XII : Fantasmas del pasado ……………. 160 Capítulo XIII : Rescate ……………. 162 Capítulo XIV : Un plan de escape ……………. 164 Capítulo XV : Tan cerca, tan lejos ……………. 166 6. ZOMBIS — CURA Capítulo I : ROCK & ZOMBI ……………. 175 Capítulo II : Mi poder, mi obsesión, mi ley …… 182 Capítulo III : Un botín peligroso ……………. 189 Capítulo IV : Lo que siento por ti ……………. 198 Capítulo V : Las tumbas ……………. 206 Capítulo VI : Sin remordimientos ……………. 218 Capítulo VII : Una nueva oportunidad ………… 222 Capítulo VIII : Abie, y la cura del Dr. Hikaru …… 230 Capítulo IX : La cura o la vida ……………. 238 Capítulo X : Corazón vacío ……………. 242 Capítulo XI : Patrick, y el ejército de zombis … 245 Capítulo XII : La venganza de Sharon ………… 250


Â

ZOMBIS

PLAGA

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Ya desde el pasado, los más sabios predijeron nuestro Apocalipsis. No hicimos caso de las señales que se nos presentaron, evadiéndonos de toda la responsabilidad para impedir el Armagedón. Vencimos una vez al mal, pero no lo erradicamos del todo, prefiriendo usarlo en nuestro beneficio para destruir a nuestros enemigos en vez de pararnos a pensar que se podría volver en nuestra contra. Pero el arma que se usó, tenía doble filo. Entonces en el 2012, el mal volvió desde la oscuridad para alzarse otra vez más contra nuestro mundo.

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Johnny De pronto sentí frío y tirité ligeramente, lo cual hizo que me recogiera sobre mí mismo en la cama. Arrastré las sábanas y con ellas el edredón hasta que me quedé completamente arropado. Eso era lo que tenía vivir en Liverpool en pleno invierno. Frio y nieve, y más frío y más nieve. Entonces, el ruido de la calle me despertó en la primera mañana del Año Nuevo. No entendía cómo después de pasar la noche de juerga, la gente seguía teniendo ganas de dar la paliza tan temprano «¿No deberían estar todo el mundo dormido? Por lo menos hasta la hora de comer.» Me quejé, mientras escuchaba el alboroto que había en la calle. Rindiéndome finalmente, me vi obligado a levantarme de la cama. Como veía que todavía no había amanecido eché un vistazo rápido a la hora en el despertador de mesa, y solté una maldición a los cielos al ver aún lo pronto que era. Pero quejarme, no me ayudó en absoluto. Así que me puse las zapatillas con forma de patas de oso polar, y bostezando como el propio animal, bajé por las escaleras de la casa para dirigirme hacia la cocina. Cuando llegué, me senté desganado en el taburete, y calenté unas tostadas que las sumergí sin compasión en un vaso de leche. Como nadie me veía por los alrededores, aproveché en ese momento para tomar un poco de licor que sobró la noche pasada. «Un buen trago para calentar los motores, como tiene que ser.» Pensé bebiéndomelo de golpe. Seguido por unas uvas pasas junto con un trozo de turrón que trajeron mis tíos desde Valencia, y sin tener algo mejor que hacer durante la mañana, terminé por sentarme enfrente del televisor para echar una partida a la videoconsola. Encendí la tele buscando con el mando el canal para sintonizar la consola, pero mientras hacía zapping, una imagen captó mi atención. El canal de noticias lo presentaba una atractiva mujer de pelo rizado, que anunciando en ese breve instante algo seriamente, dio pié a las imágenes que empezaron a mostrar. Horror. El terror se había expandido. Las personas se volvían locas al verse afectadas por un virus, que obligaba al afectado a matar todo lo que encontrara a su alrededor. «No entiendo como un virus puede controlar a una persona.» Me dije sin apartar la mirada del televisor. Las imágenes que revelaban el noticiario eran cruentas y violentamente sangrientas. Se podía presenciar cómo varias personas desde un país tercermundista, perseguían al cámara que lo filma hasta que le dieron caza. La cámara siguió grabando, permitiendo a la gente ver desde sus casas cómo esas personas infectadas por un estado de rabia lo mataban sin compasión, descuartizando su cuerpo y arrancando sus órganos al tiempo que se lo empezaban a comer. «¿Son caníbales…?» Me pregunté horrorizado, viendo la sanguinaria escena. No soportaba lo que veían mis ojos y enseguida cambié de canal. Pero mi forma de huir del mundo real no dio resultado, al

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darme cuenta que todos los canales estaban contando al mundo la misma tragedia. En ese momento, escuché el sonido de las pisadas de mi madre bajando por las escaleras de la casa. Sabía que se trataba de ella porque desde hacía años se había vuelto tan gorda como una foca. Y cada vez que daba un paso sobre los escalones de madera, éstos crujían como si el mismísimo Godzilla destruyera las ciudades de Japón. Me levanté del sofá, y fui dirigiéndome hacia la cocina para darle la noticia que acababa de presenciar a mi madre. Entonces me di cuenta que no estaba por ninguna parte. «¿Dónde estará?» Me pregunté, pensando que tal vez no fuese ella la que bajaba. De pronto, una sombra se cernió sobre mí sorprendiéndome. Me giré sobre mi mismo, y vi cómo mi madre estaba cogiendo algo del frigorífico. Le di los buenos días, al tiempo que me sentaba en la barra americana de la cocina, contándole la triste noticia que acababa de llegar desde el tercer mundo. Pero ella no me hacía caso, y siguió con lo suyo buscando algo en el frigorífico. En realidad no la veía del todo, ya que la puerta del frigo la tapa por completo. Sólo veía su albornoz rosa y sus pies descalzos. Fue aquello lo que me hizo fijarme detenidamente. Sus pies, estaban tan pálidos como la nieve, y revelaban unas venas moradas que recorrían serpenteantes a lo largo de su carne. Sentí en ese momento algo de miedo, pero pronto se me pasó al pensar que tal vez se debiera a la carnívora noticia que acababa de presenciar. «Seguro que son las varices de la gorda de mi madre.» Pensé, y me levanté para darle un beso. Pero el beso me lo quiso dar ella, y no uno de esos con cariño... Al acercarme a la mujer, ésta sintió mi presencia y de un portazo cerró el frigorífico de golpe revelándome en lo que se había convertido. Mi madre me observaba con los ojos en blanco y su mira perdida. Seguido del susto que me llevé, empezó a abrir su boca amenazándome, y soltó sin previo aviso un espantoso grito donde pude ver sus labios amoratados con sus pútridos dientes amarillentos. No pude evitar soltar una ligera risotada al ver a mi madre disfrazada de zombi, aunque la risa tonta se me quitó enseguida cuando se abalanzó sobre mí obligándome a reaccionar. Se me ocurrió llamarla y le pregunté lo que le sucedía. No obstante, no recibí ninguna respuesta de ella. Parecía estar en algún estado de trance queriendo atraparme, cosa que hubiese hecho si no fuese por la mesa que nos separaba. Entonces decidí huir de ella, y corrí por toda la casa huyendo de la persona que una vez me quiso de verdad. En cambio, una oleada racional me hizo penar que todo se debía a una broma, y que me la estaban jugando mis tíos. Así que me dirigí al cuarto de invitados donde habían pasado la noche. Llegué medio riéndome, pensando que les iba a pillar con las manos en la masa. «Seguro que ha sido idea de ellos. Se creen muy graciosos estos españoles.» Me aseguré, convencido de que todo se debía a una pesada broma de Año Nuevo.

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Abrí la puerta, y con una ahogada súplica por lo que vi la volví a cerrar. Estaban muertos. Al otro lado de la puerta, presencié la obra de un asesino que mataba a sangre fría. Algo había pasado, y como me pasaba siempre, fui el último en enterarme. En ese instante me sentí en peligro. Me giré sobre mí mismo, y escuché cómo mi madre corría hacia mí con la boca abierta y sus brazos extendidos. Me quería matar. Entonces deduje, que ella había sido la responsable de las muertes de mis tíos. Corriendo a toda prisa llegué a mi cuarto, donde me atrincheré dándola con la puerta en las narices. Pero cuando creí estar a salvo, el brazo de mi querida madre atravesó la puerta queriéndome coger. Instintivamente me vi con un bate de críquet sujetándolo con fuerza entre mis manos. Tenía miedo. No entendía cómo acababa de llegar hasta mi cuarto e inconscientemente abrí la puerta, siguiendo pensando aún que se trataba de una broma pesada. «Eso es, abriré la puerta y estarán partiéndose la caja filmándome con una videocámara. Me lo recordarán el resto de mis días.» Pensé negándome lo inevitable. Nunca debí haberlo hecho. La mujer se me echó encima al revelarle la entrada que acababa de ofrecerla. Pero no quise que se me acercase, y le propiné por instinto con el bate sobre su cabeza. Ella cayó en el acto dejando un reguero de sangre negra sobre la moqueta del pasillo. Entonces solté el bate arrepentido, al pensar en lo que había hecho «¿Cómo he podido matar a mi propia madre?» Me pregunté llorando sobre el cuerpo sin vida de mi madre. Sin embargo, lo que pasó a continuación, hizo que comprendiera que ella ya estaba muerta desde el principio. Ante mi asombro, la criatura se levantó en una contorsión casi imposible de realizar. Sus pies se pusieron en el suelo, aún estando ella tumbada, terminando de levantar al cuerpo hasta mantenerlo en pie. Seguido, me miró fijamente con sus ojos vacíos de toda calidez y cariño, y fue a por mí deseosa de arrancarme la piel. Decidí salir corriendo de la casa dándome bruces ante el mundo caótico que me encontré en el exterior. Las casas ardían en llamas, la gente corría pidiendo auxilio, y otros, marchaban veloces en sus coches atropellando a cualquiera que se interpusiese en su camino. Entonces me distraje un momento al ver el apocalíptico paisaje, regalando a mi madre la oportunidad de darme caza. Pero yo era más ágil que ella, y rápidamente la di esquinazo entrando por la puerta del garaje. Cuando entré, vi el Mercedes de mi padre que siempre me negó cuando le pedía que me enseñase a conducir. No necesitaba saber manejarlo, ya que funcionaba con marchas automáticas. Me senté en el asiento derecho del conductor, puse la llave en el contacto, coloqué el mando en sistema conducción, y arranqué el motor del coche acelerándolo a tope hasta que salí como un cohete por el portón del garaje destrozándolo por completo. El vehículo fue demasiado potente para mí, aunque eso hizo que me salvase en ese momento al atropellar a mi madre con el morro del coche. En cambio, como

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consecuencia, un charco de sangre negrizco aterrizó sobre la luna del automóvil impidiéndome ver por él. Puse a funcionar los parabrisas y enseguida volví a ver por el cristal limpio. Aunque me arrepentí de haberlo hecho, al presenciar la carnívora escena de mis vecinos descuartizando a su propio hijo. Dejando mis pensamientos aparcados, usé el manos libres del vehículo para llamar a mi padre. «Ayer se marchó justo cuando terminamos de cenar con la familia... Tenía que ser una emergencia del hospital.» Pensé, recordando cómo mi padre nos dejaba en mitad de la fiesta. —¿Sí? —preguntó la voz de mi padre. De fondo se escuchaban las súplicas de gente rogando auxilio. —Papá… ¿Dónde estás? —pedí con voz llorosa. —¡Johnny, enciérrate en casa y dile al tío Carlos que vaya aprovisionarse de agua! ¿¡Entiendes lo qué te acabo de decir!? —¡El tío está muerto, y mamá y la tía! Todos… —le confesé rompiendo a llorar. —¡Escucha atentamente… debes de ser fuerte… —Se escuchaba a una persona pedir urgentemente auxilio—, …busca a tus primos y escóndete en un lugar seguro… —Y pidiéndome esto último, se cortó la llamada. «Mis primos… me había olvidado de ellos —Caí de repente en la cuenta, y me di con la mano abierta sobre mi frente—. No vuelvas a por ellos. —Me aconsejó el subconsciente queriendo sobrevivir.» De pronto todo tenía sentido. Anoche, el hospital llamó a mi padre porque andaban escasos de personal. Al día siguiente, las noticias revelaron que la pandemia que azotaba el tercer mundo desde hacía unos años, se había extendido por completo. Y terminando, mi madre se cargó a mis tíos e intentó comerme a mí. «¿Pero mis primos han desaparecido, o aún están en la casa? Que se cuiden ellos mismos, ya son mayorcitos» Concluí finalmente, pisando fuerte el acelerador. Después de conducir como un loco por la carretera, llegué al dichoso hospital donde me encontré con una ambulancia empotrada en la recepción, y con una persona atrapada entre las ruedas del vehículo. Me quedé mirándolo, pero me vi obligado a desviar la mirada al ver cómo tenía el cuerpo de destrozado. Tuve que dejar a lo lejos aquel hombre mientras agoniza de dolor, para centrarme en buscar a mi padre mientras iba dando esquinazo a la gente que me suplica por su vida. Busqué en el cartel informativo de la recepción el piso donde trabajaba. Enseguida di con él y subí rápidamente hasta la planta primera, donde me encontré con la mayor carnicería humana jamás presenciada. Los miembros de todo el personal estaban esparcidos por el suelo en un baño de sangre. Varias personas que estaban lo que parecía ser alimentarse de un muerto, se percataron de mi presencia, y se quedaron mirándome apetitosas. No eran humanos. Pero en ese momento, me vi respondiéndolas con un tubo de hierro que me encontré a mi izquierda. Lo cogí con fuerza, y sin dilación, me defendí de los zombis que intentaron devorarme.

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Al primero, le arranqué sin dificultad su jugosa cabeza de cuajo, separándola del cuerpo, que de él, salió un corro de sangre que salpicó el techo al tiempo que cayó inerte en el suelo. El siguiente corrió la misma suerte, cuando le hundí el tubo de hierro por el ojo atravesando su cráneo putrefacto. Cuando dejé a mi espalda aquellos zombis bien muertos, seguí buscando por el pasillo del terror hasta que me encontré con el quirófano donde trabajaba mi padre. Entré con mero cuidado sujetando una nueva arma que acababa de apropiarme, sin dejar de llamar a mi padre a gritos por toda la planta. No hubo respuesta. La sala estaba vacía, excepto por los cadáveres que habían en ella. Andaba entre ellos, cuando detrás de una cortina encontré a una persona medio moribunda. Me acerqué a ella, aún sin soltar mi arma, separé lentamente la cortina de plástico con miedo de lo que me podría encontrar, donde al final vi a mi padre mal herido. —¡Johnny…! ¿Pero qué estás haciendo aquí? —me preguntó a la par que se inyectaba una jeringuilla en su pierna. —He venido a por ti ¡Tenemos que marcharnos! —rogué a mi padre, que no tenía muchas intenciones de moverse. —Escúchame con atención. Olvídate de mí y huye lo más lejos posible…—se explicó tosiendo fuertemente, dejando algo de sangre sobre sus labios—. No dejes que te muerdan…, la infección se propaga por el contacto físico. Si su sangre entra en contacto con la tuya… —No puedes pedirme que te abandone a tu suerte en este lugar infectados de zombis —exigí suplicándole para que entrase en razón. —Ve al supermercado, y coge toda el agua que puedas cargar… —me aconsejó. Dicho esto, empezó a sufrir fuertes convulsiones a lo largo de su cuerpo. Se contorsionaba sobre sí mismo hasta que terminó por soltar un alarido de dolor, que en ese breve momento, levantó su cabeza mirándome esta vez con sus ojos muertos y llenos de ira. El cuerpo de mi padre me reveló lo que era ahora… Un zombi. —Lo siento mucho…, papá —me disculpé por partirle la cabeza en dos con un hacha de operaciones. No sabía de donde había sacado ese espíritu de supervivencia, pero lo tuve que aprovechar mientras me abría a hachazos entre los muertos vivientes para poder llegar de nuevo hasta el coche. Cuando conseguí mi objetivo, en una macabra forma de huir de los zombis, terminé por salir picando rueda hacia la carretera. Sin embargo, cuando volví a ella me di cuenta que se había convertido todavía más peligrosa de lo que llegué a pensar. Salí llorando a toda prisa de ese lugar atropellando a varios zombis que intentaron frenarme, aunque arremetí contra ellos sin piedad queriendo así vengar la muerte de mi difunto padre. Era un rali a contra reloj. Una vez en la carretera, los zombis era lo de menos, porque se les atropellaba y punto. No ofrecían demasiada resistencia. Pero cuando los coches impactaban unos sobre otros,

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siempre creaban accidentes en cadena destrozando todo lo que había a su alrededor. Entonces, después de frenar de golpe para no chocar contra el autobús que tenía delante, una persona me sorprendió abriendo la puerta para apropiarse de mi vehículo. Y estando todavía en marcha, me agarró violentamente sacándome del coche a golpes. No pensé en su momento en ceder ante los zombis, así que agarré mi hacha, y se la hundí en su esternón de un golpe seco y mortal. Aunque cuando saqué el hacha para disponerme a marcharme, el remordimiento inundó mi juicio de adolescente. «He matado a una persona viva...» Deduje, al ver que no se parecía a uno de esos zombis. Pero sin pensar en lo que acababa de hacer, ya me veía conduciendo por las carreteras de Liverpool hasta que acabé cerca de un supermercado. Cuando llegué, estacioné el vehículo de cualquier forma y rompí a llorar. No podía creerme lo que acababa de hacer, culpándome por lo que había sucedido y por la persona en la que me estaba convirtiendo. Sólo era un chaval que quería matar el día jugando a la videoconsola con sus primos. Y ahora, era un vil asesino. Había matado a mi madre zombi, había acabado con la vida de padre que quise rescatar, y en cima, acababa de matar a una persona inocente. «No volveré a verlos jamás.» Me dije, sin dejar de maldecir y de dar puñetazos contra el volante del vehículo. Entonces, en ese momento de auto culpa, entré en razón volviéndome por fin la vena superviviente. Pensaba llorar a las personas que había perdido, aunque antes, tenía que hacer lo que mi padre me pidió con sus últimas palabras. Armándome de valor, entré con el hacha en la mano agarrando un carro de la compra. La gente estaba en el local apropiándose de todo lo que podía cargar. Observé a varias personas con sus carros llenos, pero sin lo esencial. «No cogen agua... ni tan siguiera lo básico. Mejor.» Me dije, esperando encontrarme las estanterías llenas de botellas solo para mí. Corría hacia pasillo donde esperaba encontrarme el agua embotellada, cuando de pronto me di de bruces contra mis compañeros de instituto. «Si me hubieran dado a elegir, hubiese preferido sin duda encontrarme con los malditos zombis.» Pensé, al encontrarme con los típicos matones que por tanto tiempo habían estado metiéndose conmigo. —¡Pero si es Johnny! —dijo sorprendido Frederick empuñando un bate de baseball. Al verse solo, enseguida llamó a sus amigos con un silbido que aparecieron rápidamente como perros de entre las sombras. Ahora me miraban sonrientes, y formaron un círculo alrededor mío. —Sólo vengo a por agua —le dije, sin muchas esperanzas de que lo entendiera—. No quiero problemas. —Sólo vengo a por agua —respondió Ralph burlándose de mí, al tiempo que los demás rompieron a reír.

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—Este mes te has retrasado en tus pagos, Johnny —confesó Fred negando con la cabeza—. Si no me pagas, la gente creerá que no me tienes respeto, y eso no voy a tolerarlo. Sonreí, y le mande a la mierda. Como no le gustó, se abalanzó contra mí empuñando su bate. Pero no había cedido anteriormente ante los zombis, y una vez más, no pensaba hacerlo con un gilipollas como ése. Le paré su golpe con mi hacha, y lo desarmé con el mango de la misma. Ahora, que se veía indefenso sin su arma y derrotado, sus amigos me miraron incrédulos. «He matado a casi toda mi familia, y a un imbécil que ha intentado robarme el coche.» Pensé. Aun así, no quise ensañarme con ellos, y les quise dar una segunda oportunidad. La oportunidad de pirarse cagando leches de mi vista. —¡El enemigo son los zombis!, por si no te has dado cuenta, pedazo de imbécil —revelé lo que aún parecía no entender el chico—. Así que si no vas a ayudar, déjate de chorradas y sigue con tu camino. No debí de perder el tiempo con charlas inútiles. En ese momento, varios zombis habían entrado en la tienda como Pedro por su casa, aprovechando nuestra discusión para acorralarnos. Frederick sintió que lo había humillado delante de sus amigos, e intentó arremeter contra mí con dos de sus compañeros agarrándome por detrás al verme distraído por unos instantes. Entonces, Fred, cogió carrerilla con su bate dispuesto a darme el golpe final. Pero no lo vio venir. Fue la dependienta del supermercado convertida en zombi, la que le agarró su brazo propinándole un fatal mordisco que arrancó un buen trozo de carne, obligando al chico a soltar el arma que tenía reservada para mí. «Te dije que los zombis eran el enemigo…, pero no me hiciste caso.» Pensé, al tiempo que mataba a la cajera no-muerta clavándole el hacha sobre su médula espinal. Entonces, vi cómo los amigos de Fred habían huido dejándole a merced de los zombis. Desde el suelo, agonizando por su herida, me pidió suplicante que lo salvase, que lo ayudase. Hasta me pidió disculpas. «Patético.» Me dije, sin apartar la mirada del festín que se estaban dando los zombis en el cuerpo de Fred. Pero cuando acabaron de comerse a mi indeseable compañero, los muertos vivientes me miraron fijamente esperando que fuese yo el segundo plato en su menú. Sin ser tan condescendiente como lo hice con el matón de mi instituto, lancé el hacha al primero que se me acercó, acertando de pleno sobre su cabeza. Ya sólo quedaban dos zombis que me miran con ojos hambrientos, aunque manteniendo la distancia conmigo. Fui a por ellos rápidamente, sacando el arma de la cabeza del chico que acababa de matar. A uno de ellos le faltaba un brazo, que deseoso de matarme, se echó sobre mí. Pero al no disponer de los dos miembros, pude escabullirme fácilmente. Y sin pensarlo, elaboré un tajo con el hacha al aire que acertó de lleno sobre mi agresor.

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«¿Lo ves? así estás más guapo.» Le dije, cuando vi que le dejé sin su único brazo. Seguido, me acerqué al zombi desmembrado, después de decapitar al otro muerto viviente que intentó sin resultado darme un buen mordisco. Ahí, tirado en el suelo, encontré al pobre desgraciado lanzándome dentelladas, aunque no le dejé que se me aproximara demasiado. No le quise dejar que se levantara. Le puse mi bota sobre su pecho, alcé el arma al cielo, y con fuerza, la dejé caer sobre su cráneo. —Ahora puedo coger las malditas botellas…—le comenté al cuerpo del zombi cuando dejó de moverse. Mientras buscaba por el supermercado el agua que necesitaba, todavía con el subidón de la adrenalina, escuché un grito a lo lejos que captó mi atención. Dejé el carro a un lado para abrirme paso rápidamente y fui corriendo para socorrer a la persona que había gritado, hasta que llegué donde se originó el espantoso grito reclamando auxilio. Una mujer, estaba ante mí con medio cuerpo amputado, dejando sus intestinos desperdigados sobre el suelo. Varios zombis se deleitaban con ella, mientras seguía todavía consciente. Sin que llegasen a percatarse de mi presencia, decidí matar a la chica para que no siguiera sufriendo. Pero más muerta no podía estar, ya que los zombis apenas dejaron nada de ella. En ese momento, los llantos de una niña me sorprendieron desde mi espalda. Me giré, y observé a una chiquilla llorar sin dejar de llamar a su madre. Entonces, los llantos de la niña consiguieron que los zombis se dieran cuenta de que no estaban solos. Y preparándose a desmembrarnos cuando terminaron de comerse a la mujer, fueron a por nosotros. No quería acabar de aquella manera. Cogí a la niña entre mis brazos dejando que se colgase de mi cuello. La chiquilla me reveló su rostro horrorizado, ya que había visto cómo acababan de asesinar a su madre. La miré a los ojos, pero apartó su mirada de los monstruos hundiendo su cara en mi hombro. —¿Cómo te llamas? —pregunté cariñosamente. Ella se aferró más a mí dejando el niqui empapado de lágrimas y mocos. —Sharon… —contestó finalmente cuando vio que podía confiar en mí. —Muy bien Sharon, yo soy Johnny. No tienes que tener miedo. Estoy aquí para protegerte —la tranquilicé sonriéndola. Una vez que terminamos de presentarnos, empuñé con fuerza mi arma y la dirigí contra las personas sin vida que venían corriendo hacia nosotros, deseosas de matarnos...

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Dr. Hikaru La sala se encontraba llena de enfermos moribundos tumbados en sus camillas, aunque separados entre ellos en cubículos de plástico. Era una zona en cuarentena. Algunos de los infectados eran bastante violentos, viéndonos obligados a atarlos de manos y pies con correas. Observando aquel panorama, me dirigí hacia un hombre que estaba tranquilamente sentado junto con su carrito de suero. Él me saludó amablemente, confesándome que había estado preguntando por mí durante estos últimos meses. Le devolví el saludo sin mostrarle mucho interés, y terminé de echar un vistazo a su parte médico. Pero lo que leí en él, no me reveló más de lo que observé en las carnes del hombre. El virus ya lo llevaba desde hacía unos días en el cuerpo y lo estaba consumiendo vivo. Pronto, sería un infectado más al que abría que sacrificar. Llevaba cinco años intentando controlar aquella pandemia, que en breve se convertirá en una plaga invasora. Sin embargo, tenía tiempo para solucionarlo. Volviendo a mirar al paciente que tenía delante, y amigo mío desde hacía ya tiempo, recordé inconscientemente cómo funcionaba el virus Z. El virus que transformaba al vivo en muerto viviente… El virus, tardaba veinte minutos en adueñarse completamente de la persona. Primero, empezaba atacando al corazón aumentando el ritmo cardíaco, para así expandirse rápidamente por todo el cuerpo. Minutos más tarde, una vez ya expandido, se encargaba de eliminar los anticuerpos del organismo afectado para facilitar su paso hasta el cerebro. Después, cuando conseguía llegar al neo córtex central, atacaba la médula espinal donde el virus daba a conocer su violenta existencia controlando al cuerpo por unos instantes. Y así, terminaba por dominar al cerebro, ordenando por último la parada total de los órganos primarios. Una vez que el virus ganaba la batalla sorprendentemente en escasos veinte minutos, lo que hace que sea difícil de estudiar y comprender, la persona moría rotundamente. Por lo menos durante unos instantes. Luego volvía a la vida, pero no como la persona que una vez llegó a ser, sino como un ser moribundo, con el único propósito de expandir su enfermedad. Aunque el contacto físico con un infectado era altamente peligroso, el virus sólo se llegaba a transmitirse por la saliva y por la sangre. Aun no se había descubierto los orígenes de la crisis pandémica, que empezó hacía ya cinco largos años sin llamar mucho la atención desde el tercer mundo. Pero yo, desgraciadamente, ya sabía de dónde provenía. —Doctor… ¿Cuánto tiempo me queda? —me preguntó mirándome con ojos amarillentos y tosió sangre. Su hígado, le estaba empezando a fallar. Leí las últimas líneas del parte, y le ofrecí un cigarrillo.

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—Hemos frenado al virus durante dos días —empecé a explicarle ofreciéndole una cerilla envuelta en llamas—. Pero…, el virus ya lo tienes en la médula espinal. —¿Cuánto? —quiso saber, dándole una buena calada a su cigarro. —Minutos, horas… No sabría decírtelo a ciencia cierta —le confesé sentándome a su lado—. Estamos haciendo todo lo posible para frenarlo… —Has tardado bastante en venir, Hirako —Tosió más fuerte que antes, escupiendo una flema ensangrentada sobre un pañuelo—. ¿Dónde demonios has estado todo este tiempo? —En Osaka. Lo siento, pero me requerían allí. —Bueno… ahora sé que el tabaco no me va ha matar —manifestó sonriente mientras miraba por la ventana. —Ha llevado la situación aquí muy bien Dr. Lefoir —alabé a mi antiguo compañero de laboratorio, que ahora se estaba consumiendo poco a poco. —Se expandirá… ¿Verdad? —dijo temiéndose lo peor, aunque sin dejar de toser. —Ya se ha expandido —comenté, secándome las gotas que se condensan en mi escafandra—. Lo único que puedo hacer por… —Lo sé, lo sé… —dijo cortante—. No te lo pienses más, ya no hay tiempo. Yo ya estoy jodido, no te preocupes por mí. Tú sigue investigando Hikaro, la humanidad está ahora en tus manos... Salí del hospital en cuarentena pasando por la zona de desinfección. Unos chorros de vapor caliente rociaban mi cuerpo protegido por el traje antibiológico. Después, pasé por una pequeña ducha donde mis botas se lavaron con todo tipo de productos químicos. Ya no necesitaba el traje con la escafandra. Lo guardé todo en mi taquilla, y salí corriendo con un importante frasco hacia el laboratorio. Hice lo que me pidió mi antiguo compañero, maldiciendo por lo bajo por no llegar hacerme caso aquella vez. «La India ya no es un lugar seguro ¡Ven conmigo! y juntos, seguiremos investigando en un país que tenga más control que éste.» Recordé la última conversación que tuvimos antes de que me marchara. Pero él, no me hizo caso. Al final, llegué al laboratorio donde pude poner el frasco de muestras de las células madre que extraje de Lefoir sobre la mesa. Le induje un coma tal como me dijo, para así coger y analizar las células dañadas del virus que se alojaban en su médula espinal. Con cuidado, puse una muestra en el microscopio y observé detenidamente las células. Calibrando el aparato amplié el objetivo hasta que se visualizó perfectamente, viendo así las células afectadas por el virus Z. Pero entonces, me di cuenta que había varias que todavía no habían sido sometidas. Sin pensarlo, me hice con un frasco experimental donde había estado haciendo mis últimas investigaciones para una posible cura, e inyecté una pequeña dosis a cada célula sana. Éstas se volvían más duras que antes, creando una capa externa donde las células infectadas intentaban atacarlas sin resultado con sus tentáculos mutantes.

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«Tal vez tenga la solución. Tal vez esta sea la cura definitiva.» Pensé al ver el emocionante resultado. En cambio, de pronto me vi con los pies en la tierra cuando me di de bruces contra ella al caer desde las nubes. Enfadado de ver cómo las células Z lograron infectar a las sanas, tiré furioso todo lo que tenía sobre el escritorio. El virus Z era demasiado complejo para erradicarlo del cuerpo, y actuaba siempre rápidamente sobre los cuerpos sanos sin darles la oportunidad de defenderse. «Pero has conseguido ralentizar el proceso.» Me dijo una voz en mi interior. Era cierto. Junto con Lefoir, descubrimos una forma de que el virus tardase mucho más tiempo en controlar un cuerpo vivo. Aquella fórmula, conseguía ralentizar considerablemente el ritmo cardíaco, y a su vez, metía anticuerpos modificados genéticamente para frenar al virus Z. Aun así, no fue del todo suficiente... Después de que ordenara el escritorio y de ponerlo todo en su sitio, volví a estudiar la muestra que recogí de mi amigo. Una vez más, coloqué la muestra sobre el microscopio, que por suerte no se había llegado a romper, terminando de colocarme las gafas correctamente para mirar por el objetivo. Entonces vi que algo había cambiado. Ya estaba dispuesto a estudiar otra muestra, cuando observé a una célula sana caminar tranquilamente sobre las demás infectadas. No la atacaban, y ni si quiera parecía que se percatasen de su presencia. Amplié el zoom del aparato y observé detenidamente. «No lo entiendo. ¿Qué ha podido suceder?» Me pregunté intrigante. La célula que campa a su ser entre las que estaban dominadas por el virus Z, no tenía nada de especial. Mirándola empecé a pensar en aquello, aunque no me vino nada a la mente que resolviera el paradigma. «Les he inyectado la misma dosis que a las demás.» Pensé sin creerme lo que estaban presenciando mis ojos. De pronto caí en la cuenta. No supe como había podido sobrevivir aquella dichosa célula, pero sabía que algo había cambiado cuando tiré el microscopio al suelo. En ese momento, busqué ansioso por todo el estropicio que había creado antes, analizando todo lo que encontraba en mi paso. Tubos de mezcla, una botella de gas butano, folios con apuntes, una taza de café hecha añicos, medio sándwich tirado en el suelo, pero no había nada concluyente que captase mi atención. El calor era asfixiante, y me vi obligado a quitarme el sudor de la frente con la manga de la bata, sentándome finalmente a recapacitar. «Yo he tenido que ser el que lo haya cambiado.» Medité. No había ocurrido nada, hasta que lancé por los aires todo lo que me encontré al verme frustrado. «Creo que he introducido algo en la muestra que porto yo mismo.» Rápidamente me quité la bata, la camisa, el reloj de pulsera, las gafas, y me conseguí arrancar un pelo de la cabeza, para analizarlo todo. La bata no tenía nada, la camisa tampoco, y los datos que cogí al estudiar mi reloj no decían nada que ya supiera. Pero de las gafas, obtuve una minúscula sustancia amarillenta. Mientras la ponía en el

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microscopio, vi ante mi asombro unos pequeños fragmentos de polen amarillento. Pero enseguida me di por vencido, al entender que el polen era un ingrediente que se encontraba prácticamente en todo el mundo, y que ningún infectado había dado muestras de responder ante él. «Lo hubiese inalado cualquiera y habría dado…» Intentaba poner mis ideas en orden, cuando otra posible solución me vino a la mente. Mirando a través del microscopio la muestra que obtuve de mi colega, pude ver que la célula sana había muerto. Sin embargo, las demás también habían muerto. Sin pensármelo, metí otra muestra con células infectadas y puse el polen para ver su reacción. Entonces vi claro la respuesta que se presentó ante mis ojos. Analizando el polen, descubrí que no se trataba de procedencia común. Aquello era demasiado extraño, sin que pudiera llegar a entenderlo del todo. Entonces supe lo que tenía que hacer. Y era salir de aquel maldito país donde me alojaba. «Tengo que localizar a una antigua amiga mía experta en herbología genética...» Pensé, al recordad que no me veía en persona con Abie desde hacía tres años. De pronto, la sirena de evacuación se hizo escuchar por todo el complejo en cuarentena. Salí al pasillo, y observando por la ventana me di de bruces ante lo que tenía delante de mi asustadizo rostro. Los infectados estaban invadiendo la zona en cuarentena, y eran incontables. El caos había explotado. No había remedio ante aquella invasión. En ese momento cogí de mi maletín, donde introduje una máscara antigas, un pequeño revolver que guardaba por si acaso, junto con todos los datos y pruebas con las que había estado estudiando durante años. Pero la prueba más importante la guardé en un frasco donde mantenía las muestras en frío, gracias a un pequeño tanque con hidrógeno líquido que había dentro de él. Pasé a paso firme por los pasillos del centro, y llegué hasta una zona donde se estaba reuniendo todo el personal. Me reconocieron enseguida, pero pasaron de mí dirigiéndose hacia la ventana. Los quise imitar, y vi el desastre que los infectados estaban provocado. —Este país ya no es seguro —comentó la chica que tenía al lado. —¿Es que no has visto las noticias? Ya en ningún país te encontrarás segura —contestó un sanitario, sin dejar de mirar por el cristal de la ventana. —¡Los zombis están dentro del complejo! —manifestó una persona que llegó hasta nosotros cubierta de sangre. —Lo van a barrer todo —confesé en ese momento a las personas que estaban a mi alrededor. —¿Cómo que lo van ha barrer? —preguntó un hombre. —Esta era la única ciudad segura donde podíamos seguir experimentando, y ahora la están tomando —expliqué consiguiendo captar la atención de todos—. Ya no se puede controlar la propagación del virus Z en un país tan grande como la India. Nos dieron un ultimátum el mes pasado para controlar la situación. Madrás, era zona cero. Y ahora, acaba de caer.

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—¿Van a destruirlo todo? —me preguntó una sanitaria. —Sí. —Y… ¿cómo lo van hacer? —¿Tú que crees? —Terminé de decir, cuando todos captaron la idea de cómo iban a destruirlo todo—. Disculpad, pero tengo que irme —dije a la par que hacía una llamada por el teléfono móvil. Dejé a aquellas personas que no sabían como reaccionar ante una situación así, y realicé la llamada más importante de mi vida. Una vez que me alejé lo suficiente, tecleé el número en el teléfono y esperé impaciente a ser recibido. Pero comunicaba, como era de esperar. «Todos están haciendo la misma llamada.» Recapacité al ver que no me cogían. No quise quedarme sin hacer nada útil y salí corriendo hacia la azotea del edificio. En cambio cuando llegué y me acerqué por el bordillo, pude ver como millones de infectados rodeaban la ciudad. Saqué la máscara antigás de mi maletín y me la puse en la cara como protección, por si se llagaran acercárseme demasiado los infectados. Después, al ver que los teléfonos no servían de nada, abrí mi ordenador portátil. Y conectándolo a Internet vía satélite gracias a mi móvil, usé unos códigos secretos que me dieron mi país para caso de emergencia, para llamar a mi embajada —Esta es la embajada japonesa… —empezó a hablar, pero le corté enseguida para que se saltase el protocolo de llamada. De fondo, se escuchaban cómo intentaban frenar a la horda zombi. —Soy Árbol Blanco, necesito urgentemente que me recojan en el edifico en cuarentena de Madrás —Esperé unos instantes, cuando una voz femenina me respondió. —Por favor, introduzca los códigos en los espacios —me pidió, al tiempo que salían en la pantalla del ordenador unos huecos para poder escribir. Los códigos se activaban por reconocimiento de voz, donde luego te dejaban introducir unos dígitos manualmente. —Alfa centauro —pronuncié claramente cerca del Pc. Después escribí la serie numérica que me salvaría la vida. —Códigos correctos —confirmó mi salvadora—. Le irá a recoger un helicóptero a la azotea dentro de cinco minutos. Esperé sentado tranquilamente a que me rescataran, cuando unos odiosos ruidos se presentaron en la única puerta accesible a la azotea. Me acerqué a ella, y apunté con el revolver. Hacía mucha humedad en el ambiente, y enseguida empecé a sentirme cansado obligandome a sentarme otra vez. Entonces busqué el inhalador en el bolsillo del pantalón cuando sentí que me empezaba a faltar aire. Apreté el aerosol y me di un par de dosis que enseguida hicieron su efecto en mis pulmones. «Estoy demasiado mayor.» Pensé, mientras me veía las manchas y arrugas de mis manos. Desde finales de los años cuarenta había tenido a lo largo de mi vida pesadillas de cómo llegaría el fin del mundo. Las tenía, porque sabía la forma en la que se iba a desatar el Armagedón. Recordé

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entonteces el pasado, y saqué una foto del maletín donde vi a mis antiguos compañeros de trabajo cuando la hicimos en Holanda una vez que llegamos a rescatar a un grupo de soldados en apuros. «La que liaron. Panda de locos. Se enfrentaron ellos solos a un ejército de infectados.» Pensé al recordar aquel año, y en cómo fuimos tan estúpidos de recoger muestras de los muertos para estudiar su funcionamiento. Al final debimos de destruirlo todo, ya que eso debió ser lo correcto. Sin embargo, la curiosidad nos pudo más que la precaución. Ahora me arrepentía de mis decisiones, al ver cómo iban saliendo los muertos vivientes por la puerta para darme caza. El primero que se me presentó, le volé la tapa de los seos abatiéndolo sin problemas. Los demás se apelotonan en la entrada, regalándome la oportunidad de eliminarlos uno a uno. Pero los zombis eran más que las balas que disponía, y pronto me vi con el cargador vacío. «Zombis… vaya palabra más ridícula.» Me dije, sacando la bala que siempre había tenido a buen recaudo para momentos de necesidad. Finalmente cargué la bala en el arma, y me la puse en la boca para acabar con mi vida. No pensaba dejar que esos mal nacidos me comieran vivo. No les iba a dar el gusto. Amartillé la pistola, y apreté el gatillo. Lo último que quería era convertirme en un zombi, o ser pasto del alimento de ellos. En cambio, el revolver no se disparó. Se había encasquillado para mi infortunio. En ese momento, los zombis consiguieron romper la puerta mientras los veía venir locos por su enfermedad con ganas de matarme. Aun así, seguí corriendo lo que mis piernas me permitieron, y llegué al borde de la azotea para saltar. Pero el sonido del helicóptero llegó justo a tiempo. Desde el cielo, vi que disparaban varias ráfagas de balas de gran calibre, consiguiendo acabar de una vez por todas con los muertos vivientes. Al final, me dirigí hasta él, exhausto de correr, donde un brazo amigo me recibió amablemente. —¿Cuánto falta? —pregunté al soldado que me había rescatado. El chico miró su reloj, y con cara de preocupación le dijo al piloto que se diera prisa. —Quince minutos —me respondió. Salimos a tiempo del edificio, donde pudimos ver hordas de zombis tomar las calles de Madrás. Y ya a lo lejos, en ese preciso momento, un fuerte resplandor inundó los cielos cuando el potente haz luz de la explosión limpió sin compasión la cuidad de los muertos viviente. Cansado del día, terminé por recostarme en el sillón del helicóptero apreciando los hongos atómicos que iban creciendo por el horizonte.

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Sharon Iba agarrada de la mano de mi mamá mientras me decía una y otra vez que todo saldría bien. No entendía lo que sucedía a mí alrededor. Se suponía que debería de ser un día especial, donde cada uno estaría en su casas junto con sus familiares celebrando el Año Nuevo. En vez de eso, las personas que veía por la calle corrían gritando de miedo al verse perseguidas unas por otras. Algunos pelan entre sí, mientras que otras personas se volvían locas retorciéndose de dolor en el suelo. Miré a mi mamá y le pregunté lo que estaba sucediendo, pero ella siguió andando, arrastrándome con ella de la mano aunque sin llegar a responderme. Tan sólo se limitaba a decirme que no mirase hacia ninguna parte, que me dejase guiar por ella. Pero como no la hice caso, me cogió entre sus brazos tapándome los ojos con su mano. No veía nada de lo que sucedía a mí alrededor, aunque ya sabía de antemano que estábamos entrando en el coche. Lo sabía por el olor a pino que desprendía siempre el vehículo de mi padre. Finalmente me ató a la silla del asiento trasero, y terminó poniéndome un DVD para que me distrajera con los dibujos animados. Viajamos durante bastante tiempo por la carretera. De vez en cuando parábamos en alguna gasolinera, donde mi mamá venía cargada de botellas de agua y comida. En ese momento, se volvió hacia mí asegurándome que no me preocupase por nada. Pero yo sabía que estaba pasando algo. Y también supe, que por alguna razón, no me lo quería contar. Pregunté dónde estaban los tíos y papá, pero sólo recibí un seco grito de mi madre ordenándome que me callase. «No me lo merezco, yo no he hecho nada.» Pensé, abrazando a mi osito al tiempo que empecé a llorar en silencio quedándome dormida. De pronto me desperté aún en el coche y vi que se había hecho de día. Por la ventana observaba el paisaje por donde viajábamos, fijándome en los campos verdes con las majestuosas vacas pastando por ellos. Entonces mi madre advirtió que me había despertado, y me ofreció desde su asiento una caja de galletas de chocolate para que desayunase algo. En silencio, empecé a comerme algunas sin meter ningún ruido, ya que me dejó claro que estaba concentrada en sus pensamientos. Ahora, puso la radio donde la voz de un señor anunciaba las noticias del nuevo año. —El caos se ha apoderado definitivamente de la ciudad de Manchester. Rogamos a los ciudadanos que se mantengan encerrados en sus casas. No abran a nadie bajo ningún concepto. —Explicó aquella persona seriamente. —Mamá ¿Me das agua? —pedí al sentir seca la boca. —Aquí tienes tesoro —respondió y me ofreció una botella medio vacía. —¿A dónde vamos? ¿A ver a la tía Sonia?

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—Sí…, vamos a visitar a la tía. —Pero estamos yendo en dirección hacia Liverpool ¿No vive ella en York? —pregunté confusa al ver en qué dirección íbamos. —Cariño, en este momento tengo un montón de cosas en la cabeza —dijo algo enfadada mirándome por el retrovisor central—. Así que estate calladita. —Entonces, cuando volvió la vista al frente, mi madre frenó sin poder evitar chocarse contra lo que teníamos delante a gran velocidad. El cinturón no permitió que saliera dispara del asiento, pero el coche no dejó de dar vueltas sobre sí mismo. Al final el vehículo derrapó, deteniéndose violentamente contra un guarda rail. Una vez que nos detuvimos y nos recuperamos del susto, mi madre se incorporó del violento accidente con una herida en su cabeza. El airbag le había salvado la vida. Y echando un vistazo hacia atrás me preguntó si estaba bien, cosa que asentí al momento, cuando vi que no me había pasado nada. En cambio quiso asegurarse ella misma de que no tuviese ninguna herida. Algo más tranquila al no verme lastimada, se bajó del vehículo para ver por qué salía humo del capó del coche. Desde fuera, me indicó que me quedase dentro del coche mientras ella cogía el teléfono móvil del bolso para llamar a emergencias. Estaba cansada de estar sentada, y decidí salir a la calle aunque me lo hubiese prohibido. El cristal delantero estaba lleno de sangre donde pude ver claramente a una persona empotrada en él. Era una mujer. Su cuerpo se encontraba semidesnudo con el brazo amputado, emanando por él mucha sangre. Pero aún así, no pareció que le doliera. Me quedé durante un tiempo mirando cómo gemía, cuando de pronto nuestras miradas se cruzaron, y seguido, alargó su mano izquierda haciendo gestos de querer cogerme. Tenía los ojos en blanco y toda la cara llena de profundos cortes. Estaba asustada, ya que aquella persona no dejaba de mirarme abriendo su horrible boca ensangrentada sin decir nada aparente. Entonces, sin previo aviso, mi madre me cogió en brazos y salió corriendo en mitad de la carretera. Yo iba aferrada a su cuello, y desde su espalda, veía a varias personas correr rápidamente hacia nosotros. Parecían estar muy enfermos. Sus cuerpos estaban cubiertos de sangre con la ropa hecha jirones, y sus miradas perdidas infectadas de un color amarillento intimidaban a cualquiera. Algunos de ellos iban más lentos que el resto, porque les faltaban algún pie, o algún otro miembro. Pero eso no hizo que no pudieran atrapar a otras personas a las que estaban persiguiendo. «Debe de tratarse de un juego» Pensé, viendo cómo jugaban a pillarse entre ellos. Después de andar el último tramo que nos quedaba, queriendo escapar de aquellas personas enfermas, llegamos a la entrada de la ciudad cuando en ese momento mi madre se paró exhausta por el maratón. A la vista de donde estábamos, nos encontramos con un supermercado en el que entramos rápidamente al ver cómo desde lo lejos venían corriendo los “enfermos” hacia nosotros.

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No había muchas personas. Las pocas que estaban se dedican a ir corriendo por los pasillos conduciendo sus carritos, sin dejar de coger todo lo que encontraban en su paso. Entonces, varias personas advirtieron a mi madre que alguien estaba llegando. Todos los adultos juntos empezaron a atrincherar la tienda, cuando vieron llegar a los que nos habían estado persiguiendo. Eran muchos, al menos una veintena. Algunos de ellos, golpeaban fuertemente el cristal de la puerta para poder entrar, dejando al resto amontonándose los unos contra los otros. Al parecer, querían entrar costase lo que costase, ya que usaron sus propias manos para ir atravesando la cristalera aunque con ello les supusiera cortarse la piel dejando la entrada del local manchada de sangre... Éramos cuatro personas contándome a mí y a mi madre. Había una chica que era la cajera del local, y un señor mayor con un espeso bigote. Ellos preguntaron mi nombre, sin dejar que me centrara en la gente que estaba golpeando la entrada de la tienda. La chica se llama Cindy, mientras que el otro hombre se limitaba a beber de un cartón de leche. Un fuerte ruido rompió el silencio del local. Mi madre me abrazaba, al tiempo que escuchaba decir a Cindy que estaban entrando en el comercio. Empezamos a correr hacia los almacenes cuando un grupo de personas nos cortó el paso. Estaban balbuceando cosas incoherentes, y se acercaron hacia nosotras con los brazos rígidos y por delante. A la pobre cajera, la atraparon. No pude ver muy bien lo que la pasó, ya que mi madre me lo impidió, pero creí presenciar que la mordían a la pobre chica. Seguimos corriendo por los pasillos hasta que nos escondimos en un pasillo durante un tiempo. Estaba todo oscuro, no había luz alguna. Entonces, sentí que estaba sola. Me giré y miré hacia todos lados en busca de mi madre, cuando creí en ese instante escuchar el cercano sonido ahogado de una persona. Pero ella no estaba. Como siempre me había explicado por si alguna vez me llegase a perder, lo que tenía que hacer era quedarme quieta donde estaba. La hice caso y me quedé escondida sin hacer ningún ruido. Fue entonces cuando vi a mi madre tirada en el suelo. Ella me indicó que me escondiese entre los cereales de la estantería, al advertir cómo varias de aquellas personas estaban cerca de mí. Yo también quería que ella estuviese a mi lado ya que no me sentía segura de estar sola. Ahora, vi a una persona entrar en el establecimiento empezando a discutir con otras. No eran conscientes del peligro que corrían, sin que llegaran a saber que esa gente enferma se les acercaba por detrás silenciosamente. Y sintiendo que no va iba acabar nada bien lo que estaba presenciando, esperé para marcharme de ahí. Mi instinto no me falló. A mi espalda escuché a lo lejos cómo pelean y se insultan, cosa que aproveché para escapar. Entonces volví donde mi madre saliendo del escondite. La quería demasiado, y la había añorado aunque sólo hubiese sido por unos instantes. Y al verla en

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ese momento, me arrepentí de no haber estado todo el tiempo con ella. Mi madre se encontraba tirada en el suelo, donde unas personas la mordían separando su carne de su precioso cuerpo. Ella me sonrió, y me confesó en voz baja todo lo que me quería. No pude evitar llorar. Fue la figura de una persona la que me impidió ver tal atrocidad. Un chico se interpuso a mi lado, salvando a mi madre de aquellas personas que estaban comiéndosela. Era fuerte, violento, y su niqui estaba cubierto de sangre. Acabó pronto con esos horribles monstruos, terminando por matar también a mi querida madre. Sé que ella ya estaba muerta. Fui consciente de aquello. El chico hizo como hicimos nosotros a nuestro perro el verano pasado. Sacrificó a mi querida madre para que no siguiera sufriendo. Y aunque lo asimilé en el momento, más adelante el mundo se me vendría abajo. Era joven. Era muy pequeña. No comprendía del todo lo que estaba sucediendo a mí alrededor. Pero algo dentro de mí dijo que tenía que sobrevivir… El chico me miró, y sintió en mis ojos el miedo que padecía. Se limitó a sonreírme mientras me cogía entre sus fuertes brazos, aconsejándome que no mirase hacia ninguna parte. También preguntó por mi nombre, que se lo di sin reservas, al tiempo que me aseguró que todo iba ha salir bien. Yo me aferré a su cuello, dejando que él acabase de una vez por todas con el resto de los monstruos. «Es mi salvador, mi caballero andante. Ha venido a rescatarnos, pero ha llegado demasiado tarde…» Pensé, al ver lo que había quedado del cuerpo sin vida de mi querida mamá. —¿Era tu madre? —me preguntó poniéndose a mi altura. El chico tenía los ojos marrones claros y hacían juego con su corto pelo rubio. Vestía con un niqui sucio, y llevaba puesto todavía los pantalones del pijama. También era alto, mucho más de lo que era mi madre, y muchísimo más fuerte. —Sí. —¿Sabes dónde vives? —En Manchester. —Sola no sobrevivirás —me previno, ofreciéndome su mano—. Yo voy hacia allí. Mis abuelos, viven en la zona norte de la ciudad. —¿Me puedes llevar? —pedí, deseosa de ir con él. —Por su puesto, pero primero tendremos que hacer un par de paradas —explicó el chico, y cogió el hacha que había sacado de la cabeza de una persona. Dejamos a lo lejos aquel supermercado sacado del infierno, donde perdí para siempre a mi querida madre, y donde mi vida había cambiado desde ese mismo momento… El chico se llamaba Johnny, y era muy amable conmigo. Me explicó mientras conducía su coche, que él también había perdido a su familia, aunque cabía la posibilidad que quedasen algunos con vida. Ahora, nos dirigíamos hacia su casa pasando por los barrios bajos de Liverpool.

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Estaba todo destruido. Algunas casas se encontraban en llamas, y en otras, la gente salía despavorida siendo perseguida por aquellas personas enfermas. Al final, llegamos a un número de casas en un barrio que se encontraba cuesta abajo. Johnny se bajó del vehículo, y lo cerró ante mí para que no pudiera salir. Pero me aseguró que volvería en unos instantes, terminándome de explicar que no abriese bajo ningún concepto la puerta a nadie. El chico agarró fuertemente su arma, y abrió la puerta de su casa ensangrentada, adentrándose en la oscuridad. No tardo mucho en salir siendo perseguido por dos personas. Una era alta con el pelo largo y ensangrentado, mientras que la otra era algo más joven y con los dos brazos amputados. Entonces, Johnny patinó justo en las escaleras de la entrada, dejando una clara ventaja hacia sus persecutores. Pero se levantó de golpe, al tiempo que utilizó su hacha contra uno de ellos. «Es rápido y no se piensa las cosas dos veces. No tiene miedo, es como un guerrero.» Pensé, cuando le vi matar a uno sin compasión. Rápidamente se montó en el vehículo, justo en el momento que la otra persona se estrellaba contra la puerta. El chico arrancó el coche, que se ahogó por un segundo, y lo aceleró contra su agresor. Me aconsejó que me agarrase fuertemente a algo, ya que tenía la intención de atropellarlo. Y así fue. Lo pasamos por encima como si hubiese sido un gran badén. Aun así, eso no le satisfizo, y con sangre fría, dio marcha atrás para rematarlo definitivamente. —No te puedes fiar de ninguno… —me confesó Johnny cuando estábamos ya en la carretera—. Hay que asegurarse de dejarlos bien muertos. Él llamaba aquellas personas enfermas; zombis. Según mi nuevo amigo, eran personas que resucitaban una vez muertas para destruir el mundo y propagar su enfermedad. Yo no lo entendí al instante, pero le creí. Pensé en mi madre, y de cómo la tuvo que matar para que no se convirtiera en uno de ellos. Ya que si te mordían, a cabo de un rato te transformabas en zombi. Eso me explico Johnny. Ahora estábamos dirigiéndonos en dirección hacia Manchester. Sin embargo, todavía nos quedaba un largo camino que recorrer para llegar hasta nuestro objetivo. De pronto, la melodía de un teléfono sonó dentro del coche. Pero mi nuevo amigo me calmó enseguida, explicándome que era un amigo suyo, y que iban a hablar por el manos libres. —¿Johnny eres tú? —preguntó la voz que salía por los altavoces. —¡Sí, tío! ¿Por dónde andas? —Voy en la moto de mi hermano por la autopista… —dijo con voz llorosa—. No han sobrevivo ninguno, Johnny. Los he visto morir a todos… —Ni los míos tampoco. Voy a casa de mis abuelos, en Manchester —afirmó Johnny, hablando a un micrófono que yo no logré ver en ningún momento—. También estoy con un niña que me he encontrado en el super…

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—¿Estás loco? ¿Quieres que te detengan por secuestrarla? —¡No, déjame que te explique! —exclamó cortante—. Me encontré con Fredd y los suyos en un supermercado, donde no acabaron muy bien. El chico que hablaba con Johnny se rió, y noté una connotación de ira en su voz cuando dijo: —Que los den colega, se lo merecen. —Ahí descubrí a Sharon, que es la niña con la que estoy. —¿Bueno, y qué? —Vio como perdía a su madre delante de ella… No pude dejarla sola —confesó, diciéndolo en voz baja—. La llevo también a Manchester, que es donde tiene a su familia. —Vale Romeo, te veo en la autopista. Nos vemos —se despidió el amigo de Johnny. —¿Quién era? —pregunté curiosa. —Patrick, mi mejor amigo —dijo sonriente. El plan era quedar con su amigo en una gasolinera. Me contó, que cuantos más fuésemos más oportunidades tendríamos de sobrevivir. Y para ello, conducía lo más rápido que pudo, deseoso de volverse a encontrar con aquella persona que conocía. Al principio pensé que yo iba ha ser una carga para él. Pero me dejo muy claro que haría cualquier cosa con tal de llevarme devuelta a casa. Mientras viajábamos inmersos en la monotonía, me di cuenta a lo lejos que había una chica haciendo autostop desde el arcén de la carretera. Como no paramos, ella nos contestó con un gesto que no logré comprender. En cambio, yo pensé que íbamos a parar para ayudarla. Pero Johnny pasó de largo. —¿Por qué no has parado? —pregunté al no entenderlo. —Ya tenemos suficientes problemas…, no te preocupes —reveló sin darle importancia. —Tenemos que ayudarla, dijiste que cuantos más fuésemos más fuertes seríamos —le dije, contestándole con sus mismas palabras—. Por favor, está sola en esa carretera y seguro que no tiene a donde ir. —Tienes razón, he sido un egoísta. Lo siento —Dicho esto agarró fuertemente el freno de mano y lo levantó hacia él, obligando al coche a derrapar hasta que lo puso en el carril contrario. Paramos junto a la chica, que agradeció a que volviésemos a por ella. Johnny salió del coche para ver qué le sucedía al de la chavala, ya que el capó de su coche no paraba de echar humo. Yo le dije a mi nuevo amigo que no le iba a funcionar ese coche, cuando recordé lo que le pasó al de mi madre en la carretera. Pero no me hizo mucho caso. Al ver que no arrancaba su vehículo, la chica cargó sus cosas en el maletero del nuestro. Se sentó a mi lado, sorprendiéndose de repente de mi presencia, aunque me recibió con una amplia sonrisa. —¿Es tu hermana? —le preguntó a Johnny. —No, es la niña que acaba de salvar tu bonito trasero —explicó, guiñándome el ojo.

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La chica era más mayor que nosotros. Era muy guapa, y tenía el pelo largo negro recogido en una coleta. Me gustaron sus ojos de color azul, que eran penetrantes y sinceros. Después de sentarse a mi lado, se ató el cinturón de seguridad al tiempo que nos empezaba a explicar su historia. —Soy Susie —se presentó estrechándome la mano—. Parece que hoy todos compartimos el mismo destino. —Yo soy Sharon —me presenté sonriente ante ella—. ¿Por qué estabas sola en la carretera? ¿Es qué también has perdido a alguien importante…? —Me ha dejado tirada el maldito coche de mi hermano. Ya le dije en su día que lo tenía que llevar al taller, porque le iba a dejar tirado en cualquier momento. Pero al final al quien le ha dejado a sido a mí. Ironías del destino —decía gesticulando con las manos—. Y sí, también he perdido a alguien por no decir que a todos… —confesó secándose las lágrimas con la manga de su camisa—. ¡Ha sido un caos total! De pronto todo se ha ido al maldito garete. Hasta mi propio novio ha intentado comerme ¿Os lo podéis creer? —A todos nos han intentado comer —respondió secamente Johnny concentrándose en conducir el coche. —Estaba con mi familia, en casa, cuando mi hermano me contó que en las noticias decían; que la pandemia se había extendido desde el centro de Londres sin que la pudieran contener —comentaba llorosa la muchacha—. Ya nada será como antes ¿verdad? —Va ha ser que no —afirmó Johnny—. Pero nuestros abuelos también sufrieron otras catástrofes similares y sobrevivieron. —Sí…, pero no se enfrentaron a zombis hambrientos ¿a que no? —mencionó Susie, perdiendo su mirada en el horizonte. Recorrimos varios kilómetros cuando una moto nos alcanzó ponién-dose a la par de nuestro coche. El chico que la montaba iba protegido por un casco negro, y con un traje de color amarillo chillón. Hacía señas para que nos detuviésemos, al tiempo que Johnny le devolvió el saludo haciéndole un gesto que a mí me explicaron que nunca le hiciese a nadie. Susie me explicó que era la forma que tenían los chicos de saludarse, dándome a conocer lo estúpidos que podían llegar a ser. Cuando nos detuvimos en el arcén, los dos chicos se abrazaron contentos de volver a reunirse de nuevo. Pero el tiempo apremiaba, y decidieron dejar la moto en la carretera para volver al coche. Venían riéndose, cuando Patrick, el colega de Johnny, metió su cabeza por la ventanilla del lado de Susie. —¿Ahora somos más? —preguntó Patrick a su amigo—. ¿Que será lo siguiente, recoger al tío Alfred para formar una familia feliz? —Yo también me alegro de verte —respondió Susie secamente—. A ver, dime; ¿qué ridículo nombre te han puesto a ti? —quiso saber del chico vacilón. —¡Toma! Ten cuidado Patrick, éstas son chicas de armas tomar.

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—Anda y sube al coche P A T R I C K —dijo burlona Susie cuando le dije yo como se llamaba por lo bajo, y le hizo un sitio en el asiento trasero. Desde mi asiento, me acerqué al nuevo pasajero para darle la bienvenida. «Ahora los amigos de mi salvador, son mis amigos.» Pensé, al verme tan arropada por aquella gente. —Hola, yo soy Sharon, encantada —le saludé dándole la mano. —Por lo menos, aquí hay una tía que no es borde conmigo —dijo mirando a Susie, y me devolvió el saludo—. El placer es mío señorita, soy Patrick. Al final, marchamos los cuatro juntos en el vehículo contando cada uno nuestras historias. Susie tenía a su hermana mayor en un barrio de Manchester, ya que ella trabajaba en unos grandes almacenes de ropa. Patrick, había perdido a toda su familia. Nos contaba que una vez que nos acompañase hasta nuestros destinos, se marcharía a Londres a buscar a una novia suya que conoció por Internet. Pero en las noticias que escuchamos en la radio, explicaban que fue en la capital donde se produjo la epidemia. Aun así, no pudimos quitarle a Patrick la idea de la cabeza. En cambio, Johnny estaba en silencio concentrándose en sus pensamientos mientras conducía el coche, cuando de pronto un pitido acústico nos sorprendió a todos. El chico nos explicó que nos estábamos quedando sin combustible, y que tendríamos que buscar enseguida una gasolinera. Dos kilómetros más lejos, ya visualizamos una donde varios grupos de personas se arremolinaban entre ellas. —¿Crees qué son ellos? —preguntó Patrick refiriéndose a los muertos vivientes. —No lo sé. Pero independientemente de quienes sean, intuyo que tendremos problemas. Cuando llegamos, las personas estaban saqueando el establecimiento y llenando sus vehículos de combustible. Era un caos total, como nos explicó Susie. Sin embargo, la gente huía especialmente de un grupo de personas, que al parecer se estaban adueñando de todo lo que encontraban. Pensé, que aquella gente enferma eran los malos, que eran de los que teníamos que huir. Pero me equivoqué... Sin llamar mucho la atención, Johnny empezó a cargar el depósito del coche. Nosotros esperábamos impacientes para poder marcharnos lo antes posible, y sin ser vistos. Pero aquel grupo de hombres se percató de nuestras presencias. Vestían chamarras con todo estilo de símbolos que nunca había visto. También llevaban unos pantalones vaqueros muy ajustados, y calzaban unas largas botas negras del estilo militar. Sus cabezas rapadas, y llenas de tatuajes intimidaban bastante cuando se dejaron ver cerca de mi amigo. —Neo nazis… —reveló Susie con miedo en el rostro. —¿Qué son neo…? —empecé a preguntar pero enseguida me respondió Patrick. —Gente mala. —¿Más mala que los zombis? —quise saber, para comparar el grado de maldad de aquellas personas.

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—Muchísimos más malos —me contestó Susie, sin dejar de mirar cómo le acorralaban a Johnny. A mi entender, los zombis eran las personas más malas y cruentas que había conocido en mi corta vida. Hasta ahora. Así que si esa gente era mucho peor, deduje enseguida que estábamos metidos en un buen lío. Johnny se encontraba en serios problemas. Los demás salieron del coche rápidamente al ver que su amigo necesitaba de su ayuda. Yo también salí, no quería ser menos que los demás. Un chico más alto que el resto de sus amigos y con una herida en la frente, señalaba a nuestro amigo ya tendido en el suelo. «Le están pegando. ¿Porqué harán algo así?» Deduje, viendo que sangraba por la boca. Ellos reclamaban su coche y todas sus pertenencias, ya que eran más fueres que él. Pero mi caballero andante no se rindió fácilmente, y se levantó enseguida con su puño en alto al tiempo que le propinó aquel chico un buen puñetazo en la cara. Yo aplaudí a mi amigo para darle ánimos, pero Susie, me ordenó mantenerme al margen. —¿Quién es la mocosa? —quiso saber el cabecilla del grupo, mientras se limpiaba la sangre de sus labios. —¡Déjalos en paz! El problema lo tenemos tú y yo —expresó furioso Johnny. Éso que le dijo mi amigo no le gusto demasiado aquel chico, y enseguida le contestó con un golpe en el estómago. «No es justo, le están sujetando para que no se defienda.» Pensé, empezando a creer que no iba a salir bien de todo aquello. Entonces varios de esos chicos parecieron interesarse por Susie, mientras el cabecilla se ensañaba con mi amigo. Se acercaron a ella diciéndola cosas feas, que ella respondió sonriente haciéndoles un gesto con su dedo, que a mí me prohibieron que lo hiciese, pero al parecer ella si podía hacerlo. Uno de los chicos, gordo y con la cabeza rapada, se acercó a mi amiga llegando a tocarle un pecho. Susie enseguida se ruborizó, y con valor, apretó fuertemente su puño llegando aterrizarlo en la cara del chaval. Aquel chico empezó a sangrar a raudales por la nariz, donde se vio claramente sujetado por sus amigos, para no llevar aquella situación más lejos. Después de presenciar tal grosería, parecieron aburrirse de nosotros y se llevaron nuestro transporte. Nos dejaron solos, con mi amigo tendido en el suelo dolorido por la paliza que había sufrido, y con Susie llorando en una esquina. Pero pronto nos tuvimos que poner en marcha, ya que desde lo lejos, se escuchaban los agónicos lamentos de los zombis.

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Liam «Hemos conseguido llegar hasta la carretera. Nos ha faltado poco para no contarlo.» Pensé, mientras miraba desde la luna trasera del vehículo cómo nos perseguían decenas de zombis. Perdimos a varios de nuestros amigos a manos de aquellos seres sacados del infierno, sin poder pararnos a despedirnos de ellos como era debido. Pero aún así, supe de sobra que pudimos haber caído muchos más si no hubiese sido porque Foshter, Grumer, H.R, y Rubby, que eran los camaradas que me seguían, saliéramos por patas de la ciudad dejándola atrás aquella encrucijada de caos y destrucción total. En ese momento, el vehículo se paró de golpe abandonándonos en la carretera, donde nos vimos obligados hacer frente a nuestros enemigos que iban persiguiéndonos desde hacía ya rato y sin descanso. Cuando miré sobre mi espalda a los zombis que tenía casi encima, empecé a recordar cómo nos vimos envueltos en aquella situación. Pasamos la noche vieja con los nuestros, sumergidos en nuestro Pub en una burbuja de drogas y alcohol. Era nuestra base, nuestra zona de ocio, donde lloramos a los que cayeron en el olvido, y donde nos reuníamos todos lo días. Pero esa mañana nos sorprendieron. No eran nuestros indeseables enemigos, o los hinchas fútbol del equipo contrario, sino algo más fuerte que nosotros mismos. No sentían dolor, ni remordimientos, no usaban el instinto de la lógica. Entraron en el local violentamente con los ojos deseosos de venganza e ira, donde mataron a mi mejor amigo. Yo vi personalmente cómo lo llegaron a descuartizar con sus inmundas manos. Al principio, pensé que solo era una simple alucinación acusa de las drogas que consumí la noche anterior. Pero la sangre de mi amigo salpicó mi rostro, obligándome a reaccionar. No se les podía tocar, eso me quedó claro desde el momento que perdí a varios de mis camaradas, al verlos minutos después de que los hubieran mordido convertirse en aquellos seres. Y como no quería acabar como uno de ellos, no toleré en ningún momento que se me acercaran. Entonces nos limitamos a huir, cuando nos vimos superados en número. El caos gobernaba en toda la ciudad. La sangre teñía las calles de Manchester, donde los vecinos con los que había convivido desde niño estaban muertos a lo largo de ella. Corrimos todo lo pudimos hasta que llegamos a las afueras. Al final me vi obligado hace un par de llamadas para organizarnos desde el principio. Ellos eran muchos, nos superaban claramente en número. Necesitábamos refuerzos. Después de contactar con un par de personas y pedir que me devolvieran unos cuantos favores, llegamos armados con bates de metal y pistolas al estadio de fútbol. El plan era sencillo. Teníamos que hacernos con un vehículo para llegar a Liverpool. Ahí, me encontraría con el resto de mis camaradas, para así poder sobrevivir a la horda zombi.

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Sí, éramos conscientes a lo que nos enfrentábamos. Morían y volvían a la vida. Los matábamos y resucitaban. Buscamos información en la Red para saber cómo se les podía matar. Yo nunca había leído sobre los muertos vivientes, ya que era un tema que no me atraía lo más mínimo. Internet nos aconsejó que destrozásemos el cráneo para acabar con la total existencia del zombi. Y así lo hicimos. Caían como moscas cuando reventábamos sus cabezas con nuestros bates. Entonces conseguimos escapar. Íbamos en el coche de H.R por la autopista hacia Liverpool, aún con el terror inundando nuestras mentes por lo que todavía no comprendíamos. Pero de pronto nos vimos tirados en la carretera, cuando el motor del viejo vehículo ya no dio más de sí. Seguimos por una senda paralela a la carretera durante toda la mañana. Estábamos cansados de la caminata, y de cómo cada diez metros se nos presentaba varios zombis deseosos de atacarnos. Y así, me vi implicado en toda aquella odisea. Ahora, nos perseguían varios zombis que tuvimos que hacer frente nosotros antes de que lo hicieran ellos. No tardaron mucho en morir. Parándome en seco, me di la vuelta y afiné mi puntería con el revolver hasta que acabé uno con uno. Pero desde lo lejos, seguían viniendo incansablemente más zombis. Necesitábamos un medio de transporte rápido. Diez kilómetros más adelante avistamos una gasolinera. Debía de ser ahí donde nos apropiásemos de algún vehículo y de provisiones. Entramos en el establecimiento con pasamontañas escondiendo nuestros rostros, a la par que empezamos apuntar con nuestras armas al dependiente. «Está cagado de miedo. Mejor, lo único que necesito ahora es tener a uno que se haga el héroe.» Pensé, al ver cómo Rubby le dejaba las cosas claras, dándole un buen golpe en la cabeza con la culata del revolver. Al verse el dependiente indefenso, enseguida accedió a nuestras demandas. Sacamos quinientas libras de la caja registradora, varias botellas de cerveza y whisky, y nos apropiamos de un par de garrafas de gasolina. Sin embargo, cuando salimos del establecimiento, nos encontramos con que las personas estaban huyendo de nosotros. «Tuvimos que ser más rápidos…» Medité, arrepintiéndome en ese momento sin tener ningún vehículo que robar. Los colegas empezaron a ponerse nerviosos, mientras esperábamos lo que quedó de la mañana en ese lugar a que pasase algún vehículo. No tardó mucho tiempo desde que nos empezamos a impacientar, cuando una moto salió de la nada aparcando a gran velocidad delante de nosotros. Pero no era aquel el medio en el que queríamos escapar. El agente de policía bajó de la moto y nos apuntó con su escopeta, ordenándonos de que nos tirásemos al suelo. Nos había cogido desprevenidos, aunque aquello no iba a cambiar nada. «Ha sido el maldito dependiente…» Pensé, al recordar que tal vez no tuvimos que dejarlo con vida.

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En ese momento se acercó a mí y me encañonó con su arma. Me insultó llamándome nazi de mierda, al tiempo que me redujo con la culata de su escopeta, obligándome a caer de rodillas al suelo. «Mal hecho. Estás en el lugar equivocado, en el momento equivocado, y con los pavos equivocados.» Me dije mientras veía cómo Grumer se le acerca al agente por detrás. H.R, al verme indefenso, intentó sacar la escopeta recortada que tenía escondida en su chamarra. Entonces el agente cayó en la cuenta de las intenciones que tenía mi amigo, y sin pensárselo dos veces, le disparó en el pecho matándolo en el acto. Fue ahí con Grumer cubriéndome las espaldas y apuntando su arma contra el agente, cuando me levanté desafiante arrebatando la escopeta de aquel policía que no tuvo que llegar a pegarme, y sobre todo, que no tuvo que matar a mi fiel camarada. —Por favor… —me suplicó de rodillas, cuando entendió que las tornas han cambiado para él. No pensé darle una oportunidad. Sentía deseos de vengarme hacia él, y le amenacé con su propia arma. —¡Mátalo Liam! —me incitó Foshter, que él también estaba apuntándole con su revolver por si acaso. —No tuviste que pegarme —le dije sonriente, enseñándole la brecha que me había hecho en la frente—. ¿Qué voy hacer contigo? ¿Te echo a los zombis, o te mato aquí mismo? —No quieres una muerte sobre tu conciencia, chico —aconsejó, aunque no dejó de temblar de miedo. —¿Conciencia? Tú no sabes con quién estás tratando ¿verdad? — le comenté, enseñándole la esvástica del social nacionalismo alemán que tenía tatuada en el pecho—. Me dan asco los policías que tenemos en Inglaterra. Ahora vete mientras te lo permito, y ni se te ocurra mirar atrás —concluí finalmente, apartando la mirada del policía que estuve apunto de matar. Pero el incrédulo agente de la ley me hizo caso, y escapó rápidamente en su moto. En cambio, una vez que estuvo ya a lo lejos, le pedí a Rubby que hiciera uso de su buena puntería. Mi camarada sacó su revolver y lo amartilló, a la vez que afinaba su puntería cerrando su ojo izquierdo. Entonces, desde lo lejos, vi caer al policía inerte al suelo desde su moto, dejando que varios zombis que andaban por las cercanías se le acercasen hambrientos al ver que le acabábamos de regalar una suculenta presa. «Se lo tiene bien merecido.» Pensé, dándole unas palmaditas a mi camarada por su buena puntería, mientras todos presenciábamos cómo devoraban aquel hombre. Seguido de ver el sangriento espectáculo de los zombis, Foshter me llamó la atención. Me acerqué donde mis camaradas se habían reunido, al tiempo que me señalaron hacia un chico que tenía un lujoso coche negro y que estaba recargando su depósito. Y aunque no lo vimos venir, no quise dejarle que se marchara por las buenas. Ese coche, debía de ser mío.

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Un chico de apenas quince años junto con varios amigos suyos en el coche, se nos presentaron en la mejor de las ocasiones. «Lo mejor de esta gente es que no oponen resistencia, y enseguida se mean en los pantalones al revelarle tus intenciones.» Pensé al ver lo fácil que se nos habían puesto las cosas. Pero me equivoqué. —Bonito coche —dije a la par que me encendía un cigarrillo. Le ofrecí uno amablemente, pero enseguida me lo rechazó. —¿Te gusta? —me preguntó el muchacho sin mirarme a la cara. —Puede… —Pues cómprate uno y piérdete, pringado —expresó con chulería mirándome ahora fijamente a los ojos. «Tiene huevos. ¿Pero los tendrás cuando te parta la cara?» Pensé, encarándome ahora a él. Por detrás, Grumer me respaldó pegándole al chaval con su bate en las piernas obligándole a caer al suelo, aunque no nos dio señales de qué le hubiese dolido. —Ahora parece que no eres tan chulo —dije poniéndole mi bota sobre su cara—. Vamos hacer una cosa. Como sé que eres un chico listo, vas a darnos tu pedazo de Buga por las buenas. —¡Que te den, nazi de mierda! —Entonces me escupió a la cara sin dejar de sonreír. «O este tío se hace el duro, o es que es demasiado tonto como para comprenderlo.» Creí pensar mientras me quitaba el escupitajo de la cara, al tiempo que le devolví el golpe con mi mano anillada por un puño americano. Los amigos de aquel chaval, que no entraba a razones, estaban detrás nuestro pero sin llegar acercarse a socorrerlo. Creí que sería fácil tomar aquel vehículo, y que se asustarían al revelarle nuestras intenciones. De hecho, podríamos haberles sacado por la fuerza del coche y habernos pirado de ahí mismo. Pero tenía ganas de juerga. De pronto el chico se levantó velozmente desde suelo con el puño en alto. No lo vi venir. Su gancho de derechas hizo que retrocediera dejándome la mandíbula dolorida. En ese momento, uno de sus amigos se puso a aplaudir creyendo que me había derrotado. Me giré y vi sorprendido que se trataba de una niña. —¿Quién es la mocosa? —pregunté a la chica mayor que parecía protegerla. Cuando pregunté por la mocosa, ya había dejado de aplaudir enérgicamente al verse bien aconsejada por su amiga. Paró de aplaudir, pero no dejó de mirarme desafiante. —¡Déjalos en paz! El problema lo tenemos tú y yo —dijo furioso el chico. Viendo que aquel chico me había conseguido sorprender, mis camaradas lo redujeron al instante. Ahora, lo tenían sujeto de brazos y pies. Lo miré tirado en el suelo, y comprendí que no debía de ser tan mal chico. Tal vez sus aires de grandeza se vieron sobrevalorados al querer sobrevivir en aquel día. Se creía que por matar a un par de zombis ya era el rey del mundo. Pero le dejé claro quién

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mandaba aquí, y le di un puñetazo en la tripa que le obligó a caer al suelo de dolor. Todo debía de acabar ahí. Tendríamos que haber cogido el maldito coche dejando a ese desgraciado tumbado en el suelo. Pero Grumer, se empezó a fijar en la muchacha. Iba hacia ella, echándola todo tipo de piropos típicos de Grumer «Así no la vas a conquistar.» Pensé, al escucharle cómo vacila a la chavala. Le dejé que se metiera un rato con la chica, que ella reaccionó mandándole a paseo con su dedo. No tuve que haberlo dejado. No supe a ciencia cierta lo que la llegó hacer, pero al tiempo que dejé de prestarle atención me encontré a mi amigo tirado en el suelo y con la nariz rota. «Te has metido con una leona. A ver si así aprendes de una vez.» Me dije, parándole los pies de mi camarada, que éste ya estaba dispuesto a arremeter contra la chica. Cuando supe que la situación se nos estaba escapando de las manos, terminé por dejarme de tonterías y cogimos el coche para irnos rápidamente de ese lugar. Una vez que nos fuimos, desde el retrovisor vi cómo dejamos aquellos chicos tirados en la gasolinera a merced de los zombis. «Me da igual. Eran ellos o nosotros.» Me justifiqué al ver que mi conciencia intenta convencerme de lo contrario. Después de conducir durante varios kilómetros llegamos finalmente a Liverpool. Entonces, justo a la entrada de la ciudad dimos con un supermercado donde salieron decenas de zombis hambrientos que se interpusieron en mi camino dándome la bienvenida, pero que les respondí amablemente pasándoles por encima. Foshter se empezó a aburrir viendo que yo era el único que se lo pasaba bien matando zombis, y terminó saliendo el mismo por la ventanilla del vehículo, aún en marcha, empuñando su bate de metal. Al parecer, se divertía haciendo prácticas de batimiento contra las cabezas de los muertos vivientes, que iba encontrando andando por la acera. El resto de mis camaradas, ya estaban empezando la fiesta sin mí en los asientos traseros del coche. Grumer todavía molesto por su nariz rota, ahogaba sus penas bebiendo directamente de la botella de whisky. Mientras tanto, Rubby fue preparando de unas cuantas rallas de cocaína, que las colocó sobre un espejo para irlas esnifando. A mí me pasó una que me chuté felizmente al tiempo que atropellé un zombi. Pero no tuve que haberlo hecho. Me distraje por un momento mientras estaba esnifándome la ralla, cuando el zombi que quise atropellar se subió de un salto al capó del coche. Frené de golpe regalándole al maldito no-muerto un triste final, obligándolo a salir despedido por los aires hasta que se empotró en la pared de una casa donde se hizo puré. Entonces, al volver arrancar el vehículo, éste hizo amagos de no querer hacerlo. Volví a intentarlo, y en un ahogado ruido del motor, el coche murió dejándonos a varios kilómetros de nuestro destino.

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Tuvimos que salir a la calle, donde varios zombis nos recibieron con los brazos por delante y corriendo hacia nosotros. Foshter y Rubby sacaron sus revólveres matando a los primeros muertos vivientes que nos quisieron dar caza. Pero las balas se acabaron rápidamente y empezamos a correr. Eran demasiados. Empezaron siendo diez los que nos perseguían, hasta que giramos por la esquina de una calle dándonos de bruces contra la horda zombi. Y allí, eran cientos de ellos. Salían de las casas, de los vehículos, por los jardines, y algunos nos sorprendieron saliendo por las alcantarillas. « Han conquistado la maldita ciudad...» Deduje, al vernos rodados por los muertos vivientes. Sujetando cada uno nuestras armas cuerpo a cuerpo, empezamos a abrirnos paso entre los zombis. Uno de ellos vino corriendo hacia mí con la boca abierta, y con su cuerpo lleno de heridas postulantes. Agarré mi bate y lo dejé caer sobre su boca partiéndosela en dos. Los siguientes que intentaron cogerme, fue tanto de lo mismo. Todo aquello era una carnicería. De las calles salían ríos de sangre donde se podía ver cómo los zombis bebían de ellas. No supe cuando tiempo estuvimos recorriendo, pero ya no podíamos más. Ellos nunca se cansaban. Siempre corrían hacia nosotros sin darnos tregua, y los que no lo podían, nos perseguían aún así con su lenta marcha. De pronto, nos vimos otra vez acorralados cuando a Fosther le cogieron cuatro zombis en un momento de distracción. Le arrancaron sus extremidades deleitándose con su cuerpo despojándolo sin compasión. La imagen fue la más cruenta que llegué a ver en vida. Uno de aquellos seres sin vida, agarró la cabeza de mi amigo y tiró fuertemente de ella. Hasta que el tejido del cuello no pudo resistirlo más, y se desgarró separándose de su antiguo cuerpo. Lo único que quedó de Foshter, fue su cabeza decapitada que terminó rodando calle abajo. No tardaron mucho desde que presenciamos aquella masacre, cuando nos vimos acosados por cientos de zombis. No pudimos más, y decidimos separarnos. Pero cuando huía corriendo calle abajo, me acorralaron. No lo pensé y entré en una casa, queriendo sobrevivir por encima de todo, dándole una fuerte patada a la puerta principal que ésta enseguida cedió sin problemas. Cuando llegué al piso superior salí por la ventana y escalé hasta el tejado. Desde ahí, me quedé sentado descansando por la fatigosa persecución. No veía por ningún lado a Rubby, y pensé que lo habría perdido o tal vez había muerto a manos de esos zombis. Entonces Crumer me llamó a lo lejos colgado en lo alto de una farola. No pude evitarlo y solté una risotada, al ver cómo los zombis estiraban sus brazos para llegar hasta mi amigo. Por su parte fue una mala idea. La farola cedió ante el tumulto zombi y cayó hacia ellos. Crumer se perdió para siempre en aquel mar de muerte. Me había quedado solo.

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Unos instantes después de haber recuperado el aliento, y de entender que mis camaradas habían desaparecido para siempre, decidí darme a la fuga. Iba saltando de tejado en tejado hasta que llegué por donde había venido. Al principio, varios zombis captaron mi presencia y me persiguieron durante varios kilómetros. Por fortuna, les di esquinazo antes de que llegara a las afueras de la ciudad. Ahora, andaba solo por una carretera apocalíptica llena de muerte y horror. A lo largo de ella se podía ver los coches incendiados, zombis sumergidos en comer a sus víctimas, gente pidiendo auxilio, y a otras convirtiéndose en lo que era ya parte del ejército no-muerto. «Con algo de suerte volveré para el anochecer a casa. Hoy ha sido un día de locos. Supongo que como lo hemos pasado todos.» Pensé al recordad cómo había perdido a mis amigos. Los recuerdos empezaron a florar desde mi mente. Las batallas campales que organizábamos después de los partidos de fútbol, las peleas con los hinchas de los equipos contrarios, nuestros amigos mal heridos, y las incontables horas de espera en el hospital, y todas aquellas juergas con las chicas. Todo se había ido al garete. Un sentimiento de culpabilidad consiguió apoderarse de mí. No pude evitarlo y pronto me vi con los ojos entumecidos por las lágrimas que iban cayendo sobre mi rostro. Entonces los vi. «No puede ser…» Me dije, pensando que el mundo era un pañuelo. De todas las cosas por las que había pasado durante ese día, las personas que venían corriendo ahora hacia mí, eran sin duda las que no esperé encontrarme en ningún momento. Lo único bueno de todo aquello, era que no formaban parte del gentío zombi. Aunque sus intenciones parecían ser prácticamente las mismas. Matarme.

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Susie Recogimos a Johnny del suelo ya que estaba mal herido y sin que pudiera mantenerse en pie. Lo llevamos dentro del establecimiento, donde el dependiente nos trajo un botiquín de primeros auxilios para poder curar a nuestro amigo. Tenía el labio superior hinchado, y con un profundo corte que no dejaba de sangrar. Los golpes que había recibido en el estómago fueron lo de menos porque los pudo encajar bastante bien. «Tiene mucho valor para lo joven que es. Podrían haberlo matado sin ningún problema.» Pensé, mientras vi cómo la inocente de Sharon le ofrecía una piruleta a su amigo. El dependiente se llama Henry, y nos contó cómo la panda de neo nazis habían matado al agente de policía que él mismo había llamado. Al verse con escasos de hombres el cuerpo de policía por la invasión zombi, habían enviado sólo a un agente. Y eso, le costó la vida. Patrick comentaba a su amigo tendido en el suelo que se vengarían, que si se lo volviesen a encontrar, se lo harían pagar. «Estoy rodeada por una panda de críos.» Me dije, al tiempo que veía al chaval animando a su amigo. En cambio, Sharon lo llevaba bastante bien. Parecía que se sentía muy segura con nosotros. Pero en realidad no conocía la magnitud del peligro que aún así corría. En ese momento, me acerqué a Patrick ya que veía que no deja de hacer el tonto. —Deja de hacer el Power Ranger y atiende —dije seriamente—. Ahórrate esas ganas de pelear que tienes contra esa gente. No tienes nada que hacer. —No me vengas con esas —me dijo en voz baja—. Sólo intento animar a mi compañero. —Lo sé. Pero si te los vuelves a encontrar no te hagas el tipo duro ¿vale? —le previne, y señalé a Johnny como ejemplo—. Una vez un amigo mío salió de un partido de fútbol con su novia. Se encontró con un grupo de neo nazis que le dieron una paliza de muerte sólo por ser del equipo contrario al suyo. Y te estoy hablando de una persona fuerte y que se sabía defender. —¿Fueron hooligans? —me preguntó, empezando a entender lo que le había explicado. —Sí. Pero estos son peores. Son ultraderechistas que siguen ideales del nazismo alemán —Terminé de explicar al chico—. Johnny ha tenido suerte de salir airoso, créeme. Henry nos dejó coger lo que quisimos de la tienda para aprovisionarnos, y le dimos las gracias por lo bien que se había portado con nosotros. Terminamos de coger lo suficiente sin llegar a aprovecharnos de su buena conducta, y salimos de aquella gasolinera donde un agente de la ley había sido acribillado por la espalda por los asesinos cobardes que le dieron muerte.

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Sharon había aprendió aquel día que no sólo los zombis eran lo peor que se podía encontrar uno en el mundo. Ya desde tiempos inmemorables, sufríamos las fechorías de los vivos en nuestra sociedad. Aquellos muertos vivientes, tan sólo eran los restos del mal que estuvimos acumulando en el tercer mundo. Y ahora, nos veíamos salpicados por nuestra propia mierda. La idea que teníamos era llegar a Manchester, a la casa de los abuelos de Johnny. Pasaríamos la noche ahí, para descansar hasta el día siguiente. Luego habría que buscar a la familia de la niña, que me miraba ahora sonriéndome y sin dejar de soltarme la mano. «No tiene a nadie más, pobrecilla. Seguro que pensará que está segura a nuestro cuidado. . Pero ya has tenido que darte cuenta que no lo estarás.» Pensé, cuando vi la reluciente cara de felicidad de la chiquilla. Johnny era fuerte. Había recibido una buena paliza, pero ya se le había olvidado cuando empezó de nuevo hacer bromas con su amigo. Ellos iban por delante de nosotras. No tuvimos problemas con los zombis durante la travesía, y siempre que uno se presentaba, mis dos nuevos amigos se encargaban de ellos. Tres horas después desde que abandonamos la gasolinera, unos muertos, aunque ahora algo vivos, se presentaron con las peores intenciones. Patrick hizo acopio de su encofrador, que había sustraído del almacén de descarga de la tienda. El zombi, estaba con la camisa hecha jirones donde se le podía ver una herida grande revelando sus costillas partidas. No llegó hasta nosotros. Patrick con su compañero de fatigas, lo abatieron llegando a destrozarle el cráneo. Ellos me confesaron que se lo tomaban como un juego, ya que llevaban tiempo matando zombis desde la infancia en sus videojuegos. Yo no entendí qué podía haber de apasionante, en cargarse a una persona no muerta a base de hachazos y disparos. Pero ellos parecían disfrutar. Incluso llevaban un marcador de los zombis que iban matando por el camino. Sharon llevaba la cuenta; Johnny cuatro y Patrick cinco. Aunque el último tuvimos que debatir quién fue el que lo llegó a matar. «No se puede ser más críos...» Pensé al verlos discutir. Una vez que descansamos un tiempo, que utilizamos para comer unos sándwiches con algunas patatas fritas, volvimos a reanudar el viaje. Y a escasos metros más lejos, un autobús escolar se interpuso ante nosotros en mitad de la carretera impidiéndonos el paso. Los chicos, haciéndose ver lo hombres que creían ser, se metieron con sus armas en el vehículo. Desde dentro, pareció verse cómo se encontraron con algún zombi que otro, cuando Sharon y yo vimos un chorro de sangre teñir el cristal del autobús. Volviendo con su compañero de batallas, Johnny reía junto con él trayéndome algo de su agrado. —Un Talky —dije, al tiempo que me lo tendió para echarle un vistazo. —No está mal, yo tuve uno de pequeña. Lo usaba con mi vecina para hablar con ella por las noches. Voy a probar —Coloqué una sintonía, y probé hablando por él a la espera de alguna respuesta,

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diciendo—: Estamos en la carretera dirección a Manchester desde Liverpool. Somos tres adultos y una niña, necesitamos ayuda. —A lo mejor contactas con los extraterrestres —mencionó Patrick recibiendo un claro silencio por parte de todos. —Susie… —me llamó Sharon tirándome de la camisa. Pero no la hice caso, y me centré en volver a probar por el Talky otra vez. —Estamos en la carretera dirección a Manchester desde Liverpool. Somos tres adultos y una niña, necesitamos ayuda. ¡Contesten por favor! —Pero solo recibí un ruido distorsionado. —Susie…—seguía insistiendo. —Prueba con otra sintonía —me aconsejó Johnny. —Susie… —¡Qué! —contesté a la niña de una vez, ya que no dejaba de tirarme de la camisa. —Mira —Entonces me indicó que mirase hacia atrás. Desde lo lejos vi venir a una persona. No era un zombi y pronto nos alegramos por ello. Decidimos acercarnos al chico, que caminaba cansado por la carretera, ya que podía necesitar ayuda. «Tal vez haya estado huyendo de los zombis.» Pensé, concluyendo al ver cómo se paraba sentándose en el quitamiedos. Pero entonces algo cambió radicalmente. Johnny y Patrick salieron corriendo hacia el chico con sus armas en alto. No entendí lo que pasaba, excepto que Sharon estaba agarrada a mi cintura apartando la vista de lo que iba a ocurrir. Cuando llegué a la altura de mis amigos, me los encontré propinando una salvaje paliza aquel muchacho. Como veía que no dejan de pegarle, sujeté a Patrick antes de que llegase a cometer algo de lo que se arrepintiera. Pero a Johnny no me atreví a apartarlo. Estaba son los ojos infectados de ira como los zombis, aunque no era uno de ellos. Alzaba su brazo con su puño recogido, al tiempo que le asestaba en la cara del chaval un fuerte puñetazo salpicando de sangre la calzada. Y otro, y otro, y otro. Al final, como sabía que no iba a acabar la situación nada bien, llamé la atención a Johnny gritando su nombre aunque no me hizo ningún caso. Estaba enfrascado en su labor de torturar aquella persona, que aún así no parecía sentir dolor. Tan sólo se limitaba a sonreír a mi amigo, dejándose pegar por él. «¿Por qué no se defiende?» Me pregunté, empezando a reconocer aquella persona tendida en el suelo. —Patrick, tienes que hacer algo —pedí al chico, cuando empezó a comprender que su amigo se estaba pasando de la raya. —¡Johnny déjalo! —insistió poniéndole su mano sobre el hombro para que se tranquilizase. Pero él hizo caso omiso a su compañero y siguió con lo suyo. —¡Mirarlo bien! pero si no siente dolor… —advirtió Johnny sin dejar de pegar al chico—. Está hasta las cejas de coca. —Sharon te está viendo… —Terminó por decir Patrick viendo que la chiquilla estaba llorando—. Hazlo por ella. Johnny dejó de pegarle al entender que no era un buen ejemplo para la niña. Se había dejado llevar por su odio y sus deseos de

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venganza, cuando observó cómo su anterior agresor volvía desde Liverpool confiado y solo. Ahora se encontraba tendido en el suelo semiinconsciente, como lo llegó a estar antes mi amigo. Entonces nos dimos cuenta que la noche empezaba a echarse sobre nosotros, y decidimos cargar con aquel tío sobre nuestras espaldas, sino hubiese sido por la buena conciencia de la niña. Ya que si hubiese sido por Johnny y Patrick, lo habían dejado atado a un poste cubierto de sangre a merced de los zombis. Al final, pensamos que lo mejor sería pasar la noche en un refugio, cuando entendimos que no íbamos a llegar a tiempo a la ciudad. Ya a lo lejos, visualizamos una desviación por la carretera que daba a un área de servicio, que llegamos después de andar durante media hora larga. Y por suerte, terminamos la travesía sin incidentes y sin tener que enfrentarnos a los muertos vivientes. «El único problema que tenemos ahora es este chico.» Me dije, al pensar qué sucedería cuando despertase. Cuando llegamos, vimos una pequeña gasolinera donde un amplio restaurante daba servicio a las personas que pasaban por ahí a repostar. Entramos en el local, y enseguida supimos que no había nadie. Excepto por la propia oscuridad que gobernaba el establecimiento. No me atreví a entrar ya que no teníamos nada con que alumbrar, hasta que Johnny entró sin miedo alguno para encontrar el cuadro eléctrico. Pero acompañado por Patrick. Los chicos reconocieron el terreno antes de asentarnos en él, cuando de pronto la luz vino alumbrando aquella abandonada área de servicio. Dándonos un respiro por fin en sitio seguro, nos vimos obligados a atar a nuestro nuevo compañero a una silla a la espera de conocer su historia. Estaba cansado, y un reguero de sangre le caía desde la frente empapando su camisa lleno de símbolos ultra derechistas. Johnny se sentó en una silla, mientras esperaba apoyado en su bate de baseball. Y lo primero que dijo aquel tío al despertase fue: —¿Tienes un cigarro? —Por supuesto —aseguró Johnny dándole uno ya encendido. Se lo había sustraído de su chaqueta y ahora le miraba fijamente. Yo tenía miedo de cómo iba a reaccionar mi amigo al tener a su enemigo ante sus pies—. Bueno… Te has llevado mi Buga, y me has dado una paliza ¿Qué voy hacer contigo? —Haz lo que quieras, pero hazlo pronto sino quieres arrepentirte más tarde —le mencionó amenazante. Patrick le vino por detrás dándole una buena colleja, al tiempo que le ponía su encofrador sobre su cara. —Ya no eres tan fuerte sin tus amigos ¿A que no? —¡Dejarlo! Primero que nos explique lo que le ha pasado —sugerí, al ver las ganas que tenían de acabar con aquella persona. —Bien, pues que hable —accedió molesto Johnny. —Llegamos hasta Liverpool… —Empezó a relatar, mirando hacia el techo con los ojos cerrados—. Tu maldito coche nos dejó tirados en mitad de la calle. Ahí, los zombis nos sorprendieron con el culo al

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aire. Eran demasiados… y perdí a todos mis compañeros a manos de esos desgraciados. —Vaya… que pena, tú patética epopeya me ha puesto melancólico —expresó Patrick, haciendo que se secaba unas lágrimas en su cara. —¿Eso es todo? ¿Ya está? —Sí. Volvía por la carretera para volver a casa. Hasta… —Hasta que te encontraste conmigo, estúpido —concluyó Johnny dándole un fuerte golpe en el estómago. —¡Vasta! Sois todos iguales —dije viendo que Patrick también imitaba al bruto de su amigo—. Dinos por lo menos tu nombre. —Liam… —dijo manifestando con voz dolorida. —Pues mira, Liam, éstos de aquí te quieren ver bien muerto —le empecé a explicar seriamente en la situación que se encontraba—. Yo propongo que mañana por la mañana te vayas, sin guardar rencor, y que cada uno sigamos caminos diferentes. —¿Por qué debería de hacerlo? —Porque ya estáis en paz. Tú empezaste esto, y ellos quieren acabarlo… a tu manera —intenté convencerle, y Liam pensó en la propuesta sin estar convencido del todo—. Tú le diste una buena paliza a mi amigo sin ningún motivo. Ahora él te la ha devuelto. Así que estáis en paz, ya no os debéis nada. —Os podríamos a ver llevado donde quisierais, pero preferisteis robar lo que no os pertenecía —confesó Sharon diciéndoselo con voz madura. —No malgastes tu tiempo con él, Susie —comentó Johnny, que estaba inmersamente obcecado en limpiar su bate. —¿Cómo sé que no me matarán? —me expuso cuando los chicos se fueron con la niña a otra parte. —Tal vez se les haya ido la mano contigo, pero puedo asegurarte que no son como tú —le aseguré, convencida de lo que decía—. Así que… ¿Estamos en paz? —Estamos en paz —Terminó diciendo con media sonrisa. La noche transcurría tranquila en el restaurante, y decidimos a soltar a Liam ya que nos prometió que no se iba a ir a ninguna parte, aunque no nos hubiese importado. Pero aún así, tampoco podía. Le habían dado una buena tunda de palos, y ahora se podía verlo cómo mataba el tiempo mientras gastaba su paquete de tabaco sentado cerca de una cristalera. Sharon se había vuelto muy madura aquel día. El precio por ello, fue ver lo cruel que podía ser el mundo con las personas. Ella entendió que manteniéndonos juntos seríamos más fuertes que separados. Por eso reveló a Liam, —que ahora me miraba invitándome a sentarme con él—, que robar el coche de Johnny fue la peor decisión que tomó aquel día. En ese momento me senté frente al chaval inmerso en su burbuja de humo, donde Sharon volvió a mí con una botella de agua fresca junto con un maletín. La niña me miró fijamente con su inagotable sonrisa, revelándome el botiquín que se había encontrado. Liam sonrió a la chiquilla, e hizo

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uso del agua oxigenada para curarse las heridas ayudándose de unas gasas esterilizadas. «No conoce el odio...» Pensé cuando vi a Sharon tender a Liam el botiquín de curas. Mis otros dos compañeros estaban aún algo enfadados, por verse obligados a soltar a su prisionero. Se sentaron en una mesa a lo lejos, donde cenaron solos mientras veían las noticias que anunciaban por la televisión. Y dejando nuestras diferencias atrás, nos sentamos todos juntos viendo cómo el presentador de las noticias nos contaba el comienzo del Apocalipsis zombi. —La pandemia se ha extendido por todo el mundo… —empezó a decir un científico japonés que le estaban entrevistando—. Hemos intentado frenarla en los últimos meses, pero la infección se propaga demasiado rápido. —¿Dónde se originó este virus? —preguntó el presentador del programa al científico. —No sabemos decir con seguridad cómo se originó. Pero podemos revelar a las personas, que se expandió desde el tercer mundo más rápido de lo que pensamos, donde la higiene y la seguridad no nos ayudaron a controlarlo lo más mínimo. —Maldito mentiroso… —manifestó Patrick poniendo cara de incredulidad. —¡Dinos algo que no sepamos! —exclamó Johnny al televisor. —¿Entonces, no hay una posible cura? —siguió preguntando el presentador. —Todavía no. —En el tercer mundo, se ha empezado a elaborar “el plan limpieza” —explicaba mirando a la cámara al tiempo que se volvió para seguir entrevistando al científico—. ¿Podría explicar al mundo, en qué consiste ese plan, doctor? —Por ahora, sólo se ha usado en dos ciudades, donde la plaga no se podía controlar —confesó el anciano hombre quitándose sus gafas para limpiárselas—. El plan, consiste en destruir toda la ciudad, sin dejar que ningún infectado pueda expandirse a otros países. —Sí… pero ¿cómo se destruye una ciudad, de la noche a la mañana? —exigió impaciente el presentador al anciano. —Con energía atómica, por supuesto. —Pues con esta revelación, damos pié a las imágenes que nos vienen de la ciudad de Madrás, en la India —Terminó de comentar el presentador. Las imágenes que nos enseñaron por la televisión, eran sacadas de una pesadilla sin fin. Cinco cráteres se veían desde el cielo, donde el cámara los filmaba desde un helicóptero. La ciudad se había convertido en un páramo desolador. «¿Ése era el plan que tenían? A mi entender, ese es el plan que tienen para todo.» Pensé, tapándome la boca con las manos al soltar un ahogado grito de lamento. Cambiamos de canal, pero las noticias eran las mismas incluso peores. Europa y Asia, estaban recibiendo lo peor de la plaga zombi. En cambio, los continentes americanos estaban frenando la horda nomuerta que se estaba propagando rápidamente, aunque tardeo tem-

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prano caerían como el resto. Nadie sabía de dónde procedía aquel virus. Yo llegué a pensar que fue fruto del hombre, al recordad lo que me decía mi abuela. «No te puedes fiar de los políticos. Piensa mal y acertaras.» Me dijo el lejano recuerdo de mi querida abuela. Dejamos de ver las mentiras que salían por las bocas de los políticos y sus secuaces, centrándonos en lo único útil que se podía hacer a esas horas. Jugar a cartas. De vez en cuando, Johnny se quedaba mirando a Liam, que éste le devolvía la mirada junto con una sonrisa sarcástica. «El mundo ha cambiado para todos nosotros. Nos necesitamos ahora más que nunca los unos de los otros, por poco que nos guste.» Pensé, acercándome a Patrick ya que no dejaba de quejarse por no saber abrir un paquete de pipas. Pero entonces un sonido chirriante nos sorprendió a todos nosotros. Los tres muchachos se levantaron inmediatamente de sus sillas, y empezaron a buscar el origen de aquel sonido que había perturbado nuestra paz. Apagaron las luces del local, quedándonos por completo a oscuras. Entonces, Patrick creyó ver algo en la calle. Miramos el cuadro eléctrico que estaba en la oficina central, y encendimos el interruptor del alumbrado exterior. Ahí estaban. No nos dimos cuenta que al dejar las luces encendidas del restaurante, los habíamos atraído hacia nosotros. Ni siquiera pudimos verlos llegar, ya que desde dentro estábamos con luz, y los cristales de las ventanas hacían un efecto espejo sin percatarnos de lo que sucedía en el exterior. Ahora los veíamos, aunque fueran pocos... Sin embargo, eran suficiente como para que tuviésemos problemas. Los zombis estaban arañando las cristaleras con sus tristes manos muertas, emitiendo un chirriante sonido con sus uñas que conseguía hacernos poner los pelos de punta. Algunos de ellos tenían los miembros cercenados, y dejaban un rastro de sangre negra a lo largo de todo el cristal. Mientras, otros pegaban sus rostros muertos en las ventanas, haciendo gestos con sus bocas de querer llegar hasta nosotros. Jhonny sintió el peligro que corríamos, y salió junto con Liam para acabar con los muertos vivientes. Me sorprendió bastante la reacción de mi amigo al cooperar con la persona que tanto llegó a odiar. Más tarde lo entendí. «Ha querido que Patrick se quedara con nosotras. No quiere dejarnos en manos de un tío como Liam —Medité desde mi interior, y me sentí alagada—. Prefiere estar con su peor enemigo, que llegar a vernos solas con él.» No sabía cuánto tiempo pasó desde que los dos se fueron. Me quedé con Sharon y con Patrick, esperando en la inmensa cocina del local a la espera de que los otros dos volvieran. Tenía más miedo de que se llegaran a matar entre ellos, de que se los comieran los propios zombis. Atrancamos las puertas, como bien nos aconsejaron, y apagamos las luces. Entonces las noticias volvieron a nosotros, cuando los dos chicos volvieron discutiendo desde la entrada. No llegué a saber lo que les había sucedido a esos dos ahí afuera. Pero me acerqué a

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ellos esperándome una explicación lógica, donde Liam ya estaba amenazando a mi amigo con un afilado tubo de hierro ensangrentado. —¡Te mataré!, eso dalo por hecho —amenazó Johnny a Liam. —¿Qué está pasando? —exigí saber preguntándoles a ambos. —Le han mordido —dijo Liam señalando el brazo del chico. —No es verdad, no es nada más que un corte. Míralo tú mismo, Susie —me dijo suplicante, y nos reveló la herida de su brazo. —A mí me parece un corte normal —mencioné a Liam, esperando otra excusa por su parte. —Yo he visto cómo uno de ellos le… —intentó decir, pero Patrick lo interrumpió apuntándole con una escopeta, que nunca llegué a saber de dónde la sacó. —Si mi colega dice que no le han mordido, será por que es así — concluyó amenazante, a la vez que encañonaba el arma sobre la cabeza de su enemigo. Liam se vio amenazado y reaccionó al instante. Con un rápido movimiento, le quitó el arma que le estaba apuntando Patrick y vio su recámara. Estaba vacía. Soltó una risotada de alivio al tiempo que tiraba el arma al suelo. Se lo podía ver en sus ojos. Le había amenazado de muerte, y eso, no podía pasarlo por alto. Johnny y Liam empezaron a pelear entre ellos. Mi amigo estaba desarmado, pero pronto volvió a verse protegido por el encofrador que le tendió Patrick. No lo podía soportar más. Desde afuera se veía cómo los zombis venían corriendo hasta nosotros. Cada vez eran demasiados. Teníamos serios problemas, y ellos no dejaban de pelearse como niños, sin pararse a pensar un momento en el verdadero peligro que corríamos. Entonces me interpuse entre ellos dos, para que acabasen con esa riña boba de una vez por todas. De pronto, Sharon soltó un chillido de horror. Johnny me observaba cómo me sujetaba Patrick en sus brazos. No tenía fuerzas. «¿Qué acaba de pasar?» Pensé desde el suelo, al verlos a todos a mí alrededor. En ese momento entendí que no tuve que haberme interpuesto entre aquellos cavernícolas. Mientras los chicos peleaban, yo me llevé la peor parte. Liam, me clavó su tubo de hierro en mi estómago. Supe que lo hizo inintencionadamente, viendo ahora que me suplicaba su perdón desde sus llorosos ojos azules. Sentí el frió filo del tubo perforarme los órganos y músculos de mi cuerpo, viéndome caer al suelo donde me fue depositando Patrick cariñosamente. Estaban llorando. Sharon me abraza, rogándome que no la dejase sola. Pero yo de alguna forma supe que estaba en paz con el mundo. Le expliqué que me iba a un lugar mejor donde vería a su mamá, y le llevaría el mensaje de que ella estaba bien. Cuidaré de todos ellos desde el otro mundo. Pero nada había cambiado. Los chicos me dejaron con la niña para volver a pelearse entre ellos. Miles de años de evolución, para verse resumidos en el acto más primitivo del ser humano; la violencia.

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Patrick atacó a Liam por la espalda, pero se libró de él fácilmente. Aquel chico era más fuerte que mis dos amigos juntos. No eran rivales para él. Aturdió a Patrick proporcionándole una patada en la cara que le dejó tirado en el suelo, cuando Johnny aprovechó aquello para arremeter contra su enemigo. Sharon gritaba tapándose sus oídos con sus manos sin abandonarme desde donde estaba. Al final, Liam logró vencer a Johnny y le echó a la calle. «¡Lo matarán! Se lo van ha comer vivo...» Pensé al deducir el triste final de mi amigo. Ahora, el chico de la cabeza rapada me sostenía en sus brazos pidiéndome su perdón. —Pensé que teníamos un trato —le dije, y tosí sangre por la boca. —Lo siento, ha sido un accidente —me manifestó con lágrimas en sus ojos. —No dejes a Johnny a manos de esos no-muertos —pedí mi última voluntad a Liam. Pero él escondió la mirada en sus lamentables lágrimas. Supe por qué llegó ha abandonar a Johnny en la calle, cuando vi a mi amigo afuera con todo un ejército zombi dirigiéndose hacia él. En cambio, los zombis pasaron de largo olvidándose de mi amigo. Ya era uno de ellos. —Tengo frío... —añadí. —Lo sé —asintió Liam—. Perdóname, pero no puedo dejar que te conviertas en uno de ellos —Apartó a Sharon de mí, y ella se defendió de él lanzándole patadas terminando por darle un mordisco en la mano. Pero cuando se libró de la niña, le vi con su arma en lo alto. Cogió toda su fuerza el encofrador de Patrick, y lo dejó caer sobre mi cabeza. «Johnny… tuviste que haber matado a este hijo de puta.» Pensé finalmente, al arrepentirme de haberlo dejado con vida. Mi vida acababa por fin, sin saber cómo se salvaría el mundo de la plaga zombi. Y así sin más, en la insólita oscuridad, un túnel como la luz blanca de las estrellas se presentó donde me vi caminando por él. Estoy muerta.

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Zombi Johnny Los recuerdos que una vez tuve en vida, se esfumaron. Mi familia, que fueron las personas que más me quisieron a lo largo de mis años, se quedaron para siempre en el olvido. Mis amigos, mis últimos y verdaderos amigos, también me los arrebataron. Patrick, Susie, Sharon, todos se habían marchado abandonándome en la oscuridad. Me veía inmerso en un largo y profundo sueño del que necesitaba despertar. Pero las tinieblas era el único paisaje que pude presenciar por los alrededores. Me dolía terriblemente la cabeza, ya que sentía que algo la estaba controlando. De pronto, un deseo de venganza se tiñó de color rojo en mi mente. No entendía lo que acababa de pasar. Estaba con aquel chico defendiéndonos de los zombis, cuando de repente me vi hundido en mi pesar. Susie estaba muerta. «Ha sido ese mal nacido…» Pensé, al recordar entonces a Liam. Dejé de lamentarme y comprendí que tal vez la culpa de todo hubiese sido la mía. Al recordar aquel chico, con su cabeza rapada al cero, su camisa con un águila imperialista, y su mierda de tatuaje nazi en su pecho, me vino un deseo de venganza que no pude controlar como si todo mi ser se centrase sólo en él. Ahora lo veía. La luz salía de entre la oscuridad, revelándome en el nuevo mundo por el que andaba. Pero estaba todo cambiado. Todo lo veía de color blanco. Caminaba por la carretera sin rumbo fijo, cuando varios coches abandonados se interpusieron cerca de mí, aunque eran de color blanco con el contorno del objeto dibujado en gris. No sabía lo que me estaba sucediendo. Entonces me vi dirigiéndome hacia un grupo de árboles que había en la entrada de una ciudad, presenciando todas las cosas el mismo color blanco. Ahí, encontré algo que empezó a captar mi atención. Se trataba de una figura resplandeciente, como un rubí expuesto a la brillante luz del sol, ya que era lo único que destaca del resto de los objetos. Y mi cuerpo, sin hacerme caso, se dirigió corriendo hacia él. «¿Qué me está ocurriendo? ¿Estoy muerto?» Pregunté subconscientemente, mientras esperaba que alguien me lo respondiera. Pero no hubo respuesta alguna. Cuando estuve más cerca de lo que mi cuerpo persiguió, pude ver cómo un gato con el cuerpo erizado me bufaba subido a la rama de un árbol. Era de color rojo, y desprendía un aura más brillante que el color de su cuerpo. Yo, me vi saltando inútilmente para atrapar al animal, cosa que no logré comprender porque ni en el primer intento lo conseguí. Y ni siquiera en los siguientes. Pasaba el tiempo, y mi cuerpo seguía ofuscado en querer atrapar aquel dichoso gato, que ahora estaba tranquilamente recostado en la rama del árbol. «¿Es qué me voy a quedar aquí para siempre?» Me pregunté, aburrido de esperar a que llegase a suceder algo importante. No tardé mucho de arrepentirme de haberlo deseado. Mi cuerpo abandonó de una vez por todas al gato, y se dirigió por una extensa calle donde el caos se había hecho con el control total.

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Los coches estaban cruzados en mitad de la avenida, y los comercios se podían encontrar saqueados con las cristaleras destrozadas. Entonces, cuando me veía entretenido paseando por aquel paisaje de color blanco, un viejo periódico chocó contra mi cara. Mis manos reaccionaron al instante queriendo apartar las hojas del periódico, que molestaba la vista del ser en el que habitaba. Fueron unos segundo, donde tuve la oportunidad de leer el titular de la noticia de la primera página. «EUROPA CAE ANTE LA PLAGA DE LOS MUERTOS VIVIENTES.» Leí, y sentí en ese momento una oleada de terror recorriendo por todo mi espíritu. Aquel periódico, era del cuatro de enero del dos mil doce. «¿Dónde he estado todo este tiempo?» Me pregunté, e hice memoria de mi último recuerdo cuando estaba con mis amigos. Habían pasado ya tres días del comienzo del apocalipsis zombi. Ese era el hecho. Y dejando atrás a mis queridos amigos, que ansiaba buscar con todo mí ser, el inútil de mi cuerpo se fue vagabundeando por donde él quería. Llevaba como medio día andando por las calles de Manchester, aunque sin ningún rumbo aparente. De vez en cuando, veía alguna figura brillante roja, donde mi cuerpo se sentía atraído por ella. Hasta que corriendo como un demente durante varios kilómetros, conseguí acorralar a una en un callejón oscuro. Se trataba de una chica, que gritaba auxilio mientras sujetaba un paraguas para defenderse de mí. «¡No! ¡Tienes que huir, corre! Pero no te quedes sin hacer nada» Me dije, y deduje lo que iba a pasar. Intenté cerrar los ojos, pero no tuve el control de ellos. Ya no me pertenecerían nunca más. Al final, me vi abalanzándome contra aquella persona, que estaba acurrucada en la esquina de una calle y sin salida. «¡Atácame con la punta del paraguas! ¡Mátame, acaba conmigo!» Grité desde mis pensamientos a la mujer, esperando que aceptase mis consejos. Fue la mayor masacre que pude presenciar desde el primer día que los muertos vivientes arruinaron mi vida. Mi cuerpo se cernió sobre ella. Primero, hundí mis inmundas manos en su pecho hasta que hallé su corazón. La sangre emanó como un río, donde me vi sumergido en él durante las horas venideras. No supe cómo pude haberla desmembrado hasta dejar en los huesos a la pobre mujer. Creí que me iba a desmayar en una ocasión al no poder soportar tal atrocidad. Pero algo me mantuvo despierto torturándome con lo que estaba viendo, y sin que me diera la oportunidad de abandonar este mundo. Seguí caminando lentamente con mis lamentos aullidos de muerte por la ciudad, cuando por fin llegué al centro donde me encontré con la horda zombi. Ahora, se habían convertido en mis hermanos y aliados. De pronto, algo empezó a perturbar a los muertos vivientes. Mi cabeza se giró bruscamente queriendo entender lo que sucedía a su alrededor, pero no llegué a comprenderlo del todo. Entonces, escuché disparos surcando el aire, al tiempo que las cabezas de los zombis

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empezaron a volar literalmente, abandonando sus cuerpos inertes en el suelo. «Alguien está jugando hacer diana sobre ellos.» Pensé, y rogué que una de esas balas se estrellase contra mi cabeza. Como se vieron impotentes, los muertos vivientes gritaron furiosos, donde mi cuerpo se vio conducido junto con todos ellos hasta que llegamos a las faldas del edificio donde supuestamente nos estaban disparando. Allí, nos arremolinamos en la puerta e intentamos derribarla con inútiles golpes. Pensé que nunca la tirarían, que se aburrirían enseguida, y se volverían a dispersar cada uno por su lado. Pero me vi obligado a reconocer el insistente trabajo de los zombis, cuando destrozaron los cristales de la entrada del edificio al apelotonarse todos contra él. Al final, entramos todos con nuestra melódica sintonía, a base de; gruñidos miserables y ahogados gritos que salían por nuestras bocas putrefactas. No supe cuánto tiempo estuvimos recorriendo las plantas de aquel edificio. Pero ahora, mi vida se había convertido en una clara persecución a muerte. Cuando una potente figura roja brillante huía cruzándose delante de nosotros, echábamos a correr hacia ella a la carrera del “el gato y el ratón”, aunque siempre chocábamos torpemente contra todo lo que teníamos en nuestro camino hasta que conseguíamos darles caza. Una vez, pillamos a un par de tíos, que sus destinos no acabaron muy bien para ellos. Después de volver a presenciar cómo desmembrábamos aquellos chicos y de cómo nos alimentamos de sus intestinos, volvimos a retomar nuestra patética marcha. Y siguiendo el lento andar de mis pies de zombi, llegué al último piso por pura casualidad, ya que mi cuerpo en estado de putrefacción campaba por sus anchas sin saber a dónde quería dirigirse. En cambio, no fui el único que llegó solo. Varios muertos vivientes se fijaron en mí y imitaron en lo que era mi propia exploración zombi. Todos juntos, nos acumulamos en la puerta que daba a la azotea del edificio. Pero estaba atrancada. Desde el otro lado, se podía escuchar cómo discutían varias personas entre ellas. En cambio, eso fue lo peor que les pudo pasar, porque el resto de los muertos vivientes empezaron a dirigirse hasta donde estaba la puerta cuando escucharon la llamada de los vivos. Hasta que no pudimos más y nos quedamos todos apretujados y apelotonados. Varios zombis sacaron sus putrefactas manos por la salida de emergencia que estaba atrancada por algo, pero que aún así dejaba una grieta abierta. La persona que estaba al otro lado se parecía divertir disparando contra nosotros. También cortaba los brazos que asomaban al exterior, obligando a los zombis a retroceder. Al final, sólo terminamos “vivos” tres de nosotros. Yo deseaba salir al exterior, y con suerte, recibir algún disparo o hachazo en la cabeza, donde pondría fin a mi corta vida de zombi. Entre todos nosotros, nos vimos sumergidos en la tarea de empujar la dichosa puerta, hasta que pareció vencer ante nuestra insistente

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fuerza no-muerta. El primero que salió le cegó la luz del sol que bañaba la blanca azotea. Le atravesó un tubo de metal por el ojo que llegó a destrozar su cráneo putrefacto. Pero el siguiente zombi que consiguió salir delante de mí, consiguió desarmar a su agresor. Al verse desprotegido, otra persona ayudó rápidamente a su compañero, y decapitó al zombi con un encofrador. A mí no me vieron. Aquellas personas, se habían vuelto en una fuerte discusión sobre cómo terminar con sus vidas sin dolor, ya que al parecer no tenía sentido seguir viviendo en ese mundo apocalíptico. Una de ellas apuntaba con su pistola a las otras dos con las que estaba hablando. Lo reconocí. Nuestros destinos se volvían a encontrar incluso después de la muerte. Liam apuntaba con su revolver a Patrick y a Sharon. Estaba eufórico, hablando sobre que la vida ya no tenía sentido y chorradas de por el estilo. Todo se había acabado para los humanos, y ahora la mejor manera de seguir era terminando con sus patéticas vidas. «Tenías que haber llegado a esa conclusión desde el primer día en que pisaste esta Tierra.» Pensé, mientras mi cuerpo muerto iba silenciosamente hacia él. Entonces mis antiguos amigos advirtieron mi presencia ya que estaba a la espalda de Liam. Ellos me sonrieron, incluso siendo un abominable zombi. Y ahí, estaba el desgraciado de Liam. El que mató a mi amiga Susie, y el que asesinó aquel honrado policía. Y cogiéndole desprevenido mientras soltaba su charla sobre el suicidio colectivo, le agarré por la cabeza sin darle la oportunidad de librarse de mí. «¡Sorpresa capullo! Seguro que soy la única persona a quien no esperabas.» Me dije desde mi interior, sin dejar de apretar el cuello del chico. Patrick y Sharon se hicieron rápidamente con el arma de Liam, aunque guardaron las distancias conmigo al verme inmerso en mi sanguinaria labor. Mi querido amigo abrazaba a la chiquilla, y la obligó apartar la vista de lo que estaba apunto de suceder. Agarré fuertemente el cuello de Liam, que ahora me miraba con los ojos llenos de nostalgia. «Sí, maldito bastardo. Soy un puto zombi. ¡Te dije que te mataría!» Le dije desde mi interior, aunque sólo llegué a escuchar de mí mis escalofriantes gemidos. Pero Liam seguía intentando librarse de mis poderosos brazos fríos y muertos, al verse asfixiado por ellos. No duró mucho, pero lo poco que soportó de mi tortura conseguí que se le convirtiera en una eterna y agónica muerte. Tiré de su cuello con fuerza, hasta que sentí en mis manos cómo su tejido empezaba a ceder ante mi fuerza zombi. Tenía la cara amoratada y los ojos apunto de salirse de sus órbitas. «Me gusta. Que sufra el mamón» Seguido, la sangre empezó a correr por su cuerpo cuando la piel se resquebrajó de su cuello. Y dándole el último golpe de gracia, puse mi pie en su hombro haciéndole palanca, para arrancar su maldita cabeza de una vez por todas. Un chorro de aquel líquido rojo que circuló por tanto tiempo en el cuerpo de Liam, salió de golpe cuando le decapité de cuajo con mis propias manos. Mi venganza, y la de todos mis amigos, por fin habían concluido. Ya estaba en paz.

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Patrick me miró sonriente al tiempo que me dijo que echaría de menos. Hasta Sharon pareció alegrarse de volver a verme. Y sin llegar a comprender por qué mi cuerpo de zombi no les atacaba, ellos se despidieron de mí con lo único que podía hacerme abandonar este mundo. «Ojalá encuentren un remedio para este mundo de locos. Adiós amigos míos.» Me despedí de ellos desde el fondo de mi alma. Mi mejor amigo, hizo el resto. Por fin llegó mi final.

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Dr. Hikaru /II Me encontraba inmersamente concentrado en mi estudio de Osaka rodeado por libros botánicos, donde esperaba hallar la respuesta a mis enigmas. El cansancio que llevaba acumulando las últimas semanas empezó a reflejarse en mi rostro lleno de arrugas, revelándome lo anciano que había llegado a ser. Seguido, me miré en el espejo y vi a un vulgar anciano que se había dejado crecer una barba desaliñada. «¿Qué has hecho en la vida viejo borracho?» Me pregunté frente al espejo. Después de auto compadecerme un rato decidí poner el orden otra vez en mi vida, empezando por cambiarme la ropa que vestía. Una camiseta sin mangas de color blanca junto con una mancha en ella, del café que me había estado manteniendo despierto, unos pantalones azules sucios de hacía dos semanas, y los calcetines de los pies ya estaban desprendiendo un olor insoportable. Dejé atrás mis pensamientos que estaban inmersos en descubrir la cura del virus Z, y me concentré en afeitarme cuando terminé de extender la espuma por mi cara. Entonces el recuerdo de mi padre volvió a mí al ver su rostro reflejado en el mío. «Somos tal para cual.» Pensé en mi padre, y de cómo me previno del mal que ahora acontecía este mundo. Una vez que me aseé, miré la hora en mi reloj. No había tiempo. Volví al escritorio con otra taza de café preparada, y eché un vistazo a mi correo electrónico donde me encontré dos mensajes. Decidí abrir el primero que hacía apenas cinco minutos que me lo acaban de enviar. Pero sólo había en él un nombre escrito sobre una foto de una bellísima flor. «Creo haber visto este espécimen antes…» Medité recostado en mi sillón. Me lo enviaba mi amiga Abie desde Inglaterra, y me informaba lo mal que lo estaban pasando ante la horda de los muertos vivientes. Hacía unos días, le envié las muestras que recogí de aquel extraño polen, que ahora me enseñaba en su foto a qué planta pertenecía desde el otro lado del mundo. Entonces me centré en visualizar la foto de la flor que me tenía hipnotizado. «Nelumbonaceae silentium, Así que los restos de polen que tenía en mis gafas eran de esta flor…» Me dije, al tiempo que salté a buscar información en el primer libro que encontré a mi lado. Se trataba de una clase de flor de Loto. Sus semillas eran de un color azul intenso, mientras que sus pétalos estaban teñidos del color negro de la noche. Seguía leyendo y vi que era originaria de China, donde era muy difícil de encontrarla ya que crecía a gran altitud, en las montañas. De pronto, el recuerdo me vino a la cabeza cuando pensé que pude habérmela encontrado en el pasado sin querer. Hacía ya un mes, me vine desde la India hasta Japón para seguir investigando en mi país con mis compañeros de laboratorio. Cada dos por tres nos tenían que evacuar de una ciudad a otra, por los altercados de los infectados «Allí ya no se podía trabajar.» Pensé en

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la India, y de cómo los infectados invadieron sus ciudades. Una vez que me instalé en Osaka, mi hogar, mi mujer terminó con su vida después de la larga lucha contra el cáncer. Sus últimos deseos me los dejó escritos en una carta privada. Pero yo ya sabía de ante mano dónde quería ella descansar para la eternidad. Entonces, supe que tenía que parar con las investigaciones. Pedí un permiso especial a mi gobierno, para ausentarme durante unos días de la investigación que tanto me había separado de mi esposa. Y así, la aventura que me esperaba para esparcir las cenizas de mi mujer, comenzó. Llegué hasta el Tíbet donde lo crucé andando con dos serpas hasta que pasamos la frontera de Nepal. Una vez ahí, me uní a un grupo de montañeros españoles que me acogieron como si ya fuese de la familia. Tardamos varios días hasta que visualizamos el primer poblado. Al final, me despedí de mis añorados compañeros de montaña cuando nuestros destinos se separaron, y les dejé en sus manos la misión de escalar el Everest. Caminando por el poblado que se dedicaba a la ganadería y al duro cultivo de la tierra, encontré el monasterio de monjes tibetanos que me indicó mi esposa en su carta. Entré en él, y pregunté por la persona responsable. Me atendió un hombre llamado Soi'nam que fue muy amable conmigo, aunque tuve que beber con él durante largo tiempo su típico té tibetano. Sabía a rayos, y cada vez que lo terminaba, él siempre me ofrecía más al ver mi taza vacía. Yo siempre me veía obligado a aceptar aquel té elaborado a partir de mantequilla de Yak, cuando el monje me lo servía humildemente. «Que fue más por educación, que por otra cosa.» Pensé, al recordar el horrible sabor de aquel té, que tuve que matar de mi boca a base de sake durante días. Cuando terminamos, le pregunté si conocía a mi mujer. Le enseñé una foto que siempre guardaba en mi cartera de ella, y él reaccionó de inmediato al verla. Me explicó, que ella había muerto hacía una semana y que le fue a visitar a él en un sueño, llevándole el mensaje de que yo iría hasta allí en persona para depositar sus restos. Yo no le había revelado tal información, y pronto supe que ella tenía que descansar por aquellos hermosos valles. Misaki, mi querida esposa, me comentó una vez que viajó con sus amigos hasta las faldas del Everest. Ahí, hizo amistad con el pueblo tibetano, donde se enamoró de su religión y sus buenas gentes. Practicó el budismo en vida hasta el final, y ahora quería que sus cenizas fueran esparcidas en por hermoso lugar. «Tal vez fue ahí cuando me topé con esa extraña flor de Loto.» Me dije en voz baja, indagando sobre mis sospechas. Dejé atrás los pensamientos sobre mi aventura pasada, y me concentré en leer el otro mensaje que tenía pendiente en el ordenador. Abie me explicaba que las muestras que le envié eran de lo más interesantes. También me aseguró que podía haber una posible cura, pero que necesitaría más especímenes para seguir investigando. Seguido de leer el mensaje, le escribí un nuevo correo revelándola que tal vez la flor que necesitábamos se encontraría en Nepal. Pero

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me respondió enseguida, diciéndome que no hacía falta ir hasta la fría tundra de Nepal para hallarla. En Tokio, había una persona que era aficionada a la manutención de plantas extrañas. Entré en su blog y pude ver que tenía varias Nelumbonaceae silentium a pie de página. «Hay esperanza…» Me dije inquietante, sin dejar de leer el blog. Lo único malo que había en todo aquello, es que tenía que ir hasta allí en persona. Sin pensármelo demasiado, cogí lo esencial para el viaje ya que el destino de la humanidad estaba ahora en mis manos. Me vestí con un traje azul oscuro, con una gabardina marrón, me calcé unos zapatos algo anticuados, y terminé poniéndome mi clásico sombrero. Hasta hice acopio del paraguas cuando vi el cielo amenazante por tormenta, y de mi valiosísimo maletín. Salí de mi apartamento guardando todas mis investigaciones en un vulgar pendrive, y llamé con un fuerte silbido a un Taxi. Rápidamente me monté en el vehículo, donde le ofrecí una valiosa suma de dinero al conductor para que me llevase hasta Tokio. Él me miró con ojos dudosos, ya que sabía lo que se iba a encontrar en la ciudad. Pero al final le pudo la codicia, y aceptó llevarme hasta la capital. —…La calles de Tokio han sido cerradas. Se ha declarado la zona de cuarentena, la plaga se ha extendido por toda la ciudad —Explicaba la voz que salía por la radio del taxi—. Repetimos. Tokio se ha declarado en zona de cuarentena. No entren en la ciudad... —Ya ha oído —dijo el conductor parando de golpe, aunque ya se encontraba cerca de mi objetivo. —Por favor… le daré más dinero. —No pienso entrar en Tokio con esos zombis, ni por todo el dinero del mundo —sentenció seriamente—. Si quiere… le puedo volver a dejar donde le recogí. —No. Gracias, ha sido muy amable en traerme —me despedí formalmente, y salí del vehículo con mis pertenencias. Anduve por las sinuosas calles abandonadas, hasta que me di de morros contra el muro que cercaba la ciudad. «No puede ser…» Me dije viéndome sin la posibilidad de entrar. Entonces, rodeé lo que mis cansados pies me dejaron seguir parte de aquella larga muralla de puro hormigón. Era muy extensa. Tenía una capa de hormigón que llegaba a los tres metros y medio de altura, donde acababa en un alambrado posiblemente electrificado. Al final, me vi por vencido en la misión, y llamé por teléfono vía satélite a mi amiga Abie. —He fallado —dije algo avergonzado cuando me cogió la llamada. —No te preocupes... Espera un momento —expresó la mujer, sin darle importancia a lo que le acababa de contar. —Estoy en mitad de la nada y… —Vale, ya está. Ahora puedo verte. —¿Cómo? ¿Desde dónde? —pregunte sorprendido, mirando a mi alrededor inútilmente. —Hikaru, te veo por satélite en tiempo real —mencionó Abie entre risas—. ¡Vamos! saluda al cielo.

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—Te vas ha meter en problemas, Abie —le advertí seriamente a mi amiga de que hacerse con un satélite militar de a saber qué gobierno, no iba a ser nuestra mejor baza. Pero dejando a un lado el que lo hubiese conseguido piratear, los problemas teníamos ahora eran mucho más importantes. —No te preocupes tanto, ya estamos en problemas. Si quieren que me busquen —dijo riendo, refiriéndose a su incompetente gobierno—. Además, no he sido yo. Ha sido un colega ruso el que me ha ayudado a piratearlo. —Vale ¿Ahora cómo entro? —A doscientos metros desde tu izquierda, te encontrarás con una zona elevada —me explicaba mientras me dirigía hacia allí—. Una vez hayas llegado, tendrás que usar algo para evitar el alambrado. —Creo que está electrificado… —¿Tiene pinchos? —Sí, muchos. —Entonces no te preocupes, no lo está. Seguí las instrucciones de mi amiga al pié de la letra. Llegué hasta una zona con nivel, donde pude saltar por un escaso metro hasta el muro. Una vez ahí, usé mi gabardina para pasar por el alambrado de pinchos. Pero ahora tenía tres metros y medio para volver a llegar de nuevo hasta el suelo. —¿Abie? ¿Cómo bajo por el muro? —pregunté metiéndola prisa, al ver cómo varios zombis se me acercaban desde los callejones. —Amarra tu cinturón al alambre y baja por él. —¡Ya está! ¿Y ahora por dónde? —Espera un momento… —Date prisa... aquí hay demasiados infectados —dije impaciente, sin dejar de mirar a los muertos vivientes que se me aproximaban lentamente. —Sigue siempre hacia la derecha desde donde estás. —¿Y luego…? —Ya te iré diciendo. Y date prisa, que me están rastreando. Apreté la marcha al verme perseguido por la incansable marcha de los infectados. Por suerte para mí, eran de los que llevaban tiempo con el virus, y eso significaba que sus cuerpos estaban debilitados hasta el punto de no poder correr. La sangre coagulada en los músculos era lo que tenía; que los atrofiaba. Las calles representaban el mismísimo campo de batalla. Se podía ver cómo los vehículos estaban apelotonados entre sí al haber intentado escapar de la ciudad. Algunos estaban en envueltos en llamas y de ellos emanaban una larga columna de humo hacia el cielo. También había un tanque del ejército en mitad de la calle, que seguramente estuvo disparando contra la resistencia no-muerta. «Pobre de aquel que no haya logrado escapar.» Pensé, al verme en la misma situación. Seguí girando hacia la derecha cada vez que una calle se cortaba, hasta que di con el corazón del propio averno. Cientos de zombis estaban arremolinados alrededor de una farola. Eran demasiados como para pasar desapercibido. En ese momento

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unos disparos se escucharon en la isla que habían creado los muertos vivientes, donde un soldado superviviente los acribillaba desde lo alto de la farola. Pero se rindió enseguida. Yo también me hubiese rendido si estuviese en su pellejo. El soldado se llevó su arma a su boca, y apretó el gatillo dejándose caer como alimento al mar de zombis. «No puedo pasar por ahí.» Me dije, y volví a recurrir al teléfono para escuchar de mi compañera alguna sugerencia de escape. —Hikaru…, tienes que entrar en el edificio, no podrás ir hacia ningún lado desde ahí —me explicó firmemente mi situación. Pero yo sabía que entrar en un edificio no iba a cambiar mi estado, ya que allí acechaba el peligro desde la oscuridad—. Estás rodeado, son miles ¡Entra, YA! El edificio que tenía enfrente era un alto rascacielos, decorado por pantallas de Leds que anunciaban todo tipo de productos. Sin pensarlo, me aventuré en él mirando desde la recepción al piso que tenía que subir. Abie me iba dirigiendo con su dulce voz, menos cuando gritaba de repente dándome un susto de muerte. Pero aunque se hubiese equivocado enseguida volvía a corregirme el rumbo. Desde ese rascacielos, llegué a la planta que comunicaba con el siguiente edificio. Me había ahorrado andar por lo menos cuatro manzanas desde donde me encontré con aquel mar de zombis, cosa que agradecí al volver a pensar en todos los zombis que había en el exterior. La zona que tenía que cruzar era un pasillo y estaba alumbrado por una pocas luminarias fluorescentes y otras caídas, que no dejaban de parpadear por el lúgubre pasillo. Había infinidad de folios tirados por el suelo, y las paredes con cristalera estaban manchadas por las huellas ensangrentadas de unas pequeñas manos a lo largo de toda ella. Y desde lo alto, se los podía ver. Tenían que ser miles de ellos porque abarcaban todas las calles. Entonces, me acordé de cómo terminó la ciudad de Madrás, la única ciudad de la India que se mantuvo en pie hasta el final. «¿Pasará lo mismo aquí?» Pensé, sin llegármelo a creer del todo. Entonces, la voz de Abie me volvió a sobresaltar. —No sé lo que estás haciendo. Pero date prisa, están entrando en tu edificio —dijo nerviosa. No quería llegar a pensar en lo que estaba visualizando ella desde el satélite. Así que me di prisa, pero enseguida tuve que aminorar la marcha. —Lo siento mucho, pero este anciano va ha tener que descansar un rato… —mencioné sentándome en el suelo, al tiempo que sacaba la petaca de mi chaqueta. «Eso es. Un trago para aliviar el sarcoma que me está matando.» Me dije convenciéndome que esa sería la solución a mis problemas. —Deja el sake para otra ocasión, y mueve tu gordo culo de ahí — me ordenó, dándome a entender que estaba en peligro—. Ahora tienes que llegar hasta el último piso. Allí vive nuestro amigo. Tiene un invernadero en el exterior, coge lo que necesitas y sal pitando… — Pero la comunicación se cortó de repente.

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«¿La habrán interceptado?» Entonces deduje que me había quedado solo, y dije: —Nos veremos en Manchester —Y así, supe que no tenía que fracasar en la misión, ya que si lo hacía, no podría llevarle a Abie las flores para que las estudiase a fondo. La fatigosa travesía de subir aquel endiablado edificio, se me hizo eterna. Los ascensores no funcionaban, y me vi de frente con las interminables escaleras por donde las tenía que subir. «Espero que cuando llegué, tenga ese tío friki de las plantas algo que merezca la pena.» Me dije, y le di un último trago a la petaca vacía. Sin previo aviso, escuché algo que me sorprendió desde lo lejos acercándose hacia mí. Me giré en mitad de aquellas fatigosas escaleras mirando hacia abajo, donde me encontré con el resto de los pisos infectados por zombis que subían más rápido de lo que yo lo hacía. Empecé a correr cuesta arriba dando todo lo que quedaba de mi anciano cuerpo. Se pudo decir que eché los pulmones por la boca, cuando llegué justo a tiempo al piso dándoles con la puerta en las narices aquellos muertos vivientes. Sin embargo, el piso estaba vacío. Llamé varias veces para advertir de mi presencia aunque no recibí a nadie. El tío del blog de las plantas tenía un apartamento bastante ordenado donde me paseé por él hasta que llegué a la cocina. Ahí, obtuve mi premio por llegar sano y salvo. Saqué una botella de vino añejo de buena reserva, y la empecé a servir en una copa limpia al tiempo que lo iba catando por no decir que ahogué el dolor de mi sarcoma en ella. Aun así el vino estaba bastante bueno, y me vi en ese momento con fuerzas para seguir con la búsqueda. Después de fisgonear las fotos, de un tal Izumi con su novia que tenía en la repisa del salón, llegué hasta el invernadero. Se llegaba dificultosamente hasta él por las escaleras de incendios, y una vez que alcancé la puerta, cerrada, la tuve que tirar abajo para poder entrar. «Esto debe de ser una selva.» Pensé cuando me invadió la espesa fragancia a vegetación, y me quité el sudor de la frente con un pañuelo. Hacía mucha humedad, y el calor no acompañaba lo más mínimo. Había todo tipo de plantas, bonsáis, un sistema de riego automático, incluso me encontré una zona donde tenía una pequeña huerta. Seguí por aquella jungla buscando lo que quería hallar con todo mi ser, hasta que me di cuenta que en ese momento me había acabado ya la botella de vino. La búsqueda empezaba a cansar mi viejo cuerpo, pero no dejé de insistir. Entonces las encontré. Era como un cuento infantil, donde las flores mágicas se mantenían frescas en cubículos de cristal. Ahí se encontraban a su temperatura ideal. «Solo tiene tres…» Me dije, pasando la mano por el frío cristal de los cubículos que estaban conectadas a unas pequeñas SAIS, que éstas, eran alimentadas por una placa solar en el tejado. En ningún momento pensé en cómo llevármelas, pero sabía que lo tenía que hacer. Cansado, decidí tumbarme en el sofá con otra botella de vino

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ya empezada. Había hecho un largo camino para encontrar lo que tal vez podría ser la cura para todos nuestros problemas. Mis insistentes investigaciones, se habían doblegado ante la suerte de tener los pequeños granos de polen sobre mis gafas que daban muerte al virus Z. No pude evitar soltar una larga risotada al recordarlo. «Tal vez todo estaba planeado desde el principio.» Pensé y recordé como mi mujer me había conducido hasta aquellas plantas en Nepal. —Ya empiezo a delirar como un viejo loco —dije en voz alta. De pronto, escuché que los infectados golpeaban la puerta del apartamento. Estaban deseosos por entrar, y yo de salir aunque sin querer a toparme con ellos. No sabía cómo iba a sacar aquellas flores sin que se llegasen a estropear. Y de alguna forma, supe que todo iba a salir bien. Haría una llamada, me rescatarían con las valiosísimas flores de Loto, y todo acabaría bien. «Y yo me acabaré este buen vino añejo tumbado en el sofá, hasta que vengan a por mí. ¡Me lo he ganado, que demonios!» Pensé finalmente, mientras escuchaba desde la puerta los tristes lamentos de los zombis.

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Patrick «¡No te separes de mí!» Eso fue lo último que le dije a Sharon, cuando salimos corriendo de aquel horrible lugar. La noche en la que perdimos a nuestros dos amigos, nos vimos obligados a correr en plena oscuridad mientras nos perseguían cientos de zombis. Por suerte, nos refugiamos en una casa abandonada. Por lo menos llegamos a Manchester. Pero sin Susie ni Johnny. Ellos apenas pudieron sobrevivir un día desde que se declaró la invasión de los muertos vivientes. Fue la peor noche de mi vida. Y visto cómo lo pasó la chiquilla al perder a su madre y a la persona que la salvó de aquel supermercado, y de cómo vio morir a su querida amiga a manos de ese desgraciado, deduje que también debió de ser para ella su peor noche, por no decir el peor día de su corta vida. «Liam… Casi logró matarnos, el muy estúpido.» Pensé, en el chico que nos arrastró hasta la azotea de ese edificio donde las cosas no acabaron muy bien para él. Después del día 0, como lo llamaban los comentaristas de raído, la plaga de los muertos vivientes se había extendido por todo el país. Viajamos durante un día entero en un pequeño coche que lo conducía Liam por las calles de Manchester, hasta que dimos con lo que él quería. Su casa, o lo que quedaba de ella. El barrio en el que vivía estaba envuelto en llamas. Varias personas decidieron quemar todo ese pequeño distrito, al ver que los zombis habían matado a todos sus habitantes. Y los que no murieron, se convirtieron en ellos. La única forma que vieron de erradicar la pandemia fue hacer uso del fuego. Al parecer, él también perdió a toda su familia. Se quedó de rodillas viendo cómo el infierno se le declaraba ante sus ojos. Yo pensé que ese chico no sentía ningún afecto hacia otras personas, que no fuesen de su misma calaña. Siempre iba de tipo duro, hablando de que había que sobrevivir hasta el final. Incluso nos dijo que si tendríamos que decidir entre salvarnos nosotros o a otra persona, que no vacilásemos en pensar sólo en nuestro pellejo. Pero durante esos días, cambió radicalmente. Al fin y a cabo, por muy duro que se llegara a creer y lo extremista que quería aparentar, sólo era un adolescente perdido en un mundo de locos. Pero él ya estaba perdido incluso antes de la invasión zombi. Una vez que vimos arder parte de Manchester en llamas, nos refugiamos en una iglesia. Fue idea de Sharon. Ella, nos mencionó que solía ir a menudo con sus abuelos a misa antes de que murieran. Ahí se sentía protegida, así que accedimos a sus deseos. Liam se quedó tumbado en uno de los bancos, matando varios paquetes de tabaco sin hacer nada aparente en lo que quedó del día. Yo, en cambio, me quedé todo el tiempo con mi pequeña amiga, que me enseñó a rezar por las queridas personas que habíamos perdido. Siendo sincero, yo no creía que rezando íbamos a solucionar nuestros problemas. De hecho no creía en aquellas absurdas creencias sobre Dios, o Jesús, o el puto papa de roma. Pero si con eso se podía sentir mejor una niña

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de cinco años, a mi no me importaba. Había que reconocer que tampoco hicimos nada raro con lo que yo pudiera estar en contra. Sólo pensamos en los seres que una vez amamos, y de cómo les deseábamos un buen viaje a donde quiera que fusen una vez muertos. Sharon encendió una vela por su madre, por su amigo Johnny, y por su querida compañera Susie. Ella me confesó que nunca había tenido mejores amigos en su vida. Todavía me acuerdo de cuándo me lo dijo. Fueron las palabras de la inocencia, pero también de las de una persona con buen corazón. No pude soportar escuchar aquellas palabras, y rompí a llorar arrodillado ante el crucifijo de Jesucristo. Me doblegué por las palabras de una niña. «Si aún viviese Liam, me lo recordaría el resto de mi vida.» Pensé algo avergonzado, de haber sido sucumbido ante la inocente chiquilla. Pasaron dos días desde que nos refugiamos en aquella pequeña iglesia, y empezamos a buscar la casa de Sharon. El mundo había cambiado desde la nochevieja que iba acontecer al 2012. Cada persona del planeta lo celebraba en sus hogares rodeados por sus seres queridos, o como meramente podían, sin tener la más mínima sospecha del infierno que se iba a desatar al día siguiente. La plaga de los zombis nos pilló con los pantalones bajados. Ni los políticos, ni el ejército, ni si quiera los países vecinos nos advirtieron de la amenaza no-muerta. «¿Sabrían ellos algo sobre el origen de aquella pandemia? Vaya pregunta, por supuesto que lo sabían. Seguro que se quedaron de brazos cruzados en sus mansiones, viendo desde sus televisores cómo nos devoraban los malditos zombis.» Pensé aquel nublado día, mientras caminábamos hacia la casa de mi amiga. Cuando llegamos al barrio de Sharon, que ella quiso entrar en su casa a todo correr sino fuese porque la cogí a tiempo en mis brazos, nos encontramos con la puerta de la entrada con el claro dibujo de una equis roja. Ya vimos desde hacía varias calles, que había puertas marcadas con una “X” blanca y otras con una roja. Dedujimos que las personas que abandonaron sus hogares, en algunos de ellos dejaron claro que no entrase nadie. El color rojo era sin duda el símbolo de la precaución, o del peligro. Liam y yo entramos con mero cuidado, descartando la amenaza zombi por todas las habitaciones. Pero en la puerta del dormitorio principal, había una nota de advertencia que decía: Querida Elizabeth. Si alguna vez llegas a leer esto, primero quiero que sepas que cruzar esta puerta es altamente peligroso. Da media vuelta y márchate. Esta casa ya no es segura. Nos refugiaremos a las afueras de la ciudad de York, en la casa de campo de Germán y Sonia.

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Espero que estés bien junto con nuestra hija Sharon. Manchester

ha

sido

una

carnicería,

están

todos

muertos. No malgastes el tiempo en buscar a ninguno de nuestros

vecinos.

Sigue

mis

instrucciones

y

nos

veremos pronto. Espero que hayáis sobrevivido. Os quiere, Peter. Y la nota no mentía. Desde el otro lado de la puerta se escuchaba que alguien la arañaba en ella con sus uñas. Liam no pudo resistirse, y terminó por abrirla de golpe entrando en el dormitorio. Tuvimos que matar a dos personas. Era una mujer con los labios amputados y con el rostro famélico, y un hombre que se estaba dando un festín entre las tripas de otra persona. Yo me cargué a la mujer destrozándola la cabeza con mi encofrador. Liam, mató al hombre de un disparo con su revolver cuando éste se le echó encima. En cambio, cuando subió la niña, cosa que aún me arrepiento, reconoció a los cadáveres como sus tíos Germán y Sonia. Y la persona que estaba tendida en la cama devorada por completo, ella dedujo que sería su prima mayor. Esa habitación, fue una sangría total. Cogimos lo necesario metiéndolo en varias mochilas, y dejamos aquella casa a lo lejos para dirigirnos hacia nuestro siguiente destino. Pero nuestro viaje, acabó antes de lo que pensamos. Como todo el mundo se había ido al garete, nos dimos el gusto de pasar la noche en un lujoso hotel. Era verdad que el alojamiento nos salió gratis, pero había que reconocer que nos lo ganamos a pulso el quedarnos. Según entramos en él, varios zombis nos dieron la clara bienvenida saltando desde el mostrador de la recepción. Dejaron el cuerpo del Botones a medio terminar de comer, cuando vieron que se les presentaba carne fresca. Ellos no fueron un problema. Aunque cuando subimos a la primera planta, si que tuvimos que echar mano de nuestra pericia, para frenar la horda de los muertos vivientes que nos encontramos. Los primeros que arremetieron contra nosotros los liquidamos sin que llegasen a acercar demasiado. Pero el ruido que metimos al matar a esos zombis, atrajeron a los que andaban por las cercanías. Nos vimos envueltos por los muertos vivientes, prácticamente en menos de lo que canta un gallo. Liam tuvo la buena idea de usar la BIE contra incendios para frenarlos. Abrimos la llave de paso del agua a tope, cuando el chorro de agua salió por la boca de la manguera a toda presión. Uno de los zombis estaba tan podrido por dentro, que sólo con enfocar el chorro de agua en su cabeza, éste se quedó sin ella quedándose en el suelo decapitado. Los demás fueron cayendo uno a uno. Mi compañero los tiraba al suelo con la fuerte presión que salía de la manguera, mientras que yo los remataba con mi arma. Después de eso, la noche fue bastante tranquila. Después de la matanza zombi, se pudo decir que vaciamos todos los mini bares de aquella planta.

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Al tercer día, nos dirigimos hacia la casa de mi padre en el centro de la ciudad. Vivía en un décimo piso de la gran vía, que utilizaba también para trabajar. Él era pintor, y uno de los bueno debo de añadir. Su fama lo precedía en todo el país. Pero cuando nos lo encontramos en su estudio, su forma de arte había cambiado por completo. No se como llegaba a funcionar el cerebro de un zombi, pero creí en aquel momento que albergan algún recuerdo de cuando aún estaban vivos. Mi padre, Malcom, estaba pintando las paredes de la casa con los restos de un muerto. El color rojo de la sangre se teñía por toda la casa. Liam quiso acabar con él, pero le frené. Era mi labor como hijo acabar con su miserable vida de zombi. Por unos instantes, llegué a creer que me reconoció cuando me dirigí hacia él dispuesto a matarle. Pero no fue así. Según me vio, se abalanzó contra mí con la boca abierta y los brazos extendidos, para seguir seguramente con su labor artística. «Se tomaba muy enserio su trabajo.» Pensé aquel día, cuando acabé con el cuerpo que una vez fue mi padre. Clavé mi encofrador en el ojo del zombi atravesándole así la cabeza. Y con eso, puse fin a la vida de aquella persona. Ya no quedaba nadie para mí. Mi madre junto con mi padrastro, y mi hermano mayor, murieron en Liverpool. Ese grupo formado por un neonazi, y una niña pequeña, era mi único salvo conducto para no quedarme solo en el mundo. Después de marcharnos del piso, llegamos hasta un centro comercial para conseguir provisiones. Al final, confesé a Liam que ya no teníamos que seguir juntos, nuestros caminos se separaban y ya podíamos ir cada uno por nuestro lado. Yo claramente me haría cargo de Sharon, y la llevaría junto su padre hasta la casa de sus tíos en York. Entonces fue cuando el chico empezó a delirar. Subimos hasta el tejado abriéndonos paso matando a todo zombi que había decidido quedarse ahí, y una vez al aire libre, nos apuntó con su revolver para matarnos. Deliraba completamente. Nos soltó una charla sobre el suicidio, sobre el juicio final, y de cómo ya no había ningún futuro para el ser humano. Todo lo que queríamos para nuestro futuro se acabó aquel día de Año Nuevo, cuando los zombis empezaron a conquistar el mundo. «Como si su futuro hubiese sido mejor.» Pensé aquella vez, cuando aquel chico nos apuntaba con su arma. A mi entender, Liam se metió de todo por su nariz menos un limpiador nasal para el resfriado. Quería acabar con nuestras miserables vidas, queriéndonos hacer un favor. Se tuvo que haber volado la tapa de los sesos, en vez de querer matar a una niña inocente de todo. En vez de eso, recibió un final mucho más trágico para él. Varios zombis se amontonaron en la salida de emergencia que daba al tejado, queriendo salir al exterior para comernos. Ahí, el estúpido de Liam se ensañó disparando a los brazos de los no-muertos que salían por la puerta, que él mismo había semiatrancado para que no nos fugásemos. Cuando se quiso dar cuenta, la puerta cedió y uno de los zombis le sorprendió desde la sombra desarmándolo. Pudo acabar con dos sin dificultad, incluso lo tuve que ayudar de uno viendo que no estaba en sus cabales para poder defenderse. Las drogas lo

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habían aturdido. Entonces, mi amigo Johnny volvió de entre los muertos para cumplir con su promesa. «¡Te mataré!, eso dalo por hecho» Dijo la lejana voz de mi amigo, aquella noche en el restaurante. Se pudo decir que mató a Liam con sus propias manos, llegando a decapitarlo sin compasión. En realidad nos hizo un claro favor, y no como el que nos quiso hacer Liam. Sharon no dejaba de abrazarme apartando la vista de la violenta escena. El recuerdo de cómo se nos quedó mirando sin atacarnos después de haber matado a su ya pasado enemigo, aún lo mantenía en mente. Sharon le recibió sonriente cuando comprendió que no iba a ser una amenaza para ella. No le tenía miedo. Al final, terminamos por despedirnos de nuestro querido amigo, para poder acabar con su trágica vida de zombi. Agarré el revolver de Liam que estaba tirado en el suelo, y maté a mi colega de toda la vida de un disparo en la cabeza. Y así, nuestros caminos se volvieron a reunir fortuitamente para bien. Ahora, bajábamos corriendo por las calles del centro Manchester seguidos por cientos de zombis. «¡No te separes de mí!» Eso fue lo último que le dije a Sharon cuando salimos corriendo de aquel horrible lugar. Cada vez que cruzábamos una calle, una acera, o algún callejón, ahí estaban. Los más rápidos eran los peores de esquivar. Se notaba que los que acababan de infectarse estaban todavía con su cuerpo intacto. No obstante, los zombis lentos que eran los que estaban desmembrados y putrefactos, también eran peligrosos porque acechaban desde las sombras. No se les veía venir. Eran silenciosos y traicioneros. «¡Aún tienen fuerzas para correr los muy cabrones!» Me dije al tiempo que esquivé a uno. Enseguida eché de menos la cooperación de mi antiguo compañero. Nunca llegué a pensar que su ayuda fuese de tal importancia. Dos tíos eran mucho más fuertes, que uno solo y pendiente de una niña pequeña. Apenas podía pararme para defenderme de los zombis. Era como un partido de Rugby, si te pillaban, podías darte por muerto. Si queríamos vivir un día más, no podían cogernos. La tarde se terminaba cediendo ante la oscura y fría noche. Y por las calles nos las encontramos sin luz, ya que habían cortado la el suministro eléctrico en toda la ciudad. «Podrían haber dejado iluminadas las calles. Que menos qué pensar en los supervivientes.» Pensé en aquellas estúpidas decisiones que tomaban los políticos en casos de crisis. ¿Para qué servían entonces si todo lo hacían lento y mal? Nunca lo supe… Dejando atrás los pensamientos de cómo racaneaba nuestro gobierno quitándonos la valiosa luz que nos protegía de la peligrosa oscuridad, llegamos a duras penas hasta el portal de una casa. Corrimos durante prácticamente una hora y media, hasta que vimos que una de las casas que teníamos enfrente no salía ningún zombi de ella. Perdimos a los muertos vivientes ya a lo lejos, y conseguimos darles con la puerta en las narices. Pero también me dejé a lo lejos

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algo muy importante para mí. «¡No te separes de mí!» Le dije a Sharon cuando salimos corriendo del centro comercial. —¡Mierda! —solté por lo bajo, furioso al darme cuenta que la había perdido. No podía dejarla sola en plena noche junto con todos esos zombis que querían darnos caza. Así que sin pensármelo más, salí a la calle sujetando el encofrador en la mano y grité su nombre por las avenidas a la espera de su respuesta—. ¡Sharon! ¡Sharon! Contesta por favor… Pero la única respuesta que recibí, eran de los infectados que venían corriendo hacia mí. En ese momento, uno venía con las ropa destrozadas y andando descalzo con los pies ensangrentados. Le faltaba la parte inferior de su mandíbula, y parte de su pecho se encontraba en carne viva. Alcé entonces mi encofrador al aire sujetándolo con fuerza, e intenté hacer el mejor batimiento de mi vida usándolo contra la cabeza del zombi.

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Sharon /II «¡No te separes de mí!» Me pidió la lejana voz de Patrick. Pero él no se dio cuenta que corría más rápido de lo que mis pequeñas piernas podían permitirse. Al final lo perdí cuando cruzamos una calle, mientras nos perseguían aquella gente enferma. Caí entonces resbalándome en un charco perdiendo la mano que me unía a él, donde dejé que Patrick se perdiera por los oscuros barrios de Manchester. Sentí que estaba en peligro, y pronto tuve que reaccionar metiéndome debajo de un coche. Tuve suerte. Pasé desapercibida, dejando a decenas de zombis persiguiendo ansiosos a mi amigo. Ya no tenía a nadie más para que cuidase de mí. Mi madre murió devorada por los zombis. Susie me dejó en aquel restaurante. Johnny se perdió entre la gente enferma. Liam cayó en la oscuridad al no aceptar su situación. Y ahora, Patrick se había ido corriendo sin darse cuenta que me había dejado sola. «Tengo miedo…» Pensé, y sentí cómo me castañeaban los dientes. Viendo que quedándome quieta no voy iba a ir a ningún lado, empecé a salir poco a poco de mi escondrijo al ver que no había nadie a los alrededores. Pero de pronto algo me agarró de la pierna. Era una persona, y estaba muy enferma. Me libré de ella fácilmente, aunque no la quise perder de vista. Se trataba de una chica. Ella me miraba desde el suelo ya que no podía caminar. Le faltaba medio cuerpo, y en ese momento se dirigía hacia mí arrastrándose con sus brazos huesudos. Tenía parcialmente la cara en carne viva, dejándose ver parte de los sus huesos al desnudo. También se podía ver cómo los dientes de la chica estaban adheridos a la mandíbula, tal y como lo describía un documental que vi hacía tiempo. Su cuerpo se encontraba desnudo, y lo arrastra por el suelo a la par que iba dejando trozos de sus tripas esparcidas a lo largo de la calle. «¿Aún así puede vivir?» Me pregunté sorprendida, y sentí lástima por aquella chica. Venía hacia mí. Entonces quiso alargar su brazo para alcanzarme, aunque no llegó en ningún momento. Su brazo estaba famélico con la piel colgando de la poca carne que le quedaba. No soporté verla más, y la dejé a lo lejos cuando marché corriendo calle abajo para buscar a Patrick. Seguí la carretera durante largo tiempo hasta que me di de bruces contra los zombis. No entendía como podía haber tantos. Estaban por todas partes. Entre los callejones, saliendo de las casas, corriendo hacia todos lados, incluso estaban dentro de los coches. Ahora me iba acercando sigilosamente agachada por la acera, para que no pudieran verme. Entonces observé que un hombre se había quedado atrapado dentro de su coche e intentaba salir sin resultado. Arañaba el cristal esperando que éste se rompiera, pero no lo consiguió. «Si nadie lo saca, se quedará encerrado para siempre.» Deduje mientras

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le miraba, entendiendo que su enfermedad lo estaba consumiendo por dentro poco a poco. Pero se percató de mi presencia, y puso su triste cara de muerto sobre la luna frontal del vehículo, lamiéndola a lo largo de ella para saborear lo que parecía imaginar mi carne. «¿Dónde puedo ir sin que me encuentre a ningún zombi?» Me pregunté, y me vi llorando en mitad de la acera. No lo tuve que hacer. Llorar, fue lo que hizo advertir de dónde me escondía. Varios zombis se percataron de mis llantos, y enseguida empezaron a correr hacia mí. Nunca recordé correr tanto. Una vez, Susie me dijo que si me encontraba con varios persiguiéndome, lo mejor que podría hacer era empezar a correr. Que nunca dejase de correr, sobre todo sin mirar hacia atrás. Porque si lo hacía, me cogerían, y entonces sería mi final. Daba igual si estuviese cansada, o si me hubiese lastimado con algo. Correr, era marcar la diferencia entre la vida y la muerte. Así que me lo tomé al pie de la letra, y pronto pude ver cómo les ganaba en la carrera. Pero enseguida tuve que parar un momento para descansar. Aunque durante en ese tiempo, me olvidé que ellos no se cansaban. Ellos, nunca cedían. Me habían seguido y cada vez eran más. «¿Y si me meto otra vez debajo de un coche…?» Pensé, sin llegar a convencerme del todo. De pronto, la voz de Susie me llegó a mis oídos y me dijo: ¡Corre, no pares! Seguí el consejo que me dio varias veces mi amiga, y no paré hasta que me sentí del todo segura. Y ahí estaba. Una puerta abierta se presentó ante mí desde una casa cercana. No había ningún peligro alrededor así que no dudé en entrar. Fui muy sigilosa al adentrarme en la casa de un ajeno, sin dejar de tener cuidado de no revelar mi posición. El recuerdo de cómo mis tíos estaban encerrados en el dormitorio de mis padres, me sirvió de lección. «Si hubiese entrado sola aquella vez, seguro que me abrían atrapado.» Recordé cuando me paró Patrick cogiéndome entre sus brazos. Recorrí toda casa por los dos pisos para poder estar segura de que estuviese sola. Y por suerte para mí, lo estaba. Cerré la puerta principal con el doble candado, seguí hasta que llegué a la cocina y me serví un vaso de leche. Cuando terminé, quise explorar más afondo aquella bonita casa. En el salón, había una estantería llena de fotos enmarcadas. Un señor mayor como lo llegó a ser mi abuelo, sonreía en la foto mientras alguien le entregaba un premio. También salía en muchas otras con amigos o familiares suyos, siempre sonriendo en todas ellas. Y entonces, una bandeja de plata que estaba junto la chimenea, me llamó la atención. La cogí con cuidado mientras leía una dedicatoria grabada en el fondo donde ponía: La esperanza es lo último que se pierde. Juntos, hallaremos la cura. Con cariño, de parte de todos tus compañeros de trabajo. Dejé aquella bonita bandeja donde estaba y subí hasta el segundo piso. Constaba de dos habitaciones, y tenía un pequeño cuarto de baño en mitad del pasillo. En la primera habitación que tenía las persianas echadas, vi que era el dormitorio principal. La siguiente, constaba de una amplia mesa con unas estanterías llenas de libros.

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Como no vi ningún libro que me gustase decidí irme otra vez al salón a dormir, y esperar hasta el día siguiente. Pero cuando bajaba por las escaleras me entraron ganas de ir al baño. Entré al pequeño cuarto de baño, cuando de pronto vi que en la ducha había alguien. Al principio pensé que era solamente la sombra de algún objeto. Aparté la cortina de la ducha lentamente, con miedo de lo que me podría encontrar. Entonces el terror inundó mi mente dejándome paralizada. Un hombre estaba de espaldas y completamente mojado por el agua de la ducha que caía sobre él. Le llamé preguntando por su nombre, pero no me respondió. Me sentía algo avergonzada de haber allanado su casa sin permiso, y enseguida le expliqué que no tenía a donde ir. Y fue eso lo que consiguió que se diera cuenta que yo estaba ahí, porque acto seguido se giró revelándome la persona que era en realidad. Rápidamente, salí de corriendo al sentir que estaba en peligro. «¡Un zombi! Hay un zombi en la casa.» Pensé al ver aquel hombre. No le llegué a verle del todo la cara. Estaba con todo el cuerpo pálido y marcado por unas desagradables venas moradas. Vestía con unos pantalones azules, y con una camiseta sin mangas de color blanca manchada de sangre. Pero lo pero fue su mirada. Perdida y enferma. Intenté salir de la casa, pero vi por el visor de la puerta que los muertos vivientes estaban campando por sus anchas a lo lardo de toda la calle. Eran demasiados, y me obligué a quedarme en aquella siniestra morada con aquel hombre. Ahora, escuché cómo chirriaban las bisagras cuando la puerta del baño donde estaba el zombi se fue abriendo lentamente. Después, las pisadas se hicieron más cercanas a mí, mientras alguien baja por las escaleras de la casa. Me fui corriendo a la cocina y tropecé con una puerta secreta donde entendí que podía esconderme. Entonces me metí ahí sin pensármelo dos veces esperando pasar inadvertida. Pero palpando en la oscuridad, me di cuenta en ese momento que había unas escaleras que bajan hacia un sótano. Fui bajando por ellas agarrada a una barandilla, con el miedo aún en mi cuerpo. Una sala iluminada se presentó ante mí. «¿Hay luz?» Me pregunté al pensar que ya hacía días que la ciudad se había quedado sin iluminación. Aquel sótano era una zona donde varios ordenadores estaban conectados entre sí. También había un par de sofás y una televisión que mostraba imágenes del exterior. En el fondo de la sala, me encontré con un extenso tablón lleno de notas y fotos pegadas en la pared. Iba fisgoneando entretenida por todas las fotos que veía, hasta que me fijé en una en especial. Todas las fotos eran de gente que estaba enferma en un hospital, o de varios grupos de personas encarceladas. Cogí la foto que me había cautivado, y observé lo antigua que debía de ser al verla en blanco y negro. Un hombre se mantenía firme con su rifle sin dejar de sonreír en ella. «Es un soldado —Pensé, leyendo la parte de atrás de la foto que decía: Holanda, Noviembre de 1944. Soldado de Artillería de Primera Parker de los EE.UU. Único superviviente—. Tuvo que ser una per-

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sona importante para ser recordado así en una foto» Me dije y la volví a poner donde estaba. Dejando aquel extraño tablón lleno de información, me centré en los ordenadores. Fue entonces cuando me acerqué a uno, cuando el monitor se encendió de repente. Una persona salía por él hablando con voz nerviosa, al tiempo que anunciaba algo importante. —Si estás escuchando esto, es que he muerto… —empezó a explicar el hombre del video. Era algo anciano. Tenía los ojos llorosos y no dejaba de secárselos. También parecía una persona nerviosa, ya que no dejaba de hacer gestos extraños con la boca y con su mano. Parecía estar enfermo—. Hemos hallado por fin un remedio para evitar que la infección se propague por el mundo. Hay que administrárla por vía ultra venosa, antes de que transcurran los veinte minutos después de ser expuesto a un infectado. Si se aplica más tarde, no tendrá efecto en el cuerpo. Para los que ya están…, en su fase más avanzada, no me queda más que decir sino la total exterminación de ellos. Esta “Cura” es sólo para evitar ser contagiado o erradicar el virus como tal he explicado antes. Como sé que los que la encuentren se lucrarán de ella, la he dejado escondida en la ciudad dividida en dos partes. Sólo una persona de corazón puro podrá encontrarla. Cuando las encontréis, habrá que juntar ambas en partes iguales —seguía diciendo aquel hombre. «Es un juego. Si encontramos las dos partes del puzzle, la gente enferma se curará.» Pensé emociona, al ver que esa persona se había molestado en desarrollar un remedio para la enfermedad. El hombre siguió diciendo: »Si no aprendemos a usar nuestros recursos para hacer el bien, no seremos dignos de ser salvarnos. Si no aprendemos…, será nuestro final. Soy el Doctor Hikaru Miyamoto, y dejo grabado este videolog para anunciar que la cura funciona. Yo…, desgraciadamente no he podido sobrevivir. Un infectado me mordió cuando me sorprendió en mi propia casa. Me he encerrado en el cuarto de baño del segundo piso, esperando mi fatídica transformación. He intentado suicidarme…, pero no he sido capaz. Espero desde el fondo de mi corazón que no se vuelvan a repetir los mismos errores que en el pasado. Adiós Abie, al final no he podido volver contigo con la cura. Terminé de escuchar la grabación sin entender muy bien lo que quiso decir. Una cura, pero estaba dividida en dos partes. «La ciudad de Manchester es muy grande…» Deduje, al pensar la cantidad de escondites que podía haber. En ese instante pude escuchar cómo una persona bajaba por las escaleras del sótano. Me escondí de inmediato debajo del escritorio que estaba abarrotado por los ordenadores, ya que me pareció un buen escondite, y esperé. Ya estaba allí. La sombra de una persona se proyectaba en la pared desde las faldas de las escaleras. Yo no veía ninguna otra escapatoria. Tal vez si me quedara en silencio, se iría. Tal vez si fuera paciente, aquel hombre enfermo se marcharía sin más. Pero no fue así. Estuve durante horas esperando arrinconada sin meter ruido alguno en ese calenturiento horno, que se había formado por la emisión

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de calor que emanaban los ordenadores. Lo único que me consolaba de aquel lugar, era un osito de peluche algo viejo que me aferré a él abrazándolo con todo mi ser para olvidarme de todo. Una vez, una persona, un amable muchacho, me salvó de la muerte en un supermercado. Mi madre estaba sufriendo en silencio para no delatarme, mientras que unos hombres se la comían viva. Él vino a mí, y él me rescató cogiéndome entre sus fuertes brazos para protegerme de los zombis que querían matarme. Y ahora estaba sola, esperando a que alguien me salvase de nuevo. Pero nadie venía a por mí. Excepto esa persona que no se iba, quedándose ahí sin más. Con el tiempo, al final me quedé dormida. En mi sueño, volvía con la gente que quería. Mis amigos se quedaban a mi lado dándome ánimos para que siguiera hacia delante. Era una carrera, y el que llegase primero, ganaría. Pero una sombra oscura se interpuso en medio entre la meta y yo. No podía ganar si no se quitaba. Entonces, la voz de mi amigo Patrick me dijo que tenía que matarla. Yo no quiero matar a nadie —le dije, esperando que me ayudase en vez de tener que hacer tal atrocidad. Como no hice caso a mi amigo, Johnny se presentó ante mí aconsejándome que destruyese esa sombra con fuego. No tengo fuego, Johnny —le dije, y le rogué que me ayudase él miso. Pero desapareció sin dejar rastro, dejándome sola junto con la espectral sombra. Entonces Liam volvió detrás de mí pidiéndome que corriese tan rápido como pudiese para atravesar la sombra. Tengo miedo… —le dije, dudando de su consejo. Y como no me atreví hacerlo, él, desapareció. Estaba sola, tendida en el suelo llorando. Fue de pronto cuando una mano luminosa se apoyó sobre mi hombro. Estaba cálida y me tocaba cariñosamente. Me giré y vi a Susie en frente de mí sonriéndome como lo solía hacerlo en vida. Yo la abracé impidiendo que se fuese como hicieron los demás. Tienes que enfrentarte a la oscuridad con la luz de tu corazón —me dijo señalando a la sombra que impedía mi paso. Ella me explicó que tenía que concentrarme hasta llegase al deseo más fuerte de mi alma, y soltarlo contra ese oscuro ser. Mi mamá. Mis amigos. La vida. Solté esos fuertes pensamientos hacia la oscuridad, y le lancé un chorro de luz desde mi corazón. La oscuridad se acercó a mí alzando su terrible mano sobre mi rostro. «Necesito un deseo más fuerte.» Pensé entonces, al ver como iba a ser atrapada por la oscuridad. De pronto la imagen de Patrick me vino a la mente, cuando pensé en cómo se había convertido en todo lo que tenía. Él se perocupaba por mí. Él me quería de verdad, sino, me podría haber abandonado desde hacía ya tiempo. Sin embargo, no lo hizo y se quedó conmigo. Y pensado esto último, grité su nombre con toda mi fuerza interior. —¡Patrick! —grité, despertándome del sueño en el oscuro sótano donde me tenía acorralada el zombi.

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Unos fuertes pasos se escucharon a lo lejos. Al principio pensé que había hecho mal. Que me había delatado. Pero la sombra que estaba proyectada en aquella pared, cambio de repente. Un fuerte golpe hizo que algo pesado cayera al suelo. Yo no podía quedarme más tiempo en aquel lugar. Tenía que huir. Salí de mi escondite y corrí hacia la salida, cuando en ese momento, una persona me impidió el paso. Era más alta que yo. Tenía el cabello revuelto de color marrón, y vestía con una camisa roja del equipo de Liverpool de fútbol. Ahora me miraba fijamente, mientras sujetaba entre sus manos un encofrador ensangrentado. No lo reconocí enseguida. Estaba tan asustada pensando que era un zombi el que me iba a matar, que no me di cuenta de que aquel hombre que me había impedido salir del sótano estaba muerto con la cabeza destrozada ante mis pies. Patrick me sonreía por volver a encontrarse conmigo. —Si no fuera porque has gritado, jamás te hubiese encontrado aquí abajo —expresó con ojos llorosos al tiempo que salté a sus brazos. —No me dejes nunca, Patrick. No me dejes… —rogué llorando a mi amigo. —Jamás, lo juro. Salimos de aquella casa, y vi que estaba amaneciendo por el horizonte. Mi caballero andante me llevó sobre sus hombros hacia una autocaravana que se había encontrado, prometiéndome que iríamos en ella hasta la casa de mis tíos para que me reuniera con mi padre. Y yo, abrazada al osito que me encontré en ese oscuro sótano, me senté junto mi amigo. Al final dejamos la ciudad de Manchester a lo lejos adentrándonos en la extensa autopista, cuando en ese preciso momento vimos cómo infinidad de helicópteros del ejército sobrevolaban los cielos. —Patrick, tenemos que encontrar las dos partes de la cura —le dije a mi amigo dedicándole una sonrisa. —La encontraremos, te lo prometo —Terminó diciéndome, al tiempo que me guiñaba el ojo. Él me lo había prometido, así que supe de sobra que lo iba a cumplir.

Concluirá…

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RELATOS DE UN ASTRONAUTA PARTE II

-Paranoias-

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Capítulo VI Mi amigo Gris «Debo de escapar de aquí, antes que acabe tan loco como la anterior tripulación.» Se dijo Julius, mientras instalaba todo estilo de luminarias dentro del complejo. Julius llevaba un par de días pasando las noches en vela, desde que Frank le advirtió que no sobreviviría en el exterior. Y razón no le faltó. Esa misma noche, unas entidades por llamarlas de alguna manera, empezaron a perturbar el campo base I lanzando rocas y escuchándose cómo se movían de un sitio para otro sin que se llegaran a ver en ninguno de los casos. Pero durante el día, no era menos peligroso que por la noche. Se le olvidó enseguida lo que le pasó anteriormente, cuando las espectrales sombras le persiguieron hasta que consiguió llegar con sus limitadas reservas de oxígenos a la base. Él las veía durante el día, quedándose cercanas a la puerta del complejo mientras se proyectaban desde unas pequeñas rocas. Desde entonces, Julius estuvo ideando un plan de escape. En cambio, todo fue en vano… El robot hacía todo lo que Julius le ordenaba, cosa que le ayudó en varias ocasiones de necesidad, cuando una vez el sistema eléctrico que estaba instalado en el techo falló por la noche, quedándose todo a oscuras y parándose el suministro del aire. Pero Frank, lo arregló sin problemas. Por alguna inexplicable explicación, al androide no le atacaban las sombras. De hecho, tampoco se lo habían hecho a Julius, aunque tampoco quiso comprobarlo por él mismo. Entonces algo se le pasó por la cabeza al hombre, que ahora estaba contando los minutos mientras esperaba a que amaneciera para poder echar una cabezada, viniéndole de pronto el recuerdo de cómo se despertó en mitad de la fría tierra marciana. «¿Qué es lo hizo que me desmayara…?, ¿de qué demonios huía?, ¿y qué ha sido de mi tripulación?» Se preguntó Julius, mirando cómo el inexpresivo robot instalaba un potente foco en el techo. De pronto, cuando el sol hizo acto de presencia, la incansable tortura que sufrió el astronauta de escuchar durante todas esas noches, las pedradas e identidades pasearse por el exterior, consiguiendo atemorizarlo, pararon de golpe. —Frank, tenemos que salir de aquí —dijo cansado—. Sólo estamos retrasando nuestra propia muerte. —¿Y a dónde piensa ir? —preguntó. —Ya lo sabes, al campamento base II, ya que es nuestra única opción —reveló, acordándose de cómo intentó utilizar la lanzadera de la MARS I para despegar de Marte. Sin embargo, todo el mecanismo de la lanzadera había sido inexplicablemente destrozado. —No creo que él nos deje, Julius —mencionó el robot sin darle importancia. —¿Perdona…?, ¿pero has dicho, él? —le preguntó encarándose a Frank, al ver que le había ocultado algo importante.

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—Sí, él. No sé llamarlo de otra forma, lo siento —se disculpó el robot. —¡Maldita sea, Frank! ¿Hay algo que no me hayas contado? —¿Por ejemplo? —se ofreció abiertamente a responder, pero si era primero encuestado—. Si usted no me pregunta lo que quiere saber, yo inútilmente le voy a poder ayudar. —De acuerdo…, veamos. ¿A quién te has querido referir con, "él"? —dijo, empezando a perder la paciencia con el robot. —No sé quien es él, pero sé que él, se enfadará si usted abandona éste campamento base —explicó Frank ante la consternación de Julius. —Bueno… ¿Y qué más sabes de él? Algo querrá de mí para no dejarme marchar —dijo sorprendido, mientras intentaba aclarar todo aquello. —Será mejor que se lo demuestre, para que lo vea con sus propios ojos —comentó, al tiempo que se dirigió a la esclusa de la entrada principal. Frank recorrió la planta baja hasta que llegó a la esclusa principal, donde le indicó a Julius mantenerse a la espera. Pero antes, cogió del hombre, pidiéndole primero permiso, una llave inglesa que había usado anteriormente. Julius se quedó mirándole por el cristal de la esclusa, observando cómo el robot dejaba cuidadosamente la herramienta a las faldas de la entrada. Y cuando se cerró la puerta, Frank esperó unos instantes, sonriendo a Julius de donde estaba. Entonces, el robot, volvió abrir la esclusa dejando que el hombre viera lo que había pasado. «¿Pero qué demonios está ocurriendo aquí?» Se preguntó Julius, al ver que la llave inglesa había desaparecido dejando en su lugar un simple papel. El robot humanoide, volvió ante Julius una vez que la esclusa se llenó de aire respirable, entregándole en sus manos el trozo de papel. Pero no era un vulgar papel, sino una foto que el hombre soltó al presenciar las personas que salían en ella. Ya los había olvidado. Había estado demasiado tiempo obcecado en sobrevivir en aquel terrorífico mundo, con entidades que querían volverlo loco. En la foto, que Frank la recogió ofreciéndose nuevamente, aparecía Julius con su mujer e hijo sonriendo en la plaza de un parque. —¿¡Cómo es posible que ésta foto haya llegado hasta aquí!? —gritó preguntando al techo a modo de querer entenderlo—. Dime, Frank, ¿quién es el que ha cogido la maldita llave, y ha dejado en su lugar ésta foto? —Ha sido, él —dijo sin ayudarlo demasiado—. No sé quién es en realidad. —Pero…, ¿le has visto alguna vez? —preguntó esperando una respuesta clara del robot. —Sí. —¿Y cómo es? —preguntó esta vez temeroso de saber la verdad. —Es gris. —Gris… ¿pero qué quiere de mí, Frank?

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—Quiere que te quites la vida, Julius —contestó el robot tranquilamente—. Por eso no deseo que salgas al exterior.

Capítulo VII Las fotos Nadie les había visto desde que el hombre pisó por primera vez Marte. Las sombras que reptaban por el suelo, era la única prueba que le aseguraba a Julius del peligro que había en el exterior. Pero quitando esos hechos inexplicables, el hombre empezó a pensar con fría lógica ante los sucesos nocturnos que no le dejan concentrarse con claridad. «No encuentro ninguna explicación para lo de las sombras. En cambio, nadie ha visto en ningún momento a los responsables que nos tiran piedras por las noches —meditó Julius mientras comía una manzana—. Tal vez estoy dejándome llevar por el pánico, e imagine cosas que no son.» Julius seguía pensando en resolver todo aquello, desde que Frank le mostró que había alguien en el exterior que se dedicaba a intercambiar cosas. Al principio, le llamó la atención cuando vio cómo una foto de su familia había llegado hasta ahí por arte de magia. «Cualquiera se habría asustado. ¿Qué es más probable?; ¿Qué uno de la anterior tripulación haya conseguido sobrevivir perdiendo la cabeza? ¿O qué en realidad se traten de alienígenas los que rondan por este planeta?» Se iba preguntando el hombre queriendo explicárselo. Mientras lucubraba sin dejar de mirar la foto, Julius pensó en hacer él mismo lo que hizo Frank. Cogió una manzana que tenía a su lado, y se fue a la esclusa principal para realizar el intercambio. Entonces, pensó que sería mejor no decirle nada al robot. Y para ello, le mandó que se mantuviese ocupado durante un rato en el invernadero. En ese momento, Julius se vistió con su traje espacial, y dejó la manzana cuidadosamente en la entrada al tiempo que se cerraba la puerta. Esperó un momento, imitando así al robot, volviendo acto seguido abrir la puerta. Pero la manzana, seguía en el mismo lugar. «Está todo amañado.» Dedujo Julius sin poder evitar una sonrisa. Nadie la había tocado, y eso era lo único que necesitaba para su tranquilidad. Volviendo dentro de la base, el hombre iba pensando en la mujer que desapareció sin ninguna explicación. Margaret, era la única astronauta que había quedado sin pruebas de que hubiese muerto. Ni siquiera el robot pudo afirmarlo. Si seguía con vida, tal y como pensaba Julius, debía de ser ella la responsable de todo. «Tal vez fue ella la que se volvió loca desde el principio —Pensó y se dirigió de inmediato hacia el invernadero—. Y usando el robot a su favor, debió convencer al resto de la tripulación de que había entidades marcianas que querían matarlos».

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El hecho de que Frank no apareciese en los videos, le garantizaba que sus pesquisas eran las correctas. Aun así, estaba todavía el problema de las sombras sin resolver. Una vez que llegó al invernadero, vio que Frank trabajaba laboriosamente en la huerta hasta que advirtió a Julius a su lado. —Frank, me gustaría hacerte unas preguntas —le propuso Julius. —Usted dirá —accedió Frank. —Me gustaría saber, si estás programado para obedecer las órdenes de cualquier persona humana. —Soy un robot de segunda generación, fabricado para misiones espaciales —reveló el robot—. Estoy programado para obedecer a la entidad superior que se me presente. —¿Entidad superior? —preguntó sin entender. —Me explicaré. Estoy diseñado de esta forma para obedecer a la entidad superior de un grupo de personas. Si estuviera por ejemplo a cargo de una familia, los padres serían mis superiores. —Entiendo. Es por seguridad, para no caer en manos de cualquiera —expresó asintiendo—. Pero veo fallos, como: ¿Qué harías si estuvieses solo con un niño? Sería un caos… —Exacto —afirmó Frank—. Aun así, me programaron para seguir la jerarquía de los tripulantes de la MARS I. Mi funcionamiento no es útil para ponerme a servicio de cualquier humano. «A este robot le han puesto a cargo de personas cuerdas y adultas. ¿Pero que pasaría si estuviese en manos de un demente?» Se preguntó Julius mirando con recelo a la máquina. —Entonces…, ¿a mí me obedecerías en cualquiera de los casos? —Efectivamente. —¿Sólo a mí? —quiso estar seguro. Frank le miró, y sin dudar un instante, dijo: —No veo a nadie más por aquí —mencionó mirando a su alrededor. «¿Se está haciendo el gracioso? No me fío…» Pensó sin confiarse del todo. —Quiero hacerte una confesión, Frank —mencionó Julius cogiendo un pala jardinera disimuladamente, teniéndola como arma al no fiarse del robot—. He dejado una manzana en la entrada principal, para ver si ése al que te refieres con "él" me la cambiaba por algo… —El robot no dijo nada—, y… ¿sabes que ha pasado? Nada. —No tuviste que haberlo hecho, Julius —le advirtió y seguidamente se marchó del invernadero—. Me gustaría que me siguieras para que vieras cómo reaccionó la anterior tripulación, con lo mismo que acabas de hacer. —¡Déjalo Frank!, sé lo que pasa aquí —reveló furioso al ver que le evitaba—. Estás a las órdenes de Margaret porque entre ella y yo, es tu superior. Por alguna razón tuvo que perder la cabeza, y te usó para que la tripulación delirara con imaginaciones sobre entidades marcianas —Rió entonces al verlo ya todo claro—. Las pedradas por las noches, los sonidos de que alguien ronda por el exterior, y el truco del

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intercambio del hombrecillo gris, que hay reconocer que me impactó. Una guerra psicológica, la verdad es que es muy efectivo. —No es un hombrecillo, pero sí que es gris —corrigió el robot. —Claro que no es un maldito hombrecillo gris, ¡porque es Margaret con el maldito traje espacial! —aclaró el hombre, esperando de una vez la confesión de Frank. —Tus formas de verlo todo con lógica, y desde tu perspectiva, son correctas, Julius —dijo tranquilo—. Pero si me sigue, le revelaré que está equivocado. Dándose por vencido, Julius siguió a Frank hasta que llegaron a la cocina. Ahí, el robot cogió una banqueta para acceder a una balda donde encontró lo que él quería. Y delante de Julius, le dejó una caja de plástico para que él mismo viera lo que había dentro. Con mero cuidado de lo que iba a encontrarse, el hombre la abrió sin confiarse mucho del robot. Pero al quitarle la tapa, observó innumerables fotos que estaban apelotonadas entre ellas. En todas las foots, salían los astronautas de la MARS I junto con sus familias y amigos, conmemorando aquellos momentos felices cuando se las hicieron. Julius no le entendió, y echó una mira a Frank pidiendo una respuesta. —Él, les quitó las fotos cuando llegaron a Marte hace ya cinco meses —explicaba a Julius mientras miraba con detenimiento las fotos— . Y cuando se les dio a conocer, las usó como moneda de cambio para aprender de ellos. —¿Se las quitó? ¿Cómo? —preguntó, temeroso de que el robot le revelara que esa entidad entró en su día a la base, con todos los tripulantes en ella sin que se enterasen. —Es una forma de decirlo, porque las fotos no eran suyas —la máquina cogió una foto en la que salía su antiguo superior y se quedó mirándola fijamente—. Lázaro, que era el capitán de la operación, me explicó que durante el aterrizaje perdieron parte del equipo al verse obligado al desprenderse de él. —Y parte de lo que perdieron, fueron éstas fotos… —Entre todo, pero sí —afirmó Frank, y continuó—. Entonces, ellos se empezaron a obsesionar con ellas, al querer intercambiarlas con la entidad que las tenía. De alguna forma tuvieron que perder el control, y se obsesionaron en que no volverían a ver nunca más a sus seres queridos. —La soledad…, la gran distancia que los separaba les volvió locos —dedujo Julius. —Sin embargo, quisieron saber más sobre esa entidad, que intentaba establecer una comunicación con mi antigua tripulación. —Intentaron tenderle una trampa…, ¿verdad? —dijo Julius siguiéndole el juego al androide. —Exacto. Y él, se enfadó —dijo Frank volviendo a dejar la foto en su sitio. —No me creo nada de lo que me estás contando, Frank —negó con la cabeza mientras recogía las fotos para guardarlas de nuevo en

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la caja—. Ya te pregunté en su día lo que pasó aquí, y todo esto no me lo contaste. ¿Por qué no lo hiciste? —Usted no concretó. Me preguntó lo que le había ocurrido a la tripulación, y yo respondí que murieron —Pareció defenderse el robot—. Cuando me activaron, la situación ya era algo más complicada, y yo me encontraba como usted. Confuso, al no creer en lo que me contaron ya que estoy especializado en el campo de la psicología. —Y pensaste que sufrían un estilo de trastorno, y los trataste como tal —entendió Julius. —Ha acertado una vez más, Julius —alabó al hombre. —Pero me dijiste que has visto a esa entidad a la que te refieres como "él" —exigió aclararse al robot— ¿Cómo entonces llegaste a la conclusión de que estaban trastornados, si sabías que existía ese ser? —Lo supe una vez que ellos murieron —aclaró Frank—. Todo pasó una vez que nadie quedó, excepto yo en la base, cuando "él" se me presentó. Entonces usé el mismo ejemplo que realizó mi superior, para corroborar que existía realmente aquel ser, y utilicé un objeto como medio de intercambio desde la puerta principal. —Hablas de “él” como si fuera verdad —entrecruzó los brazos, y sonrió al robot tomándolo por mentiroso. —Es que él, es real —replicó el robot—. ¿No vio el intercambio que hice? Tal vez cogió su foto de su campamento base, esperando a usarla más adelante... —Yo sólo vi que cerrabas la puerta —dijo riendo—. Es verdad que la llave inglesa desapareció ante mi asombro, pero eso sólo prueba que Margaret está viva y te usa en su loco beneficio. —Lo siento Julius, creí que la prueba que hice te sería suficiente — Se manifestó el robot algo frustrado—. Pero si lo quieres ver, creo saber la forma, aunque no te lo puedo garantizar. Es muy inteligente —aseguró Frank, cogiéndole a Julius por sorpresa en aquella propuesta. Julius rió enérgicamente y dio una palmada sobre la mesa de la cocina. —Tú mimo, Frank, estoy impaciente de ver a tu hombrecillo gris. —No es un hombrecillo, pero sí que es gris —volvió a corregirle el robot.. Como aquella conversación parecía no tener fin, Julius cedió al robot para que elaborara su plan. Según Frank, "él" estaba enfadado con los humanos ya que habían intentado atraparlo. Así que el robot era el único al que cedía en los trueques que realizaba la entidad. Julius se mantuvo la espera escondido en el segundo piso de la base, mientras grababa con una pequeña videocámara la prueba que él necesitaba. Ya no se contentaba con verlo con sus propios ojos, necesitaba grabarlo para rebatirlo con el robot, y así conseguir su control total. «Si consigo que Frank entre en razón, tal vez tenga la oportunidad de acabar con toda esta farsa.» Pensó Julius sosteniendo la cámara, pero sin dejar de sonreír al querer pillar a la mujer infraganti.

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Frank, salió por la esclusa dejando en la tierra rojiza una cuchara. Volvió sobre sus pasos y cerró la puerta, esperando pacientemente a que se realizara el intercambio. Pero Julius no dejaba de sonreír, hasta que algo hizo que su expresión cambiara radicalmente. Como le dijo Frank, la entidad no se mostró abiertamente. En cambio, a Julius le bastó lo que vio en ese momento, viniéndole una oleada de escalofríos por el cuerpo sin que se pudiera controlar. Desde la esquina que hacía el campamento, un brazo se extendió a lo largo hasta que dejó una escafandra en la puerta, cogiendo así la cuchara. El brazo de la entidad era muy largo aunque algo famélico, terminando en una mano de cuatro largos dedos, por no decir garras. Pero lo peor de todo, para la sorpresa de Julius, es que era de color gris. Y así sin más, después de realizar el trueque, desapareció. «Es grande…» Meditó Julius todavía miedo, al recordad el tamaño de aquel siniestro brazo. Al final, Julius bajó lentamente por la planta meditando lo que había pasado, hasta que dio con el robot. Éste se quedó esperando a que el hombre dijera algo. El astronauta no dijo nada. En realidad no pudo. El terror se le podía ver grabado en el rostro. Sin embargo, Frank no dejaba de sonreír con su inexpresiva sonrisa mientras sostenía entre sus manos metálicas una escafandra. —Ahora está enfadado, Julius… —dijo secamente, mostrándole la cabeza decapitada de Margaret dentro de la escafandra.

Capítulo VIII Oscuridad total Julius corría por las instalaciones de la base queriendo llegar a la entrada principal. «Esa cosa no va ha entrar a por mí.» Se prometió al tiempo que soldaba con un soplete la esclusa principal. Desde que el robot le enseñó que había una criatura merodeando por el suelo estéril de Marte, por muy imposible que pareciese, Julius no estuvo tranquilo ni un sólo momento. La sola idea de pensar en que aquel ser logró que la tripulación de la MARS I se volviera loca, consiguiendo que se quitaran las vidas, le produjo una oleada de sentidos de supervivencia. En cambio, Frank se mantenía a su lado a la espera de ser útil. Cuando Julius terminó de soldar el marco de la esclusa, queriendo así no volver al exterior, un objeto golpeó fuertemente desde el exterior amenazando con querer entrar. «Esto es inútil. Si los anteriores ocupantes murieron incluso estándo juntos, ¿qué voy hacer yo solo contra ese ser?» Se preguntó tirado en el suelo empapado de sudor, mientras algo arremetía contra la puerta principal. Sin querer saber lo que había en el exterior, teniendo todavía en su mente lo que presenció de aquella criatura, Julius encendió todos los focos de la base para no quedarse en la oscuridad.

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—Frank, no sé lo que hacer… —dijo con impotencia—. ¿No se te ocurre algún plan? ¿Algo que tu anterior tripulación hiciera en estos casos? —Sí, la hay. —¿La hay? ¿Y por qué no me la has dicho? —exigió al robot. «A esta maldita máquina no se le puede sacar nada en claro.» Concluyó Julius esperando la respuesta de Frank. Entonces, un potente ruido hizo temblar todo el complejo llegando a desequilibrar al hombre. Segundos más tarde, el silencio gobernó mientras el hombre estaba tirado en el suelo, callado, esperando que algo rompiera aquella silenciosa e inquietante situación. No tardó mucho en que Julius se arrepintiese de haberlo deseado. Desde el pasillo, una femenina voz automatizada advirtió por toda la instalación, diciendo: —Brecha en el casco del campamento base. Por favor, localicen la fuga en la base y séllenla lo antes posible. 95% de la reserva actual de oxígeno, y bajando… No quería morir en aquel asqueroso planeta, y menos aún junto con ese robot. Julius se puso rápidamente el traje espacial, y con su kit de reparaciones se dispuso a buscar la fuga. No cayó en la cuenta, hasta que lo vio venir. Delante del hombre, justo por el pasillo principal donde daba hacia la entrada, una horrenda sombra se proyectó desde el exterior. Y junto a ella, unos espantosos sonidos como los que hacían las cucarachas al reptar por las paredes, previnieron al hombre del peligro que corría. «Ha reventado la puerta principal...» —Frank…, te lo volveré a preguntar ¿Qué demonios hacía tu tripulación en estos casos? —De pronto la oscuridad se hizo total. —Solían contactar con Alice, nuestra compañera en órbita.

Capítulo IX Cucarachas Engullido en la propia oscuridad, Julius sacó la linterna de su traje enfocando así hacia su alrededor. Pero lo que vio tanto en las paredes como en el suelo, incluso amenazando desde el techo, hizo que el hombre volviera a apagar la luz. En ese momento sumergido en la oscura soledad, el robot activó sin previo aviso su sistema luminoso que salió disparado desde su pecho, alumbrando todo quedándose ahora ambos en un oasis de luz. Julius no quiso quedarse para presenciar aquello. Corrió sin mirar atrás como alma que lleva el diablo, y consiguió subir al segundo piso dejando a Frank solo ante el peligro. Entonces, desde el compartimento del capitán, una luz verde salió proyectada desde las faldas de la puerta.

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Con el miedo aún en el cuerpo, el astronauta entró con cuidado a la habitación cuando la puerta se abrió de repente metiéndose hacia un costado. Ante él, varios ordenadores de última generación funcionaban todavía sin depender del sistema eléctrico primario. «Deben de alimentarse del sistema de emergencia.» Dedujo Julius sabiendo que las baterías no durarían demasiado. Pero si con eso aguantaría hasta el amanecer, a Julius le bastaba. Desde unos de los monitores, ordenó cerrar el bloque uno, que era el primer piso, manteniéndolo así aislado del segundo. Ahora, en varios monitores veía cómo el sistema de ventilación se redireccionaba hacia el bloque dos en modo prioritario. Y dejando así todo arreglado, el hombre se dejó caer unos instantes sobre la silla soltando un suspiro. Pero su paz tardó poco en disiparse, cuando la criatura que entró por el complejo como una sombra se la escucha subir queriendo entrar en ese momento en el segundo bloque. «Estúpido, estúpido, estúpido. Si ha entrado en la base sin ningún problema, ¿qué te hace pensar que no lo hará también aquí?» Meditó Julius, escuchando a lo lejos lo que vio anteriormente reptar por todos lados. Sufriendo su propia pesadilla, el hombre cerró la habitación desde el mando principal queriendo no dejar pasar a lo que fuera que estuviese yendo a por él. «Alice…, ¿la compañera que está en órbita?» Le vino de pronto a la cabeza al pensar en lo que le dijo el androide. Sin pensárselo dos veces, buscó en el ordenador la forma de encontrar la manera de establecer contacto con esa persona. No le costó mucho. Después de maldecir al robot, y a su santísima madre por no haberle prevenido de aquello tan importante, Julius observó en el monitor una pequeña instalación orbitando alrededor de Marte. —¡Aquí base uno, aquí base uno!, ¡responda por favor! —pidió Julius aunque sin éxito—. ¡Aquí base uno, aquí base uno! ¡me encuentro en una situación fatal!, ¡responda por favor! —¡Aquí módulo… MARS… ¿Lázaro eres tú?... —respondió la voz de una mujer. —No, soy Julius —agradeció a los cielos por haberlo escuchado—. ¿Eres Alice? —¡Julius! ¿Pero qué haces allí? Vuelve al campamento base dos ahora mismo. Ahí estás en peligro —le informó la mujer. —Algo quiere matarme, y no sé que hacer… —dijo en lágrimas, escuchando que algo estaba entrando por la rendija de la puerta. —Julius, tranquilízate. Nada quiere matarte, está todo en tu cabeza —le aconsejó al tiempo que una video llamada entrante apareció en el monitor—. Respira pausadamente y cierra los ojos, no te dejes llevar por lo que veas. —¿Qué me estás contando? ¡Te digo que algo quiere matarme! ¡Está aquí dentro, en la maldita base! —exclamó Julius empezando a ponerse nervioso. —Mírame, ¿no me reconoces? —le pidió la mujer que se la veía ahora en la pantalla—. Soy yo, Alice, tu compañera.

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—Lo siento…, no me acuerdo de nada —se llevó las manos a la escafandra, en un acto de no querer escuchar lo que estaba reptando por la habitación—. Me desperté en mitad de la nada, sin tan siquiera saber cómo llegué hasta aquí. —Tuviste que sufrir algún tipo de traumatismo craneoencefálico… —dedujo Alice. En ese momento, Julius se giró sobre sí mismo al sentir algo sobre su espalda. Entonces cuando vio la sala llena de las mismas criaturas que tanto llegó a temer en su vida acercándose hacia él, el hombre gritó de angustia queriendo quitárselas de encima. —Julius, ¡maldita sea contrólate! —le ordenó Alice—. Cierra los ojos, concéntrate un segundo, hazme caso. —¡Es real, Alice! Lo estoy viendo, lo estoy viendo... Te lo puedo asegurar —decía estérico—. Es grande, es gris, y está dentro de la base… —Vale…, es verdad que hay algo inexplicable, Julius —le tranquilizaba al hombre—. Pero no existe nada que es gris, ni menos aún grande. —Lo tengo grabado, lo he visto… —Entonces Julius se quedó en una esquina de la habitación, pataleando mientras unas pequeñas criaturas se cernían sobre él. —Julius… ¿Has visto la grabación? —quiso saber Alice mirándolo con pena. —No… —Cayó de pronto en la cuenta. —Y dime… ¿que estás viendo ahora? —le preguntó, consiguiendo que se tranquilizara unos instantes. —¡Cucarachas!, ¡están por todas partes! —gritó al verlas encima suyo. —¡Julius, piensa aunque sea por sólo un puto segundo! —exclamó fuertemente—. No hay cucarachas en Marte… —Al escuchar esto, Julius empezó a comprender. Y mirando ésta vez hacia su alrededor, observó que en realidad, no había nada a lo que temer. «¿Cómo he podido ser tan estúpido?» Pensó sintiéndose avergonzado. Sus Cucarachas se habían esfumado, y volviendo a ver la preciosa cara de Alice en el monitor, ésta, le sonrió.

Capítulo X ¡No aguantaré! —Así que… ¿así murió la anterior tripulación? —dijo Julius, pensando en los videos que dejaron la MARS I, y en todo lo que le contó Frank. «Joshua se arrancó los ojos con unas tijeras, al decirnos que veía horribles criaturas por toda la base. Lázaro salió al exterior sin escafandra. Y Beth, se rajó el cuello al pensar que alguien iba a por

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ella.» Le vino la voz del robot, recordándoselo de nuevo—. ¿Cómo salgo de aquí? —Coge todo lo que puedas, y lárgate. No te será difícil ahora que te has controlado —le aconsejó Alice. —De acuerdo…, diré a Frank que lo prepare todo mientras… — Pero Alice le cortó al escuchar el nombre del androide. —Julius, no confíes en el robot. Él es el principal causante de todo. —¿¡Qué!? —«Sabía que esa endiablada máquina no era de fiar…». —Tal vez cuando bajes ahora al bloque uno, se haya marchado… —concluyó Alice pensativa—. No te preocupes, él no te hará nada. —Alice, explícame qué demonios ha pasado aquí —rogó a la mujer, ya que él no lo había entendido del todo. —Te lo explicaré cuando llegues al segundo campamento base — dijo obligándolo a ponerse en marcha. —Al menos dime si corro peligro… —exigió. —Tal vez —dijo sin querer continuar. —Necesito saber por lo menos algo… —siguió Julius insistiendo. —El robot está programado para obedecer a la primera entidad inteligente que se le presente —explicó cediendo a la súplica del hombre, con algo de miedo en sus labios, —Eso me dijo… ¿Pero entonces, no obedece a los humanos? —Sí que les obedece, aunque siempre que no se contradiga con las órdenes de su superior —reveló la mujer, consiguiendo que Julius se confundiera todavía más. —Entonces…, ¿a quién está obedeciendo? —se preguntó sin entender—. Si todo lo que he estado viendo no ha sido real, si esa entidad no existe tal como me has contado… —Yo no he dicho que no existiera —replicó Alice—. Sólo he dicho que lo que has estado viendo no es real. —Sigo sin entender… —Esa entidad a la que te refieres, existe aunque nunca se haya dejado ver —seguía contando—. Lo único que sé, es que puede hacer que tus peores pesadillas se hagan realidad en tu cabeza. —Y junto con el robot…, que lo usa en su beneficio —entendió de pronto—. Hace que todo parezca aún más real. —Exacto. Ese ser es más inteligente que nosotros, o eso es lo que piensa Frank —dijo Alice desde el monitor—. ¿Quién iba a pensar que encontraríamos a algo más inteligente que nosotros en éste planeta? —Nadie… —le aseguró Julius. —Ahora sal de ahí, ya te seguiré contándolo desde el segundo campamento. Y como le dijo Alice, Frank, había desaparecido del complejo. Ya había amanecido cuando Julius bajó al primer bloque, aún sin confiar en que esa cosa hubiese salido de la base, obligándose a reconocer lo estúpido que se debió de encontrar al soldar la esclusa principal.

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Todavía iba con el traje espacial, pensando que la planta estaba sin oxígeno y sin presión. Había escuchado él mismo cómo aquella criatura destrozaba la esclusa de entrada, para poder entrar a por él. Pero debió de estar todo en su cabeza, porque la entrada seguía soldada, y sin ningún desperfecto. En cuanto al aire de toda la planta, todavía seguía, aunque estaba un poco rancio cuando Julius se quitó la escafandra para maniobrar mejor. «Estaba todo en mi cabeza, y el cabrón del robot no dijo nada.» Pensó al tiempo que soltaba una larga risotada. Y maldiciendo por lo bajo, queriendo coger en ese momento al robot para destrozarlo con sus propias manos, Julius salió por la esclusa secundaria con varias botellas de oxígeno en su espalda, junto con un par de baterías para el vehículo. Ahora, desde el exterior, veía la base a lo lejos mientras se alejaba con su todoterreno por los pedregosos caminos marcianos. Siguió la misma trayectoria que realizó cuando llegó en su día al recinto, donde los tripulantes de la MARS I acabaron muertos al sufrir cada uno con sus pesadillas, y dejándose guiar por su brújula digital, Julius llegó a visualizar a lo lejos el segundo campamento base. Se elevaba en el centro de un enorme cráter, algo más pequeño que el complejo de la MARS I, y sus instalaciones, parecían intactas desde lo lejos. Entonces bajó, cuando estuvo seguro de hacerlo, por una ladera accesible del cráter mientras Julius esquivaba con el vehículo las rocas más grandes que se encontraba por esas tierras pedregosas gracias a su todoterreno, cuando de pronto, algo captó la atención del hombre. Al principio no lo apreció con detenimiento, viéndose obligado a parar el vehículo para observarlo con sus prismáticos. Y llevándoselos a sus ojos para verlo mejor, un sentimiento de terror se manifestó en Julius como un fuerte escalofrío a lo largo de su espalda. «Ya me había olvidado de ellos…» Se dijo al recordar en lo primero que hizo cuando despertó en Marte. Aunque Julius no se acordaba todavía de sus compañeros a causa del accidente que sufrió hacía unos días atrás, Ivan y Carla, se encontraban en esos momentos colgados de unas improvisadas horcas en frente del campamento. Pero no se rindió ahora que estaba más cerca de su objetivo que nunca. Apretó el acelerador del vehículo y cruzó a toda velocidad varias curvas, hasta que llegó a su campamento donde sus compañeros yacían muertos en unas sogas. «Con razón no me contestaban… ¿por eso me encontré en mitad de la nada?, ¿estaría huyendo de lo mismo que les mató…?» Se preguntó sin poder evitar unas lágrimas por ellos. Y Maldiciendo por haber abandonado aquellas personas a su suerte en su día, Julius les bajó de sus horcas para darles un digo entierro. Fue lo primero que hizo antes de querer entrar en el complejo. Cuando acabó de enterrar los cuerpos en la rojiza tierra marciana, donde seguramente querían para la posteridad en el planeta, Julius algo cansado, pasó su identificación sobre la lectora de la entrada.

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Pero la puerta no se abrió por él, sino por alguien que estaba ya dentro. «Si ellos sucumbieron al terror, yo no creo que aguante más.» Pensó al verle delante de él ofreciendo su mano a modo de saludo. —No debe permanecer en el exterior. Es peligroso para usted, Julius —le dio la bienvenida Frank.

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HOMBRES LOBO PARTE II

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Sanguinaria verdad Luna Nueva Dolor. Desesperación. Sangre. Infinidad de sentimientos contradictorios empezaron a invadirme la mente. Me encontraba en la cama de mi habitación con una toalla húmeda sobre la frente. Tenía sudores fríos en todo el cuerpo y sentí nauseas. Intentándome incorporarme, en ese momento la cabeza me empezó a dar vueltas, y sin poder evitarlo, vomité en el parqué del suelo poniéndolo todo perdido. «No entiendo nada… ¿Qué me ha ocurrido? ¿No debería de estar… muerto?» Pensé al verme de una sola pieza. Escuché voces en el salón. Y con el cuerpo hecho un asco, fui bajando por las escaleras mientras me sujetaba por la barandilla con cuidado de no caerme. Bajando, me tropecé con Albert en los últimos escalones donde se quedó mirándome fijamente. Yo le devolví la mirada. Entonces él quiso decirme algo, pero se lo pensó mejor y sin decir nada volvió a retomar su camino. «¿Sigue sin querer hablarme? ¿Pero qué le he hecho yo?» En el salón hallé a mis padres sentados en el sofá, tomando una taza de café, y mirándome pacientemente a que dijese algo. No pensaba dar ningún estilo de explicaciones hasta que obtuviese alguna respuesta de lo que estaba sucediendo, así que esperé a que alguien tomase la iniciativa de la conversación. Pero una voz familiar me habló a mis espaldas, dándome un susto de muerte. —Jimi ¿Ya te has despertado? —me dijo Joe, el sheriff, a la par que me daba unas palmaditas en la espalda. —Cariño… ven. Siéntate a mi lado —pidió mi madre, ofreciéndome un sitio en el sofá mientras quitaba unos cojines. —Estoy algo confundido… ¿Qué ha pasado? —pregunté en señal de obtener alguna respuesta coherente. Al realizar la pregunta, mis padres cruzaron sus miradas un instante dando a conocer que sabían algo. El sheriff se quitó el sombrero, y señaló que me sentase junto mi madre, donde ella me recibió con una infusión caliente en una taza de porcelana. El silencio que había en el ambiente era incómodo, y como nadie tomaba la iniciativa, pregunté: —¿Es que nadie me va ha responder? —¿No recuerdas nada? —rompió con aquel incómodo silencio mi padre. —Sí… recuerdo que estaba con Brian, y que bajábamos por el bosque huyendo de algo —respondí sin dar detalles. —Hijo, tengo malas noticias para ti —empezó a decir Joe.

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—Es una suerte que te hubiéramos encontrado a tiempo —seguía mi madre—. Estabas en estado de hipotermia, y apunto de morir. —Sé que es duro… —dijo mi padre manteniendo su cabeza sujeta entre sus manos. Joe, captó mi cara de incertidumbre y las ganas que tenía de que alguien me explicara lo que estaba sucediendo, y pausadamente, dijo: —Encontramos el cuerpo sin vida de tu amigo, Brian… cerca de las tierras de Ned —Terminó de explicar el Sheriff. Escuché las palabras de Joe, pero no las comprendí. Brian estuvo a mi lado todo el tiempo. Yo fui el que tuvo que haber muerto. Vi cómo la bestia se cernía ante mí dispuesta a matarme. «¿Qué estoy haciendo yo aquí entonces?» Quise preguntar a mi mente a la espera de recordar algo. El Sheriff me dio un rato para ver si lo asimilaba, para que así pudiese explicar la versión de mi historia. Pero como no lo hice, Joe continuó: —Sé que no es la mejor forma de darte la noticia, Jimi. Pero necesitamos en estos momento toda la información que nos puedas aportar, aprovechando ahora que tienes fresca la mente. No pude escuchar más las palabras que salía por la boca del sheriff. ¿Quería información? Yo ya sabía de sobra que él tenía la información de lo que estaba pasando en Hidden Forest. Entonces exploté. —¿Información? ¿Quiere que yo le dé información? ¿Por qué no empieza usted, a portar algo de información, sheriff? —¡Jimi! —me llamó la atención mi padre levantándose del sofá. —No se preocupe, George. Es mejor que se desahogue —dijo Joe levantando la mano para que se volviera a sentar. —Eso, vamos a compartir un poco de información —solté con aire chulesco—. Sé lo que está ocultando, Sheriff. Sé perfectamente lo que está matando a todo el ganado del pueblo, y a sus habitantes. —¿De qué estás hablando? —exigió entonces el Sheriff dejando su taza de café sobre la mesa. —Ayer, Brian y yo nos adentramos en el bosque, cuando llegamos a la conclusión de que una simple manada de lobos no era la causante de todo lo que estaba pasando en el pueblo —Iba explicando consiguiendo captar la atención de los que estaban en el salón—. Descubrimos el cuerpo sin vida de la mujer de Ned, en un claro del bosque. Encontré su cartera, por eso sé que era ella, pero creo que se me cayó cuando huíamos. Destrozada y mutilada por aquel animal ¿Pero no es un simple animal, verdad? —Espera… —El Sheriff reaccionó al instante cuando escuchó que habíamos encontrado muerta a la mujer del señor Anderson. Dio unas órdenes a sus compañeros por el talky, y me volvió a preguntar, aunque siendo más paciente esta vez—: ¿Cómo que no fue un simple animal? Explícate. —Es un hombre lobo, eso es lo que está matando... —¿Cómo has dicho, chico? —preguntó Joe dándome la oportunidad de corregirme. Pero no lo hice.

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—Un… hombre lobo —dije en voz baja. Entonces recordé lo que le dije a Brian «Hablar de hombres lobo como si fueran reales, si que es tabú en nuestra sociedad.» —Dilo más alto. —¡Un maldito Licántropo! No se haga el sueco conmigo, sabe de lo que estoy hablando —dije liberándome de aquel incómodo secreto—. Lo vimos en el bosque, que era de lo estábamos huyendo, hasta que llegamos cerca de la casa del señor Anderson. Entonces, deduzco que me desmaye… —Y con ésas últimas palabras, empecé a llorar al recordar que Brian no consiguió sobrevivir. Mi padre negaba con la cabeza, mientras que mi madre se despedía del Sheriff. Nadie me creía. —Siento mucho lo que acaba de suceder, Joe —oí a lo lejos cómo se disculpaba mi madre desde el hall. —No se disculpe, aún está en estado de shock. Todavía es pronto para que haya asimilado la muerte de su amigo —se despidió Joe volviéndose a poner su sombrero vaquero—. Empezaremos a buscar por donde ha dicho Jimi, si es cierto que ha encontrado el cuerpo… —Entonces, me miró desde hall de la entrada con ojos penetrantes—. Les mantendremos informados, llámenme cuando su hijo recuerde algo más.

Luna Nueva Visible Estuve durante una semana entera en la cama, prácticamente delirando, con convulsiones y altas fiebres. Eso fue lo que me contaron. A Brian, le encontraron sus restos esparcidos a lo largo de las tierras de Ned. Tardaron varios días en averiguar de quién se trataba. Ni la ropa, ni su documentación. Nada. Sólo con el ADN descubrieron de quién se trataba. Aunque ya se lo imaginaron la gente al ver que mi amigo no aparecía por ningún lado. Las matanzas siguieron en el pueblo de Hidden Forest, seguidas de las partidas de caza que organizaban sus habitantes. Pero eso no frenó al asesino. Tan sólo nos quedaba llorar a nuestros muertos, llevándoles en nuestros corazones con pena y nostalgia. La impotencia gobernó sobre los habitantes de la aldea. Nadie estaba preparado para enfrentarse a la sanguinaria verdad. Excepto yo. Al final no me libré de volver al instituto donde todo el mundo me recibió con caras largas. Nadie me dirigía la palabra. Ni siquiera Alex, que era el que más cariño me tenía. A nadie se le ocurrió acercarse, para dar las condolencias de una persona que acababa de perder a su mejor amigo. Tal vez tenían miedo. Miedo de que les dijera lo que mató a Brian, de la verdad. Todo el mundo se había enterado que yo estuve junto a Brian el día de su muerte. Y estaba claro que no querían saber cómo murió. Se contentaron tan sólo con oír lo que era una triste tragedia, y que fue un oso el causantes de todo. Estaba harto de todo. Mi mejor amigo había muerto a manos de un licántropo sediento de carne humana, y los únicos en los que podía

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confiar, que eran mis padres, no me creyeron. Así que empecé a indagar por mí mismo. Ese mismo día pasé de ir a clase, y me hundí en el rincón de la cafetería en la gasolinera del pueblo. La acaban de abrir, y según entré recibí el olor a lejía del suelo recién fregado. Pedí un café doble y el desayuno especial que era; una generosa ración de huevos revueltos, cuatro lonchas de crujiente beicon frito, tres tomate asado con salsa ranchera, y dos tostadas con salchichas picantes. Todo me supo a poco. Ya no sería lo mismo, algo había cambiado. Mi amigo Brian ya no estaría conmigo nunca más, y eché enseguida su humor y su compañía. Pero en su honor, me puse los auriculares del mp3 y dejé que Blind Guardian hiciese el resto mientras devoraba ansioso todo el desayudo antes de que empezase con mi propia investigación. Una vez que acabé, y me quedara satisfecho, saqué de la mochila varios papeles en blanco y un bolígrafo negro. Dibujé en la hoja del cuaderno una línea cronológica y apunté: 1º; Desaparición de Safford. Hace ya un mes. 2º; Matanza del ganado en las tierras del señor Anderson. Él sabía algo, y lo subrayé. 3º; El sheriff oculta algo, o se niega creer lo evidente. 4º; Las matanzas siguen por toda la aldea. 5º; Brian y yo, nos adentramos en el bosque queriendo investigar. «Que fue más por entretenimiento que por otra cosa…» Recapacité desde mi interior, y visualicé cómo le incité a Brian a venirse conmigo al bosque. Le di vueltas durante un tiempo, pero no saqué nada en claro de lo que había escrito. Pensé y pensé durante toda la mañana. Hasta que de pronto me di cuenta que la solución la había tenido delante de mis narices todo el tiempo «Es un hombre lobo, de eso no cabe duda ¿Por qué no se me ha ocurrido antes? Si es un licántropo, significa que tiene que ser humano antes de transformarse. Y sólo puede hacerlo en luna llena…» Volví a sacar impacientemente la hoja de papel donde había anotado mis pesquisas, y la leí de nuevo. «Hace un mes… todo se reduce a lo que pasó hace un mes.» Pensé mientras leí lo primero que había escrito. Hacía ya un mes un chico del instituto desapareció, y un viernes, como otro cualquiera, encontraron lo que quedó de él esparcido por la carretera a las afueras del pueblo. Ahí empezó todo. Nadie anterior desde la desaparición de Safford tenía que haber sido. Todo se reducía a una persona nueva alojada en el pueblo. «¿Pero quién? —Pensé meditando en el enigma—. Tuvo que ser alguien que hace un mes no estaba en la aldea.» Cogí el bolígrafo y lo mareé entre mis dedos. Ya llevaba tres cafés bien cargados, y no dejaba de dibujar cosas inconclusas en el libro de historia. «¡Historia! Eso es —Me vino en ese momento a la mollera, al tiempo que apuntaba rápidamente en el papel lo que se me había ocurrido—. Tiene que ser el profesor Xavier, ya que llegó a Hidden

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Forest hace un mes. Siempre va en su sillas de ruedas, pero creo que es una tapadera.» Un forastero buscaba trabajo en una aldea, dejada por la mano de dios en mitad de las montañas. La oportunidad se le presentaba al ver una vacante en el instituto. No. No encontró un puesto libre donde dar clases a alumnos. Sino que se libró del antiguo profesor, infiltrándose entre nosotros. Lo tenía todo a su favor «¿Quién sospecharía de un pacífico profesor cuya reputación lo precede, y encima en silla de ruedas?» Me pregunté, empezando a concluir que mis sospechas eran las acertadas. Nadie sospecharía de él. A nadie de las afueras les preocupaba una mierda lo que pudiera suceder en un pueblo más perdido que el propio Wally. No llamaba la atención. Pero no me rendí obsesionándome con el mejor candidato a “Hombre lobo” que tenía. Seguí pensando en quién más podría ser. «Hace un mes, hace un mes, hace un mes ¿Quién pudo haberse instalado en el pueblo hace un mes?» Cavilaba dándome golpecitos en la cabeza con el bolígrafo. Me di por vencido, y decidí despejar mi mente abandonando la investigación. Abrí la mochila y busqué algo con el qué entretenerme. El dichoso cómic, Luna de sangre. Lo encontré entre los libros y lo empecé a leer. Una vez que lo abrí sacándolo del envoltorio protector, saboreé el aroma que desprendía a nuevo. Aquello de los comics me gustaba, porque olor a papel nuevo y tinta fresca no se iba en meses, y si se cuidaba bien, en años. Brian, me dijo que era una pasada, ya que se lo dejé leer primero a él. Empecé por las primeras páginas, y el terror inundó enseguida mi cuerpo viniéndome consigo un escalofrío recorriéndome por la espalda. Una persona nueva en una aldea. Muertes. Partidas de caza. Todos eran sospechosos. Mi subconsciente lo comparó con lo que estaba pasando en Hidden Forest, y me asusté. No podía ser tan real como lo describía el cómic, o tal vez es que era el mismo modus operandi que tenían los hombres lobo a la hora de asesinar. Cada vez que pensaba en los licántropos, un pensamiento lógico me decía que abandonase aquella disparatada idea. Pero yo lo vi, lo olí, lo sentí cerca de mí, y casi acabé entre sus fauces. Aunque pensé que ya lo había hecho… El hombre lobo, era real. Eso me quedó grabado en mis retinas aquella noche de luna llena. Miré la portada del cómic y observé el nombre del autor. Alan Mirror, incluso el nombre asustaba. Entonces, inconscientemente me vino a la cabeza la imagen de Brian, justo cuando hace tan sólo unos días estábamos en éste mismo lugar «También pone que el autor lleva en Hidden Forest desde el mes pasado, alojado en un motel en la carretera comarcal. Está basando su historia en nuestro pueblo y paisajes.» Me dijo la lejana voz de mi difunto amigo. No podía ser verdad. Alan también estaba en el pueblo. Llevaba un mes en él, sabía sobre licántropos como nadie, y más que trabajar en una historia ficticia parecía que estaba redactando su propia biografía. Tenían que ser uno de los dos; o el profesor Xavier o Alan Mirror.

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Accidentalmente miré la hora en mi reloj, y recordé que hoy tocaba, en apenas unos momentos, clase de historia. Podía llegar a tiempo, para poder desenmascarar al profesor Xavier. «Sólo necesito plata, porque con eso se mata al hombre lobo. ¿No? —Deduje pensativo—. Tal vez no lo mate. Pero sí tiene que hacerle alguna fuerte reacción, al ponerle un objeto de plata sobre su cuerpo.» Observé el reloj, y me acordé cuando me lo regalaron en mi décimo cumpleaños. Bañado en plata de primera ley. Tardé media hora larga en llegar al instituto, y aprovechando que no había nadie todavía en el aula, empecé con mi plan. Cogí el teléfono móvil, y encendí la cámara de video guardándolo entre un montón de libros. Necesitaba tener pruebas, y quería que pagase con la misma moneda el asesino que mató a Brian. De pronto, se escuchó el sonido de la campa cuando acabaron las clases, y la marabunta humana salió de sus aulas en busca de sus nuevas materias. Esperé en mi pupitre pacientemente, mientras que el resto de la gente entraba en el aula acribillándome con sus miradas. Los cuchicheos por parte de las chicas también se hicieron notar, pero no me importaron ya que pronto sabría todo el mundo la verdad. Todos se pusieron sin previo aviso de pies para recibir al profesor. «¿A qué viene ahora esta formalidad?» Me pregunté. Pero no le di importancia. Saqué el reloj y me lo quité de la muñeca. Ya tenía el arma. La puerta del aula se abrió entonces lentamente. Mi corazón iba estallar. No podía más. Salí de mi pupitre, y con el reloj de plata en mano fui a por el profesor. La cámara estaba gravando, y las respuestas a todos los enigmas por fin serían contestadas. Estaba a punto de ponerle el objeto en su inmunda frente, cuando la gente se puso aplaudir enérgicamente. —¡Bienvenido profesor Aaron! —saludaron todos unánimemente. —Me alegro de verte —me dijo el profesor sonriente, estrechándome la mano al recibirle cerca de él. —Yo… también, señor —le volví el saludo, aunque me quedé algo consternado por la sorpresa—. ¿Se ha recuperado? —Sí, al final la rehabilitación parece que ha ayudado algo —me explicó. Entonces sujetándome por los hombros, dijo—: Siento mucho lo de Brian… nadie se merece acabar así. —Gracias… —le agradecí, y salí de la clase llorando a toda prisa. No podía ser. El profesor Aaron había vuelto de nuevo, y Xavier había conseguido largarse. Debía de ser él el hombre lobo. Entonces me temí lo peor, al pensar que tal vez obtuvo lo suficiente de nuestra aldea, para preparase a por la siguiente. Pero me equivocaba… Esa misma tarde fui a visitar al profesor Xavier, en su apartamento que tenía alquilado en la aldea. No me costó mucho averiguar dónde se alojaba. Internet era lo que tenía. Me recibió amablemente desde su silla de ruedas, y me dio las condolencias por mi amigo. Fue muy educado. Tomamos pastas con té a la antigua usanza inglesa, mientras conversamos durante toda la tarde. Me dijo que se marchaba a su añorada isla en un par de meses, ya que sólo había venido hasta

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Hidden Forest para hacerle un favor a su buen amigo de universidad Aaron. Cuidadosamente le dije que mirase mi reloj, para saber si era antiguo. En cambio lo aceptó, aun habiendo sabido que podía ser de plata por su brillante carcasa. Y observándolo con detenimiento me comentó que era de modelo irlandés. No le hizo ningún estilo de reacción al tocarlo. Me preguntó si era de Brian, y si lo llevaba conmigo para honrar su memoria. Yo le dije que así era, y después de unas cuantas pastas seguido de un té con leche más, me marché despidiéndome del profesor. Quedó descartado. Xavier, no era el hombre lobo.

Cuarto Creciente Las matanzas en los ganados del pueblo siguieron durante toda la semana, aunque sin las desapariciones de personas. El tiempo en la aldea tampoco hizo devolverme los ánimos. Sólo nevaba, y los días oscuros que se presentaban sobre el estado de Oregón eran cada vez más largos. El sheriff se pasaba de vez en cuando por casa, para saber si recordaba algo interesante. Pero siempre me escabullía de él diciendo que tenía que estudiar para los exámenes, aunque aquello fuese mentira. Me tiraba encerrado en el cuarto cuando llegaba de clase, y me conectaba en Internet en busca de información sobre licántropos. Sin embargo, nunca llegué a saber nada que ya supiera.

Luna Gibosa Creciente Unos días después, y sin noticias del hombre lobo, el fin de semana llegó presentándose con los cielos despejados. Ya me había decidido ir a visitar a Alan, el autor del cómic Luna de Sangre. Tenía que ser él, no había otra persona que encajara con mejor perfil. Estuve preguntando por los hoteles del pueblo, y por los bares sobre las personas que se habían dejado caer por la aldea en el último mes. Pero nadie se alojaba más de un día. Los únicos sospechosos que tenía eran el profesor Xavier y Alan. Y Xavier, ya no era uno de ellos. Dejando descartado al profesor, empecé a sospechar sobre mi hermano «Lo encontré bañado en sangre y desnudo ¿Y si fuera él?» Me pregunté al recordar aquella noche. Pero lo eliminé de mi mente al darme cuenta, que me abría enterado ya que vivía con él todo el tiempo. También le hice la prueba con el reloj de plata, que lo sostuvo en sus manos sin sufrir ninguna reacción. Mi hermano tampoco era. Paseando por el pueblo, me dejé caer por la biblioteca. Presenté el carnet de estudiante, y fui a la máquina de café para sacarme uno. Sabía a mata ratas, y dejándolo a un lado, empecé a ojear un libro antiguo sobre criaturas mitológicas. Nada que ya supiera. Entonces mi mente se distrajo al frustrase en no encontrar nada, y dejé de leer el libro. Fue en ese momento cuando me centré en la chica que se encarga de la biblioteca y me quedé observándola. No era muy atrac-

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tiva aunque si guapa. De hecho daba miedo. Tenía el pelo recogido en un lazo negro que formaba una coleta larga. El vestido incluso era demasiado apocalíptico para mi gusto, de estilo gótico metal. Por lo menos tenía una buena delantera. Su corsé negro hacía que sus pechos pareciesen dos misiles en posición Def con Dos. Y el calzando, que intimidaba un rato, se veía que sus botas en punta de acero repleto de pinchos sobresalían por debajo del mostrador. Ahora, una persona se acercó para alquilar un libro, mientras que la amable bibliotecaria lo registraba en el ordenador. Entonces, ella se interesó por el hombre, y él le regaló un autógrafo. Sentí curiosidad y me acerqué a ella. «¿Lo habré visto en alguna parte?» Pensé al ver cómo aquel tío se marchaba. Había algo en aquel pavo que me resultaba familiar. Al final me puse frente la chica, temiendo que sus pechos fueran a derribarme en cualquier momento. No me hizo caso, y tosí apropósito para captar su atención. —¿Sí? —me preguntó mascando un chicle sin mostrar interés. —Perdona… pero el que se acaba de ir ¿Qué libro ha cogido? —Te has dado cuenta, ¿verdad? —dijo emocionada con los ojos abiertos. —¿Darme cuenta, de qué? —pregunté sin comprender. —Ese era Alan Mirror. Está creando los volúmenes de Luna de sangre. ¡Aquí, en Hidden Forest! ¿Te lo puedes creer? —expresaba emocionada—. Acaba de coger un libro, sobre rituales de los antiguos clanes licántropos del país. —Así que era él… ¿Sabes dónde se aloja? —Depende… —dijo haciéndose la interesante. Le pasé un billete de diez pavos disimuladamente entre unos libros, giñándole un ojo, y esperé su respuesta—. Va ser que no, chaval. —Todos tenemos un precio, para mí es importante saber dónde vive —la propuse aunque no capté su atención. Entonces se me ocurrió algo. Saqué el dichoso cómic firmado de la mochila, y se lo puse delante de sus narices. —¡Dios! ¿De dónde lo has sacado? —saltó de sorpresa al ver lo que tiene ante ella, y sus pechos se movieron amenazantes. —No va ha salir hasta el próximo año. Además está firmado —le dejé que lo sobase un poco, esperando una clara recompensa—. Ahora dime dónde vive —la dije finalmente, ofreciéndole el valioso cómic. —A las afueras. En el motel Lake Mist. Está a cuatro millas antes de entrar en la aldea —me explicó sin dejar de babosear el cómic. —Y la habitación… ¿No la sabrás, verdad? —Mmmm, lo siento pero creo que no me la ha dicho —concluyó pensativa y le entregué el comic. —Un placer hacer negocios contigo —me despedí de ella de una vez por todas, dejándola con su premio y alejándome de aquellos dos misiles tierra aire. Salí corriendo de la biblioteca con la esperanza de poder alcanzar a Alan. Me iba dirigiendo hacia la salida Sur del pueblo, cuando desgraciadamente empezó a nevar una fuerte ventisca. Tuve que entrar

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en una tienda de veinticuatro horas, mientras esperaba a que pasase el mal tiempo. Me apropié de un bollo relleno de chocolate para calentar, junto con una turbo cola verde para aguantar el resto del día. De pronto, un hombre me sorprendió a mi lado, pareciendo interesarse por lo que quería comprar. —No compres eso, chaval —me dijo el hombre, mostrándome una bebida más de su gusto—. Te aconsejo esto, si quieres aguantar todo el día. —Accelerator —leí lo que ponía en la bebida. Se trataba de una lata negra con letras metalizadas que un llamativo rayo rojo la atravesaba a lo largo. Tenía medio litro, y me fijé en sus ingredientes, cargados de cafeína y otras sustancias no muy saludables para la salud. Sin duda me gustó. Un adicto a la cafeína como lo era yo, apreciaba ese estilo de cosas—. Gracias... —No hay de qué. Cuando quieras eliminar malos recuerdos en tu cabeza de adolescente, mézclalo con bourbon barato. Ya verás que buen resultado —mencionó con voz grave, y se rio a la par que cogía él mismo una botella de bourbon de la estantería, pero del caro. Aquel hombre era alto y corpulento. Llevaba una gabardina negra que llegaba hasta el suelo, y se abrigaba el cuello con una bufanda morada. De su cara, dejaba caer una extensa barba negra adornada por varias canas en su perilla. Los ojos los escondía con unas oscuras gafas de sol, mientras se ponía su boina correctamente sobre su cabeza. Un tío de lo más raro. —Ya… bueno, pero yo no puedo tomar alcohol —le comenté y juntos pagamos lo que habíamos cogido. Esperamos en la entrada, sin salir, donde entendimos que no iba a parar de nevar por lo que quedaba del día. —Algún día chico. Todo hombre bebe al final —Y dicho esto último, abandonó la tienda sumergiéndose en la gélida ventisca. —Vuelva pronto, señor Mirror —se despidió el dependiente del cliente al verlo marchar. —Espera, has dicho Mirror ¿Alan Mirror? —le exigí al empleado de la tienda. —Sí, eso he dicho. Compra bourbon, Accelerator, vino peleón, algo de papeo, y no vuelve hasta dentro de dos días —dijo al tiempo que revisaba las cuentas de la caja registradora—. Se ha convertido en nuestro cliente favorito. Y eso, que sólo lleva poco más de un mes en el pueblo. —¡Vale, gracias! —me despedí, y salí por la puerta en busca de Alan. Salí corriendo del establecimiento, mirando hacia todos los lados buscando al hombre. No me lo pensé, y seguí la calle que me llevaría a las afueras del pueblo «No debe andar muy lejos, acaba de salir tan sólo medio minuto antes que yo.» Pensaba, mientras me iba abrochando la chamarra, y los guantes para el frío. Sin embargo, aunque sabía dónde residía, gracias a la bibliotecaria de pechos temibles, supe que ese día no iba a ser. La ventisca era demasiado fuerte, y me fui a casa decepcionado.

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Luna Llena Unos días después esperé a que amainase la tormenta que estaba azotando la aldea. Aun así nunca cesó, y al final tuve que tomar una decisión. Decidí ir a buscar a Alan. Y esta vez no tendría muchas oportunidades de éxito, ya que era la primera luna llena del mes. Esta noche, el hombre lobo saldría a cazar. Seguía el camino dejando la aldea detrás, y luchando contra los vientos helados de la ventisca. No pensaba rendirme, necesitaba respuestas. Aquel hombre, ya me había dado esquinazo dos veces sin dificultad. Era fuerte, grande, e intimida bastante cuando se lo tenía cerca. Parecía un ermitaño, un vagabundo, un tío que se escondía de la sociedad con una botella de alcohol, para ahogar sus penas en una esquina de mala muerte. Tenía que ser él. Ya no me quedaba candidato mejor para seguir sospechando de quién podía ser el hombre lobo. Llegué malamente al hotel, que tenía en su techo el letrero congelado, con las estalactitas de hielo hacia donde sopla el viento. Entré y recibí el reconfortante calor de la calefacción del lugar. El sitio era bastante feo. Lo habían decorado con las paredes de un papel verde oscuro, y la madera de pino de los marcos de las puertas y los pasamanos de las escaleras estaban mal barnizados. Parecía el clásico hotel del videojuego Silent Hill. Acojonaba… Toqué el timbre de la recepción un par de veces, donde enseguida me atendió un hombre calvo y con un espeso bigote. —¿Desea algo? —me ofreció despreocupado. —Sí. Quería dejar algo al señor Mirror. —Bien, yo se lo entregaré. ¿De parte de quién? —Prefiero entregarlo en persona, ¿Sabe en qué habitación se aloja? —Quise preguntarle, sin querer ser muy descarado. —Lo siento, pero no revelamos esa información ¿Alguna otra cosa más? —dijo dándome largas el recepcionista con una falsa sonrisa en la cara. Una pareja entró en el hotel cubiertos de nieve, y se acercaron corriendo hacia el recepcionista dejándome a mí a un lado. —¿Nos da una habitación, para una noche? —pidió el chico sin dejar de hacerle arrumacos a su novia. El recepcionista, se fue a mirar a la otra punta de la recepción si le queda alguna habitación libre. Entonces fue cuando vi una buena oportunidad. El libro de registros lo tenía cerca, y disimuladamente leí las últimas entradas: «Sr. Alan Mirror — Habitación nº 33.» Ya tenía la información, y dejé a los tortolitos con el antipático recepcionista. Rápidamente salí de la recepción para no ser visto. Entonces, en el exterior, con el frío soplándome en la cara, busqué la habitación donde residía la persona que ansiaba encontrar. El fuerte vendaval hizo que consiguiera tirarme al suelo donde me obligué al instante a sujetarme en el pomo de una puerta. «Nº 33» Leí en la puerta en la que estaba agarrado. Desde las ventanas vi que tenía las cortinas

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echadas. Y en el pomo de la puerta, ponía claramente un cartel de “No molestar”. Me dio igual lo que pusiera, y llamé dos veces. «No hay respuesta, tal vez no esté.» Pensé impaciente. Pero de pronto, escuché los pasos de una persona acercarse a la puerta. No dijo nada, y esperó a que la volviesen a llamar. —¡Señor Mirror! ¡Tengo unas preguntas para usted! —le ofrecí, rezando para obtener alguna respuesta. La puerta se entreabrió un poco, escapándose de ella el valioso calor que había en la habitación. —¿¡Qué quiere!? ¡Estoy ocupado! —Verá, nos conocimos el otro día en el veinticuatro horas pero no sabía que era usted. Sino se lo hubiese preguntado antes en la tienda —expliqué con las manos escondidas en las axilas. —Ah… sí. Ya me acuerdo. El chico de la lata energética —dijo Alan recordándome—. Lo siento, pero no firmo autógrafos hasta el mes que viene. —No me importan sus autógrafos, ni sus cómics. De hecho, regalé uno suyo firmado hace poco para saber dónde se alojaba. Sólo serán unas preguntas y me iré, se lo prometo —le rogué desesperado. Lo que le dije pareció causarle curiosidad. Después de un momento de silencio, abrió la puerta y me dejó pasar. —Así que no estás interesado en mis obras… —expresó sonriente mientras se servía un vaso de licor sentado en la butaca—. Sólo hay un ejemplar único firmado por mí en este pueblo —Rio—. ¿Te lo ha vendido Harlod? —Sí. Y además, estaba dispuesto a venderlo por cincuenta miserables pavos —le revelé, al tiempo que me quitaba la chaqueta. —¡Ja! Menudo pirata está hecho —dijo soltando una carcajada—. En Nueva York se cotizan por miles de dólares. Maldita sea, incluso en Internet se matan por ellos en las pujas. Te había salido barato chaval, no debiste regalarlo tan a la ligera. —Ya, vale. Para la siguiente lo tendré en cuenta —aseguré al hombre, sin que me importase lo más mínimo aquel consejo—. He venido hasta aquí para hablarle sobre los asesinatos que estamos sufriendo en la aldea. —Así parece que te has dado cuenta… —mencionó a la par que se encendía un cigarro. —¡Usted, usted es el hombre lobo! ¡Usted es el que mató a mi amigo devorándolo sin piedad! —Y acusándolo, le cogí desprevenido donde le pude coger de la mano poniéndole el reloj de plata sobre su brazo. Pero no pasó nada, y Alan me miró con ojos preocupantes. —Lo siento chico, pero yo no soy ningún hombre lobo —dijo sin preocuparle lo que acababa de pasar—. Pero ilústrame un poco, y dime; ¿Cómo has llegado a esa conclusión? —Yo… no sé por donde empezar. —Primero. No se mata a un licántropo poniéndole plata sobre su brazo —explicaba dando una larga calada a su cigarrillo—. Tiene que tenerla en la corriente sanguínea para que le afecte, y en grandes cantidades debo de añadir.

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—Hace un mes que empezaron las matanzas —empecé a revelar lo que sabía—. Así que deduzco que el hombre que se transforma en esa bestia, debía de ser de las afueras. Un extranjero, como usted y otras personas que vinieron hace cuatro semanas. —Y entonces… empezaron las muertes ¿Me equivoco? Y una de esas personas sospechosas, soy yo. —Sí. —Hablas de un hombre lobo como si fuera el responsable de lo que está pasando en la aldea… ¿Por qué crees que va a ser real sólo por eso? —¡Lo he visto! Alan rió enérgicamente y dejó su copa de licor en la sobremesa de la cama. —Claro… ¿Por qué no? —seguía riéndose como si hubiese escuchado la misma conversación otras veces. —Mi colega y yo, nos adentramos en el bosque. Sabíamos que se trataba de algo sobrenatural. Creo que hasta usted se ha dado cuenta de ello. —¿Y que descubristeis? —Una despensa de animales muertos en pleno claro del bosque, y el cadáver de la mujer de mi vecino —Iba contando a Alan, que me miraba pacientemente pero sin dejar de fumar—. Entonces nos descubrió, y nos siguió hasta la casa del Ned, mi vecino. —Y ahí fue donde mató a tu amigo… —Terminó debiéndose de golpe el vaso lleno de licor. —Ya lo ha debido de leer en los periódicos —dije al ver que no le había sorprendido la noticia. —Entonces, tú debes de ser Jimi, el chico de sobrevivió al brutal asesinato de tu colega. —Ya me ve… —Bueno, pues dejando a un lado de que yo sea el hombre lobo, te diré que tengo una coartada. —No me lo creo. —La noche en que tú y tu amigo os divertíais en el bosque, yo estaba de cena con unos amigos en el Pub de la aldea; The drunk frog —dijo tranquilamente recostándose en la butaca. —Conozco ese lugar. —Pues pregunta. Me vieron decenas de personas, hasta firmé libros y cómics que no veía desde hacía siglos. —Usted es el que más sabe sobre licántropos en todo el pueblo, y creo que sabe lo que está pasando —dije arrepentido de haberlo acusado de “monstruo asesino"—. Alguien tiene que parar esta masacre. El hombre apuró su cigarrillo hasta el final, y rindiéndose finalmente a lo que estábamos discutiendo, me dijo: —Sólo te diré una cosa —empezó a decir levantándose con otra copa servida en la mano—. Creo en los hombres lobo, y también creo que hay uno en el pueblo. —¿¡Entonces, cómo se le mata!? —quise saber impaciente.

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—No se puede —Entonces se acercó a mí y me miró fijamente los ojos. Algo vio en mí. Luego desvió la mirada hacia una caja que iba sacando de debajo de la cama—. Verás, cuando un hombre lobo prueba la carne humana, sólo es el principio del fin. —Entonces… ¿no hay nada que hacer? —Piensa un poco chico ¿Quién te creería? ¿Quién te ayudaría a matarlo? —Usted… usted podría —Y dicho esto Alan rompió a reír de nuevo, aunque esta vez tosió a causa del tabaco, y me ofreció algo que poniéndomelo sobre mis manos. —Esto es una bala de plata de primera ley, bendecida por el propio Papa de roma —me explicó—. Pero aún no estás listo para saber la verdad… ni siquiera tendrías valor a utilizarla. —¿Qué verdad? —Úsala cuando lo tengas a tiro, no te será difícil encontrar un arma en este país —aseguró, señalándome la bala que me acababa de regalar—. No cuentes a nadie nada sobre el hombre lobo. Sólo te meterás en líos, créeme —Y previniéndome de esto último, me acompañó hasta la puerta. —Gracias de todas formas. —Gracias a ti, Jimi. Y vuelve cuando acabes con la bestia, tenemos mucho de qué hablar. —Volveré, lo prometo —dije saliendo por la puerta. —¡Ah! ¡Jimi, una cosa más! ¡Un hombre lobo nunca deja presas, tenlo presente! —aclaró cuando estaba ya lejos, y cerró la puerta de golpe. El profesor Xavier no era el hombre lobo, pero tampoco lo era el dibujante de cómics Alan Mirror ¿Quién sería la bestia? Fuera quien fuese ya no me quedaba más tiempo. Al quien estaba buscando con tanto ímpetu, definitivamente se transformaría esta noche en el hombre lobo…

Segunda Luna Llena Había pasado. Tal como predije que pasaría, la noche anterior, después de que visitara a Alan, las noticias en el pueblo vinieron al día siguiente con más tragedias por parte del licántropo. Ya no sólo se contentaba con saciarse con el ganado de los ganaderos, que éstos se los encontraban devorados por sus campos. Esta vez habían desaparecido personas, incluso familias enteras. Primero fueron la familia Williams, que vivía a las afueras de Hidden Forest, el padre y sus cuatro hijos . En cambio, la madre, Megan, sobrevivió para su infortunio ya que esa noche no se encontraba en la casa. Cuando volvió por la mañana, se encontró su casa destruida junto con los cuerpos devorados de sus hijos y su marido. O por lo menos lo que quedó de ellos. Los Pattison, llevaban una pequeña empresa de mensajería, y en aquella noche de luna llena, como les pasó a los Williams, la criatura entró en sus tierras matando todo lo que se encontraba por delante.

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Todos fueron cruelmente asesinados. Las fotos que colgaron en el periódico, revelaron el cruento mar de sangre que sufrió aquel hogar. Sin embargo, para mí, aunque fue bastante trágico enterarse de que aquellas familias habían sido carnaza fácil para el hombre lobo, no me sorprendió tanto como lo que le pasó a un conocido mío. El mismo que fui a visitar el día anterior. En el hotel Lake Mist, justo en la habitación nº33, Alan Mirror yacía despedazado y con el corazón arrancado de cuajo. Eso me dio que pensar… ¿Tal vez estaba, aunque sin saberlo, más cerca de la persona que se transformaba en la bestia? ¿Me abría seguido hasta Alan? ¿Sabría el monstruo que el dibujante de cómics estaba familiarizado con los licántropos y por eso quiso matarlo? ¿Temió que lo delatara? Aun así, de poco le valió al bueno de Alan. Literalmente nunca más volvería a dibujar un maldito hombre lobo. Nadie iba ya sólo por las calles, sin pararse tan siquiera a hablar ni en los bares ni en otros centros de reunión. El cine se cerró hasta nuevo aviso, y la tienda de cómics no volvió abrir ya por las tardes. El toque de queda se puso a las cinco de la tarde, cuando la noche reinaba en la humilde aldea de Hidden Forest. El tema de la manada de lobos hambrientos, ya no engañaba ni a los niños. Toda la aldea pensaba que era algo fuera de la comprensión humana, sin que pudieran llegar a comprender lo que estaba sucediendo. A nadie se le ocurrió hablar del hombre lobo. Aunque las evidencias eran irrefutables, por lo menos de quién conocía las historias de la bestia. Del licántropo nunca hubo pruebas evidentes, ya que no se dejaba ver en ninguna circunstancia. Ni siquiera las huellas de lo que era aquel gigantesco monstruo. En mi casa, el tema era tabú. Mis padres, conversaron durante varios días sobre salir del pueblo, para abandonarlo a su causa. Pero yo me negué. Quería justicia, quería ver al licántropo muerto. Que lo vieran, que supieran a qué se enfrentaban. No obstante me derrumbé ése día. Ya no supe qué más hacer. Saliendo de la clase de mates me dispuse a irme hacia casa. Esa misma tarde, tuve que cuidar de las hijas de Ned; Samantha, y Sharon. Como sabía que el señor Anderson guarda armas de fuego, busqué por toda la casa. Encontré una pistola de nueve milímetros, donde se encajaba la bala de plata que me dio Alan a la perfección. Después de hacerme con el arma, me fui a por la bestia al bosque. Pero no encontré su despensa como la última vez. No había un rastro que seguir. El asesino había borrado las huellas que lo delataban Cuando llegué a casa, algo más tarde de la cuenta, vi que las noticas estaban comunicando por todos los medios que el profesor Xavier había sido encontrado en mitad del bosque por unos cazadores, muerto, aunque el término más exacto sería definirlo con todos sus miembros separados de su inválido cuerpo. Estaba claro que el hombre lobo sabía quien era yo, y sabía con la gente con la que me rodeaba. Temí por Cadi… Era evidente que la segunda luna llena que esperábamos todo el mundo en Hidden Forest encerrados en nues-

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tras casas, no iba a ser tan tranquila como la anterior. El hombre lobo, volvería a matar.

Tercera Luna Llena El jueves amaneció con el gélido invierno bastante avanzado, y en el instituto, ya estaban anunciando otra desaparición. Brian ya me lo dijo en su día; cuando se acaben las presas fáciles como el ganado, empezaran con las personas. Joff, un chico gordinflón aplicado en ciencias, fue uno de los primeros. Ganó el primer premio a mejor proyecto científico. La gente lo alababa. Era simpático con todos, y su humor siempre nos levantaba el ánimo. Pero al pobre desgraciado, lo encontraron en la fuente de la plaza del pueblo, desnudo, congelado como la propia muerte, y con todos sus órganos desparramados por la calle. Aunque sin un gramo de grasa en su cuerpo... Su expresión, demostraba que sin duda alguna había sufrido hasta su último aliento de vida. Fue una inmerecida muerte. Me acerqué al mural que habían creado desde la aparición del cuerpo de Safford, para conmemorar la memoria de los alumnos que murieron. En él, vi a todos los que habían sido asesinados por el hombre lobo. Safford, Henry, Forks, Violeta, Edward, Bella, Jacob, y ahora le había tocado al pobre de Joff. Todos fueron brutalmente asesinados. Sobre todo los cuatro últimos de la lista. El mural, llegaba a cruzar todo el pasillo de la entrada principal, lleno de fotos, y mensajes de despedida escritos por la gente de todo el instituto junto sus familiares. «Esto tiene que acabar.» Pensé, cuando les vi llorar a los amigos de sus difuntos compañeros. En ese momento, cuando me disponía a rime, vi a Cadi esperar al autobús. Hacía tiempo que no la veía, sin tan siquiera atreverme a hablarla por lo que me había sucedido con el loco de su novio. Pero el tiempo que tenía de vida en Hidden Forest estaba controlado por la muerte. No quería arrepentirme de no haber tenido la oportunidad de estar con ella. Así que reuní el poco valor que me quedaba, y me acerqué hacia ella para saludarla. —Hola Cadi ¿Esperando al bus? —le dije poniéndome a su lado. —¿Que tal, Jimi? —preguntó con sorpresa cuando me vio—. Sí, estoy esperando. Hoy Alex tiene entrenamiento hasta tarde —expresó entonces con desilusión al mencionar a su novio. —Pues él se lo pierde. Cadi se rió. Le caía bien. De alguna forma sabía que le gustaba. Ella pareció sentirse segura conmigo, y me propuso sonriente: —¿Sabes? Hoy me apetece ir a casa andando. —¿En serio? ¿No tienes miedo de…? Ya sabes… —No, seguro que si estoy contigo no me pasará nada —comentó entre risas. —Seguro que no —Entonces ella me ofreció su brazo, para que fuésemos juntos hacia su casa.

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La tarde se nos echaba encima, y el frío se hacía notar cuando expulsábamos nuestro valioso calor por nuestras bocas en forma de vaho. Mientras íbamos paseando por la aldea, Cadi se paraba siempre cada vez que veía un bonito vestido en los escaparates de las tiendas, haciendo risas de cómo le sentaría en verano. La luz que desprendía me cautivaba. No quería mentirla, y necesitaba con urgencia contarla lo que me estaba sucediendo. En realidad, lo que estaba sucediendo a los habitantes de Hidden Forest. Ya no aguantaba más guardar mis sentimientos hacia ella. Me la jugaría a una sola carta. —Tengo que contarte una cosa… pero no sé cómo te lo vas a tomar —le propuse cuando llegamos a una cafetería. —No te lo guardes, puedes confiar en mí —aceptó cogiéndome de la mano. —Yo… estoy por ti. —Eso ya lo sé, tonto. —¿Y no te molesta? Quiero decir, que estás con Alex y bueno… —Alex es un capullo. Sólo piensa en sí mismo —confesaba Cadi liberándose de su tormento—. Tú en cambio sabes escuchar, y eres amable con todo el mundo. La gente te respeta más de lo que tú te crees. —¿Me respetan? —dije sorprendido. —Sí, lo que pasa es que nadie te lo ha dicho. Todo el mundo sabe que viste algo cuando Brian murió —mencionó, esperando que me lo tomara a bien—. Por eso no te han preguntado nada, porque tienen miedo de saber la verdad. La verdad, que sólo tú sabes. —¿Quieres saber lo que vi? Te reirás —le advertí. Pero me daba igual, me estaba confesando que sentía algo por mí. Lo más difícil lo había superado, y esto tenía que ser un signo de confianza hacia ella. —No me reiré, confía en mí —me aseguró dándome un cálido beso en los labios. —Vi un hombre lobo —No mostró sorpresa al decírselo—. Sé que es difícil de creerlo, pero Brian y yo seguimos su rastro por el bosque. Y ahí, nos descubrió. Entonces, fue cuando mató a Brian, mi mejor amigo… —Yo te creo, Jimi. No te avergüences por contármelo —dijo dándome confianza en ella—. Pero antes de decírselo a nadie, necesitaremos pruebas que lo confirmen ante toda la aldea. Entonces podrán ir todos a por el licántropo, y acabarán con él. Al escuchar todo aquello de Cadi, me enamoré rotundamente de ella. Alex se podía ir a freía espárragos. «A esto se le llama marchar un tachdown capullo». Me dije al pensar en el perdedor de Alex. El día terminó cuando dejé a Cadi en su casa. Nos despedimos en su portal con un largo y cálido beso. Ahora todo merecería la pena. Al final me fui hacia mi casa, esperando ansioso al siguiente día para volver a ver a la chica que siempre había deseado, y de empezar a ir enserio a por el hombre lobo. Había perdido a mi mejor amigo, de la peor manera que se pudiese alguien imaginar. Y por Brian, me comprometí al expresar mis sentimientos hacia Cadi. Nunca más me

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acobardaría ante nada. La muerte de mi colega me dio fuerzas para apreciar más la vida. No debía de tener miedo nunca más a que me rechazaran. No podía vivir en la incertidumbre. Prefería amar y haber perdido, que nunca haber amado. «Aunque tenga mucho que perder, nunca más tendré miedo.» Pero una vez más, me equivoqué. La única farola que alumbraba en se momento en toda la carretera, estaba infestada por infinidad de insectos que no dejaban de chocarse contra el foco. Entonces la luz se puso a parpadear durante un instante, hasta que de pronto se fundió, abandonándome en aquella aterradora zona. Solitaria, oscura, tenebrosa. La oscuridad se apoderó de mí. No pude controlar el miedo, y decidí correr hasta el siguiente oasis de luz cercano. Descansé en un poste de teléfono al verme cansado por la carrera, cuando una sombra a mis espaldas se fue haciendo cada vez más grande. Se estaba acercándose hacia mí sigilosamente. Algo fatigado levanté la cabeza del suelo, y vi cómo una figura se me aproxima. Y la última persona a quien esperaba encontrarme aquella noche, se me presentó para mi mala suerte. —¡Date por muerto! —me amenazó Alex acompañado por varios de sus amigos. No lo pensé dos veces, y me di a la fuga. Si me cogían, podía darme por muerto. Pero también tenía la opción de hacerle frente. Me darían la paliza de mi vida, pero aquello ya me daba igual. Si lo pensaba bien tenía una oportunidad. Centrarme sólo en Alex. Si le derrotaba, aunque fuese sólo a él, perdería todo su prestigio. Nadie lo respetaría jamás. Ahora tenía a lo que más quería. Tenía a Cadi. «Por ti Brian.» Pensé finalmente, parándome de golpe para afrontar mis miedos. —¡Toma! —Alex, con los llenos de ira, y celoso de haberme quedado con su novia, golpeó con su puño sobre mi cara—. ¡Esto es para que cada vez que estés con Cadi, me recuerdes! «Había olvidado lo fuerte que era...» Medité al sentir la sangre en mi boca. Estaba claro que no me iba a salir de rositas tan fácilmente. —¡Sufre estúpido, te lo has ganado a pulso! —exclamó uno de los matones de Alex dándome con el bate en mis piernas. Entre todos, me empezaron a dar patadas cuando caí al suelo. Pero reaccioné enseguida haciéndome una bola, para protegerme de los múltiples golpes que me proporcionaban. Pero se aburrieron enseguida, y decidieron levantarme. Era mi oportunidad. —Eres un perdedor… sólo te obedecen porque te tienen miedo, porque eres un niño de papá —le dije al cabecilla, algo aturdido por la paliza—. Si fueras un hombre lucharías tú solo —«No tuve que haber dicho eso.» Pensé cuando me parieron la cara con una madera. Pero parecía que había surtido efecto en Alex, y decidió enfrentarse a mí por igual. —Muy bien tú lo has bu… —Esta vez no le dejé acabar. Aproveché aquel momento, que nadie tenía que malgastar con inútiles discursos

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o amenazas. Le di un rodillazo en los huevos, y conseguí tumbarlo en el suelo con un gancho de derechas. Ya lo tenía donde le quería. —No mereces la pena. Pero aún así te voy a humillar delante de tus amigos —Y dicho esto le partí la nariz de una patada. Pero los esbirros de Alex sintieron que los había insultado al derrotar a su líder, y me cogieron desprevenido donde me dieron la paliza de mi vida. Estaba en el suelo recibiendo de todo menos cosas bonitas. Una patada impactó de pronto en mis costillas, dejándome sin aire. No pude resistirlo, y creí que estuve a punto de desmayarme. Entonces, mi mente eliminó el dolor que sentía, y se centró en la luna que estaba en cielo. Estaba llena, gigante, brillante como un diamante en bruto. No lo había pensado hasta ese momento. Estábamos solos en una carretera en la que nadie usaba a estas horas de la noche. Algo me dijo que corríamos peligro. No estaba seguro, pero desde el suelo, vi cómo se aproximaba un perro hacia nosotros. No. Era algo más grande. No creía ver lo que era, pero sabía que no iba a ser nada bueno. Era gris, majestuoso. Saltó por encima de nosotros, y ahuyentó con un temible gruñido a los que me estaban pegando. Un hombre lobo, lo veía. Esta vez estaba seguro de lo que en realidad veían mis ojos. Alex, acojonado de lo que tenía delante, intentó escapar. Pero tropezó al volver la mirada hacia el hombre lobo. «Nos va a matar, no puedo más. Lo siento, esta vez si que estoy muerto. Fue bonito mientras duró.» Me dije, rindiéndome al verlo todo blanco.

Cuarta Luna Llena Dolor. Desesperación. Sangre. Infinidad de sentimientos contradictorios empezaron a invadirme la mente. Me encontraba en una sala blanca rodeado de personas. Entonces tuve que girar mi cabeza al recibir un fogonazo de luz sobre mis ojos. Me hablaban, aunque no entendí nada de lo que me decían. Uno de ellos me ordenaba algo, lo supe por el tono de la voz en el que se me dirigió. Pusieron algo sobre mi cabeza, y fui obligado a incorporarme. Me dolía el bolo, como si un millar de agujas me perforasen el cerebro. El sabor a sangre lo sentía en la boca, lo cual hizo que me acordara de la paliza que Alex y los suyos me dieron. Todo aquello era molesto, y volví a verlo todo en blanco, obligándome a adentrarme en lo más profundo de mi ser. En mitad de la oscuridad alguien me despertó. Albert se encontraba a mi lado diciéndome algo. No estaba seguro de lo que me quería decir, pero creí que me estaba asegurando que no tenía que

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preocuparme por nada. Pedí un vaso de agua, que me entregó al instante, y lo bebí como si no hubiese bebido nunca. Ahora lo veía todo claro. Estaba en el hospital del pueblo, rodeado de frascos de flores junto con sus respectivas notas. Las leí una por una, y todas decían que me recuperase enseguida. Harold, en tío de la tienda de cómics, mamá, papá, también había una de Albert, Cadi expresaba en su nota que me echaba de menos, y varios compañeros del instituto. «No entiendo nada ¿Qué demonios acaba de pasarme?» Pregunté confuso a mi mente. Cogí el teléfono móvil y leí los últimos mensajes, pero sobre todo me fijé en la fecha. Había pasado casi un día entero desde que dejé a Cadi en su casa, y que luego me dieran tal paliza Alex y sus amigotes. «¡El lobo gris! ¡Lo vi!» Pensé entonces, al tiempo que me vi saltando de la cama para llamar a Cadi a su teléfono. No tardó mucho en cogerlo, pero dejó que yo dijera algo primero. —Cadi, vi al hombre lobo, tienes que creerme —Se lo juré sobre la tumba de Brian, cuando visualicé a la bestia en mi mente. —Jimi… tenemos que hablar —expresó Cadi con la voz apunto de quebrarse—. Alex… ha muerto. Esto tiene que parar. —Lo sé —contesté entonces al recordar cómo nos había arrinconado el monstruo—. Tengo el remedio para terminar de una vez por todas con el licántropo. —Nos vemos en el bosque en dos horas. Te estaré esperado —Y acto seguido colgó el teléfono, dejándome con la palabra en la boca. Salí del hospital sin llamar la atención. El sheriff, Joe, estaba con unos cuantos agentes en la entrada, pero les di esquinazo saliendo por la parte trasera. Tuve que esquivar a una ambulancia que entró a la velocidad del rayo en la zona de urgencias, y con lo puesto, me fui a casa a ponerme algo más decente. El hombre lobo había vuelto ha matar, delante de mis narices. Tal vez tuve suerte de salir airoso de esa situación, pero de alguna forma sabía que no tendría otra oportunidad de salvarme tan fácilmente. No volvería a burlar a la muerte. Esta vez, no lo haría. Llegué por fin a casa, pero vi que no había nadie en ella. Miré la hora en el reloj de la cocina y deduje que estaban todos en el trabajo, y Albert en el instituto. Entonces me hice con una chamarra, unas botas de montaña, unos vaqueros, y con la pistola que había sustraído a Ned, ya cargada con la bala de plata. «Cadi confía en mí. Juntos, mataremos a la bestia y terminaremos con las matanzas.» Me dije confiando en mis palabras. Alex había muerto, eso me contó Cadi. No le guardé rencor, aunque tampoco sentí nada hacia ese chico. Ni siquiera me compadecí porque hubiese muerto a manos del licántropo. Nadie debía de morir así, eso ya lo sabía de ante mano. Hasta mis enemigos se merecían acabar rodeados por los suyos. Dejé mis pensamientos atrás y fui adentrándome por el bosque pasando las tierras de Ned, donde enseguida me encontré a Cadi sentada en una roca. Sin embargo, algo había en ella que había cam-

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biado. Algo no iba como debería de ir. La vi y supe que era ella, pero no la comprendí. —Jimi, me has encontrado —dijo sonriente. Vestía tan sólo con una blusa blanca, y se encontraba descalza, de pies en una fría roca. Su cuerpo estaba bastante sudado, dejando ver su figura desnuda al transparentarse la blusa. —¿Qué pasa, Cadi? ¿Por qué estás… así? —la pregunté al ver a una persona que creí no reconocer. —El otro día probé la carne humana —manifestó, saboreando sus carnosos labios con la lengua—. Sé que está prohibido, pero es tan delicioso…. —No sé lo que me estás contando —expresé con miedo, viendo que ahora avanzaba hacia mí. —Ya no tengo que esconderme. No ante ti —Me besó, y juntó su lengua con la mía, regalándome el sabor a metal de la sangre. Estaba confundido, pero me dejé llevar siguiéndole el juego—. Déjame decirte que te amaré para siempre, y que jamás nos separaremos nunca. —Dicho esto, se quitó la blusa desnudándose delante de mí. Su cabello se volvió más negro y revuelto. Sus ojos revelaron que me querían de verdad, pero con reservas. Sus pezones se endurecieron entonces al sentir el frío del bosque. Me volvió a besar, pero sin amor. Su lujuria escondía algo oscuro, algo que no sabía cómo iba acabar. Seguido, me abrazó fuertemente y fundió su lengua con la mía una vez más. Pero aquello era demasiado para mí. Y al ver que empecé a rechazarla, se separó de mí. Sonreía mientras se lamía la palma de su mano, que estaba ensangrentada. Cadi, me miró fijamente e indicó que fuera hacia ella. Su cuerpo me atraía a más no poder, en cambio, sus intenciones me acojonaron un rato. Aquella persona que tenía delante de mí, no quería echarme simplemente un revolcón en la hierba. Quería algo más… Como vio que estaba perplejo ante ella, dijo: —No tengas miedo, Jimi, ya sabes lo que soy. —No. Creo que no lo sé —dije, aunque empezaba a temérmelo. Unos largos y poderosos colmillos, se revelaron saliendo por su boca. Se hundieron en su labio inferior, dejando que la sangre emanase por su cuerpo. Eso parecía gustarla, excitándose con la sangre que salió de su boca. Con su mano derecha empezó a restregarse aquel color rojo, llevándolo hasta sus genitales donde emitió un gemido de placer. Tenía miedo, estaba confundido. No sabía lo que me quería decir, aunque me lo estaba negando desde el principio. Entonces dejó salir a la verdadera bestia. Me sonrió, y acto seguido abrió mandíbula que se fue dislocando al crecer rápidamente en unas terribles fauces llenas de dientes afilados. Su cuerpo, se contorsionó entonces de dolor llegando a partirse la piel para dar lugar a un pelo espeso de color gris que renacía de su blanca piel. Sus piernas se convirtieron en las patas de una terrible criatura. Sus brazos se alargaron musculosos, donde acabaron en unas poderosas manos que terminaron en unas garras oscuras y afiladas. Los pechos de la chica desaparecieron, mientras dejaba que

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su torso se fuera modificando hasta parecerse al de una lobezna. Hasta las bonitas orejas de la chica, decoradas con unos pendientes de cristal, se rompieron al ver cómo se volvían más grandes y puntiagudas. Era grande. Medía sobre los cuatro metros, y se mantenía de pies sobre sus dos poderosas patas delanteras. Ahora era un monstruo. El iris de sus ojos se tornó rojo, y en ese momento nuestras miradas se cruzaron. Entonces decidió acercarse a mí, y me olfateó todo el cuerpo. No podía moverme, me sentía paralizado. El terror estaba controlando mi cuerpo. La mujer loba restregó su áspera lengua sobre mi cara, saboreando el sudor de mi carne. Desde sus ojos, buscaba mi comprensión hacia ella. Quería ser aceptada. Pero aún no me lo podía creer a la criatura que tenía ante mí. —¿Por qué tienes miedo? ¿Es que no me quieres? —preguntó con voz grave, consiguiendo que temblasen mis tímpanos. Esperó mi respuesta, pero sintió el miedo de lo que pensaba, aunque ella de algún modo ya lo supiera. —Tú… tú fuiste la que mató a Brian. Los has estado matando a todos —le juzgué con miedo en mi voz—. Pero no tiene sentido, no deberías ser tú. Yo buscaba a una persona que hacía ya un mes que se debió de intalar en nuestra aldea. La monstruosa lobezna lanzó una poderosa carcajada, obligandome a tumbarme en el suelo del susto que me acababa de llevar. —No te hagas el tonto conmigo… —empezó a decir, cuando de pronto algo captó su atención. Esperó unos instantes, se puso o a olisquear el ambiente, y siguió—: Ya están aquí. —¿Quién? ¿De quiénes estás hablando? —Tendrás que elegir, Jimi; a mí o a ellos. Piensa que yo estaré contigo para siempre. Juntos somos indestructibles. Te amo… Jimi — declaró la loba gris mirándome fijamente—. Ellos te abandonarán cuando lo sepan. Te rechazarán. Y temiéndome lo peor… te matarán. —No te entiendo… —le dije al tiempo que iba cogiendo disimuladamente la pistola de mi chaqueta—. Pero te puedo asegurar, que yo nunca estaré con un monstruo como tú. Me has mentido todo este tiempo, sabiendo que mataste a mi mejor amigo, tus propios compañeros, y ni contemos al cabrón de tu novio. Los has matado a todos —Apunté con el arma hacia el pecho del licántropo, y ésta reaccionó con un gruñido erizando su pelo a modo de aviso. «La he sorprendido, no se lo esperaba. Este es mi momento, aunque signifique matar a Cadi. Vengaré a todos lo que ha dado muerte» Pensé, aunque dudé hacerlo... —Lo siento mucho por ti, Jimi. Habríamos sido muy felices juntos —Unas lágrimas recorrieron el rostro de la bestia cuando recibió mi respuesta—. Con el tiempo te arrepentirás ¡Ahora, muere! —Y sin que me diera cuenta de lo rápida que era, se abalanzó sobre mí con la boca abierta para triturarme entre sus fauces. Fue en ese momento, cuando Cadi se dispuso a destrozarme en su boca, cuando otro ser de su semejanza salió de la nada. Me había salvado aunque se tratase de otro ¿hombre lobo? La nueva criatura se puso delante de mí, y rugió ferozmente hacia Cadi.

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El hombre lobo tenía el pelo azul grisáceo y algo desaliñado. Era más grande que la lobezna, y parecía mucho más veterano en su maldición. Entonces sin previo aviso se lanzó hacia Cadi mordiéndole en el cuello. Ella se liberó rápidamente del nuevo personaje, y le enseñó sus colmillos lanzándole un poderoso gruñido de advertencia. Ambos, se lanzaron dentelladas entre ellos lastimando sus peludos cuerpos, mientras iban dejando que el bosque nevado se tiñera de rojo. Cadi saltó hacia el hombre lobo, y le proporcionó un zarpazo en la cara. Éste se quejó emitiendo un aullido de dolor, pero no se rindió. Se levantó mal herido poniéndose de pies sobre sus dos patas traseras. Estaba claro que era mucho más grande que la loba gris, y mucho más poderoso, y sobre sus dos patas, parecía gigantesco. Entonces, de las zarpas del licántropo, lleno de ira, se revelaron unas garras negras y afiladas. Iban creciendo como cuchillas. Y cuando las sacó todas de sus mortíferas zarpas, las usó contra la loba. Cadi fue arrinconada por el licántropo, aunque reaccionó sin compasión. Recibió un duro golpe por parte del hombre lobo en su estómago, cuando entonces, la monstruosa lobezna reveló su estrategia. Agarró los brazos de su atacante, y le lanzó una poderosa dentellada en el cuello. El hombre lobo estaba perdido. Lo había inmovilizado. En cambio, mientras se debatían a muerte las dos bestias, vi mi momento. Ya no había vuelta atrás, y apunté con la pistola cargada a Cadi. Ella no me vio, pero sintió cómo recibía la bala de plata en su corazón. Me miró, donde hubo comprensión y arrepentimiento en su mirada. Asintió con su gran cabeza, y se dejó caer finalmente sobre el suelo. La terrible loba gris se fue transformando en la humana que en realidad era al verse ya finalizada su maldición. Desnuda, yació moribunda en la blanca nieve con un agujero en el pecho. Más tarde, entendí que haberla matado yo mismo fue lo peor que pude haber hecho en la vida… Ahora, el hombre lobo se acercó a mí lamiéndome la cara. Sus ojos rojos y amarillentos hicieron que su identidad se revelara por fin. Sabía quien era, siempre lo había sabido… —Albert… te pondrás bien —le aseguré entre lágrimas mientras acariciaba su espeso pelaje azulado. —Jimi, te encontré a tiempo, hermano —dijo entonces con cariño el licántropo. Se encontraba mal herido. Los mordiscos y arañazos de su cuello que le había proporcionado Cadi, eran bastantes profundos y no paraban de sangrar. Poco a poco fue perdiendo fuerzas, y su cuerpo se transformó dejando ver de nuevo a la verdadera persona. Albert cayó inconsciente sobre mi regazo. No sabía lo que tenía hacer. —No te mueras Albert ¡No te mueras!! —¡AUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUHHHHH! —un estruendoso aullido se hizo escuchar en lo profundo del bosque. De pronto, el suelo empezó a temblar bajo mis pies. Alguien se acercaba corriendo hacia nosotros. Entonces, los árboles que esta-

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ban a mi alrededor se partieron cuando dos los licántropos salieron corriendo entre el bosque. Un enorme hombre lobo negro, con varias canas blancas en su barbilla se presentó ante mí, seguido por una loba más pequeña de color marrón oscuro. Cogieron a Albert entre sus fuertes brazos, y con voz profunda me dijo el lobo negro: —Te esperamos en casa. Vuelve cuando estés listo —El licántropo negro se acercó hacia mí, y puso cariñosamente su oscuro hocico sobre mi pecho—. No tengas miedo, no somos monstruos —expresó con cariño la bestia. —Te queremos, Jimi. Responderemos a todas tus preguntas —me aseguró la loba marrón y lamió mi cara llena de tierra y sangre. Era de esperar, aunque no lo asimilé en el momento. Si mi hermano, Albert, era un hombre lobo, mis padres también debían de serlo. No lo entendía del todo, tenía muchas preguntas en mi cabeza. Miré el cuerpo sin vida de Cadi, y lloré al ver cómo se me había partido el corazón al dejar en aquel bosque a la chica que una vez amé. Se estaba haciendo de noche, y decidí finalmente volver a casa. Cuando llegué, un delicioso aroma a chocolate me cautivó desde la entrada. Me dejé llevar por aquel olor hasta fui hacia el salón, donde encontré esperándome a mis padres y a mi hermano sentados en el sofá. Albert estaba curado, cosa que no lo comprendí, pero me alegré de verlo con vida. —Antes de que digas nada, queremos pedirte disculpas —dijo mi madre, con la voz quebrada apunto de empezar a llorar. —No queríamos contarte lo que en realidad somos, tal y como ha sucedido —siguió mi padre, dejándome un hueco en el sofá. —Pero vosotros no fuisteis los que… —empecé a decir pero no me atreví a acabar. —¿Nosotros? ¡No! por todos los santos —respondió mi padre al ver lo que insinuaba—. Eso nunca, Jimi. —Yo… yo tengo la culpa de todo, hermano —confesó Albert cabizbajo—. Cadi me sorprendió en mi primera luna, y no pude controlarme. Por eso se transformó ella también. —¿Pero desde cuándo sois hombres lobo? —pregunté exigente. —Tu madre y yo somos licántropos desde que nacimos —explicó mi padre, cogiendo cariñosamente la mano de mi madre—. Nuestros antecesores, nos enseñaron a controlar nuestros poderes cuando éramos tan sólo unos niños, y aprendimos a respetar a los humanos con disciplina junto con el sacrificio mental que suponía. —Y... ¿Albert, desde cuándo…? —Fue hace un mes. Tu hermano es lo que llamamos un licántropo precoz —Iba contando mi madre señalando a mi hermano, que éste sonreía al verse envuelto en la historia—. A veces, hay niños que desarrollan antes el poder del lobo que llevan en su interior. —Pero le enseñamos bien ¿Verdad, Albert? —dijo mi madre a Albert, dándole unas palmaditas en la espalda. —Entonces, yo también me transformaré algún día en un hombre lobo —deduje, aunque evadí la respuesta que ya conocía.

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—Sí. Pero no tienes que preocuparte. Porque tus padres están para ayudarte —me aseguró mi madre. —Por eso nos mudábamos tanto… —adiviné de pronto al darme cuenta de lo que éramos—. No es por el trabajo de papá. —Tampoco es eso. En realidad hay una organización de cazadores de hombres lobo que nos da caza —mencionó mi padre con preocupación en el rostro—. Aunque también existe un clan de licántropos que nos ayuda, cuando saben que hay un cazador cerca de nosotros. —Se dedican a matar a los hombres lobo que no se controlan. Creen que somos en realidad un peligro para toda la humanidad, y por eso nos dan caza por igual —aclaró Albert dando un puñetazo sobre la mesa. —Así que Cadi, ha sido desde el principio la responsable de las muertes —dije recordándola en mi mente, pero añoré lo que pudo haber sido entre nosotros. —Sí, su olor estaba en todas las víctimas —afirmó finalmente mi madre—. No supimos que Albert mordió a la chica hasta hace escasas horas. Estábamos buscando al responsable de los asesinatos de la aldea desde hace un mes. —La mordí en mi primera luna. Ni siquiera recordaba a quién pude haberle pasado la maldición esa noche —expresó Albert sintiéndose culpable de lo sucedido. —Tengo que meditar un momento en todo lo que me acabáis de contar —concluí, y me lavanté para salir al porche para comprenderlo todo con detenimiento. —Tómate tu tiempo, hijo. Pero quiero que sepas que no hay vuelta atrás —dijo mi padre—. No eres un asesino, sólo llevarás una responsabilidad más sobre tu espalda. Estaba sentado en las escaleras del porche de la casa, mientras asimilaba todo lo que me acababan de revelar. «¿Cómo he podido ser tan tonto? He malgastado el tiempo, pensando que el hombre lobo era una persona ajena al pueblo. Y al final, era la chica con la que estaba enamorado.» Pensé impotente, al recordar las muertes de mis amigos. Aún no me lo podía creer. Lo había presenciado con mis propios ojos, pero todo aquello era demasiado fuerte para mí. Mi hermano, Albert, me acompañaba a mi lado a la espera de que dijera algo «¿Qué quieres que te diga? Estoy tan jodido como tú…» Me dije al mirarle. Era lógico que no pudiésemos estar en la misma ciudad durante tanto tiempo. Perseguidos por los cazadores de licántropos, nos veíamos obligados a huir el resto de nuestras vidas. Yo no quería seguir en la sombra durante más tiempo. No deseaba escapar de todo, sólo porque fuera lo que en realidad era. Quería estar en este pueblo por mucho que hubiese sufrido, y dejar de huir para siempre de una maldita vez. Tener que enfrentarme a los cazadores era un riesgo. Pero ahora no tenía miedo. Esta vez sabía quien era en realidad, y eso significaba que debía de ser fuerte para afrontar mis miedos. Ya nada podría detenerme. En ese momento, mientras pensaba, miré a mi hermano, que éste no dejaba de estar quieto ya que quería decirme algo.

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—Albert, suelta de una vez lo que tengas que decirme —le dije, dándole confianza—. Ya no hay secretos entre nosotros. —Mira, Jimi… yo no pienso decirles nada —empezó a decirme en voz baja—. Quiero que sepas que no estoy de acuerdo con papá y mamá. —¿De qué estás hablando? —Vamos… ¿No confías en mí? Que sepas que no te voy a delatar. —No entiendo lo que me estás contando —expresé con interés por lo que me estaba explicando—. Cuéntamelo y ya está. No le des más vueltas. —Jimi, tú fuiste el que mató a Brian. —¿¡Qué!? —salté violentamente al escuchar tal insulto. No me esperaba aquello de Albert. No entendía nada «¿Qué yo maté a mi mejor amigo? ¿¡Y qué más!?» Medité, y pensé que había algo que no me habían terminado de contar. —En realidad fue culpa mía. La noche en que te desmayaste te convertiste en hombre lobo —decía con la voz apunto de quebrarse— Mi mirada de sangre, junto con la luna llena hizo que te transformaras y estallases en cólera. No es culpa tuya, nadie puede controlarse en su primera luna. Siempre se necesita la ayuda de los mayores. —¡No! Fue Cadi, ella los mató a todos. —Piensa. Cada vez que había una muerte donde tú te encontrabas, te desmayabas y no recordabas nada al día siguiente. Luego, cuando despiertas sientes dolores de cabeza, y el olor a sangre no se te va de la boca durante días —me contaba Albert bastante convencido de lo que estaba diciendo—. Concéntrate y explora en tus recuerdos. Será difícil pero están allí, créeme. —Pero mamá han dicho que fue Cadi, ellos aseguraron que el olor de ella estaba en las víctimas. —Fui yo quien usó su olor para encubrirte. Fui yo quien eliminó las pruebas que te apuntaban a ti —decía eufórico—. Somos hermanos, nos cuidamos el uno del otro. Nuestros padres no tienen que saberlo. Y si lo saben ¡que más da!, ya no los necesitamos. —No te creo ¿Cómo sé que no fuiste tú? —pregunté poniéndome de pies. —Es que yo también fui. El ganado de la aldea, la mujer de Ned, Stafford, Los Williams, hasta compartimos juntos a Brian. —comentó relamiéndose con su lengua al recordarlo—. Y no comentemos a los demás. Eres todo un asesino Jimi, una bestia innata. No conoces ningún límite. —Pero no había luna llena cuando entonces… —Y no la necesitarás cuando controles a tu bestia, Jimi. —No… —me negué llorando. —Somos lo que somos. No tenemos que alimentarnos sólo de ganado —manifestaba ahora, con el iris de sus ojos manchando del color de la sangre—. La carne humana… es sin duda mucho mejor. —Yo no soy un asesino, fuiste ¡TÚ! —Y afirmando a mi hermano que era él el responsable de todo, sentí en ese momento cómo mi cabeza estuvo apunto de estallar.

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—¡Deja que la bestia te domine, Jimi! ¡No lo retengas más! El Sol se escondió por el horizonte… Y la luna llena, la cuarta desde que empezaron los verdaderos asesinatos, se alzó entonces majestuosa en la oscura y estrellada noche. Me ardía el cerebro como si millones de agujas afiladas lo atravesaran. No lo aguanté más, y grité intentando desfogarme de tal dolor. Sentía un baño en ácido a lo largo de todo el cuerpo. Entonces observé a Albert cerca de mí, incitándome a que me transformara en la bestia. Pero le tuve que empujar de mi lado. En cambio, él me sonrió ensañándome sus colmillos. No lo podía soportar, ya no lo aguantaba más, y dejé a mi cuerpo a manos de mi propia maldición. De las manos me empezaron a crecer un pelo negro, mientras que unas uñas afiladas rompían mis delicados dedos. Eran monstruosas, mortíferas y grandes. La columna vertebral se me curvó entonces rompiéndose por dentro. Mis vértebras se vieron sustituidas por unas más flexibles y voluminosas. Los pies también me estaban doliendo, ya que se estaban desarrollando las patas de un lobezno negro. Abrí la boca en un ahogado grito, cuando de las encías me crecieron unos dientes preparados para cazar. Ahora veía con mis nuevos ojos una visión mucho más panorámica que antes. Lo veía, todo. Era como el puto ojo de Sauron. Incluso veía a mi hermano más pequeño, diminuto, desde lo alto, riéndose de lo que me estaba sucediendo. Olí a sangre, a carne fresca. El olor venía desde bastante lejos y no pude resistirme a que mi boca se hiciera agua. Era delicioso, sabroso, casi podía saborearlo en la boca. De pronto, la ropa que vestía reventó en pedazos al transformarme en el monstruo que siempre me negué ser. El dolor era insoportable. Sentí en mi interior cómo las costillas se partían, permitiendo que mi torso aumentase junto con todos mis nuevos órganos. Seguido, mi mandíbula se dislocó para dar lugar a unas fauces más aterradoras. La nariz dejó de existir dando a conocer un largo hocico, que terminó en unas pequeñas y delicadas fosas nasales. Los dientes afilados seguían creciendo ante mi asombro, hundiéndose en los labios, mientras dejaba que el sabor a metal de la sangre inundase mis papilas gustativas. No fui capaz de soportarlo, y solté de golpe un poderoso rugido que hizo estallar los cristales de toda la casa. Me sentía fuerte, poderoso, y sobre todo, asesino. Entonces me agarré la cabeza con mis poderosas manos, al presenciar que estaba apunto de desmayarme. El lobo que llevaba en mi interior me reclamaba carne humana. Pero no quería eso. Prefería saber esta vez la verdad, por muy dura que fuese. Y como dijo Albert, tuve que hundirme en lo profundo de mis pensamientos para recordar lo que pasó...

Anteriormente… Plenilunio de sangre

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Veía a Brian huir del hombre lobo mientras se dirigía cojeando hacia la casa del señor Anderson. En ese momento la criatura se cernió ante mí, regalándome su visión maldita con los ojos bañados en sangre. Algo estaba cambiando. El hombre lobo se alejó de mí, con las orejas bajas manteniendo la precaución al conocer en lo que estaba apunto de transformarme. Me sentía libre. Podía oler el miedo y eso me hizo sentir poderoso. Brian observaba anonadado cómo me había transformado en la bestia. No podía creérselo y se quedó paralizado en el suelo, y aterrado de que su mejor amigo se acercase hacia él para darle muerte. Lloraba como un crío de cinco años. Brian estaba sangrando de la rodilla. No pude resistirme y abrí mi boca, hundiendo mis dientes sobre su deliciosa carne. Me gustaba. Era indescriptible. Entonces el frenesí se apoderó de mí, y sin sentir ningún sentimiento hacia mi presa, la desmembré sin compasión despojando las extremidades del chico. La sangre salía sin control, y eso, consiguió que no pudiese dejar de alimentarme de su inmundo cuerpo. El otro hombre lobo se iba acercando poco apoco, y desde su mirada me pidió que lo dejase reunir a mi festín. Le conocía, su olor me era familiar. Le permití que se acercara, ofreciéndole las piernas mutiladas de mi presa. Él las aceptó ansioso y empezó a comérselas como si no se hubiese alimentado en semanas. Entonces, una vez que se dio por satisfecho, se marchó corriendo con el cuerpo manchando en sangre hacia el bosque. Ahora, otro recuerdo inundó mis pensamientos, volviendo a revivir lo que me pasó por segunda vez…

Primera Luna Llena Otra noche sentí una ira en mi corazón que no me pude explicar. Me había transformado en el licántropo negro que era, y salí a las afueras de la aldea. Llevaba algo en mi garra derecha, que por mucho que quisiese soltarlo, el monstruo que se me había apoderado de mí no lo dejaba. Lo único que recordé de aquel objeto que llevaba conmigo, fue que se lo quité a una chica en un callejón oscuro y que me alimenté de su cuerpo. Entonces lo olí. Estaba persiguiendo algo familiar, y finalmente lo encontré. Pero algo me obligó a que llamase a la puerta de la habitación de un hotel de carretera. No sé por qué lo hice, pero un sentimiento alojado en mi interior me dijo que debía de hacerlo. Estaba cayendo en esos momentos una fuerte ventisca en la calle, cuando una persona preguntó la identidad del que acababa de llamar a su puerta. Alan Mirror abrió la puerta mirándome fijamente. Encendió un cigarrillo tranquilamente y le dio una buena calada, terminando también con el licor que se estaba bebiendo. No tenía miedo, era el primero que no huía al verme, y me eso consiguió enfurecerme. «Al fin has

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descubierto al hombre lobo, ¿eh Jimi? Sabía que no eras consciente de tu problema. Me compadezco de ti, chaval.» El recuerdo de la voz de Alan volvió a mí con su rostro sonriente. Una vez que acabó de soltar su triste charla, le metí mis garras en su pecho, y antes de que el hombre se diera cuenta, le revelé el corazón que le había extirpado con mis monstruosas manos. Ahora tenía mi recompensa. Su mirada había cambiado de compadecimiento, a puro terror. Ansiaba buscar esa expresión en su cara con todo mi ser. Sus ojos se cruzaron con los míos, y cayó inerte al suelo donde la sangre salió a raudales de su cuerpo. Entonces miré lo que tenía en mi garra derecha, y no fue el corazón que le había extirpado a Alan. Tenía un cómic. Leí la portada que ponía; luna de sangre, y le dije: «¡Quédate con tu puto cómic, y métetelo por donde te quepa!» Y así, se lo puse donde antes tuvo Alan su corazón. De pronto no pude controlarme, y victorioso por haberme salido con la mía, me volví loco con aquel color rojo. Al final, destrocé su cuerpo, y aullando a la luna, teñí de sangre mi cuerpo proporcionándome el mayor de los placeres.

Segunda Luna llena Todo el ganado que me encontraba lo devoraba si compasión. No conocía ningún límite. Pero de alguna forma me sentía vacío. Nada lograba satisfacerme. La carne humana era mejor, ya que la sangre de mis presas al emanarse entorno mi boca hacía que lo demás no mereciese la pena. Así que busqué mi premio entre los indefensos hogares que me fui encontrando por los campos, a las afueras de la aldea, para devorarlos a todos. Los Williams, los Jameson´s, los Patterson. Todos. Nada podía detenerme. Ya llevaba masacrando, y atemorizando a toda la aldea durante varias noches. Nadie salía de sus hogares, y sabían de sobra lo que había acechando por los alrededores. El terror parecía no tener fin. Entonces decidí acercarme más al pueblo. Ahí me encontré con mis indeseables compañeros de clase, perdidos en la calle, y lejos de sus hogares. Edward, era un chaval de último curso que siempre me miraba mal ya que se lo tenía muy creído por haberse echado una novia cinco años menor que él, Bella. Lo cogí prisionero, y cuando me hice con la zorra de su novia, me ensañé con ambos. Al chico le decapité de un zarpazo obligando a Bella a verlo todo. En cambio, me pareció divertido en ese momento poner la cabeza de Edward en el cuerpo de Bella y la de ésta en la del chico. Fue muy cómico, pero al final me compadecí y los dejé en sus hogares donde sus familiares se dieron el susto de sus vidas cuando se despertaron al día siguiente. Nunca más volvieron a dormir… Pero cuando volvía sobre mis pasos, me encontré con Jacob. Nunca me cayó bien. Siempre iba con el torso desnudo haciéndose el machote. A lo mejor se creía un hombre lobo o algo así. Sin embargo, el único hombre lobo de Hidden Forest era

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yo. Lo partí por la mitad, literalmente, de un poderoso zarpazo vertical que le lancé desde la cabeza hasta que terminó en sus genitales. Lo que quedó de Jacob, fue pasto de los mapaches. Estaba eufórico por haberme hecho con tantas presas esa noche, pero a la vez insatisfecho. Siempre ansiaba más… Fue entonces cuando decidí entrar en la plaza de la aldea. Ahí encontré a Joff, un gordinflón al que le saqué toda la grasa de su cuerpo, mientras saboreaba aquel delicioso manjar que se iba fundiendo en mi boca. El resto lo tiré. No lo necesitaba. Siempre se hacía el graciosillo con los demás. Y mira por donde, el último chiste se lo hice yo. «Va un gordo por la calle y se encuentra a un hombre lobo ¿qué pasa?; ¡Cucú capullo! a que ya no te hace tanta gracia» Le dije cuando le maté. Y no, no le hizo ni puta gracia. Quería ver el terror en los ojos de mis víctimas, quería algo más que matarlos y torturarlos. Al resto que conseguí cazar los asesiné descuartizándolos sin piedad en el bosque. Los había raptado aquella noche de luna llena, y los llevé hasta lo más profundo de las montañas, donde ahí les di la imposible oportunidad de escapar. Me gustaba que corrieran de mí, ya que nadie podía huir del hombre lobo. Y no lo hicieron. Ahora seguía a alguien. Estaba muy lejos de la ciudad, empezaba hacer frío, incluso para una bestia como yo, y la noche cubría todo el cielo. El olor se presentó entonces ante mí, y seguí su rastro. Lo vi, era él. El profesor Xavier, por fin lo había encontrado. Me había llevado casi toda la noche seguir su rastro, y sólo por eso, se lo iba hacer pagar. Le mantuve prisionero en el bosque, enseñándoles a los alumnos que había raptado anteriormente. Entonces los fui matando lentamente delante de él. Su expresión de horror me satisfizo a más no poder. Lo dejé prisionero durante unas horas mientras fui a buscar más presas a la aldea. Pero lo sobreestimé. Cuando volví, pensado en deleitarme con él, me lo encontré ahorcado con su corbata atado a la rama de un árbol. No entendí cómo logró conseguir tal hecho, ya que era paralítico. Pero eso ya no me importó. Me había ganado, no me dejó matarlo como yo quería. Y lleno de rabia, juré hacérselo pagar a los habitantes de Hidden Forest.

Tercera Luna llena La loba gris saltó hacia mí y se quedó mirándome. ¿La conocía? ¿o no sabía se quién era? La luna llena estaba en lo alto del cielo nocturno, y me hechizó sin poder apartar la vista de ella. Me vi atraído por el blanco resplandeciente, dejando que su magia interactuase en mí mente. La loba se asustó entonces cuando me vio cómo me transformaba, y decidió mantener una distancia prudencial al sentir el deseo de venganza que llevaba alojado en mi interior. Sentí dolor. Mi cuerpo estaba cambiando en la bestia asesina, que había estado aterrorizando a la humanidad desde tiempos inmemori-

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ales. Las uñas se convirtieron en poderosas garras. El rostro con el que estaba acostumbrado a verme, se transformó por el de un monstruoso lobo. Podía oler el terror de Alex cuando le vi orinarse encima quedándose paralizado. Caminé hacia él con la intención de matarlo. No podía controlar la ira que sentía hacia aquel muchacho, y dejé que mi cólera estallase. Se pudo decir que me cebé con el pobre chico desmembrando su musculoso cuerpo. Aun así no tardó mucho. Hundí mi mano derecha en su espalda, y arranqué brutalmente su espina dorsal de cuajo salpicando así de sangre toda la carretera. El sabor a sangre me volvió más violento. Partí el cuerpo en dos, y abrí mis fauces sobre él. Alex desapareció del mundo, y dejé que mi furia me llevase a lo profundo del bosque con el resto de mi presa entre mis dientes. Entonces, en lo profundo del bosque, me encontré con la loba gris, y compartí con ella los restos de Alex. Lo devoraba ansiosamente, le gustaba el sabor del chico que fue su novio. Era la primera vez que saboreaba la carne humana, y juntos aullamos a luz de la luna llena al sentir tal poder.

Presente… Terminando de explorar mis recuerdos, me hundí en mi pesar. No merecía vivir. Me había convertido en un monstruo que se alimentaba de gente honrada. No valía la pena. Era una alimaña, un pobre desgraciado. Ahora era consciente de lo que pasa a mí alrededor. Me observé, y vi cómo había cambiado. Soy una bestia Un licántropo, y un pedazo de cabrón... Mi hermano aplaudía al presenciar en lo que había conseguido convertirme. Me enfadé con él, y le enseñé mis los colmillos para que parase. Pero eso no lo frenó. Podía leer sus pensamientos, y sentir sus sentimientos. No olvides quien eres. Ahora eres mucho más de lo que eras antes. Deja el atrás tu dolor y véngate de todos —me incitó desde su mente. Sentía su orgullo, y como desprecia a los humanos. Pero lo peor era que tenía la intención de matarlos a todos. ¡NO! El Sheriff. Él sabía desde el principio lo que estaba pasando, y no hizo nada —pronunciaba en mi mente con voz grave. Sentí que tenía miedo hacia mí. Creía que pensaba matarlo, y eso hizo que se mantuviera alerta a lo que iba a decidir—. ¡Ahora véngate de él! En ese momento me señaló detrás de mí, a la par que sentía cómo me clavaban pequeñas astillas a lo largo y ancho de mi espalda. No pude controlar mi ira. El sheriff, Joe, me disparaba desde su coche patrulla, junto con todos los agentes que había traído de la comisaría.

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Quería vengar la muerte de su hijo y de toda la aldea. De pronto estallé en cólera, y mi hermano, huyó sabiendo lo que iba a pasar dejándome a mí con todo el trabajo sucio. Ya me da igual todo. Brian no estaba. A Cadi la maté con la única bala de plata que tenía. Me arrepentí de aquello, ella nunca tuvo la culpa… «Tuve que haber usado la maldita bala para volarme la tapa de los sesos. Así, nadie hubiese muerto por mi culpa.» Pensé al recordar a mis añorados amigos. Fue eso lo que hizo que recordase lo que me dijo Alan. Él vio algo en mí, y supo lo que era. Incluso me dio la oportunidad de parar todo aquello «Pero aún no estás listo para saber la verdad…, ni siquiera tendrías valor a utilizarla» Decía su lejana voz en mi cabeza. Lo estaba comprendiendo. Cuando un hombre lobo probaba la carne humana, era el principio del fin. Soy lo que soy. Albert lo había asumido. En cambio, mis padres respetan a la gente, conviviendo entre ellos para darles la oportunidad de vivir. Me abalancé rápidamente contra Joe, y le separé la cabeza del cuerpo que cayó al instante inerte sobre el suelo. Los demás agentes me atacaban con sus inútiles armas, mientras que mis padres salieron de la casa. Me llamaban e intentaron pararme, pero no se lo permití. Ahora todo el mundo sabía a lo que se enfrentaban. Y no eran lobos famélicos, ni tristes osos solitarios, sino al propio asesino de Hidden Forest. Ataqué a todos sin compasión deleitándome con sus cuerpos, esparciendo sus órganos y vísceras a lo largo del campo. Era el principio del fin para esta aldea. Pero otras muchas me esperaban, sin que supieran lo que se les iba a echar encima. Esta era la sanguinaria verdad que estuve buscando. Yo era el hombre lobo asesino de Hidden Forest, y ahora, iba a matarlos a todos.

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VAMPIROS PARTE II

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El último amanecer El caballero de la muerte se lo había prometido en su día, y ahora estaba haciendo cumplir su palabra. Desde hacía ya varios años que Walter se convirtió en un despiadado caza vampiros. Pero aún así, él también estaba siendo perseguido como una vulgar presa a los ojos del señor de la noche que tanto ansiaba atraparlo. ¿Por qué huyes de mí? —preguntó Kane, llegando su voz hasta la cabeza del cazador—. ¿No era esto lo que querías? ¿El enfrentarte cara a cara a mí, como lo hizo tu maestro? El cazador ya se había enfrentado a la espada de Kane, Masacre, cuatro veces donde el terror y el horror inundaron su mente durante semanas enteras. En una de esas confrontaciones, la katana de su maestro volvió a quebrarse ante la brutal fuerza del vampiro. Otra vez, intentando en una ocasión el cazador sorprender a su verdugo con un grupo de cazadores a su mando, Walter se vio envuelto en tal carnicería en manos de Kane que no tuvo más opción que de huir, como tal estaba haciendo ahora mismo. Todas las veces que plantó cara al cuarto caballero de la muerte, las perdió sin llegar tan siquiera a herirlo de gravedad. Excepto aquella vez en el pasado, cuando el cazador tuvo la buena idea de conducirlo hasta una trampa, que casi consigue acabar con la vida de aquel señor de la noche. Todo se desarrolló en un pueblo que los negreros usaban para su vil comercio. Kane, perseguía ansioso a su cazador, llevándose un buen susto donde tuvo que reconocer las habilidades mejoradas de Walter. El vampiro se encontró con la trampa del cazador. Una bomba de clavos bañados en plata atravesaron el cuerpo del no-muerto. Aquella vez salió victorioso el muchacho, que para el entonces ya se había convertido en un hombre hecho y derecho, y con varios desangradores muertos a sus espaldas. Pero Kane era vengativo, y una noche que usó Walter para su placer, lo pilló desprevenido en una lúgubre taberna. Nadie salió con vida de ahí, menos el cazador que se libró por los pelos quedando gravemente herido hasta que se tuvo que dejar arrastrar por un río helado, donde el vampiro perdió definitivamente a su presa. El cazador corría entre las calles de una ciudad, que quedó destruía por las antiguas batallas que sufrieron los humanos contra los ejércitos de los amos de la noche. Esta vez se encontraba en verdadero peligro, prácticamente como lo estuvo todas las veces que se enfrentó a Kane. Pero ahora el vampiro usaba a su rastreador, su bestia alada, su vil cazador, para localizar el lugar donde se escondía su presa. Escondido entre varios contenedores roñosos, Walter sujetaba su ballesta a la espera de encontrarse con la bestia. Era la fuerte y desagradable respiración del Berserker lo que lo delataba, y lo que también atemorizaba al hombre. Caminaba entre los escombros de la calle apoyándose con las garras afiladas de sus alas. Su cuerpo era

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peludo y de color marrón, y desprendía de él un aroma pestilente a muerte. En ese momento el cazador sintió el asiento del monstruo sobre la nuca. La criatura se estaba acercando hacia la posición del cazador, sin que ella misma llegase a presentirlo. Con el tiempo, Walter supo cómo camuflar su esencia corporal del desarrollado olfato de los vampiros, y los monstruosos Berserks, usando un aceite elaborado a partir de; sangre de vampiro con aceite de motor. Las ropas oscuras que vestía, y el sombrero que mantenía escondido su rostro a la vista de cualquiera, también ayudaban a pasarlo desapercibido. Pero con esos aceites, su presencia se volvía invisible a los ojos de los amos de la noche. Entonces, la cabeza del temible murciélago se presentó olfateando cerca de Walter asomándose entre varios contenedores de basura. Si embargo, el Berserker no sabía dónde estaba el cazador. El monstruo reveló sus poderosas mandíbulas llenas de pequeños pero afilados dientes, y pasó su larga lengua por el terreno para saborear más afondo el rastro que estaba siguiendo. Como no advirtió a nadie, el terrible Berserker volvió a olfatear el ambiente con su nariz aplastada, hasta que en su frustración, lanzó un poderoso rugido que consiguió hacer temblar al cazador. Ahí, con la bestia delante de sus narices, tan grande que podía engullir de golpe a una persona, Walter vio a la bestia abrir sus gigantescas alas de membranas transparentes para batirse en vuelo. Desde lo lejos, Kane llamó con un fuerte silbido a su criatura alada, al dar por finalizada esa noche y la cacería sin éxito. En cambio, el cazador se agazapó un poco más en su escondrijo con la congoja aún en el cuerpo. No podrás esconderte para siempre, joven cazador. Algún día lo comprenderás como lo hizo tu anterior maestro, que sufre ahora en mis torturas —reveló el vampiro expandiendo su mensaje hasta que llegó a Walter—. Nos veremos pronto. Hasta la vista, joven humano. Su verdugo, desapareció entre los cielos nocturnos cabalgando al Berserker hasta que se perdió en el infinito. Ya habían pasado diez largos años desde que Walter vio caer a su maestro a manos del vampiro Kane. Ahora, se dedicaba a vagar por las ciudades ayudando a las caravanas humanas de los sanguinarios desangradores que las atormenta, y cazando a todo negrero u ser impío que se le cruza en su solitario camino. Sus ojos verdes, sinceros pero a su vez crueles, revelaban el oscuro hombre en el que se había convertido por el paso de los años. Vestía con ropas oscuras, y se abrigaba con un humilde poncho negro desgastado, con unos guantes de cuero, y el sombrero donde su rostro se fundía en la oscuridad. Una vez más, el cazador salió de su escondite pisando las tierras estériles por donde caminaba. El mundo lo temía ahora, sabiendo las poderosas armas que escondía en sus oscuros ropajes. Una ballesta de mano atada a su brazo, varios puñales de plata guardados en un cinturón de metal, dos dagas afiladas escondidas en su pantalón,

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incluso un par de cuchillos bañados en plata que se mantenían a buen recaudo en las suelas de sus botas moteras de piel de cobra, y sin dejar a un lado la pesada ballesta de repetición colgada a su espalda, que podía disparar diez estacas de madera con la punta de plata en menos de diez segundos. Muchas muertes había llevado a cabo sus mortíferas armas, sin olvidarse de la katana que su añorado maestro le dejó en sus manos. Raven se llamaba en el pasado, cuando acompañaba al cazador Joseph en sus oscuros viajes. Aquella espada japonesa que se partió su hoja en dos al enfrentarse contra el mandoble de Kane, Masacre. Entonces, Walter buscó a un hábil herrero en las artes de la forja de espadas para devolver a la vida a Raven. Le costó encontrar a la persona idónea, y más le costó el repara su preciada espada. Pero una vez que fue forjada de nuevo, el cazador la quiso usar en las carnes muertas de varios desangradores, donde pudo comprobar cómo ardían en llamas sus víctimas. Aun así, de poco le valió contra el arma de su verdugo cuando volvió a destrozar la hoja de Raven. No se rindió. Walter volvió a su apreciado herrero para que volviese a forjarla nuevamente. Fue en ese momento, mientras veía cómo el aquel artesano fundía el acero, cuando el joven cazador comprendió que Raven murió esa noche en manos de Joseph. Volviendo otra vez a la vida al verla terminada, Walter decidió que esa espada sería finalmente suya y no de su maestro. Entonces supo su nuevo nombre, y la alzó al cielo para ver los hermosos grabados que había mandado tallar al herrero. «Has resucitado dos veces, para volver aún más fuerte en tus ansias de saborear la sangre de los vampiros —Dijo en su día el joven cazador—. Ahora vuelves a mí como el ave fénix hace cuando resurge de sus propias cenizas. Protégeme, guarda mis espaldas de mis oscuros enemigos y yo seré quién te empuñe hasta el fin de mis días». Fénix negro, se llamaba ahora su nueva espada. Era una katana con un filo que llegaba al metro ochenta, siendo así algo más pequeña que su antecesora. Su empuñadura de madera de cerezo era la misma, con el tejido negro haciendo rombos rojos a lo largo de ella hasta que terminaba en un afilado pomo de plata con la forma de la cabeza de un ave fénix. Walter le ordenó al herrero escribir la historia de aquella katana a lo largo de su hoja bañada en plata de primera ley. Aquella historia, decía: Una vez fui un oscuro y temible cuervo que llevó acabo innumerables muertes en las manos de mi añorado cazador. Éramos un solo ser, cuando ambos luchábamos contra los seres del infierno, acabando uno con uno hasta que al final nuestros caminos se separaron. Yo te perdí, quedándome solitario a la espera de que me empuñaras una vez más. Pero no volviste a mí. Quebrada y en el olvido, tuve que resurgir de mis cenizas dos veces para darme cuenta que acompañaba a otro cazador, aún sin olvidarme de mi antiguo dueño manteniéndolo para siempre en mi recuerdo. Ahora me he convertido en el Fénix negro, asesino y des-

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piadado, deseoso de llevar a cabo la venganza de dar muerte al vampiro que me destruyó en el pasado. El joven cazador caminaba por el yermo solitario, todavía con el miedo en su cuerpo, hasta que consiguió salir de la ciudad. Y recordando una vez más la terrorífica noche que había sufrido, miró hacia atrás observando los cimientos de la ciudad donde estuvo apunto de morir en las fauces del Berserker. Después de perderse en su propio camino, el cazador decidió descansar en lo que fue en su día una carretera transitable. Sacó de su bolsa un queso, y varias lonchas de cecina de alce. No tenía mucha hambre, el pestilente aliento del monstruo alado le había quitado el apetito. Pero tuvo que comer algo para mantenerse en forma en su largo viaje. Una vez que acabó de mala gana, volvió a guardar sus humildes provisiones para otra ocasión. El nuevo día empezó a dar comienzo en su oscura vida, saliendo el brillante sol por el horizonte. Entonces vio algo a lo lejos. «Parece que hoy será un día soleado.» Dedujo Walter observando por su catalejo aquello que captó su interés. Una persona vagabundeaba sola a media jornada de donde él estaba. Sin tener algo mejor que hacer, el cazador se puso en marcha para alcanzar aquella persona, y así, compartir alguna que otra hazaña con ella. El sol estaba el lo alto del medio día, y calentaba la tierra muerta donde el cazador caminada a la sombra de su sombrero. Ya llevaba recorridos varios kilómetros, y su cantimplora estaba más seca que el propio tabaco que masticaba. Walter vio cómo, a lo lejos, el horizonte se distorsionaba por esas tierras desérticas, cuando el calor se elevaba desde el suelo agrietado y sin vida aparente. Ahí, de pronto se dio cuenta que había perdido el rastro de la persona que seguía. Su cansancio lo empezó a mermar, sin que se hubiese percatado de que la había perdido por completo. Miró hacia su alrededor en busca de un rastro para seguir un camino recto, pero no visualizó nada más que el sol cegándole el rostro. Y como cansado no va iba a ir a ningún sitio, el joven cazador se quedó sentado a la sombra de un cactus, siguiendo mascando su tabaco al tiempo que escupió al suelo donde la saliva se evaporó al instante. El calor que azotaba ese lugar era insoportable, y fue el calor lo que llegó finalmente a adormecerlo hasta que vino la oscuridad. Con la noche estrellada sobre la cabeza del cazador, el frío del desierto hizo que por instinto se recogiera en su poncho negro. Entonces se despertó. Pero no fue la gélida la noche, o que la oscuridad gobernase ahora sobre la Tierra. Sino el filo frío del cuchillo que amenazaba la garganta de Walter. —Si no quieres morir aquí mismo, dime por qué demonios me estabas siguiendo —exigió la voz de una mujer amenazando al cazador. —No te estaba persiguiendo… —explicó tragando saliva—. Te vi a lo lejos, queriendo simplemente algo de compañía, o una tranquila conversación.

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—¿Eres un cazador? —preguntó sorprendida y lo miró ahora más de cerca. —Sí —afirmó el hombre—. No quiero problemas. Si te he molestado perdóname, y seguiré con mi camino. —Hoy en día no te puedes fiar de nadie —dijo guardando su arma en sus oscuras ropas—. Debí de estar segura, siento haberte cogido por sorpresa —se disculpó la mujer ofreciendo su mano para levantar al cazador del suelo. Aquella siniestra persona, vestía con ropas negras como lo hacía un cazador de vampiros. Se abrigaba por una oscura manta desgastada que envolvía a la mujer, y vestía con una cazadora de cuero negra, y unos guantes de color rojo oscuro que le llegaban hasta el codo. Ahí, en la oscuridad, la mujer se quitó la bufanda de tela que escondía su rostro, dejando ver sus hermosas facciones a los ojos de Walter. Sus ojos rasgados, los tenía azules como el vasto océano que los hacía resaltar sobre su blanca piel. Cuando la mujer se dispuso hablar moviendo sus carnosos labios rosados, y teniendo al cazador hechizado por lo hermosa que era la mujer, ésta se rió al verlo embobado. —¿Vas ha seguir tirado en el suelo, o vas presentarte como es debido? —propuso la chica sonriente. —Lo siento… —dijo avergonzado, y aceptó la mano amiga que se le ofrecía para levantarse—. No pensé que eras una cazadora… —Pues sí, lo soy. También hay mujeres que se dedican a dar muerte a los desangradores —se defendió ante el comentario del hombre—. ¿Es qué no somos suficientemente buenas para cazar vampiros? —¡No!, no me malinterpretes. Es que nunca he conocido de una mujer caza vampiros —dijo poniéndose rojo como un tomate. —¿Cómo puedo llamarte? —Fénix —contestó. —Muy bien, Fénix. A mi me puedes llamar Arena. Los cazadores se alejaron caminando por aquel helado desierto, hasta que llegaron hacia un grupo de rocas donde se asentaron al resguardo del gélido viento. Ahí, la mujer encendió una fogata con un poco de hojarasca y unas cuantas ramas secas que trajo el cazador. La noche pasaba pacíficamente, con las dos personas comprartiendo sus batallas y experiencias del mundo, a la compañía de una botella de agua ardiente. Como no daba mucho de comer aquellas tierras secas, al final se tuvieron que contentar en degustar unos tristes lagartos al fuego de la hoguera. —Dime, Arena ¿Hacia dónde te conducen tus pasos en éste momento? —preguntó el hombre con la boca llena. —Sigo el rastro de un desangrador desde hace ya tiempo —explicó dando la vuelta a un lagarto casi en su punto—. Va de ciudad en ciudad, en busca de cualquier humano agazapado en su soledad, o caravana indefensa. Hasta ahora no ha dejado a nadie con vida. Y las víctimas que lleva a sus espaldas, son incontables. —¿Cómo se llama?

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—¿Quién? —Me refiero al vampiro. —Ah…, se hace llamar Lord Maegus —dijo cerrando el puño al recordar sus fechorías—. Parece que va por libre, pero creo que sirve algún amo de la noche para poder ampliar sus conocimientos en las artes oscuras. —Si aún no le has dado caza, es que debe de ser bastante poderoso —reconoció, al pensar él mismo lo que le costaba cada vez que se enfrentaba a su verdugo. —¿Y tú? ¿A qué alma en pena persigues? —Se recogió en sus túnicas al sentir algo de frío—. Porque tendrás a alguien a quien dar muerte ¿no? —Ya me gustaría que fuese a así… —mencionó al tiempo que se encendía un cigarrillo—. Veras, Arena. Por ahora no tengo a ningún desangrador que dar muerte, a no ser que me lo encuentre por pura casualidad. —¿Entonces? —Es mucho más complicado de lo que crees. —Prueba conmigo. —Soy yo al quien están persiguiendo —confesó soltando el humo por su nariz. —Hace ya muchos años alguien me contó lo mismo. Me encontré con un cazador que me salvó de un poderoso vampiro, que acabó con toda mi familia y mi clan… —empezó a contarle mientras miraba las llamas de la hoguera, imaginándose aquella vez en el pasado—. Cuando estuvimos a salvo, le pregunté si podía viajar con él, para que me entrenase en las artes de la caza. Y así, ser más fuerte en éste mundo de oscuridad. Pero me lo negó. Aquel cazador me dijo que el camino que él seguía estaba lleno de peligros, ya que un alto señor de la noche le perseguía atormentándolo desde hacía ya años. Ese vampiro se llamaba… —Kane —dijeron al unísono. De pronto la mujer se alarmó al ver al cazador pronunciar ese mismo nombre. Desde aquella vez en su infancia, no había conocido más que del propio cazador que la salvó la identidad de aquel vampiro. En cambio, ése hombre estaba tan sorprendido como la cazadora. Walter entendió que su maestro tal vez se tuvo que topar con aquella chica en uno de sus viajes, aunque nunca le llegase a hablar de ella. —¿¡Cómo sabes su nombre!? —exigió nerviosa. Pero el cazador rió para sus adentros, siguiendo a lo suyo al liarse otro cigarrillo. —Veo que nuestros destinos no se hayan encontrado sólo por pura casualidad —reveló a la mujer, y prendió una cerilla envuelta en llamas llevándosela a su cigarro—. Tranquila, creo que hablamos de la misma persona. —Tú le conociste… ¿está vivo?, ¿se encuentra bien? —quiso saber la cazadora impaciente. —Lo desconozco.

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—Si me estás diciendo que ahora es Kane quien te sigue para atormentarte, es porque debe haber vencido aquel cazador —comentó hundida en lágrimas. —No está muerto, si es eso lo que piensas —aclaró para tranquilizar el pesar de la mujer—. Hice un trato con ese ser del infierno. Si le venzo, liberará a mi maestro y a su esposa. Pero si no… —¿Maestro? —Me acogió siendo entonces un vulgar vagabundo —dijo soltando una risotada al acordarlo—. Tuve la mala idea de intentar robarle. Sin embargo ese hombre era justo con los demás, y me dio la oportunidad de aprender de sus conocimientos, en vez de castigarme como hubiese hecho cualquiera. —Sí, lo era… —afirmó al escucharle—. A mí me enseñó plantar cara al miedo y la oscuridad, revelándome que se podía hacer frente a cualquier vampiro —expresó melancólica—. ¿Y cómo cayó? —Fue una espectacular batalla que aún tengo en mente —empezó hacer memoria—. Yo estuve ahí, viendo a mi maestro luchar de igual a igual con ese caballero de la muerte. —¡No es posible! —dijo de pronto. —Es el cuarto señor de la noche, y debo añadir que todavía es demasiado poderoso para mí —confesó al pensar en el mortífero mandoble del vampiro. —¿Cómo acabó? —Ambos usaron todo su poder para lanzar sus últimos ataques, donde Kane acabó derrotando a mi maestro, al partirle en dos la hoja de su espada —relataba el joven cazador conmemorando aquella gloriosa pelea—. Ahí, tendido de rodillas e herido mortalmente, se dispuso a acabar con su vida. Pero yo le propuse mi vida a cambio de la suya. En vez de aquello, le pareció divertido seguir conmigo con el juego que tanto llegó a cansar a mi antiguo maestro. —Raven, creo que se llamaba su katana —mencionó pensativa. Al escuchar el nombre que se llamó en el pasado el arma de su maestro, el cazador sacó en ese momento de su vaina lo que era ahora su nueva espada. —Fue lo único que me dejó —dijo al tiempo que se la tendía a las manos de la cazadora—. Mellada, rota, y sin dueño, me vi obligado a volverla a forjar. —Es preciosa… —expresó apreciando el filo de la espada—. Es una katana de una aleación de acero con titanio, con el filo de la hoja bañado en plata de primera ley. Debe pesar unos cuatro kilos —decía mientras medía su peso en sus manos—, y mide alrededor del metro ochenta… —Exacto —le alabó el cazador. —¿Cuál es su nombre? —preguntó maravillada por ver una vez más aquella arma. —Ahora se llama Fénix negro. —De ahí tu falso nombre ¿verdad? —Sí.

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Walter la contó todo lo que él llegó a conocer de su maestro, y las aventuras que pasaron juntos en ese breve periodo de tiempo. Su entrenamiento, los desangradores que exterminaron en su paso, las incontables cazas que llevaron a cabo adentrándose en los más oscuros escondrijos, las noches en vela haciendo guardia. Y el final de su historia de cómo se encontraron con la vampiresa Blanca, que les ayudo a dar con su creador, Kane. Contando finalmente con más detalles la lucha que sufrió el maestro cazador contra su verdugo, Walter la explicó sus aventuras y desventuras de sus oscuros viajes. —Creo que tengo una idea —dijo de pronto la cazadora—. Si me dices que te has enfrentado por estos lugares a ese vampiro, y sobre todo que es uno de los cinco caballeros de la muerte, tal vez nuestros viajes tengan algún sentido. —Explícate. —¿No lo ves? —Puso la chica cara de que todo debía de estar más que claro—. Estoy buscando a un desangrador que sirve a un alto cargo vampírico. Si Kane está acampado en estas frías tierras, Lord Maegus debe de ser a él al quien sirva. —Y si seguimos a tu vampiro… —Podremos sonsacarle el paradero de tu maestro…, y mi añorado salvador —concluyó la muchacha exponiendo los hechos. —Pero Kane estará cerca… yo aún no me siento rival para él. —Ahora somos dos cazadores, seremos más fuertes que ése amo de la noche —incitó Arena en convencer al joven cazador, sabiendo éste que no sería tan fácil como ella proponía. «Yo pensé lo mismo siendo tan sólo un niño. Creí que le podríamos vencer aquella noche. Pero no fue así.» Recordó Walter en lo confiado que estaba aquella vez en acabar con el cuarto caballero de la muerte. —Pudiera ser… —accedió finalmente el cazador. —Le rescataremos de donde quiera que esté —aseguró la mujer. —Si vamos a compartir este destino juntos, quisiera saber tu verdadero nombre —pidió el cazador momentos después de levantarse, ya preparado para su nueva contienda. —Mi nombre es Rukia —reveló la guerrera levantando la vista para mirar a su nuevo compañero. —Rukia…, es un nombre precioso —dijo el cazador piropeando a la muchacha, llegando a robarle una dulce sonrisa de ella—. Yo soy Walter ¡Vayamos a por ese Lord Maegus! Tengo ganas de cazar vampiros —Terminaron de descansar por aquella noche, y salieron al alba a la caza del vampiro que perseguía Rukia. El día amaneció nublado junto con una tormenta acercándose por el horizonte, proponiéndose con amenaza de lluvias para el atardecer. Los cazadores lo sabían de sobra. Calcularon la velocidad del viento y midieron con sus manos la humedad del ambiente, llegando a la conclusión de que había que apresurar la marcha. Ya tenían suficiente con rastrear el terreno de aquel endiablado no-muerto, como

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para que la lluvia borrase las únicas huellas que revelaban su dirección. Pero todavía era muy temprano, y el sol estaba en lo alto. Los cazadores no tardaron mucho en detectar la primera pista que el vampiro había dejado en aquel desierto. El cuerpo muerto de una joven muchacha estaba semidesnudo y atado a un cactus. «Se acaba de alimentar. No hace más de tres horas, casi antes de que amaneciese.» Dedujo Rukia pensando la clara ventaja que les sacaba ahora el nosferatu. Entonces, cuando Walter advirtió la cara de preocupación de su compañera por ver a la joven que había sido asesinada cruelmente, éste la animó, diciéndola que aquel vampiro tendría que estar más cerca de lo que ellos pensaban. Al habérsele hecho de día, tendría que haber buscado un refugio cercano donde descansar. Y una vez que se había alimentado, sería mucho más fácil rastrearlo ya que estaría descansando en su guarida. El cazador indicó a Rukia cerca de él el claro rastro de sangre que el iluso del vampiro había dejado por esas tierras. Ahí, delante de la chavala que más que atada estaba clavada en los afilados pinchos del cactus atravesando todo su inocente cuerpo, los cazadores bajaron su cadáver para enterrarlo en ese mismo lugar. Su estado estaba más seco que el propio desierto. Había también signos de violencia, ya que la cría se defendió de su maltratador. Las mordeduras eran incontables. En la yugular, la femoral, las muñecas, incluso hasta en los pechos. Ese cruel ser, se había ensañado con aquella personita que no alcanzaba la mayoría de edad. Podría ser la hija de cualquiera, que ahora estaría en un agónico estado de desesperación al verse desaparecido su mayor y preciado bien. Aun así, Rukia y Walter juraron vengar su muerte, y hacerle sufrir del mismo modo al vampiro. Y ellos, ya sabían cómo hacerlo. Mientras los cazadores proseguían con su marcha, los cielos se cubrieron de negro una vez que la tormenta les alcanzó. Pero había que sacar el lado bueno de aquello, como decía el cazador a su acompañante, ya que unas pocas nubes les aliviarían del achicharrante sol que por tanto tiempo les había estado acompañado. Ya saliendo del desierto, se dieron cuenta que el rastro que habían estado siguiendo se estaba acabado. Y justo en ese momento, la lluvia rompió en la tierra seca volviendo a humedecerla y llenarla de vida. No necesitaban seguir mucho más. Su objetivo esta más que claro, cuando alcanzaron a ver una pequeña ciudad devastada por el paso del tiempo. «No creo que esta tormenta haya acabado aquí por mera casualidad.» Pensó Walter viendo lo oscuro que se había vuelto el ambiente. Y razón no le faltaba. Los poderes oscuros que cernían esos lugares habían invocado la oscuridad ahí mismo, para refugiarse de la luz brillante del día. Rukia se dio cuenta de ello al observar por el catalejo que le ofreció su compañero. Lo que vio en él, fue un numeroso grupo de personas, que se reveló ante su sorpresa, mientras los veía reunidos en el centro de aquella ruinosa ciudad.

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Ellos sabían de sobra lo que iba a suceder, y yendo sigilosos hacia allí, se encontraron a la muerte y al propio mal que perseguían. Como hacían siempre las criaturas de la noche, revelaron una vez más por qué se les llamaban de ese modo. Desengradores, porque desangraban a sus víctimas en actos públicos. En lo alto de todo el tumulto de gente, se levantaba una gigantesca guillotina con el madero manchado de sangre donde ponían las cabezas de las víctimas. Los cazadores se movieron rápidamente siendo unos mismos con la propia oscuridad, sin que nadie los llegase a ver, hasta que llegaron a lo alto de un campanario para visualizar la situación con más detalle. No era un espectáculo digno de presenciar, pero los cazadores de la noche querían verificar que el vampiro que llevaba aquella masacre era el que perseguían, aunque lo matarían de todas formas. Sus instintos, no les defraudaron. El vampiro en vez de dormir durante el día, prefirió saciar su sangre con la población. El desangrador estaba desnudo debajo de la guillotina, mientras le caía la sangre del cuerpo que acababan de decapitar. Reía, gritando a la vez como un vil animal, cada vez que su pálida piel quedaba pintada de rojo ante el asombro de todo el mundo. Las personas que acudieron a esos macabros actos lloraban, y maldecían sus desgraciadas vidas al ver a sus queridos familiares decapitados y apilados en un vulgar montón. Tal vez los engañaría con un sólo sacrificio, aún en realidad sabían de sobra que cuando el nosferatu probase la sangre del primer humano, terminaría por exigir a muchos más. Y el número de muertes que iban sacrificando, era cada vez mayor. Aquel demonio que lamía la sangre de su cuerpo en un estado de frenesí, ya llevaba veinte muertes en aquel día, terminando por ensuciar de sangre el suelo que pisaba. Ahí, con los brazos en alto exigiendo al negrero, que hacía de verdugo, otra persona cuando la anterior se la acabó su sangre, Rukia no pudo soportar seguir viendo la matanza. La cazadora se decidió matarlo ahí mismo delante de todos, para que vieran lo fácil que podía ser acabar con un no-muerto. Walter quiso cubrirla para darla una oportunidad. Todavía no conocían el poder que albergaba el desangrador, y un ataque a distancia determinaría si era preciso enfrentarse a él cuerpo a cuerpo. Sin pensárselo al ver a su compañera fundiéndose en las sombras para ocultar su presencia, el cazador sacó del poncho su pesada ballesta. Apuntó a su objetivo, que ahora abría sus fauces para saborear la sangre que le iba a caer sobre él, y disparó sin contemplación una ráfaga de estacas bañadas en plata. Desafortunadamente una de ellas acabó atravesando la cabeza del verdugo, cosa que Walter hizo sin “querer”, hasta que varias estacas acertaron en los pies del desangrador. El vampiro en ese momento vio de dónde provenía su asesino, y le señaló amenazante al tiempo que el cazador le respondió con un gesto sonriente. «Debe de estar borracho de sangre o se lo tiene muy creído.» Pensó Walter mientras cargaba su arma.

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Sin verla llegar, la cazadora de vampiros salió de entre el público con sus dos espadas en alto, a la espera de cogerle por la espalda y así aniquilar al muerto viviente. Entonces, el poder del mal se reveló ante los ojos de todos. La criatura de la noche cogió con su mano desnuda el filo que pensaba matarlo, mientras que el otro se clavó en su hombro sin que la criatura llegara a sentirlo del todo. Sonriente, le enseñó los colmillos a su adversaria, y echó mano de la espada que lo había atravesado sacándola de golpe. Un chorro de sangre negra salió a presión de la herida del vampiro, llegando a cegar a la cazadora. No tenía miedo de nadie, ya que su cuerpo se encontraba mucho más fortalecido al haberse bebido la sangre de sus anteriores víctimas. Tampoco sentía ningún dolor. Cogiendo el delicado cuello a Rukia con su poderosa mano, se dispuso a desangrarla con sus afilados colmillos. Su rostro se convirtió en el de un monstruo. Le empezaron a crecer las orejas puntiagudas hasta que se parecieron en las de un monstruoso murciélago, al tiempo que le iba creciendo la melena teñida de la sangre que había estado bebiendo, y sus ojos rojos se tornaron en un amarillento diabólico. La boca se le dislocó entonces, para dar a conocer sus nuevas fauces llenas de peligrosos dientes afilados aún más los colmillos. Estaba dispuesto a acabar con la cabeza de su víctima teniéndola ya dentro de la boca para decapitarla, cuando una sombra oscura amenazó desde el cielo al vampiro. No le daría tiempo hacer nada. Su único método al querer salvar a su compañera era improvisar sobre la marcha. Walter se echó la ballesta a la espalda, para librarse de su aparatosa arma queriendo así tener las dos manos libres. Las necesita para lo que pensaba llevar acabo. De la vaina negra, liberó al ave Fénix hasta blandirla en sus manos. Pero la distancia que le separa al cazador del demonio era bastante considerable, sin dejar a un lado la altura de donde se encontraba. No quiso pensárselo, la vida de su amiga estaba en peligro. El cazador se lanzó entonces al vacío sujetando la brillante katana, con la intención de destrozar aquel vampiro de un sólo y potente ataque. Como el Fénix negro, espada y cazador se fusionaron siendo esta vez un único ser oscuro, mientras iba cayendo majestuosos desde el cielo. En cambio, el desangrador le vio venir. Aquel vampiro no era una criatura corriente. De pronto, cuando la criatura sintió al otro rival, lanzó a la cazadora fuera de su alcance. Rukia fue desprendida violentamente de las garras de su enemigo, llegando a empotrarse contra un muro. Ahí, la pobre muchacha ahogada por haberla estrangulado, se echó sus manos al cuello en un gesto de quererlo aliviar. La mujer giró la cabeza malamente hacia donde estaba el monstruo, y se dio cuenta entonces que la había salvado de la muerte Walter sorprendiendo al enemigo desde cielo.

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Sosteniendo la espada, al tiempo que el monstruoso nosferatu paró de golpe la estocada con una sola mano, el cazador esbozó una sonrisa a su enemigo. El potente ataque que había recibido el demonio hizo que la tierra temblase debajo de sus pies, hasta que el suelo no aguantó más y se quebró convirtiéndose en un cráter. No había tenido éxito en su caza. Viendo cómo la hoja del Fénix seguía cautiva de la mano del enemigo, Walter la sacó violentamente llegando a cortar por completo las garras de la criatura. Entonces, el vampiro gritó al sentir que lo habían amputado la mano, y arremetió contra el cazador lanzándole un potente mordisco que acabó en un sonido hueco. Fue rápido. La fuerza que desempeñó el vampiro contra su adversario, lo obligó a usar su propio filo para parar el golpe. Pero aquel monstruo no desistió en su intento de querer acabar con el cazador, y consiguió que se hundiera su víctima en el propio asfalto a base de poderosos puñetazos, que a duras penas mantenía si no fuese por la resistente espada. El vampiro era demasiado bruto, y estaba obcecándose sólo en el hombre, sin llegar a acordarse de su primer rival, cosa que maldijo cuando Rukia volvió hacia él para vengarse. Cogiéndole con el puño en alto para volver a contraatacar a su enemigo, la cazadora usó el bordillo de un saliente para saltar desde él. Y completando un laborioso giro en el aire con sus dos espadas trazando dos tajos fatales, consiguió cortar el brazo del vampiro. La sangre negra fluyó al haberle amputado el miembro desde su hombro de dos limpios cortes. Walter aprovechó la maniobra de Rukia, e hizo acopio de todas sus fuerzas para lanzar el ataque definitivo. Desde el suelo, mientras el vampiro gemía de dolor como un niño, la cazadora cedió sus manos entrelazadas para que su compañero se alzase a los aires al querer acertarle esta vez en la cabeza de la criatura. El vampiro se había convertido en un monstruoso ser demasiado gigantesco como para llegar por uno mismo. Siendo impulsado por su aliada hacia los aires, el cazador lanzó un poderoso ataque horizontal con la katana, que llegó finalmente a decapitar al vampiro. El cuerpo de Lord Maegus cayó de rodillas, terminando finalmente por derribarse en el suelo. No estaba muerto, aún lo necesitaban con vida. —¿Lord Maegus? —preguntó Rukia si era él. El monstruo decapitado se rió de los dos cazadores, con el filo de la espada atravesando su frente. —Él te matará. Te arrancará la piel de tu bonita cara para usarla como máscara en carnavales. —¿Él?, te refieres a tu maestro… —dedujo la cazadora retorciendo su filo, al tiempo que consiguió escuchar un alarido de dolor de su víctima—. No te preocupes, Kane será el siguiente. —Insensata, no podrás contra un caballero de la muerte —previno el desangrador—. Tal vez me hayáis derrotado, pero con sus poderes oscuros que conocen límites, no tendréis ninguna oportunidad.

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—Yo creo que si la tendremos —aseguró Walter poniéndole la suela de su bota sobre el rostro de la criatura. Y en ella, se encontraba un cuchillo de metal, que ahora abrasaba la piel del no-muerto. —¡Noooo! —gritó de dolor. —Has matado a mucha gente hoy, pero… aún así voy a ser bueno contigo —le propuso apartando su pie de la cara. Rukia al escucharle le lanzó una mira sin entender a donde quería llegar su amigo. —Lo que quieras… pero no vuelvas a ponerme esa bota en la cara o te la arrancaré de un mordisco —rogó amenazante. —¡Venga! Que más feo no te voy dejar —se rió el cazador junto con su compañera. —Queremos saber dónde se encuentra la guarida de tu amo —dijo con voz amenazante la mujer. —No puedo… me matará. Y si no lo hace, me mandará a un sitio mucho peor del que vosotros imagináis —expresó la cabeza del vampiro con lloros infantiles. —¿Ahora vas ha llorar? ¡Lo que nos faltaba!, un maldito vampiro llorón —comentó Walter en una larga risotada para humillar aún más al desangrador. Pero al verse ofendido, la criatura lanzó una dentellada al cazador llevándose de éste una patada que hubiese salido volando si Rukia no lo tuviese atravesado con su espada. —No tenemos todo el día… ¡Vamos, habla! —pidió la mujer retorciendo su arma. —¿Me dejareis vivir? —preguntó todavía con esperanzas desde sus ojos llorones. —Claaaaaaaro… ¿Por qué no?, ¿verdad Arena? —Sólo si es un niño bueno —aseguró al desangrador. —En ésta mima ciudad… en el edificio norte hay una gruta donde se puede ir venir a su reino —explicó temeroso de revelarlo. —¿Reino? —¡Donde viven todos los señores de la noche junto sus hijos! ¿¡Es que hay qué explicarlo todo!? —dijo furioso. Al escuchar eso, los ojos de Rukia y los de Walter se entrecruzaron preguntándose qué habría en aquella gruta. Lord Maegus, les había revelado una entrada directa hacia el reino de la oscuridad, donde se encontraban todos los vampiros que habían desaparecido desde hacía ya incontables años. —Sólo por curiosidad… ¿Qué demonios hacen bajo tierra? —¿Y de qué se alimentan? —siguió la cazadora. —No lo sé. Mi amo no me deja ir con él —confesó la criatura, dejándoles a los cazadores con la intriga—. ¿Me dejareis libre ahora que os lo he contado todo? —Va ser que no —aclaró el cazador y cogió su katana para clavarsela en el corazón del vampiro. Fue a paso lento hacia el cuerpo que había quedado tumbado al separarlo de su cabeza, para hacerle sufrir al vampiro hasta el último segundo, cuando Walter se dispuso en ese momento a rematarlo. —¡Me lo prometiste! —dijo en un último aliento. —Mentí. Hasta nunca Lord Maegus.

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Walter puso fin aquella estúpida conversación, y atravesó sin más dilación el corazón de la bestia con su espada bañada en plata. Lord Maegus explotó en una bola de llamas amarillas y rojas donde se retorció de dolor hasta el final. Entonces, su cuerpo se redujo a un insignificante amasijo carbonizado. La población de supervivientes se disipó en un abrir y cerrar de ojos ante el asombro de los cazadores. Nadie quiso quedarse para sufrir las consecuencias del vampiro, cuando vieron su terrible transformación en aquel horrible ser. Sus desafortunados parientes ya padecieron del filo de la guillotina, para alimentar los cruentos deseos de sangre del vampiro. Y cuando los cazadores de la noche hicieron presencia en esas ejecuciones, los civiles supervivientes se marcharon para salvar su propio pellejo al entender que no podía salir nada bueno de todo aquello. En cambio, para el bien de la paz, Lord Maegus cayó presa del filo de Walter cuando le dio muerte, volviendo así a reinar la tranquilidad en aquellos lugares aún quedando huérfana la ciudad de sus habitantes. Ahora, después de recuperarse de la fatigosa confrontación que habían tenido contra el desangrador, los cazadores llegaron a la zona norte de la ciudad en busca de la supuesta entrada subterránea. No les costó mucho dar con ella. El edificio que les indicó el vampiro, se encontraba en ruinas amenazando con derrumbarse en cualquier momento. Rukia entró primero, pero con cuidado de poner sus pies en los sitios adecuados, ya que se podía ver sepultada por dar un mal traspiés. Su mal estado se encontraba así porque una gigantesca grieta se había abierto en el suelo, revelando el oscuro abismo del averno. Al ver la oscuridad de aquel barranco que caía hasta perderse en el infinito, el cazador sacó una linterna para conseguir adivinar su fondo. Sin previo aviso, infinidad de murciélagos que dormían placidamente en la oscuridad, salieron volando cuando les cegaron con la indeseable luz, donde Rukia se asustó en aquel momento sumergida en un inesperado abrigo nocturno. —Si eso te a asustado, no imagines con lo que te vas a encontrar allí abajo —reveló Walter enfocando su linterna hacia la oscura grieta. —¿No tienes miedo? —¿Tú qué crees? —Esto es una locura… —No te preocupes. Lo único que no van a pensar los vampiros, es que dos personas se adentren campando por sus anchas en su reino —Apagó su linterna una vez que comprendió que así no conseguiría ver el fondo, y cogió su ballesta para amarrar unas cuerdas atadas a una flecha para así poder descender—. Tú primero —cedió a su compañera a que bajara por la cuerda que caía por la grieta hasta perderse en la oscuridad. —Eres todo un galán. —Seremos invisibles a vista de todos, ya lo verás. —Recuérdamelo, cuando salgamos cagando leches con un ejército de vampiros pegado a nuestros traseros.

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—¡Ese es el espíritu! ¡Vamos a meternos en problemas! —propuso sonriente a Rukia al tiempo que bajaba el también por aquel abismo, donde su querido maestro le esperaba cautivo en el castillo de los caballeros de la muerte. ——————————————————————————————— La sombra de un murciélago gigante amenazaba la ciudad, donde un terrible desangrador estuvo llevando acabo innumerables matanzas. Había conseguido llenar de terror y horror las almas de los desagraciados, que se mantenían ahora escondidos entre las ruinas de los edificios al sentir el miedo de su nuevo inquilino. Pero aquel endiablado vampiro ya no estaba en el mundo de los vivos. Kane, lo supo nada más llegar. Cabalgando a su bestia alada, el caballero de la muerte, majestuoso en su armadura milenaria, llegó hasta el lugar donde se debería de reunir a esas horas de la noche con su nueva mascota. Ya había tenido varios desangradores a su servicio en el pasado, pero ninguno fue lo suficientemente bueno como para ser merecedor de sus oscoros conocimientos. Entonces se le presentó un vampiro con título de Lord, que le serviría fielmente con tal de volverse más fuerte en los saberes de la noche. Y hasta ese día, no le había defraudado. El Berserker aterrizó batiendo sus monstruosas alas en el centro de la plaza, al tiempo que Kane saltó de su lomo para comprobar él mismo los restos esparcidos por el suelo de su aprendiz. La criatura alada, soltó entonces un poderoso rugido al sentirse algo hambrienta ya que se acababa de despertar de su profundo sueño. Su amo, aún no le había alimentado. Estaba de rodillas en el suelo maldiciendo al cielo nocturno, mientras cogía entre sus muertas manos los restos calcinados de su querido lacayo. No sabía quién habría podido ser el iluso que había matado a un siervo de un amo de la noche, aunque no le sorprendió de que hubiesen sido los actos de un cazador. «Oh, Lord Maegus… ¿Qué te ha podido pasar, para que un simple humano te haya derrotado?» Pensó con lágrimas en los ojos, mientras pasaba su mano por la calavera calcinada de su añorado pupilo. Kane se sentía furioso. Le habían insultado. Entonces juró que lo vengaría, y apretando con fuerza su mano sobre el cráneo del desangrador, lo convirtió en polvo para que lo arrastre el viento. Los supervivientes que se habían quedado en la ciudad, insensatos en su pesar al creer que ahora vivirían en paz y armonía cuando los cazadores dieron muerte a su verdugo, se mantenían escondidos de miedo al ver enfadado aquel amo de la noche. Pero Kane ya los tenía enfilados desde el principio. Sin que se diera cuenta el grupo de gente que se escondía de la presencia del vampiro, el amo de la noche les sorprendió apareciendo silenciosamente por sus espaldas. En ese momento de confusión de aquellas gentes, el vampiro aprovechó para sacar toda la infamación, empezando por agarrar del cuello a un inocente niño.

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—¿Quieres vivir? ¿Deseas que tu familia vea una vez más la luz del sol? —preguntó Kane, estrangulando al chiquillo que alzaba a varios palmos del suelo. —Sí, sí señor… —Pues dime lo que ha ocurrido aquí —exigió amenazante enseñado sus poderosos colmillos—. Teníais que ofrecer dos sacrificios al día a vuestro amo Lord Maegus. No lleva ni dos noches en esta ciudad y ya está muerto. Dime… ¿¡Quiénes han sido!? —El tomó los sacrificios que quiso, pero… los cazadores… —dijo algo asfixiado—. Mataron a tu siervo, es la verdad. —¡Mientes! Era demasiado fuerte como para caer en manos de unos simples cazadores —expresó con ira. —Es la verdad, mi señor… —Pero la fuerza de Kane terminó rompiendo el cuello del niño. Furioso por ver los restos de su siervo ante sus ojos, y aún más enfadado por no querer asimilar su situación, Kane entró en cólera y arremetió contra la familia del muchacho hasta dejarlos sin una gota de sangre. Cuando se ensañó con los inocentes, quedando su boca saciada por unos momentos, empezó a tranquilizarse poco a poco al comprender que los cazadores lo habían desafiado abiertamente matando a su aprendiz. «Deberían de conocer que yo era el amo del Maegus… Por fin has movido ficha, joven cazador.» Meditó Kane, sabiendo que su siervo cayó a manos de la espada plateada del hombre que tanto había estado atormentando, como lo hizo en sus días a su maestro. Ya no había nada que hacer. Kane, supo que ese lugar ya no le importaba nada sin su fiel compañero nocturno, y llamó a su bestia alada. Ella le correspondió desde lo lejos con rugido terminando por llegar volando hasta su amo. Allí, los supervivientes les observaron desde sus inútiles refugios, temerosos de lo que podría pasar. Ellos ya se esperaban lo peor, desde que aquel amo de la noche se manifestó delante de ellos. Complaciendo a su bestia, Kane ordenó a su Berserker deleitarse en las carnes de todas las personas que habían decidido para su infortunio quedarse en esa ciudad, para terminar sus vidas entre las fauces de la criatura. ——————————————————————————————— La oscuridad lo envolvía todo en la gélida mazmorra. No había luz alguna, ni calor que arropase a la persona que estaba encadenada a la pared. Lo único se sentía, era el hierro cortante de los grilletes que lo mantenían cautivo sobre sus carnes. Estaba cansado, y aún más desesperado. En su día, pensó que podría resistir las torturas de los vampiros, de su verdugo. Pero se equivocó. Aquel prisionero había perdido la noción del tiempo, y lo poco que le quedaba de esperanza, se evaporó el mismo instante cuando pensó que nunca más volvería a ver a su añorada esposa.

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Colgado a la pared en su agonía de seguir viviendo, porque se lo obligaba su amo desde sus poderes ocultos, el escuálido prisionero llamó al carcelero en una ahogada súplica de beber un poco de agua. —Por favor… agua… —pidió sin hacerse oír. De pronto, una oscura entidad se manifestó a su lado al escuchar su súplica. Llevaba un candelabro con dos velas medio consumidas que usó para alumbrar el rostro del prisionero que le había llamado. Mirándole al prisionero, se dio cuenta de los años que habían debido de pasar por su rostro al recordarle cómo fue antes de entrar en la prisión. Su barba, desaliñada y enmarañada, le caía hasta la altura del pecho teniéndola; negra y sucia con varias canas que revelan lo anciano que se estaba volviendo. El rostro lo representa famélico y algo huesudo, al haberse alimentado durante años de tan sólo pan y agua. Y la dignidad de aquel hombre, se vio desechada teniendo un simple trozo de tela cubriéndole la entrepierna. Una delicada mano, le levantó con delicadeza la cabeza para darle de beber un poco de agua. No tenía fuerzas para tragar por él mismo. Sólo empañando un trapo para humedecer los labios agrietados del prisionero, logró que éste pudiese beber algo. Cuando estuvo saciado con tal sólo unas gotas, el prisionero agradeció a su cuidador, pero le pidió un favor más sin querer abusar demasiado de su confianza. —Máteme… por favor se lo pido… —dijo cansado. —Vas a tener que aguantar algo más, cazador —respondió la voz de una mujer acariciándole la melena. —Me has cuidado todos esto años, y aún no sé ni tu nombre. —Si que lo sabes… pero siempre lo olvidas —mencionó desde la oscuridad. —Scarlett… —reconoció de pronto su voz—. Hazme este último favor, tú que eres comprensiva y amable cuando mi torturador no está —El cazador levantó la mirada y vio a la luz del candelabro a su cuidadora. Seria y queriendo mantenerse al margen, la vampiresa desvió su mirada hacia otra parte al sentir vergüenza de no poder acceder a las peticiones del prisionero. Su cabello rojizo se encontraba recogido en una larga trenza con una diadema negra que sujetaba su peinado. El color de sus ojos, los mantenía en el anonimato al tenerlos cerrados, aunque el hombre ya sabía de qué color eran. El color de la muerte, la oscuridad, y la inmortalidad. —Me tengo que marchar, mañana volveré para limpiarte —aseguró la mujer. —No te marches aún… tu voz es la única luz que me mantiene vivo en esta oscura prisión. —Él estará al caer, sabes que no quiere que conversemos. —Te lo suplico… si no quieres darme muerte, por lo menos cuéntame una vez más como es ella —rogó desde su cautiverio. —Está llena de vida —empezó a contarle una vez más—. Esperando tú regreso desde una torre sombría. Ella tiene los ojos llenos de esperanza, que nosotros los inmortales no tenemos, azules como dos

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enormes zafiros a luz del sol. Sus labios, rojos carmesí, representan la calidez de una tarde de verano… —Su rostro… —quiso saber exigente en el deseo de dibujarlo en la cabeza. —Su rostro, resplandeciente y lleno de vida, es la envidia de los señores de la noche que suplican ver su imagen, ofreciendo sus míseras vidas a cambio de verla una vez más. —Es preciosa… ahora podré verla en mis sueños. —Hasta mañana, cazador —se despidió la mujer. En su tortura de ver al prisionero que tenía que atender por orden de su amo, la preciosa vampiresa se fundió en la oscuridad para volver a sus aposentos. Ella se encontraba de espaldas a él, sin que se diera cuenta de que estaba llorando al verle sufrir todos los días. Todo aquello era por un propósito. Su amo, ansiaba saber el nombre del prisionero todas las noches antes del amanecer, justo antes de poder irse a descansar a su ataúd. Él necesitaba controlarlo definitivamente para volverlo loco en su mente, y así conseguir lo que era su más allegado deseo de posesión. Siempre le prometía que cuando estuviese en su poder, terminaría por dejarle ver a su amada. Pero Joseph conocía de antemano que era mentira. Estaba cansado y torturado, tanto su físico como su mente, y las pocas ganas de vivir que tenía, ya se estaban marchitando. Aun así, no quería caer cautivo en la mente de su torturador. Sabía que sus promesas eran falsas, y cuando lo dejase a su merced en sus locos actos de querer hacerlo sufrir, no le correspondería como le prometió en su momento. Si cediera, al final se aburriría de él, y terminaría matándolo. —Ella está muerta ¿verdad? —preguntó el cazador desde la sombras de la prisión, cuando su cuidadora estaba apunto de marcharse. —No, no digas eso. Está viva, de verdad —dijo cogiéndole el rostro para que la creyera. —Así que ésta es mi verdadera tortura... —Deberás de aguantar un poco más. Ya veras como dentro de poco él te deja verla aunque sea sólo por una vez —intentó animarlo, acariciando su larga melena desaliñada. —¿Cómo voy a poder creerte, si todos vosotros sois esclavos de su poder? —expresó resignándose a volver a ver con vida a su amada—. Ni si quiera tú, Scarlett, te has podido salvar de su yugo… —Desde que empezó a reinar nuestro mundo se ha vuelto muy poderoso y cruel, es verdad. Pero nos mantiene con vida, y a veces nos complace con alguno de nuestros deseos. —Debe de serlo, ya que has caído en sus mentiras —mencionó indignado a que le escuchase. —No puedes pedírmelo, no a mí —dijo algo llorosa, empezando a comprender lo que quería pedirle de verdad. —Eres la única que me visita en estos calabozos, ¿a quién se lo voy a pedir si no? —Me matará… —Ya estás muerta, Scarlett —le reveló—. ¿O con qué falso propósito te mantienes con vida?

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—Mi hijo… —manifestó en lágrimas. —Lo siento de veras por ti —Río algo ahogado al escuchar la confidencia de la vampiresa—. Estás tan prisionera de él, como lo estoy yo en este oscuro calabozo. —Me dejó verlo una vez, hace ya mucho tiempo. Y mereció la pena la larga espera —confesó sonriente al recordarlo—. Es lo que aún me mantiene viva, en este cuerpo frío e inmortal. La vampiresa conmemoró en sus recuerdos aquella vez que su amo le permitió ver a su hijo. Estaba escuálido, muerto de hambre, y con varias mordeduras en su cuerpo atado como lo estaba ahora el cazador en sus grilletes. Kane le torturó durante varios años hasta llevarlo al límite, obligando así a su sierva a obedecerlo en sus amenazas. Desde hacía ya tiempo que Scarlett tuvo a su hijo en vida, cuando al cuarto caballero de la muerte le mandaron crear a una nueva discípula para así terminar sus artes oscuras. Era el mayor honor que se les hacían a los señores de la muerte, una vez que uno de ellos caía en combate. El superior de Kane, el tercer amo de la noche ya muerto para entonces, le ordenó crear al quinto caballero de la muerte, como lo hizo con él en el pasado. Así, sus caminos se cruzaron en mitad de la noche. Scarlett obtuvo el poder del quinto amo de la noche más poderoso entre los vampiros, y un trono en el concilio de la muerte. Sin embargo, su hijo quedó mortal a los ojos de su madre. Pero ella no desistió en dejarlo a su suerte, y se lo llevó en secreto para que no callera a manos de los vampiros. Fue en ese momento, una vez que terminaron las guerras entre los humanos y los inmortales vampiros, cuando los altos señores de la noche decidieron levantar su sociedad en las profundidades de la tierra. Durmieron durante largo tiempo, dejando al mundo en paz con la esperanza de ser repoblado algún día. En cambio, Kane no quiso dormir. En vez de eso, vio la oportunidad de llevar él mismo el control de toda su raza. Con frialdad, se adentró en los aposentos de sus superiores mientras dormían en su letargo sueño, y los asesinó con sus propias manos para así gobernar a su gusto. Pero a Scarlett no pudo matarla ya que su misma sangre corría por las venas de su creación, sin poder tan siquiera destruirla por aquella simbiosis que los unía. Entonces, ella despertó al no sentir la presencia de sus maestros, y vio cómo se había convertido el mundo de los no-muertos. Todos obedecían a Kane. El monstruoso cuarto caballero de la muerte se había proclamado ahora Señor de la Muerte. Mantenía con vida a su propia raza con la sangre huma que sacaba de los campos de concentración que había estado construyendo durante décadas. Aunque en realidad, eran campos de cultivo. Había estado clonando a seres humanos para así abastecerse de ellos indefinidamente, y para dejar que la superficie de la Tierra se volviera a repoblar naturalmente. Pero aquello era la mentira con la que gobernaba en su mundo. Él mismo, estuvo durante décadas visitando a los vivos para darles caza a su gusto, y creando infinidad de lacayos que lo obedeciesen para

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volver a gobernar todo el planeta esta vez con más fieles a él. Los vampiros serían los amos de todo el mundo y los humanos simplemente su alimento. Cuando el Señor de la Muerte vio que Escarlett, la quinta caballera de la muerte, había salido de su tumba, su creador le dio la opción de reinar con él la Tierra si era ella su reina. Como no quiso aceptar sus condiciones, que eran las de volver a la superficie para gobernar a todos los humanos, Scarlett escapó del reino subterráneo donde vivían los vampiros para hallar a su hijo. Así supo Kane cómo tener a su disposición a lo que era ahora su sierva. Usando a su hijo, el amo de la noche lo mantuvo cautivo con la amenaza de matarlo si ella no le obedeciese. Joseph sabía lo que estaba sufriendo en ese momento la vampiresa al verla llorar. Ella, le contaba siempre su trágica historia a lo largo de los años, cuando vio que podía confiar en él, cada vez que bajaba a las mazmorras para a curar al cazador de las macabras torturas de su amo. Pero Scarlett no era la única que sufría. El cazador también le contó su oscura historia sobre el amor que le ataba a Amanda, su esposa, y de como Kane la tenía cautiva en su castillo. Desde que le reveló esa información, Scarlett buscó el paradero de la mujer del cazador hasta que la encontró encarcelada en unos aposentos. Pálida, como un muerto, y con mordeduras en el cuello, pero todavía viva, Amanda esperaba paciente el regreso de su compañero. —Alguien tendrá que poner fina esto, Scarlett —dijo el cazador a la vampiresa—. Ni tu hijo, ni mi amada sobrevivirán a este mundo sino acabamos con Kane. —Pero él me lo prome… —No pudo acabar la frase. La mujer se vio de pronto de rodillas en el suelo, llorando por su querido hijo que no le veía desde hacía ya cincuenta largos años. —No vivas en una mentira… sabes que Kane no mantendría a un anciano —la mencionó, sintiéndose cruel por sacarla de su sueño—. Siento ser yo quien te lo recuerde, aunque ya lo deberías saber. —No… él vive —seguía convenciéndose de volver a verlo, cada vez que recordaba el infantil rostro de su añorado hijo. —Por favor, llévame hasta ella —rogó una vez más. —¿Y qué harás cuando estés frente a ella? —preguntó sin esperanzas—. Amanda está bien, con eso deberías de contentarte. —¡Pero quiero verla! ¡Sólo una vez! —exigió, e hizo fuerza con sus famélicos brazos para romper las cadenas que lo tenían atado. —Ella es ahora su sierva… su capricho —le reveló obligándolo a calmarse—. Ahora es uno de nosotros, ¿quieres aún así ver en lo que se ha convertido? —Sí, no te preocupes Scarlett, no es culpa tuya —dijo el hombre al verla destrozada por darle la noticia—. Ya contaba desde hace tiempo con esa posibilidad. —Si te llevo ante ella, ¿la matarás? —No, pero mataré al quién la haya convertido. —¿Lo prometes? —Sí.

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—Dame entonces tu nombre si me estás diciéndome la verdad — pidió la vampiresa. —Ya no tengo nada que perder —comentó finalmente, sabiendo de sobra que un vampiro le podía controlar totalmente si sabía su nombre—. Joseph, ahora ya sabes cómo me llamo. Puedes controlarme a tu merced. Scarlett rompió con su brutal fuerza las cadenas que ataron por tantos años al prisionero, y lo cogió entre sus brazos al verlo débil para llevarlo ante su amada. Ella entró en esa gélida prisión llena de ratas, y una humedad irrespirable, con la simple idea de atender las peticiones de llevarle algo de agua a su ya considerado amigo. Pero en cambio, la vampiresa salió por donde había venido con otro plan en mente. Una vez que consiguieron llegar al exterior de las mazmorras, el mundo subterráneo se presentó ante los ojos de Joseph; grotesco, con altos edificios oscuros de género gótico, y sin vida aparente por esos lugares. Hacia mucho frío en las cavernas donde los vampiros las usaron para levantar su nuevo imperio. Cuando Scarlett avistó el castillo de su amo, que se elevaba gigantesco sobre el reino no-muerto con innumerables torres llenas de gárgolas demoníacas, le indicó al cazador hacia uno de los torreones más altos. Ahí era donde debían de ir, para que Joseph se reuniera con su añorada amada. Pero para ello, tenían que evitar las indeseables miradas de los vampiros que campaban en esos momentos por las calles, ocupados en sus que aceres. Cubierto con una capa negra para no ser visto e engrilletado de manos y pies, la vampiresa condujo a lo que era su prisionero hacia el castillo de su señor. No querían levantar sospechas. Y así, llegaron hasta la entrada del grotesco palacio, donde un sirviente les atendió educadamente. —¿Qué se le presenta ama Scarlett? —preguntó el siervo con ojos brillantes, ante la oscuridad que acontecía en ese lúgubre lugar. —Deseo llevar éste presente a los aposentos principales —dijo seriamente—. Es por orden de nuestro amo y señor de la noche. —No se me ha comunicado tal hecho, señora —expresó sonriente al sentir tan de cerca la sangre del prisionero—. Sabe usted de sobra que no debo dejar pasar a nadie a sus estancias. —Creo, que no me ha entendido… —se corrigió la mujer probando de nuevo—. Llevo un regalo a mi maestro, así que debe de ser una sorpresa, ¿me sigue? —Entiendo… —Pero si no me lo permite no pasa nada, dejare a este humano en los calabozos donde perderá toda su esencia… —mencionó Scarlett volviendo sobre sus pasos—. En fin, pensé que un poco de sangre fresca, calmaría el mal humor de nuestro Señor antes de que volviera a su ataúd. —Espere… —llamó el siervo algo dudoso desde lo lejos—. Tal vez se pueda hacer una excepción, siempre y cuando hable bien de mí…

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—No se preocupe, será recompensado y tomado en cuenta por sus servicios —le aseguró la vampiresa al sirviente, y le dio un anticipo económico por su confianza que le permitiría recibir una doble ración de sangre durante varias noches. —Si necesita algo más ama Scarlett, por favor, hágamelo saber. —Gracias por su servicio, ¡vamos, humano! —le dijo a su prisionero tirándole de la cadena al pasar cerca del siervo, ya que éste le miraba apetitoso revelándole sus colmillos. Dejando atrás el pequeño obstáculo que casi hizo no permitirles pasar de la entrada, unas escaleras caracol se les presentaron perdiéndose a lo largo de los incontables escalones. El camino en espiral, era oscuro y lleno de telarañas, con los peldaños en desnivel que harían tropezar al cazador si no fuese agarrado por su guía. Después de subir durante un largo tiempo por aquellas infinitas escaleras, la luz se hizo notar cuando llegaron a las faldas de una puerta protegida por unas verjas de metal llenas de puntas afiladas de acero. Joseph, que estaba más cerca de su amada de lo que estuvo en años, empezó a pensar en qué estado se la encontraría. «¿Me reconocerá? ¿Todavía almacenará algún sentimiento hacia mí?, o ¿Kane la habrá hechizado borrándome de su memoria? Tal vez sea eso por lo que nunca han querido mostrármela.» Pensó Joseph dudoso. Entonces, la vampiresa percibió la duda en el rostro del cazador, y le dio ánimos incitando a que entrara en aquella estancia para que volviera de nuevo con su querida compañera. No te demores, Joseph. Ella te aguarda desde hace mucho tiempo, no la hagas esperar más —le dijo Scarlet desde su mente. Nervioso de entrar solo y no ser reconocido, el cazador de vampiros apartó la puerta que le habían abierto, donde vio la claridad que iba saliendo de ella hasta que llegó a cegarle por unos momentos. Una mujer, estaba tendida en la cama cosiendo un vestido verde con remates dorados, cuando de repente, su mirada se desvió de su labor al ver a la persona que estaba esperando en la puerta. Al principio no le reconoció. Había un hombre famélico delante de ella. Parecía un vulgar vagabundo, que sólo vestía con un trozo de tela negra entre su entrepierna, y una capa oscura que lo guardaba en las sombras. Su barba canosa, escondía su rostro huesudo, y la larga melena que le caía hasta cintura, negra y desaliñada, le hacía aún más siniestro de lo que ya era. Pero fueron sus ojos azules los que revelaron a la verdadera persona. En ellos, buscaban la comprensión de la mujer que ahora lloraba de alegría por volverse a encontrar con su marido. Y saltando desde la cama, Amanda abrazó a Joseph después de haber estado rezando durante tantos años por su largo y demorado encuentro. —Creí que estabas muerto… —Lloraba la mujer viendo el estado de su amado—. ¿Cómo has dado conmigo? ¿Dónde has estado todo este tiempo?

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—Buscándote por el mundo, y estando prisionero en un oscuro calabozo a la espera de ser liberado —contestó Joseph abrazado a Amanda. Al sentir su tacto cuando se besaron finalmente, el cazador observó que estaba fría como el hielo. En sus ojos, ya no había luz, sino que sólo reflejaban el color carmesí del que se alimentaba para poder sobrevivir. —Ya no importa, ahora que estamos juntos nada nos volverá a separar —decía contenta. Pero entonces un sentimiento de culpa le vino de pronto, al recordad que ya nunca estaría junto a él al calor del Sol—. Joseph… tengo que contarte algo. —No debes contarme nada. Scarlett ya me lo explicó —expresó sonriente siendo comprensivo con ella. —Nuestro juramento… —Unas lágrimas cayeron de su rostro volviendo a pensar en aquello que juraron en el pasado. —Ahora no te tortures con eso. Nuestro principal objetivo es salir de este lugar. —Pero no puedo, él no me lo permite —dijo con miedo. —Kane… —Joseph, no tenemos más tiempo. Debemos irnos lo antes posible —mencionó Scarlett preocupada desde la puerta. —Ella me ha ayudado —explicó el hombre—. Y será ella la que nos saque de este horrible mundo. —¿Cómo? Si nadie lo ha logrado hasta ahora —se rindió la mujer, queriendo simplemente estar con su esposo—. Él es un caballero de la muerte, nadie puede vencerlo. —Pues habrá que intentarlo. De hecho, ya he pensado en ello. —No —Le abrazó más fuerte para impedirle lo que pensaba que iba hacer—. No te lo permitiré, tú debes vivir… —Mi vida se ha centrado únicamente en ti. Si no estás a mi lado, yo estaré en el tuyo —Revelándole las intenciones que tenía Joseph para vencer al amo de la noche, unos gritos seguidos por el sonido de varias confrontaciones llegó hasta ellos interrumpiendo la paz de la pareja. ——————————————————————————————— Los cazadores irrumpieron en la oscura ciudad de los vampiros que se escondía bajo tierra. No les costó entender dónde podría estar la persona que ansiaban encontrar cuando vieron el monstruoso castillo que se levantaba majestuoso, y a la vez terrorífico, en medio de ese extenso mundo que se perdía en la total oscuridad. Habían llegado al castillo del señor de la muerte y se plantaron en el grandioso hall de un suelo de mármol negro, a la espera de ser recibidos, o según como pensaban ellos; tener algo de resistencia. Entrar desde la superficie no les había supuesto nada más que tiempo, excepto por varios grupos de desangradores que hacían turnos de guardia. Aun así, les vino bastante bien para calentar para lo que les estaba apunto de suceder en esos momentos.

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Escondidos con sus oscuros ropajes y camuflando su olor de sangre humana, por el ungüento a base de sangre de vampiro y aceite de motor que Walter elaboró, un siervo se les apareció de pronto desde las tinieblas para atender sus peticiones. La criatura, de piel blanca y siempre sonriente enseñando sus colmillos, les dio la bienvenida esperando sus deseos en ese lugar. Walter y Rukia, intercambiaron sus miradas por un momento al pensar que tenían a tan sólo un vampiro interrumpiendo su paso. El nosferatu como vio que se no se presentaban, volvió a preguntarles el motivo por el que estaban sin invitación en su castillo aunque esta vez siendo algo descortés. Todo fue demasiado fácil para los cazadores. Ambos, sacaron sus afiladas espadas que acabaron atravesando el corazón del vampiro convirtiéndolo en el acto en una bola de fuego. Pero eso, despertó al resto de criaturas que vivían por ese grotesco palacio. En ese momento, los vampiros se manifestaron sedientos de sangre cuando sintieron la muerte de uno de los suyos. Bajaban desde la cúpula de la entrada y por los techos arrastrándose como viles gusanos. También atravesaban las paredes envueltos en una espesa niebla, apareciendo de repente entre los siniestros pilares que representaban el arte de los no-muertos. Casi todos vestían con ropas oscuras y rojas, consiguiendo así que su pálida piel muerta destacase en la oscuridad. Los cazadores se lanzaron al ataque para abrirse paso entre lo que eran decenas de vampiros. Algunos portaban armas como pequeñas hoces atadas a sus cinturones, largas agujas huecas y afiladas para extraer más fácil la sangre de sus víctimas, y otros, blandían espadas y retorcidas dagas envenenadas. El resto se defendían con su propia fuerza e hechizos oscuros. Walter despedazó por la mitad con su katana a varios no-muertos, haciéndoles un favor en sus patéticas vidas al envolverles en llamas. En cambio, Rukia usaba la ballesta para lanzar estacas bañadas en plata a diestro y siniestro, consiguiendo destruir a distancia a decenas de vampiros sin que llegasen a acercarse a ella. Aquella sala oscura, se vio de pronto iluminada por los cuerpos en llamas de los vampiros que ardían en agónicos gritos de dolor. Y fue eso, lo que hizo que un ser más superior que el resto se manifestase ante los cazadores. El hombre lo vio venir desde las sombras hacia su compañera, que estaba de espalda y a varios metros de él, sin que se diera cuenta de la amenaza que se cernía sobre ella. Como le había dejado su pesada ballesta de repetición a la cazadora, ahora él no tenía más que su espada para acabar cuerpo a cuerpo con las bestias. «¡La matará! Tengo que actuar rápido.» Pensó Walter, viendo al nosferatu abalanzarse contra la cazadora. Pero no le dio la oportunidad. Agarrando con fuerza el mango de su afilada arma, el cazador la lanzó como una jabalina para acabar con la vida del monstruo. Entonces aquel ser pareció ser mucho más poderoso de lo que aparentaba cuando cogió al vuelo la katana por el

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filo con su mano desnuda. No se dio cuenta. La hoja de la espada estaba bañada en plata, y eso hizo que la soltase de inmediato al quemársele la mano. Ahí, se vio de repente desprotegido, cosa que aprovechó Rukia para acabar con la vida del vampiro. Le encañonó con la ballesta apuntándole a su corazón con un cargador de estacas ya cargado en el arma, y preguntó: —¿Dónde está la estancia de los caballeros de la muerte? —exigió la chica amenazante. —¿A qué habéis venido? ¿No os dais cuenta que no podréis salir de aquí con vida? —Eso ya lo veremos —dijo Walter recogiendo su katana y se la puso en el delicado cuello de la vampiresa—. Ahora responde a lo que te ha preguntado mi compañera. —No venís en el mejor momento, creerme —les aconsejó—. Iros aún que estáis a tiempo, si no queréis sufrir la cólera de mi amo. Los cazadores rieron al unísono, pero enseguida adoptaron una postura seria para que los tomaran en cuenta. —Verás, es que para eso hemos venido hasta aquí abajo —explicó sonriente el cazador—. Cuando rescatemos a nuestro compañero, tu amo será víctima de mi espada. —¿Rescatar? —preguntó algo confusa la criatura—. ¿A quién? —Eso no es de tu incumbencia —respondió secamente Rukia. —Buscáis a uno de los vuestros… a un cazador —dedujo a tiempo que se ponía de pie, sin que la asustara las armas que amenazaban con arrebatarle su vida—. Buscáis a Joseph… —¿¡Cómo lo sabes!? —exigió saber la cazadora, pensando que los habían estado esperando para tenderlos una emboscada. Entonces la vampiresa sonrió al comprobar sus sospechas. —Tranquilos, no debéis tenerme. Soy Scarlett, una amiga suya. Yo misma os llevaré hasta él —se ofreció indicándoles que la siguieran. —Walter, no podemos confiar de la primera enemiga que nos ofrezca seguirla… —pidió Rukia en voz baja viendo que su compañero ya estaba detrás de ella—. Puede ser una trampa. —Creo que no tenemos muchas opciones. —Como ya os he dicho, no habéis venido en el mejor momento... Ahora seguidme, debemos apresurarnos. Aún sin confiar del todo, temiendo en caer en las garras de aquella vampiresa, Walter y Rukia la siguieron sin perderla de vista a lo largo de una extensa escalera que subía en forma de espiral. La cazadora la tenía enfilada con su ballesta, a la espera de verse en cualquier momento en una emboscada, para acabar con ella si las cosas llegaran a torcerse. Pero su compañero la calmó cuando avistaron el alto de la torre, donde la luz se manifestó por primera vez desde que entraron en aquel oscuro mundo subterráneo. Una vez que llegaron hasta la última planta, Scarlett se mantuvo en la puerta quedándose ahí para dejarles pasar primero a los nuevos invitados. Los cazadores abrieron la puerta, con mero cuidado de lo que podían encontrarse, y se quedaron cegados durante un momento al entrar en una sala inundada de luz.

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Walter vio a dos personas que se mantenían abrazadas mientras discutían sobre cómo salir de ese castillo. La mujer vestía un vestido negro brillante que le caía hasta el suelo, donde el joven cazador advirtió su piel blanca como la porcelana. En cambio, el hombre parecía un vulgar vagabundo en los huesos. Ambos miraron al cazador. Su presencia interrumpió la conversación entre las dos personas. No le reconocieron. El tiempo que había pasado para todos fue demasiado como para acordarse de sus físicos. Fue Rukia la que habló primero al ver los profundos y sinceros ojos del hombre. —Una vez, un cazador me salvó de un poderoso vampiro que acabó con la vida de mi familia y de todo mi clan —dijo sonriente—. Él, me enseñó a no tener nunca miedo de la oscuridad. Así que aprendí que la mejor manera de combatirla, era enfrentándome a ella. —Niña… —¿No lo recuerdas?, no soy una niña —le recordó al hombre. —Sí bueno, todo esto está muy bien —manifestó el cazador interrumpiendo a Rukia—. Dejemos las presentaciones y los abrazos para más tarde, tenemos que irnos cuanto antes. —¿Walter, Rukia? —preguntó sorprendido al reconocerles de pronto—. ¿Qué hacéis aquí? —Hemos venido a rescataros. —Chicos… —expresó emocionado—. No debisteis arriesgaros a venir a por mí… —Ya me devolverás en otro momento el favor, ahora marchémonos —comentó Walter, viendo que se les alargaba la conversación. —Antes, debo hacer una última cosa —aclaró Joseph a los jóvenes cazadores—. No venceré a Kane en estas condiciones. —No se preocupe, nosotros le derrotaremos por usted —le tranquilizó la cazadora. —Se ha vuelto muy fuerte —reveló Amanda—. Aunque vuestras intenciones son buenas y valientes, no lograreis vencerle. —Sólo hay una manera de hacerlo —comentó Scarlett desde la entrada—. Y una vez se haga, no habrá vuelta atrás. —No… —dijo Walter al comprenderlo—. Usted no maestro, debe de haber otra forma. El cazador se acercó a su pupilo, y le abrazó revelándole al oído lo que tenía pensado hacer. —¿La ves? —indicó con disimulo hacia su mujer—. Su luz se ha apagado. Ya no hay esperanza para los dos. —Su promesa… —Ya sabes como va ha acabar todo esto —Sonrió al chico para animarle—. No debes de estar triste. Has conseguido convertirte en un fuerte y honrado cazador. Ahora, los tres seremos mucho más poderosos que Kane. Pero antes, debo de acabar lo que he empecé hace años. —Joseph… —llamó Scarlett—. ¿Estás preparado? —¿Le dolerá? —preguntó Rukia. —Sí, siempre duele —afirmó la vampiresa—. Se hundirá en las sombras cuando le arrebate hasta la última gota de sangre. Entonces,

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volverá a nosotros como un señor de la noche. Como el sexto caballero de la muerte. —Acabemos con esto de una vez —dijo apartándose su melena y dejó libre su cuello desnudo. Delante de todos, Scarlett abrió su boca hasta que sus afilados colmillos se cernieron sobre la yugular del cazador. Al principio fue delicada, aunque rápida, para acabar con su agonía lo más rápido posible. Pero la vampiresa no pudo resistir el sabor de la sangre en su boca. Hincaba sus colmillos con fuerza al tiempo que absorbía la sangre del cuerpo con gran satisfacción. El estado de frenesí en el estado que se encontraba Scarlett, le hizo olvidarse que su amigo sufría, mientras que ella seguía mordiendo con más ímpetu hasta que finalmente el cazador murió desangrado. Y terminando con la transformación, la vampiresa se lamió sus labios ensangrentados con la lengua. Joseph se quedó tumbado en la cama a la espera de su resurrección. Todos se encontraban inquietos de cómo se iba a resolver todo aquello. «Espero haberlo hecho bien…» Pensó Scarlett intranquila cogiéndole de la mano a su amigo. Pasados escasos momentos, Joseph se incorporó violentamente al tiempo que cogía una buena bocanada de aire. Su corazón no volvería a latir nunca más. El aire ya no lo necesitaría, aunque lo hiciera por instinto, y sus ojos, se tornaron rojos revelando que necesitaba alimentarse con urgencia. Amanda y Scarlett lo vieron venir. Lo que fue en su día un cazador de vampiros y un buen hombre, ahora era un ser descontrolado que sentía la sangre de los vivos cercanos a él. Las dos mujeres le inmovilizaron a tiempo, cuando se abalanzó al cuello de Rukia sin previo aviso. Pero Scarlett, ya contó con todo aquello. De un armario, sacó un frasco con sangre que estaba guardado para momentos de urgencia. No duro mucho. Joseph lo bebió de un trago y soltó un rugido al sentirse más fuerte. Sus músculos estaban más fortalecidos que nunca. Ahora, podía escuchar todo con más detenimientos. Los insectos, las presencias en todo el castillo, el latir de los corazones de Walter y Rukia, incluso su visión había cambiado a mejor. Una vez que se alimentó el nuevo vampiro y se tranquilizó, Joseph se aseó y se quitó aquella barba desaliñada que lo estaba matando a picores. La melena la mantuvo aunque algo más corta. Y vistiéndose como era debido cuando Scarlett le tendió unos atuendos oscuros, su pupilo le contó lo que le pasó a su antigua espada. Walter le entregó el arma por el mango a su maestro para que la blandiera una vez más, aunque sabía que no podría cogerla por el filo plateado. En cambio, Joseph la rechazó al ver la nueva katana. —Raven murió conmigo esa noche —dijo recordándolo—. Ahora ésta espada es tuya. Cuídala, y que ella te protegerá las noches más oscura —¿Entonces, qué arma empuñarás? —preguntó Rukia.

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—Creo que habrá que improvisar —intervino Scarlett—. Ten la mía cazador de vampiros, y acaba con el monstruo que está subyugando nuestros mundos. Como hacían los caballeros de la muerte en sus artes oscuras, la vampiresa conjuró desde las sombras a su afilada arma. Ahí, tendida en sus frías manos desnudas, la hoja de una poderosa espada se presentaba a su nuevo dueño. Su filo era de color carmesí, y los que podían oler aquel metal, sabían que era el olor de la propia muerte. La hoja estaba forjada de acero de primera calidad, alcanzando el metro noventa en línea recta, y su anchura equivalía al de un terrible mandoble. El mango también era de metal, donde se podía ver sus preciosos acabados en esmeraldas, y en su pomo, había una bola engarzada de jade donde se podía ver el símbolo del Quinto caballero de la muerte. —Su nombre… —pidió Joseph con voz grave, maravillado por aquel precioso aunque letal espadón. —Desesperación —reveló la vampiresa—. Perteneció al segundo caballero de la muerte. Y antes de morir a manos de Kane, me entregó su mayor y preciada arma. —Puedo oler la sangre de las víctimas cuando la forjaron… —dijo al tiempo que olisqueaba la hoja de la espada. —Aún le queda por dar una última muerte. No me falles, cazador… ya que si lo haces, nos podemos dar todos por muertos —De pronto, algo hizo que todos los que estaban en aquella habitación se estremecieran de puro terror. Una energía oscura empezó a retumbar en el castillo. —Ya está aquí… —advirtió Rukia, sintiendo un largo escalofrío por la espalda. —Es Kane… —dedujo el joven cazador. La poderosa presencia del vampiro se hizo notar en todo el reino. Ese ser, emanaba una mayor oscuridad en aquel tenebroso mundo donde había gobernado con tiranía durante largo tiempo. Y con voz fría, Kane advirtió: Habéis comenzado un viaje sin retorno, cazadores. Ahora no podréis escapar de mí esta vez. El vampiro se expresó furioso, y expandió su mensaje y amenaza en las cabezas de todos. ¡Juro que pagareis con vuestras miserables vidas la muerte de Lord Maegus! Al sentir el mensaje de muerte de Kane, Scarlett previno del peligro que corrían, y empezó a movilizar el grupo para salir de aquel endiablado castillo. Tenían que ser rápidos para esquivar al caballero de la muerte si no querían acabar en sus garras. Y por otros pasadizos secretos que la vampiresa pensó en usarlos desde el principio, los cinco, cazadores y vampiros, caminaron entre las tinieblas al resguardo de la luz de un candelabro. Pero ese tenebroso pasillo, se extendía a lo largo de varios kilómetros fundiéndose en la oscuridad. Los muros eran demasiado estrechos donde su única compañía estaba en armonía con las tumbas de

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los vampiros que cayeron en combate. Walter, iba detrás de su guía pisando el suelo de aquellos pasadizos con cuidado, y apartando con su mano las telas de araña que interrumpían su paso. Los demás, les seguían en fila caminando entre de cráneos humanos que los amos de la noche usaron como alimento en el pasado. «Este pasadizo debe de ser una fosa común, donde los vampiros se alimentaban.» Pensó Rukia, viendo las tumbas de los no-muertos repletas de los esqueletos de sus víctimas. —¿A dónde nos dirigimos, Scarlett? —preguntó la cazadora. —Vamos hacia la cueva de los Berserkers… —¿¡Qué!? —soltó sorprendido Walter sin comprender. —Usareis a los murciélagos para volver al exterior. Es la única manera de salir lo más rápido posible hacia la superficie —se explicó la vampiresa. —Pero… ¿No nos atacarán? —Están domados —dijo, y en ese momento alumbró la cerradura de un portón con el candelabro, mientras sacaba un manojo con infinidad de llaves—, aunque sólo obedecen a los vampiros. Iréis con Amanda y Joseph, que conducirán cada uno un Berserker. —¿Tú no vienes, Scarlett? —No. Yo entretendré a Kane todo lo que pueda para que podáis escapar. —Mas vale que funcione, lo que menos me gustaría es acabar en las fauces de uno de esos monstruos mientras nos damos el piro — confesó Walter sin llegar gustarle mucho el plan. Pasaron de uno en uno por la puerta que había abierto Scarlett, y siguieron durante un tiempo por otros pasadizos, hasta que al final llegaron a una amplia explanada. El olor era insoportable en aquel oscuro lugar, y más todavía el frió que lo reinaba. Pero los vampiros no eran conscientes de eso. Amanda iba agarrada a Joseph buscando la protección de su esposo, cuando unos terribles rugidos agudos resonaron por toda la cueva. Estaban en el territorio donde los Berserkers dormían, donde eran alimentados por sus amos, y donde se reproducían como inmundas bestias en lo profundo de la oscuridad. Ahí, colgados del techó, y agarrados como garrapatas en las estalactitas de la caverna, los gigantescos murciélagos rugieron al sentir cerca a los nuevos invitados. Tenían hambre… La explanada la habían recubierto de un suelo de cuarzo negro, en forma de hexágono donde encada vértice había un candelabro con cinco velas encendidas que conseguía que brillase toda la cueva. Scarlett, tendió a la cazadora el candelabro que estaba apunto de apagarse, y se acercó al borde del acantilado asomándose un poco al vasto abismo de aquella cueva. Miró al techo nocturno para hallar a sus mascotas, y cuando vio cruzar a lo lejos a dos Berserker volando entre ellos, la vampiresa los llamó con un fuerte silbido. Desde lo lejos, parecían pacíficos murciélagos que se aproximaban a ellos batiendo sus alas. Pero cuando se acercaron, los cazadores observaron a las enormes bestias aterrizar cerca de su ama, con sus

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enormes bocas abiertas replicando algo de comida. Su querida dueña les complació lanzándoles dos generosos trozos de carne cruda, que cogió de un recipiente cercano. Los Berserker engulleron en un abrir y cerrar ojos la carne y se quedaron complacidos. —¿En estos monstruos piensas que escapemos? —preguntó dudoso Walter al ver a los dos Berserkers más cerca que nunca. —Estos, son; Fobos y Deimos —les presentó a las criaturas, y éstas rugieron al escuchar sus nombres—. Dejaos guiar por ellos, y os llevarán a salvo hasta la superficie. —Si no hay más remedio… —Qué pasa, chico, ¿es qué tienes miedo? —dijo Joseph palmeando la espalda del joven cazador. —Ahora marchaos, y cumplir con vuestro cometido —concluyó Scarlett desviando su rostro con lágrimas del resto. —¿Qué será de ti? —quiso saber Joseph cogiéndola de la barbilla. —Si derrotáis a Kane, someteré al submundo en un eterno sueño como lo estuvimos en el pasado en el gélido ártico —reveló—. Y si no lo conseguís… en fin. Será el principio de una era de total oscuridad. —Eso no ocurrirá. —Para bien o para mal, tú no lo verás, ¿verdad? —No. Pero sabré que dejaremos un mundo mejor —dijo sonriente a la vampiresa—. Puedes darlo por hecho. —Maestro, es la hora —llamó Walter desde el lomo del Berserker. —Hasta siempre Scarlett, tú hijo estaría orgulloso de la oportunidad que nos acabas de ofrecer —se despidió para siempre el cazador. Y así, las únicas personas en las que la esperanza de todos estaba depositadas en ellos, se marcharon por la caverna cabalgando en los Berserkers. ——————————————————————————————— Scarlett se quedó en aquella siniestra explanada mientras veía cómo se marchaba su querida amiga Amanda, y al prisionero que por tantos años le estuvo cuidando de las torturas de su amo. Entonces un sentimiento de odio y deseos de venganza le vinieron a ella, cuando se acordó del tiempo que estuvo engañada a los servicios de su dueño y señor. Él la prometió que mantendría con vida a su querido hijo, pero Joseph ya le previno de aquello. Y Fue ese sentimiento lo que la obligó mirar a sus espaldas al sentir un gélido escalofrió. —Les has dejado marchar… —dijo sin comprender Kane desde las sombras—. ¿Por qué? —¡Quiero que me devuelvas a mi hijo, maldito bastardo!, ¿¡dónde demonios lo retienes!? —preguntó enfadada, aunque todavía con esperanzas. —Así que todo se reduce a eso —Kane, sacó de sus atuendos una pequeña bolsita de cuero, y con una macabra sonrisa en su cara, se la tiró a la vampiresa a la cara—. ¡Aquí tienes a tu querido vástago!

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—No… —expresó en una ahogada súplica, y cayó de rodillas al suelo y vació en sus manos la bolsa de las cenizas de su querido hijo. —Sufrió hasta el último momento Scarlett, te lo advertí —confesó el vampiro—. Te dije que no quería verte conversar demasiado con el cazador. Lo tratabas como si fuera uno de los nuestros, cuando a mí ni siquiera me miras a la cara. —Pagarás por todo el daño lo que nos has hecho —mencionó con ira mientras recogía las cenizas de su hijo. «Espero que sufras hasta el último aliento cuando te atraviesen el corazón». Maldiciendo su propia desgracia, Scarlett, miró a los ojos a Kane por última vez, y desapareció en las sombras ——————————————————————————————— La noche estaba despejada con el cielo nocturno estrellado, donde los cazadores lo surcaban en sus bestias aladas. Habían conseguido llegar a la superficie después de haber recorrido las cavernas subterráneas durante bastante tiempo, hasta que la luz de la luna llena advirtió la salida en un rayo blanco en mitad de la oscuridad. Joseph, sujetando las riendas del Berserker cuando éste salió al exterior volando más rápido sintiéndose libre, pensó en buscar un lugar idóneo para enfrentarse a su enemigo. Necesitaba buscar el mejor sitio donde a Kane no le sería difícil encontrarle. Y en ese momento, supo cuál era. El recuerdo de dónde debería de ser su última confrontación, le vino cuando vio la brillante cara de la luna en el firmamento. Fue esa hermosa imagen, lo que hizo que el rostro de la vampiresa Blanca volviese de nuevo a la memoria del viejo cazador. Ahora sabía que su última batalla, tenía que ser en el mismo lugar donde perdió ante el cuarto caballero de la muerte. En mitad de un siniestro bosque que moría a las faltadas de las montañas nevadas, la increíble roca milenaria que sirvió en su día como meditación a su enemigo, se asomaba vertiginosamente cerca de un barranco. A Walter le llovió los recuerdos del pasado cuando volvió a imaginar cómo caía de rodillas su maestro en ese mismo lugar ante el filo de Kane. «Quiere enfrentarse de nuevo en este bosque... Quiere hacerle pagar por todo» Pensó el joven cazador, viendo la majestuosa piedra levantarse en lo alto del barranco. Joseph echó una mira atrás para ver la reacción de su pupilo, que estaba agarrado a la cintura de Amanda mientras ella se ocupaba de conducir al murciélago. Entonces, Walter le devolvió el gesto con una sonrisa accediendo a terminar con todo donde sus caminos se separaron en el pasado. Pero la paz que reinaba entre ellos sobrevolando esas siniestras tierras, se vio interrumpida cuando una sombra emergió del fondo del bosque llegando a desestabilizar la bestia de Amanda.

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¡Preparaos para morir cazadores, vuestro final ha llegado! —exclamó Kane, advirtiéndoles con un sentimiento de terror en las cabezas de sus enemigos. Seguido, el vampiro arremetió con su Berserker alado y mandó que mordiera el cuello de la bestia de Amanda. El cazador frenó a su Berserker para que diera media vuelta, y así salvar a su amada del enemigo. Pero Rukia no se lo pensó mucho al ver las intenciones que tenía su compañero. Desde la montura de Joseph, la cazadora saltó al vacío cogiendo su ballesta donde disparó varias ráfagas desde el cielo a la bestia de Kane. Walter vio varias estacas clavarse en la carne del Berserker, y él no quiso ser menos e imitó a su compañera saltando de su montura. Ambos caían desde el cielo queriendo así aterrizar en la bestia de Kane. Era un ser monstruoso, muchísimo más grande que un Berserker corriente. Su pelaje era espeso del color de la tierra, y en él se podía mantener en pie varias personas. Cuando los cazadores cayeron bruscamente en el lomo del animal, éste lanzó un fuerte rugido al sentir la espada de Walter clavada en su carne. El joven cazador tuvo que hacerlo ya que si no lo hubiese hecho habría caído al vacío mortalmente. Entonces, el vampiro se volvió a sus espaldas y sacó su vasta espada de las tinieblas para lanzar un poderoso ataque a su adversario. Walter paró la potente estocada por los pelos, llegando a cortarle su sombrero que se terminó perdiendo en la oscuridad del bosque. —Volvemos a encontrarnos, joven cazador. Lástima que sea la última vez que lo hagamos —dijo volviendo a golpear con su mandoble, donde se elaboró una confrontación de chispas al chocarse contra la espada adversaria. —Ésta vez estás en desventaja Kane, somos tres contra uno —Parando la estocada, Walter le devolvió un rápido ataque que rajó las vestimentas del vampiro. —Niño… —Rió lamiendo su sangre—. Pienso mataros uno a uno, y voy haceros sufrir hasta que me roguéis que os arrebate vuestras insignificantes vidas —dijo enseñando sus colmillos, y sujetó ahora su mandoble con las dos manos. —Pues yo no te voy a dar ese placer, ¡te mataré aquí mismo! —dijo Rukia saliendo desde la espalda del vampiro, que ya lo tenía apuntado con la ballesta para darle su final. —Una cazadora… Kane, sorprendido de que lo hubiese cogido por sorpresa la mujer, inmediatamente se volvió para lanzarla un hechizo y así paralizar a su enemiga. Pero tenía a ambos contrincantes en puntos opuestos, y no podía darle la espalda a ninguno. Si se enfrentaba a cualquiera, el que le quedara libre podría herirlo de gravedad. Así que se le ocurrió su mejor movimiento en aquel desesperado momento. —A ver cómo os defendéis cayendo en picado —Sonrió al tiempo que silbaba a su mascota. Ésta recibió la orden y recogió sus alas para caer desde el cielo en una caída libre.

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Aun así, Rukia disparó su ballesta saliendo de ella una estaca bañada en plata como el rayo. Pero fue un disparo perdido, al verse obligada a sujetarse al manto peludo del Berserker. Kane fue corriendo hacia la chica y la asestó un fuerte golpe con el pomo de su arma en el estómago, y cuando ésta se recogió de dolor todavía aferrada al animal para no caerse, el vampiro la sonrió pegándola una patada que la hizo soltarse cayendo al infinito. —Esto aún no ha acabado, Kane —aseguró Walter saltando de la bestia para rescatar a su compañera. —¡Vuelve maldito! —exclamó furioso al ver que se le escapaba su presa—. ¡No escaparás de mí cazador, no esta vez! —Volviendo a su montura, Kane sujetó las riendas para conducir su alada bestia con las fauces abiertas hacia el hombre que ahora caía al vacío. Saliendo de la nada, Joseph llegó a tiempo cabalgando a su Verserker para salvar a su querido aprendiz, cogiendo desprevenido a Kane que estaba obcecado en dar caza a su presa. La monstruosa criatura ya tenía a Walter dentro de sus fauces dispuesto a cerrarlas para engullirlo de golpe. Pero el cazador ordenó a su bestia arremeter contra la de Kane. El Berserker hundió sus afilados dientes en el peludo cuello del monstruo del vampiro, y aferrándose a la bestia con sus garras, Kane cayó junto con el cazador y sus alados murciélagos empotrándose en la dura tierra del bosque. Amanda también llegó hasta ellos, aunque consiguió aterrizar a su Berserker mal herido que terminó muriendo cuando tocó tierra firme. En ese momento, cuando la mujer vio cómo el caballero de la muerte y su esposo estaban tendidos en el suelo, ella misma se dispuso a matarlo al ver aquella oportunidad. Pero el alado Berserk del Señor de la Muerte, defendió a su amo interponiéndose entre ellos amenazante. Tenía sus pequeños ojos rojos fijos en la mujer. Su presencia la intimidó haciéndola retroceder en sus pasos, seguido por olfatearla para advertir de quién se trataba. Y la acorrraló cuando Amanda se dio de espaldas contra una gigantesca roca que le impedía el paso. El temible Berserker abrió su gigantesca boca, y se dispuso a matarla ahí mismo para deleitar sus ansias de sangre. De pronto el destino del monstruo cambió al olvidarse del cazador. Joseph blandió la espada que le tendió Scarlett, y la usó para trazar un terrible ataque que llegó a mover los árboles cercanos cuando su movimiento logró desplazar un gran volumen de aire. Desesperación consiguió llegar a las carnes del Berserker, y lo decapitó sin que la criatura se percatara de ello. Sin embargo, su muerte hizo que Kane, el cuarto caballero de la muerte, despertase de su terrible accidente gritando mientras veía el cuerpo sin vida de su querida mascota. —Maldito… —dijo Kane consternado—. ¿¡Cómo osas matar a mi bestia!? Entrando en cólera, el vampiro se lanzó al ataque. —Tú tiempo ha pasado, vampiro —mencionó Joseph sujetando con fuerza el mandoble—. Ya es hora que la luz vuelva a reinar sobre el mundo.

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—No seas arrogante anciano —expresó enseñándole sus afilados colmillos al tiempo que lanzaba una poderosa estocada. Pero falló, al recibir del cazador el mismo gesto cuando esquivó su ataque—. Bravo cazador, bravo. ¿Qué se siente ser uno de los nuestros —dijo sonriente al ver los afilados colmillos que sobresalían de los labios Joseph. —Sólo lo seré por una noche —comentó seriamente, y elaboró una finta que terminó por cortar con su espada al vampiro. —¡No seas iluso! —dijo Kane con ira—. ¡No pienses que porque te hayas convertido en un vampiro, y porque sostengas un arma de un caballero de la muerte puedas derrotarme! —Su salvajismo odio hacia el cazador, creó un aura oscura sobre él que hizo temblar de miedo a Joseph. —¡Céntrate! —se dijo así mismo—. Concéntrate, no caigas en la oscuridad otra vez —Sujetó a Desesperación entre sus dos manos, y la puso amenazante frente su rival en una posición de ataque. —Patético… —rió el vampiro—. Te enseñaré por qué nunca podrás vencerme —Saliendo siniestramente de la oscura aura que había creado, Kane, multiplicó su imagen en diez idénticos a él. —He estado esperando éste momento durante diez interminables años —confesó el cazador—. Y aunque los he pasado en una lúgubre mazmorra en tus torturas, no creas que no he pensado en cómo matarte —Joseph cerró los ojos, y se concentró poniéndose en armonía con el mundo. Los poderes que le había otorgado Scarlett al convertirlo en un amo de la noche, hicieron que el cazador viera el mundo desde la perspectiva de los no-muertos. Ahora, podía sentir a las criaturas que se restregaban por la tierra, las aves que se mantenían escondidas en las gigantescas secuoyas, el sonido del viento, y las corrientes de aire que se creaban alrededor suyo, junto con el olor del mundo que llegaba hasta el cazador en un aroma a fresco y verde, incluso el de su querida Amanda y su sentimiento de terror por temer perderlo. Pero lo que le hizo centrarse fue ver cómo su verdugo venía hacia él blandiendo a su mandoble Masacre. Entonces se vio listo. Concentró la luz que había en el entorno para limpiar su oscura alma, en vez de convocar las fuerzas de la noche. Él ya pensó que se podía hacer todo aquello. Una vez, investigando en un antiguo libro sobre cómo los nosferatus controlaban su poder, vio que no sólo se podía conjurar a la oscuridad, sino también a la luz. Aunque aquello era bastante más difícil, ya que el alma de los vampiros sólo albergan maldad, y sufrimiento. En cambio, Joseph estaba en paz. Había sido afortunado al tener a una buena esposa, en encontrarse con una chiquilla que lo idolatraba hasta el punto de irlo a buscar al submundo vampírico, y a su querido aprendiz que era ya todo un cazador, pero sobre todo una buena persona. Sin embargo, tampoco se olvidó de las dos vampiresas que le habían ayudado en su camino. Blanca y Scarlett. Kane, lleno de odio por haberle arrebatado a su milenario Berserker, que le había acompañado en infinidades de guerras y batallas,

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corrió con Masacre por delante para matar al cazador. Fue entonces cuando el vampiro se detuvo de golpe al ver el inmenso poder de Joseph. Su aura era blanca escarlata, y la espada que sostenía con fuerza se había vuelto de un color carmesí resplandeciente. Aun así, Kane maldijo en alto, y volvió arremeter desde todas las ilusiones que creó. Cazador como Vampiro, se alzaron blandiendo sus espadas corriendo el uno hacia el otro para destruirse. Joseph, mantenía sus ojos cerrados para no verse engañado por ellos, dejándose tan sólo guiar por el resto de sus agudizados sentidos. En cambio, Kane concentró toda su oscuridad en la poderosa espada medieval Masacre, y convocó el espíritu de su Berserker en la hoja de la espada. Así, los dos amos de la noche, se chocaron en una confrontación creando un haz de luz y oscuridad que acabó por crear un cráter debajo de sus pies al verse desatado todo su poder. Las ilusiones de Kane, alcanzaron la carne del cazador sin que le hicieran ningún dolor, terminando por desaparecer en el acto. Fue ahí cuando le vio. El único vampiro que quedaba sin atacarlo se elevaba por los aires lanzado por Desesperación fuera de su alcance. Y quebrado, el mandoble de Kane se deshizo ante la fuerza del cazador. —No puede ser… —dijo sorprendido el vampiro, viendo cómo iba moriendo su espada delante de él hasta que sólo quedó en su mano el mango. —Ya lo has visto, Kane —mencionó Joseph poniéndole su filo en el cuello—. La luz siempre vence a la oscuridad. —¡Joseph, mátalo! —aconsejo Amanda algo nerviosa desde lo lejos. Kane, Señor de la Muerte y de todos los vampiros, sonrió. —¿Joseph? —dijo sin creérselo del todo —«Diez largos años torturándote, para que al final cuando me tienes aquí, derrotado a tus pies, obtenga tu nombre de la propia mujer a la que amas. ¿No te parece irónico?» Pensó Kane, y apartó con su mano desnuda el filo de Desesperación—. Joseph, de rodillas —ordenó al cazador, y éste le se vio obligado a obedecerle aún siendo todavía un vampiro. —¿Cómo es posible? Si soy un amo de la noche ya no deberías tener control sobre mí aunque supieras mi nombre —quiso saber quedándose en el suelo consternado. —Yo tampoco me lo explicaba hasta hacía unos segundos —aclaró revelando su victoria—. Mi sangre fluye por tus venas, ya que yo mismo creé a Scarlett en vampiresa, y quinta caballera de la muerte. El maestro cazador soltó una risotada al comprenderlo. —Entonces… ya no hay nada que hacer. —Ahora muere, cazador de vampiros. Tu miserable vida llega por fin a su fin —Le miró fijamente con sus ojos amarillentos—. Pero no te preocupes, Amanda se reunirá dentro de unos años contigo, cuando me canse de someterla a inimaginables torturas. —Creo que no va a ser así… —Sonrió desde las sombras de su melena, cuando vio dos espectros cernirse sobre la espalda de Kane.

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—¡Silencio, insolente! —Entonces le dio una bofetada obligándolo a callarse—. Tu chulería de estos últimos años me tiene aburrido, ahora verás cómo soy realmente. Kane cambió en se momento ante el asombro de Joseph y Amanda. El vampiro se empezó a transformar en la verdadera criatura que en realidad era. Su espalda se encorvó al sentir el dolor de las dos alas que le crecían desde sus omoplatos, llegando a desarrollarse enormes como las de un horrendo murciélago. La estatura que mantenía, algo más alta que el hombre medio, hizo que se elevara aún más grande cuando sus piernas se volvieron más musculosas y peludas terminando en unas patas que se hundieron en la tierra por su propio peso. Entonces, sus brazos se alargaron como los de un terrible monstruo, hasta que alcanzaron al cazador y su amada con sus nuevas garras. Y alzándolos al aire, Kane, ya con su rostro cambiado por el de una terrible bestia, abrió la boca para triturar entre sus fauces a la mujer. Pero Joseph no dejaba de sonreírle, cosa que hizo enfurecer aún más al vampiro. Kane nunca se dio cuenta del peligro que corría, hasta que lo vio en el reflejo de los ojos del sonriente Joseph. Dos figuras espectrales se alzaron majestuosas desde la espalda del vampiro sin que él los viera al principio. Vestían ropas negras, y sus melenas quedaron suspendidas en el cielo estrellado, dejando ver el reflejo de la luna llena en la afilada espada que amenazaba la cabeza de Kane. No tuvo suficiente tiempo para reaccionar. Cuando se quiso darse la vuelta el vampiro, y viéndose obligado a liberar a sus presas para defenderse, los cazadores se cernieron ante él sin darle tregua. Walter blandió a su Fénix negro para que lo viera el vampiro más de cerca que nunca. Elaborando un poderoso ataque vertical, el cuervo que se convirtió en el ave inmortal, consiguió así llevar acabo su venganza partiendo por la mitad al cuarto caballero de la muerte. Aun así, no fue suficiente para acabar con aquella criatura. Rukia disparó su pesada ballesta de repetición alcanzando varias estacas en el cuerpo del no-muerto, al tiempo que éste se volvía envuelto en llamas cuando sintió la plata en su sangre. Kane cayó de rodillas, derrotado por los cazadores. Pero Amanda quiso terminar personalmente con todo aquello, al ver todavía vivo al vampiro. Miró al suelo, y halló el precioso mandoble de Scarlett. «Me has hecho sufrir todos estos años, manteniéndome cautiva en ese horrible castillo —Pensó Amanda recogiendo a Desesperación del suelo—. ¡Ahora vas a morir en mis manos, maldito ser del infierno!» La hoja de la espada, roja como un sangriento atardecer, se hundió en el corazón muerto de Kane atravesándolo su cuerpo partido. Y en una súbita explosión incandescente en la que agonizó durante unos momentos, el vampiro, murió desintegrado. —Muere, Kane, cuarto caballero de la muerte y amo de todos los vampiros —dijo Joseph observando cómo el viento se llevaba sus cenizas—. Ahora por fin podremos descansar en paz.

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—¿Maestro? —llamó Walter previniéndole, cuando vio el Sol amaneciendo por el horizonte. —El aprendiz ya ha superado al maestro —dijo sujetándole de los hombros—. No debes temer por mi marcha, la muerte es un proceso natural de la vida. —No se vaya Joseph, quédese con nosotros —sugirió en lágrimas Rukia. —Nuestros caminos se vuelven a separar, Rukia del clan Yuhijomy —dijo y acarició su mejilla donde le recogió una lágrima—. Debes estar contenta, ya que mi presencia ha conseguido juntar a dos buenas personas —mencionó cogiendo la mano de Walter hasta unirla con la de la cazadora. —Una vez en el pasado, prometimos que si uno de los dos se convertía en un vampiro, el otro le daría muerte —explicó Amanda a los jóvenes—. Ahora que los dos somos seres de la oscuridad, acabaremos con nuestras vidas para que un nuevo día de comienzo en el nuevo mundo. —¿Y qué será de los restantes vampiros? —preguntó Walter. —Scarlett se encargará de ellos —aclaró Joseph. —Entonces, éste es nuestro adiós —sonrió Rukia. —Sí. Pero no es un adiós para siempre —dijo Amanda. —Hasta pronto maestro. —Hasta pronto, jóvenes cazadores. Estoy orgulloso de las buenas personas en las que os habéis convertido —Se despidió el anciano cazador alejándose con su amada—. Que vuestras vidas estén llenas de amor y felicidad. Joseph se sentó junto a su querida esposa Amanda, en la fría roca donde Kane meditaba en el pasado antes del amanecer. Pero esta vez ellos serían los que se quedarían hasta el final, para apreciar el brillante sol que durante tantos años se les estuvo privado en aquel mundo de plena oscuridad. Y fue así como aquellas dos personas que se amaron tanto el la luz como en la vasta oscuridad, llegaron a su fin cuando el astro rey abrasó sus cuerpos convirtiéndolos en una bola de fuego azul aunque sin sufrimiento. Entonces, de sus cenizas creció una hermosa flor con pétalos de un azul intenso, quedando en ella el hombre y la mujer para la posterioridad. —Vencimos… —dijo Rukia abriendo sus brazos para recibir el calor del sol. —Aún no. —¿No? —Todavía quedan muchos desangradores esparcidos sobre la tierra a los que me gustaría dar muerte —explicó Walter envainando su brillante Katana—. ¿Te apetece cazar vampiros? —No se me ocurre mejor forma de empezar el día.

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RELATOS DE UN ASTRONAUTA PARTE III

-Los Rezagados-

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Capítulo XI ¿Qué es real? Aquel humanoide, con su resplandeciente carcasa blanca aunque algo manchada por el polvo rojizo marciano, se mantenía inexpresivamente de pies en la entrada del complejo ante el asombro del astronauta. En cambio, Julius, esperó encontrarse a cualquiera en el segundo campamento base menos al robot. Echó tierra en polvorosa advirtiendo en ese momento que estaba en peligro, y volvió hacia el vehículo. «Te has adelantado a mis movimientos, Frank —Pensó mientras huía—. Pero esta vez no me comerás la cabeza con tus inútiles historias sobre hombrecillos grises.» Cuando llegó corriendo hasta el todoterreno, mirando hacia atrás al no fiarse del robot, Julius se hizo con una poderosa herramienta para acabar de una vez por todas con aquella máquina. Ahora se sentía más seguro de sí mismo al tener sobre sus manos algo con que defenderse. Sin embargo, Frank, no hizo nada por ver al histérico de su compañero. Simplemente se quedó en la esclusa principal, mientras Julius se le acercaba poco a poco escondiendo algo detrás de su espalda. Entonces, el robot le cedió el paso a la base con un amable gesto, cuando volvió hacia él. Y aunque las intenciones del androide eran buenas, Julius se quedó en el exterior mirándole fijamente sin querer entrar. Frank advirtió finalmente que Julius no quería entrar, y volviendo a prevenirle, le dijo: —No le recomiendo quedarse en el exterior. Por su seguridad, será mejor que entre al complejo, Julius —le invitó a entrar educadamente. Pero el hombre, aburrido de los consejos del robot, se bajó de su escafandra la pantalla solar para no revelarle su rostro. Lo último que quería era dejar que la máquina adivinase sus intenciones, con sólo verle la cara. —Ya sé de que va todo esto, Frank —dijo Julius—. Has venido hasta aquí para tenderme una trampa con tu amiguito gris. —Creo que no le entiendo, Julius —contestó algo confuso Frank—. Yo no pretendo tenderle ninguna trampa, y no tengo ningún amigo en este planeta que sea gris. —¡Déjate de falsas historias! —exclamó señalándolo—. Alice me lo ha explicado todo. Has estado anteponiendo los hechos para que luego esa entidad se nos meta en la cabeza, y nos manipule con las ilusiones de todo lo que nos cuentas —Rió al ver que no se defendía el robot, y siguió—. Así es como acabasteis con todos los tripulantes de la MARS uno. ¿Cómo sino he visto un ser de color gris?, es porque tú me lo dijiste previamente. Y ¿por qué estás obsesionado, con que no salga al exterior?, es porque así me tienes más controlado ¿no es verdad? Pero no te culpo, Frank. Tal vez no seas consciente

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de lo que estás haciendo —Y diciendo esto último, Julius se abalanzó contra el robot queriendo asestare con el piolet en la cabeza. Sin previo aviso, y con un rápido movimiento, Frank le sorprendió alzando su mano hasta que atrapó el arma entre su mano de metal. Pero no se defendió como lo hubiese hecho un ser humano devolviendo el golpe. Sólo cuando Julius se tranquilizó, Frank soltó el piolet volviendo a cederle el paso a la base. —Julius… —La máquina parecía frustrada en sus intentos de querer convencerlo—. Alice, está muerta como el resto de sus compañeros. Será mejor que entres, por favor. —¿Cómo que muerta?, pero si he estado hablando con ella. ¡La he visto con mis propios ojos, Frank! —«¿Es otro de tus trucos?» Se preguntó Julius mirándole con recelo—. ¿No lo ves? Tú mismo me recomendaste establecer la comunicación con ella desde su nave en órbita. —Yo nunca le dije eso —se defendió ante aquel comentario—. Usted me preguntó en aquel momento lo que hacía mi tripulación en momentos difíciles, como le pasó a noche cuando pareció un ataque de pánico. Y yo, le contesté que solían contactar con su compañera en órbita, Alice. Pero ella está muerta, así que es imposible que la haya visto y menos hablado con ella —Julius no supo qué decir. La justificación de Frank era correcta, y empezando a reconstruir lo que le pasó la noche anterior, Julius ya no supo lo que separaba lo real de lo imaginario. «Si lo pienso bien es como siempre —Meditó el hombre—. Frank siempre antepone los hechos para que una vez que tenga los detalles en la cabeza, esa entidad marciana me manipule libremente. Me habló de Alice, sin recalcar que estuviera muerta, además de contarme que ella orbitaba en una nave alrededor de Marte. Pero esta vez no voy a creerte Frank, porque si Alice fuese una ilusión proyectada en mi mente jamás me hubiese ayudado como lo hizo. Las cucarachas, las sombras, incluso tú mismo maldito robot... Cuando salí de mi estado paranoico, todo se había esfumado. Y fue porque ella me ayudó a superarlo.» Aún así, Julius quiso seguirle el juego al robot para tener otra oportunidad de eliminarlo. —Muy bien, Frank ¿Por qué debería creerte? —Será mejor que entres con nosotros para que lo entiendas —propuso Frank. Julius no entendió por qué pluralizó, pero no le dio importancia y le siguió. La esclusa se cerró cuando finalmente entró el astronauta, llenándose de aire respirable permitiendo así librarse del traje. Y siguiendo al robot por aquella base, nueva para él, Julius entendió a lo que se refirió con "nosotros". Pero Julius, no pudo creer ver a las personas que tenía enfrente de él. «Está todo en tu cabeza, Julius... Tú ni caso.» Se tranquilizó el hombre y les sonrió. —Siéntate con nosotros, Julius —le invitó Iván al cederle un asiento junto su compañera Carla.

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Capítulo XII Fantasmas del pasado El silencio que reinaba entre las personas de aquella base, se podía decir que era uno de esos incómodos. Julius, después de sentarse juntos con sus compañeros, y de pedirle al robot una buena taza de café bien cargada, lo único que pudo hacer para no caer en la locura fue el no hacer nada. Se mantuvo callado esperando a que uno de aquellas ilusiones, como las llamaba Julius, empezara la conversación. Sólo quería seguirles el juego para poder escaquearse lo antes posible, y así buscar la oportunidad de comunicarse con Alice. Ivan y Carla le sonreían desde sus asientos, queriendo parecer amistosos con él, cuando de pronto, Frank trajo la taza de café que le había pedido Julius. Ahora, con algo reconfortante en su estómago, Julius dejó la taza sobre la mesa mientras se enfriaba, empezando él mismo hablar. —Vosotros diréis… —Se entrecruzó los brazos, puso los pies sobre la mesa y volvió a coger la taza de café tranquilamente. —Nos alegra que hayas vuelto, Julius —habló Carla. La mujer era muy guapa. Era de nacionalidad rusa, y sus hermosas facciones lo demostraban. Tenía la cara blanquecina, el pelo de color negro y corto al estilo francés, y en su rostro se marcaban unos hoyuelos cada vez que sonreía. Pero sus ojos marrones eran demasiado fríos, y para el gusto de Julius, algo muertos—. Temíamos que no volvieras desde que te fuiste al campamento de la MARS uno, ¿verdad Iván? —Miró hacia su compañero esperando su apoyo. —Carla tiene razón. Te marchaste hace unos días a la primera base, para establecer una línea directa con la nuestra, y así controlarla a distancia —En ese momento, Ivan le miró a Julius algo desconcertado. Aquel hombre era bastante serio. Su pelo canoso advertía que era algo mayor, aunque se mantenía en forma. Y mirándole con sus ojos azules fijamente dijo—: ¿Qué demonios te pasó, Julius? Los encontraste, fue eso… ¿verdad? —¿Encontrarme?, ¿a quiénes? —dijo haciéndose el loco. «Os he enterrado yo mismo, os he llorado mientras cavaba vuestras inmundas tumbas. Si estás hay fuera, quiero que sepas que me las pagarás.» Pensó Julius, creyendo que la entidad espectral se mantenía escondida en algún lugar del exterior. —Maldita sea Julius, ¿quiénes van ha ser? —Se levantó alzando los brazos y se paseó por la sala—. ¿Es qué no te acuerdas a lo que fuiste allí? —Iván, está tan desconcertado como nosotros. Dale un poco de tiempo, ¿vale? —dijo Carla, dando un respiro a Julius. Entonces se dirigió hacia Julius, que estaba bastante entretenido saboreando su café y sin hacer mucho caso a sus compañeros—. ¿Estaban ahí, Julius?

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—No —negó, entendiendo a quiénes se referían—. Lo único que me encontré fue a Frank. —Bueno…, pero no se habrán evaporado ¿no? —quiso saber Iván—. Estarán en alguna parte, por lo menos sus cuerpos. Porque para eso hemos venido hasta aquí. «Debe de utilizar toda la información que sacó de Iván y Carla, para ahora manejarla a su antojo —Pensó Julius—. Así que lo que me cuentan debe de ser al menos verídico. Ahora sé que venimos a rescatar inútilmente a la primera tripulación de la MARS.» Carla miró la cara de no saber nada de Julius, llegando a la conclusión que algo fallaba. —Julius, ¿te acuerdas de nosotros? —preguntó la mujer— Cuando has llegado…, parecías sorprendido de vernos. —Lo siento, pero no. No me acuerdo de vosotros, os explicaré — «Que pedazo de cabrón. Quiere saber si me estoy tragando la ilusión, o simplemente actúo. Tal vez haya llegado algo más tarde que yo a la base, y no me haya visto enterrar los cuerpos. Debe de ser la única explicación.» Julius siguió y dijo: —Me desperté en este mundo sin saber cómo llegue hasta él. Creo que por alguna razón, cuando iba hacia el primer campamento base me tropecé y caí, dándome un buen golpe en la cabeza. Y así perdí parcialmente la memoria. —Pero llegaste, ¿no? —seguía preguntando Carla. —Sí. Y me pasaron cosas de lo más extrañas… —relató Julius mirando de vez en cuando al robot, para ver su reacción de lo que decía—. Pero eso es lo de menos. Cuando vi que no había nadie allí excepto el robot, decidí marcharme al de unos días. En cuando a los tripulantes de la MARS, creo que perdieron la razón y finalmente…, bueno, que os lo cuente Frank. ¿Eh Frank? Vamos, no estés tan callado y coopera con un poco. Diles lo que les pasó a tus compañeros. —Murieron. —Pero concreta hombre, no seas así de seco —exigió al robot. —Se quitaron la vida ellos mimos, creyendo ver cosas que no existían a su alrededor —explicó Frank a Carla e Iván como le había ordenado Julius. —Ya lo veis. Murieron todos… —dijo aburrido—. Pero lo que os debéis de preguntar es; si murieron todos sin excepción, ¿dónde se encuentran los cuerpos? Porque como tú mismo lo has dicho, Iván, no se han evaporado. Tanto Iván como Carla se miraron unos instantes seriamente, hasta que al final dirigieron sus miradas hacia Julius. Lo observaban con sus ojos muertos sin decir nada aparente, llegando a atemorizarlo cuando de pronto, Julius pensó que tal vez no debió haberlos provocado. O mejor dicho, no haber provocado al ser que usaba las imágenes de sus antiguos compañeros para comunicarse con Julius. Pero entonces algo se le pasó por la mente, al caer en la cuenta de un detalle importante del robot. «Frank no vio en ningún momento las

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alucinaciones que sufrí en el campamento de la MARS uno. Todo lo tachaba de actos de pánico —meditó Julius mirando ahora hacia el androide—. Entonces, si Iván y Carla son ilusiones de ese ser, ¿por qué Frank los está viendo como yo?» —Julius ¿te sucede algo? —preguntó Iván a su lado. —Parece que has visto a un fantasma… —Rió Carla. —Sí…, es que estoy algo cansado ¿podemos seguir mañana? —Por supuesto, no te preocupes —accedió Iván—. Tómate tu tiempo, te despertaremos antes de que anochezca.

Capítulo XIII Rescate Julius seguía maquinando en su cabeza si sus compañeros eran reales, o si todo era parte de su imaginación. Cuando se dirigió a lo que era su compartimiento, y después de cerrarlo desde dentro, tuvo un momento de tranquilidad para meditar sobre lo que le estaba sucediendo. Estaba tirado en la cama mirando por la venta el paisaje desértico de Marte, o lo que el triste cráter donde se encontraba le permitía. Y aunque estuviera a millones de kilómetros de su hogar en aquel fatídico planeta, Julius sabía que volvería con vida junto su familia. Lo único que tenía que hacer era seguir el juego aquel ser, mientras conseguía establecer un canal abierto con Alice para que le ayudara a escapar de Marte. Entonces lo decidió. Sus oportunidades de conseguirlo serían escasas, aunque si lo elaboraba bien sin ser visto, tal vez tendría un billete de vuelta a la Tierra. Después de descansar un rato y cuando puso sus ideas en orden, Julius salió sigilosamente de la habitación sin meter ruido. Iba descalzo pisando en puntillas para no descubrirse, al tiempo que se dirigía hacia el centro de operaciones. Estaba justo como se ubicaba en el anterior campamento base, en el centro del primer bloque. Eso era lo que más miedo le daba a Julius. Él sabía que las ilusiones de sus difuntos compañeros deberían de estar cerca de ahí, ya que era el lugar de más importancia de toda la base. Pero para ello, ya había contado con un plan. Y esta vez, necesitaba al robot de su parte. Como ya había previsto, Iván y Carla estaban sentados sin hacer nada aparente, entre la estancia que daba al centro de operaciones. En cambio, no adivinaba el paradero del robot. Julius pensó deténdamente durante un rato, manteniéndose escondido de las miradas de sus inertes compañeros, cuando en ese momento, sintió una presencia a su lado dándole un susto de muerte. Julius se sentó en mitad de la escalera, agazapado, recuperándose del susto que acababa de llevarse. Era el dichoso robot el que le había sorprendido desde su espalda. Estaba parado ahí como si

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nada, mirando al pobre hombre que temía por que ahora lo descubrieran y echasen todo su plan a perder. Pero en vez de eso, Frank ofreció su ayuda al verlo inquieto sobre la escalera. —Se le ve algo nervioso, Julius —dijo el robot—. ¿Le puedo aconsejar, que vuelva con sus compañeros para que le examinen afondo? «A ti si que te voy a examinar a fondo, cuando empiece a desmántelar tu cabeza —Pensó con odio Julius—. Pero antes te voy a dar una mejor utilidad...» —Frank… —dijo en voz baja—. ¿Te ha ordenado Iván o Carla que me vigiles? —El robot esperó un momento, pensando si responderle o no. —Sí —contestó finalmente. «Tal como temía… —Meditó Julius, deduciendo lo que había estado pensando todo el tiempo—. Frank también les puede ver. Y eso quiere decir que se le puede manipular también con ilusiones. De todas formas debe de tener un cerebro bastante similar al nuestro.» —¿Qué puedo hacer por usted? —preguntó Frank cuando su anterior propuesta fue ignorada. —Te voy a decir lo que vas a hacer —empezó a explicarle—. Les vas ha decir a Iván y a Carla, que nos reunamos en el invernadero. —¿Ahora, o más tarde? —Ahora, y entretenlos un buen rato —ordenó Julius al androide. —¿Y cómo los entretengo? —quiso saber Frank. —Cuéntales que tengo pensado realizar una misión al primer campamento base —«Eso le gustará a ese mal nacido. Así tendré algo más de tiempo de maniobra» Pensó Julius—. Redáctales los protocolos de actuación para una expedición de esa magnitud. —Serán bastantes. Tardaré un rato en explicarles todo, Julius — advirtió el robot. —Esa es la idea —dijo perdiendo la paciencia—. Ahora ve, vamos. Frank bajó las escaleras dirigiéndose por un pasillo hasta que llegó ante Iván y Carla. El robot les explicó lo que le ordenó Julius con pelos y señales durante un leve espacio de tiempo. Cuando acabó, las dos ilusiones se quedaron mirando fijamente a la inexpresiva máquina sospechando de ella. Pero al final accedieron, y para la tranquilidad de Julius, se marcharon hacia el invernadero sin ningún problema. Ahora no tenía que dudar en actuar. Julius salió de su escondite, a paso firme pero prudente, llegando finalmente al centro de operariones. Ahí, se centró con el panel principal, algo más moderno que los de la MARS I, donde encontró un sistema de comunicación para establecer contacto con el primer punto de escucha cercano. Y cuando lo activó, la señal de la nave en órbita de Alice apareció inmediatamente en la pantalla del monitor. «Ahora contacta… —rogó Julius—, no me dejes tirado en este puto planeta.» En ese instante, sus ruegos fueron escuchados. —¡Julius, por fin has llegado! —dijo Alice contenta—. ¿No has tenido problemas por el camino?

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—No tengo mucho tiempo, Alice —dijo rápidamente. «Sabía que no estabas muerta…» Pensó Julius alegrándose de volver a verla—. Necesito que me saques de aquí de una maldita vez. —¿Pero qué te ha pasado? —preguntó al verlo tan inquieto. —Mis antiguos compañeros de la MARS estaban muertos cuando llegué —expresó con miedo al recordarlo—. Pero eso no es lo peor. Frank había llegado antes que yo a la base, junto con el resto de la tripulación que se me presentan como dos putos poltergeist. —De acuerdo, presta atención —pidió Alice—. Como veo que no te acuerdas, te diré que tu lanzadera se encuentra a cincuenta kilómetros al norte de donde estás ahora. Tendrás que coger el vehículo para llegar hasta ahí. Pero tienes que hacerlo bien, ya que no tendrás opción de volver. —Sí… —Julius supo a lo que se refería—. Cuando sepa que me he marchado, irá a por mí. —Ten paciencia y elabora un plan detenidamente —le aconsejó la mujer—. Lleva el sistema de escucha portátil para seguir en contacto conmigo. Suerte, Julius.

Capítulo XIV Un plan de escape Julius, había estado revisando los datos del viaje hacia Marte que realizó la MARS II durante los seis meses que tardó en llegar hasta el planeta desde el banco de datos del ordenador, cuando de pronto, se acordó de su cita con el robot y aquellas ilusiones en el invernadero. Miró el tiempo que ha perdido en su reloj digital de pulsera, y se permitió suspirar de alivio al ver que sólo había pasado escasos veinte minutos desde que dejó al robot. Pero aún así no quiso arriesgarse demasiado, y salió corriendo hacia el invernadero. Llegó enseguida a la entrada del invernadero por un pasillo esténsible de plástico y lleno de luminarias parpadeantes. Tocó el botón de la puerta, que ésta cedió abriéndose hacia un lateral, al tiempo que el aire a vegetación llegó hasta el hombre en una agradable y añorada fragancia. Un poco más adelante, encontró a Frank, que estaba entretenido limpiando unos filtros de carbono del sistema de ventilación. En cambio, Iván y Carla no se encontraban con él. Aquellas ilusiones que al principio habían sorprendido a Julius, ahora debían de estar más perdidas que el propio planeta. El hombre miró hacia todos lados esperando adivinar sus paraderos, y como no lo consiguió, preguntó al robot sacándolo de sus quehaceres. Entonces, Frank en vez de responderle al momento optó por señalar hacia la espalda de Julius. Ahí estaban. El susto que se llevó no se lo quitó nadie. Estaban quietos, aunque sonrientes, mirándolo fijamente a la espera de una explicación. Julius no le dio importancia, y siguió actuando con normalidad para no levantar ninguna sospecha. Pero algo

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había en aquellos ojos que a Julius no le gusto nada. Le habían descubierto. No se necesitó intercambiar palabra alguna para saber lo que estaba pasando. Las ilusiones, o mejor dicho la desconocida entidad marciana, sabía de alguna forma los planes de Julius. Y por arte de magia, Iván y Carla desaparecieron desvaneciéndose en la nada. Julius no supo cómo interpretarlo. Miró al robot, que éste seguía a lo suyo, y esperó a que él se lo explicara. Pero Frank no estaba programado para entender aquel estilo de comportamiento. Había que ser sencillamente directo a la hora de pedirle u ordenarle algo. —¿Qué demonios acaba de pasar, Frank? —preguntó Julius, pero enseguida corrigió su pregunta por otra más concreta—: ¿Por qué Iván y Carla han desaparecido? —Porque ellos no existen —respondió el robot—. Lo que me mandó que hiciera, no ha funcionado. Lo siento, Julius. Por eso han desaparecido, porque ahora él sabe que usted conocía la situación de Iván y Carla. —Me ha pillado… —se dijo a sí mismo, y esbozó una sonrisa—. ¿Y qué va ha pasar ahora? Si él sabe que yo conocía que mis compañeros eran vulgares ilusiones, ya no tiene sentido que me siga atosigando con sus trucos. —A ésa misma conclusión también llegó mi antigua tripulación — confesó Frank—. Pero aún así, lo que veían ellos les tuvo que afectar bastante hasta que finalmente optaran por quitarse sus vidas. Lo mismo que quiere de usted, Julius —Le miró por última vez, y terminó por volver a colocar los cilíndricos filtros en sus respectivos lugares. —Eso no es una opción, Frank. No para mí. —No se preocupe. Mientras no salga al exterior estará seguro — dijo el robot volviendo a prevenirlo. —Ésa tampoco es una opción —reveló Julius, consiguiendo captar el interés de Frank—. No pienso quedarme aquí para siempre. ¿No ves que es imposible? Tarde o temprano tendré que marcharme. Tengo que volver a casa, Frank. —No se lo recomiendo… —El androide, de alguna manera buscaba la forma de convencer al hombre del peligro que corría, si optaba por salir al exterior—. Puede pedir que le envíen una misión de rescate. Julius lanzó una larga risotada que llegó a asustar al androide. —Frank, Frank, Frank, ¿qué voy hacer contigo? ¡Yo soy el maldito rescate! y mira cómo ha salido. —Razón no le falta —se vio obligado a reconocerlo al pensar en los hechos. Julius, estaba empezando a coger cariño aquel robot, aunque le había dificultado bastante las cosas. Él sabia que Frank no era consciente de que lo estaban manipulando. Pero aún así, el robot siempre lo prevenía con que no saliera al exterior. «Lo siento por ti, Frank. Pero lo que tengo pensado hacer, no te va ha gustar. Esto tiene que acabar de una vez por todas.» Concluyó Julius pensando en su plan, al tiempo que le dedicaba una sonrisa al robot.

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—Ese ser quiere que me quite la vida, ¿no es así, Frank? —quiso Julius estar seguro. —Efectivamente —afirmó el robot—. Ése es su deseo, aunque no lo entiendo del todo. —No tienes que comprender al mal…, sólo te tienes que enfrentar a él —dijo Julius hablando para sí mismo. —Si no sale al exterior, no debe temerlo —previno una vez más—. Sólo tiene que seguir en la base, y nada le ocurrirá. —Ya, bueno… pero eso no me basta —Sonrió al tiempo que cogía al robot por el hombro, llegando ha hablarle a su centro auditivo en voz baja—. Si te ordeno que le busques, y le des un mensaje, ¿lo harás? —Es él quien suele dar conmigo, no yo con él —explicó—. Pero seguro que si salgo al exterior se me presentará. —Bien, bien…, pues dile esto exactamente, que seguro que lo entiende —dijo Julius empezando a afrontar la situación—. Quiero que le cedas la entrada, y le invites a entrar al complejo. Yo mismo me quitaré la vida delante de él, si eso es lo que quiere. —Eso no le gustará, Julius —mencionó por su seguridad—. No es conveniente provocarlo, sabrá que es una trampa. —¿Lo harás? —pidió al robot. «Si logro que entre será su final, y por desgracia el tuyo también, Frank.» Pensó Julius mirando al robot. —Lo haré, Julius —accedió finalmente a la petición—. Aunque no creo que entre por la puerta, es muy grande.

Capítulo XV Tan cerca, Tan lejos… El Sol se escondió por el horizonte marciano, dejando aquel mundo envuelto en total oscuridad. Y justo dentro de un pequeño cráter, en mitad de la nada, el único hombre de todo Marte, luchaba ahora por salvar su vida. Julius ya había planeado una vía de escape. Pero para poder salir libremente hacia la Tierra, primero tenía que librarse de aquella entidad marciana que tanto le había consumido durante su estancia en el planeta. Julius terminaba con empeño los últimos preparativos en el invernadero, controlando el sistema de tanques de aire del complejo. Miró el indicador de su muñeca el nivel de oxígeno que había en el aire, y contento de ver un alto porcentaje en el ambiente, dio por finalizada su tarea. Había programado desde el ordenador principal llenar toda la base de oxígeno puro. Y con el traje espacial puesto, Julius volvió a mirar el indicador de su muñeca. «50%... aún queda bastante.» Pensó, mientras cargaba rápidamente en el vehículo los suministros que necesitaba.

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Julius había ordenado separar desde los tanques, el oxígeno del resto de compuestos para así llenar toda la sala de un componente altamente inflamable, y más aún explosivo. Ahora mientras preparaba su próximo movimiento, empezó recordar parte de su pasado. Había llegado hasta el planeta rojo en la misión de rescatar a los antiguos tripulantes que llegaron primero. Iván, Julius, y Carla, eran los encargados de averiguar por qué la MARS I había dejado de comunicarse con la Tierra. Y cuando llegaron, lo descubrieron. No pasaron dos días desde que se asentaron en el campamento, cuando sus peores pesadillas empezaron hacerse realidad. Pero Julius no quiso quedarse ahí para averiguarlo, viéndose obligado a abandonar la base queriendo así huir de lo que tanto le estaba atemorizando. Entonces mientras huía, el hombre se tropezó cayendo por un pequeño terraplén quedándose inconsciente. Y así, fue cómo se despertó sin saber nada. Poco a poco, empezaba a recordar con más nitidez cada vez que le venía a la mente pequeños fragmento de lo sucedido. El viaje, sus compañeros, y el aterrizaje forzoso que realizaron quedándose así algo más lejos del campamento. Pero toda aquella odisea estaba apunto de acabar. «Tal vez haya perdido a toda mi tripulación. Incluso tal vez no haya conseguido vencer mis miedos. Pero esa cosa, no me vencerá a mí. A mí no.» Concluyó Julius, al tiempo que apagaba todo el sistema eléctrico del complejo, para que no acabase su tarea antes de lo previsto. Lo último que quería era que el oxígeno entrase en contacto con la electricidad y que explotara todo el complejo con él dentro. Para rematar la faena, Julius dejó preparado el explosivo casero que le faltaba controlado por un dispositivo a distancia. La noche estaba ya bastante avanzada, y Julius esperó a lo lejos junto con su vehículo desde un cañón, mientras observaba la base a la espera que su presa picase el anzuelo. Entonces, Frank lo llamó a su sistema de comunicación. —Julius, él va ha entrar en la base —aseguró el robot—. ¿Está seguro de su decisión? —Nunca he estado más seguro, Frank —dijo mirándolo por sus prismáticos sin poder evitar una sonrisa—. Dile que entre, le estoy esperando. De pronto una alta interferencia interrumpió la comunicación con el robot. Julius probó en volver a llamar varias veces al androide sin resultado, cuando otra línea ajena a la de su compañero lo reclamó para su asombro. Y aceptándola, la voz de Alice le llegó a Julius para su tranquilidad. —¿Julius?...¿estás... —Se escuchaban interferencias de fondo sin que Julius pudiese entenderla muy bien—, …¿te encuentras...todavía dentro...de la base? —preguntó Alice, aunque su voz no se apreciaba demasiada nítida. —Sí, no te preocupes —mintió Julius, para que su conversación no fuera escuchada por el robot—. Si salgo de ésta, te veré en menos de un día.

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—Nos veremos pronto. Suerte, Julius —se despidió Alice cortando la transmisión. En ese momento, la tenue luz del sol asomaba entre los cañones de Marte en un vago amanecer. Justo a lo lejos, una enorme sombra se proyectó cercana a la base desde una montaña creando una figura aterradora. Entonces, ante la sorpresa de Julius, la sombra fue avanzando lentamente hasta que consiguió entrar en el complejo. Y el robot, le acompañaba. —Julius, no te veo dentro del complejo —dijo Frank por el sistema de escucha. —Frank… ¿Está ahora él dentro de la base? —quiso estar seguro, esperando la respuesta con el detonador en la mano. —Efectivamente Julius, está dentro y lo tengo delante de mí — afirmó el robot. Julius miró una última vez el indicador de oxígeno que tenía en su brazo, y se aseguró de que estuviese algo más alto del 70%. «Lo siento mucho, Frank. Pero este es tu final junto con tu amigo gris.» Pensó Julius, apretando finalmente el detonador. Una brutal explosión hizo que el campamento base de la MARS II volara por los aires. Y después de que presenciara cómo una enorme columna de fuego consumiera toda la base dentro de aquel cráter, se marchó hacia su destino. Ahora que sabía que ya nada podía impedirle salir del planeta, y tendiendo eso en mente, Julius conducía el todoterreno tranquilamente por el suelo marciano. Sólo tenía que dirijirse cincuenta kilómetros hacia el norte, y sus problemas se habrían acabado para siempre. Pero como el camino se le fue haciendo largo, ya que el vehículo no era muy rápido, quiso llamar a su compañera en órbita para tener su voz acompañándolo. «Vamos… contesta Alice. ¿Dónde estás?» Se preguntó Julius, después de que intentara llamarla varias veces. Alice no contestaba. Sin embargo, Julius no le dio importancia ya que pronto estaría con ella, y durante los próximos seis meses devuelta hacia la Tierra. Entonces, mientras conducía por el monótono desierto pedregoso marciano, algo captó el interés del hombre. Ya no eran las sombras, ni los fantasmas de sus compañeros, o las cucarachas que tanto pánico le llegó a producir en el pasado. Eran los restos de fuselaje que se iba encontrando por todo el paisaje. Al principio no le sorprendió demasiado. Tan sólo era la evidencia de que estaba ya cerca de su objetivo. Julius pensaba que tal vez se debiese al aterrizaje forzoso que realizaron, o de alguna pieza que se extravió desde la atmósfera marciana. Pero de pronto empezó a temer que fuese algo más serio, cuando los restos de los reactores de una nave se presentaron en mitad de su camino. Y un poco más lejos, llegando finalmente a su destino, el cielo se le vino abajo a Julius al ver toda la nave estrellada sobre el suelo de Marte. Estaba completamente destrozada, dejándole claro que no iba a viajar en ese trasbordador espacial.

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Julius maldijo su vida mientras bajaba del vehículo a la par que observaba todo aquel estropicio. Entonces lo comprendió. Quedándose de rodillas gritando a los cielos, la verdad le vino de repente como un jarro de agua fría. Fue al ver ese apocalíptico espectáculo lo que le hizo recuperar la memoria. Y cuando supo lo que pasó, se llamó tonto por no haberle hecho caso al robot desde el principio. Esa endiablada máquina le previno de todo, y más de una vez por su seguridad. Pero en vez de aceptar sus consejos, lo llevó a la muerte junto aquel ser. Julius vagaba entre los escombros del trasbordador espacial, queriendo por lo menos dar con algo útil, aunque sabía de sobra que no encontraría nada en ese lugar. Excepto un cadáver. El único que faltaba de todos los tripulantes, y que era el que le dijo Frank en el pasado que estaría muerto. O más bien, muerta. Observando el cuerpo descompuesto del astronauta que estaba atrapado entre un amasijo de hierros en la cabina del trasbordador espacial, Julius miró su identificación en el traje. «Alice está muerta como el resto de sus compañeros» Le vino la voz de Frank de pronto a la mente. Julius gritó para desahogar su frustración sin separarse del cuerpo de su compañera. Y temiendo lo peor, empezó hacer memoria de lo sucedido… Cuando llegaron a Marte, se acoplaron a la nave de Alice que era la única que había sobrevivido de toda su tripulación. Orbitaron durante días alrededor del planeta estudiando la situación desde todos los ángulos. Pero al final, como no comprendieron del todo lo que les pasó a la MARS I, se vieron obligado a bajar a tierra firme para estudiarlo personalmente. Entonces, en pleno aterrizaje algo hizo que el trasbordador espacial perdiera el rumbo hasta estrellase en un violento impacto contra el suelo. Fueron las sombras que vivían en ese mundo lo que hizo que la nave terminara estrellándose, donde Alice falleció en aquel fatal accidente. Pero Iván, Carla, y Julius, no se dieron por vencidos y consiguieron llegar hasta la base. Así fue como empezó a ocurrir todo. Alice se apareció como un fantasma después de varios días ante los astronautas, junto con el resto de los tripulantes de la MARS I. Iván y Carla no lo soportaron, y cedieron sus vidas para dar por finalizado sus viajes. En cambio, Julius no se rindió. Prefirió escapar de los fantasmas que lo atormentaban, queriendo huir hacia ninguna parte. Mientras huía de los muertos, y de sus peores pesadillas, su destino le deparó otro final. Perdió la memoria para su infortunio en un accidente, viéndose perdido en un planeta desconocido. «Ahora tiene todo sentido…» Pensó Julius cayendo en la cuenta, mientras veía una figura a contra luz acercarse a él por el horizonte. Había sido a él a quien le habían tendido una trampa desde el principio. Él era la presa, y el depredador, se le aproximaba lentamente para reclamar su trofeo. «Cuando estuve en el campamento base uno, quiso sacarme de ahí a toda costa —Empezó reconstruirlo todo, como si hablara al ente que se le iba acercando—. Pero siempre había algo que hacía que

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volviera. Primero, fueron las sombras las que intentaron atraparme. Después, inutilizaste de alguna forma el vehículo cuando quise huir con él. Pero no te salió bien porque entré de nuevo en la base. Ahí, Frank me previno del peligro que corría en el exterior, aunque no le hice caso en ningún momento. También usabas al androide en tu beneficio cuando descubriste que podías manejarlo a tu antojo. Y aún así, Frank siempre me advirtió de ti —Pensaba Julius, observando a un enorme ser aproximándose lentamente hacia él—. Entonces dedujiste que no podías sacarme del complejo de ninguna forma, y usaste mi fobia de las cucarachas. Sin embargo, te salió mal cuando viste que preferí quedarme encerrado en la habitación. Así que tuviste que usar a Alice. Lo de Iván y Carla seguramente lo hiciste como medio de distracción, para que no sospechara de que Alice también era una ilusión. Frank, ya me previno en su día... ¿Eso era lo que querías?, ¿traerme hasta aquí? Seguro que también pensaste que iba a matar al robot, ya que al final no te sirvió contra mí. Por eso me llamaste con la voz de Alice, para saber que iba a detonarlo con él dentro, y usaste una ilusión para hacer creer al robot que estabas con él en todo momento. Ahora he destruido mi propio refugio, y a la máquina que quiso protegerme... Pero no te daré el gusto. No pienso acabar con mi vida, tendrás que ser tú mismo el que me la arrebate.» El Sol se puso en su punto más álgido, sin que Julius pudiese ver al monstruo. Estaba tan cerca de él que se le podía escuchar respirar, pero aún así, la luz que se proyectaba desde su espalda lo escondía al contraluz. Finalmente, Julius se rindió cayendo de rodillas cuando el ser se paró manteniendo una distancia considerable. Entonces algo sorprendente le pasó, dándole la oportunidad de volver a ver su verdadero mundo. Azul, verde, y lleno de vida. Todo Marte se transformó. La anaranjada atmósfera de Marte desapareció cambiándose por un azul intenso, y con infinidad de nubes blancas surcando el cielo. Desde suelo rojizo, lleno de piedras y completamente estéril, empezó a crecer hierba, montañas, edificios, rascacielos, y las personas caminaban transitándolos junto con los automóviles que recorrían por las carreteras como era habitual en la Tierra. Así, la cuidad de Julius, se manifestó ante él. Todo le parecía real. La gente hacia su vida normal, los niños jugaban en la calle, varias personas se cruzaron cerca de Julius obligándose a esquivarlos, un perro ladraba a un gato que éste le bufaba desde la rama de un árbol, y los jardines llenaban de verde toda la ciudad. Hasta se veía un avión surcar por el cielo. Julius era el único que destacaba con su traje espacial manchado por el polvo rojizo de Marte. Y entre todo ese mundo lleno de vida, una mujer se presentó en frente suyo. Era su esposa. —Ya no debes de tener miedo, Julius —dijo la mujer—. Estás en casa. —Tú no eres real… ¡Nada de esto lo es! —exclamó el hombre empezando a llorar. —Sí que lo es, has llegado sano y salvo de Marte, ¿es que ya no lo recuerdas? —Le sonrió al tiempo que le abrazaba.

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—¿Estoy en… la Tierra? —preguntó dudoso al sentir que lo abrazaba. «Es demasiado real, esto no es como las ilusiones que veía en la base.» Pensó Julius. —Ahora no necesitas la escafandra, Julius. Puedes respirar aire puro de nuevo —La mujer le señaló que se quitara el casco. Pero Julius retrocedió en ese momento al no confiar en lo que veía— ¿De qué tienes miedo? Ya nada puede hacerte daño. El hombre no cedió, y empezó a correr por la ciudad queriendo escapar de todo. Varios coches frenaron de repente de golpe cuando Julius cruzó la carretera sin mirar, consiguiendo que uno se estrellase contra una farola. Y mientras corría sin entender dónde esta, todo el mundo fijó sus miradas en el astronauta que huía hacia ninguna parte. Entonces, varias personas le cerraron el paso. Julius los amenazó, aunque no le valió para librarse de ellos. Entre todo el tumulto de gente, su querida esposa volvió a él pero esta vez con su hijo. Ambos lo abrazaron, y cómo los sintió tan reales, él también les devolvió el abrazo. Ahora, el niño junto con su madre, le pedía a Julius que se quitase la escafandra. «He vuelto a casa...» Concluyó el hombre finalmente. Julius cedió a las peticiones de su familia, consiguiendo un claro aplauso de toda las personas que estaban a su alrededor. Dos hombres lo auparon sobre sus hombros vitoreándolo, y su mujer tanto como su hijo, le felicitaron mientras lo llevaban por la calle. Entonces, cuando se libró de la escafandra, Julius sintió que le faltaba el aire junto con un mal estar a lo largo de todo su cuerpo. El astronauta se asfixiaba poco a poco, al tiempo que agonizaba por la descompresión que sufría. Se echó las manos al cuello en un acto involuntario de ahogamiento, mientras el valioso oxígeno del traje se iba perdiendo. Pero la escafandra estaba cerca de él. Tan sólo tenía que alargar la mano para poder cogerla, y con algo de suerte, salvarse. No lo consiguió. Algo terrorífico, la cogió antes que él. Julius apenas pudo verlo, ya que la sangre le salía de los ojos impidiéndole ver con claridad. La criatura le miró satisfecha al verlo agonizar, esperando que muriera de una vez por todas. Pero Julius quiso saber quién era antes de morir, llegando a preguntárselo. No obstante, aquella retorcida entidad marciana como supo que había ganado al humano, le quiso complacer en lo que era su última voluntad, aunque no le habló. Primero, le señaló que mirase mientras aún pudiese hacia su alrededor, para que viese que no estaba solo, sino que estaba rodeados por cientos de extraños seres grises. El ente de Marte, le dijo mentalmente con voz profunda: Somos los rezagados. Las sombras que quedaron de nuestra civilización antes que nos destruyéramos entre nosotros mismos. Ahora sólo somos espectros, obligándonos a vivir eternamente en éste páramo al que llamáis Marte. Hasta nunca humano, ahora ya sabes que jamás debisteis haber venido a este mundo.

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Julius supo por qué quería ése ser que se quitara la vida. «Por eso lo hacen, por eso se meten en tu cabeza y te torturan con tus miedos —Pensó Julius viéndolos a su alrededor—. Es porque están muertos. Ellos no pueden hacerte nada más que incitarte a quitarte la vida, tal y como han conseguido conmigo. No nos quieren es este mundo... Seguro que han comprendido que somos igual de violentos y de monstruosos como lo fueron ellos en el pasado. Ahora sólo entienden a la propia muerte. Parecía que estaba tan cerca de volver a casa, y a la vez tan lejos…» Julius intentó coger más aire, pero no pudo. La sangre le salía por los poros de la piel, por la nariz, y sus ojos salieron violentamente de sus dos órbitas. El cuerpo inerte del astronauta cayó derrotado sobre los monstruosos pies del ente. Una racha de viento fue levantando y arrastrando pequeñas piedras rojizas mientras escondían lentamente el cadáver de Julius, que murió con el terror grabado en su rostro, y donde su alma se quedaría cautiva en Marte junto aquellos seres espectrales para toda la eternidad.

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ZOMBIS CURA

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Después de ver los orígenes del mal y su resurrección, un hilo de luz empezó a pasar desapercibido por el ciego mundo en el que vivían los supervivientes del apocalipsis zombi. El destino de todo el mundo, sería decidido por el destino de unos pocos. Mientras tanto, los protagonistas que viven su propia tragedia, viajan por el mundo sin saber que ellos mismos serán la cura para todos los males. Sin embargo, la oscuridad siempre acecha desde la sombras cuando se la amenaza, y no dejará que una gota de esperanza ilumine los caminos de nuestros amigos.

15 AÑOS DESPUÉS…

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Capítulo I ROCK & ZOMBI Salieron de su refugio con las mochilas vacías llevando en ellas todas las armas que podían cargar. Aquello era un caserío de piedra en mitad del campo. Su seguridad reconfortaba a todos los que la habitaban, aunque fuesen solos dos personas. Estaba protegida por un sistema de vigilancia, a base de cámaras infrarrojas con varios sensores de movimiento alrededor de dos kilómetros a la redonda, y un perro guardián custodiando la puerta principal. Las ventanas tenían doble reja de acero reforzado para evitar cualquier entrada intrusa. Sólo había una posible entrada en aquel hogar, lo cual dejaba una única salida. Sus habitantes, supervivientes de la invasión de los muertos vivientes, eran afortunados por tener agua caliente, ya que unas placas térmicas instaladas en el tejado calentaban una gran caldera. En un día soleado, podían almacenar la energía suficiente para estar con calefacción durante una semana entera. Los combustibles fósiles eran difíciles de conseguir en ese mundo. Así que desde que los dos nuevos inquilinos empezaron a vivir juntos, tuvieron que aprender a valerse por ellos mismos. Ya no tenían a sus padres, ni a sus familiares, ni a sus queridos amigos. Sólo se tenían el uno al otro. Ahora, un hombre esperaba sentado en el porche acariciando a su querido perro, para ir con su compañera a por provisiones a la ciudad. Necesitaban varias placas fotovoltaicas para generar electricidad, ya que la noche pasada un rayo las destrozó. En sus ojos, se podía ver lo cansado que se encontraba, y su rostro reflejaba lo duro que había sido con él mismo para sobrevivir el día a día. Llevaba mucho tiempo cuidando de su única acompañante, y lo que le mata de verdad, eran las largas esperas para que terminara de prepararse. «Mujeres…»Pensó el hombre mordisqueando un palillo. Aunque lo que en realidad le corroía desde el fondo de su corazón, era perder a su única amiga. Cada vez que viajaban a la ciudad, él temía por ella. Se había convertido en su responsabilidad desde hacía ya años. Si la perdiese, habría perdido la razón de vivir en ese mundo. Sharon salió por la puerta de la casa preparada. Vestía ropa de invierno, unas botas de monte algo desgastadas, e iba armada con una ballesta junto con un carcaj, sin dejar a un lado su cuchillo de caza atado al cinturón. En ese momento, el hombre le echó una mira de súplica, cuando la chica volvió adentrarse en la casa al darse cuenta que había olvidado algo. Llevaba esperando veinte minutos desde que intentó emprender el viaje, y lo único que tenía para no perder los estribos era un palillo que lo roía hasta llegárselo a comer. —¡Vamos Sharon! Que es para hoy —le pidió Patrick a su amiga, al tiempo que lanzó lejos una pelota de tenis al perro. —Me dejaba el medidor de radiación —comentó Sharon sin dejar de comprobar su correcto funcionamiento.

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—Tienes razón, se me había olvidado… —reflexionó al ver cómo su amiga se había acordado por él. «¿Qué haríamos si no nos cuidásemos el uno del otro…? Pensó Patrick, reconociendo la valiosa compañía de su amiga». El mundo era ahora más peligroso que hacía quince años. Sharon lo sabía de sobra. Tan sólo era una niña cuando presenció los primeros indicios del poder del átomo. Ella iba inocentemente en una autocaravana que conducía su amigo Patrick, sin saber lo que la esperaba a lo lejos. Observaba los campos desde la ventana sin dejar de abrazar al oso de peluche que se encontró en aquella siniestra casa. Aún seguía recordándolo. Había salido airosa de aquella situación porque su compañero la salvó justo a tiempo. «Estábamos tan cerca...» Pensó Sharon, recordando lo que vio aquella vez. Patrick no dejaba de contarla cómo había conocido a su novia por Internet. Vivía en Londres, y él, no se rendiría hasta encontrarla. Dejaron atrás la casa de los tíos de Sharon en York, cuando vieron que no había nadie en ella, aunque más tarde volvieron para refugiarse hasta el día de hoy. En cambio, nunca pudieron acercarse a la capital. En plena carretera, un potente haz de luz rompió los cielos revelándoles la fuerte explosión de la bomba atómica que había sido detonada. Londres se convirtió en un páramo. Y no por eso aniquilaron a la amenaza que vivía en la ciudad. Sino que mutó volviéndose mucho más fuerte. Con el tiempo, la radiación se extendió gradualmente por toda la isla inglesa y sus alrededores. No estaba toda Inglaterra altamente contaminada, pero en Londres, era imposible de entrar. A veces, alguna nube radiactiva amenazaba por los alrededores descargando lluvia ácida, hasta llegar a barrer cosechas enteras y matar a todos los animales que se encontraban por esos lugares. Había zonas en las que se tenía que tener alto cuidado. Los alimentos estaban radiados, y el agua no era potable. Por eso, ahora Patrick y Sharon iban en esos momentos preparados con medidores de radiación, trajes aislantes para evitar el contacto con los infectados, y sobre todo con pastillas de yodo. Esas pastillas eran lo que más se cotizaba en los mercados en esos días de penuria. Las personas volvieron a utilizar el trueque como medio de intercambio, cuando vieron que el dinero perdió todo su valor. Multitud de caravanas humanas quedaban una vez a la semana para realizar sus valiosos intercambios. Pero los zombis campaban por sus anchas en todo el litoral bretón. Ya no solo se tenían que enfrentar a los clásicos no muertos. Esos eran fáciles de matar. Ahora la plaga zombi se había vuelto mucho más fuerte, y terminaron por mutar en varias clases aún más peligrosas: La mina Z; se trata de una persona infectada que camina tristemente por el mundo, con enormes quistes por todo su cuerpo a la espera de encontrarse con cuerpos vivos. Una vez los daba caza, ésta explotaba dispersando todo su virus en un amplio radio de acción. A veces, se quedaba en una zona donde empezaba a echar

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raíces orgánicas en el suelo, creciendo y creciendo, hasta convertirse en un amasijo de tumores listos para reventar. Algunos, cuentas historias sobre cómo se habían encontrado minas Z tan gigantescas que creaban esporas para localizar a sus presas. Pero no nunca hubo datos fiables que corroborasen esas historias Luego estaba uno de los zombis más letales que la gente rara vez daba esquinazo. El Fast Z; eran grupos de zombis mutantes que evolucionaron a partir de la carne radiactiva que ingerían. Sus órganos volvían a funcionar, permitiendo al no muerto usar su cuerpo para correr más rápido. Todo funcionaba así si se alimentaba, menos su cerebro que seguía esclavo del virus Z. Éste último era sin duda el más peligroso. Patrick lo aprendió un día cuando diez de ellos lo persiguieron durante veinte kilómetros hasta casi atraparlo. «Sino hubiese sido porque aquella vez Sharon se preocupó al ver que tardaba en volver a casa…» Recordó el chico viendo ahora cómo su amiga conducía la camioneta. Dejando aún lado al clásico zombi, quedaba por menciona el resto de peligros. Los saqueadores y los militares. El gobierno desapareció, así que los militares tomaron el control de los países. Eran rudos, y crueles con la gente utilizándola para sus propios fines. Los derechos que gozaba el ser humano en el pasado, se esfumaron cuando los ejércitos empezaron a mandar sobre la población superviviente. Era verdad que mantenía a las personas protegidas en sus instalaciones de la radiación, los saqueadores, y los zombis. Pero el precio era demasiado alto. La moneda tenía doble cara. La buena te protegía, mientras que la mala te volvía para siempre en su esclavo. Sin embargo, los saqueadores eran grupos de personas que vagaban por todo el mundo en busca de los bienes ajenos a los suyos. Robaban a la gente honrada que intentaba sobrevivir en el yermo, aprovechándose de sus buenas conductas y de sus ingenuas ganas de ayudar al prójimo. Extorsionaban, robaban, mataban y violaban. Sus métodos violentos no conocían límites. Estaban perseguidos por los militares, aún sabiendo todo el mundo que cooperaban entre ellos cuando sus objetivos coincidían. Sharon recordaba como una vez se vieron acorralados por una panda de saqueadores, y cómo tuvieron la intención de someterla a ella a sus macabros caprichos. Patrick, su fiel protector, hizo el resto. Aquel hombre que fue sólo un chico en el pasado, ahora se había convertido en un superviviente dispuesto a todo con tal de defender a sus amigos. Mató a todo el grupo, dejando a su líder vivo. La niña, que ya se convirtió para aquello en una mujer, vio cómo su compañero se ensaño violentamente con aquella persona, después de que la dejara atado a un árbol para que los zombis se deleitasen con él. Desde entonces, no volvieron a hablar del tema. —Pon la radio, a ver que dicen —sugirió Patrick, que estaba inmerso en limpiar su rifle francotirador. —No me gusta escuchar a ese hombre… —¿Por qué no?

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—Ya sabes con quien suele cooperar. Sólo cuenta mentiras para encubrir a los que le dan de comer. —Por lo menos pone buena música —seguía el hombre insistiendo a su compañera. —¿Ya no te acuerdas de cómo nos engañó a todos aquella vez? — dijo furiosa Sharon pisando afondo el acelerador. —Sí... me acuerdo. —¡Demonios! ¡Todos nos acordamos! —soltó la chica negando con la cabeza, por lo que sufrieron aquel día en el pasado. —Dijeron que en Durham había un almacén de suministros. Que los militares lo repartirían a todos los que fuesen. —Menudos desgraciados… —Se disculpó, Sharon. Fue extorsionado. Pidió nuestro perdón emitiendo en toda la frecuencia de radio, hasta juró no volver hacerlo. —Es fácil disculparse cuando no tienes a nadie delante de tuyo para que te rompa la cara. Nosotros tuvimos suerte, recuérdalo. —La verdad es que fue una encerrona en toda regla. —¡Malditos saqueadores! —maldijo Sharon al recordarlo, dando un golpe al volante con el puño—. Toda esa gente inocente… —Con el tiempo todos pagarán. Llegaron a la capital de Beverley, terminando por aparcar la camioneta a las afueras de la ciudad. Con unas ramas, unas hojas secas, y una red de camuflaje, ocultaron el vehículo fuera de la carretera. Los turismos funcionales eran un bien muy preciado que no todo el mundo era poseedor de ellos. Cuando la radiación se disipó en la isla, toda la gente del yermo decidió hacerse con un vehículo para poder sobrevivir, o más bien para poder escapar. Pero los incendios, la radiactividad que quedó marcada en las ciudades, los incontables saqueos, y la falta de combustible, dejaron a muchos vehículos inservibles. A Patrick, le gustaba desde hacía tiempo la mecánica. Siempre era alabado por su compañera cuando éste arreglaba todo coche, moto o vehículo de motor abandonado que se encontraba. Según ella era un manitas. Y eso les salvó de alguna que otra situación peligrosa. En cambio, él sería incapaz de alimentarse de no ser por Sharon, que ya desde la infancia de la niña se supo manejar en la cocina. El beneficio era mutuo. Caminaban sigilosamente por las calles con sus armas enfocando todo lo que presenciaban a su alrededor. Se movían semiagachados, para pasar desapercibidos de las miradas ajenas que los acechan desde cualquier rincón de la ciudad. Con el tiempo, aprendieron a sobrevivir siendo cautos al adentrarse en los antiguos distritos en los que habitaron los humanos. Los zombis campaban por cualquier sitio, quedándose quietos como si fueran cadáveres de verdad. Siempre esperaban carne fresa, a la espera de humanos para infectarlos, si sobrevivían a sus macabras intenciones. Y queriendo eso los muertos vivientes, les llevó a pensar que estando quietos, inertes cara al público, recibirían la presa más fácilmente. Lo peor de aquello era que lo conseguían.

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Sharon advirtió a lo lejos, desde sus prismáticos, a varios zombis alimentándose de un ciervo extraviado. Sin pensárselo se echaron al suelo. Tenían que llegar hasta el tejado de un edificio para apropiarse del material que les hacía falta. Pero para ello, tenían que pasar por delante de una plaga humana infectada. La chica sintió que no deberían correr tal riesgo, y enseguida preguntó a su compañero alguna otra alternativa. Patrick echó mano de su mapa, donde tenía marcado los edificios ya saqueados. Vio cómo había un barrio más alejado, justo en la costa donde podrían conseguir provisiones. En cambio, ya sabían que el peligro en ese lugar era mayor. El hombre cogió los prismáticos de su amiga y miró por ellos. Los zombis eran demasiados. A esa distancia no suponían un peligro para ellos, ya que los podrían matar a distancia sin que siquiera se dieran cuenta. Aun así, sería una maniobra temeraria. Aunque matando a esos zombis en un abrir y cerrar de ojos, por consiguiente sólo conseguirían llamar la atención de otras fuentes más mortíferas que habitan en el los escondrijos más recónditos de la ciudad. Al final, los dos chicos decidieron acercarse más hacia su objetivo, escondiéndose entre los vehículos abandonados que había en mitad de la calle. Cuando se acercaron lo suficiente vieron una posible entrada a su edificio. Sharon empezó a correr hasta que llegó a una zona más alejada, donde hizo uso de su picardía, poniendo una trampa para así alejar a los zombis. Una trampa mortal. Atraería a los muertos vivientes con una caja de música atada a un explosivo plástico. Cuando se viesen atraídos por la canción que les daría muerte, desde lo lejos Sharon la haría detonar. Entonces era cuando tenía que ser rápida, y salir de ahí. «El ruido despierta a los muertos, y a los que están todavía más muertos» Pensó Sharon una vez que terminó por colocar la trampa. Desde una calle más abajo, la mujer regresó fatigada hacia su compañero. Pero algo hizo en ese momento que Patrick no la dejara detonar la trampa, cuando los muertos vivientes se quedaron finalmente alrededor de ella hipnotizados por el hilo musical. Patrick se quedó pensativo mirando hacia unos carteles informativos que estaban pegados a un árbol, olvidándose de la labor que tenía en mente, y dejando a su compañera con la palabra en la boca. —Patrick… ¿En qué piensas? —preguntó Sharon preocupada por su amigo. —Mira —Le indicó con el dedo hacia los carteles impresos, que él mismo estaba mirando, que estaban pegados en el tronco del árbol. —Se buscan a dos personas… —leyó los carteles sin dale mucha importancia de lo que veía en ellos—. ¿Qué más da? Tenemos cosas más importantes… —Tenemos que irnos. —¿Pero a ti qué te pasa ahora? —exigió saber Sharon, viendo cómo reaccionaba extrañamente su amigo. —Luego te lo explico, pero ahora nos tenemos que marchar

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—Pero… —¡Ya, Sharon! No discutas, lo hago por una razón —expresó con autoridad, obligando a la chica a obedecerle. Volvieron con precaución sobre sus pasos hasta que llegaron a la entrada de la ciudad. Sharon iba callada, esperando la explicación de Patrick de haberse ido sin más cuando lo tenían todo controlado. Ella no lo entendía, era muy pequeña cuando entonces, pero Patrick, si que se acordaba todavía como si fuera ayer mismo. Patrick vio cómo dos carteles informativos pedían encontrar a dos personas. Incluso ofrecían una recompensa por los dos. Al principio, el hombre creyó ver las fotos de unas personas pegadas en el poste. Nada fuera de lo normal. En las ciudades se colgaron las fotos de los seres queridos que habían desaparecido desde la invasión zombi, en las paredes, los árboles, y en los postes de las farolas, a la espera de ser encontrados por sus familiares y amigos. Aunque esos dos carteles, revelaban una cuantiosa suma de dinero por saber dónde se hallaban esas dos personas. Eso le llamó la atención, y eso fue lo que le previno del peligro que ahora corrían. De pronto, Sharon le empujó a su amigo tirándolo al suelo, y le puso su mano en la boca impidiendo que dijera nada. Cuando Patrick entendió que ella había visto algo que los estaba poniendo claramente en peligro, hizo uso de su arma para mirar por su mirilla lo que tenía delante. Una mina Z obstaculiza su paso. La persona infectada era deformemente monstruosa. Tenía la cabeza más grande de lo normal, llena de forúnculos de todos los tamaños. Caminaba desnuda por la calle lentamente, dejándose ver el cuerpo lleno de enormes ampollas apunto de reventar, y con uno de sus brazos mucho más largo que el otro acabando en una bola de carne llena de gigantescos tumores morados. Sharon advirtió que estaban demasiado cerca de la mina Z como para poderla matar con seguridad. Daba igual si acababan con ella de un disparo, decapitándola, o con una flecha en su cabeza. La mina zombi siempre explotaba. Ése era su cometido. Rápidamente se pusieron las máscaras antigás, y unos guantes de fregar para impedir el contacto físico con el infectado. Entonces sin previo aviso, el monstruo moribundo miró hacia ellos olisqueando el aire. Los había localizado. Patrick no se lo pensó dos veces y agarró la mano de su compañera empezando a correr hasta que lograron cruzar la esquina de una calle. Desde ahí, a salvo, aguardaron silencio a la espera de pasar inadvertidos. Pero la mina Z los seguía lentamente, arrastrando su repugnante brazo deforme por el suelo. La espera acabó con la paciencia de la chica. No era su fuerte. Sacó su ballesta y apuntó a la vomitiva bestia a la cabeza. Su amigo intentó advertirla que era su única vía de escape, y que no era una buena idea acabar con el zombi en aquel lugar. Sin hacerle caso, Sharon volvió apuntar con precisión su arma y terminó finalmente por apretar el gatillo. La flecha salió como si se tratara de un rayo, impactando con en la cabeza del zombi. Éste cayó

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al suelo al ser abatido, y como una potente y ensordecedora explosión, el cuerpo infeccioso del zombi se desperdigó por toda la calle. Patrick se asomó por la esquina donde estaba a cubierto para ver el resultado de la explosión. Rojo. El color de la sangre inundaba todo lo que había sido cubierto por ella. Por las paredes de los edificios más cercanos se podía ver como se había quedado pegadas las vísceras, órganos, y parte del gran cabezón del zombi. Dejando a lo lejos los restos de la mina Z esparcida por la entrada de la ciudad, Patrick y Sharon se alejaron en su camioneta hacia su refugio en York. Patrick estaba enfadado, todo le había salido mal aquella mañana sin dejar de culparse de ello. Y nervioso por lo que presenció en aquellos carteles, miró a Sharon esperando algo de comprensión por parte de ella. En cambio, la chica seguía sin entenderlo —Enciende la radio, necesito saber lo que está pasando —le pidió Patrick a Sharon. Pero ella evadió su petición y se cruzó de brazos a la espera de una explicación—. Por favor… —No hasta que me expliques por qué nos hemos marchado — comentó la chica volviendo a evadir la mirada de su compañero. —Eso es lo que intento saber —Y sabiendo que su amiga no iba a entender a razones, él mismo se vio obligado a encender la radio. Patrick siempre pedía permiso a Sharon para poder encender la radio, conociendo ya de ella lo poco que le gustaba lo que se decía por el aparato. Era un modo educado de conseguir aquello, pero ahora necesitaba respuestas con urgencia, importándole lo más mínimo la opinión de su compañera. —Bienvenidos un día más a Rock & Zombi. La cadena de radio más cañera que iluminará vuestras penosas existencias, en el oscuro yermo en el que vivís —argumentaba el locutor con voz roquera—. ¿Es difícil vivir en este infierno? ¿Los zombis es que son malos con vosotros? Contar vuestras penas a otro, yo doy soluciones —De pronto algo hizo que el comentarista se detuviera, volviendo a emitir esta vez con la voz seria y algo quebrada—. Se… buscan dos delincuentes. Un hombre de metro ochenta, de unos treinta años, y una mujer de metro setenta, rubia, de unos veinte. Nuestro valeroso ejército, ofrece una gratificante recompensa de diez mil créditos para aquel que los encuentre... Vivos. Pues eso, soy R.Z y os deseo un feliz día en vuestro… Apocalipsis. Ahora, algo de Rock & Roll para animar a nuestros oyentes —Terminó de explicar R.Z poniendo una canción clásica de los Beatles. —¡Maldito R.Z! Pero… ¿De quiénes estaría hablando? —preguntó Sharon algo confusa. —Estaba hablando de nosotros.

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Capítulo II Mi obsesión, mi poder, mi ley Un hombre, atormentado por el pasos de los años, pensaba sentado en el sillón de su despacho . Las últimas ordenes que recibió de su superior, hacía quince años cuando el caos zombi se apoderó de las calles de Inglaterra, fueron las peores que tuvo que obedecer en vida. «Código rojo. Acaban de aprobar el plan limpieza en nuestra capital.» Le dijo la lejana voz de su superior. Desde entonces fue él quien empezó a tomar las decisiones. Tenía la responsabilidad de proteger a los ciudadanos supervivientes, a su patria, y de no ver vacía su querida botella de Bourbon en la que se estaba ahogando las penas. Muller se levantó de su sillón y paseó por su estudio, pensando en sus próximos movimientos. Le faltaban suministros desde hacía meses en la base, aunque sabía de sobra que sus hombres encontrarían pronto provisiones en las ciudades vecinas. «Sólo es cuestión de tiempo…» Se dijo, convenciéndose que todo le iría sobre ruedas. Una persona uniformada como un militar, entró en ese momento en el estudio de Muller interrumpiendo sus pensamientos. Se saludaron formalmente, y Muller dejó descansar al soldado para que se explicara. —Sargento, ¿qué noticias trae del exterior? —le preguntó Muller recostado en su sillón encendiéndose un puro. —Varios enemigos Z neutralizados a un kilómetro del complejo, y cinco detenciones de ciudadanos que se han estado manifestado revelándose… —¿Rebeldes? —Sí, señor. Se han alzado con pancartas manifestando que no se les proporciona el alimento suficiente para sus familias. —Malditos desagradecidos… —expresó furioso y soltó el humo de sus pulmones—. Una semana en prisión y reduzca la proporción de alimentos para los prisioneros, ¡a ver si así se les baja los humos! —Aún tengo más noticias, señor. —Prosiga, sargento. —Han localizado la casa del Doctor. —¿Cuándo? ¿Dónde? —quiso saber Muller saltando inmediatamente de su cómodo asiento. —Esta mañana, en un barrio residencial de Manchester. —¡Lléveme hasta allí, ahora mismo! —exigió, terminando por coger su arma del escritorio y varios cargadores. Por el camino, Muller ordenó desplegar un perímetro de seguridad a un kilómetro alrededor de la casa del doctor, y mantenerlo en cuarentena hasta nuevo aviso. Había estado buscando el paradero de aquel doctor durante bastante tiempo, y ahora, la había encontrado por fin. Su futuro, dependía de lo que descubriese en esa casa. Una vez, cuando Muller apenas fue un cadete novato, le llegó por casualidad hasta él unos documentos de gran importancia. En ellos

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se redactaba los informes de un científico japonés, en los que veía claramente el proyecto de una posible cura para controlar la plaga de los muertos vivientes. Se informó a lo largo de su vida militar sobre aquel proyecto, hablando con personas expertas sobre el tema que hablaba el estudio del científico. Muchos le aconsejaron que abandonase la idea de encontrar la residencia de esa persona en el caos que se estaba desatando para aquel entonces en toda la isla, y que no depositase sus esperanzas en los estudios de un loco. Pero no se rindió. Sabía que la idea de crear una cura para el virus Z, era descabellada ya que muchos lo intentaron en su día. Todos fracasaron. Pero donde todo el mundo fracasó, él pensaba triunfar. «El que encuentre tal remedio, será infinitamente poderoso en el mundo» Pensó Muller, saboreando demasiado pronto su ansiada victoria. Ya se había echo a la idea que los recursos que había por los alrededores de su base se acabarían tarde o temprano. No podría mantener durante mucho más tiempo aquellas gentes que dependían de sus decisiones. Su poder se vería mermado con el paso de los años. Abría motines, rebeliones, saqueos, todo volvería otra vez como al principio. Y Muller, no pasaría aquello por alto ya que ahora había acostumbrado a mandar sobre el mundo, a su forma. Así que depositó toda su fe en encontrar por las ciudades de toda la isla, el hogar de la persona que había creado supuestamente una cura aún desconociendo su identidad. Su reinado se volvería mucho más fuerte si hallase el remedio del virus Z. Su poder, sería infinito. Cuando llegaron a Manchester en el convoy militar, los preparativos que ordenó anteriormente ya estaban terminados. El barrio se podía encontrar rodeado por soldados, y varios tanques militares bloqueaban las calles para controlar el paso de los infectados. Muller se bajó del vehículo mostrándose orgullo ante sus hombres de no haber cedido a el mayor de sus sueños. Fueron quince largos años de guerra, de insurgencias por parte de la población, de hacer frente a la horda zombi que mutó haciéndose cada vez más fuerte, y sobre todo de buscar los recursos suficientes para sobrevivir. Los saqueadores, tampoco le ayudaron lo más mínimo. Aunque con el paso tiempo, por experiencia propia aprendió a usarlos para sus propios fines. No dejaban de ser una panda de violentos callejeros que él no pudiese controlar. El teniente ya lo estaba esperando en la puerta de la casa, vestido con su traje hermético antibiológico. Aquel hogar lo habían precintado con plásticos y tubos, convirtiéndolo en una zona en cuarentena para aislarlo del exterior. Si encontraban algún patógeno peligroso para la población, no saldría de ahí. Y si fallase la cuarentena por cualquier cosa, siempre había un plan B. «El fuego siempre será el mayor aliado del ser humano» Recordó Muller, cuando vio por primera vez cómo bombardeaban Londres con bombas atómicas. Aun así tenía napalm para barrer un barrio entero.

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Después de que Muller y tres de sus mejores soldados se vistieran con trajes antibiológico, y de colocarse bien las escafandras, pasaron por la zona de desinfección hasta que llegaron ante el teniente. —¿Han encontrado algo, teniente? —pidió Muller impaciente. —Hemos descubierto un sótano en la cocina, que estaba bastante bien escondido —explicaba el militar, dándole a su superior un informe de lo que había encontrado en la casa—. Es un laboratorio donde el doctor estuvo investigando. También hemos visto que tiene un sistema de seguridad de vigilancia… —seguía diciendo cuando Muller le cortó de golpe. —¡Quiero ver todas las grabaciones! —Sólo se han podido grabar durante dos años. Los discos duros se llenaron, sin poder seguir almacenando ninguna información. —¿Desde qué año se ha estado grabando? —preguntó Muller entrando en el sótano de la casa esta vez sólo con su compañero. —Se empezó a grabar en el dos mil doce. Hemos echado un vistazo pero sólo han entrado en la casa un par de niños. Supervivientes, entiéndame. —Y… ¿Desde entonces? —Nada. Los siguientes dos años, nadie ha entrado ni nadie ha salido. —¿Han podido encontrar al doctor, o saben de su paradero? — preguntó, esperando la gratificante respuesta de su teniente. —Lo encontramos muerto, en las escaleras del sótano. —¿Estaba infectado? —Sí, pero no murió por eso. Muller observó toda la habitación que preparó aquel doctor en su sótano. Tenía un tablón de información sobre la extensa investigación que había estado realizando, colgado a lo largo de la pared. También había varias fotos de infectados en cárceles, de la evolución del virus Z, incluso alguna antigua donde aparecía un soldado de la segunda guerra mundial. «Holanda, Noviembre de 1944. Soldado de Artillería de Primera Parker, de los EE.UU. Único superviviente» Leyó el Muller cogiendo el reverso de la foto. Siguió leyendo por todo el tablón donde la información era infinita. Pero una línea cronológica se dibujaba con un cordón a lo largo de un mapa mundial, revelándole los lugares por donde se investigó el virus. Primero, empezaba en Holanda y sus alrededores. Una foto del holocausto nazi le reveló a Muller cómo unas personas protegidas por unos trajes antibiológicos de aquella época, recogían muestras a centenares de cadáveres. En una de ellas, se veía el rostro del doctor detrás de una escafandra. «Doctor Hikaru Miyamoto, pueblo de Breda 1944. Murió a los noventa y tres años…» Se dijo observándola, al pensar en lo anciano que había llegado a ser el hombre. La línea temporal seguía a lo largo de los años, por América del sur, Asia, la Antártica, hasta llegar a la India. Allí se empezó a investigar con el virus Z en personas en el dos mil diez, para poderlo usar como arma contra los enemigos que se presentasen en el futuro.

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Pero no pudieron controlarlo. La infección se extendió por los países tercermundistas asiáticos, llegando por fin en el dos mil doce al mundo desarrollado donde la plaga no se pudo controlar. Después de leer resumidamente la expansión de la pandémica plaga zombi, Muller se centró en los videos que se habían recolectando en los ordenadores del sótano. —Si estás escuchando esto, es que he muerto —empezó hablar la voz del Dr. Hikaru cuando se encendió el videolog al acercase Muller al ordenador. Aquella información era demasiada valiosa como para que ojos ajenos a los suyos fueran testigos de ella. Así que haciendo uso de su autoridad, mando a todos fuera al saber que nadie excepto su teniente había visto aquel video—. Esta “Cura” es sólo para evitar ser contagiado o erradicar el virus como tal he explicado antes. Como sé que los que la encuentren se lucrarán de ella, la he dejado escondida en la ciudad dividida en dos partes. —¡MIERDA! —juró Muller maldiciendo, y golpeó bruscamente su puño contra la mesa—. Maldito seas Hikaru… —«¿Dónde las habrá escondido?» Se preguntaba mientras buscaba desesperado revolviendo todo el sótano. Rindiéndose al no encontrar su valiosa mina de oro, Muller empezó a repasar las grabaciones que captaron las cámaras de vigilancia. En una grabación, se veía cómo un par de días después del Año Nuevo del dos mil doce, el doctor se infectó quedándose encerrado en el cuarto de baño. Al cuarto día, una niña superviviente entró en la casa descubriendo al hombre convertido en zombi en el cuarto de baño de la segunda planta, obligándose a buscar un escondite por la casa. Ahí, la niña encontró el sótano. Se quedó fisgoneando por los alrededores como hizo Muller, hasta que Hikaru bajó también al sótano quedándose en las escaleras a la espera de algo. No se movió en horas, mientras que la niña se mantuvo escondida entre las torretas de los Pc´s. Entonces, después de que Muller pasase hacia delante la grabación de video, vio que algo hizo que la chiquilla gritase desesperada el nombre de un conocido suyo. Poco después, se vio que una persona entraba en la casa armada con un encofrador. «Patrick…» Se dijo así mismo Muller, interesándose por el nombre que pronunció la niña. El chaval que salía en la grabación encontró en ese momento el sótano donde se alojaba la cría, dándose de bruces con el doctor infectado. No fue un inconveniente para el chico, y mató al zombi sin ningún problema. La chiquilla terminó por salir de su escondite abrazando a su amigo, y juntos salieron de la casa en una autocaravana. Después de esa grabación, los siguientes dos años no revelaron nada importante para Muller. Algún zombi se acercaba a la casa, pero enseguida se marchaba al no encontrar nada de su agrado. Así durante dos largos años. «Algo me he dejado. He tenido que pasar algo por alto…» Pensó Muller, volviendo a ver la grabación de los chicos una y otra vez. Hasta que lo encontró. Sólo sabía el nombre del chico, la niña, desgraciadamente quedaba en el anonimato. En cambio, la niña entró en la

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casa sin nada, y salió de ella con su amigo junto con un oso de peluche en sus brazos. Eso captó el interés de Muller. Los niños salieron del barrio en una caravana que el chaval conducía, alejándose de Manchester por la zona noroeste. Ahí terminó todo lo que se pudo grabar de ellos. Una vez que dio la vuelta a toda la casa y sus alrededores, Muller captó la indirecta de que la cura no se encontraba en esos lugares. «Sería demasiado fácil, si lo hubiese escondido en la casa» Le animó su teniente, antes de que se despidiera de sus compañeros dando la alerta de encontrar a los chiquillos de la grabación. El varón no se le llegó a ver del todo su rostro, mientras que la niña fue captada de la cabeza hasta los pies. De poco le valía saber el estado físico de esas pequeñas personas. Habían pasado quince años largos desde aquello. Podían ser tanto adultos, como estar fiambres en cualquier sitio. «Demasiado tiempo como para sobrevivir en este mundo. Pero tengo la matrícula de la caravana…» Recordó Muller, al pensar que tenía la única pista para poder encontrarlos. Durante los siguientes días, Muller investigó todas las grabaciones de tráfico para saber hacia dónde se dirigieron aquellos niños. Él sabía que en ese oso de peluche, cabía la posibilidad de que se escondiese una parte de la cura. Ahora era su absoluta prioridad. También buscó información sobre el Dr.Hikaru, sobre sus amistades, y sus contactos laborales, incluso sus otras residencias. Cuatro nombres de vital importancia salieron de las agendas del doctor. Todos ellos residían en Inglaterra y eran: Danielé, que residía en Bristol, Robert, un antiguo compañero de trabajo que se reunían de vez en cuando en Liverpool, Shara, aunque se descartó enseguida cuando supieron que murió en el dos mil diez, y Abie. Ésta era la más importante. Encontraron las últimas llamadas en el teléfono móvil de Hikaru, y todas ellas pertenecían a una tal Abie. Lo malo de aquello era que no tenían ninguna dirección sobre ella, aunque se sabía que había residido desde hacía años en Londres. «Ahí ya no queda nada más que zombis y radiación. Pero al compartir la misma información que Hikaru… tal vez fue consciente del plan limpieza ¡Pudo haber salido a tiempo!» Se convenció a sí mismo Muller, pensando en el vacío que quedó en la capital y de cómo nadie salió con vida. —¡Señor!, ¿Me ha llamado, mi comandante? —preguntó el teniente a Muller saludando formalmente. —Sí. Quiero que coloquéis carteles con las fotos de los chicos por las ciudades más habitadas de supervivientes, y saqueadores. Ofreced en ellas una recompensa de diez mil créditos. Sólo si los traen vivos —ordenó, estando sentado de espaldas hacia el teniente—. No pongáis el nombre del chico, no quiero que se alarmen y desaparezcan del mapa. —A sus órdenes, señor. —Traiga a quince de sus mejores hombres, armados para recibir contacto enemigo —pidió Muller inmerso en una copa de licor y su puro matutino—. Que me esperen en el hangar principal. Voy hacer una visita a un viejo amigo...

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Muller marchó en dos convoys militares, junto con un tanque del ejército armados hasta los dientes. Se abrieron paso por las calles barriendo a todo zombi que molestaba, hasta que llegaron donde Muller pensaba desde hacía y a tiempo visitar a un viejo conocido suyo. Terminaron presentándose en el centro de Oxford desde Manchester, haciendo ruido para que se notase quién llegaba a la ciudad. «Que sepan todo el mundo quién manda aquí» Se dijo el militar saliendo por la escotilla del tanque. Rudos, fuertes, y bien entrenados, entraron los soldados en un alto edificio donde aquel hombre autoritario esperaba no encontrarse resistencia alguna. El objetivo de Muller estaba en lo alto de aquel edificio, en un estudio insonorizado donde varias personas desde hacía ya años, emitían por radio de banda ancha su programa a todos los supervivientes del país. Muller, tanto como sus hombres, destrozaron la puerta al ver que nadie les abría. Se encontraron con tres personas que las redujeron en un instante, dejando al comandante a cargo del propio comentarista de radio. Él le veía por el cristal, pero se llevó el dedo a sus labios para que no alertase el locutor a sus oyentes sobre la intrusión de los militares. En ese momento, Muller entró en el estudio sin meter ruido, terminando por dejarle las cosas claras aquella persona que hablaba en directo para todo el país. Y siendo educado con el comentarista, Muller le puso el cañón de la pistola sobre su cabeza, y le advirtió: —Esta vez, vas ha ser bueno R.Z —sugirió Muller amenazante—. Deja de dar la chapa a todas las personas de Inglaterra y emite éste comunicado —dijo tendiéndole una nota para que la transmitiera. —Vale… pero nos hagas daño —rogó, aceptando las peticiones del militar. Aquel comentarista tenía la piel oscura como el carbón y vestía al estilo rastafari. Su pelo estaba lleno de rastras negras y amarillentas, decorado por una boina de cuero que le tapaba su cabeza. En la mesa, repleta de micrófonos, había un cenicero donde un porro de marihuana se estaba consumiendo desde que Muller le ordenó dejarlo para que le atendiese. —Todo depende de lo que hagas. Estoy calentito, así que no juegues conmigo, R.Z —seguía advirtiéndole al rastafari de sus claras intenciones—. Ahora lee lo que te he puesto. —Se… buscan dos delincuentes. Un hombre de metro ochenta, de unos treinta años, y una mujer de metro setenta, rubia de unos veinte. Nuestro valeroso ejército, ofrece una gratificante recompensa de diez mil créditos para aquel que los encuentre…. Vivos… —Ahora acaba como sólo tú sabes hacerlo —le mandó Muller en voz baja. —Pues eso, soy R.Z y os deseo un feliz día en vuestro… Apocalipsis. Ahora, algo de Rock & Roll para nuestros oyentes. —Pon algo de música. Que sea decente, no quiero que la gente se lleve un susto por esto. —Tranquilo, he puesto un tema de los Beatles.

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—Bien… ¿Lo ves? no ha sido tan difícil. —Podría haberlo hecho mucho mejor, sino hubieses entrado con tus perros armando todo éste follón. —No quería arriesgarme. No… no me fío de ti, R.Z —confesó guardando su arma en la cartuchera—. Una persona tal fiel a su público como tú, traicionándolos como hiciste aquella vez en Durham, no es digna de confianza. —Lo que tú digas. ¿Has terminado? —Sí, no te preocupes. Aunque estaremos en contacto. —¿Qué han hecho esos chicos? Si se puede saber —expresó con curiosidad R.Z. —Eso es lo que me gusta de ti. Eres curioso aún sabiendo que no estás en situación de exigir nada —manifestó el militar quitándole la boina al rastafari—. No han hecho nada que debas de saber. —¿Sabes que has llamado la atención? La gente sabrá que es un comunicado de los militares. Sabrán que me has obligado a transmitirlo. —Por supuesto. —Ahora, aquellos que buscas se esconderán, no los encontrarás tan fácilmente. —En eso te equivocas. Porque para eso, tengo pensado encomendar una misión especial a una persona. —Si es a la persona que creo saber, no puedes fiarte de ella — comentó el rastafari con algo de preocupación en su voz. —No más que tú, R.Z —dijo cortante el militar y se sentó al lado del comentarista—. Y si sabes lo que te conviene, tú vas a ayudarme a encontrarlo. —Creí que los saqueadores eran lo peor, ahora sé que no. —Nos veremos pronto R.Z, no te metas esta vez en líos —Terminó mencionándole Muller y le tiró la boina a la cara. —Nos veremos envueltos en una guerra… —concluyó el rastafari quedándose recostado en su silla. «Se organizarán una buena entre todo el mundo» Pensó R.Z, volviendo a retransmitir por la radio como si no hubiese pasado nada.

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Capítulo III Un botín peligroso A lo lejos se podía ver desde la carretera cómo varios vehículos la cruzaban a toda prisa, sin molestarse tan siquiera en esquivar a los muertos vivientes. Eddy, lideraba a su grupo de saqueadores llevándoles por la autopista hacia su próximo destino. El hombre vestía con ropas oscuras, calzado militar, terminando por esconder su blanco rostro con un pañuelo palestino y unas gafas sucias de aviador. Se encontraba en el techo de un autobús escolar en el que viajaba, inmerso en fumar su último cigarrillo, sin dejar de apuntar con la ametralladora a los zombis que se encontraba por el camino. «Tengo una puntería que te cagas…» Pensó, cuando abatió de un disparo en la cabeza al zombi que obstaculizaba el paso del vehículo. Estaba contento. Por fin le llegó esa suerte que tanto había estado deseado. Hacía un par de semanas, el grupo de Eddy se enfrentó a una peligrosa situación. Tuvieron que cruzar la frontera escocesa ya que los perseguían los militares, y se metieron en una casa de apuestas ilegal donde los saqueadores de todo el país se reunían para desfogarse. El ejército no lo permitía. Cada vez que hacían alguna redada en aquellos lugares, todo acababa mal. Entonces, aquella vez hubo una fuerte disputa entre varios clanes de saqueadores por una partida de cartas amañada. Eddy se ofreció voluntario para ayudar a poner fin a esa riña de salvajes, haciéndose valer lo duro que era. Acabó con los dos insensatos que decidieron hacer trampas en el peor lugar del mundo rodeados de delincuentes, metiéndoles plomo en el cuerpo hasta convertirlos en un colador. Él no supo cómo iba a acabar aquello. Lo único que sabía era que estaba en la casa de una de las familias mafiosas más importantes que se formó desde el día 0, y que estaba borracho. Podrían haberlo matado ahí mismo. Sin embargo, en vez de eso, Eddy cayó bien al jefe mafioso y éste le reveló una valiosa información que pensaba usarla con él. No se pudo negar, las circunstancias no se lo permitieron. Ahora viajaban en un autobús escolar, acompañados por un coche, y un camión de la basura. Los vehículos estaban preparados con doble chapa blindada, soldada con cuchillas afiladas, también con una potente red de fotos alrededor del techo, y con un equipo lanzallamas instalado en el morro de los vehículos para hacer frente a la horda zombi. El largo vehículo escolar, lo pintaron de negro queriendo pasar así desapercibidos de miradas ajenas. Desde el techo vallado con alambre espinoso que fue fabricado para apostar ahí a varios tiradores, Eddy mandó en ese momento parar al convoy de los saqueadores cuando visualizó algo que captó enseguida su atención. —Marcas de neumático… —dijo Eddy bajando del vehículo, y tocó con su mano el asfalto manchado de goma quemada—. Alguien venía

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hacia nosotros y nos ha visto… —concluyó sus sospechas en voz baja, y observó la dirección que había tomado el vehículo—. Estas marcas son frescas. —Parece que han reventado una rueda, jefe —mencionó Carl desde su coche, indicando la diferencia de marcas que había dejado el vehículo al derrapar en la carretera. —Eso parece. —Nos verían llegar. Tal vez se asustaron al vernos y decidieron tomar otro camino —explicó Smoke a su feje—. ¿Les seguimos? —No… tenemos que encontrar ese almacén —dijo resignándose a dar caza a unos simples supervivientes—. Deben de estar cerca… Deja a Carl con su coche apostado aquí. Si alguien más pasa, o si lo militares hacen acto de presencia, que nos los comunique por el talky. —Ya has oído, Carl. Esta vez te quedas atrás —le ordenó Smoke. —Necesitaremos todos los hombres, jefe. Será difícil entrar en esa ciudad —aconsejó Carl a Eddy. —Sí, las minas zombi y los Fast Z son una putada. Pero veo que alguien más acaba de venir de Berveley —comentaba el hombre a su compañero, apurando su cigarrillo hasta que llegó a quemar el filtro—. Si nos han visto puede que llamen a los malditos militares. Así que te necesito aquí. —Entendido. —No te lo pediría si no fueses tú, Carl. Eres el que tienes el vehículo más rápido, lo cual puedes huir con más facilidad. —No hay problema, jefe —cedió el hombre, y se quedó apoyado en su coche con el arma tirada al hombro. Dejando a Carl vigilando en mitad de la carretera, el grupo de saqueadores se puso en marcha adentrándose por la ciudad en ruinas. Según iban adentrándose en el la apocalíptica ciudad de Berveley, varios Fast Z les dieron la bienvenida corriendo como locos hacia ellos. La calle estaba tintada de rojo, con infinidad de despojos de carne podrida esparcidos por todos sitios que había producido una mina zombi al explotar. Los zombis salieron entonces por todos lados, cuando el grupo de saqueadores se dieron a conocer con sus ruidosos vehículos. Una vez que los tristes no muertos corrieron hacia ellos hasta chocarse con la chapa autobús, Eddy y los suyos empezaron a disparar, aunque siempre venían más. Los muertos vivientes insistían en golpear una y otra vez a sus enemigos metálicos, sin que las cuchillas que estaban soldadas en la carcasa les molestasen para nada al abrir sus putrefactas carnes. Eddy no tenía tiempo para malgastarlo en los zombis. Ordenó apretar el paso hasta que llegaron cuatro calles más lejos, dejando a los muertos vivientes aplastados entre las ruedas de los vehículos. Una vez que consiguieron alcanzar su destino, los hombres se bajaron de sus transportes armados, y con la suficiente potencia de fuego como para arrasar un barrio entero. No querían llamar más la atención de lo debido, los zombis en sí ya eran un problema.

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Vestido con ropas negras y cubriéndose sus caras con pasamontañas, llegaron hasta los bajos de un edificio. Les había costado llegar. En otros tiempos abrían viajado en cuestión de minutos. Pero había que moverse cuidadosamente para evitar las posibles minas Z que estaban plantadas y camufladas por toda la ciudad. Desde hacía ya varios años, las minas zombis se plantaron ellas mismas por las calles adhiriéndose a farolas, postes, bocas contra incendios, muros, quioscos, adquiero su mismo color para camuflarse con el entorno. Eran muy peligrosas. Cuando explotaban, no solo destruían todo lo que encontraban a su alrededor, sino que también esparcían peligrosamente el virus. Si no se iba concienciado de lo que se podría encontrar en una ciudad repleta de zombis, se podía dar claramente uno por muerto. La preparación lo era todo. Y el grupo de diez saqueadores que lidera ahora Eddy, lo aprendieron con la experiencia al perder innumerables compañeros. En cambio, la misión que tenían era demasiado importante como para dejarla pasar, aún sabiendo lo peligrosa que era. —Éste tiene que ser el almacén —dedujo Eddy leyendo el plano de la ciudad marcado que le habían dado. —Si es verdad que aquí esconden el arsenal del ejército, será un golpe como nunca lo hayamos hecho —le dijo Smoke, dándole una palmada en el hombro a su amigo. —Todos sabemos que Berveley es una de las ciudades más peligrosas de toda Inglaterra, sin contar la contaminada Londres —aclaró Eddy, a la par que disparaba al candado de la cadena que protegía el portón del almacén—. ¿Y qué sitio mejor que guardar tus armas, en un lugar repleto de zombis? —Sólo el ejército tiene la forma de ir y venir sin preocuparse por plaga zombi —afirmó Smoke, mandando a cinco de sus hombres entrar en el almacén cuando su jefe lo abrió. —Exacto. Aún sabiendo que guardan en la ciudad todo su arsenal, no lo encontraríamos a tiempo —mencionó Eddy, entusiasmado al encontrar las infinitas baldas con las cajas que mantenían las armas de los militares—, los zombis se nos echarían encima en poco tiempo. Nadie malgastaría su vida en buscar éste alijo... —Pero sabiendo el lugar exacto… —Merece la pena arriesgarse —dijo Eddy acabando la frase de su compañero—. Ahora esos desgraciados se han quedado sin su arsenal. —El “Boss” querrá armar a su ejército con todas estas armas, y desmantelar a los militares —siguió Smoke apropiándose de una ametralladora pesada—. Has jugado esta vez bien las cartas, jefe. —No se podía desaprovechar tal oportunidad. Controlaremos todo el país, tal y como nos dé la gana —expresaba Eddy con los ojos ambiciosos de poder—. Seré la mano derecha del jefe mafioso más poderoso de Inglaterra. Y si alguna vez se vuelve contra mí… —Pero no pudo acabar la frase, ya que fue interrumpido por uno de sus hombres.

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—Señor, tiene un comunicado urgente desde la emisora de radio de policía. Eddy, sabía que sólo se podía usar la emisora en caso de emergencia. Hablar por la frecuencia que usaron los antiguos agentes de la ley era demasiado peligroso, ya que cualquiera podría tener una igual, sabiendo que otras personas escucharían una conversación ajena a la suya. Y eran los militares, que las también las usaban para interceptar las escuchas de los saqueadores. A veces lo lograban, consiguiendo capturar a los delincuentes que tenían atemorizados a los supervivientes de aquel mundo pos apocalíptico. Pero si se usaba sólo como última alternativa, usando mensajes cortos, llegaba a ser de lo más útil. —Te escucho —dijo impaciente el saqueador por la emisora. —Por esto me debes una, Eddy —le contestó una voz familiar. —Suéltalo de una vez, R.Z. —Muller te está buscando, y si te atrapa donde creo que estás ahora, eres hombre muerto. —¿Cómo sabes donde estoy? —Lo he interceptado por la sintonía que ellos utilizan ¿Cómo crees que sé todo lo que pasa en todo el país? —confesó R.Z dándose prisa al explicárselo a Eddy. —¿Cuánto tiempo tenemos? —Nada, ya podéis sacar vuestros culos de ahí. —Así que sabías donde guardaban su arsenal… —Siempre lo he sabido. Recuerda, yo no te he dicho nada. Ahora ya me debes una —Terminó R.Z con voz preocupante. —Siempre te vendes al mejor postor… —se dijo Eddy a sí mismo. —Algo le habrán hecho para delatar a los militares. No se la jugaría por nada —mencionó la voz de Smoke desde la ventanilla del camión de basura—. No te preocupes, lo hemos cargado todo. Además, Carl no nos ha llamado. Así que no hay nada por qué preocuparse. —Bien. Aún estarán lejos cuando nosotros dejemos éste páramo repleto de zombis. Cargaron las últimas armas, la munición, y los suministros que habían estado almacenando los militares en el camión de basura, y se marcharon de la ciudad. El resto de los hombres que acompañaban a su líder, habían renovado sus instrumentos por otros nuevos mucho más potentes. Incluso Eddy y Smoke no fueron menos que los demás, y se apropiaron de dos subfusiles un par de granadas y unas latas en conserva de judías que se comieron por el camino. Se marcharon confiados por donde habían venido, viendo en ese momento cómo los zombis los esperaban en la salida de la ciudad revelando el gran número que eran. Smoke hizo uso de su nuevo lanzacohetes, y disparó un misil contra una mina zombi que se estaba en mitad del ejército no muerto. Ésta explotó, reventando todo lo que encontró en sus cercanías, y llevándose con ella a decenas de los de su misma especie. Un gran pasillo libre de zombis se formó al reventar la mina, dejando ahora a los saqueadores pasar tranquilamente hasta salieron de la

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ciudad. Sin embargo, los muertos vivientes les siguieron durante un rato, pero enseguida se rindieron cuando los vehículos aceleraron el paso. Eddy, se entretuvo haciendo diana en las cabezas de los putrefactos zombis desde lo lejos mientras se alejaba de ellos. «No pienso volver nunca a esta maldita ciudad» Se dijo el hombre, pensando en cómo se había salido esta vez con la suya. En cambio, cuando llegaron donde dejaron al principio apostado en la carretera vigilando a su compañero Carl, se dieron de bruces contra el ejército militar. Alguien les había tendido una trampa, y Muller, el comandante que lideraba a sus soldados, apuraba su puro sonriente a la espera de que el convoy saqueador se detuviese ante él. Ese hombre se había labrado una reputación, por lo duro y cruel que había llegado a ser con las personas que le traicionaban, incluso con los que se enfrentaban a él. Eddy vio enseguida que estaban en peligro. Tenían dos tanques enfocando sus cañones contra ellos, varios convoyes militares, decenas de soldados por los alrededores apuntándolos con sus armas, y al pensar en huir otra vez a la ciudad, vieron que un helicóptero armado con dos ametralladoras pesadas les cerraba el paso de vuelta. Estaban acorralados. Desde lo lejos, Muller pidió por megafonía a Eddy que se rindiera saliendo del autobús. «Si no consigo llevar todo este arsenal al “Boss”… será él quien me mate» Pensó el hombre, dudando de qué decisión tomar. Pero excepto Eddy, el resto de sus compañeros no vacilaron en aceptar las órdenes del militar y se rindieron. Todos salieron del autobús y del camión de basura, tirando sus armas al suelo son las manos en sus cabezas. Eddy no se lo podía creer. Aunque sabía de sobra cómo era la calaña con la que se relacionaba, tampoco fue de asombrarse que se rindieran sin oponer resistencia. Los saqueadores no eran leales a nada ni a nadie. Sólo lo eran a sí mismos. Y si sus vidas corrían peligro, venderían hasta su propia madre para salvar su propio pellejo. «No se les puede coger afecto alguno» Dedujo Eddy, viendo ahora que sus compañeros lo dejaban solo en el vehículo. Como el saqueador, que aún estaba en el asiento del autobús, era demasiado orgulloso como para rendirse delante de sus hombres, Muller, decidió ir a por él en persona. El militar sacó la pistola de su cartuchera y disparó contra las ruedas del vehículo. «Ahora sí que no me voy a ir a ninguna parte…» Pensó Eddy desde su asiento, sujetando consigo una pistola que tenía pensado usar contra su enemigo. Muller advirtió al saqueador que iba a entrar para hablar con él, e hizo un claro gesto de tirar su arma al suelo. La tarde se echaba encima, y la carretera se convertiría pronto en un hervidero de zombis. Las alternativas que tenía Eddy, se le habían acabado desde el momento que los militares le cogieron por sorpresa. Pero resistiéndose a ceder a las peticiones del militar, se quedó donde estaba. «Si quiere que se acerque el mismo. Aunque muera, me lo llevaré conmigo al infierno si hace falta» Meditó el saqueador, no muy convencido si ésa podía ser una buena idea.

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—Voy a entrar desarmado. Así que no hagas nada con lo que luego puedas arrepentirte —insinuó amenazante Muller al saqueador desde la puerta del autobús. —¿Qué le habéis hecho a Carl? —Ah… sí. Debes de referirte al tío que encontramos muerto en la carretera —contestó Muller con una sonrisa que irritó a Eddy—. No nosotros no lo matamos. —¿Y el coche? —Sólo estaba el cuerpo. —Esta me la pagarás… —No estás en situación de exigir, y menos de amenazar a nadie — le explicó el militar, y subió por los peldaños del bus hasta que se encontró cara a cara con el hombre aferrado a su arma. —No tenía elección, entiéndeme —confesó Eddy con la voz apunto de quebrarse. —Bien, bien. Eso es, méate en los pantalones. Parece que por fin has captado la clara indirecta de estar en peligro —dijo Muller amigablemente. —El… el “Boss” fue quien supo dónde guardabais las armas. —Lo sé, lo sé —le tranquilizó el militar poniéndole su mano sobre el hombro del saqueador—. Porque fui yo quien le mando hacerlo. —No… no tiene sentido ¿Por qué haría algo así? —preguntó con sorpresa por la confesión que le había hecho Muller. —Porque me debe muchos favores, que le permito seguir con ese garito de mala muerte que lleva —confesaba sonriente por revelarle cómo había caído en la emboscada—. Y todo esto sin dejar de lado a R.Z, que sin su ayuda nunca hubiésemos sabido cuándo llegarías hasta nuestro almacén. Debo de reconocer que te habías anticipado antes de lo previsto. —Todos son traidores… —¡Vamos! No te enfades con ellos —dijo Muller convenciéndole de que no le diese importancia—. Tú le cargaste el muerto a R.Z por lo de Durham, y él ahora te devuelve el favor. Y respecto al “Boss”… créeme que no tendría su casa de apuestas si no fuese por mí. No hay que ser rencoroso, Eddy. —Pienso matarlos a todos. —No estoy aquí para discutir. Así que iré directo al grano —empezó a hablarle seriamente—. Verás, me gustas mucho, Eddy. Tu habilidad para esconderte de nosotros, de hacer operaciones relámpago como las que acabas de realizar, tu forma de conseguir relacionarte con las personas, de mentirlas y utilizarlas par tus propios fines. Eso es digo de elogios, chaval —Muller aplaudió con sus fuertes palmas. —¿Sólo querías dar conmigo? —Muy bien, lo has adivinado tú solito. —¿Y qué es lo que quieres? —A ti. —¡Muérete! ¡Jamás estaré a tu servicio! —concluyó escupiéndole a la cara del militar.

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—No tuviste que haber hecho eso —comentó Muller quitándose el escupitajo de la cara. Le había ofendido. Aquel hombre usó todos sus recursos para dar con el delincuente más escurridizo de todo el país, dándole la oportunidad de trabajar juntos mano a mano. Eddy ni siquiera se pensó en meditar en el futuro que se le estaba ofreciendo. Su orgullo era más importante que su propia vida. «Has estado demasiado tiempo sin recibir órdenes de nadie. — Pensó Muller, meditando lo que iba hacer con el saqueador—. Pero pronto me respetarás, ya lo verás... Te domesticaré como se le hace a un animal» El militar no quería llevar aquella situación al límite. Sin embargo, él sabía que Eddy sería la única persona que podía rastrear aquellos chicos hasta dar con lo que tanto ansiaba buscar. La cura. Poner fin al reinado de los zombis para poder suplantarlo por el suyo. Desde el autobús, Muller asintió a su teniente dándole a conocer sus órdenes. Ya tenía preparado un plan por si las cosas se torciesen. Varios soldados traían arrastras a la mano derecha de Eddy, y le pusieron de rodillas delante del vehículo donde ellos se encontraban. —Te daré un ultimátum —le aconsejó Muller, arrebatándole el arma que sostenía el saqueador de su mano temblorosa—. Pasaré por alto todos tus actos, incluido lo que me acabas de hacer, si accedes pacíficamente a cooperar conmigo. —Todos saben que si trabajas con los militares, no vuelves a ser libre —reveló Eddy sin dejar de mirar a su compañero Smoke tirado de rodillas, y con varios soldados apuntándole con sus armas a la cabeza. —¿Libertad? Hasta ahora, creo que no has sido libre de nada — mencionó el militar perdiendo ya su poca paciencia—. Piénsalo, tendrás un refugio, un plato caliente todos los días, seguridad, y tan sólo por el módico precio de obedecer mis órdenes, ¿qué te parece? —¡No accedas Eddy! —le pidió Smoke a su amigo, al tiempo que un soldado le asestaba un golpe en su cabeza con la culata del arma. —Si no me eres útil, ¿por qué debería dejarte vivir? —sinuó Muller con voz baja al oído de Eddy. —Puedes irte al infierno —afirmó seguro de sí mismo el saqueador. —Tú lo has querido —Viendo que Eddy no accedía por las buenas, Muller dio la orden de ejecutar a Smoke delante de ellos. El soldado sacó entonces su pistola de su cinturón, y encañonó su arma enfocándola a la cabeza del saqueador que estaba de rodillas en el suelo. Un único estruendo resonó en aquella carretera, creando un potente eco a lo largo de los silenciosos kilómetros a la redonda. Smoke, yacía muerto tendido en el suelo, con un agujero en la cabeza dejando un claro charco de sangre por el asfalto. «No… pero… ¿qué he hecho?» Se dijo en un ahogado pensamiento cuando vio el cuerpo sin vida de su amigo. Eddy se arrepintió de su decisión y de su estúpido orgullo. De todas formas, él sabía que no iba a tener alternativa con Muller, y de haber accedido entonces al militar, Smoker seguiría aún con él y con vida.

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—¡Haré todo lo que me pidáis! Pero no matéis a mis hombres… — suplicó el saqueador, arrepintiéndose de no haberse tomado enserio las amenazas de Muller. —Tarde… Pero me creo que harás a partir de ahora todo lo que te mande — Diciendo esto último, Muller mandó ejecutar al resto de sus prisioneros. El saqueador se quedó sentado en su sitio, mirando perplejo cómo masacraban sin compasión a sus camaradas. «¿Todo esto por tenerme a su merced?» Meditó Eddy, empezando a comprender lo valioso que debía de ser ahora para los militares. Todos los cuerpos sin vida, los dejaron tirados en mitad de la carretera para que fueran pasto de los muertos vivientes. Fue una masacre que Eddy nunca olvidaría. Eran los saqueadores, quienes solían tomar prisioneros, robar a los supervivientes, hacerse con las esposas de hombres honrados para esclavizarlas en las casas de apuestas obligándolas a prostituirse. Todas esas cosas, las hacían ellos. Pero los militares tenían la última palabra. Ahora, Eddy lo comprendía. El ejército tenía demasiado poder. Eran ellos mismos los que permitían las casas de apuestas. Aquellas casas no eran más que el simple enlace que tenían los militares para recibir suministros entre otras cosas. Al tener a la población sosegada por el miedo de los zombis y de los saqueadores ¿A quién recurrir entonces? A los militares. Ellos lo tenían todo controlado desde el principio. Muller estaba arto de tanto disparate para conseguir la lealtad de su saqueador. Cogió la propia arma le que había arrebatado a Eddy, y la usó contra él para que accediese a sus peticiones. —Veras, te voy a encomendar una misión —dijo seriamente con cara de pocos amigos, y amartilló el arma poniéndola en la cabeza de Eddy—, y no quiero fallos de ningún tipo. —Te escucho —accedió finalmente, viendo que si no lo hacía no saldría vivo de ahí. Muller le tendió una libreta con el número escrito de la matrícula de una autocaravana, y las fotos de dos niños. El varón se llamaba Patrick y era más mayor que la niña, que ésta no debería de tener más de cinco años en la fotografía. —Esta información es de hace quince años. Así que ahora deben de ser adultos o estar muertos, o incluso podrían ser dos putos zombis. Pero me da igual —explicaba con voz autoritaria Muller sin dejar de apuntarle con el arma—. Es de vital importancia que encuentres ésa autocaravana, y que busques a todo tipo que se llame Patrick, sobretodo si le acompaña una mujer. —¿Por dónde empiezo a buscar? —quiso saber el hombre, atado ahora de manos y pies por el yugo de los militares. —Ése vehículo se vio por última vez hace siete años a las afueras de York. —Necesitaré un buen equipo para buscar solo por toda la provincia —exigió Eddy, comprendiendo que sin un vehículo y sin armas no sobreviviría mucho ante los zombis. —No te daré una mierda —Se encaró Muller al hombre dejando claras sus intenciones—. Vagarás por toda Inglaterra con un único talky, para poder comunicarte conmigo. Así te ganarás mi confianza.

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—¿Y los zombis? Y… —¿Los saqueadores? —El militar no pudo evitar reírse, al ver cómo Eddy temía ahora por las personas que él siempre había convivido—. ¿Cómo has sobrevivido por el mundo todo este tiempo? —Seguramente igual que tú. —Te las apañarás bien, Eddy. No te preocupes. Lo único que no necesitas, es que te parezcas a un saqueador para que la gente huya de ti nada más verte. —Cuando consiga lo que quieres… ¿Me dejarás libre? —Tienes mi palabra —mintió Muller dándole falsas esperanzas al saqueador. —Entonces… ¿cuándo empiezo? —dijo el hombre poniéndose de pies. —Ahora mismo. Ya me estás cansando —le hizo saber el militar, devolviéndole el arma a Eddy. «Te podría matar ahora mismo, y todo tu reinado caería» Meditó el saqueador al verse armado de nuevo. —Una cosa más —siguió Muller, acercándose esta vez a Eddy hasta hablarle al oído—. No hagas preguntas, no pienses, solo haz el trabajo y serás libre. ¿Está bien? —Está bien. —Esto es personal, así que presta atención —le dijo poniéndose de espaldas del resto de sus hombre, para que así nadie les escuchase—. Ellos tienen un oso de peluche. Quiero que me lo traigas a mí personalmente. Es muy importante, así que si te portas bien… te verás recompensado. ¿Me sigues? —Entiendo. Eddy se quedó solo en aquella sinuosa carretera, con sus compañeros ejecutados brutalmente, y sin protección alguna excepto por un walky talkye. Los militares terminaron por marcharse con todas las armas que habían conseguido sacar de aquella ciudad los saqueadores, ahorrándoles el esfuerzo de haber ido a por ellas ellos mismos. Muller abandonó al saqueador ahora a su suerte. El saqueador, solitario en su propio pesar, se puso andar sin dejar antes de ver lo que había quedado de su amigo Carl. Su cuello estaba abierto en canal, una flecha le atravesaba el pulmón izquierdo, y amplio boquete en su mano derecha que le había arrebatado dos de sus dedos, se reveló ante Eddy. Furioso de quién se atrevió a matar a su camarada, juró vengarlo en vida. Entonces, un claro rastro de sangre seguía por donde aquellas marcas de neumáticos se desviaron aquella vez que lo vio antes de entrar con sus hombres a la ciudad. «Esto no ha sido obra de Muller y los suyos. Sabía que tenían que estar cerca…» Dedujo Eddy, siguiendo aquella nueva pista que se dirigía por la carretera, hacia York.

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Capítulo IV Lo que siento por ti Patrick conducía a toda prisa la camioneta queriendo llegar con su compañera lo antes posible al refugio. Tenía pensado en no salir de la casa de los tíos de Sharon durante una buena temporada. Cambiarían de aspecto, y tal vez, él se dejaría barba. Los carteles de se busca que había presenciado en Beverley lo puso en alerta, al ver que los militares ofrecían una elevada recompensa por ellos. La verdad era que no mostraban demasiada información. Sólo unas fotos de unos niños, y las de un retrato robot de cómo serían de mayores. Ni siguiera ponían los nombres de los que buscaban. A Patrick no se le parecía mucho el boceto, en cambio, a Sharon le habían dado en el clavo. El dibujo era calcado a ella. Ahora discutían de cómo y por qué, los militares habían llegado a la conclusión de quererlos atrapar. «Tal vez sea sólo una coincidencia» Pensó la chica, sin llegar a convencerse de que eran ellos a los que buscaban. Sin dejar de pensar en ello, Patrick enseguida sacó el tema de que aquel día, hacía quince años, ellos iban vestidos tal y como representaban las fotos. La chica se calló por unos instantes meditando las palabras de su amigo. Ella no se acordaba de tales detalles, pero si su compañero lo recordaba, era como para tenerlo en cuenta. Patrick jamás la había mentido, y siempre cuidó de ella como si fuera de su familia, actuando inteligentemente cuando se enfrentaban a complicadas situaciones. No obstante, el tiempo hizo que sus lazos se unieran profundamente, sin que Patrick se percatara de ello. Sharon, intentó demostrarle su amor a él en varias ocasiones. Patrick se había convertido en su mentor, su instructor, su mejor amigo, y sobre todo, con el paso de los años, su amor. «Tíos, nunca se dan cuenta de nada…» Meditó Sharon, quedándose recostada en el hombro de su querido amigo. Lo que pasó a continuación, pasó tan rápido que si no llegase a ser por el cinturón de seguridad, la pobre muchacha que estaba apoyada en el brazo de su compañero, hubiese salido despedida por la luna frontal del vehículo. Patrick frenó de golpe la camioneta, atropellando sin querer a un zombi moribundo que no tenía un lugar a donde ir, ya que le faltaban las piernas. Rápidamente, el hombre salió al exterior subiéndose al techo de la camioneta para visualizar mejor lo que le hizo frenar tan bruscamente. —¿Por qué has frenado de golpe? ¿Ha sido por el zombi? —preguntó Sharon viendo cómo había quedado el muerto viviente, hecho puré en un amasijo de carne putrefacta contra el asfalto—. Haberlo atropellado… —No —expresó secamente. —¿Entonces? —seguía insistiendo la chica.

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—Saqueadores. A cuatro kilómetros de aquí —explicó Patrick lo que veía a través de sus prismáticos—. Viajan en un autobús escolar, un coche, y un camión de la basura. —Hoy no es nuestro día de suerte. —Creo que no. Los dos chicos no se quedaron por mucho tiempo en aquel lugar, a la espera de que lo saqueadores les descubriesen. Tiempo atrás, Patrick y Sharon ya tuvieron algún encontronazo con aquella gente, y ahora, lo que menos necesitaban era tener más problemas de los que ya tenían. Sharon se ofreció a conducir la camioneta, dejando a su compañero ocupado con su arma. Ambos tenían buena puntería, pero Patrick se desenvolvía mejor cada vez que tenía que disparar en movimiento. La carretera seguía a lo largo, con infinidad de escombros y gente no muerta a la que la chica le encantaba esquivar. Fue entonces, por las prisas, cuando de repente el neumático derecho delantero del vehículo reventó en plena huida. «No se me ocurriría peor momento para cambiar una rueda» Se dijo Patrick, observando cómo un trozo de metal afilado había rasgado el neumático. No tuvieron tiempo para cambiarlo, y decidieron seguir hasta la próxima desviación que les ofrecería la autopista. Una vez que llegaron, la carretera caía en desnivel donde pudieron llevar el vehículo sin problemas hasta un lugar seguro. Aun así, Patrick sabía que los saqueadores se darían cuenta de lo que les había pasado. Una peculiaridad de ellos era lo buenos que podían ser rastreando. Así que al final se vieron obligados a abandonar la camioneta, y se escondieron en una zona alta para visualizar con más determinación cómo se desarrollaría la situación. Y los instintos de Patrick, no fallaron. El convoy de los saqueadores pasó de largo, cuando se presentaron ante los ojos de las dos personas que se mantenían escondidas al resguardo de varios contenedores de un tráiler abandonado. Entonces, en el momento en que Patrick pensó que se habían librado de una buena, el autobús escolar se paró de golpe, obligando a frenar también al resto de vehículos que le seguían. «Su líder debe de estar en ese bus» Dedujo Sharon, sin dejar de observar por los prismáticos. Un hombre se bajó desde el techo del vehículo escolar, llegando hasta el asfalto de la carretera donde se quedó entretenido palpando el terreno. Seguido, varios saqueadores acompañaron a lo que parecía ser al cabecilla de grupo, y se quedaron un momento conversando entre ellos. Patrick no le quitaba el ojo aquel saqueador, observándolo por la mira telescópica del rifle, deseoso de que se volvieran por donde habían venido. Sharon se fijó que los saqueadores estaban viendo las marchas en el asfalto que habían producido la camioneta al derrapar. «No se les escapa una... » Reconoció pensativa, creyendo que ella no sería capaz de darse cuenta de aquellos detalles.

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Ahora, el saqueador miró hacia los chicos sin saber que estaban en ese lugar escondidos. Sin embargo, Sharon se asustó en ese momento cuando sus miradas se cruzaron a través de los prismáticos. Pero una mano amiga se apoyó en su hombro, y la calmó asegurándola que no había nada de por qué preocuparse. Cuando terminaron de conversar los saqueadores, decidieron marcharse de ahí sin llegar a molestarse por perseguirlos, aún teniendo claras las pistas de por donde los conduciría hasta ellos. Patrick y Sharon se tiraron al suelo, soltando un suspiro de alivio al ver cómo se habían librado de los saqueadores. Entonces, al reincorporarse, Sharon previno a su compañero de que aquellos delincuentes habían dejado a una persona apostada en ese mismo sitio, vigilando. Pasaba el tiempo y el saqueador que vigilaba la carretera pareció aburrirse, y terminó alejándose de su puesto de vigilia. La tarde estaba venciendo al mediodía, amenazando el paisaje con nubarrones cargados de agua. Un trueno resonó de pronto por todos los cielos, cediendo ante la tormenta que en ese momento dejó caer libremente un aguacero, sobre las cabezas de las tres únicas personas vagabundas que había por esos lugares. Patrick, vio cómo el saqueador estaba cada vez más cerca de donde habían dejado la camioneta. «Encontrará nuestras huellas, y dará con nosotros» Pensó el hombre, apuntando con precisión hacia la cabeza del hombre. Pero no pudo hacerlo. Sharon, se interpuso delante del objetivo que tenía en el blanco su compañero, impidiendo así acabar con él. «Niña tonta…» Se dijo Patrick, obligándose a ir hasta ella. Al parecer, la chica había llegado a la misma conclusión que su amigo, y decidió ir por su cuenta hacia el saqueador para matarlo. Cargaba su ballesta por el camino, cuando de pronto vio que aquel saqueador había encontrado la camioneta. Lo primero que hizo el hombre fue ver si tenía combustible el automóvil. Una vez que concluyó sus sospechas, el saqueador se marchó corriendo hacia su coche que tenía aparcado en la autopista, para dar la voz de alarma. Sharon quiso ponerle las cosas difícil. Le intentó dar caza disparándole con la ballesta, donde acertó de lleno en el cuerpo del saqueador. En cambio, no le mató. El saqueador se percató de la presencia de la muchacha, sacó su arma, y contraatacó contra la chica . El flechazo le había perforado un pulmón, y al juzgar cómo se le escapaba la sangre por la boca, se podía decir que se le estaba encharcando el órgano de sangre. Aquella herida le estaba afectando, y sin poder afinar su puntería con el arma que disparaba, su mala precisión hizo que por suerte no alcanzara a Sharon. Entonces, Patrick, quedándose en un alto apuntándole con su rifle francotirador, no cedió más oportunidades al saqueador. Un simple disparó bastó para desarmarlo, donde le creó un boquete en la mano. El saqueador tiró su arma cuando la bala lo atravesó, con parte de sus dedos amputados aún adheridos a ella. Sin pensárselo dos veces, volvió a disparar su arma contra el hombre que ahora estaba huyendo hacia su vehículo. Pero Patrick estaba demasiado lejos, y le

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perdió finalmente de vista sin tener opción de arremeter contra él. «¡Cógelo Sharon!» Se dijo el hombre depositando toda su confianza en su querida amiga, para que el enemigo no diese la voz de alarma. Su fe en ella se vio justificada, cuando la chica atrapó al hombre, justo delante del coche con el talky en la mano. No la vio venir. La mujer fue silenciosa, sacando su largo cuchillo de caza para desollar aquel saqueador. Un tajo limpio en el cuello le sirvió finalmente para silenciarlo. —Por poco… —dijo el hombre algo cansado cuando llegó hasta su amiga, recuperándose ahora al ver cómo sus problemas se habían solucionado. —¿Le dejamos aquí tirado? —preguntó la chica, señalando a la persona que había asesinado. —No nos queda otra —justificó Patrick, y empezó a desvalijar el vehículo del saqueador. —Mejor nos llevamos el coche. —¿Ah, sí? —Tiene todo en su sitio, y parece tener bastante potencia —explicó Sharon abriendo el capó del automóvil, haciéndose la entendida—. Tendremos que quitarle todas las cuchillas que le han soldado, y habrá que pintarlo por completo. Lo quiero nuevito, y solo para mí. —Buena idea —accedió su amigo sin oponerse—. Veo que el estilo de los saqueadores no te va. Cambiemos la rueda de la camioneta y larguémonos de aquí. Por lo menos nos hemos sacado un vehículo en condiciones, y con el depósito lleno. —Siempre ves el lado bueno de todo —le dijo Sharon dándole un beso en la mejilla. Después de arreglar la dichosa rueda de la camioneta, que les llevó más de lo esperado, se marcharon por la misma desviación que habían utilizado para esconderse. Cuando llegaron hasta su refugio a las afueras de York, su perro Shadow, un pastor alemán negro que se encontraron abandonado hacía muchos años siendo tan sólo un cachorro, les dio la bienvenida tirándose sobre sus amos regalándoles lametones hasta bañarles en babas. Una vez que se asentaron tranquilamente en su enorme caserío, rodeado por campas y bosques, y sin nadie a kilómetros a la redonda, Patrick conectó el sistema de vigilancia. Cámaras infrarrojas apostadas en sitios estratégicos para no dejar ningún ángulo muerto, sistemas de sensores de movimiento alrededor de todo el refugio, incluso cepos para cazar osos repartidos por las campas camuflados a la espera de algún insensato intruso, era todo lo que tenían para dormir tranquilos por las noches. Ahora estaban protegidos en su hogar, a los pies de la chimenea que habían encendido. La leña se fundía con el fuego, creando una agradable fogata que calentaba a las dos personas acurrucadas entre sí. Sharon había calentado el caldo que sobró del día anterior de las vainas, para poder tomar algo reconfortante. Estaba caliente y eso era lo que importaba, sin dejar aún lado que se tenían el uno al otro.

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Al final, con el paso del día se les hizo tarde. El hombre se quedó en el sofá leyendo un libro que lo tenía hipnotizado, haciendo oídos sordos a las peticiones de ayuda por parte de su amiga que rogaba desde la cocina. La pobre mujer se dio por vencida al pedir algo de colaboración para hacer la cena, y terminó de prepararla ella sola una par de latas de carne en conserva. Desde la ventana, Sharon vio las tumbas de sus antiguos amigos. Salió un momento al exterior abrigada por un chal, y se quedó frente las lápidas que les construyeron en su día, recordando una vez más los rostros de aquellos jóvenes en las fotos que habían enmarcado en sus tumbas. «Johnny 1997-2012, Susie 1994-2012» Leyó la mujer, sin olvidar lo que llegaron a ayudarla aquellas buenas personas. Un sentimiento de odio le vino de pronto a su mente, de cómo aquel chaval llamado Liam hizo que se les complicase todo. No pudo reprimir unas lágrimas por sus amigos. Ella empezó a rememorar el día que decidieron volver por los retos de sus difuntos compañeros. No encontraron sus cuerpos, los zombis no dejaron nada de ellos. Así que levantaron dos lápidas con sus nombres, y unas fotos que sacaron de internet en unas redes sociales, conmemorando la existencia de esas dos personas. Mucha gente murió ese día, o el día 0 como lo nombraron los comentaristas en la radio. Pero Johnny y Susie, usaron ese día para hacer el bien, y no el mal, como hicieron el resto. Robos, violaciones, atracos, peleas por insignificantes bienes materiales, matanzas entre vecinos. Todo eso fue realizado por los humanos. Aquel caos desató por completo la oscuridad que llevaban acumulando las personas durante siglos. Los zombis, sólo fue el potenciador de lo que en realidad se había convertido ya la sociedad para entonces. Sharon se secó las lágrimas de sus irritados ojos, y volvió otra vez a la casa con los ramos de las flores marchitas que dejó la semana pasada sobre las lápidas. Sin saber el por qué de encontrase a su amiga llorando, Patrick la abrazó reconfortándola con unas cariñosas palabras. —No debemos olvidar a nuestros muertos, y menos a los que nos importaron de verdad. —le dijo a su compañera en un susurro. Sharon le agradeció que se preocupara por ella, y juntos cenaron lo poco que tenían. Los días que siguieron, vinieron junto con una tormenta acompañada por el sonido de los truenos que resonaban sobre los cielos. Era ya pasada la medianoche, cuando Sharon se quedó mirando a Patrick cómo se quedaba dormido en el sofá abrigado por una manta de lana. Ya lo estaba demorando desde hacía tiempo, confesar el amor que sentía hacia su amigo. No quería ser rechazada, ni crear un incómodo ambiente entre ellos. Pero los años pasaban por ellos, olvidándose que ya no eran unos niños como cuando se conocieron en el pasado. Ella, con sus ojos rojos por haber estado llorando durante largo rato por los sentimientos que sentía hacia él, se acercó donde estaba durmiendo plácidamente su compañero. Se tumbó en el sofá junto con Patrick, haciéndose un hueco entre lo que había libre, obligándole

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a que le cediera a ella un lugar donde dormir. Y ambos, se quedaron dormidos, con el brazo de Patrick rodeando el cuerpo de Sharon. Fue entonces nada más quedarse dormida, cuando la muchacha se despertó de golpe al sufrir una pesadilla. Los muertos volvían en sus sueños, sin dejarla un momento de descanso. Era humana, y eso le pesaría para la eternidad. El sentimiento de culpa, nunca se le iría de la cabeza a Sharon desde el día que mató al su primer hombre. Ella no tuvo elección. «Es la supervivencia. —Le intentó explicar Patrick aquel día—. No has matado por placer, o por una disputa inútil. Lo has hecho por tu propia vida.» No fueron suficientes las palabras que la intentaron consolar. El remordimiento regresaba cada oscura noche volviendo a revivir aquellas cruentas escenas. A veces, las pesadillas la despertaban con sudores fríos y con el cuerpo temblando de miedo. No era por los espeluznantes zombis que campaban ahora tristes por el mundo. Sino por los cruentos seres humanos, y de cómo habían retrocedido en el tiempo llegándose a convertir en insaciables seres prehistóricos. Pero lo que realmente le acongojaba era visualizar cómo sus amigos murieron a manos de los zombis, incluso ver a Patrick fundirse en la oscuridad dejando a Sharon sola en el mundo. Un rayo iluminó el interior de la casa, metiéndose el haz de luz por los huecos de las persianas. La chica, asustadiza, se aferró más a su amigo hasta que llegó a despertarlo. —¿Otra pesadilla? —preguntó Patrick, sorprendiéndose de que se había quedado su amiga dormida junto a él. Sharon no contestó, y Patrick volvió a preguntar: —No puedes dormir, ¿verdad? La muchacha hundió su mirada en el pecho de Patrick y unas lágrimas recorrieron su hermoso rostro. —No llores, sólo ha sido un mal sueño —la tranquilizó abrazándola entre sus brazos—. Tengo un Valium, por si quieres dormir algo más. —Es que no es eso… —¿Entonces? —Tengo miedo… miedo de perderte, Patrick —le confesó Sharon. —No vas ha perderme, soy un tipo duro ¿recuerdas? —dijo señalándose su musculoso brazo, donde la obligó a sonreír. —Tengo que decirte algo, antes que sea demasiado tarde —mencionó la chica, captando el interés de su amigo. —Vale… no hay problema —accedió Patrick, con algo de miedo de lo que iba a escuchar de su amiga. —Yo… yo te am… —Pero Sharon fue silenciada por el dedo de su compañero que se lo llevó a sus carnosos labios, cuando éste escuchó un extraño ruido en el exterior del refugio. Rápidamente, Patrick se hizo con la escopeta que guardaba debajo del sofá, y se fue hacia la puerta principal. Dos golpes sonaron de pronto en el portón de madera blindado de la casa, seguido por una petición de súplica. Sin hacer caso a la ayuda que pedía la persona en el exterior, los dos chicos vieron desde los monitores de una

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salita como un hombre estaba tiritando de frío en la calle mientras le filmaban las cámaras de seguridad. «¿Qué demonios hace un tío aquí, y a estas horas de la noche?» Pensó Patrick, sin confiar demasiado en esa persona. —Tenemos que dejarlo pasar. Es un superviviente —pidió Sharon, sabiendo el frío que debería de hacer y lo fuerte que estaba lloviendo en el exterior. —Hay algo raro… —¡Maldita sea, Patrick! ¿Qué ves raro en una persona pidiendo cobijo en una noche como ésta? —quiso saber la chica, esperando a que razonase su compañero. —Ha burlado el sistema de seguridad. Creo que eso es como para tomarlo en cuenta ¿no? —se explicó el hombre haciendo pensar sobre ello a Sharon. —Sí, pero… —No hay peros que valga… —De pronto el sistema de sensores de movimiento se activó, dejando ver cómo las cámaras reflejaban en los monitores los zombis que venían corriendo hacia la casa. —¡Son Fast Z! —expresó con miedo la chica—. Y son por lo menos veinte… —Ve al tejado, e elimina a los que puedas. —¿Tú que vas hacer? —Dejar entrar a ese desgraciado. Sharon subió lo más rápido que pudo hasta la guardilla que tenían en la casa, terminando por apuntar con su rifle desde la ventana a los zombis hambrientos que venían hacia ellos. Cinco de aquellos muertos vivientes, cayeron víctimas de los hacer-tados disparos de Sharon que hacían diana en sus cabezas. Otros se quedaron rezagados en el camino, cuando pisaron los cepos que habían escondidos por todo el terreno, obligándolos a quedarse ahí sufriendo de dolor. Un hombre estaba calado hasta los huesos en el porche de una casa, pegando fuertes golpes en la puerta para que le dejasen entrar. «Te lo voy a decir sólo una vez —Se expresó con firmeza la voz que le hablaba desde el otro lado de la puerta—. Si eres un saqueador, te arrepentirás.» El pobre hombre negó serlo, y acto seguido se vio salvado cuando le abrió la puerta un tío con una barba arreglada, y con los ojos amenazantes donde se veía la experiencia que tenía de haber sobrevivido tanto tiempo en aquel mundo. Patrick apuntó al hombre con una escopeta de gran calibre. Le permitió adentrarse en la casa cuando se le cedió el paso, y se quedó tendido en el suelo mientras aquel hombre disparaba a los zombis que intentaban comerle. Una vez que acabó con todos ellos, vaciando todo el cargador del arma sin llegar a desperdiciar un solo cartucho, le dio la mano para incorporarle del suelo. «Es un tipo duro…» Pensó el vagabundo al ver cómo la persona que le había salvado, no había dejado que los zombis llegasen ni tan siquiera a cuatro metros de la casa.

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—Soy Johnny, bienvenido —se presentó, aún sin desprenderse de su arma, y le dio la mano al tiempo que le ofrecía una manta para secarse. —Gracias, gracias por salvarme… —expresó cansado el hombre tiritando de frío—. Yo soy Eddy, encantado.

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Capítulos V Las tumbas El saqueador seguía el rastro de los neumáticos de los vehículos, que habían dejado los asesinos de su difunto camarada para poder vengar su muerte antes de empezar con su cometido. Su vida estaba ahora en las manos de una de las peores personas que tuvo que tratar, en toda su carrera de delincuente en los últimos quince años. Y él lo sabía bien. Si no encontrara a esos dos chicos, morirá. Muller se lo dejó claro. Eddy, pensó que podía empezar de cero cuando los militares le dejaron tirado en la carretera. No sería la primera vez. En el pasado, varias personas como lo era él, juraron matarle en una pelea al repartirse el botín que habían saqueado en un supermercado. Ése botín no se repartió a partes igual como acordaron, y la disputa acabó con dos muertos a manos de Eddy. Entonces no era más que un simple ladrón, que intentó timar a un grupo de saqueadores. Le costó caro. Tuvo que cambiar de ciudad, y de identidad, arrastrando consigo una herida de bala. Los zombis no ayudaron no más mínimo. Siguieron su rastro de sangre a lo largo de los kilómetros que tuvo que huir, hasta que cayó inconsciente en el suelo. Fue una amable mujer la que lo curó y le dio cobijo durante semanas. Estando en mal estado, y sin poder proseguir su viaje hacia ningún lado, Eddy se quedó durante una temporada junto con la persona que le había salvado. Y con el tiempo, aquel saqueador se enamoró de esa agradable persona, dando por finalizada su vida delictiva. Ella se llamaba Rose, y lo era todo para Eddy. No tenían mucho con lo que vivir, pero ella le enseñó que el mayor placer que se podía dar uno en la vida que les había tocado, era el de estar con la persona a la que más se amaba. «Fueron los dos mejores años de mi vida…» Pensó Eddy, llegando adentrarse a campo abierto donde las marcas de una camioneta y de un coche, seguían por un suelo fangoso a lo largo de los kilómetros. Entonces Eddy recordó cómo llegó la oscuridad a su corazón. Corría el segundo invierno desde el día 0, cuando una panda de malhechores entró en la humilde casa donde vivían. Ellos querían todos los víveres de la casa, los objetos de valor que pudiesen cambiar por algo de alcohol y drogas en el mercado negro, cosa que se le podían haber llevado sin necesidad de violencia. Pero eso no fue suficiente para esa gente. Al ver la preciosa mujer que acompañaba a Eddy, los saqueadores se encapricharon de ella inmediatamente. Delante de Eddy, que intentó proteger a su amada sin resultado, violaron a su querida amiga llegándole a dar una paliza de muerte. El hombre se quedó sin poder hace nada ante ese grupo de saqueadores. Se llevaron a su preciada compañera, para tratarla como moneda de cambio en las casas de apuestas. Para entonces, aquellas casas no eran lo que se habían convertido hoy en día. Los mafiosos

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estaban todavía intentando organizarse, luchando entre ellos por los territorios, sin dejar a un lado el conflicto con los militares. Aún sabiendo como eran esos antros mafiosos, llenos de violencia, prostitución, alcohol, drogas, y con la peor calaña del mundo, Eddy juró vengarse. Eddy no se rindió. Siguió el rastro de aquellos saqueadores desde el sur de Inglaterra, hasta pasar con una barca hacia el norte de Irlanda. Allí encontró una casa de apuestas donde descubrió cómo tenían a su amada como chica de compañía. El pobre hombre no llegó a dar dos pasos, cuando los gorilas que protegían la puerta del local le redujeron a palos. Solo y sin medios para rescatar al amor de su vida, tuvo que ver delante de él como la usaban como trata de blanca. Fue entonces cuando comprendió que el mundo se había vuelto injusto y despiadado. Aun así, no se derrumbó. Con el tiempo aprendió que no entraría así por las buenas, si no fuese una persona de la misma calaña que se movían por esos antros. Entonces Eddy organizó un grupo de mala muerte, haciéndose pasar por unos saqueadores para poder entrar en aquella casa de apuestas. La entrada era cara, pero Eddy ya contó con eso haciendo, no muy orgulloso, algunos trabajos sucios. Pasando una vez sin problemas el servicio de vigilancia, se abrieron paso a tiros matando a todo hombre que se resistía a colaborar. Una vez que consiguió reunirse con el amor que tanto llegó a querer en vida –Eddy seguía acordándose cómo lo hizo–, supo que no saldrían de ahí por las buenas. Ella se llamaba Rose, como una preciosa la flor roja en un campo nevado justo antes del atardecer. Al final, el feje mafioso de ese territorio ejecutó a Rose delante de Eddy al ver que ése era el motivo todo. Eddy pasó varias semanas en un oscuro y frío calabozo, con un zombi haciéndole compañía atado a un poste delante de la puerta. Ya no quería huir, no quería ni vivir. Su significado en la vida, se perdió al ver cómo asesinaban delante de él a la mujer que amó en el pasado. Pero no todo acabó así. Una oportunidad se le presentó ofreciéndole trabajo para aquella casa de mafiosos, cosa que aceptó para llevar a cabo su plan. Años más tarde, se vengó de todos cruelmente y se fue para siempre para seguir con su camino, quedando en el anonimato la persona que acabó con aquella casa de apuestas. «Me tuvieron que haber matado» Meditó Eddy desde su corazón al pensar una vez más en su añorada amada. Rose no volvería a la vida, no volvería a él. En cambio, el hombre que recondujo su forma de vida gracias a Rose en el pasado, murió con ella en ese mismo lugar convirtiéndose en un ser más oscuro y despiadado, terminando ser en el saqueador que era ahora. Medio día después de seguir el rastro de las personas que ansiaba dar caza, Eddy terminó cansado de la caminada y se quedó sentado al refugio de un árbol. Estaba cayendo un importante aguacero, y el frío del atardecer no ayudaba a acabar el trabajo que le habían encomendado.

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Desde lo lejos, veía cómo las huellas de los vehículos seguían hasta prácticamente perderse por el horizonte. «Me llevará días…» Dedujo Eddy, pensando en el duro trayecto que le esperaba. Decidiéndose a seguir con su trabajo, abandonó aquel gratificante árbol cuando dejó de llover. Sin embargo, algo captó la curiosidad de aquel hombre que viajaba por esos solitarios campos. Un enorme montículo cárnico se presentó ante Eddy, apenas a cincuenta metros de donde estaba. Enseguida sintió que estaba en peligro. En realidad no tendría que haber ningún motivo por el qué alterarse. Pero su experiencia a lo largo de tantas batallas contra los muertos vivientes, los militares, los habitantes supervivientes –que se revelaban contra ellos cuando se les enfadaba de verdad–, y las nuevas mutaciones de los zombis, le enseñaron a ser precavido en la vida, llegándola amar sobre todas las cosas. No obstante, al saqueador le pudo finalmente la curiosidad, y decidió a acercarse más hacia ese montículo que tanto le había llamado la atención. «Lárgate de ahí, Eddy. Se listo, y sigue con tu maldito camino. Aún estás a tiempo» Se dijo el hombre, sabiendo que tal vez se metería en problemas. No tardó mucho en arrepentirse por no haber hecho caso a sus instintos. Al aproximarse a su objetivo, el grotesco montículo cárnico empezó a moverse hacia los lados violentamente, donde Eddy vio unos asquerosos agujeros en sus carnes emanando evapores pestilentes. Era un amasijo de carne viviente, que se elevaba sobre los cinco metros de altura llegando a medir los tres metros de diámetro. Eddy se quedó al ras del suelo al llevarse el susto de su vida. La masa cárnica soltaba un olor a putrefacción, que haría vomitar al más fuerte de todos, donde obligó al propio saqueador a vomitar ahí mismo viendo a ese repugnante ser. Unos tumores soporosos se abrieron en ese momento revelando un líquido lleno de pus, y liberando de ellos unas siniestras esporas que quedaron libres flotando en el aire. Las esporas se movían suspendidas en el espacio, empujándose para volar con unos tentáculos que les permitía moverse libremente como lo haría una medusa en el mar. En cada una de ellas, un gran ojo infeccioso de venas moradas vigilaba los alrededores a la espera dar con una presa. «¡Maldita sea! ¿¡Eso es una mina zombi…!? Maldijo Eddy, pensando que era la más grande y repugnante con la que se había topado. Hace años, un amigo con el que conversaba en un garito de mala muerte, le explicó que en una misión se dieron de bruces contra una mina Z, tan grande, que era una abominación sacada de una película de terror y que liberaba esporas inteligentes para detectar a sus enemigos. Eddy le preguntó qué pasó, pero al escuchar cómo terminó la aventura de su amigo, se arrepintió de habérselo preguntado. «No quiero acabar muerto y menos convertido en zombi.» Pensó el saqueador, y empezó a correr campo a través cuando vio cómo una espora se le acercaba. La espesa hierba crecía alta sobre la cabeza del hombre que huía despavorido, perseguido por varias esporas zombi. Sin embargo, la

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mina Z y sus esporas no eran el único peligro que corría Eddy por aquellos campos. No corrió mucho para darse cuenta de lo que tenía a su alrededor. Varias cabezas de zombis se elevaron desde el suelo, al ver que se les presentaba una suculenta presa en su territorio. Eddy intentó volver a retomar su apresurada marcha, pero los treinta kilómetros que llevaba sobre sus piernas, se lo impidieron. Sin previo aviso, una espora salió de la nada abriendo sus tentáculos mutantes ante él cerrándole el paso. Nunca había visto cosa igual, obligándose a esquivarla para no entrar en contacto con ella. «¡La pistola! » Se acordó el hombre, echándose la mano al cinturón. De un disparo acabó con la vida de la criatura que le quería dar caza. Pero los zombis que le perseguían sin descanso, eran de los rápidos y se no olvidarían tan fácilmente de aquella extraviada persona. La luz de la tarde amainaba llegándose a convertir en el crepúsculo de la noche. Eddy miraba atrás, sin haber perdido todavía de vista a los muertos vivientes que le seguían su marcha sin ningún problema. Como vio que los zombis no se cansaban, dedujo que al final tenía que enfrentarse a ellos. Rápidamente, buscó un lugar donde apostarse para tener mejor puntería, y enseguida vio a lo lejos una pequeña colina con una enorme encina en sus faldas. Las esporas lo habían seguido, los Faster zombis corrían hacia el hombre ansiosos por devorarlo, y lo único que le separaba de la muerte era los dos metros que consiguió subir de aquel árbol, donde se aferró a una rama para seguir escalándolo. Desde lo lejos, Eddy veía cómo aquel amasijo cárnico lleno de tumores apunto de explotar, se desplazaba por el campo con varias de sus piernas mutantes humanas. Era repugnante para cualquier persona presenciar ese abominable espectáculo. A su paso, dejaba un reguero de sangre y una espesa saliva, haciendo que las moscas del lugar se dieran un festín en él dejando el camino estéril para la siembra de cultivo. Eddy había matado a los zombis que estaban a los pies del árbol, y esperó pasar desapercibido de las indeseables esporas. Cuando las esporas presenciaron por los alrededores que no había ninguna amenaza, volvieron a su refugio dentro de aquel montículo cárnico que se quedó estancado en mitad del campo, volviendo ha plantar sus raíces orgánicas en el fértil suelo. Y escondido en la copa del árbol, el saqueador esperó silencioso mientras pasaba la noche. «Sólo me quedan cuatro balas...» Meditó en el buen uso que las tenía que dar, viendo que su cargador estaba ya casi vacío. Eddy no durmió esa noche. El olor a putrefacción, y la escalofriante respiración que producía la mina zombi, se lo impidieron. El amanecer de un nuevo día llegó nublado con el sol saliendo vagamente entre las montañas. Eddy advirtió que estaba solo. Se podía ver el rastro que había dejado la mina Z dirigiéndose hacia el sur, llegándose a perder entre la espesa niebla que se estaba formando por aquellos campos.

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Ahora que todo parecía estar en calma, el saqueador bajó de aquel árbol donde se refugió durante toda la noche, y volvió a retomar su camino. Ya llevaba perdida media mañana, cuando descubrió todo lo que se desvió de su ruta al huir de los zombis del día anterior. Pero eso no le desanimó. Sabía de sobra que si Muller no había encontrado a aquellos chicos con todos sus recursos, él no sería menos. Tenía tiempo de sobra para acabar su misión. «Los encontraré, después de matar a los que asesinaron a Carl».Pensó Eddy, recordando cómo se lo encontró muerto a su camarada tirado en la carretera. Y pensando durante todo el día qué haría cuando encontrara aquellas personas, terminó por volver de nuevo a la autopista donde las huellas de los neumáticos se perdían en el asfalto. Solo en el mundo. Despojado de sus derechos como ciudadano, cuando el apocalipsis zombi obligó al mundo a ser más cruel de lo ya que era. Eddy viajó por el insólito páramo desolador, lleno de muerte, destrucción, y sin recurso alguno para moverse más rápido que sus pies le ofrecían, durante las eternas horas venideras. Terminando aquel fatigoso día, la oscuridad se hizo todavía más oscura al presentarse una monstruosa tormenta que se extendía gigantesca por todo el cielo. Y en la vasta oscuridad, que cogió por sorpresa a Eddy, un rayo surcó el cielo acabando con el sonido del trueno. La lluvia cayó en ese momento violentamente sobre la carretera en la que se movía aquel triste hombre, obligándolo a acelerar su marcha para encontrar algún refugio cercano. Entonces tuvo que tomar una importante decisión, en mitad de aquella fría y abandonada carretera. Un desvío se presentó ante Eddy, lo cual le hizo pensar en seguir hacia delante o confiar en que aquella desviación fuese la acertada. No había ninguna pista de las personas que tanto persiguió durante días, desde que entró en la autopista. «Los he perdido…» Concluyó Eddy, dejándose caer de rodillas en el suelo. El asfalto de la carretera estaba mojado, el aire se podía oler cargado de humedad, y el paisaje no aprobaba el rastro de ningún vehículo que acabase de pasar. Fue ahí, tirado en el frío asfalto, cuando desde lo lejos se vio una tenue luz que se hizo más intensa en la oscuridad. Ante sus ojos, al visualizar el horizonte en modo de súplica Eddy retomó el camino de nuevo. Ya se había dado por vencido, viendo de pronto cómo un rayo esperanzador iluminaba su oscura alma. Pero aquella oportunidad no vino sola a Eddy, dándoselo todo hecho. Siempre había un precio que pagar... El pago que tuvo que desembolsar Eddy, fue escuchar los espeluznantes gritos de los zombis aproximándose a lo lejos. Al darse la vuelta para localizar el siniestro ruido que interrumpió su paz, vio que decenas de muertos vivientes corrían hacia él para darle caza. Venían llenos de ira, apelotonándose entre los escombros y los vehículos abandonados que hacían algo más lento sus pasos, al descubrir cómo una presa fácil se les había presentado en mitad de la carretera.

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Eddy empezó a correr con todas sus fuerzas, decidiéndose por fin a tomar aquel desvío de la autopista que le conducía a las afueras de York. No necesitaba mirar hacia atrás como le perseguían. Sólo con los desagradables sonidos que producían los zombis, ya se sabía que estaban más cerca o más lejos de él. Pero eso no le ayudó a tomarse la marcha con sangre fría. Al verse agotado, y corriendo en mitad de la noche con el sonido de la muerte pisándole los talones, el hombre tropezó con un objeto que interrumpió su paso. Eddy cayó al suelo recibiendo un claro golpe en sus brazos al intentar frenar su caída, al tiempo que maldijo su mala suerte volviendo a levantarse dolorido. Fue el olor de la sangre lo que hizo que los zombis apremiaran su marcha, cuando el duro asfalto raspó los sensibles brazos del hombre llegando a levantarle la piel. Varios muertos vivientes, ansiosos de carne fresca, llegaron hasta Eddy sorprendiéndole mientras se levantaba del suelo. Tenían las ropas destrozadas y caminaban descalzos, revelando unas feas heridas descompuestas en sus pies muertos. A uno de ellos le faltaba media cara, viendo cómo el cadavérico rostro del zombi era pasto de los gusanos. Eddy le hizo un favor. Saco rápidamente su arma, y con un sólo disparo acabó con la insignificante vida del no-muerto. El otro zombi que ya estaba a su altura, se dispuso a hincar sus putrefactos dientes en la carne del hombre. Pero no llegó a acercarse tanto. Una pesada piedra que quedaba cerca Eddy, mientras se debatía con el zombi, hizo que no dudara en utilizarla para empotrarla en la cabeza del muerto viviente. Librándose de sus persecutores durante el breve espacio de tiempo que se le ofreció, el saqueador terminó por utilizarlo para volver a retomar su lúgubre camino. Saltó el quitamiedos de la carretera adentrándose a campo abierto, teniendo como destino la única luz que alumbraba el oscuro paisaje. Entonces Eddy se dio cuenta de que los muertos vivientes no se habían olvidado del él. Fue sólo un instante. Miró por encima de su hombro dándose de bruces con los Fast Z que le perseguían, acompañados por los no-muertos que ya le hicieron compañía desde que empezó a correr. «¡Puta radiación! Tenían que haber mutado los muy desgraciados» Maldijo Eddy, al ver cómo decenas de ellos estaban apunto de alcanzarlo. Ya sólo le quedaban tres balas en su cargador, comprendiendo que no había más remedio que repartirlas entre las cabezas de los zombis más próximos a él. Su puntería le salvó por uno rato. Pero Eddy enseguida se vio desarmado, al darse cuenta que por muchos que pudo haber matado, todavía quedaban más muertos vivientes aproximándose rápidamente hacia él. Tal vez fue su instinto de supervivencia lo que le hizo visualizar el terreno con más precisión. En varios árboles, se podía ver cómo había varias cámaras de vigilancia apostadas en lo alto, camufladas por unas simples ramas. Y no más lejos, justo alzándose a medio metro desde el suelo, un sistema de sensores de moviendo advertían que protegían un refugio próximo. «He pasado cerca de esta carrera

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miles de veces, y nunca me había fijado que hubiese una casa» Se dijo así mismo, obligándose a reconocer el buen escondite del hogar que se le presentaba a pocos metros de él. En ese preciso momento, Eddy vio ante sus ojos las marcas en la tierra de unos neumáticos de una camioneta, y al parecer de un coche. «He seguido bien el rastro, ¡tienen que ser ellos!» Pensó, sintiéndose afortunado de haberlos encontrado. Terminando por llegar a las puertas de aquel reconfortante refugio, calado hasta los huesos, y perseguido por decenas de zombis, golpeó fuertemente la puerta haciéndose pasar por un simple superviviente suplicando auxilio. «Tal vez no tendría que haber saltado el sistema de seguridad. Hubiese sido mejor advertir de mi presencia» Dedujo el hombre, muerto de miedo de cómo acabaría aquella situación. Un claro disparo se escuchó cerca de él, al instante que un zombi caía inerte al suelo. El estruendo de cómo una persona acribillaba desde lo alto del tejado a los zombis, siguió hasta que se vio sin munición. Aun así, eso no acabó con los enemigos que estaban apunto de alcanzar a Eddy, que éste, seguía rogando por su vida desde el exterior de la puerta. —Te lo voy a decir sólo una vez —expresó con firmeza, una voz varonil que le hablaba desde el otro lado de la puerta—. Si eres un saqueador, te arrepentirás. —¡No lo soy! —mintió Eddy, negando con su cabeza. El portón se abrió por suerte para Eddy, y de él salió un hombre que le cogió de la chamarra al tiempo que le introducían dentro de aquel refugio, dejándolo en el suelo rendido por la carrera. Desde el incómodo suelo, el saqueador vio que su salvador arremetía sin piedad contra todos los zombis, disparándoles con una escopeta de gran calibre. Cuando su salvador terminó la labor de impedir que los muertos vivientes entrasen en la casa, Eddy observó que tan siquiera habían conseguido llegar a cuatro metros de la puerta. «Es un tipo duro». Pensó Eddy, estrechando su mano al hombre que le había salvado la vida. —Soy Johnny, bienvenido —se presentó, sin aún desprenderse de su arma, y le ofreció una manta para secarse. —Gracias, gracias por salvarme… —dijo el saqueador tiritando de frío—. Yo soy Eddy, encantado. —¡Por todos los santos! ¿Qué hacías ahí fuera a estas horas? —Creo que queda bastante claro —mencionó señalando los cuerpos inertes de los zombis. —Sí… ya veo. Has escogido la mejor noche para salir a pasear por el campo, cuando te has encontrado con tus amigos viniendo de fiesta —dijo Johnny sonriendo. —Muy gracioso. Pero te olvidas que mis amigos me querían comer. —Siéntate conmigo junto al fuego, mientras baja Susie —le ofreció a Eddy conduciéndolo hasta el salón. —¿Es la que ha estado disparando desde el tejado? —Sí.

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—Os debo la vida. —Se la debes a ella, no a mí —confesó Johnny, al ver en ese momento que llegaba su amiga junto a él—. Yo te abría dejado en la calle. —¿Y eso? —No hagas caso al cascarrabias de mi novio —dijo la mujer, presentándose ante Eddy—. Soy Susie, y seguro que te abría salvado igualmente. —Gracias, eres muy amable —le agradeció Eddy, cuando Susie le ofreció un cuenco con caldo caliente que enseguida lo devoró. —Susie… —le llamó Johnny, guardando su nombre en el anonimato—. ¿Podemos hablar…, en privado? Patrick llevó a su compañera a la cocina, encerrándose ahí para conversar en la intimidad. Había un extraño en su casa, y observando aquel hombre, Patrick sentía de alguna forma que estaban en peligro. «No es normal, aquí hay gato encerrado» Meditaba Patrick, haciendo que fregaba un plato sucio. Entonces empezó a revelar sus pesquisas a su querida amiga, empezando por contarle lo poco que confiaba en aquella siniestra persona. —No me fío de él, Sharon —confesó nervioso Patrick—. Ha burlado el sistema de seguridad como si nada. —Tú es que no te fías de nadie. —Y dirás que nos ha ido mal, por confiar hasta ahora en nuestros instintos —seguía intentando en convencer a su compañera, de que ese hombre les iban a traer problemas. —No te preocupes, sólo se trata de una persona perdida en mitad de la noche —dijo Sharon con voz suave. —Tampoco te va a matar tener un poco de precaución. —Deja que nos cuente su historia, y verás que sólo es superviviente más de este mundo —manifestó la chica y abrazó a su querido amigo. —Por cierto… ¿A qué ha venido eso de que eres mi novia? —soltó Patrick cambiando de tema, donde cogió por sorpresa su comentario a Sharon. —¿Te ha molestado…? —No, es que… —empezó a decir, intentando buscar las palabras adecuadas. «Seguro que si digo algo mal, se enfadará conmigo durante semanas» Pensó Patrick, arrepintiéndose de haber sacado aquel tema.—. Sólo digo, que no quiero que se haga la gente ideas equivocadas. —¿¡Y qué más da lo que piense la gente!? —expresó Sharon furiosa—. Hemos estado viviendo juntos toda la vida, ¿qué crees que van a pensar? —Lo siento… —se disculpó, al ver que empezaba a llorar su amiga «No tuve que abrir la maldita boca» Concluyó arrepintiéndose—. No creí que te lo tomarías así. —Eres un tonto, Patrick. Ni con una confesión escrita delante de tus narices, te darías cuentas de lo que siento hacia ti —manifestó la

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mujer rompiendo a llorar, al tiempo que salió por la puerta dando un portazo. Al otro lado de la cocina, Eddy descansaba en ese momento en el cómodo sofá, escuchando cómo discutían las dos personas que lo habían salvado. «Parejas… No se soportan, y sin embargo no pueden vivir los unos sin los otros» Pensaba el saqueador, sin dejar de prestar atención a la conversación a escondidas. Después de haberse bebido el caldo, que le sentó al hombre como mano de santo, decidió fisgonear por los alrededor del salón sin perderse la discusión que con tanto entusiasmo había empezado a escuchar. Tampoco es que fuese un cotilla ni un fisgón. Sólo necesitaba reunir la información suficiente de aquella pareja que vivía en mitad de la nada, en una casa con un complejo sistema de seguridad. Al principio no pensó que fuera algo raro, el habitar un hogar con algo de vigilancia automatizada. De hecho era muy útil. Pero Eddy era un saqueador, y de los mejores. Su labor era el de conocer a toda la gente que comerciaba por los alrededores, cuando se infiltraba en las caravanas de trueque una vez a la semana. Ahí conocía a los que gozaban de recursos, como riquezas, fuentes de alimentación, si tenían agua potable, de dónde habitaban o los lugares que solían visitar, y con quiénes se relacionaban, para más tarde cogerlos por sorpresa. Ese era el cometido de un saqueador profesional. Pero nunca vio o supo de nadie que se llamara Johnny y Susie. Y viendo dónde vivían y cómo vivían, Eddy se puso alerta enseguida. En ese momento Susie salió de la cocina dando un fuerte portazo, y subió las escaleras encerrándose en su cuarto. Fue ahí, una vez que Johnny volvió junto con Eddy, cuando vio por la ventana lo que le hizo pensar que su suerte había cambiado para bien. —Siento que hayas tenido que presenciar esto… —se disculpó Johnny. —No pasa nada, son riñas entre parejas —expresó Eddy sin prestarle atención, quedándose observando lo que le tanto había captado su interés. —¿Viajabas solo, cuando te estaban persiguiendo? —quiso saber de pronto Johnny, para empezar una conversación y olvidarse de la riña con Sharon. —No. Mi familia… —empezó a explicarse, utilizando la historia que ya se había inventado para una situación así—. Viajaba con mi mujer Carla, y mi hijo… —Lo siento. —No pasa nada. Íbamos hacia el norte. Viajamos durante días desde New Port, para llegar hasta el norte de Escocia —dijo Eddy con falsas lágrimas. —Dicen que el sur está contaminado por la radiación. —Y es verdad —decía ahora sonriente al corroborar sus sospechas de las personas que habitan la casa. —No te preocupes, puedes quedarte con nosotros el tiempo que necesites —le ofreció Johnny amistosamente, viendo cómo aquel hombre había perdido todo lo que amaba.

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—Una cosa, Johnny… —¿Sí? —¿Desde cuando vivís en esta casa? —preguntó, cogiendo con disimulo la escopeta que había dejado Johnny pegada a la pared. —Desde siempre ¿Por qué? —Ha ¿Sí? —Sí, ¿a qué viene esa pregunta? —Y seguro que también, Johnny, debe de ser tu verdadero nombre ¿verdad? —comentó Eddy, enfocando con la escopeta al hombre con sorpresa en el rostro. Patrick rió, comprendiendo que le había pillado. —Sabía que debí dejarte fuera. —Sí. Debiste hacerlo. —Han sido las malditas tumbas. ¿No? —dijo el hombre, señalando las lápidas de sus difuntos amigos desde la ventana. —Te han delatado, amigo —confesó Eddy sin dejar de apuntarle a la cabeza con el arma—. Johnny y Susie. No eres muy original. —No, no lo soy. Y ahora ¿qué vas hacer? —quiso saber Patrick sin miedo de lo que podría ocurrir—. ¿Vas ha matarnos? —No. Sólo al quién mató a mi fiel compañero. Patrick volvió a reír, sabiendo ahora con quién estaba tratando. —Así que tú eres uno de los saqueadores que conducía ese convoy de mala muerte. —No estás en situación de reírte —le aseguró amenazante. —Es que, verás… —comentaba Patrick con humor—. Me parece cómico que un sólo saqueador, haya podido dar con nosotros. Dime; ¿Dónde están tus amigos? —Muertos —dijo secamente, cargando la escopeta para que supiese sus verdaderas intenciones—. No debisteis matarlo. El saqueador se dispuso a matar aquel hombre que no parecía temerle. Los ojos de Patrick, verdes y fríos como un campo escarchado, le aseguró a Eddy que no le daría otra oportunidad. Tenía que matarlo ahí mismo, pero algo le hizo dudar. «Podría vivir aquí. Es un buen escondite. Y si Muller no lo ha encontrado hasta ahora…» Meditó Eddy, la posibilidad de asentarse una temporada en aquel gratificante lugar, cuando terminase con las vidas de sus inquilinos. Desde las faldas de la escalera que daban al segundo piso, Sharon apuntaba con su ballesta a la persona en la que creyó confiar al cederle su hogar. Había estado en su cuarto llorando, por como su querido amigo no se daba cuenta de los sentimientos que sentía ella hacia él. Fue en ese momento cuando escuchó a Patrick reírse. «El no se muestra tan abierto ante un extraño. Siempre se hace el duro de primeras, para que lo respeten» Pensó la chica, tomando rápidamente su arma al deducir que su amigo estaba en peligro. Ahora, Eddy ya sabía quién mató a su camarada, Carl, al ver cómo la mujer le apunta con su ballesta. —A mi colega le atravesaron con una flecha.

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—Y le volaron la mano, y le rajaron el gaznate —le expuso Sharon los hechos que ella misma hizo—. Tengo que decir que me excita cada vez que mato a uno de los vuestros. Sois como cucarachas, no hay remordimiento alguno cuando se os pisa. —¡Susie, no sigas! —le advirtió Patrick. —Sé de sobra que no te llamas así —dijo curioso Eddy a la mujer, teniendo la situación controlada—. ¿Cómo os llamáis? —Muérete —le propuso Sharon educadamente al saqueador. Eso le hizo enfurecer aquel hombre, y tiró a Patrick al suelo de un golpe con la culata de la escopeta—. ¡No! —suplicó, pensando que tal vez viese cómo asesinaban a su querido compañero delante de ella. —Esto es muy raro… —empezó a explicarse Eddy, reuniendo las piezas del puzzle—. Dos tíos se hacen pasar por unas personas muertas, sin llegar a pensar tan siquiera en eliminar las pruebas que los delataría fácilmente. Eso deja claro que hace poco que os habéis cambiado vuestras identidades. Luego está el tema de la casa. Demasiada vigilancia para un sitio tan escondido. ¿Desde cuándo estáis juntos? —exigió saber a la mujer amenazando a su amigo. —No… contestes…—expresó dolorido Patrick tirado en el suelo. —No lo sé, tal vez quince años. —Interesante… —dijo el saqueador viendo de pronto que se le solucionaban sus problemas—. ¿¡Cómo se llama él!? —pidió a la chica, que parecía no enterarse de lo que estaba pasando. —Johnny… —Miénteme una vez más y lo mato delante de ti. —¡Patrick! Se llama Patrick, no lo mates… —dijo en voz baja la chica, viéndose obligada a revelar la identidad de su amigo. «Hola, yo soy Sharon, encantada. —Empezó acordarse la mujer de cómo conoció aquel amigo que tanto llegó amar con el paso del tiempo. —El placer es mío, soy Patrick» Y volviendo las palabras cuando se dirigió a ella por primera vez, Sharon empezó a llorar al temer perder a su amigo para siempre. —Y ahora me dirás que tenéis una caravana… —comentó Eddy al tiempo que pensaba que le había tocado el premio gordo. «Es de vital importancia que encuentres esa autocaravana, que encuentres a todo tipo que se llame Patrick, sobretodo si le acompaña una mujer» Le dijo la lejana voz de Muller, repitiéndose en su cabeza. —Sí, pero no funciona… —le aseguró Sharon, pensando que tal vez querría escapar en ella. —Hoy estáis de suerte. No voy a mataros —confesó el saqueador cogiendo su talky para llamar a su jefe, y dar por terminada su misión. «Cuando consigan de vosotros lo que ellos quieran, os mataré. Lo juro» Se prometió Eddy, en acabar la labor que empezó hacía días. Fue ese sentimiento oscuro lo que le empujó al saqueador a buscar a los que mataron a su camarada. Fue ese sentimiento lo que le hizo seguir con fuerzas, llegándose a encontrar por casualidad con las personas que también tenía que buscar para Muller. Y fue ese sentimiento lo que le frenó al no cegarse por sus deseos de venganza, y confiar plenamente en sus instintos de saqueador.

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«Si los hubiese matado llevándome por mi ira, seguro que habría muerto en pocos días». Pensó, asegurándose en no jugársela ante los militares, y menos ante Muller. —Quiero hablar con Muller —exigió firmemente Eddy a la persona que había contestado a su llamada. —¡Son los que nos están buscando! ¡Corre Sharon! —manifestó de pronto Patrick arremetiendo contra el saqueador. Pero Eddy se lo vio venir, y le encañonó con el arma a su presa para dejar claras sus intenciones ante la chica, que ahora dudaba en hacerle caso a su amigo. —Yo que tú no me movería —le amenazó a la chica. —No puede matarnos, Sharon… —Pero Patrick no pudo terminar la frase, y cayó inconsciente sobre el suelo al recibir un fuerte golpe de su atacante. —Más vale que sea importante —expresó amenazante la voz de Muller saliendo por el talky. —Los tengo. —No te muevas de donde estás, los quiero vivos.

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Capítulo VI Sin remordimientos Todavía no se podía creer lo rápido que había cambiado su suerte. Desde que Muller dejó aquel saqueador tirado en la cuneta, y después de haber asesinado a sangre fría a todos sus camaradas por orden suya, empezó a arrepentirse de aquello. Pensó que tal vez fue demasiado duro con aquella persona, al no darle los recursos sufícientes para sobrevivir en su búsqueda. «Se lo tenía merecido. Trátales bien y se te mearán encima. Hay que tratarlos como perros si quieres ver resultados» Pensó orgulloso Muller, justificando aquella matanza que ordenó en mitad de la carretera, y haberlo dejado solo al saqueador en su misión. Había cogido una camioneta militar, acompañado por cinco de sus mejores hombres. La noticia que había recibido de Eddy lo tenía en ascuas, y pensó que tal vez le esperaba una emboscada por parte del saqueador. Pero eliminó ese pensamiento rápidamente de su mente, creyéndose ser más fuerte que nadie. Muller se creía el amo de toda Inglaterra, aunque fuese ahora sólo un páramo desolador. Su fe en el poder que tenía, y en su forma de hacer las cosas, le estaban volviendo arrogante. Viajaron por la carretera siguiendo las indicaciones que le dio el saqueador hacía apenas unos momentos. No esperó al día siguiente. Si esas personas que mandó buscar aún estaban vivas, tal y como deseaba Muller, estaría más cerca de tener ese poder ilimitado que tanto ansiaba. Se lo podía ver en sus ojos ciegos de poder. Ahora conducía el mismo el vehículo, esquivando los escombros que estaban tirados de cualquier forma por la carretera. Los zombis que vagabundeaban por esos lugares, caminando con sus escuálidas piernas en mitad de la autopista, terminaban siendo parte del asfalto cuando aquella camioneta militar les pasaba por encima. «¡Malditos zombis! Como los odio...» Se dijo Muller soltando una risotada, al atropellar de seguido a varios muertos vivientes. Terminando por masacrar a un putrefacto zombi que se dirigía corriendo hacia el convoy militar con sus escuálidos brazos extendidos, tomaron una desviación que el soldado indicó desde su plano a su superior. Unos metros más adelante, los militares abandonaron su vehículo para adentrarse a campo abierto hasta que se vieron dentro de un bosque. Ahí, rodeados por cientos de árboles y apunto de amanecer, un escuadrón armado hasta los dientes se abrió paso a tiros, cuando varios zombis advirtieron su presencia. El primero que sorprendió a Muller, estaba sentado en el suelo escondido entre las hojas secas. Después de rematarle al descargarle en la triste cabeza del zombi todo el cargador de su pistola por el susto que se llevó el hombre, siguieron la marcha sin llegar a sentir ninguna resistencia por parte de los zombis.

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Una enorme casa se alzaba majestuosa en una campa en mitad del bosque. Ya antes de que llegaran hasta los pies de aquella casa, que podía albergar a varias familias en ella, los soldados observaron una red de cámaras de vigilancia que los filmaban, donde las destruyeron una a una con sus armas. Muller iba delante seguido por sus hombres dispuesto a todo con tal de conseguir lo que él tanto anhelaba. Cuando llegaron a las puertas de aquel reconfortante hogar, que ya estaba pensando en usarlo en el futuro como punto de control al verlo tan escondido, un perro se presentó ante ellos lanzándose con sus fauces abiertas hacia Muller. No duro mucho el pobre animal a manos de aquellos hombres. El militar que conducía a su pelotón, era fuerte, el más rudo y violento de todos, cosa que probó en el pasado para hacerse con el control de todo lo que ahora era suyo. Muller cogió al perro a tiempo por su hocico, que decidió atacarle para proteger su hogar con su propia vida, y le partió finalmente su mandíbula en dos. Sus manos quedaron bañadas por la sangre del animal, que terminó limpiándose en su inerte cuerpo peludo, volviendo tranquilamente a retomar su misión. «Ahora más vale que tengas lo que necesito, Eddy» Concluyó pensativo Muller, y mandó a sus hombres tirar la puerta abajo con un ariete de metal. Y ahí lo encontró. Eddy mantenía la calma sentado cómodamente en el sofá de aquella casa, mientras los militares entraban registrando todas las habitaciones sujetando sus armas, listos para usarlas. Una vez que terminaron por controlar el terreno, Muller se dirigió hacia su peón que estaba en esos momento sonriente ante él, viendo cómo no habían encontrado nadie en la casa excepto al mismo Eddy. —No me gustan las encerronas, Eddy —dijo Muller encendiéndose un puro para tranquilizarse, al ver que todas sus ilusiones se habían esfumado—. Te perdoné la vida, te encomendé un trabajo que parece que no has hecho. Y lo peor de todo, es que me has hecho perder el tiempo. —Te equivocas —respondió el saqueador, sin sentirse preocupado por las claras intenciones del militar. —Pues ya puedes explicarte. Tu vida está ahora en mis manos. —Puede que sea así, Muller —contestó Eddy al tiempo que se encendía un cigarro de su nuevo paquete—. Ahora sé lo que con tanto ímpetu estabas buscando. —¿Qué has encontrado? —Todo y… nada —El comentario que hizo del saqueador, llegó hacerle perder la paciencia al militar, y sacó de pronto un revolver con un largo cañón donde se lo puso en la cara a Eddy. —No me vaciles, no estoy para bromas, ni acertijos chorras —dijo secamente con los ojos bien abiertos, mostrando a Eddy sus últimos minutos de vida si no llegase a cooperar—. Ya estás contándome lo que ha pasado aquí, sino quieres que te vuele la cabeza. —Tranquil… —propuso el saqueador—. Verás, seguí el rastro de aquellos que habían matado a mi camarada, Carl, importándome para

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entonces una mierda tu maldita misión. Tenía pensado en vengar su muerte, y luego darme el piro. Eso te lo puedo asegurar. —Tienes los huevos demasiado grandes, incluso para ti, Ed. — reconoció Muller, esperando saber el final de la historia del saqueador para poderlo matar. —Después de seguirlos durante días, y de haber visto cosas de lo más extrañas, cosas que ni tu mente podría imaginar —se explicó hablando casi para sí mismo, al recordad la monstruosa mina zombi que se encontró por aquellos sinuosos campos—, encontré finalmente esta casa, donde ahora mismo estamos tú y yo, al haber estado corriendo durante kilómetros por la carretera con decenas de zombis pisándome los talones. —Si sigues así me voy a poner sentimental. ¡Termina de una puta vez! —expresó el hombre perdiendo la paciencia. —No tengas tanta prisa, ¿no ves que hay que dar algo de trama a la historia? —mencionó Eddy poniéndose todavía más cómodo en el sofá—. Pues eso, al final, una agradable pareja me acogió en su hogar cuando me vieron en mitad de la noche y perseguido por innumerables zombis. Ahí, descubrí que ocultaban algo. Sus identidades eran falsas. —Eran Patrick y la mujer… debieron de ver los carteles de se busca —dedujo Muller, sin entender todavía por qué no estaban con Eddy—. Fueron listos, tal como me dijo R.Z que harían. Cambiaron sus identidades, y seguramente tendrían pensado en no salir fuera durante una temporada. —Has dado en el clavo —afirmó Eddy—. Tengo que confesar que deseaba matarlos aquí mismo. Pero había demasiadas coincidencias que les identificaban con las personas que me dijiste. —¿Dónde diablos están ahora? —Les he dejado marchar. —¿Por qué una persona tan inteligente como tú, haría eso? —No debiste mencionar aquel oso de peluche. Muller lanzó una enérgica carcajada, aunque en realidad le doliera que su plan se hubiese ido por la borda. —Te pudo la curiosidad. —Jamás los encontrarás. Te llevan seis horas de ventaja. Podrían estar en cualquier parte. —Demonios… —mencionó el militar, quedándose visualizando el techo al pensar en las cosas que podía haber fallado, para que todo se hubiese desarrollado de esa manera—, …así que saben lo de la cura. —Todo volverá a ser como era antes. La vida es más importante que tus locas ambiciones —manifestó Eddy, recordando a su añorada amada y de cómo le llevó por el buen camino. «La vida es lo más valioso que tienes, sobre todo si estás con la persona a la que amas». Le dijo la voz de Rose, aquel día que dejó de delinquir sólo por ella. Y sabiendo como iba acabar todo, Eddy recordó lo felices que parecían Patrick y Sharon cuando se fueron en su importantísima misión de salvar al mundo.

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—¿Sabes que vas ha morir sentado en ése viejo sofá? —Lo sé. —Podrías haber sido muy poderoso, Eddy ¿Por qué? —Porque he hecho mucho mal en el mundo, pensando que ya no había esperanza par la humanidad. —¿Y así quieres compensarlo? —Creo que es una buena forma de hacerlo —dijo el saqueador dándole una última calada al cigarrillo. —Adiós, Eddy —Terminó diciendo Muller. Amartilló el revolver y puso su arma sobre la cabeza del hombre que se sacrificó por el bien del mundo. Muller disparó finalmente un solo disparo. No quería malgastar ninguna bala más contra el saqueador. Eddy quedó muerto en aquel viejo sofá con un agujero en la cabeza, aunque con la sonrisa en la boca, tal y como le había dicho el militar—. Mala suerte para ti saqueador, porque sé cómo encontrarlos ahora que han abandonado su escondite.

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Capítulo VII Una nueva oportunidad El saqueador quería tener todos los cabos bien atados. No podía confiar en aquel militar, que le había amenazado con encontrar a las personas que ahora le miraban fijamente con ojos odios. «Tengo al hombre y a la chica, la caravana, y todos mis problemas están apunto de esfumarse. He conseguido todo aquello que Muller no ha podido hacer por él mismo. Entonces… ¿por qué pienso que hay gato encerrado?» Pensó Eddy, empezando a creer que se le escapaba algo de todo aquello. En ese momento, un dato que pasó el saqueador por insignificante al principio, le vino de pronto a la cabeza recordándole lo que le pidió expresamente Muller que guardase a buen recaudo para él. —¿Por qué os están buscando con tanto hincapié? ¿Qué es lo que les habéis hecho a los militares, para que os estén buscando por todo el país? —preguntó Eddy a la pareja que estaban maniatados de manos y pies en el sofá. —No lo sabemos… Y no, no les hemos hecho nada —contestó Sharon sin ganas de conversar—. Esperábamos que por lo menos nos lo explicases tú. Pero viendo que ni siquiera sabes por qué te han mandado ir a por nosotros, ¿para qué preguntarte? —Nada de esto tiene ningún sentido… —dijo con incertidumbre, pensando que tal vez no saliese él tampoco con vida. «Muller ha matado a todos mis camaradas como si nada. Si todo esto es tan importante para él, también me matará cuando no me necesite» Meditó Eddy las alternativas que le quedaban, cayendo en la cuenta que si quería hacer algo tenía que hacerlo enseguida antes de que viniera el militar a por ellos. Entonces recapacitó y se dijo a sí mismo: — No tuve que haberle llamado tan precipitadamente… —Aún estás ha tiempo. ¡Déjanos libres! —le aconsejó Patrick al saqueador cuando vio que empezaba a dudar de él mismo. —Necesito que me digáis si tenéis un peluche en forma de oso. —¿Te estás quedando con nosotros? —dijo Patrick al chocarle el comentario de aquel saqueador que parecía delirar. —Vuestras vidas están en juego, créeme. Así que cooperar —les mencionó Eddy a ambos preocupándose cada vez más sobre cómo acabaría todo cuando llegase Muller «Necesito saberlo todo antes de enfrentarme a él. Necesito tener todas las cartas para ganar la partida» Pensó, creyendo finalmente que no ya podía confiar plenamente en el militar. —Yo… —habló Sharon recordando algo que le pareció importante—. Creo que tengo un oso de peluche en mi habitación. —¿Cómo? —dijo Patrick sorprendido. —Sí, creo que sí tengo uno. Justo en el armario de la ropa, debe de estar guardado en una caja.

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Eddy no se lo pensó más veces, y se marchó corriendo hacia la habitación de la mujer para buscar aquello que no cuadraba en su puzzle. Cuando entró en una pequeña salita, que dedujo el saqueador que era ésa al verla decorada como lo tendría una chica, empezó a revolver el armario hasta que dio con varias cajas. En una de ellas, había discos de música, cuatro libros de relaciones amorosas que juzgó el hombre al ver sus portadas, tres pilas alcalinas, y un discman que los desechó fuera de su vista al no encontrar lo que él quería. Abrió finalmente la última caja que le quedaba, resbalándosela de sus manos al estar tan nervioso. En ella vio un simple osito de peluche recubierto de polvo y de color marrón. Le faltaba un ojo, tenía una de sus patas algo descosida, dejando al peluche tuerto y algo inválido, y desprendía un aroma a cerrado. «¿Ya está? ¿Esto es todo…?» Se dijo Eddy viendo el estereotípico osito de toda la vida, sin que le llamara la atención. Pero había algo que pasó de pronto por alto. La cabeza del muñeco pesaba algo más que el propio cuerpo. Eddy rompió el peluche para hallar la explicación de aquello, donde se encontró con lo que nunca había imaginado. Sólo dos cosas; un frasco de metal que estaba frío como el hielo, y una nota en la que ponía: Enhorabuena, has encontrado una de las dos partes de la cura que podrá fin al virus zombi. Ésta la he fabricado yo a partir de un compuesto altamente difícil de conseguir, que por supuesto no lo voy a revelar. Tendrás

que

encontrar

a

un

científico

cualificado

para

descifrar el compuesto de ésta vacuna, a no ser que seas uno de ellos. El otro ingrediente es de origen común y se puede encontrar en cualquier parte, aunque te resultará difícil saber cuál es. Si tienes alguna duda de que sea el remedio verdadero puedes encontrar mis anotaciones en mi casa de Manchester. Pero de nuevo, te será algo complicado encontrarla ya que no está a mi nombre para que nadie se haga tan fácil con mis investigaciones. Espero que no seas una persona codiciosa que piense lucrarse de este remedio. Ésta cura es para dar otra oportunidad a la humanidad. Se humilde y utilízala para hacer el bien. Se despide cordialmente, Hikaru Miyamoto.

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Se podía ver el rostro serio y firme de aquel saqueador, que había encontrado una supuesta cura al problema zombi, en los restos del peluche tirado ahora a los pies de Sharon. La mujer le miró con miedo al ver cómo su secuestrador sujetaba firmemente en esos momentos un afilado cuchillo, mientras iba hacia ella, al tiempo que su fiel compañero maniatado rogaba por la vida de su amiga. «La va ha matar…» Pensó Patrick intentando liberarse de sus ataduras. El frío metal se acercó a la chica, y se escuchó en toda la casa los ahogados ruegos de Patrick. Pero el arma no acabó con la vida de nadie. Las ataduras de Sharon se aflojaron cuando Eddy le liberó cortando las cuerdas con el cuchillo. Seguido de la mujer, liberó también a Patrick mientras le miraba al saqueador con lágrimas en los ojos sin entender lo que estaba sucediendo. Y para aclarar todo aquello, Eddy, que estuvo dispuesto a asesinar anteriormente a la pareja, le tendió a Patrick la nota que le hizo cambiar de parecer. —Por eso nos buscaban… —dedujo Patrick al terminar de leer la nota, teniendo en su mano aquel objeto que tantos problemas le habían dado. —Debe de ser un remedio fiable —mencionó Eddy—. ¿Cómo si no se molestarían en perseguiros los militares? —¿Pero por qué han decidido buscarnos ahora, y no antes? — preguntó la mujer confusa. —No lo sé —le respondió su amigo, sin creerse lo que tenía en sus manos. —Debéis iros… —comentó el saqueador que se había quedado pen-sativo mirando por la ventana—. Os matarán sin dudar cuando tenga lo que él quiere. —¿Quién? —Muller. Es quien controla a todo el ejército militar del país —le explicó Eddy al hombre—. Coged todo lo que podáis cargar y largaos echando leches. —Gracias… —le dijo Sharon cariñosamente. —No debes darme agradecerme nada. —Ven con nosotros. Te matarán cuando vean que les has traicionado —propuso la mujer al saqueador. —Sharon debemos irnos —le pidió Patrick cuando vio que estaba cediéndole más de la cuenta. —Tengo que quedarme para entretenerles —concluyó Eddy sonriente—. Mi camino acaba aquí, para que otros puedan salvar al mundo. «Rose tenía razón. Todavía hay esperanza. Lo siento, siento todo el daño que he generado estos últimos años» Pensó Eddy finalmente, entendiendo que iba a enfrentarse a su verdugo. —Contaremos tu sacrificio al mundo. ¡Ahora vámonos, Sharon! — le aseguró al saqueador que le había liberado.

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—Hasta siempre, Eddy. Al final siempre hay luz en la oscuridad — Terminó diciendo Sharon, cogiendo dos mochilas que tenían preparadas para casos de urgencia, y salió por la puerta acompañada junto con Patrick. Condujeron sin parar por las oscuras carreteras repletas de zombis, hasta que se les hizo completamente de día. Sharon tenía su mirada perdida en el horizonte, intentando reprimir sus lágrimas por la persona que se había quedado atrás para darles a ellos la oportunidad de seguir. Ahora tenían una importante misión. Tal vez la más importante y difícil que ninguna persona había realizado a lo largo de la historia. Sus futuras acciones serían la determinación del futuro de la humanidad, y probablemente del mundo entero. «Todo este tiempo… —Pensó Sharon, recordando un lejano recuerdo de su infancia, cuando se tuvo que quedar escondida en aquella siniestra casa agarrada aquel peluche infantil—. ¿Quién hubiese pensado que algo tan valioso estaría dentro de la cabeza de ese osito de peluche, que en su día pensé que me iba a proteger?» Se preguntó entonces sin poder evitar una risotada por lo caprichoso que podía ser el destino, sin que Patrick entendiese el motivo de la acción de su amiga. —Ahora, ¿adónde vamos? —quiso saber Sharon, liberando un fuerte bostezo por falta de sueño. —El juguete lo cogiste cuando te perdí hace quince años en aquella casa en Manchester —reveló Patrick con el rostro pensativo— ¿Te acuerdas? —Sí… tú me salvaste ¿Cómo podría olvidarlo? —le dijo al tiempo que le desenredaba el pelo de su amigo—. ¿Es qué todavía te acuerdas dónde está esa casa? —Tengo que reconocer que no muy bien —confesó Patrick revelando una sonrisilla. —Ahora tenemos un destino… —concluyó Sharon observando el extraño frasco de metal, que aún no sabían por qué se mantenía tan frío. El hombre estaba preocupado de cómo se desarrollaría todo lo que estaba apunto de acontecer. Tenía miedo como siempre de perder a su amiga, su mayor bien y responsabilidad, que era la luz que había conseguido mantener a raya su oscura alma. Patrick sabía que de no ser por ella, habría acabado como cualquier saqueador. Tal vez habría muerto en poco tiempo. «Johnny…, salvaste a la persona adecuada que me ha llevado por el buen camino» Pensó en su amigo, y cómo perdió su vida aquella noche en ese restaurante convirtiéndose en zombi. La autopista se veía amenazada por la horda de los muertos vivientes, que habían conseguido conquistar, cuando llegaron al peaje que les conduciría hasta Manchester. Sharon había sido precavida advirtiéndole a tiempo a su compañero, para que parase en un lugar seguro y así meditasen en su próximo movimiento. Fue hace ya varios años, después de que la horda de los muertos vivientes se dieran a conocer, cuando aconsejaron a

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los supervivientes de no viajar bajo ningún concepto a Manchester ni a Liverpool, ya que eran las ciudades más habitadas por zombis desde que bombardearon Londres. Ahora, la mujer visualizaba el terreno viendo a lo lejos un centenar de zombis, que gimoteaban patéticamente sin hacer nada aparente, mientras esperaban pacientemente alguna presa extraviada. En cambio, Patrick estaba inmerso en preparar todo el arsenal que había cargado en su camioneta, cuando en ese momento, un aviso importante se anunció por la emisora de radio. Sharon y Patrick prestaron atención. —Los militares siguen buscando a las dos personas que les han puesto en jaque… —empezó a mencionar el famoso comentarista de radio—, …y para que la gente sepa que van enserio, han dado caza por fin al sanguinario saqueador, Eddy, que ha atemorizado durante tanto tiempo a los supervivientes. Pero no os preocupéis por los saqueadores, esos son escoria. Nuestro generoso ejército liderado por nuestro general comandante, Muller, ha duplicado la recompensa de los dos fugitivos a 20.000 créditos. Ahora pasamos la voz a nuestro general. Díganos, qué piensa hacer para cazar a éstos delincuentes. —No me lo puedo creer. ¿De verdad que le han matado? —dijo Sharon, tapándose la boca con sus manos al recibir la noticia de a Eddy lo habían liquidado—. No tienen compasión… —Ahora sabemos que van enserio —manifestó Patrick, sabiendo que ya no podía confiar en nadie. —Primero, déjame R.Z decirles a los oyentes, que hemos dado la oportunidad de reintegrarse en la sociedad a los saqueadores infinidad de veces —explicaba Muller con voz firme y dura—. Y en vez de eso, ¿qué es lo que recibimos? Solo traidores. No somos viles asesinos que nos regimos por nuestra justicia. En estos tiempos de oscuridad, es difícil controlar todas las dificultades a las que estamos haciendo frente. Sólo queremos que paren estos actos delictivos. También debo decir que hemos librado a nuestros honrados supervivientes de un vil saqueador, que ahora es pasto de los gusanos. —¿Entonces quiere decir que podemos dormir más seguros? — preguntó R.Z a la persona que entrevistaba. —Por supuesto. Para eso estamos los militares, que somos los que protegemos a los ciudadanos de nuestro país. —Maldito mentiroso —expresó Sharon haciendo una mueca al escuchar al hipócrita de Muller. —Ahora, díganos cómo dar con los fugitivos ¿Quiénes son en realidad? ¿Qué amenaza representan para valorarlos ser tan peligrosos? —preguntó R.Z, intentando sacarle la información del militar, y teniendo ahora en ascuas a todo el país. —Verás, buscamos a un chico llamado Patrick, de al menos treinta años, de pelo castaño, ojos verdes, metro ochenta, corpulento de unos noventa kilos, y bastante violente debo añadir —reveló Muller describiendo al fugitivo. —Ése soy yo —dijo orgulloso Patrick, señalándose así mismo. —No es motivo de risa, Patrick —le riñó Sharon.

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—Calla, calla, que seguro que ahora vas tú. —¿Y la mujer? —siguió R.Z. —De unos veinte, pelo largo, rubia, no sabemos su aspecto físico con total seguridad. Pero sabemos que acompaña al hombre desde hace ya bastantes años. Si dais con Patrick, daréis con la mujer. —¿Y qué se supone que han hecho? —Han envenenado los depósitos de agua potable de nuestros recintos, y debo añadir que han robado en nuestros almacenes recursos que teníamos almacenados para varios meses —decía Muller, expresándose con voz para dar pena a la población. —Sí…, somos malos —Patrick rió sin poderse aguantar las infantiles mentiras del militar. —Ahora todos estarán en nuestra contra —le siguió Sharon, llevándose las manos a la cabeza, y pensando que ahora les iban a perseguir todo el mundo. —Gracias por su tiempo comandante. Pues eso es todo, si alguien da con ellos que sepa que se enfrenta a dos delincuentes profesionales altamente violentos, pero con 20.000 créditos de recompensa ¿Valdrá la pena? —explicó R.Z a los oyentes, y dio por acaba la entrevista—. Lo que valdrá la pena será las dos próximas horas de Rock & Roll. Soy R.Z, y esto es Rock & Zombi —Terminó el comentarista poniendo una canción de los Rolling´s Stone. —¿Y si vamos nosotros en persona a la radio y explicamos toda la verdad? —sugirió Sharon, aún no gustándole ni un pelo el comentarista y sus sucios chanchullos. —Estará con los militares. Ése tío, no es de fiar —concluyó Patrick revelando sus sospechas—. Habrá un ejército custodiando a R.Z, para utilizarlo en su beneficio. —Estamos solos… Después de escuchar la conversación entre R.Z y el militar que quería dar con ellos, Patrick y Sharon se desviaron de su ruta actual para pasar desapercibidos de los zombis que se habían apelotonado en el peaje de la autopista. Siguieron a lo largo de los kilómetros venideros en silencio, viendo el monótono paisaje desolado y destructivo que generaron los muertes vivientes en su día. El ambiente era frío, y unos copos de nieve dieron la bienvenida al invierno, obligando Patrick a poner la calefacción del vehículo. No tenían recursos para defenderse contra los militares. Eso era un hecho. Patrick, pensó que aún encontrando el segundo ingrediente de la vacuna, que se estaban dirigiendo en esos momentos hacia la casa de aquel científico para averiguar algo más sobre ella, no tenían a ninguna persona cercana que le dijese cómo usarla. Pero lo primero era lo primero. Buscarían la forma de hallar el segundo ingrediente, se podrían a salvo durante una buena temporada, y esta vez, cambiarían su refugio y sus identidades mejor. Incluso Sharon discutió con su compañero en salir del país, aún sabiendo que el resto de continentes estaban tan infestados por los zombis y la radiación que el suyo. Tenía a Francia a tiro de piedra, Irlanda, Escocia, España, cre-

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yendo que en esos países tal vez podría confiar en alguien que no fuese en el tirano de su gobierno liderado por los militares. Patrick eliminó de su mente todas aquellas posibilidades, cuando a Sharon le dio por poner la radio queriendo entretenerse con algo de música. Y En ese preciso instante, ambos empezaron a escuchar la alternativa más cercana a sus problemas. Alguien quería ayudarlos. Al principio parecía una de las típicas charlas que tenía R.Z con algún superviviente, dejándole quejarse del ejército, de los zombis, incluso dramatizando sobre el apocalipsis, y todas esas cosas que a la gente les gusta escuchar, pero que no hacen nada para solucionar. Fue una mujer la que hablaba con el comentarista. No parecía estar en la radio en persona, porque se la escuchaba más distorsionada que al propio R.Z. «Debe tener un buen equipo para interferir en la señal de la radio» Pensó Patrick, y puso atención a lo que decía aquella mujer. La voz femenina que hablaba en directo, empezó a explicar su enfado con los militares y sus sucias operaciones, viéndose obligada a apresurarse para que no la interceptaran. —Debo advertir a la población que los militares están manipulando los hecho referentes a los fugitivos —explicó furiosa la mujer que guardaba en el anonimato su identidad. —Por favor, explíquese —le cedió R.Z, viendo que había cada vez más interferencias en la señal. «Tal vez estén intentando eliminarla de su frecuencia, pero parece que no pueden» Dedujo Sharon, pensando en lo profesional que debía de ser aquella mujer. —Esto es un mensaje para las personas a las que están buscando Muller y sus perros —siguió la mujer evadiendo al comentarista. —¿Nos está mandando un mensaje? —dijo Patrick que estaba con la oreja puesta a lo que les iba ha decir. —Pueden confiar en mí, sé lo que portáis y sé que es muy valioso. Os he estado buscando desde años, sin saber quienes erais. Patrick, si me estás escuchando reúnete conmigo en el centro de Manchester. —¡Está loca! ¡Eso está repleto de muertos vivientes y minas zombi! —exclamó el hombre haciendo sobresaltar a su amiga. —Sé que os será difícil de llegar, pero es la única forma para complicárselo a los militares —explicó la mujer su motivo del lugar donde quería reunirse—. Estaré escondida. Sabré de sobra si sois vosotros o si sois soldados haciéndoos pasar por ellos. Si no llegáis para mañana al alba, me marcharé. —¿Podemos saber quién es usted? —preguntó R.Z. —No tenemos mucho tiempo para lo que está apunto de acontecer. Ya no me importa revelar quien soy. Me llamo Abie, y he trabajado con el Dr. Hikaru Miyamoto durante bastantes años. —¿Y qué quiere decir eso? —exigió saber el comentarista. —No importa. Si ellos me están escuchando, ya deberían de saber lo que estoy hablando —Y diciendo esto último cortó la comunicación.

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—Pues ya han escuchado, ésta mujer llamada Abie, nos da otra versión de lo que al parecer nos dijo esta mañana nuestro comandante —dijo el R.Z para caer bien al público—. Pero lo que nos importa de verdad a nosotros es una buena canción de Rock en este frío y oscuro día. ¡Un poco de marcha! Ahora un temazo de Led Zeppelín. Soy R.Z y esto es Rock & Zombi. Patrick y Sharon, los fugitivos de los militares, se quedaron con la boca abierta cuando terminaron de escuchar a la persona que les había ofrecido una solución a sus problemas. Zombis, militares, saqueadores, toda la gente chunga de Inglaterra se pondrían inmediatamente a buscarlos. Ahora, eran el blanco de todo el mundo. —¿Podemos fiarnos? ¿Y si se trata de una estrategia por parte de los militares? —preguntó Sharon, recibiendo de su compañero el mismo estado de confusión. —No lo sé. Pero ahora mismo no tenemos otra alternativa…

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Capítulo VIII Abie, y la cura del Dr. Hikaru Los muertos vivientes campaban libremente por la ciudad de Manchester, gritando orgullos por haber atrapado una suculenta presa. Varios de ellos, se apelotonaron alrededor una pobre vaca que nadie podría saber decir cómo llegó hasta la ciudad. Tenían sus cuerpos demacrados por el paso del tiempo, siendo esclavos por el virus Z que los poseía manteniéndolos putrefactos y escuálidos, hasta el fin del sus no muertas vidas. Cuando vieron que un grupo de muertos vivientes despojaba al animal de sus carnes, manchando las calles de sangre, el resto de los zombis que andaban tristes por el mundo, se acercaron al festín que se estaban dando sus hermanos. Ahí, la muchedumbre no muerta, que eran centenares de ellos, acabó con el animal en un momento. Los brazos de los zombis cubiertos por la sangre de sus anteriores víctimas, se hundían en la carne de la vaca, despojándole de sus órganos hasta que no llegó a quedar ni los huesos de la criatura. Cuando terminaron de alimentarse como viles carroñeros, se perdieron por los callejones de la ciudad ocupándose de sus inútiles que aceres, terminando por vagar en sus penosos caminares de zombi. «Ha funcionado» Pensó Abie, viendo cómo el plan de alejar a los muertos vivientes con una vaca había dado resultado. No obstante, ella sabía que no tardarían en volver. La mujer estaba escondida en la trastienda de un pequeño comercio, que llegó a ofrecer desayunos y almuerzos en el pasado. Abie se quedó a vivir antes de que llegase el día 0, en un lugar alejado de la ciudad en mitad del campo con un establo donde cuidaba a sus queridos animales. Ella había conseguido abastecerse con los recursos más básicos que la humanidad usó desde tiempos inmemorables. El ganado y la agricultura, pero con un cierto toque moderno para simplificar la dificultosa tarea que todo eso conllevaba a una sola persona. Abie, sabía de sobra cómo moverse por ese mundo de muertos vivientes. Por ejemplo: con el tiempo, aprendió que a los zombis no les gustaba que se les enfocasen luz directamente a los ojos. Por eso mismo, ahora la mujer superviviente iba armada con un complejo sistema alrededor de su cuerpo, cubierta de bombillas alimentadas por una simple batería de coche que generan una luz ultravioleta capaz de achicharrar los ojos muertos de los zombis. Estaba esperando pacientemente sentada en una silla, mirando su reloj de pulsera a la espera de verse con las dos personas con las que había quedado. «Tal vez no han recibido el mensaje...» Meditó la mujer, empezando a valorar la situación. Fue en ese mismo instante, cuando Abie se sobresaltó al escuchar el motor de un vehículo aproximándose velozmente hacia el centro de la ciudad.

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Pasó por delante del comercio, donde ella se escondía, atropellando a varios zombis sin preocuparse tan siquiera de esquivarlos. La mujer esperó un momento a ver de quiénes se trataban, no quería ser imprudente. Y eso, la salvó. Seguido de la camioneta que pasó delante de ella velozmente, vio el por qué de su alocada conducción. Les estaban persiguiendo. Un convoy militar les seguía, hasta que les arrinconó en mitad de una plaza, entre los muertos vivientes que ahora estaban volviendo y el furgón blindado que había parado finalmente. De ese furgón, salió un hombre vestido con un uniforme de camuflaje verde y marrón, abriéndose a tiros entre los muertos vivientes que intentaban comerlo, hasta que dio con la camioneta que había estado persiguiendo. El arma que empuñaba ese hombre, llegó a agujerear con sus balas la camioneta que ahora se la estaban adueñando los zombis. «¡NO!» Exclamó Abie, al creer que en ese vehículo se encontraban las personas con las que tanto ansiaba estar. La camioneta, quedó en un mar putrefacto de gente infectada a la que les gustaba destruir todo lo que encontraban a su paso. Desde ahí, el militar, con sangre fría y sin ser muy prudente, fue caminando hasta que llegó a aquel automóvil matando a todo no-muerto que se le acercaba. Estaba loco, parecía estar desesperado. Tenía alrededor suyo a decenas de zombis sin que le preocupara lo más mínimo. Y las minas Z, que se habían percatado del jaleo, se movía en ese momento hacia el centro de la ciudad. Patrick y Sharon, saltaron a tiempo de la camioneta al ver que no tenían otra solución. Dejaron el acelerador trabado con un hierro, para que el vehículo siguiera su marcha cuando desde lo lejos vieron todos los zombis que les esperaban en la plaza. Habían conseguido llegar hasta el centro de Manchester siendo perseguidos durante kilómetros por un convoy que les disparaba sin cesar. Sin saber aún muy bien cómo se encontrarían las calles de despejadas, entraron con uno de los neumáticos pinchado, los cristales rotos por los impactos de las balas, y con el parachoques colgando rozando contra el asfalto de la calle. Cuando abandonaron el vehículo, vieron a lo lejos que se estrellaba finalmente contra una farola, desprendiendo humo blanco del capó. Sharon agarró a su compañero por la cazadora y lo condujo hacia un callejón, cuando las minas zombi se apelotonaron en el centro de la plaza junto con el resto de sus hermanos no-muertos. Una vez que estuvieron a buen recaudo de los indeseables ojos muertos de los zombis, Patrick hizo acopio sus armas para defenderse. Ahí pudieron ver cómo aquel militar que les había perseguido sin darles tregua, disparaba contra todo que le molestaba, hasta que entendió que las personas que buscaba no estaban en la camioneta. «Por poco...» Pensó Patrick, observando que el militar se las daba de duro gritando sus nombres al tiempo que mataba a todo zombi viviente. Se habían quedado sentados en el suelo fatigados, recuperándose de aquella travesía. Entonces, una mano vestida por un guante negro,

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tapó la boca de Sharon impidiendo que pidiese ayuda. Cuando vio a la persona que le estaba silenciando, indicándola de que no metiese ningún ruido, la chica se calmó. Una persona vestida de negro con decenas de bombillas atadas alrededor de su cuerpo y portando sólo una mochila, les dio a los dos chicos la bienvenida a la ciudad de los zombis. Después de reunirse con las personas adecuadas, Abie les condujo por unos callejones hasta que tuvieron que parar por un momento, al ver varios zombis cercanos a ellos. A lo lejos, se escuchaba todavía los gritos y amenazas del militar frustrado en su caza. ¡Salir de donde estéis! —exigió Muller desde la plaza todavía combatiendo contra los zombis—. ¡Dar la cara! ¡Esto no tiene que acabar así! ¡Juntos, podremos combatir a los saqueadores, y ofrecer a la humanidad el remedio al virus Z! ¡No tenéis que ser tan egoístas! — seguía pidiendo el hombre, sin dejar de matar a unos zombis que se le acercaban con caras apetitosas. «Pienso encontraros, pienso ejecutaros delante de todo el maldito mundo, y pienso gobernar este país como me de la gana cuando tenga la cura» Sentenció Muller cansado, pensando con odio y deseos de venganza. Dejando al militar ocupado en sus absurdos comentarios que no convencían a nadie, la plaza terminó por llenarse con las gentes enfermas de aquel virus que los consumía en vida y en muerte. Muller se vio obligado a marcharse de la ciudad cuando la horda no-muerta conquistó todo el centro de Mancherter. Siendo perseguido por cientos de zombis, y perdiéndose entre las calles, Muller aún seguía amenazando de lo que les haría a Patrick y a su amiga cuando les diera caza. Patrick siguió a la mujer, acompañado por su querida amiga que arremetía contra todo zombi que salía por las casas residenciales. Una vez que localizaron un camión, que al parecer era de aquella extraña mujer, y de haber corrido por las calles infectadas de muertos vivientes, las tres personas se dieron a la fuga dejando la ciudad a sus espaldas. Pasada ya la tarde, y lejos de las zonas infectadas de zombis, atravesaron unos campos verdes llenos de árboles frutales, hasta que visualizaron unos invernaderos que se extendían kilómetros a la redonda. Abie aparcó el camión con el que había transportado el animal para ofrecérselo a los zombis en sacrificio, llegando por fin a la casa donde vivía. Sharon y Patrick salieron respirando aire fresco, y pensaron que deberían de estar muy apartados de todo, ya que habían estado conduciendo durante medio día. Patrick veía cómo aquella mujer revelaba su rostro ante ellos descubriendo su cara del pasamontañas que le escondía. Su cabello era blanco, y sus ojos violetas resaltaban sobre su piel de porcelana llena de arrugas. Abie se acercó a la pareja y les ofreció a ambos su mano

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a modo de saludo. Pero el hombre no se fiaba ya nadie. Sacó de su espalda la escopeta que guardaba, y apuntó a la mujer desafiante. —¡PATRICK! ¿¡Qué demonios estás haciendo!? —expresó con sorpresa Sharon, al ver a su amigo amenazando a la mujer que les había salvado la vida. —Primero quiero dejar las cosas bien claras —mencionó Patrick sin dejar de apuntar con el arma—. No te debemos nada, no me importas lo más mínimo, y te aseguro que no voy a caer en la una trampa sólo porque me pongas ojos de cordero degollado. —Vale… tranquilo. Sé que quieres respuestas y estás algo confuso —le intentó tranquilizar Abie con las manos en alto—. Pero ésta no es la solución. Yo no quiero haceros ningún mal. —Esta semana ya me han tangado varias veces…, y te puedo asegurar que es raro que lo hagan. Los saqueadores, los putos zombis de los cojones, los militares, hasta estoy empezando a mosquearme con R.Z, que debo confesar que le tenía algo de cariño. —Por favor, baja el arma… —pidió entonces Sharon con lágrimas en su rostro. —¿Es qué no te lo has preguntado desde que encontramos éste maldito frasco? —insinuó el hombre refiriéndose a la cura. —¿El qué debería preguntarme? —Qué si esto es la cura —se explicaba Patrick poniéndose cada vez más tenso—, y nadie más lo sabe excepto esta mujer y ese Dr. Hikaru, es porque ellos son los responsables de los zombis. Del virus, de la plaga de mierda que ha matado a todo el mundo. Ella está detrás de todo Sharon. —No digas disparates… —dijo la chica, empezando a creer que su amigo estaba empezando a emparanoiarse él mismo. —¿Cómo sino, no han compartido sus descubrimientos con el resto de gobiernos? ¿Es qué no lo ves? —Tranquila Sharon, tu amigo tiene razón. Por lo menos en parte — reveló Abie con vergüenza en sus ojos violetas—. Baja el arma Patrick, y os lo contaré todo. Patrick se rindió quedándose de rodillas sobre la fría tierra, empezando a cansarse de todo y de todos, mientras su amiga le quitaba el arma. Había estado demasiado tiempo intentando sobrevivir en el mundo, al cargo de una niña, de no ser cazado por los zombis, de no ser raptado por los saqueadores, y de no caer esclavo del yugo militar. Ahora todo se centraba en ellos. Tenían un poderoso artilugio que podría cambiar el mundo, tanto para bien, como para mal. Después de verse arropado por un caluroso abrazo por parte de su querida compañera, se levantó con los ojos empapados en lágrimas pidiendo perdón a Abie. Ella, comprensiva por todo lo que habían pasado aquellas dos personas, y siendo aún más paciente y amable, llegaron al refugio de la casa donde esperaban impacientes las respuestas. La anciana mujer, les trajo té con pastas (unos productos difíciles de conseguir en esos tiempos) reconfortando los cuerpos de Patrick y Sharon que descansaban plácidamente en un sofá de cuero verde.

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La casa era bastante amplia. Tenía dos plantas y un sótano que comunicaba subterráneamente con los invernaderos. En la planta más alta, estaba dividida en dos, manteniendo a un lado las baterías que almacenaban la energía que recogía varias placas fotovoltaicas, dejando el otro espacio donde dos grupos electrógenos estaban si era necesario su utilidad. Desde las ventanas, se observaba en el patio trasero había otra red de placas, pero esta vez térmicas, que alimentaban una red de tuberías de agua a la casa para mantenerla caliente. Abie seguía explicándoles cómo funcionaba su hogar, consiguiendo captar el interés de Patrick ya que él también se las dio de manitas a lo largo de los años. Una vez que vieron que la primera plata sólo albergaba en ella habitaciones, y una extensa cocina, bajaron al sótano donde la mujer tenía su centro de operaciones. Ahí, había un sistema de ordenadores conectados entre sí, ofreciendo apreciar en sus pantallas el paisaje que filmaban las cámaras de vigilancia. «Se lo tiene bien montado. Como hacíamos nosotros. —Pensó Patrick viendo el complejo trabajo que tuvo que instalar aquella mujer—. Y ni todo eso pudo protegernos al final» Se dijo, pensando en aquel saqueador. Cuando terminó Abie de explicar como vivía ella, se sentó cómodamente sobre un cálido sillón, esperando las preguntas que la iban a formular. —Ahora podéis preguntarme lo que queráis —les ofreció la mujer amablemente. —Empieza por el principio —pidió el hombre, sin dejar de observar el sótano. —Bien. Todo comenzó en la segunda guerra mundial —se explicaba Abie, abriendo un álbum de fotos que había cogido en una estantería y se volvió a sentar—. Un grupo de marines americanos, se abrió paso hasta las fronteras holandesas en la misión de liberar el régimen francés. Ahí se encontraron con resistencia alemana, hasta que su grupo se vio reducido a solo seis personas. —¿Y qué tiene que ver todo eso contigo y la cura? —soltó Patrick siendo descortés e impaciente. —Si no la dejas explicarse, no lo sabremos nunca —le mencionó Sharon, dándole una patada en la espinilla para que se callara. —Sigo. Los extraviados hombres llegaron a reunirse con parte de otro pelotón inglés. Terminaron yendo juntos hasta que tuvieron que descansar en un pueblo llamado Breda. Ahí fue donde empezó todo. —Los zombis… —dedujo la Sharon, viniéndola un escalofrío por la espalda que la dejó helada. —Sí. Una sección desconocida del ejército alemán, investigaba sobre poderes ocultos para ganar la guerra —explicó Abie, captando el interés de las dos personas que la escuchaban—. Cuando dieron con la solución a sus problemas, y después de años de investigación, con ayuda de un libro oscuro consiguieron abrir un portal que conectaba hacia otra dimensión. Y de ahí, invocaron desde otro mundo el poder que resucitaba a los muertos. —¿Un libro oscuro?

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—Por muy imposible que os parezca, y aún más de comprender, los nazis tenían en su poder el Necronomicón —relataba Abie, mientras les enseñaba unos documentos. Patrick pasaba del asunto, ya que; ¿para qué molestarse? Él, aunque lo creyera o no, los zombis era un hecho verídico que había arruínado su vida y la de su compañera. No necesitaba saber de qué mundo de caos habían venido para como él decía; tocarle los cojones. —¿Así sin más? —expresó entonces Patrick sin entender nada de lo que Abie les había explicado—. ¿La plaga zombi vino de un mundo desconocido a través de un libro maldito? —Básicamente... Pero en realidad sólo pudieron contaminar a través del Necronomicón un radio de acción de nuestra tierra —reveló la mujer, pareciéndole de lo más natural lo que contaba—. Pudieron levantar a todos los muertos del campo de batalla, a kilómetros a la redonda desde donde se invocó ese poder, haciendo que volvieran a la vida tal y como lo conocéis hoy en día. —Pero el virus no se desarrolló hasta final del dos mil doce ¿No? —dijo Sharon queriendo saber más. —Exacto. Ahí entramos nosotros, las personas —siguió explicando Abie sintiéndose culpable por aquello—. El grupo de soldados que logró sobrevivir, se tuvo que asentar en una colina donde se enfrentó a un enorme ejército de muertos vivientes, hasta que les pudieron venir a rescatar. —Parker… —recordó la chica, visualizando aquella foto que vio en el sótano lleno de notas cuando fue tan solo una niña. —¿Cómo has dicho? —preguntó Abie saltando por sorpresa. —Hace quince años recuerdo que vi una foto donde ponía que fue el único superviviente —dijo Sharon, sorprendida por haberse acordado de aquello. —Fue ahí donde cogiste la cura sin darte cuenta —entendió ahora Abie, sin poder reprimir unas lágrimas al recordar a un ser querido—. Esa era la casa de mi compañero de trabajo, y amigo mío, Hikaru. —Así es. —James Junior Parker, a parte de haber sido el único superviviente de su pelotón, también era mi padre —les explicó algo emocionada—. Tuvo pesadillas durante toda su vida. Me narraba sus historias de sus compañeros, y de cómo tuvieron que hacer frente a los muertos vivientes. Al final…, se suicidó siendo ya un anciano en el dos mil diez, cuando se empezó a revelar la existencia del virus Z en el tercer mundo. No pudo soportarlo. —Lo siento… —dijo Sharon reconfortando a la mujer. —Pero eso sigue sin explicar como el virus se mantuvo dormido durante tanto tiempo —exigió Patrick a la mujer, cuando vio que se desviaba del tema por su añorado padre. —Lo siento —dijo secándose las lágrimas con un pañuelo—. Tienes razón, Patrick. Verás, al final consiguieron exterminar a todos los zombis. Fue así de sencillo y así debió de haber acabado todo. Patrick rió al entender lo que tuvo que pasar.

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—La liaron bien parda ¿No? No se pudieron quedar quietecitos sin hacerse con las pruebas sobre ese virus. —Querían investigar... —¡Va! Es el rollo de siempre. —Recogieron muestras en los cuerpos de los infectados, para poder entender su poder y… —Pero no pudo acabar la frase cuando el hombre la interrumpió acabándola él mismo. —Usarlo en el futuro contra el enemigo, contra gente inocente, comercializarlo al mejor postor. O como fue en realidad, probarlo en el tercer mundo donde las personas no valen una puta mierda ¿Verdad? ¿Quién se opondría, Greenpeace, algún grupo humanitario? Su opinión y acciones no valieron nunca nada. Eran los grandes mercados los que tenían el poder —confesó Patrick, recordando cuando lo vivió en su adolescencia, viendo que los países no hacían nada para parar la epidemia zombi. —Sí. Pero Hikaru intentó enmendarlo cuando entendió lo rápido que propagaban la infección los humanos. Hay que reconocer que fue él, y todos nosotros los que estábamos entusiasmados por descubrir cómo funcionaba el virus Z. Yo, también cooperé aunque no fuese de gran ayuda. —Ella no tiene la culpa —le riñó Sharon a su amigo al ver que la estaba pagando con la mujer—. No te culpes Abie, en realidad todos fuimos culpables. Nos quedamos sentados en nuestras casas viendo cómo morían millones de personas, sin que hiciéramos nada al respecto para evitarlo. —De eso me acuerdo —recordó el hombre, empezando a sentirse también culpable—. Todos lo vimos durante dos años por los medios de comunicación. Nadie hizo nada… —Entonces…, ¿fue el Dr. Hikaru el quien desarrolló esta cura? — preguntó la chica deduciendo el final de la historia. —Por casualidad, o tal vez fue el destino —expresó la mujer con nostalgia al pensar en su compañero—. Se trata del polen de una extraña flor de Loto que vive a gran altitud en las montañas de Nepal. Hikaru, consiguió dar con las únicas flores que teníamos a nuestro alcance. Lo guardaba una persona en su apartamento de Tokio, en unos frascos congeladas donde las mantenían vivas. —¿Y con eso finalizasteis el experimento? —preguntó Patrick sin mostrar mucho interés. —Hikaru me las trajo para que las investigara —recordó la mujer cuando vino su amigo exhausto por el viaje. «Sólo tenemos tres, no las desperdicies» Le dijo la lejana voz de Hikaru cuando se las entregó—. Y a partir de ahí, fue él quien se encerró en su laboratorio en Manchester, como ya sabéis, terminando por crear la cura del virus Z. —¿Qué vamos hacer ahora? La nota pone que falta un ingrediente, que parece ser bastante común —comentó el hombre, empezando querer hacer algo útil para variar. —Debemos ir a la casa de Hikaru, para conocer más afondo sus investigaciones —afirmó Abie seriamente.

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—Vamos…, ambos sabemos que si ese Muller sabe lo de la cura, es porque descubrió el laboratorio de tu querido doctor. —Es verdad, estará vigilado por los militares —le apoyó Sharon. —No tenemos otra opción —Terminó diciendo la mujer y se levantó de su sillón. —Habrá millones de zombis, sin olvidarnos de los militares, los saqueadores, y a saber qué más —dijo pensativo Patrick, contando todos los peligros que se encontrarían con sus dedos. —Sí. —Por mí bien. ¿Cuándo nos vamos?

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Capítulo IX La cura o la vida Un oscuro hombre mantenía sobre la mesa una pistola cargada, y un cenicero donde su puro se consumía lentamente mientras pensaba en cómo resolver sus problemas. Muller estaba perdiendo la paciencia, y eso casi hizo que le costara la vida. «Tengo que controlar mis impulsos». Meditó desde su estancia con la persiana echada, y sumergido en su botella de bourbon. Sintiéndose afortunado al haber escapado de Manchester con cientos de muertos vivientes amenazándole con devorarlo, se vio en mitad de la carretera sin lo que había salido a cazar. No tenía la cura, ni a los dos chicos. Ahora, un deseo de venganza le vino a la mente, y empezó meditar las alternativas que le quedaban. —¡Señor! —saludó el sargento a Muller, entrando de pronto en su tranquila estancia. —Ya puede ser importante... —Nos han advertido que un camión se está aproximando a la casa en cuarentena que tenemos acordonada —se explicó el soldado formalmente. —Hikaru… —Sonrió desde las sombras, pensando que lo estaban desafiando abiertamente—. Necesitan saber más…, necesitan llegar hasta su laboratorio. —¿Cuáles son sus órdenes, señor? —preguntó el militar con la vista al frente. —Interceptar ese camión, código rojo —ordenó Muller cogiendo el arma de la mesa—. Mandar desalojar la casa, y eliminar por ahora el perímetro de defensa. —¿Señor? —expresó el soldado sin comprender la última orden. —Ya me ha oído, sargento —le dijo poniéndose a su nivel—. Yo tengo un compromiso personal que atender. Del complejo militar salieron cuatro convoyes blindados seguidos de un tanque del ejército Challenger. El día se tornaba de un gris verdoso, y terminó nevando sin llegar a cuajar del todo. Desde la ventana donde Muller observaba cómo sus fieles soldados se iban, él pensó en el plan que tenía en mente. Y esta vez, no iba fallar. Le habían desafiado y se estaba viendo obligado a responderles con como un militar sabía hacer. Estaba ansioso por emprender su labor. «Se creen muy listos… Pues se llevarán una sorpresa cuando vean lo que les espera.» Conduciendo su propio vehículo por la carretera, llegó sin problemas hasta un barrio a las afueras de Manchester donde se encontraba el hogar precintado de Hikaru. Ahí, Muller observó que le habían obedecido obedientemente sus soldados, y visualizó todo el perímetro del desértico páramo sin amenaza de zombis.

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Con una máscara antigás, unos guantes para evitar el contacto con infectados, y armado con su revolver, entró en la casa con la puerta principal ya abierta. Sabía que había alguien dentro. Dos pares de huellas de botas revelaban la presencia de enemigos, haciendo que el militar se los tomase ahora enserio. Muller bloqueó las salidas de la casa. «Ahora solo es cuestión de ir hacia el único sitio donde espero encontrármelos» Pensó, dándose confianza. Siguió el rastro de barro que habían dejado las botas, hasta que lo condujeron hasta la cocina perdiéndose en una puerta cerrada. Muller no vaciló y usó su pericia, lanzando una granada de humo para obligar aquellas las ratas a salir del sótano. Sin embargo no pasó como él planeó. Muller bajaba por las escaleras en silencio, con la intención de hallar los cuerpos inconscientes de los dos chicos en el suelo. Pero todo estaba en orden. Alguien se había adelantado a sus movimientos. Un puño salió velozmente de entre el espeso humo que había producido la granada, dándole un fuerte golpe al hombre. Mientras caía al suelo al dar un mal traspiés, Muller se reincorporó con su arma en la mano con la intención defenderse a muerte. Sin embargo cayó de nuevo. Desde el suelo vio a una persona que intentaba huir de él. Alargó su brazo y la cogió del pie sin dilación. En cambio, ésta se defendió de Muller dándole una fuerte pata en la cara. Harto de cómo le estaban saliendo las cosas, el militar se incorporó y corrió hasta que salió de la casa donde en ese momento una mujer huía junto con su compañero por la calle. «Sabía que lo del camión era un señuelo». Corroboró Muller sus sospechas, viendo a la chica y a Patrick correr calle abajo. Para el militar solo era una carrera que tenía que ganar. Salió del complejo en cuarentena tirando su máscara al suelo donde se perdió entre unos setos, y empezó a correr hacia sus presas haciendo uso de su buen entrenamiento. No tardó mucho para ver recompensado su maratón. Desde donde estaba, Muller se paró sacando el arma para afinar su puntería. Pero entonces pensó que los necesitaba vivos. Cambió de opinión y advirtió, a los que escapaban de él corriendo, en voz alta y disparó entonces al cielo a modo de advertencia. La chica se giró sobre ella misma y comprendió que el hombre la tenía a tiro, perdiendo finalmente al hombre que acompañaba. —¡Corre Patrick! —le gritó fuertemente, para que la oyese donde quiera que estuviese su amigo. Sharon vio cómo se le aproximaba aquel hombre, seguido de disparar su revolver a un zombi que estaba cerca de él. —Tranquila, ya verás cómo sale de donde esté escondido… —aseguró Muller a la chavala, y la apuntó con su arma poniéndola finalmente de rodillas. —Te matará… —amenazó la chica desde el suelo—. Si me matas te perseguirá hasta el fin del mundo, y dará contigo, créeme.

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—¡Patrick! —llamó Muller gritando—. ¡Voy a contar hasta tres! ¡Si no sales, te juro que voy a cargarme a esta preciosa chica, y luego la voy a dejar aquí mismo para que sea pasto de los zombis! —Tú no le conoces, te arrancará la cabeza y la usará para beber en ella —se expresó desafiante Sharon. —Me gustas, eres rebelde —El militar no se iba andar con tonterías, sus ojos probaban que su paciencia se le había terminado hace tiempo. Tenía claro que si mataba a esa chica conseguiría lo que deseaba, y eso lo haría sin dudar—. ¡Uno! —Nadie se presentó ante él—. ¡Dos! —Miró hacia ambos lados de la calle esperando advertir a alguien, aunque nadie apareció—. Y tres… Lo siento guapa. Patrick salió de su escondite a escasos metros de donde se hallaba el hombre que mantenía prisionera a su querida amiga. Con las manos en alto se rindió ante Muller, que éste empezaba jactarse de ello victorioso. Vestía con una camiseta del equipo del Liverpool, abrigado por una chupa de cuero negra con franjas blancas a sus laterales, unos vaqueros desgastados, y unas botas embarradas que lo había delatado antes. Su cara mostraba odio hacia el militar, revelando sus ojos verdes fríos como hielo. «Te mataré, lo juro por las tumbas de mis amigos» Juró Patrick, pensando en cómo se vengaría si no lo matase ahí mismo. Parecía un bárbaro, y mostraba sus nudillos ensangrentados, una barba de hacía tres semanas, y su pelo castaño estaba empapado de sudor. Sin embargo, a Muller no le intimidó. —La cura —pidió Muller exigiéndosela a Patrick sin dejar de apuntar a su amiga. —No la tengo aquí, además no sabemos si funciona —se excusó el hombre. —Me da igual si funciona, ¡dámela! —Te he dicho que no la tengo, sólo veníamos a reunir información. —Va ha ser que no te creo —mencionó el militar, y cacheó a los dos chicos para corroborar que en realidad no la tenían—. No te perocupes, ya he contado con esta posibilidad —Y sacando una jeringuilla de uno de sus bolsillo, Muller se la hundió en el cuello de Patrick dejándolo consternado por lo sucedido. —¡No…! —expresó Sharon, sabiendo lo que le habían inyectado a su amado—. Él no… —Tienes alrededor de veinte minutos para no convertirte en un infectado —reveló Muller sonriéndole—. Ya sabes lo que tienes que hacer. Patrick salió corriendo donde había escondido el frasco con la cura. Su vida dependía de lo rápido que podía llegar a ser. Los primeros síntomas ya estaban haciéndole efecto, cuando notó que su corazón iba mucho más deprisa de lo normal. «Agua con azúcar en mismas cantidades que la cura. La vacuna de Hikaru necesita azúcar para que las proteínas artificiales que creó a partir del polen que encontró se fortalezcan cuando se va expandiendo en busca de las células afectadas. Veinte mililitros, nada más» Repasó Patrick lo que habían descubierto en los apuntes cifrados de Hikaru con la ayuda de Abie.

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Llegó al buzón de una casa, y sacó entre unos papeles donde tenía escondido la caja con diez jeringuillas que había preparado. Cuando se las llevó hasta Muller, éste le dio una para que probase su efecto delante de él. —Veamos si ha merecido la pena la espera… —se dijo el militar observando cómo Patrick se inyectaba él mismo una vacuna. —No te mueras, por favor… —declaró Sharon haciendo pucheros—. Te amo… —¿Soy fuerte, recuerdas? —Y diciendo esto último Patrick se desmayó cayendo al suelo. Sufrió unas pequeñas convulsiones en todo su cuerpo, y cerró finalmente sus ojos para siempre. —Has tardado mucho… —dijo Muller sonriente al cuerpo sin vida de Patrick—. Arriesgaste demasiado. —¡Nooo! —gritó la mujer arrodillada junto el cuerpo de su amigo. Sharon dirigió su mirada llena de deseos de acabar con la vida de aquel militar, y se tiró hacia él para marlo. —No me des la paliza —Terminó diciendo dándola a la chavala un puñetazo, que la dejó inconsciente sobre el suelo junto con su querido amigo. Muller cogió a la chica junto con las vacunas que le volverían infinitamente poderoso, y las cargó en su vehículo donde se alejó hacia su complejo. «Probaré la vacuna en otros infectados, y veré cuál es el tiempo en el que hace efecto» Meditó el hombre, llamando a sus lacayos desde el talky para que volviesen al cuartel. Dejando atrás el cuerpo sin vida de Patrick, Sharon se iba en el convoy militar atada con unas bridas de manos y pies. Desde su corazón juro vengarse. Juró cortar la cabeza de Muller y clavarla en un pica, pensando en que ya todo para ella había acabado. «Adiós querido mío, nos veremos pronto. Espérame estés donde estés….» Concluyó Sharon, esperando su oportunidad para cumplir con lo que se había jurado.

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Capítulo X Corazón vacío El fuerte militar, se levantaba sobre las estructuras de un colegio privado plantado en mitad de la nada. Las reformas que construyeron en el pasado el ejército para usar ese lugar a modo de refugio, parecía mantener seguro a todas las personas que vivían en esos momentos ahí, de la amenaza de los zombis y los saqueadores. Sharon lo supo estando prisionera en una habitación, donde podía ver todo el complejo con todo detalle. Sharon estaba en la cuarta planta de la torre norte, tirada en la cama y llorando por la persona que había perdido. No se pudo quejar de la buena hospitalidad que tuvo cuando la liberaron de sus cortantes ataduras, y la dejaron en una de las mejores estancias del complejo. Tenía agua caliente, comida, y la calefacción que calentaba su frío cuerpo. Pero no podía salir de aquella habitación, aún era una prisionera con derecho a algunas comodidades. «Esto no va a cambiar nada» Pensó Sharon llena de ira. Los ojos de la chavala la escocían por no haber dejado de llorar durante toda la noche. Su garganta se quedó afónica, al maldecir a la persona que le arrebató la vida a su querido Patrick. Ya nos sentía odio hacia nadie, y entonces supo que lo que quería en realidad era reunirse con Patrick. Y viendo por la ventana cómo se acoplaban los primeros copos de nieve del invierno, Sharon la abrió de par en par para saltar al vacío. Desde donde estaba ahora de pies dispuesta a poner fin a su vida, la chica vio que habían cavado una zanja alrededor del fuerte, convirtiéndola en una trinchera que tenía varios soldados apostados en sus torres de vigilancia. Una alambrada de acero espinoso recubría un muro de apenas dos metros, separando a la gente de los muertos vivientes y demás peligros. «Hubiese sido un buen sitio para vivir juntos...» Meditó la mujer recordando a su compañero. Sharon cerró los ojos y saltó al vacío finalmente para acabar en tragedia toda su historia. Sin embargo no murió. Muller apareció de pronto en la habitación y la cogió a tiempo. La tenía sujeta por el tobillo, sujetándola fuertemente con sus fuertes manos, mientras la subía hasta que le mantuvo segura. Después de un breve descanso, poniendo cada uno sus ideas en orden, el militar que mandaba sobre todos en aquel fuerte, le reveló a lo que había venido a decirle a la mujer. —Y yo que venía a darte la buena noticia de que la cura funciona… —expresó con voz cansada y cerró las ventanas. —Por mi como si te mueres. Muller soltó una cínica risotada. —Ya te gustaría. ¿Estabas dispuesta a saltar por la ventana sólo por ese mamarracho?

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—Ya no tengo un motivo para vivir. Él era la única persona que se ha preocupado por mí desde siempre —reveló la mujer sentada en la cama. —No te preocupes, pronto te reunirás con él. —¿Cómo? —preguntó con sorpresa. —Espero que hayas podido disfrutar de la agradable estancia en esta habitación —comentó Muller a la chica que estaba ahora llorando—. ¿Pensabas que te mantendríamos aquí, con todos estos lujos? ¿Tal vez llegaste a pensar que te necesitábamos? No. —¿Entonces por qué has impedido que saltase? —Porque la imagen que vamos a dar de ti al mundo, será mucho mejor que la de un simple suicidio. —¿Qué vas hacerme? —Te ejecutaremos en público, revelando a la gente lo que eres. —¿Y qué se supone que soy? —dijo, esperando la estúpida excusa que la iba a dar el militar. —Una despiadada saqueadora, que ha matado a innumerables supervivientes, que ha contaminado nuestros depósitos de agua, y que nos ha estado robando durante años —le confesó el militar sus intenciones. «La cura ya está en plena producción. Dentro de un mes tendremos la suficiente para empezar de cero. Y tú encanto no entras en mis planes» Pensó Muller mirando a Sharon, deseoso de acabar con ella lo antes posible, y de calmar por fin a la población para que empezase cuanto antes su nuevo reinado—. Les has quitado a nuestros queridos supervivientes el alimento de sus hijos, y les has obligado a pasar hambre durante meses. Eres muy mala, Sharon. —Eso es mentira… —¿De verdad? —Habéis sido vosotros los militares, los que habéis mantenido a esta gente solo para vuestros propios fines —le dijo Sharon con cara de asco—. Les mentís dándoles esperanzas, y les obligáis hacer trabajos forzados para darles un mísero currusco de pan. Y ahora me culpas de tus errores para salir airoso. —Si todos fueran la mitad de listos que tú, yo no tendría este trabajo —confesó Muller sonriéndola. Fue en ese momento de desesperación para la mujer, cuando las sirenas de alarma sonaron en todo el complejo. Muller observó por la ventana si había movilizaciones por parte de sus hombres, o si se habían amotinado la gente del edificio. Pero no fue nada de eso. Desde la ventana, se veía claramente por el horizonte cómo amanecía el sol saliendo entre el verde campo. Todo el mundo miraba a lo lejos. Se podía ver que los soldados, y parte de las personas que trabajaban en el fuerte, se apelotonaban en la calle para ver con más detalle lo que estaba pasando en el exterior. Las figuras a contra luz que producía el astro rey, revelaban una horda de muerte avanzando lentamente hacia el complejo militar. Y entre aquel ejército de zombis, un tanque del ejército los conducía al tiempo que se paró de pronto girando su cañón contra la ventana,

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donde estaban observándole aquel militar junto a la chica. «No puede ser» Se dijo Muller, viendo cómo disparaba el tanque contra ellos.

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Capítulo XI Patrick, y el ejército de Zombis Una persona, tirada en la calzada de la calle, despertó abriendo de pronto sus verdes ojos al tiempo que cogía una buena bocanada de aire. Ese hombre había vuelto a la vida, y no como lo hacían los muertos vivientes. Sorprendido, se levantaba poco a poco observándose en el retrovisor de un vehículo cercano a él. «No me lo creo —Pensó Patrick, creyendo que había muerto—. La cura, funcionó…» Dejando de preguntarse cómo seguía aún con vida, el hombre se alarmó al no encontrar a su lado a Sharon. Entonces lo recordó, al pensar en que la tuvo que haber cogido aquel endiablado militar, seguramente llevándosela hacia el fuerte. En cambio, a él le dieron por muerto y lo dejaron tirado en mitad de la calle repleta de zombis. Pero Patrick, no murió. Patrick andaba por un barrio de Manchester, pensando en todo lo que le había pasado hasta ahora. Había estado durante años con la solución al problema zombi delante de sus narices, sin llegar a darse cuenta que la había tenido él mismo. Sin embargo, el destino era caprichoso. Tuvo que ser gracias al saqueador, Eddy, el que le diera una oportunidad a él y a su querida amiga para que rebelasen al mundo aquella vacuna. «Salvado por un saqueador… Bastante irónico» Concluyó Patrick, pensando en el hombre que se sacrificó por ellos. Más tarde, una persona interrumpió por sus medios en la emisora de radio de R.Z. Ahí, fue cuando un hilo de esperanza se manifestó ante las dos personas que en aquellos momentos portaban la cura, dándoles la oportunidad de conocer a Abie, la mujer que había trabajado en ella. Y terminando finalmente, el hombre empezó a recordad lo que encontraron en el laboratorio del sótano de Hikaru. Diluyendo sólo agua con azúcar en las mismas proporciones que el complejo compuesto de la cura, se conseguía interrumpir el ataque del virus Z. Aunque solo valía si se administraba en un cuerpo infectado, veinte minutos después de haberse contagiado. Dejando a un lado los pensamientos que tanto le estaban consumiendo a Patrick, éste se puso en su camino para rescatar a su compañera. Él ya sabía dónde encontrarla. Sólo tenía que llegar hasta el fuerte que habían montado los militares hacía ya años a las afueras de Liverpool, y sacarla de ahí como alma que lleva el diablo. Varios zombis se percataron de la presencia de Patrick, al verlo caminar tranquilamente por su territorio sin que se llegara a molestar de ser cazado. Patrick ya los vio venir desde hace tiempo acercarse a él, mientras salían sigilosamente por las puertas de las casas residenciales abandonadas. Pero eso ya no le preocupaba. El primero que se le presentó, iba cojeando hacia Patrick con la tibia partida saliéndosele de la pierna. Vestía con unas ropas andrajosas hechas jirones, mirando apetitosamente al hombre con su único

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ojo colgándole de la cara demacrada por el virus Z, mientras se le iba escapando un rastro de saliva de la mandíbula dislocada. Sin pensárselo mucho, Patrick le hundió su puño en la cabeza del zombi, sin preocuparle ser contaminado por el virus, rematándole a puñetazos desde el suelo imaginando que sería la persona que pensaba matar él mismo con sus propias manos. Después de destrozar al zombi hasta convertir su cabeza en puré, se encargó del siguiente muerte viviente que ya lo tenía a su altura. No le permitió acercársele demasiado. Terminó reventándole las piernas con un tubo de hierro, hasta que le dejó inmovilizado en el suelo donde le veía ahora gimoteando. Entonces se dio cuenta en ese preciso momento de algo muy importante. «No seré capaz de entrar yo solo en el complejo». Dedujo Patrick, viendo cómo se le acercaba el zombi arrastrándose penosamente por el suelo. —¿Quieres comerme? —le preguntó al muerto viviente poniéndole una bota en su pútrida cara. —Aaaaaaaaahhhhhhh —Abrió sus putrefactas fauces para darle un mordisco al hombre que lo había inmovilizado. «Ahora ya sé lo que tengo qué hacer» Pensó Patrick, reconociendo el buen uso que le daría a todos los zombis de Manchester. Patrick sabía de sobra que aún siendo inmune a la infección que propagaban los zombis con su virus, no sería capaz de hacerles frente a todos a la vez para dominarlos. Patrick arrastraba al muerto viviente que había reducido a palos hasta privarle del uso de sus piernas muertas, llevándole consigo para darle una mejor utilidad. Ya tenía un plan en la cabeza, creyendo por un momento que tal vez sería algo precipitado y temerario por su parte. Contento de estar de nuevo vivo para reunirse con su añorada amiga, y elaborando su estrategia de cómo entrar en el complejo de los militares, Patrick empezó hablar con el zombi sobre sus futuros proyectos sin esperar que le entendiese. Le relataba emocionado, cómo le confesaría a Sharon el amor que ella había sentido desde tantos años hacia él. Esta vez no se echaría atrás o evadiría aquellos sentimientos, eso ya era de cobardes. «Es hora de coger al toro por los cuernos» Le dijo Patrick al zombi, que éste alargaba su brazo a modo de querer cogerlo. Y pensando en afrontar ese amor que por tanto tiempo lo estuvo demorando, Patrick junto con su nuevo amigo en estado de descomposición, encontraron el mejor medio de transporte que concluiría su viaje, y tal vez su historia… Anduvo por aquel barrio residencial, mientras le seguían decenas de zombis, cuando de pronto un tanque del ejército se presentó ante la única persona viva que estaba de pies delante de él. Patrick exploró el vehículo militar, intentando averiguar la forma de entrar para poder conducirlo. No sabía cómo manejarlo, no era una cosa que se podía aprender tan a la ligera. Pero la fe que tenía en manejar ése carro de combate, lo estaba empujando a decidirse a controlarlo.

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Aquel tanque era un modelo Challenger del ejército inglés, y estaba abandonado en mitad de la calle a varias calles de donde Patrick dejó el hogar del doctor que desarrolló la cura. Ofuscado en saber su complejo funcionamiento, Patrick dejó al zombi que cargaba atado en el poste de una farola. El tanque tenía combustible suficiente, trabajo que se ahorró el hombre en ir a buscarlo. La munición que guardaba, era la que necesitaría justo para irrumpir como él quería en el fuerte donde tenían cautiva a su amiga. Había una ametralladora pesada junto con bastante munición como para dejar un rascacielos lleno de agujeros, varias granadas, una maleta con bombas de humo, un chaleco antibalas que se lo puso rápidamente, y un machete que no entendió cómo llegó hasta ahí. La noche se hizo de pronto cuando Patrick salió de la escotilla del tanque, sorprendiéndose del tiempo que había utilizado en leer el dificultoso manual del vehículo. Pero su valioso esfuerzo se vio enseguida recompensado, aún teniendo en cuenta lo que le costó conducir el aparatoso tanque con su compañero no-muerto atado al cañón destructor del acorazado. Y Fue conduciendo sin pleno control, cuando un ciervo extraviado en su propia supervivencia se puso delante del tanque, quedándose en estado de shock al no comprender lo que le iba a pasar. Patrick soltó un bostezo que no pudo controlar mientras veía el cuerpo atropellado del animal. «Tal vez pueda darle un buen uso... » Meditó, pidiendo la opinión su compañero zombi maniatado. Con el muerto viviente quejándose, a su manera, y dando la paliza al llamar la atención en ese mismo lugar, Patrick aprovechó la poca luz que tenía para pintar el vehículo con la sangre del animal. El color rojo de la sangre, hizo de aquel blindado ser mucho más siniestro de lo que ya era, incluso con prisionero zombi atado en el cañón. Al final llegaron al centro de la ciudad de Manchester, en plena capital. Patrick, conduciendo el tanque as su manera, no calculó muy bien a la velocidad que iba por las calles. El hombre aceleró como un loco, interrumpió la paz de los zombis estrellándose contra un comercio de ropa, que terminó atravesando el edificio entero. «¡Todo para adelante!» Se dijo al tiempo que destrozaba los bajos del comercio hasta que salió por el escaparate contrario. Ahí, plantado en medio de aquellas calles infestadas de muerte, salió de la escotilla sintiendo el gélido frío del invierno en su cara. Las minas Z, los sanguinarios Fast Z, y los incansables zombis ya estaban yendo en su penoso lento caminar, dirigiéndose hacia la persona que les había despertado violentamente. Desde dentro de los coches abandonados, desde los edificios, de los oscuros callejones, incluso emergiendo desde el fondo de varias fuentes públicas, los muertos vivientes acorralaron a Patrick en su blindado. Pero él, ya contó con aquello. De hecho, quería atraer a lo que él pensaba que iba a ser ahora su propio ejército. De pies en la carrocería del tanque, y enfrente de incontables zombis que habían dominado la ciudad, Patrick se dirigió a ellos como lo haría un general antes de comenzar una guerra.

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—¡Escuchadme todos, malditos desgraciados! —dijo señalándolos con su machete—. ¡Prestadme atención engendros del infierno! —¡¡AAAAHHHHHHHHHHHH!! —contestaron al unísono toda la horda alzando sus putrefactos brazos (los que tenían), queriendo un pedazo de carne de la persona que les dirigía. —Eso es… —se dijo Patrick queriendo acelerar su discurso, al ver todo aquel océano de horror y putrefacción—. ¡Os lo voy a decir sólo una vez! ¡Ahora sois mis siervos! ¡Mis leales soldados que me conducirán hacia la victoria! ¿¡Me habéis entendido!? —Ahhhhhh… —le respondió el zombi atado al cañón que pareció haberle comprendido. —¡Yo soy vuestro señor, vuestro superior, vuestro dios! —siguió mencionándoles, al tiempo que los zombis se abalanzaron contra el tanque hasta llegar a balancearlo—. ¡Soy vuestro chulo, y vosotros malditos seres del averno sois mis putas! —les dijo, rociándoles con la sangre que le sobró del ciervo que atropelló anteriormente. —¡AAAAAAHHHHHHHHHHHHHHH! —gritaron los muertos vivientes. Patrick pensó que ya los tenía justo donde les quería, y les dijo: —¡Seguidme mis bastardos! ¡Tenemos una batalla que ganar! — expresó con orgullo, y colocó la bandera de su país, que se encontró dentro del acorazado, atada a la chapa del tanque. Atropellando a la muchedumbre hasta hacerse un camino donde poder conducir su acorazado, Patrick se alejó de la ciudad junto con su nuevo ejército de zombis, que en realidad era más bien perseguido por todos ellos, conduciéndoles hasta la solitaria carretera ya que ahí obtendría más de sus allegados. Al principio fueron solo unos miles. Más tarde, después de haber recorrido durante toda la noche los barrios de Manchester, el hombre reunió una horda de zombis bastante considerable. Y cuando terminaron por llegar hasta Liverpool, donde se encontraba el fuerte de los militares, una vez recorrido toda la extensa autopista, fue ahí, justo cuando Patrick le dio por salir a tomar aire fresco lo que vio ante sus ojos sorprendiéndose de todos los miles de muertos vivientes que había conseguido reunir. Una horda de trescientos cincuenta mil zombis, seguía en su lenta marcha cantando un himno a base de; gritos, aullidos, y ahogados rugidos espeluznantes, siguiendo al líder que les conduciría a la guerra. Llegaron cansados y aún más hambrientos, cuando visualizaron a lo lejos el fuerte donde a Patrick le espera Sharon impacientemente. Ya estaba amaneciendo, y el sol se asomó por detrás de todo el ejército de muertos vivientes, proyectando sus terribles sombras en aquel complejo militar que nadie pudo entrar a la fuerza durante años. Patrick, ansioso por entrar en combate, frenó entonces su marcha obligando al resto de los zombis aminorar más su lento paso. Desde ahí, pudo observar a su enemigo por el visor donde le tenía encañonado. Patrick, vio a Muller escondido en su reconfortante refugio en la ventana de un torreón, mientras conversaba con alguien. Él

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era su enemigo por naturaleza, ya fuese por odio, por deseos de venganza, o más bien por tener retenida a su mejor a miga. No lo dudó. «¡Jódete Muller, tú te lo has buscado!» Gritó furioso el hombre. Enfocándole con el cañón ya cargado, Patrick disparó desde su acorazada cabina al enemigo que pensaba exterminar. Aquel estruendoso disparo hizo que un extenso ejército de zombis, que se perdían en el horizonte por lo innumerable que era, terminara por ir corriendo hacia el fuerte militar deseosos de acabar con toda vida existente.

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Capítulo XII La venganza de Sharon Muerte, ése sería el modo de describir el terror que estaba azotando el muro del fuerte militar. Los soldados disparaban sin miramientos a los zombis que se estaban acercando al complejo. Pero eso no frenó la horda de los muertos vivientes. Por muchos que morían en el suelo al verse sus cabezas destruidas por los impactos de las balas, el resto de la horda pisoteaba a sus hermanos abatidos hasta que llegaron a apelotonarse en las faldas del fuerte. Ahí, luchando los humanos supervivientes por sus vidas, las minas zombi se alzaron gigantes arrastrando por el campo de batalla sus repugnantes cuerpos deformes, abriéndose paso entre el tumulto no-muerto para poder explotar el muro que les impedía pasar a sus hermanos. Muller quedó herido y sepultado, ya que se le había caído encima parte del piso superior por la explosión que produjo el tanque cuando disparó contra el torreón del fuerte. Sus oídos le pitaban y lo veía todo difuminado, mientras intentaba entender lo que acababa de suceder. Salió entre los escombros mal herido, y se quedó observando el exterior cómo sus hombres resistían ante el ejército de muertos vivientes. «Estamos acabados…» Pensó el hombre, viendo el numeroso ejército de zombis, que campaban hambrientos en kilómetros a la redonda y alrededor del complejo militar. Decidiéndose una vez por todas hacer algo útil, Muller, magullado por sus heridas y con una brecha en la cabeza que no dejaba de sangrar, abandonó aquella habitación donde la chica que tuvo de rehén se perdió entre los escombros. Muller marchaba por los pasillos del complejo con el revolver en mano, para matar a la persona que le había desafiado. Él ya sabía de quién se trataba, aunque no comprendió cómo había conseguido sobrevivir. Entonces se culpó de no haberlo matado con sus propias manos como debió haberlo hecho en su momento. Llegó al exterior del fuerte y se apoyó en el reposa manos de la escalera principal sintiéndose algo mareado. Varias personas, supervivientes y en estado de pánico, chocaron contra Muller ya que se estaban batiendo en retirada. Todavía se sentía aturdido y los tímpanos no le dejaban de pitar. Aunque lo que si comprendía, era que todo por lo que había luchado hasta ahora estaba apunto de escapársele de sus manos. En ese momento, mientras se ataba un trozo de camiseta como vendaje a la herida de su cabeza, el sargento volvió a él con el uniforme empapado de sangre. —¡Señor! Están abriendo una brecha en nuestros muros… —se explicó fatigado—. Hemos neutralizado a todos los… —El sonido de la explosión de una mina zombi resonó cerca de ellos—, …enemigos que hemos podido.

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Cuando terminó de comentarle las noticias a su superior, un zombi extraviado avanzó arrastrándose por el suelo consiguiendo hincar sus pútridos dientes en la pierna del sargento. Muller acabó con la insignificante vida de los dos. —Si quieres hacer algo bien hecho, tienes que hacerlo tú mismo — se dijo Muller así mismo, y disparó en la cabeza a varios Fast Z que venían corriendo hacia él. Ahora sólo tenía una misión; acabar con la vida de Patrick, que le estaba buscando entre la marabunta superviviente que luchaban contra los zombis que entraban en el recinto, y salir de ese maldito sitio con la cura y junto con Abie para seguir produciendo la vacuna. «Esto no será más que un bache antes del comienzo de mi reinado» Se quiso convencer Muller, pensando que al final le saldría su plan más caro de la cuenta. Se abría a golpes contra las personas que interrumpían su paso, y a los que le suplicaban por sus vidas en ese momento, les contestaba con su arma quitándoselos de en medio. Así era Muller. Si sus proyectos no salían como había ordenado, sería él mismo quien los llevaría acabo. Y su forma de hacer las cosas, no eran mejor que de las que tenían los muertos vivientes para hacerse con sus víctimas. Una vez que comprendió que no saldría vivo de ahí, ni que llegaría a encontrar al quién buscaba, Muller se vio obligado a volver dentro del fuerte y con cientos de zombis pisándole los talones. Disparó a sus espaldas a una persona para que hiciera de cebo de los zombis que le perseguían, y entró justo a tiempo en el complejo. Después de atrancar la puerta principal que estaba siendo golpeada por la fuerza de la muchedumbre Z, descansó en el suelo pensando en su próximo movimiento. «Debe de estar aún en el blindado» Pensó Muller en Patrick, y que haber salido al exterior no fue una de sus mejores decisiones del día. Subió hasta la azotea para visualizar su situación con más detenimiento, para elaborar el plan de escape que ideó por el camino cuando se acordó del helicóptero que estaba a buen recaudo en el área de aterrizaje. Cuando llegó, cosa que le constó al abrirse a tiros con todo lo que molestaba por el camino, vio que había más gente que tuvo su misma idea. Varios soldados estaban cargando todo lo habían sustraído de valor del complejo en el vehículo para darse a la fuga, abandonando así a su superior en aquella batalla carnívora hambrienta. No lo iba a tolerar. Muller hizo uso de su buena puntería, y redujo a tiros a los tres soldados que intentaros escapar en su preciado medio de escape. Muller bloqueó los mandos del helicóptero para poder huir más adelante, antes de llevar a cabo su labor principal. «Debo encontrar a ese chico. Me las va ha pagar, aunque sea lo último que haga» Juró, ofuscándose cada vez más en sus deseos de venganza en vez de escapar y sobrevivir a la invasión zombi. En cambio, no tuvo que remover mucha tierra para encontrar a su enemigo.

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Patrick estaba de pies detrás de él, mirándolo con ojos odios y con la ropa manchada de sangre. El día se tornaba oscuro y la tormenta descargó entonces toda su furia sobre la batalla campal, tronando y lloviendo sobre los muertos vivientes que luchaban y se deleitaban de los supervivientes humanos que huían de ellos. Ahí, empapados por la tormenta, Muller y Patrick compartieron sus frías miradas durante largo tiempo revelándose sus claras intenciones de matarse el uno al otro. El militar pudo matarlo en cualquier momento, ya que su adversario no contaba con ninguna arma de largo alcance. Fue así, cuando entendieron que sus destinos no los acabaría otra persona ajenos a ellos, ni un zombi mutante, ni un infortuito accidente, ni siquiera los días futuros del apocalipsis zombi. —Solo he tenido que seguir a las ratas de quien huían para poder dar contigo —dijo Patrick sujetando con fuerza el machete ensangrentado que usó en su anterior víctima. En ese mismo instante, varios Fast Zombis salieron de la nada interrumpiéndoles la conversación mientras iban a por ellos con las fauces abiertas. Fue entonces, cuando los muertos vivientes pasaron de largo dejando a Patrick, llegando a centrarse tan sólo en el hombre que ahora les apuntaba con su arma. Tal vez fue casualidad, tal vez no lo vieron por alguna circunstancia. Pero algo le decía a Patrick, que aquellas gentes no muertas tenían de alguna forma respeto por la persona que les ayudó a conquistar el complejo militar. Patrick se había ganado un ejército de zombis, aunque en realidad pensó que todo se debió a la suerte y las extrañas circunstancias de que ninguno de ellos le atacara en ningún momento. —Debí matarte cuando tuve la oportunidad de hacerlo —mencionó Muller, después de que disparara contra los zombis que venían a matarle. Y sin malgastar más saliva, aquel duro militar enfocó el cañón de su arma para dar muerte a su enemigo. Sin embargo, su arma se vio sin munición ya que la había gastado en los muertos vivientes que ahora estaban tendidos en el suelo y con un agujero en la cabeza. —¿Dónde está ella? —preguntó Patrick con voz firme. —Muerta. —No creo que la matases tú mismo. Eres demasiado cobarde para ensuciarte las manos con sangre inocente. —Tienes razón. Fuiste tú quien la mató. —¿Cómo? —dijo con sorpresa. —Disparaste toda aquella potencia de fuego contra mí desde ese tanque, sin saber que tu querida amiga se encontraba en la misma sala donde me encontraba yo —le reveló con una sonrisa irritante. —No… —Me da igual si me crees como si no. Ella está muerta, eso te lo puedo asegurar. —¡Noooo! —Concentrando toda la ira en sus puños, soltó el machete tirándolo al suelo, para poder acabar con la vida de Muller con sus propias manos.

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La batalla estaba en su punto más álgido, cuando la resistencia humana consiguió expulsar a la horda zombi del edificio. Una vez que los soldados y los habitantes del complejo controlaron su pánico, y se concentraron en desarrollar una elaborada estrategia, consiguieron acabar con los suficientes zombis hasta conducirlos hacia la salida. Ahora resistían atrancando las puertas con tablones, mesas, y todo el material que podía servir para frenar la fuerza zombi que golpea la puerta principal Los muertos vivientes siguieron apelotonándose y entrando por el muro que habían abierto, queriendo ahora entrar a por los humanos que estaban refugiados en el edificio. Entonces, al no poder entrar con sus propios medios primitivos, las minas zombis volvieron lentamente haciéndose paso entre la horda hasta que dieron ellas mismas con la solución. Eran monstruosamente gigantes. Se elevaban grandiosas ante los simples zombis, revelando sus desagradables forúnculos infecciosos, y sus grandísimas cúpulas cárnicas donde hallaban la suficiente potencia para esparcir su virus, y destruir todo lo que encontarían a su paso incluido a sus propios hermanos. Estaban desnudas, dejándose ver las enormes jorobas en carne viva llenas de quistes, caminando con sus desniveladas piernas mutantes mientras arrastraban los malformados brazos que terminaban en desfigurantes bolas cárnicas con irregulares dedos en forma de púas. Esos terribles seres, usaron lo que eran sus manos a modo de maza para derribar la puerta principal, cosa que no consiguieron. Cuando comprendieron que por la fuerza no iban a tirar la puerta abajo, se inmolaron para poder abrir un boquete en la pared lo suficientemente grande como para dejar entrar a todo el ejército zombi. Cinco explosiones resonaron como una sola fuerte detonación, a lo largo de todo el territorio donde se encontraba aquella confrontación. Muller peleaba contra su enemigo cuando la potente explosión hizo que el complejo temblase en sus pies, consiguiendo así que perdiera el equilibrio dándose de bruces contra el suelo. Una torre del complejo, que en su día fue un colegio privado, se desplomó llevándose consigo parte de la estructura vecina. Patrick vio en ese momento como se le estaba presentado una buena oportunidad para acabar de una vez por todas con Muller. Estaba tumbado en el suelo, indefenso, con un corte que él mismo le había producido en el pómulo izquierdo, privándolo de ver por un ojo al cegarle la sangre que le caía por la herida. Cogió un hierro afilado que recogió del suelo, y se dispuso definitivamente a matarlo ahí mismo. Pero el militar se percató de las intenciones de Patrick, e hizo uso de sus habilidades para defenderse. De una patada, que le lanzó desde el suelo a la rótula de su adversario, logró ponerlo de rodillas al tiempo que con su otra pierna le asestaba una llave que le redujo tirándolo finalmente al húmedo asfalto. «Eres muy lento, Patrick. Piensas mucho en realizar tus movimientos» Pensó Muller, cogiendo la misma arma que pensó su enemigo en usar contra él.

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—¡Muérete de una vez, desaparece de mi vista! —expresó Muller alzando el afilado hierro que sostenía ahora entre sus manos. En cambio, algo hizo que en ese momento aquel orgulloso hombre cambiara de opinión. «¿Qué demonios…?» Se dijo al ver cómo un afilado trozo de metal le atravesaba su pecho, justo cuando tenía la victoria en la palma de su mano. —¡El que va a morir eres tú, maldito cabrón! —le dijo la voz de una mujer a sus espaldas. Desde su espalda, la mujer sacó el arma que había utilizado para atravesar a Muller, poniéndose ahora delante de él para revelar su identidad. —Todo es por mi culpa… —se dijo Muller cabizbajo al comprender en todo lo que había fallado—. Os debí matar a ambos hace tiempo. Sobre todo a ti, Sharon. —Jódete. —Le enseñó su dedo corazón sobre los demás—. No seas un niño llorón y muérete con algo de dignidad. —¡Que os den! ¡Que os den a los dos! —dijo furioso, aunque en realidad lo hizo con envidia al ver cómo aquellas dos personas se fundían en un largo y húmedo beso, jactándose de haberlo vencido. —No —expresó Sharon con una macabra sonrisa, seguido por coger fuertemente un machete tirado en el suelo con sus frías y asesinas manos—. Al quien le van a dar, es a ti. —No tienes cojones —le retó Muller estando de rodillas ante ella. «No debiste incitarla…» Pensó Patrick, apartando la vista de lo que iba a suceder. —¡Muere de una puta vez, maldito hijoputa! —Y soltando toda su rabia contra Muller, Sharon dio por finalizada su macabra venganza. Sharon sujetaba la cabeza decapitada del militar, y se acercó hacia el bordillo de la zona de aterrizaje. Ahí, los zombis se apelotonaron queriendo subirse entre ellos hasta que crearon una barricada, para poder conseguir las gotas de sangre que caían sobre sus putrefactas cabezas. Patrick se quedó abrazado a su querida amiga, mientras ella se parecía divertir haciendo sufrir a los zombis enseñándoles su trofeo. Siendo finalmente complaciente con los muertos vivientes, Sharon les regaló la cabeza de Muller tirándosela hasta que se perdió en aquel océano de muerte y destrucción. «No tuviste que haber salido a por nosotros... Debiste conformarte con que ya tenías». Concluyó Sharon, apreciando la sangrienta escena de ver a todos los zombis pelearse por la cabeza de Muller. —¡Abie! —la llamó entonces Sharon al ver a su amiga en el helicóptero. —Debo confesar que me había olvidado de ella —reveló Patrick contento de ver de nuevo a la anciana mujer. —Nos encontramos por casualidad en los pasillos del complejo. Ella me dijo que intentaría poner en marcha el helicóptero, mientras yo iba a buscarte.

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—¡Vámonos tenemos que irnos, esto se va ha venir abajo dentro de poco! —aseguró Abie, presintiendo que estaba todo apunto de derrumbarse—. ¡Vamos, Sharon, Patrick! —¡Un momento! —pidió Patrick, queriendo confesar lo que sentía a su amiga de una vez por todas—. Pensé que estabas muerta… —dijo mirándola ahora a los ojos. —Aquí me tienes. Ésta vez he venido yo misma a rescatarte. —Te amo, Sharon. He estado ciego durante estos años, al no entender lo que sentías hacia mí —le confesó sujetando delicadamente la cara de la muchacha—. ¿Podrás perdonarme? —No me dejes…, no me dejes nunca, Patrick —le rogó con voz llorosa y llena de alegría. —Jamás, lo juro —la prometió, como hizo aquella vez en el pasado cuando la rescató en aquella casa de las frías y muertas manos del infectado Dr. Hikaru. «Él me lo ha prometido, y siempre cumple lo que promete —Pensó Sharon contenta de estar con el hombre de su vida—. Ahora tengo todo lo que siempre he querido…, seremos felices para toda la eternidad». Y con ése último pensamiento en el asiento del helicóptero, se quedó dormida en el regazo de su salvador, su querido amigo, y su primer y único amor. Dejaron el complejo militar, aún con la resistencia militar luchando con lo poco que tenían contra los innumerables zombis, que se perdían en el infinito siendo cada vez más. Terminando por abandonarlos a su suerte, Patrick y Sharon, junto con Abie pilotando aquel helicóptero, se marcharon por el horizonte hacia ninguna parte con la cura que pondría fin a la existencia de los muertos vivientes, y con un prometedor futuro por delante. «Padre, al final hemos vencido... Toda vuestra lucha no ha sido en vano, ahora podéis descansar en paz» Se dijo Abie, viendo la foto de su padre que tenía en su colgante, recordando también a su querido amigo el doctor Hikaru y todos los que murieron para conseguir aquel gratificante final.

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AQUÍ CONCLUYE LA HISTORIA QUE SUFRIERON SHARON Y PATRICK EN EL APOCALIPSIS ZOMBI Una vez que se conoció el origen del mal, su extensión por el mundo, y de haber concluido en erradicarlo al conseguir una cura, los protagonistas que vivieron su propio Apocalipsis, descansaron cuando la luz por fin venció a la oscuridad. Aún habiendo conseguido una gloriosa victoria al destruir a todos los zombis del planeta, y una vez que se reconstruyeron los gobiernos de todos los países después de varios años, librándose de una vez por todas de la molesta radiación, la amenaza del mal seguiría presente en las vidas de los humanos, siempre que sean malvados con ellos mismos, egoístas, e insensatos a la hora de gobernar en el mundo. Al final, el sacrificio de muchos, determinó la clara victoria en la batalla del bien contra el mal. ¿Pero serán esta vez los humanos inteligentes, a la hora de usar su poder para hacer el bien? ¿Serán ellos los que se destruyan así mismos? O tal vez, otra amenaza tendrá que volver a la tierra, para enseñarlos a convivir en paz y armonía valorando la luz que guía sus oscuras vidas. El futuro es incierto… Pero Patrick y Sharon tuvieron aquel día una corazonada, que les reveló que iban a disfrutar el uno del otro en paz para siempre.

FIN

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AGRADECIMIENTOS Gracias por haberte leído el segundo volumen de historias de terror. Desde que empecé en el verano del 2011 a escribir la primera historia de los zombis, supe de alguna forma que tenía que alargarla para darle el final que te acabas de leer. Para mí, la trilogía de los muertos vivientes ha sido mi preferida y con la que más entusiasmo he trabajado. Ahora solo me falta por decir que he terminado este camino de escribir aventurillas fáciles y prácticamente improvisadas, para adentrarme en algo más complicado, ya que mi intención en el futuro será escribir mejor y seguir contando historias mucho más personales. Muchas gracias de nuevo por dedicarme tu tiempo. Nos veremos en el siguiente libro que escribiré, y que a algunos os sonará, titulado por ahora; Sombras de Marte.

http://europeinthedark.blogspot.com/

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