AUTOR: JAIRO GARCES VELASCO 1
PORTADA……………………………………………………………………………
INDICE……………………………………………………………………………….
LA SIRENITA……………………………………………………………………….
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LOS TRES CERDITOS……………………………………………………………..
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CAPERUCITA ROJA……………………………………………………………….
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BLANCA NIEVES………………………………………………………………….
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PINOCHO…………………………………………………………………………..
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EL SASTRE Y EL GIGANTE……………………………………………………..
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SIMBAD EL MARINO…………………………………………………………….
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RICITOS DE ORO …………………………………………………………………
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LA RATITA PRESUMIDA………………………………………………………..
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SOLDADITO DE PLOMO………………………………………………………...
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REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS…………………………………………….
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PLANIFICACION…………………………………………………………………
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En el fondo del más azul de los océanos había un maravilloso palacio en el cual habitaba el Rey del Mar, un viejo y sabio tritón que tenía una abundante barba blanca. Vivía en
Hans Christian Andersen
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En el fondo del más azul de los océanos
había
un
maravilloso palacio en el cual habitaba el Rey del Mar, un viejo y sabio tritón que tenía una abundante barba blanca.
Vivía
en
esta
espléndida mansión de coral multicolor y de conchas preciosas, junto a sus hijas, cinco bellísimas sirenas. La Sirenita, la más joven, además de ser la más bella poseía una voz maravillosa; cuando cantaba acompañándose con el arpa, los peces acudían de todas partes para escucharla, las conchas se abrían, mostrando sus perlas, y las medusas al oírla dejaban de flotar. La pequeña sirena casi siempre estaba cantando, y cada vez que lo hacía levantaba la vista buscando la débil luz del sol, que a duras penas se filtraba a través de las aguas profundas. -¡Oh! ¡Cuánto me gustaría salir a la superficie para ver por fin el cielo que todos dicen que es tan bonito, y escuchar la voz de los hombres y oler el perfume de las flores! -Todavía eres demasiado joven -respondió la abuela-. Dentro de unos años, cuando tengas quince, el rey te dará permiso para subir a la superficie, como a tus hermanas. La Sirenita soñaba con el mundo de los hombres, el cual conocía a través de los relatos de sus hermanas, a quienes interrogaba durante horas para satisfacer su inagotable curiosidad cada vez que volvían de la superficie. En este tiempo, mientras esperaba salir a la superficie para conocer el universo ignorado, se ocupaba de su maravilloso jardín adornado con flores marítimas. Los caballitos de mar le hacían compañía y los delfines se le acercaban para jugar con ella; únicamente las estrellas de mar, quisquillosas, no respondían a su llamada. Por fin llegó el cumpleaños tan esperado y, durante toda la noche precedente, no consiguió dormir. A la mañana siguiente el padre la llamó y, al acariciarle sus largos y rubios cabellos, vio esculpida en su hombro una hermosísima flor.
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-¡Bien, ya puedes salir a respirar el aire y ver el cielo! ¡Pero recuerda que el mundo de arriba no es el nuestro, sólo podemos admirarlo! Somos hijos del mar y no tenemos alma como los hombres. Sé prudente y no te acerques a ellos. ¡Sólo te traerían desgracias! Apenas su padre terminó de hablar, La Sirenita le dio un beso y se dirigió hacia la superficie, deslizándose ligera. Se sentía tan veloz que ni siquiera los peces conseguían alcanzarla. De repente emergió del agua. ¡Qué fascinante! Veía por primera vez el cielo azul y las primeras estrellas centelleantes al anochecer. El sol, que ya se había puesto en el horizonte, había dejado sobre las olas un reflejo dorado que se diluía lentamente. Las gaviotas revoloteaban por encima de La Sirenita y dejaban oír sus alegres graznidos de bienvenida.
-¡Qué hermoso es todo! -exclamó feliz, dando palmadas. Pero su asombro y admiración aumentaron todavía: una nave se acercaba despacio al escollo donde estaba La Sirenita. Los marinos echaron el ancla, y la nave, así amarrada, se balanceó sobre la superficie del mar en calma. La Sirenita escuchaba sus voces y comentarios. “¡Cómo
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me gustaría hablar con ellos!”, pensó. Pero al decirlo, miró su larga cola cimbreante, que tenía en lugar de piernas, y se sintió acongojada: “¡Jamás seré como ellos!” A bordo parecía que todos estuviesen poseídos por una extraña animación y, al cabo de poco, la noche se llenó de vítores: “¡Viva nuestro capitán! ¡Vivan sus
veinte
años!”
La
pequeña sirena, atónita y extasiada,
había
descubierto mientras tanto al joven al que iba dirigido todo aquel alborozo. Alto, moreno, de porte real, sonreía feliz. La Sirenita no podía dejar de mirarlo y una extraña sensación de alegría y sufrimiento al mismo tiempo, que nunca había sentido con anterioridad, le oprimió el corazón. La fiesta seguía a bordo, pero el mar se encrespaba cada vez más. La Sirenita se dio cuenta en seguida del peligro que corrían aquellos hombres: un viento helado y repentino agitó las olas, el cielo entintado de negro se desgarró con relámpagos amenazantes y una terrible borrasca sorprendió a la nave desprevenida. -¡Cuidado! ¡El mar…! -en vano la Sirenita gritó y gritó. Pero sus gritos, silenciados por el rumor del viento, no fueron oídos, y las olas, cada vez más altas, sacudieron con fuerza la nave. Después, bajo los gritos desesperados de los marineros, la arboladura y las velas se abatieron sobre cubierta, y con un siniestro fragor el barco se hundió. La Sirenita, que momentos antes había visto cómo el joven capitán caía al mar, se puso a nadar para socorrerlo. Lo buscó inútilmente durante mucho rato entre las olas gigantescas. Había casi renunciado, cuando de improviso, milagrosamente, lo vio sobre la cresta blanca de una ola cercana y, de golpe, lo tuvo en sus brazos. El joven estaba inconsciente, mientras la Sirenita, nadando con todas sus fuerzas, lo sostenía para rescatarlo de una muerte segura. Lo sostuvo hasta que la tempestad amainó. Al alba, que despuntaba sobre un mar todavía lívido, la Sirenita se sintió feliz al acercarse a tierra y poder depositar el cuerpo del joven sobre la arena de la playa. Al no poder andar, permaneció mucho tiempo a su lado con la cola lamiendo el agua, frotando las manos del joven y dándole calor con su cuerpo.
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Hasta que un murmullo de voces que se aproximaban la obligaron a buscar refugio en el mar. -¡Corran! ¡Corran! -gritaba una dama de forma atolondrada- ¡Hay un hombre en la playa! ¡Está vivo! ¡Pobrecito…! ¡Ha sido la tormenta…! ¡Llevémoslo al castillo! ¡No! ¡No! Es mejor pedir ayuda… La primera cosa que vio el joven al
recobrar el conocimiento fue el hermoso semblante de la más joven de las tres damas. -¡Gracias por haberme salvado! -le susurró a la bella desconocida. La Sirenita, desde el agua, vio que el hombre al que había salvado se dirigía hacia el castillo, ignorante de que fuese ella, y no la otra, quien lo había salvado. Pausadamente nadó hacia el mar abierto; sabía que, en aquella playa, detrás suyo, había dejado algo de lo que nunca hubiera querido separarse. ¡Oh! ¡Qué maravillosas habían sido las horas transcurridas durante la tormenta teniendo al joven entre sus brazos! Cuando llegó a la mansión paterna, la Sirenita empezó su relato, pero de pronto sintió un nudo en la garganta y, echándose a llorar, se refugió en su habitación. Días y más días permaneció encerrada sin querer ver a nadie, rehusando incluso hasta los alimentos. Sabía que su amor por
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el joven capitán era un amor sin esperanza, porque ella, la Sirenita, nunca podría casarse con un hombre. Sólo la Hechicera de los Abismos podía socorrerla. Pero ¿a qué precio? A pesar de todo decidió consultarla.
-¡por consiguiente, quieres deshacerte de tu cola de pez! Y supongo que querrás dos piernas. ¡De acuerdo! Pero deberás sufrir atrozmente y, cada vez que pongas los pies en el suelo sentirás un terrible dolor. -¡No me importa -respondió la Sirenita con lágrimas en los ojos- a condición de que pueda volver con él! ¡No he terminado todavía! -dijo la vieja-. ¡Deberás darme tu hermosa voz y te quedarás muda para siempre! Pero recuerda: si el hombre que amas se casa con otra, tu cuerpo desaparecerá en el agua como la espuma de una ola. -¡Acepto! -dijo por último la Sirenita y, sin dudar un instante, le pidió el frasco que contenía la poción prodigiosa. Se dirigió a la playa y, en las proximidades de su mansión, emergió a la superficie; se arrastró a duras penas por la orilla y se bebió la pócima de la hechicera.
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Inmediatamente, un fuerte dolor le hizo perder el conocimiento y cuando volvió en sí, vio a su lado, como entre brumas, aquel semblante tan querido sonriéndole. El príncipe allí la encontró y, recordando que también él fue un náufrago, cubrió tiernamente con su capa aquel cuerpo que el mar había traído.
-No temas -le dijo de repente-. Estás a salvo. ¿De dónde vienes? Pero la Sirenita, a la que la bruja dejó muda, no pudo responderle. -Te llevaré al castillo y te curaré. Durante los días siguientes, para la Sirenita empezó una nueva vida: llevaba maravillosos vestidos y acompañaba al príncipe en sus paseos. Una noche fue invitada al baile que daba la corte, pero tal y como había predicho la bruja, cada paso, cada movimiento de las piernas le producía atroces dolores como premio de poder vivir junto a su amado. Aunque no pudiese responder con palabras a las atenciones del príncipe, éste le tenía afecto y la colmaba de gentilezas. Sin embargo, el joven tenía en su corazón a la desconocida dama que había visto cuando fue rescatado después del naufragio. Desde entonces no la había visto más porque, después de ser salvado, la desconocida dama tuvo que partir de inmediato a su país. Cuando estaba con la Sirenita, el príncipe le profesaba a ésta un sincero afecto, pero no desaparecía la otra de su pensamiento. Y la pequeña sirena, que se daba cuenta de que no era ella la predilecta del joven, sufría aún más. Por las noches, la Sirenita dejaba a escondidas el castillo para ir a llorar junto a la playa.
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Pero el destino le reservaba otra sorpresa. Un día, desde lo alto del torreón del castillo, fue avistada una gran nave que se acercaba al puerto, y el príncipe decidió ir a recibirla acompañado de la Sirenita. La desconocida que el príncipe llevaba en el corazón bajó del barco y, al verla, el joven corrió feliz a su encuentro. La Sirenita, petrificada, sintió un agudo dolor en el corazón. En aquel momento supo que perdería a su príncipe para siempre. La desconocida dama fue pedida en matrimonio por el príncipe enamorado, y la dama lo aceptó con agrado, puesto que ella también estaba enamorada. Al cabo de unos días de celebrarse la boda, los esposos fueron invitados a hacer un viaje por mar en la gran nave que estaba amarrada todavía en el puerto. La Sirenita también subió a bordo con ellos, y el viaje dio comienzo. Al caer la noche, la Sirenita, angustiada por haber perdido para siempre a su amado, subió a cubierta. Recordando la profecía de la hechicera, estaba dispuesta a sacrificar su vida y a desaparecer en el mar. Procedente del mar, escuchó la llamada de sus hermanas: -¡Sirenita! ¡Sirenita! ¡Somos nosotras, tus hermanas! ¡Mira! ¿Ves este puñal? Es un puñal
mágico que hemos obtenido de la bruja a cambio de nuestros cabellos. ¡Tómalo y, antes de que amanezca, mata al príncipe! Si lo haces, podrás volver a ser una sirenita como antes y olvidarás todas tus penas.
Como en un sueño, la Sirenita, sujetando el puñal, se dirigió hacia el camarote de los esposos. Mas cuando vio el semblante del príncipe durmiendo, le dio un beso furtivo y subió de nuevo
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a cubierta. Cuando ya amanecía, arrojó el arma al mar, dirigió una última mirada al mundo que dejaba y se lanzó entre las olas, dispuesta a desaparecer y volverse espuma. Cuando el sol despuntaba en el horizonte, lanzó un rayo amarillento sobre el mar y, la Sirenita, desde las aguas heladas, se volvió para ver la luz por última vez. Pero de improviso, como por encanto, una fuerza misteriosa la arrancó del agua y la transportó hacia lo más alto del cielo. Las nubes se teñían de rosa y el mar rugía con la primera brisa de la mañana, cuando la pequeña sirena oyó cuchichear en medio de un sonido de campanillas: -¡Sirenita! ¡Sirenita! ¡Ven con nosotras! -¿Quiénes son? -murmuró la muchacha, dándose cuenta de que había recobrado la voz-. ¿Dónde están? -Estás con nosotras en el cielo. Somos las hadas del viento. No tenemos alma como los hombres, pero es nuestro deber ayudar a quienes hayan demostrado buena voluntad hacia ellos. La Sirenita, conmovida, miró hacia abajo, hacia el mar en el que navegaba el barco del príncipe, y notó que los ojos se le llenaban de lágrimas, mientras
las
hadas
le
susurraban: -¡Fíjate! Las flores de la tierra esperan que nuestras lágrimas se transformen en rocío de la mañana. ¡Ven con nosotras! Volemos hacia los países cálidos, donde el aire mata a los hombres, para llevar ahí un viento fresco. Por donde pasemos llevaremos socorros y consuelos, y cuando hayamos hecho el bien durante trescientos años, recibiremos un alma inmortal y podremos participar de la eterna felicidad de los hombres -le decían. -¡Tú has hecho con tu corazón los mismos esfuerzos que nosotras, has sufrido y salido victoriosa de tus pruebas y te has elevado hasta el mundo de los espíritus del aire, donde no depende más que de ti conquistar un alma inmortal por tus buenas acciones! -le dijeron. Y la Sirenita, levantando los brazos al cielo, lloró por primera vez.
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Oyéronse de nuevo en el buque los cantos de alegría: vio al Príncipe y a su linda esposa mirar con melancolía la espuma juguetona de las olas. La Sirenita, en estado invisible, abrazó a la esposa del Príncipe, envió una sonrisa al esposo, y en seguida subió con las demás hijas del viento envuelta en una nube color de rosa que se elevó hasta el cielo. FIN
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Al lado de sus padres, tres cerditos habían crecido alegres en una cabaña del bosque. Y como ya eran mayores, sus papas decidieron que era hora de que construyeran, cada uno, su propia casa. Los tres cerditos se despidieron de sus papas, y fueron a ver cómo era el mundo, y encontraron un bonito lugar cerca del bosque donde construir sus tres casitas. El primer cerdito, el perezoso de la familia, decidió hacer una casa de paja. En un minuto la choza estaba ya hecha. Y entonces se fue a dormir. El segundo cerdito, un glotón, prefirió hacer la cabaña de madera. No tardó mucho en construirla. Y luego se fue a comer manzanas. El tercer cerdito, muy trabajador, opto por construirse una casa de ladrillos y cemento. Tardaría más en construirla, pero estaría más protegido. Después de un día de mucho trabajo, la casa quedo preciosa. Pero ya se empezaba a oír los aullidos del lobo en el bosque. No tardo mucho para que el lobo se acercara a las casas de los tres cerditos. Hambriento, el lobo se dirigió a la primera casa y dijo: – ¡Ábreme la puerta! ¡Ábreme la puerta o soplare y tu casa tirare! Como el cerdito no la abrió, el lobo
soplo
con
fuerza,
y
derrumbo la casa de paja. El cerdito, temblando de miedo, salió corriendo y entro en la casa de madera de su hermano. El lobo le siguió. Y delante de la segunda casa, llamo a la puerta, y dijo: –
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¡Ábreme la puerta! ¡Ábreme la puerta o soplare y tu casa tirare!
Pero el segundo cerdito no la abrió y el lobo soplo y soplo, y aunque la casita de madera aguantó mucho más que la casita de paja, al final la casita se fue por los aires. Asustados, los dos cerditos corrieron y entraron en la casa de ladrillos de su otro hermano. Pero, como el lobo estaba decidido a comérselos, llamo a la puerta y grito: – ¡Ábreme la puerta! ¡Ábreme la puerta o soplare y tu casa tirare! Y el cerdito trabajador le dijo:
– ¡Soplas lo que quieras, pero no la abriré!
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Entonces el lobo soplo y soplo. Soplo con todas sus fuerzas, pero la casa ni se movió. La casa era muy fuerte y resistente. El lobo se quedó casi sin aire. Pero, aunque el lobo estaba muy cansado, no desistía. Después de dar vueltas y vueltas a la casa, y no encontrar ningún lugar por donde entrar, pensó en subir al tejado, trajo una escalera, subió a la casa y se deslizo por la chimenea. Estaba empeñado en entrar en la casa y comer a los tres cerditos como fuera. Pero lo que el no sabía es que los cerditos pusieron al final de la chimenea, un caldero con agua hirviendo. Y el lobo, al caerse por la chimenea acabo quemándose con el agua caliente. Dio un enorme grito y salió corriendo y nunca mas volvió por aquellos parajes. Así los cerditos pudieron vivir tranquilamente. Y tanto el perezoso como el glotón aprendieron que solo con el trabajo se consigue las cosas. Y enseguida se pusieron manos a la obra, y construyeron otras dos casas de ladrillos, y nunca más tuvieron problemas con ningún lobo. Los tres cerditos contentos
FIN
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CHARLES PERRAULT
Había una vez una adorable niña que era querida por todo aquél que la conociera, pero sobre todo por su abuelita, y no quedaba nada que no le hubiera dado a la niña. Una vez le regaló una
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pequeña caperuza o gorrito de un color rojo, que le quedaba tan bien que ella nunca quería usar otra cosa, así que la empezaron a llamar Caperucita Roja. Un día su madre le dijo: “Ven, Caperucita Roja, aquí tengo un pastel y una botella de vino, llévaselas en esta canasta a tu abuelita que esta enfermita y débil y esto le ayudará. Vete ahora temprano, antes de que caliente el día, y en el camino, camina tranquila y con cuidado, no te apartes de la ruta, no vayas a caerte y se quiebre la botella y no quede nada para tu abuelita. Y cuando entres a su dormitorio no olvides decirle, “Buenos días”, ah, y no andes curioseando por todo el aposento.” “No te preocupes, haré bien todo”, dijo Caperucita Roja, y tomó las cosas y se despidió cariñosamente. La abuelita vivía en el bosque, como a un kilómetro de su casa. Y no más había entrado Caperucita Roja en el bosque, siempre dentro del sendero, cuando se encontró con un lobo. Caperucita Roja no sabía que esa criatura pudiera hacer algún daño, y no tuvo ningún temor hacia él.
“Buenos días, Caperucita Roja,” dijo el lobo. “Buenos días, amable lobo.” – “¿Adónde vas tan temprano, Caperucita Roja?” – “A casa de mi abuelita.”
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– “¿Y qué llevas en esa canasta?” – “Pastel y vino. Ayer fue día de hornear, así que mi pobre abuelita enferma va a tener algo bueno para fortalecerse.” – “¿Y adonde vive tu abuelita, Caperucita Roja?” – “Como a medio kilómetro más adentro en el bosque. Su casa está bajo tres grandes robles, al lado de unos avellanos. Seguramente ya los habrás visto,” contestó inocentemente Caperucita Roja. El lobo se dijo en silencio a sí mismo: “¡Qué criatura tan tierna! qué buen bocadito – y será más sabroso que esa viejita. Así que debo actuar con delicadeza para obtener a ambas fácilmente.” Entonces acompañó a Caperucita Roja un pequeño tramo del camino y luego le dijo: “Mira Caperucita Roja, que lindas flores se ven por allá, ¿por qué no vas y recoges algunas? Y yo creo también que no te has dado cuenta de lo dulce que cantan los pajaritos. Es que vas tan apurada en el camino como si fueras para la escuela, mientras que todo el bosque está lleno de maravillas.” Caperucita Roja levantó sus ojos, y cuando vio los rayos del sol danzando aquí y allá entre los árboles, y vio las bellas flores y el canto
de
los
pájaros,
pensó:
“Supongo que podría llevarle unas de estas flores frescas a mi abuelita y que le encantarán. Además, aún es muy temprano y no habrá problema si me atraso un poquito, siempre llegaré a buena hora.” Y así, ella se salió del camino y se fue a cortar flores. Y cuando cortaba una, veía otra más bonita, y otra y otra, y sin darse cuenta se fue adentrando en el bosque. Mientras tanto el lobo aprovechó el tiempo y corrió directo a la casa de la abuelita y tocó a la puerta. “Quién es?” preguntó la abuelita. “Caperucita Roja,” contestó el lobo. “Traigo pastel y vino. Ábreme, por favor.” – “Mueve la cerradura y abre tú,” gritó la abuelita, “estoy muy débil y no me puedo levantar.”
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El lobo movió la cerradura, abrió la puerta, y sin decir una palabra más, se fue directo a la cama de la abuelita y de un bocado se la tragó. Y enseguida se puso ropa de ella, se colocó un gorro, se metió en la cama y cerró las cortinas. Mientras tanto, Caperucita Roja se había quedado colectando flores, y cuando vio que tenía tantas que ya no podía llevar más, se acordó de su abuelita y se puso en camino hacia ella. Cuando llegó, se sorprendió al encontrar la puerta abierta, y al entrar a la casa, sintió tan extraño presentimiento que se dijo para sí misma: “¡Oh Dios! que incómoda me siento hoy, y otras veces que me ha gustado tanto estar con abuelita.” Entonces gritó: “¡Buenos días!”, pero no hubo respuesta, así que fue al dormitorio y abrió las cortinas. Allí parecía estar la abuelita con su gorro cubriéndole toda la cara, y con una apariencia muy extraña. “¡!¡Oh, abuelita!” dijo, “qué orejas tan grandes que tienes.” – “Es para oírte mejor, mi niña,” fue la respuesta. “Pero abuelita, qué ojos tan grandes que tienes.” – “Son para verte mejor, querida.” – “Pero abuelita, qué brazos tan grandes que tienes.” – “Para abrazarte mejor.” – “Y qué boca tan grande que tienes.” – “Para comerte mejor.” Y no había terminado de decir lo anterior, cuando de un salto salió de la cama y se tragó también a Caperucita Roja. Entonces el lobo decidió hacer una siesta y se volvió a tirar en la cama, y una vez dormido empezó a roncar fuertemente. Un cazador que por casualidad pasaba en ese momento por allí, escuchó los fuertes ronquidos y pensó, ¡Cómo ronca esa viejita! Voy a ver si necesita alguna ayuda. Entonces ingresó al dormitorio, y cuando se acercó a la cama vio al lobo tirado allí. “¡Así que te encuentro aquí, viejo pecador!” dijo él. “Hacía tiempo que te buscaba!”
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Y ya se disponía a disparar su arma contra él, cuando pensó que el lobo podría haber devorado a la viejita y que aún podría ser salvada, por lo que decidió no disparar. En su lugar tomó unas tijeras y empezó a cortar el vientre del lobo durmiente. En cuanto había hecho dos cortes, vio brillar una gorrita roja, entonces hizo dos cortes más y la pequeña Caperucita Roja salió rapidísimo, gritando: “¡Qué asustada que estuve, qué oscuro que está ahí dentro del lobo!”, y enseguida salió también la abuelita, vivita, pero que casi no podía respirar. Rápidamente, Caperucita Roja trajo muchas piedras con las que llenaron el vientre del lobo. Y cuando el lobo despertó, quiso correr e irse lejos, pero las piedras estaban tan pesadas que no soportó el esfuerzo y cayó muerto. Las tres personas se sintieron felices. El cazador le quitó la piel al lobo y se la llevó a su casa. La abuelita comió el pastel y bebió el vino que le trajo Caperucita Roja y se reanimó. Pero Caperucita Roja solamente pensó: “Mientras viva, nunca me retiraré del sendero para internarme en el bosque, cosa que mi madre me había ya prohibido hacer.”
FIN
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Érase una vez una hermosa reina que deseaba ardientemente la llegada de una niña. Un día que se encontraba sentada junto a la ventana en su aro de ébano, se picó el dedo con la aguja, y
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pequeñas gotas de sangre cayeron sobre la nieve acumulada en el antepecho de la ventana. La reina contempló el contraste de la sangre roja sobre la nieve blanca y suspiro. ¡Como quisiera tener una hija que tuviera la piel tan blanca como la nieve, los labios rojos como la sangre y el cabello negro como el ébano! Poco tiempo después, su deseo se hizo realidad al nacerle una hermosa niña con piel blanca, labios rojos y cabello negro a quien dio el nombre de Blanca Nieves. Desafortunadamente, la reina murió cuando la niña era muy pequeña y el padre de Blanca Nieves contrajo matrimonio con una hermosa mujer y cruel que se preocupaba más de su apariencia física que de hacer buenas acciones. La nueva Reina poseía un espejo mágico que podía responderle a todas las preguntas que ella le hacía. Pero la única que le interesaba era: Espejo mágico, ¿quién es la más hermosa del reino? y éste respondía: Tú eres, oh reina, la más hermosa de todas las mujeres. Y fueron pasando los años. Un día la reina preguntó como siempre a su espejo mágico: ¿Quién es la más bella? dijo la reina. Pero esta vez el espejo contestó. Es verdad que su majestad es muy hermosa; pero ¡Blanca Nieves es la más hermosa del reino! Entonces la reina, llena de ira y de envidia, mando a llamar a su más fiel cazador. ¡Llévate a Blanca Nieves a lo más profundo del bosque y mátala! y como prueba de haber realizado mi orden, tráeme en este cofre su corazón.
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El cazador inclinó la cabeza en signo de obediencia y fue en busca de Blanca Nieves. ¿Adónde vamos? preguntó Blanca Nieves. A dar un paseo por el bosque su Alteza, respondió el cazador. El pobre hombre acongojado, sabía que sería incapaz de ejecutar las órdenes de la Reina. Al llegar al medio del bosque, el cazador explico a Blanca Nieves lo que sucedía y le dijo: ¡Corre vete lejos de aquí y escóndete en donde la Reina no pueda encontrarte, y no regreses jamás a palacio! y dejó que huyera, sustituyendo su corazón por el de un jabalí.
“La Reina creerá que es el corazón de Blanca Nieves” pensó el cazador. “Así la princesa y yo viviremos más tiempo”. Blanca Nieves se encontró sola en medio de la oscuridad del bosque. Estaba aterrorizada. Creía ver ojos en todas partes y los ruidos que escuchaba le causaban mucho miedo. Corrió sin rumbo alguno. Vago durante horas, hasta que finalmente vio en un claro del bosque, una pequeña cabaña. ¿Hay alguien en casa? - pregunto mientras tocaba a la puerta. Como nadie respondía, Blanca Nieves la empujó y entró. En medio de la pieza vio una mesa redonda puesta para siete comensales. Sintiéndose segura y al abrigo, subió las escaleras que conducían a la planta alta donde descubrió, una al lado de las otras siete camas pequeñas. “haré una pequeña siesta” se dijo, ¡Estoy tan cansada! “. Entonces se acostó y se quedó profundamente dormida.
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La cabaña pertenecía a los siete enanitos del bosque. Eran muy pequeños, tenían barbas largas y llevaban sombreros de vivos colores. Esa noche regresaron de una larga jornada de trabajo en la mina de diamantes. ¡Miren! ¡Hay alguien durmiendo en nuestras camas! Uno de ellos tocó delicadamente el hombro de Blanca Nieves quien despertó sobresaltada. ¿Quién eres? ¿Qué haces aquí? preguntaron los enanitos sorprendidos. Blanca Nieves le contó su trágica historia y ellos la escucharon llenos de compasión. Quédate con nosotros. Aquí estarás segura. ¿Sabes preparar tartas de manzana? -preguntó uno de ellos. ¡Sí, sí! Puedo preparar cualquier cosa -respondió ella contenta. La tarta de manzana es nuestro postre preferido le dijeron. Blanca Nieves se ocupaba de las faenas de la casa mientras ellos trabajaban en la mina de diamantes, y en la noche ella les contaba divertidas historias. Sin embargo. Los enanitos se sentían inquietos por la seguridad de Blanca Nieves. No hables con extraños cuando estés sola. Y, sobre todo, ¡no le habrás la puerta a nadie! – le advertían al salir. No se preocupen. Tendré mucho cuidado -les prometía. Los meses pasaron y Blanca Nieves era cada vez más hermosa. Leía, bordaba y cantaba hermosas canciones. Algunas veces soñaba que se casaba con un apuesto príncipe. Entretanto la malvada Reina convencida de que Blanca Nieves estaba muerta, había cesado de interrogar a su espejo mágico. Pero una mañana decidió consultarlo de nuevo. ¿Es verdad que yo soy la más hermosa del reino? Preguntó
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No, tú no eres la más hermosa, la más hermosa -respondió el espejo- es Blanca Nieves sigue siendo la más hermosa del reino. ¡Pero Blanca Nieves está muerta! No contestó el espejo. Esta viva y habita con los siete enanitos del bosque. La Reina encolerizada mandó a buscar al cazador, pero este se había marchado del palacio. Entonces empezó a pensar como haría para deshacerse ella misma de la joven de una vez por todas. Blanca Nieves estaba preparando una tarta cuando una vieja aldeana se acercó a la casita. Era la
malvada
disfrazada
Reina de
mendiga. Veo
que
estas
preparando una tarta de manzanas -dijo la anciana
asomándose
por la ventana de la cocina. Si
respondió
nerviosamente Blanca Nieves. Le ruego me disculpe, pero no puedo hablar con extraños. ¡Tienes razón! respondió la Reina. Yo simplemente quisiera regalarte una manzana. Las vendo para vivir y quizás un día quieras comprar. Son deliciosas ya verás. La Reina corto un trozo de manzana y se lo llevo a la boca. ¿Ves hijita? Una manzana no puede hacerte ningún mal. ¡Disfrútala! Y se alejó lentamente.
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Blanca Nieves no podía alejar sus ojos de la manzana. ¡No solo parecía inofensiva, si no que se veía jugosa e irresistible! No puede estar envenenada la anciana comió un trozo, se dijo. La pobre Blanca Nieves se dejó engañar. ¡La malvada reina había envenenado la otra mitad de la manzana! Poco después de haber mordido la manzana Blanca Nieves cayo desmayada y una muerte aparente hizo su efecto de inmediato. Allí encontraron los siete enanos al regresar de la mina. ¡Esto sin duda alguna es obra de la Reina! -gritaron angustiados mientras intentaban reavivar a Blanca Nieves. Pero todo era en vano, la muchacha inmóvil, no daban ninguna señal de vida. Su aliento no empañaba el espejo que los enanitos le ponían cerca de la boca. Los siete enanitos lloraban amargamente la muerte de Blanca Nieves y no querían que de estaba dormida. Posiblemente pensaron, era víctima de un hechizo. Entonces
decidieron
ponerla dentro de una urna de cristal y hacer turnos para cuidarla. Un
día
un
joven
Príncipe. que pasaba por el bosque oyó hablar de la hermosa princesa que
yacía
ninguna
manera separarse de ella. Tal era su belleza que a la vera daba la impresión de que en la urna de cristal.
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¡Como quisiera verla! Pensaba mientras se dirigía a la casa de los siete enanitos. Al verla, el príncipe se enamoró inmediatamente de ella. ¡Era la joven más hermosa que jamás había visto! ¡por favor déjenme cuidarla! suplicó a los siete enanitos. Yo velare su sueño y la protegeré por el resto de mi vida. En un comienzo los enanitos se negaron, pero después aceptaron pensando que Blanca Nieves estaría más segura en el castillo. Cuando los lacayos del príncipe levantaron la urna de cristal para llevársela, uno de ellos se tropezó y el cofre se sacudió. El trozo de manzana envenenada cayo de la boca de Blanca Nieves. Sus mejillas, hasta entonces de un pálido mortal, comenzaron a teñirse de rosa y sus ojos se abrieron lentamente. Los enanitos no podían contener su alegría, mient4as Blanca Nieves se arrodillaba al pie de Blanca Nieves. Deseo con todo mi corazón que seas mi esposa- susurro el príncipe conmovido. Blanca Nieves que se había enamorado del apuesto príncipe, le respondió: Si seré tu esposa. La boda se celebró con una gran fiesta. La malvada fue perdonada e invitada. ¡Pero cuando vio la belleza y dulzura de Blanca Nieves, se llenó de tal rabia y envidia, que cayó muerta al instante!
Blanca Nieves y el Príncipe vivieron felices en un hermoso castillo, y los siete castillos nunca tuvieron que regresar a trabajar a la mina de diamantes.
FIN
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Érase una vez, un carpintero llamado Gepetto, decidió construir un muñeco de madera, al que llamó Pinocho. Con él, consiguió no sentirse tan solo como se había sentido hasta aquel momento.
- ¡Qué bien me ha quedado! - exclamó una vez acabado de construir y de pintar-. ¡Cómo me gustaría que tuviese vida y fuese un niño de verdad!
Como había sido muy buen hombre a lo largo de la vida, y sus sentimientos eran sinceros. Un hada decidió concederle el deseo y durante la noche dio vida a Pinocho.
Al día siguiente, cuando Gepetto se dirigió a su taller, se llevó un buen susto al oír que alguien le saludaba:
- ¡Hola papá! - dijo Pinocho.
- ¿Quién habla? - preguntó Gepetto.
- Soy yo, Pinocho. ¿No me conoces? – le preguntó. Gepetto se dirigió al muñeco.
- ¿Eres tu? ¡Parece que estoy soñando, por fin tengo un hijo!
Gepetto quería cuidar a su hijo como habría hecho con cualquiera que no fuese de madera. Pinocho tenía que ir al colegio, aprender y conocer a otros niños. Pero el
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carpintero no tenía dinero, y tuvo que vender su abrigo para poder comprar una cartera y los libros. A partir de aquel día, Pinocho empezó a ir al colegio con la compañía de un grillo, que le daba buenos consejos.
Pero, como la mayoría de los niños, Pinocho prefería ir a divertirse que ir al colegio a aprender, por lo que no siempre hacía caso del grillo. Un día, Pinocho se fue al teatro de títeres para escuchar una historia. Cuando le vio, el dueño del teatro quiso quedarse con él:
-¡Oh, Un títere que camina por si mismo, y habla! Con él en la compañía, voy a hacerme rico – dijo el titiritero, pensando que Pinocho le haría ganar mucho dinero.
A pesar de las recomendaciones del pequeño grillo, que le decía que era mejor irse de allí, Pinocho decidió quedarse en el teatro, pensando que así podría ganar dinero para comprar un abrigo nuevo a Gepetto, que había vendido el suyo para comprarle los libros.
Y así hizo, durante todo el día estuvo actuando para el titiritero. Pasados unos días, cuando quería volver a casa, el dueño del teatro de marionetas le dijo que no podía irse, que tenía que quedarse con él.
Pinocho se echó a llorar tan y tan desconsolado, que el dueño le dio unas monedas y le dejó marchar. De vuelta a casa, el grillo y Pinocho, se cruzaron con dos astutos ladrones
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que convencieron al niño de que si enterraba las monedas en un campo cercano, llamado el “campo de los milagros”, el dinero se multiplicaría y se haría rico.
Confiando en los dos hombres, y sin escuchar al grillo que le advertía del engaño, Pinocho enterró las monedas y se fue. Rápidamente, los dos ladrones se llevaron las monedas y Pinocho tuvo que volver a casa sin monedas.
Durante los días que Pinocho había estado fuera, Gepetto se había puesto muy triste y, preocupado, había salido a buscarle por todos los rincones. Así, cuando Pinocho y el grillo llegaron a casa, se encontraron solos. Por suerte, el hada que había convertido a Pinocho en niño les explicó que el carpintero había salido dirección al mar para buscarlos. Pero, como la mayoría de los niños, Pinocho prefería ir a divertirse que ir al colegio a aprender, por lo que no siempre hacía caso del grillo. Un día, Pinocho se fue al teatro de títeres para escuchar una historia. Cuando le vio, el dueño del teatro quiso quedarse con él:
-¡Oh, Un títere que camina por si mismo, y habla! Con él en la compañía, voy a hacerme rico – dijo el titiritero, pensando que Pinocho le haría ganar mucho dinero.
A pesar de las recomendaciones del pequeño grillo, que le decía que era mejor irse de allí, Pinocho decidió quedarse en el teatro, pensando que así podría ganar dinero para comprar un abrigo nuevo a Gepetto, que había vendido el suyo para comprarle los libros.
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Y así hizo, durante todo el día estuvo actuando para el titiritero. Pasados unos días, cuando quería volver a casa, el dueño del teatro de marionetas le dijo que no podía irse, que tenía que quedarse con él.
Durante los días que Pinocho había estado fuera, Gepetto se había puesto muy triste y, preocupado, había salido a buscarle por todos los rincones. Así, cuando Pinocho y el grillo llegaron a casa, se encontraron solos. Por suerte, el hada que había convertido a Pinocho en niño les explicó que el carpintero había salido dirección al mar para buscarlos. Pinocho y grillo decidieron ir a buscarle, pero se cruzaron con un grupo de niños: - ¿Dónde vais? - preguntó Pinocho. - Al País de los Juguetes – respondió un niño-. ¡Allí podremos jugar sin
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parar! ¿Quieres venir con nosotros? - ¡Oh, no, no, no!- le advirtió el grillo-. Recuerda que tenemos que encontrar a Gepetto, que está triste y preocupado por ti. - ¡Sólo un rato!- dijo Pinocho- Después seguimos buscándole. Y Pinocho se fue con los niños, seguido del grillo que intentaba seguir convenciéndole de continuar buscando al carpintero. Pinocho jugó y brincó todo lo que quiso. Enseguida se olvidó de Gepetto, sólo pensaba en divertirse y seguir jugando. Pero a medida que pasaba más y más horas en el País de los Juguetes, Pinocho se iba convirtiendo en un burro. Cuando se dio cuenta de ello se echó a llorar. Al oírle, el hada se compadeció de él y le devolvió su aspecto, pero le advirtió: - A partir de ahora, cada vez que mientas te crecerá la nariz. Pinocho y el grillo salieron rápidamente en busca de Gepetto. Geppetto, que había salido en busca de su hijo Pinocho en un pequeño bote de vela, había sido tragado por una enorme ballena. Entonces Pinocho y el grillito, desesperados se hicieron a la mar para rescatar al pobre ancianito papa de Pinocho. Cuando Pinocho estuvo frente a la ballena le pidió porfavor que le devolviese a su papá, pero la enorme ballena abrió muy grande la boca y se lo tragó también a él. ¡Por fin Geppetto y Pinocho estaban nuevamente juntos!, Ahora debían pensar cómo conseguir salir de la barriga de la ballena. - ¡Ya sé, dijo Pepito hagamos una fogata! El fuego hizo estornudar a la enorme ballena, y la balsa salió volando con sus tres tripulantes. Una vez a salvo Pinocho le contó todo lo sucedido a Gepetto y le pidió perdón. A Gepetto, a pesar de haber sufrido mucho los últimos días, sólo le importaba volver a tener a su hijo con él. Por lo que le propuso que olvidaran todo y volvieran a casa. Pasado un tiempo, Pinocho demostró que había aprendido la lección y se portaba bien: iba al colegio, escuchaba los consejos del grillo y ayudaba a su padre en todo lo que podía.
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Como recompensa por su comportamiento, el hada decidió convertir a Pinocho en un niño de carne y hueso. A partir de aquel día, Pinocho y Gepetto fueron muy felices.
FIN
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EL GIGANTE Y EL SASTRE
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A un sastre que era tan fanfarrón como mal pagador, metió sele en la mollera el ir a dar una vuelta por el bosque. En cuanto le fue posible, abandonó su taller y se marchó.
por
pueblo
por
puente
sin y
y y
aldehuela, pasarela,
rumbo
constante
siempre
adelante.
Desde lejos descubrió en la azul lejanía una escarpada montaña y, detrás, una torre altísima, que sobresalía de una espesa y tenebrosa selva.
- ¡Diablos! - exclamó el sastre -. ¿Qué será aquello? - e, impelido por una irrefrenable curiosidad, se dirigió al lugar con renovados bríos. Pero, ¡qué boca y qué ojos abrió cuando, al acercarse, vio que la torre tenía piernas y que, franqueando de un salto la abrupta montaña, plantase ante él en figura de un terrible gigante! - ¿Qué buscas aquí, mosquito deleznable? - grítale el monstruo con voz semejante a un fragoroso trueno. Respondió, quedito, el sastre: - Vine a dar una vuelta por el bosque, esperando poderme ganar en él un pedazo de pan. - Si tienes tiempo - replicó el gigante -, puedes entrar a mi servicio. - Si no hay otro remedio, ¿por qué no? ¿Qué salario me pagarás? - ¿Qué salario? Voy a decírtelo. Trescientos sesenta y cinco días al año, y cuando el año sea bisiesto, un día más.
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¿Te parece bien?
- Por mí, está bien - respondió el sastre, mientras pensaba: "Hay que abrigarse según la manta. Ya buscaré el medio de escabullirme." Mandó le luego el gigante: - Anda, bribón, tráeme un jarro de agua. - ¿Y por qué no el pozo con la fuente? - preguntó el fanfarrón, alejándose con el jarro a buscar el agua. - ¿Qué dices? ¿El pozo con la fuente? - gruñó el gigante, que era mentecato y torpe; y comenzó a sentir miedo. "Este tío sabe más que asar manzanas: lleva un diablo en el cuerpo. ¡Cuidado, viejo, no es éste un criado para ti!." Cuando el sastre volvió con el agua, ordenó le el gigante que cortase un par de troncos y los llevase a su casa. - ¿Por qué no el bosque entero de un hachazo,
el bosque entero, sin dejar un madero ni liso, ni esquinado, ni recto, ni curvado?
preguntó el sastrecillo, encaminándose a cortar la madera. - ¿Qué dices?
el bosque entero, sin dejar un madero ni liso, ni esquinado, ni recto, ni curvado?
¿y luego el pozo con la fuente? -, murmuró, en sus barbas, el crédulo gigante, sintiendo crecer su miedo. "Este tío sabe algo más que asar manzanas: lleva un diablo en el cuerpo. Cuidado, viejo, no es un criado para ti." Cuando hubo terminado con la madera, mandó le su amo que cazase dos o tres jabalíes para la cena. - ¿Y por qué no mil de un solo tiro y todos los que corren por ahí? - preguntó, envalentonado,
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el sastre. - ¿Qué dices? - exclamó el gallina de gigante, aterrorizado-. Deja ya el trabajo por hoy, y vete a dormir. Era tal el miedo del gigantón, que en toda la noche no pudo pegar un ojo, y se la pasó cavilando cómo se las compondría para sacudirse aquel brujo de criado. El tiempo es buen consejero. A la mañana siguiente se fueron al borde de un pantano, a cuyo alrededor crecían numerosos sauces, y el gigante le dijo: - Oye, sastre, siéntate sobre una de las varas de un sauce; me gustaría ver si eres capaz de doblarla.
¡Up!, de un salto consiguió el sastre llegar arriba y, aguantando la respiración, convirtiese en lo bastante pesado para inclinar la rama. Pero cuando, no pudiendo resistir más, hubo de respirar de nuevo, y como fuera que no se le había ocurrido traerse una plancha en el bolsillo, salió disparado a tal altura, que se perdió de vista, con gran contento del gigante. Y si no ha caído aún, es que todavía está flotando por los aires.
FIN
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Hace
muchos
años,
en Bagdad,
vivía un joven muy
pobre llamado
Simbad que para sobrevivir trasladaba pesados fardos por lo que le decían 'el cargador'. Sus quejas fueron oídas por un millonario, quien lo invitó a compartir una cena. Allí estaba un anciano, que dijo lo siguiente: - 'Soy Simbad 'el marino'. Mi padre me legó una fortuna, pero la derroché quedando en la miseria. Vendí mis trastos y navegué con unos mercaderes. Llegamos a una isla saliendo expulsados por los aires, pues en realidad era una ballena. Naufragué sobre una tabla hasta la costa tomando un barco para volver a Bagdad'. Y Simbad 'el marino', calló. Le dio al joven 100 monedas rogándole que volviera al otro día. Así lo hizo y siguió su relato: - 'Volví a zarpar. Al llegar a otra isla me quedé dormido y, al despertar, el barco se había marchado. Llegué hasta un profundo valle sembrado de diamantes y serpientes gigantescas. Llené un saco con todas las joyas que pude, me até un trozo de carne a la espalda y esperé a que un águila me llevara hasta su nido sacándome así de este horrendo lugar'. Terminado el relato, Simbad 'el marino' volvió a darle al joven 100 monedas, rogándole que volviera al día siguiente. - 'Con mi fortuna pude quedarme aquí, relató Simbad, pero volví a navegar. Encallamos en una isla de pigmeos; quienes nos entregaron al gigante con un solo ojo que comía carne humana. Más tarde, aprovechando la noche, le clavamos una estaca en su único ojo y huimos de la isla volviendo a Bagdad'. Simbad dio al joven nuevas monedas, y al otro día evocó: - 'Esta vez, naufragamos en una isla de caníbales. Cautivé a la hija del rey casándome con ella; pero poco después murió, ordenándome el rey que debía ser enterrado con mi mujer. Por suerte,
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pude huir y regresé a Bagdad cargado de joyas'. Simbad 'el marino' siguió narrando
y
el
joven
escuchándolo: - 'Por último me vendieron como esclavo a un traficante de
marfil.
Yo
cazaba elefantes y un día, huyendo de uno, trepé a un árbol, pero el animal lo sacudió tanto que fui a caer en su lomo, llevándome hasta su cementerio. ¡Era una mina de marfil! Fui donde mi amo y se lo conté todo. En gratitud me dejó libre, regalándome valiosos tesoros. Volví y dejé de viajar. ¿Lo ves?, sufrí mucho, pero ahora gozo de todos los placeres'. Al acabar, el anciano le pidió al joven que viviera con él, aceptando encantado y siendo muy feliz a partir de entonces.
FIN
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En una preciosa casita, en el medio de un bosque florido, vivían 3 ositos. El papá, la mamá, y el pequeño osito. Un día, tras hacer todas las camas, limpiar la casa, y hacer la sopa para la cena, los tres ositos fueron a pasear por el bosque. Mientras los ositos estaban caminando por el bosque, apareció una niña llamada Ricitos de Oro que, al ver tan linda casita, se acercó y se asomó a la ventana. Todo parecía muy ordenado y coqueto dentro de la casa. Entonces, olvidándose de la buena educación que su madre le había dado, la niña decidió entrar en la casa de los tres ositos. Al ver la casita tan bien recogida y limpia, Ricitos de Oro curioseó todo lo que pudo. Pero al cabo de un rato sintió hambre gracias al olor muy sabroso que venía de la sopa puesta en la mesa. Se acercó a la mesa y vio que había 3 tazones. Un pequeño, otro más grande, y otro más y más grande todavía. Y otra vez, sin hacer caso a la educación que le habían dado sus padres, la niña se lanzó a probar la sopa. Comenzó por el tazón más grande, pero al probarlo, la sopa estaba demasiado caliente. Entonces pasó al mediano y le pareció que la sopa estaba demasiado fría. Pasó a probar el tazón más pequeño y la sopa estaba como a ella le gustaba. Y la tomó toda, todita. Cuando acabó la sopa, Ricitos de Oro se subió a la silla más grande pero estaba demasiado dura para ella. Pasó a la silla mediana y le pareció demasiado blanda. Y se decidió por sentarse en la silla más pequeña que le resultó comodísima. Pero la sillita no estaba acostumbrada a llevar tanto peso y poco a poco el asiento fue cediendo y se rompió. Ricitos de Oro decidió entonces subir a la habitación y probar las camas. Probó la cama grande pero era muy alta. La cama mediana estaba muy baja y por fin probó la cama pequeña que era tan molidita y cómoda que se quedó totalmente dormida.
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Mientras Ricitos de Oro dormía profundamente, llegaron los 3 ositos a la casa y nada más entrar el oso grande vio cómo su cuchara estaba dentro del tazón y dijo con su gran voz: - ¡Alguien ha probado mi sopa! Y mamá oso también vio su cuchara dentro del tazón y dijo: - ¡Alguien ha probado también mi sopa! Y el osito pequeño dijo con voz apesadumbrada: - ¡Alguien se ha tomado mi sopa y se la ha comido toda entera! Después pasaron al salón y dijo papá oso: - ¡Alguien se ha sentado en mi silla! Y mamá oso dijo: - ¡Alguien se ha sentado también en mi silla! Y el pequeño osito dijo con su voz aflautada: - ¡Alguien se ha sentado en mi sillita y además me la ha roto! Al ver que allí no había nadie, subieron a la habitación para ver si el ladrón de su comida se encontraba todavía en el interior de la casa. Al entrar en la habitación, papá oso dijo: - ¡Alguien se ha acostado en mi cama! Y mamá oso exclamó: - ¡Alguien se ha acostado en mi cama también! Y el osito pequeño dijo: - ¡Alguien se ha acostado en mí camita...y todavía sigue durmiendo!
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Ricitos de Oro, mientras dormía creía que la voz fuerte que había escuchado y que era papá oso, había sido un trueno, y que la voz de mamá oso había sido una voz que la hablaba en sueños pero la voz aflautada del osito la despertó. De un salto se sentó en la cama mientras los osos la observaban, y saltó hacia el otro lado saliendo por la ventana corriendo sin parar un solo instante, tanto, tanto que no daban con los pies en el suelo.
}
Desde ese momento, Ricitos de Oro nunca volvió a entrar en casa de nadie ajeno sin pedir permiso primero. Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
FIN
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Érase
una
vez
una
ratita muy coqueta
y
presumida que un día, barriendo la puerta de su casa, se encontró una moneda de oro. ¡Qué suerte la mía!, dijo la ratita, y se puso a pensar: - ¿En qué me gastaré la moneda? La gastaré, la gastaré,... ¡En caramelos y gominolas! NO NO... que harán daño a mis dientes. La gastaré, la gastaré,... ya sé, la gastaré en ¡bizcochos y tartas muy ricas!! NO NO... que me darán dolor de tripa. La gastaré, la gastaré... ya sé, la gastaré en ¡un gran y hermoso lazo de color rojo! Con su moneda de oro la ratita se fue a comprar el lazo de color rojo y luego, sintiéndose muy guapa, se sentó delante de su casa, para que la gente la mirara con su gran lazo. Pronto se corrió la voz de que la ratita estaba muy hermosa y todos los animales solteros del pueblo se acercaron a la casa de la ratita, proponiéndole casamiento. El primero que se acercó a la ratita fue el gallo. Vestido de traje y muy coqueto, luciendo una enorme cresta roja, dijo: - Ratita, ratita, ¿Te quieres casar conmigo? La ratita le preguntó: ¿Y qué me dirás por las noches? Y el gallo dijo: - Ki ki ri kiiii, cantó el gallo con su imponente voz. Y la ratita dijo: - No, no, que me asustarás... Y el gallo siguió su camino. No tardó mucho y apareció el cerdo. - Ratita, ratita, ¿Te quieres casar conmigo? La ratita le preguntó: ¿Y qué me dirás por las noches? - Oinc oinc oinc, gruñó el cerdo con orgullo.
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Y la ratita dijo: - No, no, que me asustarás... Y el señor cerdo se marchó. No tardó en aparecer el burro. - Ratita, ratita, ¿Te quieres casar conmigo? La ratita le preguntó: - ¿Y qué me dirás por las noches? - Ija, ija, ijaaaa, dijo el burro con fuerza Y la ratita dijo: - No, no, que me asustarás... Y el burro volvió a su casa por el mismo camino. Luego, apareció el perro. - Ratita, ratita, ¿Te quieres casar conmigo? La ratita le preguntó: ¿Y qué me dirás por las noches? - Guau, guau, guau, ladró el perro con mucha seguridad Y la ratita dijo: - No, no, que me asustarás... Y el perro bajo sus orejas y se marchó por las montañas. No tardó mucho y apareció el señor gato. - Ratita, ratita, ¿Te quieres casar conmigo? La ratita le preguntó: - ¿Y qué me dirás por las noches? - Miau, miau, miauuu, ronroneó el gato con dulzura. Y la ratita dijo: - No, no, que me asustarás... Y el gato se fue a buscar la cena por otros lados
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. La ratita ya estaba cansada cuando de repente se acercó un fino ratón. - Ratita, ratita, ¿Te quieres casar conmigo? La ratita le preguntó: - ¿Y qué me dirás por las noches? - Pues me callaré y me dormiré, y soñaré contigo. Y la ratita, sorprendida con el ratón, finalmente tomó una decisión: - Pues contigo me casaré. Y así fue como la ratita felizmente se casó con el ratón.
FIN
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Jorgito obtuvo buenas calificaciones escolares y recibió como premio una caja de juguetes con trenes, un arlequín, una bailarina y soldaditos de plomo.
Con tristeza, Jorgito se dio cuenta que a uno de sus soldados le faltaba una pierna, pero lo quiso más porque ello indicaba que la había perdido heroicamente en una batalla. Un día por la noche y cuando todos dormían, sonó el clarín de los juguetes y uno por uno empezaron a cobrar vida. El soldadito de plomo quiso estar más cerca de la muñeca bailarina que no paraba de sonreírle, pero el malvado arlequín negro se interpuso entre ellos tratando de evitar su cercanía. Y fue tanto su rencor que al abrir la ventana logró que un fuerte viento lanzara por los aires al soldadito que apenas podía mantenerse de pie con una sola pierna. La bailarina sollozó y el arlequín se burló al ver que el soldadito caía en una charca y que un vagabundo lo alejaba en un endeble barco de papel. Pero, lejos de sentirse vencido, el valiente soldadito de plomo al percibir el llanto de su amada se armó de valor y blandiendo su espada, decidió enfrentar al malvado arlequín y a los que no querían verlos juntos.
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El barquito de papel tomó el curso de una alcantarilla y en medio de la oscuridad, el soldadito pudo presentir la presencia del enemigo. Esta vez era una inmensa y voraz rata que trató de atacarlo, pero gracias a la hábil maniobra de nuestro héroe pudo alejarse de la orilla, al tiempo que el hambriento roedor le gritaba: “¡Maldito soldado de plomo!, pero si yo no he podido acabar contigo, más allá te llevarás una amarga sorpresa. ¡De esta no sales vivo, soldadito mutilado, ja, ja, ja, ja...!” No le hizo caso y siguió navegando en busca de su amada muñeca bailarina. Pero la amenaza del roedor se hizo realidad: el barquito se dejó llevar por la corriente que anunciaba la presencia de un río. El barco de papel naufragó, el soldadito se hundió muy profundo y allí un salmón se lo trago apuradamente. Ya dentro, una especie de sismo lo lanzó contra el espinazo del pez y quedó desmayado. Al despertar no podía creerlo: estaba en casa de Jorgito, donde llegó el salmón que había sido pescado por el padre para cenar. El soldadito corrió en busca de su amada. Se abrazaron felices e iban a casarse, pero el malvado arlequín atropelló al soldadito, enviándolo a las brasas de la chimenea. Sin pensarlo dos veces, la bella bailarina fue tras él y algo maravilloso ocurrió. El cielo los llamó y juntos se elevaron para ser felices durante toda su vida.
FIN
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REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
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cortos.
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sirenita.
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PONTIFICIA UNIVERSIDAD CATOLICA AÑO LECTIVO: 2016-2017
DEL ECUADOR PLAN DE CLASE 1. DATOS INFORMATIVOS: Docente:
JAIRO GARCES VELASCO
N.º de unidad de planificación:
1
Área/asignatura:
Título de unidad de planificación:
DIDACTICA APLICADA
Grado/Curso:
3ER EGB
Paralelo:
LECTURA Y EJECUCION DE Fecha: 8-12-2017 CUENTOS
“A”
N° de horas: 45 MIN
2. PLANIFICACIÓN
OBJETIVO: Identificar a través de la lectura y escritura, el concepto de fantasía y realidad, que permitan identificar los elementos que diferencian un cuento fantástico de otro tipo de cuentos. Y a su vez Dar opiniones sobre personajes y situaciones de un cuento. Recursos
Destreza con criterio de desempeño
Escuchar cuentos populares en función de identificar sus características propias.
Contar cuentos en distintos formatos desde la utilización del lenguaje lúdico.
Estrategias metodológicas
• EXPERIENCIA • • • •
Indagación de saberes previos ¿qué cuentos conocen? ¿leen en sus casas? ¿Qué grado de realidad o fantasía tienen los cuentos?
• •
PRELECTURA analizar los paratextos de los cuentos.
Indicadores de logro
*Libro de cuentos tradicionales.
*Computadora.
• Reconoce los elementos del cuento (personajes, marco narrativo, secuencia narrativa y narrador).
*Parlantes. • Produce narraciones
/ Técnicas / instrumento s
Técnica:
Ejercicios prácticos
Instrument o:
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• • •
Elaborar conjeturas a partir del título, ilustración, portada, nombres de personajes. LECTURA Lectura de diferentes versiones de cuentos y comparación de las mismas.
• DESARROLLO • •
*Telas.
respetando la estructura y elementos del cuento.
*Lanas.
Portafolio
Dramatizaci ón
*Papeles de colores.
Dramatización de la canción del cuento Los tres cerditos Utilizando diferentes fichas y cartas con *Tijeras. personajes, se colocarán en diferentes mesas para que los niños puedan crear un cuento original *Pegamento.
• CIERRE •
Creación de carpetas donde se colocarán todos los cuentos tradicionales leídos, con sus respectivos dibujos.
*Cartones.
*Imágenes.
ELABORADO
REVISADO
APROBADO
Docente: JAIRO GARCES VELASCO
Director del área: JAIRO GARCES VELASCO
Vicerrector:
Firma:
Firma:
Firma:
Fecha: 08 -12 - 2017
Fecha: 08 -12 - 2017
Fecha: 08 -12 - 2017
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