PRÓLOGO
-¿Quién es ésa, papá?-preguntó Jillian, señalando con un dedito la figura del libro que tenía su padre en las manos. Estaba trepada sobre sus rodillas, como lo hacía a menudo, porque aunque sólo tenía cinco años la fascinaban las historias que él le contaba acerca de lugares lejanos y gente que había vivido hacía mucho tiempo. -Es una amazona. -¿Se llama así? -Por la forma de la figura, Jillian sabía que se trataba de una mujer. Cuando era realmente chiquita a veces la confundía el largo del pelo, hasta que se dio cuenta de que casi todas las figuras de los libros de su padre tenían el pelo largo, fueran varones o mujeres. En busca de una manera mejor de identificar el sexo de las figuras, encontró una pista: los pechos. Los hombres y las mujeres tenían pechos diferentes. -No sé cómo se llama. En realidad nadie sabe si realmente existió. -¿Así que a lo mejor puede ser un invento? -Quizás. -Cyrus Sherwood acarició con suavidad la cabecita redonda de su hija, levantó el pelo oscuro y brillante y volvió a dejarlo caer en su lugar. Esa criatura le fascinaba. Sabía que en lo que a ella se refería no era imparcial, pero su comprensión y su manera de percibir lo abstracto estaban mucho más allá de lo normal para su edad. A Jillian le encantaban sus libros de arqueología. Uno de sus recuerdos favoritos la evocaba, cuando apenas tenía tres años, tironeando de un libro que pesaba casi tanto como ella, para colocarlo sobre el piso. Después se pasaba toda la tarde tirada boca abajo y volviendo las páginas con lentitud, ignorante de todo lo que sucedía a su alrededor. En Jillian se combinaban la inocencia infantil con una lógica sorprendente; nadie podría acusar jamás a su hija de tener una mente confusa. Y si el primer rasgo de su personalidad era el pragmatismo, el segundo era, sin duda, la tozudez. Sospechaba que su queridísima hija algún día reconvertiría en un problema para algún hombre. Jillian se inclinó para estudiar los dibujos en detalle. Por fin preguntó: -¿Y si es una persona inventada, por qué está en este libro? -Las Amazonas se consideran figuras míticas. -¡Ah! Esas personas que inventan los escritores. -Sí, porque a veces los mitos se basan en realidades. -Por lo general trataba de simplificar su vocabulario cuando hablaba con Jillian, pero jamás la menospreciaba. Si no comprendía algo, su hijita le exigiría que le diera explicaciones hasta que llegara a entenderlo. Jillian frunció la naricita. -Háblame de esas amazónigas -pidió, acomodándose en las rodillas de su padre. Él rió de la confusión del nombre, y se lanzó a hablarle sobre las guerreras y su reina, Penthesilea. Alguien pegó un portazo en otra parte de la casa, pero ninguno de los dos lo oyó, enfrascados como estaban en el mundo de la antigüedad, que era su lugar de juegos predilecto. Rick Sherwood entró en la casa con un entusiasmo poco común; la excitación podía más que su habitual estado de ánimo taciturno. Las chapas de sus zapatillas de béisbol hacían un extraño ruido metálico contra los pisos de madera, e ignoró los constantes pedidos del ama de llaves de que se las sacara antes de entrar en la casa. ¡Dios, qué partido! El mejor que había jugado jamás. Deseó que su padre hubiera estado allí para verlo, pero ese día él tenía que dar una clase y no pudo asistir.