Al amanecer en una colonia de la periferia rural, un atole y galletas Marías antes de ir a la primaria; mientras, en una zona residencial urbana, un yogur con emparedado de jamón. Unos y otros mal comidos, botón de muestra donde deficiencias y excesos combinados diluyen la calidad nutricional en la cantidad de comida, transición entre lo que la milpa se llevó y el desarrollismo de la industria alimentaria, mezcla desafortunada para llenar panzas de quienes viven la desnutrición, la gordura y la pobreza.
De acuerdo con la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), México empobrece 28 mil millones de dólares cada año por la doble carga de la mala nutrición, es decir, entre la desnutrición y la obesidad reducen el crecimiento anual del Producto Interno Bruto en 2.3 por ciento. Y esto profundiza la pobreza por pérdida de productividad, con presión al sistema de salud, y –en efecto dominó– a todos los demás sectores: de desarrollo social, de producción alimentaria.