En los pueblos y comunidades —como en todas partes—, la fiesta es ocasión de regocijo, aunque también de gasto, de compromiso, de reciprocidad. A lo largo del año, se acude a fiestas de otros y se lleva limosna, ofrenda o trabajo: así se va acumulando la cooperación y la ayuda que se obtendrá a la hora de hacer el propio festejo.
Es rara la ocasión en que el gasto completo corre exclusivamente por cuenta de quien ofrece la fiesta; no corresponde a la idea de mano-vuelta, trueque o comunidad. Por eso hay mayordomías, cofradías, padrinos, compadres y pactos tácitos pero muy rigurosos respecto a la cooperación que se ha dado o que se debe al otro.
Tampoco se da el caso de alguien que se aparte por completo de todo festejo o celebración: la autoridad exige colaboración en los festejos civiles como el cambio de varas y la comunidad demanda cooperación en los festejos del santo patrón y en otras ocasiones. Lo demás, ya depende de la voluntad o posibilidad de cada uno.