El del maíz y el frijol era un matrimonio feliz. En la milpa conyugal la legumbre trepadora se arrimaba al enhiesto tallo del cereal y a cambio mantenía húmedo el lecho y devolvía al suelo el nitrógeno que tanta falta le hace a la gramínea. Y ya en la mesa, el de la olla aportaba el triptófano que el del comal no tiene.
Aunque no siempre se eran fieles: a veces el de vaina se daba sus escapadas subterráneas y se arrejuntaba con la papa o con la yuca, mientras que el de mazorca encontraba en el alegrador amaranto los aminoácidos faltantes.
Y donde quiera ponían casa. Los frijoles, del latín phaseolus, también conocidos como fréjoles, fasoles, alubias, judías rojas, habichuelas, judihuelos, ibes o porotos son en México de cuatro especies: vulgaris, que es el más socorrido; coccineus, que es uno alto, grande y algo tardo conocido como ayocote, acutifolius, al que en el sureste llaman escomite, y el lunatus, que le dicen comba.